Curso Homiletica Ii Tarea 1 Setea

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CURSO DE SETEA

HOMILÉTICA II

TAREA #1

Profesor:
Pastor Erick Sánchez Venegas
Alumno:
Jimmy Carrillo Zúñiga

08 Nov, 2022
El predicador idóneo se caracteriza por cuatro rasgos fundamentales.

1. EL PREDICADOR IDÓNEO ES CONVERTIDO


Desde un punto de vista positivo la razón principal para insistir en que el que predica el
evangelio debe ser antes convertido, a saber: la naturaleza de la obra lo demanda.
• La naturaleza de su obra como testigo lo demanda. Hechos 26.
Esta obra es de índole doble: es un testimonio y un ministerio. Y tanto lo uno como lo otro
presupone la conversión del predicador. El predicador es un testigo.
• La naturaleza de su obra como ministro lo demanda.
Cuando hablamos de “ministerio” estamos hablando de servicio y de subordinación.
Debemos recordar que hay un sentido verdadero en que todo creyente es un “ministro”.
Todos los que somos salvos hemos sido llamados para servir.
Juan 15: 15-16.; 1 Pedro 2:9; Efesios 2:10; Santiago 2:26; Hebreos 13:16
No todos somos llamados para servir en la misma capacidad. Las Escrituras afirman que “a
cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para el bien general”, indicando que todos
somos aptos para algún servicio. “Hay diversidad de ministerios”, pero en todos ellos la idea
fundamental es la de servicio y de subordinación.
La descripción más completa de este ministerio especializado del predicador (el ministerio
de la Palabra) se encuentra en Efesios 4:8-12. Indica el pasaje que cuando Cristo ascendió
al cielo, dio dones a su iglesia con el fin de equipar a cada creyente para su servicio particular
y así lograr la edificación de todo el cuerpo. Estos dones consistieron “en que algunos fuesen
apóstoles, otros profetas, otros evangelistas, otros pastores y maestros”.

2. EL PREDICADOR IDÓNEO TIENE LAS CUALIDADES PERSONALES


INDISPENSABLES PARA EL BUEN DESEMPEÑO DEL MINISTERIO DE LA
PALABRA

El desempeño de un ministerio especializado como el que acabamos de describir exige la


posesión de ciertas cualidades personales indispensables. La lista más completa de éstas se
encuentra en 1 Timoteo 3:2-7. Un estudio cuidadoso de las quince consideraciones allí
expuestas revela que el apóstol hace hincapié en tres cosas fundamentales, a saber; la
conducta moral, la madurez espiritual y la aptitud para enseñar.
La conducta moral del predicador ha de ser “irreprochable”. Esta es una expresión muy
fuerte. Significa no sólo que no debe haber acusación en su contra, sino que debe ser
imposible formularle una acusación que pudiera resistir la investigación. Su conducta debe
ser tal que no le deje al adversario ninguna base posible para vituperar su vocación.
El predicador hade ser un “modelo a los que creen, en palabra, en comportamiento, en amor,
enfe y en pureza”.

3. EL PREDICADOR IDÓNEO ES LLAMADO DE DIOS PARA DEDICARSE AL


MINISTERIO DE LA PALABRA
Además de poseer las cualidades personales enumeradas en la sección anterior, el que se
dedique al ministerio de la Palabra necesita ser llamado de Dios para ello.
En primer lugar, la naturaleza del caso exige un llamamiento divino especial. El ministro de
la palabra es llamado por dos nombres significativos en los escritos del apóstol Pablo:
dispensador y embajador. el ministro de la Palabra es “embajador en nombre de Cristo”, lo
es, no por voluntad propia, sino por la designación de Dios.
La necesidad de un llamamiento divino especial de parte de los que se dediquen al ministerio
de la Palabra puede ser establecida también por la analogía de los profetas de la antigua
dispensación. Cada uno de ellos asumió su responsabilidad bajo la convicción de que Dios
se la exigía. Si hacemos un estudio de las experiencias de Moisés, de Samuel, Isaías, de
Jeremías o de Amós, encontraremos que aunque estos hombres diferían entre sí en cuanto
a cultura, temperamento y talento natural, había una cosa que tenían en común y que
constituía un baluarte inexpugnable en contra de los desalientos y las decepciones
inherentes a su tarea: una experiencia positiva de llamamiento divino.

4. EL PREDICADOR IDÓNEO ACTÚA EN LA PLENITUD DEL PODER DEL


ESPÍRITU SANTO
El modelo de los tiempos apostólicos nos hace ver que así debe ser. Antes de ascender al
cielo el Señor dijo a sus discípulos: “Y he aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre
vosotros: mas vosotros asentad en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de
potencia de lo alto”. En obediencia al mandato divino esperaron, perseverando “unánimes
en oración y ruego... Y como se cumplieron los días de Pentecostés... fueron todos llenos
del Espíritu Santo”, y en consecuencia, tres mil almas fueron agregadas al Señor.
Ejemplos claros:
Después de una noche de encarcelamiento, Pedro y Juan fueron interrogados
por el sanedrín respecto a la curación del cojo de la puerta Hermosa del templo. Pedro
respondió, estando “lleno del Espíritu Santo” y el impacto de su discurso fue tal que las
autoridades “se maravillaban; y les conocían que habían estado con Jesús”.
Ante las amenazas del concilio y la prohibición terminante de que “en ninguna manera
hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús”, los apóstoles reunieron a la iglesia, y en
conjunto presentaron la situación al Señor. “Y como hubieron orado, el lugar en que estaban
congregados tembló: y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaron la palabra de Dios
con confianza”.
Esteban fue hombre “lleno de Espíritu Santo y de sabiduría”. En medio de la lluvia de
piedras, “estando lleno de Espíritu Santo”, vio la gloria de Dios y oró por sus asesinos, y el
poder de su testimonio a la hora de morir dejó enclavado en el corazón de Saulo un aguijón
de convicción que a la larga lo trajo a los pies de Cristo Jesús.

También el mandato apostólico nos inculca este deber. En vista de tales resultados,
podemos comprender la razón del mandato inequívoco del Señor: “Y no os embriaguéis de
vino, en lo cual hay disolución: más sed llenos de Espíritu”.
a. Todo verdadero creyente tiene el Espíritu Santo. Todos los que somos salvos tenemos el
Espíritu de Dios. Somos regenerados con su poder, y sellados por él para el día de la
redención. Su testimonio en el corazón nos asegura de la calidad de hijos de Dios.
b. Hay ciertos pecados que el creyente puede cometer en contra del Espíritu Santo. Son
dos: Lo puede “contristar” y lo puede “apagar”.

Hay también condiciones positivas para ser llenos del Espíritu Santo. El predicador, así como
cualquier creyente, necesita tener cuidado de no incurrir en los dos pecados que acabamos
de discutir. Pero la mejor manera de evitarlo es por medio de un programa de acción
positiva.
En primer lugar, debe haber una entrega sin reserva de todo su ser a la soberanía absoluta
de Cristo. Sus talentos necesitan ser dedicados a la gloria de Cristo. Sus ambiciones
necesitan ser sublimadas por la devoción a Cristo. Sus móviles íntimos necesitan ser
purificados por el escrutinio constante de Cristo el Señor.

Además, el predicador necesita mantener una comunión ininterrumpida con su Señor


mediante una disciplina diaria de lectura bíblica devocional y de oración. La Biblia es su
pan y la oración el aire que su alma respira. No puede prosperar espiritualmente sin
alimento y sin respiración. En la frescura matutina el predicador tiene que abrir su oído a la
voz de Dios dejando que el Espíritu le hable al través de la página sagrada.
Sin pensar en sermones que predicar a los demás, buscará el sustento de su propio corazón.
Semejante disciplina espiritual cuesta trabajo. El diablo prefiere ver al predicador haciendo
cualquier cosa que no sea ésta. Pero tenemos que recordar que sólo una vida devocional
vigorosa puede sostener un ministerio público eficaz. Necesitamos estar con Cristo antes
de ser enviados a predicar.

Por último, el predicador necesita acometer cada responsabilidad con esta actitud: “La
tarea que tengo por delante merece lo mejor de que soy capaz”. Debemos hacer una
preparación completa para cada ocasión sean cuales fuesen el número o la condición de
nuestros oyentes. Además, debemos tener por indigno de nuestra vocación celestial el
predicar sermones ajenos.
Dada la completa dedicación de sí mismo, una comunión ininterrumpida con Cristo y un
esfuerzo concienzudo por tener la preparación más completa posible, el predicador puede
estar seguro de que cuando entregue su mensaje al pueblo, el fuego descenderá de los
cielos y consumirá el holocausto, y la gloria de Jehová henchirá la casa.

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