Freud - Sujetos Del Deseo PDF
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Freud
- V.I Psicogénesis
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Laplanche y Portalis definen el Yo como el “polo defensivo de la personalidad”.
Nociones fundamentales en la autoconservación, pues el “ello” no tiene tiempo y
desconoce la idea de sucesión y la idea de la demora. La economía del “yo” es la
de la demora y la lógica del pensamiento secundario. La idea del “ello” es “lo quiero
todo y ya”. La idea del Yo es: “vamos a satisfacer el deseo, pero hay que esperar”.
Podemos ver en este punto lo cercano que está esta idea de mediación entre el
deseo y la cultura de las dinámicas que componen la Educación inicial.
La tercera provincia psíquica es el Superyó: sede de los imperativos morales, nexo
profundo que inscribe las prohibiciones sociales en el cuerpo de los sujetos y los
sujeta. “Su función es comparable a la de un juez o censor con respecto al yo. Freud
considera la conciencia moral, la auto-observación, la formación de ideales, como
funciones del superyó” (Laplanche y Pontalis, 2013: 419). Esto trae una idea de
coerción. Pero es una idea de coerción asociada a la de autoridad, por ello la
sujeción que provoca es doble: por un lado tiene que ver con una dimensión
coercitiva, vinculada a lo que el sujeto vive como una amenaza de castigo, y por
otro lado tiene que ver con la identificación del sujeto con esa autoridad paterna.
Aquí es importante una aclaración para entender a qué se hace referencia cuando
se habla de “función materna y función paterna”: para el psicoanálisis tanto la
función materna (ligada a las satisfacciones y sustituciones del estado fusional
presimbóllico) como la ley paterna (encargada de radicar la ley mediante el corte de
la relación originaria con la madre) son funciones, es decir, son procesos simbólicos
en los que no importa la existencia y/o el género de quien cumple cada rol en los
distintos estadios de subjetivación. “Con esto queremos decir que no
necesariamente la existencia de una “madre” o de un “padre” garantiza el ejercicio
de la función, así como su ausencia en lo real no significa que no haya un efectivo
ejercicio de ésta” (Karol, Id. 88). Se trata entonces de un proceso en el cual lo
paterno deja de ser la persona el padre de familia y va a pasar a ser una metáfora
del orden, de la autoridad. Y lo materno deja de ser lo que designa a la madre en el
triángulo edípico y pasa a ser una metáfora del reino de lo reprimido, de la dinámica
del pensamiento primario, de la tendencia a la fusión, de la regresión. En este orden
de ideas, la regresión tiene que ver con la vuelta a lo maternal con la vuelta al vínculo
fusional, con la vuelta al pensamiento primario. Este asunto se resuelve en la
encrucijada Edípica, en el ingreso del cuerpo pulsional a la cultura mediante el
atravesamiento del complejo de Edipo2.
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El complejo de Edipo se trata de que, en principio, hay un vínculo de dos, fusional, del infante con la madre.
Pero en un momento aparece el padre, “el padre” es el nombre de la cultura y es quien viene a poner en su
lugar a esta dimensión de lo materno, va a romper esa díada y va a aparecer como el tercero.
Individuo y autoridad: hacia el sujeto
En lo que estamos tratando como estructuración del sujeto, Lacan habla del nombre
del padre. Cuando se adquiere un apellido, se da un inscripción en un linaje que
excede con mucho el círculo familiar, se produce la inscripción en un orden familiar
y en un orden de una cultura con una historia, con una moral, con una estructura de
posiciones de roles, etc. Se dice de este ingreso que es una encrucijada porque, de
acuerdo a cómo se transite, será la normalidad o la patología que los individuos
padezcan. Lo que sucede es que el padre (el progenitor del sexo opuesto) aparece
como un rival invencible respecto del cual tenemos deseos de que se muera para
quedarnos con aquello que representa la felicidad. Pero ese padre que interrumpe
nuestra relación con lo maternal aparece como un rival al que no podemos vencer,
se presenta como una amenaza de castración. La forma de salir de esta amenaza
es introyectar esa figura que se teme; identificarse con el padre, con la ley. Así, del
Edipo se sale por identificación con la figura idealizada del padre.
Morin (2005) apunta la realimentación mutua que existe entre las personas y las sociedades
en las que se desenvuelven. Las personas se comprenden a sí mismas, entienden las
relaciones y el propio mundo en el que viven, dependiendo de la sociedad en la que habitan
y de los valores que reciben de ella durante el proceso de socialización. Pero a su vez, son
estas personas las que determinan cómo es la sociedad en la que viven con su propia
actuación.
Siguiendo a Hernando "no tendríamos la subjetividad que tenemos si no utilizáramos la
cultura material que utilizamos, ni tendríamos la cultura material que utilizamos si no
tuviésemos la subjetividad que tenemos" (Hernando 2012: 128). Por ello, a la vez que
intentamos intervenir en el plano político y socioeconómico para transitar a un mundo justo
y sostenible, también resulta fundamental analizar y comprender sobre qué piso se sostiene
nuestra cultura, cuáles son los dogmas, mitos y creencias a través de los que interpretamos
y actuamos en todo lo que nos rodea para intentar influir en los imaginarios que los sostienen
(Herrero, 2013: 83)
- V.II Sociogénesis:
Hemos trazado las principales líneas teóricas de la propuesta freudiana respecto de
la estructuración de un sujeto. De su configuración psíquica. Lo que nos interesa
ahora es desarrollar la misma exposición pero para el caso de la sociedad. Para ello
Freud inventa un modelo, un “mito científico” expuesto en Totem y tabú, texto
fundamental de su teoría social que parte del mismo axioma que tiene su teoría del
sujeto: el origen está relacionado con el establecimiento de prohibiciones.
La historia narrada por Freud cuenta lo siguiente: hace mucho nuestra forma de
organización (presocietal) era la horda, dicha horda primitiva era dirigida por un
padre despótico que establecía un orden de privaciones a los miembros más
jóvenes, dentro de estas, monopolizaba las mujeres de la tribu. Esto empieza a
generar un progresivo malestar en los hermanos, los hijos de ese padre despótico,
y deciden matarlo. Luego de darle muerte realizan un festín en el que se comen el
cuerpo del padre muerto, desarrollando la que, según Freud, pudo ser la primera
fiesta de la humanidad. Sin el padre el lugar de la ley quedó vacío, y los hermanos
comienzan a tener conflictos entre ellos hasta extrañar la autoridad del padre muerto
y sentir arrepentimiento por su asesinato. Identificándose en la culpa compartida los
hermanos reponen la autoridad del padre muerto en la figura de un tótem, que no
es el padre, pero sí su símbolo. Reactualizando así la autoridad pero ya no
encarnada en un sujeto, sino de manera trascendente en un tótem. “Y el muerto
resultó así más poderoso de lo que fuera el vivo”, dice Freud, porque ahora su ley
impera de manera incuestionable al no ser propiedad de un sujeto, sino poder
trascendente a todos los miembros de la, ahora, naciente sociedad. Se fijan así las
prohibiciones fundamentales y el vínculo social, establecido en este caso, en virtud
de la culpa compartida, no de la razón ni del temor.
En dicha narración la enseñanza freudiana fundamental es que la producción de
sujetos y de sociedad es posible a partir del establecimiento y radicación algunas
prohibiciones. Concretamente de tres prohibiciones fundamentales: prohibición del
incesto, del asesinato y del parricidio (Freud, 1991: 142 - 147). Notemos que la
fábula freudiana de la horda primitiva, repitámoslo, en la que el padre de la horda
es asesinado a manos de los hermanos (sus hijos) con el fin de acceder a las
mujeres irrestrictamente y liberarse de su poder; así como el posterior
arrepentimiento y re-presentación totémica del padre muerto, pone en escena (una
de las versiones de) el crimen fundacional de la cultura occidental.3 Según Kristeva
(1998: 51), en dicha narración
“es el padre el que encarna la posición de autoridad, valor y ley contra la que los hijos se
sublevan. Su revuelta consiste en identificarse con el padre y en ocupar su lugar,
constituyendo esta integración el pacto colectivo y fundando, la inclusión, el vínculo que será
el socius, gracias al cual los hermanos ya no tendrán el sentimiento de ser excluidos sino,
por el contrario, la certeza imaginaria de estar identificados con el poder que, antes de la
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Los hijos contra el padre en Freud, y Caín y Abel en la Biblia serían solo dos ejemplo entre muchos otros.
Ver Rinesi, 2003.
revuelta, hacía sentir sobre ellos todo su peso. El beneficio que Freud observa en este
proceso es un beneficio de identificación y de inclusión en la ley, en la autoridad, en el poder”.
Es decir que los hermanos, excluidos del poder, al identificarse (de manera culposa)
con esa ley que destruyeron para volver a restablecer, se incluyen en un orden
simbólico.
“Acceden a una posición de poder que hasta entonces habían considerado fuera de su
alcance. De este modo el sentimiento de exclusión se reabsorbe, disipado por la
escenificación simbólica y fantasmática de una inclusión y una identificación con un poder
“más allá” (Kristeva, Ibíd.).
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Y las formas de expresión de este campo vinculado al pensamiento primario y la fantasía - excluido de las
tradiciones más racionalistas de la teoría social (v.g la weberiana) - son del orden de la objetividad social
pues es a partir de ellos que se produce una cultura y los sujetos que la componen, producen y reproducen.
Ahora bien, la reposición totémica de la ley del padre no puede llevarnos a pensar
que el padre podría no haber muerto. El padre debe morir para que haya sociedad.
Y debe morir porque el lugar de la ley tiene que estar vacío. La ley debe ser un
tercero trascendente con el cual no hay posibilidad de rivalizar en términos de una
relación horizontal. Es decir, no podemos creer que eliminando a alguien (que dice
encarnar la ley) nos libraremos de la Ley.
Esta es la razón por la cual los vínculos políticos de liderazgo carismático son
inestables, porque son muy regresivos, porque tienden a recrear el momento
anterior a la salida del Edipo, el momento subjetivo en el que la ley era un rival que
nos impedía la realización de nuestros deseos. Y en este sentido, para que la ley
esté bien puesta y para que haya pacificación, para que la autoridad se afirme
simbólicamente y sea duradera, el padre tiene que estar muerto. Su lugar tiene que
estar vacío.
Así, y a modo de recuperación de lo expuesto hasta aquí, podemos ver que la teoría
freudiana es una potente máquina de interpretación de la sociedad y sus sujetos.
Partiendo del axioma que afirma que todo parte de prohibición, Freud construyó una
nueva manera de leer realidad. En este punto resulta claro que sociedad y sujeto
son una producción conjunta y continua: las prohibiciones sociales producen
sujetos, pero esas prohibiciones son la manifestación de instituciones que ordenan
la identidad de sujetos. Posiciones que en interrelación constante y funcional
producen orden simbólico. Producen a la estructura y al elemento. En este sentido,
donde hay conflicto hay que mirar cómo están las prohibiciones fundamentales de
esa sociedad, cuánta capacidad de interpelación tienen esos órdenes morales,
religiosos, políticos, cuál es su capacidad de subjetivación ¿qué tanto logra un orden
social sujetar a sus sujetos?.