Buque de Arte
Buque de Arte
Buque de Arte
BUQUE DE ARTE
Poesía reunida 1975-2005
—2—
Buque de arte. Poesía reunida 1975-2005 incluye la
totalidad de mis poemas recogidos en seis libros
publicados hasta 2005, desde Noche de agua, 1986 (con
prólogo de Iván Carrasco y que contiene poemas
escritos entre 1975 y 1985), hasta Cauquil, publicado
precisamente en 2005. Cauquil, a su vez, incluyó varios
poemas que ya se habían hecho públicos con
anterioridad a 2005, poemas que forman parte de Noche
de agua, de El sol y los acorralados danzantes y de Respirar
en el desfiladero. De estos tres últimos libros
mencionados incluyo, en el presente volumen, sólo
aquellos textos que no aparecen en Cauquil.
Se autoriza a citar y/o reproducir todo o parte de
este conjunto de poemas en cualquier medio, siempre
que se indique la fuente y se mencione al autor.
S. M. T.
—3—
CAUQUIL
—4—
Cauquil:
Fosforescencia de color verde-azulado intenso que se produce al caminar
sobre la playa barrosa durante las noches estrelladas. Se trata de un
anélido fosforescente: nortiluca.
—5—
Dedico este libro a todos los habitantes de Chiloé, a los de antes, a los de
ahora, a los que vendrán, y a todos los que son habitados por Chiloé.
in memoriam.
—6—
Debo llevar mi casa y mi tierra
de infancia
en lo más íntimo de mis venas,
debo ocultar en lejanías indescifrables
mi espacio de lluvias surcado
de barcos y relámpagos.
Mi espacio fiel, mi guardián
que mantiene a raya los infiernos,
protegiéndome de los falsos orgullos
y de la soberbia
de los que se sienten agraciados y felices.
—7—
PALABRAS LIMINARES
(Tentén-Vilú, Caicai-Vilú)
La divinidad no se está tranquila, sino que sus potencias obran sin tregua
y luchan amorosamente, se mueven y combaten, como sucede con dos
criaturas que juegan amándose una a otra y se abrazan y se estrechan; a
veces una es vencida, a veces la otra, pero el vencedor se detiene en seguida
y deja que la otra vuelva a su juego.
Jakob Boehme1
—9—
vigilantes y vigilándose, siempre dispuestas a destruirse
mutuamente porque saben que esa disposición feroz que las
tensa y oprime es el precio que pagan para escapar de la
nada. Los humanos pertenecen, pues, a los elementos,
aunque, en sus fantasías, aquejados de un incomprensible
orgullo, piensen que podrán dominar los vientos, detener las
edades, cabalgar en el lomo de los mares como éstos si fuesen
mansos y dóciles caballos.
—10—
LA QUEBRAZON DE LOS BARRANCOS
Harry Martinson
—11—
La quebrazón y el ojo que lagrimea hacia adentro
—12—
A la mañana siguiente el mar y la tierra dormían su
borrachera. Pero ya habían desaparecido los bancos de
mariscos y unos días después las playa estaban llenas de peces
muertos. Y cuentan que el olor de los peces podridos
inundaba todas las islas. Y los campesinos bajaban con sus
carretas a la playa a buscar peces muertos para hacer abono
con ellos y tener buenas siembras. Entonces no hubo agua
porque los ríos sólo corrían debajo de la tierra; y no llovió
tampoco porque el cielo estaba seco igual que un cuero
estaqueado muchos días al sol. Y la gente tenía que cavar en
el barro para sacar una jarrita de agua sucia y maloliente.
—13—
Remen, remen, boteros, contra el viento
En medio de la niebla
oímos
el murmurar de las playas, ahora empobrecidas,
saqueadas, cerradas con alambres de púas
por transnacionales.
En medio de la niebla
oímos
la quebrazón del aire que reclama a gritos
nuevos puntos cardinales.
—14—
Sorda la sien del que aquí respiró
—15—
La mujer que hablaba con el aire
—16—
Sólo un par de pájaros volaron desde los arbustos más
cercanos y se pararon un poco más lejos a cantar la misma
canción de plata.
—17—
Manantial para quien se fue volando
—18—
elevábase una columna de humo
azulado
que el viento extendía sobre los campos.
—19—
Este viejo arado de hierro abandonado
Si uno se detiene
y escucha atento
el rumor de la maleza, de la hierba
y de los arbustos agitados por el viento,
oye a lo lejos los gritos de los campesinos
azuzando los bueyes
y sus risas y el rumor del arado
rompiendo la tierra
y la algarabía de los tiuques
disputándose los gusanos de los surcos.
—20—
Guerra de las serpientes del agua y de la tierra
—21—
Huenteo levanta su brazo izquierdo
en mitad de la Vía Láctea
—22—
Los pescadores olvidados
—23—
Aparición
El barco negro parecía que volaba sobre las olas. “Es el fulgor
del ojo que no puede ver a nadie”, pensamos. De pie en la
borda, un marinero sin rostro nos gritó con un megáfono:
“¿Es aquí donde queda la isla de los hambrientos?”“Sí”,
contestamos con la boca llena de arena; porque teníamos sólo
arena para echarnos a la boca. “Es el espejo que nos devuelve
la imagen de un sueño”: eso pensamos con el cerebro
hirviendo de hambre, hirviendo de desvelos sin comienzo ni
fin. Entonces nuestros hijos ya se habían vuelto invisibles y
nuestros animales eran de aire. “¿Qué es el sol en el cielo?”,
preguntaron los huesos que reclamaban su agua. “Eres el
marinero errante que engendró la primera ave que vive en
nuestro corazón”; así le dijimos al marinero sin rostro. Y
pensamos en lo que significa dar cuerda al brazo para indicar
el camino correcto. Le dijimos: “Lleva noticias nuestras a
donde vayas”. No sabemos si escuchó, no sabemos si
hablamos bajo la luna irreal, en la playa irreal.
—24—
A medianoche se deshace
el hechizo
He aquí
el conjuro:
que se vuelva hombre el hombre
que tiene apariencia de cerdo o de caballo;
que se vuelva mujer la mujer
que tiene apariencia de lechuza.
Queda la mano
vacía.
Y todo el silencio
de las sombras
empieza a lagrimear.
—25—
Los primeros pájaros de la mañana
Los primeros
pájaros de la mañana
elaboran las constelaciones
con sus cantos.
Las palabras
están sumergidas en el sueño; pero
ya palpitan
bajo los ojos dormidos.
—26—
Los boteros dormidos
están rodeados de pájaros danzantes
La danza es conjuro
que rejuvenece
los botes.
Y los boteros
van penetrando dentro
de la roca
que canta.
—27—
Tejendera envuelta en nubes
—28—
Mujeres desmenuzando el sol
—29—
Buscador de nalcas confundido con los helechos
—30—
Estoy aquí mirando el horizonte
—31—
Todo lo que es de esta isla
—32—
Zumbido en el viento de los acorralados
—33—
Madre e hijo solos bajo las alas de la tarde
Queda
el humo
y nada más
que el humo
que no queda.
—34—
MITO-HISTORIA
Vals chilote de
“Los Remeros de Compu”
—35—
En esta casa, mientras afuera llueve y es de noche, todos los
moradores duermen. No hay luna en el cielo, y el ruido sordo
de los árboles movidos por el viento se confunde con el
sonido de la lluvia que picotea incansable el techo. Todos
duermen. Los muertos, mojados y taciturnos, duermen
también en sus camas que ya no existen. De cuando en
cuando, ladra un perro o se oye algún pájaro nocturno cantar
en los manzanos. Cuando amanezca, quizás ya no podamos
recordar; lo hayamos olvidado todo en algún remoto rincón
de nuestros sueños. Cuando amanezca, quizás podamos
hacerlo todo de nuevo, diferente y mejor.
—36—
Alonso de Ercilla en el desaguadero
—37—
perdí los pies en el agua.
—38—
Estoy sentado en la cumbre de un cerrito, de los que la gente
llama “altos”(aquí en la isla), desde donde se tiene un
panorama impresionante: el mar azul, de un azul desteñido,
quieto como una muchedumbre postrada ante un altar; la
costa de la isla cercana casi encima, sus casas nítidas, sus
árboles, sus murras. Y hasta se puede ver, aguzando la vista,
la gente que trabaja en la siembra de papas. A la izquierda y
lejano, el pueblo de Curaco de Vélez. Se ven las casas de una
blancura apagada, aunque son de diversos colores, y, al
centro, una iglesia por donde pasan los muertos y los vivos en
un camino desconocido. El viento marino que me enfría el
rostro es la vida. Y esta rama de radal o de maqui, y este sol
achacoso, y estas calles como ríos secos, y esta gente como
sangre, y este dolorazo de caballo que se sienta tras una mesa
porque sí, porque le dio la gana. Esto es también la vida.
—39—
Anda al pueblo, hermano
—40—
Palafito
—41—
Me abruma el silencio. Y el silencio estalla en una visión: veo
a mi madre de pie junto a la mesa; como venida de la
eternidad corta el pan y reparte su alma en cada plato que
sirve. Veo la lluvia mojando los cristales. Se inunda mi mente:
mi mente es una laguna, es un río, es un mar. Por ella
navegan negros veleros de blancas velas y marineros que
desde la trinquetilla de su lancha otean el horizonte. Mi
mente tiene murmullos marinos, conversaciones de trieles en
la noche, ladridos de perros eternos y hojas de ya muchos
otoños acumulados en el pecho.
—42—
Tiempo
—43—
Atardecer en Changüitad
—44—
De lo efímero
Y viene el río
que corrió entre los dedos guerreando
desde un ojo del tiempo
a los dornajos, donde hemos molido
a palos la nuestra mía juventud
hasta que todo es líquido
y se evapora
sobre ruedas que no ruedan.
—45—
Cuando llegó el día de ir al molino —ese viejo molino de
piedra que funciona a agua—, en casa nos levantamos muy
temprano; aún era de noche. Fuimos al establo alumbrados
por una linterna y sacamos la yunta que dormía sobre el
estiércol. La enyugamos y, con la carreta llena de trigo en la
noche, partimos a Curaco de Vélez. Sobre la playa negra los
cauquiles iluminaban nuestros pies, y éramos como sombra
de sueño a orillas del mar, y el sol comenzaba a pintar de
colores el paisaje.
—46—
Cauquil
Cauquil, Cauquil.
El mar aúlla en la noche como un lobo hambriento:
Cauquil, Cauquil.
Y hay sombras en mi carreta que se aleja
del mundo
rechinando sobre una playa negra
que amanece corcheteada a un ayer sin terminar.
Y aúlla el mar
y Dios sopla y sopla sobre Cauquil hasta que desordena los
años
y se desinfla su cabeza de tanto soplar:
pero Cauquil permanece invariable
como una espada prohibida en medio de un millón de
kilociclos por segundo.
En junio,
cuando el invierno es una boca a medio abrir,
Cauquil sube sube
con una lágrima en su motor
a rayar el cielo con un arco iris.
Pero Cauquil tiene una araña en el fondo de sus ojos,
y yo no tengo tiempo de mirar la hora
y me alejo del mundo
en mi carreta
y Cauquil se va quedando atrás, muy atrás,
y me alejo y me alejo,
porque mi corazón lo tengo anclado
en la tumba de mi retrato.
Y el mar aúlla en la noche
como si fuera un lobo prisionero en el tiempo.
—47—
Carreta junto al mar
—48—
Partida
—49—
Corro por los rastrojos a toda carrera, salto los cercos, trepo
en los avellanos, las ramas me chicotean el rostro cuando
paso veloz por el angosto sendero en medio de una ramazón
de radales. Soy todavía un niño y mi corazón galopa sobre un
caballo de palo. Ando descalzo; sangro del pie derecho
porque he pisado un vidrio. Ahora camino. Una huella de
sangre queda por donde paso. Soy ya un hombre: el niño que
fui se cansó de correr por los campos. No tiene cama, pero
duerme en el viento. Soy ya un hombre y la hora de emigrar
ha llegado.
—50—
Corría y corría
—51—
La barca
—52—
El mar
—53—
por sus cuerpos de barro y sol,
yacen en el fondo marino, entre algas, cangrejos,
durmiendo con una sonrisa pálida
que ilumina los huiros dorados de luz.
—55—
Mi hogar es una casa pobre sentada sobre cuatro piedras
grandes. Conversa con los animales domésticos mientras hila
en el patio bajo el tibio sol de enero. Mi hogar se cubre con
un pañolón negro hasta las rodillas y sus ojos están fijos en la
llama que arde en el fogón. Mi casa es una casa que tiene en
cada tabla, en cada viga, tijeral o soquete, fantasmas de
conversaciones nocturnas; muertos que conversan en la
cocina mientras dormimos; brujos que se convierten en
perros, en gallinas, en culebras. La noche es más oscura
cuando estamos tristes y los rumores más furiosos cuando la
eternidad arrecia sobre el techo de alerce.
—56—
Mis mayores
—57—
Ellos pagarán mi deuda de hombre a la redonda
con el efímero cambiante perfil de las hojas.
—58—
Muerte de un pariente
—59—
El destino de los míos
—60—
Siempre he pensado en viajes y siempre ando viajando. La
vida es un viaje: un viaje sobre el mar espumoso, sobre suelos
impávidos, por estas ciudades donde el sol es un helado
pintado en el cielo; un viaje por la sangre, al interior de las
cosas; un viaje poblado de monstruos horríficos en medio de
islas flotantes; un viaje cuyo destino hay que inventarlo
cotidianamente para ver siquiera una vez más las estrellas.
—61—
El alma vuelve y se va
—62—
La mujer-pájaro
—63—
Ánimas errantes
—64—
Vivimos como locos y hemos perdido el tiempo.
Gonzalo Rojas
Octavio Paz
—65—
Sueño con la nueva tierra
—66—
A veces pierdo las palabras como puede perderse una
moneda desde un bolsillo roto o un niño en medio de una
multitud o un turista en las calles de una ciudad desconocida.
El poema se evapora, se hace invisible. Hurgo entonces por
toda la casa buscando estas condenadas palabras. Las muy
traviesas se han escondido; pero ya aparecerán, siempre
aparecen.
—67—
Poemas enterrados
—68—
Florecimiento
—69—
La vida
—70—
sin forma ni rastro, sin apariencia alguna:
acaso sólo una palabra, sólo una idea pura
de hombre o mujer
en medio del tiempo indescriptible y aullando.
—71—
POSTALES POR DENTRO
Albert Camus
—72—
Ciertas noches
Ciertas noches
de crecientes vestiduras secas,
hay manos que no duermen
y que esperan, como un pájaro nocturno,
la llegada del silencio,
y esperan, como una puerta extrañamente abierta
y cerrada, un par de ojos dados vueltas
que no esperan nada.
Hay gotas de lluvias que no mojan
sino que perforan; tumultos de tiempos
mal medidos, con mochilas
llenas de pensamientos. Todo esto
se parece a un cuerpo de rostro humano
parado en los agujeros del cielo
impidiendo que lluevan estrellas.
Es un campesino que apura el
paso del domingo, y del lunes, y del martes...
y apura el paso de su vida, la cual,
como si fuera una tierra que no flota,
ni puede alargarse más,
y tiende a sentarse sobre
la transparente huella verde de su respiración;
y a repetir un eco que nadie escucha,
hasta caer con obstinación
en una inmensa mancha de tierra,
donde a veces crece el pasto.
Ciertas noches me dedico a meterme
en una bolsa nylon a pensar;
y ciertas noches las ovejas de mi padre
son ángeles, cuyos estómagos
trabajan con un ruido de lluvia sobre el alerce;
—73—
y son dientes que nadie cuida ni limpia,
sino la propia sangre del universo.
—74—
Canal de Chacao al anochecer
—75—
Feria artesanal de Dalcahue
—76—
Álamos de Changüitad
—77—
Navegación hacia la isla de Caguach
—78—
En tierra volvimos al oscuro sucesivo silencio
en marcha al asilo: fogón, pilchas, linterna,
en general un breve repaso por las cosas
para detenerse en el instante
en que se apresta el paisaje
a dar su primer grito de alegría y libertad.
—79—
Noticias de Chile
(escrito en Seattle)
—80—
consigo mismo. Digamos que estuve aquí alguna vez, pero no
le crean al tiempo ni a las palabras; hagamos como que todo
está bien, muy bien, y leamos, leamos hasta la más
insignificante brizna de hierba y entonces quizás sepamos que
hay un mierdal en todo esto y que la lejanía tiene también sus
ventajas, porque nunca he dejado de amarte, mi naranja, ni
aun en los peores momentos cuando por una ola de
equívocos he sido infinitamente feliz.
—81—
En el país de los pájaros que se fueron
—82—
Moribundo estuve también en más de una oportunidad;
pero nunca dejó de cantar el gallo y, con el sol, renacía a mis
conversaciones
con el aire, la hierba taciturna y las aves extraviadas de sus
nidos.
—83—
Dos estampas de madre tejiendo
1. Junto a la estufa
2. Junto a la ventana
—84—
y en la tibieza fresca de la cocina
va y viene la hebra con la que se hace el mundo.
—85—
Al ir a buscar papas a la bodega
—86—
Choapino en la feria de Dalcahue
—87—
El acordeón del mar
—88—
no cuando ya no quede lenguaje para hacer hablar a las cosas
de este mundo.
—89—
RETRATOS DE FAMILIA
—90—
Cumpleaños de mi hija Milena
(junio de 1992)
—91—
Mi hija Amaya me canta una canción de amor por
teléfono
(1992)
—92—
Casi cuento para Pablo Salvador
(recién llegado a estas playas)
(1992)
—93—
Retrato retocado del abuelo Félix
—94—
Retrato no retocado del abuelo Félix
—95—
Abuela Lavinia apareciendo en sueños
—96—
Mi hermana Alicia Margot fallecida
a los nueve meses de estar en este lado de la vida
—97—
Abuela Fidelia Ojeda de pie donde nace el arco iris
—98—
Tío Chato entrando en la realidad
—99—
Tío Olegario Mansilla llama a la puerta
—100—
a Praga, a Moscú, a Hanoi bajo las bombas de los B 52.
Sólo el río sigue en el mismo lugar.
Y el mirar tranquilo entre las islas inmóviles.
Y la terca verdad de la promesa en todo el arco del día.
—101—
Abuelo José Gracias Torres
—102—
Retrato imaginario
de Alicia Margot Mansilla Torres
—103—
MENSAJES DE ULTIMA HORA A CHANGÜITAD
Y CURACO DE VELEZ3
Isla, no te pierdas.
El tiempo es de todos,
y cada quien ha partido
ha danzado en tus horizontes.
No es la espera la que hace aquella
soledad,
sino la que perdura en nuestra memoria.
Lo que queda temblando en nuestras manos,
el tiempo,
cuando todos los pájaros han emigrado.
—105—
Todos junto al fuego, los primitivos del futuro
—106—
y, aunque buscamos, no hallaremos nunca
el camino de retorno a casa.
—107—
Paisaje a contraluz
—108—
con el mal de la avaricia
y con el triste fulgor de la decadencia que trae la edad”.
—109—
Legión de los diablos
—110—
Cuatro mensajes a Changüitad
Primer mensaje
Segundo mensaje
—111—
“pronombre primero/ del singular, indicativo”.4 Cito a J. G.
de B. en realidad como pretexto para saludar a mis padres
que jamás leerán este ejercicio mío en pronombre primero
del singular. Soy yo, les digo: aquí tienen a su hijo, ya en la
cuarta década de su vida, siempre listo para la tristeza que
emerge desde los zapatos, especialista en el arte de irrealizar.
Vean a su antiguo bebé: aquejado de inexplicables dolores en
su sombra, casi ya sin fuerzas para roer el duro hueso de los
días que se precipitan indiferentes y hermosos.
Tenía yo 11 meses de respirar cuando J. G. de B. trataba de
decir lo que comprendía de las cosas. Ahora me correspondió
a mí hacer lo mismo y no lo haré bien, desde luego, porque
no comprendo nada, salvo que hoy es 18 de junio de 2000
según calendario gregoriano que nos rige y no escribiré nada
que realmente importe a mis padres. En estos momentos
hace, además, un frío glacial que me destruye las palabras...
Siempre he opinado que la virtud estaba en conseguir lo que no se
alcanza, en vivir donde no se está, en estar más vivo después de muerto
que cuando se está vivo; en conseguir, en fin, algo imposible, absurdo, en
vencer, como a obstáculos, la propia realidad del mundo (Fernando
Pessoa).5
Tercer mensaje
Cuarto mensaje
—113—
puro, débil, tembloroso de la terrible inocencia de no
reconocer nada en nadie; que pongan un cartel de isla a isla:
AQUÍ LLAMAR AL BOTERO y que se vea desde muy lejos,
desde cualquier distancia, que hasta los ciegos lo vean cuando
llegue la hora de ver.
Se avisa también a los vecinos que la flaqueza se precipita
como un torrente sobre el dedo gordo del pie y el dedo gordo
de la mano. Ya sin poncho la tarde, destejido por la
necesidad insaciable de calor; sólo un chal pequeño, como de
guagua, en la espalda del árbol descuerado a uña. Que lo
sepan todos: porque la humareda empoza su linaje de
deslugares no vistos en los ojos del padre, ahora mudo,
sentado junto a la estufa que no está ni encendida ni apagada,
vagamente dormido en este mundo y en el otro.
Se avisa finalmente a su mujer que está brillando el día y que
no se olvide de los pollos, de los chanchos, del pobre Toby
que de viejo ha perdido el olfato. Una vez más el corazón
salió corriendo, derecho al agua que en el pozo es más que
milagro de vino, corriendo para llegar temprano, antes de las
12, a la fosa que no es fosa sino todo el silencio de la hierba
que crece en los pies fríos, olvidados de sus botas de goma,
libres al fin de la noche y del día interminables: todo el
silencio precipitándose en su propio abismo de silencio.
—114—
Pater mío
—115—
La lluvia borrara el pueblo
—116—
Sueña el animal humano
—117—
Hay un camino en Changüitad
—118—
en el que yazgo golpeado.
—119—
TIERRA A LA VISTA
(dos crónicas de viaje y dos llegadas)
Rolando Cárdenas
—120—
Escritura en el agua
—121—
Y mi barba es negra todavía, como las noches de junio en
Changüitad, y mis libros de pronto amarillos como el otoño
de los álamos. Y tú eres sola en el infinito espacio del pan y
del té en esas onces calientitas de mi tierra, especialmente
cuando llueve sobre todos los mundos y se inundan hasta los
relojes de los muertos.
Todo esto viene de leer el poema de mi hermano Carlos:
porque es la página escrita la que nos llama a descubrir los
secretos de la nada en el rostro de quienes estuvieron ahí
cuando arreciaba el terror; todos ellos perdidos en las
multitudes de silencio que copan hoy las ciudades vacías de la
memoria.
—122—
Escritura en la tierra
—123—
religión monoteísta no podrá, a pesar de toda su convicción
revolucionaria, admitir sino que hay un solo Dios, uno, único,
omnipotente. Y en eso siempre hay una insoportable semilla
de intolerancia. No tengo yo fe en el Dios de Cardenal, y no
me siento triste de no tenerla. Y tampoco he tenido ni tengo
fuerzas para creer que el comunismo aquél de la comunión
con Dios, con las cosas y con los humanos, y que Cardenal
sueña con todo su ser, ocurrirá alguna vez en este mundo
nuestro, demasiado voraz para dejar espacio al amor como
sistema. Pero aun así creo en el amor, y creo que la poesía es
un acto de amor y que la poesía es un reclamo, siempre
justificado, de comunismo. Confieso que para mí —hablo de
ése a quien llaman Sergio Mansilla Torres— no hay ningún
arte que llegue a tocar las más profundas fibras de mi ser
como lo hace la poesía, la buena poesía, sea exteriorista,
superrealista, política, erótica, religiosa, masculina, femenina,
antigua, moderna... Porque escribir buena poesía y leer
buena poesía es amar. Con Jacques Prèvert diré: “amo a los
que se aman”(como Bárbara con su novio mientras llovía
sobre Brest). Pero amar es también odiar: odiar lo que impide
que el amor levante sus catedrales sobre roca firme.
Sábado 31; volví a ver a Ernesto en casa de Rosabetty y Juan
en Ancud, Chiloé. Esta vez sin boina, con su cotona blanca
de algodón bajo una gruesa chaqueta verde que alguna vez le
regalaron en Mongolia cuando era Ministro de Cultura de su
país. “Leí un poema suyo por primera vez en 1975”. “¿Cuál
poema?”, me pregunta casi como en un susurro. “Oración
por Marilyn Monroe”, le digo. “Gracias”, me dice y se queda
en silencio. La casa se llena de tibiezas: los amigos, el vino, los
mariscos de las playas de Chiloé, la hospitalidad tremenda de
Rosabetty y Juan, allá abajo el río Pudeto, el puente, un poco
más lejos el mar taciturno que vemos desde las ventanas. La
poesía hace estos milagros de reunirnos mientras afuera
llueve y ladran lejos los perros de los vecinos. Hablamos,
hablamos: esclavos todos de la palabra, sabiendo que nuestros
—124—
versos, nuestros libros, son apenas huellas —pocas veces
nítidas, casi siempre borrosas, torpes— de estos cuerpos
celestes que somos y que llevamos en el tiempo que nos ha
sido dado. Quizás no resucitaremos como las cigarras del
poema de Cardenal (aunque también nosotros vivimos 17
años bajo la tierra); pero cantaremos, aunque sea como los
grillos, sin boca ni garganta, frotando las alas contra el
cuerpo, y si no nos quedan alas, frotando el cuerpo contra la
tierra, y si no nos queda cuerpo, frotando la lámpara
maravillosa de la nada contra todo lo que existe.
—125—
Diapasón en las ramas
—126—
Ítaca
—127—
De NOCHE DE AGUA
—128—
Hermosos cadáveres a la hora de la comida
(1980)
—129—
Los trajines de mi siglo
(1981)
—130—
Racconto: 1976-1980
(1982)
—131—
Muerte de Héctor
(1982)
—132—
El viajero de los días extraños
—133—
Acordaos de nosotros:
no tuvimos suerte o
estuvimos locos o
era necesario el final del nacimiento.
Acordaos de nosotros:
al borde de las ciénagas temblorosas, en un bosque oscuro,
en el camino que conduce a las olas que estallan
y que mueren y resucitan incesantes a los humanos pies.
(1982-1985)
—134—
Espejos
(1983)
—135—
Días de verano de 1983
(1983)
—136—
La ciudad
—137—
que nadie conoce
y habita bajo las estrellas.
(1984)
—138—
Un mundo que se deshace entre los dedos
(1984)
—139—
Toque de queda a las 6 p. m.
(1985)
—140—
Carta y ventana
(1985)
—141—
Día de camping
(1985)
—142—
Autobiografía
Y no fue el vuelo,
sino el viento en el espacio final
de las islas con rotonda. Eso fue Mansilla,
de campesino hijo, de agua hijo.
(1985)
—143—
Hay que leer los muros
(1986)
—144—
La noche es más corta cuando no se duerme
—145—
La noche cabecea sobre las mesas
y dispara su último cartucho antes de que el día
tome por asalto la realidad.
(1986)
—146—
Volver a decirlo todo
—147—
en las grandes claridades
que se pasean inquietas por el patio
y por el jardín,
y en dar por fin con el instante de la ante-palabra
que engendra el decir exacto
en el centro de las fastuosas evacuaciones
de obras muertas de nuestra época.
(1986)
—148—
Último día de clases
A O. M. B.6
(1986)
—150—
Que trata de lo que una casa es y no es
A F. M. Z.7
7 Félix Mansilla Zúñiga, abuelo paterno (nota del autor para esta edición).
—151—
Esta casa no es la que era,
o tal vez nosotros fuimos más intensos
y ahora hemos vagado por los años
para llegar a cualquier desconocida playa
cual náufragos feroces y abismales.
(1986)
—152—
Un hombre va por el mundo con su casa al hombro
—153—
Cuando se abran las puertas
o las ventanas, quiero
que el cielo se desborde como el agua
en una vasija muy llena
y que los astros
anden, al igual que niños traviesos,
arrojan la vajilla al piso
o tirándolo todo por cualquier parte.
(1986)
—154—
En esta primavera
Nicolás Guillén
—155—
En esta primavera no quiero estrellas muertas,
no quiero sienes amarradas con el cordón de la amargura.
Pueblo mío,
deja que el viento ondule tus trigales
hasta los confines de la tierra.
(1986)
—156—
Se nos ha muerto el pájaro Neruda elemental en
Santiago de Chile
Cuando se
nos une el camión de la mudanza
con el desayuno, o
cuando las miles de horas vividas
son un único instante estelar
para cerrar la puerta de calle
y marcharse disolviéndose en la lluvia,
haciéndose transparente en el viento;
entonces la eternidad también tiene su fin.
—157—
De EL SOL Y LOS ACORRALADOS
DANZANTES
—158—
UMBRAL
—159—
El pie quebrado que vio
tan callando Jorge Manrique
De Manrique me quedo
con su murmullo
de río
en pie quebrado. ¿Qué es
la eternidad
sino el muerto dando a la ventana?
Manrique, el testigo,
el poeta,
el enormísimo perdurador. ¿Y qué
se ficieron, en cambio,
los grandes soberbios del estado?
¿Qué fueron sino rocíos
de los prados?
—160—
Poetas con facha de caballos borrachos
—161—
Encuentro al interior de Rubén Darío
Harmonía
de Rubén para los claros clarines de Nicaragua
y América: la que habla español
y cree en Dios.
Y las hormigas
van con la noticia bajo la tierra
a contársela a Sandino,
aquel otro caballo liróforo de Las Segovias.
—162—
A Fray Luis de León en aqueste mar tempestuoso
Menos mal
—163—
que el fuego sigue
con el plectro.
Y seguirá.
—164—
Cuando Sandra y yo nos casamos en octubre de
1983 en Los Muermos
Para
Steven y Nancy White
—165—
Recado a Gabriela Mistral
en la materia alucinada de Chile
—166—
Cada uno te llevamos en un día de sol,
de marcha y de cigarras,
dormida, pesadillesca tu espina mortal,
y nos roe esto de que todavía
estamos como estábamos
cuando tu cabeza descansaba como un fruto
entre las manos de un indio en el campo de Mitla.
—167—
Monumento a la transfiguración de
Vicente Huidobro
—168—
de la memoria; polvo y nieve para la vida entera.
—169—
La cebolla es escarcha de tus días
A Miguel Hernández
que nació en Orihuela y murió en Alicante
No despiertes, Miguel,
niño de niñeces que empiezan
en la tierra y terminan
en el cielo:
te traeremos
la luna si es preciso,
—170—
pero no sepas nunca lo que pasa
ni lo que ocurre...
—171—
Poema para un granuja
A Serguei Esenin
—172—
Ignoras tal vez, querido Serguei,
que la luna
derrama sus remos por los lagos
como una barca de plata.
Aunque en realidad sabes mejor que nadie
que en este mundo
todos somos pasajeros,
efímeros
alientos después de la lluvia,
que lo único importante que se puede hacer
es mirar interminablemente
el bosque de abedules
y llegar a convertirse
en un abedul más del bosque
para completar el paisaje final.
—173—
César Vallejo, aparta de mí este cáliz
—174—
tu mirada
y si se analiza
ese aire hosco
que te acompañó siempre desde Santiago de Chuco.
Cara de cholo tienes, tus ojos no se distinguen
sobre el bastón,
pero tu cara es más hermosa
y tu cabeza más altiva
que la de Miss Mundo.
—175—
sólo que en París siempre los días eran jueves
para César Vallejo—
y aunque ni en Chile ni en mi América acholada
estamos en París,
también nosotros
nos morimos
con aguacero
y lo saben los días jueves, los huesos húmeros y los caminos...
—176—
El sostuvo una mano que cayó de repente
desde la altura hasta el final del tiempo
Neruda había muerto. Hacía frío y todavía flotaba en el aire una neblina
matinal cuando llegamos a su casa. El patio de entrada se veía
inundado. Las piezas de la primera planta también, por un agua oscura
que fluía de alguna parte. Al otro lado del patio, en un nivel más alto un
jardín húmedo, lleno de escombros; papeles libros quemados, vidrios,
muchos vidrios: crujían bajo la suela del zapato. Trozos de papel, escrito
en una caligrafía menuda e íntima y mordidos en los bordes por el fuego,
aparecían aquí y allá, desperdigados. La esposa de Neruda estaba
sentada junto al féretro, sola. Permanecía ahora inmóvil y sin llorar al
pie del ataúd, en un cuarto sembrado de escombros. La casa había sido
requisada y saqueada. Al ser desviadas las aguas de un canal, la planta
baja se había inundado. No había luz eléctrica. Las ventanas estaban
rotas. Rotas también las lámparas, rotas en añicos las cerámicas,
quemados los libros y desaparecidos los cuadros, una colección de
primitivos que Neruda había reunido a lo largo de su vida. Aquella
noche, la viuda habría de velar el cadáver en una casa a oscuras, en el
silencio de la ciudad petrificada por el toque de queda, y con el frío de la
cordillera colándose por los huesos de los ventanales destrozados.
(Apuleyo Mendoza)
Si hallas en un camino
a un niño
robando manzanas
y a un viejo sordo
con un acordeón,
recuerda que soy yo
el niño, las manzanas y el anciano.
No me hagas daño persiguiendo al niño,
—177—
no le pegues al viejo vagabundo,
no eches al río las manzanas.
(Pablo Neruda)
Te acompañaré
a la tumba de Margarita Naranjo,
muerta en la salitrera María Elena, Antofagasta.
Lejos, en un horizonte de libros,
locomotoras y nieve,
contra el coronel Urízar, contra Pisagua.
Escucharemos juntos
en medio de la masacre
el coro del amor en la noche ametrallada,
oiremos la sirena de alarma anunciando
el nacimiento de los frijoles.
—178—
En 1930 fue el disparo final
de Vladimir Maiakovsky contra el cielo
Camarada Maiakovsky:
Me gustan
tus poemas,
aunque debo confesar
que me cansa
un poco
tu estilo altisonante. Pero
así tenía que ser:
eran tiempos
heroicos,
tiempos
de trincheras.
Ese “Valdimir Ilich Lenin”es maravilloso
y esa “Orden número 1 a los ejércitos del arte”
y la “Orden número 2”
y “150.000.000” y “Verlaine y Cezanne”
y esa “Conversación con el Inspector Fiscal sobre
poesía”;
poemas grandes
como tu gran cabeza rapada.
Lamento que no pueda leerte en ruso.
Nací
en el otro extremo
del mundo hablando en español
28 años después de tu día fatal (¿fatal?),
y me tocó
vivir la juventud
en un tiempo bárbaro
de ignorancia y dictadura,
y además me tocó
—179—
un tiempo en que
los soviets se deshacen como la nieve
de los Urales en primavera.
Pero hay algo,
camarada Vladimir,
que no entiendo:
¿Por qué, por qué
ese disparo
en tu patria
socialista?
¿Quién te traicionó:
Dios, Stalin, el amor, la poesía, la revolución?
Me han dicho
que la principal estación
del tren metropolitano
de Moscú
lleva tu nombre
y que hay monumentos
a tu persona
por toda Rusia.
Si en verdad eso es así,
está bien, muy bien;
será tal vez
el justo reconocimiento
a un gran poeta.
—180—
¿Pero quién te reconoció
cuando te acorralaron
los de la “Asociación de escritores proletarios”?
Algo he sabido
de un tal Vladimir Yermílov,
un crítico o burócrata staliniano
de la cultura del Partido
que dijo
en el “Pravda”:
“La comedia El baño, de Maiakovsky, calumnia
a la clase obrera soviética”.
Entonces
¿dónde queda la revolución,
aquella por la que no dormías,
por la que hacías cine,
escribías avisos publicitarios,
por la que recitabas
tus poemas
a grito pelado
en las fábricas?
Camarada de la poesía
y de la vida:
perdónanos
a todos si ya no eres un poeta
sino un símbolo;
perdóname
a mí particularmente
por escribir
mirando
tu fotografía
cuando estás sentado
en una silla
con un sombrero en la mano izquierda
y un cigarrillo en la mano derecha.
—181—
Yo,
por derecho,
reclamo un hueco
en las filas
de los obreros y campesinos
más pobres.
Y si
ustedes se imaginan
que mi trabajo
consiste en utilizar
palabras ajenas,
aquí tienen,
camaradas,
mi estilográfica
y escriban
ustedes,
si quieren.
Así sea.
—182—
¿De qué ojo abierto
habrán salido estos soldados?
—183—
Cruce de caminos
Y se encontraron
en el mismísimo instante
en que se abrió el día.
—184—
Lancha con prisioneros
—185—
Cortáronle las manos al guerrero
—186—
Fila india hacia el exilio
—187—
El perseguido
Cuando me encuentren,
quisiera que éste sea el lugar donde
me acribillen:
no quedará nada y no podrán encontrarme
los jueces ni los periodistas.
—188—
El clandestino
Sé lo más
semejante al recuerdo de la nieve
y lo más lejano
del origen.
Ni sol ni noche.
Porque
el tiempo no es tiempo.
Porque
no aparecerás en ninguna historia
y sólo los muertos se acordarán de ti.
—189—
Los ojos callando
Se ve
una casa sobre un cerro, una
hermosa casa de madera con forma de barco velero
donde el futuro ya pasó
y el pasado
ocurrirá cuando resucite el muerto.
—190—
La solidaridad
—191—
Mariposas del día y de la noche
—192—
Semillamiento de Miguel Enríquez Espinoza
—193—
La isla de los desaparecidos
Aquí
están los huesos de todos nosotros
que enterraremos muy pronto
para que se hagan follaje y nubes.
Aquí
estamos para quedar amarrados
para siempre
—194—
al aire y a las tinieblas, porque
en cuanto sembremos
nuestros huesos
no veremos más el sol, aunque
seguirá la luz y seguirá el sol.
Bienaventurado sea
el viajero que no tenga que enterrar sus huesos
cuando desembarque en esta isla olvidada.
—195—
Desgarro con canto de gallos
—196—
Silabeo del aromo
—197—
Los nadie
—198—
¿Quién es el que habla en la niebla?
—199—
Exilios
—200—
Cuando maduren las arvejas
—201—
La palabra piedra
—202—
Un caballo limpia su fusil
Un caballo limpia
su fusil
en la cocina.
(Vallejo y Dios vieron esto).
El jinete
es un niño. Y el niño
hizo su nido arriba de los árboles.
Niño y caballo: son tan hermosos
que la policía secreta
sólo ve
aire y lluvia en el paisaje desolado e infinito.
—203—
Paisaje con un cuchillo en el centro
Quizás sea mejor que nunca se sepa dónde están, porque así
estarán siempre dentro de nosotros mismos.
—204—
Liberación por la lluvia, por el aire
Perdonen
al ciego que perdió el mar;
perdonen,
ustedes,
que de cárceles se mueren
nuestros pájaros queridos.
Sé entonces que
de flores silvestres
está construido el cielo.
—205—
Concierto nocturno para Chile
—206—
Fiesta por la liberación
—207—
El porvenir... sí, el porvenir8
8 Fernando Pessoa.
—208—
Murmullos y misterios
—209—
En una vieja casa de Valdivia
—210—
Nadie hay detrás de la última luz de la tarde
9 Luis Oyarzún.
—211—
La hora más difícil
—212—
Recogimiento10
—214—
Suéñome loco y volando
de un extremo a otro de la galaxia
—215—
Intervención del agua
El pie es ligero:
es luz desbocada,
es estallido de golondrinas sobre el río.
me abotoné entonces
en el fondo
y me dormí bajo el agua como un pez.
—216—
Hazme la sangre, mar
—217—
Pie de niño con destello
—218—
Allá lejos te veo venir
a Sandra
No vaya a suceder
que llegues
y esté todo solitario y triste,
todo cerrado, tapiado hasta las nubes,
y el amor, como un niño mendigo,
llore sin pan
y se duerma en la mampara
de cualquier casa
tiritando abrazado a su perro.
—219—
El sol y los acorralados danzantes
No cantes;
siempre queda
a tu lengua apegado
un canto: el que debió ser entregado.
(Gabriela Mistral)
(Robert Frost)
—221—
y no la cierres sino hasta cuando
llegue el último tren del siglo.
Adelante, que entre la mano izquierda,
que entre la mano derecha,
que entre la sombra enamorada
de su cuerpo.
Una mujer ha dormido bajo todos los puentes
y ha navegado los años entre islas que [desaparecen
después de la primera mirada;
una mujer cuya cabeza está rodeada de niebla
y de pájaros.
Adelante, pase usted a descansar
su mano herida
que sólo indica la dirección
donde nace el sol.
—222—
El súbito día hizo un trébol y una abeja.
El sueño,
una abeja
y un trébol.
Un trébol y una abeja
serán suficientes
sólo si hay un relámpago
en la carne viva.
El sueño que quiere abrir todos sus paracaídas
y caer
lentamente sobre el zumbido
y estallar
en la boca del hombre herido que abre los ojos.
—223—
El aire del niño,
el aire del joven,
el aire del viejo,
el aire del rico,
el aire del pobre.
El aire lleno de polvo, porque polvo somos y polvo seremos.
Vengan todos a respirar este remolino
que desordena y ensucia los cabellos de Dios.
Y el remolino dirá que el mejor motor del mundo
es el corazón del hombre.
Y el cuerpo es la flor vacía
que espera millones de besos para que resucite
y derrame en el viento su lluvia de sangre y agua.
Porque no podrá detenerse el latido
de todos los mendigos juntos durmiendo bajo el sol.
—224—
no lo regañes:
estuvo haciendo un río con peces,
estuvo haciendo un cielo con sol.
—225—
disparado a tontas y a locas contra la galaxia.
Allá voy, allá lejos donde los fusiles
son la sombra de un caballo blanco en medio de un trigal.
—226—
DE LA HUELLA SIN PIE
—227—
En mi América del Sur, allá lejos donde las montañas son altas y
solemnes;
hay un pequeño pueblo con la interminable lluvia que
atraviesa el tiempo;
allí, pequeña casa, olor a madera en todo el cuerpo,
pueblo donde los muchachos se emborrachan en bares sucios y mortecinos
en medio del escándalo de las hojas aventadas por los remolinos de la
memoria,
ahí viven los míos, mis más amados, esa gente, mi gente,
que con frecuencia me saluda y me abraza.
Seattle, 1990-1992
Et tout le rest
est silence —restroom— merde encore
Aquí está su silencio/ ya sin guitarra
—228—
DE ESTOS POLICIAS QUE NO CREEN EN LA REALIDAD
—229—
Los barcos entran en tus ojos
—230—
Terra incognita
—231—
Invierno en las siete esquinas del reloj
—232—
Se ríe uno bajo las cascadas de luces
—233—
Barbara
quelle connerie la guerre11
Necesidad de transfusiones,
de plasma aullante.
Y morir de placer
un sábado por la noche
haciendo el amor con Dios.
Suelto ya el tornillo.
—235—
En la boca
de la esfinge
Me duermo sobre
una calavera rosada
y en sueños escribo
sobre ceniza
mi oración.
Amaneceré aguzando
las llamas
de las más tremendas
flechas, porque
quiero detener
el río
de los arco iris solos.
¿Hay alguien
que todavía tenga
la garganta
llena de lágrimas?
Vean la inhumana
risa de
las alas;
bailen, bailen
con la luz de la viuda
loca
que se ríe.
—236—
El dolor de los calamares en su tinta
Tiempo de vestigios.
—237—
En los ojos del cordero
se ve la ceniza
Mírame,
tengo enmarañadas
las cuencas.
Mírame,
tengo un muerto
petrificado en el aire.
Mírame, mírame,
tengo mi trompeta
llena de agua.
Tú eres el tigre
que acumula hormigas.
—238—
Con el fuego
Encadenémonos,
a los vientos
antes de que el hongo
atómico
calcine nuestros gallos.
Sigamos el camino
que una nube amarró
a nuestra puerta
hasta el mar
estancado
en un sueño cada vez
más profundo.
—239—
Nocturno en invierno
—240—
Seattle en el siglo XXXIII
—241—
Apuntes sobre Pioneer Square
—242—
Esos agazapados tigres
—243—
Homeless jazz
—244—
Los perdedores que dicen no
y dicen no
a pesar de todo
Permanezcamos aquí
inmóviles
día tras día
año tras año
hasta
que ya nadie nos mire
y nadie nos vea
invisibles
en una ciudad
de cajas vacías
decorado
que engaña
y apaguémonos
lentamente
material
para historiadores
y sociólogos
—245—
que otros oigan
el cantar
del agua
y de la piedra)
huella seremos
en el aire
del aire
—246—
El monstruo carmesí
—247—
por el llanto de los astros muertos.
Nadie, nadie, nadie tiene realmente el corazón de nieve.
—248—
TODOS LOS POETAS ESTAN EN EL DESTIERRO
—249—
Todos los poetas están
en el destierro
—250—
No mires ahí dentro
—251—
Dos poetas chinos
TU FU
LI PO
—252—
de los cuidados del mundo. “Desenvaino mi espada y miro
alrededor, pero no sé qué hacer”. Salud por los poetas
enamorados de la muerte en estos tiempos cuando los amigos
se marchan en busca de nuevos países. Entrar a la casa de Li
Po es entrar un poco en la madera de los muebles, volatizarse
un tanto para completar el aroma de un vino fragante y
espumoso que cuesta diez mil monedas la jarra. La leyenda
cuenta de un poeta que quería sujetar el río como quien
sujeta un caballo con las riendas. “Sólo los grandes bebedores
han perpetuado sus nombres”, y así pasó diciendo adiós con
la mano. Esta noche desde lo alto de una escalinata de jade,
donde el vuelo tiene forma de caña de bambú, unos ojos
contemplan el río Gangtze que fluye hacia los confines
celestes.
—253—
Lucidez que duele
—254—
Sudor en la frente del trueno
Para
Elicura Chihuailaf y los suyos.
—255—
Con motivo de la publicación de El sol y los
acorralados danzantes
—256—
LA RAMA Y SU DIBUJANTE
—257—
Variación sobre un poema de
Yehuda Amichai12
—259—
La música de las esferas en tu pelo
—260—
Donde un ciego habla con las hojas
Tu sola espuma
a pie y barriga lentísima como las manos
dormidas bajo la arena.
—261—
De la rama y su dibujante
—262—
Otra lectura de la rama
y su dibujante
—263—
Escultura cuando ella y él
se hacen humo
—264—
Los orgasmos producen mariposas
—265—
Despertar
—266—
SIEMPRE ESTA LLOVIENDO EN LA MEMORIA
—267—
No hay río ni padres ni sombreros
en la cabeza de los dragones
—268—
“Kafka”, el perro
13 Juan Gelman.
—269—
Para el viento
—270—
En jueves
—271—
Lengua extranjera
—272—
sobre una extensión de arena que tiene sabor a quemadura
de espíritu.
—273—
Ocupación de las caras
—274—
Estás y no estás
—275—
SEATTLE:
CRONICAS DE ALGUNOS (DES)ENCUENTROS
—276—
Un cantor
en la University Way Avenue
—277—
perdiendo el tiempo/ hasta cuando, hasta cuando”, canta
Ron Martínez y después se ríe. Y entonces cantamos a coro:
“Quizás, quizás, quizás”.
—278—
Medir y pesar las diferencias
Y si usted se descuida
terminará por creer que este es el mundo
y que atrás de las últimas colinas sólo se agitan el
Caos, el Mar de los sargazos.
—279—
sobre la tierra suave, sin malezas de ninguna clase, pulida
como un mármol negro sobre el que caminan seres alados de
algodón.
—280—
En el camino
—281—
Lo más óseo
—282—
DEL REGRESO
—283—
Conocerte fue un artificio
de la eternidad
—284—
Big Time
—285—
Recorro la ciudad buscando
a mi enemigo
—286—
La irrealidad no es irreal
—287—
Fascinación del vacío
—288—
Como las vírgenes imprudentes
—289—
VANO EXCESO DE LA INTELIGENCIA
(Enero 1994)
—290—
Revisión de los lugares
Trato de pensar en ti
pero sólo recuerdo escenas de películas de amor
que tal vez nunca he visto.
Gente en silencio camina a la deriva
sobre el mar;
se pierden en ninguna parte al romper el día.
—292—
Sólo el futuro es claro
—293—
El trajín hace las veces de mundo
Ruidos intestinales
me sacan de mi letargo:
este maldito colon que no cesa de dolerme.
Por ahora
espero el sol escribiendo
en un sótano. Me han dicho que hoy
llovió; les creo, pero no tengo
interés en tanta parafernalia. Sigo
hacia el único punto de reunión que todavía
no puedo hallar: Cuando
encuentre un árbol, me sentaré a leer bajos sus ramas
un cuento de Jack London.
—294—
Martin Luther King Day
—295—
El mismo cantor en la University Way Avenue
—296—
La nave de los locos
—297—
Fábula con faraones
—298—
Dos imágenes de la hidra
—299—
Donde ya ocurrió la noche
(en el Pike Place Market, de Seattle)
—300—
Volviendo de Rocky Bay
(hacia el inicio del arco iris)
A Romilio Osses
A todos los exiliados del único país posible
(Marzo 1996)
—301—
WELCOME TO CHILE, EL POTRO DEL ESPANTO
—302—
Retorno a los follajes
—303—
para la tierra misma.
—304—
La superficie de las cosas
A Roberto Arroyo
—305—
Las increadas proporciones justas del amor
Queda la marca
en la nieve eterna que está
dentro de la nieve invisible de los veranos.
—306—
De RESPIRAR EN EL DESFILADERO
—307—
Los hechos ya se me han olvidado de tanto pensar en ellos. Sucedieron en
un país del sur hace tiempo; no conozco ya a sus protagonistas, no
recuerdo el año ni el lugar. Veo rostros que no puedo identificar, detalles
de cosas aisladas, caminos a los que les han quitado todas las señales.
Vagos restos de algo que quizás fue verdadero o quizás no lo fue. Si
ocurrió, si es que realmente ocurrió, se trata de algo para lo que ya no hay
nombre; algo como aire, como estela, como murmullo de espíritus en
ciertos lugares de dudosa existencia y todavía más dudosa reputación; algo
que sale de campanas y sigue, permanece y sigue en la espuma, en las
hojas a punto de caer pero que no saben que van a caer, en el tembloroso
llamar de la muerte cuando cierro los ojos.
—308—
Hirsuto borde de la lámpara
La irreductible, la incuestionada
intemperie
se presenta ante el hirsuto
borde de la lámpara.
Aprenderemos a ser
el rostro liso, mondo, del olvido,
delicia sin par de la nada.
—309—
Rosas para los ebrios
—310—
La noche sigue en la piedra
El lado invisible
de la mañana
sorprende a los muertos
lejos de sus lugares sagrados.
—311—
Amanecemos en otros países
oscuro sitio
no hecho para carne celeste,
—312—
Ráfagas llegan
La entraña no remonta
ni pía su polluelo
ante la inminente penumbra.
—313—
Cruce de caminos14
Detrás de la puerta
el mar con su reloj hiede.
Y la torre de palabras,
en un tren detenido en el corazón,
se llena de sangre
para alimentar las voces
de quienes parece que todavía
están aquí.
Detrás de la puerta,
sobre el pasto no comido por las ovejas,
el significado del mirar vuela
hacia el niño.
—315—
Reliquias de Sodoma
—317—
A mis niños
—318—
Las faltas y las sobras de los prodigios
—319—
Aniversario de bodas
—320—
Reflexión sobre la alcancía de mi hija
En el fondo de la tarde
guardamos el único billete que ha sobrevivido
a las tentaciones del espíritu.
—321—
Retorno de ella
—322—
Trizadura del aire
—323—
Ajmátova
De nosotros se dirá
que no fuimos capaces de pisar la tierra
ni caminar sobre las aguas
y el vuelo que nos fue dado,
fantasía de insomnes apenas.
Mas a Ajmátova, su
doliente claridad
—324—
sólo a ella pertenece.
—325—
Rechazaré todas las delikatessen
—326—
Caetano Veloso
—327—
Keats
(acerca de la melancolía y el otoño)
—328—
Sólo lo que brille de verdad será oído
Modelado el tono
por el aliento indescifrable del mundo,
los sones
anidarán sus cavidades
en el inquilino que se dispone
a la última y frágil ascua.
—329—
John Done cerca del amanecer, en estampa
para indoctos noctámbulos
—330—
Visita a Eliseo Diego después de que es ido
—331—
Deseo de incendiar la zalagarda de las olas
—332—
Niebla sobre el Rahue16
16 Río que atraviesa la ciudad de Osorno, Chile (nota del autor para esta
edición).
—333—
Vela de armas en el Dino’s
—334—
Mercado municipal
—335—
Donde pastan las ovejas
—336—
Los lugares de la desaparición
—337—
La polilla
No lo atribuyas a un casual
y solitario insecto.
Es un incontenible ejército.
—338—
Galgo persigue a liebre corredora
—339—
Cosa de maravilla y rencor
Rocío no cesa,
que al zapato moja tanto
como a la memoria.
En el silencio, el quejarse
de los perros tiene
sonido de humedad: madre, los años,
las hojas de toronjil,
un poco de tierra en la mirada.
—340—
Río de la destrucción perfecta
—341—
Conoces mi sangre
—342—
Alguien ha dibujado el silencio
sobre las cosas.
—343—
ÓYEME COMO QUIEN OYE LLOVER
—344—
A MODO DE ACLARACIÓN INICIAL
—345—
Osorno, Chile, enero de 2004
—346—
Elegía17
—348—
las lágrimas que corrían de sus ojos: demasiado orgulloso
para llorar.
—349—
Hoy no llueve
(escrito en invierno)
—350—
el sonido tibio de los cuerpos
que no amamos.
—351—
Advertencia para visitantes
—352—
Casa de dos plantas en Santiago de Chile
—353—
Nocturno
—354—
Principio de incertidumbre
—355—
Imposibilidad de ser otro
—356—
Sentencia ejecutoriada
—357—
En la noche del cuerpo
—358—
Secreto de los helechos
—359—
La casa de siempre
—360—
Dibujo del gato
—361—
Sister of Mercy
(con voz de Leonard Cohen)
—362—
La enfermedad no olvida cobrar su factura
en el momento menos apropiado
—363—
Paisajes acústicos tras el silencio
—364—
Los bosques de la lluvia
—365—
Escrito al otro lado del agua
—366—
Desayuno en solitario
—367—
Irrigados por el vacío
—368—
Descubrimiento de lo que somos
—369—
Brindando con las sombras
—370—
Te convoco, perro, porque he amado tu sombra
para no morir
—371—
El tiempo es una humedad que no se seca nunca
—372—
Óyeme como quien oye llover
—373—
Lejos de casa
Qué va a ser de ti
lejos de casa
—374—
Desapariciones
—375—
El peor consumidor de la patria
—376—
Anchura de pan
—377—
Habito un susurro
(Lezama Lima)
—378—
La fiesta de los perros
—379—
Fisonomía de la escalera
—380—
Pequeño informe sobre la ceguera
—381—
He andado muchos caminos
(casi todos equivocados)
18 Canción mexicana de José Alfredo Jiménez (nota del autor para esta
edición).
—382—
Noche serena
No es deleitosa la noche
ni hay suave ventalle entre azucenas.
Noche al revés, llena de elefantes de agua
que no saben imantar el oro,
ni poner joya en la suprema esencia de la sangre.
—383—
para crear falsa paz, redención de mentira;
—384—
Yacen los amantes sobre la hierba
—385—
RETRATOS CON NUBES
Éstas son aquéllas que cruzaron por detrás de las chicherías, donde el
niño vio nacer a un alacrán, entre barricas espumantes.
Éstas, las que enmohecieron la campana, cuyo bronce relucía al
atardecer, a la cuadra de chocerío inerte.
Y éstas, las pequeñas solitarias que, de súbito, desaparecen, son para
reflejar la espalda de todo aquél que las contemple.
Oh, querida visión de los días luminosos. Oculta en tu vaho toda
voluntad de crónica. Une el final a su principio. Que todo sea proceso,
tránsito, karma instantáneo.
Oh, vagones cargados de nostalgia.
¡Salve el pájaro que las contiene y el huevo que les sirvió de hogar!
¡Salve el viento que las trae, las lleva y las endilga, de nuevo, a esta
pupila, remotamente!
Clemente Riedemann
(“Las nubes de Magritte”, fragmento)
—386—
¿Te acuerdas de los chubascos?
—387—
y que se alejan por una carretera construida en el aire.
Ahí donde me perderé, y te amaré aún más
escuchando el sonido lejano y apagado de un río.
—388—
La ortiga deja huella sobre la piel
—389—
Y después te perdiste en días que no aparecen en el
calendario,
te confundiste con la realidad descalza, de pies cuarteados,
en medio de la torpe utilería de la juventud que parece alegre
pero que no tiene dónde recostar la cabeza
cuando llega el amanecer frío y brumoso del futuro.
Y la luz borra a pausa las efímeras páginas de la noche.
—390—
La infancia retorna a su papel de no crecido cuerpo
—391—
La puerta con candado y el establo en las nubes
—392—
Trilla la trilladora las espigas
—393—
Se aferra al cuello de este mundo
—394—
Levanto el hacha
—395—
Las viejas tejuelas de alerce
—396—
Y el mar, en murmullo perpetuo, toma la forma
de un azul sin campanas.
—397—
Entrar por los cierros para burlar los pantanos
Entrar por los cierros para burlar los pantanos del camino.
Preservar la apariencia limpia,
para que entremos, con la frente en alto,
a las ciudades luminosas
y no seamos tragados por una niebla demasiado otoñal.
Quedaron atrás el acertijo de los días perdidos,
las piedras brillantes del arroyo,
la raíz del viento y su bolsa amniótica.
Ahora los dedos buscan las tinajas de alerce
y las lapas de ciprés;
pero estos utensilios son de la materia de los sueños.
Quisieran tocar la textura de la conversación de la lluvia
y estampar las manos entintadas
en el papel blanco o gris de las nubes;
pero estas acciones son de la materia de los sueños.
Se caminó por lo seco;
pero no se llegó a ningún destino:
sólo a unas calles desnutridas, deseando morir,
como un agujero en la mente,
una fuga de luz hacia nuevas oscuridades.
—398—
La carne vive y se consume bajo las sábanas
—399—
brasileño.
Tú duermes, y yo converso con mi equipaje de fantasmas.
—400—
Cuando sólo oíamos las voces
—401—
Ya instalado cada quien bajo las cobijas de lana,
empieza el verdadero viaje: a los lugares flotantes
que esperan, en el sueño, a los pescadores de sierras y róbalos,
remeros ebrios por el vino amargo de la vida,
siempre demasiado corta y demasiado difícil.
Ojos cerrados para escuchar mejor los melodiosos cantos de
la muerte.
—402—
Marea baja, y aparecen rocas
—403—
No estoy en casa alguna
—404—
refleja el sol sobre la ortiga despellejada de sus lunares
y envía señales que entienden sólo los desterrados
que no volverán jamás a su país de origen.
Resuena el silencio de las piedras,
el viento divisorio de la vejez que alborota a los peces.
Después la marea, al subir, cubre de olas las palabras
“casa”, “camino”, “retorno”, palabras dichas en español
para designar lo indefinido de cada ráfaga de nostalgia.
Luego de tantos años, sabiendo que todas las miradas
se convertirán en polvo, nada más que en polvo
aventado por el viento sur de los veranos fríos.
—405—
Nos encontramos en los mismos caminos
—406—
de la página vacía, cuando el poema termina,
en el punto final de las olas y la espuma
que se deshacen en el pedregullo indiferente de una playa
sobre la que nada puede ser escrito y permanecer.
—407—
Lleva sus pensamientos dentro y fuera de su sombra
—408—
Llevaba sus pensamientos dentro y fuera de sí
—409—
desgarradores
junto a hienas que aguardan, con paciencia, su pedazo.
Prefiero, pues, recordar el estrépito de su risa
entre plantas que eran tal vez alucinógenas,
pero que curan a su manera el desgarro de los horizontes
tristes.
—410—
Lleva sus pensamientos en los punzantes rincones
—411—
de todos los recuerdos juntos en el botadero municipal,
recuerdos en lenta y segura caminata hacia la nieve.
—412—
Soportó un invierno de purgatorio
—413—
¿Dónde fue sepultada la rosa alegre de mi vida?
—414—
Ahora es tarde para volver a casa
—415—
y será temprano otra vez en la fuente inmóvil de los muertos.
Se cierra el libro tras leer la última página,
y ahora toca pensar en el brillo lejano de las estrellas.
—416—
Este día cambia de fronteras
—417—
Luces de la tarde sobre la bicicleta
—418—
La calle principal hierve
—419—
Antes hubo aquí un campo de pastoreo
—420—
Aquí sólo hay libros que no se escribirán,
ligeramente inclinados hacia sentimientos ruinosos.
Se fue el tiempo, en un abrir y cerrar de ojos, como cuando
inesperadamente
se corta la luz eléctrica en mitad de una fiesta
de gente que se aterroriza por la oscuridad.
Antes estuvieron el hielo y la selva fría en las palabras del
viento;
ahora tú escribes retratos con nubes
sobre la viscosa superficie de lo que ya es ido en cada
amanecer.
—421—
Cisnes aplauden el paso de los payaso humanos
—422—
Ya se acerca el fin del año viejo
—423—
no quede en despoblado,
a merced de fieras, jabalíes osadores
que destruyen la raíz de las metáforas.
Primer verso del primer día de un nuevo año en dirección
al punto final del Libro de la Vida.
—424—
El acorde de las olas
—425—
Batir de alas entre los castillos del aire
—426—
Tal vez yo te lea y tú me leas, entre atardeceres y sus adelfas,
tropezando con las húmedas piedras del camino vecinal,
sin ninguna fe en el arte, confiados sólo en el instante del
respiro.
Pero los niños siempre celebran la ópera
cantada al son de cornetines de cartón,
mientras afuera el mar escribe a lectores distantes,
analfabetos, en realidad, que simulan leer;
pero se ve que no saben porque ponen el libro patas arriba.
Hasta que el hollín de la vejez lo cubre todo,
como una noche dura, negra y brillante, pegada a los huesos.
—427—
La paciencia perjudicial del hielo tiene su momento
—428—
Esa mañana empezó una frase, sencillamente una frase,
escrita por la mano invisible de lo que no podía ser ni siquiera
imaginado.
—429—
Se va al cementerio entre casas viejas y nuevas
—430—
tal vez),
invisible entre los junquillos verdes.
Los que quedan juegan por última vez en el heno de la
infancia
y después se van por el aire, sobre techos de tejuelas o de
zinc,
hasta desaparecer en la lejanía entre álamos deshojados.
Ya no hay padre, ya no hay hijos;
sólo el cementerio envuelto en la niebla transparente de la luz
y perdiéndose en la lejanía que empieza a tener forma de
ausencia.
—431—
Se abrieron los choros zapatos
—432—
Fuera de mí mismo hay un mundo
—433—
El pueblo se deshace tras el relato de los náufragos
—434—
Los días grises de invierno
—435—
Luego empiezan los paltos
—436—
donde no cae la escarcha.
Un atado de amistades en la historia, algo fértil en tierra
fértil,
una mirada que no se oscurecerá, aunque perezcamos antes
de que salga el sol,
y no se disolverán las palabras
a pesar del ritmo natural del valle de la vida.
—437—
Esta nube milagrosa
—438—
¿Te acuerdas de la lejana lluvia?
—439—
mezclado con café de higo o con café malta,
que se hicieron estos versos;
con la evolución de una experiencia que ahora ilumina la
noche,
de pronto atravesada por el ronroneo de la memoria
desnuda.
—440—
Tú y yo caminamos a favor de la sintaxis
—441—
—442—
CON DOLOR DE MUELAS EN EL CORAZÓN19
—444—
Siempre hay un momento para caer en su abismo
reflexivo. Al frotarse uno en sus palabras, ronroneadas y con
pausas, se araña la superficie de cualquier idea. Con delicado
empeño, hace estallar la suposición y el argumento
infundado. Se retrotrae con facilidad y tras tímidos gestos
retoma la concentración con un rostro casi en llamas. Esta
entrevista tiene el cariz de un “diálogo discutido”, que
contextualiza y cuestiona en parte, los supuestos del propio
conjunto de entrevistas de este libro, fundamentalmente lo
referido a la preocupación por la condición “periférica” de los
escritores del sur. El punto final de este debate fue puesto en
un e-mail enviado en septiembre de 1998.
Aparte de sus diversos trabajos críticos y ensayísticos,
Sergio Mansilla ha publicado tres libros de poesía: Noche de
agua, Ed. Rumbos, 1986; El sol y los acorralados danzantes, Ed.
Paginadura, 1991 y De la huella sin pie, Ed. Barba de Palo,
1995.
—445—
la convicción de que la escritura poética es una palabra que si
no nos hace mejores, al menos nunca nos hace peores.
Pues bien, para acceder a este “sentido profundo” de las
cosas, me he valido de herramientas imaginarias diversas: el
relato mítico, el religioso, el relato histórico-político. He
echado mano a la contingencia cotidiana, al discurso
metafísico sobre el ser/estar en el tiempo. Quiero ver en el
escribir un viaje hacia el lenguaje y hacia la interioridad del
yo para asomarse con más fuerza y mejores convicciones y
con menos ilusiones engañosas ante el mundo. En el fondo de
todo hay siempre un vacío que es, sin embargo, la condición
de posibilidad de la libertad creadora.
No me apetecen los poetas que escriben sus buenas
intenciones en sus poemas; desconfío de la poesía dirigida
hacia un fin predeterminado en términos instrumentales, el
que, por loable que sea, no deja de funcionar como una
instancia represora del lenguaje y la imaginación. Si en mis
primeros libros trabajé con los relatos mitológicos chilotes,
como materiales constituyentes de una cierta verbalización de
lo real, no fue porque anduviera tras el exotismo fácil, el
folklorismo de ocasión, la programada búsqueda de una
escritura “telúrica”. Se trata de algo bastante más simple,
pero más difícil precisamente por su simpleza: hurgar en el
misterio, en los vastos mundos que hay hasta en la sencilla
hoja que se precipita al suelo en otoño. Mis dos primeros
libros, escritos al calor de una asfixiante contingencia política,
buscaron ser documentos de época, documentos de cultura y
barbarie, como diría Benjamin, en un sentido bastante
historicista, apelando con frecuencia a la alegoría, a la
parábola. Había que ser claros y precisos en un momento de
confusión planificada de los decires; había que dar cuenta de
la historia pero con una escritura que no reprodujera
sencillamente el realismo documental o la estética de la poesía
comprometida (algo que yo hoy llamaría “guevarismo
—446—
poético”); pero tampoco desterrándolo como algo inoficioso
porque, en efecto, no lo es.
Hoy día ya no vivimos en Chile una situación de
urgencia como la de los años 70’ u 80’. Mi tercer libro, de
1995, ya se hace eco de una búsqueda/develación del
“sentido profundo” con herramientas lingüísticas y estéticas
menos ligadas a la contingencia histórica, pero más unidas a
la experiencia del extrañamiento durante mi permanencia en
los Estados Unidos y a un recogerse sobre sí mismo para
indagar en los absurdos, los dobleces y las plenitudes del vivir
en el Imperio.
Diría que el tiempo es uno de los temas que me han
obsesionado desde siempre. En el transcurrir del tiempo, en el
cambiar y en el permanecer, en el vivir y en el morir, hay
algo sobrecogedor, de una grandiosidad que se me figura
inasible, a la que, sin embargo, intento siempre aprehender
en mi escritura a través de la evocación de situaciones, de
imágenes, de ciertos esquemas de fantasía que pueden dar
como resultado un poema que sea, en algo, revelación de un
misterio que, como tal, exige al lenguaje más de lo que éste
puede dar.
Pienso que mi poesía no es una “poesía necesaria”, si
por “necesaria” entendemos la creación de un espacio
literario nuevo en el que otros no han incursionado con
anterioridad o que, si lo han hecho, no han llegado muy lejos.
Nicanor Parra, en su momento, inauguró una zona nueva en
el poesía chilena en la medida en que legitimó y complejizó
notablemente la “antipoesía” en nuestro medio, de tal
manera que hizo cambiar el escenario de la poesía chilena
desde los años 50 en adelante, 1954 para ser más preciso. Mi
escribir va en otra dirección: no ando tras una escritura
nueva; no está en mis planes poéticos inaugurar “nuevos
territorios” (sigo aquí la terminología de Juan Armando
Epple) ni que me recuerden alguna vez, si es que me
recuerdan, por ser un poeta que haya aportado a una cierta
—447—
literatura nacional —la chilena en este caso— un paradigma
escritural nuevo, una práctica poética “novedosa”. La mayor
parte de estas “novedades” (necesarias, desde luego, porque,
entre otras cosas, impiden el anquilosamiento de la tradición)
terminan teniendo un valor más histórico que literario. Por
ejemplo, a mí no me cabe duda de que lo que va a
permanecer de Nicanor Parra con valor estrictamente
estético, van a ser sus textos más poéticos que antipoéticos. Su
parafernalia antipoética (escritura y teatralidad del personaje
Parra) se volverá material para eruditos o para historiadores,
cronistas o coleccionistas del pasado literario, como hoy lo
son para nosotros las acciones de arte de las vanguardias
históricas.
Si hay alguna originalidad en mi poesía, ésa es
renunciar a cualquier clase de originalidad efectista y, en su
lugar, insistir, hasta la saciedad y más que la saciedad si es
pertinente, en una escritura que dé cuenta de las más
radicales sintonías y quiebres con el mundo; una poesía, por
sobre todo, leal con el silencio, con la contemplación, con los
vacíos del ser, con los nudos ciegos de un vivir con dolor de
muelas en el corazón. Ni tradición ni ruptura, términos que,
por otra parte, no me convencen a estas alturas del siglo. Lo
uno y lo otro y más allá de lo uno y lo otro: un esfuerzo
siempre por sacudirme de esquemas binarios que simplifican
insosteniblemente la infinita complejidad de las cosas.
—448—
eso: de momentos, de etapas en las que ciertas escrituras se
vuelven más modélicas que otras para mi poesía. Y si esto me
sitúa como un poeta importante o no en el ámbito de la
poesía chilena es algo que carece completamente de
importancia. En el pequeño mundo social de los poetas y la
crítica, sólo la poesía vale la pena, la que uno lee y la que uno
logra escribir de vez en cuando. El resto, fuegos fatuos que
iluminan la noche, pero no queman ni dan calor.
—449—
de la poesía sureña en la nación? ¿No es esa la otredad estética que
interesa al centro y que el poeta del sur le ha dado?
—450—
¿Por qué, sin embargo, esa obsesión (que quizás no sea
la tuya, en términos personales; pero sí lo es en términos de
deseos colectivos) de que nuestra poesía sólo se legitima (y de
paso deslegitima los “bordes” establecidos) si pasa por el
centro metropolitano? Pensar de esta manera es rendir
tributo al sujeto colonial —el colonizado—, reproduciendo
precisamente lo que el sistema quiere: que compitamos unos
con otros, que varios quedemos en el camino, que corramos a
negociar con el becerro de oro, pero que siempre quedemos
autoconvencidos de que no estamos haciendo concesiones,
sino que nosotros imponemos nuestros términos.
Entendámonos: no celebro el hecho de que muchos
libros de los poetas del sur hayan sido hasta ahora ignorados
o escasamente considerados por quienes controlan la
información y la crítica literaria de circulación nacional e
internacional. Por supuesto que sería mucho mejor que se
hablara de tales libros, que se distribuyeran masivamente
dentro y fuera de Chile. Lo que quiero decir que esta
preocupación no tiene por qué condicionar la escritura
misma, la poesía en su formulación estética más depurada.
Sería el fin de la poesía si la imaginación poética fuera copada
por la urgencia de tener que tensionar los “bordes” y las
desiguales relaciones de poder entre centro y periferia. Soy un
convencido de que si nuestra poesía —la mía en particular—
constituye o llega a constituir un sitio de poder será
precisamente porque arranca de la fuerza que da la razón
de/del ser. Entiéndase en este sentido mi radical compromiso
con la poesía, con la escritura y la lectura, con la creación y el
estudio crítico.
—451—
- Para mi persona y mi poesía, es algo absolutamente
irrelevante. Los editores son libres, supongo, para incluir o
excluir a quienes ellos estimen pertinente. Por cierto, el
resultado de tales decisiones, en la medida en que el libro se
vuelve público, puede ser objeto de crítica también pública.
Haciendo uso de este derecho, yo diría que, en general, me
parece que la antología no es buena; demasiada gente y
mucha de esa gente no constituye ningún aporte a la poesía.
Prefiero las antologías de pocos nombres, más sectorizadas,
más tamizadas; disminuye el riesgo de incluir pasajeros de
contrabando en el “Omnibús de la Poesía”, aunque entiendo
el sentido y utilidad de la antología mencionada. No me
preocupa que ciertos autores queden fuera de una antología,
de ésta o de cualquier otra; pero sí me preocupa que autores
que poco o nada tienen que hacer con la poesía aparezcan
junto a poetas que sí lo son de verdad.
—452—
de provincia (o los consideren sólo en raras ocasiones). Por
otro lado, como en el centro están los recursos, los contactos,
el poder, ser poeta en la capital, quiero decir, ser poeta que
busca poner en circulación pública su imagen y su escritura,
significa tener que volverse empresario de su propia escritura.
No digo que todos los poetas de Santiago corran tras becas o
publicaciones en “grandes” editoriales (que no son en
realidad tan grandes), tras invitaciones o viajes. !claro que no!
Pero Santiago es un lugar donde se puede correr tras estas
cosas y muchos lo hacen. Tampoco digo que los poetas de
provincia no se interesen por conseguir lo mismo. Es legítimo
hacerlo, me parece. Lo que ocurre es que en provincia hay
muchas menos oportunidades. Pero todo esto pertenece al
campo de la sociología de la institución literaria chilena. Y no
tiene nada que ver con la poesía misma.
Vivir en el centro o en la provincia incide si uno quiere
vivir de la literatura. Como en mi caso sé perfectamente que
no puedo ni podré nunca vivir de la literatura, estar en el
centro o fuera de él (para efectos de mi escritura, se entiende)
es algo que me resulta completamente indiferente. Desde
luego, vivir en la provincia es un añadido importante a la de
por sí difícil distribución de libros de poesía y de crítica. Me
gustaría que nuestros libros circularan más y mejor por los
canales comerciales regulares y, así, que se distribuyeran bien
dentro y fuera de Chile. Resulta difícil revertir esta situación.
Entrar en el circuito de las editoriales “grandes” interesadas
en publicar poesía no es algo sencillo, y es doblemente difícil
hacerlo desde la provincia, precisamente por un problema de
contactos, de información, de costo, también. Habrá que
seguir trabajando en orden a generar vínculos, establecer
conexiones, producir textos de óptima calidad, asumir
compromisos no sólo con la escritura sino con la
responsabilidad que significa tratar de posicionar nuestra
literatura en el terreno público. Nos corresponde abrir rutas;
—453—
los más jóvenes tendrán, ojalá, un camino más fácil en este
sentido.
El Estado podría hacer muchas cosas para mejorar este
desbalance entre el centro y las provincias. Hay fondos
concursables para escribir, publicar, vender libros, y eso no
está mal. Pero faltan cosas esenciales; por ejemplo, una gran
editorial estatal que produzca libros a gran escala, de buena
calidad estética, baratos, de óptima factura y que se vendan
en todas partes; editorial a la que los autores chilenos tengan
acceso por sus solos méritos. Algo así como reeditar el sueño
de Quimantú o la colección Letras de América, de la
Editorial Universitaria. Pero al neoliberalismo no le gustan
los sueños socialistas, y como ahora manda el
neoliberalismo...
Los hechos indican que las cosas no están organizadas
para favorecer a los artistas sino a los políticos, que ven en los
artistas agentes de extensión y realización del proyecto
político del gobierno en el terreno del arte y la cultura. En el
marco de ese objetivo, algunos artistas son, en efecto,
beneficiados y pueden trabajar más holgadamente en sus
proyectos creativos. El mecenazgo del Estado es así, como
son, en realidad, todos los mecenazgos cuyos objetivos no son
el arte en sí mismo.
En la Décima Región hace poco se creó un Consejo
para el Arte y la Cultura que se supone asesorará al gobierno
regional en políticas de desarrollo cultural. No es posible aún
juzgar su accionar por el poco tiempo que ha transcurrido
desde su creación; pero no hay necesidad de ser pitoniso para
darse cuenta de que será un organismo político —porque ésa
es su definición— y no artístico. Su principal labor será, desde
luego, movilizar ciertas producciones y acciones artísticas
como significantes de una determinada política cultural, que
en la práctica quiere decir política para copar las
subjetividades, para beneficio del proyecto ideológico de
gobierno, a través del estímulo y apoyo a un cierto conjunto
—454—
de proyectos y acciones artísticas de autores de la región y/o
de fuera de ella, cuando sea pertinente (de ahí a que lo logre
es otra cosa). En principio, no estoy en contra de este
planteamiento. A veces, muchos autores confunden sus más
íntimos y acariciados deseos como creadores con las
necesidades y funciones del aparato de Estado y acusan a las
instituciones de manipulación o de falta de transparencia. La
acusación no es válida si es el resultado de no saber o no
querer ver que las razones de Estado no son ni tienen por qué
ser las mismas que las razones del ser artista. La acusación sí
tiene sentido cuando los operadores del aparato de Estado no
son lo suficientemente honestos y transparentes —y ocurre las
más de las veces— como para decir: “en realidad no nos
interesa el arte sino en tanto instrumento de nuestro proyecto
político” y encubren esta verdad con vagos discursos de
apoyo a la cultura, a los artistas, al potencial creador del
espíritu humano, etc. Creo que es aquí donde el artista, el
verdadero artista, está obligado a volverse un poco cínico si
quiere jugar con las reglas impuestas. Con todo, siempre
habrá una diferencia entre un artista que juega con las reglas
del sistema para intentar, con el dinero y otras prebendas que
reciba, hacer arte en sentido estricto y otro “artista” que hace,
con lo mismo, un estilo de vida al cual el arte termina
subordinándose en un gesto que delata la cooptación simple y
directa. De ahí al “apitutamiento” y al pisoteo de los otros,
hay menos que un paso. De cualquier manera, lo importante,
me parece, es distinguir siempre las aguas turbias de las claras
en el sentido de que si nos bañamos dos veces en el mismo río
oscuro no es para llevarle la contra al viejo Heráclito, sino
porque nos hallamos enfrentados a una situación límite como
creadores y hemos optado por la “impureza”
responsablemente asumida y con propósitos artísticos muy
claros. Tampoco tenemos que asumir el papel de
“independientes heroicos” sólo por mantenernos
“inmaculados”, porque una cosa es la consecuencia con el
—455—
arte y otra es la tontería: no hay mejor consecuencia con el
arte que producir y ayudar a difundir el mejor arte posible a
nuestro alcance, y si eso, eventualmente, implica tener que
negociar con el aparato de Estado, no veo por qué no
hacerlo. Tenemos también que ser políticos y eso no sólo nos
beneficiará, si acaso, sino que, sobre todo, será la oportunidad
para forzar cambios en el aparato mismo. Al fin de cuentas,
de un modo u otro, los Artistas (así con mayúscula) son
siempre sujetos institucionales e institucionalizados, aun
quienes niegan toda vinculación con las instituciones y
defienden a brazo partido su independencia personal. Esa
negación tiene sentido precisamente en un cierto horizonte
institucional.
No le veo mucho sentido a esto de insistir en la
oposición centro/periferia en relación a la administración de
los espacios culturales locales. No me ayuda a comprender los
hechos con resultados sugestivos; salvo constatar lo obvio: que
la administración no está al servicio del arte que hacen los
artistas sino del arte de gobernar que hacen los políticos.
¿Debería estar al servicio del arte que hacen los artistas? La
pregunta es retórica, porque la respuesta obvia es sí. Pero no
es la pregunta pertinente; mejor sería preguntarse ¿cómo
conciliar los intereses del artista con los de la administración,
en el entendido de que, por definición, nunca van a ser
iguales?
EL “CHILOTISMO”
—456—
Pero no es sólo una poesía de protesta; pretende ser un
homenaje a quienes, de un modo u otro, pagaron con sus
vidas el precio de querer otra historia para los hombres y los
pueblos; a quienes amaron una historia de justicia, de
generosidad, de libertad, y no sólo durante el período
dictatorial chileno. Puede parecer manido esto que digo; pero
me sigue pareciendo de una vigencia incontrarrestable.
Nunca he pretendido cambiar el mundo con mi poesía,
porque es obvio que los poemas no son útiles para hacer
cambiar las decisiones políticas de los poderosos. Pero los
poemas —y aquí me socorre Benjamin otra vez— son
documentos de cultura y barbarie que afirman la lealtad
inquebrantable a la justicia y a la libertad en un sentido ético
y político que desborda cualquier clase de definición
instrumental de estos conceptos. Y no se trata de poner la
poesía al servicio de causas extraliterarias, sino de escribir una
poesía que efectivamente asuma los nudos ciegos de la
realidad: ese solo hecho, por sí mismo, ya despliega una
utopía política que sólo la poesía, en sus diversas formas, sabe
decir de una manera bella.
—458—
sentirme por delante de la historia y no siempre atrás como la
cola del chancho, para superar el miedo a lo nuevo. No me
gusta esto. Es posible que esta condición explique por qué mi
“cadencia” poética no da el salto a un discurso demoledor en
la forma, que sea tributario de una modernidad profunda que
no le haga asco a la borradura y al placer de hundirse, sin
trancas, en la cultura urbana anárquica y maldita. Pero la
subjetividad no se hace con la mano. Nuestros límites y
limitaciones nos ponen camisas de fuerza y potencialidades. Y
lo que trato de hacer, en los últimos tiempos más que antes,
es escribir y pensar en las fronteras del yo, contra mí mismo,
contra mis lugares amados y odiados. En eso estoy sudando la
gota gorda.
—459—
constituye como sujeto poético; desgarrado entre el miedo a
la modernidad, el deseo de anclarme en la confortable
tradición rural, precaria, dolorosa también, pero que tiene un
sentido que arranca de lo más profundo de mis experiencias
infantiles. Sé, sin embargo, que la idealidad es insostenible,
excepto como lo “otro” de lo real, necesario, imprescindible
para medir las fisuras de la historia personal y colectiva, los
nudos ciegos con que la historia ha amarrado nuestra
subjetividad. Ya no estoy junto al fogón. Como muchos
chilotes soy un emigrante, porque para un chilote vivir fuera
de su isla es ya una “extranjería” indeleble. Y si a eso le
sumamos el efecto de exilio que la historia chilena reciente
impuso a todos quienes de pronto nos encontramos con un
país hecho a la mala, se comprenderá lo desgarrante del
poema.
“Anda al pueblo hermano” lo he vuelto a reescribir varios
años después en un poema aún inédito que se llama “Itaca”,
una versión profundamente literaturizada del viaje,
poniéndome en el lugar no del que se queda sino del que se
va y que ya no volverá, porque todo viaje de retorno es
ilusorio. Aunque nunca he salido de ninguna parte y nunca
he llegado a ninguna parte: el poema elabora el vacío no
como negación de la presencia (pongámoslo en palabras de
Derrida) sino condición de la presencia que, en última
instancia, deviene palabra en el tiempo, como muy bien decía
nuestro buen Antonio Machado. En todo este palabrerío, no
veo el clásico binomio centro/periferia; aunque los poemas se
presten para una lectura a partir de esta oposición, lo cierto es
que, al menos en mi propósito consciente, no es una tensión
que haya funcionado como disparador de la escritura.
—462—
Indice
CAUQUIL
Palabras liminares 8
LA QUEBRAZÓN DE LOS BARRANCOS 11
La quebrazón y el ojo que lagrimea hacia adentro 12
Remen, remen, boteros, contra el viento 14
Sorda la sien del que aquí respiró 15
La mujer que hablaba con el aire 16
Manantial para quien se fue volando 18
Este viejo arado de hierro abandonado 20
Guerra de las serpientes del agua y de la tierra 21
Huenteo levanta su brazo izquierdo en mitad de la Vía Láctea
22
Los pescadores olvidados 23
Aparición 24
A medianoche se deshace el hechizo 25
Los primeros pájaros de la mañana 26
Los boteros dormidos están rodeados de pájaros danzantes
27
Tejendera envuelta en nubes 28
Mujeres desmenuzando el sol 29
Buscador de nalcas confundido con los helechos 30
Estoy aquí mirando el horizonte 31
Todo lo que es de esta isla 32
Zumbido en el viento de los acorralados 33
Madre e hijos solos bajo las alas de la tarde 34
MITO-HISTORIA 35
En esta casa, mientras afuera llueve… 36
Alonso de Ercilla en el desaguadero 37
Estoy sentado en la cumbre… 39
Anda al pueblo, hermano 40
Palafito 41
Me abruma el silencio… 42
Tiempo 43
Atardecer en Changüitad 44
De lo efímero 45
Cuando llegó el día de ir al molino… 46
Cauquil 47
Carreta junto al mar 48
Partida 49
Corro por los rastrojos… 50
Corría y corría 51
La barca 52
El mar 53
Jinete muerto bajo la lluvia 55
Mi hogar es una casa pobre… 56
Mis mayores 57
Muerte de un pariente 59
El destino de los míos 60
Siempre he pensado en viajes… 61
El alma vuelve y se va 62
La mujer-pájaro 63
Ánimas errantes 64
Vuelvo a cerrar los ojos… 65
Sueño con la nueva tierra 66
A veces pierdo las palabras… 67
Poemas enterrados 68
Florecimiento 69
La vida 70
POSTALES POR DENTRO 72
Ciertas noches 73
Canal de Chacao al anochecer 75
Feria artesanal de Dalcahue 76
Álamos de Changüitad 77
Navegación hacia la isla de Caguach 78
Noticias de Chile (escrito en Seattle) 80
En el país de los pájaros que se fueron 82
Dos estampas de madre tejiendo 84
Al ir a buscar papas en la bodega 86
Choapino en la feria de Dalcahue 87
El acordeón del mar 88
RETRATOS DE FAMILIA 90
Cumpleaños de mi hija Milena 91
Mi hija Amaya me canta una canción de amor por teléfono
92
Casi cuento para Pablo Salvador (recién llegado a estas
playas) 93
Retrato retocado del abuelo Félix 94
Retrato no retocado del abuelo Félix 95
Abuela Lavinia apareciendo en sueños 96
Mi hermana Alicia Margot fallecida a los nueve meses de
estar en este lado de la vida 97
Abuela Fidelia Ojeda de pie donde nace el arco iris 98
Tío Chato entrando en la realidad 99
Tío Olegario Mansilla llama a la puerta 100
Abuelo José Gracias Torres 102
Retrato imaginario de Alicia Margot Mansilla Torres 103
MENSAJES DE ÚLTIMA HORA A CHANGÜITAD Y CURACO DE
VELEZ 104
Regreso a casa 105
Todos junto al fuego, los primitivos del futuro 106
Paisaje a contraluz 108
Legión de los diablos 110
Cuatro mensajes a Changüitad 111
Pater mío 115
La lluvia borrará el pueblo 116
Sueña el animal humano 117
Hay un camino en Changüitad 118
TIERRA A LA VISTA 120
Escritura en el agua 121
Escritura en la tierra 123
Diapasón en las ramas 126
Ítaca 127
De NOCHE DE AGUA
Hermosos cadáveres a la hora de la comida 129
Los trajines de mi siglo 130
Racconto: 1976-1980 131
Muerte de Héctor 132
El viajero de los días extraños 133
Espejos 135
Días de verano de 1983 136
La ciudad 137
Un mundo que se deshace entre los dedos 139
Toque de queda a las 6 p. m. 140
Carta y ventana 141
Día de camping 142
Autobiografía 143
Hay que leer los muros 144
La noche es más corta cuando no se duerme 145
Volver a decirlo todo 147
Último día de clases 149
Que trata de lo que una cosa es y no es 151
Un hombre va por el mundo con su casa al hombro 153
En esta primavera 155
Se nos ha muerto el pájaro Neruda elemental en Santiago de
Chile 157
De RESPIRAR EN EL DESFILADERO
Los hechos ya se me han olvidado… 308
Hirsuto borde de la lámpara 309
Rosas para los ebrios 310
La noche sigue en la piedra 311
Amanecemos en otros países 312
Ráfagas llegan 313
Cruce de caminos 314
El afuera 315
Reliquias de Sodoma 316
Pies en la turbiedad 317
A mis niños 318
Las faltas y las sobras de los prodigios 319
Aniversario de bodas 320
Reflexión sobre la alcancía de mi hija 321
Retorno de ella 322
Trizadura del aire 323
Ajmátova 324
Rechazaré todas las delikatessen 326
Caetano Veloso 327
Keats (acerca de la melancolía y el otoño) 328
Sólo lo que brille de verdad será oído 329
John Done cerca del amanecer, en estampa para indoctos
noctámbulos 330
Visita a Eliseo Diego después de que es ido 331
Deseo de incendiar la zalagarda de las olas 332
Niebla sobre el Rahue 333
Vela de armas en el Dino’s 334
Mercado municipal 335
Donde pastan las ovejas 336
Los lugares de la desaparición 337
La polilla 338
Galgo persigue a liebre corredora 339
Cosa de maravilla y rencor 340
Río de la destrucción perfecta 341
Conoces mi sangre 342