Amores Que No Mueren
Amores Que No Mueren
Amores Que No Mueren
El otro caso de esta semana ha sido el de la ruptura entre Risto Mejide y Laura Escanes.
Ambos la anunciaron a través de sus redes sociales. Me impresionó la idea de que “el
amor no se acaba, no muere” y que “fue eterno mientras duró”. Me impresionó porque
me pareció el ejemplo perfecto de una incapacidad para vivir la frustración, el fracaso.
Espero de verdad que la publicación sea fruto de querer mantener el buen rollo que se
marca en Instagram, de prolongar un ambiente de positividad. Pero las palabras
expresan realidad. Se veía en ellas a dos personas que habían creído en el amor
auténtico, maravilloso, por el cual merecía la pena el momento doloroso que
actualmente ambos vivían. Su amor ha sido tan intenso que parecía que “tenía que ser
así”. No están en la situación cínica de Juan del Val. Entonces ¿dónde está el fallo? Juan
del Val reconocía el fracaso y huía de la culpa que le generaba, se excusaba. Ellos no
asumen el fracaso, la debilidad de su amor. Seguramente hayan vivido una experiencia
amorosa muy intensa, y muy verdadera. Cuando ha llegado el fracaso, sin embargo, se
han olvidado de la verdad, han preferido quedarse con expresiones bonitas antes de
reconocer la realidad. Y la realidad es que su amor se ha acabado y no ha sido eterno,
que no ha durado para siempre y que ha muerto. Algo que deberían haber reconocido
desde el primer momento, pues el amor humano, aunque aspira a la plenitud, a la
felicidad, y que contiene una promesa de eternidad (real), aunque lo promete -decimos-,
no lo cumple. El amor humano se muere, como mínimo se muere con uno de los dos.
No tiene la capacidad de llevarnos a la eternidad. No podemos aguantar al ser querido.
Eso es obvio. Pero, además, como ellos mismos reconocen (esto sí) no es perfecto, y
hay días de amor buenos, malos y regulares. Y no pasa nada. Solo en este
reconocimiento el ser humano podrá caer en la cuenta de lo que decíamos antes:
necesita más de lo que puede lograr. Y he aquí donde aparece la humildad. Humildad
para reconocer que lo que quiero no lo consigo. No digo que en realidad no lo quiera,
como del Val, sino que no lo consigo. ¿Qué significado tiene esto? Como la sed me
invita a buscar el agua, este deseo me invita, me mantiene inquieto, hasta encontrar a
Dios. Este es el recorrido adecuado y realista que está preparado para el ser humano a
través de su experiencia amorosa. Esta mezcla de grandeza y pequeñez, de “si escalo el
cielo allí estás tú, si bajo hasta el abismo, allí te encuentro”. Es la boda en la que, aún
así, falta vino. Pero cuando ha faltado el vino, en lugar de “hacer lo que Él os diga”,
algunos encienden las luces, apagan la música y dicen: “ha sido una noche eterna”. Eso
no es lo racional, ni lo justo. No es justo ni con nosotros mismos ni con la historia
vivida. Porque la historia prometía todo, y ha dado poco, por mucho que digamos que lo
ha dado todo en un momento. No queríamos todo en un momento, lo queríamos para
siempre.
Por eso mismo es tarea fundamental para los educadores (padres, profesores,
catequistas, amigos) el introducir en esta visión de la realidad. En una visión en la que el
amor no se deja reducir a sentimiento, ni nuestro deseo a fantasía, ni nuestro fracaso a
inevitable, ni nuestra esperanza a romanticismo. Es urgente una pedagogía sana en la
que se vea el amor de un modo más realista, auténtico, honesto y verdadero. Solo desde
la verdad de nuestro anhelo, y la honestidad de nuestro fracaso, podremos seguir
buscando y encontrar a Aquel que nos dará un agua con la que ya no habrá más sed, un
agua que se transformará en un manantial que salte a la vida eterna.