Lunes 18 de Mayo de 1998: La Transferencia. Clínica y Fundamentos

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La Transferencia.

Clínica y fundamentos

Lunes 18 de Mayo de 1998

Bueno, vamos a ver si hoy avanzamos un poquito más. La vez pasada


empezamos a considerar la «Comunicación preliminar» de Breuer y
Freud, de 1893. Les recuerdo muy suscintamente lo que habíamos
planteado. Habíamos dicho que hay un modelo médico, que es el mo-
delo del trauma, como causando una lesión corporal ― esto es el
trauma en el sentido médico:

trauma  lesión corporal

De este modelo médico se vale Charcot para plantear lo que él deno-


mina neurosis traumática. En la neurosis traumática no es propiamen-
te el trauma físico, la lesión corporal, digamos, lo que causa lo que
Charcot va a llamar trauma psíquico, sino el afecto de terror que
acompaña a este trauma físico:

lesión corporal  terror


trauma físico trauma psíquico  neurosis
traumática

Charcot tenía el modelo de las neurosis que seguían a los descarrila-


mientos. Freud va a retomar esto a partir de los estudios que Ferenczi
hizo con los traumatizados de guerra, en lo que se llamó la Gran Gue-
rra, la de 1914 ― creo que en Más allá del principio de placer Freud
retoma algo de esto. Ferenczi había observado una especie de para-

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doja, que la vamos a reducir a estos términos: al tipo le estallaba una


bomba al lado, le arranca una pierna, y no le pasa nada, quiero decir,
nada “psíquico”; mientras que al tipo que le estallaba la bomba al lado
y salía del asunto casi sin heridas, luego quedaba afectado por una
neurosis traumática y soñaba todas las noches con el estallido de la
bomba. Como si... ― uno podría interpretar esto, en los términos de
Más allá del principio de placer, como si, justamente por ausencia de
la lesión corporal, algo del efecto de terror no hubiera podido ligarse,
como si algo de ese acontecimiento no hubiera podido llegar a ligarse,
de alguna manera. Aunque esto de “ligarse”, todavía no sabemos qué
diablos es. Pero, en fin, uno podría decir así: que para el primero, el
hecho ocurrió, mientras que para el segundo, el traumatizado de gue-
rra, el hecho no termina de ocurrir. No pasó al “ocurrió”, al tiempo
pasado, como si “el hecho”, digamos, no se hubiera podido constituir
como un acontecimiento que eventualmente se podría historizar y ol-
vidar.

No voy a seguir con esto. Lo que simplemente me interesa sub-


rayar es lo siguiente: que en el caso de la neurosis traumática tenemos
que el “trauma” ―ahora entre comillas, entonces―, que sería el acon-
tecimiento en el mundo, produce un efecto que es un afecto, de terror,
y este terror produce como una especie de efracción, de ruptura en lo
psíquico ―a imagen y semejanza de lo que el trauma físico produce
en la superficie corporal―, que sería, propiamente, lo traumático: el
trauma psíquico. Y el trauma psíquico se define, como tal, no por el
acontecimiento, porque, como les decía, el mismo acontecimiento a
uno le hace algo y al otro no le hace nada ―pero ahí está la cuestión,
que no se trata del mismo acontecimiento, entonces―, sino que se
define como tal, retroactivamente, a partir de su efecto... sintomático:

trauma 
psíquico  síntoma

La vez pasada yo les hacía el esquema de:

a es causa de b

a se define como trauma en la medida en que b se dice síntoma, y se


explica la producción de b por a. La definición de a como trauma es

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retroactiva al hecho de que a b, el síntoma, lo explico como causado


por a.

Ahora bien, con este modelo de la neurosis traumática Freud va


a tratar de interpretar la histeria. Sigue empleando este modelo del
trauma, pero lo modifica de la siguiente manera ― creo que la vez pa-
sada habíamos hecho este esquema:

a

c  b

Es decir: no es el “hecho”, el “acontecimiento” ―psíquico o no― si-


no el recuerdo del acontecimiento, lo que es traumático. Y queda un
poco dudoso ―sobre eso vamos a avanzar un poco, después― por
qué algo sería traumático, por qué algunos hacen una histeria y otros
no. Una histeria, o cualquier otra psiconeurosis, porque, como les dije
la vez pasada, también, el modelo de la histeria es un modelo que
Freud extiende a otras psiconeurosis... que finalmente llamará “de de-
fensa”.

Avancemos un poco en lo que todavía no vimos. Lo que Freud


va a plantear en «Sobre la psicoterapia de la histeria» es este esquema:
este núcleo traumático, patógeno, actúa a la manera de un cuerpo
extraño, como metido, entrometido, en el conjunto de las representa-
ciones que constituyen el psiquismo, y que Freud en ese momento de-
nomina el yo. ¿Qué es el yo? El yo es un conjunto de representaciones
asociadas entre sí y compatibles entre sí. Pero en ese conjunto va a
instalarse una representación aislada del resto: la representación que
evoca el trauma. Y entonces el esquema, que en nuestra jerga solemos
denominar como “el de las capas de la cebolla”, es:

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un núcleo patógeno ―que a diferencia de lo que sería propiamente un


“cuerpo extraño” no tiene límites muy netos, Freud lo compara a un
“infiltrado”―, y, a su alrededor, un conjunto de representaciones arti-
culadas entre sí por relaciones de distinto orden ―supongo que han
leído el texto, y por eso no me detengo en los detalles―; él dice que
estas capas de representaciones se ordenan según una triple estratifica-
ción: por temas similares, por niveles de resistencia ―en este texto
Freud dice algo que va a retomar en uno de los artículos de la Meta-
psicología, que la resistencia aumenta proporcionalmente a medida
que disminuye la distancia en relación a este núcleo patógeno―, y
luego un tercer tipo de ordenamiento ―bueno, obviamente, no sé si
hace falta aclararlo, estos ordenamientos se deducen a partir de la
marcha de la cura, y hasta podríamos ser un poco más precisos: a par-
tir del modo de acceso al núcleo patógeno que Freud se da como mé-
todo: el apremio, la asociación a partir de un recuerdo o imagen men-
tal, etc.―, un tercer tipo de ordenamiento, decía, según los enlaces
que Freud llama “lógicos”, entre las representaciones.

Bien, la pregunta que nos podríamos hacer ―y aquí voy a ver si


engancho un poquito―, la pregunta que nos podríamos hacer noso-
tros, que Freud no se hace, más bien es una pregunta a la que Freud
responde anticipadamente, quiero decir, antes de formulársela, y, aña-
diría, de una manera que tal vez no nos convenga ―o que no nos con-
viene por el lugar hacia donde nos dirigimos, quiero decir: que en al-
gún momento pensamos introducir los planteos de Lacan, relativos a
la transferencia―, la pregunta, decía, que Freud no se hace, pero que
nosotros podríamos hacerle al texto, es la siguiente: este núcleo pató-
geno, esta cosa que está metida ahí, a la manera de un cuerpo extraño
en el conjunto de las representaciones asociadas entre sí y compatibles
entre sí que constituyen el yo, este núcleo patógeno ¿es homo o es
hétero? Ahora lo explico, estos dos términos son una ayuda-memoria
para mí: ¿es homólogo, homogéneo al conjunto de representaciones

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que lo rodean, pero de las que está aislado, dicho de otra manera: es
una representación? ¿o es algo de otro orden que el de la represen-
tación, es decir heterogéneo al orden de la representación?

PARTICIPANTE: Quería decir algo en lo que nunca había pensa-


do, que las representaciones que rodean al núcleo patógeno, ¿serían
las representación que él llama del yo?

Es el yo. No son representaciones del yo. Ese conjunto de representa-


ciones asociadas entre sí y compatibles entre sí son el yo.

PARTICIPANTE: Cuando se refiere al yo, ¿Freud se refiere al


conciente, al conciente-preconsciente...?

Son términos que Freud todavía no había introducido. Digamos así: se


trata de representaciones que no han sufrido la defensa, las que sufren
la defensa son las representaciones que integran el núcleo patógeno.
Lo llama yo porque en este texto, e incluso en un texto contemporá-
neo, que es el Proyecto de psicología ―aunque en el Proyecto de psi-
cología no habla de “representaciones”, sino de “neuronas”, pero no
importa ahora cómo las llama―, digamos que el yo no está todavía
definido como lo será en Introducción del narcisismo o en El yo y el
ello, por ahora el yo es un conjunto articulado de representaciones,
entre las que hay lazos privilegiados, lazos de “facilitación”, dice en el
Proyecto... No es una unidad de imagen, como sería el yo especular,
sino que tiene la unidad del conjunto. Y en relación a esto que Freud
denomina el yo, aislado de él, tenemos este núcleo patógeno, que po-
dríamos decir que es un no-yo, o algo que el yo no puede reconocer
como propio, como quieran decirlo. No nos interesa cómo decirlo, lo
que nos interesa es el esquema.

Entonces, les decía: la pregunta que le podemos hacer a este es-


quema es: este núcleo patógeno, ¿es homo, homólogo, homogéneo al
resto, es una representación o un conjunto de representaciones separa-
do del conjunto de representaciones que constituyen el yo, o es hétero,
heterogéneo, algo otro que representación?

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La respuesta de Freud ―anticipada, les decía, porque esta pre-


gunta él no se la hace― no tiene ambigüedad: este núcleo patógeno es
homólogo al resto de las representaciones que constituyen el yo, está
separado del resto por la defensa, pero es del orden de la representa-
ción, y por eso en el texto de 1894, sobre «Las neuropsicosis de defen-
sa», lo denominará representación incompatible, inconciliable e
insoportable ― hay entre dos de estos términos, en alemán, la dife-
rencia de una letra,16 pero lo que nos importa es esto: lo incompatible
con el yo, se le vuelve a éste insoportable, y pone entonces en marcha
la defensa para apartarlo de sí. O sea, Freud se inclina por esa res-
puesta: lo que está en el núcleo patógeno es del orden de la represen-
tación, que eventualmente puede recuperarse, siempre que a esta re-
presentación inconciliable se la pueda conciliar con las demás de al-
guna manera, por ejemplo: levantando las resistencias que promovie-
ron su represión. La cura, entonces, apunta a eso.

Ahora bien, esta respuesta anticipada, por un lado, le trae pro-


blemas a Freud, problemas como el siguiente: ¿por qué es inconcilia-
ble una representación? Y ahí aparecen una serie de respuestas freu-
dianas, que siguen no obstante el hilo de la representación, para dar
respuesta a esta pregunta. Y así como en este momento el trauma es
un acontecimiento x, una representación inconciliable por motivos to-
davía no determinados, al final de su camino ¿cuál va a postular Freud
como la representación traumática por excelencia? ― la repre-
sentación de la castración. Lo que promueve la puesta en marcha de
los mecanismos de defensa será la angustia de castración.

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

Sí, habría como un único trauma ― lo que pasa es que este trauma ya
no sería del orden del acontecimiento, sino que, digamos, múltiples,
los más variados acontecimientos de la vida, pueden conectar con ese
problema básico que es lo incompatible de la castración, y eso enton-
ces funcionaría como elemento traumático que moviliza las defensas.
16
?
La diferencia es entre unverträglich, “inconciliable”, y unerträglich, “intolera-
ble” o “insoportable”. Cf. Sigmund FREUD, «Las neuropsicosis de defensa», en
Obras Completas, Volumen 3, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1981. Cf. la no-
ta 18 de Strachey en la página 53.

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PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

Sí, es “roca viva”, pero en el sentido de que sería como la representa-


ción de las representaciones, como el límite último de lo que es repre-
sentable, pero una representación al fin.

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

No, no hablemos todavía de la represión primaria... No sé si se han da-


do cuenta que estoy tratando de no introducir casi ningún término de
la teoría, para tratar de captar la lógica del asunto con el menor nú-
mero de presupuestos. Después veremos, pero no digamos todavía re-
presión primaria... En todo caso, ya que la mencionaste... Bien, enton-
ces, pese a que la concepción freudiana va en esa línea ― cuando ya
no sea un acontecimiento recordado será una fantasía, cuando no sea
una fantasía será una protofantasía, cuando no sea una protofantasía
será un nudo de protofantasías que circunscriben el campo del com-
plejo de Edipo con la castración en su centro, en el texto de 1926, In-
hibición, síntoma y angustia ― ésto es lo que estoy diciendo: que hay
una línea, en Freud, que sigue la línea de que lo que promueve la de-
fensa, el núcleo duro de la defensa, es algo que es, no obstante, del
mismo orden que la representación.

No obstante, en Freud ―en Freud, por supuesto que en Lacan lo


podemos pescar mejor, pero en Freud mismo―, hay elementos que no
entran completamente en este esquema, y que conviene mencionar.
Por ejemplo, recién se mencionó la represión primaria. No sabemos
nada de la represión primaria, ¿pero qué sabemos, sin saber nada? Que
es una represión que jamás será levantada, y por lo tanto lo que hay
allí, en el fondo, es conjetural. ¿Qué más? Más cerca de la clínica, o
por mejor decir: menos metapsicológico, tenemos lo que Freud de-
nomina el ombligo del sueño...

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

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No olvidemos algo que es importante: que Freud pensaba en alemán.


¿Qué quiero señalar con esto? Que los términos que después van a te-
ner un empleo técnico son tomados de la lengua alemana, es decir,
que este empleo técnico no lo tuvieron desde siempre. Entonces,
“expulsión”, Ausstossung, que va a tener un valor muy nítido en el
texto de 1925, «La negación», no es seguro que en este momento,
1895, sea otra cosa que una manera de hablar, no es seguro que tenga
un empleo sistemático. Incluso la palabra “represión”, Verdrängung,
uno podría dudar que pueda significar lo mismo que lo que segura-
mente va a significar, por ejemplo, en el capítulo 7 de La interpreta-
ción de los sueños, o en los textos de 1915 de la Metapsicología,
donde la represión se integra en el marco conceptual de un inconscien-
te definido desde los puntos de vista tópico, dinámico y sistemático.

Por eso les decía que en este momento no me preocupo dema-


siado por los términos, me interesa destacar el esquema. El esquema
es que una representación, o un conjunto de representaciones, consti-
tuyentes del núcleo patógeno, está separado del resto, está desconec-
tado, y no obstante produce efectos a nivel, por ejemplo, de un sínto-
ma. Y entonces es necesario volver a reconectar las dos partes sepa-
radas para levantar el síntoma. En eso consistiría la cura.

Pero les decía que, en Freud mismo, hay elementos para pensar
que, pese a su intento de una progresiva ―no sé cómo decírselos, to-
davía― un progresivo camino en esta dirección, de que lo inconcilia-
ble es del orden de la representación, y esto hasta llegar a la represen-
tación de las representaciones, la representación de la castración... hay
no obstante elementos, en la teoría freudiana, que parecen resistirse
obstinadamente a entrar en este esquema. Uno, es el trauma, lo que
queda intocado de la noción de trauma ― porque Freud nunca aban-
dona, en verdad, la noción de trauma, lo que abandona es la teoría de
que la neurosis es resultado de uno o varios traumas: cuando él le es-
cribe a Fliess “ya no creo en mi neurótica”, en 1897, eso quiere decir
que ya no cree en la teoría de la génesis traumática de las neurosis,
pero la noción del trauma Freud la mantiene siempre, e incluso la va a
retomar, de una manera nueva, en 1920, en el texto de Más allá del
principio de placer... Entonces: el trauma, el ombligo del sueño... la
vagina ― la vagina, no sé si ustedes recuerdan el texto de 1908, «So-
bre las teorías sexuales infantiles». En ese texto Freud dice que estas

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teorías de los niños se equivocan groseramente, y al mismo tiempo


acarrean un grano de verdad porque... Bueno, no importa ahora, en to-
do caso lo vemos en el momento del intercambio. Lo que me interesa
destacar ahora es que, no obstante, pese a estas invenciones de saber
que implican estas teorías de los niños, hay algo que estas teorías nun-
ca van a poder responder adecuadamente, porque, escribe Freud, hay
“una ignorancia que nada puede paliar”, a saber, la referida a la exis-
tencia de la vagina. Luego dirá que no hay representación inconsciente
de la vagina, así como no hay representación inconsciente de la
muerte, etc... Bueno, no sé qué les parecerá a ustedes esta extraña afir-
mación freudiana referida a la inexistencia de una representación in-
consciente de la vagina, qué puede querer decir... ¿Alguna vez se de-
tuvieron a pensar en eso?

PARTICIPANTE: Es el tema de la premisa universal del pene...

De acuerdo. La teoría sexual infantil de que existe un único órgano ge-


nital, el masculino, como escribe Freud en 1908, o la premisa uni-
versal del pene que define al falo en 1923, obstaculiza el descubri-
miento de la vagina. ¿Pero qué puede querer decir que no hay repre-
sentación de la vagina? Los autores kleinianos objetaron esta afirma-
ción de Freud a partir de que, observando a los niños, vieron que las
nenitas no dejaban por eso de ponerse cositas en su agujerito. Por otro
lado, sin necesidad de recurrir a los autores kleinianos, es un dato de
la clínica que hay síntomas vaginales, lo que implica que alguna cap-
tura de la vagina por el régimen del inconsciente es preciso que exista.
Freud no podía ignorar esto. ¿Qué puede querer decir entonces que no
hay representación inconsciente de la vagina? ― que la vagina no fun-
ciona en el psiquismo como Otro-sexo. Lo que equivale a decir que
esa “ignorancia que nada puede paliar” no es del orden del cono-
cimiento, sino del saber, del saber inconsciente... o del inconsciente
como saber.

En fin, para interrumpir aquí con estas evocaciones, podríamos


mencionar, ya que hablamos algo de ellas en la reunión pasada, y co-
mo otro punto donde no camina del todo bien esta línea freudiana que
pretende llevar todo del lado de la representación, podríamos mencio-
nar a las neurosis actuales. No sólo porque ya desde su presentación

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misma en la teoría ellas apuntan a una clínica en la que “ya no es el


reino de la sustitución” ―lo que se sustituye, en Freud, son las repre-
sentaciones: es el modelo de la represión―, sino porque finalmente,
en una de sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis,
de 1932, en aquella cuyo título, si recuerdo bien ahora, es «La angus-
tia y la vida pulsional», o algo así, Freud se ve obligado a admitir que
no toda la angustia de las neurosis de angustia puede ser referida a la
angustia de castración.

Es decir, que la clínica le va proporcionando a Freud una serie


de elementos que le van haciendo como de puntos de tope a esta idea
de que todo lo que sería del orden de lo... no importa ahora el término
que pongamos: lo reprimido, lo separado, lo que quieran, sea del mis-
mo orden que el de aquello de donde eso es separado, en el caso de es-
tos primeros textos freudianos, lo que ahí denomina “el yo”. Bueno,
les doy un pequeño adelanto: ¿qué va a decir Lacan, si bien no va a
valerse de este esquema? Va decir que, en el corazón mismo de la pa-
labra, hay un núcleo real que no es palabra. Y, cuando relea «La diná-
mica de la transferencia», dirá: porque hay algo en el deseo que no se
puede decir, que es indecible, ahí cesan las representaciones y surge la
presencia del analista.

Ahora, siguiendo el esquema de la representación inconciliable


―para terminar con esto y saltar ya a la cuestión de la transferencia―
queda la pregunta de por qué una representación sería inconciliable.
Entonces Freud se pregunta: ¿porque es displacentera? No. ¿Por qué?
Porque podemos tener en la conciencia representaciones penosas, in-
cluso muy penosas. Dado este hallazgo freudiano de que las represen-
taciones que sufren el destino de la represión son electivamente las re-
presentaciones sexuales, ¿es porque son sexuales? Tampoco. ¿Por
qué? Primero, porque decir que lo sexual se reprime porque es sexual
llevaría a una teoría “contenidista” de la represión, es decir, una teoría
que explicaría la represión por el “contenido” de lo que se reprime, y
esto dejaría afuera, como inexplicado, un enorme sector de la clínica.
Y en segundo lugar, esa tesis entraría en contradicción con el dato de
hecho de que todos no reprimimos lo mismo, dentro de la sexualidad.
Y en tercer lugar, una observación muy interesante que ustedes pue-
den localizar en un texto tan temprano como el del Manuscrito K, que
Freud formula más o menos así: que cuando aumenta la libido se le-
vantan las represiones, y esto no sólamente en referencia a las perver-

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siones, sino a las neurosis mismas. La idea sería más o menos ésta: al-
guien que sería tal vez incapaz de usar sin una fuerte repulsión el ce-
pillo de dientes de su pareja, no tiene problemas para intercambiar sa-
liva en el beso amoroso... para no mencionar a todo lo demás que pue-
de eventualmente intercambiarse en el abrazo amoroso. La excitación
sexual incrementada, el aumento de la libido, decía Freud, levanta las
barreras del asco y del pudor...

En fin, que no es por la naturaleza de la representación que po-


dría explicarse que ésta caiga bajo el efecto de la defensa, y es ahí que
a Freud se le ocurre que la defensa se podría explicar mejor si se divi-
de la “escena traumática”, digamos, en dos escenas, y entonces intro-
duce la noción de nachträglich, de retroacción, como a veces se tra-
duce, el famoso après coup de los franceses que Lacan puso en el pri-
mer plano de su lectura de Freud. ¿Tienen idea de qué estoy hablan-
do?

ALGUNOS PARTICIPANTES: No.

Se trata de los dos tiempos del trauma, en el que... ¿Recuerdan el caso


de Emma, en el Proyecto...? ¿Más o menos? Bueno, si miramos de
cerca esas dos escenas, la anterior y la posterior a la pubertad de la jo-
ven, es difícil pescar dónde puede estar el trauma. Porque en la escena
en la que se desencadena el síntoma de la fobia a entrar sola en las
tiendas, no hay nada traumático: ella entra en el negocio, ve que los
dependientes se ríen entre ellos, ella piensa que se burlan a causa de
sus vestidos, se siente atraída por uno de ellos, y sale disparando. A
partir de ahí, le queda el síntoma de la fobia. ¿Qué hay de traumático
en eso? Y en cuanto a la escena anterior a su pubertad, a los 8 años, el
viejo pastelero le había pellizcado los genitales a través de su vestido,
pero para ella, incapacitada de comprender lo que ocurría según el
planteo de Freud, eso no significaba nada, dicho esto no en el sentido
de que tenía poca importancia, sino en el sentido de que esto, literal-
mente, no podía tener significación para ella. La significación sólo
podía llegarle a través de la pubertad, cuando empezara a comprender
algo de las cosas sexuales. ¿Dónde está el trauma, entonces, en esa

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primera escena? Lo que Freud propone es que el trauma surge por el


interjuego entre las dos escenas. 17

Sigamos ahora un poco más de cerca el texto de «Sobre la psi-


coterapia de la histeria». Antes de entrar propiamente en la cuestión de
la transferencia, hay un punto sobre el que quisiera leerles una frase,
es una frase muy cortita. A esta cuestión la vamos a llamar, la voy a
llamar yo, la roca de la degeneración. Dice Freud en la página 298 de
la edición de Amorrortu:

Desde luego, en ese trabajo es preciso librarse del pre-


juicio teórico de que uno trataría con cerebros anorma-
les de dégénérés {degenerados} y déséquilibrés {dese-
quilibrados}, que poseerían como un estigma la licencia
para desechar las leyes psicológicas... 18

Bueno, no importa el resto del párrafo, les he leído lo que me parece


esencial. O sea... esto parece una pavada, y es muy importante. Porque
así como hay una roca de la degeneración, para denominar de alguna
manera lo que acabamos de leer, hay muchas otras rocas en el análi-
sis. ¿A qué llamo roca, que deliberadamente evoca ese escollo final
del psicoanálisis, según Freud, que conocemos como la roca de la
castración? A lo que directamente vuelve imposible la posición del
analista. Es decir, si yo, como analista, planteo que hay...

PARTICIPANTE: ¿Podés repetir lo que empezaste a decir ahora?

Con algunas diferencias, puede ser. En el análisis hay varias rocas


―está claro que se trata de un término metafórico― que imposibilitan
la posición del analista ante el caso. Por ejemplo, considerar cualquier
fenómeno que se presente como resultado de una degeneración, como
17

?
Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, «Lo real del trauma». Intervención en la Clase 7
del Seminario La Histeria. De Freud a Lacan, dictado con Rolando H. Karothy,
en la Escuela Freudiana de Buenos Aires, el 24 de Agosto de 1985. Publicado en
fichas, se encontrará su texto en la Biblioteca de la E.F.B.A.
18
?
Sigmund FREUD, Estudios sobre la histeria, en Obras Completas, Volumen 2,
Amorrortu editores, Buenos Aires, 1980. Cf. p. 298.

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La Transferencia. Clínica y fundamentos

acabamos de leer en Freud, esto está proscripto por el método. ¿Por


qué? Porque en tal caso ya tendríamos la explicación, la respuesta se
habría anticipado a la pregunta. Es decir, postular algo como resultado
de una degeneración implica excluirlo de la posibilidad de producir al
respecto una interpretación, un desciframiento.

Otra “roca” importante es lo que Allouch llama la roca de la


alienación. Es la que introduce la posición del psiquiatra... pero, ojo,
que, como dice Lacan en su «Breve discurso a los psiquiatras» ―no lo
dice así, pero nosotros lo podemos decir a la manera de Neustadt―,
“todos llevamos adentro un pequeño enano psiquiatra”. Es decir, la
tentación de considerar al loco como una especie de ser aparte, una es-
pecie de coleóptero, una especie diferente que no tendría con nosotros
ningún tipo de comunidad. Es un alienado, vive en su mundo, desco-
nectado del nuestro, no pertenece a nuestro mundo semántico ni a
nuestro mundo de intercambio verbal, no sabe lo que dice ni es res-
ponsable de lo que dice. Por lo tanto, una posición que sostenga esto
no permite ningún acceso a una posición del analista en relación a la
psicosis.19 ¿Se entiende, esto? Bien, ya que estamos, agreguemos una
más a esta lista:

1) la roca de la degeneración

2) la roca de la alienación

3) la roca de la neurosis

Con esta, creo, empezaré en el seminario que comienzo el sábado que


viene, al que de paso los invito. Esta que llamo la roca de la neurosis
es la de postular, de hecho, si no de derecho, que la estructura es la es-
tructura de la neurosis, y que la psicosis sería como algo sin estruc-
tura, o con carencias especiales en relación a la estructura de la neu-
rosis, que hacen del psicótico alguien de otra especie, con lo que de
hecho, y también de derecho, el psicótico queda colocado por fuera
del análisis. No importa lo que se diga que en él no hay ―pues la clí-
nica que brota de esta roca es, obviamente, una clínica del déficit, del

19

?
Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, Psicosis: la cuestión preliminar... y otras cues-
tiones. Seminario en la Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1998. Publicado en
fichas.

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La Transferencia. Clínica y fundamentos

defecto―, ustedes habrán escuchado de todo, al respecto: que en el


psicótico no hay inconsciente, que no hay deseo, que no hay sujeto,
que no hay transferencia, que no hay fantasma... ¿qué es lo que que-
da?

PARTICIPANTE: No queda nada.

Bueno, todas éstas son rocas que vuelven imposible la posición del
analista en tanto tal ante el caso...

PARTICIPANTE: ¿Y hay todo eso, en la psicosis?

Si venís el sábado, a las diez de la mañana, podemos hablar de eso


[risas]. No quiero ahora hablar de eso, que es lo que tengo por delan-
te, y que, precisamente, es lo que más me tienta. Simplemente les digo
que mi manera de enfocar la clínica, que creo que es la manera que
proponen Freud y Lacan, por otro lado, es plantear que la estructura es
una ―esto, primero―, que la estructura comporta una falla radical,
que podemos nombrar con distintos nombres, y que Lacan, durante un
buen tiempo, nombra como deseo del Otro ―no, goce del Otro, cuya
cotización, sin embargo, hoy está en alza―, y que lo que en el discur-
so corriente se denominan las “estructuras clínicas”, de una curiosa
conformidad con la clasificación surgida de una clínica que no es del
sujeto, del significante y de la transferencia, sino del objeto, del signo
y de la alienación, pero que cien años de psicoanálisis al parecer no
han podido alterar, lo que en el discurso corriente se denominan las
“estructuras clínicas” convendría considerarlas como diferentes posi-
ciones subjetivas en relación a ese deseo del Otro, en relación a esa
falla radical, principial, de la estructura... que es una.

Bueno, tomen esto como un aviso, un “chivo”. Pasemos a la


transferencia.

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La Transferencia. Clínica y fundamentos

LA TRANSFERENCIA EN 1895

Lo que formula Freud en las páginas 305 y siguientes, referido a la


falsa conexión, me parece que no requiere muchas explicaciones.
Cuando en el progreso hacia el núcleo patógeno aparece una dificul-
tad, antes de que aparezca la representación que falta, ya sea porque se
llegó al núcleo, o muy cerquita al núcleo, en conexión cercana a él, lo
que puede aparecer es algún deseo, algún afecto, sin representación. Y
como aparece este deseo, este afecto, sin representación, la re-
presentación que está más a mano, para explicarlo, es la del analista, y
entonces ese deseo o ese afecto se liga al analista en un falso enlace,
en una mésalliance... falso, porque originalmente ese deseo o ese
afecto estaba ligado a otra representación, más “verdadera”, digamos,
que la del analista.

Un esquema que Freud va a repetir, de alguna manera, que va a


retomar, con otra terminología, en su artículo de 1912, «Sobre la diná-
mica de la transferencia», cuando dice: cuando cesan las asociaciones,
cuando las asociaciones se interrumpen, podemos estar seguros de que
ahí el paciente está pensando en nosotros o en algo relativo a nuestra
persona. No sé si son precisos más comentarios en relación a este pun-
to, ustedes dirán.

Interesa mucho más lo siguiente. Dos frases que escribe Freud,


y que nos permiten introducir, incluso ya a partir de este texto de
1895, la cuestión del saber, importante en la doctrina final de la trans-
ferencia en Lacan...20 Pero antes de pasar a estas dos frases del texto,
consideremos lo siguiente. ¿Cuál es la suposición que implica este es-
quema? La suposición que implica este esquema es que, allí donde
hay un síntoma, debo encontrar algo del orden del recuerdo, que me
dé cuenta del síntoma. Es una suposición, es la suposición de Freud,
que no sé si ustedes recuerdan de dónde le viene. La idea le vino de
los experimentos de Bernheim con las órdenes post-hipnóticas. Bern-
heim hipnotizaba a alguien y le ordenaba, supongamos: “cuando le di-
20

?
Rolando H. KAROTHY, Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, David SUSEL, «De la
suppositio al sujeto supuesto saber». Texto presentado en las Jornadas de la Es-
cuela Freudiana de Buenos Aires sobre La Transferencia, el 11 de Noviembre de
1892. Posteriormente publicado en Suplemento de las Notas, Nº 3, «La Transfe-
rencia», Escuela Freudiana de Buenos Aires, Bs. As., 1984.

63
La Transferencia. Clínica y fundamentos

ga que se despierte, lo hará, y cuando luego yo le pregunte cómo le va,


usted va a la ventana y la abre”. Luego de que todo esto ocurriera,
efectivamente, si se le preguntaba al sujeto por qué había abierto la
ventana, éste no sabía por qué lo había hecho, y en su lugar contestaba
con, digamos, “racionalizaciones”: que le faltaba el aire, que sentía ca-
lor, que creía haber escuchado el ruido de alguien que pasaba debajo,
etcétera. La orden post-hipnótica no se recordaba. Pero si Bernheim
apremiaba al sujeto, desestimando las explicaciones que daba de su o-
brar, era finalmente posible que éste terminara recordando la orden
que le había sido dada. Freud saca su primer modelo de esto: hay algo
que el paciente sabe, sin saber que lo sabe, que hay que apremiarlo
hasta que lo recupere, y que además es del orden del recuerdo. Este es
el supuesto, y verán que Freud lo dice con todas las letras:

Cuando en la primera entrevista preguntaba a mis pa-


cientes si recordaban la ocasión primera de su síntoma,
unos decían no saberla, y otros aportaban alguna cosa
que designaban como un recuerdo oscuro, y no podían
seguirlo. Y si yo entonces, siguiendo el ejemplo de Bern-
heim cuando despertaba impresiones del sonambulismo
presuntamente olvidadas, insistía, les aseguraba a los en-
fermos de las dos clases mencionadas que no obstante lo
sabían, que ya se acordarían, etc., a los primeros se les
ocurría algo y en los otros el recuerdo conquistaba otra
pieza.21

Y luego, en la página 285, leemos:

En todos los casos el trabajo se atasca, una y otra vez


aseveran que ahora no se les ocurre nada. Uno no debe
creerles; uno debe suponer siempre, y también exteriori-
zarlo, que ellos se reservan algo porque no lo consideran
importante o lo sienten penoso. Uno persevera en esto,
repite la presión, se finge infalible, hasta que efectiva-
mente se entera de algo.22

21

?
op. cit., p. 275, el subrayado el mío.
22

?
op. cit., p. 285, el subrayado también es mío.

64
La Transferencia. Clínica y fundamentos

Es decir, hay, ahora del lado de Freud, un saber supuesto.

Bueno, ya se imaginarán por qué subrayo esto, ¿no es cierto? Se


imaginarán que apunto a que hay una fórmula, que para Lacan es la
del fundamento de la transferencia, que es el sujeto supuesto saber.
Entonces, primer abordaje, por el lado de Freud: acá hay un saber su-
puesto. ¿Esto es ya el sujeto supuesto saber? No, no lo es, y vamos a
ver si nos podemos ir arrimando a lo que es el sujeto supuesto saber
bajo la forma de ir despejando en qué consiste este saber supuesto de
Freud, y por qué no podría ser el sujeto supuesto saber.

Primer punto importante. Este saber supuesto, es supuesto por


alguien, en este caso es Freud quien lo supone. Eventualmente, podría
suponerlo el paciente. Imaginemos uno que se podría haber dirigido
así a Freud: “Mire, acabo de leer sus Estudios sobre la histeria, y
como tengo esta parálisis debe haber algo que yo no recuerdo”. ¿Se
entiende? Si bien Freud la sostiene, digamos, de hecho, y la potencia,
con la asociación libre, con la regla de la asociación libre, esta suposi-
ción de un saber no necesariamente tiene que estar soportada sóla-
mente por Freud, puede estar soportada por el paciente, pero lo que yo
subrayo de esto es que no importa si es por Freud y/o por el paciente,
sino que esto es un saber supuesto por alguien. ¿Por qué digo esto?
Porque cuando lleguemos al sujeto supuesto saber vamos a ver que ahí
no hay nadie que lo suponga. Mejor dicho: que no es en tanto que al-
guien lo supone que hablamos de sujeto supuesto saber, que el hecho
de que alguien lo suponga es en todo caso un efecto de que está
funcionando el sujeto supuesto saber. Es un efecto transferencial entre
otros.

Segundo punto: ¿de qué orden es este saber? A este saber lo va-
mos a llamar, con Lacan, porque es un término de Lacan, saber refe-
rencial, para oponerlo a otro tipo de saber que Lacan, también, deno-
mina saber textual. ¿Por qué referencial? ¿Ustedes saben lo que es un
referente? En términos de la lingüística, tenemos el significante, el
significado ―o sea, lo que el significante significa― y el referente, es
decir, la cosa del mundo a la que alude, a la que designa, a la que se
refiere el signo. Entonces, ¿por qué digo que este saber que pone en
juego Freud en su suposición de saber es un saber referencial? Porque
este saber supuesto es un saber que tiene el carácter de una repre-
sentación, o de un grupo de representaciones, que aluden, que se re-

65
La Transferencia. Clínica y fundamentos

fieren a un acontecimiento... el de la escena traumática. Esto que está


acá en el núcleo patógeno, como representación, representación in-
conciliable que se trata de recuperar en la anamnesis para eventual-
mente conciliar con las demás representaciones que constituyen el yo,
es lo que ha quedado como huella, como símbolo mnémico, para de-
cirlo a la manera de Freud, que remite a un acontecimiento, a ese
acontecimiento que es el trauma, algo que ocurrió. El símbolo mnémi-
co es un símbolo, en la memoria, de algo que ocurrió. O sea que, a ver
si nos vamos acercando a esto que vos querías saber qué era, el signi-
ficante.

Durante un tiempo de su enseñanza, no siempre, no al final, pe-


ro sí durante un tiempo, Lacan opone el signo al significante. En este
primer tiempo, en general siempre parece que habla un poco despre-
ciativamente del signo, a favor de destacar el significante... hasta que
en Televisión pega una voltereta impensada, pero Televisión es de
1974, así que nos vamos a quedar, por ahora, en el primer tiempo. Al
oponer signo y significante, Lacan define al signo como lo que repre-
senta algo para alguien.

signo

algo  alguien

Es decir, el signo implica una relación ternaria, donde el signo


representa algo... ¿para quién? ― para alguien. El signo puede tener
una significación conocida o puede no tenerla. Por ejemplo, si me le-
vanto a la mañana y veo la mesa del desayuno bien puesta, con florci-
tas y tostaditas recién hechas, bueno, ahí veo un signo del amor de mi
esposa. Pero supongamos que yo me encontrara con una marca en la
pared, de la cual yo no pueda decir si es, qué sé yo, un golpe que dió
alguien al pasar, o una señal que se me quiere hacer entender y que no
entiendo. ¿Qué es lo que hace de eso un signo? No su significación en
tanto que la conozca, sino en tanto que la presuma, es decir, no en el
sentido de que esto es una marca de un golpe o es una señal misterio-
sa, sino que esto, aunque yo no sepa qué significa, sé que tiene una
significación para mí.

66
La Transferencia. Clínica y fundamentos

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

Cuando yo veo una huella en la arena... hasta ahí nomás, y me pregun-


to “¿esto qué quiere decir?” ― “que no estoy solo”, se respondería
Robinson Crusoe. Hasta ahí, eso, esa huella, significa algo para él, es
decir, esa huella es un signo. Después pueden pasar otras cosas, con la
huella, otras cosas que la elevarían a la condición de significante. Pero
vamos a ver si llegamos a eso. ¿Hasta aquí se entiende?

PARTICIPANTE: ¿Ahí estás tomando el signo en el sentido de


Saussure?

Más bien, no. Más bien se trata del signo en el sentido de Peirce. Por-
que para Ferdinand de Saussure el signo es esa entidad de dos caras,
una cara es el significante y la otra cara es el significado, unidos en
una relación que es la significación. Incluso, esta definición del signo,
Saussure la da en la medida en que al construir su objeto, el objeto de
su lingüística, el signo, para hacerlo debe excluir el “algo”. La lingüís-
tica saussuriana, por método, se desentiende del referente. La de-
finición lacaniana del signo está tomada de Peirce, y este signo no es
una entidad de dos caras, como el signo saussuriano, sino una relación
entre tres elementos: el signo, el algo y el alguien, relación que es de
“representación... para”. También el “alguien” está excluído metodo-
lógicamente de la lingüística saussuriana. En la definición lacaniana
del signo es importante destacar lo ternario de la relación. El signo re-
presenta al algo, y lo representa para alguien: el alguien sostiene la re-
lación entre el signo y el algo al que representa. Inversamente, nada es
signo para alguien si no representa algo para él. Y podríamos agregar:
entre el algo y el alguien, media el signo.

Volvamos al esquema del núcleo patógeno con las capas de re-


presentaciones que lo envuelven. Se dan cuenta del acceso que nos
provee a su respecto esta definición del signo. El síntoma, por ejem-
plo, representa algo... para Freud, en primer lugar: funciona como sig-
no. ¿Cómo pasar del signo al significante?

67
La Transferencia. Clínica y fundamentos

Hay un chiste alemán, que es bastante malo como chiste, que lo


encontramos en La interpretación de los sueños, en una nota en la que
Freud habla de “una verdadera química de las sílabas”, y para ello da
como ejemplo una especie de broma. Este es el párrafo:

La misma descomposición y recomposición de las sílabas


―una verdadera química de las sílabas― nos sirve en la
vigilia para gran número de bromas: «¿Cuál es la mane-
ra más barata de obtener plata? Uno se dirige a una ave-
nida donde haya álamos plateados {Silber-pappeln} y pi-
de silencio; entonces cesa el Pappeln {“parloteo”, tam-
bién “álamo”}, y queda libre la Silber {“plata”}».23

El chiste es malísimo, pero no me interesaba hacerlos reír ―para eso


tengo otros más interesantes―, sino mostrarles el procedimiento, la
operación del chiste, de esta “química de las sílabas”. Se dan cuenta
que la operación de este chiste consiste en borrar la relación entre el
signo y el referente. Cada uno de estos términos es un signo. Silberpa-
ppeln es un signo que remite a un referente, a una cosa del mundo que
es el álamo plateado; Pappeln es un signo que remite a dos referentes:
al parloteo, a la charla, a la falta de silencio, y también al álamo; y la
emergencia de la Silber, es decir, la plata que se consigue de la mane-
ra más barata, surge de la ruptura de las relaciones entre el signo y su
referente, merced a la conjunción, a la puesta en relación, ahora, de
dos signos entre sí. Pero lo interesante del efecto chiste, de este chiste,
es que este efecto chiste se produce porque ahora los signos no remi-
ten más a “algo”, sino que la remisión es de un signo a otro signo. En-
tonces, en lugar de la conjugación de cada signo con su referente, lo
que se produce es la relación de dos signos. Ahora, cuando dos signos
se conectan entre sí, aparece el efecto chiste. Pero la condición de que
se produzca este efecto chiste por la relación entre dos signos, es que
cada signo, como tal, haya cortado sus amarras con su referente.

signo signo
  

23
?
Sigmund FREUD, La interpretación de los sueños, en Obras Completas, Volu-
men 4, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979, p. 304.

68
La Transferencia. Clínica y fundamentos

algo  alguien algo  alguien

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

Se pierde la conexión con el “algo” ―y por lo tanto con el “alguien”,


porque la relación es necesariamente ternaria―, y en lugar de esta co-
nexión del “signo” con el “algo” aparece la conexión con otro “sig-
no”:

signo   signo

Ahora bien, eso es el significante: es un signo que remite a otro signo.


Sea ésta una primera aproximación a la noción de significante, y esto
para no introducir cosas complicadas. Por otra parte, es una definición
que proporciona Lacan en el Seminario 21 ―lo aclaro para que no
crean que, en mi esfuerzo de claridad, banalizo―: “el significante es
un signo que sólo se dirige a otro signo, es lo que hace signo a otro
signo, y es por eso que es el significante”.24

El significante es un signo que remite a otro signo. Obviamente,


en la medida en que este signo remite a otro signo, ya no remite más a
“algo”. Ahora bien, por esta vía del signo que remite a otro signo, va-
mos a encontrar que eso es lo que en verdad caracteriza al procedi-
miento freudiano...

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

Está bien. Retomo los pasos que he dado. El signo implica una rela-
ción de representación entre él mismo y su referente, el algo, relación

24
?
Jacques LACAN, Seminario 21, Les non dupes errent, inédito. Cf. clase del 20 de
Noviembre de 1973.

69
La Transferencia. Clínica y fundamentos

dada por el alguien. En la fórmula “el signo es lo que representa algo


para alguien”, podemos decir que el alguien sostiene la relación, que
es una relación de representación, entre el algo y su signo.

Está claro que esta definición es reversible. Así, podemos defi-


nir el algo como lo que es representado por el signo para alguien, y al
alguien como aquél ―llamémoslo sujeto del signo, por ahora― para
quien el signo representa algo. Entonces, el “alguien”, el sujeto del
signo, sostiene la relación, que es una relación de representación, entre
el “signo” y alguna “cosa del mundo”, para decirlo de una manera un
poco indeterminada, es el sostén supuesto de esa relación.

Ahora bien, si ocurriera que esta relación quedara cortada por


algún motivo ―digamos por el motivo que fuere, para no distraer-
nos― si ocurriera que esta relación quedara cortada, entonces desapa-
recería el sujeto del signo. ¿Se entiende por qué? Porque de pronto es-
te sujeto del signo, sostén supuesto de la relación de representación,
quedaría ante una representación que representaría... nada. Y si ahora
ocurriera que este signo, esta representación que representa nada por
haberse cortado el enlace con el “algo”, se uniera a otro signo en las
mismas condiciones ―esta manera de exponerlo es didáctica, no es ni
lógica ni cronológica: estoy describiendo de otro modo lo que acaba-
mos de ver en la operación del chiste―, si cada uno de estos signos
que han perdido su enlace con el “algo”, con el referente, se unen en-
tre sí, se relacionan entre sí, ¿qué sostendría, desaparecido entonces el
sujeto del signo, la relación entre un signo y otro signo? Respuesta: el
sujeto del significante es el sostén supuesto de esa relación entre dos
representaciones que representan nada, entre dos signos desligados de
sus referentes.

Pero les había empezado a decir que por esta vía del signo que
remite a otro signo, vamos a encontrar que eso es lo que en verdad ca-
racteriza al procedimiento freudiano, y lo que nos permite decir que
en el procedimiento freudiano, más allá de esta ideología relativa a un
“saber referencial”, Freud trabajaba con otro tipo de saber que no se
funda en esa relación entre el signo y el referente, sino en una relación
entre un signo con otro signo. A este saber fundado en la relación en-
tre los signos entre sí, desprendidos de sus relaciones con los referen-
tes, lo llamaremos, con Lacan, saber textual.

70
La Transferencia. Clínica y fundamentos

EL OLVIDO DE LA PALABRA ALIQUIS

Al final de la reunión pasada les pedí que leyeran el caso del olvido de
la palabra aliquis, en el segundo capítulo de la Psicopatología de la vi-
da cotidiana. Si lo tienen fresco, voy a evocar de ese caso unas pocas
cosas.25 Lo importante es esto, ustedes ven que cuando ese señor, el
compañero de viaje de Freud, acepta la invitación de Freud... ¡Es
difícil entrar por la mitad del caso! Les recuerdo que ese joven quiso
pronunciar una frase, una frase que además es una cita ―lo que es in-
teresante, y de entrada nos da acceso al sujeto de la enunciación: en
ese punto, él se hace representar por las palabras de otro―, una cita
que es de Virgilio, del libro IV de La Eneida, de Virgilio, y que habría
pronunciado la reina Dido ―una mujer despechada―, a saber, la frase
Exoriare aliquis nostris ex ossibus ultor!, frase que expresa un anhelo,
un “¡ojalá!”, un anhelo de venganza contra los hombres infieles a la
palabra dada: “¡Que alguien surja de mis huesos como vengador!”
―ese “alguien”, aliquis, es entonces el hijo de quien ella espera que la
resarza de la infidelidad del padre―.

PARTICIPANTES: [manifiestan no conocer la historia narrada en


La Eneida]

Bueno, les voy a decir que La Eneida debería figurar entre la biblio-
grafía necesaria para leer a Freud, aparte de que en sí misma es de una
lectura apasionante, porque incluso el epígrafe inicial de La interpre-
tación de los sueños es una cita de ese libro de Virgilio, esta vez una
frase pronunciada por la diosa Hera: Flectere si nequeo supero, Ache-
ronta movebo: “si no puedo conmover a los dioses de arriba, moveré a
los del Aqueronte, a los del Averno” ―Hera, otra mujer despechada,
25

?
Ricardo E. RODRÍGUEZ PONTE, «Aliquis para recordar», intervención en la se-
gunda reunión del Seminario Problemas Fundamentales del Psicoanálisis, or-
ganizado por la Escuela Freudiana de Buenos Aires en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires, el 13 de Mayo de 1986. Fichas de la
E.F. B.A., Nº 1011.

71
La Transferencia. Clínica y fundamentos

estaba furiosa con su esposo Zeus, inaugurando una tradición que las
generaciones de todos los tiempos han mantenido―. Bueno, pero
reveamos un poquito la historia. Cuando cae Troya ―esta historia la
relata Homero, en La Ilíada y en La Odisea―, los aqueos, los griegos,
incendian Troya y liquidan a casi todos los troyanos. Uno de los pocos
que logra escapar es justamente Eneas, quien va así a convertirse en el
héroe del libro de Virgilio. Al escapar, Eneas salva también a su
padre, Anquises, llevándolo en sus hombros, porque Anquises ya
estaba viejito...

Me acuerdo de esto porque Sartre, a quien el padre se le murió


muy joven, escribe en Las palabras, complaciéndose por ello, “yo
nunca tuve que cargar con un padre arriba mío, aplastándome, y por
esto estoy de acuerdo con un psicoanalista que en una ocasión me dijo
que no tengo superyó” ― ven que también en Francia los psicoanalis-
tas hablan por televisión, y que no sólamente acá dicen pavadas. ¡En
fin!

Entonces, Eneas escapa de Troya, ayudado por su madre, que es


la diosa Afrodita, la diosa del amor... salvo del de su hijo, como vere-
mos. Eneas era hijo de Afrodita, una diosa, y Anquises, un hombre, lo
que define su condición de héroe. Ahora bien, en su largo periplo lue-
go de su huída de Troya, con el destino señalado de fundar un nuevo
imperio... Porque La Eneida es como... es un gran libro, se los reco-
miendo vivamente, pero además fue escrito al servicio de la ideología
del imperio romano, para decirlo de algún modo. No le impide ser un
gran libro, pues como diría Borges, su fábula excede a su moraleja.
Virgilio escribió La Eneida para, digamos, “racionalizar” el hecho de
que los romanos estuvieran devorando el mundo. Al inscribir esto co-
mo un destino surgido del designio de los dioses, por una especie de
profecía retroactiva, argumentaba el imperio de la época de Augusto
como el cumplimiento de un mandato divino.

Entonces, en su camino hacia ese futuro imperio que se cons-


truiría en Italia, en Roma, Eneas recala en Cartago, donde reinaba la
reina Dido, cuya historia anterior es también muy interesante, pero la
dejo de lado. Eneas y Dido tienen un apasionado romance, pero cuan-
do están en lo mejor del asunto se presenta Afrodita a su hijo y, como
buena madre, le dice: “No, nene, vos no podés perder el tiempo con
esta chirusa cuando tu destino es fundar un imperio que perdurará en

72
La Transferencia. Clínica y fundamentos

la memoria de los hombres”. La heroicidad de Eneas no le daba, sin


embargo, para rechazar ese mandato materno, así que agacha la cabe-
za y acepta, se va y abandona a Dido. Cuando Dido ve que las naves
troyanas abandonan furtivamente Cartago, pues Eneas no perdió tiem-
po en despedidas, se suicida, pero antes de suicidarse exclama esta
frase ―que a su vez es también una profecía retrospectiva, pues anun-
cia a Aníbal, un cartaginés que después los volvió locos a los roma-
nos―: “¡que alguien surja de mis huesos como vengador!”.

Volvamos a nuestro siglo. Este joven compañero de viaje de


Freud, judío, que está quejándose de lo mal que son tratados los judíos
en Europa, se propone citar a Dido ―los cartaginenses, que venían de
Fenicia, eran también semitas―, pero cuando la cita, la cita errónea-
mente.

La cita errónea todavía no es un lapsus, puede ser un caso de ig-


norancia. Por ejemplo, no sé si leyeron el Seminario 5, Las formacio-
nes del inconsciente, donde Lacan recuerda el caso de un director de
cine, quien terminaba sus frases siempre de un modo muy imperativo,
diciendo “y esto es signé qua non” en lugar de la fórmula correcta sine
qua non. La palabra signé, en francés, es “firmado”. Pero al respecto
Lacan dice que eso no constituye propiamente un lapsus, sino un caso
de pura ignorancia.26

Sin embargo, en el caso que relata Freud, se trata efectivamente


de un lapsus, porque el señor este, no bien termina de pronunciar su
cita, su cita incorrecta en la que faltaba la palabra aliquis y estaba tras-
tornado el orden de las palabras, añade inmediatamente: “No se burle
usted, en este verso falta algo”. Es decir, el lapsus es reconocido como
tal, y es precisamente a partir de este reconocimiento que se constituye
propiamente como lapsus, como síntoma en el discurso, pues nuestra
clínica no es una clínica de observación, una clínica constituida por el
analista que ve que algo no anda, sino que la clínica es constituida por
el sujeto, por aquél que dice “aquí falta algo, aquí hay algo que no an-
da”.

26

?
Jacques LACAN, Seminario 5, Las formaciones del inconsciente. Traducción de
Ricardo E. Rodríguez Ponte para circulación interna de la E.F.B.A. — Cf. la
Clase 2, del 13 de Noviembre de 1957.

73
La Transferencia. Clínica y fundamentos

Esto es importante a efectos de la clínica, no me canso de insis-


tir en ello, pues nosotros no hacemos semiología en el sentido psi-
quiátrico. El síntoma, en psicoanálisis, es un síntoma dicho, y dicho
por el sujeto, a quien así podemos denominar sujeto del síntoma. No
andamos mirando a los pacientes para decir “éste que anda cojeando
debe tener una parálisis histérica”. No, hasta que él no diga, por ejem-
plo, “no puedo caminar”, y luego “no puedo avanzar un paso en mis
propósitos”, no tenemos nada que ver en ese asunto. Por eso la inhibi-
ción está fuera del análisis. La señorita, por ejemplo, no toca el piano.
¿En nombre de qué podríamos decir que está inhibida? ¿Es una obli-
gación de las mujeres, una manera de ser de las mujeres, tocar el pia-
no? O tiene veinticinco años y no ha tenido relaciones sexuales: ¿se
puede decir acaso que se trata de una inhibición? No necesariamente.
Ahora, si el sujeto dice, por ejemplo, “quiero, pero no puedo”, enton-
ces pasamos a otra cosa, a otra columna,27 que es la del síntoma, por
ejemplo bajo el modo del impedimento.

Bueno, ante el reclamo del sujeto, quien ha reconocido su falla


discursiva, Freud le restituye la palabra olvidada, aliquis, que quiere
decir “alguien”, y a continuación este joven le dice: “Qué tontería ol-
vidar esta palabra, pero usted sostiene que nada se olvida sin razón”
―lo que revela que este joven estaba al tanto de las investigaciones de
Freud―: saber supuesto. No sostenido por él, o, en todo caso, sosteni-
do por él por intermedio de Freud: es usted el que sostiene que nada se
olvida sin razón. A lo cual Freud responde que efectivamente es así y
que, si el joven desea comprobarlo por sí mismo, bueno, entonces... Y
le da la regla fundamental: que diga lo que pasa por su cabeza, sin crí-
ticas, sin reservas, etc.

¿Qué pasa por la cabeza de este joven, así conminado? Un mon-


tón de cosas que ustedes seguramente recuerdan, pero entre ellas les
subrayo las siguientes, que me parecen muy apropiadas para entender
lo que está en cuestión. Entre las asociaciones aparecen San Simón de
Triento, San Agustín, San Benedicto ― y ésta es la intervención de
Freud: Padres de la Iglesia. Pero decir ahí “padres de la iglesia”
implica que cada uno de estos términos ha sido cortado de su relación
a sus respectivos referentes para ser puestos en serie por la relación de
uno con los demás. Por otra parte, la serie San Agustín, San Simón,
27

?
cf. Jacques LACAN, Seminario 10, La angustia. Inédito.

74
La Transferencia. Clínica y fundamentos

San Benedicto, a las que se agregan Paul de Kleinpaul y Orígenes,


que Freud había extraído de original, remite a nombres de pila. Esto
es lo que denominamos efecto de sentido. El efecto de sentido no es el
significado ni lo que resulta del funcionamiento del signo, es lo que
resulta de una concatenación significante, es decir, como vimos hace
un momento, de una concatenación de signos desligados de sus
referentes. Se ve todavía más claro en el otro ejemplo que quiero re-
cordarles. El paciente dice San Genaro y evoca el milagro de la san-
gre, pero Freud pone en conexión San Genaro, es decir Januarius, que
en alemán remite a Januar, es decir, “enero”, con San Agustín, que
remite a “agosto”, por lo que el milagro de la sangre adquiere otro es-
tatuto, en la medida en que Freud deduce de esa conexión: calendario.
Pero ven ustedes, para introducir ahí calendario, es preciso haber
cortado toda relación de San Genaro y San Agustín con sus respecti-
vas historias de martirio cristiano, para ser puestos en relación el uno
con el otro, por fuera de su significación. Ahí surge el efecto de senti-
do.

Bueno, ése, el que surge de la conexión, fuera de sus significa-


ciones y referencias, de un elemento del discurso con los demás, es el
que constituye lo que Lacan denomina el saber textual. El que se
constituye por la remisión de un signo a otro, lo que equivale a decir:
de un significante a otro, pues cuando un signo remite a otro signo ya
no es más signo, es significante. Este saber textual es el que va a estar
en juego ―veremos cómo― en el sujeto supuesto saber.

El saber supuesto no es cualquier saber, no es “Fulano sabe”, no


es “Voy a analizarme con Mengano porque es un capo”, o “Voy a
analizarme con tal especialista que escribió mucho sobre la bulimia”.
No, ése es un saber supuesto, sí, pero de un orden referencial, diga-
mos: el que construye lo que se llama “el prestigio”, pero no es el sa-
ber supuesto en juego en la transferencia... aunque pueda funcionar
como llamado a la transferencia, y por eso los analistas, en general,
son tan celosos de sus prestigios, pues al fin y al cabo este prestigio
les da de comer.

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

75
La Transferencia. Clínica y fundamentos

Sujeto supuesto saber son tres palabras: “sujeto”, “supuesto” y “sa-


ber”. Supuesto es “lo que está debajo”: sub-puesto. En verdad, “suje-
to” también quiere decir “supuesto”: sub-jectum es “lo que yace deba-
jo”, y por eso el sujeto es siempre supuesto, y la fórmula “el signifi-
cante es lo que representa un sujeto para otro significante” puede de-
cirse “el significante es lo que supone un sujeto para otro significan-
te”. Así como ob-jectum, “objeto”, es “lo que está arrojado ob, adelan-
te”, sub-jeto es “lo que yace sub, debajo”. Tiene la misma raíz que su-
puesto, es decir, sub-puesto, “puesto sub, debajo”, la misma raíz que
sustancia, que sustantivo...

Esto, en cuanto a supuesto. Todavía no dijimos nada de qué su-


pone, o sea, por qué está supuesto. Digamos, si “supuesto” es “puesto
debajo”, no dijimos nada de qué hay arriba. A lo sumo, lo hemos men-
cionado: lo que está arriba es el significante. En lo que acabo de desa-
rrollar, con el chiste alemán y con el caso del olvido de la palabra ali-
quis, empecé a abordar, no la cuestión del sujeto, sino la cuestión del
saber, del saber supuesto. Les dije que a este saber supuesto podemos
concebirlo de dos maneras. Una es la manera de Freud en «Sobre la
psicoterapia de la histeria»: él supone que, tras el síntoma, hay un re-
cuerdo o un grupo de recuerdos que representan, que “están en el lu-
gar de”, un acontecimiento al que él denomina “trauma”; este saber
supuesto es un saber, digo, de orden referencial: remite a un aconteci-
miento, a algo exterior al discurso que lo supone. La otra manera es
definir el saber como relación, articulación, de los significantes del
discurso. Es un saber que se tramita en el seno del discurso, que no
remite a ningún exterior del discurso, al revés: es sólo al despegarlo de
ese exterior que puedo alcanzar esta articulación entre los elementos
del discurso. A ese saber lo denominamos saber textual, pues es
inherente al texto, al texto del discurso dicho por el analizante.

Ahora bien, al desaparecer la referencia del saber referencial,


desaparece con ella el “alguien” que suponía dicho saber. ¿Qué supo-
ne entonces este saber textual, por qué está supuesto? No el sujeto,
pues él también es supuesto, igual que el saber. En relación al saber
referencial, decíamos que ese saber era supuesto por “alguien”, por
Freud, o por el paciente, eventualmente por los dos. En relación al sa-
ber textual no se trata de alguien. ¿Qué lo supone entonces? No el su-
jeto, les dije, pues él también está supuesto, al igual que el saber, en la
fórmula sujeto supuesto saber. Subrayo: este sujeto no está supuesto

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La Transferencia. Clínica y fundamentos

al saber, como traducen los libritos de Manantial y de la E.O.L., no sé


por qué: en la fórmula que Lacan escribe del sujeto supuesto saber, el
sujeto es tan supuesto como el saber que le es adyacente:

S > Sq

s (S1, S2,... Sn)

El sujeto, que en esta fórmula se escribe con la s minúscula y no con


la S mayúscula barrada,  ―tendremos que decir por qué, en su mo-
mento―, el sujeto está supuesto, puesto debajo de la barra, igual que
el saber textual, que en la fórmula está designado por el paréntesis en
el que se concatenan los significantes del discurso. Veremos que lo
que inaugura esta suposición, tanto del sujeto como del saber textual
que le es adyacente, es un significante, que Lacan denominó en cierta
ocasión significante de la transferencia. No es un “alguien” ni un su-
jeto, lo que supone al sujeto y al saber, es un significante el que supo-
ne un sujeto y un saber, que los supone para... otro significante, por
venir.

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

Sí, este joven compañero de viaje de Freud, al final, no termina de en-


trar en la transferencia. El dice una frase que podría haberlo llevado a
la transferencia: “¡Y yo sin saberlo!”. Es decir: todo este juego asocia-
tivo, que parecían boludeces sin sentido, la cuestión de las reliquias, la
licuefacción, San Simón de Triento, lo que contaba Kleinpaul, San
Genaro, el milagro de la sangre, etc., él descubre que hay una relación
secreta, que era secreta para él, mientras lo formulaba, una articula-
ción acéfala de significantes entre sí. Eso es un saber, el saber textual.
Y el joven comenta: “¡Y yo sin saberlo!”. Es sorprendido por un saber
ya ahí, puesto retroactivamente por esa articulación significante. El
problema es que él continúa diciendo: “bueno, a lo mejor fue una ca-
sualidad”, con lo que retrocede, pues la relación de casualidad funcio-
na como antinómica a la relación de saber. Si no hubiera retrocedido,
eso podría haber sido el comienzo de la transferencia.

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La Transferencia. Clínica y fundamentos

PARTICIPANTE: ¿El comienzo de la transferencia no es cuando


él dice “Usted dice que nada se olvida sin razón”?

No, y eso es lo que quiero diferenciar, para que no piensen que la


transferencia es creer que el otro sabe. Eso nos llevaría a una concep-
ción demasiado amplia de la transferencia. No podríamos distinguir,
por ejemplo, entre lo que ocurre en la experiencia analítica y el hecho
de que ustedes me estén aguantando. Porque ustedes, no importa lo
que piensen, pero por el hecho de estar ahí, porque al fin y al cabo la
fantasía no es algo que está en la cabeza, está en el cuerpo ―se los di-
go deliberadamente así para dejarlos pensando―, por el hecho de es-
tar sentados ahí ustedes sostienen que yo sé, y que sé más que ustedes.
Aunque algunos de ustedes puedan pensar para sí “éste es un pelotudo
que no sabe nada”, no importa, ustedes, de hecho, están sosteniendo,
corporalmente, la suposición de que yo sé más que ustedes, al menos
hasta que decidan no venir más los lunes a la noche, quincenalmente.
Bueno, pero eso no es la transferencia, tal como tratamos de estable-
cerla para la experiencia analítica. O es un sentido tan amplio de la
transferencia que ya no nos sirve para nada. La transferencia no es la
suposición “el Otro sabe”, porque la suposición “el Otro sabe” es la
suposición que hace un sujeto... y eso lleva a que después se crea que
“liquidar la transferencia”, como se dice, sea llegar a pensar que “el
Otro no sabe”, o “barrar al Otro”, como también se dice. Nada que
ver. El Otro está barrado de movida, por estructura, por el hecho
principial de que el Otro es ese conjunto antinómico que no puede ser
“uno”, porque los elementos que lo integran, los significantes, no son
idénticos a sí mismos. Por eso, no se trata de barrar a ningún Otro. Lo
que se llama a veces “liquidación de la transferencia” no tiene que ver
con ningún barramiento del Otro, porque el Otro está barrado de mo-
vida, por el hecho de que hay dos significantes y entre ellos, intersti-
cialmente, está el sujeto, por el hecho de que el significante, por defi-
nición diferente de sí mismo, por definición también no existe solo.

“Sujeto supuesto saber”, entonces, no es “el Otro sabe”. Este “el


Otro sabe”, eventualmente, puede ser un efecto constituido ―como el
amor, como el odio― por este constituyente de la transferencia que es
el sujeto supuesto saber. Donde el sujeto no supone, sino que es su-

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La Transferencia. Clínica y fundamentos

puesto, donde el saber tampoco supone, es supuesto, y además tiene


una estructura textual, y no referencial.

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

Sí, pero no es tan simple, Freud, ¡ojo!, que el de aliquis es un caso de


Freud, y si tomamos “el sueño de la monografía botánica”, en La in-
terpretación de los sueños, vamos a volver a encontrar el mismo juego
de los significantes, así como la proliferación del fonema rat en el
historial del Hombre de las Ratas. Freud trabaja de una manera muy
distinta que el modo en el que suele dar cuenta de lo que hace. Pero es
cierto esto, y vale la pena puntualizarlo como obstáculo: en Freud hay
un prejuicio, que es el prejuicio de la representación, que para él
siempre remite a una presentación anterior, y cuando no encuentra a
esta presentación anterior en la historia del sujeto, la supone en la pre-
historia. Así, el sujeto nace culpable. ¿Por qué? Por el homicidio del
protopadre, en el origen de la historia filogenética. Si nace culpable, la
suposición de Freud es que en algún momento se cometió un crimen,
aunque sea en la prehistoria. El prejuicio de Freud es ése: si hay
huella, hay acontecimiento primero que dejó marca, del que la huella
es huella, y hace signo. Aunque el modo de trabajar de Freud no es
ése: no hay huella de la Silber, de la plata, anterior a la ruptura de
Silberpappeln por su relación a Pappeln y al silencio que se pide. Sil-
ber salta de la relación entre Silberpappeln y Pappeln, una vez que
estos signos han dejado de funcionar como signos para funcionar co-
mo significantes, por remitir no a sus referentes, sino uno a otro.

Es decir, lo que hace Freud va muchas veces a contrapelo de la


manera en que teoriza. Bueno, precisamente por eso Lacan no es un
delirante. El encuentra en Freud, en su manera de proceder, dónde
instalar la doctrina del significante, que falta como tal en Freud. La de
Lacan es una lectura, no un abuso, aunque esa lectura promueva dife-
rencias con Freud. Y en esa “verdadera química de las sílabas”, como
decía Freud, hay más doctrina del significante y de la letra que en el
Curso de lingüística general de Ferdinand de Saussure.

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

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La Transferencia. Clínica y fundamentos

Sí, sin que lo llame de esa manera, ¿no es cierto?, y teniendo en


cuenta que el de aliquis es un intercambio en un viaje, no es un análi-
sis, ni siquiera una sesión, y además en un momento muy temprano de
la elaboración freudiana. Porque esto termina... ustedes recuerdan, en
la noticia desagradable que el señor este temía que le llegara de la se-
ñora de Italia: ¿estaría embarazada?, y uno podría conjeturar que en el
núcleo de este olvido está el temor de haber engendrado un hijo ―lo
contrario que expresara el anhelo de la cita fallida― o la idea un poco
repugnante de abortar a ese hijo, que circula entre las asociaciones li-
gada a la cuestión de los sacrificios de niños. De todas maneras, para
nosotros, que contamos con la teoría freudiana ya hecha, no la de
1900, se dan cuenta que esto sería a lo sumo el comienzo del análisis,
no el final. Porque, digamos, ¿por qué alguien no quiere tener un hijo?
No es evidente. O ¿por qué alguien quiere tener un hijo? Tampoco es
evidente. El señor este no podría decir “no quiero tener este hijo que
es el resultado de una aventura pasajera”. ¿Qué tiene que ver? Hay un
montón de gente que quiere tener un hijo así engendrado. No se
explica por sí mismo. El deseo de tener un hijo, o el de no tenerlo, ¿a
qué remite? Vamos a decirlo freudianamente: al Edipo del sujeto, a lo
que él es como hijo. Lo cual equivale a decir: es un misterio total. Se
podrá saber, a lo mejor, después de varios años de análisis.

HILDA SCHVARZMAN: Tal vez convendría en algún momento


insistir en esta diferencia entre saber textual y saber referencial, e
incluso remitirla a los textos de Lacan en los que esta diferencia
está establecida.

Sí, hasta ahora quise simplemente introducir estos términos, como pa-
ra que se vayan haciendo el oído a los mismos quienes en la primera
reunión manifestaron desconocerlos absolutamente: significante, suje-
to, saber... No es mi intención introducir todavía el sujeto supuesto
saber. Ojalá tengamos tiempo para llegar al Seminario 11, por ejem-
plo, para ver cómo surge esta noción como tal, y, efectivamente, llegar
a la Proposición del 9 de octubre de 1967..., donde Lacan proporciona
su fórmula, el matema de la transferencia. Por ahora, me limito a
evocarlo anticipadamente. Es incluso por eso que forcé en la lectura
algo que, como tal, no está en Freud, es decir, la idea de que en el nú-
cleo patógeno pudiera haber algo heterogéneo al campo del lenguaje.

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Es un forzamiento de mi parte de ese texto. El texto no lo solicita para


nada... no lo impide tampoco, creo. Pero es una manera de ir antici-
pando el argumento para introducir lo que podría ser la dimensión real
de la transferencia. Voy a introducir los términos de a poquito. No se
trata de aprender de memoria definiciones, sino que estos términos nos
permitan reflexionar acerca de lo que hacemos en el consultorio, todos
los días.

PARTICIPANTE: [no se escucha en la grabación]

Sí, lo que aparece ahí es lo que Freud llama “la persona del médico”,
que Lacan sustituirá por “la presencia del analista”. Tendremos que
hacer una diferencia entre “persona” y “presencia”. Digamos que en
lugar de eso desconocido, interior y también exterior a mí mismo, lo
que aparece es un desconocido del lado del Otro a quien le hablo. O
dicho de otra manera: que sólo puedo llegar a eso que me es éxtimo,
como decía Lacan, por el rodeo del Otro, e incluso del otro. No hay
acceso directo a ese núcleo éxtimo.

Hasta la próxima. Les sugiero que relean el Caso Dora, para re-
visar los momentos de ese historial en el que Freud proporciona una
doctrina de la transferencia, no la mejor, para decirlo de algún modo,
pero sí la que suele circular como noción eficaz entre los practicantes.
Es la que aparece en Para Tí, si es que sigue saliendo esa revista, o en
Damas y Damitas... ¿Cuál? Bueno, en Luna, está bien, esa noción nos
deja en la luna. Pero ustedes leerán de Lacan su «Intervención sobre la
transferencia», en los Escritos, que es de 1951 y bastante fácil de leer.
Chau.

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