Aristoteles Etica A Nicomaco

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Aristóteles, Ética a Nicómaco, I.

Hemos, pues, de tratar de la felicidad, no sólo por conclusiones ni por proposiciones de quien consta
el argumento, pero aun por las cosas que de ella hablamos dichas. Porque con la verdad todas las cosas que son
cuadran, y la verdad presto descompadra con la mentira.
Habiendo, pues, tres diferencias de bienes, unos que se dicen externos, otros que consisten en el
alma, y otros en el cuerpo, los bienes del alma más propiamente y con más razón se llaman bienes, y los hechos
y ejercicios espirituales, en el alma los ponemos.
De manera que conforme a esta opinión, que es antigua y aprobada por todos los filósofos, bien y
rectamente se dirá que el fin del hombre son ciertos hechos y ejercicios, porque desta manera consiste en los
bienes del alma y no en los de fuera.
Conforma con nuestra razón esto: que el dichoso se entiende que ha de vivir bien y obrar bien,
porque en esto casi está propuesto un bien vivir y un bien obrar.
Se ve asimismo a la clara que todas las cosas que de la felicidad se disputan consisten en lo que está
dicho. Porque a unos les parece que la suma felicidad es la virtud, a otros que la prudencia, a otros que cierta
sabiduría, a otros todas estas cosas o alguna de ellas con el contento, o no sin él; otros comprenden también
juntamente los bienes de fortuna.
De estas dos cosas, la postrera afirma el vulgo y la gente de menos nombre, y la primera los pocos y
más esclarecidos en doctrina. Pero ningunos de estos es conforme a razón creer que del todo yerran, sino en algo,
y aciertan casi en todo lo demás. Pues con los que dicen que el sumo bien es toda virtud o alguna de ellas,
concuerda la razón, porque el ejercicio que conforme a virtud se hace, proprio es de la virtud.
Pero hay, por ventura, muy grande diferencia de poner el sumo bien en la posesión y hábito, a
ponerlo en el uso y ejercicio; porque bien puede acaecer que el hábito no se ejercite en cosa alguna buena,
aunque en el alma tenga hecho asiento, como en el que duerme o de cualquier otra manera está ocioso. Pero el
ejercicio no es posible, porque en el efecto y buen efecto consiste de necesidad.
Y así como en las fiestas del Olimpo no los más hermosos ni los más valientes ganan la corona, sino
los que pelean (pues algunos de estos vencen), de esta misma manera aquellos que se ejercitan bien, alcanzan las
cosas buenas y honestas de la vida. Y la vida de estos tales es ella por sí misma muy suave, porque la suavidad
uno de los bienes es del alma, y a cada uno le es suave aquello a que es aficionado, como al aficionado a caballos
el caballo, al que es amigo de veer las cosas que son de veer, y de la misma manera al que es aficionado a la
justicia le son apacibles las cosas justas, y generalmente todas las obras de virtud al que es a ella aficionado.
Las cosas, pues, que de veras son suaves, no agradan al vulgo, porque, naturalmente, no son tales;
pero a los que son aficionados a lo bueno, les es apacible lo que naturalmente lo es, cuales son los hechos
virtuosos. De manera que a éstos les son apacibles, y por sí mismos lo son, ni la vida de ellos tiene necesidad de
que se le añada contento como cosa apegadiza, sino que ella misma en sí misma se lo tiene. Porque conforme a
lo que está dicho, tampoco será hombre de bien el que con los buenos hechos no se huelga, pues que tampoco
llamará ninguno justo al que el hacer justicia no le da contento, ni menos libre al que en los libres hechos no
halla gusto, y lo mismo es en todas las demás virtudes.
Y si esto es así, por sí mismos serán aplacibles los hechos virtuosos, y asimismo los buenos y
honestos, y cada uno de ellos muy de veras, si bien juzga dellos el hombre virtuoso, y pues juzga bien, según
hemos dicho, se sigue que la felicidad es la cosa mejor y la más hermosa y la más suave, ni están estas tres cosas
apartadas como parece que las aparta el epigrama que en Delos está escrito:
De todo es lo muy justo más honesto, lo más útil, tener salud entera, lo más gustoso es el haber
manera como goces lo que amas, y de presto. Porque todas estas cosas concurren en los muy buenos ejercicios, y
decimos que o éstos, o el mejor de todos ellos, es la felicidad. Aunque con todo eso parece que tiene necesidad

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de los bienes exteriores, como ya dijimos. Porque es imposible, a lo menos no fácil, que haga cosas bien hechas
el que es falto de riquezas, porque ha de hacer muchas cosas con favor, o de amigos, o de dineros, o de civil
poder, como con instrumentos, y los que de algo carecen, como de nobleza, de linaje, de hijos, de hermosura,
parece que manchan la felicidad. Porque no se puede llamar del todo dichoso el que en el rostro es del todo feo,
ni el que es de vil y bajo linaje, ni el que está sólo y sin hijos, y aun, por ventura, menos el que los tiene malos y
perversos, o el que teniendo buenos amigos se le mueren.
Parece, pues, según hemos dicho, que tiene necesidad de prosperidad y fortuna semejante. De aquí
sucede que tinos dicen que la felicidad es lo mismo que la buenaventura, y otros que lo mismo que la virtud. De
donde se duda si la prosperidad es cosa que se alcance por doctrina, o por costumbre y uso, o por algún otro
ejercicio, o por algún divino hado, o por fortuna.
Y si algún otro don de parte de Dios a los hombres les proviene, es conforme a razón creer que la
felicidad es don de Dios, y tanto más de veras, cuanto ella es el mejor de los dones que darse pueden a los
hombres.
Pero esto a otra disputa por ventura más propiamente pertenece. Pero está claro que aunque no sea
don de Dios, sino que o por alguna virtud y por alguna ciencia, o por algún ejercicio se alcance, es una cosa de
las más divinas. Porque el premio y fin de la virtud está claro que ha de ser lo mejor de todo, y una cosa divina y
bienaventurada. Es asimismo común a muchos, pues la pueden alcanzar todos cuantos en los ejercicios de la
virtud no se mostraren flojos ni cobardes, con deuda de alguna doctrina y diligencia.
Y si mejor es de esta manera alcanzar la felicidad que no por la fortuna, es conforme a razón ser así
como decimos, pues aun las cosas naturales es posible ser de esta manera muy per fectas, y también por algún
arte y por todo género de causas, y señaladamente por la mejor de ellas.
Y atribuir la cosa mejor y más perfecta a la fortuna, es falta de consideración y muy gran yerro. A
más de que la razón nos lo muestra claramente esto que inquirimos. Porque ya está dicho qué tal es el ejercicio
del alma conforme a la virtud. Pues de los demás bienes, unos de necesidad han de acompañarlo, y otros como
instrumentos le han de dar favor y ayuda. Todo esto es conforme a lo que está dicho al principio.
Porque el fin de la disciplina de la república dijimos ser el mejor, y ésta pone mucha diligencia en
que los ciudadanos sean tales y tan buenos, que se ejerciten en todos hechos de virtud.
Con razón, pues, no llamamos dichoso ni al buey, ni al caballo, ni a otro animal ninguno, pues
ninguno de ellos puede emplearse en semejantes ejercicios.
Y por la misma razón ni un muchacho tampoco es dichoso, porque por la edad no es aún apto para
emplearse en obras semejantes, y si algunos se dicen, es por la esperanza que se tiene de ellos, porque, como ya
está dicho, se requiere perfecta virtud y perfecta vida.
Porque suceden mudanzas y diversas fortunas en la vida, y acontece que el que muy a su placer esta,
venga a la vejez a caer en muy grandes infortunios, como de Príamo cuentan los poetas. Y al que en semejantes
desgracias cae y miserablemente fenece, ninguno lo tiene por dichoso.

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