Lara, Jesus - La Poesia Quechua (1947)
Lara, Jesus - La Poesia Quechua (1947)
Lara, Jesus - La Poesia Quechua (1947)
CG:'rra CJirme..,
30
Primera edición, 1947
La poes1a
/
quechua
I
EL PUEBLO QUECHUA EN EL CRITERIO OCCIDENTAL
11
EL PUEBLO QUECHUA EN EL PENSAMIENTO
BOLIVIANO
III
LOS CONQUISTADORES Y EL INCARIO
IV
LAS REALIDADES DEL INCARIO
l. LA REALIDAD POLITICA
2. LA REALIDAD ECONOMICA
3. LA REALIDAD SOCIAL
4. LA REALIDAD CULTURAL
c) La arquitectura
Siendo la destrucción el método principal que utilizaron los es-
pañoles para consolidar su poderío en las colonias, hallaron en la
arquitectura un blanco demasiado visible. Cuzco y otras numerosas
poblaciones les enseñaban el orgullo de sus templos, de sus palacios
y de sus fortalezas, construídos todos de pórfido y de granito como
un ensueño de inmortalidad de la raza, como un gesto de invencibi-
lidad frente al asedio de los siglos. Fortalezas, palacios y templos
fueron derribados no sólo por razones políticas y religiosas, sino
porque se descubrió que los indios habían empleado a veces oro y
plata en fusión para juntar los sillares en los muros.
La demolición se extendió como una ley por todos los confines
del lncario. En muchos puntos, principalmente en el Cuzco, no
quedó piedra sobre piedra. Allí donde se había erguido la majestad
de los palacios de los Incas, no tardaron en levantarse las yivien-
dás de los invasores y, en señal de predominio, sobre los cimien-
tos del templo del Sol fué edificado un templo cristiano: Santo
Domingo. Sobre las ruinas del palacio de Atawallpa, allá en Caja-
marca, construyeron una cárcel. Tiawanaku, considerado por los
españoles como obra de los Incas, les proporcionó "cantería" para
templos y viviendas.
Los cronistas primitivos no detienen la mirada en las excelencias
m en las particularidades de la arquitectura aborigen. Pasan de
largo y sólo la enormidad de las piedras empleadas les llama la aten-
ción, y a veces la inexplicable impecabilidad de las junturas. La
visión que nos ofrecen resulta trunca y dislocada como las propias
ruinas.
El mismo Garcilaso, a pesar de haberse abastecido en fuentes
originales, apenas nos permite entrever la grandiosidad del templo
del Sol y la fantástica profusión del oro con que él estaba decorado;
se detiene muy poco en las características de su arquitectura. En las
descripciones que hace de los palacios reales ( cada monarca poseía
un palacio que no podía ser habitado por los sucesores) sólo encon-
tramos que ellos aventajaban en suntuosidad a cuantos alcázares
LA POESIA QUECHUA 37
de reyes existían en el mundo. De lo demás, al ocuparse del célebre
templo del Sol en el Titicaca, de las casas de las vestales en el Cuzco,
de los saldos de Sajsawaman y de otros edificios en el resto del
imperio, olvida el interés arquitectónico que podían ofrecer para dar
preferencia a pormenores de otra índole.
Te_nemos que esperar la visita de Antonio de Ulloa, la de La
Condamine y la de Humboldt para ilustrarnos mejor respecto de
lo que pudo significar la arquitectura dentro de la civilización
creada por Manco Qhápaj. Gracias a ellos podemos saber que
este arte constituía un medio de superación, un testimonio impere-
cedero de grandeza y un decidido afán de proyectarse hacia el fu-
turo. Por ellos sabemos que tres eran las características principales
de aquella arquitectura realizada a base de profundos conocimien-
tos de ingeniería: exteriormente, sencillez, simetría y solidez; inte-
riormente, amplitud, comodidad y lujo en el decorado. En los muros
se utilizaban paralelepípedos de pórfido o de granito tallados con
extraordinaria perfección, los bordes cortados en bisel, y las caras
libres ligeramente convexas. A decir de Humboldt, es asombrosa
la belleza de corte de las piedras, unidas entre sí sin cimiento alguno
aparente, por más que no sea difícil constatar que entre ellas
existen capas finísimas de una suerte de marga arcillosa y algunas
veces de asfalto. El estilo de las puertas, de jambas oblicuas y con
el umbral más ancho que el dinteÍ, presta a los edificios una fiso-
nomía imponente.
Salas amplias, dotadas de ventanas y con numerosos nichos rec-
tangulares en sus cuatro lados, llevaban cenefas de oro, plata o
cobre cerca del techo raso; más abajo, finísimos paneles tejidos de.
algodón o lana de vicuña con motivos pictóricos estilizados, y, en los
nichos, diversidad de efigies de monarcas, guerreros, princesas o
animales totémicos labrados en oro, plata o madera. A veces empo-
traban en las paredes cabezas de cóndores, de pumas o de jaguares,
esculpidas en pórfido, con anillos de rara perfección y movibles, de
igual material, atravesados en los picos o en las narices.
Humboldt y Heat en muchos palacios verifican la existencia de
admirables instalaciones de baños con cañerías para agua caliente y
para agua fría. Ellos y otros viajeros encuentran sobre los dinteles
de las ventanas dispositivos de cortinas primorosamente trabajados en
granito.
Pero la revelación máxima de la arquitectura quechua se pro-
38 LA POESIA QUECHUA
duce hasta a principios de este siglo. El arqueólogo norteameri-
cano Hiram Bingpam y el incaísta cuzqueño José Gabriel Cosío
mostraron a los ojos asombrados del mundo el milagro de Machu
Pijchu. Machu Pijchu es una expresión titánica del poderío espi-
ritual de la raza. Ciudad levantada sobre el ríspido lomo de los
Andes, constituye un grandioso monumento de la arqueología
americana .
.Aquella prodigiosa ciudad de piedra ha sido descrita numerosas
veces desde Inca Land, de Hiram Bingh'am (1912) hasta Machu
Pijchu (Una joya arquitectónica de los Incas), de Luis A. Pardo
(1941). Su origen es un punto oscuro que ha dado margen a serias
discrepancias. Mientras unos, Bingharn y Cosío por ejemplo, consi-
deran que las ruinas datan de épocas anteriores a la dinastía iniciada
por Manco Qhápaj, otros, Luis E. Valcárcel y Paul Rivet entre
ellos, sostienen que la ciudad fué construída y habitada en tiempos
del Incario.
La tesis Bingham, especulativa, nutrida en las fuentes del pen-
samiento español, reposa en el hecho de que los historiadores colo-
niales no mencionan en forma alguna este monumento y que ningu-
na de las numerosas tradiciones narradas por los indios se aproxür.a
a la zona de Vilcanota. Supone que en el período incaico se hallaba
ya, no sólo olvidado, sino enteramente desconocido. La otra tesis,
más objetiva y también más lógica, se funda en que el estilo -arqui-
tectónico y los procedimientos de construcción de Machu Pijchu
son exactamente los mismos que se observan en el Cuzco y en las
demás regiones del Tawantinsuyu; arguye que asimismo la cerámica
y todos los otros restos arqueológicos encontrados aquí no difieren
en nada, comparados con los de procedencia incaica, estudiados
ya y conocidos de sobra.
La última tesis descansa sobre fundamentos más sólidos. La falta
de referencias históricas o tradicionales resulta un cimiento dema-
siado débil para probar lo contrario de lo que están mostrando las
pruebas a los ojos y a la razón. Tampoco puede servir de argumento
aquello de que los conquistadores no hubiesen llegado a esos para-
jes, ni el hecho de que Manco 11, en lugar de refugiarse allí, hubiese
escogido otro sitio. El silencio de los indios puede interpretarse más
bien como una defensa de la ciudad. Si estaban contemplando con
sus ojos la devastación de su esfuerzo de siglos ¿cómo hubieran po-
dido revelar la existencia de aquel sagrario, cuando quizás en él
LA POESIA QUECHUA 39
estaban preservando los tesoros y los objetos de su culto salvados
del Cuzco y de otros lugares? Los españoles sólo conocieron aquello
que pudieron encontrar en sus exploraciones. No hubo indio algu-
no que les hubiese enseñado un sitio sagrado o un monumento
ignorado por ellos. De este modo muchas obras escaparon a la des-
trucción. Como un testimonio, ahí está la formidable fortaleza co-
nocida con el nombre de Incallajta, perdida entre las breñas andi-
nas, en la provincia Carrasco, de Cochabamba. De ella no nos dan
la menor noticia los historiadores de ninguna época. Sarmiento de
Gamboa, Garcilaso y algunos más, sólo se refieren a una pequeña
fortaleza que había en el mismo pueblo de Pocona, bastante lejos
de lncallajta. La existencia de la pucara nunca fué revelada, ni
siquiera en la época republicana, por los indios que vivían juntó a
las propias ruinas. Hasta en 1914 fueron ellas descubiertas por el
sueco Erland Nordenskiold, quien al ocuparse de su importancia
las compara con Sajsawaman. Construída en los límites orientales
del imperio, posiblemente para contener las incursionl;!s de los chi-
riguanas, fue abandonada no se sabe cómo ni cuando. ¿Por qué no
pudo suceder lo propio con Machu Pijchu?
d) La escultura
Los cronistas primitivos no pueden callar del todo la existencia
de la escultura en el lncario, aunque aluden a ella en una forma
tan incidental y despreocupada, que el lector acaba por pensar que
este arte propiamente no existió; es, al menos, la conclusión
que arrancan los más de los investigadores que buscan apoyo en
aquellos. Cieza de León, Sarmiento de Gamboa y algunos _otros lle-
gan a decir que los indios contrahacían en oro y plata a sus reyes
y algunos animales y plantas; pero no pasan de ahí. Garcilaso y He-
rrea no son más explícitos, pues no hieren esa cuestión en un intento
cualitativo, sino simplemente para demostrar la grandeza y suntuo-
sidad de algunas fiestas y de los palacios reales. Se reducen a contar
cómo guardaban en los palacios los bustos de oro de los Incas y cómo
los llevaban en sus procesiones. Por ellos sabemos apenas en qué
forma los centenares de curacas del imperio acudían a la capital en
la pascua del Sol con ofrendas consistentes en estatuas de llamas,
vicuñas, lagartos, pumas y otros animales labrados en oro y plata.
Asimismo nos dan vagas referencias en sentido de que los numerosos
40 LA POESIA QUECHUA
templos del Incario se hallan profusamente dotados de los mismos
objetos. Pero no dicen nada acerca de la calidad de las reproduc-
ciones.
Al iniciarse la era republicana no se poseía mayores noticias.
Pero no tardaron en comenzar los hallazgos de cerámica en los ce-
menterios y otros puntos del antiguo Tawantinsuyu. La mayor parte
de las piezas encontradas, y por supuesto las más interesantes, han
estado luciéndose en los principales museos de Europa antes de la
última guerra. Estados Unidos y la Argentina atesoran también
ejemplares de valor inestimable.
Casi la totalidad de la cerámica excavada en Bolivia ha tomado
el camino del extranjero. Ningún museo boliviano excepto la colec-
ci6n Diez de Medina, ostenta piezas de valía. No ha sucedido, em-
pero, lo propio con el Perú. Los museos de aquel país, particularmen-
te el de Lima, guardan objetos de singular belleza.
La cerámica incaica posee una calidad altísima que no pueden ya
igualar los q1Jechuas actuales. Los procedimientos que sus antepasa-
dos empleaban en el trato de la arcilla, han sido olvidados.
Pero la calidad no es el mérito esencial de aquella cerámica. Los
antiguos quechuas no fabricaban sus vasijas con un simple-concepto
de necesidad, sino con un sentido estético cada vez más amplio y
más trascendental. Nos lo dicen sus hermosos motivos de decoración,
así como la variedad innumerable de sus formas y dimensiones. No
solamente conocían la cerámica necesaria para el uso doméstico ni la
que se empleaba en las fiestas públicas; iban más allá: objetos los
más diversos eran elaborados con el único fin de embellecer la vi-
vienda, esto es, sencillamente para recrear la vista. También muchos
de ellos eran fabricados para acompañar a sus poseedores en la tum-
ba. Muchísimas piezas excavadas en los antiguos cementerios no
dan muestra alguna de haber tenido otra aplicación que la pura-
mente ornamental y votiva.
La decoración y la variedad tampoco significan sus virtudes
más fundamentales. Lo que existe de la cerámica incaica es sufi-
ciente para hacer justicia a ese pueblo de titanes y de artistas. En
ella no tenemos únicamente vestigios ni tanteos, sino una plena
realización, toda una culminación en el ejercicio de la escultura.
Muchos vasos, muchos jarros, muchos objetos ostentan motivos mo-
delados con tanto acierto, con tanto refinamiento, que nos meten
por los ojos la certidumbre de que ellos fueron plasmados por manos
LA POESIA QUECHUA 41
verdaderamente maestras, por manos que conocían todos los secretos
del arte y sabían animar la arcilla con el aliento de la inmortalidad.
En sus líneas, en su volumen, en todos sus elementos se observa
tales cualidades de pureza, de vigor y de proporción, que su pre-
sencia nos sugiere a menudo el equilibrio del arte clásico occidental.
Son notables las cabezas de incas y de ñustas, las de animales toté-
micos y otros temas que ofrecen a nuestra admiración los jarrones y
demás vasijas que guardan los museos.
En El Imperio Socialista de los Incas, Baudin se entusiasma al
describir la cerámica peruana que ha conocido y estudiado. A su
juicio, este arte fue el que mayor desarrollo alcanzó en el Perú y
su estudio podría abarcar una obra entera. Naturalmente, hace esta
afirmación en vista de que faltan testimonios en las demás artes.
"Los vasos -dice- son de todas formas, de todos colores, y con toda
clase de decoraciones, desde los cubiletes de pequeñas dimensiones
hasta las ánforas esbeltas de cuello estrecho y fondo redondeado;
desde las cerámicas monocromas de Chimú hasta las policromas de
Nazca; desde los vasos zoomorfos -que dejan oír, cuando se vierte
su contenido, el silbido de los animales que representan, gracias
a un ingenioso sistema de escape de aire- hasta los grandes jarros
que. representan hombres en todas las actitudes". Según el profesor
de Dijon, los peruanos crearon obras de verdadera belleza, y la be-
lleza verdadera no es ni monótona, ni fría, ni convencional. "Hay
vasos -afirma- que son verdaderos retratos destinados a acompa-
ñar a la tumba a los que les sirvieron de modelos".
No hay que olvidar que la escultura cerámica peruana no ad-
quirió evolución y fuerza solamente en el Incario. Los objetos pro-
cedentes de la cultura chimú, por ejemplo, nos ofrecen testimonios
que hablan de un arte que llegó a rendir verdaderas obras maestras
antes del advenimiento de Manco Qhápaj. La Historia del Arte del
antiguo Perú, de Walter Lehmann, contiene un buen número
de retratos que demuestran la existencia de un genio artístico admi-
rablemente evolucionado, tal es el vigor realista, la maestría plena
con que se hallan ejecutadas aquellas obras.
El arte incaico mantuvo en todo su esplendor aquel grado de
evolución, lo volvió más exquisito y lo trasladó al oro y la plata.
Es preciso considerar que los Incas no tdvieron el acierto de
utilizar el bronce y el mármol en su escultura. El bronce les servía,
junto con el sílex, para labrar la piedra, en tanto que el mármol
42 LA POESIA QUECHUA
les era desconocido. Error deplorable fue en ellos la elección del oro
y la plata. Pero es que la plata y el oro, eran ajenos a la codicia
del hombre y no encerraban sino un valor netamente votivo. Las
ofrendas al Sol y los presentes al Inca se hallaban expresados en
los nobles metales. Para los quechuas el oro y la plata no signifi-
caban más que el bronce y el mármol para los helenos.- Si estos ªªor-
naban sus templos y sus palacios con estatuas de mármol y de bron·
ce, aquellos recargaban los suyos con objetos de oro y plata. El arte
griego se salvó, en tanto que el del Perú tuvo que desaparecer.
Los cronistas coloniales utilizan un método escrupuloso en su
consigna de no tocar ciertos aspectos del rescate de Atawallpa y de
todos los demás tesoros encontrados en las célebres "huacas" al través
de muchos años de búsqueda y de fortuna. Nadie ha intentado
averiguar si los montones de metal mostraban algún contenido ar-
tístico. Contagiados del deslumbramiento de los aventureros, se com-
placen todos en pesar y en tasar, sin perder un maravedí, pero no
quieren molestarse en ver un poco más allá. No obstante, es el pro-
pio secretario de Pizarro quien, sin darse cuenta, formula la tremenda
acusación contra su jefe y contra sus compañeros y al mismo tiempo
nos entrega un valioso derrotero. Al describir el rescate, Jerez nos
habla, aunque fríamente, sin el· concursó de su sensibilidad ni de
su juicio, de, "ciertas fuentes grandes con sus caños corriendo agua,
en un lago hecho en la misma fuente donde hay muchas aves he-
chas de diversas maneras, y hombres sacando agua de la fuente, todo
hecho de oro". Líneas más abajo, se refiere a ciertas estatuas de
pastores y llamas, en tamaño natural y fundidas en oro, que existían
en Jauja, en el palacio del Inca cautivo. Luego alude también a
reproducciones de animales y otros objetos para acabar expresando
,que todo aquello fue fundido por los expedicionarios.
El derrotero de Jerez se ensancha con documentos posteriores.
de incuestionable autenticidad. Edwin R. Heat, en sus Antigüedades
Peruanas, transcribe algunos inventarios de los tesoros excavados
en Trujillo en 1577. Entre los objetos de oro y plata enumerados en
aquellos documentos figuran muchas "piezas en forma de efigies de
animales", "modelos de mazorcas de maíz y otras cosas". Un solo
inventario arroja un valor de cuatro millones y medio ·de pesos de
aquel tiempo. '
Jerez y los inventarios coloniales son soportes inconmovibles
sobre los que reposan las referencias de Garcilaso, Herrera y Gua-
LA POESIA QUECHUA 43
mán· Poma. Este último dibuja y habla de innumerables "huacas"
(ídolos) de oro que hacían de divinidades tutelares entre los Incas.
Hay fundamentos para suponer que el modelado que se empleó
en la cerámica no pudo haber constituído un arte de selección, un
arte destinado a expresar la máxima capacidad creadora de los artis-
tas quechuas. País teocrático por excelencia, el culto de sus dioses
era una de sus preocupaciones esenciales, las mismas que se tradu-
cían en "las esculturas de las ofrendas. Por razón de su destino, estas
obras tenían que ser realizadas por artífices cuidadosamente elegi-
dos, en quienes existía un constante afán de superación, pues sabían
ellos que las estatuas salidas de sus manos debían ir a embellecer los
templos y los palacios. Esta circunstancia era para todos los artistas
del Tawantinsuyu un poderoso estímulo y su influencia tenía que
abrir un camino seguro hacia la sublimidad. Si llegó a este punto
la escultura quechua en el oro y la plata, ya no podemos verificarlo,
aunque no correríamos demasiado riesgo al presumirlo. En efecto, si
en el barro de sus cántaros, barro destinado al uso de las masas
populares y al decorado de la vivienda del jatunruna, nos dan la sen-
sación de un dominio admirable de la técnica y nos ofrecen el goce
de lo bello, ¿cómo no pensar que fueron capaces de lograr obras
maestras en sus estatuas de plata o de oro? El despreocupado relato
de Jerez puede, después de todo, conducirnos a una conclusión. El
secretario de Pizarra, confundido por las cantidades nunca vistas
de objetos de oro y plata que llegaron a Cajamarca, no atinó a obser-
varlos, menos a apreciarlos, a no ser en su significación comercial.
De modo que aquellas "fuentes grandes" de oro tenían que haber
poseído una enorme virtud sugestiva para detener los ojos del inva-
sor y obligarlo a describirlas. Aquellas obras debieron hallarse ejecu-
tadas con indudable maestría, no de otro modo se hubiese logrado
en ellas el efecto del agua que cae de los caños y el de los hom-
bres en actitud de extraer de la masa de agua recipientes rebosantes
de líquido.
La Poesía Quechua
I
EL LENGUAJE
l. EL RUNASlMl
2. LOS J(.HIPUS
11
LA POESIA DEL INCARIO
Caylla llapi
Puñunqui.
Chaupi-tuta
Samúsaj.
Al cantico
Dormirás.
Media Noche
Yo vendré.
2. OTROS TESTIMONIOS
III
LA POESIA LIRICA
2. EL JAfLLI
Aventurado sería tender a señalar algún género como el más
importante· o el mejor cultivado dentro de la lírica quechua preco-
lombina. Las pruebas salvadas del furor de los conquistadores no
nos entregan los suficientes elementos de juicio. Pero no se puede
poner en duda que el punto de partida, así como en los demás pue-
blos antiguos, fué el himno sagrado, conocido aquí con la denomi-
nación de jailli. Siendo el quechua un pueblo esencialmente reli-
gioso, es lógico admitir que .una primordial preocupación de sus
sacerdotes y de sus poetas iba encaminada a rendir homenaje a
los dioses. Garcilaso y otros historiadores describen elocuentemente
la magnificencia de Intip Raimi y otras fiestas religiosas en que la
música, la poesía y la danza desempeñaban un papel importante ..
El himno de Valera tiene carácter sagrado. Algunos escritores juzgan
que se trata de un himno dedicado a la Luna.
Los arawikus cantilban al Sol y a todas las otras divinidades.
Viracocha, dios inmanente y omnipresente, cuando no era cantado
en forma expresa, era invocado en los himnos consagrados a los otros
dioses. Los jaillis al Sol eran los más numerosos, puesto que él, como
dios objetivo, era el principal para las masas. Se le cantaba en las
siembras y en las cosechas, en la paz y en la guerra, en la bonanza
y en la sequía, y en su fiesta anual se le ensalzaba en todos los con-
fines del imperio. Los sacerdotes le saludaban con himnos cada
mañana y le despedían cada tarde. Le cantaban pidiéndole salud y
felicidad para el Inca y salud y prosperidad para el Tawantinsuyu.
Eran profundos y fervientes los poemas en que se cantaba a
Viracocha, dios mantenedor de las otras deidades y creador de los
LA POESIA QUECHUA 71
hombres. Casi todos los copiados por Molina en su Relación están
dirigidos a él. Lo mismo hay que decir de Salkamaywa.
La historia de las obras de estos dbs cronistas se halla relatada y
documentada por la incuestionable autoridad de Ricardo Rojas en
Himnos quichuas, opúsculo publicado en 1937 en Buenos Aires.
El insigne argentino da aquí los himnos de Molina copiados en
quechua y traducidos al inglés por Markham; tambien transcribe
la copia de la edición limeña de Urteaga. Ambos documentos, más
o menos fieles al original de la Biblioteca de Madrid, presentan un
quechua dolorosamente triturado; son pocas las palabras cuya inte-
gridad ha sido respetada; fracciones del todo ajenas entre sí aparecen
unidas formando vocablos capaces de enloquecer a quien se atreva
a descifrar su contenido. Por tal motivo, Markham ofreció una tra-
ducción sui generis, desestimada universalmente. Preciso es aclarar
que Salkamaywa y Molina escribieron sus obras en castellano, trans-
cribiendo los himnos en la lengua original. Dichas obras pasaron
por manos de quién sabe cuántos amanuenses que no conocían el
quechua ni poseían un alfabeto adecuado para la escritura del· idio-
ma. Los documentos de la Biblioteca de Madrid son simples copias;
los autógrafos desaparecieron.
En vista de que las copias y las versiones existentes no inspiraban
confianza, Ricardo Rojas obtuvo una verdadera restauración y una
nueva traducción de los himnos de Molina, al cabo de una labor
meritoria y ardua emprendida por el quechuísta peruano Juan A.
Rozas. La obra de este escritor se halla incluída en Himnos qui-
chuas, tanto en el texto restaurado como en la traducción.
No tuvieron la misma suerte los himnos de Salkamaywa. Mar-
kham y Jiménez de la Espada se habían contentado con transcri-
birlos en el idioma de origen. En 1892, por encargo de Lafone Que-
vedo, los tradujo el padre Mossi. La traducción no fué acatada sólo
por Lafone Quevedo, sino también por Markham, y ahora por Ri
cardo Rojas. Pero si estos tres grandes hombres hubiesen poseído el
idioma general del Perú, no habrían vacilado en no tomar en cuenta
la labor de Mossi. En la versión de este ·quechuísta, los himnos de
Salkamaywa carecen de sentido y no ofrecen, por tanto, valor de nin-
guna índole. No hay que olvidar que Mossi, autoridad inobjetable,
se hallaba en el ocaso de su vida y enfermo de parálisis, según nos
informa el propio Rojas, cuando realizó este trabajo. Religioso regu-
72 LA POESIA QUECHUA
lar en Bolivia, había publicado en Sucre, entre 1857 y 1860 sus
obras principales. Años más tarde había trasladado su residencia a
la Argentina, secularizando sus hábitos, y adoptando el nombre de
Miguel en vez de Honorio, con que firmó sus libros bolivianos. Mos-
si era un profundo conocedor del idioma, a pesar de su nacionalidad
italiana, porque había vivido en Bolivia desde niño y había hecho
estudios de especialización sobre la materia. Pero ni su edad ni su
salud quisieron permitirle una feliz realización de la tarea que Lafo-
ne Quevedo le encomendara. No obstante, le corresponde el mérito
de haber intentado devolver a los himnos la estructura métrica que
debieron haber tenido en su origen.
Los himnos de Molina y Salkarnaywa se hallan dispuestos, en
las Relaciones, en forma de prosa. Los cronistas los copiaron así pro-
bablemente presionados por el problema del papel. Este elemento
no abundaba en aquellos tiempos corno en los actuales y su adqui-
sición costaba grandes dificultades, las cuales no han desaparecido
del todo hoy día. El uruguayo Florencio Sánchez, en pleno siglo xx,
tenía que robar formularios de telégrafo para componer sus dramas.
Los cronistas primitivos, particularmente los mestizos y los indios,
necesitaban ahorrar papel y por eso colocaban el mayor contenido .
en el menor espacio. De esta manera dieron en transcribir el verso en
forma de prosa. Igual procedimiento se observa en Guarnán Poma,
quien copia los versos de seguido y algunas veces los separa con
simples guiones. Además, aprovecha hasta los pequeños claros que
quedan en los ángulos de sus dibujos para acomodar en ellos las
canciones que se propone transcribir. Por lo demás, no es demasiado
difícil restituir a todos aquellos poemas su estructura primitiva por
razón de que los arawikus emplearon ccn preferencia medidas de
pocas sílabas. J. M. B. Farfán ha puesto en verso, con mayor acierto
que Mossi, los cantos de Guamán Poma.
Entre los himnos de Salkarnaywa y Molina hay fragmentos de
profunda belleza, intérpretes del alto nivel de espiritualidad que
alcanzó el pueblo incaico. Muchos de ellos seducen por su trans-
parente simplicidad, por la gratitud elemental que hay en ellos para
la deidad que crea y gobierna, otorga el sustento, la paz y la felici-
dad. Muchos cautivan por su elevación lindante con la metafísica.
Todos, por la fuerza emotiva que palpita en ellos.
En la mayor parte de los jaillis de estos dos autores, Viracocha es
invocado con sus numerosos atributos, tan numerosos como sus bon-
LA POESIA QUECHUA 73
dades. Al revés de los dioses católicos, Viracocha se distingue por
su munificencia y por su mansedumbre. Los hombres le piden sus-
tento, paz y bienestar. Viracocha es un dios que no conoce la ira ni
sabe castigar; por eso nadie le pide clemencia ni nadie se le aproxima
con miedo ni con remordimiento.
Véase la pureza y la hondura de esta invocación desprendida
del primer himno de Molina:
Tijsi Wiraqocha,
Qanlla qaylla Wiraqocha,
Tukuypi kaj Apu.
Wiraqocha kámaj, chúraj,
"Qhari kachun, warmi kachun"
N ispalláraj rúraj.
Janan qhochapi
Turáyaj,
Urin qhochapi
Tiyákuj,
Po.cha kámaj,
Huna wállpaj.
Tú que permaneces
En el océano del cielo
Y que también vives
En los mares de la tierra,
Gobierno del mundo
Creador del hombre.
Ya no tiene
Palabra,
Ya se acaba
Su aliento.
El coro:
¡Hurra, varón, hurra!
3. EL ARAWI
Y aya, kachapúrij,
Qillqa ápaj chhaski,
Púrij simillayta,
Sunqollayta
Apapulláway
Y ayallayman,
Mamallayman
Willapulláway.
Padre mensajero,
Conductor de nuevas
Haz que lleguen a mi padre
Y a mi madre
La tristeza errante
De mi acento
Y la angustia
De mi corazón.
LA POESIA QUECHUA 79
Un warijsa arawi que encontramos en la misma obra se halla
compuesto a base de exclamaciones y en forma dialogada al estilo
\ del jailli agrícola. Cada verso es un labio de donde brota el júbilo
en luminosa exaltación. Aquí, el amor es un pretexto del todo cu-
bierto por anchas eclosiones de algazara.
¿Ttikayajchu chajrayki?
Ttikay tumpalla samúsaj!
Ppisqaqata watúkuy,
Tuyallay, tuyallay,
Sipisqata qhawáriy,
80 LA POESIA QUECHUA
Tuyallay, tuyallay,
Sunqollanta tapúkuy,
Tuyallay, tuyallay,
Phuruntátaj maskkáriy,
Tuyallay, tuyallay . ..
Es éste el más alto entre los tres arawis, un poema ejemplar, cuya
calidad extraordinaria han tratado de imitar varios poetas bolivianos
y peruanos del siglo XIX, sin haber conseguido aproximársele siquie-
ra. La garra del contenido es tan aguda y penetra tan hondo, que
gusta más mientras más se lo lee. Nos viene con el embrujo de
toda gran creación. ....
La lírica del lncario nos ofrece todavía en este género un poema ,
semejante en forma y calidad al tercer arawi del Ollántay. Esta se-
mejanza dió lugar a toda una confusión que, comenzando en los
años iniciales de la República, ha durado hasta hace poco en muchos
de aquellos que no conocían el drama quechua. Todavía en 1940 el
folklorista T eófilo Vargas incorporó el poema al primer tomo de sus
Aires Nacionales de Bolivia bajo el título de Ollántay- Y arabí, con
la música que en tiempos del lncario debió haber correspondido a
los versos propios del drama. Pero el poema nos fué dictado en 1922
por Ismael Vásquez, como un jaray arawi.
Estos versos fueron traducidos y cantados en los salones aristo-
cráticos de Bolivia durante la primera mitad del siglo XIX, conforme
nos relata Nataniel Aguirre en Juan de la Rosa.
82 LA POESIA QUECHUA
Súnqoy phatanña waqayniy juntta
Qan urpirayku.
Imasis kasqa, tukuy purispa,
Qanmán karúnchay.
4. EL WAWAKI
El wawaki, poema de sabor peculiar, se cantaba en forma dia-
logada. El amor chancero, el ingenio aguzado por el afán galante
del hombre y la posición de apariencia defensiva de la mujer daban
vida a ·este estilo de composición. Un coro formado de individuos
de un sexo iniciaba el canto y era respondido por otro del sexo
opuesto. Una modalidad distintiva del wawaki estaba en un estri-
billo de una sola palabra que a manera de exclamación se repetía
detrás de cada verso. Esta repetición no produce monotonía ni des-
virtúa el poema; al contrario, le da un relieve sugestivo, un fondo
persistente sobre el cual se destaca la belleza del conjunto. Ninguna
LA POESIA QUECHUA 83
poesía antigua de Europa ni de otros continentes nos ofrece ejemplos
de tal naturaleza. Los poetas europeos primitivos, particularmente
los franceses, como Charles d'Orléans (1391-1465), Clément Marot
(1495-1544), etc., frecuentaron el estribillo, pero colocado siempre
al final de la estrofa, nunca detrás de cada verso. Además, el estri-
billo tenía cabida sólo en determinados géneros de composición, como
la balada y el rondel. Los quechuas emplearon este recurso casi en
toda su poesía, en el jailli, en el arawi, en el wawaki, en la qhashwa,
etc. De modo que ésta es una característica que, al otorgar una fiso-
nomía inconfundible a la lírica del lncario, descubre también su
origen, pues no será posible admitir que poetas coloniales, occiden-
talizados hasta lo inverosímil, se hubiesen complacido en versificar
quebrantando los cánones inflexibles de su tiempo.
El wawaki se cantaba principalmente en las festividades consa-
gradas a la Luna o durante las épocas en que había que cuidar las
sementeras, de noche, de los perjuicios que ocasionaban en ellas el
zorro, la añathuya y otros animales dañinos. Entonces, al borde de
los maizales se reunían los jóvenes de ambos sexos y se esparcían
con los cantos de la qhashwa y el wawaki. Poseemos una muestra
que da una idea cabal de lo que él era. Hé aquí unos versos:
AuKIKUNA:
Killa ppunchaullapi
¡Ari!
W ajyapayawanki
¡Ari!
Qayllaykamujtiyri
¡Ari!
Rittiman tukunki
¡Ari!
t-:lus'ITAKUNA:
W ajyapayajtiyri
¡Mana!
Chhaskímuy sinchita
¡Mana!
Ritti tukujtiyri
¡Mana!
Jícchay ninaykita
¡Mana!
84 LA POESIA QUECHUA
Los PRÍNCIPES
LAS PRINCESAS
Y si llamarte simulo
¡No!
Presuroso acude
¡No!
Si me trueco en nieve
¡No!
Echame tu fuego
¡No!
5. EL TAKI
El taki, estilo de verso cantado, era seguramente el que de mayor
amplitud temática gozaba. Forma sustantiva! del verbo takiy, cantar,
podía expresar cualquier actitud del espíritu, o cualquier momento
de la vida, o simplemente algún signo o virtud de la naturaleza. El
amor no le era ajeno y es precisamente en este orden que se nos
ofrece en la antología de Farfán un poema que es todo un dechado
de sencillez y de primor tanto en su versificación cuanto en su con-
LA POESIA QUECHUA 85
tenido lírico. Son unas pocas estrofas que llevan el título de T aki.
En ellas, a base de bien logradas imágenes el arawiku canta la impo-
sibilidad de su amor, mostrándonos a la amada en la hermosura de
la flor, en el candor de la paloma, en la bondad del árbol y en los
atributos de bien o de belleza de otros elementos de la naturaleza;
entre tanto, frente a cada una de estas imágenes se alza el contraste
de otras en que el enamorado se pinta con pinceladas magistrales
corno una simple espina, o un odioso insecto, o una noche de pena,
y en momento alguno le falta un vigoroso factor de contraposición
delante de aquellos en que se hace resaltar las cualidades de la mu-
jer objeto de sus cuitas. El poema empieza con esta estrofa:
6. EL WAY~U
El wayñu era la expresión lírica más completa del indio quechua,
por lo mismo que se realizaba en las tres formas artísticas más ex-
pansivas con que cuenta el hombre: música, poesía y danza. La
86 LA POESIA QUECHUA
música del wayñu era menos subjetiva que la del arawi. Era una
interpretación de la naturaleza circundante. Captaba tanto la placi-
dez de la llanura como la majestad de las cumbres, tanto el murmu-
llo del manantial como el remolino del viento, tanto el colorido del
día como las sombras de la noche. El todo era una palpitación telú-
rica que se sentía flota! en el aliento del hombre. La danza tenía
carácter colectivo, pues la ejecutaban muchas parejas a igual tiem-
po. Hombre y mujer, frente a frente, unidos por las manos, se
entregaban a la corriente de la música. Encima de todo, la poesía
deshojaba la emoción del amor, desvestida de todo objetivismo sen-
sual. El dolor tenía a su vez un ambiente muy restringido y no eran
admitidos los temas no relacionados con el amor. De modo que este
género se hallaba perfectamente caracterizado, tanto por su triple
fisonomía de música, poesía y danza, como por su misma realización
técnica.
En la compilación de Farfán encontramos un bellísimo ejem-
plar de wayñu, compuesto en estrofas de ocho versos pentasílabos.
Su ternura y su sabor a miel nueva, junto con el sentido parsimo-
nioso de su arquitectura métrica, hacen de I él un prodigio lírico
difícil de ser superado. Como toda la poesía quechua precolombina,
su calidad se levanta en la fuerza de la metáfora y en la virtud de la
imagen. El arawiku se reduce a mostramos a su modo seres y cosas
de la naturaleza; nosotros nos encargamos de ir labrando la incom-
parable hermosura de la mujer que inspira los versos. El infinito
amor que circula en ellos como la sangre en las venas, fluye por sí
solo en la música de las imágenes, en el embrujo integral del poema,
sin que haya una frase deliberada para expresarlo. Tenemos aquí
un fragmento:
Phullu llijllayki
Titka al!wisqa,
Quori qqaytuwan
Súmaj minisqa;
Munakuyniywan
Chhichin khipusqa,
Kl awiy rikkiwan
Matti awasqa.
Manto tejido
De flores llevas;
Su trama fue hecha
De hilos de oro;
LA POESIA QUECHUA 87
Sus finos flecos se hallan atados
Con nú ternura
Y con el ansia de mis pupilas
Asegurados.
7. LA QHASHWA
; Saukay patapil
j Kusi patapi!
Qhápaj lnkawan
Kamaykusqayki.
¿lmaimi qhápaj
Apu wamanchawa,
Pumachawa,
Y aru wi!lya?
Porque es plenilunio
Busco regocijo;
Pero él está oculto
En el corazón de mi infanta.
Pero mi infanta me rechaza
Porque soy muy joven,
Sin saber que mi propia madre
Me mandó a holgar.
8. EL ARANWAY
¿Hay una desolación más pura y más profunda que ésta que
grita desde la grandeza de esta imagen? Pocos maestros de la poesía
universal consiguen encerrar en una imagen construída tan senci-
llamente una emoción de tanta intensidad como hay en estos cuatro
versos que del pasado feliz exprimen lágrimas de sangre y en ellas
nos muestran el cadáver del soberano con quien termina una era
de venturanza para siempre. Y esas lágrimas no solamente copian el
cadáver, sino que con su caudal de ternura bañan el regazo de aquel
que poseía muchas manos para obsequiar el bien y cuyo corazón
era un ramaje que albergaba generosamente a los vasallos. Un do-
lor mortal pesa sobre la reina, las infantas se enlutan como viudas
y los súbditos desfilan silenciosos hacia la última morada del Inca.
A pesar del cuantioso rescate y de todas las dádivas, el enemigo
blanco, empujado por su codicia, terminó por ahorcarlo. Y ahora
los que quedan, vacilantes, con el pensamiento que les abandona,
desterrados del mundo que era suyo, sin refugio y sin amparo, se
pierden bajo las crueldades de un martirio que nunca terminará.
~ujñu wácchij ñawillaykita
Kicharímuy,
Ancha qókuj makillaykita
Masttarímuy,
Chay samiwan kallpanchasqata
Rípuy níway.
92 LA POESIA QUECHUA
Descúbrenos tus ojos que herir saben
Como flecha magnánima,
Extiéndenos tu mano que concede
Más de lo que uno pide
Y confortados con esa ventura
Dinos que nos vayamos.
IV
LA POESIA DRAMATICA.
Los QUECHUAS del lncario no cultivaron la epopeya bajo el con-
cepto y en la forma como lo hicieron los hindúes o los griegos. Ellos
buscaban la objetivación y la ejemplarizació'n de los fastos nacio-
nales ante la conciencia universal del imperio. Con este criterio y
en vista de que la magnitud de los grandes hechos no hallaba cabi-
da en el verso cantado, optaron por componer obras capaces de re- ·
producir ante los ojos del pueblo los episodios que él necesitaba
conocer y comprender. De aquí que en lugar de labrar poemas limi-
tados tanto en su manera de desarrollo como en su efecto y ante
todo en sus posibilidades de difusión, derivaron hacia el teatro. Los
amautas componían las piezas que debían entregar al público las gran-
des hazañas de los Incas, las de los guerreros notables, todas las glo-
rias, en fin, cuyo conocimiento era necesario. Claro está que también
motivos amorosos, los que mostraban la clemencia y generosidad del
monarca, los que se ocupaban de la agricultura, de las obras públi-
cas, etc., tenían cabida en el poema dramático. El Ollántay se ocupa
de la inexorabilidad de un Inca y de la clemencia de otro. El U sqa
Páukar, drama de origen incaico, pero deformado por el clero espa-
ñol, trata de la construcción de un gran acueducto.
Carecen de fundamento las aseveraciones que sostienen que los
quechuas del lncario no conocían el teatro. Si bien no han llegado
hasta nosotros muchas obras mantenidas en su pureza e integridad,
a la manera del Ollántay y de Atawallpa, en cambio hay testimonios
suficientes que prueban que el teatro era un arte muy conocido en•
tre los indios de la era precolombina. Juan Santacruz Pachacuti Yan-
ki Salkamaywa enumera algunas piezas como Janansi, Añaysauka,
Llamallama y Ayachuku, conocidas y representadas antes de la lle•
gada de los españoles. Martín de Morúa habla también del teatro
incaico en las páginas de su Historia del origen y genealogía real de
los reyes Incas del Perú. Bartolomé de Dueñas y Pedro Méndez,
invocados por Martínez Arzanz y Vela, relatan la representación,
por actores indios, de cuatro obras quechuas antiguas, retocadas por
el clero español, en Potosí, el año 1555, al celebrarse con fiestas
religiosas la terminación de las luchas entre españoles residentes
94 LA POESIA QUECHUA
en la Villa Imperial. Martínez Arzanz y Vela se explaya en descri•
bir el argumento de cada una de las cuatro piezas indígenas. Tres
de éstas pertenecían a los tiempos de los Incas y la cuarta fué com-
puesta par autor indio después_ de la conquista.
l. APU OLLANTAY
a) Su estructura
La obra, tal como la conocemos, es un drama dividido en actos
y escenas. En esta circunstancia se han fundado principalmente los
críticos oficiales para rechazar su origen incaico. Pero no hay que
olvidar que la acción de los copistas suele imprimir rastros conside-
rables en las obras que, sin lograr los beneficios de la imprenta, se
ven condenadas a ambular manuscritas. Este destino cupa también
a la Historia de la Villa Imperial de Potosí, de Martínez Arzanz y
Vela. El capricho de los pendolistas llegó al extremo de alterar, en
alguna de las copias, no sólo el texto sino inclusive el nombre del
autor. De igual manera, tratándose del Ollántay, los copistas se en-
cargaron de hacerle la división en actos y escenas, a la usanza del
teatro español. Con esta reforma no ha perdido ni ganado mayor-
mente. Su estructura integral queda intacta y la técnica empleada
en la construcción de la obra nos está diciendo por sí sola que el
autor no conoció aquel artificio. Separado el drama en tres actos, los
intermedios han sido colocados en puntos más o menos equidistan-
tes, aprovechando llanamente los cambios de escenario que abundan
en él como en la tragedia griega y en la shakespeariana. La nume-
ración de las escenas ha tomado en cuenta, a su vez, el movimiento
de los .personajes como se procedía generalmente en la compasición
española.
Los opositores del drama suelen también apoyarse en los rarísi-
mos vocablos castellanos que hay agazapados en algunos puntos.
Evidentemente la interjección ¡ay/, el sustantivo asno, la conjun-
ción y que creen hallar ellos, no existen en quechua. Pero existen las
interjecciones ¡]ay!, ¡ayau!, ¡juy! y otras semejantes. No es difícil
explicarse que pudo intervenir en este punto el gusto de algún plu-
mario, o su descuido tal vez, para sustituir con el ¡ay! español la in-
terjección quechua. ·
En cuanto al asno que figura en una de las primeras escenas,
LA POESIA QUECHUA 95
fácil es explicarse su intromisión, así como sería fácil también restau-
rar los versos originales. El texto corriente, en el puntó en que
Ollanta pregunta a su secuaz por el sueño que éste le dice haber
tenido, reza así:
Acaricia con los ojos, paladea con las palabras y abrasa con su
pasión a la imagen incomparable de la amada. Aparece la figura
importuna del amauta Willka Urna. Ollanta no simpatiza con él,
pues sabe que es hechicero y que se complace en vaticinar adversida-
des. No se equivoca. Además, ya el viejo ha descubierto el drama de
su amor y le exhorta al renunciamiento a fin de no ensombrecer la
vida del monarca; su pretensión es irrealizable y no hará otra cosa
que atentar contra la paz y acaso contra la existencia de la infanta.
El amante lo comprende; pero su mal es irreparable. Es grandioso
este diálogo en que el amauta exhibe el caudal de su experiencia y
su visión anticipada del infortunio que no se podrá evitar si el ena-
morado no detiene los pasos. Este, a su tumo, vuelca su pasión
98 LA POESIA QUECHUA
como una fuente de brasas. Sabe la magnitud de su pecado, pues
no corre en sus venas sangre de incas; pero la suma de sus fuerzas, en
lugar de alejarle, arrástrale cada vez con mayor violencia a los pies
de la princesa, porque también ella le ama. En un lenguaje de poe-
sía pura, lograda a base de imágenes creadas con singular acierto,
pide la muerte, porque el amor anudó ya su lazo infrangible entre
ellos:
2. ATAWALLPA
v.
LA POESIA QUECHUA EN EL COLONIAJE
l. LA POESIA RELIGIOSA
Niwayku a, mama,
Maytátaj rosqayku;
Mana qan mamaywan
Maymanta kasqayku.
Tú eres consuelo,
Tú eres alivio,
Tú eres remedio,
Tú eres esperanza.
Diósniy phiñakujtin
Mamay kayniykiwan
Súmaj mantoykiwan
Pakaykukuwanki.
Cuando se enoje mi Dios
Tú, con tu amor maternal
Bajo tu manto precioso
Me vas a esconder.
2. EL ARAWI Y EL WAY~U
3. EL TEATRO
El clero no quedó satisfecho con la adaptación de los jaillis anti-
guos ni con el aprovechamiento del numen indígena en la compo-
sición de nuevos himnos quechuas, sino que también utilizó el
124 LA POESIA QUECHUA
género del teatro. Desde un principio pudo, constatar que las masas
populares demostraban una afición particular a espectáculos de esta
naturaleza. Veía que en ninguna fiesta -de las que los españoles
permitían- se dejaba ·de representar piezas teatrales' sobre motivos
vernáculos. Entonces echó mano de los amautas sobrevivientes o
de elementos jóvenes con disposiciones dramáticas, primero para
hacer con algunos dramas antiguos lo mismo que se había hecho
con la poesía sagrada, luego para crear obras originales sobre temas
que conciliaban lo indígena con lo católico. De esta manera nació
todo un teatro quechua colonial, con piezas que se representaban
en escenarios improvisados delante de los templos, en fechas en que
la grey celebraba la nueva religión.
Nicolás de Martínez Arzanz y Vela, como ya dijimos en otra par-
te, nos proporciona informaciones documentales en su Historia de la
Villa Imperial de Potosí acerca del modo como los indios se halla-
ban habituados a los espectáculos teatrales. Desbordante de elocuen-
cia nos cuenta la representación de cuatro obras indígenas durante
unas fiestas celebradas el año de 1555 en Potosí, en honor del San-
tísimo Sacramento, de la Santísima Virgen y del Apóstol Santiago.
La primera tenía por argumento el origen del imperio incaico y el
reinado de Manco Qhápaj; la segunda trataba de las campañas
de conquista de Wayna Qhápaj; la tercera contenía la coronación de
Wáskar y la subleyación de Atawallpa, así como la guerra sangrienta
sostenida entre ambos caudillos; la cuarta fué la tragedia de Ata-
wallpa, que ya hemos conocido.
Las piezas se hallaban compuestas en verso quechua, con salpi-
caduras castellanas. No hay motivo para dudar de que las tres pri-
meras databan de tiempos anteriores a la llegada de Pizarro, y la
última, de los años iniciales del Coloniaje. Tampoco hay motivo para
·dudar de que las cuatro eran obras de autores indios, puesto que las
cruentas luchas entabladas entre españoles desde un principio, ha-
bían llegado a su término precisamente en 1555; más claro: con las
fiestas aquellas se celebró la desaparición de las pendencias que toda-
vía se habían sucedido en muchos puntos del Perú después de la
obra de pacificación coronada por Pedro de Lagasca. La vida revuelta
de aquellos primeros 23 años no pudo haber otorgado al clero clima
alguno propicio para estudiar el idioma, la historia y las costumbres
del pueblo sometido, al mismo tiempo que para crear obras de arte
en el género teatral y sobre motivos indígenas. Pero, por mucho
LA POESIA QUECHUA 125
que el clero hubiese tenido todas las posibilidades, no habría tomado
asuntos como los que refiere Martínez Arzanz y Vela, porque más
bien su máximo empeño iba encaminado en sentido inverso, esto
es, hacia la destrucción de la cultura quechua. Si el clero permitió
aquellas representaciones, fué porque comprendió que el pueblo se
hallaba poco dispuesto a prescindir de ellas y porque la Inquisición
no estaba todavía sólidamente organizada en la colonia; entonces
se limitó a aprovechar las obras existentes, retocándolas, adaptán-
dolas a los intereses del dogma católico. Por lo demás, Guamán Poma
se encarga de hacemos conocer la calidad del clero que actuaba en el
Perú en aquel entonces, calidad que no parecía demasiado apro-
piada para las funciones del arte.
Tres de aquellas cu~tro obras desaparecieron. No hubo una mano
caritativa que quisiera darles perennidad en el papel, y si hubo algu-
na, los manuscritos no han podido llegar hasta nosotros.
En otros puntos del virreynato de Lima, en el Cuzco particular-
mente, ocurría lo propio que en Potosí cuando se trataba de solem-
nizar las fiestas de la religión católica. Hermosas obras dramáticas de
origen netamente indígena, pero intervenidas por el clero, se repre-
sentaban con los resultados más favorables para la religión de Cristo.
A pesar del estigma de raza que las condenaba al olvido, no todas se
han perdido. Algunas de ellas, y de calidad apenas inferior a la del
Ollántay, tuvieron mejor destino que los dramas potosinos, pues con-
siguieron los honores de la traslación al papel y de la preservación
hasta nuestros días.
Sin duda alguna, el Ushka Páuqar es el drama de mayor mérito
entre los que fueron desfigurados durante el Coloniaje. Creado en
tiempos anteriores a la conquista, los religiosos se encargaron de re-
fundirlo en los moldes de los conocidos autos sacramentales, según
opinan algunos investigadores. Sin embargo, la obra conserva casi
todo su enorme interés dramático. Se trata del amor que Ushka
Páuqar y Ushka Maita, de la casta inca, y hermanos, sienten al mis-
mo tiempo por lma Súmaj, joven de la misma casta. Ambos enamo-
rados la solicitan en matrimonio; pero el padre, curaca anciano, re-
suelve casarla con aquel de los hermanos que desvíe primero que
el otro un torrente que existe no muy lejos, debiendo pasar el nuevo
cauce por la puerta de su palacio. Como militar que és, Páuqar toma
40,000 soldados y empieza la obra de desviación del torrente. Su her-
mano, menor que él, no cuenta sino con la ayuda de unos amigos,
126 LA POESIA QUECHUA
pero en dos meses logra hacer pasar las aguas por la puerta del cura-
ca, mientrasque Páuqar no ha hecho aún la mitad del trabajo. El
curaca ha de otorgar entonces la mano de su hija al vencedor. No
conforme con su fracaso, Páuqar declara guerra al hermano. Se mo-
vilizan ejércitos y se libran batallas encarnizadas que con todo no
pueden resolver el conflicto. Finalmente acuerdan los dos caudillos
batirse en lucha singular; pero en momentos en que ella se ha de
realizar, Páuqar reconoce el derecho adquirido por Maita, y ambos
hermanos se reconcilian. Maita es esposo de lma Súmaj y Páuqar
se retira a un lugar lejano donde llora su desventura de amor hasta su
muerte.
El Ushka Páuqar, en manos del clero español, no s6lo tom6 las
modalidades de los autos sacramentales, sino que sufrió considerables
mistificaciones, al extremo de que hay críticos que le encuentran
tópicos arrancados de los episodios de la conquista, sosteniendo en
consecuencia que la obra fue co~cebida y desarrollada en los prime-
ros años del Coloniaje.
Obras compuestas en dicha época son, empero, W áskar Inka,
Titu Kusi Yupanki, W achasi, Añaywasa y otras que enumeran los
investigadores de la materia.·
4. MANCHAY PUITU
b) El poema
Publicado por nosotros en 1922 en El Republicano de Cocha-
bamba, circula hoy dentro del pueblo. Lo hemos encontrado varias
veces durante las pesquisas de documentos que nos interesan. En
132 LA POESIA QUECHUA
1940 el folklorista Teófilo Vargas incluyó el verso y l~ música en el
primer tomo de sus Aires Nacionales de Bolivia.
En su conjunto, el Manchay Puitu consta de seis estrofas, de
ocho versos cada una. Los cuatro primeros y los dos últimos son octo-
sílabos, y el quinto y el sexto, de seis sílabas, invariablemente. El
primer verso de cada estrofa rima con el tercero, el segundo con
el cuarto; los exasílabos riman entre sí, y los dos últimos también
entre sí. Las reglas de la métrica castellana se hallan escrupulosa-
mente cumplidas en todos sus puntos, sin una falla. Así medidos y
rimados, los versos ofrecen una cadencia extraordinaria. Raras veces
se encuentra en otros idiomas un poema tan musical como éste. Su
lectura viene a envolver el espíritu como el embrujo de una melo-
pea. Lástima grande que al través de la traducción esta virtud tenga
que quedar totalmente destruída.
¿Uj kkata kusiyniy kajta
Mayqen jallppa mulppuykapun?
¿Qué tierra cruel ha sepultado
A aquella que era mi única ventura?
¡ Ñ oqan mayllapipis,
Jallppaj sunqonpipis,
Ñoqalla munakusqayki,
Sapallay wayllukusqaki!
W aqayniywan joqqochasqa,
Khúyaj jallppa, qhataykuayku;
Karqaykumín ujllachasqa,
Ujllañapuni kasqayku.
Jánaj pachamanta,
Lliphípej chaymanta,
¿Paymin sina wajyawasqan?
Desde la eternidad,
Desde el origen de la luz,
¿Es tal vez ella quien me está llamando?
5. WALLPARRIMACHI
a) Su vida
Al comenzar las luchas de la emancipación apareció la figura
extraordinaria de un joven indio, cuya vida fué una página breve,
pero intensa, de sufrimiento, de heroísmo y de belleza. Poeta y gue-
rrero, compuso poemas de inmarcesible calidad y murió en el campo
de batalla. Al advenimiento de la República, la magnitud de sus
hazañas y el embrujo de sus versos le abrieron las puertas de la le-
yenda. Esa leyenda frré recogtda' por la tradición y por la novela.
Finalmente se apoderó de ella la historia.
El se hacía llamar Juan Wallparrimachi Maita. Era indio. En
su condición de tal no habría merecido los honores de la inmortali-
dad. Nacido para la esclavitud y el desprecio, su desttno era desapa-
recer como la brizna caída en la vorágine. Pero era grande su talen-
to; era digno de admiración su valor. No se podía dejar de contar
sus hechos; no se podía dejar de recitar sus versos. Y se le inventó
un nacimiento y una genealogía tan singulares como su propia vida.
Hacia 1885, época en que el género de la tradición predominaba
en la literatura boliviana, Benjamín Rivas, publicó un trabajo inti-
tulado Huallparrimachi o un descendiente de reyes. El autor relataba
en estilo jugoso y ágil los pasajes más salientes de la vida del indio
preclaro, sin apartarse del marco ya definido por la leyenda. Al final
transcribía una imitación al poema Kacharpari, compuesta por José
Armando Méndez. ·
Por ese entonces, Samuel Velasco Flor incluyó en una de las tres
entregas de su obra Vidas de bolivianos célebres, datos biográficos de
LA POESIA QUECHUA 137
Wallparrimachi con pormenores que concordaban con la tradición
de Rivas, pero sin dar a conocer su obra lírica. Años más tarde, Lin-
daura Anzoátegui de Campero, sobre la base de las anteriores y con
nuevos aportes recogidos en Chuquisaca, escribió una novela amena
denomi_nada Huallparrimachi. La ilustre escritora tampoco transcri-
bía ni comentaba los versos del poeta.
En 1915 el general Miguel Ramallo publicó en una revista de
Sucre una importante monografía de las campañas del guerrillero
Manuel Ascensión Padilla. Ella, editada en volumen en 1919, en
La Paz, contiene también algunos rasgos biográficos de Wallpa-
rrimachi.
Todos los escritores -novelistas e historiadores- que se han ocu-
pado del poeta indio, están de acuerdo en que un judío llamado
Jacob Moisés raptó del Cuzco, en el último tercio del siglo xvm, a
un niña india de pocos años llamada María Sawaraura y vino a es-
tablecerse en la Villa Imperial de Potosí. Habiendo cambiado su
nombre por el de Juan Gamboa, el portugués, hizo saber que la pe-
queña era su hija. Favorecido por la fortuna, puso excesivo cuidado
en la educación de ella, aunque al mismo tiempo se esforzaba por
mantenerla en un sugestivo aislamiento.
Joven y deslumbrante de hermosura, se conoció la muchacha ca-
sualmente con el español Francisco de Paula Sanz, de quien algunos
escritores dicen que era hijo bastardo de Carlos 111. Nació el amor
entre ellos y dió como fruto un niño. La leyenda se muestra muy
cuidadosa de los detalles y fija el nacimiento en el día 24 de junio
de 1793, conduciendo al párvulo a la pila bautismal en brazos de
Pedro Vicente Cañete, uno de los próceres de la resistencia española
en los años de la guerra de la emancipación.
Pero el amante español tenía compromio de matrimonio con
una joven de su raza, y ésta, enterada de la aventura de su novio,
hizo envenenar a María Sawaraura. Arrastrado por la desesperación,
el judío se ahorca, y el niño queda envuelto en el misterio. La le-
yenda se acuerda de él para mostrárnoslo raptado por los indios de
Macha y educado por ellos a la usanza primitiva. El niño tiene que
ignorar su origen durante toda su vida; todo lo que ha de saber será
que su abuelo materno se llamaba Wallparrimachi, palabra que le
será entregada como apellido. Así cuenta la leyenda, olvidando que
el poeta empleó el segundo apellido de Maita. Según Ramallo, el
138 LA POESIA QUECHUA
indio fue recogido muy niño por el guerrillero Padilla en el partido
de Chayanta.
Los escritores relatan sus amores con Vicenta Quiroz, joven muy
linda, unida por la fuerza en matrimonio ~ñ-mi~~~ rico, viejo y
andaluz. No inspirándole afecto alguno el tosco minero, la mucha-
cha se apasionó de Wallparrirnachi. No se sabe cuánto tiempo dura-
ron estos amores; pero se sabe que un día el viejo andaluz sorprendió
a su esposa en brazos del joven indio. Este pudo ponerse a salvo;
pero Vicenta, después de sufrir los más duros ultrajes, fue remitida
a un monasterio de Arequipa. La nostalgia se apoderó del poeta y le
hizo crear los más bellos poemas.
El indio actuó en las guerrillas de Padilla. Era maestro en el
manejo de la honda, su arma favorita en los combates, y por lo ge-
neral actuaba a Ja cabeza de un contingente de indios honderos.
Su audacia no conocía límites. Por esta razón el caudillo y su esposa
doña Juana Azurduy le consideraban corno a uno de sus mejores
oficiales. En muchos combates el guerrero indio aparece al lado de
la epónima guerrillera.
La vida heroica de Padilla no ha sido todavía debidamente estu•
diada. La monografía de Rarnallo no es completa y, sin embargo, allf
encontrarnos episodios que reclaman el timbre épico para su perpe-
tuación. Wallparrirnachi le había acompañado desde un principio
en sus campañas; pero no pudo permanecer junto a él hasta el final.
En el famoso combate de Las Carretas, que duró varios días y en el
cual comandaba una brigada de 1,900 honderos indios, murió el poe•
ta alcanzado por un tiro de arcabuz, el 7 de agosto de 1814.
Esta, así, es la vida del poeta indio según refieren los escritores
bolivianos, mezcla de leyenda y de historia. Veintiún años que co-
menzaron en la orfandad, rodaron a merced del infortunio y termi-
naron al golpe de una bala, en aras de la libertad.
Sabido es que escribió muchos versos en quechua, único idioma
que utilizó para las expansiones de su espíritu atormentado. Algunos
de ellos eran recitados y aun cantados en las primeras décadas de la
República en virtud de la fuerza de su belleza. Pero llevaban en el
lenguaje el estigma indígena y no tardaron en ser olvidados. El pro·
pio Rivas publicó la imitación de Méndez, mas no el texto original.
Ningún escritor boliviano se detuvo después en los versos del Poe-
ta. Una excepción: En unos j1;1egos florales celebrados en Potosí en
1906 se premió un intento biográfico escrito por Luis Subieta Sagár-
LA POESIA QUECHUA 139
naga, quien transcribía en quechua el poema Kacharpari, seguido de
la imitación de Méndez. El intento de Subieta Sagárnaga pasó des-
apercibido y hoy día sólo pueden conocerlo investigadores muy afor-
tunados. Con todo los poemas no se perdieron; siguieron viviendo
en el corazón y en la memoria del pueblo. En las provincias de Co-
chabamba y Potosí se los escucha en labios de mestizos y de indios,
aunque fragmentados algunos de ellos. Recitados y cantados, viven
confundidos con el folklore, pues nadie ya sabe quien pudo haber
sido el autor de creaciones tan bellas. Pero una vez más, como tantas
otras, tócanos constatar la intervención de una mano salvadora. He
aquí cómo:
Hacia 1922 vino a vivir sus últimos años en Cochabamba, su
tierra natal, un anciano cansado de las lides de la política y de la
inteligencia: José Armando Méndez. Nos hemos ya referido a él
en otro punto de este ensayo. Crónicas Potosinas, de Modesto Omis-
te, nos habían proporcionado la oportunidad de conocer "el W allpa-
rrimachi de Rivas y también la imitación de Méndez. El deseo de
conocer algo nuevo acerca del poeta indio y sobre todo el texto que-
chua del poema imitado, que no figuraba en la colección Vásquez,
nos indujo a presentarnos un día en su domicilio. De porte amable
y accesible, nos habló largamente sobre cuestiones relacionadas
con la cultura quechua. Cuando tocamos la vida de Wallparrima-
,:hi, el anciano formuló una serie de rectificaciones y puso en nues-
tras manos un legajo de manuscritos antiguos muy valiosos, entre los
cuales figuraban algunos autógrafos del poeta indio. Nos refirió que
dichos autógrafos habían sido obsequiados por doña Juana Azurduy
de Padilla a don Mariano Méndez, diputado por Cochabamba en la
Asamblea de 1825. A la muerte del prócer, los documentos pasaron
a manos de Sabina Méndez, su hija, y poetisa de apreciables méri-
tos, quien tiempos después los cedió a José Armando Méndez.
Aparte de los autógrafos, Méndez poseía otros varios poemas
que en su juventud había conseguido y autentificado en Potosí con
el testimonio de personajes que los conocieron en los primeros años
de la República. Ya conocimos dos de ellos en la colección Vásquez.
El anciano se quejaba de la incomprensión de los intelectuales bo-
livianos, cuyos prejuicios y cuya soberbia heredada de los españoles
habían sido los causantes de la desfiguración de la biografía de Wall-
parrimachi y del olvido en que estaban sus versos.
Según la versión que nos contó José Armando Méndez, el in-
140 LA POESIA QUECHUA
dio, nacido en la región de Macha, Potosí, quedó huérfano de padre
y madre en sus primeros años. Wallparrimachi era el apellido de su
padre, y Maita el de su madre. El poeta los había empleado durante
toda su vida. Manuel Ascensión Padilla lo había recogido muy tier-
no en calidad de sirviente, esto es, de esclavo. El indio resultó dueño
de una inteligencia notable. Padilla solía enseñar a sus hijos a leer y
a escribir, mientras el criado, que no podía hacer otra cosa que
mirar y oír de lejos· 1as lecciones, comenzó de improviso a escribir
con carbón su nombre en las paredes. El caudillo, como todo enamo-
rado de la libertad, lejos de extirpar aquel afán del muchacho como
lo hubiera hecho cualquier otro blanco, asumió el papel de maestro.
Wallparrimachi aprendió a leer y escribir con corrección. Como re-
lata Rivas, escribió versos desde su más temprana adolescencia y no
tardó en enamorarse de Vicenta Quiroz. Desde este punto, Méndez
se manifestaba de acuerdo con literatos e historiadores; pero no
dejaba de subrayar que el origen del poeta no tenía ninguna relación
con el Cuzco ni con la sangre de Carlos 111. Según referencias que
poseía y que eran provenientes nada menos que de doña Juana
Azurduy, ninguna característica del poeta, ni física ni de otra índole,
denunciaba al mestizo. Era indio puro, por su color, por sus faccio-
nes, por sus predilecciones y por su espíritu. Hablaba perfectamente
el castellano, pero nunca quiso componer un poema en ese idioma.
Pudiendo luchar ventajosamente a lo blanco, con un arcabuz o una
espada, prefirió luchar siempre a lo indio, con una honda, a la cabe-
za de sus hermanos de raza.
Así se expresó José Armando Méndez en su domicilio de Co-
chabamba, en los últimos años de su vida.
b) Su obra
Sus primeros poemas se han perdido totalmente. Se conservan
apenas los que tratan el tema de su amor infortunado y algunas es-
trofas que aluden a su madre.
Nos hallamos en posesión de una docena de composiciones, de
las cuales dos fueron copiadas de la colección Vásquez y diez del le·
gajo Méndez.
Muerto a los veintiún años, si la leyenda y la historia no se
equivocan, Wallparrimachi era un poeta de gran magnitud. Si bien
su obra es fruto aún no llegado a su completa madurez, en cambio
LA POESIA QUECHUA 141
posee todas las virtudes de lo perdurable. Todos y cada uno de sus
doce poemas exhalan un aliento lírico de notable vigor. No importa
que el tema se repita con frecuencia ni que algunos elementos sean
utilizados con asiduidad. Ya hemos dicho que sólo quedan de él
algunos poemas amorosos, y ellos son precisamente los engendrados
por la nostalgia irremediable que dejó en su vida aquella mujer que
se marchó. Aquella mujer se había hincado tan profundamente en su
vida, que allí quedó convertida en obsesión y en angustia, para
siempre. Casi en todos sus versos palpita la misma obsesión de la
ausencia, la misma angustia de la felicidad tronchada. Pero al mismo
tiempo hay la presencia de la expresión constantemente renovada,
música de imágenes, música de sensationes, dolor hecho música, el
genio indio cristalizado en el ambiente de una exquisita sensibilidad.
Los poemas de W allparrimachi, escritos en un quechua noble,
de admirable pureza, fueron elaborados con elementos auténtica-
mente indígenas. Desde la estructura métrica hasta el soplo vital del
sentimiento, en ellos todo nos habla de lo nuestro. Su manera de ver-
sificar es la misma que emplearon los arakikus del pasado. En su pai-
saje, en sus imágenes, en sus símbolos palpita el espíritu de la raza.
La dulzura de su dolor y la ternura de su angustia manan de un
infortunio que tiene algo de común con el aqoyraki (desventura)
de los arawis primitivos que nos transmite Guamán Poma; sólo que el
aqoyraki del siglo XIX es mucho más intenso y desolado, porque nace
de un tormento tres veces secular.
De los doce poemas que se conservan de Wallparrimachi, seis
están escritos en pentasílabos distribuídos en estrofas de a seis ver-
sos, aunque existen también unas pocas de a cuatro. Hay uno com-
puesto en estrofas de a tres versos, en los cuales dos pentasílabos se
hallan seguidos de un trisílabo. El consonante y el asonante han sido
proscritos de la mayoría de las composiciones, por más que el autor
no se empeñe en evitarlos cuando se interponen al paso. Cuatro
poemas constan de cuartetas en las que el segundo verso consuena
con el cuarto, siendo visible en este punto la elasticidad caracterís-
tica de la técnica primitiva. Finalmente, en uno ensaya el autor una
fácil y elegante estructuración de décimas, como si deseara demos-
trar que podría también manejar con ventaja los instrumentos
europeos.
Estos poemas parecen contener el proceso del drama pasional vi-
142 LA POESIA QUECHUA
vido por el hombre, tal es la índole de los sentimientos que se esca-
lonan a través de ellos.
Munarikúway, en efecto, es un poema que se nos presenta como
un probable punto de partida. En versos que fluyen con diafanidad
y con música del manantial de la llanura, el poeta canta el amor con-
cebido y la manera como el hechizo de la mujer cae sobre él.
Inti jinamin
Ñawiyniykeqa
t-íuqápaj kkanchan.
Ñ áuraj ttikari
Uyaykimanta
Ñuqápaj jaran.
Igual que el sol
Fulguran para mí
Tus ojos.
En tu faz se abren,
Para regalo mío,
Todas las flores.
¿Pitan saqenki
Qanpa tupupi,
Sinchi llakiypi
Asuykunáypaj?
¿A quién has de dejar
En tu nidal
Y en mi tristeza a quién
He de acudir?
144 LA POESIA QUECHUA
El amante no se resignará a la ausencia y quiere conocer el ca-
mino que ha de tornar ella para ir a regar con sus lágrimas la tierra
que pisarán las plantas amadas. En el trayecto, junto al rigor del sol
y de la sed, el aliento y las lágrimas del amante se convertirán en
sombra de nubes y en vaso de agua. Pero el corazón va renunciando
demasiado; entonces brotan la protesta y la acusación. La desventura
crece y la soledad es garra filuda. El pensamiento es un torbellino
y en él se revuelven la belleza de la mujer, la felicidad que queda
truncada y la imposibilidad del olvido. La breve historia de esta pa·
sión relampaguea intermitente corno el cielo en una noche de tor-
menta. El hombre se siente más ligado que nunca a ella y promete:
Ankaj rijranta
Mañarikuspa
W atumusqayki.
W ayrawan khuska
W ayllukunáypaj
Phawamusqayki.
Me prestaré el poder
De las alas del águila
Para irte a ver
Y junto con el viento
A mimarte en mis brazos
Volaré.
Munakojkuna,
Sunqoyujkuna,
U yariwaychis:
Amátaj waman
Silluyninpeqa
Tukuchichunchu.
Enamorados,
Gentes con algo de corazón,
Esto escuchadme:
Que no termine
Entre las garras
Del gavilán.
Chajra musmúrej
Súmaj ttikantan
Siminqa phanchin;
Miskkinraykuri
Muyupayaspa
Qqenti muspharin.
Como las flores que circundan
A los maizales,
Se abren sus labios,
Y ansioso de su néctar
Los asedia y delira
El picaflor.
Maytapas richun
Ttika parachun
Chay ñanta.
Amátaj kúsiy
Anchhurichunchu
Paymanta.
Doquiera vaya,
Que cubran flores
Su senda.
Que la ventura
Nunca se aparte
De ella.
1 Urpi.-Palorna aborigen.
2 Jamanqay.-Azucena india.
3 Rumi-rumi.-Pedregal.
4 W amán.-Gavilán.
152 LA POESIA QUECHUA
VI
LA POESIA QUECHUA DENTRO DE LA REPUBLICA
Chhullalla yakukunaqa
Ttika chaupipi qqenqosqan.
Chhika súmaj secchakuna
Moqqey moqqeyta poqosqan.
Caudas de perlas, las aguas
Van ondulando entre flores.
Los árboles imponentes
Muestran frutos tentadores.
Wiraqocha, Viracocha,
Tijsi qhápaj, Poderoso cimiento del mundo,
"Kay qhari kachun, Tú dispones:
Kay warmi kachun" "Sea éste varón,
Ñinki qan. Sea ésta mujer."
Willka ullqa apu, Señor de la fuente sagrada,
Jinantinmi Tú gobiernas
Chipchi kámaj, Hasta al gr@niw.
¿Maypin kanki - ¿Dónde estás -
Manan churiyki Como si no fuera
Kayman jina - Yo hijo tuyo-
Jananpichu, Arriba,
Urinpichu, Abajo,
Kinrayninpichu, En el intermedio
Qhápaj usnuykipichu? O en tu asiento de supremo juez?
'']ay" nilláway. Oyeme,
Janan qhochapi Tú que permaneces
Turáyaj, En el océano del cielo
Urin qhochapi Y que también vives
Tiyákuj, En los mares de la tierra,
Pacha kámaj, Gobierno del mundo,
Runa wállpaj, Creador del hombre.
Apu aukikuna Los señores y los príncipes
Allqa ñawinwan Con sus torpes ojos
Rikuytan munanku. Quieren verte.
Rikújtiy, yachájtiy, Mas cuando yo pueda ver,
Unanchájtiy, Y conocer, y alejarme,
Jamuttajtiy, Y comprender,
Rikuwankin, Tú me verás
Y achawankin. Y sabrás de mí.
lntiqa, Killaqa, El Sol y la Luna,
Punchauqa, tutaqa, El día y la noche,
Poqoyqa, chriyqa, El tiempo de la abundancia
Manamin yanqhachu, Y del frío, están regidos
Kamachisqan purin, Y al sitio dispuesto
Unanchasqaman, Y medido
Tupusqamanmin Llegarán.
Chayanman. Qanmin Tú, que me mandaste
158 LA POESIA QUECHUA
Thupayurita El cetro real,
Apachimurqanki. Oyeme
"Jay" nilláway, Antes de que caiga
Uyarilláway, Rendido y muerto.
Manarajpas
Saykkujtiy, wañújtiy.
JAILLI AGRICOLA
¡AYAU JAILLII ¡EA, EL TRIUNFO/
ARAWI ARAWI
(lbid.)
SANKKAY CARCEL
(Ibid.)
166 LA POESIA QUECHUA
UN HOMBRE UN HOMBRE
(Ibid.)
3 Pp/sqaqa.-Especie de codorniz.
LA POESIA QUECHUA 169
WAWAYI
AUKIKUNA LOS PRÍNCIPES
TAKI CANCION
QHASHWA QHASHAWA
QHASHWA QHASHWA
WANKA WANKA
WANKA ELEGÍA
¿lma kkuychin kay yana kkuychi ¿Qué iris nefando es este negro
Sayarimun? Iris que se alza?
Qósqoj auqánpaj míllay wacchi Horrenda flecha el enemigo
Illarimun, Del Cuzco blande.
Túkuy imapi sajra chijchi ¡Granizada siniestra por doquiera
Ttakakamun! Se desparrama!
W atupakurqan ·sunqollaymi A menudo mi corazón
Sapakutin; Entreveía
Musqoyniypipas cchejmi cchejmi En mi vigilia y en mi sueño
Uti uti, Y en mi letargo
Chiririnka qhenchatarajmi, Al abejorro maléfico
Aqoy phuti. Y maldito.
WAYJ\tU WAYJ\tU
2.-KACHARPARl 2.-DESPEDIDA
3.-KARUNCHAY 3.-PARTIDA
ll.-ARAWI ll.-ARAWl
INTRODUCCIÓN
LA POESÍA QUECHUA
l. El lenguaje 45
l . El runasimi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
2. Los khipus . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
APÉNDICE