Juventudes Seoane

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esa relación, aunque lo reclamen de una manera tosca, aunque a

veces parece que lo quieren incendiar en el incendio que las nuevas


generaciones cada tanto hacen de las herencias del pasado. Quizás a
veces las generaciones toman distancia, pero hay momentos únicos
y extraordinarios de la historia, cuando se vuelven a vincular esos
hilos secretos que recorrían los pasadizos de la memoria histórica
y se encuentran con tejedores del presente. Creo que en América
Latina y en la Argentina estamos viviendo una etapa en la que po-
demos resignificar nuestras mejores herencias, históricas, políticas
y culturales, liberar las herencias que hacen a nuestra memoria, a
nuestros lenguajes, a nuestras geografías, a nuestra manera de pen-
sar a América Latina como nunca la pudimos pensar. Esta, desde
una perspectiva renovadora y con posibilidades políticas ciertas,
es la primera vez que en la Argentina podemos pensar a América
Latina, antes era una retórica vacía de posibilidades y hoy podemos
efectivamente pensar nuestro lugar en la región y la aventura de la
Patria Grande. Inversamente a aquel poema conjetural de Borges
que termina con el propio Laprida encontrándose con su destino
sudamericano, pero que en Laprida supone el degüello, otro parece
ser que el destino sudamericano de la Argentina actual que tiene
que ver con la reconstrucción, no de una mitologización de un pa-
sado idílico, de un pasado en que los pueblos originarios eran la ma-
ravillosa expresión de lo que perdimos de una vez y para siempre
–nunca hay un pasado idílico, jamás, el pasado es lo que el presente
logra construir como justicia de su propia contemporaneidad, he-
rencia, transmisión, memoria; tiene que ver en última instancia con
la posibilidad de que el pasado nos perturbe y que el presente logre
perturbar al pasado, pero en una transformación conjunta–. Esta es
nuestra actualidad desafiante y este es el marco en el que debería-
mos intentar pensar la compleja realidad de la educación.

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Ricardo Forster

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba. Es investigador y profesor de


la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Distinguesh Professor de
Maryland University y ha sido invitado de universidades de México, España, Estados Unidos,
Alemania, Chile, Brasil, Colombia, Israel, República Checa. En 2008 creó, junto a Nicolás Ca-
sullo, Horacio González, Jaime Sorín y otros, el Espacio Carta Abierta. Condujo el programa
de televisión Grandes Pensadores del Siglo XX, emitido por Canal Encuentro. Es miembro del
comité de dirección de la revista Pensamiento de los Confines y colaborador habitual del diario
Página 12 y de la Revista Veintitrés. Ha recibido diversos premios, Premio a la producción cientí-
fica de la Universidad de Buenos Aires (1994 y 1995); Mención de Honor del fondo Nacional de
las Artes (1993); Premio de la Fundación “Antorchas” (1991); Premio “Broadcasting” al mejor
programa cultural de Radio, Radio Municipal (1990), dirección y coordinación de guionistas del
programa “Biografías”. Sus últimos libros publicados: La muerte del héroe (2011), El litigio por
la democracia (2011), Nicolás Casullo, semblanza de un intelectual comprometido (2013) y La
anomalía kirchnerista (2013).

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Nuevas Juventudes: prácticas, culturas y ciudadanías
Viviana Seoane

Me alegra encontrarme con compañeros con quienes compartí trabajos


en Ciudad de Buenos Aires y también en el Ministerio de Educación.
Soy docente de la cátedra Política y Legislación de la Educación en la
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad
Nacional de La Plata, y desde el 2006 dirijo la carrera de posgrado
Especialización en Nuevas Infancias y Juventudes, que reúne a profesio-
nales de la educación y de carreras afines que trabajan con las infancias o
con las juventudes en territorios no escolares, y esto nos permite seguir
aprendiendo, todos los días un poco, de la experiencia de cada uno.

Para comenzar, quisiera poner sobre la mesa algunas cuestiones, algunas


definiciones de la mano de la investigación socioeducativa, para que sean
nuestro punto de partida y así luego discutirlas con ustedes. Me interesa
mucho que podamos hacer después algún intercambio acerca de la expe-
riencia que ustedes vienen desarrollando en territorios concretos porque
me parece que ahí está la cuestión sobre la cual tenemos que trabajar.

Juventudes: preparación para la vida adulta


o etapa del desarrollo humano.
La juventud como categoría social, como grupo de la población con
características propias y con políticas destinadas a ese sector social, no
existió siempre, es una invención; la juventud surge a fines del siglo
XIX con los cambios que trajo aparejados el reordenamiento produc-
tivo, surge como ese actor que está en condiciones de responder a una
nueva organización del aparato productivo. La escuela será la agencia
fundamental en la producción de la juventud, encargada de la prepara-
ción de los jóvenes para responder a esas demandas. Podríamos decir
que la juventud como categoría social hizo su aparición gracias a la
escuela. Yo tiendo a pensar que la escuela sigue siendo una institución
muy importante en la producción de eso que llamamos juventud.

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Sin embargo, pasará tiempo para que la juventud alcance un reconoci-
miento generalizado como actor social. Avanzado el siglo XX –en la
década de los sesenta– se reconoce a los jóvenes como un actor social
y ellos conforman un movimiento que se opone a la represión en el
plano político de la mano del rock and roll y de la mano de la revolu-
ción sexual. Con un fuerte cuestionamiento generacional, los jóvenes
resistirán los mandatos y estilos de vida de las generaciones anterio-
res. A partir de entonces, es posible pensar en la juventud ya no como
una preparación para la vida y de la que se había encargado el sistema
educativo, sino más bien como una fase, como una etapa del desarrollo
humano con características, demandas y necesidades puntuales, como
una etapa que se diferencia de la infancia y de la vida adulta.

Pero como la juventud entonces es una construcción socio-histórica es


necesario volver a la pregunta ¿quiénes son hoy los jóvenes?, ¿cuál es
el corte de edad para hablar de jóvenes?, ¿qué rituales, qué lenguajes y
estéticas producen para comunicarse entre sí?, ¿qué culturas recrean
en el marco de los agrupamientos de los que participan?, ¿existen di-
ferencias de género, de clase, de etnias, de disidencia sexual entre lo
que denominamos nuevas juventudes? Hay un libro obligadísimo, que
nadie que haga estudios de juventud o trabajo sobre jóvenes puede
dejar de leer o visitar, es el texto de Pierre Bourdieu "La ‘juventud’
no es más que una palabra"29, un texto muy provocador que brinda
las claves de lectura que se pondrán en juego en toda la investigación
sobre juventudes. Dice Bourdieu, las clasificaciones, cualesquiera sean,
por edad, por sexo o por clase, son siempre una manera arbitraria de
imponer límites. Me pregunto, ¿por qué insistimos en imponer lími-
tes? porque eso colabora en la conformación de un determinado orden
social, un orden social con límites claros donde cada uno reconoce la
posición que ocupa en el campo social, qué responsabilidades y deberes
le corresponden a cada uno.

29 Bourdieu, Pierre, (1990), “La `juventud´ no es más que una palabra”. En Bourdieu, P. Sociología y Cultura. México.
Grijalbo S.A.

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En consecuencia, la juventud como la vejez no están dadas, no respon-
den a un orden natural, no somos por naturaleza jóvenes o viejos sino
que somos socialmente jóvenes o viejos, o niños o niñas; pero claro que
en esta definición que es social, es histórica, que es arbitraria, que es
estructural, que está ligada a determinadas transformaciones sociales,
económicas, políticas y culturales, hay una disputa, porque nadie quiere
ser viejo y todos queremos ser jóvenes; y en esta disputa por lo joven
y por lo viejo hay una repartición, dice Bourdieu, hay algo del orden
del reparto de poderes. Es en este sentido que muchos autores hablan
del fenómeno de juvenilización de la sociedad y de un mercado que
promociona y consagra la belleza juvenil como un baluarte a alcanzar
(cremas para combatir las arrugas, cirugías en los cuerpos de mujeres
y varones, hasta una estética en las formas de vestir que ha copiado
marcas de lo juvenil). Todos nosotros somos adultos con claras mar-
cas y señas juveniles porque lo impone el mercado. Nos queremos ver
bien y parece que verse bien es ser siempre joven. En esta disputa cada
sociedad, en cada momento histórico, definió los límites que demarca y
que separa lo juvenil de la vida adulta.

Otra cuestión que hace a la caracterización de la juventud como ca-


tegoría social es que difícilmente se pueda pensar hoy en los jóvenes
como una unidad, como una categoría homogénea. Hay suficientes
avances en la investigación sociocultural y educativa para sostener que
la juventud es una categoría plural, heterogénea. Aún cuando las y los
jóvenes comparten con sus grupos de referencia intereses, necesidades,
demandas, estéticas y culturas juveniles, hay tantas culturas juveniles,
estéticas, intereses, como grupos juveniles.

La juventud también es una categoría relacional que se construye en


la relación con lo no juvenil, en contextos determinados y en el cruce
de categorías como la clase social, la edad, el género, la religión, la
política y todas las adscripciones de las que participen los jóvenes. Es
importante que tratemos de no esencializar a los jóvenes ni cosificar
sus posiciones, describir los universos juveniles y reconstruir sus cul-
turas y sus prácticas culturales.

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La juventud, siguiendo los trabajos de Mariana Chaves30, también es
representada. Los jóvenes definen una visión de sí, una autorepresen-
tación, eligen cómo constituirse en tanto jóvenes. A su vez, y aquí está
el problema, la sociedad y algunas agencias producen ciertas hetero-
representaciones acerca de lo que la sociedad considera joven que, en
ocasiones, se opone a lo que los mismos jóvenes definen para sí como
joven y juvenil. Hay una tensión fuerte, entonces, entre lo que para los
jóvenes significa ser joven y lo que la sociedad define como tal. Habrá
que ver entonces en cada momento histórico cómo los jóvenes se re-
presentan a sí mismos, se ven a sí mismos, diferenciándose de otros
grupos de la población.

Ahora, hacen falta condiciones sociales y una serie de imágenes cultu-


rales31 para que haya juventud, y no solamente la voluntad de un grupo
de la población de posicionarse como jóvenes. Por condiciones sociales,
me refiero a normas específicamente pensadas o dirigidas a regular a
ese grupo de la población, a comportamientos convalidados y consa-
grados como juveniles, a instituciones que distingan a los jóvenes de
otros grupos, por ejemplo, la escuela; pero a la vez imágenes culturales
que generalmente vienen de la mano del mercado, de una industria
audiovisual y cultural que produce imágenes juveniles –que además
sanciona y consagra alguna de esas imágenes como dominantes– y
también valores, atributos y ritos asociados específicamente a los jóve-
nes. El mercado promociona un determinado modelo estético que se
impone; los jóvenes se han convertido en el centro de las economías de
mercado por constituirse en un grupo con alto poder adquisitivo y ese
modelo estético generalmente viene asociado a un joven o adolescente
de clase media o media alta, ligado a valores como los de creatividad e
innovación en oposición a los valores conservadores y reproductores
del statu quo generalmente asignados a los adultos.

30 Antropóloga platense, ha dedicado parte de su investigación al estudio de los jóvenes. Ha publicado numerosos
trabajos. El que aquí citamos es Jóvenes, territorios y complicidades. Una antropología de la juventud urbana,
2010, Espacio Editorial.

31 Tomado de Feixa, Carles, (2006), De jóvenes, bandas y tribus. España, Editorial Ariel.

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Por otro lado, no habría juventudes de no mediar el desarrollo im-
portante que tuvieron los medios de comunicación de masas porque
permitieron la internacionalización de las culturas juveniles. Entonces,
para cerrar con esta idea, la juventud es el resultado de la existencia
de un mercado productor de imágenes juveniles, de instituciones en-
cargadas de socializar a las nuevas generaciones, de los medios de co-
municación de masas capaces de traspasar las fronteras locales no sólo
con las imágenes que el mercado consagra sino también difundiendo y
vinculando las culturas juveniles.

La categoría de experiencia es interesante para comprender las va-


riaciones subjetivas dentro de una categoría que, como dijimos, es he-
terogénea. Por ejemplo, la experiencia de la guerra también fue pro-
ductora de juventudes en el sentido de un horizonte de socialización
caracterizado por la ausencia de los padres y la pérdida de personas
cercanas y del núcleo familiar. El desamparo que trajo la guerra para
las nuevas generaciones fue un componente de formación de lo que se
conoció en los años cincuenta como delincuencia juvenil, adosándole
a la juventud la condición de “violentos” como un atributo natural de
ciertos grupos juveniles urbanos, en una operación que desvincula la
condición juvenil que produce el tiempo de posguerra de la experiencia
misma de la guerra.

Si pensamos en campos de experiencia y esferas de socialización, las y


los jóvenes están siendo socializados en categorías de experiencia muy
diferentes de aquellas en que fuimos formados nosotros. Participan de
la socialización, la familia, los grupos de amigos, la escuela, los medios
de comunicación, los movimientos sociales y culturales, la religión, la
política, conformando un horizonte de experiencia complejo y nove-
doso para nosotros los adultos. A su vez, los cambios observados en
estas instituciones impactan en la socialización y en los procesos de
subjetivación de las nuevas generaciones. La experiencia tecnológica,
comunicacional e informacional, define nuevas prácticas y modos de
relación; las familias y las nuevas configuraciones familiares, no sólo
en aquellas en las que nuestros jóvenes son hijos o hijas, sobrinos o so-

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brinas, sino también en las familias que los propios jóvenes conforman
a temprana edad; y por supuesto el grupo de amigos.

Desde los años sesenta y setenta del siglo XX, la globalización y


la informatización modificaron el mundo del trabajo, el mundo de
la economía, de la sociedad y la cultura en general; ya es evidente
para todos que la tecnología ha modificado radicalmente las prác-
ticas comunicativas tanto de jóvenes como de adultos. Hoy somos
usuarios de Notebooks, Netbooks, Smartphone, Blackberry, iPho-
ne, iPad, aunque no sepamos muy bien qué diferencia hay entre
una cosa y la otra. Lo cierto es que estas redes o autopistas de la
información, gracias a la revolución microelectrónica, trajeron una
enorme cantidad de mensajes diversos, códigos culturales, pautas
y modas pertenecientes a diferentes territorios; hay una caracte-
rística que me parece crucial –y que desarrolla Sergio Balardini32
en sus trabajos sobre juventudes, tecnología y participación–, y es
que, para las nuevas generaciones, el ciberespacio, la experiencia
que los jóvenes tienen en el ciberespacio es una experiencia como
de “estar en casa”. Y esta es una diferencia sustantiva respecto de
nuestra experiencia con la tecnología: aún cuando incorporamos a
nuestra experiencia la comunicación a través de las redes sociales
–la lectura en soportes virtuales, la tecnología a nuestros trabajos,
etc.–, incorporamos nuevas formas de comunicarnos y expresarnos
a través de la tecnología; hay un saber hacer que reúne a las y los
jóvenes en ese espacio y las nuevas tecnologías son parte necesaria
en la conformación de los grupos juveniles.

A partir de su participación en ese espacio virtual, los jóvenes con-


forman unidades socioafectivas, no solamente comunicacionales, que
muchas veces se sostienen por fuera de ese espacio. Así, hay amigos
de la red, del barrio, de la escuela, de la esquina, hay amigos del fút-
bol o deportes (esto es más claro en el caso de los varones; hacen falta

32 Balardini, Sergio, (2004), “De Deejays y Ciberchabones: Subjetividades juveniles y Tecnocultura”. En Jóvenes. Re-
vista de Estudios sobre Juventud, Nueva época, Nº 20. México, 2004. Instituto Mexicano de la Juventud. Ciejuv.

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estudios que pongan la mirada en los grupos juveniles de mujeres).
Las y los jóvenes sostienen una variedad de amigos, de grupos socio-
afectivos que conforman la socialidad juvenil, donde las tecnologías
resultan de gran importancia para el armado de los grupos juveni-
les, atravesando así las clases sociales y los grupos etarios. Martín
Barbero33 lo llama “ecosistema comunicativo” porque vivimos en
una experiencia cultural nueva, caracterizada por empatías cogniti-
vas y expresivas con las tecnologías. En este ecosistema percibimos
de modo diferente el tiempo y el espacio, y se rompe la linealidad
en la que nosotros fuimos formados y en la que forma todavía hoy
la escuela (pasado, presente y futuro). Las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación ofrecen a las jóvenes generaciones
herramientas para aprender y para comunicarse construyendo una
noción del tiempo y del espacio que rompe con esa linealidad, per-
mitiéndoles realizar múltiples tareas en diferentes planos. Me parece
interesante la idea que trae Martín Barbero acerca de que vivimos
en un entorno educacional difuso y descentrado, y de los cambios en
los formatos de lectura, porque agencias como la escuela, general-
mente, no hacen visibles una serie de prácticas de lectura y escritura
que desarrollan los niños y los jóvenes en espacios no escolares. Es
necesario relevar los usos sociales de la lectura y la escritura porque
–de la misma manera que todos los formatos sobre los que trabaja
la escuela: documentos, libros, imágenes e informes– esas lecturas
y esas escrituras juveniles también portan una manera de concebir
el mundo. Ciertos usos sociales de la lectura y la escritura no están
legitimados por el saber hegemónico quizá porque ocurren general-
mente por fuera de la escuela. Sacar del secuestro escolar la cuestión
de la lectura y la escritura para proponerla en un entorno más amplio
nos daría la posibilidad de conocer en qué formatos y bajo qué usos
tanto niñas y niños, como jóvenes leen y escriben.

33 Barbero, Jesús Martín, “Jóvenes, comunicación e identidad”. En Pensar Iberoamérica, revista de cultura, Organiza-
ción de Estados Iberoamericanos (OEI), Nº 0, Febrero 2002. Disponible en http://www.campus-oei.org/pensaribe-
roamerica/numero0.htm

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Con respecto a la familia, cabe señalar que es la institución que más ha
cambiado y cuyo cambio impacta fuertemente en la socialización de las
nuevas generaciones, no solamente por la manera en que se conforman
hoy las familias, rompiendo el esquema tradicional, el estereotipo de fa-
milia nuclear, sino también por los cambios en los roles tradicionalmente
asignados a mujeres y varones. Un trabajo de Elizabeth Jelin34 muestra
que, a partir de los años noventa, descendió la fecundidad en toda la
región latinoamericana. Una de las causas de este fenómeno se puede
encontrar en la incorporación de las mujeres al aparato productivo, tan-
to al mercado de trabajo, como al sistema educativo, asumiendo nuevos
roles y responsabilidades. Pero hay otra transformación por la que vie-
nen luchando desde los años sesenta el movimiento de mujeres y orga-
nizaciones feministas, y es la separación del cuerpo y la sexualidad de la
procreación como único destino. Me parece interesante esta cuestión, no
sólo por lo que nos atañe a nosotras las mujeres en cuanto al tratamiento
que le damos a nuestro cuerpo y a la manera de vivir nuestra sexualidad,
sino también para comprender qué pasa con la sexualidad y con el cuer-
po de las mujeres jóvenes, qué pasa con los deseos de conformar uniones
familiares. Creo que esto es importante para entender en el marco de qué
configuración familiar están siendo socializados las y los jóvenes. Por
otro lado, se asiste a un cambio en las fuentes de legitimación de la au-
toridad, de una autoridad que se legitima ya no por vía de la imposición
sino por la vía de la negociación, del consenso, de la puja de intereses y
de posiciones que se negocian. Esto implica un escenario familiar nuevo
donde las posiciones y roles que cada posición conlleva no están dadas
en forma natural sino que están sujetas a negociaciones y conflictos.

En el año 2008 un trabajo de Georgina Binstock35, investigadora del


Centro de Estudios de Población (CENEP), presenta los resultados

34 El trabajo aludido lleva por título “Las familias latinoamericanas en el marco de las transformaciones globales:
Hacia una nueva agenda de políticas públicas”. Cepal, 2005.

35 Binstock, Georgina, “Cambios en la formación de la familia en Argentina: ¿cuestión de tiempo o cuestión de for-
ma?”. Este trabajo fue presentado en III Congreso de la Asociación Latinoamericana de Población, ALAP, realizado
en Córdoba, Argentina, del 24 al 26 de septiembre de 2008.

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de una investigación sobre las transformaciones en las familias en Ar-
gentina. Para ello, se encuestaron a mil varones y mujeres entre 18 y
75 años de Buenos Aires, Gran Buenos Aires, La Plata, Mar del Plata,
Rosario, Córdoba, Mendoza, Tucumán, Corrientes y Resistencia, ciu-
dades importantes de más de quinientos mil habitantes. El trabajo se
propuso mostrar cuánto ha cambiado (o no) en todas estas generacio-
nes la modalidad de unión de pareja, la modalidad de unión familiar.
Voy a compartir con ustedes algunos de sus resultados. En las nuevas
generaciones se observa que no se accede a la unión por el matrimonio
sino por la vía consensual, aunque el matrimonio puede ser una opción
luego de haber pasado un cierto tiempo de vida en pareja. El matrimo-
nio entonces no es la entrada a la primera unión, por el contrario, la vía
es el consenso. Según el estudio en todas las generaciones encuestadas
se observa que una de cada tres mujeres tiene su primer hijo antes de
los 22 años. Este dato contrasta con el sentido común que piensa que
sólo en la actualidad las jóvenes mujeres tienen los hijos a temprana
edad, convirtiendo este dato en una característica de las generaciones
jóvenes y en un problema a atender. Por último, si la convivencia como
modalidad de inicio de la unión era una excepción en las generaciones
anteriores a 1960 (se casaban o seguían viviendo en el núcleo familiar),
entre la generación de 1960 y 1970 la unión consensual pasó a ser una
opción válida para la mitad de las mujeres y para las generaciones pos-
teriores, la generación de 1980, pasó a ser la norma. Lo que el estudio
resalta es que existen uniones familiares, que el matrimonio no es la
entrada a la unión familiar, y que se observa un cambio en las modali-
dades de formación de esas uniones.

Los estudios de juventud hacen hincapié en el papel que tienen los


amigos en la conformación de los grupos juveniles y las identidades
juveniles, como también la clase social y el género. Los grupos juve-
niles son redes de socialización, comunidades socioafectivas, y operan
como facilitadores de un proceso de autonomización de las y los jóve-
nes respecto de las comunidades adultas. Es gracias a la pertenencia
y a la participación en estos grupos juveniles que los jóvenes logran
autonomizarse de los adultos. Necesitan de estas redes sociales y con-

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forman, en realidad, lo que Marcelo Urresti36 llama programas cultu-
rales. Los grupos producen determinadas estéticas y estilos juveniles y
sus miembros comparten prácticas y lenguajes. A partir de esta idea de
programa cultural es posible avanzar en una descripción densa de gru-
pos y culturas juveniles. Sin embargo, pondría una alerta para todos los
que trabajamos con jóvenes: que nuestra mirada sobre los grupos y los
programas culturales no nos haga olvidar que hay tantos universos cul-
turales juveniles como grupos se conforman, y que para conocer cómo
son los jóvenes tenemos que hacer análisis complejos que incorporen
categorías como género, edad, clase, etnias, religión, etc., y toda adscrip-
ción cultural, porque en el intento de tipificar o clasificar corremos el
riesgo de caer nuevamente en una concepción monolítica, homogénea de
la juventud, borrando la heterogeneidad y la riqueza que esta tiene.

Ahora bien, el agrupamiento también puede ser fuente de identidad y dis-


criminación, pero esto es necesariamente así. En la conformación del gru-
po juvenil los jóvenes establecen límites, no solo respecto de los adultos,
sino también respecto de otros grupos juveniles. Acuérdense de las tipifi-
caciones de las culturas juveniles urbanas: en algún momento se hablaba
de rolingas, skaters, emos, floggers, etc., estas son culturas juveniles típica-
mente urbanas. Las culturas son rituales de encuentro, interacciones entre
los jóvenes, con los cuales construyen un ‘nosotros’ que los diferencia de
otros grupos y a través de los cuales los propios jóvenes producen una re-
presentación de sí mismos. Los estudios culturales juveniles lograron una
caracterización de las culturas juveniles típicamente urbanas, sin embargo,
hacen falta investigaciones que puedan decirnos cómo son y se producen
las culturas juveniles en territorios no urbanos.

Volviendo sobre esta invitación a pensar hoy en las nuevas juventudes,


cabe recordar que la escuela es productora de juventudes. La expan-
sión de las propuestas de escolarización, por ejemplo, la ampliación de
la cobertura de la escuela secundaria capaz de albergar a todos, tam-

36 Urresti, Marcelo, “Adolescentes, consumos culturales y usos de la ciudad”. Disponible en http://www.oei.org.ar/


edumedia/pdfs/T01_Docu3_Adolescentesconsumosculturales_Urresti.pdf

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bién modifica a la juventud cuando permite que vuelvan a la escuela
todos aquellos que fueron expulsados por el mismo sistema. Estar en
la escuela no sólo repone el derecho a la educación, sino también cons-
tituye e interpela a los jóvenes como sujetos de derechos. La juventud
es una experiencia que se produce en el ámbito escolar.

En relación con la socialización escolar quisiera plantear que la “alum-


nidad” es también una construcción histórica y social. El alumno/a que
esperamos en las aulas es una invención de los sistemas educativos na-
cionales que nacieron con la modernidad y de una gramática escolar
moderna. A la escuela llegan otros jóvenes y la escuela produce otra
“alumnidad” distinta de la que consagró la modernidad. La nostalgia
por los alumnos y jóvenes que ya no son nos coloca ante el doble desafío
de comprender las variaciones de alumnos y de jóvenes presentes en las
aulas. La escuela moderna y el guardapolvo borraban toda condición ju-
venil; la condición juvenil era un elemento disruptivo de la condición de
alumno. Para llegar a ser alumno era necesario dejar la condición juvenil
en la puerta de la escuela borrando toda referencia identitaria. Hoy las
y los jóvenes han logrado, de diferentes modos y por su propia presión,
ingresar a la escuela con su condición juvenil, haciéndola visible. Las
escuelas empiezan a reconocerse como un espacio de producción bio-
gráfica de los jóvenes y también de producción de la condición juvenil.
Seguramente la producción de lo juvenil en –y por– la escuela varíe en
función de las condiciones en las que tiene lugar esta producción.

Ciudadanías juveniles
En la década de los años noventa, según Rosana Reguillo37, se defi-
ne para los jóvenes una ciudadanía restringida acotada a la definición

37 Antropóloga mexicana tiene una vasta trayectoria de estudio e investigación sobre los jóvenes y las culturas
juveniles urbanas. Entre sus trabajos publicados se encuentra: Emergencia de culturas juveniles: estrategias del
desencanto. Colombia: Grupo Editorial Norma, 2004; “Ciudadanías juveniles en América Latina” publicado en la
revista Ultima Década, N°19. Viña del Mar: CIDPA, 2003, pp. 1-20.

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formal y legal de quiénes son los jóvenes en la sociedad; una ciudada-
nía que define la juventud en relación con la imputabilidad penal de
los menores porque la sociedad considera que los jóvenes son ineptos
para ejercer la ciudadanía política aunque aptos para ser sujetos del
castigo. En ese entonces los jóvenes fueron caracterizados como apolí-
ticos, desinteresados y apáticos, etc. Sin embargo, este desencanto con
la política, esta denegación de la política en los jóvenes es altamente
política y marca un posicionamiento político. Reguillo propone sacar
las subjetividades juveniles de su secuestro psicologizante y ponerlos
a funcionar en un registro cultural. Propone también revisar la de-
finición clásica de ciudadanía para pensar en una ciudadanía juvenil
amplia, que pueda interpelar a los sujetos juveniles como sujetos de
derecho. Define la ciudadanía juvenil como todas aquellas adscripcio-
nes que tienen los jóvenes, además de los derechos civiles, sociales y
políticos que le caben al resto de la población. La ciudadanía juvenil es
una ciudadanía cultural y refiere al derecho a la organización, al dere-
cho a la expresión, al derecho a la participación en el mundo a partir
de las pertenencias y anclajes culturales propios de los jóvenes, de sus
anclajes en el género, en la etnia, en la religión, en las opciones sexua-
les, en las múltiples adscripciones identitarias.

La participación juvenil adquiere formas asociativas de organiza-


ción ligadas a algún interés particular. En los años noventa Reguillo
planteaba la existencia y el desarrollo de organizaciones juveniles
anti-sistema como las maras de El Salvador o los arrastrones de Rio
de Janeiro, en cuyo caso la acción busca denunciar el sistema; pero
también solidarias a través de ONG y fundaciones; o económicas y
colectivas, participando de microemprendimientos y cooperativas;
o simplemente culturales, expresivas o estéticas, alrededor de la
música, del estilo, de la ropa, de los valores. Desde el 2003 en ade-
lante, en Argentina se observa que la participación juvenil se ha
organizado alrededor de la recuperación de la militancia política,
por canales tradicionales como los partidos políticos o vinculada
a movimientos sociales u organizaciones estudiantiles. Pero si lo
que buscamos es una nueva definición de ciudadanía juvenil debe-

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mos mirar en clave de género qué pasa con las jóvenes en relación
con los derechos de ciudadanía. ¿Por qué poner el énfasis en las
mujeres? En primer lugar, porque la modernidad fue construida
sobre la base de la invisibilización de las mujeres; en segundo lugar,
porque los estudios culturales sobre juventudes, además de tener
un sesgo urbano, no logran mostrar las diferencias de género en
el conjunto de prácticas culturales que despliegan los jóvenes y en
la producción de las culturas juveniles. En los estudios culturales
han prevalecido la clase y la condición etaria como las variables
principales para explicar las diferentes condiciones de existencia de
los jóvenes y las condiciones ocupacionales, sociales y escolares38.
Si incorporamos la perspectiva de género podremos complejizar la
mirada y encontrar otras explicaciones a dichas variaciones entre
los varones y entre las mujeres. Más aún, si tenemos la responsabi-
lidad de formular políticas para los jóvenes, porque el sexismo y el
androcentrismo están naturalizados, por lo que prevalece la mira-
da, el interés, el deseo del varón (blanco heterosexual).

En relación con este concepto de ciudadanía juvenil y la situación de


mayor vulnerabilidad que viven las mujeres jóvenes, el Registro Na-
cional de Información de Personas Menores Extraviadas –RNIPME–
del Ministerio de Justicia, en su Informe de Gestión correspondiente al
año 2011, deja en claro que la violencia recae sobre la población joven
y fundamentalmente sobre las mujeres.

Sobre 241 casos, se verifica violencia física en 90 casos (37 por ciento),
mientras que en 131 casos se detectó negligencia, abandono o rechazo
(54 por ciento).

Los casos de abuso sexual registrados fueron 16, de los cuales 12 tu-
vieron como víctimas a mujeres de 11 a 17 años. De los cuatro varones
abusados, uno sufre un padecimiento mental.

38 Elizalde, Silvia, “El Androcentrismo en los estudios de juventud: efectos ideológicos y aperturas posibles”. En
Última Década Nº 25, Cidpa Valparaíso, Diciembre 2006, pp. 91-110.

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La mayor cantidad de denuncias por búsqueda de paradero correspon-
de a niñas y adolescentes mujeres; en total 149 (62 por ciento) sobre
un total de 241, mientras que los varones son 92 (38 por ciento). La
gran mayoría de las chicas pertenecen a la franja etaria de 12 a 17 años:
123 casos.

Causas del abandono del hogar o de abandono de escuela por sobrecar-


ga de las tareas domésticas.

Habría mucho más para decir sobre las formas de la violencia que pe-
san sobre los jóvenes y que debemos hacer visibles. Hay instituciones
que normalizan y disciplinan pero que también violentan a los jóvenes,
o a las mujeres jóvenes, cuando no cumplen las funciones para las que
están destinadas.

En la actualidad en nuestro país se han promulgado una serie de políti-


cas que buscan ampliar los derechos de ciudadanía juveniles:

§§ Ley 25.673/02 de Creación del Programa Nacional de Salud


Sexual y Procreación Responsable.
§§ Ley 26.061/05. Protección Integral de los Derechos de las Ni-
ñas, Niños y Adolescentes.
§§ Ley de Educación Nacional 26.206/06, en su artículo 29 esta-
blece la obligatoriedad de la escuela secundaria. El sólo hecho
de que se consagre la obligatoriedad de la escuela secundaria
repone el derecho a la educación para una parte de la población
que ha visto vulnerado ese derecho.
§§ Ley 26.485/09, Protección Integral para Prevenir, Sancionar y
Erradicar la Violencia contra las Mujeres.
§§ Decreto P.E.N. 1602/09 que dio origen a la Asignación Uni-
versal por Hijo para la Protección Social.
§§ Ley 26.618/10 y la modificación del Código Civil que permite el
Matrimonio Igualitario. Esta modificación pone en el horizonte

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