Antepara Jose M. - Miranda y La Emancipacion Suramericana
Antepara Jose M. - Miranda y La Emancipacion Suramericana
Antepara Jose M. - Miranda y La Emancipacion Suramericana
LA EMANCIPACIÓN
confines el sabor de la dignidad en el ejercicio libre y autónomo de su sober-
anía.
José María Antepara, héroe ecuatoriano que coincide plenamente con los
Carmen Bohórquez
Licenciada en Filosofía de la Universidad
planes independentistas de Miranda, se encuentra también en Londres y en
fértil conversación con el venezolano crean La emancipación suramericana, SURAMERICANA
del Zulia (Summa Cum Laude). Maestría publicada originalmente en inglés, francés y español y, por primera vez,
en Filosofía de la Universidad de Michigan presentada íntegramente en español por Biblioteca Ayacucho. Claves Políticas de América es una colec-
y Doctorado en Estudios Hispánicos y Un breve artículo del filósofo James Mill (escrito también en colaboración con
Latinoamericanos de La Sorbona de París Miranda), aparecido en la Edinburgh Review (1909), sirve de punto de anclaje 1 ción creada por Biblioteca Ayacucho con
el propósito de recoger lo más significa-
(Summa Cum Laude). Profesora Emérita para casi doscientos documentos entre cartas, discursos, memorias, proclamas,
LA EMANCIPACIÓN
confines el sabor de la dignidad en el ejercicio libre y autónomo de su sober-
anía.
José María Antepara, héroe ecuatoriano que coincide plenamente con los
Carmen Bohórquez
Licenciada en Filosofía de la Universidad
planes independentistas de Miranda, se encuentra también en Londres y en
fértil conversación con el venezolano crean La emancipación suramericana, SURAMERICANA
del Zulia (Summa Cum Laude). Maestría publicada originalmente en inglés, francés y español y, por primera vez,
en Filosofía de la Universidad de Michigan presentada íntegramente en español por Biblioteca Ayacucho. Claves Políticas de América es una colec-
y Doctorado en Estudios Hispánicos y Un breve artículo del filósofo James Mill (escrito también en colaboración con
Latinoamericanos de La Sorbona de París Miranda), aparecido en la Edinburgh Review (1909), sirve de punto de anclaje 1 ción creada por Biblioteca Ayacucho con
el propósito de recoger lo más significa-
(Summa Cum Laude). Profesora Emérita para casi doscientos documentos entre cartas, discursos, memorias, proclamas,
Humberto Mata
Presidente (E)
1
Carmen Bohórquez
Prólogo
EL AÑO DE 1810, en Londres, estuvo dominado por las noticias que lle-
gaban de España acerca del desmoronamiento de la monarquía, ante la con-
solidación de la ocupación napoleónica y el resurgimiento de las autonomías
locales como mecanismo de resistencia ante el invasor. Se expandía igual-
mente el temor de que los codiciados territorios americanos cayeran también
en manos del emperador francés. Francisco de Miranda, refugiado en Trinidad
luego del fracaso de su expedición, había regresado a la capital inglesa en los
últimos días de 1807, al vislumbrar que ocurriría lo que ese año 1810 le estaba
mostrando al mundo y que para él representaba una oportunidad excepcional
para reintentar organizar una nueva expedición libertadora contra el dominio
colonial español en la América del Sur. A su entender, dado el aislamiento en
que Napoleón había colocado a Inglaterra, a ésta no le quedaba otro camino,
si no quería asfixiarse económicamente, que impedir que el emperador incor-
porara América a sus dominios; y esto sólo podría lograrlo ayudando a estas
colonias a conquistar su independencia. Con estas ideas en mente regresa,
pues, Miranda a Londres a fines de 1807, dispuesto a emplear todos los medios
a su alcance para que esta vez la expedición fuera lo suficientemente poderosa
como para que sus compatriotas no temieran sumarse al ejército colombiano
de la libertad. De esta manera, se haría finalmente posible el establecimien-
to de una gran república de hombres y mujeres libres en la América del Sur:
su Colombia1.
1
Cuando Miranda concibe, en 1783, la idea de la independencia de las colonias de la América del
Sur respecto al dominio español (al igual que lo habían hecho las colonias de la América del Norte
respecto a Inglaterra), piensa también en la necesidad de contar con un nombre que distinguiera,
en el concierto de las naciones libres, a la República que nacería una vez que esas colonias se
biblioteca ayacucho IX
Convencido de esta posibilidad, Miranda emprende, desde el inicio mis-
mo de esta nueva etapa en Inglaterra, una intensa campaña epistolar dirigida
a los miembros de los cabildos de las más importantes ciudades coloniales,
así como a otros “hombres capaces y virtuosos” con influencia política en su
respectiva región, para incitarlos a que, aprovechando el debilitamiento del
imperio español y mediante la concertación de los esfuerzos de todos, se de-
clararan definitivamente independientes.
Paralelamente, intensifica la presión sobre el gobierno inglés para de-
cidirlo a otorgar el apoyo tantas veces requerido e igualmente negado. Pero
esta vez no se conformará con las gestiones privadas de algunos amigos o las
suyas propias, sino que buscará multiplicar esa presión generando una opi-
nión pública favorable a la inmediata intervención de Inglaterra en pro de la
independencia hispanoamericana. Cuenta para ello, con la fama que la propia
prensa inglesa le había otorgado al cubrir durante varios meses los avatares
de la expedición de 18062, y con la amistad de personajes clave en el mundo
político e intelectual inglés.
En el cumplimiento de este objetivo deviene estrecho colaborador del es-
critor William Burke, un ferviente defensor de la independencia de las colonias
hispanoamericanas, pero también de los intereses de Inglaterra, y quien había
publicado, en 1807, un pequeño libro titulado South American Independence;
or, the Emancipation of South America, the glory and interest of England, en el
que trata de probar que ambos objetivos se avenían de manera casi inevitable.
En 1808, con la evidente colaboración de Miranda y quién sabe si es-
timulado por éste, publica un segundo libro en el que amplía y refuerza los
argumentos dados anteriormente en defensa de la causa de la independencia:
Additional Reasons for our immediately emancipating Spanish America3. En
este escrito, Burke insiste en la necesidad de una intervención inmediata de
emanciparan e integraran en una sola nación. Para esta república libre y unida crea el nombre de
Colombia y, más tarde, el gentilicio colombianos. Este nombre no debe confundirse con el de Co-
lombeia, utilizado exclusivamente por el Precursor para designar el conjunto de los documentos
que tienen que ver con Colombia, es decir su archivo.
2
Cfr. Jesús Rosas Marcano, El “Times” de Londres y la expedición de Miranda a Venezuela (1806).
Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1964.
3
En 1809, William Burke marcha a los Estados Unidos y al año siguiente llega a Caracas, donde
participa activamente en favor de la declaración de independencia. Durante los años 1810-1812,
Burke publica en la Gaceta de Caracas, una serie de artículos bajo el título Derechos de la Amé-
rica del Sur y de Méjico, los cuales serán luego recogidos en una obra que con el mismo nombre,
será editada en esa misma época en dos volúmenes. Cuando Miranda regresa a Caracas, a fines
de 1810, Burke se convertirá en uno de sus más enconados detractores.
4
Archivo del general Miranda. Edición de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1929-
1950, (24 v.) t. XVIII, pp. 105-109 (Archivo original. Negociaciones, t. VII, fol. 174).
5
Juan Pablo Viscardo y Guzmán (1748-1798), nacido en Arequipa, Perú, formó parte del contingente
de jesuitas expulsados de América por Carlos III en 1767. Exiliado en Italia, intenta conseguir en
1781, a través de los representantes ingleses ante el gran ducado de la Toscana, que Inglaterra apoye
el levantamiento de Túpac Amaru. En ese momento, Viscardo sólo se planteaba la liberación del Perú
y con esta intención viaja a Londres en 1782, donde permanece hasta mayo de 1784, regresando
luego a Italia. En 1791 escribe su larga y fundamental Carta a los españoles-americanos, en la que ya
argumenta a favor de la independencia global de la América meridional. En ese mismo año regresa
a Londres y retoma sus contactos con el gobierno, pero sólo logra obtener una pensión de 300 libras
esterlinas, lo que le permitirá radicarse en la capital inglesa. Sin llegar siquiera a publicar su Carta,
muere en esa ciudad a fines de febrero de 1798. La Carta a los españoles-americanos, redactada
originalmente en francés, será difundida en esa lengua por Miranda en 1799, y en español en 1801,
por obra también de Miranda. En ambas ediciones, Miranda agrega una lista de 315 de los jesuitas
expulsos que para el momento vivían en Italia; lista que había obtenido durante su viaje por esa re-
gión en 1785, y que fue completando luego. Vale además aclarar que el Precursor no llegó a conocer
a Viscardo, pero entró en posesión de sus papeles gracias a Rufus King, representante de los Estados
Unidos en la Corte de Londres, amigo de Miranda y a quien Viscardo había legado todos sus bienes.
6
Miranda manda a fijar la Proclama en la puerta de la catedral de Coro y ordena se lea pública-
mente la Carta de Viscardo, en la plaza mayor, dos veces al día.
biblioteca ayacucho XI
vación de los esclavos negros de Haití, con sus radicales consecuencias sobre
sus amos blancos, obligaban a Miranda a explicar y reivindicar su actuación
durante la Revolución francesa y, en particular, a dejar claramente establecido
que la revolución que propiciaba para la América meridional, no tenía nada
que ver con el jacobinismo que había ensangrentado la Francia. De allí que,
comprendiendo que una falsa imagen de su persona y de las verdaderas di-
mensiones de su proyecto emancipador, podría hacerle perder la oportunidad
tan largamente esperada, Miranda redobla sus esfuerzos de propaganda y de
presión pública.
Hacia esa misma época y siguiendo la misma estructura argumentativa
del trabajo de Burke, pero con un alcance mayor, el Precursor comienza a
trabajar junto al filósofo y economista inglés James Mill, en la preparación de
un nuevo artículo que Mill publicará en The Edinburgh Review, en enero de
1809, con el título de “Emancipation of Spanish America”7. Será este ensayo,
originalmente de treinta y cuatro páginas, el que, al año siguiente, dará ori-
gen a la obra que Biblioteca Ayacucho ofrece al público casi doscientos años
después y por primera vez en español: South American Emancipation*. Esta
última obra apareció firmada por José María Antepara8, pero al igual que el
7
Un resumen de este trabajo será reproducido al poco tiempo por un periódico norteamericano
[Archivo del general Miranda, ed. cit., t. XXIII, pp. 117-120 (Arch. Orig., Neg., t. XVII, fol. 104)].
Igualmente, el ensayo es largamente comentado en el Correio Braziliense, periódico publicado
también en Londres. Por otra parte, en el caso de James Mill, su prestigio y su vinculación personal
con los medios impresos ingleses, garantizaba de antemano la aparición del artículo, mucho más
que si Miranda o cualquier otro, se hubieran empeñado en suscribirlo.
* Al artículo de Mill, Antepara sólo agrega dos notas a pie de página (nota 2, p. 13 y nota 8, p. 31);
completa la cita tomada del periódico The Morning Chronicle (ver infra) e incluye 13 párrafos más
de la carta de Viscardo. El resto del texto permanece igual. Su aporte estuvo en la inclusión del
gran soporte documental que aparece como anexo.
8
José María Antepara (1770-1821), nacido en Guayaquil, llega a Londres en 1809 procedente de
México, donde se había radicado y se dedicaba a actividades relacionadas con la minería. Ligado
a los círculos revolucionarios de la Nueva España, se traslada a Inglaterra en actividades comercia-
les, pero muy pronto, como él mismo refiere en el “Prefacio” de esta obra, entra en contacto con
Miranda. A partir de allí se convertirá en uno de los más entusiastas colaboradores de la campaña
editorial iniciada por el Precursor, no sólo en lo que se refiere a esta obra, sino también a la publi-
cación del periódico El Colombiano. De hecho, será el intermediario entre Miranda y el impresor
de ambos trabajos editoriales, R. Juigné [Archivo del general Miranda, t. XXIII, pp. 361-362 (Arch.
Orig., Neg., t. XVIII, fol. 141-142)]. Luego de iniciado el proceso independentista en América,
Antepara se traslada a Venezuela, incorporándose, a instancias de Miranda, al ejército patriota.
En 1814, lo encontramos combatiendo en Guayaquil y luego de la independencia de Ecuador,
participará en la redacción de los principios constitucionales y en la formación del gobierno de la
nueva república. Muere asesinado en 1821.
dades de Nueva España, obtenidos tal vez por el Precursor durante su paso por Bolonia y siendo
posiblemente él, el primero en utilizarlos y darlos a conocer.
11
El primer número apareció el 15 de marzo de 1810. Cada número estaba compuesto de ocho
páginas impresas recto-verso, a dos columnas.
12
El Colombiano, No 1 (ed. facsímil), “Prólogo” de Caracciolo Parra Pérez, Publicaciones de la
Décima Conferencia Interamericana, Caracas, 1952, p. 1.
13
Cfr. Carta del representante español en Londres, Apodaca, al virrey del Perú. En Ángel Grisanti,
Miranda juzgado por los funcionarios españoles de su tiempo, Caracas, J. Grisanti Editores, 1954,
p. 142. Ver, igualmente, Salvador Méndez Reyes, “La relación de Miranda con los novohispanos
Fagoaga Villaurrutia”, El papel de Miranda y de su generación en la emancipación latinoamerica-
na: identidad latinoamericana, integración regional y gobernabilidad, Actas del Simposium del 51
Congreso Internacional de Americanistas, Santiago de Chile, 2003 (en prensa).
14
Se puede documentar su recepción en Caracas, Buenos Aires, Santa Fe y la isla de Trinidad. Asi-
mismo, hay referencias de su envío a Veracruz, México, Río de Janeiro y La Habana. Cfr. Archivo
del general Miranda, ed. cit., t. XXIII, pp. 489, 514 (Arch. Orig., Neg., t. XIX, fol. 240 vto.); Ángel
Grisanti, op. cit., pp. 143 y ss.; J.M. Antepara, op. cit., pp. 291-292.
15
Aunque no estaba hecho para distribuirse en Londres, Miranda hacía llegar ejemplares del
periódico a ciertos personajes del gobierno inglés, con la intención de mostrar que el deseo de
independencia era ya indetenible. Otros ejemplares cayeron en manos de los representantes es-
pañoles, quienes exigieron de inmediato a las autoridades inglesas que se impidiera su impresión.
De allí que al poco tiempo Miranda se viera obligado a suspender su publicación: “Que El Colom-
biano no lo inquiete más, hemos tomado toda la precaución posible; y este No 5 será el último,
por ahora”. Carta de Miranda a Vansittart, fechada en junio de 1810. Archivo del general Miranda,
ed. cit., t. XXIII, pp. 424-425 (Arch. Orig., Neg., t. XIX, fol. 105).
biblioteca ayacucho XV
al imperio inglés, sin medir las consecuencias que la conquista de esta inde-
pendencia pudiera tener sobre sus respectivas colonias de la América del Sur.
Miranda formó parte de esas fuerzas enviadas por España y no le fue ajena la
paradójica experiencia. Las reflexiones que tal evento pudo haberle suscitado,
aunado a conflictos personales cada vez más álgidos con la propia estructura
militar y con la concepción que la animaba, le llevaron a tomar la decisión de
desertar del ejército real y embarcar hacia los Estados Unidos el 1o de junio de
1783. Tres órdenes de arresto por parte del Estado español y otra dictada por el
Tribunal de la Inquisición, contribuyeron también a empujar su decisión.
Luego de recorrer durante año y medio los Estados Unidos, experimen-
tando y estudiando la organización y consecuencias de un gobierno republi-
cano sobre la vida de los ciudadanos, Miranda se traslada a Londres, donde
se dedica a estudiar los principios y aplicación de la Constitución británica,
considerada entonces el modelo político por excelencia; pero, sobre todo,
donde comienza a armar su propia estrategia de acción política con miras a
sensibilizar a Europa respecto a la necesidad de apoyar la independencia de
las colonias hispanoamericanas. Se ocupa también de darse a conocer ante los
potenciales aliados, como el hombre llamado a dirigir ese proceso. Su primer
paso en esa dirección, a escasos meses de haber llegado y mucho antes, inclu-
so, de iniciar con este mismo propósito las conversaciones o “negociaciones”
con el gobierno inglés, fue el de hacer publicar una nota de prensa en The
Morning Chronicle16, anunciando que la llama de la libertad había iniciado su
camino hacia los dominios de España en la América del Sur, y que esta llama
estaba siendo portada por un americano español de excepcionales cualidades,
recientemente llegado a Londres17.
16
El periódico The Morning Chronicle, apareció en Londres por primera vez en 1769, pero se hizo
realmente popular a partir de 1789, cuando fue adquirido por James Perry, un decidido partidario
de los Whigs. Su apertura hacia las ideas progresistas pronto lo llevó a tener en sus páginas a las
mejores plumas radicales de Inglaterra, entre ellas las del filósofo James Mill y más tarde, la de su
hijo, John Stuart Mill; el primero de ellos, gran amigo de Miranda. Las posiciones políticas de este
periódico le trajeron no pocos conflictos con las autoridades, siendo su director llevado a juicio en
diversas ocasiones, e incluso a prisión. Para 1810 la circulación del periódico alcanzaba los 7.000
ejemplares, y su influencia se hacía sentir. Cerrado en 1862, contó también entre sus colaborado-
res con Charles Dickens, quien en 1834 comenzó a publicar allí sus primeros cuentos.
17
“The Morning Chronicle, sábado 20 de agosto de 1785. AMÉRICA ESPAÑOLA. La llama que se
ha iluminado en Norteamérica, como era de esperarse, ha iniciado su camino hacia los dominios
de España... Estamos bien seguros de que en estos momentos se encuentra en Londres un Ameri-
cano español de gran importancia, que posee la confianza de sus conciudadanos y que aspira a la
gloria de ser el libertador de su país. Se trata de un hombre de ideas sublimes y espíritu penetrante,
diestro en idiomas antiguos y modernos, conocedor de los libros y familiarizado con el mundo...
Este caballero, después de haber visitado cada provincia de Norte América, vino a Inglaterra, a la
que considera como la madre patria de la libertad, y la escuela de la ciencia política...” (traduc-
ción mía). Archivo del general Miranda, ed. cit., t. V, pp. 301-302 (Arch. Orig., Viajes, t. VIII, fol.
43). Ver el texto completo del artículo en esta misma obra, pp. 24-25. Aunque J.M. Antepara lo
atribuye a The Political Herald and Review, en realidad este periódico lo toma, varios días después,
del ya mencionado The Morning Chronicle. En la obra original, pp. 14-15. En el artículo de Mill la
cita se detiene en “la gloria de ser el libertador de su país”. Antepara completa el resto.
18
Periódico fundado en 1766 y publicado en Cabo Francés (hoy Cabo Haitiano), en Saint-Domin-
gue (hoy Haití). Dada la posición estratégica de este puerto en relación con las operaciones mili-
tares que en ese momento estaban teniendo lugar en el Caribe, Bernardo de Gálvez, comandante
de la fuerza española en la zona, había establecido allí su cuartel general.
19
Carta de Robert Smith a Miranda, 6 de diciembre de 1782. Arch. Orig., Viajes, t. XXI, fol. 58 (Ed.
Dávila, t. V, p. 234; Colombeia, t. II, p. 350).
20
Nombrado, en 1792, mariscal de Francia y, luego, teniente general del ejército revolucionario fran-
cés, Miranda participará, con suerte diversa, en las primeras batallas que tienen lugar en defensa de la
revolución contra la alianza monárquica. Para un estudio detallado, ver la obra ya clásica de Carac-
ciolo Parra Pérez, Miranda y la Revolución Francesa, Caracas, Ediciones del Banco del Caribe, 1989.
21
Opinion du Général Miranda sur la situation actuelle de la France et sur les remèdes convena-
bles à ses maux, Paris, Imprimerie de la rue de Vaugirard, No 790, An troisième de la République
Française, 1795.
22
Antoine Quatremère de Quincy (1755-1849), nacido en París, historiador y arqueólogo, partida-
rio de una monarquía liberal a la manera inglesa, se mantuvo apegado a los principios contenidos
en la Constitución francesa de 1791 y rechazó la radicalización que se sigue con Robespierre.
Diputado en la Asamblea Legislativa y luego en el Consejo de los Quinientos, participará acti-
vamente en la confrontación de ideas que sacude a la Francia revolucionaria. Detenido varias
veces, condenado a muerte, logra escapar de ella, ocultándose. Viviendo en la clandestinidad
conoce a Miranda, quien enfrentaba problemas semejantes. La condena de ambos a esta acción
de Napoleón, inicialmente dada a conocer de forma anónima a través de la prensa, es recogida
y publicada por primera vez con su firma, por Quatremère de Quincy en 1796, con el título de
Lettres à Miranda. Una edición en español, Cartas a Miranda, fue publicada en Caracas, en 1998,
por el Instituto del Patrimonio Cultural.
23
El archivo de Miranda fue localizado en Inglaterra, a comienzos de los años 20 del pasado siglo,
por el historiador norteamericano William Spencer Robertson en el castillo de la familia Bathurst,
descendientes de lord Henry Bathurst, ministro de la Guerra inglés en la época en que Miranda
es detenido en La Guaira y entregado a los españoles. El archivo, embarcado la noche antes en
la goleta que debía transportar al Generalísimo fuera de Venezuela a fin de reorganizar fuerzas y
liberar nuevamente la república, perdida en manos de Monteverde, llegó a salvo a Curazao, en
ese entonces posesión inglesa. Los sesenta y tres volúmenes del archivo fueron luego enviados a
Londres y el ministro, precaviendo los efectos que pudiera tener el conocimiento de documentos
comprometedores para su propio gobierno, los mantuvo en resguardo. Sin embargo, Robertson
mantuvo en silencio su hallazgo y no fue hasta 1925 que Venezuela tuvo conocimiento de su exis-
tencia, gracias a Caracciolo Parra Pérez, quien también venía buscándolo con empeño. En 1926,
el gobierno venezolano compró a la familia Bathurst el valioso archivo, el cual se encuentra hoy
en Caracas, bajo custodia de la Academia Nacional de la Historia.
24
En la edición original, mientras el texto principal tiene cuarenta páginas, los apéndices compren-
den doscientos sesenta.
25
O a la inversa, de las cuarenta y un páginas que componen el texto original en francés de la
Carta de Viscardo, se citan en este artículo sólo quince párrafos. Éstos se transcriben sin modifi-
caciones, sin entrecomillarlos y sin traducirlos al inglés, por lo que en las primeras páginas del
mismo ambas lenguas se intercalan sin transición, y es sólo el cambio de lengua el que indica
cuando es Viscardo quien interviene.
26
Carta a los españoles-americanos, p. 21 de la versión original.
27
Ibid., p. 22.
28
Ibid., p. 36.
29
Ibid., pp. 36-37.
30
Antonio de Herrera y Tordesillas (1549-1625). Escritor español, nacido en Cuéllar (Segovia). Fue
historiador oficial de las Indias y de Castilla en los reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV. Fue
el primero en dar a conocer textos del Padre Las Casas. Autor de varias obras de historia, Herrera
es mejor conocido por su obra fundamental, Descripción de las Indias Occidentales. Historia
general de los hechos de los castellanos en las islas i tierra firme del mar Océano, Madrid, 1601-
1615. (En el presente caso, consultar Dec. 2, Lib. 6, cap. 6; Dec. 2, Lib. 10, cap. 15; Dec. 3, Lib.
4, cap. 3).
31
Una diferencia básica entre Miranda y Viscardo radica en que para el jesuita los derechos de los
americanos provenían del esfuerzo hecho por los ancestros hispanos, es decir los conquistadores,
en tanto que para Miranda provenían de dos fuentes: de la hispana ciertamente, pero sobre todo
de los ancestros indígenas que poblaban la tierra americana antes de la llegada de los españoles y
que habían ofrendado incluso sus vidas en defensa de lo que era legítimamente su territorio. Para
un estudio más detallado de la tesis de Miranda, ver Carmen Bohórquez, Francisco de Miranda,
precursor de las independencias de la América Latina, Caracas, Universidad Católica Andrés Be-
llo/Universidad del Zulia, 2001, pp. 200 y ss.
32
Carta a los españoles-americanos, p. 39 de la versión original.
35
Proclama de 1801. Archivo del general Miranda, t. XVI, pp. 104-107 (Arch. Orig., Neg., t. III, fol. 54),
Colombeia, t. XIX, pp. 654-657.
36
La emancipación…, p. 9, versión original [p.18 de esta edición].
41
Ver pp. 13 y ss., versión original [pp. 23 y ss. de esta edición].
42
Cabe señalar que ésta es la primera referencia, casi treinta años después, que podemos encon-
trar sobre los efectos que produjo en Miranda su participación en las guerras de independencia de
las colonias angloamericanas. Fue la comparación de la situación de estas colonias con lo que se
vivía en la América hispana, lo que le hizo desear un destino similar para ellas, y “tan profunda-
mente le quedó grabada esta impresión, que le ha dedicado a este objetivo casi su vida entera, y
ésta ha sido también el motor principal de cada uno de los planes propuestos para la emancipa-
ción de las colonias españolas en América”. Cfr. infra, pp. 24 y 25 de esta edición.
43
Carta a Brissot, Liège, 19 de diciembre de 1792. Archivo del general Miranda, t. VIII, pp. 69-70
(Arch. Orig., Neg., t. I, fol. 142 vto.; Rev. Francesa, t. I, fol. 123), Colombeia, t. X, pp. 287-289.
44
Archivo del general Miranda, t. XIX, pp. 9-10 (Arch. Orig., Neg., t. IX, fol. 109).
45
Cfr. Miguel Batllori, El abate Viscardo. Historia y mito de la intervención de los jesuitas en la
independencia de Hispanoamérica, Caracas, IPGH, 1953.
46
Diplomático y publicista suizo. Su obra Le droit des gens, ou Principes de la loi naturelle appli-
qués à la conduite et aux affaires des nations et des souverains (Londres, Neufchätel, 1758), es
considerada una de las fuentes del derecho internacional moderno. Miranda estudió muy bien
esta obra y la utilizó con frecuencia tanto para condenar la ocupación de América por parte de
España, como para fundamentar el derecho de los pueblos a la rebelión.
47
Nota de Miranda a William Pitt, de fecha 28 de enero de 1791. Archivo del general Miranda, ed.
cit., t. XV, pp. 128-129 (Arch. Orig., Neg., t. I, fol. 135). Es Miranda quien subraya.
48
Cuando Miranda desembarca en La Vela de Coro el 3 de agosto de 1806, viene conduciendo una ex-
pedición compuesta de once naves y quinientos hombres, la mayor parte reclutados en Trinidad. Será
éste su segundo intento. El primero, ante las costas de Ocumare, fue repelido por las fuerzas realistas el
28 de abril de ese mismo año. En esa ocasión la expedición la componían sólo tres naves: la “Leander”,
la “Bacchus” y la “Bee”, y doscientos hombres reclutados en el puerto de Nueva York. En el intento de
desembarco en Ocumare fueron capturadas las goletas “Bacchus” y “Bee”, así como los cincuenta y
ocho hombres que las tripulaban. De estos, diez fueron ejecutados el 21 de julio de ese año.
49
Para conocer las bases sobre las que se asentaría la unión de estas provincias en una sola nación
y los acuerdos a los que ésta podría llegar con Inglaterra y los Estados Unidos, ver la relación
que se hace aquí de la llamada Acta o Instrucción de París, escrita por Miranda en 1797; la que,
a nuestro juicio, puede ser considerada el primer documento integracionista de nuestra historia,
pp. 28-30.
50
Archivo del general Miranda, ed. cit., t. XVI, pp. 151-159 (Arch. Orig., Neg., t. III, fol. 88-93);
Colombeia, t. XIX, pp. 628-632.
51
Este plan no figura en la edición del Archivo ya citada, pero puede encontrarse en José Gil Fortoul,
Historia constitucional de Venezuela, Caracas, Edic. del MEN, 1954 (3 v.), [1a ed. 1907], pp. 331-339.
52
Opinion du Général Miranda sur la situation…, p. 11.
53
“Plan para la formación, organización y establecimiento de un gobierno libre e independiente
en América meridional”, Archivo del general Miranda, ed. cit., t. XV, p. 115 (Arch. Orig., Neg., t. I,
fol. 128); Colombeia, t. IX, pp. 39-44.
54
Según relata el propio Adams en sus memorias, Miranda le envió un proyecto de Constitución
como acompañamiento a una solicitud de apoyo para su plan militar de liberación de América.
Esta carta está fechada el 24 de marzo de 1798. (The Works of John Adams, Boston, Little, Brown
and Co. 1850-1856 (10 v.), t. VIII, pp. 569-572). Dicho proyecto se encuentra hasta el momento
desaparecido.
55
Archivo del general Miranda, ed. cit., t. XV, p. 267 (Arch. Orig., Neg., t. I, fol. 154).
56
En general, los cabildos seguirían ocupándose también de sus funciones tradicionales: man-
tenimiento de los edificios y la administración de los mercados públicos, inspección de pesos y
medidas, control de los precios de los productos, recaudación de los impuestos y dirección de
las fiestas públicas. Cfr. Proyecto de Gobierno federal (1801). Ver también, Martín Pérez Matos,
Cabildos coloniales, Caracas, Concejo Municipal, (Crónica 14 y 15), 1953, p. 11.
57
En el Proyecto de Gobierno federal de 1801, se estipula que las asambleas provinciales estarán
encargadas de “velar por la salud y la administración de las provincias. A tal efecto, ellas podrán es-
tablecer leyes administrativas que no se extiendan más allá de la respectiva provincia, y que, en nin-
gún caso, obstaculicen la aplicación de las leyes generales”. Original en francés (traducción mía).
Hay un peligro en hacer que las bases de la representación sean demasiado amplias.
Hay otro en hacerlas demasiado estrechas. Al hacerlas demasiado amplias, caemos en
las inconveniencias del ignorante y precipitamos las pasiones de los vulgares. Si las
hacemos demasiado estrechas, caemos en algo que es todavía peor, las malas prácticas
del soborno y la corrupción. Si los electores de los Cabildos en sí mismos conforman
una base demasiado amplia, hay razones para temer que los propios Cabildos confor-
men una demasiado estrecha. Sin embargo, la dificultad puede probablemente supe-
rarse estableciendo asambleas provinciales, por [la elección de] cuyos miembros casi
todos los habitantes del país puedan votar, mientras que la gran legislatura nacional sea
electa sólo por los miembros de los Cabildos.60
58
Si bien se estipula que el Congreso puede elaborar leyes para el conjunto de la nación, éstas
no se considerarían aprobadas hasta tanto no recibieran el apoyo de las tres cuartas partes de las
asambleas y los cabildos. De la misma manera, los cabildos y las asambleas podían proponer
leyes generales que no se considerarían aprobadas hasta tanto no fueran ratificadas por las tres
cuartas partes del Congreso. El mismo procedimiento quedaba establecido para cualquier reforma
de la Constitución. Para un estudio más detallado, ver Carmen L. Bohórquez, op. cit., cap. 4.
59
La rebelión conducida por Túpac Amaru en 1781. De hecho, Miranda subrayó en varias oportu-
nidades la importancia de esta sublevación y se ocupó de recoger en sus viajes por Europa toda la
documentación que allí circulaba sobre este levantamiento, así como de indagar sobre la misma
a través de sus corresponsales en América.
60
Traducción mía. Ver pp. 48 y ss. de esta edición.
62
Ibid., p. 49.
63
Carta de Miranda a John Adams, de fecha 24 de marzo de 1798. En: The Works of John Adams,
ed. cit., t. VIII, p. 571. Es Miranda quien subraya.
64
En el sistema político diseñado por Miranda para Colombia, los jueces serían electos directa-
mente por los ciudadanos y sus cargos serían vitalicios, a objeto de asegurar su independencia
respecto a los otros poderes. En La emancipación suramericana, no se toca mucho el tema del
poder y del sistema judicial, remitiendo simplemente al lector a las obras de Jeremy Bentham:
Tratados de legislación y Un fragmento sobre Gobierno (1776) (p. 49). Bentham fue también un
gran amigo de Miranda y con frecuencia el Precursor le solicitó asesoramiento tanto sobre este
tema, como sobre cuestiones educativas. Poco antes de regresar a Caracas, Miranda le solicita la
redacción de una Ley de libertad de expresión, a ser puesta en práctica en la república libre que
nacería en América. Al momento de salir Miranda de Londres, Bentham no había terminado aún
de elaborarla. [En el texto de Antepara, p. 49, el libro A Fragment on Government aparece como
de autor desconocido y no de Bentham, como correctamente lo anota acá la prologuista].
65
En esta obra, p. 45.
66
Archivo del general Miranda, t. I, p. 317 (Arch. Orig., Viajes, t. VI, fol. 93); Colombeia, t. III, p. 308.
67
Tampoco Voltaire podía soportar que su “peluquero fuera legislador”.
68
“Que los buenos e inocentes indios, así como los bizarros pardos y morenos libres crean firme-
mente que somos todos conciudadanos, y que los premios pertenecen exclusivamente al mérito y
a la virtud...”. Proclama a los pueblos habitantes del continente américo-colombiano, 1806.
69
En sus proyectos constitucionales, Miranda funda la americanidad en el ius solis, con lo cual
todos los nacidos en América tienen en principio los mismos derechos, independientemente del
color de su piel o de su origen social. Archivo del general Miranda, t. XVI, pp. 151-159 (Arch.
Orig., Neg., t. III, fol. 154); Colombeia, t. XIX, p. 632.
70
Archivo del general Miranda, t. XXI, pp. 368-369 (Arch. Orig., Neg., t. XIV, fol. 117-125 vto.).
71
La emancipación sudamericana, versión original, p. 33 [p. 45 de esta edición].
72
“Lo cierto es que la fuerza de un Estado reside, esencialmente, en el Pueblo colectivamente,
y que sin él no puede formarse vigorosa resistencia en ninguna parte; mas si la obediencia y la
subordinación al Supremo Gobierno y a sus Magistrados falta en éste, en lugar de conservar y
defender al Estado, lo destruirá infaliblemente por la Anarquía: como lo acabamos palpablemente
de ver en Francia y en tiempos más anteriores en Italia, Grecia, &c.”. Archivo del general Miranda,
t. XXI, pp. 368-369 (Arch. Orig., Neg., t. XIV, fol. 117-125 vto.).
73
En esta edición, pp. 45-46 como vemos, el control del Gobierno y del país seguiría estando
en manos de las élites, aunque habría que decir, en su descargo, que los planes de Gobierno de
Miranda abren la posibilidad de que esta situación cambie en el futuro, una vez que la “masa de
la población” sea educada.
74
Ibid., p. 46.
Carmen L. Bohórquez
Caracas, 21 de mayo de 2006
B.A.
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hay ninguna acción práctica de la cual dependa tanto el inmediato bienestar
o malestar de la raza humana, como la propagación de las perspectivas ade-
cuadas con respecto a este tema. Ya que el artículo de la Edinburgh Review
al que he hecho referencia mucho contiene de lo que es importante que mis
compatriotas, y el mundo en general, conozcan y sientan con respecto a la
América del Sur, concluí que no podía yo adoptar mejor plan que reeditarlo,
sumándole aquellos documentos que considerase ajustados a la promoción de
la diseminación de ideas saludables sobre este interesante asunto. Si bien los
anexos en los cuales están contenidos estos documentos, parte en inglés, parte
en francés y parte en español, pueden presentar un aspecto abigarrado a los
ojos del lector, éste puede fácilmente comprenderlos si reflexiona sobre la ne-
cesidad que había de presentar las piezas en su forma más original y auténtica.
De aquellos documentos escritos originalmente en francés no se ha intentado
traducción alguna, ya que el extendido conocimiento de la lengua francesa en
Inglaterra parecía hacerla innecesaria. De las piezas escritas en español, una
lengua que es menos común aprender, se ha incluido una traducción en la
cual, ya que el traductor está más familiarizado con la lengua del original que
con aquella en la cual lo ha vertido, se insta al lector inglés a contentarse con
la fidelidad.
Quizá sea apropiado señalar que, aun cuando esta selección fue hecha
principalmente con el propósito de ser presentada a los suramericanos en un
traje completamente español, se consideró objeto de alguna importancia el
que no fuese mantenido fuera del alcance de los ojos europeos. Dada la natu-
raleza de la colección, las piezas de los anexos se presentan inevitablemente
de un modo algo inconexo; así pues, se ha hecho el esfuerzo de formar un
índice sinóptico, que puede dar al lector la conexión entre éstas y su orden.
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II - ANEXO A, que contiene documentos originales las más de las veces rela-
cionados con algunos hechos notables de la historia de los viajes del general
Miranda.
1. Carta circular de la emperatriz de Rusia a todos los embajadores extran-
jeros a favor del general Miranda.
2. Carta del general Miranda al rey de Prusia y su respuesta.
3. Carta del coronel Smith al general Miranda en la que le da noticias de un
contubernio del gobierno español para procurar su detención en París.
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12. Testimonio del obispo de Amberes con un propósito similar en una
anterior oportunidad.
IX - ANEXO H
1. Documentos indicativos de los principios sobre los cuales estaba basada
la conducta del general Miranda con respecto al gobierno de España.
[X - ANEXO I]
2. Extractos de las notas de Champagneux en su edición de las obras de la
señora Roland.
3. Nota del general Miranda sobre un pasaje del fragmento anterior en el
cual Champagneux expresa su inclinación por adoptar la opinión según
la cual la batalla de Neerwinden se había perdido por fallas del general
Miranda.
1. Observación respecto a que esta inclinación se sustentaba no en una
evidencia, sino en contra de toda evidencia.
2. Fragmento de Tableau historique de la guerre de la Révolution de
France, que ofrece una relación detallada de la batalla de Neerwinden,
donde la conducta del general Miranda es hábilmente analizada.
3. Una calumnia adicional propagada por el general Dumouriez contra
el general Miranda, a través del periódico La Sentinelle.
4. Una imputación de mala conducta contra el general Miranda por
parte del historiador Ségur, refutada.
5. Algunas supuestas anécdotas alusivas al general Miranda, relatadas
por Castéra, historiógrafo del reinado de Catalina II, que se revelan in-
correctas o mendaces.
[XII] - ANEXO K, que contiene la correspondencia del general Miranda con las
provincias de la América del Sur, tras la revolución en España.
1. Carta del general Miranda al marqués del Toro y al Cabildo de Caracas.
2. Carta del Cabildo de Buenos Ayres, y respuesta de Miranda.
3. Carta de los Cabildos de las ciudades de México y La Habana y la res-
puesta de Miranda.
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CARTA A LOS ESPAÑOLES-AMERICANOS
[1] ESTE CURIOSO e interesante discurso fue escrito por don Juan Pablo Vis-
cardo y Guzmán, nativo de Arequipa, en Perú, y eclesiástico de la Orden de Je-
sús. Cuando los jesuitas fueron expulsados de los territorios españoles, él, con
el resto de su orden que había sido, a pesar de sus deméritos en otras partes
del mundo, la mayor benefactora de la América Hispana1, quedó privado de
su patria, y se refugió en los dominios del Papa en Italia. En la época en que la
disputa sobre el estuario de Nootka* amenazaba con generar una guerra entre
Inglaterra y España, y cuando el señor Pitt**, en vista de tales hechos, había
adoptado el plan de revolucionar las colonias españolas en América del Sur,
éste invitó, por sugerencia del general Miranda, a un cierto número de los ex
1
Acerca de esta orden religiosa, Montesquieu dice: “Es para ella una gloria haber sido la primera
en señalar en esas comarcas (la América hispana) la idea de la religión junto a la de la humani-
dad. Al dedicarse a reparar las devastaciones de los españoles, ha empezado a sanar una de las
más grandes heridas que haya sufrido el género humano” (L’esprit des lois, libro IV, capítulo 6).
También el doctor Robertson, cuando escribe sobre las vidas rapaces, opresoras y licenciosas de
los eclesiásticos de ese país, dice: “Es asombroso que todos los autores que censuran con la mayor
severidad el carácter licencioso de los ciudadanos españoles, estén de acuerdo en reivindicar la
conducta de los jesuitas. Formados bajo una disciplina más perfecta que la de otras órdenes mo-
násticas, o animados por esa preocupación por el honor de la sociedad que se apodera de todo
miembro de esa orden, se admite que los jesuitas, tanto en México como en Perú, mantuvieron
una irreprochable decencia en sus modales”. History of America, v. IV, nota XIX.
* Inglaterra pretendía abrir varios establecimientos coloniales en la costa Pacífica de Canadá, uno
de ellos en el estuario de Nootka en la isla de Vancouver. Era un punto costero considerado por la
corona española como posesión del Virreinato de Nueva España.
** William Pitt dirigió la política inglesa durante diecisiete años. Al iniciarse la Revolución fran-
cesa, mantuvo la neutralidad, pero con la invasión de Bélgica y la ejecución de Luis XVI, decidió
entrar en la coalición antirrevolucionaria con Austria y Prusia.
biblioteca ayacucho 11
jesuitas* de esa región que se hallaban en Italia, con el propósito de utilizar la
influencia de éstos para predisponer los espíritus de sus coterráneos a favor de
los cambios pensados. Entre ellos se hallaba el autor de esta declaración, en la
cual los habitantes de la América del Sur son llamados a tomar en sus manos,
por consideraciones de interés para la humanidad, el manejo de sus propios
asuntos, y a establecer un gobierno justo y caritativo que pudiese asegurar de
una vez su propia felicidad, y abrir un intercambio liberal de beneficios con el
resto de la raza humana. Esta persona fuera de lo común, que ponía en eviden-
cia un conocimiento, una reflexión y un liberalismo digno de los países más
ilustrados, murió en Londres en el mes de febrero de 1798, y dejó el presente
tratado, en manuscrito, así como algunos otros documentos, en las manos del
señor Rufus King, a la sazón embajador de los Estados Unidos en Inglaterra. El
tratado fue publicado posteriormente por los buenos oficios del general Miran-
da, con el propósito de que circulase entre sus compatriotas.
En un momento como el actual, no dudamos que pueda parecer de im-
portancia para nuestros lectores el conocer los sentimientos de un hombre que
ha de ser considerado, en buena medida, como representante de las clases
principales de sus coterráneos, sobre un asunto que reviste siempre un grande
interés para la Gran Bretaña, pero que, en la situación actual de la Europa,
asume una importancia incalculable.
Al presentar a sus compatriotas un breve esbozo sobre su propia historia,
les dice, siguiendo a Herrera, que sus progenitores ganaron el territorio por su
propio coraje, y que se establecieron en éste pagando ellos mismos los cos-
tos, sin representar siquiera la inversión de un centavo para la madre patria;
que, por su propio y libre acuerdo, a ésta le hicieron donación de sus vastas
y opulentas adquisiciones; que, en manos de ésta, habían experimentado los
más irritantes efectos de una administración celosa, rapaz y opresora, en vez
de un gobierno paternal y protector; y que durante un largo período de tres si-
glos, su vinculación filial con ella había triunfado sobre las causas más fuertes
del resentimiento. Luego, hace un retrato de la opresión a la que han estado
sometidas las colonias españolas; y, después de ahondar sobre las irritantes
restricciones en lo que respecta a la libertad personal, y sobre el efecto ruino-
* En realidad, seguían siendo miembros de la Compañía de Jesús. Habían sido expulsados de Espa-
ña y sus colonias por decreto de Carlos III. Formaban un selecto grupo de intelectuales, profundos
conocedores de la realidad colonial. En su exilio por Italia y Alemania, se dedicaron a cuestionar el
origen divino de la monarquía y a promover la idea de la independencia de aquellas colonias.
Nos hallamos en las cercanías del siglo cuarto desde el establecimiento de nues-
tros antepasados en el Nuevo Mundo2, y es ésta una ocasión demasiado relevante
para no atraer seriamente nuestra atención. El descubrimiento de tan grande parte
de la tierra es, y será por siempre, el más importante acontecimiento en los anales
del género humano; y para aquellos que la habitamos, y para nuestros descen-
dientes, es un objeto de la mayor entidad. El nuevo mundo es nuestra patria, su
historia es la nuestra, el deber y el interés nos obligan a examinar nuestra presente
situación y sus causas para, con pleno conocimiento, tener el valor de tomar el
partido que nos es dictado por el más indispensable de los deberes hacia nosotros
mismos y nuestros sucesores.
Aun cuando nuestra historia de tres siglos, en cuanto atañe a las causas y las
consecuencias más dignas de nuestra atención, sea tan uniforme y notoria que
podríamos resumirla con estas cuatro palabras: ingratitud, injusticia, esclavitud,
desolación, conviene leerla más extensamente.
Un inmenso imperio, unos tesoros que superan todo lo imaginable, una gloria y
un poderío superiores a todo aquello que la Antigüedad pudo conocer; éstos son
nuestros títulos para lograr el reconocimiento por parte de la España y de su go-
bierno, y también su más distinguida protección. Empero, de tal modo se nos paga
que si hubiésemos sido culpables de los mayores crímenes, la más severa justicia
nos habría infligido un castigo semejante; se nos exila de todo el mundo antiguo, y
se nos aparta de la sociedad a la cual nos unen todos los lazos; agreguemos a esta
usurpación sin precedente de nuestra libertad personal, otra usurpación de igual
importancia, la de nuestros bienes.
Desde que los hombres comenzaron a unirse en sociedad para el mayor beneficio
de todos, somos los únicos que se han visto forzados por el gobierno a subvenir a
las necesidades de éste al costo más alto posible, y a deshacernos de nuestras pro-
ducciones al más bajo precio. Para que esta violencia tuviese un éxito completo,
nos han sido cerradas, como en una ciudad asediada, todas las vías por las cuales
hubiésemos podido obtener de otras naciones, a precios moderados y con inter-
cambios equitativos, las mercancías que nos son necesarias. Los impuestos del go-
bierno, las gratificaciones del Ministerio, la codicia de los mercaderes autorizados
a ejercer, con el acuerdo de éste, el más desenfrenado de los monopolios, hacían
que el comprador no tuviese otra opción, so pena de una hambruna. Y como esa
tiranía mercante podía llevarnos a buscar nuestra propia industria para subvenir a
nuestras necesidades, el gobierno se cuidó de encadenarla.
2
Este escrito data aparentemente de 1791.
biblioteca ayacucho 13
Por el honor de la humanidad y de nuestra nación, más vale silenciar los horrores y
las violencias del otro comercio exclusivo (conocido en Perú con el término de re-
partimientos) que se arrogan los corregidores y alcaldes mayores, para desolación
y particular ruina de los desventurados indios y mestizos. Así pues, ¿a qué mara-
villarnos si, pese a tanto oro y dinero con el que hemos casi saciado al universo,
apenas poseemos con qué cubrir nuestra desnudez? ¿De qué sirven tantas tierras
tan fértiles si, al carecer de los instrumentos necesarios para trabajarlas, resulta
por demás inútil cultivarlas más allá de aquello que consumimos? Tantos benefi-
cios que nos son prodigados por la naturaleza sin provecho alguno, acusan a esta
tiranía que nos impide sacarle ganancia a aquella al compartir dichos beneficios
con otros pueblos.
Recorramos de cabo a rabo nuestra desventurada patria, y encontraremos por
doquier la misma desolación, por doquier una codicia tan desmedida que resulta
insaciable, por doquier el más abominable tráfico de injusticia e inhumanidad
por parte de las sanguijuelas que el gobierno emplea para nuestra opresión.
Consultemos nuestros anales de tres siglos; nos instruirán acerca de la ingratitud y
la injusticia de la Corona de España, y su infidelidad en cumplir los compromisos
contraídos inicialmente con el grande Cristóbal Colón, y posteriormente con los de-
más conquistadores que, en condiciones solemnemente estipuladas, aportaron este
imperio del nuevo mundo; veremos la posteridad de aquellos varones generosos
maltratada y acosada por el desprecio y el odio con los que ellos han sido calumnia-
dos, perseguidos, arruinados. Si unas pocas particularidades pudiesen sembrar dudas
acerca de esta voluntad de persecución manifestada, en todos los tiempos, contra los
españoles americanos, bastaría leer aquello que el verídico Inca Garcilaso de la Vega
escribió en el segundo volumen de sus Comentarios, en el libro VIII, capítulo 17.
La unión entre los reinos de Castilla y Aragón, así como los grandes Estados que
al mismo tiempo fueron absorbidos, y también los tesoros de las Indias, otorgaron
a la Corona española una preponderancia imprevista, la cual fue haciéndose tan
poderosa que derribó, al poco tiempo, todas las barreras colocadas por la pru-
dencia de nuestros antepasados para garantizar la libertad de su posteridad: igual
que un mar desatado, la autoridad real inundó toda la monarquía; la voluntad del
rey y sus ministros se convirtió en ley universal.
Después de que el poder despótico quedó tan sólidamente establecido, hasta
la sombra misma de las antiguas Cortes dejó de existir; los derechos naturales,
civiles y religiosos de los españoles no tuvieron más salvaguardia que la voluntad
arbitraria de los ministros, o las antiguas formalidades de justicia llamadas Vías
jurídicas; aun cuando éstas impidieron a veces que los inocentes fuesen oprimi-
dos, nunca impidieron que dejara de verificarse el dicho según el cual las leyes
van por donde quieren los reyes.
biblioteca ayacucho 15
pueblo, del que nada necesita, debería quedar sometido a éste como el más vil
de los esclavos?
La lejanía geográfica, que proclama nuestra independencia natural, es aún menor
que la lejanía de nuestros intereses. Necesitamos esencialmente un gobierno ubi-
cado en el centro para, desde ahí, encargarse de la repartición de los beneficios,
objeto de la unión social. El depender de un gobierno que se halla lejos, a dos
mil o tres mil millas, viene a ser lo mismo que el renunciar a esos beneficios; y
es éste el interés de la Corona española, que aspira a darnos leyes, a controlar
nuestro comercio, nuestra industria, nuestros bienes y nuestras personas, sólo
para sacrificarlos ante su ambición, su orgullo y su codicia.
En fin, desde cualquier aspecto que se considere esta dependencia con respecto
a la España, queda claro que estamos forzados por todos nuestros deberes a aca-
bar con ella. Debemos hacerlo por gratitud hacia nuestros antepasados, que no
derramaron su sangre y su sudor para que el escenario de su gloria o de su labor
se convirtiese en el de nuestra miserable servidumbre. Nos lo debemos a noso-
tros mismos, por la indispensable obligación de conservar los derechos naturales
otorgados por nuestro Creador; derechos preciados que no somos dueños de
enajenar y que no pueden sernos arrebatados, cualquiera sea el pretexto para ha-
cerlo, sin que ello signifique un crimen. ¿Puede el hombre renunciar a su razón?
¿Puede ésta serle arrancada a la fuerza? La libertad personal es esencialmente
inherente al hombre, tanto como la razón. El libre disfrute de estos mismos dere-
chos es el legado inestimable que debemos transmitir a nuestra posteridad.
El valor con el que las colonias inglesas de la América han combatido por esa
libertad de la cual ahora éstas disfrutan gloriosamente, cubre de vergüenza nues-
tra indolencia; le cedimos las palmas con las que ellas se apresuraron a coronar
el nuevo mundo, en su soberanía independiente. Agréguese la diligencia con
la que las coronas de España y de Francia hacen causa común con los ingleses
americanos, lo cual pone de relieve nuestra insensibilidad; que esto sea, al me-
nos, un acicate para nuestro honor, ofendido por ultrajes que duran desde hace
trescientos años.
Ya no hay pretextos para excusar nuestra resignación; y si seguimos sufriendo por
más tiempo las vejaciones que nos abruman, se dirá con toda razón que nuestra
cobardía nos hizo merecedores de ellas: nuestros descendientes nos cubrirán de
imprecaciones cuando, al tascar inútilmente el freno de nuestra esclavitud –de la
esclavitud que habrán recibido en herencia–, recordarán aquella hora en la que,
para ser libres, no teníamos sino que haberlo deseado.
Esta hora ha llegado; aprovechémosla con todo el sentimiento de una piadosa
gratitud; y por pocos esfuerzos que hagamos, la sabia libertad, preciado don del
cielo, acompañada por todas las virtudes y seguidas por la prosperidad, comen-
zará su reinado en el nuevo mundo, y pronto quedará exterminada la tiranía.
* Francia estaba gobernada por Napoleón Bonaparte desde su golpe de Estado del 18 brumario del
año VIII (9 de noviembre de 1799) y fue coronado emperador el 18 de mayo de 1804 (A.C.).
biblioteca ayacucho 17
faz de la tierra es sin parangón, por la asombrosa combinación de ventajas
comerciales que parece reunir. Dada la madurez para algún cambio bene-
ficioso que, durante una serie de años, las circunstancias y los hechos han
estado labrando en esas magníficas regiones, y debido a los poderosos efectos
que puede generar para consuelo de la afligida humanidad, parece como si
la Providencia, que está continuamente tornando el mal en bien, estuviese a
punto de inaugurar un trecho de felicidad en el Nuevo Mundo, en el momento
mismo en el que, por las misteriosas leyes de su administración, parece haber-
se decretado un período de injusticia y calamidad en el Viejo.
Para apreciar los poderosos beneficios que pueden esperarse de un justo
y sabio acomodo de los asuntos de la América Hispana, no nos dejamos llevar
por los resultados de la especulación, por claros y sin ambigüedades que ellos
sean; podemos recurrir a la experiencia y a los hechos. Tenemos ante nosotros
el grande experimento de la América del Norte, que los habitantes del Sur
tienen la ambición de imitar. Los Estados de la América del Norte eran nues-
tras propias colonias, y habían sido administradas siempre bondadosamente;
empero, su independencia ha significado para nosotros mayores ganancias
que su subyugación. ¿Cuál es el resultado solamente en cuanto al comercio?
El hecho verdaderamente extraordinario de que, durante los años recientes,
hemos exportado más bienes de producción y manufacturados a los Estados
Unidos de Norteamérica que a toda la Europa. Si tales son los resultados de
la prosperidad de los Estados Unidos, ¿cuántas veces mayores serán aquellos
que necesariamente deberán seguir a la prosperidad de la América del Sur?
¡Cuántas veces más extenso es el territorio que los hispanoamericanos poseen!
Ese país que, comparado con la Europa, disfruta de una diversidad climática
mucho mayor que la América del Norte, está ricamente dotado de aquellos
bienes que en Europa tienen mayor demanda. Del suelo de la América del Sur,
una buena parte es mucho más favorable para el cultivo, mucho más fructífe-
ro; y todo ello sería facilitado por la experiencia de naciones que han hecho
algún progreso en lo que se refiere a la civilización. De todas las naciones del
mundo, la América del Sur posee las ventajas más importantes en lo referido a
la navegación interna, cruzada como se halla por poderosos ríos que llevarán
al oceáno, a bajo costo, el producto de sus extensos territorios. Si la población
de los Estados Unidos, que llega quizá a los seis millones de almas, puede
permitirse tan extraordinaria demanda de bienes de consumo británicos ¿qué
no podría esperarse que se permitiese la población de la América del Sur, que
biblioteca ayacucho 19
hemos prestado atención a aquella que es quizá la mayor de todas –el más
poderoso de los eventos, probablemente, que las circunstancias físicas del
globo presentan al esfuerzo del hombre, y que redundaría en favor de un pa-
cífico intercambio entre las naciones. Nos referimos a la conformación de un
pasaje navegable a través del istmo de Panamá, a la unión del océano Atlán-
tico y el océano Pacífico. Es asombroso que esta magnífica obra, preñada de
consecuencias tan importantes para la humanidad, y sobre la cual se conoce
tan poco en este país, esté tan lejos de ser un proyecto romántico o una qui-
mera, ya que no sólo resulta posible sino, además, sencillo. El río Chagres, que
desemboca en el Atlántico en la ciudad que lleva ese nombre, unas dieciocho
leguas al oeste de Porto Bello, es navegable hasta Cruzes, que queda a cinco
leguas de Panamá. Pero aunque la creación de un canal desde este lugar hasta
Panamá, facilitada por el valle a través del cual pasa el camino actual, parece
no presentar obstáculos de envergadura, hay todavía un mejor recurso. A una
distancia de aproximadamente cinco leguas de su desembocadura, el Chagres
recibe al río Trinidad, que es navegable hasta Embarcadero; y desde ese lugar
hasta Panamá hay una distancia de cerca de treinta millas, en terreno llano,
con un río bueno para proveer al canal de agua, y sin ninguna dificultad que se
oponga a la noble tarea. ¡El terreno ha sido estudiado, y no sólo la factibilidad,
sino la facilidad de las labores han sido completamente confirmadas! Además,
el importante requisito de puertos seguros en ambos extremos del canal está
previsto de modo de satisfacer los más exigentes deseos. En la desembocadura
del Chagres hay una bahía apropiada, que recibió setenta y cuatro cañoneros
británicos en 1740, cuando el capitán Knowles* cañoneó el castillo de San
Lorenzo; y en el otro extremo está la famosa bahía de Panamá3.
Tampoco es ésta la única forma que existe de abrir la navegación entre el
océano Pacífico y el océano Atlántico. Más al norte está el lago de Nicaragua
* En 1741, el capitán inglés Charles Knowles comandó la toma de Portobelo en la costa Atlántica
panameña. Fue el mismo que, dos años después, comandó una escuadra que hostigaba las costas
occidentales de la provincia de Venezuela para incitar, en vano, a los criollos contra la Compañía
Guipuzcoana (A.C.).
3
Para confirmar la precisión de estas declaraciones, se puede consultar una obra curiosa e ins-
tructiva, dibujada y publicada en 1762 por Thomas Jefferys, geógrafo de Su Majestad el Rey de
Inglaterra, a partir de los esbozos y estudios hallados en los barcos españoles abordados, de otros
documentos accesibles y de la palabra de testigos oculares. Quizá valga la pena transcribir el título
del libro, ya que es poco conocido en estos tiempos: Una descripción de las islas y asentamientos
españoles en la costa de las Indias occidentales, compilado de memorias auténticas, revisado por
caballeros que han residido por no pocos años en los asentamientos españoles, e ilustrado con
treinta y dos mapas y planos, las más de las veces tomados de los originales levantados por los
españoles durante la última guerra, y grabados por Thomas Jefferys, 1762 (A Description of the
Spanish Islands and Settlements on the Coast of the West Indies, Comp. From Authentic Memoirs,
Rev. by Gentlemen Who Have Resided Many Years in the Spanish Settlements; and Illustrated with
Thirty-Two Maps and Plans, Chiefly from the Original Drawings Taken from the Spaniards in the
Last War, and Engraved by Thomas Jefferys. London: T. Jefferys, 1762, 105 p.).
4
Acerca de la facilidad e importancia de llevar a efecto la navegación entre ambos océanos a tra-
vés de este extraordinario lago, el lector puede consultar unas curiosas memorias del señor Martin
de la Bastide, antiguo secretario del señor conde de Broglie, publicadas en el segundo volumen
de Histoire abregée de la mer du sud, del señor Laborde.
5
Ver página 43 del libro de Jefferys antes citado. Lo que Alcedo nos dice es todavía más extraor-
dinario: que estaba prohibido, bajo pena de muerte, proponer abrir la navegación entre ambos
mares. Dice: “En tiempos de Felipe I, se proyectó cortarlo y comunicar los dos mares por medio
de un canal, y a este efecto fueron enviados dos ingenieros flamencos para reconocerlo; mas en-
contraron dificultades insuperables, y el Consejo de Indias representó los perjuicios que de ellos se
seguirían para la monarquía, por cuya razón mandó aquel monarca que nadie propusiese o tratase
de ello en adelante, con pena de la vida”. (Alcedo, Diccionario geográfico-histórico de las Indias
Occidentales..., etc., en la palabra Istmo). Similares prohibición y pena fueron ordenadas respec-
to a la navegación del Atrato, donde hay apenas un espacio de pocas millas entre las secciones
navegables de ambos ríos: “Es navegable por muchas leguas, mas está prohibida su navegación
con pena de la vida, sin excepción de persona alguna, para evitar los perjuicios que se seguirían
para las provincias del nuevo reino, por la facilidad con la que se podría internar en él”. (Ibid., en
la palabra Atrato).
biblioteca ayacucho 21
Pacífico. Sería el equivalente a que, después de una inmensa revolución de la
tierra, nuestras posesiones orientales nos quedasen más cerca. El viaje a través
del Pacífico, cuyos vientos para el recorrido tanto hacia el Este como hacia el
Oeste son buenos y constantes, resulta por esta vía tan expedito y regular que
el arribo de los barcos puede ser calculado casi con la misma precisión que el
de un coche de posta6. Inmenso sería el tráfico que inmediatamente comenza-
ría a cubrir ese océano, denominado hasta ahora Pacífico. Todas las riquezas
de la India y la China se moverían hacia América. Las riquezas de la Europa y
la América se moverían hacia Asia. Vastos depósitos serían construidos en las
grandes ciudades comerciales que, inmediatamente, surgirían en los dos extre-
mos del canal central; los bienes tendrían un recorrido perpetuo de una ruta a
la otra, y serían recibidos por los barcos a medida que arribasen y estuviesen
preparados para trasladarlos a su destino final.
¿Sería entonces mucho esperar que la China y el Japón, por sí mismos,
así llevados más cerca de la influencia de la civilización europea –sujetos más
constantemente, y de modo mucho más poderoso, a la operación de ésta–, fue-
sen incapaces de resistir tan saludable impresión, y que pronto recibiesen im-
portantes cambios en sus ideas, artes, costumbres e instituciones? La esperanza
descansa, al menos, sobre bases tan sólidas que parece elevarse casi hasta la
certeza. Entonces ¿qué gloriosos resultados podrían esperarse para el Asia toda,
esa vasta proporción de la tierra, que, incluso en sus áreas más favorecidas, ha
sido condenada durante todas las eras al semi-barbarismo y las miserias de un
poder despótico? Una cosa al menos es cierta: que la América del Sur, que tan-
to necesita habitantes industriosos, recibiría miríadas de diligentes chinos, que
ya pululan en el archipiélago oriental en busca de empleo y comida. Esto, para
6
Acerca de las sorprendentes facilidades que ofrecería esta ruta, hay alguna información intere-
sante en Account of an intended Expedition into the South Seas, by private Persons, publicado en
el anexo del tercer volumen de Memoirs of Great Britain and Ireland de sir John Dalrymple. Dice
el documento: “Desde la bahía de Panamá, los barcos en ruta hacia las Indias orientales, llevados
por un fuerte viento, alcanzan velocidades mayores a las cien millas por día. Desde las Indias
orientales a los Mares del Sur hay dos recorridos: uno por el norte, que implica navegar hasta 40º
de latitud norte, y tomar el fuerte viento del oeste que, en tal latitud, sopla diez meses de cada año
y que, debido a su fuerza, lleva los navíos rápidamente a la parte norte de la costa de México; des-
de el punto más al norte de México, hay un viento del norte que sopla hasta la bahía de Panamá,
que no varía jamás, que permite a los barcos recorrer cien millas al día, y que alcanza hasta una
distancia de cien leguas de la costa. El otro recorrido está a 40º de latitud sur y es, en todos los
aspectos, semejante al del norte, con un viento que sopla desde la costa de Chile hasta la bahía de
Panamá, y que tiene la misma descripción de aquel que sopla a lo largo de la costa de México”.
biblioteca ayacucho 23
do a traer a los maestros, a los que no podía hallar en España, desde Francia,
pagándolos de su propio pecunio. Es una anécdota que bien merece registro el
que, cuando la Inquisición exigió que sus libros le fuesen arrebatados y quema-
dos, recurrió al conde O’Reilly, inspector general de la armada española, para
ver si no había modo de que la orden fuese rescindida; pero el inspector le dijo
que todo lo que podía hacer era compartir su duelo, pues la misma desgracia le
había sucedido a él. Cuando la Francia y la España decidieron tomar parte en
la guerra que entonces se libraba entre Gran Bretaña y sus colonias americanas,
sucedió que Miranda formaba parte de aquellas fuerzas de la armada española
destinadas a cooperar con los franceses. Actuando en consecuencia, y com-
partiendo con los miembros de una nación más ilustrada que cualquiera que
se hubiese visto hasta entonces, las ideas del joven americano mejorarían tal
como había querido; y en un escenario en el cual la causa de la libertad era ob-
jeto del celo y el entusiasmo de todos los hombres, y en un país cuya situación
se asemejaba, en muchos aspectos, a la del suyo, un destino similar para este
último se convertiría naturalmente en su deseo. Tan profundamente le quedó
grabada esta impresión, que le ha dedicado a este objetivo casi su vida entera,
y ésta ha sido también el motor principal de cada uno de los planes propuestos
para la emancipación de las colonias españolas en América.
Después de la renuncia, o más bien la posposición del plan por parte del
señor Pitt, el proyecto siguiente para cambiar la condición de la América del
Sur fue iniciado por los gobernantes republicanos de la Francia, como parte
de su intención de revolucionar los dominios españoles. Empero, Miranda pre-
vió los peligros que tal idea implicaba y, afortunadamente, tuvo la suficiente
influencia para convencerlos de renunciar a ella. A fin de enterar suficiente-
mente al lector sobre los pormenores de este curioso asunto, puede no resultar
inútil recorrer rápidamente los pasos a través de los cuales el general había
llegado a la situación en la que entonces se hallaba.
Al finalizar la guerra de independencia estadounidense, Miranda renun-
ció a su posición en la armada española y regresó a la Europa, con la idea de
estudiar las instituciones de las naciones más ilustradas, para obtener en ellas
información que beneficiase a su país natal. Con tal propósito vino primero a
la Gran Bretaña7, y siguió luego hacia Prusia, Austria, Italia, Grecia y parte de
Turquía. Después tomó ruta hacia la Rusia, donde conoció al príncipe Potem-
7
En Political Herald and Review de 1785, páginas 29-30, hay una prueba curiosa de cuánto lla-
maron la atención, tanto él como su causa, en este país, aun en período tan temprano. Dice el
escritor en este documento: “La llama que había sido encendida en América del Norte, como se
predijo, había hallado su camino hacia los dominios americanos de la España. El celo que limitaba
los nombramientos de la América Hispana a españoles nativos, y que establecía otras distincio-
nes entre éstos y sus descendientes al otro lado del Atlántico, ha sido una espada de doble filo
y ha producido cortes en dos direcciones. Si bien ha preservado la soberanía de España en esos
lugares, también ha sembrado un profundo resentimiento entre la gente. Se sostienen reuniones,
se conforman, en secreto, cofradías entre los miembros de una raza a la que distinguiremos con
el nombre de españoles de provincia. El ejemplo de los Estados Unidos es el tema de discusión
más importante y el mayor objeto de emulación. En Londres, estamos bien seguros, hay en este
momento un hispanoamericano de mucha valía, poseedor de la confianza de sus conciudadanos,
que aspira a la gloria de ser el libertador de su país. Es un hombre de sublimes puntos de vista y de
penetrante entendimiento, habilidoso en las lenguas antiguas y modernas, entendido en materia
de libros, y hombre de mundo. Ha dedicado no pocos años al estudio de la política general; del
origen, progreso y fin de las distintas formas de gobierno; de las circunstancias que reúnen y retie-
nen a multitudes humanas en sociedades políticas; y de las causas por las cuales estas sociedades
se disuelven y son absorbidas por otras. Este caballero, que ha visitado cada provincia de los
Estados Unidos, ha venido a la Inglaterra, a la que considera como la madre patria de la libertad
y la escuela del conocimiento político. Siendo amigos de la libertad, nos abstenemos de dar más
pormenores sobre este personaje. Él es la prueba conspicua y el ejemplo del hecho que es nuestro
objetivo ilustrar. Admiramos sus talentos, estimamos sus virtudes y, de corazón, le deseamos for-
tuna en la mayor búsqueda que pueda acaparar los poderes de cualquier mortal: aquella de darle
las bendiciones de la libertad a millones de prójimos”.
biblioteca ayacucho 25
prometedores movimientos libertarios en Francia atraían a los curiosos de
cada rincón del mundo, Miranda regresó a la Francia para ser testigo de las
grandes escenas que allí se sucedían y, de ser posible, para obtener, en su
nueva situación, el mismo apoyo que la Francia había otorgado antes a los
Estados Unidos. A través de sus compañeros de armas, a quienes había co-
nocido recientemente en América, estableció rápidamente algunos contactos
con los líderes de los asuntos públicos de esa época; y cuando la revolu-
ción se vio por primera vez emplazada a desenvainar la espada, fue invitado
y convencido de tomar un puesto de comando en sus ejércitos. (Véase el
anexo B, p. 61).
Fue mientras Miranda estaba bajo las órdenes de Dumouriez en Holanda
cuando los líderes republicanos concibieron por primera vez el plan de revo-
lucionar a la América y sus colonias. Esto fue comunicado a Dumouriez por
Brissot*, en una carta que tenemos ahora ante nuestros ojos, fechada en París
el 28 de noviembre de 1792, en los siguientes términos:
* Jacques Pierre Brissot fue fundador, en 1788, de la Sociedad de Amigos de los Negros, que pro-
clamaba la abolición de la esclavitud. Fue también uno de los que impulsó la toma de la Bastilla
en 1789. Jefe de los diputados girondinos en la Convención Nacional, fue acusado de traición por
los jacobinos y guillotinado en 1793.
Se reconocerá sin cortapisas que había, hasta ahora, más que suficiente
para deslumbrar a un hombre con ambiciones ordinarias; sin embargo, Miran-
da logró que el proyecto perdiese ímpetu y resultase finalmente descartado, ya
que empezaba a temer que la revolución avanzase demasiado rápido y dema-
siado lejos. En la carta que escribió a Brissot en respuesta a la comunicación de
su propuesta, se contenta con enumerar las dificultades para iniciarla. Dice:
* Gaspard Monge, ministro de la Marina durante la época girondina, hasta 1793. Posteriormente
fundó la prestigiosa Escuela Politécnica francesa.
** Armand Gensonné, diputado de la Convención Nacional, acusado de complicidad con Du-
mouriez y de traición a la patria, fue guillotinado en 1793.
*** Étienne Clavière, ministro de Finanzas durante la época girondina. En 1793, antes que ser
guillotinado, prefirió suicidarse.
**** Jérôme Pètion de Villeneuve, gran orador, electo alcalde de París en 1791 con apoyo de los
girondinos, pidió la inhabilitación del rey en 1792. Miembro de la Convención Nacional, fue
acusado por Robespierre de traición a la patria y complicidad con Dumouriez, pero logró huir; a
punto de ser arrestado en 1794, decidió suicidarse.
biblioteca ayacucho 27
Después de más correspondencia y consultas, la presión de ciertos asuntos
de Estado, sumada a las expresiones de Miranda que le quitaban oxígeno al ambi-
cioso proyecto, éste fue, por el momento, abandonado. (Véase el anexo C, p. 183).
Durante los años posteriores a estos hechos, el asunto naufragó en el ol-
vido en medio de los violentos conflictos que agitaban a la Europa. No habían
pasado muchos meses cuando comenzó el reino de Robespierre, y Miranda,
junto a muchos otros hombres virtuosos, fue encerrado en las mazmorras de
la revolución. Si bien fue juzgado y exonerado por el tribunal revolucionario,
que declaró que ni la sombra de una sospecha podía ser vinculada a él, siguió
detenido, y se salvaría de la guillotina sólo gracias a uno de esos accidentes
por los cuales otros tantos hombres perdieron su vida en ella. Cuando recupe-
ró su libertad, mientras el gobierno que siguió a la muerte de Robespierre se
hallaba en el poder, pudo convertirse en uno de los líderes de la revolución, y
le fue ofrecido el mando de un ejército. Empero, su respuesta fue que, si bien
había luchado por la libertad, no era su propósito luchar para la conquista: si
la Francia establecía un gobierno libre y moderado, si se retiraba a sus límites
tradicionales y ofrecía sinceramente hacer la paz con el mundo, él lucharía
con ahínco por ella contra todos sus enemigos. Esta asombrosa respuesta des-
cansa sobre una autoridad igualmente sorprendente, porque Miranda tendría
la entereza de ampliar sus ideas respecto a este tema, y publicarlas en el mis-
mo momento (1795) en París. (Véase el anexo D, p. 190).
[5] Casi al mismo tiempo, o poco después, diputados y comisionados de
México y otras provincias importantes de la América del Sur se encontraron
con Miranda en París; habían viajado a la Europa con el propósito de lograr
la independencia de su país. Por lo tanto, se decidió que Miranda debía, en
su nombre, regresar de nuevo a la Inglaterra, y hacer al gobierno británico
las ofertas que, se esperaba, pudiesen inducirlo a darles la asistencia reque-
rida para lograr el objetivo de sus anhelos. El instrumento, un documento
con las propuestas de los suramericanos, esbozado y puesto en manos de
su representante para que lo presentase ante el gobierno británico, es una
evidencia tan asombrosa de los puntos de vista y planes de las comuni-
dades de la América del Sur, que bien merece, en este momento, la más
cuidadosa atención.
1. El primer artículo declara que, habiendo decidido proclamar su inde-
pendencia, la mayoría de las colonias hispanoamericanas se sentían en la obli-
gación de dirigirse al gobierno británico, con la confianza de que éste no les
Una alianza defensiva formada por la Inglaterra, los Estados Unidos de Nortea-
mérica y la América meridional, merced a la naturaleza misma de las cosas, a la
situación geográfica de cada uno de los tres países, a los productos y la industria,
a las necesidades, las costumbres y el carácter de estas tres naciones, luce tan
recomendable que es imposible que esta alianza no resulte largamente duradera;
sobre todo si nos dedicamos a consolidarla mediante una analogía en la forma
política de los tres gobiernos, es decir mediante el disfrute de una libertad civil
sabiamente entendida; hasta podría decirse, con toda confianza, que es la única
esperanza que le queda a la libertad, temerariamente ultrajada por las detestables
máximas que la República francesa ha confesado. Es también el único medio de
establecer un equilibrio de poder capaz de poner coto a la ambición destructiva
y devastadora del sistema francés.
biblioteca ayacucho 29
9, 10. Los artículos noveno y décimo se relacionan con un proyecto de
alianza entre la América del Sur y los Estados Unidos. Los principales puntos
son la concesión de las Floridas a los Estados Unidos; el Mississippi es pro-
puesto como la frontera más aconsejable entre ambas naciones; y se estipula
el envío de una modesta fuerza militar por parte de los angloamericanos, para
ayudar al establecimiento de la independencia.
11. El undécimo artículo, referido a las islas, declara la intención de re-
nunciar a la posesión de todas aquellas que pertenecen a los españoles, con
Cuba como única excepción, ya que su posesión se considera necesaria en
virtud de la posición estratégica de La Habana para la supervisión del paso a
través del golfo de México.
Este documento está fechado en París el 22 de diciembre de 1797. La
propuesta transmitida al señor Pitt para que permitiese el retorno del general
Miranda a este país fue oficiosamente aprobada; y el general tuvo una reunión
con ese ministro el siguiente enero. Coincidía con los proyectos del señor Pitt,
para la época, el formar parte prontamente de los planes propuestos para la
emancipación suramericana. El plan general de los procedimientos a seguir
fue acordado en su totalidad; y tan lejos habían llegado los preparativos que,
en una carta fechada el 6 de abril de 1798 y dirigida al señor Hamilton, el muy
lamentado legislador* de los Estados Unidos, el general Miranda se siente au-
torizado a escribir en los siguientes términos:
* Se trata del político norteamericano Alexander Hamilton, Primer Secretario del Tesoro de los
EE.UU., uno de los redactores de la Constitución de la nueva nación norteamericana. Fue amigo
y consejero del presidente George Washington. Inteligente y audaz, compartía con entusiasmo
el sueño suramericano de Miranda. Pero murió prematuramente, en 1804, de la herida recibida
en un duelo contra un adversario político. Miranda perdió así un valioso apoyo para su proyecto
independentista.
Los deseos de usted, de alguna manera, se han visto cumplidos, pues ha quedado
convenido aquí que, por una parte, no se emplearán tropas inglesas para las ope-
raciones terrestres, en vista de que las fuerzas auxiliares de tierra tendrán que ser
únicamente americanas; en tanto que, por otra parte, la marina será totalmente
inglesa. El camino ha quedado allanado y no esperamos sino el fiat de su ilustre
Presidente para salir como el relámpago.
En otra carta, con la misma fecha, dirigida al general Henry Knox, Mi-
randa decía:
biblioteca ayacucho 31
todos los detalles sobre el modo de proceder8, cuando de nuevo la ejecución
del proyecto hubo de ser suspendida en vista del estado de Europa, y por las
esperanzas y esfuerzos de la tercera coalición.
Así, ya que la posibilidad parecía cerrada para ellos en Europa, los exi-
liados suramericanos de las provincias de Caracas y Santa Fe que residían
en los Estados Unidos de Norteamérica y en la isla de Trinidad urgieron al
general Miranda a que renunciase a residir en Inglaterra, y al final lo con-
vencieron a que hiciese un esfuerzo a favor de ellos sólo a través de los Es-
tados Unidos. Aunque las políticas de la Gran Bretaña no le ofrecían, en ese
momento, ninguna posibilidad de asistencia activa, parecían al menos pro-
meter la seguridad de que ningún cuerpo armado francés o español cruzaría
el Atlántico, lo cual confirmaba el dominio de la Gran Bretaña sobre sus
enemigos. En estas circunstancias, fue inducido a pensar que no se reque-
riría de ninguna fuerza de envergadura para llevar a cabo la revolución –es
decir, no más que la que fuese necesaria para hacerse respetar por el escaso
número de unidades de tropa que se hallaba en las guarniciones españolas,
y que permitiese darle cierta apariencia de seguridad al pueblo. Al mismo
tiempo, las disputas entre los Estados Unidos y la España en torno a la Lo-
uisiana le permitían abrigar la esperanza de recibir de esa región toda la
asistencia que la ocasión demandaba. Con absoluta comprensión del papel
que habría de jugar el gobierno norteamericano en esto y, aparentemente,
hasta con promesas de apoyo, Miranda partió hacia los Estados Unidos; mas
al arribar allí encontró, para su mortificación, que ya se había llegado a un
acuerdo en el asunto de la Louisiana, y que no sería posible obtener ayuda
pública del gobierno. Fue acogido, no obstante, con cordialidad y honores
por parte del presidente y el secretario; y recibió suficiente estímulo de
varios sectores para suponer que, a través de esfuerzos y recursos privados,
con la ayuda de la buena suerte, lograría reunir los medios que podrían
requerirse para la empresa. Sin embargo el gobierno de los Estados Unidos,
por el obvio motivo de exculparse a sí mismo ante los ojos de la Francia,
creyó apropiado negar luego cualquier conocimiento de estas transaccio-
nes, y hasta ordenó que se presentasen cargos contra dos de las personas
8
Sobre este punto, el lector puede solazarse en consultar en Trial of sir Home Popham, impreso
por Richardson, Royal Exchange, 1807, los documentos relativos a dicho juicio: el testimonio de
lord Melville, entre las páginas 153 y 164; las declaraciones de sir Home, en las páginas 91, 92,
94, 95, 100; y la nota A de su anexo.
9
Los hechos más trascendentes, junto a las proclamas del general Miranda, que son documentos
importantes para hacerse un juicio sobre todos los aspectos de este asunto, ya que consideramos
que contiene alguna información acertada que no puede hallarse en otras fuentes, pueden leerse
en un panfleto que recomendamos, titulado: Additional Reasons for our immediately emancipating
Spanish America, de William Burke.
* En realidad, fueron dos expediciones. La primera zarpó el 28 de marzo de 1806 de Haití rumbo
a Ocumare de la Costa, pero los guardacostas le impidieron desembarcar, apresando a dos de los
tres navíos, logrando Miranda escapar. La segunda expedición zarpó de Trinidad en junio de 1806
y desembarcó en La Vela de Coro. Desembarca en La Vela el 3 agosto. En la noche emprende el
camino hacia Coro, a donde llega la madrugada del 4. Allí permanece 5 días. Regresa a La Vela.
Miranda encontró poca resistencia armada. Luego, entró en la villa desierta: sus habitantes habían
huido ante la llegada del “monstruo masón”, como lo pintaban las autoridades coloniales. Mi-
randa aguardó en vano el regreso de los vecinos durante diez días. Al enterarse de la llegada de
un fuerte cuerpo armado, optó por retirarse hacia Aruba; de allí pasó a Trinidad y luego regresó a
Londres a fines de 1807.
** James Lauderdale, miembro de la Cámara de los Comunes y luego de la Cámara de los Lores,
fuertemente contrario a la guerra entre Inglaterra y Francia.
biblioteca ayacucho 33
–o si, al menos, nuestro gobierno hubiese prestado una mínima asistencia10.
(Véase anexo F, p. 203).
Reviste alguna importancia explicar el papel que nuestro país tuvo en
esta expedición. La perspectiva de las vastas ventajas, para la Gran Bretaña, de
la independencia de esa parte de la América del Sur, que era el objetivo inme-
diato de Miranda, indujo al almirante británico allí estacionado, sir Alexander
Cochrane, a poner por escrito en una estipulación formal ciertos medios de
operación que él propondría a esta empresa, y ciertas ventajas que debían ser
otorgadas a cambio para su país. Los gobernadores tanto de Trinidad como de
Barbados permitieron que el general reclutase hombres en sus islas, incluso
los de la milicia11.
10
El que ésta fuera la opinión de aquellos mejor informados entre los españoles, se hace evidente
en el siguiente fragmento de una carta incautada, fechada en Caracas el 16 de agosto de 1806, de
don Dionisio Franco, director de Rentas Públicas del rey en Caracas, al gobernador de Cumaná, y
que según Depons (Voyage à la Terre Ferme, t. II, p. 203) era “uno de los hombres españoles que
mejor conoce los intereses de su nación”. Decía: “(...) Creo que Miranda, un ser verdaderamente
despreciable, si es dejado a merced sólo de sus propios recursos, nos daría qué hacer más de lo
que pensamos; apoyado, como parece, por los ingleses, aunque la asistencia que éstos le han
dado hasta hace poco se haya reducido solamente a no desaprobar su empresa (...) Logró llevar a
cabo su desembarco en Coro sin resistencia alguna, porque la guarnición de ese interesante punto
se reducía a sólo doscientos fusileros de la milicia, y, si bien se hubiese podido armar a más de
mil hombres, no había armas para ello; y encontramos que en el mismo caso se hallan todos los
habitantes de estas provincias (...) Con esta información, el capitán general de la provincia se ha
puesto en marcha con todas las fuerzas que ha podido reunir, pero pasará un mes antes de que
pueda arribar a Coro, lugar en el cual probablemente lo hallará ya atrincherado y en situación
de llevar a cabo una retirada favorable. Ese es, en mi opinión, el menor de los males que puede
pasarnos, porque si los ingleses le dan alguna asistencia, aun una muy pequeña, y le ofrecen apo-
yo, su situación es la más ventajosa entre todas las que hubiese podido elegir en estas costas, ya
que la península de Paraguaná puede darles la oportunidad de establecer otro Gibraltar mientras
mantengan dominio de los mares; y bien puede suceder que esta chispa de fuego, que parece no
ser nada, termine devorando todo el continente (...) Firma: Dionisio Franco”.
11
El memorándum del gobernador Hislop a los oficiales al mando de los cuerpos de milicia de
Trinidad es tan elocuente sobre sus honorables puntos de vista en esta ocasión, que vale la pena
leerlo: “Es deseable que se conforme, con el general Miranda, un cuerpo de caballería ligera, de
infantería y artillería, que será puesto bajo el mando del conde de Rouvray, como coronel del pri-
mer cuerpo, el coronel Kingston en el caso de la infantería” (fue el coronel Downie quien tomó su
lugar) “y el capitán Harvey en el de la artillería, ya que han ofrecido voluntariamente sus servicios.
El gobernador autorizará, para este propósito, el ofrecimiento de voluntarios de cada cuerpo de la
milicia, siempre y cuando no excedan, en número, de veinte por cada cien milicianos. Se espera
que los oficiales de comando de los cuerpos, y otros oficiales, no desanimen en modo alguno
las ofertas voluntarias de aquellos de sus hombres que puedan sentirse deseosos de incorporarse
al servicio propuesto, del cual podrían esperarse los más importantes beneficios para el imperio
británico, y en especial grado para esta colonia; el aumento de la prosperidad a su más alto grado
no podría dejar de darse en caso de tener éxito la empresa; lo cual no ha de ponerse en duda bajo
la hábil guía de un capitán experimentado, como el general Miranda ha probado ser. Al mismo
tiempo, hay que reflexionar sobre la posibilidad de que los más acerbos enemigos de la Gran
Bretaña tomen posesión anticipada de los dominios españoles vecinos, lo cual significaría no sólo
un muy serio revés para los intereses y el bienestar de la nación, sino que pondría a esta isla en
un estado de peligro inminente, y, en todo caso, borraría las esperanzas de su futura prosperidad.
Estas son consideraciones dignas de cada mente pensante”.
biblioteca ayacucho 35
los ministros que las habían conducido, no les dieron oportunidad de reco-
mendar operación alguna para la emancipación de la América del Sur. Y la
facilidad con la que se dejaron llevar para dar apoyo a los planes de conquista
iniciados por sir Popham, trastocó todas sus perspectivas en lo referente a ese
grande objetivo político. La historia de la memorable expedición* a Buenos
Ayres es demasiado conocida para requerir de ninguna recapitulación en este
volumen. Sus efectos con relación al grande y saludable plan de liberación
han sido de doble filo. Ciertamente, han sacudido de modo virulento la con-
fianza del pueblo de la América en el gobierno británico. Se le había dicho
que el interés del gobierno era solamente ayudar a conseguir su libertad; pero
el primer ejército al que avistan viene tanto a la conquista como a la expolia-
ción12. No obstante, ha tenido otro efecto afortunado: que nos ha dado, como
* En el marco de los enfrentamientos entre España e Inglaterra, en 1806, por iniciativa propia
pero con el apoyo tácito de su gobierno, una escuadra británica de 6.000 efectivos al mando de
sir Popham tomó el estuario del Río de la Plata. Buenos Aires, que contaba para la época 20.000
habitantes, estaba desguarnecida y el virrey Rafael de Sobremonte no opuso resistencia. Enviado
por el gobernador de Montevideo, el oficial francés Jacques Linniers, quien servía en la marina
española, logró recuperar la ciudad con una tropa de 2.000 hombres. A raíz de este evento y de
la cobardía del virrey, la población se rebeló contra las autoridades metropolitanas y, en cabildo
abierto, nombró virrey de la provincia de La Plata a Jacques Linniers. A los pocos meses, otra
expedición inglesa, esta vez al mando del general Whitelocke, tomó Montevideo pero tuvo que
retirarse ante la resistencia de sus habitantes.
12
Una proclama, transmitida a través del secretario de Estado, lord Melville, y que circuló en las
costas de la América Hispana merced al gobierno de Trinidad en 1797, llamando a los habitantes
del continente a resistir contra la opresiva autoridad del gobierno español, asegura que “han sido
tomadas medidas para dar apoyo a través de las fuerzas navales británicas, y para suplir armas y
municiones que les permitirían mantener su independencia comercial, sin deseo alguno, por parte
del Rey de Inglaterra, de adquirir ningún derecho de soberanía sobre ellos, o para interferir con sus
derechos civiles, políticos o religiosos, a menos que ellos mismos solicitasen en alguna medida la
protección de éste”. Consideremos el efecto que se había calculado que esta propuesta tuviese so-
bre las mentes del pueblo de la América del Sur, comparándolo con la conducta que se requirió de
los que debían tomar por asalto Buenos Ayres. En las instrucciones al general Whitelocke (véanse
los documentos publicados en un anexo en el Trial of general Whitelocke, p. 8, edición hecha por
Blanchard y Ramsay), se halla el siguiente fragmento: “Con la fuerza antes detallada, deben uste-
des proceder a ejecutar la tarea que se les ha confiado: reducir la provincia de Buenos Ayres a la
autoridad de Su Majestad el Rey de Inglaterra”. En la página siguiente, se le ordena “no introducir
en el gobierno ningún cambio distinto a aquél que sea necesario llevar a cabo para substituir la
autoridad del Rey de España por la de Su Majestad”. Igualmente, en las instrucciones que se giran
al general Crawford con respecto a Chile, se ordena a éste no hacer otros cambios que no sean
“colocar el país bajo la protección y el gobierno de Su Majestad”; y se le dice que “la forma previa
de gobierno debe mantenerse sujeta sólo a los cambios que la substitución de la autoridad del Rey
de España por la de Su Majestad hará inevitables”. (Véase el anexo G, p. 234).
biblioteca ayacucho 37
luchas actuales en España, a la que aún se adhieren algunos de nuestros más
optimistas compatriotas, sólo tendríamos que decir que deberíamos creer, con
alguna confianza, que el mismo espíritu y la misma inteligencia que han es-
tado triunfando en la Europa resulten justos y generosos en América. Y que el
gobierno restituido, y las ilustradas asambleas de la España regenerada, habrán
de relajar la severidad de su control sobre sus lejanas dependencias; y que,
espontáneamente, habrán de otorgar a sus hijos transatlánticos esa emancipa-
ción para cuya consecución se han apoyado más en las debilidades que en la
bondad de su madre patria.
Sin embargo, éstas son lamentablemente especulaciones que, nos parece,
ningún hombre sensato debe permitirse ahora. Creemos que el futuro de la Es-
paña está decidido; y ese país bueno, pero mal conducido, probablemente se
ha rendido, para este momento, al destino que le ha tocado a la mayor parte de
la Europa continental. Sus dominios europeos se han entregado ya a las duras
garras del insaciable conquistador, y su ambición y su codicia seguramente
han olfateado la presa en las posesiones de la España en América. En estos mo-
mentos, no nos cabe la menor duda de que sus inagotables intrigantes trabajan
para envenenar las puras fuentes de patriotismo y de concordia en esas distan-
tes regiones, y alistan fuerzas para pisotear estas chispas de independencia a
las cuales la agitación más leve convertiría ahora en una llamarada inapagable.
Todavía nos queda un momento para tomar una decisión sobre aquello que
pronto podría resultar impracticable.
Por lo tanto, el asunto no es ahora, pensamos humildemente, si la España
–un poder amistoso, neutral, o incluso hostil– retendrá sus colonias, para opro-
bio de éstas y para nuestro menoscabo; es si estas colonias pasarán, con todas
sus vastas capacidades, a manos de la Francia; si estas inmensas y productivas
regiones, tierra abonada para tantas de las esperanzas de la raza humana, serán
dedicadas a aquellos beneficiosos propósitos para los que su naturaleza las
hace apropiadas; o si se apoderará de ellas el archienemigo de la libertad y
la paz del género humano, y si serán utilizadas como alimento para un poder
fuera de toda ley y para la opresión universal. En lo que respecta a la Gran
Bretaña, el asunto no es si debe asegurarse a sí misma una inmensa ventaja o
si debe renunciar a ella; es si debe tomarla para sí o dársela a su inexorable
enemigo, un enemigo que tiene ya tanto poder y que, con toda seguridad, uti-
lizará en su contra, inmediatamente, esos potentes medios de los cuales ella,
merced a su negligencia, le ha permitido disponer.
biblioteca ayacucho 39
que favorecemos todas las prácticas revolucionarias que se han utilizado para
destronar al primero.
No obstante, en todo caso, es nuestra firme opinión que la Gran Bretaña
está llamada, por las más imperiosas causas de la autopreservación, a recha-
zar y oponerse a cualquier proposición que Bonaparte pueda hacer –y no
estamos de ningún modo seguros de que no hará alguna– para la creación de
semejante reino, ya sea para Carlos, ya sea para Fernando. Si alguna vez se
adoptase un arreglo como éste, nos preguntamos ¿quiénes serían las personas
que acompañarían a Carlos y Fernando a la América del Sur, quiénes tendrían
la mayor influencia sobre su gobierno? Personas que dejan tras de sí inmensas
propiedades y dignidades en España, y a esa España en manos de Bonaparte.
¿Acaso un avezado intrigante necesitaría algo más para lograr su propósito?
Bastaría sólo que fingiese generosamente preservar para estos hombres sus
propiedades y dignidades en España, ¿no es evidente, pues, la influencia que
sobre ellos podría adquirir inmediatamente? Le bastaría persuadirlos (y en tales
artes es un maestro) de que no es su enemigo; y de que no debería haber hos-
tilidad alguna, sino más bien una cordial unión, entre el imperio de la Nueva
España y el imperio tradicional; de que no hay incompatibilidad alguna en
que conservasen sus antiguos y amados patrimonios y sus dignidades en la
vieja España, mientras fielmente sirven a su rey en la nueva; de que interesa
a ambos países el que estuviesen, por así decirlo, unidos –y no existe vía más
efectiva para esto que una mancomunidad de propiedades y dignidades–; le
bastaría, por estos medios, convencer a los grandes hombres que seguirían
a los monarcas para que pusiesen sus esperanzas y afectos en sus antiguas
condiciones y propiedades en España. Con estas cuerdas doradas y de seda
podría mantenerlos atados con tanta fuerza como si se tratase de una cadena
de diamantes. Entonces los asuntos de la América del Sur serían gobernados
completamente por el leve asentimiento de Bonaparte, y sería fácil para él,
con pretextos ya dispuestos, llevar sus tropas a esa nación hasta que al fin
llegase el momento de declararla suya.
En la tarea de crear alguna opinión sobre la naturaleza del cambio que de-
bería intentarse en estos grandes países, lo primero que debe tomarse en cuenta
es la disposición de sus pueblos. Sobre este punto hemos presentado ya evi-
dencias muy decisivas; pero sería apropiado reunir unas pocas circunstancias
adicionales que, nos parece, colocan el asunto en la más clara perspectiva.
Depons, sobre cuyas actividades en Caracas y las provincias vecinas hallará el
La captura del virrey por parte de los habitantes de Buenos Ayres, evento cierta-
mente importante en sí mismo, me dio por vez primera una idea de los puntos de
vista de muchos de los líderes, y me convenció de que, sin importar cuánta hosti-
lidad sintieran hacia nosotros, era más la que sentían hacia su gobierno actual.13
Al reporte de su captura (la del virrey) se sumaron otros más importantes (...) Se
sumaron la abolición de la real corte de audiencias y el desacato a la autoridad
del rey, así como el hecho de no volver a izar la bandera española. Estos reportes
circulaban, leídos con avidez, y pronto descubrí que eran aceptables para la ma-
yor parte de los habitantes. Las personas que antes parecían hostiles y nada con-
vencidas, ahora me presionaban para que hiciese avanzar un cuerpo del ejército
hacia Buenos Ayres, y me aseguraban que, de reconocer yo su independencia y
prometerles la protección del gobierno inglés, la ciudad se me rendiría.
13
Véase Trial of general Whitelocke, anexo, p. 51, edición de Blanchard y Ramsay.
biblioteca ayacucho 41
Más aún: en el mismo reporte, sir Samuel afirma:
14
Véase esta copia de las instrucciones, firmada por el señor Windham; ibid., p. 29. Es menester
señalar que el libro citado en este caso es siempre la edición del juicio de Whitelocke, hecha por
Blanchard y Ramsay.
15
En la misma nota, el autor Ségur el Mayor nos narra una anécdota muy característica, y a la
que pueden hallársele paralelos cercanos a nosotros. Había observado una particular instancia
de absurda y opresiva política que, para decirlo con sus propias palabras, afectaba a la vez la
agricultura, la población y la civilización. Habiendo comunicado estas reflexiones a un monje
inquisidor muy considerado, el padre me respondió: “La provincia está bien como está, y rinde
bastante dinero al rey; si al dejar mayor libertad a estas gentes, se acrecentan la prosperidad y la
población, pronto la colonia sacudirá el yugo de la metrópoli, como lo hicieron las colonias ingle-
sas...”. Indignado ante tal respuesta, le repliqué yo, antes de despedirme: “Padre, yo no veo sino un
medio que pueda agregarse a aquellos que ya han sido aprobados por su previsión política: sería
matar a los neo-natos si, por desgracia, la fecundidad se vuelve excesiva, y el acrecentamiento de
la población peligroso en demasía...”.
biblioteca ayacucho 43
cambio de la monarquía en Europa ha eliminado un número considerable de
las dificultades que se atravesaban en el camino de ese grande proyecto de
lograr la emancipación de la América del Sur. Ninguna contienda deberá sos-
tenerse ahora con las tropas de la España, o con los administradores españoles
que se oponen al cambio. Ya que tales administradores no pueden abrigar
esperanzas de ninguna índole de transferirse a sí mismos individualmente
el gobierno de la nación, y ya que verán ahora a esa nación como su hogar,
todas las razones apuntan a la creencia de que cooperarán cordialmente en
efectuar cualquier reacomodo que beneficie a sus asuntos generales.
¿Cuánto más feliz, entonces, es esta situación que aquélla en la cual los
holandeses llevaron a cabo su independencia cuando se rebelaron contra la
misma monarquía de España? ¿Cuánto más feliz que aquélla en la cual los
suizos se rebelaron contra la casa de Austria; o aquélla en la cual los estado-
unidenses se alzaron contra la monarquía británica; o incluso que aquella en
la que el pueblo británico se rebeló contra el despotismo de los Estuardo? Y sin
embargo, todos estos experimentos resultaron bien y aseguraron a los hombres
en sus esferas de operación, al menos por un largo período, una cantidad de
felicidad mayor que la que alguna vez se haya hecho evidente entre una similar
porción de la raza humana. No parece que se haya experimentado dificultad
alguna proveniente de la violencia popular en ninguna de estas instancias. Así
pues, ¿cuán absurdo es abrigar prejuicios contra cualquier cambio de gobier-
no, sin importar cuán urgentes sean las circunstancias que lo hacen necesario,
porque uno de esos experimentos, el de la Francia, haya fracasado, si los que
han tenido éxito son muchos más que los que han fracasado, sobre todo cuan-
do el intento francés permite la cabal comprensión, con relación a las causas
de su propio fracaso, que tales eventos pueden difícilmente volver a suceder?
Estos experimentos exitosos nos otorgan las más importantes instruc-
ciones sobre la adecuada conducción del cambio que se contempla para la
América del Sur. Seleccionemos el de la Holanda como ejemplo. Los sura-
mericanos podrían difícilmente elegir uno mejor; y tiene este notable punto
de semejanza: que ésta fue también una rebelión contra el gobierno español.
¿Qué sucedió cuando los holandeses declararon su independencia? Todos
los cargos y poderes emanados más directamente de la monarquía española
dejaron de existir. Éstos eran el cargo de virrey o gobernador, los altos man-
dos militares, el cargo de intendente o director de Rentas Públicas, y algunos
más. Pero, además de éstos, había otros cargos y poderes que podrían más
biblioteca ayacucho 45
los sectores, es perfectamente claro que este sector con poder se apoderará,
gradualmente, de todas las ventajas para su propio provecho, y que colocará
todas las desventajas sobre los hombros de los otros; y si el interés conjunto
es algo tan amplio e ineludible como el de la nación, esta desigualdad llegará
seguramente tan lejos como para arruinar aquello que más interesa, y destruirá
toda la prosperidad nacional; sirvan de testimonio la Sicilia, la Polonia y todos
los demás países donde una aristocracia feudal ha absorbido los poderes del
pueblo. Por estas razones, mucho dista de ser cierto que el aplicar una cons-
titución no puede lograrse con la cooperación e influencia del pueblo, pero
tampoco puede lograrse sin éstas. La constitución, además, siempre puede ser
ideada de tal modo que permita, a la hora de aplicarla, después de haber sido
presentada, abundantes controles contra cualquier impulso irregular por parte
del pueblo; de modo que el ejercicio del poder que sea menester confiarle, en
un momento posterior, resulte absolutamente saludable.
Veamos ahora cómo estos principios generales se aplican al asombro-
so y específico caso que tenemos ante nosotros. En el momento en el que
cese la autoridad española en América del Sur, lo cual se daría por su propia
voluntad, merced a la subversión de la vieja monarquía, ¿qué elementos de
organización y gobierno quedan aún en el país, a los cuales se podría opor-
tunamente recurrir sabiamente para prevenir el desorden, y sobre los cuales
podría construirse, con casi ningún riesgo de confusión, una superestructura
de gobierno y libertad? Los cargos de los virreyes y gobernadores, de las reales
audiencias, que eran como grandes consejos para ciertos asuntos de variada
índole, en parte políticos, en parte judiciales, y los cargos de recolectores y
administradores de la renta, junto a algunos otros, se vendrían abajo. Pero
quedarían, tal como quedaron en el caso de la Holanda, las magistraturas lo-
cales del país, cuya constitución original es particularmente buena; y queda la
natural influencia de la gente de carácter y riqueza de la nación; todas éstas,
consideradas, como debe ser, en conjunto con la extraordinaria crisis, deben
unir, de un modo sin paralelos, los puntos de vista de todos los que constituyen
la comunidad en el deseo de una nueva y feliz organización de los asuntos na-
cionales, permitiendo una base sobre la cual proceder a modelar un gobierno
más segura que las que probablemente se hayan presentado jamás para una
legislación benéfica.
Los cabildos, por ejemplo, o lo que quizás debiéramos llamar las cor-
poraciones municipales, permiten una organización tan completa que los
Fue sin duda debido al grande respeto que sentía la nación española por sus esta-
blecimientos municipales, que los conquistadores de la América se convencieron
de que sus nuevas posesiones debían tener necesariamente el Cabildo por base:
así pues, dotaron de un cabildo a todas las villas que fundaron.
biblioteca ayacucho 47
Ocurrió que, al no existir tribunal alguno como contrapeso, los cabildos, en las
provincias dependientes de Caracas, adquirieron en sus atribuciones un alcance
tan grande como no lo tuvieron jamás en España.
Por todo esto, hay abundante evidencia de que existe, en América del
Sur, una organización elemental que emana del propio país para permitir una
seguridad contra la confusión, y una base sobre la que construir, tan buena en
todos sus aspectos, por decir lo menos, como aquella que había en Holanda
en la época en la que ésta se libró de su dependencia de la España, y constru-
yó un gobierno comparativamente feliz para sí misma.
Sin embargo, la reducida extensión de la Holanda le permitió proceder
de una manera algo diferente a aquella que las circunstancias señalan como el
curso necesario para la América del Sur. Podría considerarse que toda la Ho-
landa estaba incluida bajo la jurisdicción de siete municipalidades principa-
les, y fue fácil para éstas unirse en una especie de confederación, sin tumultos
ni confusión. Es evidente, por otra parte, que en un país de extensión tan vasta
como la América del Sur, y tomando en cuenta sus grandes divisiones, esto es
impracticable. Sólo el sistema representativo puede, en circunstancias como
estas, permitir alguna vez un buen gobierno. Así pues, en lo que respecta a la
América del Sur, el problema es cómo puede ser insertado el sistema repre-
sentativo en el de los cabildos, y en el sistema de organización que ya está
enraizado en el país.
El asunto más importante aquí es si los representantes nacionales deben
ser elegidos por los miembros de los cabildos o por los electores de estos miem-
bros. Ambas posibilidades están ejemplificadas en Gran Bretaña. En Escocia,
son los magistrados de las poblaciones, correspondientes a los miembros de
los cabildos, quienes votan por los representantes al parlamento. En Inglaterra,
donde los principios de la libertad fueron siempre más poderosamente firmes,
son los electores de los magistrados, los ciudadanos mismos, quienes suelen
seleccionar a los representantes.
Sin entrar en detalles sobre este asunto declararemos el grande principio
que debería servir de guía en todas las deliberaciones de este tipo. Hay un pe-
ligro en el caso de hacer demasiado amplia la base de la representación. Hay
otro riesgo en hacerla muy estrecha. Si se la hace muy amplia, uno incurre
en las inconveniencias de las ignorantes y precipitadas pasiones de los poco
educados. Si se la hace muy estrecha, uno incurre en algo que es todavía peor:
16
Vale la pena mencionar que “Inca” es el nombre propuesto por el general Miranda, como un
título apreciado por la América del Sur.
biblioteca ayacucho 49
recomendamos otro pequeño volumen, publicado hace pocos años en Edim-
burgo, titulado Thoughts on Public Trusts, al que creemos merecedor de más
atención de la que ha recibido hasta ahora, porque contiene reflexiones más
valiosas sobre la legislación constitucional que la mayoría de los libros que
conocemos. En lo que se refiere a la rama judicial íntegra, que incluye tanto
los tribunales como las leyes, puede obtenerse información invalorable en las
obras del señor Bentham, incuestionablemente, el hombre mejor calificado
para dar consejos sobre este tema de todos los que alguna vez han vivido.
En lo referente al modo específico en el que resultaría más prudente em-
plear la influencia británica en esta crisis, no es menester, y quizá ni siquiera
apropiado, que digamos demasiado. Una circunstancia resulta peculiarmente
afortunada: que el empleo de tropas se ha tornado, si no del todo al menos en
grandísima medida, innecesario. Otra feliz circunstancia es que la influencia
de la misma América del Sur puede ser utilizada, combinada con la de la
Gran Bretaña, para hacer aquellas propuestas fraternales que las exigencias
del tiempo tornan urgentemente necesarias. Hay un fragmento que explica
unos curiosos pensamientos, tan aplicables al momento actual que no pode-
mos evitar transcribirlos, en unas notas del gobernador Pownall, publicadas en
1780, y tituladas “Una petición muy humildemente dirigida a los soberanos de
Europa, en la presente situación de los asuntos entre el Viejo y el Nuevo Mun-
do”, que puede encontrarse en la página 26 de un curioso volumen titulado:
Three Memorials, most humbly addressed to the Sovereigns of Europe, Great
Britain, and North America, de T. Pownall. Dice él:
Ojalá tan noble conquista, tan grande mutación y alteración de tantos imperios y
pueblos, hubiese ocurrido en los tiempos de Alejandro Magno o de los antiguos
griegos y romanos, quedando en manos que hubiesen suavemente desbrozado y
pulido cuanto había de agreste, para afianzar y promover los buenos fundamen-
tos que la naturaleza había sembrado: mezclando en el cultivo de la tierra y el
ornato de las ciudades las artes de allende, tanto como necesario fuese, y mez-
clando también en las virtudes originales de esos países, las griegas y romanas.
Cuán enmendada habría quedado toda la maquinaria que transportó hacia allá
nuestros primeros ejemplos, instando así a todos esos pueblos a admirar e imitar
la virtud, construyendo entre ellos y nosotros fraternas sociedad e inteligencia.
Cuán fácil habría resultado sacar provecho de almas tan nuevas, tan sedientas de
aprendizaje, y que en su mayoría tenían hermosas iniciativas naturales.
Montesquieu también dice en L’Esprit des lois (libro XXI, capítulo 22):
Las Indias y la España son dos potencias con un solo amo; mas las Indias son lo
principal, y la España no es sino lo accesorio. En vano pretende la política reducir
lo principal a lo accesorio; las Indias siempre atraen hacia ellas a la España.
biblioteca ayacucho 51
cual individuo, las pérdidas de los demás pueden ser sus ganancias. Pero es
asunto que produce indignación el que cualquiera, en el cargo de administra-
dor, necesite que se le repita la demostración (porque demostración hay, y tan
completa como cualquiera elaborada por Euclides) de esta verdad elemental:
los monopolios resultan desventajosos. Empero, ya que está bien claro que tal
repetición es necesaria, hay que hacerla obligatoriamente. Así pues, el efecto
de cualquier grado de monopolio a nuestro favor, impuesto sobre los surame-
ricanos por la protección que les daríamos, significaría dar mayores ganancias
a los comerciantes que con ellos tratarían. Pero un grupo de comerciantes no
se contenta nunca con una pequeña ganancia cuando sus vecinos están obte-
niendo una mayor. Un alza permanente en el porcentaje de ganancias en una
rama del comercio eleva éste, proporcionalmente, en todas las demás. Enton-
ces, cualquier monopolio que se nos entregue en cualquier sector del mundo,
aumenta el precio de los bienes en nuestro país, y lo hace exactamente en pro-
porción a las dimensiones o, en las ideas de aquellos que no tienen educación,
al valor de ese monopolio. Por ende, crear un monopolio a nuestro favor, en un
país, es crear un monopolio contra nosotros en todos los demás: el monopolio
de la naturaleza, que se impone por sí mismo y que no necesita de estipulacio-
nes, ni de costas protegidas, ni de oficiales de rentas para su seguridad.
Al presentar estos puntos de vista y estos detalles a nuestros lectores, he-
mos actuado principalmente por el deseo de comunicarles las gratas y con-
fortantes impresiones que, en cualquier otra rama de la especulación política,
buscaríamos en vano. Además, hemos querido ansiosamente, sin duda, otorgar
a la consideración de este muy importante tema unos modos de entendimiento
que podían no habérsele aplicado hasta ahora, de modo de asegurarle a la
empresa el beneficio de una discusión más libre y extendida que aquella que
hasta ahora ha tenido la fortuna de recibir. También puede, quizá, ganarse algo
al interesar a la nación toda en un proyecto que, hasta este momento, ha sido
casi exclusivamente asunto de los ministros, para así inclinar al gobierno hacia
esfuerzos más hábiles y efectivos a favor de una causa que puede volverse
de interés popular, además de importante. Nada hemos dicho que nuestros
enemigos, tanto en Europa como en América, no sepan desde hace mucho;
no puede resultar sino beneficioso el que se haga, evidentemente, del conoci-
miento general de todos nosotros.
biblioteca ayacucho 55
A Su Excelencia el señor príncipe de Galizin, y otros, en Viena
A Su Excelencia el conde de Woronzow*, y otros, en Londres
biblioteca ayacucho 57
aposentos, a preguntar cómo había sabido él de mis intenciones de visitar París, y
particularmente de alojarme en su establecimiento. Me respondió que se lo había
informado el teniente general [***], quien desde entonces había pasado dos veces
a averiguar si yo había llegado y, ansiando mostrarme toda la cortesía que pudie-
se, había pedido ser informado al momento de mi arribo, lo que, con mi permiso,
haría el hotelero en ese instante. Di el permiso solicitado, mas estaba yo perplejo,
y quería saber quién era ese teniente general que había concebido tal interés por
mí. Ciertamente, deseará usted saber cómo este hombre, en París, supo que yo
viajaba por la Europa, que mi propósito era visitar París en mi ruta hacia Londres,
y que pretendía yo alojarme, durante mi permanencia en esta ciudad, en el hotel
Luis XVI, en la calle Richelieu. Me impresionó en el momento, tanto como los
detalles del hecho pueden sorprenderlo a usted ahora. Nunca había comunicado
yo mis intenciones a nadie, ni siquiera las había dicho a usted, ya que eran un
asunto de muy poca trascendencia; empero, haciendo una mirada retrospectiva
de lo que había pasado, y luego de referirme a mi cuaderno de memoranda, hallé
que un día, durante una cena con el marqués de Lafayette* en Postdam, Prusia,
estando sentados a la mesa con varios oficiales franceses –cada uno atendido por
su respectivo sirviente–, el marqués me había recomendado que me alojase yo en
dicho establecimiento cuando viniese a París. Como un cumplido hacia él, tomé
mi cuaderno en la mesa y anoté el nombre del hotel y de la calle, y no volví a
pensar en el asunto hasta que el postillón, al entrar a París, me preguntó adónde
debía llevarme. Así pues, le di la dirección del lugar antes mencionado. Por ende,
concluí que el único modo de que mis intenciones fuesen conocidas habrá sido
por alguna comunicación entre alguno de los sirvientes que atendían a la mesa
del marqués y a este amigo mío, el teniente general; o entre aquéllos y las ofici-
nas de éste, porque he descubierto desde entonces que algunos sirvientes de los
franceses que viajan mantienen registros más precisos que los de sus amos, y que
tienen la costumbre a su regreso, de reportar (a la policía) cualquier cosa que pue-
dan considerar que les gane los favores de los oficiales, o unas cuantas libras.
Después de tomar el desayuno y vestirme, fui a presentar mis respetos al señor
Jefferson, nuestro embajador en París; en el transcurso de nuestra conversación,
le relaté los curiosos eventos sucedidos a mi arribo, y mencioné el nombre del
general (que ahora no recuerdo) que tan amable se había mostrado; y le pregunté
si recordaba que alguien con ese nombre hubiese servido en los Estados Unidos,
porque no sabía yo de otra circunstancia en la que pudiese haber trabado conoci-
miento con un general francés.
El señor Jefferson, con no pocas risas, me dijo que se trataba del teniente general
de la policía, y que esperaba que no pretendiese él mostrar su inclinación por mí
alojándome en los aposentos de su palacio, la Bastilla. Esto tuvo el efecto de exci-
tar aún más mi curiosidad, en lugar de alarmarme. Pero, para seguir con estos cu-
riosos detalles, al regresar esa noche a mi alojamiento, mi sirviente Louis me dijo
* Se trata del general francés que participó en la guerra de independencia norteamericana, cir-
cunstancia en la que trabó amistad con Miranda.
biblioteca ayacucho 59
nos establecimos, hasta el final del mes, cuando nos mudamos a Madrid. Entre
el círculo de mis relaciones estaba un oficial de La Habana, conocido del señor
Carmichael; creo que se llamaba Carvajal y, en todo caso, era capitán de tropa en
La Habana y se hallaba en ese momento negociando el permiso del embajador
para suplir a La Habana con diez mil barriles de pólvora de los Estados Unidos.
El mayor Plunkett, de nuestra armada, se encargaría de la parte estadounidense
del negocio si obtenía el permiso del embajador. Ya que don Gálvez acababa de
morir, el caballero estaba un poco apenado con su misión. Lo describo con tantos
particulares, no vaya a ser que haya confundido su nombre; pero esta persona,
en su segunda visita, me preguntó si alguna vez, en los Estados Unidos, había yo
conocido y trabado amistad con un oficial español, un coronel Miranda. Le dije
que sí, y que también lo había visto en Londres. Me contestó: “¡Ah! Pobre hom-
bre, yo también lo conocí alguna vez, pero ninguno de nosotros volverá a verlo
de nuevo”. Cuando le pregunté por qué pensaba de tal modo, me contestó que
en ese momento estaba usted confinado en el castillo de Madrid; que, habiendo
ofendido a su corte, hallaron medios de llevar a usted, bajo engaño, a un barco
español en el río Támesis, luego que regresase del viaje que había hecho por el
continente; y que el navío había viajado inmediatamente de Inglaterra a Cádiz,
de donde, bajo una fuerte guardia a caballo, había sido usted llevado a Madrid.
Cuando hice saber mis dudas sobre la materia, lució él muy seguro de la verdad
de aquello que afirmaba, y me dijo que un amigo y compañero cercano suyo co-
mandaba la guardia del castillo el día en que usted fue llevado allí, que lo había
visto y que lo conocía tan bien como él, el oficial, me conocía a mí.
Al hacer averiguaciones, hallé que esta historia circulaba como hecho cierto en
Madrid. No puedo explicarlo de otra manera como no sea que el rey y la corte, de-
seando impresionar a la opinión pública con la idea de que es imposible que se les
escape cualquiera que pretenda ofenderlos, hicieron traer a un infeliz prisionero de
Cádiz a Madrid bajo el nombre de usted, y lo hicieron pasar por toda esta pompa de
poder y tiránica exhibición, para, a través del miedo, someter al pueblo hasta donde
el nombre de usted fuese conocido, y el poder de ellos se extendiese. El caballero
llegó aún más allá en su deseo de lograr que creyese yo esa historia, y declaró que,
como había sido usted hecho prisionero en territorio británico, el embajador britá-
nico en Madrid tenía órdenes de su corte para exigir la liberación de usted; que la
exigencia había sido hecha y que había sido negada en los términos más enfáticos.
Ya que conozco al señor Liston, el embajador inglés, aproveché la primera oportuni-
dad para averiguar sobre esta segunda parte de la historia porque, si bien las fechas
de su captura no correspondían con el conocimiento que yo mismo tenía de los
movimientos de usted, reconozco que me sentí muy alarmado y apesadumbrado.
Pero, al asegurarme el señor Liston que tales circunstancias no habían llegado a su
conocimiento, me sentí complacido con la esperanza de que todo fuese una ficción
de la corte, cosa que las cartas desde el norte confirman, para mi alegría. Aproveché
varias oportunidades para mencionar su nombre entre el cuerpo diplomático, senci-
llamente para medirles el pulso; pero los hallé poco dispuestos a hablar mucho del
tema, y pude obtener escasa información de alguno de ellos; pero un día, mientras
biblioteca ayacucho 61
ANEXO B
EN VISTA de que ésta es una parte de la vida del general Miranda que
naturalmente ha suscitado la atención del público, y que ha sido objeto
de no pocas tergiversaciones, es útil insertar aquí algunos documentos
auténticos que pueden servir para poner estos hechos bajo una luz
veraz. El siguiente certificado del ministro de la Guerra luce apropiado
para empezar.
* Pidiendo el fin del régimen monárquico constitucional que se mantenía desde el inicio del
proceso revolucionario, una multitud asaltó el palacio de las Tullerías el 10 de agosto de 1792. El
mismo día, Robespierre aprovechaba este movimiento popular para radicalizar los ataques contra
la monarquía en la Asamblea legislativa, donde se decretó la inhabilitación oficial del rey: o sea
el fin de la monarquía constitucional instaurada en 1789 y un primer paso hacia la abolición
de la monarquía, decretada al poco tiempo, el 21 de septiembre, marcando el nacimiento de la
República parlamentaria. Luis XVI fue entonces encarcelado, luego compareció ante la Conven-
ción Nacional y fue guillotinado el 21 de enero de 1793. Estos eventos suscitaron el rechazo y
un subsiguiente giro en las endebles alianzas de ciertos generales que, aún manteniéndose leales
a la monarquía, habían batallado en los frentes militares, contra los extranjeros, para servir a la
patria francesa.
** En agosto de 1792, tras la inhabilitación del rey, los ejércitos austroprusianos penetran en la
región noreste de Francia, la Champaña, para auxiliar a la reina María Antonieta, hija de los em-
peradores de Austria.
* Tras haberse desempeñado en la diplomacia secreta de Luis XV, el general Charles François Du-
mouriez se unió al duque de Orléans para sostener la monarquía constitucional, etapa inicial de
la Revolución francesa. Apoyado principalmente por Danton y también por los girondinos, logró
que la Convención Nacional lo nombrara ministro de Asuntos Exteriores y luego comandante en
jefe de los ejércitos franceses en Bélgica. Ocupó Bélgica y ganó varias batallas en los Países Bajos
pero, al ser derrotado en la batalla de Neerwinden, y ya sospechoso de intrigas y manejos adminis-
trativos turbios, fue relevado del mando. No sólo se negó a obedecer sino que entregó al enemigo
prusiano no sólo a los cuatro comisarios enviados por la Convención Nacional sino también al
propio ministro de la Guerra, que había sido enviado personalmente por la Convención para noti-
ficarle su relevo. Dumouriez también trató de voltear sus tropas contra la República, pero se topó
contra el fuerte patriotismo de éstas y fracasó en su intento. Se pasó entonces al bando austríaco.
Posteriormente, emigró a Inglaterra.
biblioteca ayacucho 63
Notas del general Servan de Gerbey,
ex ministro de la Guerra, sobre el segundo
volumen de las Memorias del general
Dumouriez, redactadas por él mismo París,
en la imprenta de L’Union, de Louvet, y otras
(En 12, primer volumen, capítulo 15, página 154, línea 23)
(En 8o, página 7, línea 25)
(En 12, primer volumen, capítulo 155, página 15, línea 24)
(En 8o, página 8, línea 6)
1
Los títulos “Libro” y “Capítulo” que se utilizan en estos extractos indican los libros y capítulos
de las memorias de Dumouriez; también se indica la página, en el caso de cada cita, para las dos
ediciones del libro. Las palabras en cursiva, al principio de cada párrafo, son las palabras textuales
de Dumouriez; lo que sigue en redondas es la respuesta de Servan.
Tal era el proyecto que no fue conocido sino por cuatro personas...
Fue durante su viaje a París cuando Dumouriez concibió este proyecto; tres de
las cuatro personas a quienes el general lo presentó fueron Danton, Lacroix y
Westerman*.
Los franceses, a los que hay que conducir con alegría y confianza...
El general Miranda, cediendo a las presiones del Consejo Ejecutivo, se incorporó
al servicio de la República el 25 de agosto de 1792 y recibió, junto con el grado
de mariscal de campo, la orden de unirse al ejército comandado por el general
Dumouriez, estacionado para entonces en Grand-Pré, en la región de Champaña.
Llegó el 11 de septiembre y, al día siguiente, tomó bajo su mando un cuerpo de
tropas destinado a llevar a cabo un reconocimiento del terreno ocupado por el
ejército prusiano, muy superior en número, en las cercanías del ejército francés.
Tuvo la suerte, con fuerzas muy inferiores, de derrotar al enemigo en un encuen-
tro, acción ésta que contribuyó a exaltar el coraje de las tropas francesas... Del 14
* Con su voz potente y su elocuencia sin igual, Georges Danton fue uno de los jefes más prestigio-
sos de la Revolución francesa, en cuyos inicios mantuvo una línea de acción dura: fue el organiza-
dor de la jornada del 10 de agosto de 1792, que acabó con la monarquía, y de la masacre de los
prisioneros monárquicos en septiembre del mismo año. Posteriormente, su actuación se hizo más
moderada, y se centró en los asuntos exteriores, organizando la defensa nacional. Pero, tras haber
contribuido a acabar con los girondinos, fue atacado por las otras tendencias revolucionarias y por
Robespierre, quien ordenó su detención y su ejecución en marzo de 1794.
Jean-François de Lacroix era diputado de la Convención Nacional y llegó a presidirla a partir de
octubre de 1793. Muy ligado a Danton, lo respaldó en la instauración del Tribunal Revolucionario
y del Comité de Salvación Pública. En 1794, acusado por los jacobinos de enriquecimiento ilícito,
fue detenido y guillotinado junto a Danton.
François-Joseph Westerman, general francés, muy amigo de Danton. El 10 de agosto de 1792
encauzó la poblada que llegó a París desde Marsella y Nantes, dirigiéndola hacia el palacio real.
En 1794 participó en la campaña militar de los Países Bajos. Falsamente acusado de cobardía por
los jacobinos, fue detenido y guillotinado junto a Danton.
biblioteca ayacucho 65
al 15 de septiembre, el general Miranda comandó la retirada del ejército hacia Sa-
inte-Ménéhould, reintegrándose a las tropas de su división debido a los rumores
de un próximo ataque enemigo contra nuestra retaguardia. Mientras tanto, las di-
visiones de Dumouriez, entre las que cundió el pánico, huyeron en desbandada,
abandonando pertrechos, artillería, etc. Miranda siguió comandando su ejército
durante su estacionamiento en el frente de Sainte-Ménéhould, a pesar de los ata-
ques reiterados e infructuosos de los prusianos, y ello hasta la importante época
de la retirada de los prusianos. El Consejo Ejecutivo, instruido para entonces por
Dumouriez, quien colmaba de elogios al general Miranda por los servicios pres-
tados a la República en esta campaña y por la influencia que había ejercido en el
buen ánimo de las tropas, lo nombró teniente general de los ejércitos franceses.
La correspondencia del general Dumouriez con el general Miranda, impresa al
final de estas notas, muestra cuánto difería su opinión acerca de este oficial (de
cuyo carácter era conocedor, y cuyos conocimientos pudo apreciar en el transcur-
so de dos campañas), de aquello que pretende hacernos creer en sus Memorias,
con respecto al carácter de Miranda y a sus conocimientos de la parte práctica de
la profesión militar. Bastará leer esta correspondencia (que se ha vuelto, por ende,
muy valiosa para la historia) para convencerse de que Dumouriez le demostró,
hasta el 12 de marzo de 1793*, todos los miramientos y la estima que le inspiraban
sus talentos, su filosofía y su ardiente amor por la libertad, y que le dio pruebas
reiteradas de una confianza sin límites. En dicha correspondencia se verá, por sus
expresiones de afecto, que a la sazón Dumouriez hacía mucho caso a Miranda:
lo llamaba constantemente su consejero, su ilustre asistente, la mente filosófica y
militar por excelencia entre sus colegas, etc., y nada consideraba mejor que todo
aquello que él hacía y escribía. Estos sentimientos de estima y confianza se ponen
claramente de manifiesto en sus cartas a Miranda fechadas los 3, 4, 7 y 9 de marzo
de 1793; en la misma época en que sus sentimientos contrastaban tan singular-
mente con aquellos que luego le profesaría, no sólo a él sino también a otros.
Según el informe oficial de los comisarios enviados a Bélgica por la Convención
Nacional**, Dumouriez había declarado que Miranda era el más capacitado para
sustituirlo en la comandancia en jefe; y cuando el Comité de Defensa General***
* Fecha en la que Dumouriez escribió una carta conminatoria a la Convención Nacional, respon-
sabilizándola, así como al ministerio de la Guerra, de su derrota en Bélgica. Con esta carta, agravó
su disenso con los jacobinos y se inició la pérdida de su influencia.
** Tras la inhabilitación de la monarquía, el 10 de agosto de 1792, se instauró un Consejo Ejecutivo
que disolvió la Asamblea legislativa y llamó a elegir por sufragio universal un poder legislativo re-
novado, la Convención Nacional. Ésta funcionó desde septiembre de 1792 hasta octubre de 1795,
y en su seno se dieron los debates más apasionados que decidieron el curso de la revolución.
*** En enero de 1793, la Convención Nacional creó el Comité de Defensa Nacional, compuesto
por veinticuatro miembros, con mayoría girondina. Los debates del comité eran públicos, y en
ellos se reflejaban las mismas divisiones políticas que en la Convención. Lo cual debilitó la auto-
ridad de este comité.
* Louis-Philippe d’Orléans, primo de Luis XVI y el más próximo heredero de la Corona, preconiza-
ba ideas liberales que le valieron la enemistad de la reina María Antonieta. Ilustrado y ambicioso,
amigo de Mirabeau y de Danton, abrazó la causa revolucionaria, renunciando a sus privilegios y
adoptando el nombre de Philippe-Égalité (Felipe-Igualdad). Miembro de la Convención Nacional,
votó a favor de la muerte del rey en 1792. En 1793 fue acusado de traición a la patria y complici-
dad con el general Dumouriez por Robespierre, compareció ante el Tribunal Criminal Revolucio-
nario y, el mismo día, fue guillotinado.
Su hijo Louis-Philippe, el joven duque de Chartres, siguió el ejemplo de su padre. Llamado Égalité-
fils (Igualdad hijo), fue edecán de Dumouriez en la campaña militar de 1792-1793, participando
en las batallas de Valmy, Jemappes y Neerwinden. Cuando Dumouriez se pasó al bando austríaco,
se llevó con él al joven duque quien, posteriormente, restauraría la monarquía francesa, reinando
de 1830 a 1848.
biblioteca ayacucho 67
resolverlo. ¿Acaso Miranda no se habría prevalido de esta carta si efectivamente
hubiese sentido envidia de Valence? Por lo demás, dicha correspondencia no deja
de ser una pizca socarrona, pues da a conocer la opinión de Dumouriez acerca de
Valence en esa época, y los sentimientos que luego lo animaron. Dicha opinión
sobre Valence fue confirmada por Gossuin, diputado en la Convención Nacional,
en su declaración contra Miranda ante el Tribunal Revolucionario*. El susodicho
diputado hizo notar que cuando el ejército francés se retiraba de Lieja, Valence
perdió totalmente la cabeza, Thowenot actuaba con hipocresía, etc. Empero, para
nadie será difícil reconocer la diferencia sobrevenida entre las dos épocas, y de
adivinar su causa.
(En 12, volumen primero, capítulo 16; faltan unas tres páginas)
(En 8o, página 11, línea 89)
Por el de Maestricht...
Dumouriez no dio jamás la orden de emprender el asedio de Maestricht, sino
de cañonear esa plaza. Véase su correspondencia. Véase también la página 12,
línea 32.
(En 12, primer volumen, capítulo 16, página 163, línea 30)
(En 8o, página 16, primera línea)
(En 12, volumen primero, capítulo 16, página 165, línea 25)
(En 8o, página 16, última línea)
Rozières...
Éste es el oficial a quien Dumouriez entregó el mando de los treinta y seis bata-
llones, a cuya cabeza Miranda acababa de cubrir la retirada de Bélgica cuando
fue capturado en Ath; y sin embargo, según Dumouriez este oficial era muy igno-
rante, muy bribón, sin méritos ni talento, etc.
biblioteca ayacucho 69
cado en sus órdenes al general Lanoue (véase la correspondencia, No 30). Al no
recibir auxilios, Maestricht habría capitulado en ocho días.
(En 12, primer volumen, capítulo 16, página 167, línea 14)
(En 8o, página 17, línea 35)
CAPÍTULO III
(En 12, volumen primero, capítulo 17, página 197, línea 22)
(En 8o, página 34, línea 2)
El príncipe de Coburgo tenía conocimiento de los desórdenes y de la desunión
entre los jefes...
Si el general Dumouriez hubiese leído con cuidado la siguiente correspodencia
del 14 de febrero de Miranda a Beurnonville, de la cual le remitió una copia, se
habría percatado de que el general Miranda había previsto todas las desgracias
que pronto iban a ocurrir en el Roër, y probablemente se habría ahorrado el es-
fuerzo de inventar esta presunta desunión entre los jefes, que no existió jamás,
y de buscarle una causa.
......................................................................................
Además, tengo para mí que es muy probable que a partir del momento en que co-
mience el asedio o el cañoneo de Maestricht, el ejército austríaco, que se halla fren-
te a nosotros a orillas del Roër, y del cual se me ha dicho que tiene una fuerza de
cuarenta mil hombres, intentará atacar a nuestro, que se halla al otro lado de este
río con el fin de cubrir el sitio de Maestricht, para romperlo y salvar así esa plaza.
Nuestras fuerzas distan mucho de ser suficientes para mantener con firmeza toda
la extensión que estamos ocupando en estos momentos, y para ejecutar las opera-
ciones que vamos a emprender. Supongo yo que el general en jefe Dumouriez ha
informado a usted particularmente de todas sus disposiciones. Yo he recibido sus
órdenes, y todo el ejército se ha puesto en movimiento, con confianza y buena
voluntad, para ejecutarlas. Esta acción se me antoja extraña y muy dificultosa; así
pues, no puedo menos que esperar que si el éxito no resulta conforme con todos
(En 12, volumen primero, capítulo 18, página 198, línea 12)
(En 8o, página 34, línea 16)
(En 12, volumen primero, capítulo 17, página 198, línea 18)
(En 8o, página 34, línea 20)
(En 12, volumen primero, capítulo 17, página 198, línea 23)
(En 8o, página 34, línea 23)
biblioteca ayacucho 71
fuertemente a ello. Gossuin decía al respecto, en estos mismos términos, que
Valence había perdido la razón, etc. La carta de Dumouriez a Miranda, del 7 de
marzo, y la del 3 de marzo al mismísimo Valence, muestran cuán convencido
estaba Dumouriez de esta verdad: así pues, cabe la tentación de pensar que al
decir: Miranda había perdido la razón, de quien quería hablar era de Valence.
(En 12, volumen primero, capítulo 17, página 199, línea 26)
(En 8o, página 35, línea 6)
(En 12, volumen primero, capítulo 18, página 200, línea 24)
(En 8o, página 35, línea 25)
(En 12, volumen primero, capítulo 18, página 201, última línea)
(En 8o, página 36, línea 9)
Extracto
Histoire du Comte de Saxe par Monsieur le Baron d’ Espagnac
París, 1775, volumen segundo, página 251:
No me atrevía a dejar la cuenca de Bruselas para transportarme a Maestricht,
porque una vez que los enemigos hubieron atravesado el río Dyle, instalándose
en sus orillas, no habría podido yo desalojarlos de allí; se habrían apoderado de
Lovaina y de Malinas; habrían podido reconquistar los Flandes holandeses; nos
habríamos visto forzados a renunciar de inmediato a Maestricht, salir corriendo
a toda velocidad pasando por Mons y Ath, presentando flanco al enemigo, y
a apostarnos detrás de Bruselas para sostener esta plaza: vaya usted a saber si
hubiésemos podido arribar a tiempo, ya que Bruselas nada valía; por cierto que
nos habríamos visto forzados a abandonar una inmensa comarca...
biblioteca ayacucho 73
taremos a continuación los motivos por los cuales debe un general rehuir de librar
batallas (los mismos son tomados de Montecuccoli*, el grande maestro del arte de
la guerra), evidenciando que ninguno de ellos autorizaba al general Dumouriez a
librar esta batalla.
1. Cuando exista mayor perjuicio al perderla que beneficio al ganarla.
Al perder la batalla, Dumouriez corría el peligro de perder toda Bélgica; al ganar-
la, no podía avanzar más allá de Maestricht.
2. Cuando se es inferior al enemigo.
Los franceses no tenían sino treinta y cinco mil hombres; los enemigos tenían
cincuenta y dos mil.
3. Cuando se aguarda a que lleguen refuerzos.
Se aguardaban refuerzos que comenzaron a llegar en la noche misma de la acción.
4. Cuando el enemigo se halla ventajosamente apostado.
La posición del enemigo, que se hallaba bien resguardado en unas alturas, era
muy ventajosa. La nuestra era la misma falsa posición del Príncipe de Orange
para la fecha en que fue derrotado por el mariscal de Luxemburgo, pero sin los
resguardos y demás provechos que este príncipe supo procurarse antes de iniciar-
se la batalla, y a pesar de los cuales quedó completamente derrotado.
* Raimund Montecuccoli, autor de Memorias de la guerra, fue un célebre general austríaco, ven-
cedor de importantes batallas en el siglo XV contra los turcos, los suecos y los franceses. Más de
una vez, se enfrentó con otra legendaria figura militar, el francés Turenne.
* Este grupo, surgido en octubre de 1789 de la burguesía parisina, se reunía en el convento de
los jacobinos, de ahí el nombre con el que fueron designados sus miembros. A partir de 1793,
cuando los girondinos perdieron su influencia, el Club de los Jacobinos, mucho más radical, se
convirtió en el partido político más poderoso, con una presencia que se extendía más allá de París,
abarcando todo el territorio francés. Los jacobinos, encabezados por Robespierre, dirigieron el
proceso revolucionario en su etapa más represiva, la etapa del Terror. El 9 termidor acabó con la
dictadura jacobina.
biblioteca ayacucho 75
de la libertad. —Muy bien, usted hará el papel de Labieno*. —El de Labieno, o
el de Catón**, lo cierto es que siempre me hallará usted del lado de la Repúbli-
ca... Y así concluyó esta conversación. No cabiéndole entonces ninguna duda
respecto de mi resolución, adoptó un tono de broma en su conversación.
Al día siguiente, percibí una grande alteración en la amistad y en la confianza
que me profesaba; él se acercó muchísimo más a los generales Valence y Égali-
té, a quienes se puso a consultar, a mis espaldas, en materias militares. Primera-
mente pensé que no se trataba sino del efecto de su amor propio, y de su deseo
de que yo me plegase mejor a sus caprichos. El día 15, recibimos la noticia de
que el enemigo había sido avistado, que había atacado las tropas de nuestra
vanguardia que ocupaban Tirlemont, desalojándolas. Efectuamos un movimien-
to hacia esa ciudad, con todo el ejército y, al día siguiente, hacia las nueve de la
mañana, atacamos las tropas enemigas que se hallaban en Tirlemont, tomamos
la ciudad por asalto, y los enemigos se replegaron hacia unos puestos avanza-
dos entre ambos brazos del Geete y más allá de Neerwinden.
Para entonces, el general en jefe ya había dejado de consultar conmigo para las
operaciones militares; eran los generales Valence, Thowenot y Égalité quienes
se habían convertido en sus consejeros privados. El día 17, el ejército tomó
posición entre ambos brazos del Geete; el ala izquierda por detrás de las altu-
ras de Wommersom, excepción hecha de veintiún batallones bajo las órdenes
del general Champmorin, que al día siguiente tuvieron que atravesar el brazo
mayor del Geete. El 18, al despuntar el día, las tropas bajo mi mando tomaron
el pueblo de Ortsmaël así como el de Heelen, junto con sus puentes ocupados
por el enemigo. Recibí orden del general Dumouriez de reunirme con él a las
diez y media, en el ala derecha, para una conferencia. No pude llegar sino a las
once de la mañana. Encontré al general en compañía del mariscal de campo
Thowenot; y en vez de conferenciar, me entregó una orden por escrito y lacra-
da, contentiva de todo aquello que yo debía hacer; me anunció que íbamos
a librar batalla; yo no pude menos que sorprenderme grandemente con esta
noticia, puesto que él no me había ordenado ningún reconocimiento previo
hacia la izquierda, teníamos un río por delante sin puente alguno para cruzarlo,
y los enemigos estaban apostados muy ventajosamente en las alturas de Halle y
de Vildere. Le pregunté únicamente si conocía él cuál era la fuerza aproximada
del enemigo; me contestó que creía que podía alcanzar a cincuenta y dos mil
hombres. Le pregunté cuál era la nuestra —Treinta y cinco mil. —¿Acaso cree
usted probable que logremos desalojar al enemigo de semejante posición? Mas
* Tito Labieno, tras haber sido uno de los más cercanos generales de César en las guerras de las
Galias, se pasó posteriormente al bando de Pompeyo, su rival en el primer triunvirato romano
(formado por César, Pompeyo y Craso).
** Miranda se refería tal vez a Catón el Censor, quien combatió junto a Escipión en África y lue-
go lo criticó; o a su biznieto, Catón de Utica, senador romano que criticó tanto a César como a
Pompeyo.
2
Entre ellos, un oficial general de artillería y otros treinta y seis oficiales muertos, entre los cuales
dos edecanes del general Miranda.
biblioteca ayacucho 77
no procedió a una verificación previa, no obstante lo cual éste tuvo la impudicia
y la cobardía, en su proclamación del 21, de achacar a esas tropas las culpas y
las desastrosas consecuencias que no se debieron sino a su impericia o a su mala
voluntad. Me siento en la obligación de declarar a mis contemporáneos, y para
la posteridad, que esas tropas se hallaban detenidas por un río que no podían
cruzar sino por tres puentes muy alejados los unos de los otros; se hallaban pri-
vadas de casi toda su artillería, y buena parte de sus caballos quedó diezmada
desde el principio, y sus cureñas atascadas; por último, tenían que luchar con
todas las desventajas de su inferioridad en hombres y en artillería, y sobre todo
con las desventajas del terreno; a nadie ha de sorprender la confusión a la que
dio lugar la retirada, más de lo que sorprendió, en la historia, la confusión expe-
rimentada entre las mejores legiones de César en Gergovia*, o entre las de Fede-
rico en Kunersdorf**, en semejantes circunstancias, sin que estos dos maestros
del arte militar hayan achacado jamás las bajas sufridas en aquellas acciones a la
defección de sus soldados: no la atribuyeron nunca sino a las circunstancias. En
tanto que el general Dumouriez, habiendo hecho caso omiso de todas las des-
ventajas de este evento, gratuitamente y pese a mis advertencias, se ha esforzado
en disimular las faltas que únicamente él había cometido, achacando todas sus
consecuencias a los bravos soldados que habían cumplido con su deber.
Sin embargo, para prevenir la confusión en la que se retiraba la infantería, orde-
né que cinco batallones que llegaban de Lovaina se apostaran en las alturas de
Wommersom, y detuve las tropas detrás de Tirlemont para reagruparlas con ma-
yor facilidad; a medianoche, las conduje de regreso a sus puestos, por orden del
general en jefe, que me dio la impresión de querer repetir la acción al despuntar
el día, lo cual se me antojó muy poco sensato.
Al día siguiente, todavía ejecuté puntualmente sus intenciones y, a las cuatro
de la madrugada, todas las tropas ocuparon sus puestos en las alturas de Wom-
mersom. A las nueve de la mañana, el enemigo atacó con ímpetu; los nuestros,
tras disputarle vigorosamente el terreno durante siete horas, se replegaron hacia
Tirlemont a eso de las cinco de la tarde. El general Dumouriez me dio sus ór-
denes, en el sentido de que mis tropas atravesasen la ciudad durante la noche
y fuesen a ocupar posiciones en Cumptich, detrás de Tirlemont. El enemigo se
puso a atacarnos durante todos los días siguientes, y tuvimos que replegarnos
hacia Bautersem, una legua más atrás. Proseguimos con la retirada por detrás
de Lovaina, en la posición que anteriormente había yo tomado. Para cubrir la
retirada, aposté parte del ala izquierda en Pellemberg, que fue atacada por el
* En 52 a.J.C., César encabezó seis legiones para asediar Gergovia, donde lo esperaba Vercingé-
torix, jefe supremo de la confederación de pueblos galos. El invicto jefe romano intentó un ardid
pero no logró engañar al galo y, tras una sangrienta batalla, tuvo que retirarse con sus legiones.
** Tras sus continuas victorias contra los austríacos y los rusos, Federico II, rey de Prusia, genio
militar y organizador del imbatible ejército prusiano, fue derrotado el 12 de agosto de 1759 en la
batalla de Kunersdorf por las tropas austro-rusas al mando de los generales Laudon y Soltykov.
Se habían quedado tan impresionados por las grandes ventajas obtenidas por las
alas derecha y central de los franceses...
Habiéndose olvidado el general Dumouriez de indicarnos en qué consistían
aquellas ventajas, nos es permitido ignorarlas.
biblioteca ayacucho 79
CAPÍTULO VIII: RETIRADA DEL 20 Y DEL 21 DE MARZO, ETC.
(En 12, volumen segundo, capítulo 5, página 65, línea 4)
(En 8o, página 70, línea 14)
Declaración
En nombre de la República francesa
Nosotros, miembros de la Convención Nacional y sus comisarios ante el ejército y
las comarcas de Bélgica y de Lieja, etc.
Tras haber deliberado acerca de las denuncias contra el general Miranda que se nos han
hecho llegar, acerca de su comportamiento tanto durante el asedio de Maestricht como
en la jornada del 19 del presente mes; y considerando, por una parte, que los hechos
imputados a este general no lucen menos graves que aquellos que motivaron el decreto
con el cual la Convención Nacional hizo comparecer ante su tribunal a los generales
Lanoue y Stengel, y por otra parte, que resultaría peligroso para el éxito de los ejércitos
de la República que un general inculpado conservase el mando de las tropas en tanto y
cuanto no se hubiese justificado.
En vista, además, de la urgencia con la que el general Miranda comparecerá sin
más dilación ante la Convención Nacional para rendir cuentas de su comporta-
miento; decretamos que encargamos al general Dumouriez para que nombre pro-
visionalmente su reemplazo.
Dado en Bruselas, el 21 de marzo de 1793, año II* de la República. Firman: Gos-
suin, Danton, Treilhard, Merlin de Douai, Delacroix, Robert.
Entréguese copia conforme al general en jefe Dumouriez.
Entregado a las nueve de la noche al general Miranda, en su cuartel general de
Bouvignies, el 25 de marzo de 1793, año II** de la República francesa por el te-
niente Bourdois. (L.S.).
3
Al tiempo que Miranda era arrestado y conducido a París, Dumouriez ponía a correr el rumor,
dentro del ejército y por medio de Thowenot y otros oficiales, que el general Miranda iba a ser
asesinado tres días después.
* Error en el original, lo correcto es el año I.
** Idem.
biblioteca ayacucho 81
lo afirma. Se justificó mostrando a los comités de la Convención Nacional y al Tribunal
Revolucionario las órdenes que el general Dumouriez le había dado por escrito, en
virtud de las cuales Miranda tuvo que actuar indefectiblemente, pues venían del coman-
dante en jefe de las operaciones militares en Bélgica, único responsable de todas las
consecuencias; órdenes que, por cierto, no se referían sino a la guerra, y no contenían
nada que hiciese sospechar alguna traición. Si Miranda tuvo que comparecer ante el
Tribunal Revolucionario, no fue tampoco por haber sido amigo de Pètion de Villeneuve
y de los girondinos*, tal como lo afirma pérfidamente Dumouriez, sino como cómplice
de Dumouriez: había tenido la desventura de ser su amigo en tiempos en que le tenía
por un hombre honorable y buen republicano. A la infamia de haber sido traidor a su
patria, Dumouriez agregó el crimen de haber acusado a un inocente ante los comisarios
nacionales, diciéndoles que Miranda había atacado en Neerwinden contradiciendo sus
órdenes. Al respecto, citemos las palabras del propio Lacroix, diputado de la Conven-
ción Nacional, en la declaración prestada contra Miranda:
Declaración de Lacroix
Dumouriez decía que Miranda tenía que permanecer en el sitio con el ala iz-
quierda, en Neerwinden; su línea no tenía que avanzar ni retroceder, sino man-
tenerse firme y convertirse así en el pivote del ejército.
Véase la orden del 18 de marzo, a continuación.
biblioteca ayacucho 83
Me parece que el cañoneo de Maestricht fue emprendido con demasiada preci-
pitación, y sin que hubiesen sido suficientemente preparados los elementos ne-
cesarios para el ataque, que Dumouriez anunciaba como un ataque que no iba
a prolongarse en demasía; empero, además de no observarse en esta operación
ningún acto de traición, noto que la artillería estaba especialmente confiada al ge-
neral Dangest, y Miranda no podía ser personalmente responsable de los errores
personales del susodicho oficial.
En cuanto a la segunda pregunta. Miranda no se hallaba en Lieja sino de paso
entre el puesto de Visé y el de Tongres, estando ambos bajo sus órdenes. En esta
ciudad de Lieja comandaba Valence; las medidas necesarias para su protección
estaban a su cargo; y en las respuestas dadas por Miranda a los ciudadanos de
Lieja durante la jornada del 4 de marzo pasado, yo nada he visto que ponga de
manifiesto el designio de entregar la ciudad al enemigo.
En cuanto a la tercera pregunta. Para la batalla de Neerwinden, Miranda había
recibido del general Dumouriez la orden positiva de atacar en todos los puntos; a
mí me pareció que la mala posición del ala izquierda del ejército que Dumouriez
comandaba ha sido la causa única de su derrota, y que respecto de ello no hay
lugar a reproche alguno contra Miranda.
Pudiera yo conformarme con esta declaración y las dos anteriores; empero, según
la enérgica expresión de un testigo de origen inglés, no basta que un general fran-
cés sea reconocido como no culpable; tiene que ser reconocido además como no
sospechoso. Y puesto que la moralidad de los acusados es uno de los principales
motivos de la decisión de los jurados, no puedo menos en este punto que hacer clara
justicia al general Miranda.
El hombre que, diez años atrás, pasó de la América meridional a la Europa para
buscar los medios de devolver la libertad a sus compatriotas encadenados por el
despotismo; el hombre que, ligado en la Inglaterra con los más entusiastas amigos
de la libertad, el amigo de Price, de Priestley, de Fox, de Sheridan*, que profesa los
principios del más puro patriotismo, no puede ser sino un excelente ciudadano.
* Richard Price, filósofo inglés, predicador y publicista, fue miembro de la Royal Society of Lon-
don, y consejero financiero del primer ministro William Pitt.
Joseph Priestley, teólogo y filósofo inglés, denunció la opresión de los católicos en Inglaterra. En
1789 saludó con entusiasmo la Revolución francesa, los jefes revolucionarios le otorgaron la ciu-
dadanía francesa y lo invitaron a participar en la Asamblea Nacional. Perseguido por la monarquía
inglesa, se exiló en los Estados Unidos en 1794.
Charles Fox, político inglés, gran orador, muy popular, uno de los principales opositores al régi-
men monárquico inglés, hizo la apología de la Revolución francesa en su país.
Richard Sheridan, famoso dramaturgo, gran orador y amigo de Fox, incursionó en la política y llegó
a ser miembro de la Cámara de los Comunes y Secretario de Estado para los Asuntos Extranjeros.
biblioteca ayacucho 85
republicano. Así pues, por tradición descarto semejantes declaraciones; y siendo
republicano por principios y por gusto, el testimonio de mi conciencia se con-
centra en las declaraciones de los testigos que han puesto en contradicción con él
mismo al motor principal de esta calumnia, el impostor Dumouriez. He escucha-
do con el alma sosegada las declaraciones favorables a la conducta del acusado,
inculpado por este traidor; mi conciencia ha cesado de alarmarse cuando, a los
poderosos motivos de convicción, se han agregado las pruebas del amor que el
acusado profesa por la libertad y por el régimen republicano. Así pues, yo declaro
que, sordo ante toda otra influencia que no sea la de la justicia y la verdad, tengo
la íntima convicción de que no existe nada que demuestre que Miranda haya
traicionado los intereses de la República.
biblioteca ayacucho 87
tanta grandeza de carácter, tanta elevación de ideas, tanto amor verdadero por
todas las virtudes. Yo habría deseado que toda Europa pudiese escucharlo; es
imposible poner más precisión en las respuestas, más claridad en las explicacio-
nes, más fuerza en el razonamiento, más energía en todo aquello que atañe al
sentimiento, y sobre todo más calma imperturbable, esa que no puede ser fingida
y que sólo viene dada por una conciencia en paz.
Es por ello que los jurados y el público han sido llevados por la fuerza de la
verdad, todos ellos han terminado rendiéndole un clamoroso homenaje, pese a
las prevenciones que la calumnia había sembrado. Yo afirmo que nadie que haya
seguido estos debates ha dejado de convencerse de que Miranda no sólo no era
culpable sino que era el más moral y virtuoso de los hombres; y sostengo, por
mi honor, que ya muchos testigos que le habían acusado con no poco empeño,
proclaman ahora su inocencia y me han entregado en manos propias sus más
formales retractaciones.
Pues bien: unos intrigantes que no cejaron en instigar su apuñalamiento, que
tuvieron la ferocidad de calumniarlo mientras él se hallaba encarcelado y con
grilletes; esos intrigantes cometen la infamia de seguir acosándolo aún ahora,
cuando su inocencia ha sido reconocida; exigen a gritos la cabeza de este valien-
te republicano; publican que pagó con el peso del oro tanto el veredicto como al
pueblo que asediaba el tribunal.
¡Hombres viles y corruptos! ¡No sean tan estúpidos! ¿Acaso no ven ustedes que
esta nueva calumnia es aún más grosera que atroz? Resulta ciertamente imposi-
ble que ningún tribunal en el mundo ponga mayor severidad de la que pusieron
los jueces, el acusador público y el jurado en la instrucción de este connotado
juicio, y de ello ha sido testigo todo París. Empero, ni siquiera los hombres que
publican semejantes absurdidades se las creen. Ciudadanos: ellos, al mentir con
tanta impudicia, buscan extraviar vuestro patriotismo, y quieren convenceros de
que el tribunal revolucionario debe mancharse las manos con la sangre de la
inocencia. Cuidado, ciudadanos, los peores enemigos de este temible Tribunal, y
por ende los mejores amigos de los conspiradores, no son aquellos que se quejan
de su inflexible rigor: son aquellos que calumnian su impasible justicia porque
no pueden corromperlo.
Imprenta de la Viuda Hérissant, calle Notre-Dame
* El jefe más inflexible de la Revolución francesa, Maximilien Robespierre, llamado “El Incorrupti-
ble”, se alió a los jacobinos para imponerse sobre los girondinos, supo maniobrar para controlar los
órganos republicanos, deshacerse de los demás jefes revolucionarios, entre ellos Danton, su mayor
rival, y de todas las tendencias que habían surgido en la dinámica revolucionaria, incluyendo a los
propios jacobinos. Para ello, impuso la política del Terror a través del Tribunal Criminal Revolucio-
nario y del Comité de Salvación Pública. Preconizó el culto de la moral sobre la prevalencia de la
razón, mantuvo una actitud ambigua acerca de la expansión de la revolución fuera de las fronteras
francesas; mientras tanto, en el interior, fue controlando todos los mecanismos de poder. Sus pro-
pios aliados, temerosos de una inminente dictadura, se aliaron con sus adversarios para derrotarlo
en la jornada del 9 termidor año II (27 de julio de 1794) cuando, en los tumultos, Robespierre fue
herido por un guardia nacional. Al día siguiente fue llevado, moribundo, a la guillotina.
** Jean-Paul Marat fue uno de los primeros jefes jacobinos. Hábil agitador de masas, atacó im-
placablemente a los monárquicos, a los girondinos, a Dumouriez, y tantos otros, a través de su
popular periódico revolucionario, L’Ami du Peuple (El amigo del pueblo). Su muerte (fue asesinado
en su bañera por Charlotte Corday) fue sentida como un desastre nacional por el pueblo llano, del
que siempre había sido un ferviente defensor.
biblioteca ayacucho 89
Hallé en Miranda a un hombre sumamente instruido, un hombre que había me-
ditado acerca de los principios de los gobiernos, y que lucía fuertemente afecto a
la libertad; un auténtico sabio. Venía a visitarme de vez en cuando, y yo mantenía
con él conversaciones muy instructivas.
Miranda había prestado sus distinguidos servicios en la América, cuando los nor-
teamericanos derramaron su sangre para libertarse.
El enemigo ya se hallaba en nuestro territorio. Le dije a Miranda que debería
entrar al servicio de Francia, y él asintió. Le dí entonces mi recomendación ante
el ministro Servan, del mismo modo que yo hubiese recomendado a todo aquel
oficial que pudiese resultar útil para la causa de la libertad. El ministro le dio
empleo, y no tuvo sino motivos de congratularse por ello.
La conducta de Miranda en las planicies de Champaña ha sido elogiada por to-
dos quienes la observaron; y también ha sido elogiada por los comisarios; hasta
Dumouriez lo alababa repetidamente.
Miranda acaba de exponer la conducta que asumió en Bélgica, y yo ruego a todos
los miembros de esta asamblea que lean el informe que él acaba de publicar.
Si Miranda fuese culpable, cosa que no puedo creer, se verá que yo no seré el
último en ponerme en su contra, y que seré tanto más severo con él cuanto que
lo había considerado como un hombre de bien.
Empero, confieso que existen hechos que me hablan encarecidamente a su favor.
Es el único general que resultó sacrificado por Dumouriez. Y también está el hecho
de que, antes de que fuese conocida la traición de Dumouriez, Miranda declaró, a
mi persona y a Bancal*, que Dumouriez le había tanteado para saber si aceptaría
poner su ejército a marchar sobre París, cosa que Miranda había rechazado con
indignación. Y éste es un hecho que yo he denunciado ante el Comité de Defensa
General, en presencia de Bancal, y antes de que la conspiración fuese develada.
Ahora bien, éste es el hombre a quien Robespierre no duda en fustigar con una
suerte de ferocidad. No lo fustiga como a un acusado, sino que afirma que es
culpable. ¡Cobardes que sois! Aguardad al menos a que Miranda haya sido escu-
chado; ya habrá tiempo entonces para pronunciarse, para castigar o absolver.
Al general Miranda
Valenciennes, el 20 de mayo de 1793,
año II** de la República francesa.
Digno y respetable general
Expreso a usted y a la República mis felicitaciones por la clara justicia que el
tribunal y el pueblo han reconocido a sus virtudes cívicas y militares. Podemos
decir, citando a Séneca: virtus, cum violata est, refulsit. El enemigo no ha logrado
* Jean-Henri Bancal des Issarts, diputado enviado por la Convención Nacional para relevar del
mando a Dumouriez tras de la derrota de Neerwinden. Éste lo entregó a los austríacos.
** Error en el original, lo correcto es año I.
4
Habiendo perdido Miranda tres de sus edecanes en las acciones del 18 y del 19 de marzo, este
oficial fue el único del estado mayor que se hallaba junto a él cuando quedó detenido por órdenes
del general Dumouriez. Y cuando se trasladó a París para justificarse, sólo iba acompañado del
joven Dulac ya que, tal como vemos aquí, Pille había sido entregado por Dumouriez a los austría-
cos, probablemente con la intención de salvar a Miranda, por quien manifestaba su pesar en esta
ocasión. (Ver Memorias, segunda parte, p. 78).
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El ordenanza que usted ha enviado me hace saber que tiene mucha prisa en
regresar, así que no voy a dar más noticias. El general me encarga de informar a
usted que él espera su visita mañana, en el castillo de Vouziers, y me uno a él, mi
general, para rogarle que se dé cuenta de que hace tres días que no nos vemos, y
que es mucho tiempo para un hombre que le estima, le quiere y le respeta.
(Firmado)
Philippe de Vaux, teniente coronel, edecán
5
Se trataba del general Guiscard.
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teré muy francamente al más severo de los exámenes, y yo mismo solicitaré un
consejo de guerra para que mi conducta sea juzgada: grande será mi dicha si el
sacrificio de mi vida puede ser útil para la libertad. Si la pierdo combatiendo por
la patria, o condenado por ésta, no temo ni el juicio de mis conciudadanos, ni el
de la posteridad.
Usted juzgará, ciudadano ministro, que las bajas han resultado considerables;
yo la evalúo a dos mil hombres. Tengo que hacer justicia a estos soldados, los
más valientes del universo; pero carecen de oficiales, y sobre todo de oficiales
experimentados. Yo propongo que sea suprimida la modalidad de la elección*: la
elección no da el talento, no genera la confianza, no logra la subordinación.
(Firmado)
Dumouriez
* El ejército revolucionario estaba compuesto por los regimientos de línea, que mantenían una
estructura tradicional, y los batallones de voluntarios, que elegían a sus oficiales. Esto suscitó una
politización y una subsecuente falta de disciplina. Pero la causa real de los desarreglos del ejército
revolucionario fue la falta de una política militar de Estado, coherente y eficaz. En definitiva, la
responsabilidad de las decisiones recaía, para bien y para mal, en los generales.
biblioteca ayacucho 95
El 20, el señor teniente mariscal de campo Benjossky expulsó a los franceses de
Tirlemont y los persiguió hasta una legua y media más allá de esta ciudad. Esta
vez, el enemigo cubrió su retirada con mucha disciplina y sangre fría. A las doce
en punto, nuestro ejército se trasladó hacia la derecha y rebasó Tirlemont. Una
parte acampó detrás de esta ciudad, teniendo a sus espaldas el brazo mayor del
Geete, en medio del camino que lleva a Lovaina, con el cuerpo de reserva a su
derecha y el pueblo de Hougard por detrás.
El señor coronel barón de Mylius, destacado cerca de Kempten con dos batallones
y algunas tropas ligeras, había recibido órdenes de desalojar al enemigo de Diest
el día 20, lo cual ejecutó felizmente y con mucha inteligencia, según consta en el
siguiente relato:
A las siete de la mañana, el señor de Mylius había lanzado el primer ataque
sobre Diest; en un principio, fue rechazado; mas con el segundo ataque pe-
netró en la ciudad por dos lados, hizo cincuenta prisioneros y se apoderó de
un cañón, así como de algunas cureñas y municiones. Nuestras bajas suman
cincuenta hombres, tanto en muertos como en heridos, entre ellos un capitán.
El enemigo, al haberse quedado desconectado del camino de Lovaina, tuvo que
retirarse hacia Heerenthal.
El 21 de marzo, nuestro ejército instaló su campamento.
(Gaceta de Lieja, 27 de marzo de 1793).
* Se trata del duque Federico de Sajonia-Coburgo, comandante en jefe del ejército austríaco en
los Países Bajos en la guerra contra Francia. Aunque derrotó inicialmente al general Dumouriez,
su avance fue bloqueado luego por los franceses en sucesivas derrotas, tras las cuales se retiró de
las armas.
biblioteca ayacucho 97
cañones. El enemigo cruzó el Geete, y nosotros avanzamos sobre ellos, los hicimos
retroceder a su posición anterior, y capturamos veinte de sus piezas de artillería,
que habían abandonado cuando volvieron a cruzar el Geete.
El 18, al despuntar el día, vimos al enemigo avanzar hacia nosotros desde distintas
direcciones; su línea se extendía más allá de la nuestra, a cada lado, al menos un
cuarto de legua; el extremo de su ala izquierda estaba en Wilmorsum, y el del ala
derecha en Gutsemhoven. Al parecer, el enemigo tenía sesenta mil hombres en el
campo, además de cuerpos de reserva y tropas en la retaguardia; la batalla comenzó
entre las seis y las siete de la mañana; avanzaron en columnas de ocho en fondo, con
muchas piezas de artillería, sobre el camino principal de Saint-Trond, y desalojaron
nuestro cuerpo de voluntarios que estaba en la guarnición de Ortsmael. El archidu-
que, que comandaba la vanguardia, estableció una batería que atacaba Ortsmael y
desarmó varios de sus cañones. El enemigo, aprovechándose del terreno y de su nú-
mero, envió una fuerte columna desde su izquierda, hacia Leau, bajo el mando del
general Miranda, y otra a la derecha de Racourt, con el fin de atacar ambos flancos;
el centro se mantuvo en posición, para actuar como requiriesen las circunstancias.
El príncipe de Coburgo dio la orden de atacar todas las diversas columnas con
tanta rapidez como fuese posible; el príncipe de Wurtemberg fue enviado con dos
regimientos de infantería, uno de caballería y un destacamento de artillería, que
conformaban un cuerpo de seis mil hombres; con éstos, marchó hacia Leau y atacó
la columna enemiga, que tenía veinte mil hombres; ésta fue derrotada y perseguida
hasta Lair. La matanza allí resultó verdaderamente grande. La caída de la noche for-
zó al príncipe de Wurtemberg a poner fin a la persecución y a reunirse con el ejérci-
to. El señor Bemoisky avanzó entre Ortsmael y Dormeal, y el príncipe de [***] atacó
el cuerpo central del enemigo, mientras el príncipe Charles obligaba al enemigo a
retirarse de Ortsmael. Con todo, nuestros diversos ataques fueron derrotados, dejan-
do tras ellos muertos y no pocas piezas de artillería. Luego, nos percatamos de que
los ataques estaban siendo dirigidos a nuestro flanco izquierdo desde Racourt.
El general Dumouriez se hallaba allí en persona, a la cabeza de treinta mil de sus
mejores hombres. El general Clairfayt avanzó a su encuentro a la cabeza de los cuer-
pos de reserva, incluyendo cuatro batallones de granaderos húngaros. El conflicto
fue largo y su resultado dudoso. Ya que la primera línea del general Dumouriez se
había visto desordenada por el ataque, hizo avanzar la segunda. Entre las cuatro y las
cinco de la tarde nuestros hombres habían utilizado toda su munición, aunque cada
hombre, en la mañana, había tenido sesenta descargas completas, Dumouriez hizo
avanzar un cuerpo fresco de caballería desde el centro. En ese momento crítico, el ge-
neral Clairfayt, con su habitual presencia de ánimo, envió a la carga el regimiento de
coraceros de Nassau, que consistía en mil cuatrocientos hombres que actuaron con
gran rapidez, penetrando la línea enemiga; esto decidió el destino del día: la caba-
llería del enemigo se descalabró y se desbandó; sin embargo, en medio del ardor del
ataque, este valiente regimiento de coraceros de Nassau quedó atrapado entre dos
baterías del enemigo y recibió una descarga completa de dieciséis cañones cargados
biblioteca ayacucho 99
rey Wilhelm mantuvo una batalla entre los dos ríos; el príncipe de Coburgo eligió
una mejor posición, que no podía ser atacada apropiadamente desde el frente. El
flanco izquierdo de esta posición puede ser desbandado por un ejército superior; o
Dumouriez hubiese podido cubrir Bruselas y toda la Holanda desde esa posición,
frente al Geete, sin arriesgarse a ningún tipo de batalla6.
Tras su retirada de las provincias belgas, y el fracaso de su plan para entregar Lisle
en manos de los austríacos, y de su intento de marchar sobre París y disolver la
Convención Nacional, Dumouriez abandonó a su ejército, y entregó al campo
enemigo a los cinco comisionados que habían venido de París para arrestarlo.
Sobre esta conducta no haré más observación que ésta: habría sido más honorable
para él el haberse rendido sin intentar llevar a cabo tales acciones (p. 275 a 286).
..........................................................................................
Correspondencia
El general Dumouriez al general Miranda
Vouziers, el 10 de octubre de 1792,
año I de la República
Vuestra amistad, mi querido Miranda, es mi recompensa más pre-
ciada. Es usted un varón como pocos encontré, y haberle conocido, fre-
cuentarle en el transcurso de la vida, mantener esta correspondencia con
usted cuando los acontecimientos nos separen, será una de las más gratas
ocupaciones del resto de mi vida. Estábamos destinados a conocernos, y en
usted recae el mérito de nuestro acercamiento puesto que aquello que nos
ha unido uno al otro es la sublime filosofía de usted.
Le abrazo como a un hermano.
(Firmado)
Dumouriez
6
Véase el recuento de esta batalla hecho por el propio general Dumouriez en sus Memorias, apa-
recidas después que esto se escribió.
* Filósofo, matemático y político, Marie-Jean Caritat, marqués de Condorcet, fue durante el rei-
nado de Luis XVI secretario perpetuo de la Academia de Ciencias y miembro de la Academia
Francesa. Por sus ideas liberales, con el advenimiento de la Revolución llegó a ser presidente de
la Asamblea Legislativa. Pero en 1793 cayó en desgracia debido a su cercanía con los girondinos.
Encarcelado en 1794, prefirió envenenarse antes que ser guillotinado.
* Desde 1791, la Convención Nacional se había negado a perpetuar el servicio militar obligatorio.
Apeló entonces, con éxito, a la figura del voluntario, fijando para cada provincia una cifra de solte-
ros y viudos entre los veinte y cuarenta años de edad, estableciendo que servirían hasta diciembre
de 1792. Valiéndose de esta cláusula, muchos voluntarios regresaron a sus casas a principios de
1793, hartos de las penurias que sufrían.
** El conde Adam-Philippe de Custine fue un prestigioso militar francés que obtuvo en Norteamé-
rica el grado de mariscal de campo, combatiendo en la guerra de independencia norteamericana,
con las tropas enviadas en 1780 por la monarquía francesa, aliada a los independentistas. Al
regresar a Francia, abrazó la causa revolucionaria, ganando varias batallas en la campaña de ex-
pansión. Fue nombrado por la Convención Nacional para jefaturar el Ejército del Norte. Acusado
ante el Tribunal Criminal Revolucionario por traición a la patria, fue guillotinado en 1793.
* En torno a Dumouriez se había creado una maraña de proveedores que especulaban desca-
* Los jefes girondinos mantenían estrechas relaciones con los “patriotas” extranjeros organizados
en sociedades, que difundían las ideas revolucionarias en los demás reinos europeos, sobre todo
en Bélgica, Holanda, Prusia, Austria.
* Jefe de las Provincias Unidas de los Países Bajos, título de los príncipes de la Casa Real de Oran-
ge-Nassau, desde fines del siglo XVI hasta 1795.
* En 1792, las finanzas de la República francesa no alcanzaban para sostener sus proyectos de
expansión europea. La Convención Nacional decidió que las naciones “liberadas” por el ejército
revolucionario asumirían los costos de la guerra, mediante indemnizaciones voluntarias o median-
te operaciones fiscales tales como los empréstitos o la emisión de bonos del Estado.
** Con el decreto del 15 de diciembre de 1792, la Convención Nacional fijaba las condiciones para
liberar a los demás pueblos europeos: por una parte, la abolición de privilegios, diezmos, etc.; por
otra, la guerra a ultranza contra los pueblos que rehusaran la libertad y la igualdad. Dumouriez elevó
su protesta contra este decreto, que le parecía excesivo en el caso de Bélgica. Pero fue en vano.
Al general Miranda
En París, el 19 de enero de 1793,
año II* de la República
Respondo al mismo tiempo, mi querido Miranda, a sus dos cartas, res-
puesta que le envío con el primero de los dos sargentos de correo que me
Según esto, mi querido general, verá usted que estamos muy indecisos
en cuanto a los enemigos que debemos combatir y en cuanto a la clase de
guerra que estamos haciendo. No veo sino una sola ventaja en los arreglos
para este asunto de la Zelanda, y es que éstos le proporcionan unos mil
hombres más, que ya se han puesto en movimiento. Ya era hora de que
conociésemos las fuerzas de las que disponemos en los Países Bajos. He
recibido el estado del cuerpo que yo comandaba y del que comandaba el
general D’Harville para el 12 de enero: alcanzaban a cincuenta mil efecti-
vos de infantería y cinco mil ochocientos hombres de caballería, incluyen-
do las guarniciones de Bruselas, Malinas y Mons.
Pida que le hagan aparte el estado del ejército de Valence o de las
Ardenas que, supongo yo, debe alcanzar unos quince mil o dieciséis mil
efectivos, entre los cuales tres mil de caballería a lo sumo.
Pida que le hagan una relación detallada del Ejército del Norte que está
bajo el mando de usted; auméntelo con todas las tropas que le envían de la
Francia y de las guarniciones de Tournai, Courtrai, y otras no incluidas en el
estado del día 12 que me ha sido enviado por el general Lanoue. Mande es-
tablecer ambos cálculos y envíemelos inmediatamente para yo poder traba-
jar con el Consejo y con el Comité de Defensa General con datos seguros.
Si se decide la guerra contra la Holanda y la Inglaterra, creo que no ha-
brá que hacer sino un falso ataque contra la Zelanda, que debemos ocupar
Maestricht, Venlo, Gueldre, Emmerich, torcer hacia Nimega y rodear Utrecht
por las alturas de Amersfoort, alcanzar la esclusa de Muyden que el mariscal
* Idem.
** Idem.
* Idem.
* Princesa holandesa, viuda del marqués de Favras, quien fue ejecutado en 1790 por haber intentado
rescatar a Luis XVI. Victoria de Favras huyó a Bruselas y a Praga, donde tenía muchas relaciones.
** Error en el original, lo correcto es año I.
* Idem.
* Idem.
* Idem.
* Idem.
El 18 de marzo de 1793
El general Miranda atacará por la izquierda entre Orstmael y la capilla
de Bethania, tanto con sus tropas como con las tropas del general Cham-
pmorin. Cruzará el río por todos los puentes y atacará vigorosamente con
otras tantas columnas al enemigo en su posición. Queda avisado que el
ataque es general desde Overwinden hasta la capilla de Bethania.
La totalidad del ataque de la izquierda queda absolutamente bajo
sus órdenes.
El general Champmorin debe necesariamente mantener el puente de
Budingen, utilizando una fuerza suficientemente imponente para poder,
si es menester, amenazar al enemigo con un ataque por el flanco hacia la
parte del Leau, por donde esta fuerza marchará en columna.
(Firmado)
Dumouriez
El 20 de marzo de 1793
El general Miranda efectuará su retirada por el camino principal de
Lovaina, hasta la cruz del camino, entre las alturas de Bautersem y el bos-
que de Struys Block-Bosch. Lanzará toda su infantería y colocará sus piezas
* Idem.
* Idem.
* Idem.
Ciudadanos
Estoy denunciando ante la Convención Nacional un crimen cuya inves-
tigación y castigo resultan ser de una importancia esencial para la libertad.
Este crimen consiste o bien en la inmunidad de un gran culpable, o
bien en la persecución de un inocente.
De todas las formas de matar la libertad, ninguna hay más asesina para
una República que la impunidad del crimen, o la proscripción de la virtud.
La sociedad deja de existir ahí donde un miembro del cuerpo social
ofende, por la impunidad, a la justicia, o sea: a la voluntad del cuerpo que
demanda esencialmente su seguridad, mas no la encuentra sino en la re-
presión o en la supresión de los criminales.
* Miranda fue puesto en libertad el 13 de enero de 1794, nueve días después de haber dirigido
este escrito a la Convención Nacional.
11
Ver “Juicio del general Miranda”, Boletín del Tribunal Criminal Revolucionario, No 36 y 37.
12
Véanse las declaraciones de Payne, Stone, Christie, Sabonadière, etc., ante el Tribunal Revolu-
cionario, en el transcurso del juicio contra el general Miranda.
14
Desde cualquier ángulo que se considere, un habitante de Caracas o de Lima no es más español
que lo que un habitante de Connecticut o de Boston es inglés.
15
“Me he comprometido, por juramento, a servir a la República según la extensión de todos mis
conocimientos, y a defender sus intereses aun a riesgo de mi propia vida. Ella me ha prometido,
por estipulación formal, pagar mis servicios con el doble tributo de la estima y de emolumentos
honorables. ¿He cumplido yo fielmente con este compromiso? Un tribunal y dos comités de la
Convención Nacional así lo han declarado unánimemente. ¿Y qué recompensa se me ha dado?
Una atroz persecución que dura ya veintidós meses, y un largo y cruel encarcelamiento, por me-
dida de seguridad nacional y sin causa, contra un varón que se hizo merecedor de la patria. Esto
puede resultar increíble, no obstante nada hay más exacto”.
Con cuánta magnanimidad, tras las grandes calamidades sufridas por la Re-
pública, se cuidaban de colmar de gratitud a los extranjeros, a los sujetos, los
esclavos y hasta los animales que, durante la desgracia, habían prestado algún
señalado servicio.
......................................................................................
En lo esencial, pedir la paz es desear un gobierno, y viceversa. Las
potencias extranjeras no confiarán en nuestros tratados en tanto y cuanto
una facción pueda sustituir a otra, y aquella pueda anular todo lo que hizo
ésta. No es sino mediante una sabia división de los poderes que se logra
dar estabilidad a un gobierno. Todas las autoridades constituidas devienen
entonces en guardianas unas de otras, pues todas están interesadas en el
mantenimiento de la Constitución, en virtud de la cual existen; por ello,
todas se ligan contra cualquiera que quisiese atacar a una de ellas. Si, por
lo contrario, todos los poderes se concentrasen en un solo cuerpo, una por-
ción de dicho cuerpo se arrogaría siempre la autoridad de toda la masa, y
bastaría que una facción dirijiese sus baterías contra esta porción soberana
de hecho, para llevar a cabo una revolución. Aunque el 31 de mayo* y el 9
termidor** dejaron que subsistiese la misma Constitución, ambos eventos
cambiaron la faz del Estado. Porque ambos hicieron que el poder cambiase
de manos.
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Dos condiciones resultan esenciales para la independencia absoluta
de los poderes. La primera, que la fuente de la que emanan sea una sola; la
segunda, que ejerzan todos, los unos respecto de los otros, una vigilancia
recíproca. El pueblo ya no sería soberano si uno de los poderes constituidos
que lo representan no emanase directamente de él; y no habría indepen-
dencia si uno fuese el creador del otro. Por ejemplo, si se diese al Cuerpo
Legislativo el derecho a nombrar los miembros del Poder Ejecutivo, ejerce-
ría sobre éstos una funesta influencia, y la libertad política dejaría de existir.
Si nombrase a los jueces, influenciaría en los juicios y ya no habría libertad
civil. Así, en Inglaterra, donde el Poder Ejecutivo ejerce una marcada in-
fluencia en el Legislativo, la libertad política se ha visto considerablemente
mermada. El Poder Judicial, aunque electo por el Ejecutivo, queda fuera de
su fatal influencia porque el pueblo compone al jurado, y los jueces son
inamovibles; por ello, la libertad civil aún no se ha visto muy afectada.
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La exhortación a la paz, tan memorable en la grandiosa época de la
Revolución francesa, y el plan propuesto al respecto por este guerrero
colombiano y hombre de Estado, tenía el siguiente propósito:
* Fue creado en abril de 1793 por la Convención Nacional, para prevenir el peligro exterior.
Inicialmente dominado por Danton, organizó la defensa militar que logró repeler la invasión ex-
tranjera a Francia. Pero cuando Robespierre logró controlar este comité, lo convirtió en un eficaz
instrumento de poder, pasando por encima de la Convención Nacional, con el que implantó la
política del Terror.
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El general Miranda, que conocía el asunto y había llegado a entendi-
mientos con el Gobierno británico, salió de la Inglaterra con el propósito
de llevar a cabo, si fuese posible, su largamente acariciado proyecto de
emancipar a la América española. Viajó a los Estados Unidos de Norteamé-
rica con el propósito de lograr aquella ayuda que tenía todas las razones
para esperar, dadas las seguridades que había recibido mientras se hallaba
en este país, y particularmente durante un período en el que existían todas
las posibilidades de una guerra entre los Estados Unidos y la España por
causa de una disputa sobre la Louisiana. Empero, a su arribo, tuvo la morti-
ficación de encontrar que se había logrado un acuerdo sobre la disputa en
torno a la Louisiana y que, si bien los deseos del gobierno estadounidense,
como los del Gobierno británico, estaban de su lado, no podía él esperar
la asistencia prometida. Mas el general, animado por el perseverante ar-
dor insuflado en los grandes espíritus por los grandes ideales, convenció,
según términos ya acordados, al señor Ogden, un comerciante de Nueva
York, para que equipase un barco, el “Leander”, bajo el mando del capitán
Lewis, con doscientos jóvenes de muy buena reputación que se habían
ofrecido como voluntarios; y para que siguiese rumbo hacia Santo Domin-
go, donde se les uniría un segundo navío, el “Emperor”, comandado por
otro capitán Lewis, hermano del oficial a cargo del “Leander”. Desafortu-
nadamente, poco después de que el “Leander” hubiese zarpado de Nueva
* Se trata de Thomas Picton, gobernador de Trinidad en ese momento, quien hacía circular panfle-
tos en Tierra Firme ofreciendo ayuda a los americanos para que se independizaran de España.
1
Pide sólo doscientos hombres de tropa, cinco mil fusiles, algunos cañones de campaña, y dos
fragatas de guerra para proteger.
El vocal A. dijo.,
Tan triste como es la pintura que acaba de hacer de nuestra situación el Señor
capitán general no puede ser más natural, y lo que es más funesto aún, es
que esta expedición puede trastornar el imperio del Rey en toda la América;
por que supongamos que, protegida por los Ingleses, una provincia se dé una
nueva forma de gobierno, cuál será la provincia vecina que viendo la libertad
de su comercio, la prosperidad de su agricultura, y la franqueza de tributos…
cuál será, digo, la provincia vecina que no se dirá a sí misma, así podíamos
estar nosotros! Tan importante es Señores, el impedir que el pueblo Americano
guste las ventajas de un nuevo gobierno.
Yo considero bien que las circunstancias son desesperadas, y que parece teme-
ridad pensar en hacer guerra sin tropas, y el pueblo contrario al gobierno; pero
a donde no alcanza la piel del León es preciso añadir la piel de la Raposa.
El medio que acaba de proponer el vocal A, sobre ser un medio odioso, que
nos cubriría de deshonor, no produciría otro efecto que el de manifestar al
pueblo y a nuestros enemigos la flaqueza del gobierno, y exponer este país a
que fuese un teatro de horrores.
Las cajas del Rey están vacías: la guerra trae grandes gastos: los pueblos no
pueden ya con los impuestos… De dónde sacaremos para pagar estas gratifi-
caciones? Se ha pedido tantas veces dinero a los particulares en nombre del
Rey y no se ha pagado a nadie; quién esperará que seamos generosos noso-
tros, que no sabemos ser justos? Acabamos de empeñar la Real palabra ofre-
ciendo un indulto a todos los revolucionarios de Caracas, que se presentasen;
y el mundo ha visto que hemos mandado a España tres barcos de los que se
han confiado sobre ella, cargados de Cadenas …..Quién nos creerá más?
El soldado Inglés sabe que el soldado Español está desnudo y mal comido; qué
premio le ofrecemos con emplearle en el servicio del Rey?
El pueblo Americano ve ya que su patria no es del gobierno de hoy, sino del
que puede darse en él mismo, quién será el que no tema ser traidor a su patria,
peleando contra los que van a protegerle? El pueblo de Caracas acaba de dar-
nos un triste desengaño: le ofrecimos miles de pesos por las cabezas de algunos
revolucionarios, y sabemos que en lugar de entregarlos los han protegido.
Repito que los medios de las gratificaciones no harán sino publicar nuestra
flaqueza, y deshonorarnos a los ojos de las naciones.
No permita Dios que produzcan el efecto que se desea; él pudiera ser una
maldición para el pobre pueblo Americano.
Supongamos que en la confianza de la libertad emigrasen algunos esclavos
de las colonias Inglesas, no autorizábamos nosotros a los Ingleses para que,
saltasen en la costa y nos llevasen los nuestros?
Supongamos que el pueblo les hiciese la guerra con la esperanza de las gratifi-
caciones, quién sabe si de protectores se convertirían en severos conquistado-
Don José Antolín del Campo Escribano público de los del número
de Gobierno y Cabildo en esta isla de Margarita y en ella escribano de real
hacienda.
Caballeros del jurado: asumo como un hecho, que no puede ser negado
y del que puede concluirse, por el modo en que ha sido conducido este
proceso, así como por las partes que han declarado contra el acusado, que
esto es, enfáticamente, una persecución de Estado. Convencido como estoy
de este hecho, no pensé, al comienzo de este proceso ante la corte, que se
convertiría en mi deber dirigirme al jurado, durante la audiencia; porque,
cuando el acusado se presentó y declaró bajo juramento que había actua-
do con el conocimiento y la aprobación del ejecutivo; cuando retó a que
se hiciese una investigación sobre ese punto; cuando señaló como testigos
mediante cuyas declaraciones pensaba probar sus afirmaciones, las cabezas
mismas de cada ministerio; cuando hizo todos los esfuerzos que pudo para
lograr que éstos asistiesen, y aseguró su intención de apelar a sus juramen-
tos; confieso que creí que el fiscal no consideraría honorable para su causa,
o para el alto prestigio del gobierno ejecutivo, insistir en la continuación de
esta persecución de Estado hasta que esos testigos –cuya presencia en el
tribunal no hemos sido capaces de lograr, y cuya ausencia se atribuye, sin
que esto haya sido contradicho, y bajo juramento, al ejecutivo mismo– se
presentasen y declarasen sobre los hechos que se alegaban en la deposición
bajo juramento del acusado. Creí que la magnitud de esas consideraciones
sobrepasaría la pequeñez de las discusiones legales; y que este juicio se pos-
pondría por consentimiento mutuo, hasta que pudiese presentarse con todas
sus circunstancias; de modo que el jurado y el mundo entero fuesen capaces
de formarse un juicio correcto de la naturaleza y justicia de este proceso.
Pero se ha considerado aconsejable seguir otra línea de conducta. Nos ve-
mos forzados a un juicio sin el beneficio de todos los medios necesarios
para nuestra defensa; nuestros testigos están premeditadamente ausentes; el
testimonio del que disponemos está mutilado e incompleto; nos hallamos
amarrados, atados y arrojados a la hoguera, pero aún así esperamos que
ustedes, como el ángel del Señor, caminen con nosotros a través del fuego.
Ustedes, caballeros, han sido elegidos entre la masa de sus conciuda-
* General ateniense que emprendió una larga batalla para expulsar a los espartanos de Atenas,
hasta entrar victorioso en la ciudad, en 403 a.C., devolviendo la autoridad al pueblo.
* En la mitología griega, Ismenia era hija de Edipo y Yocasta, hermana de Polinicio y Eteocles. És-
tos se pelearon por el poder y cuando el primero mató al segundo, el nuevo rey de Tebas, Creón,
ordenó dejarlo sin sepultura. Antígona, la otra hermana, lo enterró y fue condenada a muerte por
Creón. Ismenia declaró haber ayudado a Antígona y compartió su castigo.
** Después de su derrota ante los romanos, en 229 a.C., Aníbal buscó refugio en los reinos de
Efeso y Bitinia, pero adivinando que sería entregado a los romanos, prefirió envenenarse.
* El abogado parafrasea aquí dos versos de The Traveller or a Prospect of Society (1764), de Oliver
Goldsmith, autor irlandés de la famosa novela The Vicar of Wakefield (A.C.).
** El abogado se refiere a un personaje de La tempestad, de Shakespeare: Miranda, la hija de Prós-
pero, una de cuyas características principales era sentir el sufrimiento ajeno como propio (A.C.).
Señor
Acabo de recibir de Caracas una lista de los nombres de los estadouni-
denses apresados por los españoles a bordo de las goletas de Miranda. El
nombre de Smith aparece dos veces en ella. Sospecho que el último es el hijo
del coronel Smith, nieto del señor Adams. Si bien tuve algunas diferencias
políticas con él cuando fue presidente, tal circunstancia no me ha privado
del respeto y la estimación hacia tan distinguido personaje, ni de una espe-
cial consideración por su familia. No cabe la menor duda: la mayoría de los
prisioneros serán condenados a muerte por piratería, y me sentiría yo muy
feliz de poder, por una intervención oportuna e inmediata, salvar la vida de
un joven desafortunado, nieto del venerable señor Adams y de su estimable
esposa. Mas, para que mi intercesión sea efectiva, requeriría yo, como única
el día 3 de agosto. La fecha del día 2 de agosto que porta ese documento corrobora el retraso que
sufrió la operación de desembarco, ya señalada por Biggs y otros expedicionarios. (C.B.)
Proclama
En el cuartel general de Coro, el 7 de agosto de 1806
Proclama
En el cuartel general de Aruba,
el 19 de agosto de 1806
Habitantes de Aruba,
Si las circunstancias presentes nos hacen tomar posesión de esta isla,
estad seguros que vuestras personas, vuestra propiedad y vuestra tranquili-
dad serán protegidas inviolablemente. Obedeced a vuestras leyes, y respe-
tad vuestros propios magistrados, en cuyas manos dejamos toda la autori-
dad civil, pues nos consta por experiencia que son sujetos de probidad; y
no deseamos se haga la menor alteración en el gobierno del país.
Que vuestro comercio siga como antes con la isla de Curazao y otras
neutrales, en cuanto no perjudique absolutamente a la seguridad de esta
expedición: nuestro principal objeto es la independencia del continente
Colombiano, para alivio de todos sus habitantes y para refugio del género
humano. Aquellos solamente que son agentes o secuaces de un gobierno
de asesinos son nuestros enemigos. El gobernador de Caracas Vasconcelos,
y Oidores, prometen por edicto treinta mil pesos y honores al que asesina-
se un ciudadano del propio país, que por medios honrosos, defiende los
derechos de sus compatriotas y la gloria de su patria, como lo han hecho
el Príncipe de Orange en Holanda, Washington en América, Pelópidas y
Dion en la Grecia, etc. Que nos digan estos hipócritas cuáles son las leyes
divinas o humanas que autorizan un atentado semejante, sino que quieran
repetir, en estos tiempos y entre Americanos, las crueldades e infamias del
reinado de Felipe II en Holanda, que deshonran para siempre el nombre
del duque de Alba y la nación que lo consintiese.
(Firmado)
Miranda
Thomas Molini, secretario
Siendo que, entre otras calumnias que los agentes españoles han tenido a
bien poner a circular en lo relativo a esta expedición, se decía que el ge-
neral Miranda había vendido su país al gobierno inglés; en otras palabras,
que habiendo estipulado que, en consideración a su apoyo, iba a entregar
el gobierno de su patria a los ingleses, puede resultar apropiado exponer
ante el mundo la única estipulación que sobre tal asunto existía.
* Según algunos historiadores, en realidad Cochrane no tenía la atribución de hacer tratos de esta
índole.
Queda prohibido todo tipo de saqueo, en los términos más absolutos, y el gene-
ral espera que cada una de las personas que conforman el ejército se comporte
con los habitantes de modo tal que parezca amistoso, a fin de atraer sus afectos,
y que sólo trate como enemigos a aquellos que aparezcan armados y hagan
resistencia.
No era tampoco ésta la primera vez que el general Miranda había he-
cho ver la protección que los hombres armados le debían a los desar-
mados: una carta dirigida a él por el obispo de Amberes, cuando dejó
esa ciudad que había tomado y luego gobernado, resulta un testimonio
tan acorde con esta característica de la expedición a Caracas, que am-
bos merecen ser colocados juntos para dar un sólo punto de vista.
Copia de la carta del obispo de Amberes al general Miranda
Este domingo 30 de diciembre de 1792
Mi general
Ya que el destino le lleva hacia otros horizontes y usted se marcha
demasiado pronto para nuestros solícitos deseos; y ya que no he tenido la
dicha de ver a usted anoche, permítame, general, escribirle una vez más,
3
El obispo se refiere a unos libros que traía como obsequio a Miranda: diversos autores clásicos,
latinos y españoles, así como a algunos folletos de su propia composición.
(Firmado)
Thomas Picton
Secretario: Thomas G. Clapham
.....................................................................................
Aquellas terribles puertas que se cerraban por primera vez tras de
mí, me inspiraron un horror que me costaría describir. Es menester haber
vivido esta situación para poder hacerse una idea exacta de ello. Pri-
meramente me llevaron a un patio que sirve de lugar de paseo para los
prisioneros; ahí vi la reunión de un centenar de individuos que lucían tan
diferentes por el porte y la ropa como por los sentimientos que parecían
experimentar. Entre ellos reconocí al general Miranda, al hijo del general
Custine, al general Lécuyer, a Adam Lux y a los diputados Vergniaud y Va-
lazé. Ya habrá luego una oportunidad de hablar de algunos de éstos que
acabo de nombrar.
.....................................................................................
La ignorancia del porvenir extravía a veces nuestros deseos, cuan-
do vemos alguna fuente de ventajas en eventos que habrían de traernos
* Jeanne Phlipon, hermosa e inteligente activista del proceso revolucionario, era esposa de Jean-
Marie Roland, ministro de Asuntos Interiores en el período inicial de la revolución. La pareja
reunía en su salón parisino a los jefes girondinos, pero su influencia suscitó la división de este sec-
tor revolucionario. Jeanne Roland, acusada por los jacobinos de entendimiento con los ingleses,
juzgada por el Tribunal Criminal Revolucionario, asumiendo su propia defensa, fue guillotinada
en 1793. Su esposo logró escapar a la justicia revolucionaria.
......................................................................................
Comuniqué mi proyecto a Miranda, quien muy afortunadamente me
disuadió de ello, ya que muy probablemente me habrían hecho jugar algún
papel en aquella fábula de conspiraciones imaginada para que pereciesen
casi todos los prisioneros de Luxemburgo.
He mencionado dos veces a Miranda, y ya es hora de dar a conocer
algunos detalles acerca de este extranjero. Nacido en el Perú, a sus cuaren-
ta y dos años este hombre había recorrido todo el globo, recogiendo en su
trayectoria no pocos conocimientos, entre otros el dominio de varios idio-
mas que hablaba con facilidad. Habiendo arribado a Francia en tiempos
de la Asamblea Legislativa, hizo el proyecto de establecerse y comenzó a
ligarse con Pètion de Villeneuve y otros diputados de su tendencia, a quie-
nes había llevado cartas de recomendación desde la Inglaterra.
Miranda interesó a todos los amigos de la libertad cuando anunció
que su proyecto era el de dar la libertad a su país. Primeramente se había
dirigido a la emperatriz de Rusia, y luego al ministro Pitt, para obtener
respaldo en dicha empresa. Había sido bien acogido por ambos, pero se
percató de que podía esperar mucho más de la Francia recientemente liber-
tada. Los girondinos, que para esa época tenían no poca influencia en los
asuntos públicos, prometieron ayudar a Miranda y le ofrecieron, entretan-
to, un puesto de mando en el ejército; a la sazón, los ejércitos coaligados
acababan de penetrar en Champaña.
Miranda, nombrado general de división, llevó a cabo la campaña de
1792 y el comienzo de la de 1793. Compartió con nuestros generales el ho-
nor de repeler fuera del territorio francés los ejércitos prusianos e imperiales,
y de conquistar la Bélgica. Recuérdese los rumores que se propalaron en
aquella época acerca de la retirada de los prusianos; no poca gente afirma-
ba entonces, y esta opinión persiste aún en algunas mentes, que se habría
podido apresar a todo el ejército prusiano, y hasta al mismísimo rey. Más
de una vez se lo pregunté a Miranda, siempre me respondió que aquello
era algo imposible. No obstante, confesaba que se habría podido dar mayor
acoso a los prusianos y hacer más mortífera su retirada. Empero, no atri-
buía tal negligencia a una mala voluntad, sino a la suerte de estupefacción
......................................................................................
Los estudios de Miranda versaban particularmente sobre la ciencia
de la guerra. Él se había rodeado de todos los autores que trataban dicho
tema, ya fuesen historiadores, ya fuesen teóricos, y no puedo menos que
decir que nunca había oído yo a persona alguna razonando al respecto con
tanta profundidad y solidez.
Pero entre más se nutría de los sistemas de ataque y defensa conocidos
hasta entonces, más se hallaba en oposición con los métodos de nuestros
modernos generales, quienes ganaban batallas y tomaban ciudades apar-
tándose de las reglas con las que los Turenne, Condé, Catinat* y tantos otros
héroes franceses y extranjeros habían sabido dominar los albures y asentar
la victoria. Los éxitos de nuestros modernos ejércitos me proporcionaban
grandes argumentos contra Miranda, y él pretendía anularlos diciendo que
estas ventajas no se debían sino al azar, y que no serían constantes. Algunos
reveses que acabábamos de sufrir parecían justificar en algo su opinión,
pero felizmente se presentaban frecuentes ocasiones de rebatírselas, pues
nuestros ejércitos compensaban con el beneficio de diez batallas la des-
ventaja de una derrota. Achille du Châtelet, quien solía presenciar nuestras
conversaciones, se erigía en juez de nuestras diferencias: explicaba el fenó-
meno de nuestras victorias por el prodigioso valor de nuestros soldados, y
hasta por una suerte de olfato militar que les atribuía. Decía él haber visto
a menudo a generales ignorantes dando órdenes de actuar en tal o cual
sentido, y el instinto de los soldados los llevaba a desobedecer y a tomar lo
que siempre resultaba ser el camino de la victoria ......................................
...................................................................................................................
...................................................................................................................
* Henri de la Tour d’Auvergne, vizconde de Turenne; Louis de Bourbon, príncipe de Condé; Nico-
lás de Catinat, mariscal de Francia: los tres legendarios jefes militares que se cubrieron de gloria
en las numerosas guerras que tuvieron lugar durante el reinado de Luis XIV, a fines del siglo XVII
y comienzos del XVIII.
* Encargado en mayo de 1794 de escoltar un cargamento de trigo que venía por mar de los Estados
Unidos, la flota dirigida por Jambon Saint-André y Louis Villaret-Joyeuse estaba compuesta por tres
famosos buques insignia de la marina francesa: “El Vengador”, “El Impetuoso” y “La Montaña”.
Atacado por una flotilla inglesa, al mando del almirante Richard Howe, los dos primeros buques
fueron hundidos y el tercero logró escabullirse en la niebla, junto con buena parte del convoy.
* Aunque en el original este anexo no aparece ni separado ni titulado, en la primera mención que
se hace del mismo (p. 189) se señala esta página que constituye con las siguientes una unidad
temática [N. del E.].
......................................................................................
El general Dumouriez, más célebre por sus intrigas que por sus haza-
ñas, acababa de quitarse la máscara; pero no pudo lograr el éxito de sus
gestiones: los resultados de su contubernio fueron el desprecio y el odio; y,
tras haber promulgado inútilmente un manifiesto, el 3 de abril, buscando
que las tropas se apartasen de su deber, no le quedó como vergonzosa
alternativa sino la huida, en la cual estuvo a punto de ser asesinado, el 4
de abril. No se llevó con él más que su reputación de hombre ambicioso
y faccioso, hasta cuyos talentos militares pudiesen ser puestos en tela de
juicio. (Ibid., p. 263).
OBSERVACIONES
......................................................................................
El general Dumouriez soñaba desde hacía mucho tiempo con los medios
de elevarse para salir de su esfera, y tan pronto como se declaró la guerra a la
5
Se observa, en este relato, cuán calumniosas son las afirmaciones del general Dumouriez contra
el general Miranda y las tropas bajo su mando.
......................................................................................
Seguimos manteniendo bajo nuestro control la orilla izquierda del
Mosa, indispensable para todas nuestras operaciones en Holanda, en tan-
to que los prusianos, con un considerable cuerpo de tropas, ocupan la
Gueldre prusiana, y han instalado baterías en la orilla derecha del Mosa.
No me cabe duda de que este cuerpo prusiano, del que me han dicho que
cuenta con más de quince mil hombres, tiene como objetivo el socorrer a
la Holanda en caso de que nuestras tropas intenten invadir las Provincias
Unidas, y sólo la ocurrencia de una revolución por la libertad en Holanda
nos permitirá llevar a cabo esta operación sin encontrar demasiada oposi-
ción por parte de las tropas prusianas.
Además, tengo para mí que es muy probable que a partir del momento
en que comience el asedio o el cañoneo de Maestricht, el ejército austríaco,
que se halla frente a nosotros a orillas del Roër, y del cual se me ha dicho que
tiene una fuerza de cuarenta mil hombres, intentará atacar el nuestro, que se
halla al otro lado de este río con el fin de cubrir el sitio de Maestricht, para
romperlo y salvar así esa plaza. Nuestras fuerzas distan mucho de ser sufi-
cientes para mantener con firmeza toda la extensión que estamos ocupando
en estos momentos, y para ejecutar las operaciones que vamos a emprender.
Todas las demás afirmaciones del general Valence son de la misma espe-
cie, y entran en evidente contradicción con los informes oficiales y el examen
judicial6. Habría sido mejor que el general Valence, así como el ciudadano
Ségur el Mayor, no hubiesen perdido tanto tiempo justificando la conducta
vergonzosa y muy poco militar de este jefe, que no se hallaba en su puesto
cuando el ejército bajo sus órdenes fue atacado victoriosamente por el enemi-
go en el Roër, y esta derrota provocó el trastorno de todos los planes; o justifi-
cando sus crímenes así como la complicidad con la defección de Dumouriez,
quien entregó los comisarios al enemigo, y que trajo el reino de la anarquía a
Francia, y todos los desastres subsecuentes.
La patente otorgada, en esa oportunidad, por Dumouriez a su socio Va-
lence, atribuyéndole “el mejor apoyo militar de la República y el más puro
comportamiento cívico hacia ella, etc.”7, más que ridícula resulta inválida
puesto que no se trataba menos que de trastocar y destruir dicha República.
En sus Memorias8 podemos encontrar la referencia de este hecho y los motivos
probables de dicha patente: “Su amigo Dumouriez deja consignada en sus
Memorias toda su sensibilidad: seguramente le debe la vida, ya que no habrían
llevado a París sino su cadáver inanimado; él daría la suya por usted”.
Esta interpelación, así como la carta apócrifa del 14 de marzo (que hay
que leer al mismo tiempo), no serán jamás un documento justificativo ni tam-
poco un título honorable para el general Valence; y si el historiador hubiese
consultado los documentos oficiales que constatan irrevocablemente el even-
6
Véase la correspondencia del 6 de marzo, y el juicio contra el general Miranda.
7
Véase Ségur el Mayor, Tableau Historique..., tomo II, p. 376.
8
Segunda parte, p. 115.
Epitafio de Zemira
Kiev, el 7 de marzo de 1787, su servidor
Aquí murió Zemira; y las Gracias enlutadas
Han de arrojar flores a su ataúd.
Constante en sus gustos, ligera en la carrera,
Como Tom su abuelo, como Lady su madre,
Su único defecto fue un poco de malhumor,
Mas dicho defecto venía de un buen corazón.
Cuánto se teme cuando se ama.
Y Zemira amaba tanto a la que
Todo el mundo amaba como ella amaba.
¿Acaso se ama serenamente
Cuando se tiene a cien pueblos por rivales?
Los dioses, testigos de su ternura,
Debieron darle, por su fidelidad,
El don de la inmortalidad,
Para que ella siempre estuviese junto a su ama.
nombre, resultaba perfectamente evidente que la petulancia del encargado de negocios español
no tenía ninguna base.
10
La representación aquí mencionada es la renuncia formal y por escrito de Miranda a su comi-
sión en el ejército de Su Majestad Católica, que había sido enviada previamente desde La Habana,
en 1783, al finalizar la guerra de independencia de los Estados Unidos.
* Quinto Fabio Máximo, cónsul romano, que logró sus victorias a punta de astucia y sentido de la
estrategia, unos 200 años a.C.
Copia de la sentencia
Dijeron: que debían declarar y declaraban libre a don Juan Manuel de
Cajigal de todos los cargos que se le han hecho en esta causa, por legítima,
justa, meritoria. Y arreglada a las reales órdenes y soberana intención de Su
Majestad su conducta y procedimientos en el hecho principal e incidencias
de la comisión conferida a don Francisco de Miranda para que pasase a la
isla de Jamaica, a los objetos del Real Servicio y del Estado que le confió,
con las facultades para el aparente comercio que contempló, conducente
a su logro. Y, por consecuencia, que lejos de constituirlo reo del delito que
se le ha imputado, le han hecho acreedor a la soberana estimación de Su
Majestad, y al premio que así en remuneración de sus meritorios y anteriores
servicios, como en recompensa de sus padecimientos y atrasos en su carrera,
ocasionados por esta causa, se digne Su Majestad concederle en ejercicio
de su soberana justicia distributiva. Y con alzamiento de cualquier arresto,
embargo de bienes, depósitos y secuestros actuados de resultas de este mis-
mo procedimiento, le reservaban y reservaron su derecho para que, por los
daños, gastos y perjuicios que en su persona y su caudal hubiese padecido
con motivo de esta causa, use de él donde y como le convenga, y contra
quien corresponda. Asimismo declaraban y declararon por libre de todo car-
go en el ejercicio de la referida comisión y sus incidencias, al teniente coronel
graduado don Francisco de Miranda, y por legítima y exenta de todo vicio la
* Los anexos J y K, si bien no responden a ningún llamado en el texto del narrador, su lectura,
puede decirse, complementa y cierra, de alguna manera, el recuento histórico que esta obra teje
(N. del E.).
** En el gobierno del Directorio, el Cuerpo Legislativo estaba formado por dos asambleas perma-
nentes: el Consejo de los Quinientos y el Consejo de los Antiguos. El Consejo de los Quinientos
estaba compuesto por quinientos miembros electos cada tres años y se ocupaba, entre otras, de
las leyes relativas a la guerra y los asuntos militares.
*** 16 de noviembre.
**** 25 de noviembre.
***** 27 de noviembre.
* 1o de diciembre.
** 16 de noviembre.
*** 27 de noviembre.
* 16 de diciembre de 1795.
Carta de Miranda a los señores marqués del Toro y del ilustre Cabildo
de Caracas
Londres, el 20 de julio de 1808
Señor Marqués
Permítame usted que por su mano dirija ésta al Cabildo y Ayuntamien-
to de esta Ilustre Ciudad y Patria nuestra, en circunstancias las más críticas
y peligrosas que hayan ocurrido jamás para la América desde el estableci-
miento de nuestros antepasados en ella.
La España, ahora sin soberano y en manos de diversas parcialidades
que, reunidas unas a los franceses y otras a la Inglaterra, procuran por
medio de una guerra civil sacar el partido que más convenga a sus vistas
particulares, es natural procure atraernos cada cual a su partido para que,
envueltos también nosotros en una disención general, sus riesgos sean
menores; y que en caso de ser subyugados por la Francia (que es el re-
sultado más probable, aunque menos deseable), transferirla al Continente
Colombiano las mismas calamidades que su falta de prudencia, o su obra
de mala conducta, ¡han traído sobre la desgraciada, opresora y corrom-
pida España!
En esta suposición, suplico a ustedes muy de veras que, reuniéndose
en un cuerpo municipal representativo, tomen a su cargo el gobierno de
esa provincia; y que, enviando sin dilación a esta capital personas auto-
1
Ver Anexo C, página 190, para un plan de índole decisiva, concebido por los dirigentes franceses.
* En 1808 Francia promovía un bloqueo comercial contra Inglaterra para quebrar su hegemonía.
Penetró en Portugal con una tropa de 30.000 efectivos, para frenar el importante comercio portu-
gués con Inglaterra.
4
El capitán Sanz, alias Juanico, del bergantín “Venezuela”.
Del autor
“J. de Antepara al prefecto del Departamento: Sobre defensa en Santa Elena”, Catá-
logos del Archivo Histórico VII. Milton Luna Tamayo, Patricio Ordóñez Chiriboga y Fátima
Ponce Estupiñán. Quito: Banco Central de Ecuador/Centro de Investigación y Cultura/Fondo
Jijón y Caamaño, 1987, v. 3.
Letters Addressed to the Right Hon. Lord M [Elville] on the Late Expeditions to The Spa-
nish Main; and on The Expediency of a Gradual and Systematical Emancipation or Spanish
America; Including The Sketch of a Plan for effecting it in a Manner beneficial to Great Bri-
tain and that Country. By A Native of Spanish America. London: Cadell and Davies, Strand,
1807.
Sobre el autor
ANEXOS 53
ANEXO A 55
Carta circular del conde de Bezborodko de parte de la
emperatriz de Rusia a todos sus embajadores en el
exterior. Kiev, 22 de abril de 1787 55
Carta del conde de Bezborodko al coronel conde de
Miranda. Kiev, 22 de abril de 1787 56
Carta del teniente coronel Miranda al rey de Prusia.
Berlín, 3 de septiembre de 1785 56
Respuesta a dicha carta.
Postdam, 4 de septiembre de 1785 56
Al coronel Francisco de Miranda.
Londres, 26 de marzo de 1788 57
ANEXO B 62
Certificado del ministro Joseph Servan de Gerbey. París,
24 de diciembre de 1794 62
Notas del general Servan de Gerbey, ex ministro de la
Guerra, sobre el segundo volumen de las Memorias del
general Dumouriez, redactadas por él mismo 64
El general Miranda al general Beurnonville.
Lieja, 14 de febrero de 1793 70
Extracto de Histoire du Comte de Saxe par Monsieur le
Baron d’Espagnac, París, 1775 73
Fragmento del discurso de Miranda 75
Declaración 81
CORRESPONDENCIA
El general Dumouriez al general Miranda.
Vouziers, 10 de octubre de 1792 100
El general Dumouriez al general Miranda.
Lieja 29 de octubre de 1792 101
El general Dumouriez al general Miranda.
Lieja, 30 de noviembre de 1792 102
El general Dumouriez al general Miranda.
Lieja, 30 de noviembre de 1792 103
El general Dumouriez al general Miranda.
Lieja, 4 de diciembre de 1792 103
El general Dumouriez al general Miranda.
Lieja, 12 de diciembre de 1792 104
El general Dumouriez al general Miranda.
Lieja, 13 de diciembre de 1792 106
ANEXO C 190
De Brissot, diputado de la Convención Nacional, al
general Dumouriez. París, 28 de noviembre de 1792 190
El general Miranda a Brissot, miembro de la Convención
Nacional, presidente del Comité de Defensa General.
Lieja, 19 de diciembre de 1792 192
Brissot al general Miranda. París, 13 de octubre de 1792 194
El general Miranda al ciudadano Brissot, miembro de la
Convención Nacional, presidente del Comité de Defen-
sa General. Bruselas, 26 de diciembre de 1792 195
J.P. Brissot al general Miranda. París, 6 de enero de 1793 195
J.P. Brissot al general Miranda. París, 10 de enero de 1793 196
ANEXO D 197
ANEXO E 202
Carta del general Hamilton al general Miranda.
Nueva York, 22 de agosto de 1798 202
ANEXO F 203
Extracto del Dodsley’s Annual Register de 1807.
Londres, 1809 203
The Anual Resister for 1807
Londres 1809 207
Carta de don Manuel Gual al general Miranda.
Puerto España, 12 de julio de 1799 208
ANEXO G 234
Proclama de Thomas Picton 234
ANEXO H 236
De Francisco de Miranda al señor Pitt.
Londres, 28 de enero de 1791 236
Del señor Wickham a Miranda.
Whitehall, 17 de noviembre de 1798 237
De Miranda al Conde de Woronzow.
Londres, 20 de noviembre de 1798 238
[ANEXO I] 249
Notas sobre las observaciones de Champagneux
acerca de la batalla de Neerwinden 249
Extracto de Tableau historique de la guerre de la Révo-
lution française pendant les campagnes de 1792, 1793
y 1794 250
Dumouriez a Louvet, editor de La Sentinelle 257
Del general Valence y Ségur el Mayor 258
ANEXO J 276
El general Miranda al Consejo de los Quinientos.
Publicado en Le Moniteur, 11 de diciembre de 1795 276
De Miranda, general de los ejércitos de la República francesa,
al Poder Ejecutivo. Du Mesnil, 16 de diciembre de 1795 279
Del ministro de la policía general al prefecto del departamento
de Deux-Nethes. París, 18 de noviembre de 1800 281
ANEXO K 282
Carta de Miranda a los señores marqués del Toro y del ilustre
Cabildo de Caracas. Londres, 20 de julio de 1808 282
Al ilustre Cabildo de la ciudad de Buenos Ayres.
Londres, 24 de julio de 1808 283
LA EMANCIPACIÓN
confines el sabor de la dignidad en el ejercicio libre y autónomo de su sober-
anía.
José María Antepara, héroe ecuatoriano que coincide plenamente con los
Carmen Bohórquez
Licenciada en Filosofía de la Universidad
planes independentistas de Miranda, se encuentra también en Londres y en
fértil conversación con el venezolano crean La emancipación suramericana, SURAMERICANA
del Zulia (Summa Cum Laude). Maestría publicada originalmente en inglés, francés y español y, por primera vez,
en Filosofía de la Universidad de Michigan presentada íntegramente en español por Biblioteca Ayacucho. Claves Políticas de América es una colec-
y Doctorado en Estudios Hispánicos y Un breve artículo del filósofo James Mill (escrito también en colaboración con
Latinoamericanos de La Sorbona de París Miranda), aparecido en la Edinburgh Review (1909), sirve de punto de anclaje 1 ción creada por Biblioteca Ayacucho con
el propósito de recoger lo más significa-
(Summa Cum Laude). Profesora Emérita para casi doscientos documentos entre cartas, discursos, memorias, proclamas,
LA EMANCIPACIÓN
confines el sabor de la dignidad en el ejercicio libre y autónomo de su sober-
anía.
José María Antepara, héroe ecuatoriano que coincide plenamente con los
Carmen Bohórquez
Licenciada en Filosofía de la Universidad
planes independentistas de Miranda, se encuentra también en Londres y en
fértil conversación con el venezolano crean La emancipación suramericana, SURAMERICANA
del Zulia (Summa Cum Laude). Maestría publicada originalmente en inglés, francés y español y, por primera vez,
en Filosofía de la Universidad de Michigan presentada íntegramente en español por Biblioteca Ayacucho. Claves Políticas de América es una colec-
y Doctorado en Estudios Hispánicos y Un breve artículo del filósofo James Mill (escrito también en colaboración con
Latinoamericanos de La Sorbona de París Miranda), aparecido en la Edinburgh Review (1909), sirve de punto de anclaje 1 ción creada por Biblioteca Ayacucho con
el propósito de recoger lo más significa-
(Summa Cum Laude). Profesora Emérita para casi doscientos documentos entre cartas, discursos, memorias, proclamas,