Sintesis - Arata y Mariño - Lección 12
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¿En qué consistió esa reforma y a qué nos referimos con "Nueva Derecha"? durante los '80
y durante la siguiente década, el término reforma fue el eje de un discurso político-
pedagógico promovido por los agentes y las instituciones de dos paradigmas sociales que
remitían a orígenes diferentes: el neoliberalismo y el neoconservadurismo.
Paulatinamente, un nuevo pensamiento hegemónico ganó los despachos ministeriales y
las agendas educativas nacionales. Las tradiciones pedagógicas, las experiencias educativas
de la sociedad civil y el saber-hacer acumulado por el sistema fueron asediados por una
nueva concepción de la política educativa de corte tecnocrático, que ofrecía una salida a la
crisis.
¿bajo qué ejes se articuló el proyecto educativo durante el contexto de la reapertura
democrática? En el marco de la década del '90.
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restituyeron los cargos en los que se desempeñaban antes del golpe de Estado. Muchos
otros no contaron con las condiciones para su reinserción tras largos años de exilio y
continuaron con sus carreras en los países que los habían acogido durante la dictadura. Los
planes de estudio fueron discutidos y modificados, mientras que, lentamente, los equipos
de cátedra reiniciaron las tareas de investigación, procurando romper con el oscurantismo
en el cual se había sumergido al desarrollo científico durante el período previo.
Las universidades nacionales experimentaron una explosión de su matrícula: si en 1984 los
estudiantes universitarios apenas superaban el medio millón, en 1985 eran 664.000 y en
1986 la matrícula rondaba los 700.000. La expansión de la matrícula puso en evidencia los
graves problemas edilicios, y el presupuesto universitario destinado a resolver esos
problemas terminó siendo licuado a causa del proceso inflacionario que afectaba a la
economía nacional.
La lucha contra el analfabetismo constituyó un objetivo educativo central, ya que los
analfabetos absolutos (jóvenes de 15 años en adelante que nunca asistieron a la escuela) y
los analfabetos funcionales (aquellos que no habían concluido la educación primaria)
representaban el 32% de la población. Con el propósito de hacer frente a este desafío, se
creó la Comisión de Alfabetización Funcional y Educación Permanente que tuvo rango de
Secretaría de Estado y llevó a cabo, en línea con la UNESCO, el Plan Nacional de
Alfabetización. Su principal objetivo consistió en erradicar el analfabetismo, complementar
la educación de los recién alfabetizados y organizar sobre nuevas bases un sistema
permanente de educación de adultos.
El problema de la alfabetización también afectaba al nivel primario. Entre otras causas,
Berta Braslavsky advirtió que la aplicación de los métodos decodificadores (aquellos que
sólo procuran realizar, durante el primer ciclo, tareas de aprestamiento desarrollando los
componentes neuromotrices del niño sin desplegar su capacidad comprensiva) habían
impactado "negativamente en la capacidad creadora y de lectura crítica de los alumnos".
En 1984, en la ciudad de Buenos Aires, se llevó adelante una evaluación del currículo de
1981 (implementado por la dictadura) con el propósito de remover aquellas concepciones
que limitaban el aprendizaje escolar, particularmente en relación con la lectoescritura. En
1985 se creó en la misma jurisdicción el Servicio de Innovaciones Curriculares a Distancia
(SICaDis). Este programa procuraba renovar las concepciones pedagógicas vigentes
referidas a la enseñanza de la lectoescritura. Otras provincias llevaron adelante procesos
de renovación de sus planes de estudio, con un alto grado de participación de la
comunidad.
Entre 1987 y 1989 se implementó el programa Maestros de Educación Básica (MEB), que
consistía en introducir reformas en el plan de estudios para la formación docente inicial.
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En 1984, el sistema educativo argentino contaba con 20.700 escuelas primarias
distribuidas en todo el país. Como resultado de la transferencia efectuada en 1978, tan
sólo 200 establecimientos educativos dependían directamente del Ministerio de Educación
Nacional (0,9%); 17.801 escuelas dependían de los Estados provinciales (88,3%) y 2.226
instituciones educativas estaban en manos del sector privado (10,8%).
El gobierno convocó al segundo Congreso Pedagógico Nacional, apelando a una iniciativa
que había forjado, casi un siglo atrás, la sanción de la ley 1420. La dinámica propuesta
buscó favorecer la participación a través de la organización de asambleas pedagógicas
distribuidas en diferentes localidades del país. Se promovió explícitamente la participación
de todos los sectores directamente vinculados con el ámbito educativo (docentes,
estudiantes, padres, cooperadores escolares, gremialistas e intelectuales), así como de los
partidos políticos y sus organizaciones representativas. Las propuestas debían elevarse a
una asamblea provincial y, finalmente, a la Asamblea Nacional.
La convocatoria fue muy bien recibida por los sindicatos docentes, los partidos políticos y
distintas instituciones de la sociedad civil. Sin embargo, la capacidad de participación de
los distintos sectores fue notoriamente desigual. Fue la Iglesia la institución que actuó de
un modo más orgánico a lo largo de todo el proceso, incidiendo de un modo significativo
en el resultado de los debates.
El cierre del evento tuvo lugar en 1986, en la provincia de Córdoba. Alfonsín hizo mención
a las razones que motivaron la creación del Congreso. Entre ellas, enumeraba la
elaboración de medidas para contrarrestar la desigualdad y la segmentación educativa,
con el objetivo inmediato de remover "los resabios de autoritarismo y la maraña
reglamentaria y formalista", al mismo tiempo que buscaban dar respuesta a "la
desactualización metodológica y de contenido" que afectaba al sistema educativo. El
Congreso no sólo pretendía implementar una reforma, más bien, parecía perseguir un
propósito fundacional.
El debate rápidamente se polarizó. Las posiciones mantenidas durante las sesiones del
Congreso reeditaron el antagonismo entre sectores de la ciudadanía que se manifestaban
a favor de una educación democrática, que reivindicaba el rol activo del Estado, y sectores
que, por el contrario, cuestionaban los principios de laicidad y promovían la subsidiariedad
estatal.
El debate Estado-Iglesia volvieron a ocupar el centro de la escena "relegando el
tratamiento de la deuda social que, desde décadas anteriores, el sistema educativo había
contraído con los sectores populares".
Desde 1985, la CTERA llevó adelante planes de lucha que incluían la realización de paros
nacionales por 24 y 48 horas. Adriana Migliavacca señala que el sindicato docente le
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cuestionaba al Gobierno "la ausencia de una mirada nacional sobre la profundización de la
brecha social y educativa, que afectaba particularmente a las jurisdicciones más pobres".
Los reclamos efectuados por la Central docente buscaban unificar las condiciones laborales
en el nivel nacional, establecer un nomenclador salarial único, convocar a paritarias
tomando como marco de referencia los derechos laborales establecidos en el Estatuto del
Docente y asignar partidas extraordinarias del presupuesto nacional para ayudar a las
provincias a financiar el aumento salarial.
A partir de 1988, se agudizaron los problemas vinculados con la situación laboral. El salario
real de los docentes que recién se iniciaban había decrecido aproximadamente en un 20%
respecto de un salario semejante en 1976. El 14 de marzo comenzó un paro docente por
tiempo indeterminado que se extendió a lo largo de 43 días. La modalidad que adoptó la
lucha fue la de las movilizaciones en colectivos y plazas para compartir con el resto de la
ciudadanía las razones del paro. A lo largo de seis días, innumerables grupos de maestros y
maestras recorrieron el país para confluir en un acto multitudinario en la Capital Federal.
La movilización fue conocida como la Marcha Blanca.
Entre 1987 y 1989, una serie de acontecimientos políticos aceleraron los tiempos
electorales: el fracaso del plan económico del gobierno nacional frente a un proceso
inflacionario incontenible, la presión de los sectores militares que desembocó en las leyes
de Obediencia Debida y Punto Final y la revuelta que terminó con el saqueo a comercios
del Gran Rosario el 25 de mayo de 1989, repitiéndose en Córdoba, Tucumán y Buenos
Aires, empujaron al gobierno de Alfonsín a convocar a elecciones nacionales de manera
anticipada. Pero lo que se estaba por precipitar no sólo era un cambio de gobierno, sino el
de toda una época.
LOS NOVENTA:
El adelanto de las elecciones nacionales y la salida anticipada de Raúl Alfonsín del gobierno
se produjeron en un contexto de fuerte desestabilización económica y pujas por el poder.
Con el triunfo del candidato del Partido Justicialista Carlos Saúl Menem (1989-1999), se
inauguró un nuevo ciclo histórico en la Argentina.
La privatización de los principales servicios públicos (energía, agua, comunicaciones y
transporte) fue una de las principales facetas del achicamiento del Estado.
El discurso pedagógico desplegado durante el menemismo se apoyó sobre un paradigma
de origen económico.
Para los neoliberales, el Estado debía reducir su papel al mínimo indispensable para poder
garantizar la supervivencia de la sociedad y la libertad de los individuos. El Estado sólo
debía encargarse de lo que el mercado no podía hacer por sí mismo; esto es, determinar,
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arbitrar y proveer las bases para ejecutar las reglas del libre intercambio de bienes y
servicios. Finalmente, el Estado debía intervenir en caso de conflicto social o allí donde el
mercado no fuese un instrumento pertinente: la administración de justicia, la defensa del
país o la confección de leyes.
Pero lo que surgió como una alternativa a la crisis del Estado de bienestar, podemos decir
que el discurso neoliberal dio pie a un "nuevo imperio mundial, dirigido y administrado por
el capital Y el comercio globales", que le declaró la guerra a cualquier forma de
participación democrática Y se encargó de lanzar '"ataques preventivos' diarios contra
cualquier 'pensamiento de contrato social' que esté emergiendo en el mundo poscolonial".
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"baja calidad" se mide determinando si, a través de los aprendizajes escolares que
realizaban los niños, se alcanzaba -o no- a dominar aquello que se les había enseñado.
Se trató, entonces, de compensar la balanza. La equidad es, en este sentido, una estrategia
compensatoria y no un instrumento de justicia social.
La equidad se combinaba con otros dos criterios: la eficacia y la eficiencia. La eficacia es la
capacidad de lograr el efecto que se desea, mientras que la eficiencia representa el modo
de hacerlo al menor costo posible. La presencia de determinados insumos incide en el
aprendizaje de un modo más eficiente que otro. Para la escuela primaria, los principales
recursos a considerar eran nueve: la incorporación de bibliotecas, el tiempo de instrucción,
las tareas en casa, los libros de texto, el conocimiento del profesor, la experiencia del
profesor, la presencia de laboratorios, el salario del profesor y el tamaño de la clase. El
Banco Mundial aconsejaba invertir en los primeros tres por su impacto en la calidad de la
educación, al tiempo que desaconsejaba invertir en los restantes, o bien, proponía que el
Estado compartiera los costos con las familias y las comunidades.
Con las estrategias de descentralización se articuló la noción de autonomía. A través de las
acciones destinadas a otorgar mayor autonomía institucional para la toma de decisiones,
se pretendía delegar en las instituciones educativas un conjunto de responsabilidades que
históricamente habían estado ligadas a otras instancias del sistema. Recordemos que la
descentralización se presentó como una medida política capaz de superar las ineficiencias
internas del sistema producidas por la burocracia estatal. En un contexto de ajuste
económico y de reducción del gasto público, esa autonomía institucional derivó en la
búsqueda desesperada de recursos para el sostenimiento de cada propuesta pedagógica,
promoviendo la competencia entre instituciones.
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Durante los procesos de reforma educativa en distintos países (y la Argentina no fue una
excepción) surgieron obstáculos imprevistos o que habían sido minimizados y que
generaron dificultades en la implementación de sus objetivos. En otras palabras: una
reforma es mucho más que la sanción de una ley. Por lo tanto, es importante distinguir
entre las iniciativas legislativas y las iniciativas de políticas públicas que atravesaron el
proceso de sanción y puesta en marcha de la Ley Federal, así como la forma en que esa ley
y las medidas políticas que la acompañaron fueron recibidas por la sociedad en su
conjunto y por la comunidad educativa, particularmente.
Los ministros de educación que llevaron adelante el proceso de reforma fueron cuatro:
Antonio Salonia, Jorge Rodríguez, Susana Decibe y Manuel García Solá. Ellos dirigieron los
procesos de sanción de las tres leyes de educación del período menemista: la Ley 24.049
de Transferencia de los Servicios Educativos de la Nación a las provincias (1992), que
completó el proceso iniciado por la última dictadura militar en 1978; la Ley 24.195 Federal
de Educación (1993), que modificó la estructura del sistema y las competencias de la
Nación y las provincias en el manejo de la educación y la Ley 24.521 de Educación Superior
(1995), que reorganizó el nivel terciario, afectando de un modo especial al nivel
universitario.
Podemos identificar al menos dos momentos (o ciclos) de su implementación.
El primer ciclo de reformas se orientó a la reestructuración de los sistemas educativos. El
Informe sobre el Desarrollo Mundial 2000/2001: lucha contra la pobreza, elaborado por el
Banco Mundial, estableció este objetivo con suma precisión: descentralizar los sistemas
educativos nacionales con el propósito de reducir el gasto público. Este proceso se dio con
un notable grado de simultaneidad en varios países de América Latina, pero Chile y la
Argentina fueron los pioneros en la transferencia de sus servicios educativos. El país
trasandino concluyó la transferencia de los establecimientos de educación primarios y sus
liceos entre 1980 y 1986, mientras que la Argentina hizo lo propio con las escuelas
primarias en 1978; Colombia culminó el proceso de descentralización iniciado en 1968 con
la reforma constitucional de 1991. Perú y México descentralizaron sus sistemas educativos
en 1992, transfiriendo sus escuelas primarias a los municipios; la Argentina completó el
traspaso a las jurisdicciones provinciales de las instituciones educativas de nivel medio y
superior no universitario entre 1991 y 1994.
El segundo ciclo de reformas fue precedido por una evaluación orientada a medir el éxito
de las reformas estructurales. El lanzamiento de un segundo ciclo de reformas constituyó
una reacción ante lo que se evaluó como un relativo "fracaso" de los ajustes estructurales
efectuados durante el primer ciclo. Esta reforma invirtió la estrategia: las acciones ahora se
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concentraron en el aula, con el propósito de introducir cambios en las actitudes y los
comportamientos, depositando un fuerte acento en las prácticas escolares.
La sanción de la Ley Federal de Educación se produjo en el marco del primer ciclo de
reformas. Su tratamiento se efectuó ajustándose a los plazos técnicos y políticos, sin
considerar los tiempos pedagógicos y de espaldas a los sindicatos docentes y la comunidad
educativa, que no fueron convocados a participar del debate. La Ley Federal de Educación
fue el resultado de un acuerdo de cúpulas, que contó con el apoyo de los principales
partidos políticos. Se trató de la primera ley orgánica de educación de la Argentina: reguló
la estructura académica del sistema educativo desde el nivel inicial hasta el universitario;
extendió la obligatoriedad escolar a 10 años e introdujo una nueva estructura académica:
instituyó el nivel inicial de un modo similar al anterior pero haciendo obligatoria la sala de
cinco años; transformó el nivel primario en Educación General Básica (EGB) de nueve años
obligatorios (incorporando dos años que antes formaban parte de la secundaria) y
reemplazó la escuela media por el poli modal, de tres años, no obligatorios y con
diferentes modalidades (economía y gestión de las organizaciones, producción de bienes y
servicios, comunicación, artes y diseño, entre otras).
Su implementación fue muy conflictiva: en la provincia de Buenos Aires debió primarizarse
el tercer ciclo en instituciones que no contaban con la suficiente cantidad de aulas para tal
adecuación; en la provincia de Córdoba, por el contrario, debió secundarizarse el tercer
ciclo; en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en la provincia de Neuquén, la ley nunca
llegó a aplicarse por la resistencia de diferentes sectores de la sociedad. Esto trajo
aparejadas complicaciones para la administración del sistema -e incluso para el propio
desplazamiento de una provincia a otra de los alumnos y estudiantes (que en algunos
casos debían rendir numerosas equivalencias)ligadas al alto nivel de diversificación de su
estructura académica y su propuesta curricular.
El proceso de sanción de la Ley presentó en primer lugar, que la reforma se efectuó
desconociendo el estado de situación socioeducativa nacional, caracterizado por la
segmentación del sistema educativo en dos circuitos escolares fuertemente diferenciados.
En segundo lugar, la Ley favoreció al sector privado, por un lado, estableció el carácter
público de la educación, que sólo se diferenciaba según el tipo de gestión (estatal o
privada); y por otro, reconoció a la Iglesia como agente natural de la educación,
otorgándole el lugar por el cual aquella había bregado a lo largo de un siglo. Finalmente, la
Ley sólo garantizó de modo explícito la gratuidad de la educación primaria y secundaria,
excluyendo la universitaria y dejando abierta la posibilidad de que tuviera que generar sus
propios ingresos para poder sostenerse.
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La principalidad estatal en materia educativa implicaba que era el Estado quien debía
garantizar el derecho a la educación, derecho que implicaba su intervención indeclinable e
insoslayable para sostener y promover instituciones de enseñanza pública en todos los
niveles y de orientar la programación general del desarrollo de los sistemas educativos.
Por el contrario, el principio de subsidiariedad estatal, que tuvo como principal impulsor a
la Iglesia, afirmaba que era el Estado quien debía auxiliar financieramente al sector
privado, en tanto y en cuanto la familia y la Iglesia son los agentes naturales de la
educación. El alcance del principio de subsidiariedad se extiende también hacia la
autorización para elaborar programas propios, realizar la selección autónoma de sus
docentes y poder otorgar títulos con validez legal. La Ley Federal de Educación fue, en ese
sentido, consecuente con los grandes cambios político-estructurales de su época. En
definitiva: la direccionalidad asumida a favor de las posiciones del sector privado,
principalmente de la Iglesia Católica, constituyó una de sus características más salientes.
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provinciales, investigadores y académicos, así como representantes de las instituciones de
la sociedad civil.
La formación docente fue otro punto afectado por la reforma educativa. El antecedente
más importante de una respuesta a este problema había sido la creación del Instituto
Nacional de Perfeccionamiento y Actualización Docente en 1987. El Instituto tenía
subsedes en todo el país, ofrecía cursos a distancia y presenciales, orientados a los
docentes de sus respectivas dependencias, pero fue discontinuado en 1992.
La Ley Federal reconoció este problema estableciendo en el artículo 53 que el Ministerio
de Educación tendría entre sus funciones la de "promover y organizar conjuntamente con
el Consejo Federal de Cultura y Educación, una red de formación, perfeccionamiento y
actualización del personal docente y no docente del sistema educativo nacional". La
creación de la Red Federal de Formación Docente Continua constituyó un dispositivo a
través del cual el Ministerio, junto con el Consejo Federal de Cultura y Educación persiguió
la "jerarquización de la profesión docente" y el "mejoramiento de la calidad del sistema
educativo" a través de una política para el área que se proponía ordenarla, integrarla,
jerarquizarla y otorgarle financiamiento.
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conceptos de calidad, eficacia y eficiencia, la segunda, en cambio, realzó otros conceptos,
pasando de la noción de justicia distributiva como criterio para la distribución de los
fondos públicos, a la noción de justicia social.
EDUCACIÓN Y FUTURO
Podemos advertir que estamos viviendo un momento político en pleno desarrollo, cuyas
transformaciones son tan grandes como incierto su desenlace.
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