Cuentos y Más Cuentos

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 8

2019

Cuentos y más cuentos

Nuestras voces
El almohadón de plumas, Horacio Quiroga.
Perspectiva desde Alicia
Ángela Sánchez
Hace un tiempo me casé, y creo que fue una de las mejores decisiones que pude tomar. Al
casarme con Juan pude tener a mi lado a un hombre muy bueno, amable y cuidadoso conmigo.
Últimamente me he sentido desgastada y enferma, Juan lo sabe y ha cuidado mucho de mi, no me
ha abandonado, ha traído médicos a la casa que han tratado el ligero ataque de influenza que tuve.
Un día pude ir al patio a respirar el aire fresco, sentirme viva y sana. Luego de eso desfallecí, me
derrumbé, lloré abranzando a mi esposo, no quería enfermarme, no quería sentir que estaba en mi
lecho de muerte, no quería pensar que le estaba atrayendo desgracias y sufrimiento por mis
continuas enfermedades, a mi amor y a los demás que me rodeaban.

Ese día volví a la cama como si otro día me fuera a levantar, pero así no fue, nunca más
pude volverme a levantar de allí, comencé a empeorar, cada día me encontraba más débil, y además
tenía anemia aguda que no me permitía vivir, que no me permitía ser feliz junto a mi esposo, no
me permitía ser alguien normal sin acarrearle problemas y desdicha a los demás y ni a mi amado.
Cada día tumbada en esa cama estaba ansiosa porque llegara el día en que me despertara y todo
ese mal que tenía fuese solo un sueño y de esa manera poder vivir junto a Juan muy feliz. Pasaban
los días y cada día estaba peor. Él me comentó que en ocasiones me desmayaba y que también
alucinaba, no recuerdo nada de eso, pero como me encontraba mal, yo le creía ya que mi salud
estaba mal y todo esto era señal de que mi vida se acortaba, y que pronto no vería mas la luz del
día.

Recuerdo bien que un día, sentí que algo me picaba el cuerpo, y suscionaba mi sangre, me
moví y observé que era un bicho muy grande, nunca había visto algo así. Grité, y vi que aquel
animal se fue cayendo a la alfombra. No podía dejar de mirar al suelo, pero no me podía mover;
Juan llegó rescatarme, pero estaba tan débil, que no me salían palabras para expresarle aquello que
vi, quería decirle que quizá ese animal era el motivo de mi anemia, de mi estado de salud tan
deplorable. Los médicos llegaban a mi casa inútilmente; ninguno de sus procedimientos o su
medicación ayudaba a mi estado de salud. Cada mañana, al despertar, me sentía peor que el día
anterior, y según lo que escuchaba estaba en peores condiciones que días pasados, y solo en mi
mente pensaba, ¿será que aquel insecto era el que me está causando todos mis males? ¿aquello que
vi el otro día fue real? ¿algún día me podré curar? ¿viviré sana junto a Juan en algún momento?

Una noche me acosté sin saber que era mi último día, mi último respiro, mi última
oportunidad de vivir, nunca sabré que me ocasionó tanto mal, nunca sabré porque desfallecí,
porque mi salud cayó de manera drástica. No viví una buena vida de casada, no pude brindarle mi
amor, cariño y cuidado a mi querido Juan, y de seguro mi amado esposo ha quedado en estupor y
dolor por mi muerte. Me hubiese gustado, al menos, despedirme de él.
Veneno.
Hillary Vergel
29 de junio de 2018 hay una epidemia en toda la costa, un extraño mal acechaba por las
calles dejando a su paso la piel enrojecida y hematomas en cada enfermo.

Aún trabajaban en saber de qué se trataba, o al menos eso era lo que escuchaba en los
reportajes de cada mañana mientras desayunaba. La mayoría de los miembros de mi familia había
caído postrada en cama, aún no entendía cómo no había llegado a mí, lo que me hacía pensar que
no era algo realmente contagioso ¿qué sería entonces el origen de estos males? No alcanzaba a
comprender lo que sucedía.

Los deberes del hogar recaían todos sobre mí, dejé la escuela hace unas semanas, pues
nadie más podía hacerse cargo de mi madre, padre o abuelos, tenía entonces que estar moviéndome
de casa en casa, pero nunca me fue realmente molesto, en mi inocencia siempre esperaba el día en
que los titulares se llenaran de avisos comunicando que “hallaron el antídoto”, pero nunca fue así.
Al fin y al cabo, sólo pasaban los días y lo único que cambiaba era el estado de la casa, que pasó
de ser una tacita de té desde las 6 a.m., a ser un desastre sin vida o color alguno. Por más que
limpiase, siempre que ayudaba a mamá a moverse a algún lugar de la casa, dejaba manchas de un
extraño líquido que secretaban sus heridas, parecían picaduras y estaban en todo su cuerpo. Era
imposible limpiar aquello, así que me había resignado, no es como si pudiese evitar que mi madre
necesitara bañarse o demás, tampoco me atrevía a bañarla ‘en seco’ no quería infectarme, quizá
requería más contacto, entonces preferí evitar. Me sentía extremadamente sola y vacía, quienes se
hacían llamar mi familia se fueron lo más rápido que pudieron; en cuanto comenzó la peste, debían
estar en el centro del país sin preocupación alguna. Pude irme con ellos, pero no tuve el corazón
para abandonar a los seres más bondadosos que la vida pudo brindarme.

Para el 20 de Julio del mismo año tuve un extraño episodio de asfixia, no supe a raíz de
qué y quise pensar que fue simplemente el hecho de que tenía algo de gripe. Desde hace un tiempo,
pero en el fondo sabía que no era normal lo que había pasado, pude sentir como mi corazón se
comprimía y me faltaba el aire de forma inhumana. La sangre corría tan rápido por mi organismo
que comenzó a concentrarse en los extremos de mi cuerpo como si una algo la impulsará, mi piel
se heló y las yemas de mis dedos, al igual que mi sien, dolían de manera inigualable. Era un dolor
tan agudo que no podía ni moverme, caí al suelo repentinamente y sin estar del todo consciente
intenté reaccionar, tocaba mi piel y se sentía áspera. El estado de mi cuerpo se fue normalizando
luego de un tiempo, pero esto que me estaba pasando no era normal, no podía ser así, esperé a la
noche y tomé una rápida ducha y con el jabón inspeccioné mi áspera piel y confundida al tocar mi
espalda encontré costras, como si una herida estuviese sanando, dolía ¿en qué momento me habría
hecho eso? Las noches en vela no me permitían recordar mucho más que no fuese los cuidados
que le daba a mi madre por su sufrimiento.

Era hora de cenar y con un par de pesos que tenía en el bolsillo decidí comprar unos víveres
y preparar algo medianamente apetecible y no la comida de siempre. Al salir me sentí mareada,
débil y completamente indefensa, como si fuera el aire tuviera algo tóxico. Pronto me desplomé
sin más y sentí como toda mi fuerza desaparecía por completo, mi estómago vacío no ayudaba
mucho a reponer mi fuerza, simplemente cerré los ojos, y me dejé llevar por el malestar y en ese
momento supe que me había desvanecido por completo, perdí toda razón de mi ser y al despertar
me encontré completamente sola, no tenía ni la más mínima idea de dónde me encontraba, “mamá”
pensé, tenía que llegar a casa, no podía dejar a mi madre sola, pero no sabía dónde estaba. Las
calles realmente se veían vacías. Me levanté y comencé a caminar en busca de alguna señal de
vida, pensé que alguien podría encontrar, es decir, al fin y al cabo. al menos una persona despierta
tenía que encontrar; mientras más caminaba, más lejos me sentía de la ciudad, sentía que me estaba
adentrando en otro sitio.

Decidí entonces quedarme dónde estaba para no perderme aún más, me senté debajo de un
árbol y sentí un extraño zumbido, como encima de mí, miré hacia arriba y vi un extraño nido de
esas criaturas que cada vez hacían sonidos más raros, nunca había visto algo así, quizá eran avispas,
aunque realmente no parecían. Decidí analizar en lo que me había metido y casi al instante de
acercar mi rostro a aquel nido, los extraños animales comenzaron a picar mi rostro y
posteriormente todo mi cuerpo, sentía como si el veneno era parte de mí, también sentí como mi
cuerpo iba perdiendo las pocas fuerzas; caí, pero aún podía sentir como esas horribles criaturas me
picaban por todos lados.

Mamá, papá, lo siento, creo que no podré ir a casa esta noche.

Mi cuerpo fue encontrado siete días después, se determinó que mi muerte fue por el
veneno de dichas criaturas, al menos espero que ahora puedan encontrar un antídoto.
Parodiando la historia del almohadón de plumas
Luisa Cadena

Quizás nuestra luna de miel no haya sido la mejor, la timidez por mi parte y el fuerte
carácter de Alberto no era el plan sensaciones deseado. Lo amaba, y lo sigo amando. También, sé
que él me ama y lo sigue haciendo. Puede que sea un hombre duro, que muchas veces ha logrado
hacer que me estremezca, pero, una vez entras en su corazón, logras reconocer la belleza de su
amor.

Luego de nuestra boda, en abril, la vida no era más que una dicha, aunque llena de
severidad; hubiera deseado mucha más ternura en aquel extraño nido de amor.

Nuestra casa solía ser un tanto fría y escalofriante en muchos sentidos, el eco me
aprisionaba y me recalcaba lo sola que podía llegar a estar en la ausencia de mi esposo. Ese día a
día no hizo extraño el hecho de que adelgazara y que sufriera un ligero ataque de influenza; lo
realmente extraño, es que no lograba reponer mi salud. Este defecto sin duda comenzó a desgastar
mi vida, y con esto, la poca cordura que guardaba. De pronto José, en un acto de ternura, acarició
mi cabeza en señal de apoyo y preocupación. No hice más que romper en sollozos, después de
todo, reprimirme no servía de nada y su acto de amor me sirvió para liberar eso que yacía guardado
en mi interior y que ya no podía seguir reprimiendo. Así era él, en el momento justo y menos
pensado siempre estaba ahí. Entonces, cuando ya sentí tranquilidad, solo me quedé estática en el
medio, con mi cabeza en el hueco de su cuello respirado el fragante aroma de su loción favorita.

Aquel día fue el último en el que estuve levantada con la fuerza suficiente para sostenerme
a mí misma. A la mañana siguiente estaba desvanecida, me sentía como una piedra sobre la cama.
José llamó un médico, el cual se encargó de examinarme con suma atención y con el mismo trato
hacia una delicada flor. Me ordenó calma y descanso absoluto.

Antes de partir, el eficiente médico le dijo a José, que, si al día siguiente sigo igual o peor
que hoy, lo llamara de urgencia.

Supongo que era de esperarse que al día siguiente amaneciera peor. Hubo consulta. Al
parecer mi constante desvanecimiento era producto de una anemia de marcha agudísima, con un
origen desconocido e inexplicable; realmente nunca creí tener aquella enfermedad, pero era lo
único que se podía deducir de mis síntomas. Por suerte, los desmayos no siguieron, sin embargo,
sentía que me hundía en la muerte estando encerrada en aquellas cuatro paredes de mi dormitorio
que siempre estaba con todas las luces prendidas y un silencio infernal. Sin duda hubiera deseado
un poco más de compañía; José casi vivía en la sala, también, con toda la luz encendida paseándose
sin cesar de un lado a otro con gran obstinación y la alfombra ahogando sus pasos; a veces entraba
a la habitación con sus ojos fijos en mí, aunque muy silencioso.

En mi siniestro silencio y pesadez, el miedo recorrió mi cuerpo en forma de escalofrío. Mis


ojos fijos en la alfombra visualizando algo inexplicable en mi vago conocimiento. Pasó tiempo
para que logrará abrir la boca, dispuesta a gritar mientras mi nariz y labios se perlaron de sudor.
- ¡José! ¡José! – Mi vista no se alejaba de la alfombra.

Sentí cuando abrió la puerta del dormitorio, con su rostro lleno de preocupación. Solté un
alarido de horror al verlo.

- ¡Soy yo, Ana, soy yo! –

Entre mi agonía, confusión, y largo rato de estupefacta confrontación, logré encontrar la


calma entre las manos de aquel hombre. Parece ser que tenía alucinaciones, aquel ser que me
aterrorizó estaba apoyado en la alfombra sobre los dedos, y con fijos los ojos en mí.

Reconocí la inutilidad de los médicos que venían a mis chequeos. Más que nadie, sabía
cómo me sentía y la probabilidad de recuperarme. Mi vida se estaba agotando y ellos solo eran
parte de los espectadores de tan miserable escena que se desarrollaría pronto. José parecía perder
la cabeza, y era entendible, estando en su lugar yo no hubiera aguantado tanto.

Cada mañana estaba un poco más enferma, un poco más vacía de vida. A veces no sabía
distinguir la realidad y en muchos casos llegué a pensar que estaba muerta, encaminándome a la
luz de la que tanto se alardea cuando alguien está a punto de morir. Durante el día no avanzaba mi
enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida. Parecía que únicamente de noche se me fuera la
vida en nuevas alas de sangre. En el amanecer siempre me chocaba la sensación de cargar con un
millón de kilos por encima y a duro esfuerzo apenas podía mover la cabeza. Me aterrorizaba
despertar, porque eso involucraba tener perturbadoras alucinaciones. Mis terrores crepusculares
avanzaron en forma de monstruos que se arrastran hasta mi cama y trepaban por la colcha.

No supe cómo, pero mi conciencia ya había dejado mi ser. Sus últimas palabras fueron un
“Hasta aquí llegamos” para luego partir y simplemente dejar su cuerpo delirando hasta cesar sus
latidos. Nunca me aterrorizó morir, de hecho, desde los inicios de mi decadencia sabía que no
podía temer a la muerte sabiendo que mi desenlace se aproximaba. Fue como un tipo de
preparación que hace unos años atrás, cuando era una joven soñadora y con mucha salud, jamás
habría llevado a cabo. Mi historia en el mundo ya se había acabado, al parecer, mi dudosa
enfermedad no era más que un animal monstruoso que noche a noche aplicaba su sucia trompa en
mi cien hasta dejarme completamente vacía. De verdad una muerte bastante miserable.

No sé dónde estoy, ni como estoy narrando esto. Pero si alguna vez por algún motivo él lo
llega a leer… le repito: Mi amor prevalece y lo hará por siempre. Te estoy esperando, vuelve
pronto… Ana.
La almohada y lo que en ella se escondía
(Adaptación)

Marolyn Saray Jiménez Núñez


Ya tengo tiempo de haberme casado con el hombre que me hace feliz y que siempre ha
estado acompañándome. Ese hombre se llama Julio, el amor de mi vida. Hace poco he estado
sintiendo un poco mal, he tenido un pequeño ataque de influenza que me ha hecho adelgazar de
forma irremediable sin poder subir mi peso haciéndome sentir más débil, pues un día al salir a
observar el jardín tuve que ir agarrada del brazo de mi amado. Inevitablemente comencé a sollozar
entre sus brazos, pues estaba triste por mi estado de salud; ese fue mi último día de pie, porque
estaba completamente sin fuerzas. Julio trajo médicos para que me examinaran, pero estos no
hallaron razón a mi extraña enfermedad.
Seguía empeorando, día tras día mis fuerzas se agotaban y ya alucinaba bastante, tanto que
una vez me quedé mirando la alfombra de mi habitación y comencé a gritar como loca hasta que
Julio llegó y le vi, al menos eso fue lo que Julio me contó. Mi anemia empeoraba, ya sentía que
debía irme, pero no, debía seguir luchando por mi vida. Llevaba días sin cambiar la posición en la
que estaba, así que decidí mover mi cuerpo, no tan bruscamente para no lastimarme y alcancé a
colocarme de lado, sentí un poco de alivio. Luego de un rato sentí venir a Julio, él se sentó del lado
al que estaba dando la espalda y acarició tiernamente mi brazo; Sus caricias eran lentas y
constantes, llenas de ternura y melancolía.
De un momento a otro paró de acariciar mi brazo, se me hizo algo extraño, sentí que acercó
su cara a mi almohada luego de ello me tomó de los hombros y me levantó con delicadeza, no
entendía lo que sucedía; me miró y me dijo: “tranquila solo quiero revisar tu almohada” me recostó
al pie de la cama pues no tenía las fuerzas para moverme y mucho menos para hablar, alcance a
ver como tomaba la almohada entre sus manos; la quedó viendo un momento, y después llamó a
la mujer que nos acompañaba en las labores de la casa, yo quería preguntarle a Julio porqué hacía
eso pero no podía formular ni una palabra. Luego de unos tres minutos llegó la mujer y Julio le
dijo que trajera tijeras. Ella agarró las que estaban encima de mi tocador y se las dio a mi esposo.
Julio colocó la almohada en el suelo y elevando sus brazos hacia arriba con las tijeras en mano,
apuñaló el almohadón. No pude ver porqué lo hacía, pero escuché un sonido crujiente, era
inexplicable. La criada gritó y yo me alteré, pero no podía hacer nada.
Julio se levantó y le dijo a la criada que se llevara la almohada y la quemara. Ella la levantó
y al hacerlo pude ver la almohada empapada de sangre, mucha sangre. Luego de que ella saliera
Julio se me acercó, me levantó y me abrazó fuerte; yo no sabía que ocurría, luego, llamó a los
doctores quienes volvieron con bolsas de sangre que rápidamente me suministraron. Yo estaba
recostada sobre el regazo de mi amado pues llegó un personal con un nuevo somier y nuevas
sabanas para el mismo.
Pasaron meses y llegué a recuperarme un sesenta por ciento de mi enfermedad. Cuando ya
tuve fuerzas de hablar le pregunté a Julio por lo que había sucedido y él me dijo que en mi
almohadón vivía un enorme ácaro que era el responsable de mi anemia. Al escuchar eso me quedé
sin palabras y sorprendida, no podía creer que todo ese tiempo dormí sobre la causa de mi
enfermedad. Entonces abracé a mi esposo y le agradecí por haberme salvado la vida; de no ser por
ello un acaro me habría matado.
Todo por un gusano
S
Stefanny castillo
Todo comenzó en verano. El día era bastante caluroso, mi grupo de amigas y yo decidimos
ir a la piscina. El día transcurría muy normal, pero de repente sentí un cosquilleo en todo mi cuerpo.
Cuando llegué a mi casa tenía un fuerte dolor de cabeza y en ese momento pensé que era normal
ya que había estado todo el día bajo el sol. Mi madre me tomó la temperatura y tenía 39 °C. Un
poco sorprendida, mamá me dio una pastilla para que me sintiera mejor. Ella también pensó que
era una insolación, por lo que no le dio mucha importancia y me envió a dormir pensando que al
despertar me sentiría mejor. Al día siguiente me sentía peor, mi temperatura había subido a 40 °C
y además ahora tenía otros síntomas; náuseas y vómitos. No me levanté de la cama ese día y mi
mama pensó que me había intoxicado, así que me siguió dando medicamentos. Cuando llegó la
noche, percibí que me dolía el cuello y estaba algo rígida pensé que había dormido mal, así que
volví a dormir.

A la mañana siguiente tenía aún más dolor de cabeza acompañado de alucinaciones por la
fiebre que no cesaba. Esto fue determinante para que mi madre decidiera llevarme al hospital.
Cuando llegamos tenía tanta fiebre que no distinguía lo que era una alucinación y me desmayé.
Desperté en una camilla rodeada de médicos que me revisaban, pero aún no sabían que tenía.
Después de un par de horas un médico se acercó y revisó mis signos vitales, al parecer la fiebre
había disminuido pero la cabeza continuaba doliéndome fuertemente y no podía moverla.

Ya han pasado 4 días con estos síntomas y los médicos continúan preguntándose, que
tendría. Mi cuerpo continuaba debilitándose y con el paso del tiempo me resinaba a la muerte.
Cuando el reloj marcó las 16:56 horas, descubren que tengo un parásito llamado Naegleria fowleri
(amiba que come cerebros), que es una ameba flagelada aeróbico de vida libre patogénica. Esta es
típica de aguas dulces, templadas y estancadas como: lagos, lagunas, estanques, piscinas, aguas
termales y canales de riesgo. Es un parásito facultativo, que puede sobrevivir tanto fuera, como
dentro de un huésped y produce en los humanos, una enfermedad llamada meningoencefalitis
amebiana, por lo cual se la conoce coloquialmente como «ameba come cerebros». Esta afección
no tiene cura.

Mi madre y yo comenzamos a llorar desesperadamente. Después de eso comencé a


convulsionar y me indujeron un coma a las 17:20, pero como nada es eterno y la vida es algo
efímero, fallecí a las 18:30. Fue un paro cardiorrespiratorio, la vida se me fue de las manos, todo
se fue en un oscuro vacío, no había una luz para donde ir, solo un inmenso vacío del cual no había
regreso.

También podría gustarte