Historia Universal de Europa - Hans Freyer
Historia Universal de Europa - Hans Freyer
Historia Universal de Europa - Hans Freyer
EDICIONES GU A D A R RA M A
MADRID
Este lihro fue puhlicado por
Deutsche Verlags-Anstalt, de Stuttgart
con et titulo
WELTGESCHICHTE EUROPAS , 2.acd. 1954
Lo tradujo del alemdn
ANTONIO TOVAR
Madrid, 1958
GU1LELM1 AHLMANN
A M ICI
INDICE GENERAL
I.—LA H IST O R IA C O M O T E M A
II.—PRO Y C O N T R A D E L A H IST O R IO G R A F IA
III.— LO S A N T I G U O S IM P E R IO S
I V .— L O S D O S G R A N D E S M IT O S Y EL P R O F E T ISM O
V .— EL H O M B R E M E D ID A D E L A S C O S A S
V I .— P A Z SO B R E LA T IE R R A
V IL — EL R EIN O D E D IO S
V III.— EL R E IN O D E L A R A Z O N
el mundo gotico, 539. Las catedrales románicas, 541. Surge un nuevo es
tilo, 543. El arco en ojiva, 545. La Escolástica, 547. Tomás de Aquino, 549.
Se multiplica el Occidente, 551. La reconstrucción de Occidente, 553. Borgo-
ña, Italia, Alemania, 555. Territorios señoriales e imperio, 557. Los Habsbur-
go, 559. Los caballeros teutónicos, 561.
SECULARIZACION DE LA CRUZ Y RENACIMIENTO DE LA MEDIDA HUMANA, 562.
La razón, 563. Secularización del Cristianismo, 565. El concepto de Renaci
miento, 567. Se descubren el mundo y el hombre, 569. Renacimiento y anti
güedad, 571. El Humanismo, 573. Rafael, 575. Miguel Angel, 577.
LA TIERRA SE VUELVE REDONDA, EL MUNDO, INFINITO, 577. Cristóbal Co
lón, 579. Se amplía la imagen de la tierra, 581. El conquistador, mensajero de
la fe, 583. Afán de descubrimientos, 585. España y Portugal dividen la tie
rra, 587. Descubrimientos cosmológicos, 589. La ciencia occidental, 591. Cien
cia y Cristianismo, 593. Matemáticas y mecánica, 595. Galileo Galilei, 597.
Europa se da cuenta de lo que es, 599.
EL BURGUES LUTERANO, EL ADELANTADO CALVINISTA Y EL JESUITA, 600.
Teísmo racional, 601. Erasmo de Rotterdam, 603. Martín Lutero, 605. El Lu-
tero doble, 607. Calvino, 609. Calvinismo y política, 611. El Concilio de Tren-
to, 613. Ignacio de Loyola, 615. Occidente durante la Reforma, 617.
EL ESTADO RACIONAL Y LA POLITICA DE LOS GABINETES, 618. Maquiavelo,
619. El Estado moderno, 621. El Imperio de Carlos V, 623. Francia apoya
a los protestantes, 625. El Estado y las luchas religiosas, 627. La Gue
rra de los Treinta Años, 629. Catolicismo y protestantismo universales, 631.
Europa y la navegación,^ 633. Racionalización de los Estados, 635. Absolu
tismo y mercantilismo, 637.
LA RAZON COMO MUNDO FLORECIENTE, COMO SOBRIEDAD Y COMO TE
RROR, 638. La “Ilustración”, 639. Metafísica y matemáticas, 641. La “ilustra
ción” y el Estado, 643. La historiografía de la “Ilustración”, 645. Arquitectura
y Música, 647. El Barroco, estilo del tiempo, 649. Juan Sebastián Bach, 651.
Rousseau, 653. La Revolución Francesa, 655. Política exterior revolucionaria,
657. Napoleón, 659. Napoleón “condottiero retardado”, 661.
IX.—D E C IS IO N DE FUTURO
materia Y espíritu del siglo xix, 665. La “nation armee”, 667. Napoleón,
heredero de la revolución, 669. Los reformadores prusianos, 671. Metternich,
673. La fuerza conservadora, 675. Goethe, 677. El año 1840, 679. El espíritu
del siglo xx, 681. Crecimiento de las masas, 683. Surge la “sociedad indus
trial”, 685.
técnica Y decisión , 686. Fe en el progreso técnico, 687. La revolución in
dustrial, 689. La proletarización, 691. Punto de partida del marxismo, 693. Po
lítica social, 695. La cuestión social en Inglaterra, 697. Política universal in
glesa, 699. Francia, 701. Italia y Alemania, 703. Política realista de Bismark,
705. El equilibrio europeo, 707.
EL o ccid e n te se e n cu en tra a s i m is m o , 707. El imperialismo, 709. La
industrialización se hace universal, 711. Los pueblos nuevos y Europa, 713.
La historia de Europa se hace universal, 715.
LAS NUEVAS p o t e n c ia s m u n d ia l e s , 715. Estados Unidos, 717. La Guerra
de Secesión, 719. U. S. A., potencia mundial, 721. Rusia y Occidente, 723. Ja
pón, 725. Japón y Europa, 727. Japón lo pone todo en juego, 729.
LA EPOCA DE LAS g u e r r a s m u n d ia l e s , 729. La historia actual, 731. Euro
pa sólo existe abierta al mundo, 733. Los jinetes del Apocalipsis sobre Euro
pa, 735. Europa y su herencia, 737. El presente europeo, 739. Herencia y res
ponsabilidad, 741.
INDICE DE PERSONAS Y MATERIAS........................................................................... 743
INDICE DE ILUSTRACIONES.................................................... . ................................. 751
.p\j£-uCAA
a R PJ ' A vi
BlCUOTc'- A UJ&
■A.A
ÍNDICE DE ILUSTRACIONES
MAPAS
G r e c ia ........................................................................................ 336
El im perio g r i e g o ........................................................................ 360
E l im perio r o m a n o .................................................................... 408
M apa político en 1 9 3 0 ........ 720
PROLOGO
Este libro trata de Europa, o mas precisam ente, del O ccid en te; en
lo mas íntim o versa incluso sobre el p resen te d e O ccid en te y su fu
turo. Es verdad q ue trata d e ello dando un rodeo por el pasado de
cinco mil años. ¿P u ede tratarse de Europa de otro m o d o que del
histórico, y cuando se piensa en él seriam ente; de otro m o d o que dando
la vuelta por la historia universal? Europa es, no por naturaleza, sino
por historia, un con tinente, esto es, un todo. Y asimismo el O ccid en te es
una realidad en la historia universal. Q ue sepa dar cuenta de cin co mil
años, sea responsable de cinco milenios y se aperciba d e sí m ism o en
estos cinco milenios, con stitu ye no sólo su conciencia, sino su misma
esencia.
Q uien h o y d ice historia universal se encuentra, d esde lu ego, con el
escepticism o, esp ecia lm en te cuando en tien d e este co n cep to en sentido
no de sumario, sino de especie, esto es, cuando su pone la unidad d e
la historia universal. C orresponde a las mas sólidas hipótesis d e tra
bajo de la ciencia histórica moderna, que sólo d e b e hablarse de histo
ria allí d o n d e ha existido una esencia real que ha tenido tal historia
co m o destino propio: particularmente un pueblo, un estado, un im
perio, incluso un g ru p o de estados relacionados, una com u n ida d de
pueblos, un círculo cultural. De esto se d e d u ce la con clu sión de q ue la
historia universal p u ed e ser sólo la suma de las m últiples historias
particulares, y si tiene la pretensión de ser mas que esto, d e ser uni
dad, en to n ces es un destino sin nadie a quien afectar, una proposi
ción sin sujeto y, co m o S p en gler decía, “una fu n ció n \
Detras de este escepticism o esta toda la gran ciencia histórica del
siglo XIX, y por esto hay que tomarla tan en serio. Sólo porq u e el ma
terial histórico, se creía, había sido antes dotado ricam ente de ideas ra-
12 PROLOGO
vado jico porque parece q ue esta lóg ica m en te sob red eterm in a d o. P ero la
paradoja es, co m p leta m en te en serio, verdad. La época d e las guerras
mundiales en q u e vivim os im prim e su trágico sello sobre esta verdad.
El lector observara m u y pronto q ue en este libro no h em o s contado
o narrado historia, no la h em o s “escrito”, antes bien consideram os la
historia pensándola. C onsideración meditabunda de la historia: con
estas palabras ha designado H e g e l su em presa de una filosofía de la his
toria universal. Llámese tam bién así nuestro libro, si se quiere: una
filosofía d e la historia. Pero es una filosofía, d e la historia por su
contenido, una filosofía de la historia por a co n tecim ien tos, una filoso
fía de la historia con fechas. P erten ece a las con viccio n es fu nd am en ta
les, a las propias tesis d e este libro, la afirmación d e q ue la historia de
la filosofía no d e b e ser sólo lógica d el pensa m ien to histórico ( lo que
suele ser h o y p o r lo g en era l) o doctrina d e las categorías gen era les
del acaecer histórico, sino que tiene q ue volcarse co m p leta m en te en el
contenido de la historia. La historia es im p rescin d ib lem en te irrepetible
y f¿etica. T en em o s q ue tomarla tal cual ha sido. N o se disuelve en
n ingún pensa m ien to general, sino que consiste en tales y cuales acon
tecim ientos. Esta factibilidad d e la historia no p u ed e en m o d o alguno
disolverla o superarla teóricam en te la filosofía, ni tiene a ello n in gú n
derech o. T a m p o co tiene nada q ue hacer con las realidades históricas,
ya q ue fu eron individuales y por una sola v ez ; son estas realidades y
no otra cosa lo q ue ella ha de 33considerar m ed ita nd o33. Q uerer con s
truir de m odo racional la historia d e la humanidad, sería un pensa
m iento de anteayer; pero sim ples consideraciones sobre los principios
generales co n fo r m e a los cuales podría ser ordenada, sobre las reglas
que mas o m en os aparecen en ella, sobre los m otivos constantes q ue en
ella se o bservan, rozan sólo la superficie d e la realidad histórica, y no
com p ren d en ni su dureza ni su profundidad. Frente a la historia, la
filosofía se encuentra ante todo en el peligro de disolver el ob jeto sobre
el q ue piensa. La situación es sem ejan te a la de la m oderna filosofía
de la naturaleza. Igu a lm en te h o y existe sólo filosofía de la naturaleza
en la mas íntima proximidad a los experim entos físicos y biológicos.
El lector observara ademas que nuestro libro, a pesar de ello, sólo
a partir del capítulo 111 toma los hilos de los acon tecim ien tos de dim en -
14 PROLOGO
sion universal. Los dos prim eros capítulos no sigu en el orden cronoló
gico, sino q ue se concentran cada uno sobre un tem a: el primero, sobre
el terna de la historia co m o tal; el segu n d o, sobre el tema de la histo
riografía. Estos dos capítulos son, por con sigu ien te, no consideración
de la historia, sino reflexión sobre ella; no historia, sino historiólogía.
¿Es demasiado atrevim iento osar presentar al lector, ademas de una
historia universal com pleta, una historiología a m odo de introducción
( o al m en os los fu n d am en tos de ellaJ, y al gran periplo que co n d u ce
a través de cin co m ilenios, anteponerle otro m en or q ue guía a través
de la teoría d e la historia? Esperamos, por el contrario, que el prim er
rodeo es útil para el segu n d o, ayuda a abreviarlo, e incluso quizá es lo
único q u e lo hace posible. P ues no se podría hablar de cin co m ilenios
con la brevedad d e mil páginas si no llegáram os prim ero a un acuerdo
sobre e l len gu a je con ceptu al d e q ue nos servimos, sobre los axiomas de
que partimos, y sobre los objetivos q ue nos propon em os. La decisión
d e filosofar en realidades no es, en m o d o alguno, idéntica con la re
nuncia al trabajo con ceptu al; las realidades transcurren siem pre con
am plitu d infinita, y el que las redu ce a ep ítom e es, c o m o d ic e H egel,
el espíritu. Q ue tenga, pues, el lector paciencia si sólo en nuestro
tercer recorrido com enz am os a tratar del estilo universal d e Europa por
su orden y, mientras llegam os a ello, q ue tenga la bondad d e acordarse
de las tesis generales, que con la m ejor intención h em os expuesto al
com ienzo.
La historia, vista por encim a de tan grandes tiem pos y espacios,
p u ed e con du cir a opiniones y estados d e ánimo com parables a los que
la grandiosa ciencia de la naturaleza transmite a sus adeptos. Las épocas
se v u elv en fases, las resistencias se transforman en apoyos, las en em is
tades, en com unidad, en una misma causa, las derrotas, en victorias, y
la coherencia d el todo llega a ser casi co m o un sentido corpóreo. Lo
m ism o que el investigador de ciencias naturales aprende a ver un m u n do
en lo infinitam ente p equ eñ o, un sistema cósm ico en una partícula de
polvo, así, a nosotros, el pasado se nos v u e lv e presente, lo distante en
el tiem po se nos torna contem poráneo. Y, co m o a aquél, en las com pa
raciones con que m ide los m ovim ien tos d e los m u n dos le resuena la
armonía del todo, así, el historiador que lanza una ojeada a la historia
PROLOGO 15
LA HI S TORI A COMO T E MA
EL ATAQUE A EGIPTO DE LOS PUEBLOS DEL M A R
ronces, y lo misino bajo Ramsés III, los ataques de las tribus líbicas
están en clara relación con la invasión que se produce desde el Norte
contra Egipto, incluso en el sentido de que los ataques permiten reco
nocer una cooperación planeada de ambos grupos de atacantes., Los
“habitantes de la arena” y los “pueblos del mar”, el Sahara y el M edi
terráneo, están en coalición contra la cultura egipcia, que tenía 2.000
años. '
Entre los libios hay tribus de peligrosa vitalidad y habilidad gue
rrera; dos siglos más tarde se apoderaron del trono de Egipto. Pero el
golpe propiamente amenazador y en realidad más peligroso es, tanto
en 1227 como en 1190, el que viene del mundo marítimo e insular del
Norte. Desde allí no ataca el desierto, contra el cual Egipto ha trazado
desde el principio su frontera, y que aunque no sea más que como
frontera pertenece a su mundo, sino que desde allí Europa, intranquila
e indecisa, envía sus oleadas que se rompen como olas contra el es
pacio dotado de forma. No es el exterior acostumbrado contra las fron
teras acostumbradas, sino la lejanía, que se echa encima emigrando.
Egipto es tan conservador, que durante más de un milenio ha tenido
incluso los mismos enemigos; siempre los nubios, siempre los libios,
siempre los beduinos de la península del Sinaí, siempre los pequeños
estados de Siria. Vencerlos y pacificarlos significaba mantener desde el
centro en orden los bordes del mundo. Sólo la invasión y el dominio
de los hicsos ha roto durante un siglo la continuidad, y sólo desde
Thutmosis III, que sometió realmente Siria y llegó hasta el Eufrates,
esto es, sólo desde 1480, hay para Egipto “política”, es decir, situa
ciones de fuerzas en vibración que están determinadas desde dos polos,
y que por esto deben ser tenidas continuamente ante los ojos y en la
voluntad. El espíritu egipcio nunca comprendió estas relaciones exte
riores con los grandes imperios de Asia anterior, lo mismo que con la
potencia marítima de Creta, de otro modo que como funciones del
centro faraónico, y explicó los tratados como sumisiones; los negocios
comerciales, como tributos, y los espacios enemigos, como bordes.
Pero en las invasiones de pueblos irrumpe la lejanía misma, la leja
nía informe e indomeñada, hasta el delta del Nilo. Aparece en el
plan algo que no ha de ser interpretado simplemente como bordé, ya
LOS ENEMIGOS DE EGIPTO 21
que es pura impulsión hacia el centro, y viajó tanto tiempo desde ori
gen desconocido, hasta que se presentó allí. Lo nuevo e incómodo del
fenómeno se refleja incluso en los términos de las inscripciones. Las
islas estaban en desorden, alborotadas unas contra otras, dice una ins
cripción en Medinet-Habu. Los atacantes son llamados “las gentes del
Norte venidas de todos los países”. Los lugares de donde vienen son
llamados “los países del mar”, o simplemente “las islas” : así aparece
la turbulenta Europa vista desde la tierra firme de las antiguas cultu
ras. Los pueblos, se nos dice, habían partido de sus islas, se habían
expandido de golpe; ningún país les había podido resistir, el imperio
de los hititas se derrumbó, y con la llama del fuego delante de sí ha
bían continuado hacia adelante contra Egipto. Sólo la victoria, que eli
minó el peligro, permitió después volver a la antigua terminología y
hacer aparecer la derrota de aquellos que se habían lanzado contra las
fronteras de Egipto como el triunfo natural que les era debido a Amon-
Ré y al Faraón.
Conocemos por las inscripciones egipcias el catálogo de los pueblos
que tomaron parte en los ataques. Desde luego es difícil, y en parte
imposible, decidir la relación, con los nombres conocidos de países y
pueblos de estos nombres, tal cual aparecen transcritos en los jeroglí
ficos. Nos quedamos en la duda de si se trata de pueblos enteros emi
grando, de si son astillas arrancadas de aquéllos, de si son corrientes
migratorias lanzadas en descubierta o perdidas, de si tenemos comi
tivas gigantescas y compañías de aventureros, o sólo restos y ruinas de
pueblos que han sido arrastrados en una inundación. Además, es co
nocido que los nombres étnicos, en las épocas de invasiones, son de rara
fluidez y transmisibilidad. En una noche pueden extenderse o redu
cirse. Se pueden quedar adheridos al país recorrido, o bien desaparecer
de nuevo junto con sus portadores. Pueden desteñirse por la simple ve
cindad o calar hacia abajo en caso de invasión, o también subir hacia
arriba. Pueden ser también usurpados por pequeñas minorías o exten
derse a grandes territorios, ya en boca de extraños, ya en la propia.
Con todo, el catálogo egipcio de los pueblos del mar es un docu
mento de primer orden, y ya. los nombres, por cuestionable que sea su
explicación en detalle, dan una idea de la amplitud y volumen, de los..
22 EL ATAQUE A . EGIPTO· L>£ LOS PUEBLOS DEL MAR
un mar alborotado .cuando llega al último dique« Por esto pudieron los
dos Faraones Meneptah y Ramses III eliminar el peligro,-especialmente
después que Setnakht, el padre de Ramses III, tras un paréntesis de
decadencia política, había organizado otra vez una monarquía pode
rosa« Si hubiera sobrevenido el ataque de los pueblos del mar en este
paréntesis, hacia 1210, cuando discordias por el trono, usurpaciones,
años sin rey, debilitaban las fuerzas del imperio, Egipto es de suponer
que habría sucumbido como ante el ataque de los hicsos, 500 años
antes, o como en la época siguiente, a partir de 945, en la que un do
minio extranjero sucede a otro«
Vemos, por consiguiente, la gran migración de pueblos de los si
glos xm y XII, desde su fin y desde fuera, cuando la vemos desde
Egipto, y los relieves que nos han servido de punto de partida son sólo
como si se levantara un telón y nos permitiera por un momento con
templar un espacio vacío lleno de acontecimientos inimaginables,, De
beríamos—precisamente al contrario de la tesis egipcia acerca del cen
tro y los bordes del mundo—tomar posición entre los movimientos
mismos de los pueblos en marcha, deberíamos salir del mundo de la
permanencia egipcia al de la historia que acontece, para reconocer el
conjunto, o incluso sólo la medida de los movimientos de pueblos, que
aquí se nos muestran como la definitiva victoria del Faraón sobre
los barcos, los carros de combate y las carretas de bueyes de los barbaros»
Sólo en muy toscas líneas generales se puede bosquejar de qué se
trata. En cierto momento, en el siglo xm, penetra una nueva tribu im
doeuropea desde el Norte en la península balcánica y se apodera de su
parte Noroeste: los iliños. Con esto el andamiaje que se ha formado en
las migraciones desde el año 200 en el espacio del mar Egeo..es destruido
y puesto de nuevo en movimiento. Por todo el continente griego, por
el mundo de islas hasta Asia Menor, hasta Italia, alcanzan los efectos
del empujón. Este afecta en primer lugar a las tribus griegas del Nor
oeste .y a las tracias vecinas. Los frigios y los misios son expulsados,
salvo pequeños restos, y pasan por los estrechos hacia Asia Menor. Se
encuentran allí.en los desórdenes que preceden y, siguen a la caída del
Imperio Hitita, tornan parte en la catástrofe de éste y con ello .obtienen
LOS ILIRIOS Y LOS DORIOS 25
pueblos del mar, ya liemos hablado» Las lagunas de las fuentes cier
tamente no permiten caracterizar con toda claridad el estilo político
de este imperio. A una fortaleza plenamente lograda nunca se llegó;
fuertes vacilaciones y retrocesos de su potencia son su característica.
Lo mismo que el tipo racial de los hi ti tas, su estado está mucho más
definido por sus caracteres asiáticos que por la tenue capa dominante
que desde pronto se había fundido con aquéllos. Desde su punto de
vista cultural fue invadido primero por la influencia babilónica, des
pués por la egipcia. Y sólo, ocasionalmente, aparecen en su legisla
ción, en su arquitectura (precisamente cuando es bárbara) y en sus
cimientos políticos, rasgos que hacen presentir que allí está actuando,
bajo muchos estratos, un velado núcleo indoeuropeo.
La segunda oleada indoeuropea que viene a golpear contra el mun
do del antiguo Oriente está todavía más dividida y aun discurre mu
cho más subterráneamente que la primera. Aquellos cassitas que, apro
vechando la ruina del imperio dé Babilonia se hicieron dueños en
Mesopotamia y se atribuyeron el título legítimo de “rey de las
cuatro partes del mundo”, venían de las montañas del Este, la cor
dillera del Zagro, es decir, desde el punto donde Babilonia desde
siempre había tenido que prever ataques guerreros. Los cassitas traían
el caballo consigo, el cual en Senaar hasta la época de Hammurabi,
lo mismo que en el Egipto del imperio antiguo y medio, era desco
nocido, y que en Babilonia, de significativo modo, es llamado “el
asno de las montañas” y, además, el carro de guerra. También los
hi ti tas llevaron y ganaron sus campañas contra el imperio de Babilo
nia con este arma. El caballo lo obtuvieron los cassitas de los arios;
influjo ario también en otras cosas se puede observar en ellos. Es
muy verosímil que ellos, en sedes anteriores, situadas más al Este,
fueran invadidos y empujados hacia el Oeste por los arios, cuando
estos se extendieron por la meseta del irán. Por otra parte, el ataque
de los cassitas a Senaar, como ya se ha dicho, está en relación con
la penetración de los hi ti tas, y fué posible sólo gracias a la victoria
de éstos sobre Babilonia; de manera que en este punto las dos co
rrientes separadas de la migración indoeuropea, esto es, la aparición
de los indoeuropeos occidentales en el mundo anatólico-armenio y el
34 LAS INVASIONES DEL SEGUNDO MILENIO
gran movimiento -de los arios se entrelazan por primera vez en sus
efectos»
Pero esta conexión llega mucho más allá. En el fondo, es válida
en todos los grandes movimientos de pueblos que sacudieron en los
siglos xviii y xvii el próximo Oriente, si bien a consecuencia del ca
rácter subterráneo de las invasiones indoeuropeas, no en todas partes
se puede determinar el enlace causal.
El más importante de estos movimientos de pueblos es la invasión
de los hicsos en el Egipto destrozado de la dinastía XIII, poco des
pués de 1700 y su dominio de unos cien anos sobre la mitad Norte
del país. Como todo lo que sabemos exclusivamente por fuentes egip
cias, vemos estos sucesos sólo desde el dogmático punto de vista del
centro faraónico: como ataque de bandidos, “de inesperadas gentes
de los países orientales”, que “destruyen lo creado y no veneran a
ninguno de los dioses sino a Seth”. Si pudiéramos contemplarlos a la
luz de ellos mismos, el dominio de estos “reyes pastores” se repre
sentaría como una gran creación imperial (desde luego, efímera), que
consintió una impotente autonomía a la parte occidental del Delta y
a la Tebaida, pero que dominó con dureza en su mejor tiempo el
resto de Egipto y alcanzó mucho más lejos, hacia Asia, como de
muestra la posición excéntrica de su capital, Auaris, completamente
al Este del Delta. Sin duda, que vinieron desde Asia estos “bárbaros
de los países orientales”, antes de que se instalaran en Egipto y se
egiptizaran en poco tiempo, a consecuencia de la superior cultura
del país. Cada vez se hace más sólida la impresión de que la campana
y el imperio de los hicsos está en conexión con los grandes movimien
tos de pueblos del Asia anterior, en el siglo xvii, en los cuales los
hititas siguen la dirección hacia el Sur, los cassitas, hacia el Oeste,
pero la dirección hacia el Norte la siguen las tribus del desierto, por
ejemplo los horitas, que entran en el territorio cultural de Babilonia
y Siria, y en los cuales, por todas partes, aunque no siempre se
perciban con claridad, parecen descubrirse corrientes subterráneas de
bandas indoeuropeas, bien como aguijoneadas por detrás, bien co
mo puntas que avanzan. Si se piensa además en el gran cambio de
Creta, que preparó su final a la cultura antigua del estilo de Kama-
LA NOBLEZA Y LA MOCEDAD GUERRERA 35
res y erigió los nuevos palacios de los Kafti, señores del mar (el mi-
noico medio ÍII y el mino ico tardío I de Evans), que está en relación
con la erección y la caída del señorío de los hicsos, se puede percibir
el volumen de los universales movimientos que en esta época con
movieron todo el mundo de las antiguas culturas, incluso el alejado
e intangible Egipto, si bien los pormenores, y, precisamente, los pmv
tos más importantes, como el estilo y origen de los propios reyes pas
tores, como la etnia de los Kafti y los orígenes de su universal tala-
socracia, quedan completamente en la oscuridad.
Mientras que en el ataque de los cassitas hemos de considerar las
migraciones arias sólo como fuerza motora, en otros puntos del Asia
anterior aparecen en los siguientes dos siglos bajo la luz las primeras
avanzadas, esto es, las más occidentales de la corriente migratoria de
los indoeuropeos orientales. Así en el remo de M ittani, en la Meso-
potamia septentrional, que fue durante siglos un factor importante
en el equilibrio de fuerzas del Asia anterior, que tuvo una posición
relevante entre las potencias de hacia 1600, y que sólo fue sometido
por los hititas en el siglo xiv. A llí domina una dinastía que tiene
nombre ano y venera a los principales dioses anos: M itra, Varuna.
e índra. El pueblo y el reino son designados con la palabra indígena
de Hurn, pero la nobleza guerrera se llama m aryanni. Esta palabra
aparece del mismo modo en los archivos hititas de Boghazkói y en
las noticias egipcias desde Thutmosis III hasta Ramsés II. Es una
derivación de la palabra mar y a, que en los himnos védicos designa la
mocedad guerrera. De la biblioteca de Boghazkói procede una obra
sobre cría caballar que está compuesta por un mitanni llamado Ki-
kkuli: las expresiones técnicas que se hallan en este texto escrito
en hitita son palabras arias. Si bien esto puede ser préstamo, son
verdaderamente probantes los nombres personales, los dioses y la de
signación de la juventud apta para la guerra. A llí penetraron en el
país bandas guerreras arias, sus caudillos se apoderaron del trono, y
quizá en lucha contra los asirios crearon el poder del reino mitanni
sólo en el siglo xvi. Después avanzaron considerablemente allende el
Eufrates hacia el Sur. Pues también en Siria y Palestina encontramos
numerosas dinastías con nombres arios (junto a otras que los llevan.
36 EL CARRO DE GUERRA
EL CARRO DE GUERRA
que luchar siempre contra los principados sirios que bajo la dirección
del príncipe de Qades se habían unido en alianza; en cada pausa de
la guerra ardía allí la llama de la rebelión. Pero en muchas victorias
sometió al señorío egipcio primero Palestina, la llanura costera de
Fenicia y el territorio del Líbano, después todo Siria hasta el curso
medio del Eufrates y hasta el Tauro, finalmente también el reino de
Mitanni, cuyo contrapeso lo había ya encontrado él en Siria, some
tida al dominio egipcio. Con él aparece uno de los grandes reyes mi
litares de la historia universal, uno de aquellos que no sólo se ganan
ellos mismos las batallas, sino que también organizan el imperio que
en ellas adquieren con la infatigable energía de un genio político.
“El comprendía lo que acontecía siempre—dice de él su canciller
Rekhmere—, nada había para lo que él no supiera un camino; nin
guna cosa había que él no llevara a término”. Obeliscos hasta el
Eufrates pregonaban sus hazañas. El imperio egipcio alcanzaba “has
ta los países interiores de Asia” y “hasta el extremo del mundo”.
GRAN POLITICA
CULTURAS SUPERIORES
vez un Imperio mundial. La obra misma es perfecta, pero casi las úl-
timas creaciones de una tradición artística de dos milenios. La historia
en movimiento, impulsada desde la lejanía, choca en ellos desde fuera
contra el mundo de la permanencia, y es recibida por este, conforme
al estilo del centro faraónico, como pretérito perfecto, como lógica vic
toria, como tranquila serie de imágenes en las paredes de un templo,
que reflejan la movilidad del movimiento con la ley estilística de lo per
manente. Es como si dos corrientes de diverso estilo, la presión de las
fuerzas desencadenadas y el peso de la paz, chocaran, la una desde
dentro y la otra desde fuera, en una frontera imaginaria, se amontona
ran la una sobre la otra y con su movimiento produjeran un espectáculo
que sólo podía producirse en este excepcional encuentro, pero que en
carna de una vez para siempre el tem a d e la historia.
Pues la historia no transcurre en procesos continuos que pudieran
ser diferenciados e integrados en el sentido de la teoría del fluir, sino
en decisiones que son obligatorias. “En decisiones5 quiere decir en
actos libres de voluntad que están codeternunados por las circunstan
cias de que brotan, pero que no se deducen de ellas; “que son obli
gatorias” significa que las circunstancias crean y se constituyen como
circunstancias que obligan a que las reconozcan tanto a los que deci
den como a los afectados por la decisión, y forman el punto de partida
para todo acontecer futuro, incluso para todas las decisiones futuras,
aunque no la razón suficiente. La historia no se puede concebir sin de
cisiones, y las decisiones en las que va avanzando la historia han de
ser tomadas en serio, no han de ser desdibujadas y reducidas a una
pura suma de las posibilidades de lo humano, no han de ser sistematiza
das como grados de un desarrollo necesario, ni falsamente interpreta
das como manifestaciones de algo general que está por encima. Así
pierde la historia el misterio en que consiste y se extingue su histori
cidad. Pero la historia no es imaginable sin el pensamiento de que las
decisiones en las que acontece son obligatorias. H ay también decisiones
que a nadie obligan. Pero éstas pasan por delante de la historia, no
entran en ella. En ellas nada histórico acontece.
Una de las mayores decisiones en la historia de nuestra especie—de
ella tendremos que hablar—es el paso a la alta cultura. Como todas las
LA ALTA CULTURA COMO DECISION 57
todo caso, empero, parecían descubiertos en estos grandes seres las rea-
Jidades históricas, en las que el espíritu existe en concreto sobre la
tierra; de manera tan real, que de su nacimiento, su vida y su muerte
se podía hablar; marcadamente distintas entre sí, pues en cada una
dominan leyes distintas, no sólo en la conducta, sino en el pensamien
to y en la sensación; características sin duda en todos los aspectos, pues
los dioses de Egipto con cabeza de animal conservaron durante mile
nios la misma raza espiritual y eran evidentemente de otra raza que los
seres monstruosos de la Mesopotamia.
M uy audaces problemas especulativos se enlazan con esto. ¿Es ili
mitada la capacidad de la tierra para soportar estas culturas superiores,
o hay sólo un numero determinado de ellas? ¿Son las leyes de la for
mación de ellas y de su decadencia reconocibles u ocultas? ¿Domina
en su sucesión un ritmo y un sentido, o el simple, acaso, o una oscura
necesidad ? La visión fundamental queda sin afectar por estas alterna
tivas, la habíamos recogido en el fenómeno mismo. Con particular
simplicidad y directa manera la ha expresado Oswald Spengler al ma
nifestarse contra toda creencia en la unidad de la historia universal. La
histeria universal, vista desde los países escogidos y sólo desde ellos, se
disuelve en los destinos milenarios de las ocho grandes culturas, que
como plantas crecen y florecen, completamente solitarias unas frente
a otras: nadie que haya sentido una vez que la historia universal es
esto tam bién olvidara el grandioso ateísmo de esta concepción, que
eta pesimista en un profundo sentido, incluso prescindiendo de que
predijera la decadencia de Occidente.
Consideramos la concepción de las culturas superiores, como seres
que se desarrollan por sí mismos, sospechosa, y muchas de las conse
cuencias a que lleva como falsos caminos de la filosofía de la historia,
lo cual se demostrará más adelante en detalle. En qué dirección ha de
ser modificada la concepción fundamental y el lenguaje de imágenes
con que trabaja lo hemos indicado en las páginas precedentes. No es
licito hablar del crecimiento como vegetal de estos grandes seres espi
rituales sobre el suelo materno de su paisaje, pues el paisaje en la
historia es sólo el instrumento sobre el que la melodía suena, y como
Hölderlin ha cantado, el oleaje de la vida nunca se hubiera convertido
60 CULTURAS SUPERIORES
MIGRACIONES DE PUEBLOS
la ha dicho una vez Spengler: “las culturas superiores no han sido crea
das por pueblos que ya existían, sino que ellas mismas se han creado
sus pueblos, y los pueblos en la órbita de aquellas culturas no son sus
autores, sino la creación de aquellas mismas”.
Por consiguiente, tendríamos por cosa completamente falsa com
prender las migraciones de pueblos como movimientos vagos y natura^
les e imaginárnoslas sobre el modelo de las aves emigrantes y de los
bancos de peces. Lo que se repite de modo rítmico no puede servir de
modelo a los estallidos históricos, y una voluntad, aunque su objetivo
sea todavía tan indeterminado, es algo distinto que ser impulsado por
oscuras potencias. También es imposible explicar procesos de la pri
mera clase a partir de elementos y regularidades de la segunda, y de
la misma manera que las culturas superiores no pueden deducirse de
las condiciones del puro sedentarismo, tampoco las migraciones de pue
blos pueden derivarse de la forma de vida del nomadismo. Ellas son el
segundo fenómeno básico de la historia, entendida esta palabra en su
sentido praegnans, lo mismo que el surgir las culturas altas de paisajes
escogidos es el primero.
La contraposición de ambos fenómenos puede imaginarse que es
grande; sólo su encuentro forma el tema de la historia. El peligro es
desde luego que en este aspecto juzguemos demasiado, desde el punto
de vista de las altas culturas, y a la vez tomando partido por ellas, y
consideremos a los pueblos emigrantes sólo como fuerza bruta que se
lanza contra las fronteras como poder destructor o, a lo sumo, como
remate de un destino que estaba sin remedio fijado por la madurez de
la cultura. En las culturas elevadas parece que ha sido llevado a defi
nitiva forma un mundo espiritual característico, mientras que los pue
blos en movimiento no tienen valor espiritual, y aportan sólo el empuje
su vitalidad, y por ello triunfan o fracasan, según la posición que
les corresponde. Pero no es así. Inscripciones legibles, grandes cons
trucciones, cuyas ruinas forman hoy todavía el paisaje, arte que vive
todavía, documentos que hablan de una vida cotidiana de altas formas,,
todo esto lo hay desde luego de una parte sólo. Quien emigra no
puede ni construir ni instalar archivos. Nuestra historiografía y ar
queología se deja con ello engañar fácilmente (o cuando reconoce lo
68 MIGRACIONES DE PUEBLOS
que ha ocurrido realmente, se lamenta) sobre que los pueblos en. mi
gración dejen tan pocas huellas perceptibles. Un refugio robado no es,
a fin de cuentas, ninguna obra del espíritu, ni una ciudad abrasada una
creación cultural. Pero es también falso buscar construcciones dura
deras y ajuar cuidado, entre aquellos para quienes la tierra no tiene ni
espacio ni límites y se tienen que conformar con un ligero equipaje.
También ellos poseen un mundo espiritual de forma interna, fuerte y
muy característica, pero ésta aparece exteriormente sólo en forma limi
tada. Vive en la sangre, en el corazón, en los sentidos de los hombres.
Trozos de ella han sido traídos de la patria abandonada, y los amplios
espacios de la estepa o el mundo campesino de la patria resuenan en
ellos. Otras partes han sido acuñadas por el espíritu de la emigración, y
todo ha sido sellado por éste. Uno de los trozos esenciales es una íntima
afinidad electiva y un amor al metal, a la orfebrería, al arma. El arma
proviene siempre inmediatamente de los dioses, y en su forma y deco
ración se alcanza gran arte. El caballo es un compañero fiel, y el ani
mal, en general, un ser íntimamente unido a uno, poderoso y casi di
vino. Sus nombres adornan los nombres de los hombres, sus líneas ar
ticuladas adornan, imitadas con arte y soberanamente estilizadas, ar
mas y utensilios. Y bien frecuentemente el animal, lobo o perro, es
considerado guía y conductor al ocupar la tierra al fin de la emigración.
Más temprano, y de modo más resuelto que los pueblos sedentarios,
renuncian las tribus emigrantes al matriarcado. En su religión y senti
mientos, como en su organización social, domina la fuerza del varón.
Los poderes del fondo de la tierra y el derecho de la madre, con ellos
emparentado, se levantan siempre sólo de la gleba labrada. Un suelo
que es pisoteado por los caballos y surcado por los carros que viajan no
está lleno de dioses ctónicos. Por el contrario, al camarada muerto, es
pecialmente a los señores y a los caudillos, les es entregada en la tum
ba' toda la riqueza y propiedad suya, e inmediatamente que se conquis
tan nuevos territorios, de este mismo espíritu surgen tumbas señoria
les junto a los castillos, no para eliminar a los muertos ni para eterni
zarlos, sino para glorificar su nombre. Lo mismo que por encima de
toda la migración, en toda su extensión, y por muy cambiante que
fuera·'·’ todo lo- terrestre, se extiende., como, una-bóveda un solo· cielo,
ALTAS CULTURAS Y “BARBAROS” m
disueltas por una dinastía nueva y sin mancha: tal es la forma de pen
samiento» Pero esto no es el espíritu del acontecer histórico, sino el
espíritu de la resistencia, de una permanencia que se pone continua
mente en peligro por la decadencia, y que por eso se sabe continuamen
te espoleada a hazañas creadoras, y, por consiguiente, existe de modo
histórico, en el gran sentido de la palabra, pero que desde hace tiempo
tiene elegida su ley de formación, mientras que el acontecer histórico,
allí donde está fluyendo, se traza sus objetivos y normas aconteciendo
desde dentro.
Sólo cuando las invasiones se aproximan y penetran en mundos de
permanencia, experimentan éstas algo de la actualidad del acontecer
histórico. Lo aceptan naturalmente sólo como tormenta de fuera, como
crisis o como catástrofe de su propia permanencia. Lo describen así en
palabras e imágenes. De los hunos, sus campañas, ataques y efímeros
imperios no sabríamos casi nada si no lo hubieran registrado todo los
anales chinos durante muchos siglos. Tampoco sabríamos nada de las
migraciones de pueblos del segundo milenio si no nos dieran noticia
de ellas los archivos cuneiformes y jeroglíficos, las obras de arte de las
altas culturas, los recuerdos alcanzados más tarde por los griegos y las
ruinas salvadas en medio del desastre y la crisis, son huellas de la des
trucción. Esto, ciertamente, no es todavía ciencia histórica ni historio
grafía, ni tampoco conciencia de la historia. Estas existen sólo cuando
el suelo del alma ha sido arado una o dos veces y el hombre se ha con
vertido en medida de las cosas y el Estado en contenido del mundo.
Pero la historia, co m o tem as luce ya en aquellos documentos. Es, según
decíamos antes, como si chocaran los dos fenómenos básicos de la his
toria, y en su encuentro engendraran un espectáculo en el que el ser
de ambos, reflejado el del uno en el otro, apareciera en la conciencia.
dio el golpe, sino que siempre fue marcado con el estigma del hecho
histórico que se pone a sí mismo en juego, a saber: como fracaso o
como fundación de una nueva época histórica. Y de la misma manera
que la cultura egipcia no se ha de explicar por el limo del Nilo, si
no que hace a éste realidad histórica de la cual no hay ningún pa
ralelo sobre la tierra, las migraciones de pueblos de la historia uni
versal no son casos de una ley, ni ejemplos de un tipo, sino que ellos
determinan con aplicación a la historia dónde y cuándo se con
vierten en historia lo típico y lo regular. No se tornan individuales
gracias a las condiciones en las que acontece acá o acullá, sino que
desde el comienzo son acontecimientos únicos.
Esta 'positividad de la historia universal no es un engendro de
nuestro pensamiento, que según reflexiona la mayoría de las veces
sobre las uniformidades de los fenómenos, pudiera abstraer también
en dirección a la singularidad de la existencia de aquéllos. Sino que
la historia y nuestra existencia en ella está realmente compuesta de
decisiones irrepetibles, y en esta cadena estamos nosotros incorpora
dos como auténtico miembro. Que ello acontezca aquí y ahora y de
esta manera no es un aspecto caprichoso de la historia, sino que la
constituye. De fuentes únicas y peculiares, que brotan en puntos
determinados, procede nuestro ser, las épocas históricas son las ca
pas en las que éste está levantado, efectos reales de causas reales
se han impreso en él, y el progreso de la historia en decisiones con
cretas es el aire en que existimos. Cuanto más completamente com
prendemos la historia y nuestra existencia en ella, tanto más la his
toria borra la apariencia de ser repetición de lo mismo y oleaje en
un medio invariable, y tanto más se revela la seriedad de su unici
dad, irrepetibilidad e irreversibilidad. La historia es una y cada miem
bro en su progreso es positivo e individual, lo mismo que el astro en
que se desarrolla sólo una vez está tal cual es. Dilthey ha rozado este
pensamiento cuando en oposición a Spinoza y Hegel ha pensado en
los fundamentos de su propia metafísica. “El misterio del mundo,
expresado positivamente, es la individualidad, ésta se extiende tam
bién en la historia..., el todo del alma humana es singular como el
todo terráqueo que la porta”.
TIERRA E HISTORIA 75
perfecto histórico. Con ello nada sería añadido, tampoco sería esto per
derse en lo humano demasiado humano, sino pacientemente—y corres
ponde desde luego la paciencia—sumirse en la realidad de las cosas
históricas.
Esta es una tarea muy distinta que aquella a que los ojos están
acostumbrados frente a las cosas, particularmente frente a las hermo
sas. También en una obra de arte puede sentirse el tumulto de que
brota y la tensión activa que en sí lleva como un supremo encanto.
Pero esto es sólo un perfecto. Las heridas del espíritu curan sin cica
trices, dice Hegel. Aquí la lucha de las fuerzas ha terminado con una
victoria sin cicatrices, y esta victoria es la forma. Cosas que participan
en la idea de lo bello son—lo cual en la tierra no se da de otro modo—
bienaventuradas, o al menos hay en ellas un presentimiento de este
escado no terreno.
Las figuras históricas nunca son bienaventuradas. Luchan siempre
con el ángel, y la bendición por la que luchan sólo cae por breves mo
mentos sobre ellas y vuelve a perderse de nuevo en la lucha. Por eso
precisamente, como Yorck dice, debería “la categoría de figura ser apli
cable a ellas sólo en forma traslaticia”. Esto vale también para aquellas
que parecen haber ganado la corona de la perfección y la palma de la
duración. También en su misma perfección queda algo cordialmente
imperfecto. Su transitoriedad lo demuestra, pues, en las figuras la car
coma no tiene nada que agujerear. Pero este carácter perecedero o,
más bien, la tensión durativa y la capacidad de regeneración que hay
en ellas constituye el plus de realidad que les corresponde. Cómo se
equivocan, pues, los ojos impacientes al ver figura allí donde en las
mismas figuras se podrían y deberían ver sólo fuerzas operantes.
Pero nuestra objeción contra la historia óptica va mucho más lejos
/ nos mete de lleno en la cuestión de la utilidad de la historia. Donde
vco figuras yo ya no guardo una conducta, sino que la presupongo, yo
Xa no vivo en la realidad, sino en la apariencia, y un reflejo de la bea-
¡mud que rodea a las figuras cae también sobre mí. Precisamente esta
ganancia han buscado muchos en la historia, y precisamente se han pro
metido este provecho de ella, en lo cual se les escapaba que una mo-
t'csía beatitud, la de la educación, había de esperarse y alcanzarse. El
104 LA HISTORIA MONUMENTAL
EL INTERES ANTICUARIO
Dilthey dice), sino constituida. En ella consiste una firme relación entre
la historia y el que la impulsa, una relación no sólo de interés, sino de
ser, no sólo de admiración, sino de agradecimiento. Pues en ella la his
toria, prescindiendo de un corazón agradecido, es definida como aquello
de donde procedemos y lo que somos, como nuestro origen, nuestro
hacer un alto y nuestra profundidad.
Con ello queda determinado de modo benéfico el contenido de la
historia. La historia monumental está dispuesta, como toda mirada, a
recibir todo lo que es grande y maravilloso. Se admira, sobre todo, de
que todavía no sucediera algo aun más maravilloso. La historia anticua
ría no busca esta amplitud y libertad, busca más bien lo contrario. Sabe
de qué se trata, es decir, que se trata de nosotros, y ve sólo con piadoso
asombro qué profundidad son las fuentes de las que venimos. En este
aspecto busca siempre algo nuevo, es decir, algo siempre más antiguo,
siempre más oculto y más misterioso. Pero todo nos pertenece y nos
otros a ello. Todo es abarcado por la calma en el propio ser.
Se habrá observado que con ello la historia pasa a estados de ánimo
que hemos descrito como la conciencia de las grandes culturas plantea
das sobre la duración. El espacio es desatado y con él sus profundida
des. Estar sobre el suelo es el supuesto evidente y, a la vez, el valor
mdudable. La historia está escrita en el presente con letras indelebles.
Acordarse de ella significa hundirse en el suelo de la patria y hacerse
en él cada vez más firme. El tiempo es duración, y el contenido previo
de la historia es aquello que es origen, pero no perece, que existía desde
el principio, pero vale, con plena vigencia, en el presente.
En su contenido ético se distingue, desde luego, la historia anticua-
,;la mucho de la conciencia de las altas culturas, que fueron fundadas
mtes de la irrupción de los movimientos históricos y, lo que decíamos
Suites de Egipto, no debe confundirse con el interés anticuario, en pri-
ine,; lugar porque no se trata en absoluto de historia. A llí duraba lo
antiguo a los ojos de todos, y era mantenido como norma visible, y
-staba operando en la vida presente. Pero al otro lado las fuentes de la
propia existencia son más bien sentidas que contempladas, más bus-
Laóas que sabidas. La historia anticuaría se esfuerza en hacer conscien-
u la herencia orgánica que hay en nosotros y en realzar con ello su
110 EL INTERES ANTICUARIO
todos los juicios están sin expresar, pero comprensibles para todos. La
auténtica conciencia habla, en verdad, como dice Heidegger, sólo y
continuamente en el tono del silencio.
Un cumplimiento más exacto del concepto de “historia crítica”,
apenas se puede imaginar. Podríamos creer que Nietzsche, la realidad
que ha designado con este concepto con extraordinaria fortuna, la
abarca en la descripción subsiguiente sólo en la superficie. La vida, viene
a decir, está de vez en cuando en la obligada situación de no poder
honrar y conservar su pasado, sino que ha de destruirlo y disolverlo
para poder seguir viviendo. Entonces ataca con el cuchillo sus propias
raíces y pasa con crueldad más allá de las piedades todas. Es un intento
de darse a posteriori un pasado del que se pueda provenir, intento
siempre peligroso, añade Nietzsche, porque las segundas naturalezas
suelen ser más débiles que las primeras; y el consuelo sería, a lo sumo,
saber que también la primera naturaleza fué en alguna ocasión segunda,
y que una segunda naturaleza vencedora se convierte en primera. Aquí
Nietzsche ha dado demasiado brevemente la respuesta a la cuestión de
cómo la historia puede aprovechar a la vida, pues pensó sólo en las
directas consecuencias provechosas de liquidar el pasado, por ejemplo,
en una revolución que lleva ante un tribunal al pasado que perdura en
el presente, lo condena, desde luego, y con este procedimiento abre
viado adquiere el valor de comenzar de nuevo.
Se comprende que los Anales d e primavera y otoñ o no sólo proce
den con más cuidado, sino que van mucho más al fondo y que signi
fican cosa completamente distinta de cortar raíces. Su crítica no acaece
en nombre de un presente revolucionario que quiere liberarse radical
mente de todo lo que era, y su sentido no es proporcionarse otro pasado
que el que se tiene. Pero el pasado es en sí mismo ambiguo y ha in
cendiado lo que venera y venerado lo que había incendiado. El presen
te tiene, pues, que tomar posición en el proceso que las épocas de h
historia han realizado mutuamente. Su derecho a juzgar y la norma
con que lo hace no consiste por ello en el nudo hecho de qüe sea pre
sente y pueda por ello existir sin justificación con tal de estar vivo*
Sino que de la misma historia se sacan las normas, del saber sobre el
LOS “ANALES DE PRIMAVERA Y OTOÑOy m
sentido de ella se da el juicio, pero hasta este saber es ya necesariamente
crítica.
Los ideales del Estado Chou—dicen o callan los Anales de prima
vera y otoñ o—son válidos como cuando más. Son la China, y China es
sólo allí donde son válidos. Pues este estado, más que un sistema de
finalidades políticas, es la copia y repetición del orden cósmico di
vino. Lo que en el universo es el camino de los astros, lo son en el es
tado ias costumbres y la música. No es ningún juego, sino una cosa
sena y sacra que el Estado, su territorio y sus fuerzas estén organizados
y ordenados según evidentes números cósmicos. Las relaciones feuda
les en las que descansa no son puras necesidades técnicas para la admi
nistración del imperio, sino el encargo del cielo puesto sobre el empe
rador que se ha creado en aquéllas su forma, y precisamente, según
ellas, están graduados los sacrificios que mantienen conjuntos el cielo y
1-3 cierra: el emperador hace sacrificios al cielo, el príncipe feudal a los
dioses del distrito, el padre de familias a los antepasados. No se. sabe
si el Estado es más bien una familia en grande o un cosmos en pe
queño, Ambos órdenes están contenidos en su ordenamiento, y las víc
timas del emperador son tanto el centro del culto de los antepasados
como el centro del mundo.
Pero este imperio de los Chou ya estaba decaído en la época de
Conhicio. ¿Dónde están hoy feudatarios como el duque de Chou, que
SiQ provecho ninguno desempeñó la tutela del indefenso hijo del em
perador y se convirtió en el verdadero fundador del imperio al conser-
var a la vez la fidelidad del vasallo y llevar a la victoria la sacra abs
tracción del derecho paterno? ¿Es que ya no fueron encendidos bajo
el emperador Yü (en el siglo vm) los fuegos contra los bárbaros del
p cste para que se divirtiera una cortesana, con la consecuencia de que
,l15 senaies de alarma no causaron efecto cuando vinieron los enemigos?
que guerras de conquista no absorbieron los territorios agrícolas
-cutrales e introdujeron el desorden en el sistema de previsión, que era
L1exito social de los emperadores Chou? ¿Es que no anunciaron la des
ó je 13· eclipses de sol y rebeliones del pueblo ? “El encargo del cielo
0 es duradero..., sólo el príncipe virtuoso conserva su trono”.
régimen del Hijo del Sol, que descansaba en la bondad de Ids
124 LA HERENCIA Y EL PRESENTE
antepasados y el amor del pueblo; del sistema feudal, que estaba edi
ficado sobre el pavor y la docilidad, resulto un sistema de estados di
vididos, cuya ley de vida no era el orden, sino la lucha, con un empe
rador fantasma allá a lo lejos. Los príncipes feudales se lanzaron a ser
reyes, y sus distritos encomendados se volvieron estados soberanos. Em
pujaban de los bordes al interior, con el fin de ganar la zona nuclear
de la cultura china y el trono imperial. Sólo la contraposición de los
otros poderes asegura al emperador una apariencia de poder, pero la
unidad del imperio queda disuelta. En su lugar aparece una guerra
continua, en la que los estados grandes devoran a los pequeños, y cinco,
sucesivamente, alcanzan una efímera hegemonía. Con la degenerada
realidad política va acorde una degenerada teoría. Sustituye el concepto
de la fuerza efectiva al del dominio legítimo. Estudia sin prejuicios y
con agrado las leyes de la política de violencia, recomienda premios y
castigos como medios principales para gobernar, en vez de la ley moral,
que actúa en el interior, y, finalmente, se atreve hasta dar el principio
de que es mejor utilizar a los malos que a los buenos para el gobierno.
Esta es la crisis del Imperio Chou, en medio de la cual se halla Con-
fucio, precisamente antes de la época de la historia de China, que se
llama época de los estados en lucha (403 a 222). La primavera de la
antigüedad se ha marchitado en el otoño. Período Tsch’un-Ts’iu, se lia'
ma, según la obra de 'Confucio, toda la época, desde los comienzos de
la decadencia del Imperio Chou hasta Shi-Huang-Ti, y hasta la fun-
dación del estado unitario Han. Ya en el título de la obra comienza,
por consiguiente—encerrada en las designaciones como en cápsulas tras
parentes—, la “historia crítica” de Confucio.
Esta crítica no está, como se ve, ejercida desde un presente que se
pone como norma; se dirige más bien contra un presente que se sabe
que es una crisis. Sus juicios se alimentan del pasado, pero sólo de
aquellos estratos de él, que no han perecido porque siguen siendo pri
mavera a través de toda putrefacción. Tal historia no se da en absoluto
d fosteriori un pasado del que pudiera ella proceder (según describe
Nietzsche el negocio de la historia crítica), sino que busca con celo
aquel pasado que a priori, es decir, según su esencia, es el nuestro.
Toma su escala de la historia misma, y es, sin embargo, la más aguda
SITUACION DE OCCIDENTE 125
Pues saben que mucho ha sido llevado hasta ellos y mucho ha entrado
en ellos. Hojean la historia “no con la mirada curiosa del investigador,
sino con el celo angustiado del hijo que en la herencia de su padre busca
un misterio que estaba para él destinado”. Esta sentencia profunda la
escribe Dilthey en un sentido limitado, a saber: acerca de nuestra re
lación con Lessing ( Vivencia y poesía, pág. 18). Pero se puede aplicar
sin más a nuestra relación con la historia. Para una existencia tan his
tórica como la que somos nosotros, no se trata en la historia de cosas
extrañas y lejanas, sino de un legado, es decir, de algo que nos perte
nece. Se trata de un valor no puramente de ciencia, sino de un miste
rio que nos está destinado; no es un pasado, sino algo que está con
fiado a nosotros, es decir, que ha de ser conservado en el futuro, por lo
cual no se trata de curiosidad erudita, sino del celo angustiado del hijo
y heredero. A este punto pertenecen las más profundas observaciones
de la historiología de Droysen, por ejemplo, la siguiente frase: “La.
historia es el “fvcWh oauxo'v de la humanidad, su conciencia.” Con
la palabra “conciencia” está dicho todo lo necesario, y no hay sino
tomarlo al pie de la letra. La conciencia grita siempre presente, y
siempre nos llama a nosotros. Pero ninguno de nuestros pasados, en
cuanto cada uno es realmente nuestro, está libre de ella.
Ahora tenemos que volver a nuestra anterior observación de que
todo presente está estratificado: de plenos supuestos, efectos y recuer
dos incorporados. Pero en esto, añadimos, hay que pensar que esta
estratificación en profundidad no es el resultado mecánico de fuerzas
naturales, sino el producto de decisiones. La imagen muchas veces em
pleada de que un estado histórico lleva en sí su pasado, como la tierra
en las capas profundas de su estructura contiene las revoluciones y es
tratificaciones de sus épocas anteriores, lleva a un gran error. Pues los
movimientos de los que procede la figura presente de la tierra natural
han pasado, y los efectos que han dejado están fijados naturalmente.
Capa sobre capa yacen unos sobre otros las fracturas, irrupciones, plie
gues y sedimentos: el capul m ortuu m de una historia que no era his
toria, sino una serie de procesos naturales. También puede la mirada
del historiador recorrer este “legado”, que no contiene, empero, nin
gún misterio que debiera sernos confiado.
DOBLE CARACTER DE LA HISTORIA 127.
cia misma. Una herencia debe ser aceptada, y si no decae. Estas ex
presiones del derecho formal vuelven a adquirir su sentido literal y se
convierten en verdad moral plenamente concreta cuando se trata de la
herencia de la historia. “Aceptar” quiere entonces decir realmente ha
cer un principio nuevo desde el lugar dado, arrancar de él y lanzarse
hacia adelante. Y que la herencia, cuando no es aceptada, “decaiga”,
quiere decir realmente que se hunde en sí misma y deja de existir.
Pues la herencia de la historia no consiste como un legado ordinario en
bienes tangibles, en monedas sólidas o derechos fijados* sino que con
siste en fuerzas que operan en nosotros, en dones, supuestos y cos
tumbres que han entrado en nuestra existencia. Todos conocen el sen
timiento curioso y casi incómodo que nos sobrecoge cuando tropeza
mos en nosotros con elementos componentes que llevan en sí la firma
de ser heredados de nuestros antepasados. Nos los encontramos en se
guida, pero no como algo extraño, pues son un trozo de nosotros mis
mos, y desharíamos nuestra propia identidad si quisiéramos hacer abs
tracción de ellos. Se han metido en nosotros ya acontecidos, pero están
en nosotros de modo irrevocable. No es que sean nuestros, es que son
nosotros. Pero lo son sólo porque nuestro ser, con el sí que dice a su
propia existencia, los ha abarcado y metido en su propia voluntad de
vivir. Esta herencia es verdad que es fijada y objetiva, pero está fijada
en nuestra libertad. Es herencia porque la hemos aceptado, Pero ha
berla aceptado significa que la hemos tomado en la responsabilidad de
nosotros mismos.
Esta misma relación actúa, transcrita en gran tamaño, en la historia.
La historia de la existencia, aquella historicidad “propia” de la que pro-
viene la historia, consiste precisamente en que lo pasado y lo que se
ha adquirido en él está presente como herencia en todo lo que sigue,
al menos en cuanto puede como herencia estar presente. Los caminos
per los que vamos son obra de una historia varias veces milenaria. Nues-
Lr° mobiliario es la suma de la artesanía humana. Decisiones que han
Mho defendidas en alguna ocasión, cambios existenciales de la natura-
lCZa humana que han ocurrido en alguna parte, elevaciones y depre-
Si°nes de la existencia hasta la que se ha volado o se ha perforado en
alguna parte, nos llevan a través de milenios y hasta por encima de
9
130 LA HERENCIA Y EL PRESENTE
I
De vez en cuando, suele ser hecho entre los historiadores el descu-
· ’
pie tos estos capítulos (III, 80-83) para señalar con cuánta agudeza pue
de verse la decadencia y cuán sin frases se puede describir.
Pero la historiografía de Tucídides es, en sentido mucho más pro
fundo, el producto y la conciencia de una crisis. Ve la gran guerra que
quiere describir conforme a la verdad como el acontecimiento más im
portante de la historia hasta entonces, más grande que las guerras mé
dicas y que las luchas alrededor de Troya. La ve como el más impor
tante acontecimiento en el sentido bien preciso de que en ella se
realiza la crisis por excelencia de la historia griega, la crisis del espí
ritu helénico. Nuestra investigación estaba antes convencida de que tal
idea en todo su alcance sólo es válida para la segunda mitad y redac
ción de la obra, sólo, por consiguiente, para el Tucídides maduro, cuan
do se decidió a continuar la obra más allá de los primeros diez años de
guerra, porque sólo entonces se le hizo claro que esta guerra, a pesar
de la aparente paz de 421, era una unidad y que significaba sólo en su
conjunto la crisis decisiva del helenismo. Pero esta teoría de los dos
planteamientos que debió hacerse Tucídides, y de los planes que han
debido ser incorporados a la obra conservada, está hoy abandonada. Si
no están completamente acordes todas las partes y estratos de la obra
(le falta la última lima y es sólo un torso), en cuanto al plan, a partir
de la arqueología y de la historia de los cincuenta años, es un todo.
Tanto más grande aparece la inteligencia y tanto más incomprensible
la previsión de este historiador, que ha observado toda una guerra de
veintisiete años, ha coleccionado, buscado y apuntado, mientras que
para él esta guerra con todas sus etapas, interrupciones, alternativas y
decisiones parciales, desde el principio se presentaba a sus ojos videntes
como un destino único que se iba cumpliendo.
Cuando Tucídides comenzó a escribir la historia de los primeros
diez años de guerra formuló las famosas frases que están al fin del
proemio (I, 22). Estas frases ya han sido sentidas con razón como xzr¡\w
ές αεί, aparte de la obra a que sirve de introducción y a la que, en el
mayor sentido, le conviene tal dicho. En realidad contienen el progra-
ma metódico de la ciencia crítica de la historia (cual solemos nosotros
llamarla). Investigación histórica, según el principio de las fuentes, fue
aquí formulada al ser practicada por primera vez en el mundo, y a la
VENTAJAS DE LA HISTORIA CRITICA 137
L OS A N T I G U O S I M P E R I O S
PREHISTORIA
montos los construye o simplemente los elige, los lleva más allá de la
necesidad y los utiliza en caso necesario; es mano, en otro sentido que
la mano del animal, que dobla la rama y coge el fruto. Por primitivos
que sean el léxico y la gramática, la lengua del hombre, que se puede
disponer libremente en el acto de hablar y que espera en la pregunta la
respuesta, es completamente distinta que el grito del animal que apa-
rece en la situación que expresa. Por primitivo que sea el método de
conservar el fuego y prepararlo, la mirada al fuego que se enciende por
sí la conoce sólo el hombre, no el animal, que se mete en medio de la
llama o huye ante ella.
fodos los intentos de volver más atrás de un cierto surtido de ne
cesidades, logros y formas de expresión, que son específicamente hu
manas, puede considerarse fracasado y se puede abandonar sin daño.
“Cultura”, si queremos llamar esto al hueso aguzado o al pedernal, en
sus primeros comienzos, digámoslo tranquilamente, se retrotrae al hom
bre. Este ser sin barreras está destinado por la naturaleza a obrar por sí
mismo y—si se nos permite ya el sublime nombre—a una relación crea
dora frente al mundo.
En tiempos muy primitivos, esto es, al comienzo de las épocas gla
ciares, según los cálculos de geólogos y astrónomos hace casi medio
millón de años, aparecen los primeros tipos de utensilio y de arma, to
dos ios que son de una pieza y pueden hacerse por simple despren
dimiento : la cuña, la hoja, la punta, el raspador, el punzón. Por lo
menos, desde el primer período interglacial hay aquellas pequeñas, pero
claras diferenciaciones en el material y en la conformación, que permi-
Len distinguir círculos característicos formales y delimitar unos de otros.
Las conocidas designaciones, formadas a la manera francesa, de la cien-
'•la ptehistórica son un sistema de ordenación legítimamente formado
Para estos hallazgos. Abarcan de manera empírica lo que se agrupa por
-stratos, lugares y formas. Por cierto que es grande la tentación de
-argar estos conceptos como con ciencia del espíritu, y siempre se re
piten intentos de utilizar conceptos como magdaleniense o, incluso, ya
a.chelense, como “gótico” o “barroco”, es decir, metiéndose con el sen
tamiento en el tipo formal, comprendiéndolo estilísticamente como uni-
ad>coordinando con él cada pieza, aunque esté disparada muy lejos,
144 PREHISTORIA
Hay que poner en claro que este modo de pensar está a falta de
otro mejor; se presenta donde no son reconocibles fuerzas actuantes,
potenaas en acción, en resumen: causalidades históricas,, Por eso mismo
hay que intentar, si en alguna parte es posible, la formación de concep
tos históricos en el campo de la prehistoria. Sólo ella abre brecha en
estas construcciones que encajan toda la prehistoria sobre la horma deí
progreso; sólo le son puestos sus límites acomodados a la realidad y
que no se pueden transgredir con la pura exigencia. Pero, por lo que
¡iare a aquellas construcciones, su racionalismo es innegable. Proceden
claramente de la conciencia de la época técnica. El gradual perfecciona
miento ce los utensilios es su hilo conductor. Donde los cortes se vol
vieron más agudos, los pulimentos más finos y los efectos de palanca
mayores, “la humanidad se había desarrollado”. El refinamiento de la
ornamentación y la diferenciación en la organización social se tomaba
también en cuenta, pero el tema principal de la evolución era la mejora
o·· la¿ herramientas prácticas. En ello se expresaba el hombre técnico
áf 1 siglo xix. Con una rara mezcla de superioridad y de admiración,
mtudió cómo el hombre prehistórico aprendió los principios de la me
cánica, uno tras otro, y se halló en estos intentos de la prehistoria a
v mismo.
El material ensenó sin duda alguna que era muy unilateral consi-
ocrar la prehistoria exclusivamente desde el punto de vista técnico. Ya
iOS primeros estratos mostraban, junto a sus instrumentos útiles, hue-
!';1S de sepulturas rituales y de sacrificios. Estatuas de mujeres desnu-
'ias>pilares culturales, maderas para hacer ruido, máscaras de animales
v otras cosas “inútiles” son tan antiguas como los primeros Instrumen
ts para labrar la tierra. Imágenes de animales, signos simbólicos e ins-
-! Llmeiltos músicos corresponden legítimamente a las armas e instru
mentos del magdaleniense. Las aplicaciones no técnicas en la historia
(L humanidad, aun de la más primitiva, eran tan innegables que el
tcionalismo estaba dispuesto a revisarse a sí mismo y, en parte, hasta
•ed^erse a pensar de nuevo. El origen mágico no sólo del arte y dé la
"10ul>s'm o también de la mayor parte de la técnica, fué supuesto. El
■■^cíente trabajo de la piedra, el cultivo del suelo y el acorralamiento
CJ animal, pudieran haber procedido más bien del miedo; la devoción
148 SEDENTARISMO
SEDENTARISMO
entrado en ésta como herencia. Esto es una tarea casi más bien siste
ma rica que histórica, pues se trata más de estratos en la composición
de la humanidad histórica que de acontecimientos en el tiempo. Mas,
como vemos la prehistoria expresamente desde el comienzo de la his
toria, este modo de pensar es el bueno, y en el sentido de él nos es líci
to hasta hablar de pasos o grados: sólo que con ello significarnos no
pasos que fueron dados, sino pasos que debían haber sido dados antes;
no erados de la evolución, sino grados en la edificación del ser.
El instrumento que resulta parte de la acción humana, y a la vez su
norma fuera del caso particular, tiene en sí una rara propiedad que le
es esencial, si bien nada tiene que ver con su sentido técnico. De la
manera más clara se manifiesta en la ornamentación con que puede
ser decorado el instrumento, y con la que muy pronto lo fué. Estos
grabados e imágenes, esas impresiones y abultamientos, en cierto modo,
norman el instrumento mismo. Le dan vida propia, forma y sentido
propios. Lo levantan por encima de la acción o acentúan por lo menos
que se trata en él de algo autónomo. El instrumento ornamentado ya
está sólo para ser manejado en la acción momentánea, sino que es
,T)sa formada, forma, y se podría decir, un ser que da noticia de sí y de
V1 destino. En el ornamento alcanza el instrumento lengua, y esto no
dio quiere decir que se expresa, sino que, como todo ser que habla, se
í'ctira en sí mismo, es decir, se siente a sí mismo. Esto acaece tanto
rnas perfectamente cuanto se vuelve el ornamento mejor y se desarro-
i'·1 ma-s íntimamente con el objeto; hasta el grado de que el martillo
íuircce que trabaja él mismo, la espada que lucha ella misma, porque
li-s lineas de su ornamento representan de modo convincente esta sig-
wficación.
Con esto estamos sobre la pista de una ley íntima que actúa en
L(jdci obra humana. Toda piedra trabajada por la mano del hombre, y
“,l n Sirnplemente escogida y tomada por sus propiedades formales, tien-
lc a pasar de cosa con la que se puede hacer algo, a ser cosa que sig-
^■bea algo: de instrumento a imagen. Esta tendencia encuentra en el
°mamento su exptesión estética, pero existe y opera ya en el objeto
pui-o, en cuanto en él se hace visible o comprensible la forma. Ya en
lecon°ce la mano que palpa la dura propiedad de la forma, juega
150 SEDENTÁRISMO
a la vez con ésta, y precisamente con ello la reconoce. El ojo tiene una
fantasía mucho más imaginativa que la mano, y por eso está en seguida
dispuesto a liberar el objeto de su puro uso. Aquel proceso de hilado
comienza por consiguiente en el primer momento; mucho antes de
que el ornamento hile el instrumento, lo hilan los sentidos, se hila éi
mismo. Si el hombre fuera por su naturaleza un técnico su pensamien
to se iría siempre a través de las cosas utilizables, y habría instrumen
tos que no fueran más que medio. Pero no los hay; la pura técnica e¿
un modo de pensar muy tardío. El instrumento primitivo es siempre
a la vez forma, con una chispa de santidad encima. Esto se aplica no
sólo a las armas con las que se quiere vencer, y que por eso se convier
ten en seres mágicos, sino también para la rueda y el carro, para el
arado y el yugo, para el puchero y la barca.
Con esto hemos descubierto, en un caso particular, el instrumente,
una tendencia muy general que se presenta en todos los distritos de !a
cultura prehistórica y que incluso determina de modo decisivo el curso
histórico de estos. La sedentarización del hombre, la formación de círcu
los formales característicos, finalmente, incluso el paso a la cultura
alta: todas estas decisiones no son explicables ni por aquella tendencia
general, ni son puros ejemplos de ella, si bien están en su camino,
brotan de ella y, como fuentes de la caída natural, de los canalillos.
Antes de que marquemos los grandes y decisivos acontecimientos
que han acaecido en este sentido, busquemos la tendencia general de
desarrollo, todavía en un caso que promete ser instructivo, la lengua-
El dilema consiste en que el lingüista y el filósofo del lenguaje llevan
consigo casi forzosamente todo lo que les liga a la lengua en expb
cación de ella, y particularmente en sus teorías acerca del origen de
ésta: el íntimo amor del hijo a la madre, el atolondrado amor del
amante romántico a la amada nunca alcanzada, el amor intelectual dei
espíritu ilustrado al más espiritual de todos los temas. Cuando Herder.
con maravillosa capacidad de sentimiento describe la fuerza de la re'
flexión para mantener imágenes que pasan por los sentidos, de dete'
nerse voluntariamente en ellas, separar en ellos señales, copiar poeti'
camente estas señales y dar así a luz desde el alma pensante a la pah'
bra, es una reflexión sobre el sentido de la lengua, pero no es una de$'
ORIGEN Y DESARROLLO DEL LENGUAJE 151
SOBERANIA
oran paso del simple robo a la explotación planeada, del ataque ful
míneo a la soberanía consolidada; pero el camino de la violencia, una
vez iniciado, lleva obligatoriamente de lo uno a lo otro. El que una
vez ha probado el poder, aunque sólo sea en la forma de una audaz
algarada desde las montañas a la tierra fértil, siente crecer en él por sí
sola el raro arte de esclavizar a los hombres verdaderamente y de sentir
le bien en ello, ahogando la resistencia en germen y haciéndolos en la
sumisión quizá hasta tranquilos. El don de organizar por la fuerza a los
hombres y de administrar políticamente los países tiene un comienzo
duro y simple; comienza con la violencia; a partir de ella se despliega
todo el sistema de los medios políticos. El látigo que azota las espaldas
del campesino, cuando se le arranca su ganado y sus mujeres, sigue
siendo medio de dominio, al menos símbolo de dominio aún más tarde
todavía, cuando el tributo de provincias enteras es recogido como con
tribución regular y cuando los dominadores hace mucho que, sentados
en tranquila magnificencia, han abandonado el duro negocio a sus mer
cenarios.
Podemos deducir los países en los que este proceso ha ocurrido, no
sólo por consideraciones teóricas, sino que podemos determinarlos por
hallazgos reales y, en parte, ya por noticias históricas. La constelación
,:íc ios elementos y condiciones que componen la realidad de la sobé-
mn'a es siempre tan compleja que el tipismo del proceso comienza a
individualizarse como casos históricos. Pues el hombre casi en todas
partas puede fijar lazos de su vida. También el saqueo, los ataques al
"cano fronterizo y el derecho del puño del más fuerte, existen en todas
partes sólo con que por una parte haya un exceso de posesión y por la
otL'a un exceso de violencia. Por el contrario, hay que reunir muchos ele
mentos para que se forme el dominio: un paisaje agrícola meridional
estrío soporte duradero, propiedad concentrada y cosechas seguras como
atractivo, y en el polo activo, práctica de las armas, organización y
caudillaje. Hacia el final de los milenios de la prehistoria, aquellos pue-
^ os Y espacios, cuyo destino histórico fué desempeñar en la historia
l-'rimitiva el papel de la soberanía, se desarrollaron claramente y en al
gunos puntos los hallazgos, es verdad que no sin lagunas, pero de ma-
P,era que puede completarse, nos llevan de la prehistoria a la historia.
164 SOBERANIA
do; así es el hombre y así el dios. Lo mismo que las obras humanas
se agruparon bajo las condiciones del sedentarismo en un modo de
vida agrícola para formar el todo de un microcosmos que se puede pen
sar comprendiéndolo; lo mismo que el dominio ha de cambiar esta dis
posición, tenemos que decir qué contenidos semejantes y estructuras
tipo se encuentran en todas las zonas. Pero las culturas altas son crea
ciones singulares. H ay que encontrarlas como personas que llevan su
propia existencia con conciencia de sí. No se pueden deducir ni de sus
condiciones de creación ni de sus precedentes históricos; hay que pre
guntarles a ellas qué son. La relación en que están entre sí no es n:
una serie de grados, ni una variedad ordenada, ni tampoco un sistema,
sino únicamente el complejo de fuerzas de la historia, al que están in
corporadas por los efectos que causan y reciben, por la herencia qut
aceptan y por la herencia que por ellas es dejada.
Es posible que investigaciones que nos llevan a los comienzos de!
cuarto y quinto milenio descubran un día una dependencia real entre
las dos culturas altas junto al Nilo y al Eufrates; los fundamentos de
la Edad de Piedra, en que ambas descansan, muestran ya hoy mucho
de común. Pero muy pronto se separaron de sí ambas culturas, y cada
una se retiró a la vez sobre sí misma. A partir del momento en que
hay que calificarlas de culturas altas se nos presentan con todo un ca
rácter, sin influenciar la una por la otra, por no hablar de que estén
en dependencia mutua. Algunos influjos, aquí y allá, algunas palabras
y elementos estilísticos comunes no cambian la cosa nada; son, por io
demás, bastante escasos. Los motivos mesopotámicos y de Asia ante
rior, que existen en los primeros tiempos de Egipto, son rechazados en
el transcurso de las primeras dinastías y no entran en absoluto en el
canon formal clásico. Sólo en los siglos imperialistas, después de me
diado el segundo milenio, afluyen abundantemente a Egipto hombres
y mercancías, dioses y palabras del mundo de la civilización de Asia
anterior, pero el imperio fortificado y la fuerza cultural, aun floreciente
en la época de Sethos y de los dos primeros Ramsés, asimila incluso
lo más extraño. Tan espeso e invulnerable puede serlo un estilo espi
ritual; dos milenios de cambiantes destinos internos y externos lo ha
cen cada vez más seguro de sí mismo.
SURGE EL SER EGIPCIO 171
Esto, desde luego, ha ocurrido con toda su pureza sólo una vez en
U historia universal, incluso entonces, en los primeros momentos de
ella.. El país del Nilo estaba como pintado para este papel en la his
toria universal· Por todas partes, claramente delimitado entre el mar,
ios desiertos y las cataratas, produce como un verdadero don del Nilo
todo cuanto la naturaleza puede ofrecer de condiciones para que se
levante una alta cultura. Sobre el contenido de esta cultura, y hasta
sobre la necesidad de su ascensión, está dicho con ello tanto y tan poco
como con la existencia de un violín sobre la música que en él se toca.
Que el contenido de la historia universal no puede ser derivado de las
condiciones naturales, tiene en este primer ejemplo precisamente el
mejor.
El acto fundacional que acontece al final del cuarto milenio, y en
si que queda decidido para siempre el carácter del ser egipcio, está
precedido por unos mil años que se mueven como un verdadero tiempo
primitivo y originario con notable firmeza, y se podría decir que van
seguros de su objetivo hacia la alta cultura. Su imagen resulta de las
excavaciones que se hicieron desde 1895 en el Alto Egipto y desde
192.8 en el Delta, unidas a algunas tradiciones históricas y a las con
clusiones que pueden sacarse de los mitos, las fórmulas del culto y el
ceremonial de la corte en la época histórica. La hipótesis de una dra
mática conquista de Egipto, poco antes de Menes, por semitas u otros
asiáticos, hoy ya no se puede sostener. El esquema de que un imperio
cultural surge de repente al ser invadido un pueblo sedentario por una
raza dinástica falla por consiguiente en el mismo inicio de la historia
universal· Antes bien, los egipcios han estado instalados en el país del
Nilo mucho antes de la fundación del imperio de los thinitas. Desde
luego, es Egipto un país conquistado. Pero no en un impulso unitario
c°n la espada, sino que desde distintas partes irrumpieron en él estir-
Pes diversas y se sostuvieron las unas frente a las otras. Las alturas a
l°s bordes del valle del río todavía no estaban secas y desérticas en los
tiempos de la prehistoria y de la protohistoria, sino que estaban llenas
ae monte y salvajina; los poblados más antiguos están precisamente
uonde ahora es desierto. La desecación progresiva obligó y, a la vez,
hizo sentir el atractivo de bajar al valle; comienza, por consiguiente,
172 EGIPTO
valle cultivable. Pero que estados se reúnan por las buenas con fines
prácticos, esto es, que uno abdique voluntariamente la soberanía, no
ocurre en la historia; más bien sucumben las finalidades comunes. Sin
embargo, acaece otra cosa: luchan entre sí, y la gran hazaña, que
sólo es posible tras la victoria y debido a ella, obliga y justifica al ven
cedor. De los mitos divinos de Osiris, Horus y Seth, además de las
más antiguas listas de reyes y, finalmente, de las insignias de los fa
raones y de las formas de su virtual cortesano, resalta, es cierto que
sin poder fechar, pero al menos, en sus líneas generales, la sucesión de
los acontecimientos políticos.
El comienzo lo formaron tres imperios, cuya existencia se puede
deducir de mitos, y a la vez es hecha verosímil por los hallazgos en el
suelo: uno al oriente del Delta, con Andyet como dios protector, el
cual pronto se fundió con Osiris; el segundo al oeste del Delta, con el
dios Horus, y el tercero en el alto Egipto, con el dios Seth. Desde el
oeste del Delta, bajo la dirección del dios halcón Horus, ocurrió una
primera unificación política del país entero, después de que o bien hubo
una unión del territorio del Delta o bien una lucha entre el Oriente y
el Sur, derrota del imperio de Osiris y victorioso contraataque de Horus.
Según el relato mitológico, Seth arrancó la soberanía al poderoso Osi
ris y lo mató, pero su hijo Horus lo vengó; el tribunal de los dioses,
en Heliópolis, atribuyó a Horus la soberanía, sobre todo el país, y puso
a Osiris, devuelto a la vida, como rey de los muertos.
On (Heliópolis) fue la primera capital del Egipto unificado: la
ciudad que siguió siendo hasta el final la sede suprema de la teología
egipcia y de la fuerza del clero, que se mantuvo como la antagonista
frente a Tebas. La teología de la época histórica, pero también las de
ducciones arqueológicas que debemos a las excavaciones de la pasada
generación, confirman el papel conductor del bajo Egipto en la anti
güedad, y confirman, por consiguiente, la existencia de un imperio uni
ficado desde el Norte. A esto se suman las listas de reyes de la piedra
de Palermo, en las cuales resaltan mucho los reyes del bajo Egipto
antes de Menes y varios indicios en los atributos soberanos de dioses
y faraones.
Esta unidad sucumbió por razones y en sucesos de los que no teñe-
FUNDACION DE MENF1S 175
mos ninguna noticia. Pero los “adoradores de Horas” (que así llama
la tradición egipcia a esa generación) quedaron en las dos partes sepa
radas del imperio: el estado del Norte, en el Delta, cuya corona, desde
lo más antiguo, era roja y cuya planta heráldica era el papiro; y el estado
del Sur, cuya corona era blanca y cuya planta heráldica era el junco.
Esta situación política es el punto de partida para la segunda y defini
tiva unificación de Egipto, que procedió del Sur. A l rey Menes, que
todas las listas dan como primer rey de Egipto, le preceden tres domi
nadores, de los cuales tenemos desde hace poco los nombres y hasta
monumentos históricos. Estos monumentos demuestran que ya bajo
aquellos dominadores estaba en marcha la lucha de ambos imperios
y la victoria del Sur. Particularmente las representaciones plásticas en
la paleta del rey Narmer, y en el puño de la maza de su cetro mues
tra que este rey del alto Egipto venció los distritos del Norte, des
truyó sus ciudades, se llevó rico botín y ganó la corona del bajo Egipto;
cosa semejante corresponde también al rey cuyo nombre es escrito con
el emblema del escorpión. Menes de Thinis, la capital del octavo dis
trito del alto Egipto, puede por consiguiente haber bien decidido la
lucha definitivamente, y debe sólo haber completado la “unificación
de los imperios”, que en toda la tradición es considerada obra suya. El
fundó Menfis, la fortaleza ganada a las aguas, con blancos muros, junto
a la frontera del vencido bajo Egipto, la primera capital del imperio
egipcio unido, la “balanza de los dos países”. Desde él llevan los fa
raones la doble corona blanca y roja, desde él se divide en dos partes la
administración del imperio, con dos cancilleres, dos tesoros y sus co
rrespondientes dobles funcionarios. El proceso histórico de la unifica
ción rio sólo se ha conservado en los títulos y los símbolos de los reales
palacios, sino también en la organización del funcionariado a lo largo
de toda la historia. A partir de Menes, Egipto es uno; podría sonar a
paradoja que también en las épocas en que está desgarrado en partes
por el dominio extranjero, o por los disturbios internos, o en que se
vuelve a sumir en la pluralidad de los estados de distrito.
Inmediatamente después de la fundación del estado, en el plazo
de pocos siglos, surgen todas las creaciones, que llevan en sí de mo
do preciso la totalidad del estilo egipcio. Las formas fundamentales
176 EGIPTO
M ESO POTAM IA
país,, que los griegos llaman Babilonia y los semitas Senaar. Pero muy
pronto entraron también semitas, y el país quedó dividido en Norte y
Sur: al Norte están los semitas, que se llaman a sí mismos y a su
país Akkad, a diferencia del Sur sumerio.
Los sumerios han creado, por consiguiente, la cultura que da su
sello a todo el país y que durante milenios se extiende por toda su his
toria, aunque más tarde sólo como un estrato cada vez más tenue. De
su espíritu, que desde luego nunca tuvo la rica y segura fuerza de
creación del egipcio, procede la escritura y el sistema numeral, el es
tilo de los dioses y el estilo de arte. Pero los antagonistas semitas y pos
teriores dominadores cambiaron esto tan fuertemente y añadieron tanto
propio, que la cultura de Senaar no es de una pieza, sino de dos y más;
es decir, que a partir del segundo día, y después a través de todas sus
fases, es más bien el resultado de un cambiante proceso histórico que
la pura consecuencia de una hazaña de fundación inicial.
Puramente sumeria es la escritura cuneiforme, invento autónomo
írente a los jeroglíficos, y mucho menos ligado que éstos a las artes
figurativas, que cada vez progresa más hacia un sistema abstracto de
signos silábicos. Esta escritura dura hasta tiempos tardíos y, asimismo,
el sumerio sigue siendo la lengua de uso sagrado y solemne, mucho
después que los sumerios desaparecieran como raza, lo cual ocurre
desde fines del tercer milenio. ¡Pero con qué firmeza madura la escri
tura egipcia manteniendo siempre un hermoso punto medio entre ima
gen y signo! La escritura cuneiforme, que sólo por excepción se graba
en la piedra, y que generalmente es escrita marcándola en ladrillos de
arcilla, se vuelve pronto cursiva, técnica comercial, sin pasar a través
de la sílaba a ser de caracteres independientes. Algo como las inscrip
ciones adornadas egipcias del imperio medio, en las cuales ningún signo
está muerto, y cada uno es una imagen llena de relaciones, y en las
que “se mantiene y cuida conscientemente el lado oscuro de la cali
grafía” (véase Heinrich Scháfer, D el arte egip cio , I, 197), no existe en
Senaar.
Sumerios son el sistema sexagesimal con la importancia que éste
da al número 360, el calendario con la hora doble, el año solar de tres
cientos sesenta días y los doce cursos lunares, además los comienzos de
190 .MESOPOTAMIA
mayor extensión posible« Los países fértiles junto a los dos ríos nun
ca han estado más tiempo de algunos siglos bajo la misma propiedad.
Las capitales cambian; no hay ninguna que no haya tenido destrui
das sus murallas y a la que no le hayan sido arrebatados sus dioses.
El país siempre fue con sus ricos tesoros objetivo para todos: para
los vecinos sedentarios en las montañas del Norte y del Este, por
ejemplo, para los elamitas, que continuamente irrumpen en la his
toria de Senaar, y más tarde para los asirlos; pero ante todo, para
los beduinos de los desiertos de Siria y Arabia. M as cuando está en
firme posesión y bajo un fuerte dominio, irradia por el contrario su
poder y su cultura en todas direcciones, hasta la costa del Medite
rráneo y hasta las montañas del Norte y del Este, mucho más lejos
que la cultura egipcia irradiara nunca. Mesopotamia es, por consi
guiente, no un “centro en sí” precisamente, es centro en sentido re
lativo, y respecto de su ambiente: objetivo continuo de ataques y
asaltos cuando hay debilidad interior, mas cuando es fuerte y esta
en orden, centro de dominio de un imperio de gran radio, punto de
partida de una cultura de amplia influencia y al fin incluso de una
civilización mundial del Asia anterior.
La doctrina de los cuatro imperios que se ha interpretado en el
libro de Daniel y que ha dominado todo el medioevo cristiano, es
por consiguiente, justa en un profundo sentido. Según esta doctrina
el babilonio fue el primero de los cuatro imperios que llenan la his
toria de la humanidad. Efectivamente allí se orientó por primera vez
el sentido hacia el dominio del mundo. Egipto es un país de cultu
ra; es imperio en la medida en que asegura la permanencia de su
espíritu mediante el poder, la organización estatal y la administra
ción pública; pero la época de su política mundial es sólo un epi
sodio en su historia de tres milenios. En Babilonia, por el contrario,
el poder terrenal se convirtió sobre el espacio terráqueo en tema de
la historia. Que fuera continuamente disputado corresponde a la
esencia del poderío. Que cambien sus portadores es también su ley
y la ley de esta cultura.
Los sumerios son, en la época en que aparecen en la historia co
mo señores de Senaar, un belicoso pueblo de labradores, que lucha
LEON A MORIBUN DA ( a s i r i o )
dentes en una gran suma, y esto vale de muy general manera para el
imperio de Hammurabi y de sus sucesores, que es la conclusión de
una historia más que milenaria terriblemente agitada y, con te do,
siempre volviéndose hacia lo antiguo.
La ley histórica de formación de la cultura babilónica sigue siendo
la misma en el milenio que hay entre la caída del imperio de Babi
lonia y el momento universal del imperio asirio; sólo que los movi
mientos que arden por todas partes en el país son más enormes, y
los pueblos que en ellos están implicados son más varios que antes.
Desde el interior de Anatolia irrumpen los hititas; ellos fueron los
que apenas ciento cincuenta años después de la muerte de Hammu-
rabi ponen fin al imperio de Babilonia. En los desórdenes que prece
den a la caída del imperio penetran bandas guerreras cassitas y se
convierten en señores del país. La vida ciudadana, ya muy complica
da, continua tras los primeros disturbios bajo la nueva dominación,
pero la cultura superior se estanca; los siglos de la dominación cas-
sita son la época más oscura en la historia de Senaar. De los dinastas
y séquitos arios que, como derivaciones de las grandes migraciones
hacia Oriente, penetran hacia mediados del segundo milenio en Si
ria y Mesopotamia, ya hemos hablado en otro lugar.
Cosa rara: a pesar de este dominio extranjero, y a pesar de la de
cadencia interna, en muchas partes de Asia Anterior, especialmente
en Siria, donde la dominación babilónica ya hacía mucho que no era
efectiva, continúa viva la influencia de la cultura babilónica. La es
critura y su técnica, las medidas y el sistema numeral, los usos co
merciales y el derecho mercantil de Senaar, se han convertido en po
tencia mundial y siguen siéndolo en la época de la decadencia; estos
semitas no sólo inventaron la idea del imperialismo, sino también algo
así como un comercio mundial. También los mitos babilonios, por
ejemplo, el de la creación del mundo y el del diluvio se convirtieron
entonces en propiedad comunal de Asia Anterior, con la cual palide
ció, naturalmente, su contenido religioso. Una civilización del Asia
Anterior, con fuerte mezcla de nombres, pueblos y concepciones con
fuerte igualación de formas de vida y de normas jurídicas y, ante todo,
con un vivo intercambio de bienes materiales, se forma desde el mar
REINO Y CULTURA DE LOS ASIR10S 197
Son, por consiguiente, las fuerzas más viejas de este espacio y las
más nuevas las que se encuentran en alianza. En esta tenaza fue apre
ndo el imperio asirio y machacado. Nínive y las otras tres capitales
recias fueron destruidas de modo que nadie podía reconocer su lu
gar (612 a. C.) y el pueblo que durante medio milenio había domi
nado Asia Anterior fue casi exterminado. “Nunca fue un pueblo ani-
c]¡ii!ado más a fondo que los asirios... En este castigo se expresa de
modo claro y terrible el tremendo odio que había acumulado entre
los pueblos de Asia contra los aniquiladores asirios” (v. Eduard Me-
yer III, 161).
Sin embargo, el vengador no es todavía heredero legítimo. El
equilibrio político de las tres potencias de Asia anterior, Lidia, Media
v Babilonia, que se formó sobre las ruinas del imperio asirio, se
mantuvo durante medio siglo de luchas, hasta que Ciro lo rompe.
Este rey es uno de los pocos de quienes se puede decir que la victo-
na es una propiedad de su persona. En doce años aniquiló para siem
pre tres grandes imperios, a saber, alcanzó con sus guerreros persas
ia supremacía en Media (hacia 550), hundió el imperio lidio de Cre
so (346) y conquistó el imperio neobabilónico (539). Después pene
tró en el Este hasta las fronteras de la India y hasta el Yaxartes; ca
yó luchando con los Dahas. Sus hazañas son tan claras y rápidas,
que actúan como sin cansancio. Todavía mayores que sus victorias
son. sus decisiones después de la victoria. “Tranquilizó los corazones
de los habitantes y los liberó de sus cuidados”. Un nuevo estilo de
tloímnio y sumisión comienza con él. Con tanta mayor certeza po
demos comprender que el ascenso de los persas como nación, si no
hié impulsado, al menos sí fué sostenido por las fuerzas de la reli-
g10n zoroástrica: las guerras de Ciro no son guerras de religión, y
°d no conoce el fanatismo religioso. Ello era inauditamente nuevo
en un mundo en el que también los dioses habían luchado siempre
por el predominio y se habían llevado arrastrados a la cautividad a
'os dioses vencidos. Y también las costumbres e instituciones de los
países sometidos las ha respetado Ciro sabiamente. “Ningún pueblo
permite tanto las costumbres extranjeras como los persas”, dice He-
ródoto.
?/,HCO DI lD ¡fDDDDC
DGUOTECA LAS AHCTi AííANGO
202 MESOPOTAMIA
Fue una fortuna para los persas en la historia universal que des
pués del gobierno de siete años de Cambises, que logró la conquista
de Egipto, pero lanzó al imperio a graves desórdenes internos, Da
río I venciera al mago Gaumata y empuñara el cetro del joven impe
rio. Fue obra suya que no se perdieran las hazañas de Ciro, sino que
quedaran afirmadas para dos siglos; pues es obra de él el imponente
edificio de amplitud y centralismo, de predominio y magnificencia
de poder y paciencia en el que culmina la historia del antiguo Orien
te. La victoria de los griegos es tanto más grande cuanto que fué el
mayor hombre de estado de la historia antigua el que inició el ata
que contra ellos, los libres. Y la gloria de los combatientes de las Ter
mopilas adquiere una nota fundamental trágica, como sólo sabe darla
la historia universal con su infinita polifonía, con que el enemigo
que conduce un traidor a su espalda no es ya el viejo Oriente, sino
su heredero y restaurador indoeuropeo.
De todas maneras, el Imperio persa es casi desde sus comienzos ei
legítimo heredero del antiguo Oriente y sólo por esto su más perfecta
creación política, que se levanta por encima de pueblos desarraigados
o al menos desvalorizados y gastados. El señorial pueblo persa—es
apenas el uno por ciento en la población total de su imperio—se
mantiene como la única fuerza histórica viva, los otros pueblos (di
ría Fíegel) son sólo salvados en abstracto. La red de las satrapías y
de las recaudaciones de tributos, la moderna red de comunicaciones
y de “oídos del rey” se extiende sobre una parte del mundo planifi'
cada. Esto no puede ser de otra manera en un mundo que había sido
triturado durante milenios en los molinos del Imperio universal. Los
persas mismos apenas acertaron a saber que habían alcanzado el do
minio del mundo bajo la ley del Oriente. Es como si el suelo hubiera
sido más fuerte que todos aquellos que sobre él construyeron, y Ia
fuerza hiciera fuerza sobre aquellos que la ejercen. Ya bajo el gtan
Darío, comienza el reino persa a convertirse en un despotismo orien
tal. Una generación más tarde, bajo Jerjes, el proceso de la orienta-
lización está casi completo. Los griegos sintieron acertadamente qíie
Europa debía resistir hasta el último extremo a este principio que
sólo conoce esclavos.
EL JUDAISMO
tiene otra importancia que la del sembrador que, una vez que ha
esparcido la simiente en el surco, desaparece de nuevo. Lo engen
drado pertenece a la materia maternal que lo guarda, lo saca a la
luz y lo alimenta. Pero esta madre es siempre la misma, en último
extremo, la tierra, cuyo lugar toma la mujer terrenal en la serie to
tal de sus madres e hijas... El hijo del padre tiene una sene de an
tepasados que no están unidos por ninguna conexión perceptible para
los sentidos: el hijo de la madre a través de las distintas generacio
nes tiene una sola antepasada, la madre tierra... El licio que debe
nombrar a sus padres se parece al que quisiera emprender el recuento
de las hojas del árbol caídas y olvidadas... Justifica el modo de ver
licio al señalar su coincidencia con las leyes naturales de la materia
y reprocha al patriarcado griego su alejamiento de las mismas”.
Es una de las tesis de este libro que las religiones históricas es
tán enlazadas a la subsistencia de los imperios, o dicho de modo más
general, a la subsistencia de las situaciones políticas en las que sur
gieron. Tómese la palabra “religión” en sentido literal y se encon
trará esta tesis más comprensible de lo que a primera vista parece.
“Ligamentos” son las religiones históricas no sólo en sentido inma
nente, sino también en transitivo. Una liga es un acto de reunión
y enlace, un vínculo efectivo que se fija con duración; de modo
religante obra sólo mientras se mantiene firme, y de otra parte el
vínculo es ilusorio cuando lo ligado mismo se suelta y desata. Las
religiones históricas están por consiguiente completamente ligadas a
los imperios cuya “ligazón” son; y sucumben cuando éstos sucum
ben. Por eso son —exceptuando imperios de la permanencia como
el egipcio—verdaderos fenómenos históricos, cuya vida está medida
con algunos siglos. Esto ocurre con la religión persa, que surge y
cae con el imperio persa: el cuadro allí sólo se complica por el he
cho de que al primer imperio persa de los Aqueménidas le sigue en
el m siglo de a. C. el segundo de los Sasánidas, que volvió a la re
ligión de Zoroastro, la coleccionó en el Á vesta y la convirtió tam
bién en la religión oficial y organizada del nuevo imperio. Esto se
puede decir también de la religión griega, que adquirió validez con
la polis, realmente como vínculo de ésta, y desapareció al mismo tieim
LAS RELIGIONES HISTORICAS 217
tico Atis en el culto de la gran madre, son las cimas del culto que
los hombres rinden a la diosa.
Este espacio del Mediterráneo oriental, a cuya esencia correspon
de no ser nunca un todo, sino siempre un sistema de relación entre
muchos puntos, no ser nunca un mundo cultural cerrado, sino siem
pre la esfera de irradiación de costumbres, halló durante algunos si
glos un centro y con esto adquirió una existencia histórica universal,
no sólo como medio que influye, sino como potencia que domina
activamente. Pero incluso esta fase histórica del antiguo Mediterrá
neo sigue fiel a la ley de su espacio, pues no se trata en ella de la
construcción de un orden de poder espacialmente cerrado y dispuesto
duraderamente, sino de una red audazmente lanzada y tercamente
mantenida de relaciones comerciales y de dominio no por un imperio,
sino por una talasocracia, no por una de aquellas culturas que “sur
gen del mar como continentes”, sino por una civilización delicada,
lujosa, muy pretenciosa y muy influyente: se trata de Creta.
En tiempos antiguos, esto es, hasta el final del III milenio, es
esca isla simplemente una parte del mundo mediterráneo. Bajo los
palacios de Knossos y Festo, y en otros lugares de la isla, hay hallaz
gos que nos llevan muy arriba del IV milenio, o quizá más allá. Pero
ia cerámica, las formas de casa, y desde fines del IV milenio los uten
silios de cobre de Creta, apenas se diferencian de modo perceptible
de los hallazgos que se extienden por todo el territorio; únicamente
el comercio con Egipto desde muy temprano importa aquí más que
a otras partes objetos de cultura más desarrollada, como cilindros de
sello y figuras de marfil. Todavía en todo el III milenio, en el Mi-
noico primitivo de Evans, domina una civilización muy uniforme
desde el interior de Asia Menor y Chipre hasta Etruria. Los puntos
más adelantados de este mundo son entonces más bien Troya, de
bido a su posición clave, en el Norte, y las Cicladas, especialmente
Melos, rica en obsidiana.
Pero poco antes de 2000 comienza la fuerte ascensión que realza
a Creta muy por encima del nivel cultural del mediterráneo oriental.
Los más antiguos palacios de Knossos y Festo se construyen hacia
esta época, con una arquitectura complicada y hábil, con colores alé
is
226 EL MUNDO MEDITERRANEO DE ASIA MENOR
desierto, penetraron hacia el Norte los que fueron luego los “fenicios”.
Pero entonces eran un pueblo poco cultural, que desde el nomadismo
estaba apenas pasando al sedentarismo y nada tenía de navegante. El
tráfico marítimo con la costa fenicia, que esta testimoniado con segu
ridad desde el rey Snofru, lo practicaban los egipcios mismos con sus
naves, que con fuertes cuaternas armadas sobre puntales se habían
desarrollado desde la barca del Nilo hasta un barco muy marinero.
A partir de Egipto se transforma Biblos en ciudad comercial; allí se
cargaba la madera de cedro que tanto necesitaban los egipcios, como
también aceite y otros productos. Los semitas establecidos en las ciu
dades costeras son los intermediarios, pero ellos mismos no navegan.
Sólo en el segundo milenio comienzan los fenicios a construir naves
conforme al modelo egipcio ; la primera noticia de ello procede de la
época de Thutmosis III. Cuando mas tarde, en el ultimo cuarto del
segundo milenio, las ciudades de Siria se volvieron libres políticamen
te, porque la potencia de los grandes estados se derrumbo o cedió en
esta zona, y cuando, ademas, la decadencia de la talasocracia cretense
dio paso libre en el Mediterráneo, sonó la hora de los fenicios. Tiro,
la fortaleza insular instalada en un acantilado, ascendió. Debe haber
sido fundada en 1194, un ano antes de la caída de Troya, por adornos
fugitivos. Sus reyes reúnen todo el país de la costa fenicia, y a partir
de allí comienza la fundación de colonias.
En las siguientes centurias son realmente los fenicios la prime-
ra potencia industrial y mercantil del mundo. Su comercio nunca fué
de carácter tan aristocrático como el de los kafti, que con banderas des
plegadas lanzaban al profundo sus piedras para anclar cada vez que
entraban en los puertos (v. A. Kóster, N avegación y com ercio en el
M editerrán eo oriental). No siempre son honrados, y lo disimulan a
menudo. La caza de esclavos sigue teniendo su importancia. En Ho
mero, y para los griegos en general, los sidomos son mercaderes na
vegantes astutos y no del todo limpios. Famosa y dominadora es su
industria. Corazas y carros de guerra, vasijas de lujo y otros trabajos
finos de metal, panos de púrpura, géneros de cristal, esmalte y adorno,
se fabrican en grande en las ciudades fenicias y se exportan a todo el
mundo. Para los griegos, eran los fenicios como los inventores de es-
234 EL MUNDO MEDITERRANEO DE ASIA MENOR
sobre todo en Sicilia, donde los fenicios lo habían ocupado todo, pero
(nos cuenta Tucídides) en cuanto los griegos se lanzaron al mar se re
tiraron hacia el oeste de la isla» Para los griegos, la colonización misma
no es un asunto comercial, sino expresión de la fuerza del pueblo y del
empuje político.
Los fenicios llegaron a ser, por semita que fuera y siguiera siendo
su estilo, gracias a la marcha de su historia, un elemento del mundo
mediterráneo, y hasta un portador del espíritu mediterráneo. No son
su más pura y elevada expresión—que es Creta—, y más bien son sus
asimiladores, disfrutadores e intermediarios. Pero en este sentido perte
necen al mundo del mediterráneo. Su religión es la más espesa mezcla
de creencia semítica en Baal y culto asiánico a la diosa madre que hay.
Desde el principio se debió haber tomado mucho de anatólico en las
ciudades de la costa; en el ulterior proceso de fusión desempeñan el
papel decisivo Chipre y su gran dios.
Quizá la más importante hazaña de los fenicios—esta vez un ver
dadero invento, aunque no original—es el alfabeto. En las ciudades
comerciales de la costa siria, “allí donde se cortaban en sus círculos de
irradiación las dos más antiguas civilizaciones y coincidían los mayores
caminos marítimos y terrestres del mundo de entonces” (v. O. Speng-
ler, M u n d o co m o historia3 I, pág. 292), se descubrió la idea de la
pura escritura con letras y aquel alfabeto que sirve hoy de fundamen
to a la mayoría de las escrituras de nuestro planeta. Los griegos sabían
que es un invento fenicio. Pero esta escritura es un producto secun
dario : transforma las ideas fundamentales de los jeroglíficos, de la
escritura cuneiforme y de otros sistemas en un puro alfabeto de conso
nantes ; particularmente, los jeroglíficos habían progresado mucho en
esta dirección. La escritura fenicia, por lo demás, no está sola. Testi
monios de otros sistemas de escritura del mismo principio han sido
descubiertos por nuevas excavaciones, en Siria y en la península del
Sinaí. Pero el alfabeto fenicio se impuso.
Las escrituras de la alta cultura egipcia y sumeria son creación—y
al principio también misterio—de los sacerdotes, y luego se convirtie
ron en medio de administración pública. Pero la escritura fenicia sirve
desde el principio, en primer lugar, al comercio. Con el principio de
236 M1CENAS
la pura escritura con letras se libera de los vínculos con una lengua
determinada y se puede usar por políglotas, idea que sólo puede sur
gir en la zona de mezcla de lenguas y culturas y en la cabeza del
pueblo intermediario típico.
A comienzos del siglo ix tomaron los griegos el alfabeto fenicio
con un suplemento que parece sin importancia, pero que es esencial.
Utilizando los caracteres de las guturales semíticas, que no existían
en su lengua, añadieron a las consonantes las vocales, y mediante esto
crearon una escritura que reproduce sin abstracción el sonido sensible
de la lengua. Esto es como un símbolo de la libertad con la que el
espíritu griego se mueve en el mundo mezclado y desgastado del
Mediterráneo, de la íntima libertad con que toma y de la fuerza
creadora con que se expresa en aquello que ha tomado.
MICENAS
—pues el Norte fue ocupado antes de la irrupción ilina por tribus he
lénicas—hasta el sur del Peloponeso, La población anterior fue por to
das partes sometida o incorporada; en algunos casos se puede recono
cer este proceso histórico en la estructura social de los pueblos, en la
presencia de un estrato de sometidos o periecos de derechos restringi
dos. M uy pronto se presenta el país de Argos como centro del mundo
micénico. A llí estaban instalados los “dáñaos”. A llí surge, desde ei
siglo xvn, sobre una montaña de roca no muy alta, a una cierta dis
tancia del mar, el orgulloso castillo de Micenas, y, no lejos de allí,
Tirinto, que más tarde siempre fue construido con mayor esplendor.
Los príncipes de los dáñaos aparecen en la época como jefes de todos
los aqueos, y el “imperio” de Atreo es para la leyenda una realidad.
Si lo fué en la realidad de la historia, no se puede comprobar, y hasta
es dudoso. Pero allí tuvo su asiento un fuerte poder regio, e incluso
un dominio político sobre amplias zonas del Peloponeso, con mayor
amplitud, que la conocía por propia experiencia la Grecia políticamen
te dividida en pequeños estados de la época homérica.
Ya el gran culto mortuorio de las grandes tumbas micénicas y los
ricos tesoros, que a las generaciones posteriores les hicieron considerar
las tumbas como cámaras de tesoro, serían suficiente para probarlo.
Obras del arte cretense más avanzado adornaban los castillos y las
tumbas de los reyes aqueos. La vida sublime, belicosa, que ha sido
conservada en la leyenda, y que en los más profundos estratos de la
epopeya homérica nos es recordada en muchos rasgos, fué allí, en la
Argólide, realidad histórica desde el siglo xvn hasta el xiv.
El segundo centro del mundo micénico está al Norte, en Beocia.
La ciudad fortificada, que más tarde se hundió en el lago Copáis, y
Orcómeno, la capital de los minias, son, a juzgar por sus poderosas
construcciones y por la grandeza de las tumbas, rivales de los castillos
aqueos del Sur; la riqueza de Orcómeno, para Homero, sigue inme
diatamente a la de Tebas, de Egipto (litada, IX, 381). Los más mis
teriosos, mudos hasta para la leyenda, son los castillos y tumbas de
cúpula de los territorios jónicos, en el centro de Grecia. Allí, sobre
todo en Eubea y en Atica, estuvo el tercer centro del mundo primitivo
griego. Desde el alto castillo regio de la Acrópolis, cuyas murallas “de
ESTRUCTURA DE LOS TRIMEROS ESTADOS GRIEGOS 239
jiLleve puertas” todavía se pueden ver, quizá todo el Atica, este país,
c! más estable entre los de Grecia, ya entonces fué unificada y domi
nada, según permite concluir la falta de nombres de tribu.
Pero este relieve esquemático de los países micénicos no podemos
con nuestros medios traducirlo en modo alguno en conexiones causa
les histéricas. No conocemos siquiera la relación política que existía
entre los castillos antaño vecinos, por ejemplo, la que había entre M i-
cenas y Tirinto. Sólo el sistema de vías que sale de la puerta de los
leones permite suponer que las dos ciudades, alejadas entre sí quince
kilómetros, no eran las capitales de dos señoríos, sino las dos residen
cias de un rey. Pero ¿cómo se relacionan con Micenas los otros casti
llos del Peloponeso, por ejemplo, Am idas, donde domina Menelao o
Pilos, donde es rey Néstor? ¿Son sus señores, como Homero preten
de, príncipes autónomos, que prestan un servicio voluntario de mes
nada a la supremacía del rey Agamenón; son vasallos, son magnates
de un imperio? Igualmente problemática es la relación de Orcómeno
con Tebas y las otras ciudades de la zona eólica. Los estados griegos
primitivos eran, según toda verosimilitud, no menores y más rudi
mentarios, sino, por el contrario, mayores y más firmes que los de la
Edad M edia griega. Pero para conseguir una idea de su estructura
política tendríamos que conocer los acontecimientos históricos en que
se han formado y han existido, mas estos mismos son desconocidos.
No sabemos nada de las luchas en las que, por ejemplo, Micenas u
Orcómeno ascendieron a su papel predominante; nada sobre los des
plazamientos de poder que ocurrieron durante los siglos micénicos en
tre los centros de supremacía.
Sobresalen poquísimos acontecimientos en esta época, si bien fue
ran ellos decisivos y llenos de contenido como pocos; de ello es prenda
el estilo de los castillos de refugio, el espíritu guerrero de los héroes
acostumbrados al carro de guerra y el sentido de la gloria postuma
que nos habla desde las tumbas. Pero todos estos hechos han sido
Analmente hilados y entretejidos por la leyenda, y con ello se han per
dido para la historia en un sentido plenamente positivo. La leyenda
de la expedición de los siete contra Tebas permite ver, como a través
ae un espeso velo, una gran empresa de los reyes de Argos, que per-
240 M1CENAS
ootencias, más bien seres que existen que fuerzas que actúan; dioses
no llegah a ser, y tanto menos cuanto los dioses se separan y configu
ran con mayor claridad. De manera notable circula en ellos el aliento
de la vida de la naturaleza; no están liberados de ser perecederos, sino
coordinados con la transitoriedad como la ola, que en ella es eterna.
Pero, además, hay desde antiguo en la tierra y la fe de Grecia, nacido
de la misma fuente y metafisicamente de la misma estructura, seres
más oscuros, más poderosos, más crueles: espíritus vengativos que
tienen sed de sangre, oráculos que surgen como vapores de la pro
fundidad de la tierra, lugares y razas que están malditos por siempre.
Cuanto más firmemente echan raíces en el país meridional los
pueblos llegados del Norte, primero con puros castillos dominadores,
después con la formación de señoríos en que se incorpora la pobla
ción anterior, finalmente, mezclándose con la sangre extranjera; y
cuanto más adentro penetran en Anatolia, donde eran más frecuentes
ios oráculos, más obligatorio el patriarcado y más próximo el poder de
ía Gran Diosa, tanto más profundamente absorben en sí el mito ex
traño, y éste se volvió, aunque no era griego ni, en el sentido griego,
tampoco divino, matriz de los dioses griegos. N i siquiera Zeus se
mantuvo cual era. Ya no vivía en el cielo, que está en todas partes y
avanza con los emigrantes, sino que se volvió sedentario con los se
dentarios : las altas montañas se convirtieron en su sede, o donde se
unió más íntimamente a la tierra, hasta las cavernas y grutas. En al
gunos lugares se impuso la ciencia de que todo muere y todo renacerá
de la muerte, incluso sobre él mismo. La figura de animal, la que po
demos imaginar más ajenas al antiguo dios celeste, ya no le fué del
todo extraña, y en Creta entró a estar en las proximidades de Minos,
con tumba, laberinto, víctimas humanas y todo lo que a éste corres
ponde.
Para Zeus esta transformación siguió siendo, en conjunto, mesen-
cial, afecta sólo a algunas de sus peculiaridades locales, como dote de
ios antiguos lugares de culto de que se apoderan. Pero los otros dioses,
cuya esencia primitiva no conocemos, se llenan más fuertemente con
rasgos del espíritu mediterráneo. Muchos de ellos parecen ser casi di
vinidades de este mito de fe ctónica y matriarcal, que sólo ha conce-
244 M1CENAS
te en juego en luchas con sus iguales, mientras que los seres más co
munes y frecuentes perduran en paz a través de todas las tormentas..
Pero entonces penetran las nuevas catervas de las tribus griegas
del Noroeste, pueblo aún sin gastar y no tocado por influencias medi
terráneas, se instalan sobre las tribus aqueas o las rechazan a las mon
tañas o más allá del mar, y traen consigo una nueva fase, también
en la lucha de los mitos. No inmediatamente, pues recibieron los san
tuarios y cultos de la época micénica. Pero después que se concentro
en paz y tomó forma una nueva Grecia más pura, se manifiesta victo
rioso su espíritu también en los dioses. La gran conexión, que alcanza
a toda la mitad oriental del Mediterráneo y hasta muy adentro de
Asia Menor, a la que pertenece la llamada migración doria, ya la
hemos citado en el primer capítulo. A llí hablábamos también de sus
diversas corrientes, que no se señalan por cierto inmediatamente en
la tradición histórica (pues tal cosa no existe para los acontecimientos
del siglo XII en Europa), pero sí mediatamente en los sucesos, o sea,
en la nueva organización de tribus y territorios, tanto como en el di
verso estilo de las migraciones, que, en parte, son filtraciones y pene
tración progresiva; en parte, ataque cerrado y en amplio territorio.
Por mucho que negaran muchos de los griegos su procedencia de
lejos, convencidos de su autoctonía, tanto más claramente se mantenía
en los antiguos nombres de territorio conservados, en las combinacio
nes legendarias de época ulterior (como la leyenda del regreso de los
Heraclidas) y en tradiciones históricas, la conciencia de que dentro del
mundo griego debían haber ocurrido desplazamientos notables, cuyo
resultado era la distribución de tribus en la época histórica. Los he
chos confirman este juicio. En las migraciones del siglo xn se formó
el relieve del mapa de Grecia, Grecia y el helenismo, sobre las ruinas
de la cultura micénica que se viene abajo, y en aspectos esenciales, en
antítesis al mundo micénico. Especialmente, se forma ahora, en lugar
de los estados micénicos, relativamente grandes y concentrados, el
mosaico de los pequeños territorios griegos.
Eso es la fiel copia del país helénico, esta “organización la más
variada y vivaz que conoce la superficie de la tierra” (Eduard M eyer);
pero es igualmente la copia de estas mismas tribus nuevas, cuya es-
MOSAICO DE LOS PAISES GRIEGOS 247
.»stán contra uno. Allí, por primera vez, en la situación del señorío,
se forma el nivel en que son posibles los sucesos épicos; pues el se
ñorío engendra no sólo un arriba y un abajo, sino, ante todo, un
estar juntos los “pares”, el cual procede con altas pretensiones según
determinadas reglas de juego, y por eso está cargado con las más
fuertes tensiones. El pueblo vive, pero nada acaece en él. M as la
vida de los señores es como un duelo elegante en la escena pública:
muy complicado, pero para el entendido simplicísimo y lleno de de
cisión en cada vuelta. Sólo en este círculo de los aristócratas y pares
hay enemistad en las formas caballerescas, intrigas implacables den
tro del marco del fair play, corazones y manos abiertas en la más
atenta guardia, astucia sin baja mentira. La lucha es la acción por
excelencia; es don innato y arte ejercitada. Botín y mujeres son lo
que se juega y el premio de la victoria; un nombre glorioso, el ob-
jetivo sumo.
¿Cómo no habían de jugar en esto también los dioses? Una sim
ple ojeada asegura que tan pronto atacan ellos como se mantienen a
la espera, favorecen o persiguen. Pero no lo hacen como fuerzas
oscuras, sino como caracteres claros y muy decididos, es verdad que
en general invisibles para ojos humanos, pero fáciles de reconocer
en el estilo de sus hazañas. También para ellos y hasta entre ellos
parece haber reglas de juego en la lucha violenta y un altivo ethos,
sólo que todo resulta un poco más fácil y libre que para los nobles
señores de Mileto, Calcis o M égara: la conquista o los celos, la
enemistad como la venganza o el engano.
Así, el mismo proceso poético que ha creado del pasado heroico
y del presente caballeresco, de la leyenda, el recuerdo y la existencia
vigilante, la canción heroica, hizo también época en la historia de los
mitos. Y el mismo poeta ciego cuyo nombre llevan las grandes epo
peyas les ha creado a los griegos sus dioses. Realmente a los griegos,
pues del mundo claro, espiritual y ligero de Jonia surge Homero, y
la lengua jónica por él conformada y el mundo divino por él pensa
do, para todas las naciones griegas, incluso para la metrópoli, más
seria y más firmemente arraigada al suelo. Allí, desde luego, se les
añade a los dioses homéricos mucho de los severos colores de la patria,
254 HOMERO
Dos poetas, según juzga Heródoto, les han creado a los griegos
sus dioses. Data a ambos “por así decirlo, ayer y anteayer”, es decir,
no más de cuatrocientos años antes de su tiempo. Los dioses mismos
junto con sus nombres que provienen de Egipto, los han recibido
ios griegos, según él piensa, de los pelasgos, o sea de la población
prehelénica de Grecia. Pero por primera vez Hesíodo y Homero “les
han hecho a los griegos su teogonia, han dado a los dioses sus sobre
nombres, les han atribuido los oficios y artes y han terminado su
figura” (Hist. II, 53).
Hesíodo está en este aspecto a igual altura que Homero, lo mis
mo que una leyenda griega, consciente de la profunda rivalidad de
ambos, informa de la disputa de los dos poetas. Si la observación
de que entonces por primera vez les fué atribuida a los dioses su
figura y su característica espiritual parece recordar mejor a Homero,
la idea de la teogonia apunta unívocamente a Hesíodo, pues ella es
muy ajena a Homero, pero el pensamiento de Hesíodo está comple
tamente dominado por ella.
Hesíodo puede situarse como persona histórica alrededor de 700.
Este hijo de un labrador beocio es el primero que pone su nombre al
comienzo de su poema. Él, que dice de sí que las Musas le han re
velado “no mentiras, sino la verdad”, y sus sucesores, que han ido
hilando poéticamente la historia de los héroes, los árboles genealó
gicos de las estirpes y el origen de las tribus, son, a pesar de que en
la forma están todavía dentro de la tradición homérica, los precur
sores de la investigación histórica erudita, y quieren ser tales. En
ellos, y en Hesíodo mismo, ya no se sigue poetizando la leyenda
heroica a partir del sentido heroico del presente, sino que se saca
de la poesía y de la religión popular vieja sabiduría, se piensa y hasta
se sutiliza, se enseña y hasta se sistematiza. Según su profundo con
tenido esta sabiduría no es ciencia, sino que Hesíodo señala una
262 DIONISO Y DEMETER
Habrá que reconocer que Gracia fue alcanzada por el culto in
vasor de Dióniso en un estrato de su propio ser y que, por lo tanto,
no sufrió nada extraño, sino que se abrió más profundamente a sí
misma según recibió al dios tracto. El gusto por la crueldad, el pla
cer de la locura, la tendencia a desgarrarse a sí mismo y la pasión
por la muerte, están tan profundamente arraigados en el ser griego
como la voluntad de medida y el gusto por la imagen. Sólo habría
que añadir que a pesar de todo se trataba en ello del auténtico en
cuentro con un extraño. Sólo por la fuerza arrebatadora de esta in
fluencia extraña se alarmó tanto la intimidad del espíritu griego,
que acogió en sí misma la dualidad de los dos dioses: la cósmica
oposición de lo apolíneo y lo dionisíaco, y la conformó en sí misma.
Las capas profundas del alma que Dióniso representa están al cabo
presentes en muchos pueblos, quizá en todos, es decir, en el hombre
en absoluto. Pero en modo alguno son en todas partes productivas.
Como auténtico encuentro, se señala el proceso histórico en el que
el dios tracio se vuelve griego por el hecho mismo de que procede
en varios empujes y oleadas, con pausas de igualamiento y elabora
ción; así es como se perfeccionan en la historia todos los encuen
tros que en uno de sus elementos producen efecto profundo.
Después que Dióniso, muy pronto, quizá ya en la época de las
grandes migraciones, llegó a los griegos, vino una segunda oleada
de su culto en la época homérica, y, después, de modo subterráneo,
y ésta sólo dio al dios en la vida griega la potencia de que la epo
peya no permite todavía adivinar nada. En las almas y pensamientos
del pueblo bajo y labrador halló el ser dionisíaco eco y consecuen
cias. A llí se convirtió a temporadas en movimiento religioso, incluso
en epidemia. Esta situación sociológica se conserva hasta la época de
la tiranía, y aún después; los tiranos del siglo vi han hecho una po
lítica religiosa en el sentido de que favorecieron el culto de Dióniso
como un medio en la lucha contra la aristocracia y con el fin de
buscar el apoyo de los campesinos. Pero no hay que preguntarle nun
ca demasiado a la sociología; el punto de vista de ésta es parcial, en
primer lugar, cuando se trata de cosas m uy grandes. Y lo mismo
que la epopeya surgió del espíritu caballeresco y en círculos caballe-
HELENIZACION DE DIONISO
269
se extendió más allá del mundo aristocrático y se volvió
téseos, pero s ^ clónico, así Dióniso, aunque fuera al prin-
k.ien C° r UVirador se convirtió en potencia, se podría decir en
apio un ios ^ ¿ e k manera más profunda todo el ser grie-
sustancia q . en dios como la forma de su culto, ha sido
g0 l anto 5 pkstica espíritu gnego; de salvaje
contoim a . p general, resultan al cabo fiestas ordenadas por
explosión ie s u ta ^ cu^ 5 . ^ . ^ y destructora resulta la imagen de la
el estado, e comprensible basta para las artes plásticas.
& n ” s,· p V e ,
V » >>
^ ., . ·, i j finniro gracias a la unión extática con el dios,
dionisiaca: V1S1°^ ¿ e k locura. Esto es en realidad un modo de
videncia por » diverso ¿on de videncia de Apolo, que
C A* la ’distancia, claridad y fuerza formal; y también muy
proviene Hcac;ón de la voluntad de los dioses, basada en el
ÍVCJ 0 f lo c ó n o s exteriores, tal cual ocurre en la epopeya. Y
Tsto ocurte de manera absoluta: por fuertemente que fuera heleni-
L 0 Dióniso, introducido no una, sino dos veces en la esencia gne-
T nervive en él un principio extraño, resistencia, peligro-resisten
cia desde luego, que surge dentro de o griego y peligro que es
’ . ,, Pri mUChos lugares se celebraban tiestas nocturnas en
l í L e el dios y su culto mantenían su vieja violencia, en las que
las bacantes desgarraban serpientes y en las que caían victimas hu-
Suniversal,1 tenso
V entre pl delirio V
y la figura,
, ,
f > conscientemen-
e incluso .·
r’1 ·
te elV paso a U
la trageoid.
t-racredia Y existe en adelante entre los dioses griegos
270 D IO N ISO Y DEMETER
coa el orfismo. Las sectas órficas no son por cierto las únicas en atraer
se creyentes, y aparte de Dióniso, a quien honran como sumo dios,
hav otras divinidades, la mayoría de origen extranjero, cuyos cultos
extáticos y secretos desarrollan su ser en Grecia. Pero el orfismo su
pera a todas en impulso, en influjo sobre la vida griega del siglo vi
y, en consecuencia, en las zonas más elevadas del espíritu, a saber:
la poesía y la filosofía. Se afirma en casi todos los territorios de Gre
cia, sobre todo en Atica y, donde menos, en la zona espartana, don
de el estado ya había llegado a ser forma firme de la vida.
Dióniso, ya helenizado, en el orfismo es de nuevo sacado de sus
fuentes tracias. Se confunde con el dios de los infiernos, Zagreo,. el
gran cazador, que devora a todas las almas; la leyenda de que los
titanes lo descuartizaron y de que ha renacido en el “nuevo Dióniso”
como hijo de Zeus y de Sémele, es decir, aquel Dioniso que Nietzs-
che con voluntad de blasfemia representó contra el Crucificado, apa
rece por primera vez en el mito órfico. Este Dióniso renovado en sus
orígenes, y a la vez completamente empapado de especulaciones, se
convierte en la sustancia de la teología órfica. Pues la influencia del
orfismo sobre la vida griega del siglo vi descansa, en parte, en que
forma una doctrina profetica que ya no era un mito que se desarro
llara libremente, y que todavía no era filosofía, sino teología, en el
sentido en que Hesíodo la había iniciado, si bien mucho más popular
y mucho más fuertemente realzada en la pasión del pensamiento es
peculativo. Pero Dióniso es el alfa y omega de esta teología órfica.
Está al principio como potencia que todo lo forma y vivifica, como
Piianes”, como el primogénito del Caos, el Eter y el Tiempo. Está
en el centro; pues según Zeus llegó a ser rey de los dioses, devoró
con ayuda de la noche a Phanes-Dióniso, y así se unió esencialmente
al Unico. Y está, al fin; pues es como Dióniso-Zagreo, el mayor de
J°s hijos de Zeus, nacido de Deméter, y ya de niño destinado para
re7 del mundo. Cuando los titanes lo desgarraron y devoraron re
pació de Sémele, y las cenizas de los titanes que Zeus esparció a
tas vientos llevaron la chispa dionisíaca a todos los seres, incluso a
tas hombres. La teología órfica se dirige por completo a la omnipo-
tencia y paternidad de Zeus, pero lo transforma en lo dionisíaco y
18
274 L A E PO C A DEL PROFET1SM O
i.
292 LAS CULTURAS DEL PRIMER MILENIO
ellas; lo que hace a su individualidad tan poca mella como a las dos
culturas del tercer milenio su contemporáneo ingreso en la historia
superior.
Es una diferencia fundamental que en una cultura se proyecte
un sistema de mando y una orientación duradera, o que los ordena
mientos que pasan a ser obligatorios sean fundados en un principio,
derivados de un pensamiento, legitimados por un valor absoluto.
Para salir al paso de una posible objeción, no se trata en esto, en
manera alguna, de una cuestión racional, y las expresiones “fundar,
derivar, pensamiento, valor”, no deben decir ya que acaezca con ello
algo esencialmente nuevo, que un ordenamiento válido sea asegura
do para la inteligencia por una filosofía sobreañadida. La fundamen-
tación, derivación y legitimación, pertenecen más bien a la esencia
espiritual de estas culturas, es una cuestión existencial, y esto es lo
nuevo.
Un sistema de mando como el del estado egipcio, la religión y
el arte egipcios, es vigente de modo incuestionable y obliga de ma
nera inflexible; aquél duró más que ha durado ninguna cultura
sobre la tierra, y los milenios que se deslizan sobre él como si no
fueran nada son en realidad una especie de demostración de la jus-
teza de la decisión que en aquél se tomó. Pues una decisión de qué
es el valor, qué lo santo, qué la vida y qué la muerte, se tomó en él.
Pero esta decisión es inconsciente en un sentido muy determinado
de la palabra; a saber: no es subjetiva, sino objetivamente determi
nada en el sistema de gobierno concreto del país, del imperio, de sus
construcciones, de sus ordenamientos de vida. No hay ninguna ins
tancia en contra. Las viejas culturas conocen bárbaros que las amena
zan desde fuera; frente a éstos forman ellas conciencia de sí mismas.
Pero no conocen peligros y revoluciones interiores ni crítica o com
probación de su justeza, ni afirmación (o negación) de sí mismas por
una decisión consciente de los hombres que en ellas están ligados.
Justamente esto lo conocen las culturas de nuevo estilo que han sur
gido en el primer milenio a. C. en los más diversos lugares de la
tierra. No sólo lo conocen, sino que lo aceptan como un elemento
constitutivo en su estructura. A l mismo tiempo entregan su conte-
LOS PROFETAS 293
Ahora se tornan posibles las cosas de las que decíamos que son
estructuralmente comunes a las culturas del primer m ilenio: una
instancia ante la que son juzgadas las decisiones de la cultura, un
valor en que son justificadas, un pensamiento del que se derivan.
Lo que—visto desde el hombre (y aun desde el profeta)—se presen
ta como un recurso al sí y al no del alma individual se plantea visto
objetivamente como modificación de toda estructura de la cultura,
como aparición de una nueva dimensión esencial en ésta, a saber,
como relación a valores absolutos y a principios últimos ante los
cuales ha de ser situada toda norma si quiere ser válida, pero también
toda duda en cuanto aspira a ser escuchada. Se pueden caracterizar
tales culturas de nuevo estilo ya no como “sistemas de guía” ; esto
ya no tocaría su esencia. Su sentido no es establecer simplemente
caminos que la vida después recorra mil veces, ni simplemente expo
ner orientaciones por las que se guíe sin preocupación. En su inicio
ya no está un hecho de fundación formal que se manifiesta durante
milenios permanente. Sino que a su comienzo está—perdónese para
una cosa complicada una imagen complicada—en primer lugar la
conciencia de que la existencia es un enigma para el que el hombre
ha de encontrar solución, después además una palabra que contiene
una posible solución de este enigma. Y esta palabra es tan determi
nada que todos los pensamientos, todas las fuerzas de la voluntad,
y, además, toda duda, son por ella orientados en una determinada
dirección, y en esto consiste la unidad de una cultura que siempre
da nuevos esfuerzos en pro de esta misma solución del enigma, pero
a la vez, incluso al espíritu más libre, ninguna evasión de ella misma.
Por otro lado, aquella palabra y la solución del enigma que ella da,
es tan inagotable como la existencia misma, de manera que toda
una cultura con todas sus fuerzas creadoras es apenas suficiente para
pensarla y vivirla del todo. No encadena al espíritu, pero tampoco
le da el tranquilo dominio que es posible en una tradición ligada,
uo le da la felicidad egipcia; sino que pone nerviosos a los espíritus
al introducirse en ellos prometiendo una solución pero siendo a su
vez un enigma.
Culturas de este nuevo estilo no proyectan un sistema objetivo
296 ED1P0 Y LA ESFINGE
EDIPO Y LA ESFINGE
también por lo demás entre las dos culturas asiáticas- Para el espí
ritu indio el hombre no es la medida de las cosas, sino que es medi
do por su parte con medidas que no son proporcionadas a él, por
ejemplo, el todo; por ejemplo, la nada; y la grandiosidad de las
creaciones indias, y no sólo de las filosóficas, consiste en esta super-
humanidad y extrahumanidad de sus medidas. El objetivo: la libe
ración de los límites de la humanidad, está en el espíritu indio apro
ximadamente allí donde en el griego está la medida humana. Na
turalmente, que la solución del enigma de otra manera se encuentra
en todas las creaciones culturales, pues éstas son, en conjunto com
prendidas en aquélla y son continuos esfuerzos nuevos por lograrla.
La filosofía india (si se la puede llamar con esta palabra griega) es
no sólo en su contenido, sino en su intención, algo diferente de lo
que entre los griegos se preparó en el siglo vi y se desarrolló en el v
y iv. Tal filosofía no se representa al mundo en el pensamiento y no
confirma la existencia del hombre en el mundo, sino que hace que
el yo se haga consciente de su unidad con el brahmán. No es teoría
según el ideal del dios que mira y piensa, sino supresión de la ilu
soria dualidad de alma y mundo. Y mientras que en el arte griego
el dios aparece humano y el hombre aparece divino en su belleza,
para el arte indio el hombre es dios, y este arte está, como dice Hein-
rich Zimmer, creado para que lo sepa y no necesite más del arte.
“Cuando se guía mediante decretos y se ordena mediante penas,
el pueblo cede y no tiene conciencia. Cuando se guía mediante la
fuerza del ser y se ordena mediante la costumbre, el pueblo tiene
conciencia y alcanza el bien”. Esta sentencia de las conversaciones
de Confucio (II, 3), la ponemos aquí para hacer sonar desde muy le
jos la solución que ha elegido el espíritu chino y que ha mantenido
a través de muchos cambios y antítesis (pues también la escuela ju
rídica maquiavélica de los Yakia, pertenece a la cultura china e in
fluye durante siglos de la manera más fuerte). La humanidad (Yen)
es la medida pero es constantemente medida por el valor cósmico del
bien y del orden. Es más bien escuchar y recibir que tener actividad
y crear, y, por consiguiente, sólo alcanza efecto cuando se guarda
la “gran regla” de que habla el Libro de las Ordenaciones, a saber,
INDIA Y CHINA 303
LOS DIOSES
POLIS Y POLITICA
de los carros de guerra, como falange severa, cerrada, con armas pe
sadas, a pie, y se convierte para siglos en invencible. Y lo que es
más: se subordina con cuerpo y alma a la organización permanente
que hace posible movilizar esta falange en cada momento inmediata
mente de la alarma. No sabemos si existió un Licurgo. Si no exis
tió, es la ficción más adecuada que se puede imaginar, pues allí se
crea la imagen compuesta de hombres que, si puede haber surgido
por partes y acuciada por la necesidad, actúa como un único golpe
creador, una forma de vida total, con todas las renuncias necesarias,
por ejemplo, a la familia, a la ganancia, a la ilustración, con todas
las virtudes necesarias, con moral y lenguaje propios. Esto es incluso
más que una obra de arte, es un c o s m o s : con esta suprema palabra
que hay para cosas perfectamente formadas, fue ya nombrada Espar
ta entre los griegos. Pero sólo Platón ha podido imaginar este cos
mos como forma autárquica. En realidad, tal cosm os surge de la
conexión causal de la historia política y actúa sobre ella como energía
característica. Una política muy despierta y a largos plazos, que apo
ya todas las aristocracias, combate a todos los tiranos, hace difícil la
vida a todas las democracias, está coordinada con el; una política
que construye con aliados más débiles un sistema hegemónico para
ser, apoyada en ellos, la vanguardia de todos los griegos.
El paralelo más perfecto es Atenas, que por caminos completa
mente diversos se orienta hacia una forma completamente distinta,
pero la alcanza con igual perfección. El synoik ism os, que en Grecia
nunca sirve a la necesidad de protección, sino que siempre significa
la concentración en el centro de las fuerzas políticas, hace a Atenas,
muy pronto, el centro dominador de todo el territorio ático, que
desde la época micénica es una unidad. La gradual desaparición de
la monarquía, el paso de la responsabilidad política al círculo de la
nobleza, la creación de cargos por tiempo limitado, que son ocupa
dos por las familias nobles: es un proceso completamente típico que
de Oriente a Occidente recorre todo el mundo griego con excepción
de Esparta; en Atenas, ya está cerrado a comienzos del siglo vil.
También aparecen en todas partes legisladores, hombres escogidos o
322 POLIS Y POLITICA
sin afanes, disposición para la guerra sin vejaciones; todos estos feli
ces y hermosos puntos medios, que Tucídides celebra en su famoso
discurso de Pendes como de la democracia ateniense en su pleno
desarrollo, ya se buscan intencionadamente en la legislación de So
lón. A llí surge un n om os ciertamente de la firmeza del espacio ático,
pero, ante todo, de las tensiones de la historia política; pues, es So
lón el que renueva la lucha contra Mégara y gana para Atenas, Sa-
lamina. Una humanidad infinitamente dotada se cristaliza cada vez
más como polis, como la más humana que hubo nunca, no según
la ley de la educación doria, sino según la ley de la medida ática.
Entre el cosm os espartano y el n om os ateniense, varían en formas
muy distintas los estados helénicos, cada uno cristal de estructura
propia, cada uno absorbido en sus luchas con los vecinos, alianzas y
celos, cada uno salpicado, durante toda su vida, por el medio político
en que se levanta. También los tiranos del siglo vil y vi pertenecen
a este doble proceso de la formación de polis, interiormente porque
su dominio hace época en la lucha entre nobleza y pueblo, exterior-
mente, porque mezclan sus estados, muchas veces con fuerza acre
cida, en la acción política. Desde 550 se crea, del incansable juego
de fuerza de un cuarto de siglo, en la relación de tensión entre los
estados griegos, un inestable equilibrio. La Atenas de Pi sistrato es
aliada de los dominadores de Tesalia, amiga de Argos, en buenas re
laciones con los reyes de Macedonia y con Corinto; preparando ya
su ulterior espacio de gran potencia, se expande hacia el Quersoneso,
el Helesponto, las Cicladas. En Samos, domina Polícrates, modelo
de los tiranos jonios, señor de todo el mar como pirata. Esparta acaba
de terminar victoriosamente la lucha por la costa de Kynuria, y to
dos los estados del Peloponeso, excepto Argos, están bajo su hege
monía, todas las aristocracias simpatizan con aquella, todos los dé
biles y amenazados buscan su protección. Impulsada por los reyes,
frenada por los éforos, la voluntad espartana lleva su terca y pru
dente política hacia Grecia Central y se convierte en protectora del
equilibrio panhelénico de fuerzas en que le corresponde el papel de
jefe como potencia militar más fuerte. Esta situación de potencias
está llena de tensiones que en cada momento pueden descargar, es
324 POLIS Y POLITICA
tona ante los dioses y los hombres. Pero una decisión contra el im
perio persa y sus intenciones no lo era, en modo alguno. No signifi
caba mucho más que lograr una tregua para respirar. Sólo la guerra,
preparada con grandiosa seriedad por Jerjes, dio a la cosa la consis
tencia de la prueba de fuerzas y el peso de una decisión en la histo
ria universal.
Los griegos lo supieron con toda la claridad de su espíritu y de
su instinto: el imperio de los persas es la “servidumbre”, es anti-Eu-
ropa, no es válido si es válida la medida del hombre. “Saber” signi
fica, en este caso, evidentemente más que saber, es decir, significa
la voluntad y, ante todo, la fuerza de imponer aquella cosa que debe
aparecer ante los ojos de los hombres como la más débil, pero ante
los ojos de los dioses como la mejor, también como la mejor ante
los hombres. En la historia universal, dice Hegel, no es el valor
formal, sino el de la causa, el que ha de decidir sobre la gloria; la
gloria de Maratón, las Termopilas, Salamina y Platea, no está en el
amor a la patria que allí se acreditó, sino “en la elevada causa que
fue salvada”.
No puede decirse apenas palabra mayor sobre el heroísmo de los
griegos. Sólo podría imaginarse una única palabra de esta clase, pero
podemos indicarla sólo como pregunta, porque de otro modo podría
sonar como el empequeñecimiento de una gran acción. ¿La colabo
ración de los estados griegos, ante la que fracasa el ataque de los
persas, no es como una casualidad, como una ocurrencia repentina y
un momento luminoso, pero, en todo caso, como un intermedio sin
gular entre las continuas luchas, como una improvisación, sin prece
dentes ni consecuencias? En los años anteriores a 490 se desarrollan
duras luchas, por ejemplo, la guerra en la que Argos es derrotado
por Esparta. Entre Maratón y Salamina hace Atenas, aliada con Co-
rinto, una guerra de varios años, sin éxito, contra Egina, el viejo
enemigo de ambas ciudades, por no hablar de otros muchos con
flictos. Cuando en el otoño de 481 el Congreso en el Istmo obligó
con juramento a todos los estados griegos a una lucha común y dejó
a un lado toda lucha mientras durase el peligro, eran ya cinco minu
tos antes de la hora. Con aquellos estados, que encontraría sin de
326 POLIS Y POLITICA
primera y su última palabra. Por eso sería tan falso romanzar u os
curecer el pensamiento del origen dionisíaco de la tragedia. En opo
sición a un clasicismo excesivo, fue saludable acordarse de Diómso
y de todo lo que él trae de torbellino, muerte, dolor y placer desbor
dado, de las profundidades del dolor y todo el caos de impulsos que
el alma griega lleva en sí. Pero igualmente necesario, y hoy quizá más
necesario, es poner el acento en otra parte. La irrupción del culto dio
nisíaco, este “peligrosísimo momento55 en la historia de Grecia, y po
demos también decir ya ahora que en la de Europa, no sólo se volvió
creador en la obra dionisíaca de arte de la tragedia, sino que precisa
mente con ella fué superado. El hecho de la tragedia es también una
victoria sobre las potencias de Asia, lo mismo que Salamina y Platea.
Del mismo culto del dios, que parecía señalar el fin de lo griego an
tiguo, surge la obra de arte maravillosa de la tragedia ática, y con ella
la nueva forma de los dioses olímpicos. “Del mundo del profundo, el
creador de la tragedia ha devuelto a los griegos su Zeus’5 (Báumler,
M ito d e O riente y O ccid en te, pág. LXXXV y ss.).
La tragedia es en realidad un arte político no sólo porque aparezcan
en sus versos por todas partes alusiones contemporáneas, indicaciones
a amistades y enemistades del momento, incitaciones a hazañas futu
ras. Es política porque surge de la misma hora y, podría decirse, de
la misma decisión que la misma polis. Por ello es, a lo largo de todo su
ciclo, el órgano de la polis, su reflejo en el mundo del espíritu, e in
cluso su misma realidad sublimada. Cuando Platón, que está ya des
viado de la polis y por eso duda del valor de la tragedia, llama al es
tado la mejor tragedia, la más hermosa y verdadera {Leyes, 817 a/b),
y de ello deriva el derecho a expulsar a los poetas trágicos del estado,
habría que preguntar si no ocurrió precisamente lo contrario mientras
ambas piezas estuvieron en orden: es decir, si no ocurrió en el teatro
el acontecer político en su más alta verdad, y así fué la tragedia la
polis mejor, más hermosa y verdadera, vivida como tal por el pueblo
de la polis real. Lo mismo que la fe en Zeus, en las viejas leyendas
que representa la tragedia, brilla por todas partes la fe en la polis y la
decisión política. La polis es siempre el protagonista oculto. La rigi
dez de sus mandatos, pero también la santidad de sus leyes, el peligro
LOS HEROES 333
gedia una pieza de Europa para defenderla contra los persas, uno de
aquellos valores que se hubieran tornado imposibles si Grecia se hu
biera convertido en una satrapía persa—por cierto, que una satrapía
excelentemente administrada y tratada muy liberalmente—. De ello
es un hermoso símbolo que Esquilo combatiera en Maratón y Sala-
mina, que, según la leyenda, el efebo Sófocles bailara en los coros de
ia victoria y que Eurípides naciera en el día de Salamina.
Tan cerca como esta la tragedia de la polis parece estar lejos de ésta
la filosofía. Si la filosofía pinta su gris de gris—según dice uno que
debía de saberlo propiamente—, una forma de vida se vuelve vieja;
la lechuza de Minerva comienza su vuelo sólo cuando sobreviene el
crepúsculo. Hegel se inclina plenamente a aplicar estas frases también
como filosofía de la historia y a contar la irrupción del pensamiento fi
losófico como uno de los acontecimientos que echaron a perder la polis
o prepararon su corrupción, porque el interés de tal pensamiento no
estaba ya en el estado, sino que transformaba la realidad en idealidad,
la costumbre en interioridad. Por ello encuentra consecuentemente que
Sócrates muriera justamente, o injustamente, sólo en la medida en que
el principio de la corrupción, es decir, la subjetividad, ya entonces se
había convertido en general.
Por explícito que este juicio pueda parecer en la boca de un filó
sofo, en el caso de los griegos no se confirma, sino que en ellos la filo-
fía, aunque hermana muy desigual, está estrechamente enlazada con la
tragedia, y de un modo altamente positivo pertenece al humanismo
griego. El joven Nietzsche, que en relación con los griegos vio una
cantidad asombrosa de novedades, ha dicho aquí la palabra justa al
hablar de la “filosofía en la edad trágica de los griegos”. Halló que los
griegos no dejaron de filosofar en el tiempo oportuno, y por eso al
final cayeron en las pías sutilezas de la teología ; por el contrario, com
prendieron comenzar en tiempo oportuno, es decir, en la felicidad, a
partir de la fogosa serenidad de la virilidad valiente y victoriosa. De
ahí surgen las cabezas filosóficas fuertes, maravillosamente unilaterales,
dignas parejas de los trágicos y con ellas relacionadas por afinidad elec
tiva, de los filósofos de la época preplatónica. De aquí su proximidad
al destino de la polis. “La actividad de los filósofos más antiguos se
336 TRAGEDIA Y FILOSOFIA
tesis del modo de ser dorio y jonio. Para la plástica, sabemos esto;
para la arquitectura, tenemos derecho a suponerlo. Cuando después
Atenas surge en la plena luz de la victoria, también el templo grie
go tiene su época de Pericles. Su figura perfecta no es, como tampoco
la del arte griego, en general, dórica, ni tampoco jónica, sino ambas
cosas; es ática. El Partenón es, como todos los templos importantes
del continente, naturalmente, un edificio dórico, pero no sólo en sus
formas ornamentales, sino también en sus medidas, y en toda su com
posición ha absorbido lo jónico en sí de tal manera que es pura y sim
plemente el templo griego.
Estas interpenetraciones, acordes y síntesis, son posibles porque
la maravilla del templo griego es una, como la de la lengua griega,
o de la fo lis , y sólo aparece múltiple en las características de las
tribus. Pesar más o levantarse más libremente, ser más concentrado o
más organizado en partes, más grave o más libre, más digno o más
alegre: de estos diversos juegos de la existencia es también capaz la
figura humana, que en todos estos muchos es una. El templo grie
go es cuerpo, y así su belleza va representándose en todos los modos
de la vida, y puede ser más fuerte o más esbelto, más ágil o más
magnífico, doncella o varón.
La construcción del templo griego no conoce ningún enlace amor
fo entre las piedras, ningún muro planiforme, ningún apoyo ni em
puje disimulado. De abajo arriba, está compuesto de los diversos si
llares que lo hacen visible; por eso no puede resquebrajarse ni caer
en ruinas, sino, a lo sumo, derrumbarse. La mecánica precisa del
soporte y de la carga en que consiste está garantizada sólo por el
cuidadoso trabajo del cantero en cada una de las piezas, sin la ayuda
de ocultos tensores, sin la magia de bóvedas ni arbotantes, sin enla
ce material. En ninguna parte del mundo cada miembro de la cons
trucción ha sido tan finamente trabajado, pues en ninguna parte
fué tan responsable como allí. Hay solamente un paralelo único: el
arte con que la naturaleza constructora ha formado el cuerpo vivo
con sus claras partes, de las cuales cada una es una obra de arte de
la exactitud.
El paralelo se extiende a más. Según la anatomía del cuerpo, el
CONSTRUCCIONES GRIEGAS 345
con ello ganar incluso en encanto romántico, como ocurre con las
catedrales del medioevo cristiano, no cabe imaginarlo: un cuerpo
está ahí o no está. Nunca antes y nunca jamás después se volvió a
' construir” en este sentido. Todo otro construir en la historia de la
humanidad es hacer torres y dominar masas, voluntad y acción edi
ficatoria, victoria sobre la gravedad o juego con ella. Pero allí, la
arquitectura es como el aliento de Dios. Hace precisamente, no en
cuanto añade piedras, sino en cuanto despierta su naturaleza, casi un
milagro. No expresa su voluntad en piedra, sino que crea el cuer
po del templo.
Por consiguiente, el templo griego no es esencialmente espacio
interno, a diferencia de todas las iglesias del mundo. Dos filas de
columnas interiores, añadidas en forma de nicho al muro de la celia,
un hueco en el lado menor hacia el pórtico, un friso que corre al
rededor, una cubierta de casetones: tales son los medios extremada
mente sobrios con los que en algunos casos está decorado el interior
del templo. Nunca se convierte con ello en seno místico del que
emerja la imagen de culto de la divinidad, nunca se torna crepúscu
lo mágico en que sumergirse. Esto significa, dicho de modo posi
tivo, que la imagen del dios es cuerpo en un espacio claro. No se
desvanece, sino que está cerca. No luce en una misteriosa epifanía,
sino que está allí presente.
Los griegos han conquistado la plástica de la figura humana en
un avance que ocurre en el siglo vn, es decir, contemporáneamente
con el templo de piedra. Hoy conocemos los estadios anteriores: ído
los que sólo se aproximan a la figura humana y la indican sólo me
diante atributos. En el siglo vil, surge la idea de que el mismo cuer
po del hombre puede copiarse tal cual es, vida libre y plena. Al
mismo tiempo, la pintura de vasos abandona el estilo geométrico y
el orientalizante de monstruos mixtos de figura de animal, y pasa
al tema del hombre. El desarrollo es por ambos lados tan lanzado,
y en instructivo sentido, tan teleológico, que se olvidan por com
pleto los siglos que ha costado y las formas previas de que procede.
También la imagen griega del hombre surge de repente como un
milagro, lo mismo que el templo y a la vez que él. A partir del
348 EL CUERPO DEL TEMPLO
noble), sin ninguna otra intención que la de estar delante de los otros
hombres, que son tanto como ellos, y de los dioses, que son su ima
gen realzada. La polis se contempla a sí misma y se hace visible
mente consciente de sí: tal cosa es la plástica. Porque la plástica
representa a los hombres como sustancia de la p o lis, los dos siglos
de la gran época de este arte reflejan toda la historia de la p olis.
Historia del arte en este caso es no cambio de estilos e intenciones
artísticas, sino historia de una humanidad política en su existencia
corpórea. Vemos dominio dorio, magnificencia jónica, la serenidad y
fortuna de la Atenas de Solón, todo expresado inmediatamente, o
más bien, inmediatamente existente en los cuerpos humanos. Vemos
a los señores y damas de la corte de la época de los tiranos, después
al fin de la época arcaica, la última, pero también la más bella flor
de la nobleza griega, los jóvenes a los que Teognis dirigía sus versos,
junto con sus bien criados caballos. Donde se pone en valor el modo
de ser dorio se muestran los hombres como Píndaro los ha exhortado
y descrito: ejercitados en el agón , poderosos como águilas en el
movimiento de la lucha, de belleza heroica cuando sucumben. Los
eginetas de los frontones del templo de Aphaia son la helemdad cual
era en la víspera de la guerra con los persas.
Que la historia de la plástica griega es la historia real del
hombre helénico, la autoconciencia de la polis y con ello la más
griega de todas las artes, se muestra de la manera más grandiosa
en los decenios clásicos. Quizá por eso tiene el siglo v su rango
especial entre todas las épocas clásicas de la historia del arte
de la humanidad, ya que en él ocurrió no sólo una perfección
equilibrada del arte, sino una lucha de dimensiones universales por
la propia existencia, e incluso por más que la propia existencia, y
una victoria seria y digna: por consiguiente, como origen y a la vez
como justificación del gran arte, la gran hazaña. El efebo ateniense
de Critio y el auriga de Delfos, además los discóbolos, lanzadores de
jabalina, corredores y púgiles de la primera mitad del siglo v : esta
es la generación de los hoplitas que rechazaron el ataque de los per
sas. Que los contemplemos no en la gravedad de esta lucha de di
mensiones universales, sino en la gravedad de los juegos olímpicos,
LA PLASTICA COMO HISTORIA DEL HOMBRE GRIEGO 351
sólo los hace más grandes, pues así se transpone su lucha por la pa
tria en sustancial humanidad a partir de su momentánea actuación.
El modelo de todos ellos es Heracles, que según el dicho de Píndaro
fundó la selecta contienda de seis pliegues junto al altar de Pélope;
sus hazañas están representadas en las metopas del templo de Zeus,
en Olimpia. La elevación de la generación de los luchadores contra
los persas hasta lo divino es el Apolo del frontón occidental del
templo de Olimpia, según hace fracasar, con poderoso gesto, el des
vergonzado ataque de los centauros. Cuando después fué conseguida
la victoria contra los persas, los más grandes maestros, Mirón, Poli-
cleto, Fidias, han creado la imagen del hombre que vive libre, se
guro de sí y feliz, pero sin h y b ris, en las alturas de la victoria. Hasta
entrada la guerra del Peloponeso y durante ella se mantiene este
gran arte en todo su vigor. El templo de la Atena Nike, en la Acró
polis está construido durante la guerra, y el relieve de su balaus
trada, esta aérea fila de las diosas de la victoria, fué terminado pocos
años antes de la caída de Atenas.
Como conviene a un arte político, el tema eterno de la escultura
en el templo griego es la lucha: la lucha entre dioses y titanes, en
tre centauros y Lápitas, entre atenienses y amazonas, entre griegos
y persas, entre griegos y griegos. Pero junto a este tema tienen hue
co todos los que suenan en la vida de la p o lis : desde la dureza de la
batalla hasta la dulzura de la paz, desde la tragedia hasta la elegía,
desde el heroísmo del hombre hasta la belleza de la mujer. El Parte-
non es ya en este aspecto, es decir, tomado puramente como tema,
la verdadera suma del arte griego. Los relieves en las metopas mues
tran cuatro fuertes motivos de lucha: el friso que corre alrededor
muestra la comitiva de la juventud ateniense en la fiesta de la Pa-
nateneas; las esculturas de los frontones exhiben el nacimiento de
Palas Atena de la cabeza de Zeus y su disputa con Poseidón por
la propiedad de la tierra de Atica. Nunca ha estado un pueblo tan
completamente seguro del origen divino de su ciudad, de su valor
en la lucha, de su confianza en el destino, pero, ante todo, de sí
mismo, como en *un desfile ante la mirada de sus dioses y de sus
352 EL CUERPO DEL TEMPLO
SURGE UN CONTINENTE
truía bien el estado ya del primer golpe, esto es, de manera que era
capaz de actuar con la mayor firmeza en todas las situaciones imagi
nables. Con la misma conciencia (o, se podría decir, con la incons
ciencia) son creadas en el plazo de medio siglo todas las instituciones
clásicas del estado romano: un sistema de decisiones políticas que
hacía posible una existencia plenamente dentro de la historia univer
sal, e incluso la constituía, en el pleno sentido de la palabra. La mez
cla de Roma, después de una preparación de vanos siglos, prosperó
tanto, sus tensiones tenían tan alta carga, que la novedad se disparó
de una vez, como si precisamente entonces en el siglo v^ hubiese sido
creada por una voluntad consciente o como si desde el principio hu
biera estado ya dada. Pero en modo alguno es ninguna de las dos
cosas. La novedad surgió más bien de una época de fuerte lucha de
clases. Con todo, estas luchas de clases se acreditan, por consiguiente,
de positivas, cual nunca lo fué una situación social de lucha con la
historia universal.
Plenamente a ella corresponde la codificación jurídica de la ley de
las doce tablas del año 451-50; que el derecho sea fijado es siempre
la primera exigencia desde abajo. Nada tiene de una equiparación
de las clases. El derecho crediticio se codifica en toda su dureza, y la
prohibición del connubio fué convertida en ley expresa. Pero una
vez que la codificación ocurrió, los magistrados ya no actúan clara
mente como representantes de la clase dominadora a que pertenecen,
sobre una masa sin derechos, sino como órganos del conjunto y ba
sándose en un derecho vigente. A la época de la lucha de clases per
tenece la formación de la constitución de centurias, o dicho de otra
manera, la transformación de la constitución del ejército, según el
principio del censo, de manera que la amplia masa de los ciudadanos
está permanentemente alistada en el ejército y a la vez se desplaza
la gravedad de la caballería hacia las formaciones de hoplitas a pie.
Estado y ejército, ejército y pueblo, son equiparados entre sí como
lo están la concavidad y convexidad de un círculo, y la transición de
la política a la guerra puede hacerse en todo momento. A la época
de las luchas de clases pertenece además, de manera más evidente
que todo el resto, la creación del tribunado de la plebe, quizá el in
LUCHA DE CLASES EN ROMA 381
por las contradicciones”» Pues este mismo Apio Claudio echó su con
sejo inflexible en el platillo de la balanza cuando Pirro ofreció la paz,
construyó la primera de las grandes vías militares con las que Roma
atravesó Italia, y él se sostiene en absoluto—él mismo, el reformador
radical—dentro de la gran firmeza con que Roma, aun cuando in
nova con el mayor atrevimiento, se reedifica, constituye y sujeta. La
historia de Roma en esta época transcurre en realidad no sin luchas
internas, pero sí sin derrocamiento y revolución. Las grandes fuerzas
con esto no son quebrantadas, sino refrescadas; las viejas formas no
saltan, sino que se amplían. En la época en que en Siracusa, pero
también en la misma democrática Atenas, se debieron organizar me
dios de masas para organizar secundariamente a las masas de la gran
ciudad, para politizarlas y militarizarlas, la comunidad romana está
formada de miembros realmente vivos—y sería falso decir que en
un proceso orgánico de producción, sino que debe decirse que en un
logrado proceso volitivo que se extendió durante generaciones; se
gura de su forma, y fuerte, dura en el tomar y poderosa en la acción,
capaz de todos los destinos, tensa y llena de futuro.
La esencia de este estado es sólo tocada en la superficie mediante
la descripción completa de sus magistraturas e instituciones, de sus
leyes y medidas. Maquiavelo tiene razón (Discorsi, I, pág. 6) cuando
ve la razón de la grandeza de Roma en que no se ordenó a sí misma
por completo y eligió mejor la perduración de las luchas y movimien
tos internos que una constitución definitivamente equilibrada. El
misterio de su fuerza está en los hombres, en la existencia de una
casta política que está tan a su gusto en el arte de dominar por ins
tinto y experiencia, que tiene en la mano todas las situaciones en
que puede estar el dominador, y cuyos intereses—digámoslo de mo
do enteramente realista—son tan idénticos con los de la comunidad,
que con ésta se mantienen y caen.
Las familias patricias de Roma han atraído desde pronto hacia sí a
las familias nobles de todas las otras ciudades itálicas. Desde la aper
tura del consulado a gentes plebeyas han ido recibiendo dentro del
circulo del poder a gentes escogidas, y además a quienes tenían cua
lidades especiales. Así se mantuvo el elevado estilo, pero no se agos-
LA RELIGION ROMANA 383
están educadas desde largo tiempo y que creen con la fe del merce
nario en su general, que les paga después de la victoria. Lo mismo
fracasa la administración de las provincias con los funcionarios sena
toriales. Los procesos de repetundis van extendiéndose desde media
dos del siglo ii. La clase dominante ha vencido, posee y explota;
pero no funda a la larga un orden del mundo.
Pero esto también son síntomas. El proceso que demuestran sig
nifica para Roma el sacrificio de lo más sagrado, esto es, de la res
publica, a la caída en lo absurdo, es decir, el mutuo desgarramiento
de la clase dominante, el sumirse en el delirio (que así llama Horacio
al siglo de las guerras civiles). Cuando el mundo se torna uno, tam
bién debe ser una la fuerza y debe de concentrarse en una persona:
cura es una categoría de la existencia personal. La tendencia que atra
viesa todos los cambios y desórdenes de la centuria revolucionaria es
por ello el camino de la res publica a la monarquía. Todas las formas
jurídicas, todos los títulos y construcciones, mirando desde el antiguo
sistema de magistraturas, son sólo externas; son puros medios de lu
cha o medios para la pacificación de los ánimos. La toma del poder
por el único es el punto crítico, y el mismo cuidadoso vincularse con
las formas de la república revela sólo que había acontecido ya. Un
dictator perpetu us ya no es un dictador. Un tribunado de la plebe
que está concedido de por vida y lleva acumulado el mando de to
dos los ejércitos, el consulado repetido y muchas otras cosas, sólo el
nombre tiene de común con el cargo plebeyo. El contenido esencial
del siglo revolucionario es, no cómo es reconstruida en el derecho po
lítico toda la fuerza estatal, sino que se lucha por ella, se la alcanza,
se pierde, por fin se la tiene establemente.
Este siglo es por eso la época de las grandes individualidades—o
como Hegel dice, de las individualidades colosales. Una expresión
que cuantifica tan sin límites designa muy bien que aquí se cambia
la calidad romana antigua en dinámica y en masa. Tan importante
es, desde luego, lo que él no designa (y éste es el segundo logro en
grandeza de la romanidad en su época de crisis), que todas estas in
dividualidades colosales son auténticos romanos, pero no ya a la ma
nera vieja y a machamartillo, sino hombres muy modernos, de buena
EL SIGLO DE LAS GUERRAS CIVILES 399
d: íi' - 26
i[í L!C E i C ,'. LU!s · A NG EL A RA NG O
■
o:: c vr
402 LUCHA POR EL MUNDO
ta, el Africa. Pero, con este ciclo de las victorias, que se cierra con
Munda en España, no sólo queda fijada la estructura del imperio
romano para los siglos venideros, sino que con misteriosas líneas,
que sólo resaltarán en el futuro, está predicha la estructura de Euro
pa. El espacio de la cultura ciudadana romana está limitado por el libre
espacio de las tribus nórdicas. El espíritu de Roma es llevado hasta el
Rhin, el mar del Norte, el océano; a partir de allí, comienza a for
mar la historia occidental que va haciéndose y la señala con rasgos
indelebles. “La ampliación del horizonte histórico con las campañas
de César más allá de los Alpes, fué un acontecimiento en la histo
ria universal comparable al del descubrimiento de América por gru
pos europeos”, dice Teodoro Mommsen (Historia de Roma, III, 301).
Como él, sólo estuvo breve tiempo en la cumbre de sus últimas
victorias y los planes que habrían completado el imperio sólo relum
bran como audaces intentos de su espíritu, su imagen se desplaza
casi obligadamente desde la cumbre al ascenso, desde el imperio a
ía lucha, y la expresión convertida en moderna de “cesarismo” sig
nifica algocompletamente distinto de imperio, a saber, lucha del
individuo, intranquilidad caótica, y no paz. Pero por breve o por
largo tiempo: en él, como imperator, dictator y pontífice máximo,
pero, ante todo, en su regio natural, Roma se unificó de nuevo y
volvió a hacerse cargo de su tarea de dominar a los pueblos. Por
muchos rasgos que en él nos recuerden al dominador helenístico, por
muchos de sus planes (por ejemplo, el de herir por la espalda a los
germanos, por el gran rodeo del imperio de los partos) que nos pue
dan recordar a Alejandro, su ser y su pensamiento es auténticamen
te romano como su idioma. Siempre ha dicho de sí, y Roma le ha
creído, que procedía de los antiguos reyes, esto es, de sangre de los
dioses. Con mayor derecho ha añadido él luego, que él era Roma,
que su destino se había convertido en el de Roma, y que si algo se
le oponía, la guerra civil ardería más mortalmente que nunca antes.
Los cortos años que van de Fársalo a su asesinato pesan mucho. El
siglo de los grandes individuos llega a su fin con la victoria del gran
único. La res publica está, claro que no en la antigua forma y li
bertad, pero gracias a César, restaurada conforme al espíritu roma-
404 PAX AUGUSTA
PAX AUGUSTA
guna manera con esta evolución, no hasta el final de ella (lo cual no
le es dado a ningún hombre), pero, desde muy lejos. La plenitud
de poder que poseyó al fin de su gobierno de cuarenta y cinco años,
no la tuvo desde el principio, aunque seguramente la poseyese ya
entonces ante sus ojos. Por consiguiente, ya en este aspecto, pe
ro sobre todo por su larga perspectiva, está su principado fundado
en el futuro.
El medio de poder más fuerte del emperador es, desde el princi
pio, el ejército. Pero el emperador, esto es, la potestad de elegirlo y
la invocación al hecho de haberlo elegido es el más fuerte medio de
poder del ejército. En eso no se trata sólo de promesas y premios,
de tratos electorales y derechos bien adquiridos, sino, ante todo, de
la peligrosa experiencia de que se puede eliminar a un emperador y
proclamar a otro, o de que pueden oponerse entre sí varios empera
dores y se puede dejar la cosa a la resolución de la lucha entre ellos.
El movimiento revolucionario del ejército en el año 69/70, reveló
repentinamente el peligro. La mano enérgica de Vespasiano, pero
ante todo, la serie de los grandes emperadores en el siglo n, lo eli
minó todavía para largo tiempo. Después del asesinato de Cómodo,
estalla, como lucha formal de las tres grandes partes del ejército im
perial y de los emperadores por ellas proclamados. A partir de 235,
se convierte, durante un medio siglo, en anarquía que vomita de sí
siempre nuevos emperadores y antiemperadores. El esfuerzo de los
emperadores buenos e importantes llegó por ello simultáneamente
a hacer el ejército eficaz y a despolitizarlo. Con este fin, Vespasia
no, trasladó el peso de las levas a las provincias. Con este fin, fué
siempre de nuevo disuelta la guardia pretoriana. Con este fin, últi
mamente, Diocleciano, abandonó el principio de la indivisibilidad
del imperio y separó el poder civil de los puestos de mando militar.
En el campo de la reforma del ejército, ya antes de Diocleciano, se
hicieron cosas importantes. Detrás del anillo de las legiones de la
frontera, se crea un ejército de campaña móvil, con caballería e in
fantería, que puede ser aplicado operativamente donde se presenta
un peligro. Pero este ejército ya no es un ejército romano, ni tam
poco un ejército ciudadano. Está formado de las tribus más fuertes
27
418 P A X A U G U ST A
EL GRANO DE SIMIENTE
cuando oye las palabras que sabemos de él. El proceso del cristianis
mo comienza de todas maneras muy pronto, comienza inmediata
mente: en los círculos vecinos a él y bajo sus mismos ojos. Ya en
los más antiguos Evangelios, esto es, en las tradiciones de las pri
meras comunidades, la cnstología está plenamente desarrollada, y en
San Lucas se ha convertido en doctrina coherente. No sólo mediante
la Iglesia y su dogma, sino a través del cristianismo primitivo, y de
la misma fe de los discípulos, hay que comprenderlo: la aparición
del propio Jesús y sólo ella es el fenómeno de que se trata.
Que esta comprensión sea posible se lo debemos a los tres pri
meros Evangelios. En la medida en que contienen experiencias y
aspiraciones de las comunidades más antiguas, e incluso en la medi
da en que contienen pensamientos humanos bien sopesados, el lim
pio oro de la primera experiencia se nos muestra en ellos a pleno día.
Pero es mucho más importante ver que la comprensión es necesa
ria. Limpiar el núcleo de todas sus envolturas, incluso de las más
íntimas y finas, no es, en este caso, un postulado de la investiga
ción erudita, sino un problema de realidad histórica y una cuestión
que nos afecta a nosotros mismos. Pues, lo milagroso en este milagro
y la singularidad de esta realidad, no sólo está en su contenido, sino
también en el modo de sus efectos, esto es, en la manera de entrar
en la historia y estar en ella presente. Es muy difícil exponer esto y
dudamos si se puede lograr con éxito. Pero, con todo, debe ser in
tentado.
Por todas partes donde en la historia comienza algo nuevo, la
fuerza del comienzo está predicha en la serie de acontecimientos y
formaciones que surgen. Está fijada en ellos de una vez, como en
el germen está determinada la fuerza de la semilla y sólo por aquél
prosigue ésta hacia adelante. No las decisiones primeras, sino los
efectos que de ellas proceden, y las criaturas en que se incorporan,
componen la conexión causal de la historia. Incluso, cuando en al
guna ocasión se vuelve con éxito al primer comienzo y de él se saca
una nueva juventud, las formas ocurridas no se extinguen; es pre
cisamente en ellas donde acaece la innovación. Ninguna corriente
puede salirse de su lecho, ningún crecimiento de su desarrollo.
O RIGEN Y PRIM ERO S P A SO S DEL CR IST IA N ISM O 423
Pero en este caso, hay una fuente que no se vierte en ningún le
cho, Hay una simiente que, además de que se ha desplegado en un
mundo de efectos, está como simiente eternamente presente y ac
túa de modo inmediato.
También todo lo que, desde hace dos milenios casi, ha crecido
y prosperado a partir de él, es realidad histórica de primera cate
goría : la doctrina cristiana y sus derivados filosóficos, la Iglesia co
mo potencia que interviene, penetra, cultiva y lucha, las sectas y
herejías como sus fecundas inquietudes, la cristiandad como el aire
que envuelve todos los pensamientos europeos, incluso los más ateos.
Que los dogmas cristianos y su secularización sean las etapas sa
lientes en la historia de la conciencia europea, que el suelo de Euro
pa esté cubierto de la plenitud de figuras religiosas que ha produ
cido el cristianismo, de estos escritos, imágenes, edificios, compo
siciones musicales, costumbres y cultos, constituye para W ilhelm
Dilthey (Correspondencia con Yorck, p. 135), la potencia que man
tiene al cristianismo y su identidad con la historia de Europa. En
realidad, la historia de Europa no puede escribirse en los siglos de
la Edad M edia y Moderna sin escribir la historia del cristianismo.
Sobre ello, no necesitamos gastar aquí ni una palabra; los dos ca
pítulos siguientes habrán de tratar de ello.
Pero también habrán de enseñar que el propio grano de simiente
opera en una profundidad mucho más honda y a una distancia mu
cho mayor, a partir de aquel inicio y de aquel milagro. Luce donde
no arde ninguna lámpara eterna, ora sin palabras, vive como con
ciencia y como gracia, aún cuando el cielo esté vacío y la existencia
se pierda en la mundanidad. Que el suelo de Europa esté cubierto de
creaciones cristianas que en él han crecido no lo es todo. La historia
universal no puede aquí perderse en historia de la cultura, ni siquie
ra en historia de la religión. Debe saber que en este único caso, no
sólo los efectos desarrollados han entrado en la conexión causal de la
historia, sino que, además, la sustancia primitiva tiene en todas las
situaciones de la historia una omnipresencia igualmente divina, nue
va y sin gastar, como si nunca se hubiera acuñado en una forma,
nunca aún se hubiera agotado en cultura, nunca todavía se hubiera
424 EL G R AN O D E SIM IEN TE
final con el Anticristo, Rey del pueblo judío y dominador del mun
do, liberador y juez implacable, y de una manera u otra, punto de
concentración de todas las esperanzas, de todos los temores y de todas
las hambres de venganza. Hasta los mismos Evangelios llegan estas se
ries de ideas y alcanzan también las contradicciones no resueltas entre sí.
La aparición y la doctrina de Jesús surge en este mundo como pie
dra preciosa en un muladar. Se podría con todo creer, en la medida en
que puede reflexionarse sobre tales cosas, que no es ninguna casuali
dad que entre todos los dioses de todos los pueblos el Jehová de los
judíos, el dios más celoso y legalista en el sentido más abstracto de
la palabra, cuya dureza no humanizaron mil años de pensamientos
humanos, se convirtiera precisamente en la piedra de la que se des
prendería la chispa pura. Pero la chispa no proviene de la roca, sino
del golpe. De todas maneras, para que Dios encontrara al hombre
en sublime encuentro, pero a la vez concreto y personal, hiciera de
él caso y a pesar de todo pudiera ser invocado desde el fondo del co
razón de aquél, ninguna divinidad sentida piadosamente ni filosófi
camente ilustrada podía dar tan bien el modelo como el Jehová del
Antiguo Testamento.
El Dios que Jesús enseña porque él lo posee, no tiene nada de
común con los dioses semíticos, que, por causa de su honor casti
gan a los enemigos de su pueblo y, a veces, a éste mismo, pero
tampoco nada con las potencias universales que el piadoso sentir de
los pueblos indoeuropeos descubría en la naturaleza y en el hombre
mismo, y nada con las geniales figuras de la fe griega, y nada, por de
pronto con el ser espiritual creador del mundo según los filósofos. Es
uno y persona, está cerca y lejos, abierto e incomprensible como el
hombre mismo, pero contrapuesto a éste como el Altísimo donde el
hombre es bajo, como el puro donde el hombre es el pecador. Aho
ra, por primera vez, es Dios aquél de quien el hombre no puede
esconderse, sin que éste, por tal apertura, pierda la dignidad de su
alma. ¡ Cuán profundo y atrevido aplicar el concepto de amor a la
relación del hombre con Dios, e incluso realzar este caso sumo has
ta hacerlo modelo de todos los amores! De todo lo demás, se puede
uno esconder, por ejemplo, de muchos dioses: de cada uno de ellos,
426 EL GRANO DE SIMIENTE
detrás del otro. ¡Qué bien se puede uno ocultar de la ley, incluso
precisamente cuando se trata de una ley divina! ¡Cuán bien del
poder, del espíritu o del todo, e incluso de la humanidad!
Pero ahora se cuelga del ojo amoroso de Dios Padre, descargada
de toda turbación, libre de todo velo y más fuerte que el mundo, el
alma del hombre, y consigue una seguridad inquebrantable de sí
misma. Jesús utilizó una palabra nueva, infinitamente llena de con
tenido (por lo menos, la ha usado en un sentido completamente nue
vo), para designar el hecho de que el alma del hombre atiende a la
llamada de Dios y deja penetrar en ella su Reino: la palabra fe. En
la fe, experimenta el hombre, en medio de lo contingente de su
existencia, la realidad de Dios, y en ella no es activo, sino que la
obtiene como don y no es sujeto, sino escenario; pero en la fe, se
recibe a la vez el alma a sí misma como posesión imperdible e in
mortal, y con ello, se convierte en señora de la vida y la muerte. Am
bas cosas están unidas inseparablemente; la existencia deja de ser
acaso, y deja de ser autonomía y se convierte en filiación.
Este crecimiento del hombre hasta sí mismo no es un empa
narse en los jugos propios ni una cultura de la intimidad no es en
tusiasmo demoníaco, ni visión mística, ni gloriosa teofanía, sino la
simple liberación, profundización y ampliación del alma según el
valor infinito que hay dentro de ella y que vale ante Dios; este va
lor se descubrió de una vez para siempre. No es tampoco una huida
del mundo, una renuncia o santificación externa con la fe como
presupuesto o como consecuencia necesaria. La vida terrena que las
parábolas de Jesús explican y cuyo cuidado incluye la oración de él,
siguen siendo, después, como antes, esfera nuestra. Pero en medio de
ella, como irradiación del infinito, hay ahora una riqueza ante la
que todo cuidado se vuelve insignificante, una libertad que nada
puede sujetar, una fuerza que a nada teme. También la ley, con su
calculador cuidado, pertenece plenamente a la vida no libre, está
ahora superada. Este es el punto en que Jesús abandona manifiesta
mente la ortodoxia judía, lo que ni Juan el Bautista, ni los esenios,
ni ninguna otra de las sectas habían hecho. Los fariseos y los saduceos
están por ello acordes juntos contra él.
DOCTRINA DE JESUS 427
U N CONTINENTE SE DESPEDAZA
tre los germanos desde el comienzo una vida propia, y al cabo, a pe
sar de su origen oriental, se convirtiera en cosa del Occidente, ya no
se debe a causas externas y contingentes, sino a razones internas, y
por eso no es tocado tampoco por la decisión del rey de los francos
de pasar a la fe católica»
Alfonso Dopsch, Henri Pirenne y otros muchos han señalado con
énfasis la contrapartida de este cuadro, y en parte hasta la han exa
gerado al exponer la plena continuidad del mundo romano y la in
corporación a ella de los germanos como el verdadero contenido de
significación para la historia universal en toda la época de las inva
siones. Realmente hay que señalar esta contrapartida. El imperio de
Occidente sucumbió, y, sin embargo, no fué destruido, sino que está
aun allí. N i un pie de tierra pertenece ya al emperador; ¿pero en
beneficio de quién lo ha perdido ? De foederati declarados. Esta fic
ción se mantiene férreamente, y también los mismos reyes de los ger
manos la confiesan a varias voces. N i uno de ellos piensa en tomar la
purpura, que Odo aero envió a Bizancio cuando destronó vergonzosa
mente al último augústulo del Occidente. Por consiguiente, el terri
torio no se perdió, el César es aún su dueño supremo, el imperio se
mantiene.
Desde el punto de vista del derecho político, éste es una ficción,
en la historia de la cultura, no. La unidad de la Romanitas realmente
sigue viviendo. Pervive en las pequeñas y grandes cosas de la vida
diaria, en el comercio y en los viajes, en la miseria y en el lujo, en
las organizaciones administrativas que mantienen el orden o lo resta
blecen después del más rudo corte, en la vida económica, sobre todo
de las ciudades, en el latín barbarizado. La continuidad es por eso
tan fecunda, porque no sólo es mantenida de modo automático y me
cánico, sino que es buscada y cuidada. Hay voluntad de continuidad,
y precisamente en el alma de los innovadores. Pues no es sólo que
lo romano surge del suelo por todas partes y seduce los sentidos, que
se necesitan imprescindiblemente prácticas romanas en la adminis
tración, conceptos romanos en el derecho y palabras latinas para do
minar las complicadas situaciones vitales a que se llegó, que son idén
ticas las vías hacia una existencia superior y hacia la romanización.
452 UN CONTINENTE SE DESPEDAZA
ABADIA ROMANICA
DE MARIA LÁACH.
PORTICO DE LA GLORIA DE COMPOSTELA.
LOS ESLAVOS Y BIZANCIO
465
supo oponer contra los enemigos no sólo los propios ejércitos, sino
los mismos enemigos de aquéllos y además el brillo del imperio y
el poder de la cruz, que en todos hacían impresión; y, además, na
turalmente, nubiles princesas imperiales y hermanas del emperador.
¡Cuán a menudo han luchado servios y croatas por Bizancio contra
búlgaros, búlgaros, por el emperador, contra rusos, rusos contra
búlgaros !
Frente al Islam sólo había diferencias; sólo en época ulterior se
empiezan a borrar los contrastes y se aproximaron la cultura bizan
tina y la mahometana sobre el suelo de Asia anterior. Pero los esla
vos son, desde el principio mismo, el gran campo de expansión del
cristianismo y del imperio. Grandes pueblos cristianos con su propia
interioridad y audacia en la fe, famosas iglesias y monasterios popu
lares y llenas de sacros tesoros, surgen allí. En los eslavos occidenta
les y en la parte occidental de los eslavos meridionales es ello obra
de la misión alemana, pero en el Oriente toda la siembra es de Bi
zancio. Donde estamos bien informados la conversión al cristianismo
procede de claros cálculos políticos de los príncipes, así, en el caso
del khan de los búlgaros Boris, así en el de Vladimiro, que hacia 990
hace pasarse al cristianismo al estado de Kief. También hubo al prin
cipio resistencias extraordinariamente fuertes, sobre todo, entre la
nobleza, las cuales hubo que vencer. ¿ Pero qué quiere decir esto ?
Los pueblos eslavos absorbieron el cristianismo como un rocío mara
villoso en su alma.
Que bajo capa de movimientos políticos ocurriera un cambio pro
fundamente íntimo no es la única dialéctica que opera en la misión
procedente de Bizancio. H ay otra, que con el paso al cristianismo
hace aptos a los pueblos eslavos por primera vez para la capacidad
político histórica, y a la vez ocasiona toda clase de divisiones, nue
vos extrañamientos y precisamente, entre los eslavos del Sur, la di
visión de la antigua unidad. En la historia de los apóstoles de los
eslavos, Constantino y Metodio, está contenida toda esta dialéctica
como una leyenda grandiosa. Cuando Rotislav de Moravia pidió al
emperador M iguel III que le mandara un obispo e instructor que
ensenara en lengua eslava la fe cristiana, estaban en juego claramen
LOS APOSTOLES CONSTANTINO Y METODIO 467
sólo que, como no podía ser de otro modo, lo que era una hazaña
genial en un caso concreto, se petrificó con el curso del tiempo en
sistema : el sistema del cesaro-papismo. El emperador es, sin límites,
señor de la Iglesia como del estado; nada acontece en ella sin su
voluntad, y la mayor parte de las cosas, precisamente por ésta. Con
voca los concilios, los dirige él mismo, interviene en sus debates, da
validez a sus decisiones o las rechaza. Que haga teología es consi
derado, no una intromisión, sino casi un deber imperial. Él, el suce
sor de Constantino, del “apóstol entre los emperadores”, tiene que
velar por la ortodoxia y el buen orden de la Iglesia (como se dice
en el C orpus Iuris, de Justimano) es la base del estado. El cuidado
de la fe ortodoxa, especialmente la condenación como herejía de las
doctrinas de una única naturaleza de Cristo, le costó al imperio bi
zantino las provincias orientales, que eran monofisitas y nestorianas.
Por la liberación de la Iglesia frente al estado, por la separación
de lo temporal frente a lo espiritual, también se luchó una y otra
vez en Oriente, pero siempre en vano; por Atanasio, por Juan Cri-
sóstomo, de la manera más valiente y libre, por Teodoro, el Abad
de Studion (+ 826), cuya lucha durante toda su vida no fué sólo por
la cuestión de las imágenes, sino ante todo, por la cuestión de si el
emperador está por encima o por debajo de la ley eclesiástica. Más
fuerte que todos los luchadores contra el sistema del césaro-papismo,
es la gran sombra de 'Constantino, es la unidad del poder temporal
y espiritual, de imperio romano e Iglesia imperial, que desde el ini
cio es ley del imperio bizantino. El emperador, aun cuando sea usur
pador, está puesto por Dios, es ungido del Señor, imagen del Ba-
sileus celestial. En el desfile triunfal colocaba en lugar de su pro
pia imagen una de santo en el carro, no por falta de conciencia de
dominador, sino porque también es señor en el ambiente espiritual.
Y la cúpula de Santa Sofía es a la vez imagen del cielo y centro del
imperio.
Sin embargo, hay en la Iglesia de que el estado se ha apoderado,
piedad, vida religiosa, celo pío y auténtico fanatismo. Esto se demues
tra ya en la pasión con que en la corte y en las calles se disputan
cuestiones teológicas; según describe Gregorio de Nacianzo, el pa
470 POTENCIAS CONSERVADORAS: EL IMPERIO
sean transmitidos a la época sin cultura por aquellos que los han
aprendido. Ello aconteció abundantemente en este caso, aunque
siempre en formas cada vez más toscas y artificiosas. Los romanos
y los griegos seguían filosofando y poetizando en el estilo de los
grandes modelos, en parte todavía como paganos conscientes, pero
generalmente, como ganados por el cristianismo o al menos como
puestos a su servicio. Muchos supieron ganarse los oídos de sus con
temporáneos, incluso de los reyes germánicos, algunos, incluso, los
de la posteridad, como Boecio con su C onsolación d e la Filosofía.
Las escuelas de retórica florecieron hasta el siglo vi, no sólo en Ro
ma, sino también entre los visigodos, vándalos y francos, y más
tarde enmudecieron. Los méritos objetivos de los transmisores son
grandes, incluso por las obras que conservaron coleccionando, tradu
ciendo y comentando. ¿Pero es que en realidad construyeron puen
tes a través de los tiempos, y transmitieron herencia? En conjunto,
se mantuvieron sin pasar de la imitación, de la pura conservación, y
a menudo sólo en copiar y extractar. La enciclopedia de Isidoro no es
por cierto la suma de los antiguos, aunque sí es lo que los siglos subsi
guientes sabían de ellos. De tal modo sólo podían ser transmitidos an
drajos de la cultura antigua.
Y en este punto, aparece la Iglesia. Ella es la primera heredera
de Roma. Es a la vez el transformador en el que la filosofía de los
antiguos se convierte en teología; el latín clásico, en medieval; la
educación antigua, en educación occidental. Y a través de ella es
la germanidad en cuanto se vuelve cristiana, o más precisamente,
católica, la segunda heredera de Roma. Pues, potencia conservadora,
y hasta transmisor de herencia auténtica, puede ser en la historia
sólo aquello que está en sí mismo formado y tiene la categoría de
una fuerza formadora.
Y a la vez no nos afanemos mucho en explicar por nosotros
mismos (pues nadie es capaz de ello en el fondo) la expansión del
cristianismo. Se trata realmente de una semilla que crece por todas
partes donde halla una gleba de terreno fértil, a la vez de un incen
dio que prende por todas partes donde hay corazones inflamables.
Pero su especial papel como fuerza abarcadora en la conexión causa!
L A IGLESIA P R IM IT IV A 475
ñor grado, pero por todas partes durante siglos y en siempre nuevas
oleadas, fue derrochada sangre germánica; primero los prisioneros de
guerra y los cautivos en algarada, los mercenarios y colonos; des
pués las naciones mvasoras; después las oleadas posteriores; hay que
añadir, además, los vikingos normandos. Naturalmente que las con
secuencias de estas realidades no se pueden comprender exactamen
te con medios históricos, pues se produjeron en los fondos biológi
cos de la historia; mas su significación es clara, y muy a menudo, a
trozos, surge a la luz en síntomas como la repoblación de provincias
atrasadas.
Donde quiera que los pueblos germánicos se establecen firme
mente después de su invasión, incluso cuando es después de largo
viaje y bajo cielo completamente extraño, surge a través de su ca
rácter guerrero su carácter campesino, y se adscribe al suelo con
quistado. Ciertamente que es una adquisición de tierras por la fuerza
y mucha esmerada cultura de estilo grecorromano perece. ¡ Pero
cuánta tierra en las provincias del bajo imperio estaba aún virgen!
Los conquistadores aplicaron el arado y además rozaron tierras nue
vas. Lo mismo que su fuerza vital fecundó mucha población fatiga
da, también su voluntad labradora ha fertilizado muchos desiertos,
Agricultura, en sentido germánico, no es, empero, un trabajo pa
ciente, sino una forma de vida política. Bajo la desgraciada tensión
entre las ciudades y el campo, bajo la presión que aquéllas ejercen
sobre éste, el imperio romano sufrió más cada vez; a ello se debió
que quedara cortado de sus fuentes de vida. En las naciones germá
nicas los campesinos no son el estrato inferior mudo sobre el que
está instalado el aparato señorial, sino un miembro esencial del mis
mo, e incluso un refugio de la libertad. Esto es lo que más diferen
cia a los germanos del otro gran tipo de pueblos emigrantes y con
quistadores que han aparecido en la historia universal: los pueblos
asiáticos de las estepas. Después de la conquista del territorio no se
convierten en señores de una tierra fértil extraña, sino que aportan
sus agricultores, son ellos mismos agricultores que quieren instalar
se, con una nobleza que del mismo modo es agricultora. incluso
donde el labrador en los siglos ulteriores se convierte jurídicamente
LOS PUEBLOS LABRADORES 489
Mas con todo, la decisión de Cío doveo, que sus grandes siguieron,
incorporó la Iglesia a la estructura del estado, naturalmente como
Iglesia del estado, que quedaba independiente de Roma, sometida ai
rey y limitada a sus favores. Esta estructura estatal es un poco pri
mitiva e inepta comparada con el perfecto orden administrativo del
bajo imperio; también es un poco varia, porque perviven muchas
instituciones romanas y el derecho de las distintas naciones con sus
propios jueces había sido mantenido en vigor. Pero la medida nece
saria de orden pacífico, derecho del reino y administración central
fue impuesto. La nueva burocracia de los condes llevó la voluntad real
a todas las partes del reino. Y en lo demás la Iglesia era el gran con
trapeso de la unidad frente a la pluralidad: sus obispos eran precisa
mente órganos políticos. Era, por consiguiente, una estructura política
que, en resumen, con la estructura más sencilla estaba pensada con la
fortaleza más eficaz, y desde el primer momento con las más am
plias perspectivas. Una política habilidosa y la violencia declarada,
por sí solas, no han llegado nunca en la historia a crear una estruc
tura estatal a prueba de crisis; sólo un logro creador de un orden es
válido ante el futuro, y así fue también en este caso.
El corazón de este estado es la monarquía que lo ha creado. Por
primera vez en la historia de los germanos una realeza se ha liberado
de la antigua comunidad del pueblo y ha ascendido hasta ser una
monarquía, aunque no absoluta. Clodoveo ya no es un caudillo o un
rey de una tribu, es el señor de un estado y el fundador de una di
nastía. Este cambio no es una evolución progresiva, sino hazaña per
sonal de Clodoveo. Y al mismo tiempo, es la necesidad de la cosa,
a saber: el resultado necesario de la tensión política agudizada en
que Francia existe, de las misiones permanentes que plantea y de la
política expansiva de poder que impulsa.
Si la prueba de un estado es que resista a la decadencia, y aún en
la impotencia conserve la capacidad de regenerarse, el estado de Cío-
doveo hizo más que pasar esta prueba. Pues no hay impotencia más
completa, ni decadencia más lamentable, que la que atravesó el es
tado merovingio en el siglo vn. El permanente impulso al asesinato
de los parientes y a las guerras domesticas que aniquilaron la estir
LOS MEROVINGIOS 493
y un mundo muy lejano, y ser una imagen humana del verbo crea
dor, que también es un ojo de aguja, sólo que divino entre la nada y
el mundo entero. Y, finalmente, la decisión del ano 751 enseña, ade
más, que lo decisivo, por sola que sea su responsabilidad, no actúa
como fuerza aislada, sino que todos los centros de fuerza que están
ocultos en una situación actúan juntos y unos contra otros, descu
briendo, desviando y contradiciendo; de la conexión causal de las
fuerzas en lucha surge la decisión, muchas veces como encuentro de
dos fuerzas, que llegan a la solución de aquéllas, muy a menudo (co
rno en este caso) como respuesta a una pregunta.
Childerico, el último merovingio, fué tonsurado y se perdió en el
claustro. En Soissons eligieron los grandes francos rey a Pipino, y
Bonifacio lo ungió con el santo óleo. Lo que allí aconteció fué más
que un golpe de estado, una revolución, porque no sólo ocurrió
un cambio de poder, sino que se hizo válido un nuevo principio de
legitimidad. Durante más de un cuarto de milenio el derecho de
sangre de los merovingios y la creencia en su origen divino habían
podido resistir a tremendas crisis, terrores y crímenes. En su lugar
aparecen la elección por los grandes y la gracia de Dios, que viene so
bre el rey ungido. Tres años más tarde el Papa Esteban II repitió
la unción con sus propias manos.
Que el reino de los francos reuniera a los germanos del Continen
te y que con ello ocurriera un desplazamiento del centro de grave
dad de Europa hacia el Norte, era un proceso ya en curso desde el
comienzo, es decir, desde Clodoveo. Pero por primera vez los ca-
rolingios, que mediante conquistas, adhesiones e intereses políticos,
se habían establecido firmemente en los territorios del norte de Fran
cia, hicieron realidad histórica de este proceso y crearon el Occidente,
que aceptó la herencia de Roma. La política de los merovingios, en
el siglo vil, luchaba todavía por el Mediterráneo; las partes pura
mente germánicas del reino no eran centro, sino borde y estaban uni
das flojamente al todo. Ya Carlos Martel las unió firmemente al reino
franco, y Pipino siguió esta obra. Perfecto en este aspecto, como en
todo, es Carlomagno, como un nuevo cristianísimo emperador Cons
tantino enviado por Dios, según lo llamó el Papa Adriano, y, desde
502 TRANSMISION DE LA HERENCIA AL NORTE
cluso, en este punto, quedaron abiertas todas las cuestiones del dere
cho y del poder. ¿Consistía la donación en la posesión soberana, y
el Papa, según muy pronto fue pretendido por los escritores de la
curia, había sido instituido por documento de Constantino, que Pi-
pino había simplemente renovado, sucesor del Papa en Roma y en
todo el Occidente? ¿Significaba la defensa y protección que el rey
de los francos ejercía como patricio, sólo el deber de protección o
también una soberanía protectora y una suma de derechos de su
premacía sobre el Papado y la posesión pontificia ?
La historia no piensa en estipulaciones, sino en realidades. Reu
nió en una las decisiones de las dos partes y la condujo mucho
más allá de los pensamientos de ambas. Si bien los langobardos no
estaban aún vencidos, ni Bizancio había, en modo alguno, renun
ciado, la unidad del Occidente estaba lograda, su nuevo centro, más
al Norte, estaba fortificado, y la Roma pontificia se había conver
tido en su otro polo. Pues al decidirse los Papas por el Oeste, se de
cidieron en pro del Norte. Allí tienen su Iglesia, creada por Boni
facio y los demás anglosajones. En este decenio o en el siguiente,
debe de haber ocurrido la donación de Constantino, aquel documen
to falsificado, según el cual Constantino el Grande había dado al
Obispo de Roma insignias imperiales, el primado sobre el orbe y su
premacía sobre el poder imperial. Esto era abarcar mucho, pero el
futuro que se abarcaba era una parte del futuro de Occidente. No
sólo por los efectos que causó después, sino también por su sentido,
este documento, que se adelanta al triunfo de la Iglesia, pertenece a
la historia del Occidente en formación.
Del mismo modo la ascensión de la realeza carolingia es más que
el retorno a su fuerte potencia franca. Es un nuevo inicio, a saber,
el inicio como imperio en Occidente, con majestad cesárea. La fuer
za de conquista, dominio y conformación que estaba llenando el
polo franco, se volvió, por primera vez, efectiva en gran sentido en
tonces. Por cautamente que se hiciera, por de pronto, el ataque so
bre Italia, y por provisional que quedara siendo el primer choque
con los langobardos, el camino hacia el Sur estaba abierto, y lo es
taba en forma de obligación sagrada. Con ello, también por esta
504 TRANSMISION D E LA HERENCIA AL NORTE
este, que ya los bávaros ejercían contra eslavos y avaros por su cuen
ta, la emprendió entonces el Occidente unido y bajo dirección única
tai formato mayor, hizo añicos el estado avaro y constituyó la Marca
de Panonia; los eslavos septentrionales de más allá del Elba fueron
ai menos contenidos con una barrera.
Es como si a la invasión germánica se le hubiera ahora, siglos
después de que hubiera perdido su fuerza motriz, hecho alto en
sentido creador, es decir, se le hubiera dado una activa vuelta hacia
atrás; Carlomagno es el que comenzó a extender hacia el Este el
terreno del Occidente. Entre las máximas acciones, y a la vez en
las pausas en el combate, están sus empresas en el Oeste y el S u r:
los ataques contra los árabes y la erección de la Marca Hispánica,
la lucha fronteriza contra los bretones, las repetidas campañas con
tra los duques italianos para ampliar el reino lombardo, cuya corona
llevaba Carlos desde 774. La grandiosa fuerza que hay en estas cam
pañas de conquista y de aseguramiento es magnífica. De rápidos
ataques, surge un continuo camino maduro hacia grandiosos planes
de campaña. Construcciones de puentes y de canales, amplias orga
nizaciones de aprovisionamiento, fortalezas en las fronteras y siste
mas administrativos que son montados inmediatamente detrás de
los ejércitos en marcha, colocan a Carlomagno en la serie de los
grandes conquistadores de la historia universal. El conjunto no es
solo buena estrategia, sino política creadora. El Occidente había en
contrado a su dueño, y con él la ley de su unidad. Alcumo tema
razón en dirigirse a Carlos como a César, ya antes de que el Papa
León lo sorprendiera en la fiesta de Navidad, del año 800, con la
corona.
Es una Europa por todas partes recortada y estrechada aquella
'obre la que Carlos domina. Aparte de todas las angosturas que han
originado las fuerzas lejanas, el Norte entero no pertenece al espa
do pacificado; es el foco de la inquietud normanda. Tampoco per
tenecen las Islas Británicas. Allí, el fecundo caos de las invasiones
rLl que Occidente surge genera un vórtice propio que se mantiene
Lrgo tiempo. Pagada a costa de mucha sangre y terror, se forma allí
Cementos célticos, anglosajones y normandos una valiosa mezcla
506 TRANSMISION D E LA HERENCIA AL NORTE
Lo mismo que por abajo se extiende a cuidar del pueblo bajo, asi
el imperio se extiende por arriba y ello lo hace siempre un impef10
auténtico, hasta las alturas del espíritu. Con medios cristianos }
OCCIDENTE HACIA EL 800 507
EL REINO DE L A RAZ ON
EL M U N D O GOTICO
a sus límites, sino también hasta sus abismos, como si cayera de un>
altura infinita. El ser de Dios se torna ser de todas las cosas, la chispa
del alma se convierte en punto vivo del trafico del proceso univ
que vuelve a refluir de Dios a Dios. El conocimiento mismo en la
cumbre de su perfección se hunde en la nada de la Divinidad. Al mis
mo tiempo, el nominalismo dé los dos grandes franciscanos Duns Sco-
to y Guillermo de Ockam disparan sus pensamientos que conmueve/'
a la época y a los espíritus, y en ellos se trasciende el conocimiento en
cierta medida hacia la otra parte. Descompone en absoluto el pensa
miento del orden racional, ya no reconoce universalia in rebus, sino
sólo un diluvio de posibilidades, de las que el capricho de Dios saca
la realidad y termina en la paradoja de que lo único plenamente se
guro es el milagro y la fe que lo acepta: la fe, o también la observa
ción empírica de los hechos y el soberano acto de voluntad que im
pone cada una de las decisiones. El moderno empirismo, criticismo y
positivismo, todas las formas del escepticismo frente a la capacidad de
la razón, pero también todas las doctrinas del absolutismo de la vo
luntad del estado y de la soberanía del pueblo están ya hacia 1320 ahí,
como pensamientos y como poder. Desde el momento en que ella cons
truye su reino, la razón crea contra sí misma todas las antítesis y pien
sa su propia autonomía.
En el derecho natural ontológico de la alta escolástica, que, por lo
demás, es la mayor hazaña de Tomás de Aquino y el más duro fruto
del renacimiento aristotélico, falta el concepto de emperador. Parece
cosa hecha que en la naturaleza del hombre y de las cosas, de la que
todo se deriva, puede hallarse comunidad, vocación, derecho, también
soberanía y dominio, mas, por el contrario, ni emperador ni Imperio.
Pero entre los nominalistas el Imperio es no sólo silenciado, sino ne
gado, por lo menos en el sentido de que la pura facticidad de la so
beranía, la naturaleza voluntaria del Estado y la soberanía de los reyes
nacionales, se convierten en lecciones de la filosofía, fundando todas
estas posiciones metafísicamente en la f otestas absoluta de Dios y en
la libertad del hombre. También contra la otra pieza del orden unitario
medieval, contra el universalismo del Pontificado, luchan los francis
canos en nombre del ideal de pobreza, en nombre de la pureza de la
SE MULTIPLICA EL OCCIDENTE 551
presa contra toda verosimilitud, una fortuna que se. mantiene mara
villosamente fiel. Y, sin embargo, es un p lan : el plan sabio o astuto
o tenaz de algunos príncipes, y además el plan de una estirpe. A par
tir de Rodolfo I, el vencedor de Dürnkrut, la voluntad de fortificar y
ampliar el poder doméstico de los Habsburgo, a través de todas las
alternativas, es una constante histórica, y considerando sus efectos fi
nales, debería decirse que una constante en la historia universal. La as
censión de las demás potencias, como también la consciente defensa
de los príncipes electores, parece volver a destruirlo todo; ya la elec
ción de 1308, es una elección contra los Habsburgo. Luchas fratrici
das dentro de la casa ponen más de una vez en duda la unidad de
hs posesiones. H ay que volver a tomar por compra lo que se ha per
dido, ciudades y territorios enteros se separan; Suiza se gana en he
roica lucha su libertad. También la victoria de los Habsburgo es, por
consiguiente—conforme a la ley de la época—una victoria a través de
retrocesos y derrotas, sólo que la fortuna de los Habsburgo sabe en
contrar en todos los conflictos la salida hacia el éxito. Será siempre
una de las más curiosas combinaciones de la historia de Europa, que
a esta casa, independientemente de la magnitud y hasta de la capa
cidad de sus príncipes, al fin, todo le saliera bien, a veces muy tarde
y a veces por pura casualidad. Gracias a la herencia de Borgoña, Habs
burgo se convierte en gran potencia europea, gracias al matrimonio con
la casa española en gran potencia mundial. El Imperio, del que ya
Nicolás de Cusa había dicho que se lo buscaría en Alemania pero no
se lo encontraría, es atacado por las potencias y la política de éstas.
La elección de España contra los franceses hace la fortuna de los
Fricar.
En comparación con el sistema plenamente desarrollado de las
grandes potencias, cual se impuso a través de luchas como equilibrio
europeo, hasta el comienzo del siglo xvm, es naturalmente todo lo
que en la baja Edad Media apareció como estados y potencias, sólo
un inicio y preparación. De aquí lo efímero, y en parte hasta el ca
rácter aventurero, de las fundaciones políticas, de aquí las muchas exis
tencias fracasadas en ellas, de aquí el amplio campo de la casualidad.
Especialmente, en el espacio de Alemania, todavía enlazado por el
560 EL MUNDO GOTICO
VUELTA A LA ANTIGÜEDAD.
LOS CABALLE RO S T E U TO N IC O S 561
visitar como belleza especial, pero la baja Edad Media se saca sin es-
iuciZo de nuestras ciudades, como el interior de una fruta bien ma
durada. Y esto tiene validez no sólo para Alemania, sino para todos
los países de Europa. El mundo gótico es un mundo completo y pre
sente, no reducido a escombros, sino reedificado (en la medida en que
no ha sido reducido a ruinas por las modernísimas bombas). Con él
comienza, como Goethe de muchacho sintió en Francfort, “lo his
tórico interesante para nosotros” : esto es, está también interiormente
presente en nosotros, en nosotros influye y nos liga. Nos liga de otra
manera que la antigüedad, que es la medida eterna de una vida ele
vada y la norma de toda ilustración. Nos liga en cuanto somos débi
les y necesitados de un orden superior, fieles a nuestra patria y depen
dientes de nuestros padres, cristianos y alojados en lo eterno. Como
mundo gótico está la cristiandad medieval visible en nuestros países
y en nuestros espíritus.
Pero la razón, una vez que se ha desarrollado, no se incorpora
nunca a la larga puramente a la fe como nervio espiritual y como
servicial apoyo. Es por naturaleza dominadora de sí. Es capaz de una
totalidad propia y lo sabe. Así vive en ella un impulso insaciable a
aclarar cada vez más lo milagroso, a plantar el conocimiento y al co
nociente sin prejuicios sobre sus propios pies, a racionalizar del todo
lo real, a mundanizar plenamente lo santo. El proceso que se designa
con estos lemas ha sido sentido por la historia, por la sociología y por
la filosofía de la historia, siempre como el alma de la historia moderna
y como el destino irrenunciable del Occidente. Como un proceso quí
mico que va quitando de un polo y poniendo en otro, como descom
posición progresiva, limpieza y esclarecimiento, ha sido pensada la
historia de la razón, y ha sido considerada como el tema indiscutido
de los siglos modernos. Con el comienzo parecía fijado el firme pro
ceso, y con este el fin, es decir, la plena desdivinización, seculariza
ción y racionalización. Quedaba, por consiguiente, sólo la cuestión de
S1 esto era una marcha hacia lo defectuoso o hacia la libertad, hacia la
perdición o la bendición.
Por lo que hace al fin, el pronóstico ha sido hace tiempo sobrepa
sado. El imperio de la razón ha perdido su fuerza de ligazón antes de
564 R E N AC IM IE N T O D E L A M E D ID A H U M A N A
los misterios de su aire, no tiene nada que ver con Polignoto. Surge,
como demuestran los grandes holandeses, como un nuevo florecimien
to a partir del gótico, es una creación original y—aquí es lícito decir
con Spengler—un símbolo del Occidente, casi más del del Norte que
del del Sur. Tampoco la nueva ciencia del hombre y de este mundo
es, en modo alguno, antigua porque sea conscientemente antiescnlás-
tica. Precisamente, lo que constituye la esencia de la ciencia renacen
tista, el eth o s del descubrimiento, la pasión por el experimento y poi
la especulación que se remonta, el rápido paso a técnica que domina
la naturaleza, no tiene nada igual en la antigüedad, ni en la clásica
ni en la tardía.
Jacobo Burckhardt ha visto también en este punto con asombro
sa justeza, al comenzar su ensayo de historia de la cultura a partir dei
estado del Renacimiento y del hombre, y al haber añadido sólo a la
mitad de su obra el renacimiento de la antigüedad, que de un modo
unilateral se ha convertido en nombre total de la época. Desde luego,
dice él, de tal Renacimiento no hay nada que abstraer, fué una alta
necesidad en la historia universal, pero sólo su íntima alianza con el
espíritu popular italiano que junto a él estaba, lo impuso al mundo
occidental. Con esto el problema es verdad que no estaba definiti
vamente resuelto, pero sí por adelantado planteado en sus términos.
El proceso que en sentido específico se llama “renacimiento” no se
puede designar con una forma única ni en una imagen única; sólo
está claro que el sujeto en él no es la antigüedad resucitada, que sólo
hubiera sido recibida en el dispuesto espíritu del Occidente, sino que
el sujeto es el Occidente, que excavó en la antigüedad, la repensó y
la emuló. Y tampoco es que la época por sí misma se hubiera hecho
esencialmente igual a la antigüedad de modo que hubiera podido co
secharla como un fruto maduro. Sino que se encuentran enfrentadas
dos realidades históricas. La una pone en la alianza su indomable ener
gía vital, su sed de mundo, su fuerza creadora, la otra—así se sintió
en la Florencia del quattrocento—las “proporciones musicales” que re
suenan en sus ruinas. Ante la fuerza de este mutuo influirse palidece
la diferencia entre que la una sea presente y la otra pasada. Burckhardt
tiene razón de hablar de una alianza; también esta imagen cubre, des
EL H U M A N IS M O 573
como una parte integrante de la decisión que dice: “la Tierra es re
donda, y queremos conocerla todo alrededor”. Las carabelas y jos
galeones que navegaban doblando el Cabo hacia la India y por el
Océano Atlántico hacia a América, y por el Pacífico hacia Asia
oriental, eran bastante pequeños: al barco mayor de Vasco de Ga
ma tenía 120 toneladas, el mayor de Colón, 280. Pero frente a los
barcos medievales esto significaba ya una ampliación considerable;
las experiencias de los italianos en la construcción naval fueron para
esto fecundas. La piedra imán era conocida en Occidente desde el
siglo xii, y la brújula desde el xm. Pero mientras que la empresa
de Vasco de Gama y de sus sucesores es todavía, por decirlo así,
una navegación de cabotaje en grande, la hazaña de Colón signi
fica la decisión de poner la brújula en lugar de la costa. Por primera
vez entonces el barco y el hombre se hacen completamente libres, en
la seguridad de la fe de que la Tierra es redonda. Mediante la brú
jula se ha dicho que se ha insuflado en el barco algo espiritual; ape
nas se puede expresar mejor lo que significa que un ser se vuelva
capaz de determinar rumbos allí donde la naturaleza y el instinto no
prestan ningún apoyo externo. El astrolabio, para determinar la al
tura de las estrellas, se debe a los alejandrinos y a los árabes, la ba
llestilla la inventó el mismo Occidente. Efemérides, esto es, anua
rios en los que está calculada la posición de las estrellas para cada
día, las editó para los años decisivos de 1475 a 1506 el gran nurember-
gués Regiomontanus; a través de Behaim llegaron a Lisboa. Nurem
berg proporcionó, además, el reloj perfeccionado y muchas mejoras
en los instrumentos astronómicos. Preguntar si la técnica, con la que
se partió, era primitiva o moderna, suficiente o insuficiente, es una
cuestión falsa. Toda técnica es equipar a una voluntad hasta el pun
to en que precisamente pueda dispararse.
Pero en los motivos que impulsaban al viaje había tanta confu
sión como en las ideas de lo que se buscaba, y en las explicaciones
de lo que se descubría; tal confusión de verdad y mentira, se podría
decir, si fuera posible distinguir los motivos en verdaderos y falsos.
El motivo de traer a los pueblos paganos al cristianismo no falta nun
ca. Algunos frailes y clérigos entraban siempre en la tripulación de
EL CONQUISTADOR, MENSAJERO DE LA FE 583
ios pequeños barcos. Por claros que estén la sed de oro y hasta la
sed de sangre, el afán aventurero y la ambición de dominar, tene
mos razones suficientes para no considerar hipocresía que incluso las
más duras y crueles naturalezas de conquistadores se sintieran tam
bién mensajeros de la fe. Bautizar a los paganos y cortarles la ca
beza va junto de modo curioso. A veces son bautizados y se les hace
ia merced de aplicarles no el garrote, sino el hacha o la espada, por
que un cristiano tiene derecho a una muerte honrada. El cálculo de
que, según San Agustín, desde la creación hasta el fin del mundo
habría siete mil años, y que de este plazo ya habían transcurrido seis
mil ochocientos cuarenta y cinco, influía en algunos, por ejemplo,
en Colón, y les impulsaba a darse prisa.
Pero la lucha por la cristiandad era para el fiel Occidente no sólo
un mandamiento general, sino que tuvo una muy concreta orienta
ción histórica, especialmente para los españoles y portugueses. Las
victorias de los Reyes de Castilla sobre los moros eran todavía un re
cuerdo vivo, e incluso una realidad presente; sólo en 1492 fue re
conquistada Granada. El celo cristiano por la fe y la sed caballeresca
de aventuras pasaron casi directamente de la Reconquista a la época
de los descubrimientos. El infante Don Enrique, el Navegante
—aquel príncipe que sin navegar él mismo educó a los portugueses
para ser una nación de marineros y a Portugal para ser una potencia
marítima—esperó siempre encontrar, a espaldas de los moros, alia
dos contra ellos y levantar la guerra contra el Islam a partir del Sur;
es cosa conocida el papel que en ello desempeñó la creencia en el rey
Preste Juan. Cuando los portugueses llegaron a la India hallaron por
todas partes el mismo enemigo que en las generaciones pasadas ha
bían expulsado de su propio p aís: estaba en manos de los árabes el
comercio de la India hasta Malaca. La lucha contra las bases maho
metanas en la India y en las islas, las incursiones contra la costa de
Africa oriental, contra la Arabia meridional y el golfo Pérsico, las
batallas navales contra escuadras árabes y egipcias eran, por consi
guiente, además de guerra comercial, una guerra de religión en gran
estilo, y, a la vez, un poderoso contragolpe de la Reconquista en una
parte del mundo completamente distinta. La lucha contra los infle-
584 LA TIERRA SE VUELVE REDONDA
les se hizo agresiva en los países del núcleo del islamismo, y íué lie
vada a los centros de su comercio mundial y de su riqueza; así fue
entonces sentida y legitimada. El gran Albuquerque reconoció el pri
mero la conexión en la historia universal del espacio entre Africa
oriental y las Molucas, y levantó la potencia mundial de Portugal
con las victorias que alcanzó en todas partes.
Y después, naturalmente, el oro. No sólo los marineros que se
alistaban y los aventureros que afluían, sino también los jefes de hs
expediciones y los gobiernos que los enviaban, establecían los carga
mentos de oro que habían de traer los barcos. Las respuestas de los
indígenas a la pregunta de dónde había oro, más de una vez modifi
caron plenamente el plan de una expedición. En las incursiones vic
toriosas de Cortés y Pizarro el oro demuestra de modo indiscreto la
potencia de realzar la audacia humana hasta lo grotesco y, a la vez,
lo exitoso. Una rara mezcla de motivos ocurre allí donde el oro de!
nuevo mundo debe servir a los Reyes de España para procurarse me
dios con que reconquistar Jerusalén. En este sentido, Colón siempre
oraba para que Dios en su misericordia le hiciera encontrar las mi
nas de oro.
Mas aun cuando el oro no afluía—o no comenzaba en seguida
a afluir—, en la abundancia deseada, ¡en qué varia figura traían las
naves la legendaria riqueza de la India: perlas y piedras preciosas,
tejidos y especias! Las mercancías de Oriente durante todo la Edad
Media llegaban por mediación de los árabes o por mar a los puer
tos del Mediterráneo oriental, o por el camino de tierra al mar Ne
gro ; desde allí las ciudades italianas se ocupaban del provechoso
transporte. Cuando los turcos conquistaron primero el Ponto, des
pués Asia Menor y Siria, finalmente Egipto, se estableció una ba
rrera entre Oriente y Occidente que sólo podía ser rota, según se
creía primero, mediante un viaje a través de Africa y, como luego se
supo, con una navegación doblando el cabo del Sur. Sería erróneo,
de entre los complejos motivos que llevaron al descubrimiento del
mundo, aislar el interés comercial como el impulso decisivo, pero en
los portugueses y los españoles desde el principio influye muchísi
mo, y después más en los holandeses, ingleses y franceses; los Wel-
AFAN DE DESCUBRIMIENTOS 585
miento, y por eso todavía de una manera muy creadora y sin méto
dos forzados, se despierta en sus proyectos el pensamiento de que
Europa debe ser ordenada de modo permanente como un sistema
polimembre de potencias, quizá hasta de cuerpos políticos naciona
les, mediante la razón política, a la que, desde luego, corresponde
esencialmente también la fuerza, y esto por causa de aquélla misma
y por causa de la cristiandad.
No hay duda de que Carlos V con las conversaciones religiosas
entre las confesiones en disputa ha sido terriblemente serio. Cristó
bal Amberger ha representado a este joven de treinta y dos anos
en esta postura, el libro en la mano, la mirada tensa y dirigida a los
bandos. Lenta y tardíamente se decide a proceder con la fuerza de
¡as armas contra los herejes en el imperio. Ello es ciertamente cosa
de su ritmo personal, pero en este caso se siente madurar la decisión
como un proceso orgánico en su piedad según la Iglesia tradicional y
en su conciencia imperial. Pues también la idea del Imperio la to
rnaba completamente en serio, y el más importante contenido de
ella era para él la soberanía protectora sobre la Iglesia. El pensa
miento de un concilio general para la renovación de la Iglesia y la
eliminación de la herejía fué para Carlos V, no sólo un instrumento
táctico, sino siempre un empeño íntimo. También estuvo este Empe
rador, el último que un Papa coronó, empeñado toda su vida en la re
forma del Sacro Romano Imperio, no sólo para reforzar el poder de
los Habsburgo, sino también para volver a dar al Occidente un
fuerte centro. Que el Imperio tuviera una estructura federal estaba
decidido antes de él por la evolución de los siglos últimos, pero que
podía seguir siendo una unidad y bajo la dirección del emperador
parecía que aún no era cosa a que hubiera que renunciar sin es
peranza.
Pero la lucha de Carlos V contra los protestantes, sus planes para
la reforma del imperio y su relación con los Papas (fuente de mu
chos desengaños), se encadenó, desde el principio, con las luchas de
Europa por el poder, especialmente por las que tenían como objetivo
Borgoña e Italia, y, además, con la defensa contra los turcos: mu
chas vacilaciones y aparentes inconsecuencias resultan de esta sitúa-
624 LA PO LITICA DE LOS GABIN ETES
cada una engendra una teología. Finalmente, se fijan las unas con
tra las otras, su ánimo confesor se convierte en algo rígido, su espí
ritu de lucha en intransigencia. Pero hasta entrado el siglo x v i i ,
conservan la fuerza de formar frentes y de mantenerlos amarga
mente contra todos los motivos racionales. Ciertamente que la rea
lidad histórica no siempre se ha dirigido por la regla de que un
príncipe católico debe tener por amigos a todos los católicos en to
dos ios países, del mismo modo que un hereje a todos los herejes,
los intereses políticos actúan muchas veces a través de los frentes
confesionales. En el imperio, se hace valer la prepotencia de los
Habsburgo y su dignidad imperial, tanto en el sentido positivo co
mo en el negativo: muchos protestantes se mantienen fieles al em
perador todo el tiempo que es posible y buscan protección en él,
mucha gente fiel a la Iglesia tradicional le pone los ojos tiernos por
razón de su libertad a los herejes. A esto se añaden las contradiccio
nes internas en el campo protestante, especialmente desde que la
doctrina de Calvino toma fuerza en Alemania. Se tardó mucho tiem
po hasta que los frentes religiosos estuvieron, en cierta medida, en
frentados el uno contra el otro como Liga y Unión. En el campo de
h gran política europea, los agrupamientos de las potencias se arre
glaban naturalmente de manera mucho más descarada por los in
tereses del poder. Francia fué desde el principio el aliado natural de
tes protestantes alemanes (como el de los turcos), porque era el ene-
migo universal de la casa de Habsburgo. A veces, Francia y el Papa
estuvieron con los turcos y los protestantes si no en alianza formal,
al menos de hecho, contra los Habsburgo.
Sin embargo, en último término, son las tendencias religiosas las
4ue levantan la lucha política y las que a lo largo de un siglo la
f'£van a tal punto, que, finalmente, ellas mismas, se abrasan en la
tecnia lucha. Contra el concepto de hereje que acuñan los jesuítas,
tesulta todo lo que la Edad Media llamaba herejía inofensiva; por
pnmera vez ahora, de la certeza de la eterna condenación del hereje
es derivado el deber de raerlo de la faz de la tierra. El protestantismo,
esPccialmente su ala más combativa, devuelve este concepto en bue-
ria moneda. La Iglesia papista es para él obra del diablo, y la lucha
40
626 LA POLITICA DE LOS GABIN ETES
L A R A Z O N C O M O M U N D O F L O R E C IE N T E ,
C O M O S O B R IE D A D Y C O M O T E R R O R
ne, y se podría decir que las almas sublimes de sus heroínas mismas,
son la razón en el estado de reflejo teatral, en lo cual el teatro no
significa una representación pomposa, sino un hábil reflejo de la
vida. En la lengua escogida, como en el velo que cae suavemente,
van envueltas las pasiones recorriendo su camino; pero la razón si
gue siendo, aun cuando impotente frente a ellas, su norma de su
premacía, y es ella la que vence, aunque sea de modo trágico. Este
realce de la razón a gran drama ocurrió en el país en el que la razón
había brotado de la fe y en el que la razón había de terminar en el
terror, en Francia. De muy diversos lados, el uno Port Royal, el
otro la comedia, Racine y Moliere erigieron de manera clásica la
idea de una razón que a nada humano es ajena y que realza a dra
ma todo lo humano.
Pero su más alta fuerza dramática la despliega la razón no donde
trabaja con palabra y pensamientos, sino donde habla desde la mate
ria y el tono absoluto; y esto nos parece en todo caso, que es la
demostración definitiva de que la razón no es una derivación secun
daria, sino el empeño más íntimo del espíritu occidental y la autén
tica continuación de su cristianismo. Ilustración, literatura, un len
guaje consciente y un mundo de cultura nacional, cual se constru
yen en Francia, en Inglaterra, y con el mayor retraso en Alemania,
es siempre algo secundario. Un siglo antes está el nacimiento de la
arquitectura barroca y de la música absoluta, y se puede dudar mu
cho de si el Occidente en todas sus artes plásticas y de la palabra se
ha expresado y representado a sí mismo en tanto grado como en estas
dos artes absolutas, es decir, libres de toda objetividad. Es como si la
razón en el ambiente de la palabra y de la figura definida conservara
siempre algo de su sobriedad, mientras que su fuerza floreciente se
libera allí donde puede actuar despertando, excitando, conformando
la materia inconsciente. Nunca ha pensado la razón discursiva tan
audazmente metiéndose en el vértigo, ni con tanta libertad en su im
pulso, ni con tanta seguridad en sus sueños, como al edificar se ha
hecho visible en sus escaleras y en sus iglesias de una nave única, en
las posiciones de sus castillos y parques. Y ninguna poesía, y menos
que ninguna la de la época, ha penetrado tanto en lo inconsciente y
648 L A R A Z O N C O M O M U N D O FLORECIENTE
sar sólo quien así debe pensar: pero para ello hay que ser un raciona
lista que duda de la razón, y quizá, además, un calvinista que se ha
vuelto demasiado débil para creer.
La fuerza poética con que Rousseau transformó con el pensamien
to la fe en la razón y hasta la razón misma en una potencia nueva, a
un tiempo destronándola y glorificándola, hiriéndola, crucificándola y
santificándola, es tremenda. Inaudito es también su influjo; ¿quién,
entre los más grandes de la época, sin exceptuar a Goethe y a Kant,
no estuvo bajo aquél? Pero la fuerza creadora de este espíritu, que ha
actuado suficientemente sobre los mejores de su tiempo, sigue a la vez
lanzando consignas sumamente activas para ser usadas urgentemente,
palabras de acción directa, fórmulas arrebatadoras, que pueden ser en
tendidas mal hasta un grado incalculable, y tal efecto ya partió de él
precisamente. R etournons a la n a tu re! Pero con esto de un golpe que
daría condenado como civilización todo lo que descansa sobre logro,
disciplina y herencia aceptada, es decir, como antinatural, o sea, como
cadena mala, o sea, como algo que ha de destruirse. ¡Qué ocasión para
aquellos para quienes tanto la civilización como la naturaleza son Hé-
cuba, y a quienes sólo les interesa destruir! Pues ahí está el concepto
total de civilización puramente negativo, definido como no naturaleza,
maravillosamente exento. Se puede ahí introducir todo lo que se quiere
odiar y sentir como cadenas: no sólo el rey, la Iglesia, las clases, el
orden social, sino también la costumbre obligatoria, la propiedad, la
educación, la cultura.
Tan ambiguas como las negaciones son también las posiciones de
este pensamiento: valores sumos y riquísimos, pero a la vez posicio
nes mínimas que mediante sofismas son mágicamente transformados
en normas, como “el hombre”, “la naturaleza”, “la comunidad”. Cómo
hace feliz y cómo obliga la humanidad lo saben y proclaman los me
jores de la época. Pero el reverso es que no se puede ser menos que
un hombre al cabo, con lo que se sitúa uno de una vez abismalmente
de modo positivo y como el bien por excelencia. ¡Qué oportunidad
para los que nada tienen, nada pueden, nada son! Por eso mismo
están bien caracterizados como hombres absolutamente, como natura
leza pura, es decir, como bien. De tales posiciones mínimas nada
654 LA R A Z O N C O M O M U N D O FLORECIENTE
puede crecer y nada puede ser hecho, pero no se debe intentar esto;
se debe sólo fijar la instancia absoluta, desde la que se puede acusar,
juzgar, destruir. Y la proposición “el hombre es bueno” legitima en
tonces el terror.
La genialidad de los sofismas va más allá; su obra maestra es e!
concepto de v o lo n té gen éra le. De los coven a n ts de los antepasados cal
vinistas surge en el descendiente incrédulo la voluntad general a la
que el individuo se entrega sin reserva. Esta v o lo n té g én éra le, en la
que se hunden todas las voluntades, es ahora el hombre natural sin
barreras, y por consiguiente el bien mismo. Su soberanía es ilimitada,
indivisible, intransferible. Jamás puede equivocarse; lo que en cada
momento quiere es lo que vale. “Vosotros sois el pueblo; lo que ha
céis está bien, lo que mandáis es deber sagrado” : esta consecuencia
resulta en cuanto se ha hecho la proposición y se formula en palabras
y con los hechos. Entonces se despertó, en el fuego de una revolución
que tiene grandeza en la historia universal, el pensamiento de la de
mocracia a nueva vida después de un largo sueño. Pero también enton
ces se representó toda la dialéctica de la democracia y hasta su pato
logía hasta el ultimo extremo.
Ya la revolución francesa como conjunto, y en primer lugar,
su época de terror, apenas debería de poder ser explicada causalmente
por razones fácilmente comprensibles, por ejemplo, algunas injusticias
sociales y algunas necesidades económicas. A l campesino, en la ma
yoría de las regiones, no le iba peor que en los demás países, y al
tercer estado que inició la revolución le iba incluso muy bien. El abso
lutismo de Luis XVI no era en absoluto un régimen duro, sino mas
bien blando y flojo, y además dispuesto a las reformas y, en todo caso,
generalmente desafortunado en la elección de hombres responsables y
lleno de inseguridad en sus medidas reformistas. Por su sustancia his
tórica la revolución francesa, como todas las revoluciones auténticas,
es la conversión en evidente de una modificación ya realizada en el
orden social. Pero sus “causas”, si se quiere plantear así ya la cuestión,
están en el agudo renunciamiento de las autoridades soberanas del estado
—y a la vez de la Iglesia—, en la decadencia de la autoridad. Pero rnas
importante es que la razón, que había tomado decisivamente el pan
L A R E V O LU C IO N F R A N C E SA 655
rior es forzada para que los que la han declarado sigan en el poder.
En la política exterior se busca no la ventaja política, sino el vértigo
clel triunfo y la misión de la idea revolucionaria. Que en ello sean lan
zadas al viento todas las convenciones entre estados y sean ostensible
mente despreciadas todas las reglas de la diplomacia, se comprende
de por sí, y pertenece precisamente al pathos revolucionario. La polí
tica exterior existe entonces (siempre que exista) para demostrarse a
sí mismo.
Todos estos mecanismos funcionan de modo tan automático, que
los acontecimiehtos, por dramáticos que sean, producen el efecto de
cosas de la naturaleza, y las personas, por interesantes que sean, de
marionetas. Los hombres que actúan, más bien surgen en un vértigo,
que ascienden y maduran, y desde el primer momento llevan en la
frente el signo de su caída. No sujetan ni contienen nada, sólo se sos
tienen a sí mismos; así es, en profundo sentido, sin sentido su actua
ción. Una caricatura de la época representa a Robespierre como últi
mo francés ejecutando en senda guillotina al penúltimo de los france
ses: el verdugo.
Pero también de la destrucción que amenaza con convertirse en
proceso natural y seguir avanzando sin esperanza puede la historia
sacar con conjuros un futuro. Precisamente la fatiga puede provocar
la decisión del futuro, precisamente la perfecta anarquía puede hacerlo
posible. Esta es la diferencia fundamental entre la historia y la biolo
gía. La realidad histórica no necesita morirse de sus enfermedades, aun
cuando parezcan mortales. Como actúa en el marco de la libertad,
vuelve a encontrar el camino de la decisión desde el automatismo. Y
la cuestión crítica es sólo cuál de las varias fuerzas que están en juego
tomará este camino, y cuál de las posibilidades inmanentes se tornará
lugar decisivo.
El a n d en regim e se entregó a sí mismo tan por completo desde la
primera hora, que en los diez años de revolución y en los siguientes
quince de bonapartismo fué eliminado sin remedio, en primer lugar,
porque surgieron posibilidades completamente nuevas de gloria y de
forma nacional en estas dos fases. Un retorno al siglo x v ii i fué en
Francia imposible. Los Borbones restaurados nunca habrían echado raí
42
658 LA R A Z O N C O M O M U N D O FLORECIENTE
ces, aun cuando sólo hubieran cometido la mitad de sus errores» C ’est
un f roces fe r d u , dijo Napoleón muy justamente ya en sus conversa'
ciones en el trineo.
La Francia burguesa—que por la situación de 1792 puede llamarse
girondina—está tan profundamente encajada en el carácter popular
francés, en la estructura íntima de la vida urbana y rural, que esta
revolución, que por anticipado era la suya, hubiera debido ganar, según
todas las previsiones. Aquí hay que tomar en serio el pensamiento de
que en la dinámica del acontecer histórico siempre se entrecruzan va
rias posibilidades, y que el verdadero futuro siempre es una victoria,
pero a veces no es la victoria exclusiva de una de ellas. Una decisión
unívoca y abierta en sentido girondino no fue impedida de un golpe,
pero sí en varios impulsos, y a la vez fue machacada entre los aconteci
mientos : en primer lugar, porque Mirabeau fracasó, después por el
fracaso de la Gironda misma en el poder, finalmente, por las cosas la
mentables de la Dictadura que no supo salir de sus golpes de estado
y ni siquiera en el punto más bajo de la fatiga general consiguió res
tablecer la paz civil. Pero si bien la Francia girondina no se convirtió
tampoco en heredera de la revolución y en ley del futuro, como con
dimento está siempre allí en adelante, y se convierte en la forma per
manente de Francia por debajo de las agitaciones políticas, y de modo
episódico ju ste-m ilieu y monarquía burguesa, liberalismo y democra
cia moderada, capitalismo y república burguesa, designan la línea po
lítica y, a la vez, la línea europea de Francia en el siglo xix.
Pero el vencedor propiamente es el jacobinismo. Confiere a la
nación su conciencia de sí, su voluntad de futuro, su tenacidad, inclu
so en situaciones desesperadas. No la hace libre de crisis, sino que mas
bien la lanza a ellas y en ellas la pone en juego, pero en ellas la hace
prudente, terca y valiente. No es propiamente una estructura de ia
voluntad en la que se pueda confiar, pero es un fuego interior, un
élan. Su lema se llama gloria, y las mejores dotes del espíritu francés
alimentan su llama. El papel europeo de Francia en el siglo xix sena
incomprensible si no se tomara en cuenta esta victoria secreta, pero al
mismo tiempo impuesta en los nervios por sí sola, del élan jacobino
sobre el aburguesamiento de Francia. Lo que es masa, lo que es capí"
NAPOLEON · 659
TECNICA Y DECISION
su maquinaria se suman los que fundan las fábricas, y con mano du
ra—a veces (si bien bastante raras) hasta con sentido social—organi
zan el trabajo en ellas. También en este campo, en todo el siglo xix,
se da el gran tipo y el nombre glorioso: las firmas industriales que
hoy todavía son grandes y universales potencias, en buena parte se
remontan a pleno siglo xix, y aun a sus comienzos; junto a ellas
están también los especuladores, el financiero abstracto, el fundador
sin escrúpulos y, además, el amplio estrato de los empresarios me
dios, sólidos o fantásticos, patriarcas de fábrica o enanos. La concu
rrencia es dura, pero las oportunidades son inauditas, porque parece
que no puede llegar a haber industria bastante. El éxito acompaña
unas veces a la cabeza ingeniosa, que conoce oportunamente la co
yuntura de los ferrocarriles o de la pasamanería, otras al trabajador
tenaz que apila un billete de mil marcos sobre el otro para que su
hijo algún día llegue a ser un verdadero propietario de una fábrica.
En un plazo de treinta a cincuenta años se construyen los grandes
distritos industriales europeos, en lo cual los inicios históricos se re
parten casi en un siglo entero, de 1780 a 1870: el distrito escocés
alrededor de Glasgow, el territorio industrial del centro de Inglaterra,
la zona franco-belga, Alta Silesia, Renania-Westfalia, las concentracio
nes en el alto y medio Rhin, el territorio carbonífero de Alemania Cen
tral. Un antiguo progreso industrial del país forma siempre los ci
mientos, pero sólo el paso al sistema de fábricas y a la minería en
grande hace que la población se vuelva más densa, hasta por encima
de toda medida natural, al absorber masas de trabajadores, muchas
veces de lejanas provincias. A través de la historia interna de los di
versos distritos industriales y de la historia conjunta de la industria
lización europea se extiende como tendencia dominante la expansión
del mismo cuerpo industrial, su erección en todas direcciones. El prin
cipio de la máquina conquista una zona de producción tras otra, in
cluso aquellas en que parecen inevitables inteligencia artesana, prác
tica y gusto. En esto se cumple un progreso en nuevo sentido, casi
por sí solo; progreso que no es conducido por la lógica de la investi
gación pensante, sino que se extiende en poderosas oleadas como un
destino. Nadie lo ha planeado, nadie ha podido planearlo, ni aún
44
690 TECNICA Y DECISION
BANrco DE LA REPUBLICA
- A P E D -A
- o . : , : G a -.. j ; : : i
702 TECNICA Y DECISION
E L OCCIDENTE S E E N C U E N T R A A SI M IS M O
todo el planeta, pero con ello despertó los espacios y potencias ex
trañas. Lo que en Daumier era un apunte genial e insensato, aquí
se convierte en realidad en la historia universal. Un progreso que da
la vuelta y se vuelve con su punta contra aquel que lo inició es deses
peradamente semejante a una imagen en el espejo que se levanta
contra su original.
Sin embargo, ante la potencia de esta realidad de la historia uni
versal, falla tanto la comparación de la imagen en el espejo como la
fórmula del encuentro del Occidente consigo mismo. Ambas valen
sólo en cuanto se mira al aparato externo, a la técnica, competencia
en los mercados mundiales y efectos de las armas. Pero en realidad
acaece mucho m ás: no sólo un retroceso, sino una irrupción; no sólo
un reflejo con incómodo carácter de realidad, sino una realmente nue
va configuración de la tierra política, una carga de espacios lejanos
con energías de historia universal.
Esto lo ha causado el siglo xix. Este siglo es mucho más poderoso
de lo que nosotros mismos, a la distancia de una generación cargada de
sucesos, podemos calcular. Quien lo considera puramente dentro de
Europa nunca le hará plena justicia. La tremenda fecundidad que des
arrolló en el estrecho espacio del Occidente es a la vez sólo el eco de su
temática en la historia universal. No sólo ha soltado a los pueblos oc
cidentales de sus saludables vinculaciones, y no sólo los ha conducido,
según percibieron todos los espíritus conservadores, hacia peligrosas
fronteras y más allá de éstas, sino que también ha dado un toque de
alarma al continente americano y al asiático hacia un futuro que co
menzó con él. Europa ha actuado sólo de un modo descendente. La
fórmula de que el Occidente se encuentra a sí mismo, justa para el
comienzo, hace tiempo que se convirtió en una perspectiva cercana
inadmisible. El siglo xix es un proceso planetario: por primera vez
en la historia de la humanidad ha ocurrido tal cosa.
Con esto el destino del Occidente está completamente cambiado
desde fuera. Europa está ahora otra vez estrechada, apretada, es de
nuevo “pequeña”. ¿Corresponden las cantidades y dimensiones que
tiene que aplicar en absoluto a los órdenes de dimensiones en que pien
sa la producción, el tráfico, la política del siglo xx? El futuro parece
LA HISTORIA DE EUROPA SE HACE UNIVERSAL 715
de estas colonias, que estas colonias unidas son estados libres e inde
pendientes, y deben serlo de derecho... Para el mantenimiento de esta
declaración, en firme confianza de la protección de la Divina Provi
dencia, nos comprometemos mutuamente con nuestra vida, nuestra
hacienda y nuestro sagrado honor.”
Los que toman esta decisión no son ni un estado ni una nación,
pero al hacerlo se convierten en ambas cosas. El movimiento de inde
pendencia es, por de pronto, impulsado en cada una de las colonias,
pero de la manera más decidida en Massachusetts y Virginia. El peli
gro de que las trece colonias se separaran o, más bien, no llegaran a
reunirse era grande; el nombre común de “americanos” adquiere sólo
en la acción misma su contenido político. También estaba allí el otro
peligro, el de que los conceptos de derecho natural, con los que se
había declarado su libertad, en especial la idea del pueblo soberano,
llevaran por el camino de la democracia igualitaria y de la revolución
de masas, como diez años más tarde en Francia. Por lo que hace a este
segundo peligro, fue una gran felicidad del joven estado que la ma
teria de la masa, que por casi todas partes en Europa fue inflamada
por la idea revolucionaria, allí no existiera, o en todo caso, no fuera
inflamable. El puritanismo acorazaba al individuo tan por completo,
que no podía verterse en la masa. La lucha de descubierta en tierras
nuevas, la viva experiencia de autoadministración y la jefatura en pe
queños círculos, ordenaba a los hombres de una manera concreta y
no soportaba una existencia amorfa. Estos colonos ciertamente que no
son, por de pronto, un pueblo (porque cada uno, individualmente, se
ha desmembrado de su lugar de origen), ni tampoco son ya una nación
política, pero sí que son un material para ésta. Igualdad, libertad, de
mocracia, contrato social, todas estas palabras adquieren aquí un sen
tido nuclear, y no son sólo tomadas en serio, sino que son objetivamen
te serias, a igual distancia de la teoría y del asfalto.
Sin embargo, es una poderosa hazaña de los hombres que hicieron
la constitución, que creara con prescindencia de todas las consecuen
cias radicales que se hubieran podido sacar de la situación muy bien,
un estado que desde el primer momento era apto no sólo para unir
a su pueblo, sino para actuar en el mundo de la política. Está consti
718 LAS NUEVAS POTENCIAS MUNDIALES
viduos valerosos aislados, que más allá de las fronteras actuales buscan
su oportunidad, y con ello se convierten en adelantados de la civiliza
ción, ponen tal proceso en marcha, que la política apresura con rá
pidas decisiones. La técnica moderna, que en los países europeos sólo
hace más intensa y elaborada la vida preexistente, aquí actúa de una
manera inaugural, excitadora, fundamentante; además de los medios
de tráfico con máquinas, el invento de Morse, la telegrafía. Proceso
natural, ciertamente, pero íntegramente americano; con su habilidad
para los negocios, su energía empresaria, su fuerza de organización po
lítica, en menos de medio siglo fue llevado a través de 40.000 kilóme
tros hasta su objetivo establecido por el planeta mismo.
Los Estados Unidos se convierten al avanzar al Oeste, de vecinos
de Europa, en continente propio entre dos mares y dos campos de
tensión en la política mundial; de retoño del mundo anglosajón en ser
histórico original. El concepto admitido de un “círculo cultural euro-
peoamericano” no debe engañarnos sobre el hecho de que todos los
elementos que aquí y allí son comunes, en ambas partes tienen un
sentido muy distinto desde el principio, o han ido adquiriéndolo con
el tiempo. Con realidades como pueblo, democracia, constitución, ya
hemos podido comprobarlo; el proceso formativo de la nación polí
tica ocurrió allá de manera completamente distinta que en cualquier
parte del antiguo continente. Y esto se aplica también a realidades
como el aumento de población en el siglo xix, la industrialización, la
atracción urbana, las formas superiores y tardías de la economía capi
talista. La población de la Unión sube de 1790 a 1890 de cuatro a
más de sesenta y dos millones, y después todavía se ha duplicado. Na
turalmente que esto no es un crecimiento interno desencadenado al
modo de los países industriales europeos, sino la inmigración de los
que quieren subir, los que buscan fortuna, los perseguidos política
mente, los fracasados y los que comienzan de nuevo de toda Europa.
El cuerpo industrial, que en los países europeos es una formación se
cundaria de la propia sustancia popular y sobre cimientos historíeos,
surge en Norteamérica, como todo lo demás, también como empresa
abstracta sobre suelo libre, se podría decir que lo ha forzado más la fa
bulosa riqueza material del suelo que la presión de la población. Según
a
IRIO BRITANICO
□
U.S.A UNION SO VIETICA
MAPA P O L I T I C O E N 1 9 3 0
USA POTENCIA MUNDIAL 721
ras. Comenzó cuando Jermak, en los años 1581-1584, con 800 cosa
cos, conquistó el imperio tártaro del zar Kuchum junto a los ríos
Ob e Irtych. En 1682, es fundada Yakustk junto al río Lena; a fines
del xvii, se había llegado a Kamchatka. M u y poco a poco, va pene
trando el pueblo ruso colonizador, y las deportaciones van llenando
el amplio espacio. La conquista de la provincia del Amur por M u-
ravief, la adquisición del norte de Sakhalin, la fundación de Vladi
vostok (1860)-—todo en el decenio de la guerra de Crimea—es a la
vez el espigueo de una cosecha de tres siglos y medio. Pero es de
cisivo, pues enlaza el poder mundial de Rusia al océano Pacífico.
Con los chinos tuvo el imperialismo ruso mucho que hacer desde
antiguo, pero ahora entra en el campo de fuerzas del Japón y de los
Estados Unidos, a los que en 1867 les es vendida Alaska. Incalcu
lables riquezas, primero pieles, desde Pedro el Grande, hierro, cobre,
plomo, zinc, plata y oro, se sacan de Siberia, primero solamente como
si se sacara la mano cerrada del mar. La técnica occidental aplicada
a tales dimensiones, reservas de energía y depósitos, ha de ser como
si las energías latentes de la tierra dormida fueran arrancadas al
sueño.
Por su cara europea, el imperio de los zares desempeña en el sis
tema racional de la política que se forma en Occidente alrededor de
1700 un papel imprescindible. Sus objetivos en los espacios báltico y
póntico ponen en tensión primero a las potencias de Europa oriental
y central, pero después, muy pronto, la política entera de las cortes
europeas. En todas las combinaciones de alianzas y situaciones de
equilibrio del siglo xvm, el peso de Rusia es grande, y más de una
vez da el golpe decisivo, así en 1812. Una potencia que incuestiona
blemente pertenecía a Europa, pero a la vez, tanto por su potencia
como por su estilo, era supereuropea, intervenía de esta manera en
el juego europeo. Es como si el destino de la historia de la tierra
que ha unido a la península europea sin fronteras con el continente
asiático, en estos siglos de la Edad Moderna, se agudizara de nuevo
con trascendencia sobre la historia universal. El Occidente decimo
nónico la presintió : vive sous l’œ il des russes. Angustia y esperanza,
nostalgia e instinto de defensa se perciben en el espacio que se ex-
724 LAS NUEVAS POTENCIAS MUNDIALES
Bonin y Vulcano, y las islas alemanas del Pacífico, y por otra parte
conquistó Corea, hizo la guerra del ferrocarril por Manchuria, y, fi
nalmente, impuso la creación del estado de Manchukuo, fue la
síntesis de las dos direcciones y en absoluto de todos los esfuerzos
de la voluntad japonesa de poder bajo las condiciones de lo posible,
y, a menudo, más allá de éstas. En menos de dos generaciones, fue
construido, en las más difíciles condiciones, es decir, en concurrencia
con otras potencias mundiales que llevaban ventaja, un espacio de sobe
ranía, que contenía posibilidades para colonizar, valiosos depósitos de
carbón y de mineral, bases y posiciones para ulteriores conquistas. Fue
fatalidad de los últimos años que Japón abandonara el principio de los
pasos uno a uno y los saltos de tigre, disparara a la vez hacia todos sus
objetivos, y con ello volviera a ponerlo todo en juego.
L A E P O C A D E L A S G U E R R A S M U N D IA L E S