Nicaragua Indigena 43

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"Al'IO RUBEN DARIO"

NICARAGUA INDIGENA·
ORGANO DEL INSTITUTO INDIGENISTA NACIONAL

HOMENAJE A RUBEN CARIO EN EL

CENTENARIO DE SU NACIMIENTO:

1867-1967

No.

43

MAN AGUA-NI CA RAGUA


1967
"AÑO RUBEN DARIO

NICARAGUA INDIGENA
ORGANO DEL INSTITUTO INDIGENISTA NACIONAL

HOMENAJE A RUBEN CARIO EN EL

CENTENARIO DE SU NACIMIENTO:

1867-1967

No.

43

MANAG UA-N 1 <;A RAGUA


19�7
INSTITUTO INDIGENISTA NACIONAL
Managua, D. N., Nicaragua, C. A.

Director:
Doctor VICENTE NAVAS ARANA
Ministro de Gobernación y Anexos
Secretario:
EUDORO SOLIS

CONSEJO EJECUTIVO
Ministerio de la Gobernación
Dr. Vicente Navas Arana.
Ministerio de Relaciones Exteriores
Dr. Lorenzo Guerrero Gutiérrez
Ministerio de Economía
lng. Amoldo Ramírez Eva.
Ministerio de Hacienda y C. P.
Gral. de Brig. Gustavo Montiel Bermúdez
Ministerio de Educación Pública
Dr. Ramiro Sacasa Guerrero.
Ministerio de Fomento y OO. PP.
lng. Alfonso Callejas Deshon.
Ministerio de Defensa
Gral. de Brig. Francisco Bushting Palma.
Ministerio de Agricultura y Ganadería
Dr. Alfonso Lovo Cordero.
Ministerio de Salubridad Pública
Dr. Francisco Urcuyo Maliaño.
Ministerio del Trabajo
Lic. Ernesto Navarro Richardson.

NICARAGUA INDIGENA
REVISTA DE CULTURA
Organo del Instituto Indigenista Nacional, adscrito al Instituto
Indigenista Interamericano con sede en México, D. F.

EUDORO SOLIS
2 Director
EDITORIAL

En el año del Centenario de Rubén Darío,


cuando ya van apagándose en todo el Continente las
voces altas que rememoraron la fecha de su naci­
miento en Metapa, pueblo nicaragüense, el 18 de
Enero de 18 6 7, "Nicaragua Indígena" dedica este
número a su presencia y gloria.

Aunque es materialmente imposible recoger en


un número de revista el caudal de prosa y verso de
ambos mundos sobre Rubén Darío y su revolución
poética, ofrecemos una selección de los trabajos que
nos enviaron para el homenaje al poeta que descu­
brió nuevas formas para la poesía de nuestra lengua,
y significó para hispanoamérica la universalidad de
la cultura.

Mientras su nombre y su obra han borrado to­


das las fronteras, y sellado un momento único en la
poética universal, nuestra voz se une a todas las vo­
ces por el poeta de Nicaragua, por el "fundador",
como lo llamó Octavio Paz. 3
PRECURSOR DEL EXODO INTELECTUAL
CENTROAMERICANO HACIA ARGENTINA

POR ARTURO MEJIA NIETO


Hondureño

Antes de aludir al enunciado del encabezamiento, conside­


remos a Rubén, su protagonista. Este, claro está, como poeta
con sus raíces hundidas en la realidad, que no es ésta de que or­
dinariamente nos servimos. Sabido es que ésta es ilusoria, urdi­
da por los sentidos como dice Borges, superficial, aparencia},
falsa. Inclusive añade que no se sabe si nosotros pertenecemos al
género realista o al fantástico. Por eso la realidad nuestra no es
y la que es acaso no podamos captarla por lo romo del espíritu
humano, más quizás sea la intuída por los artistas. Estos pro­
claman algo invisible y así se explica la necesidad de que existan
poetas, pues el arte niega que la realidad sea aquella que se fil.
tra a través de los sentidos.
Pero en ese caso tampoco sea la proclamada por los filóso­
fos, la coexistencia nuestra con las cosas y menos las cosas en
sí mismas, lo cual es indemostrable, es hipotético, pues más bien
la realidad sería la de nuestro pensamiento. Por ésta existes tú,
lector, existo yo para ti y tú para mí, existe el mundo. Real es
lo que está adentro de la mente y afuera reina la nada. He aquí
lo falaz de nuestro humano repertorio sin poder negar a Calde­
rón que la vida es sueño o que estamos hechos, como Hamlet, de
la materia de que están hechos los sueños.
He aquí, para agarrarlo en la uña, lector, un trompo y pare­
mos mientes para reconocer que por el arte nos libramos de caer
en la vida de los sentidos y en lo sensorial, sordos a la música
de las esferas, ciegos a la vibración del misterio. 5
Acertado estuvo Rubén al esclarecer a tiempo la naturaleza
de su arte: "Cada palabra tiene un alma -dijo- hay en cada
verso, además de la armonía verbal, una melodía ideal". He aquí
la respuesta que nos purga de que Rubén fuese un malabarista,
un hechicero de meras voces sonoras sin ton ni son. Eso pen­
saron ciertos críticos, inconcebiblemente Clarín, que no midió la
profundidad de la poesía de Darío. Tienen ellos la culpa? No,
si se reconoce que Rubén es sobremaneramente musical. Pero
nadie más indicado para juzgarlo que un colega que se apartó de
su · influencia; no de la admiración que le inspiraba: Antonio
Machado. Este lo exaltó en el prólogo ­pieza de antología­
antepuesta a su libro "Soledades". Darío sentía lo armonioso de
voces que juntándolas producen música, como objetos físicos de
estructura cristalina que se rozan, Rubén sintió la embriaguez de
esa música en la palabra dicha y escrita, pero su don no radica
en ello, que esto es cosa orgánica, sensorial. Su estremecimien­
to fluía de su alma, como de una cascada, la más sutil melodía y
así se explica que él intuía la realidad de que hablamos y que es
· evanescente, misteriosa, impalpable, inconsútil. En fin, lo que
. está permitido al poeta.
Y lo demás aludiendo al amor, lo demás ­dice Juan Ra­
món Jiménez­ son palabras. Pero en Rubén, ellas contenían una
melodía, algo más que la sonoridad verbal. Ella surgía de su al­
ma ajena a lo volitivo o conceptual. Le venía de adentro, como
el canto al pájaro. Y dicho ésto, vamos al tema prefijado. Yo
vivo en Buenos Aires y mientras recorro viejos cafés, calles y
lugares que él conoció, pienso que un poco aquí se fue haciendo
cuando ésto para nosotros era algo extraño; al menos debimos ser
extraños para ellos, los porteños. Bien que con el alejamiento
de la época de la colonia, nuestro espíritu se ha dispersado y de
allí la desintegración de la personalidad. Nuestra alma hispana
por decirlo así se ha ido dispersando con la filtración del cosmo­
politismo. No era así cuando Darío conquistó a Buenos Aires. Ha­
blaba una lengua poética que hizo vibrar a los hispánicos argenti­
nos, los hay desvinculados de la tradición suya, que es nuestra por
encima de la diferencia de fronteras políticas. Rubén Darío fue,
pues, el eximio precursor del éxodo intelectual ya físico o espi­
ritual que ha vagado desde Centroamérica por mar y tierra hacia
la Argentina. Pero traía el impulso telúrico, abrasado, con el pa­
norama de luz tropical en su sangre. Cuenta el hombre en el ar­
·6 tista y Darío fue hombre centroamericano. Insisto porque Gui­
llermo de Torre, el crítico español radicado en Argentina, postu­
la que nada le debió a Centroamérica, sino a Buenos Aires, Fran­
cia y España. Falso, sin duda. El tono del ámbito nuestro está
encarnado en él, por más que el espíritu se nutra, como él dijo,
de esencia de rosas extraídas en los diversos jardines. Traía la
materia bruta, faltaba modelarla. Carecía del instrumento, for­
jado aquí o allá. (Europa). La esencia del tono es centroarneri­
cano, la fuerza telúrica, el mundo deslumbrado de niño que lo
fue siempre, sus miedos anímicos, sus limitaciones, pues. Claro
. está que aquí en Buenos Aires había el ambiente propicio para
desarrollar sus facultades estéticas, como él dice. Su verso, no
igualado en Centroamérica, encarna un acento nuestro, bien mi­
rado, muestra en la voz un "aire de familia". El ímpetu y la
musicalidad se descarga en arrebato centroamericano. Eso, Gui­
llermo de Torre no tiene porqué saberlo. Ningún europeo, ni
acaso otra región que no fuese la del istmo, habría articulado ese
tono en el poeta. Es un timbre predispuesto, por el calor y don
de ensamblaje, para lo que Ortega manifestó: "Indio Divino, do­
mesticador de palabras". Y Ortega podía decirlo inclusive por su
experiencia, fue la suya una prosa de oído. No conviene leerlo
­decía Arturo Capdevilla "porque se pega" ...
Pero vamos a lo que íbamos. Antes de Darío, nadie vino
de allá por razones de arte. El sería un puente tendido para que
allí pudiéramos deslizarnos. La Argentina! Soñé con ella, armo­
niosa voz leyéndola. ¡Mi segunda patria! ­dijo­­ suyas fueron
las nuestras. Mas, ya lo dijimos, no fue un pebetero de chispas,
malabarista o hechicero. "Jamás he manifestado ­dice­ de­
fendiendo el culto exclusivo de la palabra por la palabra, pues·
to que éstas, como dice él citando a Ortega: las palabras son sig­
nos de valores y nunca valores en sí". Tienen ­también lo di­
ce­ un alma, pero no por su armonía que se percibe con los
sentidos, sino por una melodía ideal, cosa de la metafísica. Pues
bien, vino a la Argentína, alejada del istmo centroamericano. Unos
acudían a Europa, embarcados otros a Estados Unidos; nunca a
la Argentina, tierra incógnita. Por qué vino? Se asfixiaba y
cuando se hubo de otorgarle una beca, sus palabras contraprodu­
centes la malograron. Se alzó contra la religión en una tierra cató­
lica y el Presidente Pedro Joaquín Chamorro lo amonestó y falló
en contra. Se deslizó a Chile y luego a Buenos Aires. Veamos
la queja: "Asqueado y espantado de la vida social y política en 7
que mantuvieron a mi país original un lamentable estado de civi­
lización embrionaria, no mejor en tierras vecinas, fue para mí
un magnífico refugio la República Argentina, en cuya capital
aunque tráfagos comerciales, había una tradición intelectual y
un medio más favorable al desenvolvimiento de mis facultades
estéticas".
Existe la costumbre tradicional de sentar sus reales donde
uno nació. Ello favorece y facilita el desarrollo de la existencia
material. Pero si el medio cultural resulta deficiente queda res­
tringido al desenvolvimiento primero y la proyección del artista
después, cuyas leyes naturales exigen amplio sitio temporal y
geográfico. He aquí el choque de los deberes del ciudadano con­
tra los derechos del artista. Al hombre se le reclama patriotis­
mo; amor al suelo nativo. Está, como ciudadano, circunscripto,
pero su don creador de artista está liberado de estas limitaciones,
por patrióticas que parezcan. Siendo Daría un artista soberano,
proyectó como tal el nombre de Nicaragua en la medida que no
ha conseguido otro ciudadano laborando adentro.
Otra creencia tradicional comienza a desvanecerse en Amé­
rica. Se creyó que el artista por su oriundez de hombre debería
cultivar los temas de allí para poder ser juzgado como nacional.
Así se explica el advenimiento de la literatura nativista, costum­
brista, el folklore y lo regional.
Esto ha sido así por desconocimiento de que cualquier te­
ma se torna universal si aparece en la creación el sello de lo per­
sonal mezclando lo original. Los temas en sí no dan garantía; lo
dan el genio creador y la buena artesanía. Aquellos de mero co­
lorido y costumbrismo pueden inspirar el interés de una moda,
y como tal efímera, expuesta a desaparecer mientras el tema cos­
tumbrista subsista. Daría, sólo por excepción, buscó los de su
tierra y sin embargo se le juzga el mejor poeta centroamericano.
Suelen coincidir ­ y valga la excepción a la regla­ que el tema
esté donde uno ha nacido; desde luego que se supone más sen­
sible a nuestro corazón lo que es tradicionalmente nuestro que
lo extraño pero también ocurre a veces que esto último, por cau­
sas desconocidas, hiera más profundamente nuestra imaginación.
La regla más adecuada sería, que los temas deben venir indefec­
tiblemente de adentro hacia afuera y no de afuera hacia adentro.
Nadie puede esclarecer en esta selección como su propio instinto
3 creador.
De igual modo y siempre con afán de esclarecimiento se
podría señalar aquí, ya en los tiempos que corren, la insistencia
de explotar la narrativa realista, inspirada en la realidad ambien­
tal sin volver la mirada hacia lo extralocal como ahora se acos­
tumbra con la literatura fantástica, que sin ser nueva, es novedo­
sa. Se esgrime aquí las facultades de inventiva en nuevos planos
y del propio modo para con la "ciencia­ficción". Ahora mismo
nos asfixia esta civilización determinada por sólo dos expresiones
del ser: la voluntad y la inteligencia, quedando por fuera lo que
carece de cotización: lo místico, lo estético, lo filosófico, lo eró­
tico. Consecuencia es la ciencia aplicada en auge y en cambio se
subestima el arte que no se asimila al convencionalismo de uti­
lidad. Si la ciencia del arte es justamente carecer de utilidad, ne­
cesario es para la vida, y como el aire carece de mercado. ¿No es
mejor esta suerte actual a lo que pasaba con Darío?. El arte es
hoy día problemático y nada hay universalmente reconocido co­
mo valor, puesto que los valores son materia de discusión. Da­
ría está donde está; en su gloria. No lo posaría mejor en este
mundo convulsionado.

9
EL MOVIMIENTO PENDULAR DE LA CULTURA
POR EL DR. CARLOS M. GALVEZ
Hondureño

Quien estudie con cuidado el desarrollo de la Historia hu­


mana, especialmente en cuanto se refiere a la evolución de la cul­
tura, encontrará que ésta sigue un movimiento pendular: un pe­
ríodo creador seguido de uno de fatiga; un período de ascenso y
otro de descenso; una como sístole y diástole, biológicamente ne­
cesarios para mantener el ritmo generador de las grandes reno­
vaciones históricas.
Y así tenemos que, al gran período creador del clasicismo
griego, siguen, en filosofía, la sofistiquería del graéculo y las fan­
tásticas ensoñaciones de los gnósticos de Alejandría; y en el mun­
do latino, a la perfección clásica de la prosa ciceroniana y al arte
poético de Horado, siguen, aquel latín bárbaro de la decaden­
cia, que hubiera sido completamente ininteligible a Tíbulo, a
Virgilio y a Propercio.
Empero, a la métrica impecable de los poetas clásicos suce­
den, a su vez, la apasionada poesía de los trovadores y de los
Cantos de gesta: hasta que, agotado el misticismo y el dogma­
tismo escolásticos, vuelve la humanidad nuevamente los ojos a
aquellas fuentes de la literatura antigua, que generaron en Fran­
cia, el formalismo poético de Pedro de Ronsard y de Joaquín Du
Bellay, y en Italia, el fervor renacentista de Pedro Bembo, de
Angel Policiano, de Marsilio Ficino y de Jerónimo Folengo.
Movimiento literario que llega a su más alta perfección con
el neoclasicismo francés de los Siglos XVII y XVIII. Hasta que,
rotas todas las formas convencionales del llamado Antiguo Ré­ 11
gimen, desemboca en aquella eclosión grandiosa del Romanticis­
mo, cuyo apasionado entusiasmo se propuso dar libre juego al
sentimiento y substituir en el verso, el ala del pájaro al volante
del reloj.
Empero, el Romanticismo, a pesar de su alto vuelo lírico,
terminó también por cansar a todos los espíritus. Generando a
su vez aquella reacción literaria de los simbolistas y parnasianos,
cuyas diversas tendencias y matices fueron involucrados en la
llamada Escuela modernista.
Movimiento pendular este último, que alcanzó con Rubén
Darío, en las letras castellanas, su cúspide más alta.
Puesto que, Rubén Darío, que revolucionó la métrica y el
ritmo de la poesía castellana, siguió siendo un poeta integral. O
sea, aquel maravilloso artista que supo armonizar siempre la
profundidad de la idea y la belleza de la imagen con la gracia
del ritmo y la música propia de su expresión melódica.
Desgraciadamente, después de Rubén Darío, que es el su­
premo artista, el péndulo de la poesía modernista, moviéndose
entre la vorágine de la mentalidad revolucionaria contemporá­
nea, al proponerse hacer de la obra artística un instrumento de
propaganda ideológica, ha terminado en la poesía ininteligible de
tanto desgarbado poetastro, y en la logomaquia de los grandes
corifeos de la mal llamada literatura socializante o proletaria.
Pero, ¿Es que será duradera esta degeneración de la poesía
y del arte contemporáneo? A semejantes estados de cosas los
llamaba Don Marcelino Menéndez y Pelayo "Períodos de barba­
rie pasajera". Y ya antes de él, Hipólito Taine, hacía notar, en
su monumental "Historia de la Literatura Inglesa", cómo la con­
fusión y el desorden de las ideas de fines del Siglo XV, había
precedido en Inglaterra a aquella revolución literaria que, con
Ben Johnson, Marlowe y William Shakespeare, se igualó en po­
der creador y en vuelo humanista, con el glorioso despertar y las
prodigiosas realizaciones del Renacimiento.
Empero, ¿es que el descenso pendular que caracteriza al arte
contemporáneo, no es sino el precursor de uno de los grandes
períodos creadores cuya realización se avisora en lo futuro? Tal
12 vez.
Mas, lo cierto es que, lo que caracteriza a la llamada poesía
contemporánea, es la completa desvitalización de su contenido.
Ya que, al vaciar al arte de todo patetismo humano, ha quedado
reducida a una actividad sin ninguna trascendencia; a una pura
irrealidad, a una pura fantasía.
Y es a este proceso, puramente intelectivo, al que José Or­
tega y Gasset ha llamado certeramente, "La deshumanización del
Arte". O sea al hecho de que, "la gente nueva ha declarado tabú
a toda ingerencia de lo que es humano en cualquiera manifesta­
ción o concepción artística".
Con el resultado de que, al eliminar la realidad, se ha pa­
sado en pintura, de "pintar las cosas a pintar las ideas"; y con
"la nueva poesía", se ha llegado a dar la supremacía a la metáfora.
La cual, careciendo de todo fundamento positivo, se vuelve, co­
mo dijimos antes, pura intelección, pura abstracción y pura fan­
tasía.
Todo lo cual, como es de esperarse, da por resultado una
producción sin vida, o un arte ilógico, abstruso, descabalado y
estrambótico.
Tal es para el caso, la sintaxis descoyuntada de un Pablo
Neruda, o la psicología desmigajante y "las novelas paralíticas"
de un Marce! Proust.
Apesar de todo, no hay que desesperar; porque estos ciclos
de perfección o imperfección en las modelaciones de la concep­
ción artística, se han repetido ya a través de toda la Historia.
Mas, como siempre, la Humanidad ha vuelto indefectible­
mente a los cauces lógicos del arte clásico; si bien con concesio­
nes hechas al tiempo, al momento, o al ambiente.
De ahí que, de esta época revolucionaria, de este arte conce­
bido "desde el punto de vista sociológico", no quede con el tiem­
po sino la memoria. En tanto que, poetas como Guillermo Va­
lencia y como el gran Rubén Darío, vivirán tanto como la lengua
dure; porque ellos han cumplido con el precepto estético de An­
dré Maurois que dice que: "Sólo la perfección de la forma es
garantía de eternidad".

13
"EL VIAJE A NICARAGUA" DE RUBEN DARIO

POR JORGE FIDEL DURON


Hondureño

"Yo deseo que la juventud de mi país se compenetre de la


idea fundamental de que, por pequeño que sea el pedazo de tie­
rra en que a uno le toca nacer, él puede dar un Homero, si es en
Grecia; un Tell, si es en Suiza, y que, así como las individuali­
dades, tienen las naciones su representación y personalidad, que
da trascendencia a las leyes de su destino y al punto en que, por
decisión de Dios, están colocadas en el plano casi inimaginable
del progreso universal." Así se expresaba el sublime bardo a su
regreso a su Patria en 1909 en el libro que yo no conocía y que
he podido leer como parte de la entrega de febrero de este año,
de la revista centroamericana, la Revista Conservadora, de Ma­
nagua.
"Podría decir con satisfacción justa que, como Ulises, he
visto saltar el perro en el dintel de mi casa, y que mi Penélope
es esta Patria que, si teje y desteje la tela de su porvenir, es so­
lamente en espera del instante en que pueda bordar en ella una
palabra de engrandecimiento, un ensalmo que será pronunciado
para que las puertas de un futuro glorioso den paso al triunfo na­
cional y definitivo". ¡Qué bellas son estas poéticas palabras, tan­
to más sentidas que pueden aplicarse también a las otras suaves
patrias de la América Central!
"Si acaso el país ha quedado retardado en este vasto con­
cierto del progreso hispanoamericano, por razones étnicas y geo­
gráficas que serán allanadas, por motivos que son explicados por
nuestras condiciones especiales, nuestros antecedentes históricos }5.
y para la falta de esa transfusión inmigratoria que, en otras na­
ciones, ha realizado prodigios". Daría era un unionista conven­
cido: "Ante todo, esas cinco patrias pequeñas que tienen por
nombre Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Hon­
duras han sido y tienen necesariamente que volver a ser una sola
patria grande".
Y enseguida agrega algo que es aplicable también a Hondu­
ras: "Ya que no se ha podido hacer la unión de las cinco repú­
blicas centroamericanas, ¿no será posible realizar la concordia en
un solo país?". Se refiere a las disensiones internas de su país,
a las que atribuye su atraso y estancamiento. En su recepción
pública, al ingresar a la Academia Nicaragüense de la Lengua,
el malogrado Presidente Dr. René Schick Gutiérrez usó como
tema RUBEN DARIO Y LA POLITICA. En su libro el poeta dice:
"Yo no me ocupo ahora en la política ... "
No obstante, su precioso libro, de no existir la monumental
historia de D. José Dolores Gámez, podría ser la más perfecta
condensación de sus hechos históricos más relevantes. No ha­
bla, extrañamente, de su infancia en San Marcos de Colón, pero
al hablar de Honduras menciona a José Cecilia del Valle y de
mi ilustre antepasado, D. Dionisia de Herrera, que fuera Jefe
de Estado, ­ el único, ­ de tres países, ­Honduras, El Sal­
vador y Nicaragua­, cita un antiguo periódico, que copia Gá­
mez y que dice: "Desde muy joven leía los filósofos más pro­
fundos, los genios de la Francia, la historia antigua. Su corazón
noble se había incendiado en las nociones de gloria y libertad.
Su cabeza activa y fecunda combinaba los grandes problemas de
la legislación y la política".
"Su estudio privado, su trato íntimo con los dos grandes
literatos, honor de su país, habían desarrollado en él un carácter
de empresa, un talento de gobierno, un tacto y conocimiento
de los hombres y de los negocios". El gran· poeta se refiere a
la vislumbre de progreso y de cultura que el Prócer Herrera lle­
vara a la gobernación de Nicaragua. Generoso siempre, Daría,
que constantemente recuerda que visitaron a Nicaragua Cristó­
bal Colón, Bartolomé de las Casas y tuvo como poeta ocasional
a Víctor Hugo, copia los elogios del genial Max Nordau para
16 otro grande de las. letras. nicaragüenses, Santiago Argüello,­
Y, si compartimos a Herrera, el hondureño, también com­
partimos a un polaco ilustre que se llamó José Leonard, poliglo­
to consumado, que también vivió en la Tierra de los Lagos y
que en Honduras fue rector de su Universidad. Y entre los
relatos apasionantes del texto vale la pena enterarse de la amis­
tad que existió entre Napoleón III y D. Francisco Castellón. Re­
fiere el bardo genial que el diplomático nicaragüense visitó al
Príncipe Luis Napoleón, cuando era prisionero en el Castillo de
Ham y le deslizó bolsas de oro que rechazó el futuro Emperador
de los franceses, sellando así una amistad perdurable.
El sibarita europeizado en que se convirtió Daría, el ator­
mentado poeta que un día buscó refugio en los claustros cartujos
de la soleada Mallorca, también pensó en lo que todos los hom­
bres soñamos algún día. "Más de una vez pensé en que la feli­
cidad bien pudiera habitar en uno de esos deliciosos paraísos, y
que bien hubiera podido, tal cual inquieto peregrino, refugiarse
en aquellos pequeños reinos incógnitos, en vez de recorrer la
vasta tierra en busca del ideal inencontrable y de la paz que no
existe ... "
Estaba escrito que esta felicidad no sería nunca para deleite
del poeta. Volvió a Francia y regresó sólamente para morir en
su amada León, ciudad a la que dedica las mejores páginas de
su remoto ensueño. Quien quiera conocer de veras y de fondo
a Rubén Daría debe leer su emotivo "VIAJE A NICARAGUA".
En sus obras autobiográficas el brillante escritor chileno
José Santos González Vera dice que el propio Manuel Rojas, al
comenzar su edad madura, se preguntó por qué había escrito.
¿Por qué se escribe? ¿Por qué escribimos? Dice Vera que Ro­
jas no lo adivinó entonces y no lo supo nunca. Algunos ingenios,
agrega, han confesado que lo hicieron por soledad, por falta de
entretenimientos gratuitos y, los más arrogantes, porque aspira­
ban a la gloria. Pero, cuando se escribe como Rubén Daría lo
hace en su "VIAJE", se escribe por deleite espiritual y también
se escribe para deleitar a los demás.
En mis anteriores cuartillas sobre este tema del "VIAJE" de
Rubén Daría ya había dicho por qué he saboreado tanto el úni­
co libro suyo que yo no conocía. Pero es que el más grande poe­
ta de Ias letras castellanas que nació en América, ha sentido las
mismas cosas que yo he sentido y las ha dicho en forma tan be­ 17
-2
lla que las he vuelto a vivir. Por ejemplo: "Pongo por caso que
tenéis sed y os detenéis en una de esas posesiones en las que,
desde vuestra caballería, podéis ver el fogón de llamas de oro
ante el cual se preparan los yantares ".
"Una campesina de esas, ­­ejemplares de la mujer natural,
mozas morenas, altas, de cuerpos flexibles, muchachas de bronce
o cacao, o pálidas mestizas, que sugieren fatigantes y agotadores
cariños solares­, os trae un agua fina, fría y doblemente grata,
que por ser servida en un guacal, esto es, en una taza hecha de
la corteza del fruto del jícaro, las cuales tazas refrigeradoras sue­
len ser labradas e historiadas de escudos, aves, panículos, gre­
cas y letras. A la oferta del agua se agrega la visión de unos lin­
dos brazos, de unos lindos hombros, y una rosada sonrisa. Y to­
do esto bien os puede hacer pensar en algo de la Biblia, o en algo
de la Conquista, en Rebeca o en Doña Marina".
Ya el poeta ha hablado del "cundeamor" y de la "bellísi­
ma", "que estalla para regar su simiente". Refiere la singular en­
trevista de Gil González de Avila con el Cacique Nicarao "que
agudo era y sabio en sus ritos y antigüedades", quien preguntó
si los cristianos tenían noticias del gran diluvio que anegó la
tierra, hombres y animales "e si había de haber otro"; si la tierra
se había de trastornar o caer el cielo; cuándo y cómo perdería su
claridad y curso el sol, la luna y las estrellas, qué tan grandes
eran; quién las movía; quién las tenía; y para qué tan pocos hom­
bres querían tanto oro como buscaban ...
Relata las palabras de D. José Dolores Gámez sobre la his­
toria del café, "el grano de Oriente de que hablara por primera
vez en Europa el veneciano Próspero Alpino, y que de Turquía
fue con Jean Thevenot a Francia". Después de referir las pe­
ripecias del café en la Corte de Luis XIV, refiere como Antonio
de Jussieu, notable naturalista, pensó que sería cuerdo enviar la
planta a América y como el Caballero Declieux partió para La
Martinica, entregándole el botánico "el mejor y más vigoroso de
los retoños".
"La travesía fue larga y penosa; escaseó el agua y tripulan­
tes y pasajeros fueron puestos a ración; pero como el arbusto
no estaba comprendido en el reparto, habría perecido si Declieux,
pareciendo presentir el gran elemento de riqueza que traía con­
18 sigo, no le sacrificara parte de su escasa ración de agua". Y,
"aquel arbusto de La Martinica fue el padre común de los mi­
llones de arbustos que desde entonces han poblado las grandes
plantaciones de América, pues de ahí, pasó a Las Antillas y, un
siglo después a Costa Rica, de donde llegó a nosotros".
Y así como compartimos a D. Ephraim George Squier con
Nicaragua, así el aedo nos informa que también tuvimos, Nica­
ragua y Honduras, un ilustre Cónsul en común en Francia,
Monsieur Désiré Pector, que publicó opúsculos y libros merece­
dores de todo aplauso y, en una obra sobre la América Central
pone a la vista los elementos de vida y de prosperidad de las cinco
repúblicas. Entre otros datos curiosos cita el poeta a Levasseur:
en 1674 la población de Centroamérica se calculaba en 2.580.000
almas. En 1907 eran, poco más o menos 4.295.000 habitantes.
El comercio exterior era de 32 millones de francos, ­ todavía
nuestro comercio era, sobre todo, con Europa. Ya en 1907 im­
portábamos por valor de 98.435.000 de francos y exportábamos
116.600.000.
En artículo reciente contaba que el diplomático hondureño,
Dr. José Antonio López Gutiérrez decía que en los entierros se
daba a los concurrentes velas de cera. Daría lo repite pero agre­
ga que, con ellas, se repartían prosas y poesías, impresas en papel
de luto. "En esta literatura fúnebre se solían encontrar produc­
ciones de cierto mérito, firmadas con nombres conocidos o con
seudónimos". El poeta alude también a que en Nicaragua la pro­
ducción literaria era escasa y refiriéndose en particular al ilustre
Dr. Gámez afirma que "ha tenido que dejar muchas veces de
escribir por hacer historia".
Son muchos y sumamente interesantes los tesoros que en­
cierra el libro de Daría que, ahora que estamos en vísperas de
celebrar, como él se lo merece, el Centenario de su Nacimiento
en enero próximo, debería obtener la mayor difusión en todo el
ámbito centroamericano. Pero, tristemente, en esta materia he­
mos avanzado muy poco. Observo que cada página de la obra
reproducida, es impreso por cortesía de una diferente entidad co­
mercial. De vivir el poeta, anotaría en su crónica que, en reali­
dad, en materia de difusión cultural, todavía estamos en pa­
ñales.

Agosto de 1966.
19
LOS QUE ESCRIBIERON SOORE RUBEN DARIO

Veo, pues, que no hay autor en castellano más francés que


Ud., y lo digo para afirmar un hecho sin elogio y sin censura.
En todo caso, más bien lo digo como elogio. Yo no quiero que
los autores no tengan carácter nacional; pero yo no puedo exigir
de Ud. que sea nicaragüense, porque no hay ni puede haber aún
historia literaria, escuela y tradiciones literarias en Nicaragua.
Ni puedo exigir de Ud. que sea literariamente español, pues ya
no lo es políticamente, y está además separado de la madre pa­
tria por el Atlántico, y más lejos en la República donde ha nacido
de la influencia española que en otras repúblicas hispanoamerica­
nas. Estando así disculpado el galicismo de la mente, es fuerza
dar a Ud. alabanzas a manos llenas por lo perfecto y profundo
de ese galicismo; porque el lenguaje persiste español, legítimo y
de buena ley, y porque si no tiene Ud. carácter nacional, posee
carácter individual.
En mi sentir hay en Ud. una poderosa individualidad de es­
critor, ya bien marcada, y que, si Dios da a Ud. la salud que yo
le deseo y larga vida, ha de desenvolverse y señalarse más que
con el tiempo en obras que sean gloria de las letras hispanoame­
ricanas. ­ Juan Valera.
( Artículo en forma de carta, sobre Azul, de Rubén Daría, Octubre 1888)

***
Una nueva generacion literaria ha aparecido en la América
Central, y uno por lo menos de sus poetas ha mostrado serlo
de verdad. Es cierto que la producción comienza a ser excesiva
y que la cizaña ahoga, como en todas partes de América, el trigo. 21
Los versos son allí una especie de epidemia. No sólo hay Parna­
so Guatemalteco, sino Parnaso Costarricense y Nicaragüense, y
una "Guirnalda Salvadoreña" que consta de tres volúmenes: mu­
chos poetas son para tan pequeña República. Pero esta abundan­
cia desordenada ya se irá encauzando con el buen gusto y la disci­
plina, y por de pronto es indicio de la fertilidad de los ingenios
americanos.
Claro es que se alude al nicaragüense D. Rubén Darío, cuya
estrella poética comenzaba a levantarse en el horizonte cuando
se hizo la primera edíción de esta obra en 1892. De su copiosa
producción, de sus innovaciones métricas y del influjo que hoy
ejerce en la juventud intelectual de todos los países de lengua
castellana, mucho tendrá que escribir el futuro historiador de
nuestra lírica. ­ Marcelino Menéndez Pelayo.
(Historia de la poesía hispanoamericana, 1911).

***
A pesar de sus arranques contra la estrechez de academias
y preceptivas, Darío no se rinde al culto romántico de la impro­
visación. Si sus cuentos son de poeta, y de poeta que con fre­
cuencia prorrumpe en sonoras alabanzas de la poesía, lo son, ade­
más, de escritor consciente y enamorado de su oficio. Manifies­
tos, artículos de crítica, memorias, semblanzas ­páginas todas que
suelen ilustrarnos indirectamente sobre cómo se veía Rubén a
sí mismo o sobre cómo hubiera deseado ser­ confirmarán esa
actitud reflexiva, de artista no sólo de crear, sino también de
saber con claridad lo que se trae entre manos. ­ Raimundo Lida.
(Estudio preliminar a Cuentos Completos, de Rubén Dario, 1950).

***
­¿Becquer, poeta contemporáneo?
­Becquer es el punto de arranque de toda la poesía contem­
poránea española. Cualquier poeta de hoy se siente mucho más
cerca de Becquer (y, en parte, de Rosalía de Castro) que de Zo­
22 rrilla, de Núñez de Arce o de Rubén Darío.
­¿Más que de Rubén Darío?
­Los poetas de hacia 1900 tienen una gran deuda con Rubén
Darío y con el "modernismo" en general. Las Soledades de Anto­
nio Machado, publicadas en 1903 (y estudiadas parcialmente en
el presente volumen), lo prueban, sin género de duda, y elijo el
ejemplo de Machado porque es el que parecería más desfavorable.
Pero lo que salvó a la generación de nuestros mayores (Antonio
y Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez) fue el haber compren­
dido que ellos, si querían "ser", tenían que alejarse de Rubén Da­
tío. Se fueron desnudando, unos más rápidamente que otros, de
las sonoridades exteriores, de los halagos del color, etc., para bus­
car músicas y matices casi solo alma. Bien evidente es esto en
Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Y tanto como se ale­
jaban de Rubén Darío se aproximaban a la esfera del arte de Bec­
quer. Por eso es Becquer ­espiritualmente­ un contemporáneo
nuestro, y por eso su nombre abre este libro y, en cierto modo,
también lo cierra. ­ Dámaso Alonso.
(Prólogo a poetas españoles contemporáneos, 1952).

***
El universo nuevo que encarnó y encarna la poesía rubeniana
habrá que buscarlo, y éste es el papel de los ensayistas y críticos
futuros, en las fuentes indígenas, desde la poesía nahualt, la más
inmediata para él que era chorotega, y de la que tenemos valiosos
testimonios, hasta las raíces de agua escondida de los cantos de
los rapsodas mayas.
El mundo de Darío, como el de estos sus antepasados, estaba
lleno de divinidades ( tiene gracia lo de Grecia y los que lo repi­
ten, y él mismo con aquel su "Amo más que la Grecia de los grie­
gos, la Grecia de las Francias"), y por eso su poesía está llena de
dioses, como la de los "Cantares mexicanos", y de ajuste la poesía
griega.
Pero no por estar lleno de dioses y diosas el orbe poético de
Rubén Darío, mitos y metáforas americanas, vamos a caer en el
otro extremo, en afirmar que es un poeta sólo americano. Por el
contrario, creemos que en el genio nicaragüense se realiza el más
sorprendente mestizaje poético. Y este fenómeno es para nosotros 23
el más trascendental y valioso de nuestro tiempo, ya que en siglos
anteriores se había dado con otros americanos de excepción: el
Inca Garcilaso y Rafael Landívar. Mestizar la poesía con el pre­
texto de modernizarla, hasta creer lo que se llama la escuela mo­
dernista, es lo que consiguió Rubén, el más travieso de los poetas
que parió Dios, a los poetas los pare Dios directamente, pues por
lo visto sigue engañando y enredando a los monos sabios que lo
arrastran, después de la corrida, toro de pecho entero, con las mu­
lillas de lo francés, de lo castizo español, de lo oriental, sin per­
catarse que lo que arrastran es sólo su sombra, porque él, gran to­
ro del alba de nuestra poesía, sigue inconmovible. ­ Miguel An­
gel Asturias.
(Prólogo a Páginas, de Rubén Darío, Eudeba, 1963).

24
Sobre el Concepto del Modernismo
Por
FEDERICO DE ONIS

HACE algunos años presenté ante nuestra Asociación un


trabajo sobre el concepto del Renacimiento, tratando en él de lle­
gar a una interpretación que reflejase la unidad y sentido de
aquella época en la historia de España, para lo cual era necesario
ampliar y modificar el concepto general del Renacimiento en
Europa. La aplicación a España de ideas parciales e insuficien­
tes del Renacimiento había llevado a grandes confusiones, ha,
ciendo aparecer como trunca y contradictoria la realidad españo­
la en la época en que evidentemente España había sido más una
y más ella misma. Ahora me propongo, en cierta medida, hacer
lo mismo respecto al concepto del Modernismo, época que tiene
no pocas semejanzas con la del Renacimiento, como veremos al
servirnos de la una para entender la otra. También los juicios
acerca de esta época reciente empiezan a ser cada vez más confu­
sos y contradictorios, y por lo tanto, insuficientes. Ambas ­Re­
nacimiento y Modernismo­, una al principio y otra al fin de la
Edad Moderna, son épocas de profunda y rica originalidad en
las que la cultura hispánica imprime carácter propio a un movi­
miento universal. Lo cual quiere decir que la raíz de la origi­
nalidad hispánica en esas épocas ha de buscarla dentro de ella y
no en las influencias generales del tiempo, que le vinieron de
fuera. La originalidad de los pueblos y de los individuos no se
da en el aislamiento,. sino en. la comunicación con los demás, y 25
precisamente estas dos épocas de maxima originalidad hispánica,
son las de máxima comunicación de los pueblos hispánicos con
el resto del mundo.
La causa principal de la incomprensión del Renacimiento
español fue el mirar como lo más importante y característico de
él la influencia italiana y clásica cuya manifestación más visible
y general en la literatura fue la introducción por Boscán y Garci­
laso de los metros, formas y espíritus italianos y clásicos, dando
así origen a una escuela poética italianizante que en España, co­
mo en toda Europa, se extendió y nacionalizó en el siglo XVI.
Idéntico error se comete cuando se trata de reducir el Modernis­
mo a una influencia extranjera, en este caso la francesa, y a una
escuela poética, que consistió en introducir ciertos metros, for­
mas y espíritu franceses que en Hispanoamérica, y luego en Es­
paña, como en todas partes, se extendieron y nacionalizaron a fi­
nes del siglo XIX. Los mismos metros franceses ­el alejan­
drino y el eneasílabo­ que introdujeron los primeros modernis­
tas, habían sido introducidos de la misma Francia por los pri­
meros poetas españoles del siglo XII al XIV, sin que por eso
dejen de ser Berceo y Juan Ruiz grandes poetas originales es­
pañoles de su tiempo, como siglos después lo son del suyo los
americanos Gutiérrez Nájera y Rubén Darío. Como hubo además
evidente influencia de la época francesa en la castellana, también
aquella época decisiva del nacimiento de la literatura española
ha sido mirada en la historia literaria como una hijuela o apén­
dice de la literatura francesa medieval, y ha sido muy difícil rec­
tificar este error y probar lo que debía haber sido evidente: la
originalídad radical desde sus principios de una literatura que al
desarrollarse llega a culminar en su Siglo de Oro con caracteres
no sólo distintos sino antitéticos de la de Francia. La influencia
italiana del siglo XVI y la francesa de la Edad Media o de los
siglos XVIII y XIX son hechos de magna e innegable irnpor­
tancia histórica, no sólo para el mundo hispano, sino para toda
la civilización occidental, y por su misma generalidad no pueden
tomarse como carácter de ninguna de las culturas nacionales que
tiñeron y fecundaron. Esas influencias, por grandes que fueran,
no explicarán jamás la originalidad y el valor propio de los pro·
duetos de la cultura hispánica, que en las épocas a que nos esta­
mos refiriendo son distintos de los extranjeros que en ellos influ­
26 yeron. Respecto del Modernismo americano lo ha dicho, con su
acostumbrada agudeza, Alfonso Reyes: "Admitimos, por ser de
evidencia, la acción determinante de Francia sobre este ciclo; pe­
ro casi nadie se decide a romper en esta dulce penumbra con la
lámpara de la apreciación. Un estudio más analítico arrojaría luz
sobre esa misteriosa desviación, esa equivocación fecunda que
se produce en la poesía de un pueblo cuando recibe y traduce el
caudal de una sensibilidad extranjera. Porque lo cierto es que
aquellos hijos de Francia brotados en América son muy diferentes
de sus padres, acaso muchas veces a pesar suyo, aun cuando ellos
mismos declaren la filiación. Este fenómeno de independencia
involuntaria es lo más interesante que encuentro en el Modernis­
mo americano, y lo que todavía está por estudiar".
"El Modernismo ­como dijo Diez­Canedo en 1943­ es
más que una escuela: es una época y su influjo sale del campo
literario para ejercerse en todos los aspectos de la vida"; lo cual
confirma lo que yo dije en 1934: "El Modernismo es la forma
hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu, que
inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y que se había de
manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradual­
mente en los demás aspectos de la vida entera, con todos los ca­
racteres, por lo tanto de un hondo cambio histórico cuyo proceso
continúa hoy". Hay signos de la influencia de esta crisis univer­
sal en la última fase de la obra de los grandes escritores españo­
les del siglo XIX ­Galdós, la Pardo Bazán, Palacio Valdés.i Leo­
poldo Alas, Echegaray­ y en hombres de pensamiento como Gis
ner y Costa; pero en lo esencial estos hombres más o meno?
sensibles a los tiempos nuevos siguieron perteneciendo a la épo­
ca anterior en la que nacieron y se formaron. La revolución li­
teraria que se llamó después Modernismo surgió, no en España,
sino en América, como obra de individualidades aisladas y P,e­
queños grupos selectos en el momento mismo en que las nacio­
nes hispanoamericanas habían llegado, cada una a su modo, a su
organización interna, y habían entrado en un largo período... de
relativa paz, estabilidad y prosperidad. Este hecho, aunque cin
caracteres americanos, corresponde al hecho general europeo de
que hacia 1870 tomen forma y organización definidas y nuevas
todos los países mediante un compromiso entre las fuerzas tradi­
cionales y las progresistas del siglo XIX, lo cual significó el triun­
fo posible y diverso de éstas. En la década de 1880­1890 surgen
en Europa, como en América, individualidades aisladas que tie­ 21
nen como rasgo común la insatisfacción con el siglo XIX, cuando
éste ha llegado a su triunfo, y ciertas tendencias, entre las que
descuellan el individualismo y el cosmopolitismo. Estas tenden­
cias universales coincidían con rasgos propios de los hispanoame­
ricanos, que encontraron así terreno favorable para su desarrollo
en forma más fuerte y original.
La insatisfacción en América tenía que ser doble y distinta,
porque ella no podía significar la ruptura con el siglo XIX, cuya
civilización, aunque imperfectamente asimilada y realizada, venía
a ser consustancial con el nacimiento de la América independien­
te, y por lo tanto siguió siendo el ideal y meta de los americanos,
al mismo tiempo que sentían la necesidad de superarla conforme
a las tendencias europeas nuevas. El esfuerzo de los hispanoame­
ricanos iniciadores del Modernismo tendió a salvar la distancia
que separaba a América de Europa desde siempre, por el hecho
de ser América y de ser España, continuando así los esfuerzos
repetidos de sus antepasados de los siglos XVIII y XIX, aunque
con la sensación de su fracaso y de la necesidad por tanto de
empezar de nuevo. Por eso la voluntad de innovación, junto con
el individualismo y el cosmopolitismo, es carácter del Modernis­
mo hispanoamericano. También lo era en la revolución que se
estaba llevando a cabo en Europa por el mismo tiempo; pero allí
se trataba de una decadencia y liquidación del pasado, mientras
que en América se trataba de un principio y anuncio del porvenir.
Cuando en la década de 1890­1900 surgen en España tardíamen­
te respecto de América y Europa las primeras grandes individua­
lidades del Modernismo ­Benavente, Unamuno, Ganivet, Valle­
Inclán, Azorín­ la literatura que crean tiene también carácter
autóctono y original, independiente del de la americana anterior;
pero coinciden las dos en tendencias y espíritu, con las diferen­
cias que siempre hay que esperar entre España y América. El
individualismo es más fuerte en España y el cosmopolitismo más
débil; la actitud hacia el siglo XIX más negativa; el problema de
salvar la distancia entre España y Europa adquiere caracteres de
tragedia nacional. Pero en el fondo hay una correspondencia esen­
cial entre el Modernismo de España y el de América, que los une
en comparación con el resto del mundo, y que de hecho se tra­
dujo en contactos e influencias que por primera vez eran mutuos
28 y en algunos . aspectos predominantemente americanos.
El Modernismo significó por lo tanto no sólo la incorpora­
ción de América a la literatura europea y universal, sino el logro
por primera vez de su plena independencia literaria. El aparta­
miento inevitable de los modelos europeos que en el siglo XIX
se manifiesta en obras producto de la tierra y la sociedad ameri­
cana dio nacimiento, es verdad, a formas de literatura como la
política y la gauchesca, que aunque produjeron obras como el
Facundo y Martín Fierro, que hoy consideramos las creaciones
superiores de la literatura americana, en su tiempo eran miradas
como formas inferiores y casi ajenas a la literatura culta de tipo
europeo, en gran parte olvidada hoy. En cambio el movimiento
literario que, independientemente de España, crearon entre 1882
y 1896 los primeros modernistas al norte del ecuador, influyó
decisivamente no sólo en el resto de América sino en España.
Llevaba dentro de sí el Modernismo algo muy específica­
mente español que era válido y fecundo en todos los países his­
panoamericanos y en España misma. Habrá que encontrar el
sentido hispánico que hay en los caracteres generales de esta re­
volución literaria que tuvo la eficacia de cambiar tanto el fondo
como la forma de la literatura en todos sus géneros, de modo tan
hondo y general que ha quedado definitivamente incorporada
a ella como una fase decisiva de su historia. El afrancesamiento,
que es el carácter más aparente de la época, resultó parodójica­
mente significar la liberación de la influencia francesa, por ser la
Francia de entonces escuela e impulso de extranjerización. En
este respecto el americanismo del movimiento modernista está en
la capacidad de los americanos para asimilar y mirar como pro­
pias todas las formas de cultura extranjera, mucho mayor sin du­
da que la de Francia al seguir aquella misma tendencia de la
época. El americano siente como suyas todas las tradiciones sin
que ninguna le ate al pasado, y mira al porvenir como abierto
a todas las posibilidades; sabe que América es hija de Europa y
que al mismo tiempo no es Europa; aspira como cosa natural a
sintetizar e integrar en América y en sí mismo todo lo que le
llega de fuera, lo mismo que sus pueblos absorben la inmigración
diversa, que en los días del Modernismo llegaba a todos ellos
con intensidad variable y contribuía a su crecimiento y prosperi­
dad. De ahí que la extranjerización del Modernismo hispanoame­
ricano fuera más bien expresión de su cosmopolitismo nativo, de
su flexibilidad para absorber todo lo extraño sin dejar de ser él
mismo. Por eso la exagerada extranjerización que al principio 29
caracteriza a muchos de los modernistas se convirtió muy pronto
en la vuelta a sí mismos, y el resultado final fue el descubrimien­
to de la propia originalidad y la conciencia de las realidades ame­
ricanas. En España, de otra manera, la tendencia extranjerizan­
te, que se llamó europeización, significó la resurrección del carác­
ter esencial de la cultura española, la aspiración a la universali­
dad, y acabó en la afirmación más absoluta de todo lo nacional.
Martí en América y Unamuno en España, o mejor dicho, los dos
en España y en América, representan desde el principio esta ac­
titud esencial del Modernismo, que es la busca y afirmación de
lo propio a través de lo universal.
La reacción contra el siglo XIX, que en Europa fue el ca­
rácter negativo que unió a los escritores, en América es más imi­­
tación que realidad. Los modernistas hispanoamericanos comba­
ten, es verdad, el verbalismo, los lugares comunes, el anquilosa­
miento, todos los defectos de la literatura inmediatamente ante­
rior; pero no niegan ni el romanticismo ­"románticos somos,
¿quién que es, no es romántico?" (Darío)­ ni el realismo y na­
turalismo, que van a continuar y dar sus mejores frutos hispa­
noamericanos durante el período modernista y después. Es de­
cir ­y este es un carácter esencial y constante de la literatura
americana, al que ésta debe mucho de su mayor originalidad y
valor­ que en ella coexisten, aun en los mismos autores, ten­
dencias literarias que en Europa fueron fases sucesivas incompa­
tibles las unas con las otras; que el escritor americano al afirmar
y realizar algo nuevo no niega lo anterior ni renuncia a ello, sino
que lo integra en una superposición de épocas y escuelas que con­
viven armónicamente en una unidad donde están vivos y presen­
tes todos los valores humanos del pasado. Así ocurre que los
modernistas hispanoamericanos son al mismo tiempo clásicos, ro­
mánticos, parnasianos, simbolistas, realistas y naturalistas. Mu­
chos mezclan en su obra, en mayor o menor proporción, todas o
varias de estas escuelas, con alguna de ellas como predominante.
No es por lo tanto la escuela, sino la diversidad de escuelas,
lo que caracteriza al Modernismo hispanoamericano, por ei' moti­
vo indicado, aparte de los generales de la época: el subjetivismo,'
el afán de libertad individual y la voluntad de innovación. En
España igualmente es imposible reducir a una escuela a los es­
critores modernistas: cada uno es un estilo y una personalidad.
Se ha tratado de reunirlos bajo la advocación de una fecha, lá
de 1898, y de sustraerlos a la unidad dél Modernismo hispánico.
No puedo entrar en este tema, que ha suscitado muchos artículos
y algunos libros polémicos y contradictorios. Sólo diré que esa
fecha de 1898, como todo lo tocante al Modernismo, tiene una
significación a la vez española e hispanoamericana, y más hispa­
noamericana que española. Está en el centro y no en el princi­
pio del período modernista, y significa la culminación de dos he­
chos, de larga preparación anterior, que determinan un cambio
fundamental en las relaciones de la América española con el mun­
do: la terminación del imperio colonial de España en América,
y el principio de la expansión de los Estados Unidos hacia el sur
del continente. España, al salir definitivamente de América co­
mo poder político, empieza a ser vista por los americanos, inde­
pendientes desde hacía ochenta años, a una luz distinta de la do­
minante en el siglo XIX: si antes había sido mirada como la
antigua metrópoli, con la que había que romper no sólo política­
mente sino en todos los aspectos de la cultura hasta lograr la com­
pleta independencia espiritual, borrando deliberadamente hasta los
últimos restos de su tradición, ahora esta tradición imborrable y
los lazos de la lengua, sangre y cultura comunes aparecen a los
ojos de los modernistas como la base indestructible del carácter
y originalidad de la América española y la fuerza y razón de ser
de su unidad. Esta nueva actitud hacia España, que se traduce
en múltiples manifestaciones de lo que entonces se empieza a lla­
mar "hispanismo", se enlaza con la nueva actitud de los Estados
Unidos hacia el resto del continente americano, que empieza en­
tonces llamándose "panamericanismo" y que se traduce en múl­
tiples manifestaciones de relación entre las dos Américas. Estos
hechos, que empiezan en 1889 con la primera conferencia de na­
ciones americanas en Washington, y que se suceden con rapidez
y eficacia crecientes, produjeron en los hispanomericanos la con­
vicción casi general, profetizada por Martí, de que los Estados
Unidos habían llegado al momento en que, como resultado nece­
sario e inevitable del crecimiento de su fuerza interna, rebasaban
sus fronteras y amenazaban con la dominación de los estados de­
sunidos de la América que entonces se empezaba a llamar "lati­
na". "Nuestra América" la llamó Martí,. y así la llamaron ge­
neralmente los hispnnoamericanos, y a los Estados Unidos "la
otra América" expresando así una nueva concepción de la exis­
tencia de dos Américas, miradas con un sentimiento, primero de
incompatibilidad, después de unidad y colaboración. 31
Estos dos temas, el de la unidad hispánica ­ "sangre de His­
pania fecunda" ( Darío); "patria es para los hispanoamericanos,
la América española (Rodó)­ y el de la incompatibilidad con
la América sajona del Norte" ­" ¿seremos entregados a los bár­
baros fieros? ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?"
(Darío)­, iniciados como mucho de lo mejor y más hondo del
modernismo por Martí, encontrarán sus grandes voceros en Ru­
bén Darío y Rodó, y serán dominantes y generales en la literatu­
ra del período modernista.
El examen, aunque somero, de otros temas del Modernismo
nos llevaría a la misma convicción que he tratado de sustentar
en este trabajo en la forma más breve posible: la de que para en­
tenderlo hay que desechar las interpretaciones parciales y sobre
todo la de intentar reducirlo a una escuela rubendariana, en la
que no cabrían Martí, ni Unamuno, ni el mismo Rubén Darío, y
en cambio hay que mirarlo en su unidad y conjunto, como una
crisis espiritual que en múltiples formas individuales y naciona­
les diversas y aun contradictorias logró dar nueva expresión uni­
versal y moderna a lo más hondo del ser hispánico.

(Tomado de la Revista "La Torre" de la Universidad de Puerto Rico


Año I ­ Núm. 2. Abril­Junio 1953. Páginas 95 a 103).

32
POSICION DE DARIO EN LA
LITERATURA CASTELLANA

Por
LUIS ALBERTO CABRALES

RRA conocer a fondo la personalidad poética de Rubén


Darío no sólo es menester el estudio de su verso y de su prosa,
sino que hay que conocer la innovación trascendental que llevó
a cabo en la literatura castellana, y, además, situar esa innovación
dentro de la corriente de la historia. Obra es ésta para un apre­
tado volumen. Trataré sin embargo, de establecer claros y orde­
nados conceptos dentro del breve marco de este estudio.
Al recorrer la historia de la literatura castellana, desde los
heroicos balbuceos del cantar del Cid, hasta los audaces cantos
de vanguardia y post­vanguardia, es decir, en una extensión cro­
nológica de más de ochocientos años, apenas si podemos encon­
trar dos poetas, no más, que puedan parangonarse a nuestro Ru­
bén Darío. Los dos revolucionarios como él, transformaron la
lengua, enriqueciéndola, variándola y haciéndola más apta para
la expresión del pensamiento y de la emoción estética.
Son ellos: el arcipreste de Hita, y Garcilaso de la Vega. El
arcipreste encuentra la poesía castellana enmarcada en dos mane­
ras: la una, popular, versos mal medidos, rústicos en demasía,
pero llenos de vigor heroico, alentados por una gran inspiración
racial, poesía que va siendo cantada de castillo en castillo, de fe­ 33
­3
ria en feria, por los ásperos senderos castellanos, poesía de los
juglares, poetas del pueblo. . . Y la otra, culta, de versos bien
medidos en cuartetos monórrimos alejandrinos:

"Méster trago famoso non es de yoglaría,


Méster es sen pecado ca es de clerecía,
fablar cuento rimado por la cuaderna vía,
a sílabas cuntadas, ca es grant maestría"

poesía de monasterios, de· clérigos eruditos sabedores de latín y


griego, pero faltos de aliento vital, del fuego íntimo y penetrante
que hace del verso no simple acoplamiento de bellas palabras sino
cosa viviente para la eternidad .
. El áspero cura de aldea, vagabundo y mujeriego, que fue el
arcipreste, juntó ambas maneras y escribió en versos bien medi­
dos y con vigor salido de las propias entrañas del pueblo caste­
llano, el formidable libro del Buen Amor, el poema más exalta­
do e hilarante que se haya escrito en elogio del instinto univer­
sal y divino que hace que el macho se junte con la hembra para
perpetuar el dolor y la alegría del mundo.
En ese poema el arcipreste, al mismo tiempo que juntaba
en una sola las dos antiguas maneras ­­que ya era un acto revo­
lucionario para la época­ crea nuevos ritmos, ritmos ligeros, rit­
mos de canción, en sus Gozos a la Virgen María y en sus cantares
a las fornidas campesinas de la Sierra:

"Cerca de Tablada,
la sierra pasada,
falleme con Alda
a la madrugada" .

. Versos cantantes que preparan los caminos por donde ha de


llegar diciendo sus serranillas Iñigo López de Mendoza, el gentil
marqués de Santillana, serranillas que siguen hoy tan frescas y
olorosas como en aquella mañana de primavera en que nuestro
marqués perdió el camino,

"Paciendo la vía
del Calatraveño
a Santa María .... " ·

34 · hace más de cuatrocientos años.


La influencia del arcipreste se extiende a muchos años pos­
teriores a él, y dos <le los más célebres libros de la antigüedad
castellana, grandes obras maestras, llevan la marca del gran clé­
rico, me refiero al Corbacho, o "tratado contra las mujeres, que
con poco saber mezclado con malicia, dicen y facen cosas non
debidas", y a la tragi­comedia de Calíxto y Melibea, conocida
más con el nombre de La Celestina.
Más de un siglo después aparece Garcilaso de la Vega. La
poesía encuéntrase tal como la había dejado el arcipreste, y ade­
más, afeada por la producción de poetas eruditos y farragosos,
de inspiración rastrera, que, como Johan de Mena, escriben poe­
mas larguísimos ajustados al ritmo lento de las octavas reales.
Garcilaso, que ha estado en Italia, para enriquecer el acervo
poético de su lengua, toma de la poesía italiana metros y com­
binaciones métricas, introduce el gusto pastoril de las églogas, la
brevedad del poema, y una más suave y regalada manera, tal co­
mo hasta entonces no había sido usada en el austero idioma cas­
tellano. Introduce el verso de once sílabas, que desde entonces
sería una de los preferidos por los grandes poetas, el soneto que
también tendría luego una historia gloriosa en nuestro idioma;
inventa la lira, combinación de versos de once y siete sílabas, que
sería en el siglo de oro, la urna pura en donde vertería sus éxta­
sis místicos San Juan de la Cruz, y sus elegancias horacianas, fray
Luis de León.'
Estas innovaciones no se llevan a cabo sin lucha: como en
loscomienzos de toda nueva época, surgen dos bandos: el bando
conservador y el bando revolucionario, el que juzga que "todo
tiempo pasado fué mejor", y que hay que dejar tranquilas. a las
personas y a las cosas, y el que juzga todo pasado abominable,
y lleno de ímpetu juvenil introduce la inquietud en las personas
y en las cosas.\Hasta nosotros han llegado las sátiras, las burlas,
los denuestos, . con que se atacaron los partidarios y los adversa­
rios de Garcilaso. Y hasta nosotros llegó también el eco victo­
rioso de los innovadores. Porque es ley histórica y biológica: los
conservadores siempre son devorados por los revolucionarios.
Garcilaso, pues, creó nuevos ritmos, insufló una sensibilidad
poética, flexibilizó la lengua, preparó los materiales con que lue­
go habrían de crear obras gloriosas los hombres del siglo de oro:
Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, Góngora, Santa Teresa, toda 35
esa constelación de hombres geniales, orgullo no sólo de la raza,
sino de la humanidadr Llevada a cabo la tarea homérica del siglo
de oro cansada de bregar con la espada y con la pluma, España
queda fatigada y entra en decadencia: sobreviene el siglo XVIII.
En todo el siglo no se levanta una voz de inmortalidad; una me­
diocridad apacible reina durante toda la centuria. Pero al co­
menzar el siglo XIX sobreviene la lucha de los románticos. La
efervescencia revolucionaria que agita toda Europa entra en la
península ibérica. Los jóvenes forman cenáculos, entablan po­
lémicas, publican poemas que los clasicistas de la decadencia ca­
lifican de monstruosos. Esos jóvenes locos se llaman José de
Espronceda, José Zorrilla, el Duque de Rivas .... Pero de entre
todos ellos, no se yergue personalidad de suficiente estatura men­
tal que encarne los ideales renovadores. No surge un Arcipreste
de Hita, no surge un Garcilaso de la Vega, Byron es el hombre
de Inglaterra, y Espronceda, es apenas un pequeño imitador de
Byron. . . Víctor Hugo es el hombre de Francia, y entre Hugo
y Zorrilla, no se puede ni siquiera iniciar un paralelo. La revo­
lución romántica se lleva a cabo sin un verdadero caudillo. \
Luego viene la generación de Bécquer y Núñez de Arce, que
recoge tranquilamente los frutos de las anteriores luchas, y que
pronto enmudece para dar lugar a una generación de poetas in­
feriores. Un inmenso silencio de verdadera poesía reina en la
península y en todo el Continente americano, porque no puede
llamarse propiamente poesía a los versos quejumbrosos, de pura
imitación, que resuena débilmente por doquiera, ecos de las rimas
de Bécquer y de las décimas de Zorrilla. Los síntomas de la de­
cadencia, mejor aún de la postración, son demasiado visibles
para que no se anhele una renovación vital. Pero en vano du­
rante algunos años se recorre con la mirada, los rincones de la
península y la extensión del Continente. Pareciera que la raza,
irremediablemente desgastada, durmiera ya un sueño de imposi­
ble despertar. __¿De qué provincia del desmembrado imperio es­
pañol llegará la voz que despierte a los intelectos del letargo?
De qué provincia surgirá el hombre que están esperando los
tiempos? De Castilla, de Aragón, de Cataluña? De México,
del Perú, de la Argentina?. No. Surge de Nicaragua.
En 1888 año que pasa a la historia de la literatura, Darío
desde Chile, publica su primer gran libro: AZUL. Y con él ini­
36 cia la nueva revolución en la prosa y en el verso. La juventud
lo acoge con entusiasmo, como una revelación. Enrique Gómez
Carrillo nos ha referido con qué emoción temblorosa devoró to­
das sus páginas, y cómo vió abrirse para su fantasía y su talento
los caminos que había anhelado de una manera obscura, cómo
su vocación literaria se afirmó y se iluminó con luz inédita con
la lectura de los bellos poemas y las bellas prosas.
Años después lanza de Buenos Aires Prosas Profanas, y és­
ta es la señal de la gran batalla. De todos los puntos del Con­
tinente y de España llueven los dicterios, las burlas, los ataques
impetuosos contra el poeta innovador; pero también de todos los
puntos del Continente y de España, falanjes de la más viril y
bella juventud se aprestan en las filas del gran nicaragüense: en
la batalla van surgiendo los nombres de los que luego han de
ser altos poetas, glorias de sus pueblos y de la raza: Amado Ner­
vo, Gómez Carrillo, Guillermo Valencia, Rufino Blanco Fombo­
na, José Santos Chocano, Leopoldo Lugones, Julio Herrera y
Reissig, en el Continente. En España, Salvador Rueda, Francisco
Villaespesa, los dos Machado, Valle Indán, Juan Ramón Jimé­
nez. La raza se ha despertado; hay como un nuevo renacimiento,
y todos reconocen en Daría al caudillo y al príncipe, y en España
y en el Continente y en las apartadas islas Filipinas, allí donde
resuene el acento de Castilla, allí es bandera de combate el nom­
bre del gran nicaragüense.
Al publicarse "Azul", los críticos fruncieron el ceño: aquello
no podía ser porque era distinto de lo cotidiano. Los pequeños
críticos, un Clarín, un Moro Muza, un Fray Candil, no compren­
dieron nada, y arremetieron con ironía y con encono. Pero hubo
un gran crítico que vió con los claros ojos del talento y compren­
dió inmediatamente el alto valor del joven que llegaba a la li­
teratura con ímpetu de novedad: Don Juan Valera .... Cuando
todos negaban o burlaban, el gran viejo de alma joven escribía
a Rubén en carta imperecedera: "Leídas las páginas de Azul, lo
primero que se nota es que está Ud. saturado de toda la flamante
literatura francesa. Hugo ­Larnartine, Musset, Baudelaire, Leconte
de Lisle, Gautier, Bourget, Daudet, Zola, Flaubert, y todos los de­
más poetas y novelistas han sido por usted estudiados y mejor com­
prendidos. Y Ud. no imita a ninguno: ni es Ud. romántico, ni
naturalista, ni neurótico, ni decadente, ni simbólico, ni parnasiano.
Ud. lo ha revuelto todo: lo ha puesto a cocer en el alambique de
su cerebro y ha sacado de ello una rara quinta esencia"·�
/
37
"Resulta de aquí un autor nicaragüense que jamás salió de
Nicaragua, sino para ir a Chile; y que es autor tan a la moda de
París, y con tanto chic y distinción, que se adelanta a la moda
y pudiera modificarla e imponerla".
"En mi sentir hay en Ud. una poderosa individualidad de es­
critor, ya bien marcada, y que, si Dios da a Ud. la salud que yo le
deseo, y larga vida, ha de desenvolverse; y señalarse más con el
tiempo en obras que sean gloria de las letras hispanoamericanas".
:":. En qué consistió la revolución de Rubén Darío i, Oigamos
al gran escritor Aníbal Ponce, director de la Revista de Filosofía
de Buenos Aires. El, hablando de la influencia de Darío en la
Argentina, nos da la clave de toda la obra revolucionaria: Dice:
'' Las postrimerías del siglo XIX y los comienzos del XX, fue­
ron para nosotros los años iniciales de una renovación funda'
mental. La influencia de Rubén Darío y el advenimiento del
socialismo transformaron de manera definitiva el ambiente porte:
ño, imponiendo aquél la · disciplina del arte, inaugurando este
otro la política de ideas".
"Bajo la influencia vigorosa de Darío, la literatura dejó de
ser, como lo fuera hasta entonces, un pasatiempo o una coquete­
ría, para convertirse en una verdadera disciplina que exigía, como
virtud primera, la voluntad laboriosa. Lo que resultó de ese es­
fuerzo es casi historia de hoy: el estudio profundo del idioma, la
libertad en la métrica y en la prosodia, el fino sentido de los ma­
tices, la originalidad de las imágenes, consiguieron imprimir al
castellano de América, ligereza de alas y suavidad de seda. Pero
si eso sólo basta para atribuir a Darío un papel culminante en la
historia literaria, la amplitud de su influencia le señala como
obrero eficiente de nuestra cultura. Los jóvenes que se agrupa·
ron en su torno compartieron sus curiosidades y sus inquietudes.
Autores desconocidos, literaturas lejanas, regiones remotas, co­
menzaron a vivir y actuar por su intermedio. En este sentido
puede afirmarse que Darío <,fué, en nuestro medio y en su hora,
un verdadero civilizador". )
Hasta aquí Aníbal Ponce. Y en efecto: la prosa y el verso
castellano de la época inmediatamente anterior al aparecimiento
de "Azul", eran versos comunes, sin inspiración y sin belleza
formal, y hasta en grandes escritores de raza, como el mismo
38 Juan Valera.
Ilustraremos con un ejemplo, tomado al azar entre los
cuentos de Valera y entre los cuentos de Azul. El de Valera se
titula, La Muñequita; el de Darío, · La muerte de la emperatriz
de la China, aunque también se refiere a una muñeca. La com­
paración nos pondrá de golpe dentro de lo que significó para
aquél tiempo la obra rubeniana»
He aquí cómo Valera describe a' la dueña de la muñeca de
su cuento: "Hace ya siglos que en una gran ciudad, capital de
un reino, cuyo nombre no importa saber; vivía una pobre y hon­
rada viuda que tenía una hija, de 15 abriles¡ hermosa como un
sol, cándida como una paloma. La excelente madre se miraba
en ella como en un espejo, y en su inocencia y beldad, juzgaba
poseer una joya riquísima que no hubiera trocado por todos
los tesoros del mundo".
En ese pequeño párrafo hay 'toda una serie de lugares co­
munes: "Ciudad cuyo nombrexno importa saber", "pobre y hon­
rada viuda", "hija de 15 abriles.", "hermosa como un sol", "cán­
dida como una paloma", los mismos pobres clisés consuetudina­
rios que pasan de mano. en mano sin transformarse, siempre
inaguantablemente los mismos.
En cambio, qué novedad en los adjetivos, qué frescura en
los epítetos, qué saber de · inédito tienen las mismas viejas y co­
munes palabras en la rítmica y cantante prosa de Rubén.
Así nos habla Darío de la dueña de la muñeca de su cuen­
to: "Delicada y fina como una joya humana vivía aquella mu­
chachita de carne rosada en la pequeña casa que tenía un salon­
cito con los tapices de color azul desfalleciente. Era su estuche.
Quién era el dueño de aqueldelicado pájaro alegre de ojos
negros y boca roja? Para quién cantaba su canción divina cuan­
do la señorita primavera mostraba, en el triunfo ­del sol su bello
rostro riente, y abría las flores del campo, y alborotaba la nida­
da? Suzette se llamaba la avecita que había puesto en jaula de
seda, peluches y encajes, un soñador ar;ista, que la había cazado
una mañana de mayo en que había IPHf,ha luz en el aire y mu­
chas rosas abiertas". ,•l
Examinemos, también directamente, por manera objetiva y
con ejemplos, la diferencia esencial entre el verso que Rubén Da­
río renueva, y el verso tal como se encontraba 'en manos depoe­
tas mediocres, o en manos de nadie, 39
El verso de doce sílabas, lento y monótono, que se hallaba
arrinconado en el mismo sitio en que lo dejara Johan de Mena,
a mediados del siglo XV, que había servido para cantar sermo­
nes moralizantes, o para describir fatigosamente algunos hechos
de armas, en manos de Rubén se vuelve flexible y cantarín, me­
lodiosamente musical, y con él celebra la elegancia de las fiestas
galantes, los triunfos del amor cortesano y versallesco.
Ved de que manera alquímica trasmuta el plomo en oro ru­
tilante: Este es el verso de doce sílabas que nos legara Johan de
Mena: cito un pasaje conocido de ese mismo poeta, Elegía a la
muerte de Lorenzo Avalos:

"Aquel que allí ves al cerco trabado,


que quiere subir y se halla en el aire,
mostrando en su rostro doblado donaire,
por dos deshonestas [eridas llagado,
es el valiente no bien [ortunado,
muy virtuoso mancebo Lorenzo,
que biza un día su fin y comienza
aquel en que era de todos amado".

Y éste el mismo verso en las maravillosas manos de Rubén:

"La orquesta perlaba sus mágicas notas,


un coro de sones alados se oía,
galantes pavanas, fugaces gaviotas,
cantaban los dulces violines de Hungría.

Al oír las quejas de sus caballeros,


ríe, ríe, ríe, la divina Eulalia,
pues son su tesoro las flechas de Eros,
el cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.

¡Ay de quien sus mieles y frases recoja!


¡Ay de quien del canto de su amor se fíe!
Con sus ojos lindos y su boca ro]a
la divina Eulalia, ríe, ríe, ríe".

A todo verso Daría da nueva musicalidad. Si tiene ritmo


unitario, de un solo aliento, lo divide, lo parte en censuras, lo
40 hace de ritmo saltante. Así hace con el verso de once sílabas .. ,
He aquí el antiguo, de Gutiérrez Nájera:

"Un peinador muy blanco y un piano,


noche de luna y de silencio fuera,
un volumen de versos en mi mano,
y en el aire y en todo, primavera".

He aquí el ritmo que le da Darío:

"Libre la frente que el casco rehusa,


casi desnuda en la gloria del día,
alza tirso de rosas la musa
bajo el gran sol de la eterna armonía".

Y al verso que halla quebrado en censuras, le da ritmo uni­


tario, de un solo aliento. Así con el alejandrino.

Este es el alejandrino viejo, usado por Zorrilla:

"Lanzáse el fiero bruto con ímpetu salua]e,


ganando a saltos locos la tierra desigual,
salvando de los brezos del áspero ramaje
a riesgo de la vida de su jinete real".

Y este uno de los de Rubén:

"La princesa está triste, que tendrá la princesa?


los suspiros se 'escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor".

Julio Cejador, su más acérrimo crítico, dice que introdujo


el pareado, monótono y machacón, bueno quizá en la métrica
francesa, tan pobre, y no en la castellana tan rica.
Siempre es tiempo de rectificar un error: Rubén Darío no
introdujo el pareado. Ya existía en castellano, y precisamente
en la manera monótona y machacona que dice Cejador. Lo que
Darío hizo fue variarlo e infundirle una perfección como nunca
la había tenido al través de la historia literaria, il
Escuchemos, si no, una estrofa de pareados del gran poeta
de entonces Federico Balart, estrofa considerada como flor de
antología desde luego que figura en colección titulada: Tesoro
poético del siglo XIX:
"Llevo tanta amargura dentro del alma
que de mí en vano esperas consuelo y calma,
y aunque a llorar contigo tu cuita vengo
mal puedo darte, Carlos, lo que no tengo.
Cuando de luto un pecho la muerte llena
lo que dura la vida dura la pena".

Escuchad ahora los magníficos alejandrinos pareados del Co­


loquio de los Centauros:

"En la isla 'en que detiene su esqui/ e el argonauta


del inmortal Ensueño, donde la eterna pauta
de las eternas liras se escucha: ­Isla de oro
en que el tritón elige su caracol sonoro
y la sirena blanca va a ver el sol­ un día
se oye un tropel vibrante· de fuerza y armonía.
Son los Centauros. Cubren la llanura. Los siente
la montaña: de lejos, forman son de torrente
que cae; su galope al aíre que reposa
despierta; y estremece la hoja del laurel­rosa.
Son los Centauros. Unos enormes, rudos; otros
alegres y saltantes como jóvenes potros;
unos con largas barbas como los padres­ríos,
otros imberbes, ágiles y de pía/antes bríos,
y de robustos músculos, brazos y lomos aptos
para portar las ninfas rosadas en los raptos.
Van en galope rítmico. Junto a un fresco boscaje,
frente al gran Océano, se paran. El paisaje
recibe de la urna matinal luz sagrada
que el vasto azul suaviza con límpida mirada.
Y oyen seres terrestres y habitantes marinos
la voz de los crinados cuadrúpedos divinos".

No quiero abusar citando más ejemplos; encontraría cente­


nares. Darío resolvió todo, incursionó en la literatura antigua
casteIIana en busca de viejas bellezas para renovar las modernas;
42 se entró en la poesía extranjera y la novedad que encontró la
trajo para la propia lengua. Del latín la tersa rima del Dies Irae;
del griego, el exhámetro con que escribió la Salutación del Op­
timista; del francés, la estrofa de Chenier con que cantó el Res­
ponso a Verlaine; del inglés el verso silábico, que algunos han
confundido con el verso libre, para entonar su Marcha Triunfal
y otros poemas.
De tal manera enriqueció la lengua castellana que con la
misma justicia con que se le denomina lengua de Cervantes, po­
dría llamársele lengua de Daría.
Signo de lo positivo y durable de su gloria es el haber pa­
sado incólume bajo los ataques de sus contemporáneos, bajo la
crítica de los descontentos que le siguieron cronológicamente, y,
por último, bajo la carga brillante de las generaciones de van­
guardia.
La bibliografía sobre su figura y su obra se acrecienta paso
a paso y está muy lejos de ser agotada en el estudio. En los úl­
timos dos años numerosos libros han aparecido, notablemente
los de Mapes, Francisco Contreras, Torres Rioseco y Enrique
Díaz Plaja. Se hace un sereno reajuste de crítica y de ella nuestro
poeta sale engrandecido.

43
Archivo Rubén Darío en

PROSAS POETICAS DE "STELLA"

REVERIE

UNA tarde del mes de Mayo, de aquellas tardes que sonríen,


que ostentan un cielo azul, sereno y despejado, cuando los rayos
postreros del sol lanzaban sobre la tierra su reflejo trémulo, ha­
llábame yo triste, sin saber por qué, contemplando tan bello pa­
norama.
Mi solitario jardín, cubierto de perfumadas flores, de pal­
meras gallardas y de lánguidos sauces y cipreses; poblado por
bandadas de aterciopeladas mariposas, que en loco torbellino vo­
laban en torno a las rosas; viendo de cuando en cuando los pá­
jaros, que columpiándose en las ramas de los árboles, mecidas
por la brisa, daban al viento su canto, ­triste unas veces como
un lamento, alegre otras, como la risa perlada de un ángel, que
cruzaba volando el espacio­­, parecía llamarme a su recinto a me­
ditar junto al perfumado rosal o a confundir mis lágrimas con las
perlas que arrojaba el surtidor en la fuente, que murmuraba tier­
nas canciones en el centro del jardín.

***
Entré en él y fuí a sentarme al pie de un sauce, al que ro­
deaban multitud de violetas y adormideras.

en Publicamos estas tres prosas poemáticas de Stella, la primera esposa


de Rubén Darío, muerta en temprana edad, por ser desconocidas, casi
inéditas. 45
Corté algunas de aquellas, símbolo de la modestia, cuyo per­
fume suave y dulce al mismo tiempo, penetraba en mi corazón,
llenándole de melancólico placer, y las coloqué sobre mi pecho.
Allí, sentada, respirando en la soledad, empecé a meditar
en la paz y dulce tranquilidad de las tumbas, que pasan eterna­
mente, escuchando tan sólo el lúgubre son del cierzo en las ramas
del ciprés y el sauce, sus únicos amigos.
Pensando en esto, fuime quedando· dormida. Pero rato des­
pués, soñé que un ángel agitaba sus alas, volaba cerca de mí y
su aliento, al rosar mi faz, la helaba, y también mi corazón. Des­
. pués, posó sus manos en mi frente y cubrióme con sus alas ...
Depositó luego un beso en mis labios; y su aliento, esencia
de una violeta­, bañó mi rostro.
Aquel beso perfumado, dulce, sublime, me hizo lanzar un
suspiro, y como que se desprendió mi espíritu de mi cuerpo, se
lanzó hacia las regiones del infinito.
Y volando y volando con mis blancas alas, que azotaban el
viento, veía la tierra, aquella tierra donde tanto soñé, como un
punto negro, atómico y medio oculto en una vaga penumbra,
en medio de la grandeza infinita que contemplaba.
Parecíame; al acercarme a los cielos, escuchar dulces can­
ciones, que en coro cantaban los ángeles en torno de Dios.
Llegó por fin la noche y al acercarme al solio de la Majestad,
ví que aquellos seres, moradores de las altas regiones, cuyas can­
ciones escuchaba, llevaban en la frente un lucero, que despidien­
do su suave luz, bañaba la tierra, donde tantas veces contemplé
el temblor luminoso, en las mansas aguas de un lago, o en las
ondas plateadas del mar.
Al verme entrar, agrupáronse millares de espíritus que me
llevaron como en una onda celeste, a los pies del Altísimo, que
colocó su diestra poderosa sobre mi frente, haciendo brotar en
ella un lucero. ¡También yo! ....
Embriagada con mi felicidad, parecíame escuchar como un
leve murmullo, las voces de la tierra, cuando en ella percibieron
'46 mi aparición en el profundo azul.
Los amantes decían: ­"Es el lucero que proteje nuestro
amor". Los que sufrían: ­" Su luz nos trae la esperanza". Los
felices: ­" Nuestra alegría". Los poetas: ­" ¡Nuestra inspira­
ción!".
Acercóseme entonces un espíritu ­el de un ser que mucho
amé y veneré en la tierra,­ y me dijo con amoroso anhelo: ­
­Has querido tener alas, has querido que de tu frente ema­
nase luz, me lo has pedido, y Dios, escuchando mis ruegos, te 'lo
ha concedido. Ya lo tienes todo; has llegado hasta donde' tu
deseo te puede llevar. ¿Eres feliz, hija mía?
Yo no pude contestar, agité mis alas, tembló la estrella de
mi frente, lancé un suspiro de placer ... y desperté. r•

***
Mi sueño había concluido y me encontraba bajo el peso de
la realidad.
La noche había ya desplegado su manto; la brisa helaba mis
sienes y me traía en sus alas ruido cadencioso del agua al caer
en la ancha taza y los perfumes de las flores, entre los qúe so­
bresalía el de las violetas. Las estrellas brillaban en el firma­
mento y con su luz tranquila hacían más fúnebre aquel recinto,
que en mi sueño, creí la morada dulce y serena de la dicha y de
la paz de mi corazón.
Levanteme y tomando de mi pecho las violetas que me ha­
bía puesto al sentarme ­único recuerdo de mi soñada felicidad­
las guardé en un relicario, donde aún las conservo.

STELLA
( Rafaela de Darío)

Tomado de: Short Stories by Rafaela Contreras de Darío. Collected,


with an introduction by Evelyn Uhrhan Iruing, Maca/ester Collage
St. Paul, .Minn. University o] .Miami Press. Tomado de la Pág. No.
11 y 12.

SONATA

i PASAD, pasad, albos ensueños! Imágenes de dicha que se 'ha


llevado el tiempo, doradas ilusiones, risueñas esperanzas, recuer­
dos perfumados! ,4, 7
¡Oh, pasad, pasad, besad mi frente y, luego, hasta mañana
volved a aparecer!
· ¡Así!. . . ¡oh qué delicia!
¡La música que vibra en mis oídos tiene aquellas notas de
arpa, y es suave y melancólica, y es dulce y trae un recuerdo en­
vuelto en su armonía! Sí, es la misma: en su onda misteriosa
ruedan confundidos sus ecos, las dulces notas de aquella voz
amorosa.
Las luces que despiden reflejos amarillentos como las de mil
luceros y las carcajadas de gentiles parejas; el perfume embriaga­
dor de las flores que tiemblan voluptuosas en los azules jarrones
de cristal de Bohemia y los lazos de blanda seda que se mueven
con el viento. . . ¡Oh! sí, allí veo su figura que se destaca tem­
blante y apasionada, en medio de ese marco del pasado.
¡Y sus ojos son dulces! y miran profundos, miran el fondo
de mi alma desmayada. Y sonríen sus labios, ¡oh! y oigo sus
palabras que son de fuego y abrasan mi corazón.
¡ Pasad, pasad, que os vea yo, imágenes del amor!
¡Pasad aún una vez más y aunque después os volváis a hun­
dir en las sombras! Refrescad con ese soplo vivificador del re­
cuerdo y la visión mi cabeza que tiene fiebre; aliviad mi corazón
que gime de dolor y de pena.
¡Ah! que os vea yo brillar como veo ese lucero que se des­
taca pálido entre los celajes de la tarde, mezcla de tintes: ¡cari­
cias del sol a las blancas nubes; besos de la noche en el espacio!
Pasad a través del negro velo en que envuelve a mi alma la
tristeza, como pasa sonriendo la luna, que ilumina y deja su es­
tela brillante, como átomos de sí misma, en la enlutada inmen­
sidad.
Y luego, ¿por qué no? como tras la huida de la luna viene
el alba rosada y tras el alba el sol, rojo señor que encarna el día;
así tras la languidez, de un recuerdo pálido y dulce, de esos con
que se duermen los ángeles, venid, venid, venid y quemad mi
corazón, quemad mi mente y hasta mis labios si sonríen, oh voso­
tros rayos de un sol de ardiente estío, que brilló fugaz y que el
48 tiempo y la distancia han desvanecido.
¡Adormeced mi alma como esos genios de la noche que arro­
jan a la tierra puñados de adormideras, para aletargar a la huma­
nidad!
Dejad que duerma, que duerma siempre hasta que el tiem­
po, que se llevó mis esperanzas, me venga a despertar a las puer­
tas de mi felicidad que de nuevo encontrara y que he perdido al
borde de la tumba.
¡Ah! no os vayáis aún: seguid, seguid desfilando, acariciado­
res y sonrientes recuerdos; tomad la forma que encarnásteis un
día.
Volad en torno mío, habladme así, con esa voz de rnusica
angélica, perfumad mi existencia como las flores al viento; ¡dad
a mi alma calor como el rayo de sol a la débil planta!
Así, así. ..

STELLA
( Rafaela de Daría)

Tomado de: Short Stories by Rajaela Contreras de Daría. Collected,


u:ith an introduction by Eoelyn U brban Iruing, Maca/ester Collage
St. Paul, Minn. University of Miami Press. De la Pág. No. 13 y 14.

LA CANCION DEL INVIERNO

LLUEVE. Negras nubes cubren el cielo y ocultan el sol, la luz


que iluminando y calentando los cuerpos, calienta e ilumina las
almas.
Hace frío; hay oscuridad. También hay frío en el corazón
y nieve en el alma.
El invierno, crudo, con sus rueves y el cierzo que azota,
marchita las flores.
En invierno, los días son oscuros como las noches. En el
sepulcro reina la eterna noche.
Cuando hay dulces tristezas, se duerme y entonces se sueña
y son rosados los sueños. 49
--4
En la tumba, donde también se duerme, ¿cómo serán, oh
Dios, los sueños? Cuando se despierta, se sonríe al recuerdo de
las delicias que vimos en el reposo. Luego, se frunce el ceño y se
nubla la frente: [estamos junto a la realidad, los sueños fueron
sueños, nada más!
¿En la tumba no hay despertar? ¿No vienen, tras forjadas
ilusiones, hirientes realidades? No habrá perfume de flores, bri­
llo de estrellas, luz de aurora, risas angélicas, calor celeste en el
espíritu. ¡Oh! las almas no tienen, de seguro, nieblas invernales,
flores marchitas, nubes que ocultan los luceros, borrascas que
despedazan las barquillas, espinas ni nardos para el corazón, ni
zarzas que arrancan las plumas de las palomas inocentes.
En el mundo, después de la tibieza del sol en el día y los
resplandores plateados de la luna, los rayos luminosos de las es­
trellas y los dulces rumores en las noches de la primavera y el
estío, viene el invierno. [El invierno que da frío y que marchita
las flores y las ilusiones y con ellas la vida!
El invierno es triste, es sombrío para los que no tienen ca­
lor que conforte el cuerpo y alegres ilusiones que animen el alma.

***
Pero bendito eres, viejo Invierno, cuando se oye caer lluvia
con lentitud, y la niebla densa nos rodea y el frío llega con esa
perezosa dolencia que nos invade, en tanto que, envueltos en
suaves pieles, sentimos la luz que a la naturaleza falta, en el alma,
y la primavera que se aleja, en el corazón.
Oímos cantar los pájaros, zumbar las abejas, mecerse en su
tallo graciosas las azucenas, aspiramos el perfume de los heliotro­
pos y los jazmines, escuchamos el rumor de la brisa en los altos
árboles y vemos el rocío perlado que humedece la verdad grama.
Todo eso, dentro del corazón.
¿Hay nieve? ¡Bienvenida! ¡Cómo se ve blanquear esa llu­
via de pluma de cisne!
¿Hay frío? No se siente: Dentro del pecho hay una hogue­
ra que da vida, calor, luz.
50 ¿Está todo mustio, marchitas las rosas, sin hojas los árboles?
El alma está sonriendo. Allí hay flores cuyo perfume em­
briaga, allí nacen, crecen y son bellas, divinas plantas; hay allí
música, armonía, versos que animan, mientras con los ojos me­
dio cerrados, soñamos y alcanzamos a ver tras el manto gris del
cielo, el rosa y azul de la aurora, con su sonrisa crepuscular.

***
Hace frío y llueve y nieva. Al teatro, al baile, donde mil y
mil luces brillan. En las chimineas arde el fuego; la música vibra
triunfante, y en medio de las risas juguetonas, se bailan los val­
ses que dan vértigo, en tanto que las ilusiones vuelan y se agi­
tan como locas mariposas. Los ojos brillan negros y profundos,
unos, azules y tiernos otros; y los labios rosados se agitan mur­
murando las dulces palabras.
Y se oye caer la lluvia, y a la luz de los faroles se ve la nie­
ve como una sábana de plata, y se dice en tanto !Qué bello!
¡Qué bello! Sí, es muy bello así el Invierno. Que horrible
cuando se siente en el corazón y reina en el alma, y nos trae el
frío que mata. Pasa y vuelve la Primavera, y él aún no se aleja.
Pero cuando las rosas no se marchitan y las mariposas no
dejan de volar, en el jardín del ensueño, es hermoso ver blan­
quear los techos, ver los árboles sin hojas, y el cielo plomizo. Ale­
gre, acaricia el oído el ruido acompasado de la lluvia.
¡Bendito seas, viejo Invierno!

STELLA
( Rafaela de Darío)

Tomado de: Short Stories by Rafaela Contreras de Daría. Collected,


with an introduction by Evelyn Ubrban Iruing, Maca/ester Collage
St. Paul, Minn. University o/ Miami Press. De la Pág. No. 9 y 10.

51
LA ULTIMA TRADUCCION DE
RUBEN DARIO AL INGLES
por
JOHN FREDERICK NIMS

El año pasado apareció en los Estados Unidos una nueva antología


dariana titulada "Selected Poems of Rubén Daría", traducida por
Lysander Kemp y prologada por Octavio Paz. Este libro fue comen­
tado por John Frederick Nims, traductor, crítico y catedrático de la
Universidad de Illinois, comentario publicado en la sección de libros
y revistas del "Neto York Times" y que traducimos a continuación.

R UBEN Darío ha sido siempre muy conocido por su vasta


obra. Nacido de sangre mestiza en Nicaragua, en 1867, fue bau­
tizado con el nombre de Félix Rubén García Sarmiento. Nació
para que su poesía, que consta de centenares de versos, fuera leí­
da y traducida a varias lenguas. A los veinticinco años viajó a
España, cuya conquista de su ambiente y mundo literarios la hizo
más fácil ­­en menos tiempo­­ que la de México realizada por
Hernán Cortés. Al poco tiempo dio una nueva dirección, un
nuevo ímpetu y un nuevo vigor a la poesía de lengua española, lo
que le convirtió, automáticamente, en una de las glorias literarias
de nuestro siglo. Mas para llegar a ésto, su vida, o casi todo lo
que se ha escrito sobre él, acusa un exceso. Allí tenemos, para
demostrarlo, sus viajes de infatigable trotamundos, sus amores,
sus bebederas y los paraísos artificiales que Verlaine, entre otros,
le mostró. 53
Cuando García Lorca y Pablo Neruda se unieron para ho­
menajearlo en 1933, se entusiasmaron:
El nos lanzó al océano con fragatas y sombras en las ni­
ñas de nuestros­ ojos y construyó un enorme paseo de
ginebra sobre la tarde más gris que ha tenido el cielo ...
Su nombre rojo merece ser recordado en sus direccio­
nes esenciales con sus terribles dolores del corazón, su
incertidumbre incandescente, su descenso a los hospitales
del infierno, su subida a los castillos de la fama, sus atri­
butos de poeta grande, desde entonces y para siempre es
imprescindible.
Pero ellos también recordaron sus culpas:
Las estanterías comidas ya por los jaramagos, donde
suenan vacíos de faluta, las botellas de coñac de su dra­
mática embriaguez, y su mal gusto encantador, y sus
ripios descarados que llenan de humanidad las muche­
dumbres de sus versos. Fuera de normas, formas y es­
cuelas queda en pie la fecunda sustancia de su gran
poesía.
Lo que trajo a Madrid desde sus trópicos exóticos .­acom­
pañado de su biblioteca ambulante de simbolistas franceses ­fue
un brillante y sensual mundo nuevo de emoción y música. Y si
sus emociones se oscurecieron algunas veces tornándose "ojero­
so " ­­<:on círculo bajo sus ojos­ fue siempre vibrante. Apa­
sionadamente luchó contra el lenguaje, venciéndolo, y conquistó
también la fabulosa riqueza formal de sus versos y melodías.
Rubén, entre paréntesis, nunca fue uno de los que adquieren in­
diferencia hacia la técnica como señal de compromiso y sinceri­
dad. No maravillándose del todo Dámaso Alonso piensa que por
él se suscita, con un siglo entero de versos franceses en su equi­
paje, el momento más importante de la poesía española desde qué
Garcilaso de la Vega, más de tres siglos atrás, había naturaliza­
do e incorporado las nuevas métricas de Italia.
Uno no puede esperar, naturalmente, que las traducciones
de Lysander Kemp sean algo espectaculares para los lectores de
lengua inglesa en 1965 como lo fueron para el lector español
al final de siglo. El traductor ­un poeta fino­­ fue reclamado
por el legible inglés que indefectiblemente llevó a cabo; su len­
guaje es vivo y puede ser escuchado con placer. A veces, cuando
54 los adjetivos fueron un poco traicioneros, sorprende. La inrelí­
gibilidad no es una virtud propia de Rubén especialmente para
aplaudirse; a él le interesaba más la delicadeza de la cadencia la
orquestación de los tonos y las imágenes sagaces. Traducir' su
pensamiento es, al menos, transcribir lo que sucede.
El señor Kemp, tuvo las suficientes fuentes para realizar su
labor decentemente. Pero a él le cautiva, como a muchos, la "So­
natina" famosa de Rubén escrita en alejandrinos:

La princesa está pálida en su silla de oro,


está mudo el teclado de su clave sonoro ...

El equivalente de Kernp, en inglés medio de cuarta catego­


ría, hace gala de una pronunciada variedad con el original es­
pañol:
The princess is pale in her golden cbair,
the keys or her harpsichord gather dust ...

Es una lástima que descuide la forma en poemas como "Vi­


sión" ­un tributo a Dante en terza rima­ y en "Santa Elena
de Montenegro" lleno de un ritmo helado, funéreo, igual al de
"Dies Irae". No presta atención a la forma del poema, a su ma­
nera primaria, hasta el extremo de que lo destruye.
Nada de esta colección es satisfactorio. El texto español no
es exactamente verdadero. Aún sabiendo algo o casi nada de es­
pañol uno podría comprender al poeta notando que no escribió
­­como se lee en las traducciones del señor Kemp­s­: "la suave
y engañosa ala de su suave abanico", sino "el ala aleve del leve
abanico", ni tampoco: "el pájaro carpintero repite su silbido so­
noro", sino "su pito repite el pito real". Y, podríamos pregun­
tarnos, ¿qué texto usa el señor Kemp? Uno podría suponer que
es la edición Aguilar de Alfonso Méndez Plancarte, ya que tra­
duce "cálida" y "alma" por "pálida" y "alba". Esos son abun­
dantes brujuleos, pequeñas traiciones. Mas una palabra, engañosa
a primera vista, podría conducirnos a la exacta. También unas
pocas notas y un indispensable glosario ­<le los cuales carece­
podrían habernos abreviado la perplejidad sin fin que manifes­
tamos.
La selección de los poemas, por su lado, es decepcionante.
El señor Kemp carece de rigor y, al admitir muchas composicio­
nes, es desajustado. La mayor parte de las veces no ha escogido 55
el mejor y el más representativo poema; en cambio, sí, el más
rápidamente traducible. Omite algunos poemas importantes. ¿Só­
lo algunos? Gerardo Diego en su antología clásica incluye vein­
tiún poemas de Rubén que estima significativos. El señor Kemp,
en su selección tres veces más extensa que la de Diego, sólo in­
cluye seis de ellos. No incluye, tampoco, ninguno de los cinco que
Geral Brenan califica de "inolvidables".
Tan experto es su conocimiento que mira algunas palabras
con ojos superficiales, desacertados. El sabe, por ejemplo, que
"marfil", "tormentas", "consuelos" y "trece" no significan "mar­
ble ", "torments", "counsels" y "three". Más aún: un buen poe­
ma, como es "Lo Fatal", se arruina, volviéndose verdaderamente
fatal, por esas tergiversaciones. Y ha estropeado con los tipos de
errores referidos a "Gioconda ", "milenario", "Argentina" y "ca­
mino". Es una lástima, en resumen, que por todas sus muchas
excelencias esas traducciones resulten fallidas tomando en cuen­
ta la perfección que Rubén ­" refinado, exquisito, virtuoso de
la forma"­ pudo haberse merecido.

(Traducción de Jorge Eduardo Arellano, Enero, 1966).

56
A propósito del Centenario Dariano

EL HOMENAJE DE LOS LIBROS


por
JORGE EDUARDO ARELLANO

Tono nicaragüense que aspire a tener una visión nueva­ ya


crítica o biográfica­ sobre Darío, debe leer todas o la mitad o,
por lo menos, tres de las obras programadas a publicarse, según
parece, a lo largo del presente año: Porque sólo de esa manera
celebrará, individual, saludable y debidamente el centenario del
nacimiento de nuestro poeta.
En estas líneas anotaremos los títulos de los libros en poten­
cia y en vista de que toda reseña resultaría incompleta e inade­
cuada por falta de espacio, señalaremos algunas particularidades
positivas y negativas de dos de los que han aparecido con motivo
del cincuentenario de su muerte.
Los libros ya editados son cinco: Rubén Varío Criollo en El
Salvador, de Diego Manuel Sequeira, publicado en agosto del año
pasado; Rubén Daría y los Nicaragüenses, edición extraordinaria'
de Revista Conservadora correspondiente al número 65; El Pro­
vincialismo contra Daría, de Luis Alberto Cabrales; una antología
de poemas hechos por Nuevos Horizontes y Rubén Daría en Ox­
[ord, que contiene los cuatro trabajos de la famosa polémica in­
glesa del 62, esto es, los de Cecil Mauríce Bowra y Luis Cernu­ 57
da (atacantes) y los de Arturo Torres Rioseco y Ernesto Mejía
Sánchez, (defensores). Los restantes, de los cuales conocemos uno
que otro título, todavía no han aparecido, pero podemos dar una
ligera noticia de cada uno de ellos.
Entre éstos el que promete mayor calidad por su carácter
aparentemente monumental y por la competencia de sus autores
­ambos darianos reconocidos­ es el de Julio Icaza Tijerino
y Eduardo Zepeda­Henríquez que versará sobre la poética de
Darío o, más concretamente, sobre los elementos materiales y
formales de la obra dariana, sin eludir su proceso de creación
poética y su proyección histórica.
Dicha obra en preparación estudiará, por vez primera, a Da­
río analizando sus elementos filosóficos ­el platonismo en la
concepción de la belleza, la virtud pedagógica de lo estilístico en
lo épico y el aristotelismo en fa concepción del arte­, mágicos
y místicos ­­como las supersticiones y leyendas de su infancia, la
mitología indígena americana, el pavor de la muerte, la mitología
griega como expresión de realidades vitales y los mitos de su tiem­
po: el progreso y la ciencia ­artísticos, étnicos, telúricos, biológi­
cos, síquicos, sociales y geográficos; como también su lenguaje poé­
tico y su estilo.
Los que esperamos ver editados en estos meses, además del
anotado, son los siguientes: El Poeta pregunta por Stella de Ma­
ría Teresa Sánchez ­monografía biográfica copiosa en datos so­
bre las relaciones del maestro con Rafaelita Contreras­, Dic­
cionario Mitológico Dariano de Carlos Martínez Rivas­ trabajo
clave para conocer una gran parte de la cultura rubeniana, el cual
el autor parece que lo ha preparado desde hace algún tiempo­,
una biografía dimensíonalmente inconmensurable del poeta Angel
Martínez S. J.­, un libro de Roberto Armijo ­ escritor salvado­
reño ganador del reciente concurso en la rama de ensayo que ha
estudiado a Rubén, según mi amigo el poeta Rothschuh, los úl­
timos cuatro años­ y una antología, que será una sorpresa, selec­
cionada por el propio Rubén y completada por Pablo Antonio
Cuadra y Eduardo Zepeda­Henríquez.
De los ya publicados, consideramos que Provincialismo con­
tra Rubén Daría y Rubén Daría en Oxford, por la revalorización
y la trascendencia crítica que encierran son los más valiosos y en
58 consecuencia ­junto con el de Zepeda­Henríquez y el de Icaza
Tijerino­ los que más deben leerse y difundirse. El aporte del
libro de Sequeira y el de Revista Conservadora, en comparación
con los citados, resultan débiles porque, al leerlos, el concepto que
se tiene sobre Daría no cambia, permanece intacto; en cambio al
leer el de Cabrales y el ensayo de Mejía Sánchez ­­el más signifi­
cativo de los trabajos oxfordianos­ el concepto que se tiene sobre
Darío evoluciona, avanza hasta constituirse en algo más o menos
definitivo.
El libro de Diego Manuel Sequeira ­investigador dariano
bibliográfico­ es, según Fidel Coloma, "particularmente intere­
sante para el estudio de su evolución artística", a pesar que el
método que usó no es el "procedimiento más adecuado para esta
especie de investigaciones, considerando que es necesario repro­
ducir in extenso multitud de documentos, lo que confunde la
secuencia biográfica" y, para otro crítico más exigente e inquisidor,
sólo "recoge torpemente crónicas, poemas y prosas del genial ni­
caragüense, mereciendo el desprecio de la crítica quien ha silen­
ciado su opinión sobre él por su desorden y por mal redactado.
Este último, para probar lo que opinaba, señaló "tres errores ga­
rrafales" en el libro y citó, además la fuente original de la cual
Sequeira hizo su "burda paráfrasis".
Nosotros comulgamos con el primer juicio, aunque no dese­
chamos el segundo ( y sobre todo por los tres errores garrafales
desenmascarados) sin llegar a contradecirnos, porque esta obra
bien puede servir, al liquidar biográficamente la estancia de Daría
en El Salvador desde todos los puntos de vista, "para una cabal in­
terpretación del desenvolvimiento de las ideas estéticas, de la crea­
ción y de la bibliografía dariana "; y ser, al mismo tiempo, prosís­
ticamente cursi y metódicamente desordenado.
Sin embargo algunas personas, quizás malintencionadas, han
afirmado que el autor de Rubén Daría Criollo en El Salvador uti­
lizó 6,000 fichas bibliográficas ajenas ­facilitadas por el angeli­
cal y bondadoso poeta Angel Martínez S. J. ­para la elaboración
de ese su segundo libro y para el primero­ "Rubén Daría Crio­
llo", Editorial Kroft, 1945­ 380 del archivo dariano del mismo
poeta.
Mas, después de todo, no podemos negar la labor investi­
gadora de Sequeira que es encomiable y, dado el inexistente apo­
yo que se le da a la rama en cuestión, heroica, 59
Si es cierto que el número de Revista Conservadora consti­
tuye una edición de incalculable valor, copiosa en información
y documentación para el futuro, también es cierto que su criterio
selectivo es de lo más dispar porque, por ejemplo en la sección
"Daría y sus actuales escritores nicaragüenses", al lado de mag­
níficos. estudios ­<:orno los de Luis Alberto Cabrales, Edgardo
Buitrago, Ernesto Mejía Sánchez, Pablo Antonio Cuadra, Carlos
Martínez Rivas, Julio Icaza Tijerino, José Coronel Urtecho y de
algún otro­­ uno se encuentra con colaboraciones que no dicen
nada o muy poco, ya inflamadas de palabras, llenas de lugares co­
munes, ya vacías e inaguantables, como las de algunos de los res­
tantes, cuyos nombres y trabajos no merecen siquiera anotarse.
En ­cuanto a la sección "sus contemporáneos de León" falta el tra­
bajo de Remigio Casco que se encuentra a mano en el Parnaso Ni­
oaragiiense (Maucci 1912), de Santiago Argüello ­que tiene me­
jores cosas sobre Daría, por ejemplo sus estudios críticos de su
libro ­ en dos tomos Modernismo y Modernistas­ se escogió algo
insignificante. En "sus contemporáneos de Granada" aparece, como
también los "actuales escritores", Pedro Joaquín Cuadra Ch. ¿En
qué quedamos? Don Pedro Joaquín ¿es contemporáneo o no de
Daría? Además, en esa misma sección de los contemporáneos
granadinos, el" Juicio Crítica" de Joaquín Gómez Rouhaud no tiene
que ver nada con Darío ­pues trata sólo del poeta callejero Pro­
copio Vado y Zurrizana ­a pesar de que se usó como aguijón
contra Rubén, Mas ese hecho no justifica que, en una edición
seria como pretende ser este número, se le incluya.
Si exigimos que este tomo sea en verdad de "incalculable
valor" y una amplísima selección de todo lo que los nicaragüen­
ses han escrito sobre Rubén, vemos que hacen falta dos impor­
tantes polémicas: la de José Coronel Urtecho y Carlos A. Bravo
en 1927; y la de Diego Manuel Chamorro contra cuatro o cinco
nicaraguanos en 1932, que consta de más de diez textos. Ambas
resumen claramente las razones de la actitud dariana inicial de la
generación de vanguardia, tema que no se puede despreciar, elu­
dir u olvidar. También se observan algunos errores cronológicos
y tipográficos, los cuales se dejaron pasar o por ignorancia o por
miopía o por exceso de trabajo. En la página 122, a propósito,
la "contrarrima" reproducida aparece fechada en 19 3 5 y data de
diez: años atrás, esto es de 1925, porque aparece citada en 1932
en un trabajo de su actor titulado "Vanguardismo y Pedrojoa­
'60 quinismo" como de 1925,
Pero los defectos más pronunciados que 'se advierten "eri"esfe!
volumen son dos: la ausencia de los estudios conocidos de dos au­
tores: Salomón de la Selva y Eduardo Zepeda­Henríquez; y la
total ausencia de las fichas bibliográficas originales de los traba­
jos antologizados ­o la referencia, al menos, de la fecha y el lu>
gar donde se publicaron inicialmente­ tan necesarias e indis­· ·
pensables para que una obra adquiera el pasaporte de la veraci­ .
dad, del reconocimiento y del prestigio, mucho más cuando se
trata, como en este caso, de una importante e histórica anto­
logía.
De Rubén Daría en Oxford anotamos, que el ensayo final
de Mejía Sánchez, aparte de que destruye totalmente el "Expe­
rimento en Rubén Daría" de Luis Cernuda, establece bases que·
completan el "balance final de Sir Bowra" ­­cuya conclusión de
su estudio es más favorable a Daría que al comienzo del mismo­
aunque no "delimitadas lo suficiente ni ejemplificadas con efica­
cia" lo que sugiere todo un estudio de mayor extensión y, asimis­
mo, otras anotaciones comprensivas y constructivas. "Rubén
Darío, poeta del siglo XX", es, en resumen, un "examen de bue­
na fé, una especie de corte de caja, de balance al día de hoy, de
la poesía y del hombre, para poner en claro lo vivo de ambos,
lo permanente de su obra, si es que esto puede identificarse con
lo clásico y con lo que la poesía actual persigue más acentuada­
mente ". Es decir, un texto magistral e imprescindible.
No obstante, al decir de Antonio Castro Leal en su crónica
de la polémica, "fué lástima que Mejía Sánchez ­en lugar del
caso de Cernuda, que en sí mismo no tiene importancia­ no se
refería al fenómeno más general de la frialdad, falta de simpa­
tía y hasta inquina que sistemáticamente muestra la crítica espa­
ñola respecto a la obra y personalidad de Daría. Y así lo mani­
festó en la discusión que siguió a la lectura del trabajo de Mejía
Sánchez, agregando algunas otras observaciones que me parecie­
ron pertinentes".
Esto es, precisamente, lo que hace Cabrales en el último
capítulo de su libro: romper lanzas por el maestro contra la crí­
tica del "provincialismo hispánico", mejor dicho, contra las prin­
cipales y más nocivas. Y lo hace estupendamente, pero no ahon­
da en el caso de Cernuda que Mejía Sánchez, por su lado, se
ocupa de él. Mas Cabrales no sólo se dedica a refutar las críticas 61
provincianas españolas, que todavía hay que tomarlas en cuen­
ta, pues su cantidad es más que abundante, sino que se ocupa
también, como lo indica el título de su obra, de otras críticas pro­
vincianas, destruyéndolas por completo, como las que han favore­
cido a Juan Ramón Molina, a Francisco Gavidia, a José Asunción
Silva, a Enrique González Martínez, a José Santos Chocano y a
José Martí.
El libro de Cabrales no es otra cosa que una exégesis con­
tundente a favor del maestro, un texto que venía haciendo falta
y que causará furor en la crítica hispánica y del Continente, si es
que se distribuye bien, y que parece estar respaldado y reforzado
con mayor documentación de parte de su autor que mantendría
perfectamente una polémica de dimensiones internacionales.

Marzo, 1966.

62
A. B. C. DE LA POESIA DARIANA
Por
EDUARDO ZEPEDA-HENRIQUEZ

.se.: el libro en que Rubén comienza a ser él mismo;


es su partida de nacimiento. a la originalidad creadora. El poeta
ya no se satisface con las formas tradicionales; y estrena su propio
lenguaje. Allí ensaya ritmos nuevos y nuevas maneras de expre­
sión en verso y prosa, logrando alcanzar el grado de maestría,
porque sabe su oficio. Y su arte, en lo que tiene de artesanía,
consiste sobre todo en hacer versos. El tiene conciencia de que
los versos "hay que hacerlos": de que no se reciben "hechos".
Sin embargo, él sabe también que para re­formar se necesita co­
nocer en plenitud lo que está formado, lo que ya tiene una forma.
Y Darío inicia entonces su obra de "reformador", en sentido
literal.
Como un verdadero amante, puede conocer por el tacto
todas las formas de la poesía de su lengua; y, al amarlas, no
sólo las transforma y transfigura platónicamente, sino que, al
mismo tiempo, las admira y acaricia en su realidad primera. De
aquí que nuestro poeta sea revolucionario, pero nunca revoltoso.
No desprecia las formas clásicas, porque, precisamente, por ser­
lo tienen vida, que es decir renovación. Pero tampoco se encanta
con el canto de sirena de los puros ­puritanos­ preceptistas,
que creían que lo clásico era algo rígido, intangible y estático,
63
1

digno sólo de imitación servil.


Y a con esa formaci6n, el joven Dado crea el moderno poe­
ma en prosa castellana.

II

�OSAS PROFANAS redondea el mundo modernista de


nuestro poeta; un mundo conquistado por la sola imaginación;
mundo de escape, 'de perfección ideal, corno él platónico. Lá su�­
rancia de ese mundo es el símbolo, y Darío·há estilízado su simbo­
lismo hasta el refinamiento. Nunca la lengua castellana tuvo ma­
yores posibilidades de levedad, salvo en los místicos. La forma
misma tiene calidades de orfebrería. Cada imagen es un color, y
�ada color, una nota musical. Rubén se ha embriagado de formas.
Ha puesto de pie una muchedumbre de símbolos, que le obede­
cen con docilidad de figuras de­ "guiñol".
Pero no queremos decir que sus creaciones de entonces no
tienen vida; la tienen, aunque con sentido más alto, como las
creaciones del mundo· infantil. Se trata, si queréis, de "una vida '1
y no de la vida; de una vida en gracia, que es la del arte. Hay
en el poeta, a través de esos años de plena juventud, como una
pureza estética que lo salva incluso de la crítica y de las muchas
tentaciones de sus sentidos. "Prosas Profanas" es una obra de
áhorro de belleza, de salvación de un mundo pródigo y prodigio­
so que los hombres, más pronto o más tarde, suelen perder.
Leyendo al Rubén de 1896, a ratos entran deseos de rom­
perle el fanal. Pero ese mundo poético suyo es digno de admira­
ción, por su verdad a toda prueba. Y prueba de ello es que allí,
precisamente, se· busca la sorpresa, como a salto de mata: la pi­
rueta magistral de la fantasía y el cabrioleo del verso que, domeña­
do, lleva el idioma hasta los límites del milagro.

III

� "CANTOS DE VIDA Y ESPERANZA" tienen el do­


rado de las uvas maduras, El poeta se sabe ya clásico, y pesa sus
64 poemas en oro puro. En est.e libro, el maestro del verso ahonda las
depuradas formas en dimensión humana, que es, al mismo tiempo,
personal y étnica. Darío se ha desdoblado en estudioso de si mis­
mo, objetivando su propia subjetividad. Ya no hace una poesía
intemporal, sino vivencial, porque vive poéticamente ­minuto
a minuto­ su existencia de hombre. Y la vive con pasión, en el
doble sentido de amarla con vehemencia y de padecerla. Es de­
cir, le ha encontrado sentido a su vida; y, por ello, le pone mú­
sica y la canta.
De su boca salen ahora cantos de vida, que, como el mismo
vivir, se bifurcan en esperanza y en fatalidad: en alegría cristia­
na y en angustia existencial. Se queda corto, como veis, el títu­
lo de este libro rubeniano. Sin embargo, cuando nuestro poeta
sincroniza su tiempo vital con el tiempo histórico de su pueblo
­el pueblo de aquende y de allende el idioma­, predica única­
mente con su ejemplo de optimismo; y, al predicar, predice lo
óptimo para las naciones hispánicas. La palabra poética de Ru­
bén se ha vuelto profecía y pastoreo de nuestro destino.
Y no podemos pedirle más a un poeta que sube del testi­
monio al vaticinio; y que, por añadidura, maneja su lengua en
plenitud, con responsabilidad de artífice, usándola precisa y sa­
biamente, y, a la vez, rehaciéndola, recreándola, actualizándola,
hasta dejarla definitiva: válida en todo tiempo. De aquí que el
verso dariano de "Cantos de Vida y Esperanza" ya no sea mo­
dernista, sino moderno, con la modernidad permanente de lo
clásico.

-5
65
COMO CONOCI A RUBEN DARIO
Por
EUOORO SOLIS

CoNOCI a Rubén Darío en 1916 y en el mismo año lo vi


muerto. Dos poetas, José Olivares y Ramón Sáenz Morales me
invitaron para visitar al ilustre enfermo en su residencia de
campo. Se anunció Olivares. Eran amigos y éste había colabo­
rado en "MUNDIAL", la revista de Rubén en París.
Momentos después estábamos junto al poeta. Vestía panta­
lón azul y camisa de seda blanca. Me impresionó su inmensa pa­
lidez y el fatal agotamiento que empezaba a quemar en sus ojos
los últimos carbones de la vida y los primeros de la eternidad.
Pensé, al verlo, que aquella carne próxima a quebrarse se estaba
haciendo el tocado definitivo para su hora final.
A ratos, descansaba en su sillón de junco, las manos pues­
tas sobre las piernas, otrora ágiles en los días de gloria. Su si­
lencio grave, su mirada cercana a la muerte, penetraron tan hon­
do en mi pasada juventud, que ahora, ­ya hombre­, en mi
alma se posa aquella sombra pura y su imborrable presencia, pa­
ra integrarla al poema y a la llama incesante.
El rostro del poeta, anegado en la luz tierna del atardecer,
desnudaba sus líneas rebeldes, como talladas en piedra. La fren­
te que vi la última vez era aún heroica y magnífica. El cabello 67
de oro otoñal. Los labios imposibles para besar en las locas fau­
nalias las pomas del pecado. Tal la visión anterior a la agonía
del poeta.
En el tamarindo del patio un pájaro tocaba su flauta prima­
veral. Darío lo escuchaba, recordando su pasado. El atardecer
entraba, entraba el campo verde y la sala se llenaba de luz fres­
ca. Jamás otro silencio, ni pintura de la hora, han vuelto a pasar
por mi vida. Vi a un Rubén bajo el arco de la sombra eterna.
Oí su paso llegando al umbral de lo desconocido. Estábamos con
él como frér\i:e a un retrato que nuncl\. �abíamos visto, sus ojos
golpeando la ceniza, la arena congregada al pie de la estatua.
Rubén Darío pronunció unas palabras: "DICHOSO ESE
ARBOL Y EL PAJARO QUE AUN PUEDE CANTAR ASI".
Aquella voz otoñal era el hilo que todavía ataba sus últimos
días, cuando cerca de su oído, empezaba el vago son de una or­
questa invisible al otro lado del tiempo. Las vibraciones del in­
finito son percibidas por el mundo del poeta en la proximidad
del límite entre la muerte y la vida, cuando la conciencia reune
su entera eternidad y ya no escucha el latido del universo, sino
que obedece al mandato íntimo de Dios en esa hora total. Apa­
gado el rumor humano, todo apagado, el ser rebota contra el
muro y se recobra en la vastedad indefinible y en el estallido de
la verdadera· claridad. .. "'
Rubén Darío oyó el canto del pájaro y miró el árbol, aque­
lla tarde de Febrero y principió a tocar el fondo:
. Días después, el 6 de Febrero de 1916, el poeta· había
muerto, en León, acostado sobre el pecho de la añoranza de la
tía Bernarda y en la noble casa solariega de ambos.
Por Rubén Darío lloró América. Su. París nocturno. Su Ita­
lia vaticana. Su Grecia eterna. La estirpe griega. y la latina. Lo
medieval y siglo XX. Todas las culturas y climas del espíritu hu­
mano. Porque el poeta estaba unido a lo universal por la gloria
mayor que mortal. alguno haya conquistado. Por. su corazón hispá­
nico, España y todas las Españasdel espíritu, lloraron al poeta.
Se oyó y se oye todavía el cincel .de ambos: mundos tallando
el mármol en las formas, puras. de la. r�v�rencia y
la. dignidad. hu­
6�..J mana; para un Rubén vivo ­en. la poesía. hispanoamericana, en la.
poesía universal de los "Cantos de Vida y Esperanza", donde el
poeta está defendido por aguas inmensas y su presencia ecumé­
nica se interna en la cultura Occidental, como en su propio mun­
do y el reino del espíritu.
Al llegar a León tuve la sensación de entrar en una ciudad
olímpica. Voces de Vacante en las torres altas, y la noble Cate­
dral tañendo sus bronces ilustres. Vi llorar a León. Lo vi incli­
nándose junto a la casa que fue la última residencia de Rubén
Darío. Aquella casa ardía en la hora más larga del tiempo. Eran
las seis en punto de la tarde.
(Del Libro "Grato Pretérito», 1957)

69
RUBEN DARIO
Antología Poética de Rubén Darío

LAS ANFORAS DE EPICURO

LA ESPIGA

.Mira el signo sutil que los dedos del viento


hacen al agitar el tallo que se inclina
y se alza en una rítmica virtud de movimiento.
Con el áureo pincel de la flor de la harina

trazan sobre la tela azul del firmamento


el misterio inmortal de la tierra divina
y el alma de las cosas que da su sacramento
en una interminable frescura matutina.

Pues en la paz del campo la faz de Dios asoma.


De las floridas urnas místico incienso aroma
el vasto altar en donde triunfa la azul sonrisa.

Aún verde está y cubierto de flores el madero,


bajo sus ramas llenas de amor pace el cordero
y en la espiga de oro y luz duerme la misa, 73
LA FUENTE

Joven, te ofrezco el don de esta copa de plata


para que un día puedas calmar la sed ardiente,
la sed que con su fuego más que la muerte mata.
Mas debes abrevarte tan sólo en una fuente.

Otra agua que la suya tendrá que serte ingrata;


busca su oculto origen en la gruta viviente
donde la interna música de su cristal desata,
junto al árbol que llora y la roca que siente.

Guíete el misterioso eco de su murmullo;


asciende por los riscos ásperos del orgullo;
baja por la constancia y desciende al abismo

. cuya entrada sombría guardan siete panteras:


son los Siete Pecados las siete bestias fieras.
Llena la copa y bebe: la fuente está en ti mismo,

74'
PALABRAS DE LA SATIRESA

Un día oí una risa bajo la fronda espesa;


vi brotar de lo verde dos manzanas lozanas;
erectos senos eran las lozanas manzanas
del busto que bruñía de sol la Satiresa.

Era una Satiresa de mis fiestas paganas,


que hace brotar clavel o rosa cuando besa
y furiosa y riente y que abrasa y que mesa,
con los labios manchados por las moras tempranas.

"Tú que fuiste ­me dijo­­ un antiguo argonauta,


alma que el sol sonrosa y que la mar safira,
sabe que está el secreto de todo ritmo y pauta

en unir carne y alma a la esfera que gira,


y amando a Pan y Apolo en la lira y la flauta,
ser en la flauta Pan, como Apolo en la lira".

75
LA ANCIANA

Pues la anciana me dijo: "Mira esta rosa seca


que encantó el aparato de su estación un día:
el tiempo que los muros altísimos derrueca
no privará este libro de su sabiduría.

En esos secos pétalos hay más filosofía


que la que darte pueda tu sabia biblioteca;
ella en mis labios pone la mágica armonía
con que en mi torno encarno los sueños de mi rueca".

"Sois un hada", le dije, "Soy un hada­me dijo­­,


y de la primavera celebro el regocijo
dándoles vida y vuelo a estas hojas de rosa."

Y transformóse en una princesa perfumada,


y en el aire sutil, de los dedos del hada
voló la rosa seca como una mariposa.

76
AMA TU RITMÓ

Ama tu ritmo y ritma tus acciones


bajo su ley, así como tus versos;
eres un universo de universos,
y tu alma una fuente de canciones.

La celeste unidad que presupones,


hará brotar en ti mundos diversos;
y al resonar tus números dispersos
pitagoriza en tus constelaciones.

Escucha la retórica divina


del pájaro del aire y la nocturna
irradiación geométrica adivina;

mata la indiferencia taciturna,


y engarza perla y perla cristalina
en donde la verdad vuelca su urna.

77
A LOS POETAS RISUEÑOS

Anacreonte, padre de la sana alegría;


Ovidio, sacerdote de la ciencia amorosa;
Quevedo, en cuyo cáliz licor jovial rebosa;
Banville, insigne orfeo de la sacra Armonía;

Y con vosotros, toda la grey hija del día,


a quien habla el amante corazón de la rosa,
abejas que fabrican sobre la humana prosa
en sus Himetos mágicos mieles de poesía:

prefiero vuestra risa sonora, vuestra musa


risueña, vuestros versos perfumados de vino,
a los versos de sombra y a la canción confusa

que opone el numen bárbaro al resplandor latino;


y ante la fiera máscara de la fatal Medusa,
medrosa huye mi alondra de canto cristalino.

78
LA HOJA DE ORO

En el verde laurel que decora la frente


que besaron los sueños y pulieron las horas,
una hoja suscita como la luz naciente
en que entreabren sus ojos de fuego las auroras:

o las solares pompas, o los fastos de Oriente,


preseas bizantinas, diademas de Theodoras,
o la lejana Cólquida que el soñador presiente
y a donde los Jasones dirigirán las proras.

Hoja de oro rojo, mayor es tu valía,


pues para tus colores imperiales, evocas
con el triunfo de otoño y la sangre del día,

el marfil de las frentes, la brasa de las bocas,


y la autumnal tristeza de las vírgenes locas
por la Lujuria, madre de la Melancolía.

79
MAR.IN' A

Como al fletar mi barca con destino a Citeres


saludara a las olas, contestaron las olas
con un saludo alegre de voces de mujeres.
Y los faros celestes prendían sus farolas,
mientras temblaba el suave crepúsculo violeta.
"Adiós ­­dije­, países que me fuisteis esquivos:
adiós, peñascos enemigos del poeta;
adiós, costas en donde se secaron las viñas
y cayeron los términos en los bosques de olivos.
Parto para una tierra de rosas y de niñas,
para una isla melodiosa
donde más de una musa me ofrecerá una rosa".
Mi barca era la misma que condujo a Gautier
y que Verlaine un día para Chipre fletó,
y provenía de
el divino astillero del divino Watteau.
Y era un celeste mar de ensueño,
y la luna empezaba en su rueca de oro
a hilar los mil hilos de su manto sedeño.
Saludaba mi paso de las brisas el coro
y a dos carrillos daba redondez a las velas.
En mi alma cantaban celestes filomelas,
cuando oí que en la playa sonaba como un grito.
Volví la vista y vi que era una ilusión
que dejara olvidada mi antiguo corazón.
Entonces, fijo del azur en lo infinito,
para olvidar del todo las amarguras viejas,
como Aquiles un día, me tapé las orejas.
Y les dije a las brisas: "Soplad, soplad más fuerte;
soplad hacia las costas de la isla de la Vida."
Y en la playa quedaba, desolada y perdida,
80 una ilusión que aullaba como un perro a la Muerte.
DAFNE

A][) afne, divina Dafne! Buscar quiero la leve


caña que corresponda a tus labios esquivos;
haré de ella mi flauta e inventaré motivos
que extasiarán de amor a los cisnes de nieve.

Al canto mío el tiempo parecerá más breve;


como Pan en el campo haré danzar los chivos;
como Orfeo tendré los leones cautivos,
y moveré el imperio de Amor que todo mueve.

Y todo será, Dafne, por la virtud secreta


que en la fibra sutil de la caña coloca
con la pasión del dios el sueño del poeta:

porque si de la flauta la boca mía toca


el sonoro carrizo, su misterio interpreta,
y la armonía nace del beso de tu boca.

81
LA GITANittA
A Carolus Durán

Maravillosamente danzaba. Los diamantes


negros de sus pupilas vertían su destello;
era bello su rostro, era un rostro tan bello
como el de las gitanas de Don Miguel Cervantes.

Ornábase con rojos claveles detonantes


la redondez obscura del casco del cabello;
y la cabeza, firme sobre el bronce del cuello
tenía la patina de las horas errantes.

Las guitarras decían en sus cuerdas sonoras


las vagas aventuras y las errantes horas;
volaban los fandangos, daba el clavel fragancia;

la gitana, embriagada de lujuria y cariño,


sintió cómo caía dentro de su corpiño
el bello luis de oro del artista de Francia.

82
ALMA MIA

Alma mía, perdura en tu idea divina;


todo está bajo el signo de un destino supremo;
sigue en tu rumbo, sigue hasta el ocaso extremo
por el camino que hacia la Esfinge te encamina.

Corta la flor al paso, deja la dura espina:


en el río de oro lleva a compás el remo;
saluda al rudo arado del rudo Triptolemo,
y sigue como un dios que sus sueños destina ...

Y sigue como un dios que la dicha estimula;


y mientras la retórica del pájaro te adula
y los astros del cielo te acompañan, y los

ramos de la Esperanza surgen primaverales,


atraviesa impertérrita por el bosque de males
sin temer las serpientes; y sigue, como un dios ...

83
YÓ PERSÍGO UNA FORMA ...

Y o persigo una forma que no encuentra mi estilo,


botón de pensamiento que busca ser la rosa;
se anuncia con un beso que en mis labios se posa
al abrazo imposible de la Venus de Milo.

Adornan verdes palmas el blanco peristilo;


los astros me han predicho la visión de la Diosa;
y en mi alma reposa la luz, como reposa
el ave de la luna sobre un lago tranquilo.

Y no hallo sino la palabra que huye,


la iniciación melódica que de la flauta fluye
y la barca del sueño que en el espacio boga;

y bajo la ventana de mi Bella­Durmiente,


el sollozo continuo del chorro de la fuente
y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.

84
URNA VOTIVA
A. Lamberti

§OBRE el caro despojo esta urna cincelo:


un amable frescor de inmortal siempreviva
que decore la greca de una urna votiva
en la copa que guarda rocío del cielo;

una alondra fugaz sorprendida en su vuelo


cuando fuese a cantar en la rama de oliva,
una estatua de Diana en la selva nativa
que la Musa Armonía envolviera en su velo.

Tal, si fuese escultor, con amor cincelara


en el mármol divino que brinda Carrara,
coronando la obra una lira, una cruz;

y sería mi sueño, al nacer de la aurora,


contemplar, en la faz de una niña que llora,
· una lágrima llena de amor y de luz.

85
NICARAGUA INDIGENA
REVISTA DE CULTURA
Publicada por el Instituto Indigenista Nacional

N? 43 VOLUMEN VI 1967

"AÑO RUBEN DARIO"

EN ESTE NUMERO:

EDITORIAL 3
Arturo Mejía Nieto (hondureño):
Precursor del Exodo Intelectual Centroamericano hacia Argentina 5
Dr. Carlos M. Gálvez (hondureño):
El Movimiento Pendular de la Cultura 11
Jorge Fidel Durón (hondureño):
"El Viaje a Nicaragua" de Rubén Darío 15
Los que Escribieron Sobre Rubén Darío 21
Federico de Onis:
Sobre el Concepto del Modernismo 25
Luis Alberto Cabrales:
Posición de Darío en la Literatura Castellana . . . . . . . . . . 33
Archivo Rubén Daría:
Prosas poéticas de "Stella" .. 45
l obn Frederick Nims:
La Ultima Traducción de Rubén Daría al Inglés 53
Jorge Eduardo Arellano:
El Homenaje de los Libros . . . . 57
Eduardo Zepeda­Henriquez:
A B C de la Poesía Dariana 63
Eudoro Salís:
Cómo Conocí a Rubén Darío . . . . . . . . . . . . 67
ANTOLOGIA POETICA DE RUBEN DARIO 73

S_':"! ruega indicar la procedencia al reprodu-


cir los trabajos contenidos en esta revista.
86 Corr�snondencia y Canje a su Director:
3a. Calle N. O., No. 505. ­ Managua, D. N.
Impreso en los Talleres
de la Imprenta Nacional
Managua, D. N.
lj_!
Imprenta Nacional, Managua, D. N., Nicaragua.

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