Bautismo Del Señor - B (2015)

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Fiesta del Bautismo del Señor (B)

(Ciclo B) - 2015

• Textos Litúrgicos
• Lecturas de la Santa Misa
• Guión para la Santa Misa

• Exégesis
• R. Schnackenburg
 

• Comentario Teológico
• P. José A. Marcone, I.V.E.
 

• Santos Padres
• San Jerónimo
 

• Aplicación
• P. Alfredo Sáenz, S.J.
• P. Gustavo Pascual, I.V.E.

Textos Litúrgicos
Lecturas de la Santa Misa
Fiesta del Bautismo del Señor (B)
(Domingo 11 de enero de 2015)
 
LECTURAS
 
Vengan a tomar agua; escuchen y vivirán
Lectura del libro del profeta Isaías     55, 1-11
Así habla el Señor:
¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también! Coman gratuitamente su
ración de trigo, y sin pagar, tomen vino y leche. ¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus
ganancias, en algo que no sacia? Háganme caso, y comerán buena comida, se deleitarán con sabrosos
manjares.
Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán. Yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi
inquebrantable amor a David. Yo lo he puesto como testigo para los pueblos, jefe y soberano de naciones. Tú
llamarás a una nación que no conocías, y una nación que no te conocía correrá hacia ti, a causa del Señor, tu
Dios, y por el Santo de Israel, que te glorifica.
¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca! Que el malvado abandone su
camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva al Señor, y él le tendrá compasión, a nuestro Dios,
que es generoso en perdonar. Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes
son mis caminos -oráculo del Señor- . Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos
y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes.
Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla
fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la
palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la
misión que yo le encomendé.

Palabra de Dios.

SALMO     Is 12, 2-4bcd. 5-6

R.Sacarán agua con alegría


de las fuentes de la salvación.

Este es el Dios de mi salvación:


yo tengo confianza y no temo,
porque el Señor es mi fuerza y mi protección;
él fue mi salvación. R.

Den gracias al Señor,


invoquen su Nombre,
anuncien entre los pueblos sus proezas,
proclamen qué sublime es su Nombre. R.

Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso:


¡que sea conocido en toda la tierra!
¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión,
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel! R.
El Espíritu, el agua y la sangre
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan     5, 1-9

Queridos hermanos:
El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de
él. La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga, porque el que ha
nacido de Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence
al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y el
Espíritu da testimonio porque el Espíritu es la verdad. Son tres los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la
sangre; y los tres están de acuerdo.
Si damos fe al testimonio de los hombres, con mayor razón tenemos que aceptar el testimonio de Dios. Y Dios
ha dado testimonio de su Hijo.

Palabra de Dios.

ALELUIA     Jn 1, 29

Aleluia.
Juan vio acercarse a Jesús y dijo:
«Este es el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo».
Aleluia.

EVANGELIO
Tu eres mi Hijo muy querido,
en ti tengo puesta toda mi predilección
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     1, 7-11

Juan Bautista predicaba, diciendo:
«Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para
desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu
Santo.»
En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua,
vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma; y una voz desde el
cielo dijo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección.»

Palabra del Señor

 
 

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Guión para la Santa Misa

Fiesta del Bautismo del Señor

Entrada:

Celebramos hoy la Fiesta del Bautismo del Señor. Cristo se sumerge en las aguas del río Jordán para manifestar
su  solidaridad  con  los  pecadores.  Además,  adelanta  así  su  bautismo  de  sangre,  que  sucederá  en  la cruz.
Dispongámonos  a  participar  activamente  del  Santo  Sacrificio  de  la  Misa,  que  es la actualización de la cruz de
Cristo.

LITURGIA DE LAS PALABRA


Primera Lectura: Is. 55, 1-11

El Señor es la fuente de la que brota el Agua Viva, sólo en Él debemos saciar nuestra sed.

Segunda Lectura: 1 Jn, 5, 1-9

El Espíritu Santo da testimonio de Cristo, el Mesías, que vino a borrar nuestros pecados.

Evangelio: Mc 1, 7-11

En la voz del Padre, en la paloma que representa al Espíritu Santo y en Cristo que se bautiza se hace presente
toda la Trinidad.

Preces:

Presentamos las necesidades de todos los hombres a Jesús, que viene del cielo para revelarnos el Amor de
Dios.

A cada intención respondemos cantando…

*Por el Santo Padre para que sea fortalecido en su misión de conducir a los hombres hacia Dios. Oremos…

*Por los Obispos, sacerdotes y demás ministros del Señor, para que predicando el Evangelio muestren la
misericordia del Padre en la persona del Hijo. Oremos…

*Por todas las naciones, para que abiertas a la manifestación del Hijo como redentor, den primacía a la justicia, el
derecho y la paz. Oremos…

*Por todos los cristianos para que en este día renueven las promesas bautismales confesando su fe y renuncien
a las obras del demonio. Oremos...

Con la confianza de los hijos, te presentamos Señor, estas oraciones sabiendo que no seremos defraudados;
A Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

LITURGIA DE LA EUCARISTÍA

Ofrendas:

Unimos nuestro sacrificio diario, al de Su Hijo querido y presentamos al Padre:

· Alimentos para los más necesitados y con ellos nuestra confianza en la Providencia.

· Las ofrendas del pan y del vino, que por la acción del Espíritu Santo serán transformadas en sacratísimo
Cuerpo del Señor.
Comunión: Con el júbilo mesiánico nos acercamos a recibir al Señor pidiéndole la gracia de perseverar hasta el
fin en su servicio.

 
Salida: Que María Ssma nos alcance la gracia de vivir con radicalidad la fe, la esperanza y la caridad recibidos
en el bautismo.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
 

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Exégesis

R. Schnackenburg
 
 
El Bautismo de Jesús
 
Todavía pende el velo del misterio sobre la persona de aquel a quien Juan anuncia; se pronuncia el nombre de
Jesús de Nazaret e inmediatamente desaparecen todas las dudas: es él. Dios mismo se declara en favor suyo. El
sentido del sobrio relato no es describir la consagración de Jesús como Mesías o explicar la formación de su
conciencia mesiánica, sino el de proclamarle como el Mesías prometido que ha de bautizar con Espíritu al
tiempo que mostrar el comienzo de su actividad a impulsos del mismo Espíritu. Para ello no tiene importancia
alguna saber quién escuchó la voz de Dios -por primera vez en el Evangelio de Juan aparece el Bautista como
«testigo» frente al pueblo, Jua_1:32 ss-; basta con que el lector sepa que Dios proclama a este Jesús como su
ungido. Marcos refiere el suceso que tuvo lugar al concluir el bautismo de Jesús y como una experiencia de
éste: fue él quien vio rasgarse los cielos y descender sobre él al Espíritu; Dios le habla a él. «Tú eres mi Hijo...»
Mas esto no puede ser una «vivencia» de Jesús; es una revelación divina. Al igual que el relato sobre Juan
Bautista, es un informe sobre la acción salvadora de Dios y se convierte en el anuncio de la Iglesia primitiva
sobre el misterio de Jesús: él es el ungido con el Espíritu, el Hijo amado de Dios. La primera frase sirve
únicamente de introducción, y sólo lo que sigue, la escena después del bautismo de Jesús, constituye el núcleo
de la proclamación de este relato. No se mencionan las circunstancias exactas por ser de interés secundario. Lo
único importante es que Jesús desde Nazaret, en Galilea -desde lejos, pues antes sólo se había hablado de
Judea y Jerusalén- «vino... y fue bautizado». Indicando su lugar de origen, Jesús viene presentado como un
hombre concreto e histórico; no se trata de una figura mítica. Y es sobre este Jesús -«histórico»- sobre el que
la voz de Dios pronuncia unas afirmaciones jamás oídas. Es la clara profesión de fe de la Iglesia primitiva: este
Jesús histórico es el Hijo amado, el Hijo único de Dios. Todas las demás consideraciones de por qué se sometió
al «bautismo de conversión para remisión de los pecados», quedan al margen, a diferencia de lo que ocurre en
Mat_3:14s. Tal vez sólo en la inmersión en el Jordán y en la salida del agua late la indicación de un sentido más
profundo: Quien se puso, humilde y obediente, a disposición del Bautista y se sometió al bautismo que recibía
todo el pueblo, experimenta la confirmación divina. Indiscutiblemente es sirviendo, aunque estaba llamado a
reinar, como recibe de Dios el sello de su ministerio mesiánico. La escena de la revelación propiamente dicha
está presentada en el lenguaje simbólico del Antiguo Testamento. La apertura del cielo puede expresar la
presencia de Dios trascendente en la acogida de la revelación por parte de los profetas (Eze_1:1); más aún,
puede indicar la condescendencia misericordiosa de Dios para volver a anunciar a los hombres la paz y la
salvación (cf. Luc_2:13 ss). Pero la expresión «los cielos abiertos» alude más directamente a los suspiros y
anhelos por la venida de Dios, consignados en Isa_64:1 : «¡Ah si rasgaras los cielos y descendieras...!» Este
descenso de Dios se realiza ahora por cuanto el Espíritu desciende sobre Jesús. Al mismo tiempo es el signo del
Ungido por excelencia, del Mesías, que poseerá en plenitud el Espíritu de Dios (Isa_11:2; Isa_61:1) También en
el  cántico  del  «Siervo  de  Yahveh»  (Isa_42:1)  pone  Dios  su  Espíritu  sobre  el  Elegido,  y  esto  tiene  gran
importancia  para  entender  «la  voz  de  los  cielos».  El  símbolo  de  la  paloma  recuerda  a  Gen_1:2,  en  que el
Espíritu de Dios «se cernía» sobre las aguas primitivas; pero recuerda también la shekhinah, la presencia divina
gratificante, que se representaba en figura de paloma (*)4. De este modo se describe gráficamente el descenso
del Espíritu a la par que la fuerza vivificante y salvadora de Dios, aunque también la protección divina. La voz
de  los  cielos  es  la  voz  del  mismo  Dios  y,  por  consiguiente, no se trata sólo de una bathqol  -«hija  de  la voz»-
como  entendían  los  intérpretes  judíos  de  la  Biblia  un  dato  revelado  en  su  temor  profundo  ante la
transcendencia  divina.  Dios  se  dirige  directamente  a  quien  está  marcado y repleto de su Espíritu. «Tú eres mi
Hijo»:  así  habla  Dios  en  el  Sal_2:7  al  rey  de  Israel  tomándole  por  hijo.  Pero  la  referencia  a  esta «fórmula
adopcionista»  resulta  problemática  cuando  se  compara  con  las  palabras  siguientes:  «amado;  en  ti me he
complacido»,  pues  recuerdan  las  palabras  que  Dios  dirige  al  «Siervo  de Yahveh»:  «He  aquí  mi  Siervo,  mi
escogido,  en  quien  se  complace  mi  alma»  (Isa_42:1),  sobre  todo  cuando  al  final se dice: «En él he puesto mi
Espíritu» Y siendo esto así, ¿por qué «mi Hijo» en lugar de «mi siervo»? ¿Subyace aquí una traducción distinta
de la palabra griega país, que puede significar tanto «niño» como «siervo»? Pero difícilmente puede tratarse de
un  cambio  casual;  más  bien  tenemos  aquí  una  interpretación  cristiana  consciente.  Jesús es ambas cosas: el
«siervo elegido» que cumple obediente el encargo de Dios desde el bautismo hasta su muerte expiatoria «por
muchos»  (d  10,45),  y  es  al  mismo  tiempo  el  Hijo  único  y  amado  (cf.  12,6), en favor del cual Dios da también
testimonio  en  la  transfiguración  sobre  el  monte  (9,7).  Así  se  dice  intencionadamente  «amado» en lugar de
«elegido». Ni siquiera la figura admirable del «siervo de Yahveh» en los cantos del libro de Isaías era suficiente
para  comprender  la  esencia  profunda  del  Mesías  del  Nuevo  Testamento.  Ese  Mesías  está  en  una  relación
inmediata y única con Dios, siendo a la vez el «siervo» obediente y el «Hijo» querido. Dios confirma al hombre
Jesús  como  Mesías  lleno  del  Espíritu;  pero  lo  hace  de  un  modo  que  deja  entrever su misterio profundo, la
hondura metafísica de su persona. Con este conocimiento debe el lector creyente escuchar y meditar el relato
que sigue sobre la actividad de Jesús Sólo a la luz de esta revelación divina que aparece al comienzo se puede
comprender  el  camino  del  Mesías  Jesús,  obediente  aunque  repleto  de una gloria y fuerza íntimas. Aquí no se
dice  ni  sugiere  todavía  nada  acerca  del  camino  doloroso  y de la muerte expiatoria del «siervo de Yahveh».  El
bautismo  de  Jesús  en  el  Jordán  no  apunta  todavía  al  «bautismo  de  muerte»  con  el que Jesús había de ser
«bautizado» al final (10,38). Pero como Siervo obediente y como Hijo amado deberá recorrer el camino que le
conduzca  hasta  Dios.  En  esta  hora  histórica  sólo  se  dice  que  está  preparado  para  la  llamada de Dios, para
dejarse  llevar  por  el  Espíritu  (1,12)  y  obedecer  a  lo  que  Dios  disponga  (8,31).  En  las  palabras que dirige a su
Hijo, Dios no habla directamente a la comunidad de salvación; será el ungido con el Espíritu y preparado para
la obra mesiánica quien la reúna y forme por medio de la llamada a la fe y a su seguimiento. Mas por el hecho
de que no recibió el Espíritu sólo para sí sino para bautizar consigo a los hombres (1,8), la comunidad queda ya
incluida.  La  dotación  del  Espíritu  de  su  Mesías  se  convierte  en  una  llamada  a  prepararse para la acogida
personal  del  Espíritu.  La  experiencia  bautismal  de  Jesús  continúa  siendo  algo  especial  y  único;  pero puede
inducir a reflexionar acerca de lo que significa la recepción ulterior del bautismo en la Iglesia y la recepción del
Espíritu que Cristo elevado al cielo ha hecho posible para los cristianos.
 
(SCHNACKENBURG, R., El Evangelio según San Marcos, en  El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial
Herder, Madrid, 1969)
 

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Comentario Teológico
P. José A. Marcone, I.V.E.
 
El bautismo del Señor
 
El bautismo de Juan era un bautismo de conversión para los pecadores. Por eso nos admiramos muchísimo
cuando el mismo Verbo Encarnado se pone en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan. Y también nos
admiramos de que la Iglesia festeje este hecho, estableciendo para eso una gran solemnidad litúrgica.

¿Cómo es posible que Cristo haya querido ser bautizado por Juan con un bautismo de conversión? Jesús es el
Puro por excelencia; es Dios. Y el mismo San Juan Bautista lo reconoce así y tiene varias expresiones que afirman la
divinidad de Jesús. Así, Juan Bautista dice: “Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios” (Jn 1,34).
Además dice: Cristo “se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo” (Jn 1,30). Con esta frase está
confesando su divinidad. Está confesando su divinidad porque Juan sabía perfectamente que la existencia humana de
Jesús había sido posterior a la suya, sabía perfectamente que Jesús había sido concebido en el seno de su madre
después que él, y no antes. Pero a pesar de todo dice que Jesús existía antes que él; dice esto porque sabe y proclama
que Jesús es Dios, sin principio ni fin. Además, también había dicho que él, Juan, bautizaba con agua pero que Jesús
iba a bautizar con el Espíritu Santo (Jn 1,33). También que él, Juan, no era digno ni de desatarle la correa de las
sandalias (Jn 1,27).

Es verdaderamente desconcertante que Jesús quiera bautizarse. Y el mismo Juan Bautista manifiesta este
desconcierto (Mt 3,14). ¿Cuáles son las razones por las cuales Jesucristo quiere ser bautizado por Juan?
Fundamentalmente por dos razones.

En primer lugar, para hacerse solidario con el hombre pecador. Su solidaridad no podía concretarse en la
penitencia, porque estaba “lleno de gracia y de verdad” (Jn.1,14). Su solidaridad se concreta en asumir sobre sí la
condena y el castigo que por el pecado merecía el hombre. Cristo se pone conscientemente en la fila de los pecadores
[1]
. Por eso dice San Pablo: “Ha destruido el acta que había contra nosotros con sus acusaciones legales, quitándola
de en medio y clavándola en la cruz” (Col.2,14). Y también: “Al que no conoció pecado, le hizo pecado en lugar
nuestro, para que nosotros seamos en él justicia de Dios” (2Cor.5,21). Y también: “Cristo nos liberó de la maldición
de la ley, haciéndose maldición por nosotros, como dice la Escritura: Maldito el que está colgado en un madero”
(Gál.3,13).

Por esta razón, porque el primer sentido del Bautismo de Cristo es hacerse solidario con el pecador, con el fin
de quitar el pecado, es que el Bautismo de Cristo está estrechamente relacionado con la pasión y con la muerte en la
cruz. El Bautismo de agua de Cristo en el río Jordán es símbolo del bautismo de sangre de Cristo en el monte
Calvario. De hecho Jesucristo va a decir ya adentrada su vida pública, es decir, mucho después de su Bautismo de
agua: “Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!” (Lc.12,50). Y
también dice dirigiéndose a los apóstoles Juan y Santiago: “¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser
bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» (Mc.10,38). En estas dos frases Jesucristo se refiere al
bautismo de sangre; se refiere a la sangre derramada durante su pasión bajo la cual quedará sumergido como en un
bautismo.

Por lo tanto, para poder entender bien el sentido del Bautismo de agua del Señor es necesario interpretarlo
según estos dos textos donde habla del bautismo, pero del bautismo que es la cruz. ‘Bautizar’ en griego significa
‘sumergirse’. Cristo se va a sumergir en su propia sangre para poder hacer que los hombres alcancen el perdón. Por
eso, visto desde esta perspectiva, el Bautismo del Señor tiene como primer y principal sentido anticipar el misterio de
la cruz.

Por esta razón dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y
la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya "el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29); anticipa ya el "bautismo" de su muerte sangrienta (cf Mc 10, 38;
Lc 12, 50). Viene ya a "cumplir toda justicia" (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre:
por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados (cf. Mt 26, 39)” (nº 536).
En segundo lugar, Jesús se bautiza para dar inicio a una nueva etapa. El Bautismo de Cristo da inicio a la
nueva etapa de la salvación, revela a la Trinidad y la Encarnación del Verbo, y da por finalizado el AT.

a) Da inicio a la nueva etapa de la salvación, porque allí comienza la vida pública del Verbo Encarnado,
etapa absolutamente nueva en el plan de salvación. Aquí comienza su obra de apostolado que culminará en la cruz y
la resurrección.

b) Revela a la Trinidad porque hasta entonces no había habido una revelación explícita de ese primordial
misterio cristiano. Esta revelación la hace a través de la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo muy querido en quien tengo
puesta toda mi predilección” (Lc.3,22). A través de la paloma: “Se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre
Él en forma corporal, como una paloma” (Lc.3,22). Y a través de la presencia corporal de Cristo.

c) Revela la Encarnación del Verbo: al escucharse la voz del Padre que lo llama ‘Hijo’ se está realizando la
revelación de que ese hombre que se encuentra allí, Jesucristo, es también la segunda persona de la Santísima
Trinidad.

d) Da por finalizado el AT: San Juan Bautista, con su bautismo de conversión, era la línea del horizonte entre
dos mundos, el del Antiguo y el del Nuevo Testamento. Con su bautismo preparaba los corazones de los israelitas
para que aceptaran al Verbo Encarnado. Cuando Jesús se hace bautizar une en sí los dos testamentos, confluyen en Él
la preparación (el bautismo de Juan) y la realidad (su humanidad unida al Verbo). Con el Bautismo de Jesús
comienza ‘oficialmente’ el Nuevo Testamento.

e) Prefigurar y preparar el bautismo cristiano. El bautismo de Juan no era un sacramento que perdonaba los
pecados por su mismo poder. El bautismo de Juan es un símbolo del arrepentimiento de cada persona que se
bautizaba. Pero Jesucristo aprovecha este bautismo de Juan para preparar el bautismo que Él iba a instituir como
sacramento para el perdón de los pecados y la incorporación a sí mismo.

 
 
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Santos Padres
San Jerónimo
El bautismo del Señor

Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias .
Aquí aparece claramente un signo de humildad; es como decir: no soy digno siquiera de ser su siervo. Pero en estas
sencillas palabras se nos revela otro misterio. Leemos en el Éxodo, en el Deuteronomio y en el libro de Ruth que
cuando alguien se negaba a tomar por mujer a la viuda de su hermano, quien le seguía en orden de parentesco, ante
los jueces y los ancianos le decía: a ti te corresponde el matrimonio, tú eres quien debe tomarla por mujer. Si se
negaba, la misma a quien no quería tomar por esposa le quitaba su sandalia, le golpeaba en la cara y le escupía. De
este modo podía ya casarse con el otro. Esto se hacía para pública deshonra—interpretando de momento el texto al
pie de la letra—a fin de que si alguien fuera a rechazar a una mujer especialmente por ser pobre, el miedo a esta
pública deshonra le hiciera desistir. Por tanto, aquí se nos revela el sacerdocio. Juan mismo dice: «el que tiene a la
esposa es el esposo» . Él tiene por esposa a la Iglesia, yo soy simplemente el amigo del esposo: no puedo, siguiendo
la ley, desatar la correa de su sandalia, porque él no ha rechazado a la Iglesia por esposa.
Yo os bautizo con agua , yo soy un servidor, él es el Creador y el Señor. Yo os ofrezco agua.

Yo, que soy criatura, ofrezco una criatura; él, que es increado, da al increado. Yo os bautizo con agua, ofrezco lo que
se ve; él lo que no se ve. Yo, que soy visible, doy agua visible; él, que es invisible, da el Espíritu invisible.

Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea . Fijaos en el significado de las palabras. No
dice: vino Cristo, ni tampoco: vino el Hijo de Dios, sino vino Jesús.

Alguien podría decir: ¿Por qué no dice Cristo? Me refiero a Cristo según la carne. Dios, por su parte, es eternamente
santo y no necesita ninguna santificación, pero estamos hablando ahora de la carne de Cristo. Aún no había sido
bautizado, ni había sido ungido por el Espíritu Santo. Hablo de Cristo según la carne, según la forma de siervo; que
nadie se escandalice. Hablo de aquel que, como si fuera un pecador, se acercó al bautismo; no trato de dividir a
Cristo. No trato de decir que uno es Cristo, otro Jesús, y otro el Hijo de Dios, sino que siendo uno y el mismo es
diverso según la diversidad de los momentos. «Vino Jesús desde Nazaret de Galilea». Daos cuenta del misterio. A
Juan el Bautista acuden en primer lugar los habitantes de Judea y de Jerusalén, pero nuestro Señor con quien se inicia
el bautismo evangélico y que cambió los sacramentos de la ley en sacramentos del Evangelio, no vino desde Judea ni
desde Jerusalén, sino desde Galilea de los gentiles. «Vino Jesús desde Nazaret de Galilea». Nazara significa flor. La
flor (Jesús) viene de la flor.

Y fue bautizado por Juan en el Jordán . ¡Gran misericordia: el que no había cometido pecado es bautizado como si
fuera un pecador! En el bautismo del Señor son perdonados todos los pecados.

Pero sólo a manera de cierto anticipo es esto propio del bautismo del Salvador, porque la verdadera remisión de los
pecados está en la sangre de Cristo y en el misterio de la Trinidad.

En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban. Todo esto, que se ha escrito, se ha escrito para nosotros,
pues, antes de recibir el bautismo, tenemos los ojos cerrados y no vemos las cosas celestes.

Y vio que el Espíritu, como paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado,
en ti me complazco» . Jesucristo es bautizado por Juan; el Espíritu Santo desciende en forma de paloma y el Padre da
testimonio desde los cielos. Mira, Arrio, ved, herejes, el misterio de la Trinidad en el bautismo de Jesús: Jesús es
bautizado, el Espíritu Santo desciende en forma de paloma, el Padre habla desde el cielo. «Vio que los cielos se
rasgaban». Cuando dice «vio», da a entender que los otros no veían, pues no todos ven los cielos abiertos. ¿Qué dice
Ezequiel en el comienzo de su libro? «Y sucedió, dice, que encontrándome yo entre los deportados, a orillas del río
Kebar, vi los cielos abiertos». Yo vi, luego los otros no veían. Que nadie piense que se trata de los cielos simple y
materialmente abiertos: nosotros mismos, que nos hallamos aquí, vemos los cielos abiertos o cerrados según la
diversidad de nuestros méritos. La fe plena tiene los cielos abiertos, más la fe vacilante los tiene cerrados.

«Y vio que el Espíritu, como paloma, bajaba a él» Maniqueos, marcionistas y demás herejías suelen presentarnos la
siguiente objeción: si Cristo está en su cuerpo y la carne, que asumió, no fue abandonada, ni se la quitó de encima,
también el Espíritu Santo, que bajó a él, está en la paloma. ¿Percibís los silbidos de la antigua serpiente? ¿Veis que
aquella culebra, que arrojó al hombre del paraíso, también a nosotros quiere arrojarnos del paraíso de la fe? No dice
—el evangelista—: tomó el cuerpo de una paloma, sino el Espíritu «como» paloma. Cuando se dice «como» no se
designa la realidad, sino la similitud.

Respecto al Señor y Salvador, no está escrito que nació «como» hombre, sino que nació hombre. Mas aquí se dice
como paloma. Por tanto, fue una similitud lo que se dio, no fue la realidad.

S aN JerÓNiMo, Comentario al Evangelio de San Marcos, I, Mc 1, 1-12, Ciudad Nueva Madrid 1989, 26-29

 
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Aplicación

P. Alfredo Sáenz, S.J.


 
1. EL JORDAN COMO EPIFANIA
 

Según dijimos el pasado 6 de enero, la palabra "epifanía" 'significa "manifestación". Y en ese día conmemoramos
el misterio del Verbo encarnado que quiso manifestarse, mostrarse a los Magos, primicias de los pueblos gentiles.
Todavía en el marco de aquella fiesta —ya que estamos en el tiempo litúrgico llamado de Epifanía— celebramos
hoy una nueva "manifestación" de Jesús: su Bautismo en el Jordán. ¿En qué sentido ese Bautismo constituyo una
"manifestación"? En diversos sentidos. Ante todo, porque fue en ocasión de dicho Bautismo que San Juan el
Precursor, aquel que nos acompañó durante el tiempo de Adviento, aquel hombre tan humilde que, según lo
consigna el evangelio de hoy, se sentía indigno hasta de desatarle las correas de las sandalias al Señor, señaló
públicamente a Jesús como el Mesías esperado. "Yo no le conocía —nos dice— pero he venido a bautizar con
agua para que él fuera manifestado a Israel". Y asimismo atestiguó: "He visto al Espíritu descender del cielo en
forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo.
Yo lo he visto y soy testigo de que él es el Hijo de Dios".

Más no fue tan sólo el Bautista quien dio testimonio de Jesús ante el pueblo. También lo manifestaron, y cuán
majestuosamente, las tres Personas de la Santísima Trinidad. Ni bien Jesús salió del agua, luego de haberse
humillado colocándose en la fila de los pecadores, que esperaban recibir, de manos de Juan, el bautismo de
penitencia, Jesús fue proclamado como Hijo de Dios hecho carne. El Padre celestial lo enalteció públicamente,
dirigiéndole con voz perceptible estas solemnes palabras: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda
mi predilección" y el Espíritu Santo, según lo consignó el evangelista, bajó "sobre él como una paloma". La
Trinidad en pleno se expresó, pues, en el Jordán, exaltando al Hijo de Dios que se había humillado por nuestros
pecados. Es el cumplimiento casi literal de lo profetizado por Isaías, según lo escuchamos en la primera lectura
de hoy: "Así habla el Señor: Este es mi servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma.
Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones". Cristo es el nuevo Noé que se
sumerge en estas aguas, que recuerdan alas del diluvio, para anegar en ellas nuestros pecados; y, como Noé
después del diluvio, también El recibe la paloma divina que anuncia la paz y la salvación para los hombres.

Nos dice el evangelio que, al salir del agua, vio Jesús que los cielos se abrían. Porque los cielos, amados
hermanos, a raíz del pecado original, estaban cerrados para nosotros. Hoy se abren para indicar que en Cristo el
cielo se ha reconciliado con la tierra, que ya no hay sino un sólo rebaño formado por ángeles y hombres, y un
solo pastor de todos, que las clausuradas puertas del Paraíso se han reabierto para los pecadores arrepentidos.

2. EN EL JORDAN, CRISTO PURIFICO LAS AGUAS

¡Admirable este misterio del Bautismo de Jesús! ¿Por qué quiso ser bautizado? No, evidentemente, para ser
purificado de sus pecados, El, que era la Pureza original. Si Cristo descendió al Jordán fue para purificar las
aguas, para comunicarles su propia pureza, de tal modo que en adelante esas aguas fuesen capaces de purificar a
los hombres mediante el Bautismo. El calor del cuerpo vivo de Cristo puesto en contacto con las aguas hizo a
éstas aptas para limpiar no sólo el exterior de los cuerpos —que es su virtualidad natural— sino también lo más
recóndito de las almas. Al penetrar, pues, Jesús en el Jordán, las aguas de este río, y las de todos los ríos, todas las
aguas del mundo, se hicieron aptas para el orden sacramental. Ya no serán tan sólo "aguas de la tierra", serán
también "olas de Cristo".

El Señor que se bautiza en el Jordán es la víctima que anticipa su sacrificio, aquél señalado por el Bautista: Este
es el cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo. Qui tollit peccata mundi. La palabra latina "tollere" —
y su verbo correspondiente en griego— no sólo quiere decir "quitar" sino también "cargar". El Cristo que se
sumerge en el Jordán es el cordero que carga los pecados y que quita los pecados. Mejor aún, Cristo no es sólo "el
que carga" y "el que quita" sino que es aquel que carga para quitar. Por eso el bautismo del Jordán está en
estrecha relación con la Cruz. Cuando a lo largo de su vida, Jesús pensara en su Pasión futura la llamaría
"bautismo": "Con bautismo tengo que ser bautizado —dijo en cierta ocasión refiriéndose a aquélla—, ¡y qué
angustia siento hasta que esto se cumpla!". En su Pasión, Jesús se sumergiría en un abismo de sufrimientos
similar a un mar profundo. Por eso el Bautismo del Jordán anticipa en figura a la Cruz, que está en el telón de
fondo de aquel episodio. Ya desde el comienzo de su vida pública, Cristo es el cordero de Dios que camina hacia
el altar del sacrificio. A partir del Jordán comienza para El la ruda ascensión al Calvario. Cuando estuviese
clavado en la Cruz, de su costado abierto saldría el agua viva, el agua que purificada antes en el Jordán, sería la
materia del Bautismo cristiano.
3. EN EL JORDAN, CRISTO FECUNDO LAS AGUAS

Así, pues, en el Jordán, Cristo se muestra como el Cordero que, cargando con nuestros pecados, los anegó en las
aguas, purificando al mismo tiempo para siempre las aguas de todas las fuentes. Pero eso no es todo. En el Jordán,
Cristo fecundó las aguas. A partir de entonces, el agua no sólo quedaría limpia para en adelante, sino que además
se convertiría en el seno materno de la Iglesia hecha fecunda. Acabamos de decir que Cristo no se bautizó para sí
sino para nosotros, para la Iglesia; no se bautizó para ser purificado sino para que la Iglesia, a la que radicalmente
había asumido en su cuerpo, quedase purificada. La Iglesia se reconoce en la humanidad misma del Señor que se
sumergió en las olas del Jordán. Recapitulando en su cuerpo a la Iglesia, vivió sus misterios para la Iglesia.
Esposo y Esposa son, en el Jordán "una sola carne". Cristo, en su Bautismo, purificó, pues, a la Iglesia, pero para
unírsela a Él en esponsales. Es, ni más ni menos, lo que dice San Pablo en su epístola a los efesios: "Maridos,
amad a vuestra esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla. El la purificó con el
bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin
ningún defecto, sino santa e inmaculada".

El Bautismo en el Jordán es, así, el baño nupcial gracias al cual la Esposa-Iglesia —asumida en la carne de
Cristo— recibió la última preparación antes de ser presentada al Esposo. Lo confirma la antífona para los Laudes
de la fiesta de Epifanía: "Hoy la Iglesia se unió a su Esposo celestial, porque en el Jordán Cristo lavó sus
crímenes". Se unen acá las ideas de purificación y de unión nupcial. Cristo pudo desposarse con la Iglesia porque
en el Jordán lavó las manchas de la Iglesia. El baño de Cristo-Esposo es, pues, el baño de la Iglesia-Esposa, el
único baño nupcial. Desposándose el Señor con la Iglesia en el Jordán, dejó en el agua el germen de su
fecundidad para hacer del agua el seno de la Iglesia-Esposa. A lo largo de los siglos, de las aguas del Bautismo
—seno virginal de la Madre Iglesia— incesantemente nacerán nuevos hijos, hijos de Dios.

Tal es el rico contenido que se encierra en este misterio de la vida del Señor. Una manifestación de Cristo como
Hijo de Dios, integrante de la Santísima Trinidad. Una manifestación de Cristo como Salvador, como inaugurador
de los misterios en su propio cuerpo. Pronto nos acercaremos para recibir ese mismo Cuerpo del Señor en la
Sagrada Eucaristía. Pidámosle que cuando penetre en el Jordán de nuestra alma, renueve en él sus antiguas
maravillas purificando nuestro interior de toda mancha, y haciéndolo de tal modo fecundo que podamos continuar
en nuestra vida el misterio de la Epifanía "manifestando" a Cristo con nuestras buenas acciones.

SaeNZ a.,Palabra y Vida, Ciclo B, Gladius Buenos Aires 1993, 53-58

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P. Gustavo Pascual, I.V.E.

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

El Espíritu Santo bajó sobre Jesús en forma de paloma. Esta era la señal que le había dado Dios al Bautista
para reconocer a Jesús que venía entre los pecadores. “Yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua,
me dijo: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu
[2]
Santo”” . También se oyó la voz del Padre que lo exaltaba ante todo el pueblo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti
me complazco”.

El Padre se complace en Jesús porque hace su voluntad, porque es fiel a la misión que le ha encomendado.

El Bautismo de Jesús es la presentación oficial del Hijo de Dios. “Mi Hijo amado en quien me complazco”
(Mt, Mc). “Mi hijo; yo te he engendrado hoy” (Lc). “Doy testimonio de que este es el Hijo de Dios” (Jn).
[3]
¿Quién es este Hijo de Dios? Es el Siervo de Yahvé del primer canto de Isaías .

[4]
Acuden a Juan para preguntarle quién era y él da testimonio de que no es el Mesías . Luego estando con
sus discípulos da testimonio: “ese es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, y lo sabe porque ha
[5]
visto descender sobre Él al Espíritu Santo, que era la señal que le dio el que le envió a bautizar .

Hoy Marcos nos relata sucintamente el Bautismo del Señor. Juan se humilla y bautiza a Jesús para cumplir
[6]
el plan de salvación .

Se manifiesta en el Bautismo de Jesús la Santísima Trinidad: el Hijo bautizado, el Espíritu Santo en forma
de paloma y la voz del Padre.

Jesús se bautiza para santificar las aguas del Bautismo, para cumplir las Escrituras, para manifestarse como
el que venía a cargar con nuestros pecados. Era conveniente pero no necesario su bautismo.

“Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”.

Dios se complace en su Hijo porque ha sido siempre fiel a su voluntad. Jesús Ungido por el Espíritu Santo
[7]
en el seno de María hoy manifiesta delante de Israel que es el Mesías . Al entrar en el mundo dijo: “He aquí
[8] [9]
que vengo para hacer tu voluntad” . Y al final de su vida dijo: “Todo está cumplido” .

El Siervo de Yahvé de Isaías es Jesús, el Hijo amado. Ha venido a hacer la voluntad de su Padre y a morir
por los hombres. El Siervo y el Hijo que hacen la voluntad de su Señor manifiestan la humildad de Jesús. Jesús
hoy da un rasgo notable de su humildad, se pone en la fila de los pecadores para recibir el Bautismo de Juan.
Dice la carta a los Filipenses: “Cristo, El cual, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios, si no
que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana, y apareciendo en su
[10]
porte como hombre, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” . Sin
embargo, aunque tomó el porte de un hombre pecador, su mayor humillación fue hacerse hombre.

Jesús nos da ejemplo de humildad.

Y, ¿cuál es la humildad que se nos pide? Reconocernos criaturas, siervos de Dios. Esta es la humildad
esencial. Esta humildad implica obedecer los mandamientos de Dios, de Cristo y de su Iglesia.

Pero nuestra humildad toma un aspecto especial desde el Bautismo, porque comenzamos a ser hijos.
Debemos imitar la humildad del Hijo, humildad basada en el amor a nuestro Padre celestial, que nos lleva a
obedecerlo.

            ¿Qué se opone a nuestra humildad filial? El espíritu del mundo, que esencialmente es hacer lo que yo
quiero, lo que me apetece, el libertinaje, aunque eso signifique desobedecer a Dios.
            ¿Jesús es ungido por primera vez en el Bautismo? La unción del Espíritu en el Bautismo se manifiesta
ante todo Israel pero Jesús ya había sido ungido por el Espíritu Santo en la Encarnación, “el Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le
[11]
llamará Hijo de Dios” . El Espíritu Santo une la naturaleza humana al Verbo Eterno y queda ungida de la
divinidad, el Mesías comienza a habitar entre los hombres.
[12]
            “Amas la justicia y odias la iniquidad, por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de fiesta más que
[13]
a tus compañeros” . Este salmo mesiánico se refiere a la Encarnación del Verbo y al júbilo mesiánico. El
júbilo mesiánico nace del cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento pero principalmente de
nuestro reencuentro con Dios. La liberación del hombre de sí mismo para vivir en Dios.
            Luego del Bautismo, donde Jesús es manifestado ante Israel como el Ungido del Señor, comienza su
misión de Ungido, de Mesías. En la sinagoga de Nazaret se aplica a sí mismo la profecía de Isaías que dice: “El
Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres, la Buena Nueva, me ha enviado
a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar
[14]
un año de gracia del Señor” .
            La unción de Jesús en la Encarnación nos trae alegría, “os anuncio una gran alegría, dijo el ángel a los
pastores, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo
[15]
Señor” . La unción en su Bautismo nos trae también alegría porque Jesús santifica las aguas que nos
purificarán de nuestros pecados y nos harán hijos agradables a Dios. Su predicación es el comienzo de su obra
de restauración que culminará en su Pascua y su sede a la derecha del Padre. Para nosotros es el año de gracia
del Señor que culminará el día de su segunda venida.
            Jesús es el ungido con óleo de júbilo. Jesús es fiel a la misión de su Padre y vive en Él, haciendo lo que le
complace. Él nos enseña la fidelidad para que también nosotros seamos hijos agradables al Padre y vivamos
jubilosos.
            ¿Por qué no somos felices? Porque no hacemos la voluntad de Dios.
            Para vivir contentos tenemos que aceptar la voluntad de Dios, la misión que Él nos ha designado en
parte. Cada uno tiene una vocación en esta vida, una misión. Si la aceptamos viviremos contentos, si no la
aceptamos seremos infelices. En esto no hay grados, se acepta o no se acepta el querer de Dios, estamos
contentos o estamos descontentos. El estar contento es como la base de la felicidad.
            Luego vienen las alegrías, los gozos, las felicidades. En mayor o menor medida de acuerdo a nuestra
entrega a la voluntad del Señor. Cuanto más nos vayamos olvidando de nuestros propios quereres para querer
el querer de Dios, más felicidad tendremos. Estas alegrías y gozos son como las paredes del edificio de la
felicidad.
            La cúpula de la felicidad se da en vivir fuera de sí, en Dios. Nuestra voluntad tan identificada con la de
Dios que es como si Dios obrara en nosotros. Una fundición de voluntades y nosotros viviendo en un éxtasis
continuo, olvidados de nosotros mismos cuanto se puede en esta vida, viviendo en Dios. El júbilo expande
tanto el corazón en Dios que no es posible expresar con palabras la alabanza y el amor a Dios sino que se lo
expresa con todo el ser transportado en Dios.
            El júbilo de Jesús, el ungido del Señor, es una invitación a cada uno de nosotros para vivir la felicidad en
su cumbre, es decir, para vivir en júbilo. Jesús ha sido ungido para que nosotros seamos hombres nuevos,
hombres divinizados, hombres jubilosos, hombres verdaderamente religiosos, hombres que viven en Dios y
Dios en ellos.
            Nosotros somos ungidos el día de nuestro Bautismo y somos consagrados como cristianos, somos otros
cristos y por tanto debemos imitar al Ungido de Dios. Si queremos que el Padre se complazca en nosotros
debemos ser como Jesús. Él ha santificado las aguas para que nosotros seamos hijos de Dios y ungidos de Dios.
Jesús por su Misterio Pascual nos ha consagrado para ser hombres nuevos que se le asemejen. Llevamos la
unción del Bautismo perennemente en el alma por el carácter bautismal y nuestra vida consiste en ser una
réplica de Jesús, el Hijo amado del Padre.
 

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Instituto del Verbo Encarnado
Provincia Nuestra Señora de Luján, Argentina
E- mail: [email protected]
[email protected]
Sitio Web: www.iveargentina.org

[1]
Juan Pablo II dice que Cristo “toma su lugar entre los pecadores, (…) en el Jordán, para servirles a todos de ejemplo” (B. Juan Pablo II, El
Espíritu Santo en la experiencia del desierto, Audiencia General del día sábado 21 de julio de 1990, nº 5). Y Benedicto XVI dice: “El relato de
las tentaciones guarda una estrecha relación con el relato del Bautismo, en el que Jesús se hace solidario con los pecadores” (Benedicto XVI,
Jesús de Nazaret (I), Ed. Planeta, Santiago de Chile, 2007, p. 51).
[2]
Jn 1, 33
[3]
42, 1 s
[4]
Cf. Jn 1, 19-20
[5]
Cf. Jn 1, 29-34
[6]
Cf. Mt 3, 13-15
[7]
Cf. Lc 3, 21; Jn 1, 34
[8]
Cf. Hb 10, 4-10
[9]
Jn 19, 30
[10]
Flp 2, 5-8
[11]
Lc 1, 35
[12]
Otras versiones traducen “óleo de júbilo”.
[13]
Sal 44, 8
[14]
Cf. Lc 4, 16-21
[15]
Lc 2, 10-11

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