Freud - Sujetos Del Deseo PDF

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V.

Freud

Daniel Castaño Zapata

Lo que podemos preguntarnos al leer a Sigmund Freud (Příbor, 6 de mayo de 1856-


Londres, 23 de septiembre de 1939) es ¿qué es un sujeto? O más bien ¿cómo se
estructura un cuerpo? Digamos por el momento que un sujeto se construye, no hay
sujeto desde el inicio. Para ser sujeto debemos transitar un camino, superar
pruebas, aceptar coerciones, valores y creencias hasta hacerlas nuestras. Desde
una edad muy temprana somos introducidos en diferentes dispositivos o aparatos
ideológicos que nos producen. Somos el resultado de ese procesamiento que a su
vez, se alimenta de nuestra existencia. Desde luego, el mundo social, donde el
sujeto se desarrolla, no se inaugura con él, sino que lo está esperando para lograr,
mediante la estructuración de ese cuerpo, su propia reproducción. El cuerpo es,
originariamente, un caos, pero llega a una sociedad cuyo principio fundamental es
el orden y la clasificación. El cuerpo llega a una sociedad organizada en esferas,
campos o sistemas que responden a lógicas instituidas en el desarrollo de la historia
cuyo objeto principal es asegurar la realidad y el presente.
Así, para responder a la pregunta amplia por el sujeto, y dado el carácter dinámico
de la construcción subjetiva para el psicoanálisis, debemos encarar un esbozo
general del proceso psicogenético descubierto por Freud.

Psicoanálisis y construcción del sujeto


En el registro de la configuración de la subjetividad, para el psicoanálisis el sujeto
es una construcción social: es el producto del atravesamiento de distintas
encrucijadas que le imponen las condiciones de socialización que lo preexisten. El
cuerpo del niño (cuerpo no subjetivado) llega a una sociedad organizada a partir de
determinados principios; esos principios son reglas fundamentales de
comportamiento que se adquieren con la socialización; no vienen con el cuerpo. Así,
dado que para el psicoanálisis no hay sujeto desde los orígenes, toda sociedad debe
construir a sus sujetos según las características específicas que le sean funcionales
para su estabilidad y reproducción. Y es en este proceso de reproducción que la
escuela adquiere un lugar relevante para la cultura.
La escuela es el lugar legitimado socialmente, y especializado burocrática y
profesionalmente, para la incorporación subjetiva del buen sentido: qué es lo bueno,
qué es lo malo; cómo y cuándo se pueden hacer determinados actos; cuáles son
las competencias intelectuales requeridas socialmente; etc. son cuestiones propias
del procesamiento subjetivo. Instituciones como la escuela, la familia y los medios
de comunicación transfieren al sujeto una herencia cultural que éste debe
introyectar como propia a fin de ser un sujeto apto para la vida en sociedad. Esta
idea está presente en el planteamiento de Bourdieu y Passeron en su célebre “La
reproducción” y fundamentalmente en el texto de Althusser “Ideología y aparatos
ideológicos de Estado”.

- V.I Psicogénesis

Para el psicoanálisis, un niño nace en un mundo poblado de palabras y sentidos y


debe incorporarlos a fin de ser sujeto. Esa distancia que media entre la
incorporación de los sentidos sociales y su carencia es la que marca la distancia
entre un sujeto y un cuerpo no socializado (un animal humano). Es por ello que “el
bebé deberá pasar por un complejo proceso para constituir su psiquismo, es decir,
para transformase en un sujeto cognosciente” (Karol, Ib. 78).
A este complejo proceso al que alude Karol podemos llamarlo la ontogénesis para
el psicoanálisis y marca una profunda ruptura con la episteme que orientó las
investigaciones conductistas y neoconductistas, ancladas en la idea de instinto y
cuerpo biológico.
Ahondemos un poco en esto: el psicoanálisis produce una ruptura con la episteme
biologista que subyace a los supuestos conductistas que operaron a partir de la
noción de instinto, y contrapone a este la idea de pulsión. Lo que el psicoanálisis
plantea es que las personas son sujetos de las pulsiones y no de los instintos. El
cuerpo es un cuerpo pulsional.
Si entendemos al instinto como una respuesta mecánica (en términos de sus modos
y en términos de los objetos a los que acude) de una especie para satisfacer sus
necesidades, Freud va a decir que las pulsiones, a diferencia de los instintos, no
tienen objetos predeterminados ni tienen medios predeterminados de satisfacción.
Ésta (la satisfacción) puede recaer sobre cualquier objeto y puede tener múltiples
modalidades. Esto también implica afirmar que el cuerpo no trae una conciencia
consigo. No trae ni una conciencia lógica, no trae razón y no trae moral previa a su
proceso de estructuración. En este sentido decía arriba que para el psicoanálisis no
hay sujeto desde los orígenes.
Ante este cuerpo pulsional, la pregunta que trae el psicoanálisis es ¿cómo es
posible la sociedad con un animal humano como ese: un animal que rompió la
cadena del instinto que lo sujetaba a la naturaleza?. El animal se mueve en el mundo
como una ola en el agua, en una relación de inmediatez con el mundo, pero esa
relación de inmediatez se rompe con el hombre. Por eso la pregunta que se hace el
psicoanálisis no sólo es cómo es posible la sociedad, sino cómo es posible el
individuo. Castoriadis (citado por Karol) dice que “el hombre es un animal loco y
radicalmente inepto para la vida”. Con ello Castoriadis está haciendo referencia a
una ruptura con la noción de instinto, y en esa medida con la noción de instinto de
conservación, con la noción de instinto de supervivencia.
El hombre es un animal inepto para la vida porque (en su estadio presocial) no le
interesa conservarla, lo único que le interesa es la satisfacción de su deseo. Así,
para el psicoanálisis el cuerpo es pura pulsión, puro deseo, y el deseo lo que busca
es la descarga inmediata.
Piensen en un bebé, si quiere algo, lo quiere y lo quiere ya. El cuerpo es entonces
una multiplicidad de deseos que buscan su descarga. Eso quiere decir que el animal
humano desconoce el principio de realidad y el alter ego de los otros individuos.
Desconoce nada más y nada menos que la idea de límite. Por ello es un animal
radicalmente inepto para la vida: este sujeto del deseo no podría sobrevivir un
instante: es autodestructivo. Entonces ¿cómo es posible la sociedad y cómo es
posible el individuo si partimos de este cuerpo pulsional como sustrato sobre el cual
construir un sujeto y una sociedad?
Para contestar esto Freud elabora dos tesis de dos grandes temas: tendrá que
elaborar una teoría del sujeto (una ontogénesis) y una teoría de la sociedad (una
filogénesis).
La primera puede rastrearse en su teoría de la estructuración psíquica (tanto en su
primera como en su segunda tópica); la segunda ancla su origen en el que Freud
mismo llamó su mito científico, su explicación hipotética del pasaje de la barbarie a
la civilización: Totem y Tabú. A continuación nos ocuparemos de lo concerniente al
primer registro: el ontogenético o el proceso de estructuración de la subjetividad.
Pero nos apoyaremos cuando sea necesario en otro registro, el de la producción
de la sociedad.

Las condiciones de posibilidad del individuo: las provincias psíquicas

Entonces ¿cómo es posible el individuo? El individuo es posible para Freud porque


existe algo que él llama la represión primaria, directamente ligada con la encrucijada
del complejo de Edipo. El complejo de Edipo es una encrucijada universal que los
cuerpos atraviesan para ingresar al orden social. El orden social marca esos
cuerpos con determinadas prohibiciones que se pueden llamar prohibiciones
fundamentales y que están inscriptas en el orden de la cultura: esa es la represión
primaria y a partir de ella se despliega el proceso de constitución de las tres
provincias psíquicas de todo individuo socializado: el ello, el yo y el superyó. Pero
dicha represión primaria no anula ninguna de estas provincias, ellas coexisten.
Señala Karol (id. 84) que según Freud, “en la vida anímica no hay cortes radicales
ni sepultamientos absolutos de lo anterior, pero sí la condición de que la represión
opere sobre aquello que tiene que quedar reprimido en el inconsciente, aquello que
no es accesible a lo consciente y que pertenece a lo que Laplanche llama “los fondos
del inconsciente”. En este sentido
“la infancia no es histórica sino que sigue transcurriendo en el presente bajo la forma del
texto que esta escribe aún hoy y en los múltiples y sucesivos subrogados bajo los cuales se
recupera. (…) El sujeto que se historiza en el psicoanálisis es el sujeto del deseo, los hechos
ocurridos en esta historia están forjados por restos de acontecimientos, huellas, sombras
que transitan difusas y que luego se corporizan según el ritmo y las formas que le imponen
los relatos sucesivos” (Albano, 2006:70 - 71).

Cuando hablamos de inconsciente aquí, hacemos referencia a uno de los sistemas


que Freud define como aquella parte del aparato psíquico cuyos contenidos
permanecen reprimidos porque no están ligadas a un mecanismo que nos permita
figurarnos su necesidad y tienen vedado el acceso al otro sistema preconsciente-
consciente. Esta idea, cuyas nociones terminológicas son propias de la primera
tópica Freudiana es consistente para la lectura del proceso de subjetivación en el
marco de la segunda tópica. En otras palabras, en sus primeros análisis Freud
desarrolla una teoría de la composición del aparato psíquico en tres provincias,
estratos o niveles: Consciente - Preconsciente – Inconsciente. Posteriormente, en
una segunda tópica (que no se opone a la primera sino que la integra) dividió el
aparato psíquico en tres instancias o dimensiones psíquicas, Ello - Yo - Superyó.
Las características del proceso de subjetivación se comprenden dentro del marco
de esta segunda tópica. Entonces, de ese cuerpo pulsional que somos todos al
nacer la primera provincia psíquica es el “ello” o ese algo adentro que es eso que
no soy yo. El ello es eso que está ahí en el cuerpo, eso que se mueve, que actúa
solo sin parte consciente.
Hay en Freud una tensión que implica la dimensión de la fuerza, de una energética.
Se trata, para Laplanche y Portalis de una “economía libidinal pulsional” y en esta
economía pulsional la característica del ello es la de ser una energía sin ligar, una
energía flotante excedente que busca descarga, que no conoce juicio de valor, no
tiene moral, ni conoce principios lógicos.
Tanto a nivel subjetivo como social, el Ello es la pulsión corporal más arraigada y
más profunda con la cual la cultura y la radicación de la cultura en el sujeto tienen
que lidiar. Hay además un tipo de pensamiento que corresponde a esta provincia
psíquica: el pensamiento primario. Según Laplanche y Portalis (2013: 112)
“el ello constituye el polo pulsional de la personalidad; sus contenidos, expresión psíquica de
las pulsiones, son inconscientes, en parte hereditarios e innatos, en parte reprimidos y
adquiridos. Desde el punto de vista económico, el ello es para Freud el reservorio primario
de la energía psíquica; desde el punto de vista dinámico, entra en conflicto con el yo y el
superyó que, desde el punto de vista genético, constituyen diferenciaciones de aquél”.

El registro del “ello” tiende a ser antisocial y tiende a descargarse de cualquier


manera en cualquier lugar. Tiende, como se señaló más arriba, a la autodestrucción.
Lacan dice que todos tenemos la tendencia de suicidarnos en la madre pues el
deseo actúa siempre de forma regresiva, busca descarga y la primera descarga que
conoce (y lo marca de manera estructural) es la satisfacción brindada por la madre:
esa satisfacción primera deja en el cuerpo una huella mnémica.
Esa huella mnémica, una memoria corporal es evocada cada vez que aparece la
necesidad de descarga. El cuerpo, aún el de un sujeto adulto y socializado, busca
esa satisfacción primera, original. El cuerpo (el ello) tiende a repetir esa primera
satisfacción, y esa primera satisfacción es la maternal. Tiende a esa completitud
imaginada en lo materno. Esto es fundamental porque toda la vida psíquica y social
tiene que ver con las formas de satisfacción que encuentra esa moción arcaica. El
problema es que entre ese deseo y su satisfacción se interpone el orden social. Ese
es todo el problema del sujeto. Es su malestar en la cultura. Y es también el
problema y el campo específico de intervención de la escuela.
El “ello” tiene un registro de pensamiento que es el del pensamiento primario: en la
lógica del individuo, que es la lógica del inconsciente individual y colectivo, ese
registro de pensamiento funciona según la lógica del sueño, donde una cosa es una
cosa y es otra cosa al mismo tiempo, también es la lógica de las ideologías, de las
religiones, del arte. Es diferente a la lógica del pensamiento secundario porque
corresponde a la segunda provincia psíquica, al segundo momento arquetípico del
individuo: El Yo. Sobre ese registro pulsional que acaba de exponerse se erige un
Yo. Un yo que funciona según el pensamiento lógico y la razón. Según Laplanche y
Portalis (2013: 457) “el yo se encuentra en una relación de dependencia, tanto
respecto a las reivindicaciones del ello como a los imperativos del superyó y a las
exigencias de la realidad. Aunque se presenta como mediador, encargado de los
intereses de la totalidad de la persona, su autonomía es puramente relativa”. En
este sentido, los mismos Laplanche y Portalis señalan (Ib. 112) que “lo que
llamamos nuestro yo se comporta en la vida de un modo completamente pasivo y
somos vividos por fuerzas desconocidas e ingobernables”.1 A esto viene la común
descripción de Freud sobre que el Yo es la continuación del principio del placer por
otros medios, el yo tiene que permitir que el sujeto viva. Para esto debe reprimir al
“ello” que siempre busca la completitud, el llenado de esa falta que se radica en el
individuo cuando es separado de la madre, pero ese llenado, esa satisfacción en
manos del ello lleva a la autodestrucción.
Tenemos entonces el Ello y el Yo. Este último, en la teoría Freudiana es una especie
de mediador entre ese agresivo y asocial ello y el Yo. Pues lo que prohíbe la cultura
y la escuela como institución subjetivadora, en un sentido literal y en un sentido
metafórico, es la vuelta del deseo a esa lógica de la satisfacción inmediata. Lo que
el Yo establece es entonces una mediación entre el ello y la realidad: la cultura, los
otros. Así, con el yo aparecen los juicios, el razonamiento y aparece también la idea
de satisfacción temporal.

1
Laplanche y Portalis definen el Yo como el “polo defensivo de la personalidad”.
Nociones fundamentales en la autoconservación, pues el “ello” no tiene tiempo y
desconoce la idea de sucesión y la idea de la demora. La economía del “yo” es la
de la demora y la lógica del pensamiento secundario. La idea del “ello” es “lo quiero
todo y ya”. La idea del Yo es: “vamos a satisfacer el deseo, pero hay que esperar”.
Podemos ver en este punto lo cercano que está esta idea de mediación entre el
deseo y la cultura de las dinámicas que componen la Educación inicial.
La tercera provincia psíquica es el Superyó: sede de los imperativos morales, nexo
profundo que inscribe las prohibiciones sociales en el cuerpo de los sujetos y los
sujeta. “Su función es comparable a la de un juez o censor con respecto al yo. Freud
considera la conciencia moral, la auto-observación, la formación de ideales, como
funciones del superyó” (Laplanche y Pontalis, 2013: 419). Esto trae una idea de
coerción. Pero es una idea de coerción asociada a la de autoridad, por ello la
sujeción que provoca es doble: por un lado tiene que ver con una dimensión
coercitiva, vinculada a lo que el sujeto vive como una amenaza de castigo, y por
otro lado tiene que ver con la identificación del sujeto con esa autoridad paterna.
Aquí es importante una aclaración para entender a qué se hace referencia cuando
se habla de “función materna y función paterna”: para el psicoanálisis tanto la
función materna (ligada a las satisfacciones y sustituciones del estado fusional
presimbóllico) como la ley paterna (encargada de radicar la ley mediante el corte de
la relación originaria con la madre) son funciones, es decir, son procesos simbólicos
en los que no importa la existencia y/o el género de quien cumple cada rol en los
distintos estadios de subjetivación. “Con esto queremos decir que no
necesariamente la existencia de una “madre” o de un “padre” garantiza el ejercicio
de la función, así como su ausencia en lo real no significa que no haya un efectivo
ejercicio de ésta” (Karol, Id. 88). Se trata entonces de un proceso en el cual lo
paterno deja de ser la persona el padre de familia y va a pasar a ser una metáfora
del orden, de la autoridad. Y lo materno deja de ser lo que designa a la madre en el
triángulo edípico y pasa a ser una metáfora del reino de lo reprimido, de la dinámica
del pensamiento primario, de la tendencia a la fusión, de la regresión. En este orden
de ideas, la regresión tiene que ver con la vuelta a lo maternal con la vuelta al vínculo
fusional, con la vuelta al pensamiento primario. Este asunto se resuelve en la
encrucijada Edípica, en el ingreso del cuerpo pulsional a la cultura mediante el
atravesamiento del complejo de Edipo2.

2
El complejo de Edipo se trata de que, en principio, hay un vínculo de dos, fusional, del infante con la madre.
Pero en un momento aparece el padre, “el padre” es el nombre de la cultura y es quien viene a poner en su
lugar a esta dimensión de lo materno, va a romper esa díada y va a aparecer como el tercero.
Individuo y autoridad: hacia el sujeto

En lo que estamos tratando como estructuración del sujeto, Lacan habla del nombre
del padre. Cuando se adquiere un apellido, se da un inscripción en un linaje que
excede con mucho el círculo familiar, se produce la inscripción en un orden familiar
y en un orden de una cultura con una historia, con una moral, con una estructura de
posiciones de roles, etc. Se dice de este ingreso que es una encrucijada porque, de
acuerdo a cómo se transite, será la normalidad o la patología que los individuos
padezcan. Lo que sucede es que el padre (el progenitor del sexo opuesto) aparece
como un rival invencible respecto del cual tenemos deseos de que se muera para
quedarnos con aquello que representa la felicidad. Pero ese padre que interrumpe
nuestra relación con lo maternal aparece como un rival al que no podemos vencer,
se presenta como una amenaza de castración. La forma de salir de esta amenaza
es introyectar esa figura que se teme; identificarse con el padre, con la ley. Así, del
Edipo se sale por identificación con la figura idealizada del padre.

En el texto fundamental de Althusser “Ideología y aparatos ideológicos de Estado”


se habla mucho de “interpelación”, y se dice que los sujetos nos identificamos con
aquel orden que nos domina. Esto está dicho en la dirección a que apuntamos.
Althusser no podría decir lo que dijo sobre la escuela como Aparato ideológico del
Estado sin reconocer que la autoridad siempre tiene una radicación subjetiva
profunda y genera, además, ambivalencia (palabra clave para entender los
procesos psíquicos tanto individuales como colectivos). La autoridad genera
aceptación, identificación, idealización, introyección y al mismo tiempo rechazo odio
agresividad. El punto del pasaje exitoso en la constitución del sujeto depende de
que el Superyó se radique, no sólo en su cara de castración o de castigo, sino
también en su cara de idealización e identificación. A partir de entonces lo que
ocurre es que incorporamos, como parte propia, esa amenaza. Introyectamos la ley
hasta sentirla parte de nuestra propia naturaleza. “Por eso marchan solos” dice
Althusser. Y con ello quiere decir que la cultura triunfa cuando no tiene que
amenazar a los sujetos para que actúen como deben hacerlo.
Ocurre lo mismo en la escuela en su función estructuradora de la personalidad, en
su función paterna. La escuela busca radicar una serie de saberes, pero también de
valores y prohibiciones a los sujetos para que puedan funcionar normalmente en su
vida social. Busca que los estudiantes radiquen la ley de la cultura, que actúen como
es debido no por miedo al castigo sino por convencimiento, por identificación con
dichos valores. Es esto precisamente lo que nos dice el psicoanálisis respecto a la
educación.
Pero, es importante reconocer que esta situación no puede sostenerse una idea de
que el individuo se opone a la cultura. Para Freud el individuo no se opone a la
cultura, pues si hay individuo es porque ya hay cultura dentro de ese cuerpo (que
es el que se opone a la cultura). En la medida que haya socialización, y sabemos
que siempre que haya lenguaje la habrá, la cultura y el poder viven adentro nuestro
y nos produce como sujetos. Cuando hay radicación de la ley, cuando hay
radicación del superyó, se produce un sujeto sujetado a la cultura: un sujeto que
puede tener un lugar, puede empezar a hablar, puede empezar a socializarse. Si
esto no se da, lo que hay es un cuerpo asocial, no integrable a las dinámicas
sociales.
Lo importante acá es que el padre, en tanto representante de la ley, “será el primer
agente de “los otros”, del discurso del conjunto, y, como tal, brindará emblemas y
atributos extrafamiliares que introducirán la oferta de objetos sustitutivos para que
la separación de ese primer vínculo no signifique la pérdida de todo referente.
Propiciará la salida al campo social introduciendo objetos (ideas, emblemas,
instituciones) que anticipan el mundo exogámico e inscriben a ese niño en un campo
filiante. (…) [La función paterna reprime la indiferenciación del ello, pero] no deja al
niño en el vacío; le propone una serie de lugares e ideas que le permitan irse
alejando de esa relación primaria” (Karol, Ibd.).

Morin (2005) apunta la realimentación mutua que existe entre las personas y las sociedades
en las que se desenvuelven. Las personas se comprenden a sí mismas, entienden las
relaciones y el propio mundo en el que viven, dependiendo de la sociedad en la que habitan
y de los valores que reciben de ella durante el proceso de socialización. Pero a su vez, son
estas personas las que determinan cómo es la sociedad en la que viven con su propia
actuación.
Siguiendo a Hernando "no tendríamos la subjetividad que tenemos si no utilizáramos la
cultura material que utilizamos, ni tendríamos la cultura material que utilizamos si no
tuviésemos la subjetividad que tenemos" (Hernando 2012: 128). Por ello, a la vez que
intentamos intervenir en el plano político y socioeconómico para transitar a un mundo justo
y sostenible, también resulta fundamental analizar y comprender sobre qué piso se sostiene
nuestra cultura, cuáles son los dogmas, mitos y creencias a través de los que interpretamos
y actuamos en todo lo que nos rodea para intentar influir en los imaginarios que los sostienen
(Herrero, 2013: 83)

La ley tiene entonces un carácter estructurante de la subjetividad. “En la estructura


familiar de nuestra cultura el padre representa el que permite a la madre designar,
en relación con el niño y en la escena de lo real, un referente que garantice que su
discurso, sus exigencias, sus prohibiciones, no son arbitrarias y se justifican por su
adecuación a un discurso cultural que le delega el derecho y el deber de
transmitirlos” (Aulagnier, 1988: 150).

- V.II Sociogénesis:
Hemos trazado las principales líneas teóricas de la propuesta freudiana respecto de
la estructuración de un sujeto. De su configuración psíquica. Lo que nos interesa
ahora es desarrollar la misma exposición pero para el caso de la sociedad. Para ello
Freud inventa un modelo, un “mito científico” expuesto en Totem y tabú, texto
fundamental de su teoría social que parte del mismo axioma que tiene su teoría del
sujeto: el origen está relacionado con el establecimiento de prohibiciones.
La historia narrada por Freud cuenta lo siguiente: hace mucho nuestra forma de
organización (presocietal) era la horda, dicha horda primitiva era dirigida por un
padre despótico que establecía un orden de privaciones a los miembros más
jóvenes, dentro de estas, monopolizaba las mujeres de la tribu. Esto empieza a
generar un progresivo malestar en los hermanos, los hijos de ese padre despótico,
y deciden matarlo. Luego de darle muerte realizan un festín en el que se comen el
cuerpo del padre muerto, desarrollando la que, según Freud, pudo ser la primera
fiesta de la humanidad. Sin el padre el lugar de la ley quedó vacío, y los hermanos
comienzan a tener conflictos entre ellos hasta extrañar la autoridad del padre muerto
y sentir arrepentimiento por su asesinato. Identificándose en la culpa compartida los
hermanos reponen la autoridad del padre muerto en la figura de un tótem, que no
es el padre, pero sí su símbolo. Reactualizando así la autoridad pero ya no
encarnada en un sujeto, sino de manera trascendente en un tótem. “Y el muerto
resultó así más poderoso de lo que fuera el vivo”, dice Freud, porque ahora su ley
impera de manera incuestionable al no ser propiedad de un sujeto, sino poder
trascendente a todos los miembros de la, ahora, naciente sociedad. Se fijan así las
prohibiciones fundamentales y el vínculo social, establecido en este caso, en virtud
de la culpa compartida, no de la razón ni del temor.
En dicha narración la enseñanza freudiana fundamental es que la producción de
sujetos y de sociedad es posible a partir del establecimiento y radicación algunas
prohibiciones. Concretamente de tres prohibiciones fundamentales: prohibición del
incesto, del asesinato y del parricidio (Freud, 1991: 142 - 147). Notemos que la
fábula freudiana de la horda primitiva, repitámoslo, en la que el padre de la horda
es asesinado a manos de los hermanos (sus hijos) con el fin de acceder a las
mujeres irrestrictamente y liberarse de su poder; así como el posterior
arrepentimiento y re-presentación totémica del padre muerto, pone en escena (una
de las versiones de) el crimen fundacional de la cultura occidental.3 Según Kristeva
(1998: 51), en dicha narración
“es el padre el que encarna la posición de autoridad, valor y ley contra la que los hijos se
sublevan. Su revuelta consiste en identificarse con el padre y en ocupar su lugar,
constituyendo esta integración el pacto colectivo y fundando, la inclusión, el vínculo que será
el socius, gracias al cual los hermanos ya no tendrán el sentimiento de ser excluidos sino,
por el contrario, la certeza imaginaria de estar identificados con el poder que, antes de la

3
Los hijos contra el padre en Freud, y Caín y Abel en la Biblia serían solo dos ejemplo entre muchos otros.
Ver Rinesi, 2003.
revuelta, hacía sentir sobre ellos todo su peso. El beneficio que Freud observa en este
proceso es un beneficio de identificación y de inclusión en la ley, en la autoridad, en el poder”.

Es decir que los hermanos, excluidos del poder, al identificarse (de manera culposa)
con esa ley que destruyeron para volver a restablecer, se incluyen en un orden
simbólico.
“Acceden a una posición de poder que hasta entonces habían considerado fuera de su
alcance. De este modo el sentimiento de exclusión se reabsorbe, disipado por la
escenificación simbólica y fantasmática de una inclusión y una identificación con un poder
“más allá” (Kristeva, Ibíd.).

Se erigen así, conjuntamente, el sujeto y la sociedad que lo sujeta. Es decir,


paralelamente a la emergencia de este sujeto pulsional, de esta psicogénesis, se
erige un “orden pulsional colectivo” (Rozitchner, 1987: 20), una sociogénesis, que,
al igual que en el campo del sujeto, busca incesantemente retornar a un estadio –
mítico – de completud.4
Si tomamos el mito del padre de la horda desde el punto de vista diacrónico
podemos creer que Freud está tratando de explicar el pasaje de la naturaleza a la
cultura. Pero si tomamos ese mito de manera sincrónica, tenemos un modelo para
pensar sincrónicamente la sociedad, su dinámica, sus patologías en un momento
determinado.
Lo interesante de la narración freudiana es que en ella el padre despierta
sentimientos ambivalentes en los hijos: se le odia (y por eso se lo mata), pero
también se le admira (y por eso se da la identificación con esa figura). Se quiere ser
el padre, se quiere ser envidiado y temido y amado. El momento en el que se devora
al padre, en el que los hermanos se apropian de parte de su cuerpo, es el momento
de la identificación. Es este pacto el que da origen a la sociedad, pues él se
establece sobre la base de cumplir algunas obligaciones, o más bien, de respetar
algunas prohibiciones.
Así, en el modelo freudiano este pacto no tiene lugar por el razonamiento que indica
que si todos queremos ser el padre despótico habría una guerra de todos contra
todos, como es el caso de la narración hobbesiana del origen de la sociedad. En
este sentido, y esto es fundamental, el sustento del pacto social para Freud no es
la razón, porque la razón es una adquisición muy posterior como lo vimos en el
apartado anterior. Además, la cimentación del orden social en Freud es tan fuerte
que no es pasible de cálculo. No es posible calcular qué tanto me conviene
obedecer. El orden social es tan poderoso porque la radicación de la autoridad es
una radicación inconsciente, fincada en el inconsciente.

4
Y las formas de expresión de este campo vinculado al pensamiento primario y la fantasía - excluido de las
tradiciones más racionalistas de la teoría social (v.g la weberiana) - son del orden de la objetividad social
pues es a partir de ellos que se produce una cultura y los sujetos que la componen, producen y reproducen.
Ahora bien, la reposición totémica de la ley del padre no puede llevarnos a pensar
que el padre podría no haber muerto. El padre debe morir para que haya sociedad.
Y debe morir porque el lugar de la ley tiene que estar vacío. La ley debe ser un
tercero trascendente con el cual no hay posibilidad de rivalizar en términos de una
relación horizontal. Es decir, no podemos creer que eliminando a alguien (que dice
encarnar la ley) nos libraremos de la Ley.
Esta es la razón por la cual los vínculos políticos de liderazgo carismático son
inestables, porque son muy regresivos, porque tienden a recrear el momento
anterior a la salida del Edipo, el momento subjetivo en el que la ley era un rival que
nos impedía la realización de nuestros deseos. Y en este sentido, para que la ley
esté bien puesta y para que haya pacificación, para que la autoridad se afirme
simbólicamente y sea duradera, el padre tiene que estar muerto. Su lugar tiene que
estar vacío.
Así, y a modo de recuperación de lo expuesto hasta aquí, podemos ver que la teoría
freudiana es una potente máquina de interpretación de la sociedad y sus sujetos.
Partiendo del axioma que afirma que todo parte de prohibición, Freud construyó una
nueva manera de leer realidad. En este punto resulta claro que sociedad y sujeto
son una producción conjunta y continua: las prohibiciones sociales producen
sujetos, pero esas prohibiciones son la manifestación de instituciones que ordenan
la identidad de sujetos. Posiciones que en interrelación constante y funcional
producen orden simbólico. Producen a la estructura y al elemento. En este sentido,
donde hay conflicto hay que mirar cómo están las prohibiciones fundamentales de
esa sociedad, cuánta capacidad de interpelación tienen esos órdenes morales,
religiosos, políticos, cuál es su capacidad de subjetivación ¿qué tanto logra un orden
social sujetar a sus sujetos?.

Para finalizar analicemos brevemente un ejemplo del proceso de estructuración: el


de las instituciones educativas. Digamos, antes de pasar a ello, que el mismo papel
que cumple la familia como estructuradora de la subjetividad y preparación para el
mundo de lo público/exogámico es el que cumple la escuela. En palabras de
Palacios (2010: 230), “la problemática de la educación surge como necesidad de
imponer al individuo esta transición”.

El sujeto psicoanalítico en perspectiva educativa

Como vimos, el psicoanálisis ofrece una serie de herramientas teóricas privilegiada


para estudiar los procesos a través de los cuales los sujetos son constituidos,
nuestra labor desde el campo de la educación es considerar dicha trama subjetiva
en el ámbito de un proceso educativo institucionalizado. En palabras más sencillas,
preguntarnos qué papel juega la educación escolar en la subjetivación de los niños
y jóvenes.
Una primera idea con la que puede darse inicio a la exposición es que la escuela se
despliega como una institución clave en la configuración subjetiva de los individuos
y en los procesos de reproducción y cambio de la sociedad. Así, “la escuela es una
institución fundamental en la vida de los niños que da cuenta del pasaje del mundo
privado al de lo público. En ese pasaje se ponen en juego aspectos de la
constitución psíquica del niño y de la continuidad de lo social” (Karol, 1999: 77).
La educación es entonces un mecanismo (la escuela será su dispositivo
institucional) de transmisión de valores culturales. “Efectivamente, a través de las
recompensas de unas conductas y el castigo de otras, cada época marca a las
generaciones jóvenes con el sello de la herencia de los antepasados y les impone
unas formas determinadas de ver la vida y enfrentarse a ella. Desde esta
perspectiva, la educación se presenta como un proceso cuya intencionalidad a nivel
colectivo es modelar a los que nacen de acuerdo con los valores de los que van a
morir. A nivel individual, el proceso se nos presenta como la expresión en el niño de
aquellas fuerzas que tienen origen en su inconsciente y que, de no ser reprimidas,
le pondrían en abierta contradicción con los valores culturales establecidos”
(Palacios, 2010: 230).
La educación escolar se trata así, según lo dicho por Freud, de una educación para
la realidad. Esta educación es primordialmente represiva y reproductivista: en la
medida que busca cortar el lazo con los impulsos primarios y su registro de
pensamiento, e ir introyectando la ley hasta dotar al sujeto de un superyó que le
permita “marchar solo” está basada en la imposición del principio de realidad sobre
el principio del placer. Como dijimos más arriba, la economía del yo es la de la
demora y la lógica del pensamiento secundario. La idea del Ello es “lo quiero todo y
ya”. La idea del Yo es: “vamos a satisfacer el deseo, pero hay que esperar”. Esa
regulación, ese disciplinamiento es constitutivo de la educación escolar. La famosa
consiga que resuena en todo colegio católico “disciplina es saber que hay un lugar
y un momento para cada cosa”, significa: ¡posterguen el deseo, niños. Si quieren
jugar lo podrán hacer en el recreo o en su casa, no aquí, ahora, en clase de
matemáticas!. Ese es un claro ejemplo de la función paterna de la escuela.
No obstante, aunque Freud acentúa el carácter represivo de la educación, en sus
obras posteriores señalará que dicha represión es paradójica pues le otorga al
sujeto las claves para poder vivir en sociedad pero le prohíbe la satisfacción de sus
deseos más profundos. La educación debe oscilar así entre la represión y la
permisividad. El problema que envueleve la labor educativa es, pue, bastante
complejo. Según, Freud, sería adecuado que lo acompañáramos en el esfuerzo por:
“delimitar cuál es la meta principal de la educación moderna: el niño debe aprender a dominar
sus pulsiones. Efectivamente, no es posible concederle completa libertad para seguir sin
limitaciones todas sus pulsiones (…). En consecuencia, la educación debe inhibir, prohibir,
reprimir, y a esto es a lo que ella se ha dedicado desde hace tiempo. Pero gracias al
psicoanálisis hemos aprendido que es precisamente esta represión de las pulsiones quien
crea el riesgo de la neurosis (…). La educación debe, pues abrirse paso entre el laisse faire
y la prohibición. Como este problema no puede recibir una solución totalmente satisfactoria,
se debería inventar un optimum para la educación, de manera que sirva más y perjudique
menos” (citado por Palacios: Id. 231).

Evidentemente lo anterior, que podría considerarse como el “optimum” de Freud es


algo todavía no realizado. Y, como no realización, de algo valdría la pregunta sobre
si esta falta de realización constituye algo postergado o algo a lo que se la pasado
su momento de realización. En cualquiera de las situaciones, el camino para las
respuestas iría más allá de las preguntas delimitadas al ámbito de la educación. La
educación, que siempre es educación para algo, y que en Freud necesitaría de un
“optiumm” que “sirva” y “perjudique” tanto como sea necesario, parece implicar, ante
todo y ante la no reclinación es ese ideal, el establecimiento claro del algo, de lo
necesario, para lo que es la educación.

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