Keynes Castellano
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Bibliografía fundamental
de J.M. Keynes 9
Los años 1936 y 1937 vieron la publicación de una serie de artículos motivados
por la aparición, en 1936, de la Teoría general de la ocupación, el interés y el
dinero de J.M. Keynes.1 Se trataba de reseñas y recensiones de la obra recién
publicada, pero también de las respuestas y comentarios del propio Keynes a
tales artículos críticos, motivo por el cual afloraron en general fructíferas polémi-
cas sobre algunos de los temas tratados en el libro y, en particular, sobre la
problemática de la determinación de la tasa de interés. Es así como en el artículo
que aquí presentamos Keynes comienza respondiendo a cuatro reseñas críticas de
su obra reciente, para luego sintetizar magistralmente –aunque en un lenguaje no
siempre sencillo– los elementos más importantes de la Teoría general, resaltando
aquellos puntos donde el autor consideraba haberse distanciado más de la “teoría
ortodoxa”. Esos elementos serán comentados a continuación.
Como punto de partida de su síntesis, Keynes aborda la problemática de las expec-
tativas en Economía, destacando que no siempre les es fácil a los agentes económi-
cos prever las condiciones futuras en los diferentes mercados, más aún cuando se
trata de un futuro no inmediato. En efecto, la teoría económica tradicional u “orto-
doxa”, habría intentado representar y resolver el problema con que se enfrentan los
agentes ante la incertidumbre del futuro, mediante el uso –implícito o explícito– del
cálculo de probabilidades. Según esto, el agente –típicamente un inversionista en
1 J.M. Keynes: Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, México, FCE, 1945.
Oswaldo Rodríguez Larralde /Introducción 7
que inciden sobre las expectativas que los empresarios se forman acerca del pro-
ducto venidero de su inversión material. Keynes le asigna a estos dos grupos de
causas la mayor importancia en la determinación de la inversión física de un país. Si
la realización de tales causas está impregnada de incertidumbre y volatilidad, como
ya se comentó, también será fluctuante y poco previsible el monto de inversión real
demandado en un período. En la medida en que, en opinión de Keynes, la inver-
sión motoriza la dinámica del producto global, en las líneas anteriores estaría esbo-
zado el germen de la teoría “keynesiana” de los ciclos económicos. Nótese, por lo
demás, que esta visión de los determinantes de la inversión privada se encuentra,
en efecto, bastante alejada de la interpretación “ortodoxa” del fenómeno, según la
cual la inversión vendría dada por el ahorro generado por la población en el perío-
do, así como por las características tecnológicas de los nuevos bienes de capital.
La inversión es uno de los componentes del gasto agregado. El otro es el consu-
mo. Pero mientras la inversión aparece como la porción del gasto más volátil –por
las razones mencionadas más arriba–, el consumo de un país lo relaciona Keynes
funcionalmente con el ingreso nacional, dada una cantidad de factores, tales
como la distribución de ese ingreso, la tasa de interés, las expectativas sobre el
ingreso futuro y otros. La “ley psicológica” mediante la cual Keynes vincula al
consumo con el ingreso se basa en la idea de que todo aumento en éste será
consumido o ahorrado; en otras palabras, de los aumentos en sus ingresos las
familias dedican la mayor parte de ellos –mas no todo– al consumo; el resto lo
ahorran (i.e., una propensión marginal al consumo positiva pero menor que uno).
Esta “ley” le permite a Keynes la concatenación de los componentes del gasto
–consumo e inversión– con el ingreso o producto nacional: la inversión, en gran
parte afectada por causantes autónomos, incide sobre el producto (ingreso), el que
a su vez genera los gastos de consumo, con un efecto de retroalimentación sobre el
ingreso y, por tanto, nuevamente sobre el consumo. Este proceso iterativo es el
conocido como el proceso multiplicador, y es convergente siempre y cuando la
propensión marginal al consumo de la nación se encuentre entre cero y uno.
Haciendo, entonces, un resumen de su teoría, Keynes nos señala al final del
artículo que presentamos a continuación cómo el nivel del producto, y por ende
del empleo nacional, depende en resumidas cuentas del estado de un conjunto
fundamental de “propensiones” y expectativas de los agentes económicos, a sa-
ber: “…de la propensión a atesorar, de … la cantidad de dinero, del estado de
confianza en relación con el rendimiento futuro de los bienes de capital, de la
propensión a gastar y de los factores sociales que influyen en el nivel del salario
nominal” (p. 26). Elementos todos que marcan un distanciamiento importante
con respecto a los postulados teórico-económicos en boga hasta la década de los
treinta del siglo pasado. No es de extrañar, por tanto, que las recetas “keynesianas”
para combatir el desempleo fuesen igualmente distantes de las propugnadas por
la “ortodoxia” entonces imperante.
Bibliografía fundamental
I
Deseo expresar mi profundo agradecimiento a los editores de Quarterly Journal
por los cuatro artículos relacionados con mi Teoría general del empleo, el interés y
el dinero que fueron publicados en el número de noviembre de 1936. Los mismos
contienen críticas detalladas, la mayor parte de las cuales acepto y de ellas espero
beneficiarme. Estoy en completo acuerdo con el comentario del profesor Taussig.
Leontief tiene razón, creo, en cuanto a la distinción que plantea entre mi actitud y
la de la teoría “ortodoxa” hacia lo que él denomina el “postulado de homogenei-
dad”. Sin embargo, debí haber pensado que la experiencia nos brindaba eviden-
cias abundantes que contradicen este postulado; y que, de cualquier modo, co-
rresponde a los que formulan un supuesto sumamente especial justificarlo, y no a
alguien que prescinde del mismo, comprobar que es completamente errado. Asi-
mismo sostendría que su idea puede aplicarse de manera más provechosa y con
mayor precisión teórica en relación con el papel que desempeña la cantidad de
dinero a la hora de determinar la tasa de interés,1 puesto que es en relación con
esto, creo, que el postulado de homogeneidad entra principalmente en el esque-
ma teórico ortodoxo.
*
Este trabajo fue publicado originalmente en The Quarterly Journal of Economics, vol. 51,
issue 2 (Feb. 1937), pp. 209-223. Se traduce y publica con permiso de Macmillan Press,
propietaria de los derechos.
1 Cf.
mi disertación sobre la “Teoría de la tasa de interés”, que será publicada en el volumen
de ensayos en honor a Irving Fisher.
John Maynard Keynes /Teoría general del empleo 12
ramiento real con el efectivo disponible para atesorar. Cuando, como ocurre en
una crisis, aumentan bruscamente las preferencias por la liquidez, esto se traduce
no tanto en un mayor atesoramiento –puesto que hay poco, si lo hubiere, más de
efectivo que puede atesorarse que antes–, sino más bien en un brusco aumento
de la tasa de interés; es decir, el precio de los valores se reduce hasta que aquellos
que ahora quisieran obtener recursos líquidos si pudieran hacerlo al precio ante-
rior, se convencen de renunciar a la idea, puesto que ya no es práctica en térmi-
nos razonables. El aumento de la tasa de interés es una alternativa al aumento del
atesoramiento como medio para satisfacer una mayor preferencia por la liquidez.
Mi argumento tampoco se ve afectado por el hecho admitido de que diferentes
tipos de activos satisfacen en diferentes medidas el deseo de liquidez. El proble-
ma se crea cuando la tasa de interés que corresponde al grado de liquidez de un
activo dado conduce a una capitalización en el mercado de ese activo menor que
su costo de producción.
Hay otras críticas que también me siento dispuesto a refutar. Pero aunque puedo
estar en capacidad de justificar mi propio lenguaje, me preocupa no dejarme
llevar, haciéndolo en demasiado detalle, a pasar por alto las ideas esenciales que
pueden, sin embargo, subyacer a las reacciones que mi tratamiento ha producido
en la mente de mis críticos. Me siento más atado a las ideas fundamentales com-
parativamente simples sobre las que se basa mi teoría que a las formas particula-
res en que las he expresado, y no deseo de ninguna manera que las últimas se
cristalicen en la etapa actual del debate. Si las simples ideas básicas pueden
volverse familiares y aceptables, el tiempo y la experiencia, junto con la colabora-
ción de un grupo de mentes, descubrirán la mejor manera de expresarlas. Por
ende, preferiría ocupar este espacio, con el permiso del editor de esta revista, en
tratar de reformular algunas de estas ideas, más que en una controversia
pormenorizada que podría resultar estéril. Y creo que la mejor manera de lograr
esto, aun cuando pueda parecer a algunos que me precipito sin pensarlo en la
atmósfera de controversia que pretendo eludir, es presentando lo que tengo que
decir en forma de una exposición de ciertos aspectos específicos que me parecen
reflejar con mayor claridad mi discrepancia respecto de las teorías anteriores.
II
Se admite en general que el análisis ricardiano se refería a lo que ahora denomi-
namos equilibrio de largo plazo. El aporte de Marshall consistió principalmente
en injertar en aquél el principio marginal y el principio de sustitución, junto con
algún análisis del paso de una posición de equilibrio de largo plazo a otra. Pero,
2 Véase infra.
John Maynard Keynes /Teoría general del empleo 14
al igual que Ricardo, Marshall partió del supuesto de que las cantidades de los
factores de producción en uso estaban dadas y que el problema era determinar la
manera como se utilizarían y sus retribuciones relativas. Edgeworth y el profesor
Pigou, así como otros escritores posteriores y contemporáneos, han refinado y
mejorado esta teoría al considerar cómo afectarían las cosas las diferentes peculia-
ridades en las formas de las funciones de oferta de los factores de producción,
qué pasaría en condiciones de monopolio y competencia imperfecta, cuánto co-
inciden las ventajas social e individual y cuáles son los problemas especiales de
intercambio en un sistema abierto, entre otros asuntos similares. Pero estos escri-
tores recientes, como sus predecesores, todavía estaban ocupándose de un siste-
ma en el que la cantidad de factores empleados era un dato conocido y los demás
hechos relevantes se conocían más o menos con certeza. Esto no significa que
estuvieran tratando con un sistema en el que se descartara el cambio, y ni siquiera
un sistema en el que se descartara la frustración de las expectativas. Pero en
cualquier momento dado, se suponía que los hechos y las expectativas eran
conocidos en forma inequívoca y calculable, y que los riesgos –que, aunque
admitidos, no recibían mucha atención– podían calcularse de manera actuarial y
exacta. Se suponía que el cálculo de probabilidades, aun cuando su mención se
mantenía en segundo plano, podía reducir la incertidumbre a la misma condición
calculable de la certidumbre, tal como en el cálculo de Bentham de los placeres y
las penas o de la ventaja y la desventaja, mediante el cual la filosofía de Bentham
suponía que se influía en la conducta ética general de los hombres.
Sin embargo, en realidad, sólo tenemos, por regla general, la idea más vaga de las
consecuencias más directas de nuestros actos. Algunas veces no nos preocupan
mucho sus consecuencias más remotas, aun cuando el tiempo y el azar pueden
hacer que adquieran importancia. Pero otras veces nos preocupan extremada-
mente, de vez en cuando, más que las consecuencias inmediatas. Ahora bien, de
todas las actividades humanas que son afectadas por esta preocupación más
remota, sucede que una de las más importantes es de naturaleza económica, a
saber, la riqueza. El único propósito de la acumulación de riqueza es producir
resultados, o resultados potenciales, en una fecha relativamente, y a veces indefi-
nidamente, distante. Por consiguiente, el hecho de que nuestro conocimiento del
futuro es fluctuante, vago e incierto hace de la riqueza un objeto de estudio
especialmente inapropiado para los métodos de la teoría económica clásica. Esta
teoría podría funcionar muy bien en un mundo donde los bienes económicos se
consuman necesariamente poco después de haber sido producidos. Pero pro-
pongo que debe modificarse en gran medida si va a aplicarse a un mundo en el
cual la acumulación de la riqueza para un futuro indefinidamente pospuesto es
un factor importante, y mientras mayor sea proporcionalmente la parte que des-
empeñe tal acumulación de riqueza, más esencial se vuelve modificar la teoría.
John Maynard Keynes /Teoría general del empleo 15
una pequeña disminución del ingreso monetario se traduciría en una gran caída
de la tasa de interés, probablemente suficiente para aumentar la producción y el
empleo al máximo.3 En estas condiciones, podríamos suponer de manera razona-
ble que se emplearía la totalidad de los recursos productivos disponibles, y que-
darían satisfechas, en este caso, las condiciones exigidas por la teoría ortodoxa.
III
Mi siguiente discrepancia con respecto a la teoría tradicional se refiere a su apa-
rente convicción de que no es necesario formular una teoría de la demanda y la
oferta del producto global. ¿Una fluctuación de la inversión, que se produzca por
las razones recién descritas, tendrá algún efecto sobre la demanda del producto
global, y en consecuencia en la escala de la producción y el empleo? ¿Qué res-
puesta puede dar la teoría tradicional a esta pregunta? Creo que no ofrece ningu-
na respuesta en lo absoluto, puesto que ni siquiera ha reflexionado sobre este
asunto, y la teoría de la demanda efectiva, es decir, la demanda de producto
global, ha quedado completamente relegada durante más de cien años.
Mi propia respuesta a esta pregunta supone consideraciones novedosas. Sostengo
que la demanda efectiva está formada por dos elementos: gastos de inversión
determinados de la manera que se explicó arriba y gastos de consumo. Ahora
bien, ¿qué rige la cantidad del gasto de consumo? El gasto de consumo depende
principalmente del nivel del ingreso. Numerosos factores influyen sobre la pro-
pensión de las personas a gastar (como yo la denomino), tales como la distribu-
ción del ingreso, su actitud normal frente al futuro y –aunque probablemente en
menor grado– la tasa de interés. Pero, en general, la ley psicológica imperante
parece ser que cuando el ingreso agregado aumenta, el gasto de consumo tam-
bién aumenta, aunque en una medida algo menor. Ésta es una conclusión muy
obvia. Simplemente equivale a decir que un aumento del ingreso se dividirá en
mayor o menor proporción entre el gasto y el ahorro, y que cuando nuestro
ingreso aumenta, es extremadamente improbable que este aumento conduzca a
que gastemos menos o que ahorremos menos que antes. Esta ley psicológica fue
de extrema importancia en el desarrollo de mi propio pensamiento, y es, creo,
absolutamente fundamental para la teoría de la demanda efectiva según la expon-
go en mi libro. Sin embargo, pocos críticos o comentaristas le han prestado hasta
el momento especial atención.
rada” a la preferencia por la liquidez, debe querer decir que yo exagero su inestabilidad y su
elasticidad. Pero si él tiene razón, una pequeña reducción del ingreso monetario se traduci-
ría, como se indica arriba, en una gran caída de la tasa de interés. Yo sostengo que la
experiencia indica lo contrario.
John Maynard Keynes /Teoría general del empleo 20
nan la tasa de inversión son los menos confiables, puesto que es precisamente en
ellos que influyen nuestras visiones sobre el futuro en relación con el cual sabe-
mos tan poco.
Ofrezco entonces una teoría de por qué la producción y el empleo son tan sus-
ceptibles de fluctuación. Esta teoría no plantea un correctivo preconcebido para
evitar estas fluctuaciones y mantener la producción a un nivel óptimo estable.
Pero es, en sentido estricto, una teoría de la ocupación en tanto explica por qué,
en cualesquiera circunstancias dadas, la situación del empleo es la que es. Natu-
ralmente, estoy interesado no solamente en el diagnóstico, sino también en el
remedio, y numerosas páginas de mi libro están dedicadas a este último. Sin
embargo, creo que mis sugerencias en relación con el remedio, que confieso no
están desarrolladas completamente, están a un nivel distinto al del diagnóstico.
No pretenden ser definitivas; están sujetas a todo tipo de supuestos especiales, y
están relacionadas necesariamente con las condiciones específicas del momento.
Por el contrario, mis principales razones para alejarme de la teoría tradicional son
mucho más profundas. Son de naturaleza sumamente general y sí pretenden ser
definitivas.
Resumo, por consiguiente, las principales razones de mi divergencia, como sigue:
1. La teoría ortodoxa supone que tenemos un conocimiento sobre el futuro de
una naturaleza muy diferente del que realmente poseemos. Esta falsa
racionalización sigue el lineamiento del cálculo de Bentham. La hipótesis de un
futuro calculable lleva a interpretar de manera errada los principios del com-
portamiento que la necesidad de actuar nos obliga a adoptar, y a subestimar los
factores ocultos del miedo, la esperanza, la precariedad y la duda absolutos. El
resultado ha sido una teoría equivocada de la tasa de interés. Es cierto que para
igualar las ventajas de la decisión entre poseer préstamos o activos de capital es
necesario que la tasa de interés sea igual a la eficiencia marginal del capital.
Pero esto no nos dice a qué nivel será efectiva la igualdad. La teoría ortodoxa
considera que la eficiencia marginal del capital marca la pauta. Pero la eficien-
cia marginal del capital depende del precio de los bienes de capital, y puesto
que este precio determina la tasa de nuevas inversiones, está en equilibrio con
sólo un nivel dado de ingreso monetario. Por ende, la eficiencia marginal del
capital no está determinada, salvo que se conozca el nivel de ingreso moneta-
rio. En un sistema en que el nivel de ingreso monetario puede fluctuar, a la
teoría ortodoxa le hace falta una ecuación para dar una solución. Sin duda, la
razón por la que el sistema ortodoxo no ha podido descubrir esta discrepancia
es porque siempre ha supuesto tácitamente que el ingreso es un valor conoci-
do, correspondiente al pleno empleo de todos los recursos disponibles. En
otras palabras, supone tácitamente que la política monetaria está orientada a
mantener la tasa de interés al nivel que sea compatible con el pleno empleo.
John Maynard Keynes /Teoría general del empleo 22
J.M. Keynes
King’s College, Cambridge
Autoridades Diego Luis Castellanos E.
Presidente
Rafael J. Crazut
Bernardo Ferrán
Manuel Lago Rodríguez
Armando León Rojas
Domingo F. Maza Zavala
Felipe Pérez Martí
(Representante del
Ejecutivo Nacional)