Con El Mazo Dando

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CON EL MAZO DANDO.

REPRESIÓN A LA PRENSA
ESPAÑOLA TRAS EL DESASTRE
Strike with the rod: Repression of the Spanish press after
the Disaster of 1898

DOI: https://dx.doi.org/10.12795/RiHC.2020.i15.08
Recibido: 1-10-2020
Aceptado: 06-12-2020
Publicado: 30-12-2020

Edel Lima Sarmiento


Universidad Iberoamerica, Ciudad de México
[email protected]
ORCID 0000-0002-9146-7970

Como citar este artículo: LIMA SARMIENTO, Edel (2020): “Con el mazo dando. Represión a la prensa
española tras el Desastre”, en Revista Internacional de Historia de la Comunicación, (15), pp. 148-172.

© Universidad de Sevilla 148


Con el mazo dando. Represión a la prensa española tras el Desastre

Resumen: Temeroso de sublevaciones internas y del escrutinio crítico de la prensa tras


la derrota definitiva en la guerra con Estados Unidos, el gobierno español suspendió las
garantías constitucionales del 14 de julio de 1898 al 8 de febrero de 1899. En ese periodo,
existieron dos tipos de política de control de la prensa: la preventiva y la represiva. Este
artículo se enfoca en esta última variante, para dar cuenta de sus mecanismos. A partir
del análisis hemerográfico, se comprueba que los métodos represivos más usados
resultaron la clausura de publicaciones y los consejos de guerra a directores de periódicos
y periodistas. Estos mecanismos no siempre se supeditaron a la censura previa, y cuando
fueron independientes de ella, actuaron como una especie de censura posterior a la
publicación y divulgación de los medios impresos. Asimismo, ante esas medidas punitivas
hubo visibilización del fenómeno por estas publicaciones e incluso estrategias de
protesta.
Palabras clave: represión, prensa española, Guerra del 98, prensa del desastre, 1898.

Abstract: After the final defeat in the war against the United States, the Spanish
government suspended constitutional rights from July 14th, 1898 to February 8th,
1899, afraid of internal uprising and the critical scrutiny of the press. For this reason,
during this period two types of press control policies were implemented: preventive and
repressive. This article focuses on the later approach and its operating mechanisms.
Based on hemerographic analysis, this paper shows that the most frequent repressive
methods were the closing of publications and court martials against publishers and
journalists. These mechanisms did not always abide by pre-publication censorship. When
independent from it, they acted more as a post-publication censorship
mechanism. Likewise, following these punitive measures, publications covered the
phenomenon and even protested the measures.
Keywords: repression, Spanish press, Spanish-American War, disaster’s press, 1898.

Introducción
La Guerra del 98 no solo trajo cambios para la geopolítica internacional con el traspaso
de territorios coloniales y áreas de influencia entre dos potencias de desigual desarrollo
como España y Estados Unidos, sino también dejó lecciones para el control de la
información en tiempo de guerra. De ahí que la libertad con que los medios ibéricos y
estadounidenses informaron en 1898 sobre aprestos militares y batallas decisivas sería
la primera víctima durante los conflictos bélicos de preeminencia a lo largo del siglo XX
(Vidal Coy, 2010). Esa supuesta libertad en España fue una verdad a medias, que acabó
drásticamente entre el 14 de julio de 1898 y el 8 de febrero de 1899, cuando con la
suspensión de las garantías constitucionales se aplicó la censura previa a las
publicaciones junto con varios mecanismos de control represivo. A estos últimos, como
se verá más adelante en el estado del arte, la literatura académica ha prestado menos
atención en ese periodo.

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Para abonar a esa cuestión, en este artículo se persiguen tres objetivos fundamentales:
el primero, caractarerizar y sistematizar los tipos de métodos de control represivo para
crear un repertorio que permita ofrecer una idea más completa de cómo funcionaba la
política represiva a la prensa y sus patrones en común en la etapa entre julio de 1898 y
febrero de 1899. El segundo, establecer la posible relación de estos con los mecanismos
de carácter preventivo como la censura previa, para con una mayor precisión conceptual
proponer una tipología de métodos represivos en función de la combinación de
estrategias de control de prensa. El tercero, explicar las respuestas y gestiones de los
periodistas y las publicaciones ante las distintas medidas represivas adoptadas contra
ellos, con vistas a evidenciar el poder de la prensa para elaborar sus propias estrategias
y actuar en su defensa aun en contextos de alta tensión política.

A modo de contexto para insertar la investigación, la prensa española de finales del siglo
XIX, principalmente la madrileña de circulación nacional, había alcanzado cierto grado
de madurez y privilegiaba en sus páginas las necesidades de información y
entretenimiento de sus lectores (Saiz, 1998). Junto a los periódicos adscritos a partidos,
personalidades políticas, sindicatos e instituciones como el Ejército y la Iglesia, tomaba
auge la empresa periodística en diarios como El Imparcial, El Liberal, Heraldo de Madrid
y La Correspondencia de España, sin olvidar el desarrollo de revistas ilustradas como
Blanco y Negro y La Ilustración Española y Americana (Edo, 1998; Núñez Ladevéze, 1998;
Saiz, 1998).

Para estas publicaciones, la libertad de prensa era un derecho asumido desde los años
ochenta del siglo XIX, que se garantizaba en el artículo 13 de la Constitución de 1876,
desarrollado ampliamente en la Ley de Policía de Imprenta de 1883. Este cuerpo legal
había suprimido la jurisdicción especial para los delitos de imprenta y los sometía al
Código Penal, para dar el control de la prensa al poder judicial. Sin embargo, según el
artículo 17 de la Constitución del 76, dicho artículo 13 estaba entre los que se podían
levantar cuando lo exigiera la seguridad del Estado en circunstancias excepcionales
(Tierno Galván, 1968). A esta variante legal acudiría el gobierno español para suspender
las garantías constitucionales, entre ellas la libertad de expresión, del 14 de julio de 1898
al 8 de febrero de 1899.

1 Estado del arte


Sobre la prensa española y aquella conflagración finisecular mucho se ha investigado,
en particular la actitud de las publicaciones ante el conflicto, la construcción de opinión
pública y la presencia de corresponsales en los escenarios de combate (Lima Sarmiento,
2016). No obstante, en años recientes ha ganado relevancia el tema de las políticas y
estrategias de control sobre los impresos y periodistas ejercidas por las autoridades en

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la España del 98, para que socialmente circulara una información a la medida de sus
intereses. Esa literatura apunta a que, incluso desde el inicio de la Guerra de Cuba en
1895, hubo medidas gubernativas para limitar la libre expresión de la prensa en la
Península, aunque prevalecieron unos mecanismos de control sobre otros, que fueron
más o menos rigurosos en dependencia de las circunstancias y los imperativos del
partido político gobernante. También en esos estudios se vislumbra que estos
mecanismos de coerción son tanto de naturaleza preventiva como represiva, sin que los
hayan llamado como tal.

López (2016: 149) demuestra que el Partido Conservador —en el poder desde casi el
comienzo del conflicto en Cuba hasta octubre de 1897— utilizó métodos para interferir
en la información publicada en España como la intervención del telégrafo, el secuestro
de ediciones, el ataque a los vendedores de periódicos, las amenazas a periodistas y “la
imposición de más y peores sanciones a estos a través de los tribunales militares”. En
cambio, su sucesor, el Partido Liberal, adoptó una política menos restrictiva y permitió
una mayor libertad informativa, hasta que con la derrota en la guerra con Estados
Unidos en julio de 1898 impuso un rígido sistema militar de censura previa a la prensa
española (López, 2016).

Centrada en los procesos judiciales contra periodistas entre 1895 y 1898, que la mayoría
se efectuó en consejos de guerra, Izquierdo Gutiérrez (2015) concluye que tanto
conservadores como liberales apoyaron en su momento la apertura de expedientes y
juicios a periodistas. Particularmente reveladora resulta su siguiente tesis: “Más que
estado de guerra, lo sucedido entre mayo y julio de 1898, en lo que respecta a la prensa,
fue más parecido a un estado de sitio cediendo el total protagonismo a los militares”
(Izquierdo Gutiérrez, 2015: 103). De ello se infiere que, con el aumento de causas
judiciales contra directores de periódicos y redactores en ese periodo, el gobierno
intentó ejercer una especie de autocensura por consideración a los riesgos entre los
impresos españoles.

Dicho argumento parece entrar en contradicción con lo planteado por algunos


historiadores de la prensa española como Almuiña (1980) y Gómez Aparicio (1974).
Ambos investigadores sugieren que en los meses propiamente de la guerra la prensa
española tuvo completa libertad para expresarse, como lo demuestran sus
indiscreciones sobre secretos militares favorables al enemigo y el hecho de que desde
el punto de vista jurídico no se le sometiera a una legislación especial para establecer
restricciones en materia informativa.

Sin embargo, el punto de vista de Izquierdo Gutiérrez (2015) y los de Almuiña (1980) y
Gómez Aparicio (1974) lejos de ser antagónicos se complementan. Si bien existió amplia
libertad en España entre abril y julio de 1898 para tratar ciertos temas como el día a día
del conflicto bélico y sus interioridades, no hubo la claridad suficiente para otros como
la pertinencia de una guerra con Estados Unidos, la inferioridad de la flota naval

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española y la crítica razonada a las decisiones gubernamentales. Estas cuestiones eran


estratégicas para un gobierno consciente de que su única salida política para evitar en
lo interno la caída del sistema monárquico y el régimen de la Restauración consistía en
adentrarse a una guerra que de antemano se sabía perdida. En general la prensa
española se alió a las autoridades y para ello manipuló a la opinión pública nacional,
mientras que a aquellos periódicos con un discurso contestatario intentaron silenciarlos
con consejos de guerra a sus directores y periodistas.

Con respecto a la negativa del Ejecutivo español para adoptar medidas restrictivas a la
información periodística en medio de la situación de guerra iniciada el 4 de mayo de
1898, el propio Gómez Aparicio (1974) explica que estuvo determinado por no ir en
contra de sus principios liberales, no estimular las diferencias entre los partidos y dar
una apariencia de normalidad institucional. No obstante, en estos meses las autoridades
intensificaron el uso de resortes de control mediático heredados de los conservadores,
como los consejos militares a periodistas y el llamado Gabinete negro, donde se
censuraba la información telegráfica y telefónica que de Madrid enviaban a los
periódicos en provincias sus corresponsales.

Solo con la derrota definitiva en la guerra contra Estados Unidos, tras la debacle de la
armada española en la batalla naval de Santiago de Cuba, el gobierno español, temeroso
de sublevaciones internas y del escrutinio crítico de los impresos, dio un giro a su política
de prensa al aplicar la censura previa a las publicaciones desde el 14 de julio de 1898 al
8 de febrero de 1899, mientras estuvieron suspendidas las garantías constitucionales.
Precisamente, hemos indagado (Lima Sarmiento, 2018) en lo contradictorio de la
adopción de la censura previa por un gobierno liberal, en especial para la figura de su
presidente, Práxedes Mateo Sagasta, quien había sido por décadas adalid de la libertad
de prensa en España. Pero sobre todo nos hemos centrado en los pormenores de la
implementación de la medida por los militares en dicho periodo.

Ahora bien, desde una perspectiva histórica está demostrado que, aunque pretenda
serlo, la censura previa no es un mecanismo de control infranqueable y tiene fallos. Por
ello es de suponer que, desde el 14 de julio de 1898 hasta el 8 de febrero de 1899, junto
a una política preventiva mediante la censura previa, coexistió una política represiva
visible en procedimientos punitivos o de violencia por el gobierno hacia la prensa. Ello
cobra mayor relevancia para su estudio al reparar que tanto López (2016) como Lima
Sarmiento (2018) no se refieren a dispositivos represivos contra la prensa en el periodo
en cuestión, mientras Izquierdo Gutiérrez (2015) analiza únicamente dos procesos
judiciales a periodistas en dicho lapso y Gómez Aparicio (1974) solo aporta algunos
detalles valiosos sobre el tema en su historia del periodismo español.

De las investigaciones anteriores se desprende la necesidad de sistematizar en el


periodo de estudio las prácticas represivas contra la prensa desde una mayor definición
y precisión conceptual, que permitan distinguir la variante represiva de control de otras

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estrategias como la preventiva y establecer conexiones entre ellas durante su


implementación. Asimismo, se echa en falta en esos trabajos la importancia de conceder
un papel más activo a la prensa en la defensa de sus intereses a partir de estrategias
variadas en un ambiente en que se le intentó silenciar con severidad. Esos son
propósitos de este artículo.

2 Conceptualización y metodología
En situaciones de tensión y conflicto, cuando se minimizan las garantías individuales,
surgen las condiciones para un mayor control gubernamental de la prensa. Desde
Siebert et al (1956) pasando por McQuail (1983) hasta George (2019), se ha advertido
que los gobiernos de tendencia liberal (o semiliberal como es el caso) se ven urgidos a
adoptar prácticas autoritarias en la regulación de los medios ante sublevaciones
internas, amenazas de guerra o la guerra misma. Por ello la distinción y tipificación de
los diversos tipos de mecanismos son fundamentales para entender aquéllos que buscan
silenciar de manera previa o reprimir una vez que no lo han conseguido. Si bien los
estudios históricos han descrito cada uno, la tipificación de estrategias no ha sido tan
común.

En ese sentido, al hablar sobre el modelo de control de prensa en sociedades


autoritarias, Chuliá (2001, 2004) ha sido la autora pionera que más explícitamente ha
caracterizado y sistematizado las dos variantes de mecanismos de control o estrategias:
la preventiva y la represiva. Por preventiva se entiende la revisión y corrección de textos
antes de ser publicados y su método más conocido y documentado es la censura previa.
Y la represiva ––objeto de atención en este artículo–– incluye la aplicación de una amplia
gama de sanciones pecuniarias o violentas a publicaciones y periodistas. Entre las penas
pecuniarias se encuentran las multas, los procesos judiciales, las suspensiones de
periódicos y los secuestros de ediciones. Ejemplifican los procedimientos violentos los
asaltos armados a sedes de medios y una serie de castigos a los agentes periodísticos
que pueden ser psicológicos como amenazas y chantajes, o físicos como secuestros,
golpizas, ingestión obligada de laxantes y el asesinato.

Partiendo de esta tipología mínima y desde una perspectiva metodológica cualitativa


predominante en los estudios históricos en comunicación, se utiliza el análisis
hemerográfico como técnica para recopilar la información de interés sobre los métodos
represivos utilizados por el gobierno de Sagasta y sus instituciones en España desde 14
de julio de 1898 hasta el 8 de febrero de 1899. Si bien las publicaciones periódicas como
fuente primaria no agotan por completo el objeto de estudio, habla a su favor que, pese
a la censura previa en este periodo, estas no dejaron de ser registro exhaustivo de los
cierres de impresos y los procesos judiciales contra periodistas ––los mecanismos más

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hallados en la pesquisa––. Ello demuestra que la realidad no fue negada del todo en sus
contenidos y la prensa continuó siendo escenario en el reclamo de sus propios derechos.
Con vistas al análisis hemerográfico se elaboró una ficha, cuyos indicadores fueron:

• Tipo de método represivo


• Agente represor/reprimido
• Fundamento legal del caso
• Descripción del hecho y su contexto
• Posible vínculo con la censura previa
• Respuesta o gestión periodística ante el método represivo
En cuanto a la muestra, en 1898 la prensa periódica era el único medio de comunicación
existente, y solo en Madrid había más de 20 diarios relevantes (Gómez Aparicio, 1974).
Con la imposibilidad de revisar tal variedad de periódicos, el criterio de selección se basó
en escoger tres diarios de los principales, pero que fueran de distintas tendencias
políticas y, dentro de ellas, los más importantes, para asegurar la diversidad de puntos
de vista. Se consideró también su alto potencial en establecer la agenda mediática de
entonces, debido a su prestigio y capital político, lo que los ponía en mejor posición de
divulgar reportes sobre agresiones a publicaciones y periodistas. Los rotativos escogidos
fueron: El Imparcial, de tendencia liberal y la empresa periodística de mayor difusión e
influencia en 1898; La Época, portavoz del Partido Conservador y muy leído por las clases
altas; y El País, órgano de la tendencia republicana socialista y uno de los más críticos
contra el gobierno.

Estos impresos se revisaron día por día, desde el 9 de julio de 1898 hasta el 13 de febrero
de 1899, incluidos cinco días antes y después del periodo estudiado, para llegar a un
total de 650 ejemplares y un universo aproximado de 64.634 piezas (ver Tabla 1). Sin
embargo, puntualmente se consultaron otras publicaciones como el Heraldo de Madrid
y el humorístico Gedeón por su importancia en el esclarecimiento de algunos incidentes.
La revisión consistió en la lectura total del diario, salvo los anuncios y la sección literaria,
en búsqueda de artículos, editoriales, sueltos y cualquier material que aludiera a
acontecimientos sugerentes sobre la estrategia represiva de control a la prensa. Con
ello, se encontraron 59 textos con algún tipo de información alusiva al tema (ver Tabla
1). La consulta de estos fondos se realizó en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca
Nacional de España.

Tabla 1. Descripción de la muestra


Aspectos del corpus / El El País / La Época Total
Publicaciones Imparcial
El Nuevo País
Total de ejemplares 220 216 214 650
analizados

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Promedio de textos 113 92 93 298


publicados por ejemplar1

Estimado de textos 24.860 19.872 19.902 64.634


revisados por
publicación en todo el
periodo
Registros encontrados 16 30 13 59
sobre medidas
represivas a la prensa

3 Clausura de publicaciones
Entre los diversos métodos represivos de control a la prensa, uno de los más evidentes
e importantes para castigar las publicaciones españolas en la etapa estudiada fue su
clausura o suspensión. Amparadas por el artículo sexto de la Ley de Orden Público de
1870 –en vigor desde el 14 de julio de 1898 al suprimirse las garantías constitucionales–
, las autoridades españolas podían suspender por sí mismas y sin amparo judicial
aquellas publicaciones que según su criterio prepararan, excitaran o auxiliaran los
delitos contra la seguridad del Estado y el orden público. También dicho artículo
justificaba la recogida de los ejemplares de la publicación suspendida para presentarlos
al juzgado correspondiente e iniciar una causa judicial contra el responsable del
supuesto delito; pero estos procedimientos por lo general no se cumplimentaron por el
poder en los casos siguientes.

El primer periódico en sufrir el peso de esa medida fue el carlista El Correo Español,
clausurado el 29 de julio de 1898 por orden dictada por el general José Chinchilla,
capitán general de Castilla la Nueva y Extremadura y máximo responsable de la censura
previa en Madrid, a causa de haber publicado aquel unos sueltos que le habían sido
tachados por los censores. No obstante, dicho cierre quedó sin efecto dos días después,
el 31 de julio, porque según explicaba el decreto revocatorio del propio Chinchilla, más
que una falta hubo una equivocación, “por considerar que el sello estampado en el
ejemplar que se devuelve es la autorización para su publicación y, en realidad, sólo
significa que la empresa ha cumplido con la obligación de presentar el ejemplar después

1Para calcular el promedio de textos publicados diariamente y revisados por ejemplar, se seleccionaron
de manera aleatoria cinco fechas durante el periodo para cada uno de los diarios. Luego, para cada
ejemplar (15 en total) se contabilizaron manualmente cada una de las informaciones y textos contenidos
en el ejemplar, sin cuantificar la sección literaria y anuncios clasificados y publicitarios.

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de haber sido revisado por la censura las pruebas” (“Chinchilla y El Correo Español”, El
País, 2-8-1898, 1).

No tuvo igual suerte El País, al que suspendieron el 14 de agosto de 1898 por publicar
con orla de luto, a todo lo largo y ancho de la portada, el articulado del Protocolo para
la paz, seguido de los nombres de los territorios coloniales en juego, con su extensión
superficial y número de habitantes, y un editorial donde se realizaba la pregunta nada
inocente de que si después de concertada la paz y reducida España a la condición de
potencia de tercer orden, seguiría “un periodo de tranquilidad interior, necesario para
rehacer la nación y curar sus heridas que sangran” (“El protocolo”, El País, 14-8-1898:
1). Aun cuando el periódico había pasado sin problemas la revisión de la censura previa
en la Capitanía General, su modo provocativo de presentar este hecho, si lo
comparamos con la discreción con que lo reflejaron sus colegas, al parecer molestó en
las altas esferas del Gobierno, donde le tenían animadversión por las incisivas críticas
que durante meses este diario republicano había lanzado contra el Ejecutivo, el trono y
las Fuerzas Armadas.

Portada de El País del 14 de agosto de 1898.

La postura represiva no vino dada en esta situación por el contenido en sí, sino por su
presentación crítica. En el lenguaje moderno del análisis de la prensa, este caso ilustra
claramente la medida represiva ante el encuadre crítico del diario con un sostenido
perfil incómodo para las autoridades. Evidentemente no hubo arreglo posible entre las
partes en conflicto, y sus redactores tuvieron que pedir un permiso de impresión para
sacar a la calle el 19 de agosto el diario El Nuevo País, el que se proclamaba

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ideológicamente heredero de su antecesor: “Por lo demás no necesitamos hacer nuevo


programa. Nuestro programa es el que defendió siempre el periódico El País” (“El Nuevo
País á sus lectores”, El Nuevo País, 19-8-1898: 1).

La represión también podía involucrar la sanción a la transgresión de la moral social de


la época, expresada en un género más emergente como el humor satírico. En su edición
del 27 octubre de 1898, el semanario humorístico Gedeón publicó en la portada una
caricatura donde peleaban ministros y parlamentarios, mientras dos “sirvientes de
mancebía”, vestidos de mujer, miran y dicen: “Ay, hija, lo que hemos hecho” (“El gran
ciscma del partido gobernante”, Gedeón, 27-10-1898: 1). La imagen —una alusión
directa a la crisis ministerial que vivía el gobierno en esos días, resultado del escándalo
destapado por el diario El Nacional al denunciar la legalización en Cádiz del juego y la
prostitución homosexual masculina, hecho que se abordará más adelante— y un suelto
en las páginas interiores se tomaron como una afrenta por muchos oficiales, quienes
encontraron en ellos una alusión a la actitud pasiva que algunos atribuyeron al Ejército
durante la guerra contra Estados Unidos (“Por una caricatura”, La Época, 27-10-1898:
4).

Caricatura publicada en la portada de Gedeón el 27 de octubre de 1898.

Como protesta, los ofendidos planeaban dirigirse a la redacción del hebdomadario en la


madrileña calle de Fuencarral; pero avisado por el gobernador y otros oficiales, llegó el
general Chinchilla al Círculo Militar, sitio donde estaban reunidos, y calmó los ánimos al
persuadirlos de que el dibujo y el suelto en cuestión habían pasado por la censura previa
y no tenían el sentido con que lo habían interpretado (“Gedeón. El número de ayer”,
Heraldo de Madrid, 27-10-1898: 1). Es posible que la presencia oportuna del Capitán
general evitara sucesos similares a los ocurridos en marzo de 1895 y enero de 1898 en

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Madrid y en La Habana, respectivamente, cuando capitanes y tenientes atacaron las


instalaciones de varios periódicos a los que acusaban de haberlos injuriado.

Preocupado por ese conato de manifestación y los comentarios que se extendieron al


respecto, el director de Gedeón, Joaquín Moya, envió una carta a su homólogo del
Heraldo de Madrid, en la cual explicaba: “Esas torpes alusiones, (…), no han existido en
nuestro ánimo ni en nuestra voluntad” (“Dice Gedeón”, Heraldo de Madrid, 28-10-1898:
2). No obstante, el 28 de octubre llegó a las oficinas de la mencionada revista
humorística un oficio firmado por Chinchilla, donde se decretaba su clausura (“Política
del día”, El Nuevo País, 29-10-1898: 1). A todas luces, la medida estaba encaminada a
tranquilizar la furia del sector más extremista dentro del Ejército. Dos semanas después,
los redactores de Gedeón fundaron Calínez, semanario satírico que vino a llenar la
ausencia de su progenitor.

En contraste con la capital española, la represión a la prensa en provincias era aún más
arbitraria, donde hasta los alcaldes en su condición de autoridad gubernativa podían
clausurar publicaciones, según lo establecía el Real Decreto de 19 de febrero de 1896
(Valle, 1981: 76). Casi siempre por rebelarse al insertar artículos o sueltos ya prohibidos
por la censura o al no someter sus ejemplares a esta, varios periódicos resultaron
suspendidos, entre ellos, La Correspondencia de Alicante, el 6 de octubre de 1898; El Eco
de la Verdad de Ávila en dos ocasiones, el 31 de octubre y 17 de noviembre; y El Defensor
de Jaén, el 22 de noviembre, como recogieron los diarios.

La revisión de la prensa sugiere que las suspensiones a los impresos parecieron disminuir
en toda España tras la firma del Tratado de París, el 10 de diciembre de 1898, pues al
bajar la tensión por su conflicto externo con Estados Unidos, las autoridades
procedieron de manera más tolerante en lo relacionado con su situación política interna.
No obstante, en enero de 1899 ocurrió un caso que parecía extraído de una comedia de
cualquier teatro de Madrid, a El Heraldo de Zamora lo suspendieron por mantener la
noticia, pese a ser tachada por el censor, de que un joven había ido a la cárcel por
apedrear una cabra propiedad del gobernador militar de aquella provincia (“Periódico
suspendido”, El Nuevo País, 29-1-1899: 1). A todas luces, los casos ligados a elementos
castrenses eran especialmente susceptibles de mecanismos represivos.

4 Prisión, multas y procesos judiciales


contra periodistas
Otra medida aludida por la prensa con mucha frecuencia en este periodo es la
persecución de periodistas. Si muchos periódicos recibieron su castigo casi siempre por

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irregularidades relacionadas con la censura previa, los periodistas más rebeldes


tampoco se libraron de sufrir prisión, multas, procesos judiciales o la combinación de
estos. La labor de los periodistas se regía por la Ley de Policía de Imprenta de 1883, que
sometía los delitos de prensa al Código Penal de 1870, donde se tipificaban las faltas por
injuria, difamación, publicación clandestina, sedición y rebelión, entre otras. El
procedimiento específico para juzgar dichas infracciones se establecía en la Ley de
Enjuiciamiento Criminal. No obstante, una vez declarado el estado de guerra el 4 de
mayo de 1898, los delitos de imprenta pasaron a la jurisdicción militar, por lo que los
juicios a periodistas se desarrollaron en consejos de guerra (Izquierdo, 2015: 99), no
necesariamente transparentes ni justos. Aunque se mantenía básicamente el mismo
cuerpo legal y procedimientos para investigar y juzgar los casos, la composición de estos
consejos la integraba un fiscal militar y un abogado también del Ejército, cuyos
nombramientos no estuvieron exentos de polémica (Izquierdo, 2015: 113).

En el periodo entre la declaración del estado de guerra, el 4 de mayo, y la suspensión


temporal de garantías constitucionales, el 14 de julio, el análisis de fuentes secundarias
sugiere que numerosos periodistas acudieron a los tribunales militares por sus artículos,
aunque algunos de estos casos no prosperaron debido a la inmunidad parlamentaria de
los acusados. Uno de los procesos iniciados en esta etapa resultó el de Alejandro
Lerroux, director del republicano El Progreso, quien fue encarcelado el 7 de junio de
1898. Por orden de la autoridad militar se ordenó su detención, con “el pretexto inicial
de su condena en rebeldía por los hechos derivados de la manifestación contra Martínez
Campos, dos años antes” (Álvarez Junco, 1990: 181). Muy conocidos fueron sus artículos
“Dicen que lloran” y “Dicen que ríe”, los que, dirigidos a la Reina regente, después de la
conmoción en España por la derrota naval en la batalla de Santiago de Cuba, escribió
desde la cárcel y se los sumaron a sus procesos judiciales ante las respectivas denuncias.
En los últimos meses de 1898, al menos ocho consejos de guerra le celebraron y hubiera
necesitado 108 años más de vida para cumplir sus condenas (Álvarez Junco, 1990: 183).

A esa experiencia, se adicionaron otros procesos judiciales y la prisión o absolución de


importantes periodistas. Mientras permanecieron suspendidas las garantías
constitucionales entre esos casi siete meses de 1898 y 1899, existe constancia de más
de 40 expedientes contra periodistas (Izquierdo, 2015: 15). Nuestro estudio
hemerográfico aporta evidencia inusitada de la importancia que la propia prensa
concedió a ciertos casos.

A finales de agosto de 1898, el director de El País, Manuel Iglesias, entró a la Cárcel


modelo para cumplir la condena de dos años, cuatro meses y un día de prisión
correccional, además de que le impusieron 250 pesetas de multa, por supuestas injurias
a la Reina regente, en la reproducción en su periódico de un fragmento de un artículo
de Emilio Castelar que había sido publicado originariamente en la revista francesa Petite
Revue Internationale, pero que extrajo de El Nacional y El Progreso, que lo tradujeron y

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dieron a conocer íntegro. El vuelco dado a una causa insignificante o inexistente, como
parte de las artimañas orquestadas en el consejo de guerra, evidenció la intención de
condenar a Iglesias. Lo probaban que el delito se debía a una causa anterior a la
suspensión de garantías y ni contra el autor del artículo ni contra los diarios de los que
se copió el suelto, se habían adoptado represalias (“La tormenta arrecia”, El País, 3-8-
1898: 1). O sea, el empleo de los mecanismos represivos podía no tener causa aparente
más allá de meras rencillas y ajustes de cuentas personales.

En contraste, el director del Heraldo de Madrid, Augusto Suárez de Figueroa, salió


absuelto de un consejo de guerra que le celebraron el 7 de octubre de 1898 para
examinar la causa incoada por la publicación de un suelto no sometido a censura previa
(“Informaciones”, La Época, 7-10-1898: 2). Al probarse que la prensa de Madrid había
sido autorizada para prescindir de ese requisito en las secciones ajenas a los asuntos
políticos, se reconoció que los hechos no podían constituir delito de desobediencia y el
tribunal falló a favor de la absolución del procesado (“Consejo de guerra”, El Imparcial,
8-10-1898: 2). Este ejemplo demuestra que los periodistas podían hallar formas para
sobrepasar la censura previa, pero no necesariamente para evitar ser blanco de
mecanismos represivos, dada la impredecibilidad con que se aplicaban.

Hasta en otros confines, al corresponsal de El Imparcial en La Habana, Domingo Blanco,


lo detuvieron e incomunicaron en la Fortaleza de la Cabaña, por una carta suya
publicada en el rotativo madrileño donde decía que el general Antonio Pareja se había
rendido al acceder a reiteradas peticiones del gobierno de la Metrópoli y donde
realizaba graves acusaciones contra la administración del Ejército en Cuba. A solicitud
del ministro de Guerra, Miguel Correa, se instruyó a Blanco militarmente en La Habana,
pero el proceso no prosperó porque, como señaló El Imparcial, no había materia de
delito en una misiva que había sido aprobada por la Capitanía General de Madrid y
menos sentido tenía que su autor fuera perseguido estando fuera de España (“La prisión
de Domingo Blanco”, El Imparcial, 11-9-1898: 2).

Antes de finalizar octubre de 1898 ocurrió un escándalo periodístico-constitucional que


produjo una profunda crisis ministerial y la división del Partido Liberal. Si bien este
episodio es ampliamente conocido, algunos detalles de la revisión son reveladores. El
diputado a Cortes por Málaga y director de El Nacional, Adolfo Suárez de Figueroa 2,
publicó un artículo donde responsabilizaba al gobernador civil de Cádiz, Pascual Ribot,
de la lenidad en la persecución del juego y la tolerancia y reglamentación de la
prostitución masculina homosexual en aquella ciudad, al recibir los llamados “maricas
de burdel” o “sirvientes de mancebía” un volante que los distinguía como gaditanos
entre los 200.000 soldados de la Guerra de Cuba desembarcados allí (Vázquez García,
2017). Ribot contestó en una carta, que El Nacional pensaba hacer pública acompañada

2
Adolfo Suárez de Figueroa era hermano del también periodista y director del Heraldo de Madrid,
Augusto Suárez de Figueroa.

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Con el mazo dando. Represión a la prensa española tras el Desastre

de una réplica de Suárez Figueroa; pero con esta última los censores se ensañaron y, a
consecuencia de ello, su autor decidió incluir dichos textos, junto con pruebas de sus
acusaciones, en un número especial denominado Hoja Nacional Extraordinaria, que
libre de censura circuló profusamente en Madrid y en provincias (“Una hoja
extraordinaria”, El Imparcial, 22-10-1898: 1).

Como los políticos eran quienes en gran parte poblaban las páginas de los diarios con su
pluma, la estrategia represiva se hacía extensiva a ellos también. En cuanto conoció de
la existencia del volante, el general Chinchilla ordenó recogerlo, suspendió la publicación
de El Nacional y entregó el caso al juzgado militar, que por injurias al Ejército “dispuso
la detención y el procesamiento de Suárez de Figueroa, lo que se llevó inmediatamente
a cabo” (Gómez Aparicio, 1974: 64). El presidente del Parlamento, Antonio de Aguilar,
marqués de la Vega de Armijo, defendió ante Sagasta que la inmunidad de los diputados
era intangible, y el jefe de Estado ordenó levantar la suspensión del diario y poner en
libertad al prisionero. A ello se opusieron el capitán general, Chinchilla, y el ministro de
Guerra, Correa, por lo que quedaron enfrentados el poder civil y el militar. El poder civil
era defensor resuelto de la inmunidad de los representantes de las Cortes, mientras el
militar opinaba que si el artículo 47 de la Constitución —que de redacción confusa e
impreciso en sus conceptos, estipulaba que los senadores no podían ser procesados ni
arrestados sin previa resolución del Senado— no daba al asunto el alcance que se
pretendía, la Ley de Enjuiciamiento Criminal, al tratar de los procedimientos especiales,
esclarecía ese precepto en términos que no daban margen a la duda (“Por hacer mal las
cosas”, La Época, 25-10-1898: 1).

Es la revisión detallada de la muestra lo que permite adentrarse más en las tensas


relaciones entre los poderes castrenses y políticos, que a su vez sostenían importantes
vínculos con la prensa del momento. A causa del enfrentamiento, sobrevino una crisis
ministerial, y el ministro de Fomento, Germán Gamazo, emparentado con Ribot,
renunció a su cargo y temporalmente fue sustituido por el propio Sagasta. También el
desautorizado capitán general, José Chinchilla, presentó la dimisión, aunque tardaron
un tiempo en concedérsela. En cambio, el ministro de Guerra amenazó con seguir esos
pasos, y con ello consiguió que el Gobierno terminara aceptando la interpretación legal
de los militares sobre la inmunidad parlamentaria. La concesión era un modo de aliviar
la situación política, en un momento en que se necesitaba estabilidad porque se
desarrollaban las conversaciones de paz en París (“Lo inverosímil”, El Imparcial, 26-10-
1898: 1).

En medio de esa efervescencia, ocurrió en Valencia otro caso muy similar al de El


Nacional. El diputado Blasco Ibáñez —director de El Pueblo y autor de La Barraca, novela
que por aquellos días se daba a conocer— publicó el 25 de octubre un suplemento
firmado por él y titulado Una hoja para el pueblo, en el cual insertaba un artículo sobre
el problema del suministro del gas en Valencia y el alumbrado público, que el lápiz rojo

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lo había llenado de tachaduras el día anterior, y otro trabajo para denunciar cómo
ejercía la censura el general Moltó, capitán general de la región. Cuando la estrategia
preventiva falla, rápidamente se intensifica el control de daños con la represiva. Por
tanto, la autoridad no tardó en disponer que recogieran las hojas y encarcelaran al
escritor. De momento, el Gobierno se vio presionado y sin saber qué hacer, porque
como indicaba El Imparcial, el problema era tremendamente contradictorio: “Nos basta
señalar que por un mismo hecho dos diputados están sujetos á distintas leyes. Para el
uno hay inmunidad y de ello nos alegramos. Para el otro no la hay” (“Ejemplo
contradictorio”, El Imparcial, 27-10-1898: 1). Sin embargo, a diferencia de la vez anterior
con Suárez de Figueroa, el Parlamento no reclamó la libertad de Ibáñez, por el hecho de
que pertenecía a su fracción republicana federal, completamente marginada dentro de
ese órgano (Fité, 1899: 236). Así las estrategias represivas podían aplicarse a discreción
o no, en dependencia de la correlación de fuerzas políticas del momento.

Con un proceso judicial pendiente, que sería cerrado con su absolución en los próximos
meses, Ibáñez era puesto en libertad en la noche del 31 de octubre, justo en ese horario
para evitar las manifestaciones de júbilo con que el pueblo valenciano lo hubiera
recibido (“Blasco Ibáñez en libertad”, El Nuevo País, 1-11-1898: 2). Mientras tanto, la
cuestión de inmunidad parlamentaria se analizaba por los jefes de las minorías del
Parlamento sin llegar a ningún acuerdo. También el dictamen al respecto del Tribunal
Supremo era vago en sus ideas y dejaba que la interpretación de los artículos 46 y 47 de
la Constitución fuese sometida a la decisión del Parlamento. Finalmente, el Gobierno
resolvió el dilema el 14 de diciembre de 1898 mediante una real orden de la Presidencia
y se inclinaba por el criterio que desde un inicio defendieron los militares (Gómez
Aparicio, 1974: 64). En consecuencia, la política represiva a la prensa se establecería aún
más a favor de los intereses militares.

Entre julio y diciembre de 1898, también algunos periodistas de provincia sufrieron los
rigores de la cárcel. Por ejemplo, La Época divulgó que la actividad de los periodistas de
la oposición en Jaén era hostilizada por las autoridades fusionistas o liberales para
complacer a los caciques locales, y en el corto espacio de un mes habían sido llevados
sin razón a prisión los directores de El Liberal, El Tonto y El Ideal, con el propósito de
silenciar sus denuncias (“Los periodistas de Jaén”, La Época, 9-11-1898: 2). Si bien La
Época no fue sancionada por reflejar estos episodios, claramente es la propia prensa la
que en ocasiones enfrenta y denuncia la política represiva contra su gremio.

Como demuestran los hallazgos, las medidas represivas no solo provenían de


autoridades civiles y militares, sino también de las judiciales. De todos los casos locales
el más escandaloso fue el de juez de Villaviciosa (Asturias), Tomás Barrinaga, y el
periódico de esa localidad, La Opinión de Villaviciosa, acontecimiento que El Imparcial
destapó a la luz pública el 23 de noviembre. Como un cacique en su feudo, Barrinaga
había convertido en un calvario la existencia de La Opinión…, publicación contra la que

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Con el mazo dando. Represión a la prensa española tras el Desastre

desde 1897 había incoado cinco causas judiciales injustificadas, le había sellado su
imprenta y hasta encarcelado a su director por nueve meses consecutivos, entre otras
presiones. A pesar de que el Fiscal del Tribunal Supremo había encausado a Barrinaga y
exigía su prisión, con motivo del expediente abierto por las numerosas quejas de los
vecinos de aquel lugar, el juez continuaba en libertad protegido por sus padrinos
políticos (“Horror del caciquismo”, El Imparcial, 23-10-1898: 1-2). Esta situación y otras
de las antes reseñadas por la prensa objeto de análisis muestran que las políticas
represivas fueron, en parte, instrumentos para establecer relaciones clienterales y de
coerción a favor de intereses político-militares de toda índole.

5 Gestiones por la libertad de los


periodistas
Otro de los objetivos del artículo es reflejar las estrategias de resistencia de las
publicaciones y periodistas ante las medidas represivas, en especial el papel de los
propios diarios estudiados para visibilizarlas y movilizarse en su contra. El análisis
hemerográfico demuestra que desde estos impresos, en particular El País, no solo se
contaban las historias sobre los castigos a la prensa y se daba seguimiento a los casos,
sino que sus directivos y organizaciones activamente se oponían a ello.

Por ejemplo, tras la firma del Tratado de París, la Asociación de la Prensa intensificó sus
acciones cerca del Gobierno para lograr el indulto de todos los periodistas presos en la
Cárcel modelo y en las distintas prisiones del país. Conocedor de ese deseo, Sagasta
trató el tema el 14 de diciembre en el Consejo de Ministros y encargó a los titulares de
Guerra y de Gracia y Justicia que estudiaran los medios de proponer a la Reina regente
el ejercicio de “la gracia de indulto”, con vistas a la celebración del santo del Rey u otra
fecha especial (“Consejo de Ministros”, El Imparcial, 15-12-1898: 3). Parecía acercarse
la hora en que saldrían del cautiverio los periodistas que habían desafiado los designios
del poder y, en consecuencia, habían padecido con mayor rigor sus castigos. La
intervención de los diarios en estos asuntos era también un instrumento en defensa del
gremio periodístico. El Nuevo País advertía en un suelto que la concesión del indulto
podía demorar, y aunque no lo decía, sus palabras hacían pensar en las falsas promesas
y dilaciones que muchas veces van de la mano con los políticos:

Falta ahora saber si se concederá y cuándo se concederá ese indulto. Para el mal,
el camino es corto; para el bien, es siempre largo. Meses ha que se tramita el

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indulto de Bo y Singla y sus compañeros3, y esta es la hora en que no podemos


adivinar cuándo saldrán de su encierro. Nos alienta sólo la esperanza de que el
gobierno prescinda de los más largos y enojosos trámites (“El indulto de la
prensa”, El Nuevo País, 19-12-1898: 2).

No se daría por vencida la Asociación de la Prensa en sus gestiones, y tres de sus


representantes, precisamente los directores de El Imparcial, Eduardo Gasset, y de La
Época, Alfredo Escobar, acompañados por José Franco Rodríguez, representante de El
Globo, se reunieron el 3 de enero de 1899 con el titular de Gracia y Justicia, Alejandro
Groizard, quien sustituía a Sagasta al frente del Consejo de ministros por encontrarse
enfermo, para que activara en el gobierno la concesión del indulto a los periodistas
presos. El funcionario les prometió que sería pronto y les explicó que el proceso se había
tardado por la tramitación que exigían algunos casos (“El indulto a la prensa”, El Nuevo
País, 4-1-1899: 1), asunto que seguiría trayendo no pocos contratiempos. Esta vez la
promesa se cumpliría, y para solemnizar el santo del futuro rey, el adolescente Alfonso
XIII, el 5 de enero de 1899 se publicó el indulto en favor de los periodistas encarcelados
por distintas causas vinculadas al oficio. Uno de los diarios publicó el documento íntegro,
que rezaba:

Artículo 1.º Concedo indulto total de las penas impuestas á los sentenciados por
delitos cometidos por medio de la imprenta, grabado ú otro medio mecánico de
publicación, sea cual fuese el Tribunal que les hubiere condenado.

Art. 2.º El ministerio fiscal desistirá inmediatamente de las acciones penales en los
procesos incoados con motivo de los delitos comprendidas en el artículo anterior.

Art. 3.º Los tribunales y jueces encargados de la ejecución de las sentencias ó que
conozcan de las causas á que se refiere el art. 2.º aplicarán inmediatamente el
presente indulto, remitiendo á los ministerios respectivos, con la mayor brevedad
posible, relación nominal de las personas á quienes haya sido aplicado.

Art. 4.º Quedan exceptuados de los beneficios de este indulto los reos de delitos
cuya pena se remite por el perdón del ofendido.

Art. 5.º Por los ministerios de Gracia y Justicia, Guerra y Marina se dictarán las
disposiciones oportunas para el cumplimiento de este decreto y se resolverán sin
ulterior recurso las dudas y reclamaciones que ofrezca en su ejecución (“Indulto a
la prensa”, La Época, 6-1-1899, 2).

Paradójicamente, los periodistas no serían soltados de inmediato, y el reclamo por su


libertad era común en las páginas de los periódicos. En su edición del 14 de enero de

3
Ignacio Bo y Singla y otros jóvenes relacionados con el periodismo estaban presos desde 1896 por lanzar
proclama subversiva que llamaba a la insubordinación del Ejército en Barcelona.

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Con el mazo dando. Represión a la prensa española tras el Desastre

1899, El Nuevo País se quejaba de que los colegas indultados desde el día 5 y a esas
horas todavía en prisión, no habían tenido fortuna. “¿Pero es que el Ministerio Sagasta
no tiene autoridad para hacer cumplir las leyes? ¿Es que la Gaceta es para ciertos
organismos un papel mojado?”, cuestionaba el diario (“Los periodistas presos”, El Nuevo
País, 14-1-1899: 1). Después de liberados algunos de sus compañeros, la Asociación de
la Prensa emprendería nuevas gestiones en favor del director de El Progreso, Alejandro
Lerroux, y un redactor de ese impreso de apellido Luna, quienes incluso beneficiados
por el Indulto General dictado el 22 de enero, no serían excarcelados hasta el 2 de
febrero (“Los señores Lerroux y Luna”, La Época, 3-2-1899: 2). Para esa fecha, contra
todo pronóstico todavía en Barcelona permanecían tras las rejas Bo y Singla, Sempau y
otros periodistas catalanes (“Escritores presos”, El Nuevo País, 4-2-1899: 1).

A inicios de 1899 tampoco habían acabado los abusos de las autoridades militares con
los editores de aquellas publicaciones que se resistían a cumplir la censura previa en su
más estricta obediencia. Al interior del país se registraron algunos incidentes. Contra el
director de La Publicidad de Granada se abrió un proceso por dejar retintada la parte de
un suelto que tachó el censor (“Informaciones”, La Época, 29-1-1899: 2). Al responsable
del periódico de Bilbao, La Voz de Vizcaya, se le interpuso una multa de 200 pesetas por
no cumplir las indicaciones en torno a la censura (“La libertad de Imprenta”, La Época,
29-1-1899: 2).

Para completar el panorama, esta vez muy desfavorable para el prestigio de los hombres
de la letra impresa, como consecuencia del escándalo por la corrupción en el
Ayuntamiento de Madrid, salía a relucir que algunos periodistas cobraban jornales por
esa diputación. Varios periódicos y la Asociación de la Prensa daban pasos para aclarar
el problema y que se dieran a conocer los nombres de los implicados, quienes echaban
por tierra el prestigio de la clase periodística (“Periodistas jornaleros”, El Nuevo País, 8-
2-1899: 1). Sin dudas, en aquella España de 1898 y 1899, el periodismo era también un
oficio de villanos y héroes, en que si bien había periodistas que se vendían al mejor
postor, había otros capaces de visibilizar en sus escritos la represión contra su gremio y
a la vez asumir su defensa abiertamente o con sutileza.

6 Discusión y conclusiones
De manera conceptual y a partir de un análisis empírico de corte hemerográfico, este
texto ha detallado los dos métodos represivos de control de prensa prevalecientes en
España del 14 de julio de 1898 al 8 de febrero de 1899: la clausura de publicaciones y el
enjuiciamiento a periodistas. Si bien estos mecanismos no son exclusivos del periodo
estudiado, los hallazgos en el análisis de tres diarios: El País (incluido El Nuevo País), La
Época y El Imparcial, además de dos publicaciones suplementarias, permiten extraer

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algunos patrones generales sobre la naturaleza de estas estrategias de tipo represivo


que pueden diferir, en su orientación y aplicación, de las de corte preventivo como la
censura previa, que ha sido documentada en otras investigaciones.

La primera reflexión es que el tipo de régimen político tiene honda repercusión en los
controles del Estado sobre el sistema de medios de cualquier país. Sobre la naturaleza
política de la Restauración (1875-1923) en España existe consenso en que se le puede
considerar un liberalismo moderado o doctrinario, una fórmula híbrida entre monarquía
autoritaria y gobierno representativo. Por ello, pese a los avances y la estabilidad en
política logrados por la Restauración en sus dos primeras décadas, su esencia siguió
siendo en buena medida autoritaria. Lógicamente, esa naturaleza autoritaria de la
Restauración pesaría más sobre la prensa a partir de 1898, con las sucesivas crisis que
enfrentaría ese régimen.

No obstante, en la etapa analizada la estrategia represiva continuó teniendo un carácter


o una fachada legal en lo concerniente a la prensa nacional, no tan así con la regional,
aunque se aplicaría con mayor intensidad y menor grado de discrecionalidad que en
periodos anteriores. Como se ha apreciado, estas estrategias eran normalmente usadas
cuando peligraba la seguridad nacional o se afectaban los intereses o la imagen de los
gobernantes y las fuerzas armadas, mientras en un ámbito local protegían las veleidades
de caciques políticos y autoridades judiciales.

En efecto, la legislación desempeñó un papel significativo en la organización de la


relación entre la prensa y los distintos actores en el poder. Izquierdo Gutiérrez (2015)
califica de legislación seudoliberal a las leyes en materia de libertad de expresión,
porque en la situación creada en España en el último lustro del siglo XIX, “ni una
constitución, que en principio abogó por la libertad de expresión, ni una ley de imprenta,
con pretensiones progresistas, consiguieron evitar ni la censura encubierta, ni la
manipulación y desinformación” causadas o inducidas por los poderes político y militar
(2015: 290). En consecuencia, tampoco podían garantizar la protección a editores y
periodistas ante embates de naturaleza represiva. Al contrario, desde la ley imperante
se establecieron muchas de estas medidas. Por ejemplo, el Código Penal de 1870, al
decir del político español Sánchez Ruano, disimulaba dispersa en sus páginas una ley
especial de imprenta (Pérez Prendes, 1971, citado por Soria, 1982: 26), tipo de
legislación ya prohibida expresamente desde la Constitución de 1869, cuya severidad
era incuestionable.

Desde el inicio de la Restauración hasta 1898, el atentado mayor contra la libertad de


prensa había comenzado en España con el grito de independencia en Cuba en 1895 y
alcanzó su etapa más crítica con la suspensión de las garantías constitucionales desde el
14 de julio de 1898 al 8 de febrero de 1899, al establecerse bajo el mando de los militares
la censura previa a las publicaciones e intensificarse el empleo de mecanismos
represivos contra la prensa. Son también los militares quienes más frecuentemente

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Con el mazo dando. Represión a la prensa española tras el Desastre

instauraron medidas como la clausura de publicaciones y las causas judiciales en


consejos de guerra contra periodistas, las que estuvieron asociadas a multas y prisión
cuando a los acusados los declararon culpables. Sin embargo, llama la atención que en
este periodo de transición los instrumentos represivos de tipo violento ––golpizas u
otros castigos físicos–– no son visibles, lo cual es un indicador de que los principios
liberales en favor de la prensa y el respeto a la profesión periodística en principio habían
calado en la conciencia de la sociedad española y no eran letra muerta como ocurre en
los regímenes claramente definidos como autoritarios. Por ello la necesidad de
ampararse en la legalidad era mayor cuando se acudía a esos resortes de carácter
represivo.

En realidad, otro hallazgo importante del periodo ––bajo el análisis propuesto mediante
la tipología de estrategia represiva y sus mecanismos–– es que la suspensión de
publicaciones no había sido un método muy recurrido hasta ese momento durante la
Restauración. Esto se debió a que en circunstancias normales requería un largo proceso
legal, mientras que las circunstancias alarmantes ––favorables a su práctica al amparo
del artículo sexto de la Ley de Orden Público–– fueron escasas y breves en dos décadas.
Ya al calor de la efervescencia política en España por la Guerra de Cuba, el antecedente
más cercano había sido local, en la ciudad de Barcelona, donde las garantías
permanecieron interrumpidas por terrorismo desde junio de 1896 hasta diciembre de
1897, lapso en que revistas como La Renaixensa padecieron el cierre.

Durante el segundo semestre de 1898 la clausura fue un recurso utilizado por las
autoridades españolas especialmente contra los impresos de los partidos políticos de la
oposición con un discurso provocador y subversivo, como El País, de los republicanos, y
el humorístico Gedeón, de inspiración conservadora. Si bien Gedeón y El País
reaparecieron rápidamente con otros nombres tras solicitar un permiso de impresión,
no retornaron a la palestra con sus cabeceras reales después de varios meses. El primero
el 18 de enero de 1899 sin dar explicación de la gestión detrás de su regreso, y el
segundo el 10 de febrero de ese año, tras restablecerse las garantías y derogarse la
censura previa, con un editorial graciosamente titulado “¡Saquemos la cabeza!”.

El otro método muy empleado para amordazar a la prensa, los consejos de guerra contra
editores y periodistas, tuvo un uso in crescendo en España desde el inicio de la Guerra
en Cuba, cuando los militares maniobraron para poner bajo su jurisdicción los delitos de
imprenta relacionados con el conflicto, aunque en realidad eran un asunto de los
tribunales civiles mientras no se declarara en el país el estado de guerra. A partir de julio
de 1898, e incluso desde algunos meses antes, los militares juzgaron por esta vía sobre
todo a articulistas republicanos, que desde El Progreso o El País no dudaban en criticar
abiertamente a la Corona, el Gobierno y el Ejército. No obstante, algunos editorialistas
o corresponsales de diarios de inspiración liberal como El Imparcial o el Heraldo de
Madrid se vieron envueltos en estos procesos.

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Una estrategia para evadir esos consejos de guerra resultó la de nombrar a diputados
como directores de diarios, a quienes se dificultaba encausarlos debido a su inmunidad
parlamentaria. Ellos salvaron de la cárcel a varios de sus compañeros en la prensa, al
responsabilizarse no solo de sus propios artículos, sino también de los de otros autores,
lo que era posible por la ausencia de firmas en los textos publicados en los periódicos.
Sin embargo, en casos más significativos como los de Adolfo Suárez de Figueroa y Blasco
Ibáñez, los militares se mostraron reacios a su liberación, concedida en su condición de
representantes a las Cortes, y presionaron al Ejecutivo para revertir lo que consideraban
una burla a la justicia.

Ahora bien, tanto la suspensión de publicaciones como los consejos de guerra a


periodistas no solo funcionaron como mecanismos represivos que siguieron como
sanción ante el incumplimiento de los procedimientos de la censura previa, sino también
como recursos completamente independientes. Si bien es cierto que la censura previa
es la manera más segura para que cualquier gobierno pueda controlar el flujo de
información en una sociedad, ha resultado claro que el emisor periodístico ––al menos
por una vez y favorecido por el factor sorpresa–– puede negarse a los requerimientos
de aquella, publicar con libertad sus ideas y luego atenerse a las consecuencias. De ahí
la importancia de examinar la estrategia represiva y caractertizarla como tal, pues
cuando la prevención falla, entonces se emplea la sanción y el castigo, como sucedió con
los diputados que desobedecieron al aparato censor.

En cambio, en otras ocasiones los artículos o caricaturas pasaron por la censura previa
sin pena ni gloria. Sin embargo, luego de publicados causaban disgusto en alguna
autoridad política o militar que encontraba en ellos lo “pernicioso”. Entonces en
represalia se suspendían publicaciones como El País y Gedeón, o en el caso del director
de El País se le condenaba a la cárcel tras un consejo de guerra. Podemos hablar, por
tanto, de dos tipos de método represivo con respecto a la censura previa, cuya relación
no se había establecido con claridad en la literatura anterior: uno dependiente y
resultante de ésta, y otro completamente independiente, pero que actúa como una
especie de censura posterior a la publicación y divulgación de los medios impresos.
Además, en contraste con la censura previa, extendida a todas las publicaciones, los
mecanismos represivos se aplicaron de manera selectiva y la tendencia política e
idelogía del vigilado se tuvo muy en cuenta por los represores. Más allá de circunstancias
precisas, la combinación de estrategias (preventiva y represiva), y no una sola, ha sido
lo habitual en el control de la prensa a lo largo de la historia.

Por otra parte, el estudio apuesta por documentar la doble estrategia de la prensa ante
los distintos atropellos: tanto la de visibilizar cierto tipo de casos y darles seguimiento
dentro de su escaso margen de maniobra, como la de participar en favor de la defensa
del gremio. Aun así, estos esfuerzos fueron más bien tibios y orientados a ciertos
intereses, por lo que no se observó en el sector periodístico y las publicaciones la

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Con el mazo dando. Represión a la prensa española tras el Desastre

capacidad de reaccionar con energía y organizar protestas unánimes. Más bien en


algunas situaciones fueron indiferentes, como cuando se trataba de periódicos o
periodistas de tendencia republicana.

Más allá de la descripción de los distintos episodios recogidos en este texto, no solo se
ha pretendido dotarlos de importantes detalles y matices desconocidos hasta ahora en
la literatura, sino aportarles mayor sistematicidad conceptual sustentada en las
estrategias de control de prensa y sus mecanismos. Si bien la estrategia más analizada
por la literatura en el periodo de estudio ha sido la preventiva mediante la censura
previa, este artículo se enfoca en los dispositivos de carácter represivo. Futuras
investigaciones tienen el reto de introducir la cooptación como una tercera estrategia
para influir en las publicaciones y periodistas entre 1898 y 1899, de la cual existe certeza
en diarios de la época. Igualmente, es necesario plantearse una tipología de métodos
represivos más exhaustiva a partir del examen de etapas con otras condiciones y tipos
de régimen político. Solo así podremos dilucidar las variaciones históricas de estas
estrategias, los mecanismos configurados y las condicionantes y factores asociados a la
regulación de los medios en etapas convulsas.

Referencias hemerográficas
S/A (2 de agosto de 1898): “Chinchilla y El Correo Español”, El País, p.1.

S/A (3 de agosto de 1898): “La tormenta arrecia”, El País, p.1.

S/A (14 de agosto de 1898): “El Protocolo”, El País, p.1.

S/A (19 de agosto de 1898): “El Nuevo País á sus lectores”, El Nuevo País, p.1.

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