Exp Nazi
Exp Nazi
SINOPSIS:
Han pasado setenta y cinco años desde el fin de la Segunda
Guerra Mundial y no hay semana que no aparezca alguna
noticia sobre reclamaciones de las víctimas del expolio nazi o
sus descendientes, a estados o museos de todo el planeta,
para recobrar las obras de arte robadas durante la contienda.
¿Cómo llevó a cabo el Tercer Reich este saqueo de obras de
arte, el más grande de la historia? ¿Cuáles fueron sus vínculos
con el Holocausto? El expolio nazi analiza en detalle el
funcionamiento de la gran maquinaria depredadora dirigida por
Adolf Hitler y Hermann Goering, e integrada por directores de
museos y galeristas, funcionarios y militares, especuladores y
mafiosos. Lejos del amor al arte, muchos de ellos actuaron por
afán de poder y ánimo de lucro, impulsos que alentaron un alto
grado de violencia y corrupción.
El banquero alemán Alois Miedl, marchante de Goering, fue
uno de los protagonistas de aquella trama. A través de su vida,
este libro explica en qué consistió el expolio nazi. También qué
papel desempeñó España en la dispersión de los bienes
saqueados, pues Miedl halló aquí refugio al acabar la guerra e
introdujo de contrabando un número indeterminado de pinturas
cuyo paradero aún hoy desconocemos. No fue el único: por
aquellos días, los contrabandistas de arte procedentes del
Tercer Reich campaban por España con la complicidad de la
dictadura franquista y en varias galerías del país podían
hallarse pinturas procedentes del expolio.
Miguel Martorell
El autor:
Miguel Martorell Linares (Madrid, 1963) es catedrático del
departamento de Historia en la UNED. Ha publicado, entre
otros libros, Historia de la peseta: La España
contemporánea a través de su moneda (Planeta,
2001), José Sánchez Guerra. Un hombre de honor (1859-
1935) (Marcial Pons, 2011) y Duelo a muerte en
Sevilla (Ediciones del viento, 2016). También es coautor, junto
con Santos Juliá, de Manual de historia política y social de
España (1808-2018) (RBA-UNED), 2019)
El libro:
El expolio nazi ha sido publicado por la Editorial Galaxia
Gutenberg en su Colección Historia. Encuadernado en tapa
dura, tiene 508 páginas.
Cómpralo a través de este enlace con Casa del Libro.
Como complemento pongo un interesante vídeo titulado “El
saqueo de arte en el Tercer Reich | DW Documental”.
.
Para saber más:
Página web de Miguel Martorell
Miguel Martorell en el portal UNED
A gran escala
La utilización del arte como arma de control y propaganda que supuso la represión
sistemática de la innovación y las vanguardias calificadas como “arte degenerado”, -sólo
en 1938 fueron eliminadas de los museos germanos 16.000 obras así consideradas-,
fue acompañada de un proceso de saqueo a gran escala.
El 6 de agosto de 1942, en el curso de una conferencia de comisarios y comandantes
militares en Berlín, el mariscal Göering, uno de los mayores depredadores, lo dejó muy
claro: “Sí, pretendo saquear, y hacerlo a conciencia”. Y vaya si lo cumplió.
No es fácil ponerle números concretos a este robo sistemático y sin precedentes, pero
quienes han dedicado décadas a estudiar y cuantificar las terribles dimensiones del
tema, -entre ellos la historiadora estadounidense Lynn H. Nicholas, autora de El saqueo
de Europa y los historiadores Jonathan Petropoulos y Robert M. Edsel, que puso en
libro la historia de The Monuments Men-, coinciden en señalar que el número de obras
sustraídas por los nazis, de muchas de las cuales no se ha vuelto a saber jamás,
superan los cinco millones: Sí, ¡cinco millones!
El Tercer Reich expreso a través del arte su voluntad de dominio. La definición de un
canon artístico nacionalsocialista y la purga de las obras tachadas como degeneradas
fueron paralelas a la persecución de judíos y disidentes en los años previos a la guerra.
“Durante la contienda el expolio contribuyó a exhibir la hegemonía alemana en Europa.
Con este fin, los líderes del Tercer Reich crearon una compleja maquinaria cuya misión
consistió en trasladar a Alemania una parte considerable del capital cultural europeo”.
Para lograr este objetivo requisaron los bienes de aquellos a quienes señalaron como
enemigos, pero también realizaron compras sistemáticas y masivas de obras de arte en
los territorios invadidos, en condiciones económicas muy ventajosas impuestas por la
fuerza. “Como no tenían que dar cuenta nadie se llevaban lo que querían cuando
querían de donde querían y como querían”, recuerda el historiador.
Los gobiernos aliados consideraron que las requisas y compras masivas constituían las
dos caras del expolio, y que a través de ambas Alemania había esquilmado el
patrimonio cultural nacional de los países ocupados. Bajo esta premisa, comenta
Martorell, no sólo fueron víctimas los individuos que perdieron sus bienes, sino también
los estados saqueados. “Para explicar el expolio en toda su complejidad he creído útil
partir desde esta perspectiva dual que, además, permite entender algunos de los
problemas que arrastró la restitución de los bienes expoliados en la inmediata
posguerra”.
La realidad es que han pasado setenta y cinco años desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial y ochenta y siete desde que los nazis llegaron al poder y no hay semana que
no aparezca alguna noticia sobre reclamaciones de las víctimas del expolio o de sus
descendientes a estados o museos de todo el planeta, para recobrar las obras robadas
durante la contienda. El expolio y sus secuelas siguen estando muy presentes en la vida
cultural de hoy en día.
26 marzo, 2020
Hitl
er y Göring fueron los principales artífices del expolio nazi
Más allá de su destrucción intrínseca, las guerras siempre han sido escenario de
pillaje y expolio artístico. Desde ejemplos remotos, como la invasión de Grecia por
parte de los romanos, que sucesivamente regaron la ciudad del Tíber con todo tipo
de lujos y maravillas lo que, como advirtió Catón y resumió Horacio en la
frase Graecia capta ferum victorem cepit, destruyeron lo que quedaba de la sólida
sociedad republicana; hasta otros más recientes y próximos como el sistemático
robo y destrucción de patrimonio por parte de los franceses durante la Guerra
de la Independencia, que afectó especialmente a ciudades como Sevilla, Valencia,
Zaragoza, Gerona, Salamanca, Burgos…
Pero además de manejar cantidades inéditas, otro rasgo que distingue a este
episodio es que “jamás un expolio artístico implicó a tantos profesionales.
Participan directores de museos, historiadores del arte,
marchantes, coleccionistas, conservadores, galeristas, restauradores,
tasadores…”, enumera Martorell. Toda una colección de especialistas que de
pronto ven a su alcance las grandes obras maestras de todas las épocas. “Imagina
que eres un experto en Vermeer y puedes tener en tu museo o colección todas las
obras de Vermeer que quieras. Fue una especie de pacto con el diablo, como el de
Fausto.
Cuando empieza la guerra en 1939, el régimen nazi decide exportar este ideario
fuera de sus fronteras y convertirse en la gran potencia cultural europea. Y una
manera de demostrarlo es el coleccionismo de obras de arte. “Los nazis consideran
que el hecho de ser vencedores en la guerra, y hasta 1943 extienden su influencia
desde Finisterre hasta los Urales, les hace los grandes depositarios del arte
europeo. El Tercer Reich demostró su voluntad de hegemonía, de dominio, a
través del arte, trasladando a su país gran parte del patrimonio continental”.
Arte expoliado por los nazis almacenado en la iglesia de Ellingen (Baviera) en una
imagen tomada en abril de 1945
A ello se emplearon de tal modo que Hitler llegó a acumular para su proyecto de
Führer Museum, que pensaba ubicar en su ciudad natal de Linz unas 6.700
pinturas. “Los fondos del Museo del Prado no llegan a 8.000 obras. Es decir, sólo
Hitler, en menos de una década, acumuló casi lo que nuestra principal
pinacoteca en dos siglos”. Una voracidad que, más allá de los grandes ideales
refleja a juicio de Martorell que “en muchos casos primó el puro afán de lucro y
corrupción. Más allá de la cúpula nazi (Göring, el segundo del régimen también
acumuló unas 1.300 obras), el expolio implicó a toda una serie de personajes
del mundo del arte e incluso del crimen que vendían, canjeaban y se
enriquecían con las obras de arte robadas o expropiadas”, recuerda. Es decir, el
mundo del arte era un negocio y el expolio generó mucho dinero.
Otra cara del Holocausto
Si es cierto que estamos ante el primer saqueo organizado sistemáticamente por un
Estado, con grandes cuerpos de la administración dedicados a conocer el mercado
europeo para requisar obras, no lo es menos que también se estableció una red
criminal amparada por el propio poder gubernamental. “Los nazis utilizaban
delincuentes en varios niveles de la administración, en las tareas en las que el
crimen organizado podía tener una gran experiencia. Eso ocurrió, por ejemplo,
en el expolio de los países ocupados, donde organizan un mercado negro muy
nutrido para la requisa de bienes y la búsqueda de botines ocultos. Y también para
perseguir a los resistentes o a los judíos fugados”.
Así llegamos hasta la actualidad, donde si bien estas reclamaciones han perdido la
efervescencia y la altisonancia de los casos más conocidos de principios de
siglo, como el Pissarro del Thyssen, y algunos llevados a la literatura o al cine,
como La dama de oro (2015), que narra la lucha de Maria Altmann por recuperar
un cuadro de Gustav Klimt. “Si uno rastrea la prensa internacional, hay de dos a
cuatro noticias a la semana de casos de obras aparecidas, de pleitos en marcha, de
restituciones por parte de los gobiernos. Por ejemplo, el Louvre acaba de dedicar
un ala a exponer obras procedentes del expolio cuyos propietarios todavía no
han aparecido”, asegura Martorell, que espera que libros como este arrojen más
luz sobre una historia que no debe caer en el olvido y que, sobre todo, nunca debe
volver a ocurrir.
El historiador publica 'El expolio nazi', donde da cuenta
del saqueo del patrimonio cultural que los nazis llevaron a
cabo en Europa.
Zita Arenillas
12 marzo 2020
Miedl tenía olfato. A finales de los años treinta la situación política en Europa
es inestable, muchos inversores buscan valores seguros, como el arte, y
entra en el negocio. Cuando los nazis invaden Holanda en 1940, él sigue allí.
Gracias a su mujer tiene buenos contactos en la comunidad judeo-holandesa,
y como en este momento muchos judíos necesitan vender sus bienes para
huir, aprovecha para comprar a precio de saldo pinturas e incluso galerías de
arte completas. Se convierte en el principal marchante del país y su mayor
cliente es Goering, cuya protección necesita cada vez más porque conforme
avanza la guerra la Gestapo gana poder y su familia empieza a correr peligro.
De hecho, tiene que huir a España en 1944.
Ahí radica el interés de Miedl. Su carrera abarca todas las fases del expolio:
entra en el negocio durante la purga del arte degenerado, participa en las
incautaciones a los judíos, en el mercado negro y en la dispersión del botín,
pues llega a España con un número indeterminado de cuadros (entre 60 y
80), que introduce aquí de contrabando. Esta trayectoria le convierte en una
suerte de maestro de ceremonias perfecto para este libro.
Pero, además, la vida de Miedl ofrece una perspectiva nada simplista sobre
un periodo muy complejo. Como proveedor de Goering, forma parte de la
maquinaria del expolio nazi. Explota a los judíos, pero está casado con una
judía y acaba huyendo del Tercer Reich. Además, sin renunciar a sus
negocios, salva la vida a una docena de judíos holandeses. Está en el bando
de los verdugos, explota a las víctimas, pero al tiempo salva a unas cuantas
sin que medie ningún tipo de conversión. Es un tipo escabroso, escurridizo,
plagado de aristas y matices. Y eso hace que sea mucho más interesante...
Por un lado, el arte fue una vía para señalar al enemigo (judíos, liberales,
bolcheviques...); por otro, dentro del propio Partido Nacionalsocialista
los gustos artísticos de sus miembros se vieron determinados por el
apoyo incondicional a Hitler. Pienso en la pugna entre Joseph Goebbels
y Alfred Rosenberg.
Como ha escrito más de una vez José Álvarez Junco, la percepción de qué
es la nación varía en función de los intereses de quién lo interpreta en cada
momento. Desde finales del siglo XIX, el movimiento völkisch en el arte
experimenta una deriva conservadora, ultranacionalista, que expresa el amor
a la patria a través del rechazo a lo extranjero –desde la pintura francesa al
jazz americano–, e identifica como extranjero a quien está más allá de la
frontera, pero también al enemigo interior: a los judíos, o a quienes pintan o
comercian con arte de vanguardia, que por esta razón no son buenos
alemanes. Esta es la premisa que asumen los nazis. A pesar de todo, nunca
existe un canon claro, positivo, acerca de cuál es el buen arte alemán, sino
una afirmación negativa sobre qué arte no es verdaderamente alemán: el de
aquellos a quienes los nazis consideran enemigos de Alemania.
La España de Franco es uno de los escenarios del libro. ¿En qué medida
fue cómplice del expolio de arte llevado a cabo por los nazis?
La dictadura franquista formaba parte del Nuevo Orden europeo –así, con
mayúsculas les gustaba escribirlo– diseñado por la Alemania nazi. Franco
debe su victoria en la Guerra Civil a la ayuda nazi y fascista, y colabora con el
Tercer Reich a lo largo de toda la guerra, aunque por la presión aliada vaya
templando su apoyo conforme se acerca la derrota. Pero los vínculos son
tales que España no romperá relaciones con la Alemania nazi hasta el 5 de
mayo de 1945, tres días antes de la rendición oficial. En estas condiciones, la
dictadura prestó cobijo a traficantes de obras de arte, hizo la vista gorda ante
el contrabando a través de la frontera o la valija diplomática y, sobre todo, no
prestó ninguna colaboración a los aliados en la búsqueda del arte procedente
del expolio. No hubo cooperación porque los aliados ganaron la guerra
mundial y Franco la perdió. Eran enemigos, aunque luego Franco supiera
adaptarse a las reglas de juego que surgieron ya en la Guerra Fría.