Viaje Fray Diego de Ocana Virreinato Peru
Viaje Fray Diego de Ocana Virreinato Peru
Viaje Fray Diego de Ocana Virreinato Peru
Resumen
El monasterio de Guadalupe de Extremadura envió de forma periódica al Nuevo Mun-
do a monjes que recogiesen limosnas de los devotos de la Virgen. Recogemos en este
trabajo el viaje que realizó fray Diego de Ocaña al virreinato del Perú y de Nueva
España (1599-1608). Su testimonio quedó recogido en la crónica del viaje que ha
llegado hasta nosotros. Fue misionero, escritor, antropólogo, organizador y difusor
del culto a Nuestra Señora de Guadalupe, pintor de unos lienzos que dieron origen a
las llamadas “Vírgenes triangulares”, y autor de la ‘Comedia de Nuestra Señora de
Guadalupe y sus milagros’.
Palabras clave: Diego de Ocaña, virreinato del Perú, virreinato de Nueva España,
fiestas barrocas, literatura testimonial
Abstract
The monastery of Guadalupe in Extremadura sent in a regularly way monks to the
New World to collect alms from the devotees of the Virgin. In this research we study
the travel of fray Diego de Ocaña to the Viceroyalty of Peru and New Spain (1599-
1608). His experience of that travel was reflected in his chronicle, which has survived
1
Profesor de los Estudios Superiores del Escorial y director del Instituto Escurialense de Investigaciones
Históricas y Artísticas de la misma institución. Madrid, España. Doctor en Filosofía y Letras, sección
Geografía e Historia por la Universidad de Málaga. Correo electrónico: [email protected]
Recibido: 23/07/2020. Aprobado: 22/09/2020. En línea: 29/12/2020.
Citar como: Campos FJ. (2019). La relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el virreinato del Perú
(1599-1606): su crónica y los paratextos. Rev Arch Gen Nac. 34(2), 11-41. doi: https://doi.org/10.37840/
ragn.v34i2.93
11
Rev Arch Gen Nac. 2019; 34(2): 11-41 F. Javier Campos y Fernández de Sevilla
Introducción
La Relación de fray Diego de Ocaña es la obra donde el monje jerónimo de Guadalupe
va describiendo todo lo que vio y vivió a lo largo de su viaje por el virreinato del Perú
en el tránsito del siglo XVI al XVII y de lo que su gran curiosidad le hizo tomar no-
ta.2. Es fundamental esto porque, de lo contrario, se errará la compresión correcta y la
valoración del contenido que se haga de su escrito que ha llegado hasta nosotros y se
ofrece en versión digital del manuscrito3. Antes que nada, hay que tener en cuenta que
la obra que estudiamos es una crónica fundamentalmente personal, como otras de la
época que surgen por la voluntad e inquietud personal del protagonista respectivo, bus-
cando un objetivo que suelen indicar en la dedicatoria o prólogo, y desarrolladas con
la preparación y cualidades concretas del autor. Por citar algunas, tenemos la Descrip-
ción de Reginaldo de Lizárraga, la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo, la
Crónica de Pedro Cieza de León, los Comentarios reales del Inca Garcilaso, etc. Muy
diferente en concepción y desarrollo a las obras que surgen por mandato de un superior.
En el caso de nuestro fray Diego, tenemos como justificación de su Relación que el
motivo de su presencia en el virreinato del Perú era extender la devoción a la Virgen
de Guadalupe de su monasterio de Extremadura y recolectar las limosnas que los
devotos –principalmente extremeños, andaluces y castellanos, residentes en aquella
tierra, y los criollos–, entregan como devoción y en agradecimiento por los beneficios
recibidos por intercesión de esta bendita imagen; pero muy al comienzo deja una
clave que admite muchas interpretaciones, personales, religiosas y culturales4. Como
suele ocurrir, después de muchas peripecias, el manuscrito ha llegado hasta nosotros;
aunque, ha sido editado y estudiado desde hace años, remitimos a la reciente edición
crítica con introducción y notas5.
Tras una arraigada devoción y culto de siglos a Santa María de Guadalupe en su san-
tuario de Extremadura (España), después del descubrimiento del continente america-
no, la devoción a esta imagen milagrosa cruzó el Atlántico como tantas cosas en uno y
otro sentido. Muchos misioneros y funcionarios, conquistadores y encomenderos ex-
tremeños, llevaron y difundieron el fervor y la veneración a la Virgen de las Villuercas
en el Nuevo Mundo6. La devoción alcanzada en todo el continente fue inmensa como
se puede ver en los nombres de Guadalupe dados a islas, pueblos y ciudades, montes y
2
Después de muchos trabajos a lo largo de años de estudios sobre la obra de fray Diego de Ocaña,
tendremos que repetir e insistir en algunas opiniones ya escritas y publicadas.
3
El original en: Biblioteca de la Universidad de Oviedo. Fondo antiguo, ms. 215. http://digibuo.uniovi.es/
dspace/handle/10651/27859
4
“Pues veníamos en busca del Nuevo Mundo descubierto”. Ibídem, f. 1v.
5
Álvarez, 1969; López y Madroñal, 2010; siempre citamos por esta edición.
6
García, 1990, pp. 361-379; García, 1993b, pp. 505-521; Tejada 1993, pp. 381-404; Callejo 1978, pp. 393-409.
12
La relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el virreinato del Perú (1599-1606)
7
García, 1991; Muriel y Cuesta, 1993, pp. 505-575; Rovira, 1989, pp. 47-55; Cuesta, 1996, pp. 35-44.
8
Real Cédula a Martín Enríquez, virrey de Nueva España, para que prohíba a los monjes jerónimos que
han pasado a esa tierra a cobrar algunas mandas que se han hecho al Monasterio de Guadalupe en Cáce-
res, fundar una casa o monasterio de dicha orden y si está hecho lo haga deshacer según está ordenado
fecha en San Lorenzo el Real, a 13-III-1576 (la Real Cédula, probable de 14-03-1576, San Lorenzo el
Real). Archivo General de Indias (en adelante, AGI), México, 1090, leg.8, f. 128v; Bayle, 1944, p. 519;
Guarda, 1973, pp. 9-10; Linage, 1977, pp. 619 660; Linage, 1983, pp. 65 96; Linage, 1989, pp. 209 223
9
En el AGI existe una abundante cantidad de documentos originales digitalizados; solo señalamos los
que creemos más importantes: Indiferente, 415, leg. 2, f. 305r-312r; 419, leg. 6, f. 518r-524r; 419, leg.
6, f. 524v-525r; 419, leg. 6, f. 525v-526r; 419, leg. 6, f. 509r-509v; 420, leg. 9, f. 87v(1); 419, leg. 7, f.
670v; 419, leg. 6, f. 560v-561r; Patronato, 174, r. 4. Serrano, 1918, pp. CCCXLVI-CCCXLVIII, DXXX-
VIII-DCXII; CODOINAMO 1864, t. I, pp. 264-304, 347-353, 356-361, 366-374; Las Casas, 1957, t.
I, pp. LIV-LXXIII, LXXVII. LXXXIII, LXXXVI, LXXXVII¬-XC, XCII; t. II, pp. 374-377, 383-401,
424, 429, 448, 486, 489, 518 y 547; Herrera, década II, L. II, caps. III-VI; Campos 1988, pp. 327 334.
10
Felipe II, 1982, pp. 5-6; Quevedo, 1849, pp. 120 y 186.
11
Campos, 1998a, vol. II, pp. 505-548; Campos, 2016b, pp. 107-141; Campos, 2014b, pp. 18-25.
12
Campos, 2009, pp. 177-229; Campos, 2013, pp. 665-702; Campos, 2014b, pp. 629-653; Campos, 2016a, pp. 209-239.
13
Rev Arch Gen Nac. 2019; 34(2): 11-41 F. Javier Campos y Fernández de Sevilla
Los jerónimos de Guadalupe pasaban al Nuevo Mundo a recoger las limosnas que
los devotos de la Virgen entregaban por devoción y como agradecimiento por fa-
vores recibidos por aquella bendita imagen a la que se habían encomendado. Luego
se estableció que, al hacer testamento, todos titulares de esa última voluntad debían
dejar obligatoriamente una manda o limosna para la Virgen, tema fundamental de este
trabajo que veremos más adelante.
No solamente vemos a monjes jerónimos en América representando a su orden y defen-
diendo sus intereses, bien como administradores del Nuevo Rezado, en el Perú, o como
mandaderos y recolectores de limosnas, en el Perú y Nueva España (García, 1990, pp.
104110 y 143150), sino que habrá ocasiones donde nos encontremos con monjes aisla-
dos que están allí por motivos religiosos no muy bien definidos y oscuramente justifica-
dos desde el punto de vista institucional. Así sucede muy temprano –en el segundo viaje
de Colón– con la presencia de fray Ramón Pané, que se titula ermitaño de la orden de
San Jerónimo pero que resulta una figura un tanto desfigurada por la falta de información
sobre su persona y su vinculación a la Orden monástica, pero que realizó una importante
obra etnográfica sobre los indios de la isla La Española –1493/1495 o 98?–, y su visión
cosmogónica y mitológica, sin olvidar la proximidad humana y su vocación misione-
ra13. En esta misma línea imprecisa está la experiencia misionera en el Río de la Plata
–1513/1514? –, protagonizada por unos religiosos del monasterio de San Isidoro del
Campo (Sevilla)14, y la ambivalente del mismo Pedro del Puerto, que inicialmente fue
en compañía del obispo de Trujillo, don Jerónimo de Cárcamo –pero al parecer no como
familiar, según la documentación consultada de los pasajeros a Indias en el AGI–, y que
después de la pronta muerte del prelado deja Trujillo, quiere regresar a España y aunque
el P. General le da licencia, en 1618 le llegan los poderes de Guadalupe y se convierte en
recolector oficial de las limosnas de la Virgen15.
13
Campos, 1988b, pp. 317319; Arrom, 1988.
14
Santos, 2009, pp. 500-581; Elizalde, 1967, pp. 177-186, Campos, 1988b, pp. 325327; Respaldiza, 2004.
15
Silva, 1922, pp. 433-460; 1923, pp. 132-164, 201-214.
16
Callejo, 1978, pp. 385-391; Álvarez, 1989, pp. 39-46.
17
Recopilación de las leyes de los reynos de las Indias, I, XXI, 5; García, 1993, pp. 143-150.
14
La relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el virreinato del Perú (1599-1606)
Nuestra Señora de Guadalupe” eran los encargados de recolectar las limosnas y re-
mitirlas a España18.
De vez en cuando, el Monasterio de Guadalupe envió expresamente a América al-
gunos miembros de la comunidad a recoger las limosnas, cobrar las mandas y otros
donativos que tantos españoles allí residentes habían entregado a los mayordomos
de las cofradías erigidas bajo la advocación de la Virgen de Guadalupe. La presencia
intermitente de los monjes era también ocasión propicia para reactivar la devoción a
la Virgen por medio de sermones, novenarios y procesiones que se solían traducir en
incremento de donativos. En este marco hay que inscribir la presencia de fray Diego
de Losar, fray Diego de Santa María y fray Pedro del Puerto19; incluso tenemos infor-
mación de viajes de jerónimos al Perú anterior a este bloque de jerónimos20. De fray
Martín de Posada, fray Diego de Ocaña hablamos más adelante. Pensar en una moti-
vación política para el establecimiento de las “mandas” es sacar de contexto histórico,
y mental, la idea de la creación y finalidad de las mismas, y en las notas anteriores hay
suficiente explicación.
La enorme distancia, y el hecho de no tener un monasterio como base logística de ope-
raciones evangelizadoras y limosneras, se traducían en un cúmulo de dificultades que
la presencia de los jerónimos trataba de amortiguar pero nunca pudieron solucionar;
incluso en alguna ocasión intentaron obtener licencia para fundar un monasterio pero
Felipe II lo prohibió taxativamente21.
18
AGI, Indiferente, 422, leg. 15, f. 27V(1); Indiferente, 422, leg. 15, f. 27v(2); Indiferente, 422, leg. 15, f.
27v(14); Indiferente, 422, leg. 15, f. 27r(1); Indiferente, 422, leg. 15, f. 27r(5).
19
AGI, Indiferente, 426, leg. 25, f. 184v-185r; Indiferente, 426, leg. 25, f. 184r-184v; Silva, 1922 y 1923.
20
AGI, Indiferente, 422, leg.15, f. 27v(6).
21
AGI, México, 69 y 283.
22
Archivo del Monasterio de Guadalupe (en adelante, AMG), leg. 39; leg. 15, nº 153.
23
Archivo Histórico Nacional, Madrid, Universidades, Sigüenza, 584(2); Archivo General de Palacio,
Patronato San Lorenzo, leg. 42 (1636); Zarco, 1930, pp. 159-162. Novísima recopilación, I, XVIII, p.
18; Sicroff, 1985; Hernández, 2011.
15
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nejaron sin tener la explicación de por qué al final fue el elegido entre una comunidad
de ochenta miembros aproximadamente.24
Esto se modificó y el padre Martín de Posada volvió a solicitar licencia para pasar a
Indias acompañado de tres solteros en vez de los dos casados, por problemas de salud
de uno y porque la mujer del otro no lo permite, más el otro soltero, cuatro en total,
para él y el P. fray Diego de Ocaña25. Los cambios de los viajeros –religiosos y servi-
dores– se suceden en muy poco tiempo por razones que desconocemos. En el capítulo
privado de la Orden de San Jerónimo –celebrado el 22 de noviembre de 1598 en la
casa central que era el monasterio de San Bartolomé de Lupiana–, el padre general
propuso a los monjes capitulares si aprobaban que fuesen a las Indias a recoger la
limosna del monasterio de Guadalupe “los dos frayles que el conuento ha elegido fray
m[art]yn de posada y fray diego de Ocaña hijos de la mesma casa y todos vinieron en
que se les de licencia y q[ue] vayan”26. Con cierta anomalía de fechas tenemos que
la solicitud está firmada por los dos solicitantes, y fechada el 23 de enero de 1599,
después que lo autorizase el rey27.
Después de un viaje lleno de episodios de todo tipo, como la mayoría de los de esa
época, habiendo cumplido los objetivos que le llevaron en nombre de su monasterio
al virreinato del Perú –que con enorme cariño añoraba, y así lo recuerda–, decidió
pasar al de Nueva España, suponemos que por los mismos motivos, a finales de 1605
ó 1606 (López y Madroñal, 2010, pp. 155, 504). Las fatigas y diversas enfermedades
que sufrió debieron ir debilitando su salud a pesar de su juventud, falleciendo en México
a mediados de 1608, cuando contaría 40 años, aproximadamente, según el necrologio
de monjes28. A finales de noviembre de 1608, en la Casa de Contratación se realizaron
24
Expediente de concesión de licencia para pasar a Indias a favor de fray Martín de Posada y fray Pedro de
Valencia de la orden de San Jerónimo del Monasterio de Guadalupe, en compañía de dos criados. AGI,
Indiferente, 2104, N. 61.
Real Cédula a la Audiencia de México advirtiéndoles de la ida de fray Diego de Santa María, profeso del
Monasterio de Guadalupe de la Orden de San Jerónimo con otro compañero para atender a la cobranza
de mandas hechas a dicho monasterio pero no para que haga otras cuestas ni demandas. AGI, México,
1090, leg. 7, f. 83r-83v.
Real Cédula a Martín Enríquez, Virrey de Nueva España, para que mande regresar urgentemente a fray
Diego de Santa María y a fray Diego de Lossar, religiosos de la orden de San Jerónimo del Monasterio
de Guadalupe, que fueron enviados en 1572 para el cobro de las limosnas, mandas y donaciones que se
le habían hecho al monasterio y de los que no se tenía noticias. AGI, México, 1091, leg. 9, f. 130r-130v.
Expediente de concesión de licencia para pasar a Indias a favor de fray Martín de Posada y Pedro de
Valencia, de la orden de San Jerónimo, profesos del Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, “que
van a las Indias a entender en la cobranza de las mandas hechas en ellas al Monasterio de Nuestra Señora
de Guadalupe les dejéis llevar dos criados casados en lugar de solteros para que les he dado licencia, y
asimismo a otro criado soltero (…) presentando consentimientos de sus mujeres en que tengan por bien
ir sin ellas a las Indias y obligándose ellos de que volverán a estos reinos con dichos religiosos” (Campos
2015a, pp. 228-234).
25
AGI, Indiferente, 2104, N. 92
26
Archivo del Monasterio de Santa María del Parral, Libro de los Actos de los Capítulos Generales y Priva-
dos de la Orden de San Jerónimo, vol. 31-I, f. 264. La elección está recogida en la copia de la fundación
de la Capilla de Ntra. Sra. de Guadalupe de Lima, AMG, códice 230, pp. 28-29.
27
Expediente de información y licencia de pasajero a Indias de fray Martín de Posada y fray Diego de Oca-
ña, jerónimos, a Perú. Madrid, el 20-XII-1598. Este fue el que finalmente se ejecutó. AGI, Contratación,
5259A, N. 1, R. 34
28
“En 17 de noviembre de 1608, vino la nueva de la muerte de Fray Diego de Ocaña, sacerdote, que murió en
16
La relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el virreinato del Perú (1599-1606)
los trámites para recoger el dinero que tenía en su poder el monje en el momento de
su muerte29.
En vista de esta documentación, creemos que se puede afirmar de forma evidente que
la presencia de fray Diego de Ocaña en tierras americanas fue continuar con la obliga-
ción institucional del monasterio de ir a recoger el fruto de las limosnas para la Virgen
que allí tenían y que, a finales del siglo XVI, fue elegido a última hora –sustituyendo
al P. Pedro de Valencia30– como acompañante del P. Posada, que actuaba como cabeza
de aquella expedición, no habiendo pensado inicialmente en él los superiores y que fi-
nalmente tampoco fueron los criados previstos, lo que significa que por algún motivo
el plan inicial para ese viaje se modificó notablemente.
17
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campañas militares sin olvidar describir el mundo que les rodea, otorgando a sus obras
un alto valor testimonial33.
Aunque tengan matices diferenciadores desde el punto de vista semántico, los histo-
riadores hemos denominado indistintamente como “relación” y “crónica” a la obra
del padre Ocaña sin pretender confundir a los lectores de los estudios que llevamos
publicados. Si el escrito del monje jerónimo tiene formalmente la estructura de lo
primero, ya que pretendió seguir de forma secuencial el orden de los acontecimientos
(crónica), también procuró hacer una exposición detallada de lo que hizo que sirviese
simultáneamente de diario personal y de informe que voluntariamente pudiese presen-
tar a sus superiores como justificación de su viaje, en caso de que se lo pidiesen, que
sería el sentido de lo segundo (relación), como sucedió pocos años después con fray
Pedro del Puerto34. No consta que los otros jerónimos que fueron a las Indias escribie-
sen relaciones, crónicas o informes de sus viajes.
Gracias al interés de fray Diego tenemos puntual constancia de lo que hace, dónde
y cuándo lo hace, con nombres de personas otros valiosos datos de tipo religioso,
etnográfico, naturalista, sociológico, colonizado, cultural, etc., que nos muestran una
visión personal inmediata y directa, de la vida cotidiana en el virreinato del Perú en el
tránsito del siglo XVI al XVII, y que es importante tener en cuenta las dos obras escri-
tas por dos jerónimos de Guadalupe en un breve espacio de tiempo, aunque la menos
conocida no ha llegado a nosotros completa y es una relación plena en el sentido de la
palabra (Campos, 1993, pp. 405-458). No es la ocasión de hacer una antología –que
se puede hacerla– de muchos testimonios donde fray Diego va dejando constancia de
esas dos ideas base: que su Relación es personal y que escribe lo que le sorprende y
no quiere que se le olvide, y no es casualidad que la mayoría de estas observaciones
las deje indicadas al comienzo de su obra, además de que luego van apareciendo a lo
largo de la crónica (López y Madroñal, 2010, pp. 78, 80, 81, 92, 242, 257, 260).
Un dato que también hay que tener en cuenta sobre su interés de tomar nota de lo que
le llamaba la atención, y pasarlo posteriormente a los apuntes –no muy distante al
momento del suceso–, es que tuvo que ampliar y consultar alguna información, como
afirma sobre la plata que bajó de Potosí en 1601 (López y Madroñal, 2010, p. 259). Y
otro más significativo, cuando hablando de la entronización del lienzo de la Virgen de
Guadalupe en Potosí le sorprendió la devoción del pueblo a la Virgen y el canto de la
letanía durante el octavario de cultos celebrados en su honor; pero esa letanía fueron
las “peruanas” y tuvo que pedir copia o tomarla de algún devocionario para luego
pasarlas a su obra.
33
“[Obras] principalmente escritas por partícipes en los hechos narrados. Más aún: lo fue en gran medida
por sus protagonistas. Ello dio a las historias de Indias un vigor, un realismo y un colorido propio que
hacen de este capítulo el más sugestivo de nuestra historiografía” (Sánchez, 1953, p. 311).
34
“Dos Relaciones, muy reverendos padres, tengo hechas de mi viaje a Tierra firme, Indias Occidentales y
Perú. La vna a instancia de algunos religiosos que an tenido gusto de saber los innumerables trabajos que
e passado por mar y por tierra en diez años, pocos meses mas, que navegué y camine por aquellas partes.
La otra e ido haciendo después que recebi los poderes de este s.to cov.to para dar quenta a V.P. de lo que
me encomendaron y mandaron por ellos. Con ésta entendí y con la razón d emi libro cumplir con mi obli-
gación, y quando alguna dubda se ofreciesse (pues Dios me a traido a salvamento) personalmente acudir a
satisfacerla, pero Dios a sido servido de que se aya ofrecido ocasión que me sea forçoso hacer esta tercera
Relación, tocando en ella los particulares que en la otra no digo” (Silva, 1923, LXXXII/II, pp. 132-133).
18
La relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el virreinato del Perú (1599-1606)
Poco más de lo ya escrito por nosotros podemos decir, y aquí lo repetimos: “El texto
que incluye el fray Diego es una variante -¿tomó nota aquellos días de las invocacio-
nes que se rezaban realmente?-, de lo que se conoce como “letanías peruanas”. El año
1592 se había incluido en el ritual de la Iglesia Metropolitana de Lima el texto de esta
plegaria mariana que había aprobado el III Concilio, bajo la inspiración e influjo del
santo arzobispo Mogrovejo. Posteriormente fueron aprobadas oficialmente por Paulo
V, el 3-XII-1605 (Vargas Ugarte, 1956, pp. 64-67). El Inca Garcilaso (1960, t. III, p.
126) cuenta que los naturales del Cuzco, escuchando los nombres que los sacerdotes
daban en lengua latina y castellana a la Virgen, en el rezo de las letanías, trataron de
adaptarlos y traducirlos a su lengua general, y así llamaban a María: “… Huarcarpaña,
sin mancilla. Huc hanac, sin pecado. Mana Chancasca, no tocada, que es lo mismo
que inviolada. Tazque, virgen pura…”35.
La vida intelectual de fray Diego fue intensa. Como acabamos de ver, fue escribiendo
apuntes de los sucesos del viaje durante sus estancias, alternando con la pintura de
los cuadros de la Virgen, organizando las complejas fiestas barrocas de entronización
de las imágenes; mucho más tiempo le tuvo que llevar la composición de la comedia
“Nuestra Señora de Guadalupe y sus milagros”. Además, está el tema de la actividad
religiosa de sermones y difusión del culto a la Virgen, fundar cofradías, buscar mayor-
domos, recoger limosnas y preparar el envío hasta Sevilla para que allí lo recogieran
sus hermanos. Y fomentar una buena actividad de relaciones públicas para buscar todo
tipo de apoyos para programar los desplazamientos, su alojamiento en conventos, es-
pacio para pintar los cuadros, concertar acuerdos con las comunidades religiosas para
depositar los lienzos de la Virgen en sus iglesias y todo lo que esta actividad sugiere
(Campos, 2014b, pp. 26-30; Campos, 2004, pp. 221-225).
Ignoramos cuándo escribió el jerónimo la versión definitiva de la Relación, desarro-
llando los apuntes que fue tomando a lo largo del viaje; sospechamos que la redacción
no fue seguida y que, como los sucesos fundamentales los tenía en la cabeza y para
ciertos aspectos concretos tenía las notas que había ido tomando, no se dio cuenta
que algunas veces se contradecía en detalles puntuales y secundarios, pero para el
investigador son pistas. Como prueba de lo dicho, nos quedamos con el tema de los
criados, recordando las referencias que hemos recogido más arriba –nota 24– del AGI.
Después de todos los problemas de última hora, inician el viaje los dos jerónimos el
día 2 de febrero solos (López y Madroñal, 2010, pp. 70, 76). Habiendo atravesando
la pequeña comitiva una cordillera andina, y bajando hacia las llanuras de Paraguay
y Tucumán cubiertos de nieve hasta buena altura, el criado sevillano que había traído
se le quejaba (López y Madroñal, 2010, p. 193). Luego vuelve a hablar de un criado
suyo y un indio cuando van camino de Potosí; al no dar más referencia no sabemos
si era el sevillano u otro de la tierra, pero lo dejamos recogido (López y Madroñal,
2010, p. 225). Y todavía hace una nueva alusión cuando refiere el viaje de Potosí a
Porco para ver el cerro y las minas de plata donde habla de un indio sirviente (López
y Madroñal, 2010, p. 251).
Tampoco tenemos información de la historia del traslado del manuscrito a España; en
los últimos momentos de su vida en México, fray Diego tuvo que entregar su obra –en
35
Campos, 2014b, p. 88; López y Madroñal, 2010, pp. 243-246.
19
Rev Arch Gen Nac. 2019; 34(2): 11-41 F. Javier Campos y Fernández de Sevilla
36
En la Relación deja constancia expresa de su amor a la Virgen de Guadalupe y de añoranza por el
monasterio (López y Madroñal, 2010, pp. 114, 226, 306, 319, 498).
37
Biblioteca Universitaria de Oviedo, ms., pp. 235(1) a 258 (24). Con el desvirado o refilado posterior de
las páginas se han eliminado pistas (Álvarez, 1969, pp. XXV-XXVIII; Campos, 1993, pp. 409-410).
38
Ms. 215.
20
La relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el virreinato del Perú (1599-1606)
también pondré aquí con lo demás” (López y Madroñal, 2010, p. 309); afirmación
que suscita una pregunta obligada: ¿dónde y a quién envió la crónica de esas fiestas?
Fray Diego de Ocaña salió con dolor del monasterio de Guadalupe acompañando al
padre Martín de Posada, el 3 de enero de 1599 (López y Madroñal, 2010, p. 69), y del
puerto de Sanlúcar el 2 de febrero de ese año, teniendo una feliz travesía; después de
una detención en Panamá esperando a los barcos que llegasen del Perú con la plata, se
embarcan camino de Lima, falleciendo poco después el padre Posada (11-IX-1599).
A partir de ese momento el padre Ocaña tendrá que seguir en solitario el viaje proyec-
tado para cumplir con el mandato recibido de su casa de Guadalupe, algunas veces
acompañado de un guía y un criado, y echando de menos a los de Guadalupe, que
luego no fueron como ya hemos señalado (López y Madroñal, 2010, pp. 70, 76, 193).
En varias ocasiones se duele de que los superiores que le mandaron allí se preocu-
pasen tan poco de la misión a la que había ido, no enviándole lo que les pedía para
facilitar su tarea religiosa que también incrementaría las limosnas (López y Madroñal,
2010, p. 248). Fray Diego lleva el encargo de cobrar las mandas pendientes, pero de
poco o nada serviría su presencia si no canalizaba la devoción a la Virgen actualizando
el compromiso mediante la inscripción de los devotos en una de las cofradías erigidas
bajo la advocación de Guadalupe. Comprendió la fuerza visual de las imágenes y supo
utilizar, como tantos otros misioneros, todos los recursos a su alcance para atraer a las
gentes (López y Madroñal, 2010, p. 229).
De manera secuencial recogemos unos textos relacionados con la utilización de sus
cualidades, su habilidad manual y su ingenio, como había hecho en Guadalupe, ahora
al servicio de alentar la devoción a la Virgen y que los nuevos devotos conozcan la
imagen a la que piden ayuda y favor. Sabiendo que sólo las palabras no bastaban, por-
que pronto se olvidaba el eco de la voz, procuraba servirse de otros medios sensibles
para que así el mensaje penetrase lo más dentro posible y echase raíces, como fue
pintar imágenes de la Virgen39.
Comencé, pués, en casa del deán a hacer la imagen como si yo fuera el pintor
más extremado del mundo, y puedo afirmar con verdad, que en toda mi vida
había tomado pincel al olio en la mano para pintar. Si no fue esta vez; sin tener
yo más práctica de esto, de la que tenía en la iluminación de aquellas imáge-
nes que en España, sin haber tenido maestro que me enseñase. […] Movióme
también otra razón a hacer estas imágenes y fue que, viendo cómo el padre
fray Diego de Losal había estado doce años en estos reinos, y que no hallé me-
moria de nada más que si no hubiera estado, porque como volvió las espaldas
se olvidaron de todo; considerando que en partiéndome de un pueblo había
de ser lo mismo, hacía una imagen para que la devoción durase y para que
los mayordomos con la presencia de la imagen pidiesen la limosna de contino.
[...] Y así, con estas imágenes dejo en Potosí y en todos los demás pueblos de
las Indias una renta perpetua para la casa de Guadalupe, porque todas las
limosnas que se recogen son para España, conforme a las escrituras que dejo
hechas acerca de esto.
39
López y Madroñal, 2010, pp. 312, 306, 304; García, 2008, pp. 99-131.
21
Rev Arch Gen Nac. 2019; 34(2): 11-41 F. Javier Campos y Fernández de Sevilla
Así lo ratifica K. Mills sin mucha novedad, pero siguiendo correctamente la lectura
de la Crónica cuando estudia la estancia del P. Ocaña en Potosí; piensa que el monje
jerónimo creía acertadamente que para mantener la presencia viva de la devoción a
la Virgen de Guadalupe había sido pintar un lienzo con su imagen y estudiar bien
donde colocarlo en la iglesia del convento de San Francisco (Mills, 1999, pp. 222-
223). Convencido de que su idea era acertada, hay ocasiones donde echó de menos el
olvido de que su monasterio extremeño no le enviase algunas cosas que había pedido,
especialmente estampas, que hubiesen sido una herramienta idónea en la realización
de este proyecto:
Y en esta ocasión no puedo dejar de quejarme del descuido de la casa de
Guadalupe, que estuvieron en enviarme alguna cosas que yo envié a pedir, en
particular las estampas; que si a esta sazón tuviera yo en Potosí, sobre la mesa
donde estaba, veinte mil a treinta mil estampas [sic], todas las gastara, porque
cada uno la llevara para tenella en su aposento; y por cada uno lo menos que
podían dar era un peso de plata, que son ochenta reales; ya lo envié a pedir
muchas veces y no me lo enviaron, y en tres años primeros no recebí una carta
de mi convento, que me causaba desesperación, por entender que no se acor-
daban de mí o no hacían caso de lo que yo trabajaba y del cuidado que ponía
en servicio de la casa40.
Junto a la imagen visual, estaba la mental como representación interna del conoci-
miento que era la devoción que surgía en el espíritu procedente de leer la historia de
la Virgen y sus milagros, teniendo como base hagiográfica, en este caso, el texto de
la historia del P. Gabriel de Talavera del que llevaron trescientos ejemplares como
recuerda en el viaje de Portobelo a Panamá, donde para el traslado alquilaron nueve
mulas, cinco de las cuales para este cometido (López y Madroñal, 2010, p. 87). Allí
se reproduce la lámina que Petrus Angelus, grabador afincado en Toledo, hizo de la
Virgen y que sospechamos, muy probablemente, fue el origen del llamado “modelo
triangular” de las pinturas marianas de la Escuela Cuzqueña del siglo XVII (Campos,
2016c, pp. 14-17).
De esta forma pensaba evitar el olvido que se había producido en pocos años con la
presencia y la actividad mariana-guadalupana del P. Diego de Losar, porque les que-
daba la imagen que haría de recuerdo constante. Y tras el éxito de la construcción de
la capilla y la entronización del lienzo de Lima, dice:
Y si no quedara esto desta manera con esta imagen, luego como yo volviera las
espaldas se olvidara todo, como se olvidó lo que el padre fray Diego de Losal
hizo en estos reinos; pues en tantos años no hallé un real que hubiese caído
de limosna […]. La cual [devoción] queda tan entablada en estos reinos con
aquestas imágenes que tengo hechas que mientras durare el mundo durará; y
si no lo hiciera desta manera en volviendo yo las espaldas luego se olvidara
todo, como se olvidó lo que el padre fray Diego de Losal hizo que si no es una
memoria que he hallado en algunas personas de que estuvo en estos reinos
otra cosa no he hallado de provecho para la casa de Guadalupe, y agora con
40
López y Madroñal, 2010, pp. 242 y 248. AGI, Indiferente General, leg. 2869, t. V, f. 165v.
22
La relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el virreinato del Perú (1599-1606)
estas imágenes tiene de durar su devoción mientras ellas duraren [...] (López
y Madroñal, 2010, pp. 144, 322).
El olvido es un mecanismo mental cuando no hay una fuerza espiritual, no material,
que lo sostiene y alienta. Así lo sostuvo a mediados del Quinientos J. Boscán en su
conocido soneto LXXXV, explicando que la ausencia no causa olvido cuando hay un
verdadero y firme enamorado. Creemos que son un poco arriesgadas las interpreta-
ciones, por forzadas, sobre el/los olvido/s y la memoria del fray Diego de Ocaña y su
obra, que hacen sin entrar en lo nuclear de su misión y en el carácter de su obra (Peña,
2011, 2013, 2016). Igualmente forzado encontramos la posibilidad de sacar de la Re-
lación del P. Ocaña material para un estudio urbanístico; ni siquiera una cita sobre el
olvido en contemporáneos del P. Ocaña, como Cieza, Díaz del Castillo, Garcilaso,
Lizárraga, Ercilla… (Tieffemberg, 2018).
Pocos años después de fray Diego, el Monasterio de las Villuercas aprovechó la pre-
sencia en el Perú de fray Pedro del Puerto –monje profeso de San Jerónimo de Buena-
vista (Sevilla) que había acompañado al obispo don Jerónimo de Cárcamos, obispo de
los llanos de Trujillo–, y le envió los poderes notariales para que cobrase las limosnas
de Guadalupe (1617-1622). Pudo comprobar, sin conocer el manuscrito de Ocaña, el
fruto que la devoción a la Virgen de Guadalupe había producido gracias a las cofradías
fundadas por el jerónimo toledano.
Sin embargo, también se dio cuenta que los lienzos entronizados en iglesias fran-
ciscanas habían mantenido la devoción a la Virgen pero la mayoría de las limosnas
iban a dicha orden y, hasta que no legalizó su situación de ser representante oficial
de Guadalupe, tuvo pleitos con ellos, perdió tiempo y oportunidades41; pero escogió
sus iglesias siempre que pudo para entronizar los lienzos de la Virgen, “porque hay
más devoción y porque sean más bien servidas, como lo son; y porque si hay limos-
nas, pocas o muchas, estos padres no quieren nada ni pueden tener rentas” (López y
Madroñal, 2010, p. 498.). La popular y milagrosa imagen de los agustinos de su gran
convento del valle de Pacasmayo (Saña, Zaña) había tenido otro origen42; no obstante,
de forma solapada trató de quitarles la devoción y el culto a su imagen y los ingresos
de las limosnas. Hablando de la imagen y cofradía que los agustinos tenían a la Virgen
de Guadalupe en Lima, refiere uno de los objetivos que tuvo en erigir en la ciudad la
capilla y pintar el cuadro de la imagen de las Villuercas, hoy recuperado, restaurado
y colocado en la catedral:
Y ha sido de suerte que les he quitado a los frailes agustinos, como ellos dicen,
el comer, porque los que iban de Lima en romería a los valles de Trujillo a
Guadalupe, como tienen en la ciudad la imagen en una ermita que yo hice,
vienen aquí y dan sus limosnas, y anda pidiéndose por las calles la limosna de
nuestra Señora por los mayordomos. Y como yo asenté por cofrades de nues-
tra Señora de Guadalupe a toda la ciudad, pedí luego que se quitase aquella
demanda que andaba de la otra cofradía, porque a los frailes yo no les podía
quitar su casa ni su imagen (López y Madroñal, 2010, pp. 305-306).
41
Silva, 1922, pp. LXXXI; IV, p. 451, 459; LXXXII(II), pp. 140, 147, 149, 151-152, 155, 164.
42
Silva, 1922, pp. LXXXII(II), pp. 143, 145-146; Calancha, 1974, t. IV, pp. 1225-1372; San José, 1743,
pp. 168-175.
23
Rev Arch Gen Nac. 2019; 34(2): 11-41 F. Javier Campos y Fernández de Sevilla
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La relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el virreinato del Perú (1599-1606)
Santa Cruzada en los Reinos del Perú, y de doña Elvira de la Serna, su mujer, matrimo-
nio extremeño de Medellín de buena posición (López y Madroñal, 2010, pp. 141-145).
Entre los variados sistemas utilizados para despertar la devoción a la Virgen, el re-
curso a la fiesta barroca era algo normal en la sociedad occidental desde hacía más
de un siglo; fueron celebraciones montadas conforme a un modelo uniforme que se
repitieron incansablemente, tanto en Europa como en América y demostraron la enor-
me fuerza y el gran atractivo que este tipo de actos encerraba en todos los lugares
donde se programaron, por las crónicas que de ellas se hicieron43. No es aventurado
suponer que fray Diego debió conocer algunas de las más importantes celebradas
en estos años, y en las organizadas en el virreinato con este motivo él fue el mentor
religioso, el animador social y el organizador artístico44. En otro momento explicará
por qué utilizaba estas celebraciones: “Y con estas fiestas que yo ordenaba, para que
la recibiesen [a la imagen de la Virgen], se enderezaba todo a que tuviesen devoción
con ella” (López y Madroñal, 2010, p. 305).
Por encima de aquel impulso aventurero que animó a tantos conquistadores y misio-
neros de la Alta Edad Moderna en la carrera de Indias, es difícil entender la empresa
americana con tantos riesgos y peligros reales como los mismos monjes jerónimos
testimonian.45
Sin olvidar que en el interior de todas estas gentes, además del vértigo de la aventu-
ra, alentaba una fe enorme y sencilla a la Virgen –bajo muchas advocaciones como
se recogen en tantas cofradías (Campos y Gutiérrez, 2014)–, que era la que impulsó
y respaldó en gran medida a los hijos de España en su jornada americana: “Pues en
todo este viaje no es otro mi interés sino servirla, y por esto no hay trabajo de que
yo me excuse, como se interese su servicio. Ella lo reciba, pues por Ella lo paso”
(López y Madroñal, 2010, p. 319). Y de la que sintieron su ayuda y protección en
muchos momentos de apuro, y en muchas situaciones difíciles, como reconoce en
nuestro caso el monje manchego46, aunque haya algunos momentos donde se queje
del abandono en que se siente47. No es extraño que ella guiase la mente, el corazón
43
Sobre las fiestas barrocas: Campos, 1998b, pp. 993-1016.
44
López y Madroñal, 2010, pp. 233-236; Campos, 2014b, pp. 87-93; Campos, 2003, pp. 135-149.
45
Fray Diego Cisneros: “Y el trabajo que me costó esto hasta llegar a punto de tomar la posesión, las
contradicciones que tuve de indios y españoles, fueron muchas y pasé muy malas noches por aquellos
guarangales, y grandísimos soles de día. Sírvase nuestra Señora de ello; pues por Ella lo pasaba y así se
lo tengo ofrecido” (López y Madroñal, 2010, p. 498).
Y fray Juan de Estremera, monje del Escorial que coincidió en el Perú con el P. Pedro del Puerto, luego
escribirá a Guadalupe contado lo que supo que hizo: “Lo que yo se decir es que a travajado mucho e
padre fray Pedro por servir a esa sancta casa, no perdonando caminos y viajes muy largos y trabajosos
por defender su jurisdiccion y sacar las ymagines que estan en poder de frailes franciscos…” (Silva,
1923, LXXXII, III, pp. 212-213).
46
Así lo manifiesta en una ocasión: “Agradeciendo a nuestra Señora de Guadalupe los muchos favores que
de su mano recibí en este camino” (López y Madroñal, 2010, p. 226; otras veces, pp. 144, 306 y 498).
47
“Yo me quedé en aquel campo dando voces de cuándo en cuándo, y de continuo cayendo nieve... en-
carecer lo que aquesta noche pasé, no es posible [...] Daba piadosas quejas a nuestra Señora y decía:
Pues, ¿cómo Señora, que me ha traído mi fortuna o por mejor decir mis pecados a morir en un desierto,
enterrado en nieve, estando los monjes de Guadalupe bien cenados y recogidos en sus celdas, y yo que
no ando haciendo negocios sino los vuestros, pidiendo limosnas para dar de comer a los peregrinos que
acuden a vuestra casa, y yo tengo de morir de hambre y perecer de frío esta noche en este desierto...”
(López y Madroñal, 2010, pp. 484-485; cfr. 101). No está lejos de la exposición paulina sobre la dureza
25
Rev Arch Gen Nac. 2019; 34(2): 11-41 F. Javier Campos y Fernández de Sevilla
y los pies de fray Diego de Ocaña en su periplo y a ella se encomiende para que
termine felizmente48.
Por eso, la Relación de fray Diego de Ocaña, como las crónicas de Indias –y también
es crónica–, por encima de todo es literatura de testimonio: “fueron escritas bajo el
signo del estupor y la grandeza. Y quien las lee no puede menos de sentirse sacudido,
arrebatado, por la grandeza y el estupor” (Luca de Tena, 1973, p. 45).
26
La relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el virreinato del Perú (1599-1606)
Efectivamente, aunque fray Martín de Posada y fray Diego de Ocaña fueron elegidos
por la comunidad de Guadalupe para ir al virreinato del Perú –como habían ido antes
e irían posteriormente otros, y en ese sentido su viaje es cumplir un mandato–, escri-
bir o no una obra más o menos detallada no entraba en el cumplimiento de la orden
recibida; lo que deberían hacer era justificar el dinero recogido de las cofradías y las
limosnas que hubiesen hecho durante el viaje los devotos de la Virgen, y presentar los
papeles acreditativos de los depósitos hechos y los envíos efectuados. En este sentido,
tradicionalmente ha llamado la atención de los investigadores el impecable y eficaz
sistema de contabilidad que la Orden de San Jerónimo tuvo en la gestión de sus bienes
económicos y la forma de reflejarlos en los diferentes libros de cuentas que tenía cada
casa.
En esta ocasión, el P. Ocaña escribe su relación siguiendo el compromiso institucional
adquirido, las circunstancias ambientales y la situación personal concretas de cuando
escribe51; nos queda la duda de saber si en caso de haber vivido la hubiese presentado
a los superiores a la vuelta como testimonio de lo hecho por Guadalupe y su bendita
Madre y Señora. Francisco M. Gil (2010, p. 569) afirma “que la Relación del viaje
de fray Diego de Ocaña por el Nuevo Mundo es una obra coral en la que se dan cita
distintos escritos a los que el autor no pretendió dar unidad alguna”.
Sí tenemos constancia de la información que él mismo facilita de lo hecho en La Plata
o Chuquisaca cuando afirma que “se hizo una imagen tan rica como se dirá adelante, y
con tantas fiestas como parecerán por la relación que se hizo y envió a España, la cual
también yo pondré aquí con lo demás” (López y Madroñal, 2010, p. 309). De momento
no sabemos si lo enviado a España fue obra suya, y si él fue el autor del texto (¿es el mis-
mo que luego incorporó a su Relación?); también suscita otras preguntas, por ejemplo, si
con la crónica de la fiesta de la entronización del cuadro incluyó el texto de la Comedia,
dónde mandó el escrito –crónica y Comedia o lo que mandase–, a quién se la entregó
para llevarla y si llegó a su destino, verosímilmente, Guadalupe.
Como aproximación de análisis a este tipo de obras personales de la época de la de
Cisneros, los diferentes autores explican los motivos que les movieron para escribir la
Relación o crónica de su viaje, aunque desde el punto de vista externo de la estructura
la obra encaje en un género literario con unas características formales que no afectan al
contenido sustancial y el objetivo de la misma. Claro que el autor de un relato amplio de
viaje, y largo en el tiempo y la distancia, tiene que salir de su condición y ubicación per-
sonal (“yoidad”) para entrar en el cosmos de la alteridad (“otroidad”). En cualquier caso,
deja su mundo conocido y se adentra en un orbe nuevo y desconocido, que puede ser
51
“Mi trabajo se inscribe en una propuesta de lectura y escritura de los textos hispánicos coloniales de esa
franja inicial conformada por un conjunto de textualidades que surgen como consecuencia del proceso
de conquista y colonización. En este caso, espiritual o misionera; ella contiene los primeros rasgos de
una escritura que en América comienza a configurarse como diferente de la española peninsular […].
Es evidente que el cura-escritor diseñó una estructura general para la narración de su Viaje “religioso”
o Memoria “religiosa”–agrego el adjetivo– por la América del Sur, en que predomina y preferimos la
materia devocional sobre la histórica, geográfica y de observación en general de estas tierras de Indias.
El narrador itinerante ha tenido especial cuidado por ofrecer a sus lectores primeros, los jerónimos y
cristianos en forma amplia, y a los posteriores, historiadores, viajeros, lectores actuales, una narración y
descripción de esas tierras y de sus naturales, que guarda un orden cronológico y espacial. A saber, guía
al lector, lo conduce, da razones, explica” (Iniesta, 2005). Por todo lo dicho, y la documentación citada,
no estamos de acuerdo con esta tesis.
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real –como lo que escribe Heródoto, y los relatos de Marco Polo–, o imaginado –como
canta Homero de Ulises en su regreso a Ítaca, o las que finge Cervantes con las salidas y
regreso de don Quijote en que se transforma en Alonso Quijano–.
Pero todos los sucesos vividos que cuentan fray Diego y los autores contemporáneos en
sus respectivas obras, y el marco geográfico donde se desarrollaron los viajes de cada
uno, es lo que les interesa recoger a estos escritores, como experiencia fenomenológica
que enriquece el cargamento existencial que tenían hasta el momento de comenzar su
aventura inédita. Por eso cuando les faltan palabras exactas para explicar bien ese mundo
nuevo que están viviendo, tan distinto al que hasta entonces había sido el suyo, y que
el lector comprenda su relato, tienen que recurrir a la analogía de la realidad conocida.
El fundamento primero de la cultura occidental se construye sobre la metáfora
del viaje. La obra de Homero, primera obra occidental que realiza el pasaje de
lo oral a lo escrito, es una iniciación al viaje, a la ‘otroidad’, es decir, al mun-
do en tanto que narración de lo exterior, lo extraño, lo diferente, lo extranjero,
lo bárbaro. Núcleo mítico de la figura del otro, supone tanto una iniciación
como un pensamiento mágico sobre el modo o los modos de representarse
frente al otro, frente a un exterior territorial, espacial, cósmico, lingüístico y
cultural (Blanco, 1999, p. 102).
Es normal que esos hombres no quieran depositar solo en la memoria las ricas experien-
cias vividas por la fragilidad real de que el cerebro no puede conservar fresca la infor-
mación del pasado –todos los seres racionales tenemos experiencia personal de esto–,
y decidan tomar apuntes para fijar determinados sucesos, personales y/o ambientales,
como material de trabajo para un posterior desarrollo. Y en concreto Cisneros solo escri-
be por curiosidad de plasmar lo que vive y luego poder reproducir su experiencia cuando
lo lea en el futuro. Un testimonio de que escribe en presente para él y recordarlo en
el futuro lo tenemos cuando, estando en Potosí, hace un envío de barras de plata a
Guadalupe antes de ponerse a pintar un lienzo de la Virgen: “Y al fin, cuando lleguen
a Guadalupe esas 44 barras, echarán de ver que mi venida fue de importancia para el
despacho dellas; pues tengo por cierto que si no pusiera la diligencia dicha, nunca se
enviara” (López y Madroñal, 2010, p. 229).
Este criterio es el que han seguido los que han escrito diarios u otro tipo de relatos
íntimos, como fácilmente se puede comprobar, a diferencia de otros autores que, aun es-
cribiendo por iniciativa propia, desean y proyectan que se publiquen sus relaciones –de
ahí la intención de dedicar esas obras–, y, por tanto, piensan en futuros lectores, lo que
les hace desarrollar el escrito y la escritura con ese objetivo52. Someter un texto histórico
a análisis filológico y literario es un trabajo de investigación correcto cuando se hace
52
“Todo el texto de Diego de Ocaña se presenta como el resultado de la voluntad de guardar en la memoria
lo que, de otra manera, caería en el olvido. Ahora bien, en lo que atañe específicamente a la actividad
indagatoria, ella encuentra su complemento en el registro de ‘lo notable’ que el caminante encuentra a su
paso. La selección de los objetos descriptos, si bien previsible en el marco de la mirada que se constituye
en los siglos XVI y XVII, evidencia el lugar desde donde se mira. Así, se advierten diferencias entre el
registro de los objetos que hace Reginaldo de Lizárraga, quien se dirige a un lector metropolitano desde
una experiencia vital de décadas en las Indias, y Diego de Ocaña, menos preocupado en describir el
mundo de objetos cotidianos y más atraído por las ‘cosas notables’. Lo que en Lizárraga se restringe y
se cohesiona mediante un acendrado didactismo, rasgo característico del criollismo del siglo XVII, en
Ocaña se amplifica y se redimensiona desde su condición de extranjero en las colonias, que escribe para
su par metropolitano”. Altuna, 2000; Altuna, 1996, pp. 123-137; Altuna, 1998, pp. 3-10.
28
La relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el virreinato del Perú (1599-1606)
dentro de esas áreas de conocimiento y con sus principios, pero sacarlo de ahí para es-
tudiarlo con criterios contemporáneos y en otros campos del conocimiento es hacer una
reinterpretación inútil y falsa científicamente.
Referente al término de paratexto utilizado en el título de este aparado, ha sido tomado
de la lingüística para aplicar analógicamente su contenido conceptual a la presentación
externa que hace fray Diego de su escrito53. El monje se olvida de titular algunos de los
que se podrían llamar capítulos –cosa que no hace ni los numera–, pero que de alguna
manera tiene ese sentido. Sin duda la finalidad más evidente de las denominaciones de
los apartados es indicar el contenido de las páginas siguientes en las que ha reunido y
desarrolla una información concreta de su viaje. Como los apuntes los fue haciendo al
ritmo de los acontecimientos, no le costó poner los nombres o títulos y mantener el orden
cronológico al ordenar los pliegos o cuadernillos.
Numerando los capítulos o apartados –incluida la Comedia de Nuestra Sra. de Guadalu-
pe–, son 48. Aparecen sin rotular los números 1, 22, 24-32, 34-37, 39-42 y 44-48; en la
edición crítica que manejamos les han puesto título, aunque no los hayan numerado –que
hubiese sido mejor–, para dar unidad a la obra y ofrecer una visión rápida del contenido
para lectores apresurados. En cualquier caso, el fin buscado es avanzar información
sobre el contenido de lo que versarán las páginas siguientes.
Ya hemos dicho que nuestra utilización de los paratextos sería muy limitada, pero
suficiente; aunque fray Diego solo titule la mitad de los capítulos o apartados, nos
sirve para comprobar que sigue el esquema clásico. Si nos fijamos en los títulos que
Cervantes está poniendo en esos momentos a los capítulos de la primera parte de su
Don Quijote, observamos que habla como narrador de algo extraño a él –otroidad–,
visto desde fuera:
- “Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo Don Quijote de la Mancha”.
- “Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo Don Quijote en armarse caballero”.
-…
El P. Ocaña, por el contario, los titula viéndose desde dentro e incluyéndose en la acción
–yoidad– en la que está presente como protagonista y, por lo tanto, haciendo suya la
descripción y que lo que cuenta gire en torno a su persona como testigo que fue; de esta
forma, rescatará del pasado lo vivido haciendo presente cuando lo volviese a leer, como
hacemos las personas cuando buscamos en nuestra memoria las experiencias personales:
53
Nos sirve de apoyo “lo que Genette llama el paratexto, una zona intermedia entre el texto propiamente
dicho y lo exterior al texto (1987:12) que no constituye algo aleatorio sino que es una exigencia tanto
literaria y artística como administrativa y comercial. El conjunto de todos los elementos que forman el
paratexto es lo que convierte un texto en libro, es decir, en un objeto cuyos destinatarios son los lectores:
títulos y subtítulos, prefacio e índices, dedicatorias y todo tipo de preliminares, convencionalmente dis-
puestos al principio y al final del volumen impreso, constituyen el aparato protocolario que da al texto su
existencia y su consistencia, su forma y su entidad de libro (cf. Sabry, 1987:83)”. Genette, 1987, p. 12;
Sabry, 1987, pp. 83-99; Paz, 1993, pp. 761-768.
“Aunque la noción de “paratexto” no forma parte del Diccionario de la Real Academia Española (RAE),
su uso es frecuente en el ámbito de la lingüística. Se conoce como paratexto a aquellos mensajes, pos-
tulados o expresiones que complementan el contenido principal de un texto. Su finalidad es aportar más
información sobre la obra en cuestión y organizar su estructura. El título y los subtítulos de un libro son
considerados como paratextos, al igual que un prólogo, las dedicatorias, un índice, las notas al margen y
otros enunciados. Estos paratextos son creados por el propio autor” (Pérez y Gardey, 2018).
29
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Conclusiones
Con leves modificaciones, recurrimos a la conclusión utilizada en otro trabajo, por
ser de nuestra mano y conservando el mismo criterio. La obra se inscribe como un
texto personal o literatura testimonial -entre historia, crónica y memorias-, donde va
dejando nota de todo lo que ve y le llama la atención, junto con la narración detalla-
da de lo que hace en su misión de recolector de las ofrendas y limosnas ofrecidas a
la Virgen de Guadalupe y de la actividad desplegada para propagar la devoción a la
Virgen, creando cofradías y registrando a nuevos devotos. Para ello se sirve de pintar
cuadros con la imagen de la Virgen reproduciendo fielmente la vera effigies de la
imagen de Guadalupe que luego dará origen al modelo iconográfico de las “vírgenes
triangulares”. Para grabar más en el recuerdo de los asistentes la vivencia del acto de
entronización, lo hace en el marco de unas interesantes fiestas barrocas que diseña y
organiza según el modelo de la época. En algunas ciudades, además, incluyó también
la representación de la ‘Comedia de Nuestra Señora de Guadalupe y sus milagros’,
obra de su ingenio y de su mano.
Como autor curioso, y de no mala formación, describe los tipos y las costumbres y
otras muchas cosas que encuentra diferentes en cualquier sentido –por raro, infre-
cuente o contrario a sus gustos y educación–, así como los paisajes, los productos, los
accidentes geográficos, fenómenos de la naturaleza y hasta las letanías marianas que
escuchó rezar en Potosí, y el texto de unas canciones que interpretaron unas monjas
de Chuquisaca. Todo ello completado con el texto completo de su Comedia y el de
sus poemas, que ilustraron el cartel de la convocatoria de un juego de sortija; también
incluyó veintisiete dibujos de nativos y mapas de Chile que enriquecen su obra.
Todas esas circunstancias hacen que el relato del viaje del P. Ocaña se convierta en un
texto susceptible de interés para investigadores de varias áreas de conocimiento, de
personas amantes de los libros de viajes y del público interesado en los territorios del
Perú colonial a comienzos del Setecientos, sin sacarlo del contexto en que fue conce-
bido y para el que surgió que son las coordenadas que le dan sentido.
Por supuesto, tiene un marcado interés guadalupano ya que ese fue el factor desenca-
denante de su viaje y conocer lo que un monje del monasterio de las Villuercas hizo
en servicio de su casa y por amor a la Virgen de Guadalupe.
Apéndice
Cuando hemos hablado de literatura testimonial hemos citado las obras personales
–crónicas y relaciones–, que soldados y misioneros escribieron en los siglos XVI y
XVII por iniciativa de cada uno de los autores al recorrer el territorio americano; obras
personales. Muchos de ellos lo hacen por haber sido actores en campañas militares y
tiempo después deciden poner por escrito las notas que tomaron en su día, sacando de
su memoria algunos recuerdos y consultando otras fuentes. Los religiosos escriben las
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La relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el virreinato del Perú (1599-1606)
Tenemos una obra escrita por mandato de Cristóbal Colon en cuyo segundo viaje de
1494 fue este enigmático religioso. Al ser la gran expedición colonizadora que or-
ganizó el almirante, no extraña el tipo de encargo que le hizo, netamente de carácter
etnográfico y antropológico, por eso su escrito es un informe, aunque como monje
algún tipo de evangelización y alfabetización tuvo que hacer estando en contacto con
los indígenas de las Antillas, especialmente los taínos.
Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, por mandado
del ilustre señor Almirante y virrey y gobernador de las Islas y de la Tierra
Firme de las Indias, escribo lo que he podido saber y entender de las creen-
cias e idolatrías de los indios, y de cómo veneran a sus dioses. De lo cual
ahora trataré en la presente relación (p. 3).
Esto es lo que yo he podido saber y entender acerca de las costumbres y los
ritos de los indios de la Española, por la diligencia que en ellos he puesto.
En lo cual no pretendo ninguna utilidad espiritual ni temporal. Plegue a
Nuestro Señor, si esto redunda en beneficio y servicio suyo, darme gracias
para poder perseverar; y si ha de ser de otra manera, que me quite el enten-
dimiento (p. 49).
Quiso hacer una obra monumental, personal y testimonial; aunque está dedicada al
príncipe Felipe (II), no invalida el carácter que le dio porque ofrecerla al príncipe
es ponerse bajo su protección. La primera parte que fue la que vio publicada es de
54
Arranz, 2013, pp. 802-803.
55
Aguilar, 2011, t. XIII, pp. 633-636.
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que sobre las tales conquistas pasamos que son dinas de saber y no poner
en olvido. Lo cual diré lo más breve que pueda y, sobre todo, con muy cierta
verdad, como testigo de vista (Cap. I, p. 4).
Como acabé de sacar en limpio esta mi relación, me rogaron dos licenciados
quese la emprestase por dos días para saber muy por estenso las cosas que
pasamos en las conquistas de México y Nueva España y ver en qué diferían
lo que tienen escrito los coronistas Gómara y el dotor Illescas acerca de los
heroicos hechos y hazañas que hecimos en compañía del valeroso marqués
Cortés; e yo les presté un borrador. Parecióme que de varones sabios siem-
pre se pega algo de su scencia a los sin letras como yo soy; y les dije que
no enmendasen cosa ninguna, porque todo lo que escribo es muy verdadero
(Cap. CCXII, p. 980).
Y ací, cologado de de [sic] uarios descursos, pasé muchos días y años ynde-
terminando hasta que uencido de mí y tantos años, comienso deste rreyno,
acabo de tan antigo deseo, que fue cienpre buscar en la rudeza de mi engenio
y ciegos ojos y poco uer y poco sauer, y no ser letrado ni dotor ni lesenciado
ni latino, como el primero deste rreyno, con alguna ocación con que poder
seruir a vuestra Magestad, me determiné de escriuir la historia y desenden-
cia y los famosos hechos de los primeros rreys y señores y capitanes nuestros
agüelos y des prencipales y uida de yndios y sus generaciones y desendencia
desde el primero yndio llamado Uari (t. I, nº 29a, p. 7).
http://www5.kb.dk/permalink/2006/poma/1179/es/text/?open=idm45821230216480
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Aparentemente quedan claros los motivos que le movieron para dedicar su obra a la
infanta portuguesa, que eran buscar su “amparo y protección”; sin embargo, sabemos
que también estaba el desdén a la corte española por el desprecio y marginación que
habían demostrado hacia su persona. Manifiesta que quiere escribir su obra con crite-
rios profesionales de historiador –objetividad–, basado en datos y en fuentes, distin-
guiendo entre glosa y comentario.
Dedicatoria:
59
Ossio, 2013, t. XLIX, pp. 435-441.
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