Informe de Moderna - Protestantismo

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INFORME DE HISTORIA MODERNA

Protestantismo y Modernidad

Si tenemos que remontarnos a los orígenes del protestantismo, no basta sólo con afirmar
que surge con la implantación de la Reforma religiosa comenzada por Lutero en el siglo
XVI, y expandida por gran parte de la Europa atlántica, sino que debemos ahondar fino y
dilucidar cuáles fueron los motivos indirectos que llevaron al cisma. Para esto será
necesario rastrear el hilo conductor de este proceso reformador y revolucionario para la
época, al cual encontramos en los albores de la Modernidad, como se puede ver en el libro
de H. Lutz, durante la implantación de una nueva perspectiva social e ideológica: el
Humanismo y su vertiente cultural, el Renacimiento.
Será menester entonces explicar en qué consistieron dichos hitos de la historia, y por qué lo
ubicamos como el puntapié inicial a la hora de esbozar los orígenes de la Iglesia
Protestante. Asimismo debemos analizar las condiciones sociales, económicas y políticas
en las que se encontraba inmersa Europa Occidental antes y después de la Reforma, a modo
de contextualización histórica.
Por último nos quedará por revisar el proceso reformador en sí, su zona de influencia, sus
preceptos y sus alcances, y todos aquellos movimientos de índole social y político que
fueron articulándose en derredor de dicho conflicto “religioso”.
A modo de acotación, analizaremos el papel jugado por sus dos más grandes exponentes:
Martín Lutero y Juan Calvino, sin por ello dejar de lado aportaciones de otros intelectuales
y teólogos de la época que contribuyeron a la instalación en diversas partes de Europa
Occidental, del germen protestante.
Dividiendo entonces nuestro enfoque en diversas ramas de análisis sociocultural, político y
económico, damos comienzo al siguiente trabajo.

1
Sus orígenes en el Renacimiento y el Humanismo

Entre 1350 y 1550 la sociedad europea occidental conoció y vivió una auténtica revolución
espiritual, una crisis de perfiles muy nítidos en todos los órdenes de la vida; una profunda
transformación del conjunto de los valores económicos, políticos, sociales, filosóficos,
estéticos y religiosos que habían constituido la civilización medieval.
Iniciado en Italia, el Renacimiento fue un intento por construir una nueva identidad cultural
de la burguesía edificada sobre los modelos que provee la tradición clásica; por esto mismo
dio un gran impulso a todos los conocimientos. Si la brújula permitía audaces singladuras
océano adelante, la imprenta divulgaba hechos e ideas con una rapidez y eficacia
inimaginables. A través de ella se instala una perspectiva filológica, la cual cuenta con tres
hitos principales: la revisión del latín a través de la lectura de Cicerón en el siglo XIV; la
revisión del griego a través de la lectura de Platón en el siglo XV; y la revisión del hebreo-
arameo a través de la lectura de la Biblia, cuyo modelo sería Cristo, en el siglo XVI.
El concepto de “volver a las fuentes”1 trajo consigo un carácter renovador en cuanto se
produce la crítica a la autoridad, adquiriendo una capacidad de raciocinio que conlleva a la
crítica individual por la adulteración de la tradición clásica provocada por la interposición
de la Iglesia (porque hasta el Renacimiento, el cristianismo era considerado como una
continuación de la tradición clásica). Asimismo, la audacia intelectual de sus hombres
rompió todas las fronteras; se discutía el dogma, se ponía en tela de juicio las ideas
preconcebidas, no se veían límites en la capacidad europea para descubrir, conquistar y
reformar2. Por ello, el Humanismo fue un intento por recuperar al menos parte del pasado,
llevando paulatinamente hacia una crítica a la autoridad y hacia la reivindicación del
individualismo: “(…) En la época del Renacimiento se aflojaron los lazos sociales,
1
Tomado quizás como una forma de arrancarse la tradición medieval, soltar sus andadores y
desprenderse de sus velos [Subrayado propio, cita de Monnier en Delemeau, J., La civilización del
Renacimiento, Barcelona, Juventud, 1977, pág. 399].
2
Boccaccio, en su libro El Decamerón, hace hincapié en la crisis de los valores tradicionales ocasionada
como consecuencia de la peste negra del siglo XIV, llevando a la pérdida de una concepción
trascendente de la vida y una valoración creciente del placer corporal en este mundo. Se da un llamado a
la rebelión, hacia la tenencia de propias inclinaciones y voluntades en donde el individuo como tal
pudiera regir su espíritu. Aquí se ve la liberación del dominio de la sociedad, que abre camino a la
preparación de una nueva cultura humanista: renovación de los valores mediante la crítica a la religión
tradicional; separación entre la Iglesia y el mensaje cristiano (considerado como superior y diferente de
la práctica que del mismo hace la Iglesia); tolerancia o relativismo religioso; y todo esto basado en la
confianza individual que permitirá establecer dichos criterios.

2
haciéndose posible seguir senderos fuera de los marcos antiguos. Hombres que no
pertenecían a las clases dirigentes despertaron la admiración o la atención general. Las
personalidades fuertes pudieron desarrollarse mejor y en mayor número que antes (…)” 3.
Sobre todo porque si el hombre ya no debe confiar en la autoridad, por lo tanto debe confiar
en sí mismo; y por tal motivo se dará una búsqueda individual del saber y de la salvación,
siendo el hombre capaz de proveerse los medios para conocerse a sí mismo.
La crítica a la autoridad (es decir, a los religiosos, a la Iglesia) será comenzada con Lorenzo
Valla, quien en 1440 realiza una revisión de la “Donación de Constantino” 4 demostrando
que era un texto fraguado. A partir de dicho descubrimiento, los textos consagrados fueron
radicalmente revisados, derivando paulatinamente en la crítica bíblica y en la Reforma,
propagadas ampliamente por el resto de Europa a través de la filología evangélica expuesta
por Erasmo de Rotterdam y François Rabelais. Esta corriente adapta el modelo filológico
clásico y lo aplica a los textos bíblicos que serán leídos de ahora en más en su lengua
original, gracias a la abundancia de Biblias (convirtiendo al texto sagrado en texto de
acceso directo al lector). Su precepto consistía en que si se volviera a recuperar la palabra
del evangelio, se tendría de nuevo a Cristo.
Erasmo de Rotterdam como su exponente principal, expresa su programa cuyos puntos
básicos se relacionan con el evangelismo (superioridad del mensaje evangélico sobre lo que
manda la tradición católica o la interpretación teológica); la educación (importante la
reforma educativa, ya que a través de ella se propaga la ética y el comportamiento basado
en los principios cristianos) y el pacifismo (cuya plena instalación suponía que iba a poner
fin a la guerra entre príncipes).
Tales destinos sólo podían ser posibles en una época en que el pensamiento crítico del
Renacimiento ponía en tela de juicio los fundamentos mismos de toda legitimidad 5.

3
Delemeau, J., ob. cit., pág. 401.
4
La Donación de Constantino fue un decreto imperial atribuido a Constantino I según el cual, al
tiempo que se reconocía al Papa Silvestre I como soberano, se le donaba la ciudad de Roma, así como
las provincias de Italia y todo el resto del Imperio romano de Occidente, creándose así el
llamado Patrimonio de San Pedro.
5
Delemeau, J., ob. cit., pág. 402.

3
Precondiciones sociales para la explosión de la Reforma

Como estuvimos analizando en el punto anterior, la Reforma no fue un hecho aislado ni


tampoco repentino, sino que tuvo sus orígenes en el Humanismo tardío en cuanto
inspiración cultural. Pero en la sociedad misma de la época hubo ciertos factores claves, a
los que H. Lutz denomina “precondiciones sociales para la explosión de la Reforma” 6, que
marcaron el comienzo de este camino en un solo sentido.
Menciona una existencia de situaciones sociales dadas que deforman el servicio pastoral,
haciendo referencia por un lado a la preponderancia de la nobleza en los altos cargos
eclesiásticos, quienes mantenían formas de vida profana (como por ejemplo, utilizando la
misma Iglesia como hospicio de la nobleza, porque los cargos eclesiásticos eran usados
para el porvenir de los hijos –recordemos el caso de los segundones en la Baja Edad
Media–); y por otro lado marcando la distancia existente entre el alto y bajo clero (no sólo
en forma económica, sino también en cuanto formación teológica), donde el bajo clero mal
pago se adaptaba en el mundo rural a las circunstancias y formas de vida de su entorno
(como ser concubinato, regencia de negocios y tabernas), y estaba obligado a cobrar las
tasas necesarias para los actos eclesiásticos. Por otro lado, Quaife en su obra Magia y
Maleficio, hace hincapié en la vertiente popular del catolicismo, en donde el paganismo era
tan fuerte que los cronistas cristianos no hicieron referencia a él, negándose a reconocer su
fuerza7.
Será menester mencionar otro de los puntos expuestos por Lutz: la deformación y
cosificación de la praxis eclesiástica, pues por un lado coexisten la religiosidad popular
(tomándola como superstición, vestigios de curanderismo) y el culto a las reliquias en el
mundo cortesano, y por otro lado, se lleva a cabo una cosificación de los sacramentos que
los degeneró grotescamente hasta considerarlos objetos de comercio. “(…) El populacho
ignoraba muchas cosas del cristianismo y conservaba muchas creencias consuetudinarias
entretejidas en un marco cristiano (…)”8, porque en realidad, parafraseando a Quaife, el
cristianismo era utilizado como camuflaje de esa mentalidad, en tanto que su mensaje se
formulaba a través de un marco animista muy diferente de la fe que predicaban los
6
Ver Lutz, H., Reforma y Contrarreforma, Madrid, Alianza, 1982, pp. 37-40.
7
Quaife, G. R., Magia y Maleficio. Las brujas y el fanatismo religioso, Barcelona, Crítica, 1989, pág.
85.
8
Quaife, G. R., ob.cit., pág. 87.

4
teólogos. Y esta religión popular9 adquirió sus idiosincrasias porque la Iglesia no acertó a
satisfacer las necesidades religiosas básicas en un sentido inmediato debido a la ausencia y
la incompetencia del cura párroco. El populacho adaptó remedios más primitivos y antiguos
para llenar los huecos de la instrucción cristiana. Como dice Quaife, el cristianismo seguía
siendo un barniz aplicado sobre la mentalidad animista básica del campesino y el primer
intento de eliminar esa mentalidad tuvo que esperar a la Reforma y la Contrarreforma 10.
Es bien sabido, y lo vinimos exponiendo que el hombre del Renacimiento era tan religioso
como sus antepasados de la Edad Media, pero su sensibilidad había cambiado, ya que
exigía una religión que hablara al cerebro, al corazón, casi a la carne. No es casualidad que
la piedad cristiana se orientara entonces en torno a Cristo y su pasión, a la Virgen y a la
devoción del rosario. Tal orientación correspondía al deseo de un Dios vivo, humano, más
fraternal que paternal, y por su parte, la escolástica tradicional debía dejar paso a cierto
humanismo evangélico, base de una “filosofía de Cristo”.
Pero la Iglesia no se acomodó con la suficiente rapidez a aquella necesidad de renovación
del sentimiento religioso. Dice Lutz como uno de sus presupuestos, que la posición del
Papado no llegó a emprender la reforma exigida en los concilios, porque la misma curia se
vio envuelta en la lucha por Italia y por la hegemonía europea, y esta autoafirmación
política y la nueva forma de autoexposición cultural del Papado implicó una
“mundanización”. Es decir, las circunstancias históricas habían obligado a los pontífices a
desempeñar en exceso el panel de jefes de Estado, lo que implicaba la organización de una
estructura militar poco compatible con las funciones sacerdotales, y la de una tesorería y un
sistema fiscal, además de una corte tentadora atraída por el lujo, unas alianzas europeas
demasiado sutiles y determinadas pretensiones políticas acerca del nombramiento de
obispos y cardenales.
Confiando en acelerar la indispensable reforma de la Iglesia, numerosas personalidades de
la cristiandad insistieron en sus exhortaciones, entre otros el cardenal De Brixen en
Alemania, el humanista Lefevre D’Etaples en Francia, Erasmo en los Países Bajos; debe
9
Es congruente con lo expuesto por Guinzburg en su obra El queso y los gusanos. El cosmos según un
molinero del siglo XVI, Barcelona, Muchnik, 1986, en tanto estudia el concepto de cultura popular: “(…)
Se atribuye a las clases subalternas de la sociedad preindustrial una adaptación pasiva de los
subproductos culturales excedentes de las clases dominantes (Mandrou), o una tácita propuesta de
valores, si acaso parcialmente autónomos respecto a la cultura de aquellas (Bolleme), o una extrañación
absoluta que se sitúa sin rebozo más allá, o mejor dicho más acá, de la cultura (Foucault)”, pág. 20.
10
Subrayado propio, ver Quaife, G. R., ob.cit., pp. 90-91.

5
recordarse que el Elogio de la locura contiene violentas diatribas contra el tráfico de las
indulgencias, a los monjes indignos, los prelados sin vocación, los papas guerreros. Es por
lo tanto la fiscalización y comercialización de la administración eclesial, otro de los puntos
de inflexión con respecto a la Reforma, en cuanto se cuantificaron la gracia y penitencia, y
se institucionalizó la compra de dispensas y venta de bulas para financiar obras
arquitectónicas (como por ejemplo, la culminación de la basílica de San Pedro en Roma). Y
al no hacerse caso de tales reclamos, dichas advertencias no hicieron sino incrementar el
contenido moral de quienes propugnaban por una reforma violenta y radical, expuesto
claramente por Martin Lutero.

Reforma, expansión de la doctrina protestante y sus repercusiones

La Iglesia se hallaba, a finales de la Edad Media, sumida en una profunda crisis espiritual,
consecuencia no de un debilitamiento del sentimiento religioso, sino de su incapacidad para
dar respuesta a la exigencia de una original religiosidad planteada por el “nuevo hombre”
del Renacimiento. Pero no sólo fue ese el motivo de la crisis que desembocaría en la
ruptura de la unidad del cristianismo: la Iglesia como institución, desde su cabeza hasta sus
pies, vivía un largo período de decadencia y corrupción generalizada.
En la primavera de 1517, el dominico Johann Tetzel, que “vendía” indulgencias 11 para
financiar la construcción de la basílica de San Pedro de Roma, llegó a la ciudad alemana de
Wittenberg. Este hecho llevó a Martín Lutero, prior de un convento de agustinos en esa
ciudad, a polemizar con Tetzel con motivo de las indulgencias: “Indulgencias papales están
siendo predicadas, bajo tu muy distinguida autoridad, para la construcción de San Pedro.
Con respecto a ellas (…) me afligen las ideas falsas que el pueblo concibe a partir de
aquellos y que veo extenderse en el habla común por todas partes –esto es que las almas
infelices creen que, si compran cartas de indulgencias, tienen asegurada su salvación;
incluso que, tan pronto como han arrojado su contribución en la alcancía, (…) un hombre
se libera de todo castigo y culpa”12.

11
El comercio de indulgencias se convirtió en el ejemplo más evidente de corrupción de la Iglesia. Las
indulgencias consistían en un bien espiritual que concedía la Iglesia a cambio de dinero u otros bienes.
Con ellas, el comprador obtenía parte de los muy abundantes méritos de Cristo.
12
Lutero, M., “Las 95 Tesis de Wittenberg”, en La Reforma I: Luteranismo, Universidad de Buenos
Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1986, pp. 3-4.

6
Lutero clavó en las puertas de la Iglesia de Wittenberg sus 95 tesis, el primer documento de
la Reforma y en el que presentaba su programa. En ese momento, no obstante, Lutero no
tenía la intención de romper con Roma, sino la de evitar los abusos del papado. Decía: “Por
eso, no he sido capaz de guardar silencio por más tiempo acerca de este tema, pues por
ninguna función del oficio de un obispo puede un hombre estar seguro de su salvación, ya
que no llega a estarlo ni por medio de la gracia de Dios infundida en él”13.
Lutero, de origen humilde, no buscaba la gloria, pero convencido de que no debía guardar
para sí la doctrina de la justificación por la fe, se negó a callar, por tanto decidió provocar la
ruptura de la unidad cristiana de Occidente 14, a modo de hacer llegar al resto de la
población su doctrina, en la cual trataba de dar respuesta a su principal preocupación
religiosa: ¿cómo alcanzar la salvación eterna? Halló en la Biblia la fuente para la solución
de sus incertidumbres. De su análisis surgió un nuevo dogma, basado en la predestinación
divina, en la negación del papel 15 y del valor del libre albedrío para alcanzar la salvación 16,
y en la sola justificación de esta gracia por la fe. Por el problema de la salvación de todos
los cristianos, Lutero propugnó el diálogo del hombre con Dios, negó las mediaciones entre
el salvado y el Salvador, e hizo de cada fiel un sacerdote, expresando en el terreno religioso
el auge de la persona17.
Según Lutero, Dios rige al mundo de dos maneras: por el gobierno espiritual de la Iglesia,
basado en la Escritura y en los sacramentos –tan sólo reconoció el bautismo y la
eucaristía–, de modo que el creyente se une directamente con Dios, al margen de la
jerarquía eclesiástica; y por el gobierno profano a través de la autoridad política que
salvaguarda el orden en nombre de Dios (él habla de auxiliar a su iglesia mediante el estado
laico, puesto que el estado eclesiástico, lo ha descuidado completamente).

13
Lutero, M., “Las 95 Tesis de Wittenberg”, ob.cit., pág. 4.
14
Delemeau, J., ob. cit., pág. 404.
15
Tesis n° 32: “Serán condenados eternamente con sus maestros aquellos que crean estar seguros de su
salvación sobre la base de las cartas de indulgencia”.
16
“Todos tenemos el mismo credo, el mismo Evangelio y el mismo sacramento. ¿Cómo no tendremos
también el poder de notar y juzgar lo que es recto o incorrecto en la fe? (…) Hemos de juzgar con
desenvoltura, cuanto ellos hacen o dejar de hacer, según nuestra comprensión de creyente en las
Escrituras, y obligarlos a seguir la interpretación mejor y no la suya propia”. Lutero, M., “A la nobleza
cristiana de la nación alemana, acerca del mejoramiento del estado cristiano”, en Altmann, W.,
Confrontación y liberación. Una perspectiva latinoamericana sobre Martín Lutero, Buenos Aires, 1983,
pág. 138.
17
Delemeau, J., ob. cit., pág. 412.

7
La Reforma protestante desató en Alemania importantes conflictos políticos y sociales. Al
interpretar la doctrina luterana a su manera, un grupo de miembros de la baja nobleza
pretendió en 1523, derribar del poder a los príncipes, pero su levantamiento fue
rápidamente sofocado.
Mayor alcance tuvo la sublevación de los campesinos que, durante el periodo comprendido
entre 1523 y 1525, saquearon e incendiaron decenas de castillos y monasterios en el sur de
Alemania. Las quejas y reivindicaciones campesinas transmitidas permiten ver las
circunstancias económicas, sociales y políticas, y el estado de opinión generalizado frente
al empeoramiento de las condiciones de vida 18 (cargas y servicios, impuestos, uso de
bosques y tierras, derechos de caza y pesca). Estas quejas iban a los propietarios
territoriales y a los príncipes y administraciones. Sus portavoces eran las capas medias y
acomodadas del campesinado, argumentando su revuelta en el “derecho divino”, o sea el
derecho del Evangelio, entendido como la “libertad de un hombre cristiano”, porque a estas
reivindicaciones se sumaron algunos puntos de la Reforma, como por ejemplo la elección
de párroco por la comunidad, la predicación del evangelio, entre otras19.
Uno de los cabecillas de la revuelta fue Thomas Münzer, fundador del anabaptismo y
revolucionario social. Los campesinos invocaron al propio Lutero, pero este condenó sin
paliativos la revuelta campesina en su panfleto Contra las bandas delincuentes y asesinas
de los campesinos: “(…) En un abrir y cerrar de ojos ellos han excedido la medida y se
precipitan con el puño cerrado, olvidando sus pedidos, y se arrebatan y enfurecen como
18
Para poder entender la relación entre las estructuras agrarias y el desarrollo económico de la Europa
preindustrial es oportuno recurrir al planteo de Brenner y su cuestionamiento a la teoría de Postan, el
cual sostiene que el auge de la población durante el siglo XVI originó una elevación de rentas, una caída
de los salarios y la desintegración de las posesiones campesinas. Brenner cuestiona si realmente los
cambios demográficos pueden ser lícitamente considerados como una simple causa o como la clave del
desarrollo económico. Con una escasez de tierras y un fuerte aumento de la demanda de este factor por
parte de los campesinos, la fuerza económica del terrateniente sobre sus campesinos era mucho más
difícil de resistir.
Económicamente, el siglo XVI se caracterizó por un crecimiento sostenido de la población total a causa
del mejoramiento de las condiciones de vida recuperadas tras la crisis desatada en el siglo XIV. Pero este
crecimiento poblacional según el esquema malthusiano, llevaría a una utilización de las tierras
marginales, y siguiendo la ley de rendimientos decrecientes de Ricardo, tendieron a aumentar los precios
del cereal y los productos animales, llevando a una restructuración de los hábitos alimenticios que afectó
a las capas sociales más pobres, amenazándolas con hambre y epidemias. Kriedte nos dirá que la crisis
malthusiana que se iba preparando se transformó también en una crisis social, empezándose a sentir la
mendicidad y la pobreza (llegan a promulgarse leyes de pobres); confluyendo en tensiones dentro de la
estructura social que se tradujeron en un gran número de estallidos de violencia, levantamientos y
revueltas.
19
Lutz, H., ob. cit., pp. 71-72.

8
perros furiosos (…) En síntesis, realizan sólo obras infernales, y en particular, es el
archidiablo [Thoman Münzer] quien les gobierna desde Mülhausen y no anda preparando
sino saqueos, asesinatos y derramamiento de sangre (…)”20 Los alzados en armas fueron
masacrados por los ejércitos de los príncipes. La alta nobleza alemana encontró en Martín
Lutero a un fiel aliado del poder temporal. Muchos de ellos se convirtieron al luteranismo
por las indudables ventajas políticas que les proporcionaba: mayor independencia ante el
emperador (izando la bandera “nacionalista” 21) y mayor control sobre las nuevas iglesias
reformadas (por ejemplo Lutero y sus colaboradores aprobaban que un príncipe pudiera ser
considerado como “obispo de urgencia”, además se fue imponiendo un sistema de iglesias
territoriales dirigidas desde el poder secular; esta reordenación parroquial dejaba a un lado
a los obispos, y los príncipes dispusieron de los bienes de la vieja iglesia –aumentando su
patrimonio–).
Es más, los príncipes sojuzgando a la Iglesia, extendiendo su jurisdicción, movilizando el
campo, habían logrado un poder que les permitía imponer impuestos, patrocinar y extender
el comercio y someter a ciudades y pueblos, aldeas y villas a la autoridad del monarca y su
corte. Según Delemeau, es una época de “nuevos ricos”, en donde el número de personajes
enriquecidos ha aumentado (principalmente a costa de la actividad mercantil llevada a cabo
por las ciudades y su comercio con África, América, India y Europa, y mucho más ahora a
costa de la expropiación de bienes de la Iglesia).

La Reforma no sólo influyó a los principados alemanes, sino que se extendió por el vasto
territorio europeo con exponentes como Juan Calvino o Ulrico Zwinglio, quienes con
ciertas diferencias, llevaron el Evangelio a nuevas regiones.
Así fue que el espíritu radical aflorado con la Reforma inspira, como vimos, hacia reclamos
y reivindicaciones de otro tipo no referidos directamente a un cambio de mentalidad
religiosa, sino meramente a una renovación de la mentalidad cerrada que aún no había sido
destruida por el Humanismo, y que pocos querían ver caer (pues si caían los viejos ideales,
caería a su vez todo el aparato político sostenido hasta entonces 22). La gigantesca ruptura

20
Lutero, M., Contra las bandas de delincuentes y asesinas de los campesinos, ob. cit.
21
Siguiendo a autores como Delemeau que exaltan la idea de exacerbación del nacionalismo en las
postrimerías del Renacimiento.
22
Guinzburg nos dirá al respecto que con la Contrarreforma y paralelamente con la consolidación de las
iglesias protestantes, se inicia una época altamente caracterizada por la rigidez jerárquica, el

9
que supone el fin del monopolio de la cultura escrita por parte de los doctos y del
monopolio de los clérigos sobre los temas religiosos había creado una situación nueva y
potencialmente explosiva, dirá Guinzburg.
Uno de los que se atrevieron a quebrar ese edificio ideológico fue Menocchio, un molinero
italiano que, inspirado en los avances de la imprenta y de la Reforma, puede no sólo
confrontar los libros con la tradición oral en la que se había criado, proveyéndole palabras
para sus ideas, sino que también tendrá la audacia para comunicar sus sentimientos al cura
del pueblo, a sus paisanos, a los inquisidores23. Parafraseando nuevamente a Guinzburg, la
Reforma, al romper la costra de la unidad religiosa, hizo aflorar indirectamente un sustrato
de creencias campesinas antiguas pero no borradas, y la Contrarreforma por su parte no
hizo más que sacarlo a la luz para erradicarlo por completo (por considerarlas nocivas para
el resto de la sociedad, enmarcándolas dentro inspiraciones diabólicas, heréticas 24). Lo
importante es que aquellas afirmaciones radicales de Menocchio no se explican
relacionándolas con una u otra vertiente del protestantismo, sino que podríamos decir al
igual que Guinzburg que se insertaría dentro de una corriente autónoma de radicalismo
campesino, que estaba latente y la Reforma contribuyó a revelar25.

Por otro lado, poco influirá la Reforma en la nobleza porque querrán mantener los
estándares de vida adquiridos hasta el momento, y más ahora con el reforzamiento de la
autoridad política, que durante el proceso de consolidación de los “Estados Renacentistas”
(lo que más tarde se llamarán “Estados Absolutistas”, según Trevor Roper), se buscó la
centralización del poder real, dándole el control de los territorios remotos a esa clase
señorial, de la cual se apoyaría para la recaudación de impuestos, sometimiento de la
población y asuntos de Estado. Parecería que el Estado ocupaba el papel del señor, y los
señores el de vasallos, dando auxilium et concilium. Esto se refleja en la creación de

adoctrinamiento paternalista de las masas, la erradicación de la cultura popular, la marginación más o


menos violenta de las minorías y los grupos disidentes.
23
Guinzburg, C., ob. cit., pág. 27.
24
Es lo que Guinzburg llama problema del “hiato”, que surge porque la capacidad de comprensión del
inquisidor no es tan fluida ya que él habla lengua culta y los campesinos lengua vernácula. Por lo tanto
el inquisidor no alcanza a incorporar por completo las confesiones de su acusado, sin entender siquiera el
trasfondo de la verdadera cultura campesina de antaño.
25
Ver Guinzburg, C., ob. cit., pp. 56-57.

10
Parlamentos, municipios, cortes, tribunales, etc., por lo cual le sería inútil a la nobleza
separarse del Estado y de las tradiciones arraigadas, pues tendrían mucho que perder26.

El sector que se vio ciertamente beneficiado con los dictámenes de la Reforma fue la
burguesía, pues claramente los preceptos protestantes hacían hincapié en las bondades del
trabajo, de la riqueza y de su circulación. Quienes trabajan, tendrán a Dios que los ayuda,
pues la pobreza es la imagen del vicio y por eso hay que alejarse de ella. Garín dirá que la
riqueza es la fuente fundamental de la virtud, por tanto el trabajo es un medio para
transformar al mundo y a sí mismo. Entonces en esta época, lo más frecuente era que la
burguesía adquiriera su status a través de dos vías: una era la actividad comercial y otra el
cargo público. Por actividad comercial no debemos entender únicamente las actividades
mercantiles, sino también la industria y las finanzas. Es por eso que en las ciudades
vinculadas con el comercio, la actividad fabril y las finanzas, haya sido el natural escenario
del ascenso burgués. “La riqueza por la riqueza, base de la ética capitalista, se abandona a
favor de una riqueza que proporcionase bienestar y posición social”27.

Conclusión
Católicos, luteranos, calvinistas y anglicanos, entre otros, en sus luchas por imponer sus
dogmas, reclamaron el apoyo del poder secular, ayudando con ello a la configuración de las
iglesias nacionales, una de las bases sobre las que se levantaron los nuevos estados durante
la Edad Moderna.

26
Exceptuando el caso inglés, donde el rey Enrique VIII rompe con la Iglesia Romana, proclama el
“Acta de Supremacía” en 1534 donde el rey sería el jefe supremo de la Iglesia en Inglaterra, dando
comienzo al anglicanismo. Aquí el corte con el Papa y con el Imperio debe verse no como un
debilitamiento real, sino como un nuevo impulso para realizarlo: el Estado disolvió los monasterios y
expropió sus vastas riquezas territoriales, llevando paulatinamente a Inglaterra hacia la modernización.
27
Kamen, H., El siglo de Hierro, Madrid, Alianza Editorial, p. 207.

11
El apoyo que dispensaron a las nuevas iglesias las clases dominantes de las sociedades
donde triunfó la Reforma, fue una de las causas de su afianzamiento. Con la Reforma, los
príncipes y los nobles obtuvieron beneficios políticos –mayor control sobre las nuevas
confesiones y mayor independencia-, y económicos –pasó a sus manos gran parte de los
bienes expropiados a la Iglesia-.
Pero la principal fuerza impulsora de la Reforma fue la burguesía, que encabezaba en esos
momentos el largo proceso de transformación social, económica y política que finalizaría
con la consolidación del capitalismo. En el ámbito de las mentalidades, el triunfo del
capitalismo se vería respaldado por la nueva concepción ética del trabajo y del
enriquecimiento, consecuencia del giro dado por el dogma protestante28.
Evidentemente, la ruptura con el tradicionalismo económico da la impresión de ser el
excepcional momento propicio para que en el espíritu surja la duda ante la tradición
religiosa y decida enfrentarse a las autoridades impuestas por la tradición. Aquí es
conveniente tener presente un hecho tal vez olvidado: la supresión del dominio eclesiástico
sobre la vida no era el espíritu de la Reforma, antes bien el anhelo de cambiar la forma de
aquel poder por otra distinta.29

BIBLIOGRAFIA

Ashton y Philpin (comps.): El Debate Brenner, Barcelona, Crítica, 1988.

Delemeau, J.: La Civilización del Renacimiento, Barcelona, Juventud, 1977.

28
Es más pronto que los protestantes han revelado siempre una singular inclinación hacia el racionalismo
económico, inclinación que no se manifestaba entonces, como tampoco ahora, entre los católicos en
ninguna de las circunstancias en que puedan hallarse. Weber, M., La ética protestante y el espíritu del
capitalismo, Edición Digital, pp. 14-15.
29
Weber, M., ob. cit., pág. 13.

12
Garin, E.: El Renacimiento Italiano, Barcelona, Ariel, 1986.

Guinzburg, C.: El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI,
Barcelona, Muchnick, 1986.

Kamen, H.: El siglo de hierro, Madrid, Alianza Editorial, 1982.

Kriedte, P.: Feudalismo tardío y capital mercantil, Barcelona, Crítica, 1985.

Lutz, H.: Reforma y Contrarreforma, Madrid, Alianza Editorial, 1992.

Quaife, G. R., Magia y Maleficio, Barcelona, Crítica, 1989.

Tilly, Ch.: Coerción, capital y los Estados europeos 990-1990, Madrid, Alianza, 1993.

Trevor Roper, H. R.: “La crisis general del siglo XVII”, Trevor Ashton (comp): Crisis en
Europa, Madrid, Alianza Editorial, 1982.

Weber, M., La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Edición digital.

FUENTES:

Boccaccio, G.: El Decamerón

Grimmelshausen, H.: Simplicius Simplicisimus

La Reforma (selección de fuentes), Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y


Letras, 1986.

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