La Antropologia y El Paradigma de Complejidad de EdgarMorin
La Antropologia y El Paradigma de Complejidad de EdgarMorin
La Antropologia y El Paradigma de Complejidad de EdgarMorin
La realidad humana nos resulta enigmática y compleja. Los esfuerzos por crear una
ciencia que dé razón de esta complejidad no han cesado. Edgar Morin es uno de los
pensadores que más ha trabajado en esta dirección, profusamente, durante más de
medio siglo. En este artículo, trato de compendiar las etapas del pensamiento
antropológico moriniano, desde su inicial posición marxista, centrada en el «hombre
total». Tras su rechazo de la dialéctica, la propuesta de concebir la inserción del
hombre en el cosmos. Luego, la idea de la unidualidad bio-cultural humana. Y en fin,
diversas formulaciones de un macroconcepto de hombre, capaz de articular las
dimensiones fundamentales: individuo, sociedad, especie y humanidad. Para ello,
promueve el desarrollo del paradigma de complejidad, que aúna un sentido tanto
epistemológico como antropológico. En este punto, planteo una reflexión sobre dicho
paradigma inherente a la antropología compleja y una revisión del estatuto teórico
que le corresponde, con el fin de determinar si el conocimiento que aporta es de
índole científica o, más bien, filosófica.
1
Morin se proponía entonces la construcción de una antropología como «ciencia total»
de inspiración marxista y con algunos elementos freudianos:
«Esta ciencia total, cuyo deber es utilizar dialécticamente y de una forma crítica todas
las ciencias humanas y naturales para dar cuenta de la producción progresiva del
hombre por sí mismo, nueva en la medida en que nosotros hayamos sabido considerar
concretamente la historia en su realidad humana y al hombre en su realidad histórica,
la denominamos antropología genética» (Morin 1951: 18).
En la comprensión del hombre hay que tener en cuenta simultáneamente sus diversas
dimensiones constitutivas. Destaca como lo más específicamente humano la
conciencia de la muerte y la afirmación de la individualidad, así como la capacidad
adaptativa por medio de la técnica y el lenguaje, propios de la especie. Subraya la
importancia de los mecanismos imaginarios de identificación-proyección, de
participación colectiva a través del mito y la magia. Otorga cierta preeminencia al
individuo, en la dialéctica envolvente con el cosmos, la especie y la sociedad, ya que
consigue emanciparse y autoafirmarse gracias a los medios que le facilita la cultura.
Ahí daba aún escasa importancia a la biología.
2
Horkheimer y Marcuse, la noción del inacabamiento humano de Bolk, la lógica
antagónica de Lupasco, la física cuántica, la antimateria, la cibernética, la teoría de la
información. No solo la dialéctica, sino el paradigma convencional de la ciencia están
en crisis. Se impone la necesidad de una reforma generalizada del pensamiento, que
ponga en interrelación las ciencias físicas, biológicas y antroposociales, para el estudio
multidimensional del hombre, más allá de los moldes marxiano y freudiano. Debe
incluir una teoría no cartesiana del sujeto, una teoría del yo, habitado por todas las
fuerzas antagónicas de la especie, la sociedad, la psicoafectividad. Ha comprendido
que hay que relegar cualquier dogmatismo y que la vía más segura para avanzar es la
que se abre a partir de las aportaciones de las ciencias.
Quizá Morin aún veía lo biológico con los ojos del idealismo utópico marxista, cuando
soñaba con superar en este mundo la muerte. En el libro de 1951, El hombre y la
muerte, primera edición, ensaya una antropología de la muerte en cuya conciencia
emerge una singularidad humana. Allí apunta al mito de la «amortalidad», pensando
que el esquivar la muerte estaría al alcance humano en un futuro relativamente
próximo. Así, interpreta que tal cosa es posible, a partir de ciertos fundamentos que
rastrea en la prehistoria, la historia, la etnología, la sociología, la psicología infantil, la
psicología social y la biología. Hay que romper los moldes, para concebir al hombre en
su esencial indeterminación biológica y cultural. La inespecificidad de ese todo
complejo que es el hombre permite dar consistencia al «núcleo de la individualidad»
(Morin 1951: 91), que se vuelve lo más específico, entre otras cosas, en su modo
singular de afrontar la muerte.
3
autoafirma y descubre posibilidades infinitas de autodeterminación. El desarrollo
histórico de la técnica, el lenguaje, el mito y la magia lo van adaptando a la realidad de
la muerte. Sobre todo, el progreso técnico constituye la punta de lanza para que el
individuo se apropie prácticamente del mundo y de sí mismo (cfr. Morin 1951: 95). Así,
se humaniza, no solo en el plano de la objetividad técnica, sino también en el de su
subjetividad, enriquecida por el lenguaje, el mito y la magia que exalta su poder sobre
la naturaleza en la que participa. Este proceso lleva consigo a la vez una alienación y
una apropiación del mundo. Esta última, en virtud de la cultura, refuerza la afirmación
de la individualidad, construida en medio de las problemáticas interacciones con la
sociedad y con la especie. Ahí cobra sentido el papel de lo simbólico y lo imaginario,
que contribuyen a humanizar el mundo «no sólo fantásticamente, sino mental y
afectivamente» (Morin 1951: 107), desplegando un horizonte de aspiraciones
humanas y proponiendo fines a la acción técnica. Uno de los objetivos de la
autoproducción respondería a la conciencia de la muerte y al deseo de inmortalidad.
En la reedición del libro, publicada en 1970, Morin añadió un nuevo capítulo final con
«nuevas conclusiones». Sin alterar lo fundamental de sus análisis, lleva a cabo una
reconsideración crítica del «mito moriniano» de la amortalidad. Reconoce: «Por mi
parte yo también estaba tratando de buscar una escapatoria a la tragedia de la
muerte» (Morin 1951/1970: 359). Rectifica la idea de la amortalidad biológica «cada
vez menos concebible» (Morin 1951/1070: 368). La realidad es mucho más compleja,
menos manejable. La muerte parece inexorable. Solo cabe reformar y prolongar en lo
posible la vida individual. Pero se resiste a aceptar que el drama de la existencia, que
incluye la muerte, no podrá ser vencido en términos de la naturaleza.
4
revolucionaria de las relaciones entre individuo, sociedad y especie, que daría
nacimiento a un «metaántropo», un «bionauta», porque cree que aún no se ha
manifestado el misterio de la vida y del mundo, del que el hombre es portador.
Para tan gran empresa de concebir la complejidad y las relaciones entre orden y
desorden en la producción de organización, sigue haciendo confluir conceptos
provenientes de las innovaciones teóricas de vanguardia. Entre ellas, aparte de la
genética y la biología molecular, la microfísica y la termodinámica, la etología y la
«sociedad contra natura» de Serge Moscovici, la teoría de sistemas de Ludwig von
Bertalanffy, la cibernética de Norbert Wiener, Gregory Bateson y William Ross Ashby;
la teoría de la información de Claude Elwood Shannon, Warren Weaver y Léon
Brillouin; la teoría de los autómatas autorreproductores de John von Neumann, el
principio de «orden a partir del ruido» y el azar organizador de Heinz von Foerster; las
teorías de la autoorganización de Henri Atlan, las «estructuras disipativas» de Ilya
Prigogine, la teoría de las catástrofes de René Thom, las teorías cognitivas de
Humberto Maturana, los límites del formalismo de Jean Ladrière, la visión sobre la
ciencia y la técnica de Edmund Husserl y Martin Heidegger. Todo ello abre camino a un
nuevo paradigma para el conocimiento.
Más allá de la teoría de sistemas, Morin elabora una teoría de la organización, que
combina el orden y el desorden, el sistema y el acontecimiento. Concibe el sistema
humano como un modelo cuyo núcleo invariante está constituido por la indisociable
articulación de especie-individuo-sociedad:
5
«Más que nunca, pienso que al hombre hay que captarlo como ser trinitario: especie,
individuo, sociedad. El hombre pertenece a la biología, la psicología, la sociología
concebidas no como sectores yuxtapuestos, sino como manifestaciones de la misma
realidad. El carácter propiamente antropológico (con relación al soporte biológico) no
es tal o cual rasgo distintivo, sino una gama de rasgos más o menos distintivos que
constituyen juntos su singularidad» (Morin 1970: 110).
Ninguno de los tres polos sistémicos resulta reducible a otro, ninguno es solo función
del otro. El nuevo paradigma epistemológico pretende hacerse cargo y dar razón de la
multidimensionalidad humana mediante la dialógica cosmo-bio-antropológica. La
problemática que ha de centrar la investigación radica en la vinculación entre los
diferentes subsistemas o niveles de organización: la inserción de lo antroposocial en lo
biológico y de lo biológico en lo cósmico.
«Henos aquí, pues, ante un concepto de doble entrada, como todo concepto científico,
incluido el concepto de energía o de masa: una entrada natural y una entrada cultural.
(…) Lo que nos introduce en un problema de método: el concepto de hombre, incluso
allí donde es definido científicamente, conserva un carácter sociocultural irreductible.
Pero ahí mismo donde es sociocultural, remite a un carácter biológico irreductible. Es
necesario, pues, ligar las dos entradas del concepto de hombre según un circuito en el
cual uno de los dos términos remite siempre al otro, circuito que permite al
observador científico considerarse a sí mismo como sujeto enraizado en una cultura
hic et nunc» (Morin 1980b).
Sin embargo, el estudio de los fenómenos socioculturales permanece, aún hoy, del
todo ajeno a los fenómenos biológicos. Y las disciplinas biológicas que se ocupan del
hombre ignoran por completo la psicología, la sociología, la antropología cultural. De
modo que todas incurren en una visión sectorial y fragmentaria.
6
«Decir que el hombre es un ser bio-cultural, no es simplemente yuxtaponer estos dos
términos, es mostrar que se coproducen uno al otro y que desembocan en esta doble
proposición:
– todo acto humano es bio-cultural (comer, beber, dormir, defecar, aparearse, cantar,
danzar, pensar o meditar);
– todo acto humano es a la vez totalmente biológico y totalmente cultural» (Morin
1980b).
La antropología que se busca tiene que asumir esa realidad del ser humano que, en
cuanto tal, es al mismo tiempo total y plenamente viviente y sociocultural, como
resultado de un proceso de hominización complejo: desde el interior de una evolución
inserta en la historia natural, emergió la cultura, la organización humana diferenciada,
sujeta a normas y prohibiciones. Si nos fijamos en el individuo como espécimen de la
especie biológica, a la vez que miembro de la sociedad, vemos reaparecer el trisistema
especie-sociedad-individuo, en un juego de interrelaciones recursivas permanentes.
Desde este punto de vista complejo, podemos hacer una lectura de los volúmenes de
El método, en su doble vertiente, epistemológica y antropológica, filtrando lo relevante
para la explicación de este núcleo de la concepción compleja del hombre, que engloba
además la objetividad de las estructuras y la subjetividad de la experiencia.
8
Para Morin, la realidad del ser humano viviente se halla constituida por diferentes
ontologías, de distintos planos: genético, fenoménico, ecológico, subjetivo, social y
cultural, corporal y espiritual, conformando una unitas multiplex, o en otras palabras el
homo complexus. Por todas los caminos, reencontramos la trilogía del concepto de
hombre, indisociablemente especie-sociedad-individuo, que despliega entre sus
dimensiones constitutivas unas interretroacciones no deterministas, no lineales, sin
jerarquía fija, sin abandonar cada una su particular finalidad. En el desarrollo complejo
de sus interrelaciones emerge, cada vez con más nitidez, un cuarto término, la
humanidad: la especie humana como realidad planetaria, comunidad de destino
histórico, integrada por todas las naciones de la Tierra, a la vez que con un significado
cualitativo. De este modo, la trilogía se transforma en tetralogía:
Los productos del espíritu humano, objetivados en la cultura, constituyen seres del
espíritu: ideas de todo tipo, lenguajes, conceptos, mitos, teorías, que adquieren vida
propia en su ecosistema, la noosfera, y se autoorganizan conforme a principios
noológicos propios:
Con respecto a la antropología, ya sean dos, tres o cuatro las entradas destacadas en el
macroconcepto de hombre, este intenta siempre superar los reduccionismos y
reconducir nuestro conocimiento por el buen camino de la complejificación. En él, los
diferentes componentes se conciben como subsistemas que se van engranando unos
con otros, bajo el mandato del paradigma de complejidad, o paradigma organizacional,
que el método de Morin va articulando por partes, a medida que se explicitan y
analizan las diferentes dimensiones, representadas en forma de un macroconcepto
que finalmente queda así: auto-(geno-feno-ego)-socio-eco-re-(retro-meta)-
organización.
10
Se denomina computo «el acto computante ‘de sí/para sí’» (Morin 1986: 43). Desde el
unicelular, el computo ergo sum es lo que permite concebir la noción de sujeto. Este,
centrado en su mundo, se computa a sí mismo y al mundo. El computo, sin escapar a la
subjetividad, es, no obstante, eficaz en el procesamiento objetivo de ciertos aspectos
de sí y del mundo exterior. De hecho, todo conocimiento implica necesariamente los
caracteres ego-(geno-socio-etno)-céntricos propios del sujeto.
11
evolución práxica y técnica y de la evolución cultural. La mente humana, además,
puede operar tan autónomamente que llega a desconectarse de la actividad sensorial
y motriz, creando universos simbólicos, imaginarios, conceptuales, mitológicos, que
revelan de forma eminente la humanidad del conocimiento.
Cerebro y espíritu o mente, por lo demás, deben comprenderse en sus relaciones con
la cultura, junto con la cual forman una trinidad. Privado de la cultura, y en particular
sin el lenguaje, el espíritu apenas habría despertado y el cerebro permanecería
infradesarrollado. Por lo tanto, es necesario comprender que el bucle de la «complejifi-
cación restringida» (cerebro-espíritu), debe embuclarse en una «complejificación
generalizada» con el otro bucle de sociedad-cultura, inscribiéndose ambos en un
macroconcepto. El aparato neurocerebral humano efectúa la metamorfosis de las
computaciones en «cogitaciones» o pensamientos: «El lenguaje y la idea transforman
la computación en cogitación. La conciencia transforma el computo en cogito» (Morin
1986: 87), siendo el cogito pensamiento consciente. Así, el espíritu humano aflora
como emergencia en forma de pensamiento consciente, y retroactúa sobre las
condiciones cerebrales y socioculturales de su aparición; se convierte en coproductor y
coorganizador del cerebro y de la cultura. El espíritu se puede definir así:
Las conclusiones apuntan como logro a la elucidación de las posibilidades y límites del
conocimiento humano, sus servidumbres y grandezas, sus universales antropológicos.
Estos universales cerebro/espirituales solo llegan a constituirse, emerger y expresarse
«cerebro-culturalmente», es decir, por medio del lenguaje social y en virtud de la
interiorización de la cultura, que, literalmente, modela la estructura biológica y
12
funcional de nuestro cerebro humano. De ahí que comprender la humanidad del
conocimiento sea el camino a un mejor conocimiento de la humanidad.
La racionalidad propia del pensamiento humano, auxiliada por una lógica flexible, ha
de ser una racionalidad abierta, capaz de trascender incesantemente los sistemas
históricos que ella misma construye. El verdadero pensamiento racional explora todas
las fronteras, afronta lo real impenetrable y dialoga con todas las otras formas de
pensamiento. Persigue, incluso, sacar a la luz las estructuras cognitivas subyacentes en
la oscuridad de lo inconsciente, donde arraiga el problema del paradigma. En el fondo,
el paradigma epistemológico y el paradigma antropológico son estructuralmente
homólogos entre sí, y están estrechamente vinculados en el circuito que los sustenta y,
en ocasiones, los revoluciona.
13
unidualidad de las dos vertientes del pensamiento constituidas por la razón y el mito.
Esta última unidualidad merece especial atención.
Lo más básico del espíritu humano, el arqueoespíritu, opera con una misma lógica de
fondo, a saber, «los principios fundamentales que gobiernan las operaciones del
espíritu/cerebro humano» (Morin 1986: 184). Al abordar la interacción con el mundo,
se bifurca y da lugar a dos formas fundamentales de pensamiento, que siguen cada
una su vía propia en el modo de organizar la experiencia, construir su lenguaje e
interpretar la realidad. Por un lado, discurre un pensamiento racional, empírico,
técnico. Por otro lado, un pensamiento mítico, simbólico, mágico. Sería un error pensar
que la diferencia entre ellos estriba en que uno es moderno y otro primitivo, uno
civilizado y otro salvaje, uno lógico y otro prelógico, uno racional y otro irracional. Pues
ambos dependen a su modo de la misma racionalidad y de una lógica. Ambos perviven
también en la civilización y la modernidad. Las estructuras del psiquismo humano
funcionan siempre, necesariamente, en sendos registros, ya sea confrontándose,
interfecundándose o combinándose. Lo había expresado tempranamente, como
característica paradójica e ineludible resultante de la antropogénesis:
Para Morin no es posible concebir una vida sin proyección mítica, sin dimensión
mágica, por mucho que la ciencia, la técnica y la conciencia crítica sean
imprescindibles. Lo que llamamos «real» conlleva aspectos míticos, mágicos,
imaginarios, histéricos. Lo «irreal» forma parte de nuestra enigmática realidad
humana.
14
cósmico, «instituye la unidad y la dualidad del universo, que es a la vez uno y doble en
su realidad empírica y su realidad mitológica» (Morin 1986: 176), y así, a la vez que
práctico cotidiano, está poblado de espíritus y dioses, pleno de significados, ideologías
y utopías. Los mitos codifican una respuesta intelectual: confieren a la vida sentido,
orden, verdad, realidad, valor.
15
Un compendio de la antropología compleja
El sistema ántropo (cfr. Gómez García 2014 y 2015) resulta como emergencia de los
tres sistemas de la antroposfera: el genoma, el cerebro y la cultura, en interacción con
el entorno ecológico. Cada individuo humano nace con un perfil genético personal y
familiar, y crece como persona singular, asumiendo los rasgos socioculturales. Cada
uno de nosotros está formado por un sistema físico de billones de átomos, un sistema
16
genómico de poco más de veinte mil genes, que constan de tres mil millones de pares
de nucleótidos, un sistema corporal de cien mil millones de células y otras tantas
neuronas, un sistema organísmico de cientos de órganos; un elemento de un sistema
familiar, urbano, profesional, estatal, etc.
En la interrelación de los tres subsistemas del núcleo del sistema antrópico, como
también hemos señalado ya, juega un papel determinante la información, si bien se
trata de información de diversa índole. De modo que todos los niveles se producen y
coproducen mediante el procesamiento de información:
El actuar del individuo sujeto humano depende siempre de algún subsistema del
aparato neurocerebral (cuya potencialidad es heredada: dimensión bio); pero está
producido por una actividad psíquica (emergencia transbiológica: dimensión psico del
ego), interactuante con el entorno interior (el cuerpo y el cerebro) y exterior (el
ecosistema que incluye la sociedad: dimensión eco), por mediación de instrumentos
culturales (información socialmente codificada: dimensión socio).
17
se expresa fenoménicamente en un cerebro abierto en su actividad psíquica a la
información cultural (relación bio → socio). El genos de la especie entra en colusión
con el «genos» de la sociedad, que es la cultura y el aparato estatal, en el desarrollo de
la personalidad individual.
La adecuada comprensión del homo complexus requiere un gran esfuerzo para poner a
punto los instrumentos conceptuales de la complejidad y la hipercomplejidad. En
resumen retrospectivo, partiendo del estudio de las estructuras autoorganizadoras, se
describen las sucesivas emergencias y los bucles recursivos entre los diferentes niveles
e instancias. La evolución de la autonomía del sujeto viviente lleva a la autorreferencia
egocéntrica, que conduce hasta la aparición de la conciencia reflexiva y la libertad. No
obstante, esa autonomía del sujeto se apoya en su dependencia, que es múltiple:
depende de los genes, depende del ecosistema, depende del cerebro; depende de la
sociedad, la cultura y la educación. El individuo humano posee los genes que lo
poseen; posee las ideas que lo poseen. El espíritu humano, surgido en el interior del
mundo, contiene el mundo en su interior. Lo antroposocial mantiene la apertura a la
vida y al cosmos. Y en el plano del conocimiento, esta apertura se expresa en la
continuidad teórica de lo físico a lo biológico y lo antropológico. Se da una especie de
«lazo metasistémico» entre teoría, metodología, epistemología y ontología. Y, en
última instancia, la antropología se convierte en el saber de la hipercomplejidad.
«Un paradigma contiene, para cualquier discurso que se efectúe bajo su imperio, los
conceptos fundamentales o las categorías rectoras de inteligibilidad, al mismo tiempo
que el tipo de relaciones lógicas de atracción/repulsión (conjunción, disyunción,
implicación u otras) entre estos conceptos o categorías. De este modo, los individuos
conocen, piensan y actúan en conformidad con paradigmas culturalmente inscritos en
ellos. Los sistemas de ideas están radicalmente organizados en virtud de los
paradigmas» (Morin 1991: 218).
19
Si tenemos en cuenta que el paradigma consiste en unos principios epistémicos
condicionantes de las teorías, pero que estos no coinciden con los principios de
organización que cristalizan al emerger nuevas estructuras, de orden físico, biológico o
socioantropológico (que deben formularse en una nueva teoría concreta), entonces, el
macroconcepto de hombre ¿correspondería a un sistema emergente, con propiedades
nuevas, con nuevas reglas de organización y comportamiento? ¿O se referiría, por el
contrario, a un conjunto de interacciones que acontecen entre sistemas irreductibles,
no subsumibles en ningún otro? La cuestión, en última instancia, es si tanto los
principios paradigmáticos como el mismo macroconcepto de hombre pertenecen al
ámbito de la ciencia empírica, o son de otra índole.
El significado de los términos complejo y complejidad, así como de las llamadas teorías
de la complejidad, en auge, cuenta con una larga e intrincada historia, de la que se
puede consultar un excelente resumen en «Complejidad: conceptos y aplicaciones»,
de José Luis Solana (2013: 19-101).
Me parece más convincente Edgar Morin. Si bien creo conveniente revisar el alcance y
la índole de sus propuestas sobre la complejidad, precisamente en contraste con lo
que dicen los físicos. A este respecto, al hablar del paradigma de complejidad en el
sentido de Morin, pienso que hemos de distinguirlo netamente del sentido y el uso
que tiene la «teoría de la complejidad» en las ciencias. En este campo, la complejidad
alude a «nuevos conceptos y estrategias nacidos en física y matemáticas durante las
últimas décadas», que están transfiriéndose hoy a todas las ciencias, promoviendo
nuevos modelos explicativos no solo de la naturaleza, sino también de las estructuras
sociales. La investigación científica enseña que unos conceptos y métodos,
introducidos por la física para entender ciertas propiedades de la materia, ayudan a
explicar el comportamiento de los seres vivos y aspectos básicos de los sistemas
sociales y económicos. Pero la hipótesis es más ambiciosa, pues afirma «la existencia
20
de una incipiente estructura formal que podría llevar a una nueva ciencia
interdisciplinar capaz de englobar mucha fenomenología que actualmente pertenece a
disciplinas como la biología de sistemas y la sociología cuantitativa» (Marro 2013: 124).
Se trata de la búsqueda de una teoría interdisciplinar, capaz de elucidar, si es que
existe, «un principio único que determina cómo han de organizarse los elementos en
cada uno de los objetos que conforman el universo».
El problema no radica en que se proponga la misma estrategia para cada uno de los
dominios científicos. Está en que se pretenda explicarlos todos ellos con una única
teoría de la complejidad, mediante «un principio único que genera orden a partir de
cooperación entre constituyentes», extrapolado a la jerarquía de los sistemas que
emergen en la evolución, que explicaría también la continuidad entre niveles. Este
planteamiento, pese a la apariencia emergentista, presupone una explicación «desde
abajo» (en virtud de ciertas reglas simples del nivel inferior), quizá no del todo
reduccionista, pero sí con un emergentismo con sordina, dado que prácticamente
disuelve la consistencia, la novedad, la irreversibilidad y la irreductibilidad de los
niveles emergentes.
Esta especie de ciencia universal de la complejidad tiene todos los visos de ser un
espejismo, pues, incluso si finalmente llegara a formularse, a lo sumo explicaría
determinados aspectos «físicos» (según infiero de los ensayos de Marro, 2008) del
comportamiento de los sistemas de vivientes y de las sociedades de humanos. No
explicaría, en absoluto, nada de lo específico e irreductible de estos mismos sistemas,
que quedaría totalmente fuera de foco.
21
principios de organización del nivel precedente, ni tampoco le aporta nada el recurso a
una teoría general de la complejidad, o a un paradigma de complejidad universal.
Físicos como Robert Laughlin relacionan los fenómenos de emergencia con lo que
llaman «ruptura de simetría», que se produce cuando un sistema material, de forma
colectiva y espontánea, adquiere una propiedad o una preferencia que no está prevista
en las leyes que lo rigen. En esto consiste la emergencia o, lo que viene a ser lo mismo,
la complejidad: «la organización es capaz de originar leyes y no a la inversa. Eso no
quiere decir que las leyes subyacentes sean erróneas, sino que son irrelevantes y que,
ante los principios de organización, se vuelven impotentes» (Laughlin 2005: 71), pues
no pueden dar cuenta del nuevo nivel, soportado, no obstante, sobre ellas.
Morin nos certifica el fin de la simplificación y del reduccionismo, esa creencia en que
un sistema se explica dividiéndolo en sus componentes últimos y en función de ellos.
No existe explicación privilegiada a partir de una teoría del elemento fundamental, ni
tampoco desde una teoría del todo en cuanto tal. Por doquier, hay una multiplicidad
de dimensiones y sistemas que resisten cualquier intento reduccionista. Por ejemplo,
las dimensiones de especie-sociedad-individuo, insertas en el macroconcepto de
hombre, siempre problemáticas, desajustadas, pero indisociables. Toda sociedad tiene
reglas de organización que trascienden al individuo. Todo individuo humano decide en
su vida según reglas de organización suyas, que sobrepasan las de la cultura. La especie
impone reglas de organización de naturaleza biológica, con las que tienen que contar
el individuo y la sociedad.
Como hemos visto, el enfoque de la antropología compleja tiene en cuenta las ciencias
físicas, biológicas y antroposociales. Desde el punto de partida, recopila los avances de
las ciencias, no al modo enciclopédico de un repertorio de saberes yuxtapuestos, ya
que su labor se centra en contemplarlas en conjunto, indagando sus interrelaciones y
tratando de dilucidar las religaciones entre las distintas teorías, con el convencimiento
de que así captará mejor la multidimensionalidad de la realidad humana.
22
comunes que se explicitan en el ámbito de nuestra toma de conciencia. En cambio,
una disciplina científica se sustenta en la elección de un nivel particular de la realidad,
que supone existente y formado de elementos homogéneos, cuyo comportamiento
está regido por unos mismos principios de organización o leyes, peculiares de ese
nivel. Por eso, estamos obligados a reconocer el irreductible pluralismo epistemológico
de las ciencias. Estos criterios, que distinguen entre las disciplinas particulares y la
visión compleja de conjunto, valen para la antropología basada en el paradigma
complejo, que, por sí sola, no da origen a nuevos conocimientos científicos.
Las cuestiones del paradigma complejo en el sentido de Morin no tienen que ver con la
ciencia, sino con la filosofía. Y la filosofía, construida con argumentos, no agrega
23
conocimientos científicos, sino que se basa en ellos y de ellos depende su contenido
empírico. Su virtud está en proporcionar una visión más coherente, enriquecedora y
comprensiva del panorama de los saberes. Ahí es donde tenemos que situar el
paradigma complejo, muy interesante para expandir nuestra conciencia, pero menos
para hacer ciencia.
Una vez escuché decir a Morin, en una conferencia dada en Granada: «En el molino de
la filosofía no hay más trigo que el que las ciencias aportan». Precisamente por esto, la
antropología compleja, que investiga la conexión entre las ciencias del hombre y de
estas con las ciencias naturales, y se nutre de todas ellas, no puede constituir, sin
embargo, una nueva ciencia antropológica, sino más bien una antropología filosófica
de nuevo cuño, eso sí, incomparablemente mejor fundada que las otras que se
denominaron así.
24
Bibliografía citada
Laughlin, Robert B.
2005 Un universo diferente. La reinvención de la física en la edad de la emergencia.
Buenos Aires, Katz Editores, 2007.
Marro, Joaquín
2008 Física y vida. Barcelona, Crítica.
2013 «Un método para explorar lo complejo», en Esteban Ruiz Ballesteros y José Luis
Solana Ruiz (ed.), Complejidad y ciencias sociales. Sevilla, Universidad Internacional de
Andalucía, 2013: 125-134.
Morin, Edgar
1951 El hombre y la muerte. Barcelona, Kairós, 1974.
1956 El cine o el hombre imaginario. Barcelona, Seix Barral, 1972.
1959 Autocrítica. Barcelona, Kairós, 1976.
1965 Introducción a una política del hombre. Barcelona, Gedisa, 2002.
1969 Le vif du sujet. París, Seuil.
1970 Diario de California. Madrid, Fundamentos, 1973.
1973 El paradigma perdido. Ensayo de bioantropología. Barcelona, Kairós, 1974.
1977 El método 1. La naturaleza de la naturaleza. Madrid, Cátedra, 1981.
1980a El método 2. La vida de la vida. Madrid, Cátedra, 1983.
1980b «La unidualidad del hombre», Gazeta de Antropología, 1997, nº 13, artículo 01.
http://www.gazeta-antropologia.es/?p=3508
1986 El método 3. El conocimiento del conocimiento. Madrid, Cátedra, 1988.
1991 El método 4. Las ideas. Su hábitat, su vida, sus costumbres, su organización.
Madrid, Cátedra, 1992.
2001 El método 5. La humanidad de la humanidad. La identidad humana. Madrid,
Cátedra, 2003.
2004 El método 6. Ética. Madrid, Cátedra, 2006.
25
Solana Ruiz, José Luis
2013 «El concepto de complejidad y su constelación semántica», en Esteban Ruiz
Ballesteros y José Luis Solana Ruiz (ed.), Complejidad y ciencias sociales. Sevilla,
Universidad Internacional de Andalucía, 2013: 19-101.
Wilson, Edward O.
1998 Consilience. La unidad del conocimiento. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999.
RESUMEN
26