Cerebros Rotos Y Mentes Confusas: Parte I

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CEREBROS ROTOS

Y MENTES CONFUSAS
PA RT E
I

© Psiquiatría Editores, S.L. - Oxford University Press, Inc.


CAPÍTULO 2

UNA PESADILLA AL DESPERTAR


ENFERMEDAD MENTAL
Y GENTE CORRIENTE

EN LA MENTE HAY MONTAÑAS Y ABISMOS TERRIBLES,


ESCARPADOS, QUE NADIE EXPLORÓ. QUIEN NO HA PENDIDO DE SUS CORNISAS
NO HA CONOCIDO EL HORROR. MAS NO HEMOS DE SUFRIR EN EXCESO
EN NUESTRO CAUTIVERIO ESE VÉRTIGO ATROZ.

-GERARD MANLEY HOPKINS


NO WORST, THERE IS NONE

MARY ESTABA PREOCUPADA. Conocía a Jim desde hacía 11 años y llevaban 6 casa-
dos. Jim era un hombre fuerte, como una roca, y podía contar siempre con él.
Ahora, de repente, parecía estar alejándose sin razón aparente. Su «roca» se
estaba convirtiendo en un montón de guijarros justo delante de sus asombrados
y cada vez más asustados ojos. ¿Qué estaba pasando?
Todo había empezado hacía 4 meses.

¡Dios!, ¿qué me pasa?


Jim fijó su mirada vacía en el Alka-Seltzer mientras las burbujas se acumu-
laban alrededor del comprimido antes de subir por el vaso.
No puedo hacerlo. Simplemente NO PUEDO hacerlo. No puedo trabajar
todo el día e intentar estudiar toda la noche. ¿Por qué llegué a esta situación?
Mary estaría mejor sin mí.
Tenía un nudo en el estómago. Quiso coger su cepillo de dientes y golpeó
el vaso con el Alka-Seltzer, que se hizo añicos en el suelo. Se dejó caer en el frío
suelo de baldosas y sostuvo un trozo de cristal sobre su frente, como si quisie-
ra enfriar las preocupaciones que bullían en su interior e intentaban salir. Quiso
recordar cuándo empezó a sentirse tan mal. Intentó buscar una razón para
aquella sensación dolorosa en el estómago que parecía envenenar su concen-
tración y socavar su energía habitual. No podía encontrar razón alguna. Su espo-
sa Mary era la alegría de su vida. Le había apoyado constantemente en su vuel-
ta a la escuela de empresariales para que pudiera dejar su trabajo en la cons-
trucción y mejorar su situación. Sólo le faltaba un semestre para acceder al
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mundo de las salas de juntas y los ordenadores portátiles. Tenía que conseguir-
lo ¿Por qué todo parecía tan gris y siniestro? ¿Por qué no podía deshacerse la sen-
sación visceral y enfermiza que le golpeaba en el momento de levantarse por la
mañana?
10 CEREBROS ROTOS Y MENTES CONFUSAS

Mientras se sentaba, analizó la sensación. Era el mismo temor enfermizo


que había sentido en la escuela primaria, un día que creyó que se había subido
a un autobús equivocado al volver a casa. Era aquella sensación surrealista de
que «algo no encaja en el cuadro», que se manifestaba como una oleada de
angustia. En aquella ocasión, el temor se esfumó al ver la primera cara conoci-
da en el autobús o al reconocer la ruta, pero esta vez permanecía. Las mañanas
eran casi intolerables, de ahí el Alka-Seltzer. La sensación disminuía un poco
durante el día, pero nunca, nunca le abandonaba. Le había perturbado el sueño
durante semanas, y se sentía como un muerto viviente.
¿Cómo puedo continuar de este modo? Es culpa mía por intentar cambiar
lo que soy. Es mi penitencia por intentar ser algo más que un trabajador de la
construcción como el resto de mi familia. La gente como yo debería quedarse
en su sitio…

Lo lógico sería que se sintiera feliz. Estaba a punto de convertir en reali-


dad un sueño que había tenido durante muchos años: acabar su máster en la
escuela de empresariales y conseguir un trabajo mejor remunerado en una
empresa, preferiblemente en el departamento de marketing y ventas. Ambos
habían trabajado, planificado y sacrificado cosas para conseguirlo. Habían pos-
puesto el tener familia para que Mary pudiese continuar con su trabajo de secre-
taria y ayudar a pagar los gastos de los estudios de Jim. El reloj biológico de
Mary estaba en marcha, ella tenía 31 años y él 34, así que no podían esperar
mucho más. Habían renunciado a comprar una casa o incluso muebles o una
buena vajilla, porque sabían que iban a mudarse. Jim había seguido trabajando
media jornada en el negocio familiar de construcción, instalando techos en
casas. Era un trabajo duro y en cierta medida peligroso, pero pronto podría
acceder al mundo de los ejecutivos, con todas sus ventajas. ¡En realidad hacía
tiempo que anhelaba ponerse traje y corbata cada día!
Todo empezó, aparentemente, con una gripe. Estaba cansado, con febrícu-
la y mialgias. También perdió el apetito. Dejó las clases por unos días y perma-
neció en cama. La fiebre y el dolor desaparecieron, así que volvió al trabajo y
a los estudios, pero no se sentía mucho mejor. De hecho, se sentía peor en algu-
nos aspectos. La falta de apetito se convirtió en náuseas. Cuando se levantaba
por la mañana, sentía un dolor en el estómago que disminuía durante el día,
pero no se sentía con fuerzas para comer. Jim y Mary bromeaban sobre su
«enfermedad matutina» y la posibilidad de que fuera él en vez de ella quien
estuviera «esperando». Cuando ya había perdido unos 2 kg y seguía encontrán-
dose peor, e incluso vomitaba un par de veces cuando las náuseas eran muy
intensas, la broma dejó de ser graciosa. Se añadieron otros problemas. Se des-
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pertaba en mitad de la noche, con ansiedad por cosas que tenía que hacer al día
siguiente, y no podía volver a dormirse hasta 2 o 3 h después. Al día siguiente
estaba agotado. Tenía que preparar grandes proyectos en dos asignaturas, y
empezó a preguntarse si sería capaz de terminarlos. Se sentía asustado y muy
UNA PESADILLA AL DESPERTAR 11

inseguro de un modo que nunca había experimentado. Habitualmente se enfren-


taba a los grandes proyectos con confianza y solía estar entre los mejores de la
clase. ¿Por qué le ocurría esto ahora? Empezó a ponerse nervioso por todo. A
veces incluso le temblaban las manos. Empezaba a creer que era un perdedor y
Mary tenía problemas para convencerle de lo contrario. La situación se convir-
tió en crisis cuando dijo que había decidido no buscar otro trabajo al año si-
guiente, que simplemente volvería a la jornada completa en el negocio familiar.
Incluso insinuó que dejaría las clases y no terminaría el máster.
Tenían un seguro médico con una compañía a través del trabajo de Mary.
Ambos tenían buena salud, así que nunca lo habían utilizado, excepto para la
revisión ginecológica anual de Mary, para que le recetaran anticonceptivos.
Decidieron que Jim tenía que ver a un médico. Era obvio que tenía alguna enfer-
medad.
El médico era un hombre joven y rubio, con un bigote pequeño y caído, fino
pero fuerte, con la bata blanca obligatoria sobre una camisa de cuello abierto y
unos pantalones caqui con zapatos Birkenstock. Se llamaba Dr. McNerny. Escuchó
la historia de Jim: la gripe, el cansancio posterior, las náuseas y vómitos, los tem-
blores y el insomnio. Después le hizo un montón de preguntas, en primer lugar
sobre lo que Jim bebía. Jim y Mary solían tomarse una cerveza antes de ir a dor-
mir. Era el momento en que se relajaban juntos, charlaban y repasaban los acon-
tecimientos del día. Ocasionalmente, también se tomaban una botella de vino
durante la cena del sábado, quizás una vez al mes. A Jim le costó convencer al
médico de que no bebía más que eso. Después le preguntó sobre el café y otras
bebidas con cafeína. Jim tuvo que reconocer que bebía mucho café, cinco o seis
tazas al día. Además se bebía un par de latas de Coca-Cola o Pepsi. A continuación,
el médico preguntó por la dieta. Jim y Mary estaban orgullosos de sus hábitos. Al
padre de Jim le habían hecho un bypass y por lo tanto tenían muy en cuenta el
hacer una dieta sana y «protectora» del corazón: carne sólo dos veces por sema-
na, mucha fruta y verdura fresca, pasta, arroz y aceite de oliva en vez de mante-
quilla o margarina. Aunque a Jim le encantaba el helado (y lo hubiese preferido
como tentempié antes de acostarse), Mary casi nunca le dejaba comerlo. Y des-
pués vinieron las preguntas sobre el ejercicio, el tabaco y el consumo de drogas
ilegales. De nuevo obtuvieron buena nota. De hecho se habían conocido corriendo,
y correr y montar en bici juntos formaba parte de su rutina. Ninguno de ellos había
fumado o consumido drogas ilegales. También les hicieron muchas preguntas acer-
ca de las enfermedades del padre y la madre de Jim y de otros familiares: enfer-
medades cardíacas, diabetes, cáncer, enfermedades renales, etc.
El médico exploró cuidadosamente el corazón y los pulmones de Jim, com-
probó su equilibrio y coordinación, le miró el fondo del ojo y la boca, aparen-
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temente para abarcar las principales partes del cuerpo. Todo estaba bien. No
obstante, al pesarle, Jim observó que había perdido un total de 3,6 Kg en las
últimas 6 semanas. El Dr. McNerny se mostró preocupado y le preguntó si había
bebido mucho líquido y orinado mucho.
12 CEREBROS ROTOS Y MENTES CONFUSAS

Después de completar la exploración física, el Dr. McNerny le dijo que le


gustaría hacerle un análisis de sangre y orina. Había muchas causas posibles para
el problema de Jim, pero la mayoría eran poco probables. Se podía pensar en
una diabetes o una alteración tiroidea; la pérdida de peso le hacía sospechar de
un posible cáncer. Sin embargo, él creía que lo más probable era que el proble-
ma de Jim fuera un exceso de cafeína. Le sugirió cambiar el café por infusiones
(ni siquiera café descafeinado, ya que contiene un poco de cafeína) y pasarse a
refrescos sin cafeína.
Cuando Jim abandonó la consulta también le preocupaba la posibilidad del
cáncer. De hecho, la posibilidad le preocupaba realmente. Unos dias después,
el ayudante del Dr. McNerny les llamó para decirles que los análisis de sangre y
orina eran normales y que parecía gozar de buena salud.
A pesar de seguir el consejo del médico respecto a la cafeína, Jim siguió
empeorando. Tenía náuseas durante todo el día y apenas podía cepillarse los
dientes sin vomitar. De hecho, vomitaba el desayuno tres o cuatro veces por
semana. Se sentía fatal. Por un lado estaba cansado, apático y desanimado y
por otro estaba nervioso, como un resorte en tensión. A veces se sentía tan
ansioso que no podía pensar ni concentrarse durante horas. Apenas podía
arrastrarse a clase o al trabajo. Empezó a pensar en dejar los cursos y pos-
poner la graduación. Pensaba en dejar definitivamente lo de las ofertas de
trabajo. No tenía energía para volver a hacer un nuevo currículum, compro-
bar las ofertas nuevas y enviar las solicitudes. Es más, no creía que nadie qui-
siese contratarle.
Mary decidió hacer algo por su cuenta. Con su actitud emprendedora y reso-
lutiva de siempre, decidió que era el momento de investigar por su cuenta sobre
el problema de Jim. Empezó por buscar en varios sitios de internet que propor-
cionaban información sobre salud. Descubrió algunas cosas interesantes, como
que los síntomas de Jim encajaban muy bien con un problema llamado trastor-
no por crisis de angustia o trastorno de ansiedad generalizada, y que se trataba
de enfermedades mentales muy frecuentes. En realidad, por su edad e historia
familiar, la posibilidad de que Jim tuviera una alteración tiroidea, cáncer o dia-
betes era muy baja. Por otra parte, muchas personas de su edad presentaban
problemas de ansiedad. Había nuevos fármacos para tratar estos problemas y
parecía que eran muy efectivos. Mary descargó un artículo de la revista The
Journal of the American Medical Association y se lo dio a leer a Jim. También
descargó la descripción del trastorno de ansiedad generalizada y el trastorno
por crisis de angustia del Manual estadístico y diagnóstico (Diagnostic and
Statistical Manual, DSM), de la American Psychiatric Association. Jim también
se sorprendió de lo mucho que sus síntomas se ajustaban a la descripción. Mary
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insistió y finalmente consiguió que Jim llamara de nuevo al Dr. McNerny para
concertar otra visita. Su seguro no creía que fuera necesario, ya que parecía que
Jim disfrutaba de un buen estado de salud. Pero finalmente Jim les convenció
de que lo remitieran a un psiquiatra para estudiar la posibilidad de que sufrie-
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se un trastorno por crisis de angustia o ansiedad generalizada. Tuvo que espe-


rar otras 3 semanas para la visita. Estaba tan nervioso que apenas podía sopor-
tarlo.
Esta vez también le visitó un hombre joven, en realidad este médico pare-
cía incluso más joven que el Dr. McNerny, aunque no llevaba bata blanca. Le dijo
que era el Sr. Morgan y que no era médico. Era licenciado en psicología. El
Sr. Morgan le explicó que su seguro no disponía de psiquiatras. Si era absoluta-
mente necesario, remitían a los pacientes a cualquier otro sitio, pero esto sólo
se hacía en casos «realmente graves», y no parecía que Jim fuera un caso «real-
mente grave». El Sr. Morgan era la persona de su seguro que diagnosticaba y tra-
taba los trastornos mentales bajo la supervisión de médicos como el Dr. Mc-
Nerny. Se le veía seguro y competente, así que Jim no tuvo dudas a la hora de
confiar en el Sr. Morgan.
El Sr. Morgan le explicó que había revisado la historia elaborada por el Dr. Mc-
Nerny, así que no era necesario repetir todas las preguntas sobre la ingesta de
alcohol, drogas y esas cosas. En cambio, empezó a preguntarle sobre su escolari-
zación y objetivos laborales. Jim le explicó que su máster estaba en plena crisis.
Temía tener que dejar la universidad y olvidarse de sus planes de entre-
vistarse con alguna prestigiosa empresa de negocios de algún otro lugar. El
Sr. Morgan sonrió afectuosamente y empezó a hacerle un sinfín de preguntas a
gran velocidad. Jim reconoció en seguida que se trataba de los criterios del DSM
para los trastornos de angustia y ansiedad que Mary había descargado. Jim ya
sabía que encajaba en ambos diagnósticos, en ninguno exactamente y un poco en
ambos, pero respondió diligentemente a cada pregunta. Al cabo de unos 15 min,
el Sr. Morgan se excusó y volvió con una receta. Le explicó que era para un medi-
camento llamado Celexa (hidrobromuro de citalopram), similar al Prozac (fluoxe-
tina). La dosis necesaria era de 20 mg, y tendría que empezar a tomarla esa
misma tarde. No obstante, podría tardar hasta 4 semanas en notar su efecto. El
corazón le dio un vuelco. Esperaba una mejoría más rápida. No había oído hablar
del Celexa, aunque conocía el Prozac y su fama de ser el fármaco que te hace sen-
tir «mejor que bien». Bueno, quizá funciona. Merecía la pena intentarlo.
Jim había acumulado una larga lista de preguntas durante las 3 semanas de
espera de la visita y deseaba oír las respuestas.
«¿Cuál cree que es el problema?», preguntó Jim.
«Bueno, es una alteración bioquímica en su cerebro, probablemente una
predisposición con la que ya ha nacido», contestó el Sr. Morgan.
«¿Y cuanto tiempo durará?».
«Podría tener este problema el resto de su vida», dijo el Sr. Morgan, «pero
no se preocupe, porque la medicación suele funcionar muy bien».
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«¿Quiere decir que tendré que tomar medicamentos durante mucho tiem-
po?», preguntó Jim temerosamente. Jim era muy responsable con la salud, y
odiaba tomar pastillas de cualquier tipo. Además, era muy autosuficiente y no
le gustaba la idea de depender de algo «de por vida».
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El Sr. Morgan, que parecía más joven que Jim, se irguió y le miró con seve-
ridad antes de contestarle: «Veamos, si tuviese una diabetes no pondría reparos
en hacer el tratamiento ¿verdad?; bueno, esto es como la diabetes, pero es el
cerebro el que está enfermo».
«Pero, ¿no podría tratarse con psicoterapia en vez de fármacos?», pregun-
tó Jim.
«Bueno, es posible», contestó el Sr. Morgan, «pero le llevaría más tiempo,
le costaría mucho más y probablemente no funcionaría tan bien. Usted estaba
bien hasta que apareció este problema. No tiene ninguna neurosis, ni depen-
dencias, por lo que probablemente la psicoterapia no tenga mucho que hacer».
Jim tuvo que estar de acuerdo con eso.
«Entonces, ¿cuál es su diagnóstico?», preguntó Jim.
«Bueno, no encaja exactamente en los criterios de trastorno por crisis de
angustia. No tiene las típicas «crisis» de angustia, porque los períodos de ansie-
dad que describe duran demasiado, horas en lugar de los 5 o 10 min considera-
dos normales. Pero a pesar de ello asumo que tiene un trastorno por crisis de
angustia, con crisis atípicas. No cumple criterios para el trastorno de ansiedad
generalizada, pues éste requiere una duración de los síntomas de al menos
6 meses. Su problema sólo tiene 2 meses y medio de evolución».
Para Jim, aquellos 2 meses y medio habían sido una eternidad.
«También tiene algunos rasgos obsesivo-compulsivos. Es usted ordenado,
organizado y le gusta controlar las situaciones. También tiene síntomas que
recuerdan una depresión. Esa es una de las razones para elegir Celexa (hidro-
bromuro de citalopram), ya que funciona bien en las personas con comorbilidad.
La comorbilidad de ansiedad, depresión y síntomas obsesivo-compulsivos es muy
frecuente hoy en día, pero es difícil de tratar satisfactoriamente».
Eso no le inspiró mucha confianza a Jim.
«¿Es realmente el mejor fármaco? ¿Funcionará?», preguntó Jim.
El Sr. Morgan empezaba a impacientarse. Era evidiente que había agotado
el tiempo y debía seguir con el siguiente paciente.
«Debería funcionar perfectamente. Estos nuevos fármacos actúan sobre sis-
temas químicos específicos del cerebro que están alterados. Usted tiene un
déficit de serotonina, y este fármaco es lo que conocemos como un inhibidor
selectivo de la recaptación de serotonina (ISRS). Compensa su déficit de sero-
tonina aumentando la cantidad disponible. Puede tardar 4 semanas, pero estoy
seguro de que se encontrará mejor. ¿Alguna otra pregunta?»
Esta última frase llevaba implícito el mensaje de que ya había sido sufi-
ciente.
Jim salió con su receta, sintiéndose sólo ligeramente más esperanzado. No
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le gustaba la idea de tener una enfermedad mental, aunque sabía que el Sr.
Morgan intentaba tranquilizarlo con toda aquella información. Tampoco le gus-
taba la posibilidad de una «sentencia de por vida», pero cogió la receta, volvió
a casa, le contó a Mary lo sucedido y se tomó la primera dosis justo después de
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cenar, sin esperar nada, ya que se suponía que el fármaco tardaría unas 4 sema-
nas en hacer efecto.
Mary también se sintió un poco turbada por la información proporcionada
por el Sr. Morgan, pero se guardó para sí las preocupaciones. Jim ya tenía bas-
tante con las suyas. Sabía que debía tener esperanza y coraje, porque la mayor
parte de la información de la página web sugería que los nuevos fármacos fun-
cionaban estupendamente.
Después de unas horas de haber tomado la primera dosis, Jim se subía por
las paredes. En vez de notar signos de mejora, empezó a sentirse más ansioso y
agitado. Sin embargo, se imaginaba que tenía que insistir con el régimen pau-
tado, y quería mejorar deprisa, así que se tomó una segunda pastilla antes de
acostarse. Fue un desastre. Estuvo despierto durate toda la noche, revolvién-
dose, impaciente y reflexivo. ¿Se estaba volviendo loco? ¿Iba a estar enfermo
para siempre? ¿Tendría que ingresar en un centro? Podía incluso sentir aquella
serotonina saliendo de su cerebro, privándole de su voluntad, su control, su per-
sonalidad e inteligencia. ¿Qué desencadenó aquel déficit de serotonina?, ¿qué
había hecho?, ¿qué podía hacer?, ¿qué pensarían sus profesores cuando le vieran
tan enfermo?, ¿cómo podría ir así a una entrevista de trabajo?, ¿cómo podría
hacer una buena presentación?, ¿cómo podría arreglárselas para hacer todo el
trabajo que supone buscar qué compañías buscan personas como él y enviar su
currículum? Y si alguna vez conseguía una entrevista, los entrevistadores obvia-
mente descubrirían que era un charlatán sin talento para los negocios. No podía
siquiera empezar a diseñar una campaña para un producto. ¿Qué pensarían sus
padres?, ¿cómo podía defraudarlos de esta manera?, ¿cómo podía defraudar a
Mary?, ¿tendrían que renunciar a sus esperanzas para el futuro? Quizá debería
dejar a Mary. Después de todo, ella no tenía porque cargar con un marido con
una enfermedad mental. Era joven y podría encontrar un marido mejor. Quizás
debería matarse, ya que el futuro parecía tan desesperanzador.
Jim se tomó la medicación obedientemente durante otros 2 días. No dor-
mía por las noches, atormentado con temores, dudas y preocupaciones. Tenía
náuseas constantemente y vomitaba todo lo que comía. Normalmente tenía un
talante estoico, pero ahora había momentos en que se deshacía en lágrimas y
chillaba desconsoladamente. Verlo así hacía sufrir a Mary. Él estaba sufriendo
mucho y ninguno de ellos podía entender por qué. Finalmente, fue Mary la que
tuvo que llamar al Sr. Morgan y al Dr. McNerny. Buscando en la página web ya
había visto que estos efectos adversos podían aparecer con un ISRS, aunque la
mayoría de las personas los toleraban muy bien. Después de todo, ¡la mitad de
la población estaba tomando algún tipo de ISRS! Jim parecía ser la excepción.
Sabía que había otros fármacos que mejoraban la ansiedad, como el Xanax
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(alprazolam), y que funcionaban más rápidamente y producían un alivio casi


inmediato. Ella y Jim necesitaban un alivio inmediato. El Sr. Morgan escuchó la
historia y le dijo que Jim debería llamar él mismo. También le dijo que la deci-
sión tenía que tomarla el Dr. McNerny, ya que el Xanax y otros «tranquilizantes»
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podían crear cierta dependencia. (Y tomar Celexa toda la vida, ¿no era eso
dependencia también?). Mary convino finalmente que Jim estaba realmente
muy, muy enfermo y ella muy, muy asustada. Nunca le había visto de esa mane-
ra, y hacía 11 años que lo conocía.
Antes de que el Dr. McNerny llamase, Mary tuvo una larga conversación con
Jim. Ambos sabían que la medicación actual le hacía sentirse peor, una evolu-
ción inesperada y no deseada. Mary sabía que no tenía sentido que ella tomara
la iniciativa del tratamiento médico de Jim, pero quería desesperadamente ayu-
darle a mejorar. Por lo que ella sabía, algunos tranquilizantes podrían aliviarle
de forma inmediata, y quizá le permitirían dormir un poco y comer algo. Luego
ya verían cuál era el siguiente paso.
Cuando el Dr. McNerny le llamó, Jim pudo hablar con él y explicarle lo mal
que iba. Casi lloraba, y el Dr. McNerny estuvo de acuerdo en prescribirle Xanax
y visitarle otra vez al cabo de 1 semana, para asegurarse de que lo que ocurría
no era «nada realmente grave». Parece que la intensa ansiedad, el abatimien-
to, los vómitos y el insomnio no eran realmente graves.
Para Mary y Jim el problema era suficientemente grave y decidieron pedir
ayuda a la familia y los amigos. Hasta entonces no habían hablado del problema
de Jim con nadie, pero se sentían solos y necesitaban ayuda.
De forma sorprendente, recibieron consejos muy diferentes por parte de
personas distintas.
El profesor Ernst Vogel, el mentor de Jim y su profesor favorito en la facul-
tad, era una persona realmente amable. Había notado que Jim «no era el
mismo» y se preguntaba qué iba mal. Pareció tranquilizarse al saber que se tra-
taba de un problema de inseguridad y ansiedad, y no de las otras posibilidades
en las que él había pensado: consumo de drogas, exceso de bebida, problemas
conyugales. Jim y Mary eran una de las parejas más agradables que conocía y
le hubiera disgustado verles romper. Más aún, Jim era uno de los mejores estu-
diantes que había tenido y creía que estaba destinado a llegar lejos; era agra-
dable, educado, sincero, honesto, creativo y muy trabajador, como un hijo
ideal. El profesor Vogel era una persona eminente en su campo, y sabía que
podría ayudar a Jim a obtener un buen trabajo con sus recomendaciones. Se
sorprendió al saber que Jim sentía angustia cuando pensaba en hacer entrevis-
tas de trabajo y que había dejado de buscar opciones y mandar currículums. El
profesor Vogel opinaba que Jim debía visitar a un psicoterapeuta para trabajar
en lo que causaba el problema. Su propia esposa había tenido un problema de
ansiedad y depresión y le fue muy bien con la psicoterapia. No había necesita-
do medicación en absoluto. La terapia duró unos 6 meses y desde entonces
estaba bien. Eso le sonó bien a Jim, y tomó nota del nombre y número de telé-
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fono del terapeuta. El viejo Ernst le hizo sentirse bien consigo mismo, mejor
que nadie en mucho tiempo. Puede que después de todo el problema se resol-
viese. Quizá podría recuperar el control sobre su viejo yo. Quizá la terapia le
enseñase cómo hacerlo.
UNA PESADILLA AL DESPERTAR 17

También acudieron a los padres de Jim, Max y Helen. Los padres de Mary
habían muerto, así que los de Jim eran el principal recurso. Mary y Helen eran
amigas, y Mary se sentía a gusto confiando en ella. Helen era una mujer moder-
na que también había trabajado en una oficina durante gran parte de su vida.
Sin embargo, era muy conservadora y muy sensata, así que Mary no estaba segu-
ra de cómo reaccionaría al saber que su casi perfecto hijo era un cajón de sas-
tre por razones que nadie, excepto el Sr. Morgan, había podido explicarles.
Ante una taza de café, Helen escuchó atentamente la historia de Mary.
Luego alargó la mano y cogió la de Mary y dijo: «te voy a decir algo que nunca
pensé comentar con vosotros, pero creo que ahora debéis saberlo. Yo misma
tuve algo muy parecido, justo después del nacimiento de Jim».
Helen le contó que antes de cumplir los 30 años tuvo un episodio en el que
perdió el control de sus emociones y experimentó una intensa ansiedad y abati-
miento. Los síntomas eran muy parecidos, pero el diagnóstico había sido diferen-
te. Ella visitó a un psiquiatra que le diagnosticó una depresión endógena y la trató
con un antidepresivo tricíclico, la nortriptilina. La medicación la calmó casi inme-
diatamente y mejoró su depresión después de 2 semanas. Pasó de sentirse fuera
de control a sentirse ella misma otra vez. Fue como un milagro y pudo dejar la
medicación al cabo de 6 meses, disminuyéndola lentamente. Tuvo otro episodio
cuando nació la hermana de Jim, y de nuevo el tratamiento le fue bien. Aparte
de esos dos episodios, había estado bien. Se avergonzaba un poco de haber teni-
do aquellos problemas, así que no había hablado nunca de ello con los hijos. Al
parecer, las depresiones tienen un componente familiar, así que Jim podría tener
exactamente lo mismo. Si era así, el mismo tratamiento podría funcionar.
Helen se inclinó hacia Mary y le dijo en voz baja: «sabes, las personas con
depresión a veces tienen ideas suicidas. Pregúntale a Jim si ha pensado en eso.
Sé que es duro, pero necesitas saberlo. Si tiene una depresión, en lugar de
ansiedad o un trastorno por crisis de angustia, su vida puede estar en peligro.
No quiero preocuparte, pero tienes que averiguarlo. Si está deprimido, deberían
tratarlo por ello. El Celexa, que aparentemente le va bien a mucha gente,
puede fallar con él. He leído algunos libros sobre depresión a lo largo de estos
años, por mi propia experiencia, y parece que algunos de los viejos antidepre-
sivos actúan sobre otros sistemas químicos además del serotoninérgico y pueden
ser más efectivos para episodios como el mío (y quizás como el de Jim), que son
graves y sin desencadenante aparente, y a los que suelen llamar depresión
endógena. Tendremos que pensar en esto un poco más, pero por descontado que
queremos que nuestro Jim se recupere y vuelva a ser él mismo otra vez».
Helen le tendió los brazos a Mary y le dio un abrazo, y ambas contuvieron
las lágrimas. «No te preocupes, le ayudaremos a volver a ser el de siempre. Sé
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que podemos», dijo Helen.


Mary sabía que Helen estaba en lo cierto. Pero, !era increíble¡, Helen ni
siquiera necesitó consultar la web. Lo sabía todo por los libros y su experiencia
personal.
18 CEREBROS ROTOS Y MENTES CONFUSAS

Mary volvió a casa con muchas cosas en que pensar. Antes de que Jim llega-
ra a casa, ella ya había revisado la web del DSM. ¡BINGO!, el trastorno depresi-
vo mayor encajaba perfectamente. No sabía si había pensamientos suicidas, pero
él presentaba sin duda todos los otros síntomas: humor depresivo, disminución
de la energía, pérdida de peso, insomnio, inquietud y agitación, fatiga, sensación
de inutilidad y dificultad para pensar y concentrarse. Mary creía que podía llevar
el asunto y estaba preparada cuando Jim entró por la puerta. Volverían a la
mutua y les remitirían a un psiquiatra especialista en depresiones y familiariza-
do con los diferentes tipos de medicación disponibles. Tarareando «Yellow Sub-
marine», Mary planeó la forma de atacar a la mutua mientras limpiaba una
lechuga para la ensalada y preparaba una salsa con tomates secados al sol.
«Creo que necesito ver a un psicoterapeuta y llegar al fondo de mis pro-
blemas», dijo Jim durante la cena, con una mirada que indicaba que finalmen-
te había encontrado la forma de tomar una decisión, después de 3 meses de
agonías, dudas e indecisiones. Mary apenas sabía qué decir, ya que ella había
llegado a una conclusión totalmente diferente. Así que le hizo una pregunta.
«¿Qué te hizo decidir eso?»
Jim le contó su encuentro con el profesor Vogel, a quien adoraba. El pro-
fesor Vogel había tratado a Jim más como a un hijo que como a un estudian-
te durante su máster, en los últimos 3 años. A Mary no le pareció mal la suge-
rencia del profesor Vogel, pero no estaba muy segura de a qué «fondo» había
que llegar. Jim era tan normal y tan bien adaptado. Pero eran muchas las
cosas de la mente que Mary no entendía, y quizás la psicoterapia ayudaría.
Cualquier cosa que pudiera ayudar sería bienvenida. Sin embargo, sintió que
tenía que compartir el nuevo punto de vista al que había llegado hablando
con Helen.
«La psicoterapia parece una buena idea», dijo. «Quizás te ayude a sentir-
te más seguro, más como has sido siempre. Veamos el modo de concertar una
visita. He hablado con tu madre y tengo algunas ideas que creo que podrían ayu-
dar». Mary empezó contándole su conversación con Helen. Al preguntarle por las
ideas suicidas descubrió que Jim había estado pensando en ello durante 2 me-
ses, y que incluso había ido a Fin y Feather, la tienda local de deportes, a pre-
guntar por armas de fuego.
«Jim, por favor. Ni se te ocurra hacerlo. Te quiero tanto. No podría sopor-
tar perderte. Por favor, te necesito. Sólo quiero que nuestra vida vuelva a ser
normal». Jim, la fuerte roca de su marido, empezó a sollozar y murmurar algo
sobre sentirse inútil y no ser bueno para ella. Mary le contó entonces la historia
de Helen. Jim pareció sorprendido, porque su madre también era como una
roca, pero de algún modo se sintió también confortado. Si su madre pudo repo-
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nerse de dos depresiones y tener buen aspecto y sentirse tan bien, probable-
mente él también podría. Mary le hizo prometer que no habría ni armas ni sui-
cidios. Habían estado esperando durante años la oportunidad de un buen traba-
jo, una casa bonita y niños... juntos, como Mary y Jim. Jim admitió sentirse un
UNA PESADILLA AL DESPERTAR 19

poco mejor con el Xanax, así que parecía haber esperanza, a pesar de que odia-
ba tener que tomar algo, sobre todo algo que podía generar dependencia.
Decidieron atacar el problema por ambos frentes, tanto con medicación como con
terapia. Dado que Mary tenía más tiempo libre y más paciencia para lidiar con la
burocracia de los servicios sanitarios, ella asumió la responsabilidad de concer-
tar las visitas necesarias.
El lunes, Mary «atacó» la mutua durante la hora de comer. Fueron necesa-
rias varias llamadas, pero la mención de las ideas suicidas preocupó a alguien,
de manera que la mutua autorizó una visita con un psiquiatra. Sin embargo, no
autorizaron la psicoterapia, que tendrían que pagar ellos de su «propio bolsillo»,
a menos que Jim aceptase 15 min con el Sr. Morgan cada 2 semanas y el Sr.
Morgan pudiese ofrecérselos.
La mutua sólo cubría 6 semanas de psicoterapia breve. Mary concertó una
visita con el psiquiatra autorizado por la mutua, aunque tendría que esperar
otras 2 semanas interminables. Pensó un rato en la situación después de colgar
el teléfono, volvió a llamar y habló con la recepcionista de las ideas suicidas de
Jim. La recepcionista fue comprensiva y le concertó una visita urgente a finales
de aquella misma semana, el viernes por la tarde.
A continuación, Mary concertó la visita con el terapeuta recomendado por
el profesor Vogel. La recepcionista le dijo que era un gabinete independiente y
privado, constituido por tres psicólogos y un psiquiatra. Jim tendría que visitar
al psiquiatra del grupo al menos una vez, en algún momento, pero la terapia
semanal la haría alguno de los psicólogos. La Dra. Emily Brill, la terapeuta reco-
mendada por el profesor Vogel, tenía una hora libre el miércoles por la tarde y
podría visitar a Jim para una evaluación inicial. La primera visita costaba unos
200 dólares y cada sesión posterior costaría 100 dólares. Mary respiró profunda-
mente. Con esa cantidad podría comprar mucha pasta o muebles. A la larga
compraría una parte de la hipoteca de una casa. Pero era lo que Jim quería. Y
ella quería que Jim se recuperase. Concertó la visita del miércoles.
Jim visitó a la Dra. Brill el miércoles. Era una mujer pequeña y con el pelo
canoso que aparentaba unos 50 años, tenía una insólita tez olivácea y unos ojos
oscuros y penetrantes. Aunque no se parecía a su madre, tenía un porte sensa-
to similar y le gustó inmediatamente. Empezó por revisar la historia de «su
problema», la sensación de ansiedad y depresión, las noches de insomnio, las
náuseas y los vómitos. Ella le escuchó atentamente mientras describía cómo le
habían afectado las distintas medicaciones: el desastre con los ISRS y la mejora
reciente con el Xanax. Pasó 1 h con él y le hizo muchas otras preguntas: sobre
sus padres, Mary, su infancia y adolescencia, el modo en que solía reaccionar
ante los cambios, cómo se relacionaba con los amigos y los superiores, sus
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deseos para el futuro. Al final dijo, «creo que se trata básicamente de ansiedad
y depresión situacional, probablemente desencadenada por todos los cambios
que se avecinan en su vida: buscar un nuevo trabajo en el mundo de la empre-
sa, quizá mudarse a otra ciudad y dejar a los amigos y la familia, y formar una
20 CEREBROS ROTOS Y MENTES CONFUSAS

familia propia. Es demasiado para afrontarlo de una vez, y probablemente esté


más asustado por todos esos cambios de lo que cree, aunque debería verle algu-
nas veces más para estar segura. Me gustaría ayudarle a entender por qué ocu-
rre todo esto precisamente ahora y explicarle cómo evitar que le ocurra la pró-
xima vez que se enfrente a un gran cambio».
Todo esto le sonaba muy bien a Jim. Pero le preocupaba el coste económi-
co y así lo comentó. «Es una inversión a largo plazo en su salud», dijo la Dra.
Brill. «Su salud es su más preciado tesoro. Tiene que cuidarla».
Eso parecía razonable. Después de todo, era como en los negocios... aun-
que la inversión fuera bastante fuerte. Quizá podría visitar a la Dra. Brill sin
tener que ver al psiquiatra del grupo. Esto sería otro gasto, y por duplicado, ya
que había concertado una visita con el doctor que cubría su mutua.
«No, lo siento», dijo la Dra. Brill apesadumbrada. «Nuestro grupo tiene un
acuerdo. Si le visito, tiene que ver al psiquiatra del grupo. Creemos que es
importante para la continuidad de la asistencia. El psiquiatra tomará las deci-
siones sobre la medicación y yo me encargaré de la psicoterapia, pero trabaja-
remos juntos como un equipo».
Jim empezaba a sentirse atrapado, pues sabía que probablemente tenía
que visitar al psiquiatra de la mutua y que éste podría hacerle recomendacio-
nes diferentes. También se preguntaba qué pensaría la Dra. Brill del Celexa, el
Xanax o la nortriptilina que había tomado su madre.
La Dra. Brill sonrió. «Esto es lo que pienso. La medicación es una especie
de muleta. Le ayuda a uno a pasar los tiempos difíciles, y probablemente la
necesite una temporada. Pero tiene que aprender a caminar sin ella finalmen-
te. Esto es lo que la psicoterapia le enseñará a hacer. Y sobre la medicación que
debería tomar, en realidad yo no sé nada de eso. El Dr. Hauptman, el psiquiatra
del grupo, lo decidirá. Mientras tanto tendrá que decidir usted mismo qué hará
respecto a la asistencia ofrecida por la mutua».
Jim se detuvo ante el mostrador a la salida. La próxima visita con la Dra.
Brill sería al cabo de 2 semanas y era probable que después fuera semanal. La
visita con el Dr. Hauptman no podría tener lugar hasta dentro 3 semanas, y Jim
no estaba seguro de si se precipitaba o si tenía tiempo para decidir lo que real-
mente quería hacer. Había muchas opiniones acerca de lo que le ocurría y cómo
tratarlo. También tenía que descubrir cómo conseguir el tratamiento y cómo pa-
garlo. Se preguntaba de qué forma se las arreglaría la gente que estuviese real-
mente confusa o que tuviese poca formación para conseguir ayuda y resolver sus
problemas.
Jim visitó al Dr. Walker, el psiquiatra recomendado por la mutua, el viernes.
El Dr. Walker era otro cincuentón de pelo canoso de aspecto vivaz e inteligente,
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y también muy profesional. Sobre la mesa tenía copias recientes de revistas, como
el American Journal of Psychiatry y The New England Journal of Medicine, que
estaban arrugadas y en unas condiciones que dejaban claro que habían sido leí-
das, lo que sugería que era un hombre que estaba al día de los avances médicos.
UNA PESADILLA AL DESPERTAR 21

También pasó 1 h con Jim y para empezar le comentó que había revisado su his-
torial, enviado por la mutua, así que ya sabía bastante sobre él.
«Ha estado pasando una mala temporada», dijo el Dr. Walker. «Tómese 5 o
10 min y cuéntemelo con sus palabras, empezando por cuándo notó por prime-
ra vez que algo iba mal».
Cansado ya de su historia, Jim la revisó de nuevo. Esta vez añadió la infor-
mación sobre el historial de su madre, su respuesta a la medicación y sus ideas
suicidias. Odiaba mencionarlo, pero Mary le había dicho que tenía que hacerlo.
También le contó que Mary había revisado los criterios del DSM para la depre-
sión y que él había tenido que estar de acuerdo en que encajaba perfectamen-
te, aunque la coincidencia parecía más cosa del infierno que del cielo.
«Pero su matrimonio, en cambio, parece ser cosa del cielo» comentó el Dr.
Walker. «Tiene suerte de tener una esposa tan inteligente y que le da apoyo.
Tiene razón al decir que los dos se necesitan el uno al otro. Prométame también
a mi que no se quitará la vida. Si alguna vez se siente muy cerca de hacerlo, llá-
meme inmediatamente».
«Estoy de acuerdo en que tiene una depresión grave», continuó el Dr. Wal-
ker, «y su madre tiene razón —es lo que solemos llamar «depresión endógena»,
porque surge de uno mismo y no parece estar causada por ningún factor preci-
pitante aparente. En este caso puede que estemos de suerte, porque podemos
tener una clave en la buena respuesta de su madre a uno de los antidepresivos
tricíclicos. Eso es lo que le voy a prescribir, junto con el Xanax, como apoyo para
ayudarle en las próximas 2 semanas. Los tricíclicos son fármacos antiguos y algu-
nos médicos los utilizan con menor frecuencia hoy día, por sus efectos adversos,
pero son realmente eficaces para el tipo de problema que usted padece. En este
caso los efectos adversos son ventajosos, especialmente en un hombre joven y
sano como usted, porque los tricíclicos son un poco sedantes, actúan casi inme-
diatamente sobre el insomnio y la ansiedad y dejan fuera de combate los sínto-
mas clave de la depresión en un par de semanas. Jim, no se preocupe por usar
«muletas» durante un tiempo para superar este episodio de depresión, y no se
preocupe por volverse adicto a la medicación al intentar mejorar su estado de
ánimo. Cuando llegue el momento, la retiraremos progresivamente y estará
bien. Puede que no esté mejor que nunca, pero estará bien. Y dado el tipo de
persona que es usted, eso es suficiente»
«Y ¿qué hay sobre lo de llegar al fondo del problema con la psicoterapia?»,
preguntó Jim.
«La psicoterapia ayuda a mucha gente», contestó el Dr. Walker. «Sin embar-
go, no estoy seguro de que usted sea la clase de persona que la necesita. Se que
sonará extraño, porque ahora se siente confuso, pero parece una persona muy
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normal y psicológicamente sana. Tiene un feliz matrimonio, muchos amigos, una


relación íntima con sus padres y una relación satisfactoria tanto con sus supe-
riores, por ejemplo el profesor Vogel, como con la gente de su edad. Yo le suge-
riría que observase cómo se siente durante las próximas 2 semanas y que enton-
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ces tome la decisión usted mismo. Si decide que quiere hacer psicoterapia,
entonces puede seguir con la Dra. Brill y su grupo, que son muy buenos. El
Dr. Hauptman y yo podríamos encontrar una solución. Si decide seguir con la
mutua y a mí me parece que necesita una psicoterapia, también podemos pro-
porcionársela. Pero primero, librémonos de esta depresión que le hace tan des-
graciado. Luego estará en mejores condiciones de decidir si necesita más ayuda».

❉ ❉ ❉

Jim y Mary tuvieron suerte. Su pesadilla llegó pronto a su fin. Durante las
semanas siguientes Jim mejoró progresivamente. Empezó a dormir bien y final-
mente, muy bien. Recuperó el apetito y volvió a su peso normal. Al cabo de
3 semanas se sentía otra vez él mismo. Era absolutamente increíble, dado lo mal
que se sentía sólo 1 mes antes. Tomaba la medicación, desde luego, a la que con-
sideraba su muleta necesaria y temporal. No le gustaba tener que tomarla, pero
al menos funcionaba. Decidió cancelar la visita con la Dra. Brill, a pesar de que le
gustaba mucho. Simplemente creía que no necesitaba la ayuda adicional. Mary,
su madre, su padre y el profesor Vogel le daban suficiente apoyo psicológico.
Terminó el curso, contestó a las demandas de trabajo, pasó bien las entrevistas y
tuvo cinco o seis buenas ofertas. Escogió una posición de ensueño en marketing
en 3M, en Minneapolis, lo suficientemente cerca de su familia, que vivía en el este
de Illinois, para que sus hijos pudiesen ver a los abuelos a menudo. Disminuyó pro-
gresivamente la medicación hasta retirarla, después de 6 meses.
Al cabo de 5 años, todavía no había tenido ninguna otra depresión.

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