Art Ulises
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Genís Ona
Hospital Sant Joan de Déu
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All content following this page was uploaded by Genís Ona on 13 February 2017.
Tu cerebro es Dios.
Timothy Leary.
Antes que nada, no obstante, se debería aclarar que, pese a que se considera que es la
filosofía la que debe desplegar, definir o confrontar estas corrientes, en realidad esta
cuestión es profundamente científica. La ciencia, desde que se le puede dar ese
nombre, ha bailado al ritmo de diferentes corrientes. Éstas siempre han sido la banda
sonora de la coreografía científica. Tienen un papel determinante en la validación o
aceptación de hipótesis o líneas de investigación, afectan de manera directa e
inequívoca a la manera en la que los investigadores e investigadoras piensan y
pretenden resolver problemas. Incluso condicionan de manera absoluta la
interpretación de los resultados de todos los experimentos o ensayos. Por tanto (y así
seguimos atrayendo a la lectura), este texto no solo debería interesar a quien se
apasiona por la filosofía, sino también, y más aún, a quien se apasiona por la ciencia.
Dualismo
El dualismo, en este caso particular, se puede entender como la doctrina que separa la
naturaleza del ser humano en dos esencias contrapuestas: mente-cerebro, alma-
cuerpo o materia-espíritu. Son esencias separadas e irreductibles entre sí, pero, a
pesar de eso, las filosofías dualistas siempre han dado más importancia a una sobre la
otra. Tradicionalmente, y esto no sorprende a nadie, el privilegio lo ha tenido lo
espiritual, mental, «divino». Lo sensible, la carne, se han entendido como la parte
«baja», vil, de la realidad. Y con ella, sus impulsos, pasiones, instintos y necesidades.
Suele situarse el nacimiento del dualismo en la figura de Descartes, aunque, si bien es
verdad que el filósofo francés fue el primero en ofrecer una explicación sistemática de
esta perspectiva, podemos encontrar los primeros vestigios de éste en el chamanismo,
donde el alma o espíritu del chamán puede abandonar su cuerpo y viajar por el tiempo
y por el espacio. En esta experiencia el cuerpo no tiene ninguna cabida, y se entiende
por ende que éste y el alma son dos cosas bien distintas. Esta concepción chamánica
perdura hasta la antigua Grecia, pues Pitágoras o Empédocles son considerados por
algunos autores como chamanes, aunque se pueden encontrar muchos más ejemplos
(1). Sin abandonar Grecia, encontramos referencias literarias sobre esta concepción
dualista, como por ejemplo en el décimo libro de la Odisea de Homero, cuando Circe
golpea a algunos compañeros de Odiseo con su varilla mágica: <<Tenían la cabeza, la
voz y el cuerpo de un cerdo, si bien su mente permaneció intacta como antes. De ese
modo, quedaron allí en una pocilga, llorando>>. Lo seguimos encontrando en autores
griegos posteriores como Demócrito o Platón, y todo apunta a que este dualismo
responde a una arcaica tendencia a pensar en términos de opuestos (bueno-malo, día-
noche).
Aldous Huxley tenía la convicción de que la experiencia mística tiene el potencial para
resolver cualquier dualismo o dicotomía. En su artículo Culture and the individual
explica cómo nuestra percepción está condicionada por una perspectiva dualista de la
realidad, la cual puede disiparse o atenuarse gracias al uso de drogas psicodélicas:
En la conciencia mística, cuando pasas a formar parte de una sola e infinita unidad, tiene
lugar una reconciliación de los opuestos, una superación de nuestras relaciones sujeto-
objeto profundamente arraigadas con las cosas y las personas; se vive una experiencia
inmediata de solidaridad con todos los seres y una especie de convicción orgánica de que,
a pesar de todo lo que está tan manifiestamente mal en el mundo, todo está, de alguna
manera paradójica y totalmente inexplicable, bien (2).
Según Erwin Schrödinger, para superar estas dificultades había que abandonar el
dualismo, y fue precisamente lo que sucedió. Además de eliminar la barrera ilusoria
entre onda y partícula, también se abandonó la concepción dualista de espacio y
tiempo, energía y materia, e incluso espacio y objetos.
Materialismo
“Un físico moderno podría decir que las cosas físicas poseen una estructura atómica; pero,
a su vez, los átomos poseen una estructura que difícilmente se podría describir como
<<material>>: con el programa de explicar la estructura de la materia, la física ha de
superar el materialismo” (5).
Pese a esto (y mucho más), la ciencia actual está todavía impregnada de esta óptica
materialista. Se asume que nuestro cerebro, como si de un ente aislado y con voluntad
propia se tratara, produce nuestras conductas, pensamientos, disposiciones, estados
anímicos, así como nuestra conciencia y todo lo que ésta abarca. Solo hace falta buscar
algunos artículos de Psicología o Neurociencias en internet para asombrarse con
titulares como “Cómo aprende nuestro cerebro” o “Cómo enseñar a tu cerebro a ser
más empático”. Todo empieza y termina en el cerebro.
Rubia mete totalmente el pie en el charco cada vez que intenta explicar esta (de
momento sólo para él) maravillosa hipótesis. Argumenta que debido a que se ha
observado que los sujetos bajo el efecto de algunas drogas psicodélicas muestran una
mayor actividad en áreas cerebrales como el hipocampo y la amígdala, éstas deben
jugar un papel primordial en la producción de tales experiencias. Y que como ambas
están ligadas a conductas sexuales o agresivas, es normal que en la experiencia mística
encontremos aspectos violentos y eróticos.
En segundo lugar, parece que Rubia no se ha leído ni una sola de las profusas listas de
características típicas y más frecuentes de la experiencia mística que se han elaborado.
Un ejemplo, por parte de Stan y Christina Grof:
Las cuestiones hasta ahora presentadas sugieren que las cosas no son tan sencillas, y
que muchas veces, una óptica materialista no es ni mucho menos exhaustiva a la hora
de explicar cualquier fenómeno. Por tanto, no deberíamos confundir las limitadas,
reducidas y sesgadas explicaciones que muchas veces se nos ofrecen con la auténtica
realidad, pues esta parece ser mucho más psicodélica.
Idealismo trascendental
Esta idea de la mente como creadora activa de la realidad está bastante aceptada
actualmente. Podemos rastrear los primeros bocetos de esta hipótesis hasta mucho
antes de la aparición de la neurociencia moderna, pues fue desde la filosofía cuando se
planteó por primera vez esta posibilidad. En concreto fue Henri Bergson quien,
después de afirmar que la Teoría de la Evolución de Darwin no funcionaba para
explicar el fenómeno de la conciencia, propuso que la principal función del cerebro
sería eliminativa. Más allá de la simple concepción darwinista según la cual la mente
humana es la consecuencia de un proceso de adaptación a nuestro entorno, Bergson
defiende que dicha adaptación solo es un primer paso, una premisa necesaria para
poder alcanzar otras finalidades superiores, a saber, un incremento continuo de la
libertad y de la creatividad. Bergson insiste en que la actividad mental desborda la
actividad cerebral, y es que la increíblemente compleja y rica vida mental, con todos
sus estados, superaría con creces la simple satisfacción de las necesidades de
supervivencia y reproducción de un organismo.
Posteriormente a Bergson, Aldous Huxley siguió desarrollando esta idea. En este caso,
propuso la existencia de una especie de válvula localizada en el cerebro, la cual
procesaría todos los estímulos perceptibles para conformar así un esquema
determinado del mundo exterior en el que pudiéramos funcionar física, psíquica y
socialmente. Postulaba, del mismo modo, que bajo los efectos de drogas psicodélicas
como la mescalina o la LSD, esta válvula interrumpiría temporalmente su actividad,
permitiéndonos así percibir un mayor grado de realidad.
Una pregunta que cabría considerar, asumiendo estos principios, es si sería posible, al
contrario de lo que pensaba Kant, llegar a percibir esa realidad incognoscible y última a
través de un cerebro lo suficientemente liberado de filtros como para permitir la
trascendencia de los supuestos límites de la percepción, así como la adopción de
estados lo suficientemente expandidos de conciencia susceptibles de reconocer las
cosas en sí mismas. Deberíamos considerar esta posibilidad tras fijarnos en las
propiedades de las experiencias místicas provocadas por estas sustancias, pues, por
ejemplo, una de ellas es la inefabilidad: la incapacidad de ponerle palabras a la
experiencia vivida. Algo que sugiere que se han sobrepasado esos límites perceptivos
propios de la ‘realidad ordinaria’ de la que nuestro lenguaje es altamente dependiente.
Epifenomenalismo
Es cuanto menos curioso que uno de los mayores defensores del epifenomenalismo
fuera Thomas Huxley, abuelo de Aldous Huxley. T. Huxley también era un acérrimo
defensor del darwinismo. Tanto, que fue apodado como “el bulldog de Darwin”. Este
hecho también resulta curioso, pues el darwinismo choca con algunos puntos de vista
epifenomenalistas. El primero debe considerar a la conciencia y a los procesos
mentales como productos de la evolución por selección natural. Es decir, así como un
lenguaje primitivo debió resultar útil para la supervivencia de la especie y ello puede
explicar su posterior evolución, también una conciencia y unos procesos mentales más
primitivos debieron facilitar la lucha por la vida. De manera que éstos debieron
evolucionar de manera análoga al lenguaje, y no como subproductos ineficaces de
procesos fisiológicos, tal como defiende el epifenomenalismo.
Siguiendo con el ejemplo del lenguaje, imaginemos una conversación entre dos
personas. Según el epifenomenalismo, no es relevante el hecho de que dicha
conversación influya sobre las opiniones de ambas personas, las emocione o les
suministre información. Lo realmente importante son los cambios en la estructura
cerebral de los interlocutores, que en último término afectarán a sus acciones. Es
decir, aún y asumiendo la existencia de estos procesos mentales, el epifenomenalismo
niega cualquier función biológica que puedan tener, de manera que no puede explicar
en términos darwinistas su evolución. Definitivamente Thomas estaba algo confuso.
Sea como sea, parece que el epifenomenalismo, tal como lo entendemos, está
destinado al fracaso. En sus propios principios encontramos pruebas de su
intrascendencia, pues afirmando que los argumentos en general carecen de
importancia alguna por no poder influir en nuestras acciones (pues estas se deben
únicamente a procesos mecánicos y eléctricos) está negando cualquier oportunidad de
defenderse, pues todo lo que se diga en su favor no tendrá ninguna importancia.
Además, encontramos algunas pruebas que proporcionan serias dudas sobre sus
principios (21,22).
Pero la filosofía no es el único tipo de práctica y discurso que pone límites a lo que
debe ser considerado. Para Foucault, nuestra cultura (y, por tanto, su filosofía pero
también su ciencia) intenta expulsar de sí ciertas experiencias, y para ello se apoya en
varios instrumentos: la prohibición; el rechazo a ciertos discursos –
paradigmáticamente, el discurso del “loco” -; la veneración de la verdad como ese tipo
de enunciados necesarios, universalizables, y que se alcanzan mediante un método y
unas técnicas de naturaleza racional. Una “voluntad de verdad”, un deseo de alcanzar
la verdad, que se hallaría a la base, según Foucault, de toda disciplina (o ciencia).
Reflexión final
Las drogas psicodélicas tienen el potencial para modificar o moldear las corrientes aquí
expuestas y muchas otras. No obstante, la lección más importante que se puede
extraer de éstas es la que se presenta ante cualquiera que se aventure en el interior
del páramo psicodélico: que de pronto, la idea que se tenía del mundo hasta el
momento se disuelve y ya no es como se pensaba; que la verdad no existe y que nada
permanece; que todo cambia, como dice la canción.
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