Material para La Semana Vocacional
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Tema: La mirada
Lema: ¨Jesús, fijando en él su mirada, le amó¨ (Mc 10,21)
¿Qué miro?
“Cuando no lo hicieron con uno de estos más pequeños,
no lo hicieron conmigo”(Mt 25,45)
Se dice que los ojos son el espejo del alma. La mirada de las personas expresa muchas
veces lo que viven en su interior. Miradas, a veces, vacías; miradas desinteresadas; miradas
de dureza o de tristeza. Miradas profundas que nos expresan experiencias de dolor o
sufrimiento; miradas de esperanza y alegría. Miradas que expresan sentimientos de culpa.
Ante esta realidad hace falta una mirada de amor, la mirada no es solamente un acto físico;
es una acción humana, que expresa las disposiciones del corazón. San José maría animaba a
contemplar a los demás con las pupilas dilatadas por el amor, porque saber mirar es saber
amar.
Los ojos no son solamente una ventana por la que vemos el mundo y por donde entran
imágenes, sino un cauce por el que expresamos las disposiciones, por donde salen nuestros
deseos. La caridad, la compasión, la limpieza de corazón, la pobreza de espíritu y la
disponibilidad para servir se desbordan a través de los ojos.
Jesús te llama a descubrir y mirar las necesidades de los demás y ver cuántos necesitan de
Él. Por eso, escuchar y responder a la llamada de Dios, es olvidar otros intereses menos
nobles, es salir del torbellino de las preocupaciones personales para, como el buen
samaritano, detenernos, gastar tiempo, e interesarnos por los problemas y preocupaciones
de los demás. Es necesario abrir bien los ojos para responder a la vocación que Dios nos
llama y colmar la indigencia espiritual de quienes nos rodean
La persona que ve las cosas como son realmente, se deja traspasar por el dolor y llora en su
corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz. Esa
persona es consolada, pero con el consuelo de Jesús y no con el del mundo. Así puede
atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y deja de huir de las situaciones dolorosas. De
ese modo encuentra que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor,
comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás.
¿Cómo me miran?
'Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí' (Gál 2, 20)
Actualmente muchas personas viven de la apariencias y venden una realidad de su vida que
no es, especialmente en la redes sociales. Nos importa lo que los demás piensan de nosotros
y lo que podemos proyectar. Sin embargo esto en ocasiones no lleva a la hipocresía,
presentar una caricatura de nuestra propia persona y mi realidad, que todo en la vida es
color de rosas, que todo es alegría y felicidad.
Esta tendencia, también nos afecta en el plano espiritual, porque el vivir de apariencia abre
las puertas de la soberbia y la corrupción espiritual. Para el papa Francisco el corrupto no
es el que cae en el pecado, porque todos de una manera u otra caemos, sino aquel que vive
doble vida y se acomoda a la tibieza de espíritu. En cambio, quien peca y quisiera no pecar,
pero es débil y se encuentra en una condición en la que no puede encontrar una solución,
pero va al Señor, se abre a la gracia, se muestra tal cual es y pide perdón; a éste el Señor le
quiere, le acompaña, está con él. Sin embargo, los corruptos no saben lo que es la
humildad, Jesús los compara con los sepulcros blanqueados: bellos por fuera, pero por
dentro están llenos de huesos putrescentes. Y un cristiano que presume de ser cristiano,
pero no vive como cristiano, es un corrupto.
Existe un tipo de mirada que cuando uno la percibe en su interior, nunca olvida: la
mirada divina. Es la mirada del amor incondicional de Dios que se fija en ti
independientemente de lo que hayas hecho o de tus méritos. Es una mirada gratuita de amor
que cuando toca nuestro corazón nunca vuelve a ser el mismo. En Dios descubrimos un
amor incondicional donde cada uno redescubre su dignidad y su propia identidad. Es
esa mirada interior, que se aleja de lo vano y de lo superfluo; esa mirada sencilla y
penetrante que cuestiona e interpela, que en ocasiones es como un susurro que resulta ser
una brisa confortante para el que busca paz o una palabra tan aguda como espada de dos
filos que penetra hasta el fondo del alma.
¿Cuánto dura esa mirada? Es una mirada de amor eterno. A diferencia de las ilusiones
que plantea el mundo y se acaban, la mirada de Dios permanece. Dios nos ha visto desde la
eternidad. Somos fruto de un sueño eterno de Dios quien nos invita a cumplir una misión
que tiene algo de la eternidad de Dios impresa en nuestro interior. En esa mirada está
contenida la eternidad.
La fe parte de una experiencia personal con el resucitado, que sale a nuestro encuentro
tomando él la iniciativa y nos mira: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he
elegido a vosotros” (Jn 15,16). Dice el papa emérito Benedicto XVI:“No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva”.
Ésa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros discípulos que, encontrando a Jesús,
se dejaron mirar por ÉL, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad
de quien les hablaba, ante el modo cómo los trataba, correspondiendo al hambre y sed de
vida que había en sus corazones. El evangelista Juan nos ha dejado plasmado el impacto
que produjo la persona de Jesús en los dos primeros discípulos que lo encontraron, Juan y
Andrés. Todo comienza con una pregunta: “¿Qué buscan?” (Jn 1, 38). A esa pregunta
siguió la invitación a vivir una experiencia: “Vengan y lo verán” (Jn 1, 39). Esta narración
permanecerá en la historia como síntesis única del método cristiano, el mirar a Dios, el
palparle.
El motor que mueve y sostiene la vida cristiana es el encuentro personal con Cristo. Es
imposible perseverar en la fe y en el anuncio de su palabra, sino estamos convencidos de lo
que creemos y anunciamos. Por eso los apóstoles fueron capaces de entregar su vida, sabían
en quien estaba puesta su confianza y cimentado su edificio. De esto da testimonio San
Pablo cuando dice: “Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me
avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es
poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día”(2 Tim 1,12).
Este encuentro consiste en la experiencia de la mirada amor de Jesús que nos salva y nos
mueve a amarlo siempre más. De aquí se deriva el ardor evangelizador, fruto de un amor
que nos hace sentir la necesidad de hablar del ser amado y de confiarse totalmente a Él que
nos ama.
Quien vive una fe desarraigada del encuentro personal con Jesucristo es como el que
construye una casa sobre arena, cuando venga la tempestad, los problemas y las
enfermedades, sucumbe (cf. Mt 7,27). Así sucedió con algunos cristianos de los primeros
siglos que en el tiempo de las persecuciones negaron su fe para preservar su vida.
Responder a la llamada de Dios es encontrarnos con Jesús y dejarnos mirar por él.
El joven del evangelio le pregunta a Jesús ¿Qué tengo que hacer para tener la vida eterna?
La disposición ideal para recibir la vocación es por un lado el deseo de una vida más alta
que la vida terrenal, y por otro la voluntad de tomar todos los medios para alcanzarla. Sin
embargo, hoy no es fácil hablar de vida eterna y de realidades eternas, porque la mentalidad
de nuestro tiempo nos dice que no existe nada definitivo: todo cambia e incluso muy
rápidamente.
En el diálogo con el joven que poseía muchas riquezas, Jesús indica cuál es la riqueza más
importante y más grande de la vida: el amor. Amar a Dios y amar a los demás con todo su
ser. La palabra amor, como sabemos, se presta a varias interpretaciones y tiene distintos
significados: nosotros necesitamos un Maestro, Cristo, que nos indique su sentido más
auténtico y más profundo, que nos guíe a la fuente del amor y de la vida. Amor es el
nombre propio de Dios. El apóstol san Juan nos lo recuerda: “Dios es amor”, y añade que
no hemos sido nosotros quienes hemos amado a Dios, sino que él es quien nos amó y nos
envió a su Hijo. Y si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos
unos a otros. (1 Jn 4, 8.10.11).
En la mirada de Jesús que como dice el Evangelio contempla al joven con amor, percibimos
todo el deseo de Dios de estar con nosotros, de estar cerca de nosotros; Dios desea nuestro
sí, nuestro amor. Jesús quiere ser nuestro amigo, nuestro hermano en la vida, el maestro que
nos indica el camino a recorrer para alcanzar la felicidad.
Esta mirada del amor de Jesús precede a la vocación. El Maestro mira al joven con una
mirada penetrante que quisiera llegar hasta las profundidades del alma para decidirla a
entregarse totalmente a Él. Este amor de su mirada no se refiere a su pasado sino a su
porvenir a como Dios lo ha pensado desde la eternidad.
“Se fue triste”. Se le vio dar la espalda a Jesús y se fue hacia sus bienes. La opción que hizo
no lo hace feliz. Está triste porque Dios es la única fuente de felicidad: el que se aleja del
Señor para gozar de los bienes de este mundo, solo cosecha la tristeza, porque el sentido de
la vida y la clave de la felicidad está en dejarse mirar por el Señor y responder con amor a
la llamada de él.
Nota:
1. Invitamos a todos los sacerdotes a motivar a la feligresía a orar y promover las
vocaciones en su hogar.
2. Las eucaristías de esta semana tengan todas por intención el aumento de las
Vocaciones Sacerdotales y Religiosas.