El Arte de Ilustrar Sermones
El Arte de Ilustrar Sermones
El Arte de Ilustrar Sermones
SERMONES
L. J. THOMPSON
EL ARTE DE ILUSTRAR SERMONES, © 2001 L. J. Thompson
y publicado por Editorial Portavoz, Miami, Florida.
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación podrá reproducirse de cualquier forma sin permiso
escrito previo de los editores, con la excepción de citas breves en revistas o reseñas.
Editor: Luis Nahum Sáez
Diseño textual: Ark Productions
Portada: Meredith Bozek
Ilustraciones: Enrique Campdepadrós
EDITORIAL PORTAVOZ
Miami, Florida
Visítenos en: www.portavoz.com
Categoría: Predicación
ISBN: 0–8254–1719–8
Índice
Agradecimientos
Introducción
Capítulo 1:
En busca de una ilustración
Capítulo 2:
El mal, y el buen uso de las ilustraciones
Capítulo 3:
Misión imposible
Capítulo 4:
El humor en las ilustraciones
Capítulo 5:
Un sermón ilustrativo
Capítulo 6:
Las partes de un sermón debidamente ilustradas
Capítulo 7:
¿Por qué necesitamos buenos predicadores hoy?
Apéndice
Acerca de las ilustraciones: Dr. Osaldo Mottesi
Bibliografía
DEDICATORIA
En memoria de mi padre
Elmer Vernard Thompson
(1901–1998)
De cuyos labios escuché y entendí la Palabra de Dios;
labios de los cuales nunca oí lo sórdido
ni vi salir mancha, nunca oí blasfemia,
nunca oí mentira, únicamente la verdad.
Agradecimientos
¿Cómo llegué a escribir El arte de ilustrar sermones? La verdad es que nunca cruzó por
mi mente escribir un libro sobre este tema. En febrero de 1998, asistí a ExpoLit Panamá;
allí se me acercó un amigo de toda mi vida, Harold Kregel. Hablamos un rato y me contó
que le estaba entregando el cargo de director de Portavoz al ilustre español, Luis Seoane,
aunque todavía Kregel mantenía un poquito de «poder» en los asuntos editoriales.
Cambiando su actitud de colega a director, Harold me dijo: «Quiero que me escribas un
libro acerca de el arte de ilustrar sermones». En su fino español —con acento gallego—
añadió algo acerca de la necesidad de una obra en ese particular.
Gracias Harold, por el empujón.
Más adelante, el mismo año —aunque ahora en Iquitos, Perú, e inspirado por la petición
de Kregel—, enseñé a un grupo de pastores una clase acerca del tema. Oí comentarios
como: «¡Qué valiosas fueron estas lecciones!» «Ahora sí hallaré las ilustraciones que
necesito». «Es la primera vez que oigo algo tan práctico». Eso agregó estímulo a mi
empeño.
Así que puse a madurar algunas ideas en los meses posteriores, las revisé varias veces y
concluyendo el año pasado, pese a toda la algarabía del fin de milenio, escribí los primeros
capítulos.
El acicate de una persona que aprecio mucho aceleró esta obra. Gracias, Luis Seoane,
por tu insistencia. Y puesto que terminé el libro a tiempo, ¡me debes la mejor cena de
Grand Rapids! ¡Ah!, también debo decir: Estás haciendo un gran trabajo como director de
Portavoz.
Otro que contribuyó llevándome de la mano de la Real Academia Española, a mi
manuscrito es mi editor y amigo Nahum Sáez. Mil gracias por darle más claridad a todo lo
que escribo.
Gracias también a mi ilustrador de hace décadas, Kike Campdepadrós. Argentina ha de
estar orgullosa de tan genial dibujante. Tus dibujos dan vida a cualquier escrito.
Y mi último agradecimiento es a los muchos que me han obligado a escuchar sermones
tediosos y mal ilustrados, pues me impulsaron a trabajar para tratar de remediar el
problema.
Les Thompson
Introducción
Soy uno de esos que oigo predicar «desde el vientre de mi madre». Nací hijo de un gran
expositor de la Palabra de Dios y, como consecuencia, cada predicador que he escuchado
en mi vida siempre ha sido evaluado a las medidas de mi padre.
Nací en Cuba de padres misioneros. Mis primeros recuerdos son de mi padre, Elmer
Thompson, predicando en el Tabernáculo Los Pinos Nuevos. Recuerdo de la manera en que
subía al púlpito —su mismo porte demandaba silencio y atención. Aquellos eran días en
que el respeto en la casa de Dios era requisito. Ese espíritu jocoso de hoy en día se
consideraba irreverente y era reprendido. El templo representaba a Dios y, por ende, cuando
entrábamos a la casa de Dios el temor del Sinaí caía sobre todos. Cuando mi padre subía al
púlpito nadie dudaba de que Dios había enviado a su siervo para hablar en su lugar. Hasta
la manera en que colocaba la Biblia sobre el púlpito (como objeto de gran reverencia)
añadía a ese ambiente sobrio y santo.
Luego de abrir la Biblia, lo primero que hacía mi padre era levantar la vista. Esa mirada
fija parecía absorber la congregación. Los ojos azules parecían poder penetrar
instantáneamente hasta el fondo de cada alma, obligando a aquellos que habían pecado
durante la semana a sonrojar o agachar la cabeza en vergüenza. Esa mirada, además,
parecía demandar de cada individuo la debida reverencia y respeto durante todo el sermón.
La mirada también era como una proclama de que había llegado el momento más
trascendental de la semana: Dios estaba por hablar de su santa Palabra por medio de su
siervo.
Fue el no hacerle caso a esa mirada que en un domingo inolvidable me busqué un
reventón. Niño que era, con el refunfuñar del sermón me olvidé del lugar en que estaba y
me bajé de la banca para jugar a los autos pretendidos. De inmediato oí del púlpito el
anuncio de mi nombre. Volteé la cabeza para encontrar los ojos furiosos de mi padre.
«Leslie, estamos en la casa de Dios», me dijo. «Siéntate tranquilo al lado de tu madre y
escucha.» Pero el sermón era largo y mi memoria corta. De nuevo, soñadoramente, los
autos y camiones se convirtieron en realidad y nuevamente abandoné mi asiento para usar
la banca como carretera. Tan absorto estaba en mi juego que no me di cuenta de que papá
había dejado de predicar. Fueron las suelas de sus zapatos acercándose a la banca que por
fin que me sacaron de mi trance —muy, pero muy tarde. Con una mano me levantó. Me
giró en posición boca abajo, mi posterior indefenso ahora expuesto a la otra mano. Allí
mismo, con el público numeroso de testigo, me dio lo que siempre he recordado como «una
“santa” paliza». Testifico que me sirvió de gran beneficio espiritual, ya que desde aquel día
jamás he podido dormir en una iglesia, no importa lo aburrido de un sermón.
Como venía diciendo, la misma voz con que mi padre pronunciaba sus palabras —voz
sonora y clara como de clarín— llamaban a ese acto especial y único de adoración pública.
Desde la primera palabra hasta al sagrado «amén» al final, lo que se sentía y se oía desde
aquel púlpito villaclareño eran los pronunciamientos del Dios de los cielos.
Han de haber habido muy pocos los domingos en que los asistentes saldrían de esos
servicios con un sentido de desilusión, pues, a mi criterio, eran encuentros profundamente
espirituales. Eran mensajes poderosos —ungidos poderosamente del Espíritu Santo. Ahora
que también soy predicador y me encuentro en el deber de descifrar el texto sagrado,
avaloro grandemente la manera brillante en que mi padre desenlosaba el texto bíblico. Sus
mensajes siempre eran sencillos y claros, ocultando las muchas horas de preparación. Su
proclamación era fluida y sus frases importantes puntualizadas con fuertes clamores. La
aplicación del texto inescapable.
Pero también había un genio en su predicación que hacía sus sermones imborrables:
¡esas inolvidables ilustraciones! ¡Qué habilidad extraordinaria tenía papá para ilustrar! Tan
precisas e interesantes eran que cuando uno las escuchaba sabía de inmediato no solo lo que
el texto bíblico decía, pero cómo aplicar las verdades aprendidas al diario vivir.
Recuerdo un sermón que predicó basado en Hebreos 11:6: Y sin fe es imposible agradar
a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe y que es
galardonador de los que le buscan. Remachó papá la verdad del texto contando una
experiencia que tuvo en los comienzos del seminario Los Pinos Nuevos. Los bancos en
Cuba se habían quebrado y con esa quiebra papá había perdido todo el dinero que había
acumulado para el comienzo del nuevo curso en septiembre. Ilustró la lucha de la fe,
contando:
Cada día iba al correo. Esperaba que Dios supliera mi necesidad a través de un amigo
en Norteamérica. Pero al apartado de correo 131 en Placetas no llegó ninguna carta. El día
antes del comienzo de las clases fui una vez más, seguro de que ese día llegaría la carta
esperada conteniendo el dinero en respuesta a mis oraciones. Que desalentado me sentí. No
había carta. Todo lo que llegó fue un periódico cristiano de Moody en Chicago.
Me quejé a Dios en todo el regreso a mi casa. ¿Qué iba hacer para el comienzo del
seminario el día siguiente? Llegué a la triste conclusión de que Dios me había fallado.
Entonces, casi sin pensarlo, abrí el periódico que me había llegado. En la cubierta, impreso
en letras grandes, estaba el texto: Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes
que vosotros le pidáis.
¡Qué reproche sentí! Mi fe estaba puesta en un amigo norteamericano, no en Dios.
¡Creía que en el correo estaría la respuesta a mi necesidad! Arrepentido, pedí de Dios
perdón, y reposé mi necesidad en él. Qué bien dormí esa noche. Sabía que Dios todo lo
tenía en control.
Ese primer día del curso comenzaron a llegar los estudiantes. Recuerdo que el primero
llegó silvando un himno, su rostro lleno de alegría. Vino a saludarme y a contarme de la
maravillosa manera en que Dios le había bendecido durante las vacaciones y de una iglesia
nueva que había establecido. Luego del saludo, siguió hacia el dormitorio de jóvenes. De
pronto se giró, diciendo, «Hermano Thompson, se me olvidó una cosa», y vino corriendo
hacia mí. «Es una carta de una viuda del campo donde estaba trabajando». Me dio la carta y
siguió en su camino.
Abrí la carta y ahí estaba todo lo que necesitaba para comenzar el curso. Esa viuda me
enviaba una ofrenda de $200 dólares como agradecimiento por el joven de Los Pinos que
llegó a donde ella vivía con el evangelio.
Les digo amigos, poned vuestra fe en Dios, no en el hombre ni en las circunstancias,
pues vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis.
De las muchas cosas que aprendí de mi padre, una de las que más valoro —ya que
como él también salí predicador— es la importancia de las buenas ilustraciones en un
sermón. «Hijo —me decía— si quieres aprender a predicar para que el mundo te escuche,
tienes que aprender el arte de ilustrar sermones.»
Mi esperanza es que en las páginas que siguen usted aprenda a valorar y emplear las
herramientas y recursos brindados. Sobre todo, que se dé cuenta que toda persona puede
aprender a ilustrar bien. A cada persona Dios ha dado dos cosas: (1) Su bendita Palabra y
(2) las experiencias vividas. En la Biblia encontramos el mensaje que todo hombre necesita
para vivir correctamente. La experiencia particular de cada persona le da abundante
material para mostrar cómo ese mensaje transforma al ser humano. Lo que hace el buen
predicador es armonizar estas dos fuentes. El desafío que presento en este libro es que al
conocer el arte de ilustrar sermones aprendas a trazar bien la Palabra de Verdad.
CAPÍTULO 1
En busca de una ilustración
Nuestro objetivo no es poner la gente a dormir, sino hacerles vivir una verdad bíblica.
UNO
En busca de una ilustración
Por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado.
Mateo 12:37
En el seminario, en una clase de oratoria, estudiábamos el tema de las ilustraciones. El
profesor asignó una tarea que todos debíamos llevar a la próxima clase: escoger un pasaje
de la Biblia, extraerle una frase importante y emplear una ilustración que le diera mayor
claridad.
Al siguiente día, un compañero llamado Delbert, fue el primero en dar su ilustración.
Nos contó acerca de la aventura de un joven estadounidense que visitó Londres por primera
vez.
Antes de emprender el anhelado viaje, su madre le pidió encarecidamente que visitara a
una tía y a unos primos que vivían en aquella ciudad lejana, para ello le dio la dirección de
la casa de los familiares. Al llegar a Londres, lo primero que hizo el joven, como era de
esperarse, fue dirigirse a los lugares turísticos más reconocidos —lo cual era el propósito
principal de su visita—, luego trató de conocer otros parajes y por último se aventuró a
encontrar a sus parientes.
En el hotel le dieron una idea general de cómo llegar, indicándole que no estaba muy
lejos, que podía ir a pie, pero le advirtieron que se fijara bien en los letreros de los postes en
cada esquina, los cuales indicaban el nombre de las calles.
Iba a medio camino cuando —inesperadamente— se percató de la densa neblina
londinense que cubría la ciudad. Abriéndose paso entre ella, se paraba en cada esquina
intentando leer el letrero del poste, pero el ambiente seminublado le dificultaba sus intentos
más y más. Al fin creyó llegar a la calle que buscaba, y se aferró al poste. Lo trepó para
poder leer la dirección, y se encontró con que el letrero decía: «Recién pintado. ¡No tocar!»
Interrumpiendo las carcajadas que invadieron la clase, mi amigo Delbert dijo: «No sé
cuál texto de la Biblia ilustré, pero me parece una extraordinaria ilustración».
Nuestro interés en este libro es doble: (1) Ayudar al predicador que desea aprender a
ilustrar, es decir, aquel que trata de aclarar las verdades que anuncia con relatos, reseñas,
referencias, descripciones y dichos; (2) mostrarle cómo puede embellecer o hacer más
amena e interesante su predicación, introduciendo material que aclara a la vez que deleita al
que escucha.
¿Cómo describir, entonces, el libro que ahora está en sus manos?
Si tomamos el sentido literal de la palabra homilética (del griego homiletikos, que se
traduce «conversación afable») entonces lo que enseñaremos en este libro es aplicable y,
por lo tanto, útil. Aquí tratamos acerca de las maneras de hacer amena la predicación, de
añadir ilustraciones a una plática para que esta sea gustosamente entendida. Si entendemos
la palabra homilética en su sentido estricto —la forma en que se elabora un sermón—
entonces este no es el texto que usted necesita, ya que solo trata de un aspecto del tema
general de la predicación. Entendámonos bien. Nuestra determinación es clara: Al terminar
de leer esta obra, usted habrá aprendido el arte de ilustrar, no el de predicar.
Así que el libro es homilético solo en el sentido de que enseña cómo amenizar una
predicación. Es hermenéutico (arte de interpretar textos de la Biblia correctamente) solo en
el sentido de ayudar al predicador a adornar lo que interpreta. Es retórico (arte del bien
decir) solo en la medida en que ayude al orador a embellecer el contenido de los conceptos
que proclama.
Lo que nos motiva es que muchas veces, mientras el predicador expone su sermón,
muchos están sentados en la iglesia, con los brazos cruzados, los ojos cerrados y
disfrutando un profundo sueño. Y como que la iglesia no debe ser el sitio para echarse una
siestecita, en estas páginas pretendemos ayudar al pastor a encontrar maneras de añadir
interés a lo que predica con ilustraciones que en verdad comuniquen lo que se quiere hacer
llegar al público. El contenido de este libro, pues, tiene que ver solo con esta parte del
sermón: la ilustración. Es decir, exponer las maneras de hacer claro el mensaje mientras el
predicador lo proclama. Queremos hacer desaparecer esa cantidad incontable de sermones
secos que adormecen a la gente.
El predicador tiene dos problemas
Al articular un sermón de la mejor manera posible para presentarlo ante una audiencia,
el predicador enfrenta un reto especial: tiene que interesar al público al que se dirige con lo
que dice. Si escoge un tema que no es de interés para la audiencia, «destruye» el sermón
antes de comenzar. Pero si selecciona uno apropiado, si desea mantener el interés del
público respecto al tema que predicará, si busca maneras de aclarar los puntos más difíciles,
tal predicador es probable que acepte las sugerencias que aquí ofrecemos. Es necesario
hacer una advertencia: No lea lo que escribimos pensando que todo lo que necesita son dos
o tres buenos y graciosos cuentos. Eso no es lo que se entiende por ilustrar.
Demos el concepto de una vez, y de inmediato veremos que hay muchas otras
definiciones. Por ilustrar queremos decir:
1. La acción y el efecto de dar luz al entendimiento.1
2. Explicar un punto o materia.2
3. Alumbrar interiormente a la criatura con luz sobrenatural.3
4. Depositar un nido de ideas en la mente.4
5. Captar la atención en medio de una distracción.5
6. Contar una historia, presentar un relato, un chiste, un dicho, una lectura que logre
establecer una buena relación con la audiencia, persuadiéndoles de la verdad que se les
predica, y sobre todo, enseñar.6
7. Aquello que ayuda a desarrollar ideas, a ampliar el horizonte, a llegar a aceptar opiniones
nunca antes imaginadas, y que a veces hasta lleva el oyente a conclusiones contradictorias. 7
Y a estas se podrían añadir muchas más. Lo importante es reconocer que el reto para
nosotros es captar la atención de los que nos escuchan mediante ilustraciones interesantes.
Comencemos, pues, con una simple pero a la vez entendible premisa.
11 Julio Casares, Diccionario ideológico de la lengua española, Editorial Gustavo Gili, S.A.,
Barcelona, 1959, p 462.
22 Ibid.
33 Ibid.
44 Frank S. Mead, Encyclopedia of Religious Quotations, Fleming H. Revell Co., Westwood, N.J.,
prefacio.
66 Steven & Susan Mamchak, Encyclopedia of Humor, Parker Publishing Company, West Nyack,
N.Y., 1987.
77 Ralph Emerson Brown, The New Dictionary of Thought, Standard Book Co., 1957.
La mayoría de las ilustraciones que hallaremos se caracterizan por uno de dos
problemas:
1. Son inadecuadas: blandas, flojas, sin vida.
2. No vienen al caso.
Por ejemplo, en la escuela dominical —después de una discusión en la clase—, y para
calmar a los alumnos, la maestra le pidió a Juanito que orara. El muchacho oró así: «Señor,
haz que los malos sean buenos y que los buenos sean simpáticos». Ahí tenemos un suceso
gracioso y a la vez real. Pero, ¿dónde cabe?
Seguramente, si como predicador ha intentado ilustrar sus pláticas, ya habrá
confrontado estas dos realidades: ilustraciones inadecuadas o las buenas pero que no tienen
nada que ver con lo que se predica.
Primero pensemos en un predicador que no puede encontrar las ilustraciones
apropiadas. ¿Qué hace? Puede ser que decida no emplearlas en su sermón. Todos los
domingos los escuchamos —¡sermones sin ilustraciones! Por ejemplo, este domingo
pasado fui a una iglesia y escuché un buen sermón que el pastor tituló: La gracia de Dios,
basándose en Efesios 1:3–14. El esqueleto del sermón era excelente. El predicador escogió
los puntos apropiados, y los explicó a su mejor manera. Seleccionó los textos con sumo
cuidado, los hizo leer, seguidos por comentarios adecuados. Pero —como muchos
predicadores— carecía de ilustraciones, las que le habrían dado vida y carne al esqueleto.
Mientras predicaba observé a varios adolescentes sentados en la audiencia. Bostezaban.
Agarraban el himnario. Lo hojeaban. Leían un himno aquí, otro allá. Lo colocaban de
nuevo sobre el asiento. Reclinaban la cabeza sobre el banco de enfrente y por largos ratos
contemplaban el piso, como si estuvieran contando hormigas —todo ello evidencia clara
del puro aburrimiento. Lo paradójico era que se predicaban algunas de las más sublimes
verdades del evangelio, pero a aquellos jóvenes no los estaba alcanzando.
¿Es que a los jóvenes les faltaba interés en las cosas espirituales? No lo creo. ¿Es que
eran indiferentes a la Palabra de Dios? Tampoco lo creo. Es que el predicador no intentó
«ponerse en onda» con ellos. No comunicaba la verdad de una manera que la captaran. La
razón básica es que ¡le faltaban ilustraciones!, —ese tipo de prédicas que hacen vivir una
verdad bíblica y que activan la imaginación de los que la escuchan.
El Dr. Osvaldo Mottesi afirma: «El uso de lenguaje abstracto condena la predicación al
fracaso. Esto no es un problema meramente comunicativo, sino también teológico. No es
solo que nuestros oyentes no entiendan o que les cueste demasiado seguir los argumentos
puramente abstractos y por consiguiente se aburran y se desconecten de la predicación, sino
que nuestro Dios se revela a la humanidad a través no de abstracciones sino de personas y
situaciones concretas de la vida diaria».8
¿De qué hablamos? De la necesidad de avivar nuestra predicación, haciéndola amena,
llena de esos elementos retóricos que cautivan la atención, el más importante siendo
ilustraciones apropiadas.
Ejemplo de una buena ilustración
Comencemos con la misma palabra «gracia» del sermón ya mencionado. Si usted
predicara sobre ese tema, ¿cómo lo haría? Quizás se le ocurra correr al diccionario, dar la
definición clásica de la palabra gracia y seguir adelante con el sermón. ¡Espere! No tan
rápido. Las definiciones de diccionario tienen su lugar, pero también pueden ser muy secas
y demasiado técnicas para gente no estudiosa. Además, una explicación de diccionario no
99 Steven Brown, Cómo hablar, Baker Book House, Grand Rapids, Michigan, p. 114. El doctor
Brown es profesor de Homilética en el Seminario Reformado de Orlando, Florida.
los jóvenes? Primero, percatémonos de que para que el público de veras preste atención al
sentido de la palabra gracia necesitamos un incidente humano que nos sirva para explicar
lo que se entiende bíblicamente. ¿Cuál? ¿Dónde hallarlo?
En busca de una ilustración eficaz
Del diccionario nos enteramos que gracia quiere decir «un favor inmerecido». Es el
sentido de esa palabra —gracia— lo que queremos destacar. Como primer paso no vamos a
ir a un libro de ilustraciones para ver qué nos dicen Spurgeon o Moody acerca de la palabra
gracia. Entendamos que no es que ellos no supieran ilustrar, al contrario, lo hicieron
perfectamente es sus días. Pero la vida actual es muy distinta, y lo que le interesa a la gente
es algo que esté ocurriendo en sus vidas hoy, no lo que ocurrió hace 100 años.
Busquemos algo que se identifique con nosotros hoy, cosas que conocemos y
sentimos… que tengan que ver con gracia, algo valioso que una persona recibió aunque no
lo mereciera. Para esto hagamos una lista de posibilidades que se nos ocurran, todas con ese
elemento de «favores inmerecidos»:
1. Por ejemplo, el artículo que leímos esta mañana en el diario acerca del deportista
desconocido, sin esperanzas de éxito, que accidentalmente fue visto por un entrenador
famoso. Este, reconociendo sus dotes, lo hizo firmar un contrato con un importante equipo
y un salario increíble.
2. Otro, quizás más exótico. Si lo hizo Natán el profeta, y si los directores de televisión
lo pueden hacer, también nosotros —eso es, dar rienda suelta a la imaginación en busca de
un relato ficticio. Imaginemos a una joven que en un mercado se encuentra
improvisadamente ante un príncipe. A primera vista, este es cautivado por la hermosura de
la chica. La persigue, le regala prendas costosas y la enamora con pasión. Al fin, una noche
bajo los rayos de la luna, él le expresa su amor, y ella lo acepta como su enamorado. A los
meses se casan, y de un día al otro ella, que esperaba solo conocer la pobreza, se convierte
en una mujer famosa y rica.
3. O, nos acordamos de la conmovedora historia de un niño de la calle, de doce años de
edad, abandonado por sus padres. La prensa relata que a este chico lo capturaron robando la
casa del pastor de la Iglesia Metodista, el reverendo Rubén García. Lo sorprendente del
relato es que este pastor, en un gesto singular, en vez de acusar al muchacho ante la policía,
con el consentimiento de su esposa, pide la custodia del delincuente con el propósito de
adoptarlo como hijo.
Ya que buscamos una ilustración adecuada para describir lo que es gracia, recordemos
que la Biblia es una gran fuente de ilustraciones. ¿Qué relatos podríamos encontrar en la
Biblia que ilustren este tema de la gracia?
4. El ladrón en la cruz que a último momento halló el perdón de Jesús y la entrada al cielo.
5. Ester, la hermosa y bella joven judía escogida como reina por el rey Asuero.
6. Saulo, el perseguidor de la iglesia, sorprendido por Jesús en el camino a Damasco, y
gloriosamente transformado en el gran apóstol.
Cómo evaluar la ilustración adecuada
Ahora, con las seis posibilidades anteriores, comenzamos el proceso de escoger la
ilustración apropiada. Ya hemos visto que hay una gran diferencia entre una seca
definición de diccionario —gracia, favor inmerecido— y una ilustración viva que
seguramente atraería la atención de todos, incluso a los adolescentes.
Indicamos hace un momento que el predicador tiene dos problemas:
1. Ilustraciones inadecuadas —blandas, flojas, sin vida.
2. Ilustraciones que no vienen al caso.
Así que buscamos esa buena ilustración que describa gracia, favor inmerecido.
Examinemos la primera:
Un deportista desconocido, sin esperanzas de alcanzar la fama, es accidentalmente
visto por un entrenador famoso. Este, reconociendo sus dotes, le hace firmar un contrato
con un importante equipo y un salario increíble.
¿Define eso lo que significa gracia en su sentido bíblico?
Necesitamos ir al diccionario —no para leer la definición al público, sino para
asegurarnos de que literalmente entendemos el sentido de la palabra (o frase) que nos
proponemos ilustrar.
Nos sorprende encontrar que el diccionario común define gracia como un don natural
que hace agradable a la persona que lo tiene.1010 Obviamente ese no es el sentido bíblico.
Por tanto, ya que se trata de un concepto importante de la Biblia, vayamos a un diccionario
bíblico.1111 Allí leemos: «Gracia: la generosidad o magnanimidad de Dios hacia nosotros,
seres rebeldes y pecadores… [L]as Escrituras son vigorosas al afirmar que el hombre no
puede hacer nada para merecerla». De ahí la abreviada definición que tantas veces oímos:
Gracia, don o favor inmerecido. (Repito: como predicadores debemos tener bien clara la
definición sagrada, no para leérsela al público —cosa que ya enfatizamos— sino para saber
qué es lo que debemos enseñarle a la congregación.)
Apliquemos la definición bíblica a la primera ilustración. ¿Hay algo en el «deportista
desconocido» que le haría merecedor del puesto que le ofrece el entrenador?
Lamentablemente sí lo hay. Dice el relato «reconociendo sus dotes». Le da el puesto y el
salario porque se lo merece. Esta ilustración, por tanto, no nos sirve, puesto que el
deportista se merecía el reconocimiento. Gracia es favor inmerecido.
Veamos la segunda ilustración:
Una joven improvisadamente se encuentra ante un príncipe. A primera vista, este cae
presa de su hermosura, la enamora y se casan; de un día al otro ella, que solo conocía la
pobreza, es rica.
¿Ilustra esto la gracia inmerecida? De nuevo tenemos que rechazarla (a pesar de que
pudiera haber sido atractiva para las jóvenes que estuvieran en la audiencia). El príncipe la
busca por los méritos de su belleza. Si es por gracia, no hay cabida a mérito personal
alguno.
La tercera ilustración:
Un niño de la calle, abandonado por sus padres, un día se mete a la casa de un pastor
metodista y le roba algunas cosas de valor. Este, en lugar de llevarlo a la policía, lo lleva
de nuevo a su hogar. Como no tiene hijos, decide adoptarlo con el consentimiento de su
esposa, y darle abrigo, amor y un nombre.
¿Tiene algún mérito este niño? ¡Lo que merece es una buena paliza! Ahora sí tenemos
una ilustración válida, pues describe a perfección lo que es la gracia de Dios. Lo que
tenemos que decidir, entonces, es si esta es la ilustración que queremos usar. Quizás
1212 El Dr. Osvaldo Mottesi indica que hay trece propósitos que cumplen las buenas ilustraciones:
1) captar y mantener la atención, 2) aclarar las ideas, 3) apoyar la argumentación, 4) dar energía al
argumento, 5) hacer más vívida la verdad, 6) persuadir la voluntad, 7) causar impresiones
positivas, 8) adornar verdades majestuosas, 9) proveer descanso frente a la argumentación
abstracta, 10) ayudar a retener lo expuesto, 11) reiterar o dar variedad a la repetición de un
concepto, 12) aplicar indirectamente la verdad, 13) hacer práctico el sermón. (Predicación y
mision, p. 256.)
todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre, si hay virtud
alguna, si hay algo que merece alabanza, de esto predicad» (Filipenses 4:8).
Pero hay un segundo punto que necesitamos destacar antes de concluir este capítulo. No
solo predicamos para captar la atención, predicamos para expresar el significado del texto
bíblico. Es lo que San Pablo llama «la palabra de la cruz». Para los que no conocen a Dios,
tal tipo de predicación es «locura»; pero para los que amamos al Señor es «palabra de
vida».
Como dijo el gran predicador Ralph Sockman, pastor de la Iglesia Metodista de Cristo
en Nueva York: «La esperanza del púlpito descansa en la profundización del mensaje para
que llegue hasta la verdadera crisis espiritual en que vive la gente hoy día, y nunca en esa
frivolidad que se acostumbra en un intento por captar la atención de los que no están
interesados».1313 Por tanto, queremos predicar lo que los corazones vacíos y perdidos
necesitan y no lo que la gente quiere oír. A su vez, tenemos que predicar con tal pasión y
contenido que la gente nos escuche. La verdad salvadora tiene que ser presentada de tal
forma que sea ineludible.
Además, casi siempre surge la inquietud: «¿Cuán extenso debe ser el sermón o cuánto
tiempo debe tomar?» En Christian Science Monitor [El observador de la ciencia cristiana]
apareció hace un par de años un artículo sobre lo prolongado de los sermones. Se llegó a la
conclusión de que, debido a que la gente hoy día no escucha, el sermón nunca debe pasar
de quince minutos. ¡Imagínense! Los míos promedian los cincuenta minutos. ¿Qué
respuesta doy a tal conclusión?: «Si no se está diciendo nada, esos quince minutos
parecerán una eternidad. Pero si algo significativo se está diciendo, cincuenta minutos
parecerá un poquito más de quince minutos».
El problema de la gran mayoría de los sermones no es su extensión, es su falta de
contenido. Hoy, como lo hizo Ezequiel en su día (Ez 13:8), se puede hablar de los pastores
que «hablan vanidad» —predican sermones vacíos, con falta de contenido. Estos, como
añade Jeremías, son «pastores que destruyen y dispersan las ovejas [del] rebaño» (Jer
23:1), pues al no tener mensaje de Dios, sustituyen con palabras vacías lo que Dios hubiera
querido que oyera su pueblo. La consecuencia, créanlo o no, es que por su falta de
contenido guían falsamente a la congregación, pues no dan ni dirección ni instrucción.
Una ilustración, por buena y conmovedora que sea, nunca puede sustituir el contenido
del mensaje. Lo que hace la buena ilustración es enfatizar la gran verdad que anuncia el
predicador, dándole vida. Cuán maravillosa es la naturaleza de una buena ilustración que
puede tomar una enseñanza declarada hace dos mil años y contemporizarla —dándole una
dimensión y aplicación moderna.
Regresemos al mensaje de la gracia
Ya que hemos destacado la importancia de tener un buen contenido, ¿por qué no
regresar al tema de la gracia tratado por Pablo en Efesios 1? Al hablar de la gracia de Dios,
notemos el reto que se nos presenta: no solo es definir el sentido de la palabra misma, sino
también dar a conocer todas las ramificaciones de esa gracia en nuestras vidas. En el texto,
San Pablo nos indica que la gracia de Dios:
1. Nos bendice con toda bendición espiritual (Ef 1:3)
2. Nos escoge para ser el pueblo santo de Dios (Ef 1:4)
3. Nos adopta como hijos de Dios por Jesucristo (Ef 1:5)
4. Nos hace aceptables a Cristo, perdonándonos los pecados (Ef 1:6–7)
11 Hebreos 4.12.
1Thompson, Les: El Arte De Ilustrar Sermones. Miami, Florida : Editorial Portavoz, 2001, S. 7
Pensemos en el interrogante planteado por el patriarca Job: Si el hombre muere,
¿volverá a vivir? (Job 14:14). Por siglos los hombres hemos vivido y muerto, pero ¿habrá
manera de escapar de la muerte para vivir otra vez eternamente?
Hay un relato acerca de un ateo que al rechazar la idea de Dios, igualmente rechazaba el
concepto de que existe vida después de la muerte. Dios le abrió los ojos de una manera
sorprendente:
Un domingo de una mañana invernal, fue despertado por el son de las campanas de una
iglesia. Furioso se levantó, fue a la ventana y la abrió. Allí, desafiando el crudo viento y la
nieve que caía, vio a un grupo de fieles que se abrían paso hacia la iglesia.
¡Tontos! —decía—. ¡Pasan la vida en busca de un Dios que no existe! Cerró la ventana
y se volvió a acostar. Ya no podía dormir, y allí en la cama se quedó maldiciendo a esos
cristianos tontos.
De pronto oyó el choque de algo sobre una ventana de su casa, como si le hubieran
tirado una bola de nieve. Entonces, otro golpe, seguido por uno más. ¿Qué podría ser? Se
levantó de nuevo. Mirando por la ventana, notó que eran los pájaros, buscando refugio de la
cruel tempestad invernal. En su desesperada búsqueda no veían el cristal de las ventanas y
se lanzaban contra ellas, matándose.
Bajó del segundo piso de su casa a la sala, y abrió una ventana. «¡Tengo que
salvarlas!», pensó y comenzó a gritar:
— ¡Vengan, vengan por acá! Esta ventana está abierta, ¡sálvense! —pero las aves no le
entendían y seguían matándose.
En su desespero tomo una escoba y salió al patio. Batía la escoba en el aire tratando de
meterlas por la ventana y la puerta que había dejado abierta, pero no le hacían caso. «¡No
me entienden!, ¡no me entienden! ¿Cómo puedo hacerlas entender? ¡Para salvarlas tendría
que volverme un pájaro; no entienden mi idioma!»
En ese momento sonaron las campanas de la iglesia otra vez. De repente su mente captó
el misterio de Cristo. Siendo Dios, se hizo hombre, para ofrecerle vida al hombre cuyo
destino era la muerte. Corrió a su habitación, se cambió y apurado fue a la iglesia, donde
entregó su corazón a Cristo.
Satanás, siervo de Dios
Max Lucado, el conocido autor y pastor de la Iglesia Oak Hills Church of Christ en San
Antonio, Texas, predicó un sermón titulado: Satanás, siervo de Dios.2 Para mostrar cómo
ilustra sus puntos, hacemos una condensación de su tema. Fíjese, por favor, en la manera en
que cada ilustración amplía el sentido del tema, todas en conjunto enfatizan el principio que
Lucado desea enseñar, que Satanás en verdad es un siervo más de Dios. Nótese también,
que la mayoría de las ilustraciones las extrae de la Biblia —¡qué gran fuente de
ilustraciones! De inmediato capta la atención con una ilustración que todos comprendemos:
La frustración del diablo
Imagínese pensar que uno es un jugador estrella en un equipo de fútbol. Corre con toda
su fuerza con la bola y patea un fantástico gol, pero en vez de oír aplausos y voces de
triunfo, oye silbidos y gritos de burla. La razón es que corrió hacia el arco equivocado y, en
vez de anotar para su equipo, anotó para los contrarios.
22 Michael Duduit, ed., Preaching, Jackson, TN, marzo-abril, 1998, p. 24. Resumen usado con
permiso de los editores.
Eso es lo que siente Satanás continuamente. Cada vez que cree que ha metido un gol
para su equipo, en realidad lo anota para Dios. ¿Puede imaginarse lo frustrado que se ha de
sentir?
Pensemos en la esposa de Abraham, Sara. Dios le promete un hijo, pero pasan los años
y no hay descendiente. Satanás apunta a esa cuna vacía para crear tensión, disensión y
dudas. Sara sirve de ejemplo perfecto de que no se puede confiar en las promesas de Dios.
Pero, inesperadamente llega Isaac para llenar esa cuna, y Sara a los 90 años de edad se
convierte en el modelo idóneo de toda la historia para comprobar que Dios siempre cumple
sus promesas.
¿Recuerdan a Moisés? Satanás y todos sus demonios se mueren de risa el día en que el
joven Moisés monta su caballo y sale huyendo de la presencia de Faraón. Pensaron que en
esa circunstancia no había manera en que pudiera librar a su pueblo de la esclavitud.
Cuarenta años más tarde aparece un viejo de ochenta con su bastón en Egipto, hace
milagros increíbles y libera poderosamente a todo el pueblo de Dios. Sobre cada labio en
Egipto está el nombre del viejo: ¡Moisés! ¡Moisés! De nuevo, Satanás es humillado.
¿Qué diremos de Daniel? La vista de toda esa juventud israelita llevada en cautiverio
alegra al corazón de las huestes satánicas. ¡Ahora verán lo que es ser esclavo! Pero en lugar
de esclavitud, Dios los eleva y llegan a ser príncipes de Babilonia. El mismo joven que
Satanás quiso callar llega a ser el hombre que sabe orar y recibir de Dios la interpretación
de sueños, y es elevado por encima de los sabios del reino para servir de consejero a los
reyes de Babilonia. ¿Qué risa debe quedar en los labios de ese mundo demoníaco?
También podemos pensar en Pablo. Ponerle en la cárcel romana pareciera un triunfo
para Satanás. Ahora, de ninguna manera podrá seguir abriendo iglesias y predicando a los
gentiles. Pero la cárcel se convierte en un escritorio. De la pluma de Pablo salen las
hermosas epístolas para las iglesias de Galacia, Éfeso, Filipos y Colosas, cartas que hasta el
día de hoy traen inspiración e instrucción al pueblo de Dios. ¿Pueden ver a Satanás
pateando y crujiendo sus dientes cada vez que un cristiano lee una de esas cartas,
diciéndose: «¡Y pensar que fui yo el que hizo posible que se escribieran, poniendo a Pablo
en la cárcel».
Y de Pedro también podemos hablar. Satanás procura desacreditar a Jesús provocando a
Pedro para que lo negara. Pero, otra vez el plan se le invierte. En vez de Pedro servir como
ejemplo de desgracia y fracaso, se convierte en modelo de la gracia de Dios para levantar a
los caídos.
Cierto es que cada vez que Satanás cree haber hecho un gol, resulta que ha goleado para
Dios. Como en la serie televisiva, Satanás es el coronel Klink de la Biblia. ¿Se acuerdan de
Klink? Siempre salía como el estúpido en la serie Los héroes de Hogan. Klink se creía muy
inteligente en su trato con los prisioneros de guerra, pero en realidad eran estos los que le
hacían las jugadas a él.
Una vez tras otra la Biblia aclara quién es el que en verdad gobierna la tierra. Satanás
hará sus maniobras y sus amagos, pero el que maneja todo es Dios.
Hemos oído del diablo, y lo que se ha dicho de él nos llena de miedo. En dos ocasiones
la Biblia abre la cortina para dejarnos ver a ese ángel Lucifer, el que no se satisfacía con
estar al lado de Dios. Quería ser más grande que Él. No se conformaba con adorar a Dios,
quería ocupar el mismo trono de la Santa Trinidad.
Nos cuenta Ezequiel tanto de la belleza como de la iniquidad de Lucifer: Tú eras el
sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto
de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe,
crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus
tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación. Tú, querubín
grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las
piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste
creado, hasta que se halló en ti maldad (Ez 28:12–15).
Los ángeles, al igual que los humanos, fueron hechos para servir y adorar a Dios. A
ambos Dios les dio soberanía limitada. De no ser así, ¿Cómo hubieran podido adorarle?
Tanto Ezequiel como Isaías describen a un ángel más poderoso que cualquier humano, más
hermoso que toda otra criatura, y a la vez más tonto que todos los seres a quienes Dios le
dio vida. Su orgullo fue lo que lo destruyó.
La mayoría de los eruditos de la Biblia señalan a Isaías14:13–15 como la descripción de
la caída de Lucifer: Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las
estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados
del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.
En esas expresiones, «subiré al cielo» y «levantaré mi trono», se capta la increíble
arrogancia de este pretencioso ángel. Por querer exaltarse hasta el trono divino cayó en las
profundidades de la maldad. En lugar de llegar a ser como Dios, llegó a ser la misma
antítesis de todo lo grandioso y bueno, lo opuesto a todo lo que es hermoso y sublime. Él ha
pasado su existencia tratando, generación tras generación, de tentar al hombre para que
haga lo mismo que él. En cada oído susurra: «Oye mi consejo» y «Seréis como Dios» (Gn
3:5).
Satanás no ha cambiado. Es el mismo egocéntrico. Es tan necio como lo fue al
principio, y sigue siendo tan limitado como al principio. Aun cuando su corazón no había
concebido esa rebeldía contra su creador, era limitado e inferior.
Todos los ángeles son inferiores a Dios. Dios todo lo conoce, los ángeles solo conocen
lo que les es revelado. Dios está en todas partes, ellos solo pueden estar en un lugar a la
vez. Dios tiene todo poder, los ángeles solo tienen el poder que Dios les permite tener.
Todos los ángeles, incluyendo a Satanás, son inferiores a Dios. Y una cosa más, algo que
posiblemente les sorprenda: Satanás sigue siendo siervo de Dios.
El diablo es el diablo de Dios
No es que lo quiere ser, ni tiene la intención de serlo, pero no puede evitarlo. Cada vez
que procura avanzar su causa, Satanás termina adelantando la de Dios.
En su libro, La serpiente del paraíso, el autor Erwin Lutzer dice:
El diablo es tan siervo de Dios ahora en su rebelión como lo fue antes de su caída. No
podemos olvidarnos del dicho de Lutero: «El diablo es el diablo de Dios». Satanás tiene
distintos roles, dependiendo de los propósitos y el consejo de Dios. Y está obligado a servir
a la causa de Dios en este mundo y a seguir los mandatos del Todopoderoso. Hemos de
recordar que el diablo todavía tiene poder, pero nos complace saber que solo lo puede
ejercer bajo las directrices divinas. Satanás no puede ejercer su voluntad sobre este mundo
a su propia discreción y deseo.
Es por eso que cuando comienza a tentar, a obrar y a atormentar a los siervos de
Jesucristo, todo le sale a la inversa. Aflige a Pablo con una espina, pero en lugar de
derrotarlo, le sirve para que aprenda de gran manera lo que realmente es la gracia de Dios,
y así es perfeccionado en sus debilidades (2 Co 12).
En 1 Corintios leemos del creyente que, seducido por Satanás, cayó en terrible
inmoralidad. Pareciera que esto fue una victoria para el diablo. Pero sorpresivamente Pablo
le dice a la iglesia: El tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de
que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús (1 Co 5:5). Esa sacudida que le da
Satanás no es para destruirlo sino para su salvación. Algo parecido se nos cuenta de un tal
Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás, dice el texto, para que aprendan a no
blasfemar (1 Tim 1:20). En lugar de destruir a estos hombres, Satanás termina
rescatándolos para Dios. En verdad que tiene que sentirse frustrado. Nunca sale ganando.
Recordemos la ocasión en que Jesús le dice a Pedro: Simón, Simón, he aquí Satanás os
ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú,
una vez vuelto, confirma a tus hermanos (Lc 22:31–32). De nuevo vemos la lección.
Satanás puede venir para zarandearnos, pero uno mucho más fuerte que él ha orado por
nosotros, y esa oración de Jesucristo es tan poderosa que no solo nos rescata de la garras del
diablo, sino que nos saca de tal forma que resultamos fortalecidos para servir de ayuda y
ánimo al pueblo de Dios. Satanás siempre sale perdiendo, no importan sus intentos.
No importa los límites a que llegue Satanás cuando quiere tentarnos y hacernos caer, la
promesa de Dios es cierta: No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana;
pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará
también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar (1 Co 10:13).
Luego que pasemos por las pruebas más difíciles y angustiosas, podremos mirar atrás y,
con el gran vencedor José, decirle al diablo y a toda esa hueste de demonios: Vosotros
pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para
mantener en vida a mucho pueblo (Gn 50:20).
Conclusión
Hemos visto que las magníficas ilustraciones no hacen que el sermón sea bueno.
Tampoco tener muchas. El buen sermón es aquel que tiene lúcidas ilustraciones que ayudan
a interpretar y a aclarar un texto o pasaje bíblico. Si las ilustraciones escogidas no nos
ayudan a entender el contenido bíblico, hemos fallado en nuestro intento de predicar.
El gran error de muchos predicadores es permitir que las ilustraciones guíen el
pensamiento, en lugar de aclarar la exégesis. Como ya hemos dicho, esto es un ¡anatema!
Nunca permitamos que las ilustraciones sirvan de base a lo que predicamos. Esa no es su
función. Lo que Dios ha dicho en su Palabra es la base sólida sobre la cual fundamos
nuestro pensamiento. Una ilustración sirve para abrir la mente a un concepto tratado en la
Biblia.
Volvemos a repetir: Lo que necesita la humanidad es un mensaje claro de la palabra
divina, no una serie de ilustraciones entretenidas que nos llevan a nada.
¿Cómo aprendemos a ilustrar ese tipo de mensajes que nutren a la iglesia? Voltee la
página y lea el tercer capítulo.
CAPÍTULO 3
Misión imposible
Manzana de oro con adornos de plata es la palabra dicha oportunamente
TRES
Misión posible
Manzana de oro con adornos de plata es la palabra dicha oportunamente.
Proverbios 25:11
¿Qué ocurre si no encontramos una ilustración adecuada? Han pasado unos cuantos
años desde que sucedió, pero lo que más recuerdo del suceso fue la desesperada búsqueda
que emprendí tras una buena ilustración para comenzar una charla… y solo tenía segundos
para encontrarla. Estábamos mi esposa y yo en Paraguay para una graduación de FLET.
Luego del hermoso acto, el Dr. Rodolfo Plett, director de nuestro programa en ese país,
hizo arreglos para llevar a todos los graduados a cenar en uno de los mejores restaurantes
de Asunción. El salón estaba lleno de personas, y una vez que llenamos las mesas que
habíamos reservado (para unas 35 a 40 personas adicionales) no cabía ni siquiera un alfiler.
Estábamos comiendo y disfrutando el momento, cuando el dueño del restaurante se
levantó, micrófono en mano y, parándose en el centro del lugar, comenzó a decir: «Mi buen
amigo, el Dr. Plett, me informa que tenemos en el restaurante esta noche a un educador
internacional que visita nuestra patria. Además de educador, es un predicador reconocido.
¿Qué les parece si invitamos al Rev. Les Thompson a darnos un breve mensaje?» y
comenzaron los aplausos.
Todo eso me sorprendió. No me había avisado el Dr. Plett, y con un restaurante lleno de
gente inconversa, ¿qué iba a decir? Me levanté y comencé a caminar hacia el lugar donde
estaba parado el dueño con el micrófono, orando desesperadamente, y buscando algo que
pudiera decir que captara la atención y el interés de esa audiencia en su mayoría irreligiosa.
Se me ocurrió hablar sobre el tema del amor. Ahora necesitaba una ilustración con que
captar la atención de todos.
«¡Qué ambiente más hermoso!», comencé diciendo mientras revisaba mi mente con
rapidez y rechazaba una ilustración tras otra. Así que dije lo siguiente: «Con poca luz y la
música suave que ha estado tocando, me veo obligado a hablarles del amor». De los
clientes se oía un «Ah, sí… qué lindo!» (y en ese momento me llegó la ilustración):
«Nunca olvidaré mi primer amor. Ambos teníamos quince años de edad. Ella era la más
linda, hermosa y magnífica chica que mis ojos habían visto. En cuanto la vi, me enamoré, y
ella me correspondió. Todas las tardes, después de la última clase, nos reuníamos en un
pequeño parque cerca de la escuela. Y me creía en el cielo. Pasaron varias semanas, yo
vivía anhelando esa hora en la tarde cuando podía estar con mi Betty. Un día, en que habían
cancelado las clases, no podía esperar hasta la hora de mi encuentro con Betty. Ya que el
lugar donde nos encontrábamos había llegado a ser casi sagrado para mí, determiné llegar
temprano allí para pasar un rato pensando en esa mujer que robó mi corazón. Al acercarme
oí unas voces. ¿De quién era esa voz varonil?, porque la que parecía ser de la mujer me era
muy conocida. Qué gran sorpresa fue encontrar a mi Betty en los brazos de otro hombre.
(Todo el mundo se rió al imaginarse el momento.)
«Hay varios tipos de amor», continué diciendo. «Hay amor falso y engañoso.
Seguramente todos aquí hemos descubierto ese amor traicionero. No obstante, hay un amor
que es puro, fiel y verdadero. Soy uno de esos dichosos que encontró ese amor. Carolina,
querida, por favor ponte de pie. Damas y caballeros, allí tienen ustedes un amor real, leal y
verdadero».
«Pudiera entretenerles un buen rato hablándoles de mi querida esposa», continué
diciendo, «y así lo haría, a no ser que descubriera un amor aun más profundo y hermoso.
Sería muy injusto si no les contase de ese amor. El amor de que les hablo es el de un
personaje real, que conocí, y que año tras año me ha mostrado por sus hechos, su vida y su
ejemplo, lo que en verdad es amar. Ese amor se describe en el siguiente verso: Porque de
tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en el
cree no se pierda, mas tenga vida eterna» (y por unos 10 minutos les hablé de Jesucristo).
Tratamos en este capítulo lo que llamaremos «Misión posible», es decir, encontrar
ilustraciones eficientes y apropiadas y que capten la atención de una audiencia de
inmediato.
Recuerdo los días de mi pastorado. Tenía que predicar por lo menos tres sermones cada
semana, además de servicios fúnebres, en bodas e invitaciones especiales. Si quería captar
la atención de los asistentes, tenía que hacer buena planificación. Los domingos en la
mañana predicaba sermones temáticos, ya que no era una audiencia fija, pues venía
bastante gente que no eran miembros. Los domingos en la noche, ya con una asistencia
bastante fija, daba mensajes expositivos. Miércoles, mensajes doctrinales. Como soy un
gran creyente en el poder de las ilustraciones, por tanto, para cada predicación tenía que
encontrar maneras efectivas de ilustrar lo que predicaba. En cada predicación usaba por lo
menos cinco ilustraciones. Estas tenían que ser contemporáneas, dinámicas, del tipo que
comprende la gente de hoy. ¿Por qué? Fíjese lo que nos informa la UNESCO: «El
estudiante latinoamericano promedio, durante sus años de escolar pasa ante las pantallas de
cine o televisión, quince mil quinientas horas, muchas más de las que pasa en las aulas de
clase. El joven estadounidense promedio se devora al año dieciocho mil páginas de
historietas. La venta y especialmente el alquiler de videocasetes alcanza proporciones
todavía imposibles de cuantificar a nivel mundial. La venta anual de discos sobrepasa la
astronómica cifra de los quinientos mil millones anuales en el mundo; número este
sobrepasado por la venta de audiocasetes.1
Hoy día no hablamos a un mundo pasivo, tranquilo, que tiene poco conocimiento. A
causa de la televisión, de la movida música moderna, las revistas seculares bien ilustradas,
y el hecho de que tantos estudian, nuestro público hoy exige un lenguaje pictórico, vívido,
contemporáneo. El pastor moderno tiene que darse cuenta que está en competencia con
todo el entretenimiento que ofrece el mundo. Lo que dice tiene que interesar, o la gente no
vendrá para escucharlo.
Entonces, ¿dónde encontrar las ilustraciones que necesitamos? Osvaldo Mottesi, en su
texto, Predicación y Misión, indica: «Las ilustraciones pueden surgir de una sola palabra,
una frase breve, una oración gramatical completa, o uno o varios párrafos. La extensión no
es lo más importante, aunque la brevedad y precisión son virtudes de toda buena
ilustración».2
Dice el muy elocuente pastor bautista, Adrian Rogers (que pastorea una de las más
grandes iglesias en los Estados Unidos, Belleviu Baptist Church, en Memphis, Tennessee):
«La persona con vida, que respira y piensa se ahoga en ilustraciones, si solo abre sus ojos.
Creo, sin embargo, que el secreto de tener buenas ilustraciones es saber de antemano sobre
qué va a predicar. Es así que siempre está escuchando, mirando, buscando ilustraciones
para ese tema. Cuando creo que hay algo que se aplica al mensaje que voy a dar, saco mi
pluma y ahí mismo lo anoto. Si es algo que leo en un periódico o en una revista, arranco la
hoja. Si quiere tener buenas ilustraciones lea, piense y escuche mucho; creo que las buenas
ilustraciones brotan del que está alerta, del que está interesado en la vida».3
44 Craig A. Loscalzo, Preaching Sermons that Connect, InterVarsity Press, Downers Grove, Il, 1992,
p. 115.
99 Linda Seger, 1990, Creating Unforgettable Characters, Fitzhenry & Whiteside, Ltd, Marham,
Ontario, p. 16.
ese tipo y lo que encuentra es indiferencia total, si no abierta hostilidad. A cada predicador
—especialmente si es itinerante— le hace falta varios relatos humorísticos que pueda usar,
confrontado a tal indiferencia.
A mí, el humor no me sale de forma natural. Tengo que luchar para decir algo gracioso.
Envidio a un gran amigo y predicador, Gerardo De Ávila, por su gran sentido del humor.
Aunque habla de las cosas más serias y sagradas, lo hace con una gracia tan especial que
uno se queda riendo aun cuando él le esté dando una puñalada espiritual al corazón. ¡Qué
don, esta clase de humor!
Recuerdo su breve obra titulada El Purgatorio Protestante 1 (el mismo título nos hace
reír). Es un tratado serio sobre el tema de la disciplina en la iglesia. Sin embargo, los
ejemplos que pone describiendo las maneras incongruentes en que se administra esa
disciplina hacen reír. Veamos su postulado (p. 35):
Se condena la idea católica del purgatorio, pero se ha inventado una protestante. Parece
que lo malo no es el purgatorio en sí, sino su denominación. Por mi parte, si tuviera que
escoger entre el católico y el protestante, escogería el católico, pues este solo existe en la
imaginación de los teólogos católicos; el protestante es una realidad que, en muchos casos,
hace sufrir a la persona no solo por determinado tiempo, sino por el resto de la vida.
De Ávila usa muchos ejemplos en el desarrollo de su tesis. Para saborear algo gracioso
en su escrito, veamos:
1. Hay congregaciones que podrían confundirse con hospitales de pacientes que sufren de lo
que los siquiatras diagnostican como culpa neurótica, y otros como culpa falsa, con el
agravante de que en los hospitales los esfuerzos se orientan a la recuperación del paciente, y
en estas congregaciones, a la perpetuación y agravamiento de su dolencia (p. 50).
2. Pedro fue dichoso al no vivir en nuestra época. Su disciplina habría sido muy larga, y sus
amargas lágrimas no habrían conmovido en lo más mínimo a los jueces, a menos que
hubiese tenido un padrino en el tribunal, en cuyo caso ni las lágrimas habrían sido
necesarias (p. 78).
En la ciudad de Chicago hay un joven cristiano llamado Ken Davis que ha aprendido a
usar el humor para atraer la atención a las grandes verdades cristianas. Tiene un programa
de radio donde por dos minutos, usando el humor, procura dar una verdad bíblica. Es por
medio de su gran sentido de humor que ha atraído una enorme audiencia. Aquí está uno de
sus programas:2
Por mucho tiempo no me atrevía dar mi testimonio en la iglesia, sencillamente porque
no creía tener uno. Cuando alguien se levantaba para testificar, siempre era acerca de cosas
extraordinarias, llenas de inspiración y maravilla, mucho más allá de toda experiencia que
yo había tenido. «Yo era un terrible drogadicto…»; «Yo fui un homicida condenado…»;
«Yo era mujeriego, tenía una mujer en cada pueblo…»; «En esta vena —apuntando a su
brazo— me inyectaba cocaína…» El problema mío es que no tengo un testimonio que
llegue a esas dimensiones. No puedo decir: «Me emborrachaba cada noche, y cada noche
estaba con una mujer diferente; pero entonces, a la edad de siete años, me entregué a Cristo
y mi vida cambió por completo.» Ahora, si usted tiene un testimonio de esa clase, es
estupendo. El problema mío es que pensaba que solo esos tipos de testimonios eran los
válidos. ¿Cuál es mi testimonio? «Nací y luego a los siete años me convertí, y toda mi vida
11 Gerardo De Ávila, El Purgatorio Protestante, Editorial Vida, Deerfield, Florida, 1993, p. 35.
22 Ken Davis, Lighten Up, Youth for Christ, CD, relato # 4, 1999.
he ido a la iglesia, gracias.» Eso es todo, pues no tengo un pasado negro, como se dice.
Pero, y quiere que noten bien, eso no quiere decir que necesito menos de la gracia de Dios.
Aunque una persona haya sido homicida o haya sido una persona que ha estado en la iglesia
toda su vida, todos igualmente necesitamos de esa increíble gracia de Dios. ¿No se alegra
usted que Dios le ha provisto esa gracia tan bondadosamente en Cristo?
Al tratarse de este tema del humor en la predicación, necesito dar una advertencia. Si no
se tiene un don natural, que es parte de su personalidad, no pretenda tenerlo, poniéndose a
contar una serie de cosas que cree graciosas, pero que en realidad (si no sabe usar el humor)
son absurdos. ¡Eso es ser payaso! El púlpito no es para payasadas; es el sitio más sagrado
que existe bajo el trono de Dios. Es el lugar donde un hombre se para —presuntamente—
para comunicar el mensaje de Dios Santo a su pueblo necesitado. El que toma ese lugar
liviana o indignamente, comete blasfemia.
La esfera del buen humor
El humor no solo es un aspecto de la vida —Dios les dio capacidad para reírse a
carcajadas hasta a los recién nacidos— es parte de la imagen de Dios en nosotros. Como
apunta el sabio pastor John Piper, es parte del mismo carácter de Dios, llevándonos a 1
Timoteo 1:11 donde dice: «según el glorioso evangelio del Dios bendito», indicando
correctamente que la palabra «bendito» debe traducirse «¡feliz!» Dios no es un Dios triste,
que allá en el cielo —cara toda arrugada— lleva el peso de toda la infelicidad del mundo.
Como que es el todopoderoso, el sabio, omnipresente Dios, tiene la más fantástica, la más
gloriosa solución para todo. Ante Él no hay dilema, no hay confusión, no hay
imposibilidad; ¡hay solo felicidad! Todo a su alrededor es glorioso (véanse Ap 1:13–18;
4:1–11; 5:9–14; 7:10–17; 11:15–19; 14:14–19; 15:2–8; 19:1–16; 20:11–15; 21:1–8, 22–27;
22:1–7, en los momentos más trágicos para la tierra, vemos al grandioso Rey de reyes con
todo predeterminado y perfectamente solucionado). Es a cuenta de ese Dios feliz —por lo
que es, y por lo que hará— que nosotros también nos reímos en medio de nuestras lágrimas,
porque sabemos el triunfo que nos espera.
He dicho muchas veces: la persona más feliz, más alegre, más contenta, más radiante,
debe ser la que sabe que pertenece a Cristo. ¡Sus pecados todos han sido perdonados! ¡Su
destino está asegurado! ¡Todo lo que es y todo lo que tiene está en las poderosas manos del
Rey de reyes y Señor de señores! Es para saltar, para gritar de gozo, y para reír, y reír, y
reír. ¿Qué importa un dolor aquí, una reuma allá, un riñón majadero por acá, que se caiga el
pelo o los pocos dientes que le faltan para masticar — ¡tiene lo que más vale! ¡Pertenece a
Cristo! No es que al reírse el dolor desaparezca. No, no nos equivoquemos. El dolor es
real… y duele. Es que en comparación con lo que Cristo nos ha dado, nuestro gozo opaca al
dolor.
Por eso es que la esfera del buen humor es el corazón, y como que Dios es un Dios feliz
sus hijos deben ser felices. La risa siempre debe ser parte del pueblo de Dios —y creo que
saben que no hablo de esa risa llamada santa— que artificialmente se crea por algunos que
dicen que es un nuevo «don» que imparte el Espíritu Santo por medio de ellos. No, la
alegría de la que hablo es algo natural que brota del corazón de todo aquel que sabe que ha
sido redimido por la sangre de Cristo, y no algo que se recibe esporádicamente en una carpa
o en un templo.
Pero en una carpa o en un templo, como predicadores, podemos decir algo chistoso.
Principalmente se escoge algo jovial en la preintroducción, al mero principio de nuestra
charla, es decir, cuando nos presentamos ante la audiencia
Personalmente, después de agradecer al pastor o al comité que hizo la invitación,
comúnmente cuento un chiste o digo algo gracioso. El relato con que abrí este capítulo es el
que más uso cuando voy a un lugar nuevo, especialmente si se me ha dado una introducción
acogedora. Véase que la anécdota tiene una virtud muy especial que se descubre al analizar
el remate que hace el ilustrador: «¿Usted me va a decir a mi cómo llegar al cielo cuando ni
sabe cómo llegar al correo?» Esa línea siempre causa risa, porque es inesperada. Es más,
como me presenta cual inepto o incompetente, ayuda a quitar toda noción de que soy una
persona inalcanzable, altiva u orgullosa. Nadie quiere escuchar a un orgulloso. Nadie quiere
a un sabelotodo. Por tanto, a veces es necesario anular la manera exaltada en que se nos
presentó a la audiencia. Queremos lograr que ella diga: «Este me gusta, se le puede
escuchar».
Cuentos, chistes y relatos útiles para romper el hielo
Trasfondo: En varias ocasiones me ha tocado hablar en reuniones auspiciadas para la
Asociación Billy Graham. En ellas he tratado de destacar siempre al Dr. Graham. Para ello,
no conozco mejor ilustración que esta:
El conocido evangelista Billy Graham cuenta de una ocasión en que volaba en un avión
entre las ciudades norteamericanas de Atlanta y Houston. En el avión iba un tejano ebrio,
que en voz alta y ofensiva blasfemaba y maldecía, avergonzando especialmente a los que
viajaban con Graham. Por fin el alcalde de Houston, que también acompañaba al
evangelista, se acercó al borracho para hacerlo callar.
—Señor ¿no ha visto que Billy Graham está en el avión? ¡Debe controlar su lengua!
—¿Qué dice? —contestó el embriagado— ¿que Billy Graham está en el avión?
¿Dónde?
Enseguida se levantó para buscar al evangelista, equilibrándose con los asientos. Por fin
encontró a Graham. Estrechándole la mano le dijo:
—Choque esos cinco, señor Graham, ¡soy un convertido suyo!
Mirándolo seriamente, Billy Graham le contestó:
—Quizás sea usted un convertido mío. Pero, por lo que huelo, veo y oigo, usted
necesita ser un convertido de Cristo.
Una transición: ¿Cómo se sale del relato o del chiste para continuar con el mensaje?
Por ejemplo, la transición podría ser algo tan sencillo como: «Para el tiempo que estaremos
juntos en esta mañana, el Señor ha puesto un pasaje de su Palabra en mi corazón. Abramos
nuestras Biblias en Gálatas…» Se lee el pasaje, se tiene una breve palabra de oración, y se
entra directamente a la introducción formal del mensaje: «En esta carta, Pablo escribe a una
iglesia desviada. Falsos maestros han entrado en la iglesia, y el resultado es que han puesto
su confianza en una salvación por obras…»
La ofrenda religiosa
Trasfondo: Hoy día, cuando tantos vuelan por avión, poco se pregunta acerca de los
viajes. Pero en tiempos pasados siempre era algo que estimulaba la curiosidad. Cuando me
presentaban y preguntaban acerca de mi vuelo, contaba el siguiente relato con frecuencia.
Mi buen amigo, José Alejandro Wojnarowicz y yo viajábamos de Lima, Perú, a
Santiago, Chile. Sobre los Andes, a veces, se forman corrientes feroces de viento y el avión
se mueve como un potro cuando es domado. Como viajamos tanto, estamos acostumbrados
a esas turbulencias y conversábamos en calma, en esta ocasión planificando el encuentro
con pastores que tendríamos en Santiago.
Al lado de José estaba sentada una dama anciana que, desde el momento en que se
montó en el avión, por sus acciones nerviosas y preguntas acerca de la seguridad de la nave,
seguramente estrenaba su primer viaje. Luego de lo que ocurrió, José me dijo que se había
fijado en que ella había gastado un rosario y ya estaba en el segundo, atribuido al
nerviosismo. José no se había dado cuenta de que estaba a punto de explotar.
José y yo seguíamos hablando cuando, luego de un salto inesperado del avión, la señora
no pudo aguantar más, y pegó un grito: «¡Por favor, que alguien haga algo religioso, o
todos pereceremos!»
Con esa calma que caracteriza a José, se levantó. Tomó un sombrero y con toda
seriedad, ¡comenzó a recoger una ofrenda!
La transición: Al lograr que la congregación se ría, el orador hace que la gente se
percate de que es alguien como cualquier otro; así la audiencia se prepara para escuchar lo
que sigue. Hay que cuidar, sin embargo, que si lo dicho causa mucha risa, la gente espera
más —a todos nos gusta reír. Pero cuidado, podemos perder tiempo contando chistes. Sea
una persona equilibrada. Tenemos que recordar que no hemos llegado a ese lugar sagrado
para hacer reír, sino para hacer pensar en aquello que viene de Dios. A su vez, ir de la risa a
una oración, me parece irrespetuoso. Así que siga contando lo alegre que está de haber
llegado, y contar algo de lo que espera Dios haga durante el tiempo que estén juntos. Con
esto ya se puede orar, leer la Biblia, y comenzar con la introducción al mensaje.
Alejandro y su terrible mal día
Trasfondo: Digamos que llega a una iglesia y encuentra que hay muchos niños y
jovencitos en la congregación. ¿Acaso va a ignorarlos? Horrible idea, ya que se nos dice
que el 75 por ciento de los que llegan al Señor como Salvador lo hacen antes de cumplir la
edad de 18 años. El buen predicador siempre debe tener algo preparado para atraer la
atención de ellos. En unas cuantas ocasiones me ha tocado este reto y para ello en mi
cuaderno de sermones llevo varios relatos:
ALEJANDRO Y SU TERRIBLE, HORRIBLE,
INCREÍBLE MAL DÍA
(por Judith Viorst —escrito para niños, preparándoles para la vida)
Anoche me dormí con chicle en la boca,
Hoy amanecí con chicle en el pelo.
Entré al baño con la camisa apretada bajo el codo,
Se me enganchó en el grifo y cayó al agua.
Me di cuenta que este sería un terrible, horrible,
increíble mal día.
Para el desayuno mamá nos dio manzanas.
La de Ñico era grande y jugosa,
La de Antonio era linda y dulce.
La mía tenía un gusano.
Creo que me iré a vivir a España.
Cuando salí para el colegio fui a darle un beso a papá.
Tropecé con la pata de la silla y caí sobre sus rodillas.
Todo hubiese salido bien, excepto que papá tomaba café…
Y el café le manchó la camisa.
En lugar de darme un beso me dio una paliza.
¡Qué terrible, horrible, increíble mal día!
En el colegio a la profesora Sánchez le gustó
el dibujo de un gato que hizo María,
También el barco que pintó Pablo.
Pero no le gustó el castillo invisible que pinté yo.
Luego Pablo me dijo que yo ya no era su mejor amigo,
Que ahora lo era Felipe García,
Y que Alberto Cruz era su segundo mejor amigo,
Que yo era solo su tercer mejor amigo.
De veras, me voy a vivir a España.
Para la cena, mamá preparó hígado; no me gusta el hígado.
En la televisión se besaban; tampoco me gustan los besos.
El agua para el baño estaba helada.
El jabón se metió en mis ojos.
Mi cometa se enredó en un árbol.
Perdí mi trompo.
Cuando me acosté, el gato no quiso dormir conmigo.
La lámpara al lado de mi cama se fundió.
Me mordí la lengua.
Antonio me robó la almohada.
De veras, este ha sido
un terrible, horrible, increíble mal día.
Mamá dice que hay días que son así,
¡Aún en España!
La transición: Digo algo así: «Ampliemos el panorama. En este relato tenemos la
descripción de la condición humana: Dolor, desilusión, decepción, disgusto, descontento,
desánimo. ¿Habrá remedio? ¿Es la vida toda un escenario de maldad, pecado, engaño y
vanidad? En el estudio de hoy, el apóstol Pablo nos cuenta cómo salir de nuestro
descontento».
El mago de Oz
Trasfondo: Aquí les ofrezco otro relato que sirve también cuando hay niños y jóvenes
en la audiencia. (Nótese que estos cuentos no solo les interesa a los jóvenes, también les
gusta a los adultos.) Para su información, parecido al relato que sigue, hay centenares de
historietas, por ejemplo, Las fábulas de Esopo. Todo predicador debería tener esta
colección en su biblioteca —¡cada una viene con su moraleja! Aunque no es de esa
colección, la ilustración que sigue tiene que ver con la mentira y la verdad:
¿Recuerdan a El mago de Oz? Me encanta esa escena en la conclusión de la historia
cuando Dorotea con sus amigos llegan al palacio. Son llevados al majestuoso trono del
mago y tiemblan ante su poderosa presencia. Las luces destellan y la poderosa voz de
trueno resuena sobre ellos. Todos están aterrorizados. Pero entonces Toto, el perro de
Dorotea, con sus dientes, abre la cortina. Al instante se dan cuenta de que todo lo que ven y
oyen viene de una fantástica maquinaria controlada por un mero ser hombre —el que
pretende ser el invencible mago. Al abrirse la cortina el farsante es desenmascarado.
Furiosa por el engaño, Dorotea lo acusa de ser una deplorable y deshonesta persona. A lo
que el mago contesta en su defensa: «Soy un muy buen hombre, pero muy mal mago».
La transición: Hoy quiero ser como el perro Toto que abre la cortina a cosas
escondidas que son falsas. Quiero que finjan que cada uno aquí es «Dorotea» y que hoy
serán testigos de una gran revelación que yace tras esa cortina que llamamos la Biblia.
¿Qué es el hombre?
Trasfondo: En una ocasión predicaba sobre el Salmo 8. Para interesar a la audiencia en
el tema, me puse a buscar varias caricaturas que pudiera usar para que se viera al hombre,
como muchos lo ven, de manera superficial. Encontré los siguientes detalles que usé como
introducción a mi tema:
Hay un impulso en el hombre que le hace hacer cada locura:
1. En el Estado de Texas un cowboy [vaquero], por un desafío, se comió 110 ajíes verdes
picantes (los llamados «habaneros») y lo hizo en quince minutos, rompiendo la marca
mundial de 94 ajíes comidos en 11 minutos. Llegó a ser conocido como «el habanero».
2. En la Universidad de Lousiana hubo una competencia que tenía que ver con agarrar uvas
con la boca. Se hacían parejas, y una tiraba las uvas mientras que el otro las agarraba con la
boca. El ganador fue un tal Arden Chapman que agarró una uva lanzada a una distancia de
86 metros. Luego, los chicos en la universidad le llamaban «el tragauvas».
3. En Japón hay una orquesta integrada por músicos que tocan los instrumentos bajo el agua.
Se conocen como «los mojados».
4. En Des Moines, Iowa, un hombre con su mujer estuvieron sentados en una bañera llena de
puré de vainilla un total de 24 horas con 34 minutos y 20 segundos. Su apodo: «la pareja
vainilla».
La transición: ¡Con qué facilidad despedimos al acto de creación más maravilloso de
Dios! ¿Qué es el hombre, poeta, vaquero, guerrillero, refugiado, administrador, constructor,
músico, teólogo, albañil, ama de casa, rey o presidente? La Biblia dice que el hombre es
mucho más que todo esto: sugiero que lean sus Biblias en el Salmo 8. (Luego de esos
comentarios, fui directamente a los puntos del mensaje):
I. Es un ser creado por Dios,
II. Es un ser amado por Dios
III. Es un ser limitado por Dios
IV. Es un ser coronado por Dios
2
11 Orlando Costas, Comunicación por medio de la predicación, Editorial Caribe, Miami, FL., 1973, p.
101.
33 Ramesh Richard, La escultura de la Escritura, Baker Books, Grand Rapids, Michigan, 1995, pp.
106-8.
Trasfondo: En una ocasión predicaba sobre la santidad —un tema que interesa poco,
especialmente a la gente joven. En mi libreta de sermones quedan los puntos que usé para
dar aquella enseñanza, pero la introducción estaba escrita palabra por palabra, como debiera
ser:
Esta mañana, antes de dar mi sermón, quiero hacerles una prueba. Después de cada
oración, por favor, indiquen si es verdadera o falsa, levantando la mano derecha si la
declaración es correcta, y levantando la izquierda para las falsas. Escuchen con cuidado:
1. Para ser una persona santa uno tiene que ser viejo, leer la Biblia una hora por día y pasar
tres horas en oración. ¿Verdadero o falso?
2. Para ser una persona santa uno no puede vivir en una casa lujosa, ni tener mucho dinero en
el banco, ni andar en un Mercedez Benz.
3. Para ser una persona santa uno se tiene que casar con una mujer fea, que se vista como la
gente del siglo pasado, y que tenga el pelo largo.
4. Para ser una persona santa uno no puede ser rico, ni ser un deportista profesional, ni
vestirse a la moda.
5. Para ser una persona santa uno tiene que retirarse del mundo, irse a un lugar apartado
(donde no haya televisión) y dedicar todo su tiempo a leer la Biblia y orar.
Ahora, mantenga estos valores en mente, y vayamos 1 Pedro 1:14–21 para ver lo que la
Palabra de Dios establece como bases para la santidad.
Nótese que esta introducción de una forma muy sencilla cumple el propósito
homilético. Las preguntas de la introducción logran:
a) interesar al público en el tema
b) obligar al público a analizar sus opiniones sobre el tema de la santidad
c) interesarles en cómo la Biblia define lo que es la verdadera santidad.
En segundo lugar, observe que una «ilustración» no es necesariamente un relato. En las
declaraciones 1 al 5 se «ilustra» lo que no es la santidad. Se hace sencillamente con
declaraciones que obviamente son falsas. En otras palabras, una ilustración representa el
mecanismo que un predicador usa para interrumpir lo que se está diciendo con el fin de
aclarar, explicar, definir, enfatizar o llamar la atención a un punto importante que quiere
hacer. Como predicadores queremos evitar mal entendidos, queremos hablar claro.
Ejemplo 2
Trasfondo: Digamos que el tema escogido es: «MÁS QUE VENCEDORES». El
pasaje bíblico de fondo es Romanos 8:31–39. ¿De qué manera se puede captar el interés de
los que llegarán a escuchar? Para que haya una victoria primero tiene que haber una lucha,
una tentación, algún problema grande. Nos ponemos, entonces, a buscar algo que de
inmediato nos muestre un problema que demande una solución dramática.
¿Qué les parece el relato siguiente como introducción al sermón titulado: «Más que
vencedores»?
¿Has llegado esta mañana a la iglesia con una serie de problemas que no sabes cómo
resolver? La realidad es que nuestros problemas individuales parecen ser muy grandes hasta
que los comparamos con los de otros. Pensemos del pueblo de Israel cruzando el desierto
por 40 años —se calcula que había dos millones entre hombres, mujeres y niños. Piense en
el problema que tuvo Moisés para abastecer sus necesidades diarias:
Dar de comer a 2 millones requiere mucha comida. Unos investigadores en materia de
estrategia militar hicieron el estudio y nos dan los siguientes cálculos:
• Moisés tendría necesidad de un total de 1,500 toneladas de comida por día.
• Para cargar esa cantidad de comida llevaría dos trenes, cada uno de kilómetro y medio de
largo.
• Ya que estaban en el desierto, para cocinar esa comida necesitarían leña: 4,000 toneladas al
día (varios trenes más, cada uno de kilómetro y medio de largo).
• También necesitaban agua para beber, lavar algunos trastes y bañarse ocasionalmente. El
ejercito calculó 11,000.000 de galones por día.
• Se necesitaría un tren de 2,500 kilómetros de largo diariamente para abastecer esa
necesidad.
• Piense solamente en lo que llevaría cruzar el Mar Rojo en una noche. Si cruzaron en una
sola fila, hubieran necesitado una fila de 1,000 kilómetros de largo durante 35 días. Para
cruzar en una noche, la brecha en el mar hubiera necesitado ser de 4 kilómetros de ancho
para poder facilitar a 5,000 cruzar pecho a pecho.
• Otra consideración. Para que acampara tanta gente en un sitio cada noche, era necesario
encontrar un área del tamaño de cualquier ciudad cosmopolita latinoamericana.
¿Cree usted que Moisés tenía todo esto arreglado y planificado antes de salir de Egipto?
Imposible. Dios fue el que se preocupó de estas cosas.
Ahora, si para un pueblo entero Dios fielmente suplió todas las necesidades que tenían,
¿cree usted que Él tiene alguna dificultad en suplir las necesidades de un solo individuo?
Creo que la ilustración sirve para mostrar a los que están en la congregación que hay un
Dios que nos hace más que vencedores. ¿Cómo seguir? Pues estableciendo el ambiente con
la ilustración, se va directamente al primer punto de su mensaje para que la congregación
conozca «El Dios que está a nuestro favor», v. 31.
Ejemplo 3
Trasfondo: Fui invitado a predicar a un grupo de jóvenes hace algún tiempo. Así que
decidí hablarles sobre el tema: LO QUE DEBE CREER CADA JOVEN CRISTIANO, y
escogí como texto lo que algunos llaman «la confesión binaria» de 1 Corintios 8:6: Para
nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y
nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y
nosotros por medio de él.
¿Cómo interesarles en este gran credo paulino? Recordé un libro de Ravi Zacharias4
donde se da un credo moderno escrito por la señorita Dorotea Sayers. Ella piensa que este
credo refleja los conceptos mayoritarios de los jóvenes de hoy:
Creemos en el «MarxFreudDarwinismo».
Creemos que todo es bueno con tal de que no hiera al prójimo, según nuestra mejor
definición de lo que significa lastimar, y de acuerdo a nuestros mejores conceptos.
Creemos en el sexo antes, durante y después del matrimonio.
Creemos en la terapia que recibimos cuando pecamos.
Creemos en el gozo del adulterio y que no hay nada malo en la sodomía.
Creemos que los tabúes son otro tabú.
Creemos que todo está en proceso de mejoría,
a pesar de las evidencias al contrario.
Esta merece ser investigada.
Pues con los datos uno puede comprobar cualquier cosa.
44 Este credo fue publicado en el libro de Ravi Zacharias, ¿Puede el hombre vivir sin Dios?, Word,
pp. 42-43.
Creemos que hay algo de cierto en los horóscopos, y también en los ovnis.
Creemos que Jesús era un hombre bueno, así como lo fue Buda, Mahoma o nosotros. Él
fue un gran maestro moralista, aunque pensamos que lo que se considera buena moral es en
realidad mala.
Creemos que todas las religiones son básicamente iguales.
Todas creen en el amor y en ser buenos.
Solo difieren en asuntos de relativa importancia como la creación, el pecado, el
infierno, en lo que es Dios, el cielo y la salvación.
Creemos que después de la muerte no hay nada —pues ningún muerto ha regresado
para contarnos del más allá. Si la muerte no es el fin, y si acaso hay algo más allá de la
tumba, ese lugar tiene que ser el cielo y por cierto todos iremos allá …con la posible
excepción de Hitler, Stalin y Genghis Khan.
Creemos en las conclusiones de Masters y Johnson:
lo que se elige siempre es algo que está a nivel promedio;
lo que está a ese nivel promedio es lo normal;
y lo que es normal es lo que es bueno.
Creemos en el desarme global.
Creemos que hay relación directa entre los armamentos y el derramamiento de sangre.
Todo el mundo ha de convertir sus espadas en arados, particularmente los de los
Estados Unidos y Rusia.
Creemos que cada persona es básicamente buena,
que a veces su comportamiento es malo, pero eso es culpa de la sociedad.
La sociedad está llena de condiciones y requerimientos.
Todas esas demandas y leyes que se nos imponen tienen la culpa de las cosas malas que
hacemos.
Creemos que cada persona debe encontrar la verdad que le parezca correcta.
La realidad se adaptará concordantemente,
También el universo se adaptará. Así cambiaremos la historia.
Creemos que no hay verdad absoluta, excepto la verdad que no hay verdad absoluta.
Creemos que todo credo debe ser abolido.
Creemos en el fluir ininterrumpido del pensamiento de toda persona, sea cual sea.
«¿Podría ser ese su credo?», pregunté al finalizar la lectura. Y continué introduciendo
mi lectura bíblica, diciendo: «El credo mío es muy antiguo. Tiene aproximadamente 1940
años y, a pesar de lo viejo que es, creo que todavía sigue siendo el más moderno del
mundo: Abran sus Biblia conmigo en el texto de 1 Corintios 8:6: Para nosotros hay un solo
Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor,
Jesucristo, por quien son todas las cosas y por medio del cual existimos.
3
Ejemplo 4
Trasfondo: En una ocasión se me pidió que diera un mensaje patriótico. Como es de
esperarse, escogí como base bíblica Romanos 13:1–7. El dilema era la introducción. ¿Qué
podía encontrar para que toda la congregación se interesara en el tema y se diera cuenta de
la importancia de ser buenos patriotas? Trabajé el pasaje de Romanos; hice mi bosquejo,
pero a pesar de buscar algo para la introducción toda la semana, nada encontré que me
satisfizo —para aquel entonces no había salido la película El Patriota, que seguramente
3Thompson, Les: El Arte De Ilustrar Sermones. Miami, Florida : Editorial Portavoz, 2001, S. 80
hubiera servido como para sacar una magnífica introducción. Sin embargo, el periódico del
viernes de esa semana vino a mi rescate. Allí en primera plana estaba mi introducción:
En la escuela secundaria, North Kingston High School, del estado de Rhode Island,
había tanta irreverencia durante el sonido del himno nacional que el director, Paul Rennick,
estableció una regla, demandando total silencio mientras la banda del colegio lo tocaba.
Seguramente la señorita Sara Sprague, de 17 años, con una voz hermosa y miembro del
coro del colegio, sabía cuál era la nueva regla puesta por el director. Sin embargo, cuando
la orquesta comenzó a tocar, ella no quiso mantener silencio. Para la alegre satisfacción del
estudiantado, y en total desafío al director, se puso a cantar a toda voz el himno nacional.
Como es de suponerse, esto trajo el acompañamiento de risas y los silbidos de sus
compañeros de clase, creando más irreverencia que nunca. Imagínese el dilema del director.
Mandó a que de ahí en adelante la señorita Sprague quedara en cuarentena en la oficina de
él mientras se tocara el himno. El problema mayor fue que la noticia llegó al periódico, que
formó un gran escándalo en el pueblo haciendo la pregunta: ¿Cómo se le puede prohibir
cantar el himno nacional a un patriota?
[Luego de contar el relato, dije:] Esta mañana he pedido que cantemos el himno
nacional, después del cual quiero considerar una sola pregunta: ¿Qué significa para usted
este himno?
Otra vez vemos que la introducción —en esta ocasión un relato— cumple su propósito:
capta la atención, hace resaltar una necesidad (el patriotismo), orienta en cuanto al
contenido del sermón, declara el propósito del mensaje e invita a la audiencia a responder a
ese propósito.
Un par de observaciones adicionales y seguimos considerando el uso de las
ilustraciones en el cuerpo del sermón. La primera es la manera en que se introduce la
introducción. La mejor regla es que se cuente la historia sin preámbulos. No hay que decir
dónde la encontró, ni bajo qué circunstancias, sencillamente entre directamente al relato o a
lo que ha preparado. En segundo lugar, dada la importancia de la introducción (ya hemos
mencionado que se debe escribir palabra por palabra), léala en voz alta hasta que tenga la
inflexión correcta, los gestos naturales, y hasta aprenderla de memoria. No se avergüence
leyendo algo que debe ser contado al comienzo del sermón.
4. El cuerpo del sermón
Ya dijimos que hay tres puntos o divisiones que saltan naturalmente del texto, y que
bajo cada uno de ellos hay varios subpuntos que ayudan al predicador a desglosar el texto.
No nos corresponde en este escrito explicar la manera en que se dividen los textos y se crea
un bosquejo, lo que nos importa es de qué manera usamos las ilustraciones en el cuerpo
principal de un sermón.
Primero, tenemos que comprender que hay que usar las ilustraciones en los lugares
apropiados, en los momento correctos, y con fines determinados. En otras palabras, no
colocamos un relato, ni contamos una historia, ni interrumpimos un pensamiento al azar.
Todo tiene su lógica. Dice Ramesh Richard:5
El propósito de las ilustraciones es para ilustrar. Es un error usarlas para alargar el
sermón. Ellas se usan para derramar luz, no para prolongar. Hacen que lo que se predica sea
entendible, pero no deben ser el punto focal del sermón. Tampoco se utilizan las
ilustraciones para entretener (aunque tengan cierto valor recreativo), sino que son para
55 Ibid., p. 125.
ayudar a la audiencia comprender el contenido, o a los reclamos hechos. Cuando
encontramos una ilustración poderosa, somos tentados a forzar el sermón alrededor de ella.
El resultado es que el sermón entonces toma el rumbo de la ilustración, y la audiencia sale
del servicio recordando la ilustración en vez del mensaje.
Digamos que estamos predicando sobre el tema de 1 Juan 2:15, ¡No améis al mundo!
Ya hemos dado la introducción y estamos en el primer punto:
I. ¿Cómo definimos esa palabra mundo?
En este primer punto se explica que se puede tomar la palabra mundo en un sentido
«literal», es decir, el planeta y todo lo que Dios ha creado. También se puede pensar en el
mundo en sentido «metafórico». El primer concepto, mundo como planeta, es fácil, no hay
que explicarlo, todos lo comprenden. Pero al introducir la idea de mundo en sentido
«metafórico» hay que dar una explicación. Es aquí, con el propósito de aclarar, que se
introduce la ilustración, como por ejemplo: Cuando era chico, por las cosas que había
escuchado del púlpito, pensaba que el mundo eran los cigarrillos, la bebida, el cine y la
pintura. Ahora que he tenido la oportunidad de conocer y estudiar algo, me doy cuenta de
que mundo tiene muchos sentidos. Por ejemplo, podemos hablar del mundo de Hollywood
(ese de las películas, artistas, junto con su modo de vivir), o podemos hablar del mundo
Europeo (pensando en Londres, París, Roma, Berlín y cómo se vive en esas tierras), o
podemos hablar del mundo moderno (las modas, el dinero, las industrias, las formas de
entretenimiento, las guerras, lo que ocupa la mente y el interés de los hombres). Es decir, ya
el mundo no se concibe en términos de planeta; no se concibe en términos infantiles y
simplistas; ahora lo vemos en términos de una forma humana de vivir.
[Aquí seguimos con el sermón, asociándolo con la ilustración que acabamos de dar:]
Para llevarlo un paso adelante, necesitamos pensar en términos bíblicos, necesitamos
comprender a este mundo nuestro dentro de los conceptos espirituales. Les doy la siguiente
definición: El mundo al que se refiere el apóstol Juan es todo ese sistema de existencia que
ha creado el hombre, cuyo príncipe es Satanás, en oposición al o en sustitución del reino
de Dios. Pensando en estos términos, leamos el versículo 15 de nuevo: No améis al mundo
ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en
él. Es decir, hay una forma, un estilo de vida que el hombre puede amar que no viene de
Dios, y que es odiado por Dios. Por ejemplo [es muy posible que al ver la reacción de la
congregación, usted se dé cuenta de que todavía no captan la idea bíblica de mundo,
entonces puede dar otra ilustración]:
En el periódico del martes salió un artículo sobre un barrio lleno de drogas y
drogadictos. Hablaron de cómo viven, los crímenes que cometen, los vicios terribles a los
cuales se han entregado, incluyendo la prostitución y el alcoholismo. Por lo que dice la
prensa, ese barrio es un mundo de perdición, y ay del joven que se asocia a ese estilo de
vida.
[Entonces siga con su prédica] Yo no amo ese mundo lleno de drogadicción, no quiero
que mis hijos estén metidos en él. Y eso es precisamente lo que nos está diciendo el Señor,
cuando habla del mundo pecaminoso que nos rodea. El problema nuestro es que hay
muchas cosas que nos gustan de este mundo. Eso conduce al segundo punto:
II. ¿Por qué nos atrae el mundo?
Veamos el versículo 16: Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne,
los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.
Nótese que Juan nos da tres áreas del mundo, tres cosas particulares que nos atraen, lo
cual nos distancia de Dios. [Al predicar , debemos tener mucho cuidado de diferenciar entre
lo que no es pecaminoso en el mundo y lo que sí es.] Ejemplos:
A. Los deseos de la carne
Se tiene que explicar cuál es el sentido de la palabra «carne» y cómo distinguir entre
deseos legítimos, como la comida, de aquellos deseos carnales perversos, como el sexo
ilegítimo. [Esto se puede hacer tanto con declaraciones claras o por medio de ilustraciones
(relatos, incidentes, etc.) o una combinación de ambos.]
B. Los deseos de los ojos
No olvide que hay dos mundos: el mundo del reino de Dios que se vive aquí en la tierra,
y el otro mundo, el que es contrario a Dios. Por esto tenemos que definir los términos con
claridad, y no confundir a nuestros oyentes. Por ejemplo, uno de los deseos de los ojos míos
es leer y estudiar la Palabra de Dios, otro es ver crecer al pueblo de Dios. Necesitamos ver
el gran contraste que hay entre estos dos mundos, el de Dios y el de la carne. Fíjese que la
admonición del apóstol es «no amar» —entregarse locamente a aquello que nos aleja de
Dios. Hay cosas de este mundo que podemos disfrutar —estas son las cosas puras, las que
no son pecaminosas. Pero siempre tenemos que recordar que lo que nos distancia de Dios
jamás puede ser amado. [Se puede dar una ilustración, es decir, un relato de alguien
bendecido con riquezas, que poco a poco se fue apartando de Dios al atender sus negocios
en lugar de atender a lo de Dios.]
C. La vanagloria de la vida
[Aquí tratamos todo aquello que da sentido a nuestra vida.] Algunos viven para hacerse
famosos, ganar mucho dinero, tener la mejor casa o auto del barrio, en lugar de vivir para lo
que es eterno. ¿Conoce gente que locamente se han entregado a buscar los beneficios del
mundo para perderlo todo? [Cuente acerca de uno, pues allí tiene su ilustración perfecta.]
III. ¿Por qué rechazar el mundo?
Veamos el versículo 17: Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de
Dios permanece para siempre.
A. El mundo pasa
[Para buscar una ilustración, piense en aquellas cosas que ya no importan, que van
pasando. Con unos minutos de concentración ciertamente podrá hallar varias.]
B. Los deseos pasan
Es interesante reconocer que nuestros apetitos cambian con el tiempo. [¿Cómo?
¿Cuáles? Explique cómo difieren lo apetitos de un joven con los de una persona de mediana
edad y, al hacerlo, ciertamente hará uso de buenas ilustraciones.]
Conclusión
[Yo preservaría la última frase para mi conclusión.] El que hace la voluntad de Dios
permanece para siempre. Si se piensa un poco, podremos recordar a algunos fieles
cristianos que le han dado la espalda al mundo a fin de vivir para Dios. Ahí tiene su
ilustración perfecta.
Ya que en el próximo renglón trataremos el tema de la conclusión, lea con cuidado lo
que sigue. Para una efectiva conclusión tiene que hacer más que simplemente contar una
buena historia.
5. La conclusión
Cada sermón debe contener tres elementos: 1) Presentación de la Palabra; 2)
Explicación de la Palabra; 3) Conclusión o aplicación de la Palabra.
Aunque se puede ir haciendo durante todo el sermón, la aplicación normalmente se
hace al final. Solo cuando la gente se da cuenta de que el pasaje bíblico tratado es para ellos
y debe operar realmente en sus vidas, es que el sermón se ha completado. Al no ser así,
¿qué valor tiene su predicación? La gente sale de la iglesia sin que se les haya dado la
Palabra de Dios. Y Palabra de Dios es lo que más se necesita hoy.
Hay varias preguntas indispensables que el predicador tiene que hacerse al preparar su
sermón:
a) ¿Para qué predico este sermón?
b) ¿Qué tiene que ver la porción bíblica leída con la gente que lo escucha?
c) ¿Cómo quiero que la audiencia reaccione a la explicación del mensaje que he hecho?
d) ¿Qué acción quiero que tomen?
Sin dar respuestas a estas preguntas usted no tiene un sermón; quizás dé una charla, o
un discurso, un ensayo, pero no ha predicado. ¿Cómo, entonces, se prepara la conclusión?
El muy destacado profesor de homilética, el Dr. Haddon Robinson, al tratar el tema usa
una interesante analogía:
Como lo sabe un piloto experimentado, hacer aterrizar un avión requiere una
concentración especial; así también un predicador capaz sabe que la conclusión requiere
una tremenda preparación. Como el piloto, el predicador habilidoso nunca debiera tener
dudas respecto de dónde aterrizará su sermón… El propósito del sermón es concluir, no
simplemente terminar. Tiene que ser más que un medio para salir de una situación: «Que
Dios nos ayude a vivir a la luz de estas verdades.» Tiene que ser más que pedir a la
congregación que se incline en oración … tiene que concluir, y el sermón tiene que
producir un sentido de finalidad. Como el abogado, el ministro pide un veredicto. La
congregación tiene que poder ver la idea completa, y saber sentir qué es lo que Dios le
demanda de acuerdo con la misma. Directa o indirectamente la conclusión responde a la
pregunta: «¿Estoy dispuesto a permitir que Dios traiga este cambio a mi vida?»6
El Dr. Robinson entonces muestra algunas maneras en que se prepara una buena
conclusión (le doy las cabeceras y añado unos comentarios propios):
Un resumen
De una forma que no luzca repetitiva, sino más bien importante, vuelva a dar los puntos
principales de su sermón, por ejemplo:
Esta mañana he procurado mostrarles que:
I. El poder que necesitamos viene del Espíritu Santo
II. Ese poder nos da la habilidad para proclamar con claridad el evangelio
III. Ese poder nos lleva a los lugares donde Él desea que prediquemos
Como alguien que en verdad ama a Dios, ¿estás dispuesto en esta mañana a que ese
poder de lo alto te llene? Con esa llenura, ¿te comprometes a proclamar fielmente el
evangelio a tus vecinos, a tus compañeros de trabajo, a tu familia, y a todos aquellos que
Dios ponga a tu lado? Con esa llenura, ¿estás dispuesto, si Dios te lo indica claramente, a ir
a cualquier parte del mundo para proclamar estas nuevas de salvación? Tengamos unos
momentos de oración en silencio. Si has estado dispuesto a buscar esa llenura divina con
estos fines, quiero que pases al frente como indicación de tu obediencia a Dios.
33 David F. Wells, Losing Our Virtue [La pérdida de nuestra virtud], Eerdmans, Grand Rapids,
Michigan, 1998, pp. 23-30.
esperamos que ellos vivan su religión en la privacidad, pues lo de la creencia de uno debe
ser algo personal y privado.
¡Ajá! Sin que nadie nos lo enseñe, hemos adoptado el secularismo: extraer del vivir
público cualquier cosa que tenga que ver con Dios y la piedad. El problema es que al no ser
pública nuestra vida espiritual, pronto ni en privado la vivimos.
Hace veinte años nadie pudo haberse imaginado el mundo como es hoy. Como estos
llamados «avances» interactúan entre sí, y se alimentan mutuamente, pronto producen un
mundo totalmente distinto al del pasado. Deténgase un instante y piense cómo vivíamos
hace solo veinte años y los cambios radicales que hemos experimentado. Pocos se quedan
para vivir en la misma ciudad toda la vida. La gente se muda con una facilidad y frecuencia
nunca antes pensadas. Cambian de empleos. Cambian de cónyuge. Cambian de vestido. Se
van a otra iglesia. Se cambian de moda. Lo que vale es lo nuevo; lo viejo se deshecha. Nada
es permanente. Como que el «cambio» es la clave dictatorial para nuestra nueva
modernidad, se llega a asumir (¿inocentemente? —quizás algunos hasta de manera
inconsciente) que lo viejo no tiene valor: ni la vieja generación, ni los viejos valores, ni la
vieja moral, ni la vieja iglesia, ni la vieja Biblia, ni el viejo Dios. Todo tiene que ser nuevo.
Nada del pasado sirve. Y como que parte de nuestra vida nueva requiere deslealtad (para
poder hacer tantos cambios), ideas de lealtad y fidelidad llegan a ser como cadenas que
tenemos que romper.
Lo fascinante es que el hombre promedio, al pensar de este mundo nuevo y moderno, se
cree que vive en la más civilizada generación que ha existido sobre la tierra. Mira los
progresos de la medicina, los inventos de la industrialización, la increíble tecnología, la
aviación con su facilidad de llevarnos tan velozmente a cualquier parte del mundo, mira los
sistemas de comunicación desde la radio hasta la cibernética, y concluye que somos los más
inteligentes, los más capaces, los más expertos, los más sabios, los superiores, los más
felices de todos los que hasta aquí han vivido.
Miden la vida en base a parámetros cuantitativos en lugar de cualitativos. Se olvidan
(quizás por no conocer la historia del mundo) que este moderno mundo ha eliminado la
variedad para crear un mundo monótono. Por todas partes se toma la misma Coca-cola, se
visten los mismos jeans y camisetas, se luce la misma moda, se usan los mismos colores, se
montan los mismos autos, aviones, barcos y trenes, se oye la misma música, se escuchan
los mismos programas de radio (aunque en distintos idiomas), se ve la misma televisión, se
disfruta de las mismas películas, se vive de la misma forma. Y hay aquellos que quieren
hacer de la Nueva Era la religión mundial. ¿Se puede llamar toda esta monotonía
«avance»? ¡A Dios gracias que no se come la misma comida… todavía!
El problema de la irreligiosidad de nuestro mundo
Somos la primera civilización importante de la historia que a propósito se establece sin
fundamentos religiosos. Toda otra civilización importante —sea la islámica, la hindú, la
católica, la protestante— siempre ha tenido una fuerte base religiosa. La civilización
moderna hace alarde de ser irreligiosa. Por ejemplo, un creciente número de nuestra
juventud moderna se jacta de no creer en absolutos morales. Es decir, no creen que el
adulterio o la fornicación es pecado, ni que la mentira, ni aun el robo (aun si no perjudica a
nadie) es malo. La conducta moral la establece el individuo de acuerdo a la situación, no la
establece la Iglesia —ni mucho menos la Biblia. Además, de que haya una verdad absoluta,
universal, venida de Dios, es aceptado. Al contrario, tales conceptos son absurdos. Hay
muchas verdades. Cada sociedad tiene su propia verdad. Nadie —ni nosotros los cristianos
— tiene derecho de imponer sus reglas o sus creencias sobre otros, como si lo que ellos
creen fuera la única verdad. Toda creencia tiene igual valor. Nadie puede pretender que
haya una verdad que debe ser aceptada por todo hombre en todo lugar y en todo tiempo.
Al propagar este tipo de creencia, se ha creado un vacío espiritual en el mundo, pues no
se puede levantar un concepto por encima de otro. Lo único aceptado como legítimo para
todos es el placer. Disfrutar de la vida, gozar de la vida. No hay nada más para darle sentido
a la vida, sino el placer. El único con el derecho de imponer algo es el estado, pues a través
de los jueces y la policía se controlan los excesos.
Como se ve, al parecer la Iglesia ha perdido su poder para juzgar, para castigar y para
imponer normas morales. Estos derechos han pasado al individuo y al estado.
El problema del mundo que invade nuestros hogares
La invasión que ha afectado a nuestro hogares ha sido insidiosa, aunque ciertamente no
silenciosa. Efectuó su entrada el día en que compramos un televisor. Recuerdo, cuando
joven, que se nos prohibía ir al cine, a veces con dichos insensatos, como: «Si vas al cine va
a regresar Jesús en las nubes y allí en el teatro te dejará». Temblábamos al cruzar por el
frente de un cine, sin ni aun atrevernos a leer los carteles pecaminosos, al contrario,
mirábamos hacia arriba, al cielo, para ver si acaso Jesús se asomaba. Pero ahora, ¿qué ha
pasado? Un aparato en el lugar más central de la sala proyecta exactamente las mismas
películas —a veces algunas mucho peores— y ahí inmóviles las tragamos todas.
«Oh, incongruencia, ¡eres una joya!» decía el sabio Shakespeare, sin imaginar que
nosotros los evangélicos seríamos los más incongruentes con nuestras reglas morales.
Ese aparato nos hace posible viajar por el mundo sin límites de distancia ni de idiomas.
Nos abre la puerta al pensamiento más raro y a las costumbres más extrañas, al punto que
ya nada nos parece ni raro ni extraño. A don Francisco lo hemos hecho más real y atractivo
que a los vecinos del barrio, y a Sábado Gigante el entretenimiento más gustoso de la
semana —preferible antes que el culto dominical. Ya, al ver cómo se visten (o dejan de
vestirse) las chicas en la televisión, ese modo de vestir es el mismo que lucen nuestras hijas
en las calles. Y la lujuria en los ojos de los hombres que las admiran, es la manera aceptable
de ver al sexo opuesto.
En nuestros hogares, por medio de un simple aparato, ha penetrado el mundo, y lo
tildamos de «avances técnicos». Por esa pantalla —y no desde el púlpito— fluyen los
conceptos de moralidad, de conducta, de pensamiento, de modernidad. Ese pequeño aparato
toma el pensamiento de la gente más impía —antidiós— del mundo y las filtra, pedacito
por pedacito, a nuestras salas en maneras que las podemos saborear, masticar y digerir, sin
darnos cuenta de lo lejos que están de Dios y su Santa Palabra.
Con un poder casi omnipotente nos dominan esas imágenes que destellan hora tras hora,
día tras día. Nuestra frágil psiquis, bajo el peso de tanta información, rápidamente pierde su
capacidad para discernir entre lo bueno y lo malo.
¿Qué posibilidad tiene el pastor, una vez a la semana, de contrarrestar toda esa falsedad
en cosa de una hora? Lo que hemos estado viendo, escuchando y aceptando un promedio de
ochenta y seis horas a la semana es tan persuasivo que, cuando oímos la verdad divina los
domingos, nos es casi imposible reconocerla como verdad de Dios.
Bajo tal influencia, ¿quién gana? ¿Dios o el mundo?
Pregúntele a un joven cristiano promedio lo que opina acerca del divorcio. Hoy, para la
mayoría es una opción aceptable, a pesar de que Dios dice que «odia» el divorcio (Mal
2:16). Pregúntele lo que opina del sexo fuera del matrimonio, diría que eso no es pecado,
no importa lo que Dios dice. Pregúntele respecto a la mentira, el alcohol, la danza, las
drogas, el placer y encontrará que para él todo es relativo, no hay una verdad absoluta.
Pregúntele acerca de lo más importante en la vida, diría que es gozarse, disfrutar de la vida.
Hoy, ¿a quién se le ocurre que lo más importante de la vida es agradar a Dios y buscar la
voluntad de Él? La gran mayoría de las respuestas de la juventud cristiana moderna a las
preguntas fundamentales de la vida es mucho más afín a lo que creen los no creyentes que a
lo que enseña la Palabra de Dios.
¿Por qué esta exposición?
Simplemente para apuntar la increíble importancia de la predicación en nuestros días.
Hace falta nuevamente estimular la reverencia ante el púlpito como el lugar central
seleccionado por Dios para que sus santos escogidos hablen al pueblo. Hoy día ese púlpito
está comprometido por mensajeros que Dios no ha llamado, por entretenimientos que Dios
no ha ungido, por sustitutos que Dios no ha escogido como medios para hablar a su pueblo.
Necesitamos hombres de Dios, que cuando suban al púlpito nadie dude de que Él los ha
enviado para hablar en su lugar. Hombres autorizados por Dios, llenos de la Palabra de
Dios, que con sabiduría y capacidad puedan para hacer volver el pueblo a Dios. Hoy día,
¿dónde están esos pastores?
Conclusión
Por tanto, pastores, oíd palabra de Jehová: Vivo yo, ha dicho Jehová el Señor, que por
cuanto mi rebaño fue para ser robado, y mis ovejas fueron para ser presa de todas las
fieras del campo, sin pastor; ni mis pastores buscaron mis ovejas, sino que los pastores se
apacentaron a sí mismos, y no apacentaron mis ovejas; por tanto, oh pastores, oíd palabra
de Jehová. Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo estoy contra los pastores; y
demandaré mis ovejas de su mano, y les haré dejar de apacentar las ovejas; ni los pastores
se apacentarán más a sí mismos, pues yo libraré mis ovejas de sus bocas, y no les serán
más por comida.
Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las
reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas
esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron
esparcidas el día del nublado y de la oscuridad … Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré
aprisco, dice Jehová el Señor. Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada,
vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil; mas a la engordada y a la fuerte
destruiré; las apacentaré con justicia
(Ezequiel 34:7–12, 15–16).
APÉNDICE
Acerca de las ilustraciones
Dr. Osaldo Mottesi1
La ilustración2
1
1 Osvaldo Mottesi, Predicación y misión, LOGOI, Inc., Miami, 1989, pp. 249-257.
2
2 Sobre este tema reconocemos las influencias recibidas a través de la lectura de James D.
Robertson, Ilustraciones para sermones y el uso de fuentes de consulta, Rodolfo G. Turnbull (ed.
gen.), Diccionario de la Teología práctica: Homilética, op. cit., pp. 27-37, y F.D. Whitesell y L.M.
Entre los materiales para la elaboración de sermones, este es uno de los recursos más
importantes y necesarios para hacer de la predicación una comunicación eficaz. Según las
estadísticas, el estudiante latinoamericano promedio durante sus años de escolaridad pasa
ante las pantallas de cine o televisión quince mil quinientas horas, muchas más de las que
pasa en las aulas de clase. El joven estadounidense se devora al año dieciocho mil páginas
de historietas (comics). La venta y especialmente el alquiler de videocasetes alcanza
proporciones imposibles de cuantificar a nivel mundial. La venta anual de discos sobrepasa
la astronómica cifra de los quinientos mil millones anuales en el mundo; número este
superado por la venta de audiocasetes.3
Estamos viviendo cada vez más en una sociedad saturada de imágenes y sonidos.
Experimentamos el paso acelerado de una civilización verbal a otra visual y auditiva. A
esto se agrega lo que las ciencias de la comunicación y la educación han comprobado. Esto
es, que captamos conocimientos a través de nuestros cinco sentidos, según los siguientes
porcentajes: ochenta y cinco por ciento por lo que vemos, diez por ciento por lo que oímos,
dos por ciento por lo que tocamos, uno y medio por ciento por lo que olemos, y uno y
medio por ciento por lo que gustamos.
Es por ello que predicar exige un lenguaje pictórico. Las congregaciones están cada vez
más habituadas a la imagen mental. El uso del lenguaje abstracto condena la predicación
al fracaso. Esto no es un problema meramente comunicativo, sino también teológico. No es
solo que nuestros oyentes no entiendan o que les cueste demasiado seguir los argumentos
puramente abstractos y por consiguiente se aburran y desconecten de la predicación, sino
que nuestro Dios se revela a la humanidad a través no de abstracciones sino de personas y
situaciones concretas de la vida diaria. Las grandes afirmaciones de la fe cristiana nos
llegan en forma de símbolos tales como la cruz, el bautismo y la santa cena. Nadie puede
comunicar adecuadamente las verdades del evangelio sin hacer uso de alguna clase de
imágenes que reflejen lo concreto. Somos desafiados, en esta generación alimentada en
base a películas, saturada por la radio y bombardeada por ritmos frenéticos, a predicar
vívidamente, transformando el oído en ojo, ilustrando, pintando cuadros que fijen
gráficamente en la mente las verdades de Dios. Alrededor del setenta y cinco por ciento de
las enseñanzas de Jesucristo en el Nuevo Testamento contienen algún tipo de elaboración
pictórica. Predicar a través de imágenes, es decir, utilizando ilustraciones, es usar el método
con el cual Jesucristo predicó y enseñó las verdades centrales de la fe cristiana.
Las ilustraciones pueden surgir de una sola palabra, una frase breve, una oración
gramatical completa, o uno o varios párrafos. La extensión no es lo más importante, aunque
la brevedad y precisión son virtudes de toda buena ilustración.
Por otra parte, la experiencia nos enseña que los predicadores que manejan un lenguaje
claro, preciso y significativo tienen menos necesidad de recurrir a las formas más
tradicionales de ilustración. Su propio lenguaje, lleno de figuras, se constituye en un
constante material de apoyo. Para muestra, damos un ejemplo del predicador Cecilio
Arrastía, maestro en cuanto al uso del lenguaje figurado: «Jesucristo es la esquina de la
55 Cecilio Arrastía, Jesucristo, Señor del pánico, Casa Unida de Publicaciones, México, 1964, p. 8.
2) La ilustración ayuda a ver ese principio en acción.
3) La ilustración ayuda a realizar la aplicación del principio.
4) La ilustración ayuda a demostrar la necesidad y la ventaja de ese principio.
5) La ilustración ayuda a demostrar la frecuencia del principio.
6) La ilustración ayuda a demostrar que puede haber resultados peligrosos si no se pone en
práctica el principio que ella ilustra.6
Los predicadores podemos tener diversos propósitos al usar una ilustración, y esta
puede satisfacerlos todos. La clave reside en la cuidadosa selección y elaboración de buenas
ilustraciones. Escojamos y preparemos, entonces, ilustraciones comprensibles, apropiadas,
interesantes, gráficas, breves y dignas de crédito. Huyamos de las muy trilladas, ya
conocidas de todos. Jamás preparemos un sermón en torno a una ilustración. Las
ilustraciones que necesitamos explicar, no sirven. Eliminemos toda inexactitud e
imprecisión en nuestras ilustraciones. Seamos cuidadosos en el número de ilustraciones en
cada sermón; usar la cantidad de ilustraciones apropiadas por cada división principal del
bosquejo es un buen criterio.
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4Thompson, Les: El Arte De Ilustrar Sermones. Miami, Florida : Editorial Portavoz, 2001, S. 121