Modulo 2
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DOCTRINA SOCIAL DE
LA IGLESIA COMO GUÍA
PARA PROMOVER EL
DESARROLLO.
PROGRAMAS DE SEGUNDA
ESPECIALIDAD
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PRINCIPIOS DE LA DSI:
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5. La propiedad privada: exigencia natural del trabajo humano. El trabajo,
desde la perspectiva cristiana, es la forma más humana de vivir. Las personas somos
seres que realizamos múltiples acciones y tareas; pero una de ellas es muy
importante: EL TRABAJO, el cual nos permite interactuar con la realidad de manera
creativa y productiva. El trabajo nos permite generar autonomía personal y
promover el bienestar real y concreto de nuestras familias y de los miembros de
nuestra comunidad. El trabajo no debe ser reducirlo a un elemento más del mercado,
sino que debe ser el centro de la economía; pues gracias al trabajo, las personas nos
convertimos en auténticos seres dignos y autónomos.
Una de las consecuencias del trabajo es el derecho a poseer bines propios y privados,
de tal manera que todo ser humano tiene derecho a gozar del fruto de su trabajo. La
propiedad privada es connatural al trabajo y establecer formas políticas de
comunismo radical, atenta directamente contra la naturaleza humana.
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bienestar es el bienestar de los demás. La solidaridad no es un acto caritativo, es un
compromiso por el desarrollo de cada uno de los miembros de mi comunidad, un
compromiso con el bien común.
EXCURSUS:
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LA DSI Y UNA REFLEXIÓN SOBRE LOS PROBLEMAS CONCRETOS DE LA VIDA
SOCIAL:
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los datos con frecuencia no coinciden. De cualquier forma, se trata de enormes
recursos que se sustraen a la economía, a la producción y a las políticas sociales. Los
costos recaen sobre los ciudadanos, ya que la corrupción se paga desviando los
fondos de su legítima utilización.
La corrupción atraviesa todos los sectores sociales: No se puede atribuir sólo a los
operadores económicos ni sólo a los funcionarios públicos. La sociedad civil
tampoco está exenta. Es un fenómeno que atañe tanto a cada uno de los Estados
como a los Organismos Internacionales.
La corrupción se favorece por la escasa transparencia en las finanzas
internacionales, la existencia de paraísos fiscales y la disparidad de nivel en las
formas de combatirla, con frecuencia restringidas al ámbito de cada Estado,
mientras que el ámbito de acción de los actores de la corrupción es con frecuencia
supranacional e internacional. Es también favorecida por la escasa colaboración
entre los Estados en el sector de la lucha contra la corrupción, la excesiva diversidad
en las normas de los varios sistemas jurídicos, la escasa sensibilidad de los medios
de comunicación con respecto a la corrupción en ciertos países del mundo y la falta
de democracia en varios países. Sin la presencia de un periodismo libre, de sistemas
democráticos de control y de transparencia, la corrupción es indudablemente más
fácil.
Hoy la corrupción despierta mucha preocupación ya que también está vinculada con
el tráfico de estupefacientes, el reciclaje de dinero sucio, el comercio ilegal de armas
y con otras formas de criminalidad.
4. Si la corrupción es un grave daño desde el punto de vista material y un enorme
costo para el crecimiento económico, sus efectos son todavía más negativos sobre
los bienes inmateriales, vinculados más estrechamente con la dimensión cualitativa
y humana de la vida social. La corrupción política, como enseña el Compendio de la
doctrina social de la Iglesia, «compromete el correcto funcionamiento del Estado,
influyendo negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce
una creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un
progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes, con
el consiguiente debilitamiento de las instituciones» (n. 411).
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Existen nexos muy claros y empíricamente demostrados entre corrupción y carencia
de cultura, entre corrupción y límites de funcionalidad del sistema institucional,
entre corrupción e índice de desarrollo humano, entre corrupción e injusticias
sociales. No se trata sólo de un proceso que debilita el sistema económico: la
corrupción impide la promoción de la persona y hace que las sociedades sean menos
justas y menos abiertas.
5 La Iglesia considera la corrupción como un hecho muy grave de deformación del
sistema político. El Compendio de la doctrina social de la Iglesia la estigmatiza así:
«La corrupción distorsiona de raíz el papel de las instituciones representativas,
porque las usa como terreno de intercambio político entre peticiones clientelistas y
prestaciones de los gobernantes. De este modo, las opciones políticas favorecen los
objetivos limitados de quienes poseen los medios para influenciarlas e impiden la
realización del bien común de todos los ciudadanos» (n. 411). La corrupción se
enumera «entre las causas que en mayor medida concurren a determinar el
subdesarrollo y la pobreza» (n. 447) y, en ocasiones, está presente también al
interno de los procesos mismos de ayuda a los países pobres.
La corrupción priva a los pueblos de un bien común fundamental, el de la legalidad:
respeto de las reglas, funcionamiento correcto de las instituciones económicas y
políticas, transparencia. La legalidad es un verdadero bien común con destino
universal. En efecto, la legalidad es una de las claves para el desarrollo, en cuanto
que permite establecer relaciones correctas entre sociedad, economía y política, y
predispone el marco de confianza en el que se inscribe la actividad económica.
Siendo un «bien común», se le debe promover adecuadamente por parte de todos:
todos los pueblos tienen derecho a la legalidad. Entre las cosas que se deben al
hombre en cuanto hombre está precisamente también la legalidad. La práctica y la
cultura de la corrupción deben ser sustituidas por la práctica y la cultura de la
legalidad.
6. Para superar la corrupción, es positivo el paso de sociedades autoritarias a
sociedades democráticas, de sociedades cerradas a sociedades abiertas, de
sociedades verticales a sociedades horizontales, de sociedades centralistas a
sociedades participativas. Sin embargo, no está garantizado que estos procesos sean
positivos automáticamente. Es necesario estar muy atentos a que la apertura no
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socave la solidez de las convicciones morales y la pluralidad no impida vínculos
sociales sólidos. En la anomia de muchas sociedades avanzadas se esconde un serio
peligro de corrupción, no menor que en la rigidez de tantas sociedades arcaicas. Por
un lado, se puede verificar cómo la corrupción se ve favorecida en las sociedades
muy estructuradas, rígidas y cerradas, incluso autoritarias tanto en su interior como
hacia el exterior, porque en ellas es menos fácil darse cuenta de sus manifestaciones:
corruptos y corruptores, a falta de transparencia y de un verdadero y propio Estado
de derecho, pueden permanecer escondidos y hasta protegidos. La corrupción
puede perpetuarse porque puede contar con una situación de inmovilidad. Pero, por
el otro lado, fácilmente se puede notar también cómo en las sociedades muy flexibles
y móviles, con estructuras ligeras e instituciones democráticas abiertas y libres, se
esconden peligros. El excesivo pluralismo puede minar el consenso ético de los
ciudadanos. La babel de los estilos de vida puede debilitar el juicio moral sobre la
corrupción. La pérdida de los confines internos y externos en estas sociedades
puede facilitar la exportación de la corrupción.
7. Para evitar estos peligros, la doctrina social de la Iglesia propone el concepto de «
ecología humana » (Centesimus annus, 38), apto también para orientar la lucha
contra la corrupción. Los comportamientos corruptos pueden ser comprendidos
adecuadamente sólo si son vistos como el fruto de laceraciones en la ecología
humana. Si la familia no es capaz de cumplir con su tarea educativa, si leyes
contrarias al auténtico bien del hombre —como aquellas contra la vida— deseducan
a los ciudadanos sobre el bien, si la justicia procede con lentitud excesiva, si la
moralidad de base se debilita por la trasgresión tolerada, si se degradan las
condiciones de vida, si la escuela no acoge y emancipa, no es posible garantizar la «
ecología humana », cuya ausencia abona el terreno para que el fenómeno de la
corrupción eche sus raíces. En efecto, no se debe olvidar que la corrupción implica
un conjunto de relaciones de complicidad, oscurecimiento de las conciencias,
extorsiones y amenazas, pactos no escritos y connivencias que llaman en causa,
antes que a las estructuras, a las personas y su conciencia moral. Se colocan aquí,
con su enorme importancia, la educación, la formación moral de los ciudadanos y la
tarea de la Iglesia que, presente con sus comunidades, instituciones, movimientos,
asociaciones y cada uno de sus fieles en todos los ángulos de la sociedad de hoy,
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puede desarrollar una función cada vez más relevante en la prevención de la
corrupción. La Iglesia puede cultivar y promover los recursos morales que ayudan a
construir una « ecología humana » en la que la corrupción no encuentre un hábitat
favorable.
8. La doctrina social de la Iglesia empeña todos sus principios orientadores
fundamentales en el frente de la lucha contra la corrupción, los cuales propone como
guías para el comportamiento personal y colectivo. Estos principios son la dignidad
de la persona humana, el bien común, la solidaridad, la subsidiaridad, la opción
preferencial por los pobres, el destino universal de los bienes. La corrupción
contrasta radicalmente con todos estos principios, ya que instrumentaliza a la
persona humana utilizándola con desprecio para conseguir intereses egoístas.
Impide la consecución del bien común porque se le opone con criterios
individualistas, de cinismo egoísta y de ilícitos intereses de parte. Contradice la
solidaridad, porque produce injusticia y pobreza, y la subsidiaridad porque no
respeta los diversos roles sociales e institucionales, sino que más bien los corrompe.
Va también contra la opción preferencial por los pobres porque impide que los
recursos destinados a ellos lleguen correctamente. En fin, la corrupción es contraria
al destino universal de los bienes porque se opone también a la legalidad, que como
hemos ya visto, es un bien del hombre y para el hombre, destinado a todos.
Toda la doctrina social de la Iglesia propone una visión de las relaciones sociales
totalmente contrastante con la práctica de la corrupción. De aquí deriva la gravedad
de este fenómeno y el juicio fuertemente negativo que la Iglesia expresa de él. De
aquí deriva también el gran recurso que la Iglesia pone a disposición para combatir
la corrupción: toda su doctrina social y el trabajo comprometido de cuantos se
inspiran en ella.
9. La lucha contra la corrupción requiere que aumenten tanto la convicción —a
través del consenso dado a las evidencias morales—, como la conciencia que con
esta lucha se obtienen importantes ventajas sociales. Es ésta la enseñanza social que
encontramos en la Centesimus annus: « El hombre tiende hacia el bien, pero es
también capaz del mal; puede trascender su interés inmediato y, sin embargo,
permanece vinculado a él. El orden social será tanto más sólido cuanto más tenga en
cuenta este hecho y no oponga el interés individual al de la sociedad en su conjunto,
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sino que busque más bien los modos de su fructuosa coordinación » (n. 25). Se trata
de un criterio realista bastante eficaz. Éste nos señala que: debemos apostar por los
rasgos virtuosos del hombre, pero también incentivarlos; pensar que la lucha contra
la corrupción es un valor, pero también una necesidad; la corrupción es un mal, pero
también un costo; el rechazo de la corrupción es un bien, pero también una ventaja;
el abandono de prácticas corruptas puede generar desarrollo y bienestar; los
comportamientos honestos se deben incentivar y castigar los deshonestos. En la
lucha contra la corrupción es muy importante que las responsabilidades de los
hechos ilícitos salgan a la luz, que los culpables sean castigados con formas
reparadoras de comportamiento socialmente responsable. Es importante también
que los países o grupos económicos que trabajan con un código ético intolerante con
los comportamientos corruptos sean premiados.
10. La lucha contra la corrupción en el ámbito internacional requiere que se actúe
para aumentar la transparencia de las transacciones económicas y financieras y para
armonizar o uniformar la legislación de los diversos países en este campo. En la
actualidad resulta fácil ocultar los fondos que provienen de la corrupción y de
gobiernos corruptos, que fácilmente logran trasladar capitales ingentes con la ayuda
de múltiples complicidades.
Dado que el crimen organizado no tiene fronteras, es necesario también aumentar
la colaboración internacional entre los gobiernos, al menos en campo jurídico y en
materia de extradición. La ratificación de convenciones contra la corrupción es muy
importante y es deseable que los países ratificatorios de la Convención de la ONU
aumenten. Además queda por afrontar el problema de la verdadera y propia
aplicación de las Convenciones, dado que por motivos políticos éstas no se siguen al
interno de muchos países, incluso firmantes. Además, es necesario que en el ámbito
internacional se encuentre un acuerdo sobre procedimientos para confiscar y
recuperar todo lo recibido ilegalmente, puesto que hoy las normas que regulan estos
procedimientos existen sólo al interno de cada nación.
Muchos se auguran la constitución de una autoridad internacional contra la
corrupción, con capacidad de acción autónoma, pero en colaboración con los
Estados, y en grado de verificar los reatos de corrupción internacional y
sancionarlos. En este ámbito puede ser útil la aplicación del principio de
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subsidiaridad en los diversos niveles de autoridad en el campo del combate a la
corrupción.
11. Se debe tener una atención particular con respecto a los países pobres. Éstos
deben ser ayudados, como se decía antes, allí donde manifiesten carencias a nivel
legislativo y no posean aún las instituciones jurídicas para luchar contra la
corrupción. Una colaboración bilateral o multilateral en el sector de la justicia —
para mejorar el sistema carcelario, adquirir competencia para la investigación,
lograr la independencia estructural de la magistratura de los gobiernos— es muy
útil y se debe incluir plenamente entre las ayudas para el desarrollo.
La corrupción en los países en vías de desarrollo muchas veces es causada por
compañías occidentales o incluso por Organismos estatales o internacionales, otras
veces es iniciativa de oligarquías corruptas locales. Sólo con una postura coherente
y disciplinada de los países ricos será posible ayudar a los gobiernos de los países
más pobres para que adquieran credibilidad. Una vía maestra, seguramente
deseable, es la promoción de la democracia en estos países, de medios de
comunicaciones libres y vigilantes y de la vitalidad de la sociedad civil. Programas
específicos, país por país, por parte de los Organismos Internacionales pueden
obtener buenos resultados en este campo.
Las Iglesias locales están comprometidas fuertemente en la formación de una
conciencia civil y la educación de los ciudadanos para una verdadera democracia;
las Conferencias episcopales de muchos países, en repetidas ocasiones han
intervenido contra la corrupción y a favor de la convivencia civil bajo el gobierno de
la ley. Las Iglesias locales también deben colaborar válidamente con los Organismos
Internacionales en la lucha contra la corrupción.
Ciudad del Vaticano, 21 de septiembre de 2006 Fiesta de San Mateo, Apóstol y Evangelista
Renato Raffaele Card. Martino
Presidente
Giampaolo Crepaldi
Secretario
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