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Exp Nazi

El documento describe un libro sobre el expolio de obras de arte por parte de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Explica cómo los nazis saquearon obras de arte de judíos y otros enemigos en toda Europa y las vendieron o intercambiaron. También cubre el papel del banquero Alois Miedl en el expolio y cómo escapó a España con obras robadas al final de la guerra.

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Exp Nazi

El documento describe un libro sobre el expolio de obras de arte por parte de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Explica cómo los nazis saquearon obras de arte de judíos y otros enemigos en toda Europa y las vendieron o intercambiaron. También cubre el papel del banquero Alois Miedl en el expolio y cómo escapó a España con obras robadas al final de la guerra.

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«El expolio es la antesala del holocausto… y está

directamente vinculado a la política racial del III Reich…»

Reseña escrita por Maudy Ventosa.


“El expolio de obras de arte a los judíos comienza, de manera
esporádica, a partir de 1933, pero cuando los nazis llegan al
poder, tras la anexión de Austria en marzo del 38 se produce
la primera gran requisa masiva de obras de arte a los grandes
coleccionistas judíos austriacos controlada por Hitler…”
escucho con atención y entusiasmo la lección magistral que
tengo la suerte de recibir hoy…   

Cubierta de: ‘El expolio nazi’

El investigador y catedrático de Historia Miguel


Martorell presenta a la prensa su último libro, El expolio
nazi – publicado por Galaxia Gutenberg –; libro en el que ha
invertido diez años de trabajo, como nos cuenta su
editora María Cifuentes, orgullosa de contar en su editorial
con este historiador y escritor extraordinario, a la par que
riguroso. Califica la obra como de no ficción narrativa,
destacando su seriedad histórica. Un libro que se lee como una
novela a la vez que analiza el expolio de las obras de arte en
la Europa Occidental y Oriental.
Como buen historiador, Miguel Martorell siente curiosidad y
pasión por la investigación, y en este caso no quiere quedarse
solo en el análisis de las noticias que aparecen cada semana
en la prensa internacional sobre pleitos, valor, seguimiento…
de las obras de arte expoliadas por el Tercer Reich, quiere
conocer lo que ocurrió de verdad, porque hemos perdido un
poco la referencia de qué es lo que hay detrás del expolio;
cuál es el sufrimiento, el dolor… qué fue lo terrible; qué
hubo detrás del expolio de obras de arte. Ese es uno de
los motivos que me han llevado a escribir este libro, dice.
Aborda tan ingente tarea, a través de la vida de un personaje
que le va a servir de guía durante toda la historia y que
aparece en casi todos los capítulos. Se trata del banquero
nacido en Múnich, que actuó fundamentalmente en
Holanda, Alois Miedl, principal proveedor de obras de arte
de Hermann Goering. El estar casado con una mujer judía le
permite tener contacto con esta comunidad holandesa, e
incluso la alemana. Compra cuadros y galerías de arte a los
que huyen tras la invasión nazi. Él también es un nazi, pero no
lo sabe… o no lo admite, Miedl es una persona
complicada, afirma el autor, es poliédrico; es un tipo que
obtiene beneficios de la situación por la que atraviesan los
judíos; que se aprovecha de ellos, que compra a precio de
saldo sus bienes, bancos, empresas de cine, obras de
arte, galerías, pero que también salva la vida a varios
judíos en Holanda.
El autor habla del expolio desde todas las perspectivas
posibles: qué fue el expolio; las causas que llevaron a los nazis
a realizar esta rapiña; quiénes participaron en ella; cómo se
llevó a cabo; vínculos del expolio con el holocausto; fenómenos
vinculados, como la corrupción…
El expolio tiene mucho que ver con quiénes eran las víctimas
y en qué lugar de Europa estaban ubicadas. A los judíos se
les quita todo, allá donde estén: empresas, viviendas, coches,
joyas, cuadros, ajuar, juguetes, ropa, libros antiguos,
alfombras, tapices… A los gitanos también. No poseen obras
de arte, pero sí instrumentos musicales, partituras… todo eso
les es arrebatado. También a los masones y a los enemigos
del régimen. Por eso Martorell afirma que el expolio está
directamente vinculado a la política racial del Tercer Reich.
A los pueblos que los nazis consideran inferiores, los de
Europa Oriental y parte de Rusia, no se les deja conservar
ningún símbolo de identidad cultural y las requisas abarcan
museos públicos, iglesias y los bienes de titularidad
privada. Destruyen grandes símbolos de identidad rusa,
polaca, checa… En Europa Occidental, actúan como los
grandes vencedores y las requisas se limitarán a los enemigos
de Tercer Reich. Aquí el expolio se llevará a cabo de dos
maneras: requisas a los enemigos (judíos, masones,
organizaciones obreras, etc.) y compras masivas
aprovechando la devaluación de las monedas locales a las que
se ven sometidos los franceses, los belgas…
Los nazis también van a decidir cuál es el canon artístico que
ha de prevalecer en Europa, y en el año 1938 retiran de los
museos 16.000 pinturas y esculturas, – arte de vanguardia – ,
consideradas por ellos arte corrupto, de influencia judía, y por
lo tanto que puede contaminar el gran ideal artístico
alemán. Será el llamado arte degenerado. No obstante,
utilizaran estos objetos como divisas, como moneda,
vendiéndolos fuera de Alemania. Pero además, y de una forma
casi simbólica, van a realizar dos piras, van a quemar en dos
ocasiones obras de vanguardia: una frente al Louvre, en
París, y otra en Berlín. Eso si, de cuadros que tenían poco
valor.
Respecto al papel jugado por España en la dispersión de las
obras expropiadas, el autor concluye que durante la contienda,
fue cómplice, aliada preferente y suministradora de bienes
al Tercer Reich. Aquí se encuentra la mayor red de espías
alemanes de toda Europa y somos uno de los últimos países
en romper relaciones diplomáticas con Alemania. Hay una
tolerancia absoluta por parte del gobierno franquista con
las obras que entran en España, aunque no sabemos en
realidad cuánta cantidad de arte entró, salvo algún caso
puntual, porque llegan de contrabando y no dejan rastro
documental… esas obras circularon por galerías de arte y
hubo marchantes que las movieron. El gobierno español no
prestó ninguna ayuda a los aliados que intentaban averiguar
donde se localizaban. No se conocen cifras, ni nombres… pero
sí algunas de las galerías que traficaban con ellas, como las
de Arturo Linares, en Madrid, y Eutiquiano García Calle.
Alois Miedl se instala en San Sebastián, y traslada las obras
que tiene en Hendaya; hasta que en 1944 llega a Madrid con
buena parte de su fortuna y paseando por sus calles con un
catálogo de pinturas bajo el brazo… !con total impunidad!
Miguel Martorell también habla del papel que desempeñaron
los mitificados Monuments Men, cuerpo del ejército formado
por expertos en arte, historiadores, conservadores de museos,
marchantes… que, después de la destrucción de la Abadía de
Monte Casino, luchan para que no se destruyan grandes
museos o bienes arquitectónicos y culturales, desaconsejando
su bombardeo, siempre que fuera posible. Investigan el expolio
e intentan restituir las obras saqueadas a sus países de origen.
Apasionante historia, ¿verdad?. Lo más duro, es que ha sido
cierta, y no podemos ni debemos olvidarla. Para no repetirla.
Magnífico libro Miguel. Lectura imprescindible.
PERSONAJES:
 Alois Miedl dicen que era escurridizo como una anguila.
Banquero, vivió en Holanda y estuvo muy unido a la
megalómana pasión coleccionista de Goering. Huyendo
tras la guerra, se instala en San Sebastián con tres
contenedores llenos de pinturas. Tenía carisma y unos
ojos marrones que miraban de frente. Su carácter era
franco y abierto. De reflejos rápidos. Tiene todas las
claves: participó en la purga del arte degenerado en
Alemania; desempeñó un notable papel en el expolio y
contribuyó a dispersar el fruto del pillaje.
 El teniente Theodore Rousseau ama el arte; finalizados
sus estudio, trabajó como conservador auxiliar en el
Museo de Bellas Artes de Boston. Se alistó en la
inteligencia naval tras el ataque a Pearl Harbor. Pertenecía
a los Monuments Men  y a una organización de la OSS –
Servicios Secretos Norteamericanos previos a la CIA-
especializada en investigar el expolio de obras de arte –
ALIU– cuya gestión llevó junto con James S. Plaut. Llega
a ser el conservador jefe del Metropolitano de Nueva York.
Experto en idiomas y en España. Su misión más
importante sería averiguar cómo había
conseguido Goering su colección de obras de arte. Se
cruza con Miedl…
 Hermann Goering, mariscal del Tercer Reich tiene una
pasión enfermiza y la segunda mejor colección de obras
de arte de Alemania, con piezas requisadas a los judíos y
a otros enemigos del régimen nazi, o compradas en la
Europa ocupada.
Y tantos otros… los que sufrieron; los asesinados y humillados;
los torturadores asesinos; los cómplices necesarios; los
corruptos; los ambiciosos…el arte saqueada; el desaparecido
quién sabe dónde; y todos los culpables que miraron a otro
lado y dejaron hacer.

Miguel Martorell con Maudy Ventosa

SINOPSIS:
Han pasado setenta y cinco años desde el fin de la Segunda
Guerra Mundial y no hay semana que no aparezca alguna
noticia sobre reclamaciones de las víctimas del expolio nazi o
sus descendientes, a estados o museos de todo el planeta,
para recobrar las obras de arte robadas durante la contienda.
¿Cómo llevó a cabo el Tercer Reich este saqueo de obras de
arte, el más grande de la historia? ¿Cuáles fueron sus vínculos
con el Holocausto? El expolio nazi analiza en detalle el
funcionamiento de la gran maquinaria depredadora dirigida por
Adolf Hitler y Hermann Goering, e integrada por directores de
museos y galeristas, funcionarios y militares, especuladores y
mafiosos. Lejos del amor al arte, muchos de ellos actuaron por
afán de poder y ánimo de lucro, impulsos que alentaron un alto
grado de violencia y corrupción.
El banquero alemán Alois Miedl, marchante de Goering, fue
uno de los protagonistas de aquella trama. A través de su vida,
este libro explica en qué consistió el expolio nazi. También qué
papel desempeñó España en la dispersión de los bienes
saqueados, pues Miedl halló aquí refugio al acabar la guerra e
introdujo de contrabando un número indeterminado de pinturas
cuyo paradero aún hoy desconocemos. No fue el único: por
aquellos días, los contrabandistas de arte procedentes del
Tercer Reich campaban por España con la complicidad de la
dictadura franquista y en varias galerías del país podían
hallarse pinturas procedentes del expolio.

Miguel Martorell

El autor:
Miguel Martorell Linares (Madrid, 1963) es catedrático del
departamento de Historia en la UNED. Ha publicado, entre
otros libros, Historia de la peseta: La España
contemporánea a través de su moneda (Planeta,
2001), José Sánchez Guerra. Un hombre de honor (1859-
1935) (Marcial Pons, 2011) y Duelo a muerte en
Sevilla (Ediciones del viento, 2016). También es coautor, junto
con Santos Juliá, de Manual de historia política y social de
España (1808-2018) (RBA-UNED), 2019)
El libro:
El expolio nazi ha sido publicado por la Editorial Galaxia
Gutenberg en su Colección Historia. Encuadernado en tapa
dura, tiene 508 páginas.
Cómpralo a través de este enlace con Casa del Libro.
Como complemento pongo un interesante vídeo titulado “El
saqueo de arte en el Tercer Reich | DW Documental”.
.
Para saber más:
Página web de Miguel Martorell
Miguel Martorell en el portal UNED

Desde el momento en que Hitler se hizo con el poder, el arte se convirtió en un


instrumento ideológico al servicio del nazismo. Él y numerosos de sus dirigentes
se convirtieron en voraces depredadores que no se detuvieron ante nada ni ante
nadie para expoliar pinturas, esculturas, tapices, joyas, monedas o libros. Entre
1933 y 1945 fueron saqueadas más de cinco millones de obras artísticas. El
historiador Miguel Martorell publica El expolio nazi (Galaxia Gutenberg), un
documentadísimo volumen centrado en el banquero Alois Miedl, marchante de
Goering que halló refugio en España al acabar la guerra e introdujo en nuestro
país un número indeterminado de obras.
Sin embargo, como señala su autor, este libro no es en sentido estricto una biografía de
Mield, pues a lo largo de los capítulos con frecuencia cede el protagonismo a distintos
individuos y a historias y procesos que no están directamente vinculados con él, pero
sin los que no se puede comprender el expolio en toda su magnitud.
Por sus páginas pasan jerarcas nazis, financieros y especuladores, militares,
marchantes y galeristas, prestigiosos historiadores del arte, mafiosos, aventureros de
distinto pelaje, contrabandistas… toda la turba humana que participó de una u otra
manera en el expolio y su posterior dispersión. “También algunos notables franquistas,
añade Martorell en ese recuento, y varios joyeros y galeristas madrileños”.

A gran escala
La utilización del arte como arma de control y propaganda que supuso la represión
sistemática de la innovación y las vanguardias calificadas como “arte degenerado”, -sólo
en 1938 fueron eliminadas de los museos germanos 16.000 obras así consideradas-,
fue acompañada de un proceso de saqueo a gran escala.
El 6 de agosto de 1942, en el curso de una conferencia de comisarios y comandantes
militares en Berlín, el mariscal Göering, uno de los mayores depredadores, lo dejó muy
claro: “Sí, pretendo saquear, y hacerlo a conciencia”. Y vaya si lo cumplió.  
No es fácil ponerle números concretos a este robo sistemático y sin precedentes, pero
quienes han dedicado décadas a estudiar y cuantificar las terribles dimensiones del
tema, -entre ellos la historiadora estadounidense Lynn H. Nicholas, autora de El saqueo
de Europa y los historiadores Jonathan Petropoulos y Robert M. Edsel, que puso en
libro la historia de The Monuments Men-, coinciden en señalar que el número de obras
sustraídas por los nazis, de muchas de las cuales no se ha vuelto a saber jamás,
superan los cinco millones: Sí, ¡cinco millones!
El Tercer Reich expreso a través del arte su voluntad de dominio. La definición de un
canon artístico nacionalsocialista y la purga de las obras tachadas como degeneradas
fueron paralelas a la persecución de judíos y disidentes en los años previos a la guerra.
“Durante la contienda el expolio contribuyó a exhibir la hegemonía alemana en Europa.
Con este fin, los líderes del Tercer Reich crearon una compleja maquinaria cuya misión
consistió en trasladar a Alemania una parte considerable del capital cultural europeo”.
Para lograr este objetivo requisaron los bienes de aquellos a quienes señalaron como
enemigos, pero también realizaron compras sistemáticas y masivas de obras de arte en
los territorios invadidos, en condiciones económicas muy ventajosas impuestas por la
fuerza. “Como no tenían que dar cuenta nadie se llevaban lo que querían cuando
querían de donde querían y como querían”, recuerda el historiador.
Los gobiernos aliados consideraron que las requisas y compras masivas constituían las
dos caras del expolio, y que a través de ambas Alemania había esquilmado el
patrimonio cultural nacional de los países ocupados. Bajo esta premisa, comenta
Martorell, no sólo fueron víctimas los individuos que perdieron sus bienes, sino también
los estados saqueados. “Para explicar el expolio en toda su complejidad he creído útil
partir desde esta perspectiva dual que, además, permite entender algunos de los
problemas que arrastró la restitución de los bienes expoliados en la inmediata
posguerra”.
La realidad es que han pasado setenta y cinco años desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial y ochenta y siete desde que los nazis llegaron al poder y no hay semana que
no aparezca alguna noticia sobre reclamaciones de las víctimas del expolio o de sus
descendientes a estados o museos de todo el planeta, para recobrar las obras robadas
durante la contienda. El expolio y sus secuelas siguen estando muy presentes en la vida
cultural de hoy en día.

Poder y ánimo de lucro


¿Cómo llevó a cabo el Tercer Reich este saqueo de obras de arte, el más grande de la
historia? ¿Cuáles fueron sus vínculos con la Shoah? El expolio nazi analiza en detalle el
funcionamiento de la gran maquinaria rapiñadora dirigida por Adolf Hitler y Hermann
Goering, e integrada por profesionales de distintas disciplinas que, lejos del amor al
arte, en su gran mayoría actuaron por afán de poder y ánimo de lucro, impulsos que
alentaron un elevado grado de violencia y de corrupción.
Como apunta Francisco Martorell, catedrático de Historia de la UNED, “Alois Miedl,
marchante de Goering, fue uno de los protagonistas de aquella trama. A través de su
vida, este libro explica en qué consistió el expolio nazi. También qué papel desempeñó
España en la dispersión de los bienes saqueados, pues Miedl halló aquí refugio al
acabar la guerra e introdujo de contrabando un número indeterminado de pinturas cuyo
paradero aún hoy desconocemos. No fue el único: por aquellos días, los
contrabandistas de arte procedentes del Tercer Reich campaban por España con la
complicidad de la dictadura franquista y en varias galerías del país podían hallarse
pinturas procedentes del expolio”.
Aunque no se sabe qué cantidad de arte entró de contrabando en nuestro país, El
expolio nazi sostiene que fue un número importante porque, entre otras muchas
evidencias, España rompió relaciones diplomáticas con Alemania el 5 de mayo de 1945,
sólo tres días antes de que el Tercer Reich capitulase, “y esa situación facilitó hasta el
último momento la especulación. Y en la posguerra oficialmente se hizo la vista gorda a
conocer con detalle el tráfico clandestino de obras de arte cuando eran nazis los
implicados. No hubo interés en conocer el arte producto del contrabando y en perseguir
a los contrabandistas entre los que figuraban personalidades importantes. No es atípico
que Miedl siguiera comerciando con obras de arte después de la guerra. La mayoría de
los marchantes que colaboraron con los nazis en el expolio siguieron ejerciendo su
vergonzoso oficio en la posguerra”.
El interesantísimo libro de Francisco  Martorell desvela muchas de esas claves, aunque
concluye con un inquietante: “Han pasado tres cuartos de siglo desde que acabara la
Guerra Mundial y la figura de Alois Miedl, que falleció a los 87 años en Múnich en 1990,
sigue rodeada de un hálito de incertidumbre”.
Nazismo y arte, la
cultura como arma
El historiador Miguel Martorell narra en ‘El expolio nazi’ (Galaxia
Gutenberg) la compleja maquinaria ideológica y humana que sustentó y
perpetró el saqueo del patrimonio cultural europeo, deteniéndose en el
papel que jugó España en los años finales de la Segunda Guerra
Mundial.
ANDRÉS SEOANE

26 marzo, 2020

Hitl
er y Göring fueron los principales artífices del expolio nazi

Más allá de su destrucción intrínseca, las guerras siempre han sido escenario de
pillaje y expolio artístico. Desde ejemplos remotos, como la invasión de Grecia por
parte de los romanos, que sucesivamente regaron la ciudad del Tíber con todo tipo
de lujos y maravillas lo que, como advirtió Catón y resumió Horacio en la
frase Graecia capta ferum victorem cepit, destruyeron lo que quedaba de la sólida
sociedad republicana; hasta otros más recientes y próximos como el sistemático
robo y destrucción de patrimonio por parte de los franceses durante la Guerra
de la Independencia, que afectó especialmente  a ciudades como Sevilla, Valencia,
Zaragoza, Gerona, Salamanca, Burgos…

Sin embargo, como sostiene el historiador Miguel Martorell (Madrid, 1963) en su


enjundioso ensayo El expolio nazi (Galaxia Gutenberg), “nunca se ha visto en la
historia nada parecido al saqueo del Tercer Reich”. Para empezar, por “su volumen
disparatado. En apenas los cuatro años de la invasión, se llevan de Francia en
torno a 100.000 obras de arte y objetos culturales como libros antiguos,
documentos, joyas, muebles…”, explica. Además, de Holanda salen unos 30.000,
de Bélgica unos 20.000, y de Europa del Este ni siquiera hay cifras aproximadas.

Pero además de manejar cantidades inéditas, otro rasgo que distingue a este
episodio es que “jamás un expolio artístico implicó a tantos profesionales.
Participan directores de museos, historiadores del arte,
marchantes, coleccionistas, conservadores, galeristas, restauradores,
tasadores…”, enumera Martorell. Toda una colección de especialistas que de
pronto ven a su alcance las grandes obras maestras de todas las épocas. “Imagina
que eres un experto en Vermeer y puedes tener en tu museo o colección todas las
obras de Vermeer que quieras. Fue una especie de pacto con el diablo, como el de
Fausto.  

Un arte ideal para una sociedad ideal


Su magnitud y la absoluta implicación social en el proyecto, demuestran hasta qué
punto el arte fue un pilar clave en la estructura del nazismo. Como explica el
historiador, “los nazis entienden desde el primer momento que el arte es un
vehículo magnífico para la propaganda política, para definir y controlar a la
sociedad. No solamente fue la pintura, también se apropiaron de campos
como la literatura o el cine, con esos documentales magníficos de Leni
Riefenstahl”. De hecho, desde el primer momento todo lo artístico depende del
Ministerio de Información y Propaganda de Joseph Goebbels, encargado desde
mediados de los años 30 de crear un concepto muy específico de sociedad.

«Los nazis entienden desde el primer momento que el


arte es un vehículo magnífico para definir y controlar a
la sociedad»
“Como es sabido, en 1937 los jerarcas nazis deciden que solamente el arte
figurativo, el que se basa en la tradición pictórica alemana, es el que va a valer
la pena, mientras que el arte de vanguardia lo tachan de decadente y
degenerado y lo asocian a los judíos, al comunismo y a la disidencia política, y lo
van a retirar del espacio público”. Así, de forma perversa, el arte se erige en
portavoz un modelo de sociedad ideal. “Una sociedad en la que no hay disonancias
ni disidencias, porque no hay un arte político en contra del régimen”, afirma
Martorell.

Cuando empieza la guerra en 1939, el régimen nazi decide exportar este ideario
fuera de sus fronteras y convertirse en la gran potencia cultural europea. Y una
manera de demostrarlo es el coleccionismo de obras de arte. “Los nazis consideran
que el hecho de ser vencedores en la guerra, y hasta 1943 extienden su influencia
desde Finisterre hasta los Urales, les hace los grandes depositarios del arte
europeo. El Tercer Reich demostró su voluntad de hegemonía, de dominio, a
través del arte, trasladando a su país gran parte del patrimonio continental”.

Arte expoliado por los nazis almacenado en la iglesia de Ellingen (Baviera) en una
imagen tomada en abril de 1945

A ello se emplearon de tal modo que Hitler llegó a acumular para su proyecto de
Führer Museum, que pensaba ubicar en su ciudad natal de Linz unas 6.700
pinturas. “Los fondos del Museo del Prado no llegan a 8.000 obras. Es decir, sólo
Hitler, en menos de una década, acumuló casi lo que nuestra principal
pinacoteca en dos siglos”. Una voracidad que, más allá de los grandes ideales
refleja a juicio de Martorell que “en muchos casos primó el puro afán de lucro y
corrupción. Más allá de la cúpula nazi (Göring, el segundo del régimen también
acumuló unas 1.300 obras), el expolio implicó a toda una serie de personajes
del mundo del arte e incluso del crimen que vendían, canjeaban y se
enriquecían con las obras de arte robadas o expropiadas”, recuerda. Es decir, el
mundo del arte era un negocio y el expolio generó mucho dinero.
Otra cara del Holocausto
Si es cierto que estamos ante el primer saqueo organizado sistemáticamente por un
Estado, con grandes cuerpos de la administración dedicados a conocer el mercado
europeo para requisar obras, no lo es menos que también se estableció una red
criminal amparada por el propio poder gubernamental. “Los nazis utilizaban
delincuentes en varios niveles de la administración, en las tareas en las que el
crimen organizado podía tener una gran experiencia. Eso ocurrió, por ejemplo,
en el expolio de los países ocupados, donde organizan un mercado negro muy
nutrido para la requisa de bienes y la búsqueda de botines ocultos. Y también para
perseguir a los resistentes o a los judíos fugados”.

«Hitler, en menos de una década, acumuló 6.700


cuadros, acercándose a los 8.000 que el Museo del
Prado ha reunido en 200 años»
Y es que, como recuerda Martorell, otro rasgo del expolio nazi es que está vinculado
directamente al Holocausto. “A los judíos se les quitan todos sus bienes, no sólo
empresas, comercios y viviendas, sino también, claro, las obras de arte. De
hecho, el expolio está directamente vinculado a la policía racial del Reich,
como se vio en el Este”, destaca el autor, “donde lo que hicieron los nazis fue
llevarse todo lo que creyeron valioso y destruir todo el resto de elementos culturales
susceptibles de contribuir a formar una identidad nacional propia. Por ejemplo, en la
URSS quemaron y arrasaron las casas natales de
Chaikovski, Tolstói, Gorki…”.

En este sentido, el autor remarca intensamente la vinculación al expolio de toda esa


serie de universitarios y gente muy instruida del mundo del arte, esa clase media
culta que, como exploraba Christian Ingrao en Creer y destruir (Acantilado, 2017),
fue la que realmente sostuvo al régimen y “que fue capaz de disociar lo que estaban
haciendo y no se reconocían como parte de una maquinaria de muerte. De eso
intentaba alertar Hannah Arendt en sus trabajos. Si pensamos que los nazis eran
seres diabólicos, no solamente no podemos comprender nada, sino que ese
relato está absolutamente fuera de la realidad y nos arriesgamos a repetirlo”,
advierte Martorell. “En realidad, los nazis eran gente terriblemente corriente, incluso
vulgar, y eso hace más comprensible y a la vez más terrible todo lo ocurrido”.
Soldados estadounidenses rescatando un cuadro de Manet escondido por alemanes
en una mina de sal. Abril de 1945

España, el patrimonio devuelto


Sin embargo, en este contexto generalizado de saqueo hubo ciertos países que
salieron beneficiados de formas que de otro modo se antojan impensables, por
ejemplo, el nuestro. “Otro de los motores del expolio alemán fue la revancha contra
Francia y en ese sentido Goebbels y su gente alentaron a italianos y españoles
a reclamar las obras de arte que Francia a lo largo del siglo XIX había ido
robando o comprando de contrabando de esos países”. Así regresaron a
territorio español piezas como la Dama de Elche, comprada efectivamente de
contrabando, una Inmaculada de Murillo robada en la Guerra de la Independencia,
buena parte del Archivo de Simancas y varias obras arqueológicas que estaban en
museos franceses.

«Gracias al apoyo nazi España recuperó obras en


manos de Francia como la Dama de Elche, una
Inmaculada de Murillo y buena parte del Archivo de
Simancas»
Por su parte España, como país neutral, jugó un importante papel en los años
finales de la contienda. Como explica Martorell, “el Gobierno español hizo la vista
gorda frente a lo que entraba por la frontera francesa o en avión a través de la
valija diplomática alemana. España es uno de los últimos países que rompe
relaciones diplomáticas con el Tercer Reich, por lo que cuando los alemanes ya
saben que han perdido la guerra utilizan nuestro país para sacar todo tipo de
cosas”. Además, a pesar de la citada neutralidad, el régimen franquista no va a
colaborar con los aliados cuando intenten localizar el patrimonio expoliado. “Todas
las referencias sobre el expolio en España las tenemos a través de los servicios
secretos aliados, que concluyeron que una parte del patrimonio permaneció en el
país, pero la mayoría abandonó Europa en barco camino de América, donde
huyeron muchos nazis”.

Una historia inconclusa


Para terminar, la guinda final de la importancia que Martorell concede a este plan de
saqueo es su vigencia en el tiempo, pues sus consecuencias siguen existiendo hoy
en día. “Hablamos de algo que ocurrió hace dos e incluso tres generaciones,
apenas quedan supervivientes, pero los hijos y nietos todavía están
esperando para recuperar ese legado de sus antepasados”. Y es que, acabada
la Segunda Guerra Mundial, los aliados occidentales recopilaron en cuatro o cinco
grandes puntos todo el arte expoliado y lo devolvieron a sus respectivos Estados,
que comenzaron a restituirlo a las familias con cuentagotas y con condiciones a
veces casi imposibles. “Se exigen, por ejemplo, certificados de propiedad.
Imagínate pedirle eso a una familia judía de la que había desaparecido la mitad
o tres cuartas partes de sus miembros y que había perdido su casa y sus
bienes”, reflexiona el autor.

«Con el inicio dela Guerra Fría los aliados quieren dar


carpetazo al nazismo porque hay un nuevo enemigo,
así que todo se cierra de una manera vergonzosa»
Además, llega un momento en el que se cruza por el camino la Guerra Fría. “A
partir de 1948 los aliados quieren dar carpetazo al nazismo porque hay un
nuevo enemigo en el horizonte, así que todo se cierra de una manera
vergonzosa. Y durante la Guerra Fría el problema se queda congelado, como
muchos otros en Europa”. No sería hasta los años 90, tras la caída del Muro de
Berlín, cuando el tema vuelve a salir a la luz, “pues en la Unión Soviética se
conservaba buena parte de lo expoliado, que los rusos rapiñaron en su camino a
Berlín a modo de represalia”. Junto a esto, las organizaciones judías empiezan a
ser conscientes de que los últimos supervivientes del Holocausto están
muriendo, y empiezan campañas para pedir indemnizaciones a las grandes
empresas alemanas beneficiadas del trabajo esclavo.

Así llegamos hasta la actualidad, donde si bien estas reclamaciones han perdido la
efervescencia y la altisonancia de los casos más conocidos de principios de
siglo, como el Pissarro del Thyssen, y algunos llevados a la literatura o al cine,
como La dama de oro (2015), que narra la lucha de Maria Altmann por recuperar
un cuadro de Gustav Klimt. “Si uno rastrea la prensa internacional, hay de dos a
cuatro noticias a la semana de casos de obras aparecidas, de pleitos en marcha, de
restituciones por parte de los gobiernos. Por ejemplo, el Louvre acaba de dedicar
un ala a exponer obras procedentes del expolio cuyos propietarios todavía no
han aparecido”, asegura Martorell, que espera que libros como este arrojen más
luz sobre una historia que no debe caer en el olvido y que, sobre todo, nunca debe
volver a ocurrir.
El historiador publica 'El expolio nazi', donde da cuenta
del saqueo del patrimonio cultural que los nazis llevaron a
cabo en Europa.
 

Zita Arenillas

12 marzo 2020

 Miguel Martorell (Madrid, 1963) es historiador y le gusta la


microhistoria. En su anterior libro, Duelo a muerte en Sevilla (Ediciones
del Viento, 2016), explicaba los cambios en la sociedad española de
finales del XIX y principios del XX a partir de un enfrentamiento entre
duelistas. En El expolio nazi (Galaxia Gutenberg, 2020) sigue los pasos
de un personaje poliédrico para contar cómo los nazis saquearon el
patrimonio cultural de gran parte de Europa.

En el prólogo cuentas que empezaste a investigar sobre este tema por


casualidad. Y, con parones, has estado veinte años trabajando en él.
¿Se ha convertido en una obsesión?

Más que obsesión, ha sido como un Guadiana. Lo he dejado y he vuelto


varias veces. Desde hace un par de décadas siempre ha estado ahí. Mi
amiga Marisa González de Oleaga dice que no decidimos qué libros
queremos hacer y cuándo, sino que los libros nos llaman cuando quieren.
Quizás sea cierto. En más de una ocasión he creído llegado el momento de
meterme con el expolio, lo he dejado todo y he empezado a trabajar, pero
luego se ha cruzado otro proyecto. Hace unos años decidí lanzarme de lleno.
Y aquí estamos...

El expolio nazi no es una biografía, pero hay un personaje que hace de


hilo conductor: el banquero y marchante de arte Alois Miedl, que
proporcionó a Hermann Goering obras para su colección privada. A
cambio, Goering le ayudó cuando lo necesitó. ¿Por qué él y no otro?

Miedl es un personaje muy especial. Es un banquero y especulador alemán


que a lo largo de su vida ganó millones siguiendo una línea de acción básica:
comprar barato y vender caro, sin preocuparse demasiado por la legalidad.
De hecho, en 1932 tuvo que huir a Holanda perseguido por el fisco. Cuando
Hitler asume el poder absoluto en marzo de 1933 comprende que debe
buscar apoyo entre los nazis. Es amigo de la hermana de Goering, al que
accede a través de ella, y se convierte en uno de sus asesores financieros.
Desde entonces, Goering le protege y consigue que le amnistíen. Pero Miedl
decide no volver a Alemania porque no se siente seguro: su mujer es judía,
tiene dos hijos y el nazismo muestra desde un primer momento una
descarnada pulsión antisemita.

¿Y en qué momento empieza a comerciar con arte?

Miedl tenía olfato. A finales de los años treinta la situación política en Europa
es inestable, muchos inversores buscan valores seguros, como el arte, y
entra en el negocio. Cuando los nazis invaden Holanda en 1940, él sigue allí.
Gracias a su mujer tiene buenos contactos en la comunidad judeo-holandesa,
y como en este momento muchos judíos necesitan vender sus bienes para
huir, aprovecha para comprar a precio de saldo pinturas e incluso galerías de
arte completas. Se convierte en el principal marchante del país y su mayor
cliente es Goering, cuya protección necesita cada vez más porque conforme
avanza la guerra la Gestapo gana poder y su familia empieza a correr peligro.
De hecho, tiene que huir a España en 1944.

Ahí radica el interés de Miedl. Su carrera abarca todas las fases del expolio:
entra en el negocio durante la purga del arte degenerado, participa en las
incautaciones a los judíos, en el mercado negro y en la dispersión del botín,
pues llega a España con un número indeterminado de cuadros (entre 60 y
80), que introduce aquí de contrabando. Esta trayectoria le convierte en una
suerte de maestro de ceremonias perfecto para este libro.

Pero, además, la vida de Miedl ofrece una perspectiva nada simplista sobre
un periodo muy complejo. Como proveedor de Goering, forma parte de la
maquinaria del expolio nazi. Explota a los judíos, pero está casado con una
judía y acaba huyendo del Tercer Reich. Además, sin renunciar a sus
negocios, salva la vida a una docena de judíos holandeses. Está en el bando
de los verdugos, explota a las víctimas, pero al tiempo salva a unas cuantas
sin que medie ningún tipo de conversión. Es un tipo escabroso, escurridizo,
plagado de aristas y matices. Y eso hace que sea mucho más interesante...
Por un lado, el arte fue una vía para señalar al enemigo (judíos, liberales,
bolcheviques...); por otro, dentro del propio Partido Nacionalsocialista
los gustos artísticos de sus miembros se vieron determinados por el
apoyo incondicional a Hitler. Pienso en la pugna entre Joseph Goebbels
y Alfred Rosenberg.

Goebbels y Rosenberg son nacionalistas integrales, totalitarios, pero en los


primeros años del nazismo abogan por modos contrapuestos de entender el
nexo entre arte y nación: Rosenberg, líder del movimiento völkisch, cree que
el arte alemán debe basarse en la tradición y que toda expresión artística que
no beba de ella no es alemana; Goebbels sostiene que todo arte alemán de
calidad, aunque sea de vanguardia –una vanguardia purgada de contenido
crítico, por supuesto– engrandece a la nación.

Es una lucha ideológica y también estratégica: ambos recurren al arte para


conquistar posiciones de poder. En este último sentido, gana Goebbels, que
refuerza su situación en el gobierno, pero a costa de aceptar el
tradicionalismo völkisch y renunciar a la vanguardia, así que Rosenberg
obtiene una cierta victoria moral. Goebbels se pliega porque Hitler apuesta
por la tradición y en el entramado de poder nazi el sometimiento al Führer es
esencial.

¿Por qué el arte tuvo tanto peso?

El nazismo entendió el arte como una potente herramienta de propaganda. A


partir de 1937, todo el arte identificado con el enemigo –liberales,
demócratas, comunistas, judíos– fue tildado de degenerado y expulsado del
espacio público. Más allá de una opción estética, fue la plasmación gráfica de
un programa político que se aplicó paulatinamente y culminó en el exterminio
del contrario. A través del arte, los nazis imaginaron la utopía de una
sociedad perfecta, que derivó en una terrible distopía.

Por otra parte, el coleccionismo de arte aportó un toque de distinción a la


nueva élite que ascendió al calor del nazismo. Hitler era hijo de un agente de
aduanas; Goering, de un aristócrata venido a menos; Ribbentrop, un
importador de vinos... La posesión de obras de arte u objetos suntuarios les
permitió emular a la vieja nobleza: fue un signo de estatus. Y luego también
estaba la voluntad de imitar a los líderes: Hitler y Goering coleccionaban arte
antes de la guerra, continuaron haciéndolo de un modo compulsivo cuando
esta empezó, y los notables nazis siguieron su estela. Demostrar, o
aparentar, un cierto gusto artístico fue útil para promocionar en el nazismo.
Además, en un régimen en el que el clientelismo político tenía mucho peso,
las obras de arte se convirtieron en un regalo modélico para halagar a un
superior o reconocer a un igual.

Entre tus fuentes está el libro de Robert Bevan La destrucción de la


memoria. Este periodista, parafraseando a Hobsbawn, dice que “Las
identidades colectivas se forjan y las tradiciones se inventan”. ¿Cuánto
hubo de eso en el movimiento völkisch?

En efecto, aquí es oportuno el concepto de invención de la tradición. El


movimiento völkisch es una variante conservadora del nacionalismo
romántico alemán, que surge mediado el siglo XIX y se identifica con aquellos
elementos que conforman la esencia de la nación, del pueblo alemán: idioma,
folklore, creación artística... en resumidas cuentas, el espíritu alemán. Pero,
claro ¿quién decide qué constituye exactamente el espíritu alemán?

Como ha escrito más de una vez José Álvarez Junco, la percepción de qué
es la nación varía en función de los intereses de quién lo interpreta en cada
momento. Desde finales del siglo XIX, el movimiento völkisch en el arte
experimenta una deriva conservadora, ultranacionalista, que expresa el amor
a la patria a través del rechazo a lo extranjero –desde la pintura francesa al
jazz americano–, e identifica como extranjero a quien está más allá de la
frontera, pero también al enemigo interior: a los judíos, o a quienes pintan o
comercian con arte de vanguardia, que por esta razón no son buenos
alemanes. Esta es la premisa que asumen los nazis. A pesar de todo, nunca
existe un canon claro, positivo, acerca de cuál es el buen arte alemán, sino
una afirmación negativa sobre qué arte no es verdaderamente alemán: el de
aquellos a quienes los nazis consideran enemigos de Alemania.

Sorprendentemente, hay momentos en los que uno se ríe con tu libro.


Como cuando cuentas que la obra del escultor Rudolf Belling estuvo al
mismo tiempo, en 1937, tanto en la Exposición de arte degenerado como
en la Gran exposición de arte alemán. Esta última muestra estaba
destinada a marcar el fin de “la era de los campos azules, los cielos
verdes y las nubes de un amarillo sulfúrico”, en palabras del Führer.
La purga del arte degenerado de los museos públicos es un caos. Una
tragicomedia. Es trágica en sí, pero el modo en que se acomete raya en la
astracanada. Hay otro caso estupendo, con un cuadro de Lovis Corinth, ante
el cual los nazis se bloquean porque el paisaje es naturalista, pero el cielo no,
y no saben qué hacer. Esto me recuerda a Mendelssohn en el tejado, una
novela soberbia de Jiri Weil. En el tejado de un gran teatro de Praga hay
estatuas gigantes de grandes compositores y los nazis ordenan que se retire
la de Mendelssohn porque es judío. Envían a un trabajador, pero como no
hay una placa que indique quién es cada cual, decide quitar la estatua del
músico con la nariz más grande, convencido de que será el judío. Y resulta
que baja la de Wagner. La novela empieza como una comedia, pero luego
deriva hacia el Holocausto. Algo así ocurre con la purga del arte degenerado.

Ahora que citas a Weil, además de a diversos archivos y al trabajo de


otros historiadores, has recurrido mucho a la literatura, tanto de ficción
como de no ficción: Siegfried Lenz, Katja Petrowskaja, Patrick Modiano,
Anne Sinclair, Daša Drndić... ¿Son todas ellas fuentes que pueden
ponerse al mismo nivel?

Disfruto trabajando con literatura. De hecho, últimamente durante el tiempo


en que estoy embarcado en un libro trato de leer solo novelas escritas o
ambientadas en la época. Lo hice ya con el anterior y lo he vuelto a hacer en
este. Me ayuda a amueblar la cabeza. El historiador Carlo Ginzburg cuenta
que un día se le acercó un alumno, le dijo que quería aprender historia y le
preguntó por dónde debía empezar a leer. Ginzburg sugirió que comenzara
con Tolstói. Me gusta el consejo. Y no es cuestión de situar en el mismo
plano la literatura o las fuentes documentales: son recursos distintos, que
ofrecen posibilidades diferentes. La literatura tiene una capacidad para evocar
ambientes, contextos, o recrear emociones y percepciones que no siempre
poseen las fuentes de archivo.

Fueron distintos los métodos empleados por la maquinaria nazi que


condujeron al expolio artístico. ¿Cuál dirías que fue el más deleznable?

El expolio es el proceso a través del cual el Tercer Reich trasladó a territorio


alemán una parte considerable del patrimonio artístico y cultural europeo: en
torno a 100.000 obras de arte y bienes culturales procedentes de Francia,
60.000 de Holanda, 20.000 de Bélgica... y no hay cifras siquiera aproximadas
para Europa del Este.

Ahora bien: una formulación tan simple como la anterior no refleja la


complejidad del expolio, que se desplegó con estrategias muy diferentes.
Desde una perspectiva cualitativa, la más importante, la más terrible, es la
incautación de sus bienes culturales a los enemigos del Tercer Reich, que
empieza en Alemania antes de la guerra y está vinculada a su política racial.
En el caso de los judíos, la requisa de las obras de arte es un episodio más
en la desposesión de todos sus bienes. Forma parte del Holocausto, es su
antesala, pues solo se priva de todo lo que posee a quien ya se ha decidido
extirpar de la sociedad.

Pero los nazis también saquearon indiscriminadamente arte y bienes


culturales en los territorios ocupados de Europa oriental porque su proyecto
racial consideraba a los eslavos como seres infrahumanos sin derecho a –ni
capacidad para– disfrutar de la cultura. En el Este no respetaron los museos
ni las iglesias ni las colecciones particulares porque no consideraron que
debieran rendir cuentas ante nadie.

En Europa occidental el planteamiento fue distinto. Los nazis percibían a


franceses, holandeses o belgas como seres semejantes con los que podían
convivir, aunque fueran el enemigo derrotado, y por eso el expolio siguió
pautas diferentes. Requisaron sus bienes a los enemigos del Reich, sobre
todo a los judíos, pero también a masones o a organizaciones obreras, y
respetaron las propiedades del resto de los ciudadanos, de los museos o de
las iglesias. Además, adquirieron una ingente cantidad de obras de arte en el
mercado de un modo desmedido, masivo. Fueron compras ventajistas, pues
los nazis establecieron a la fuerza unas condiciones económicas que les
favorecían, como la devaluación de las monedas en los países ocupados,
gracias a las cuales adquirieron arte a precios ridículos

La España de Franco es uno de los escenarios del libro. ¿En qué medida
fue cómplice del expolio de arte llevado a cabo por los nazis?

La dictadura franquista formaba parte del Nuevo Orden europeo –así, con
mayúsculas les gustaba escribirlo– diseñado por la Alemania nazi. Franco
debe su victoria en la Guerra Civil a la ayuda nazi y fascista, y colabora con el
Tercer Reich a lo largo de toda la guerra, aunque por la presión aliada vaya
templando su apoyo conforme se acerca la derrota. Pero los vínculos son
tales que España no romperá relaciones con la Alemania nazi hasta el 5 de
mayo de 1945, tres días antes de la rendición oficial. En estas condiciones, la
dictadura prestó cobijo a traficantes de obras de arte, hizo la vista gorda ante
el contrabando a través de la frontera o la valija diplomática y, sobre todo, no
prestó ninguna colaboración a los aliados en la búsqueda del arte procedente
del expolio. No hubo cooperación porque los aliados ganaron la guerra
mundial y Franco la perdió. Eran enemigos, aunque luego Franco supiera
adaptarse a las reglas de juego que surgieron ya en la Guerra Fría.

El expolio de arte es uno de los capítulos no cerrados del nazismo.


Siguen apareciendo casos de reclamaciones. ¿Crees que algún día
podrá hablarse de una restitución completada?

Es muy difícil, porque la dispersión es inmensa y la tipología de casos,


enorme. Muchos cuadros permanecen ocultos en casas o colecciones
particulares, como se comprobó con la colección de Cornelius Gurlitt,
descubierta en 2013 en un piso de Múnich, con cerca de 1.500 cuadros
expoliados. Otras pinturas llevan décadas dando tumbos en el mercado y
reaparecen en los lugares más insospechados. Por ejemplo, hace poco el
Museo de Arte de Tel Aviv comprobó que poseía un cuadro pintado en 1871
por Josef Izrael que los nazis requisaron en 1933 a Rudolf Mosse. Un museo
israelí no es el sitio donde uno piense en encontrar arte expoliado por los
nazis... Por supuesto, el museo ha devuelto la pintura a sus herederos.

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