Pedro QUINTIN Formacion de La Escuela de Chicago

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 16

XI Coloquio Colombiano de Sociología

SOCIEDAD E INTERVENCIÓN SOCIAL


Universidad del Valle
Cali, 21-22 de octubre del 2010

LA CIUDAD DE CHICAGO COMO LABORATORIO.


LA ETAPA FORMATIVA DE UNA ESCUELA DE SOCIOLOGÍA
Pedro Quintín Quilez
Departamento de Ciencias Sociales, Universidad del Valle
[email protected]

“Esta gigantesca ciudad [Chicago] es como un hombre despellejado cuyas entrañas se


pueden ver en funcionamiento.” (Max Weber, 1904)

“La lección más importante que he aprendido en el vasto laboratorio sociológico que
constituye la ciudad de Chicago es que la acción, no la especulación, es la maestra
suprema.” (Albion W. Small, 1895-1896)

1. 1897. Annie M. MacLean, de 27 años, llega a Chicago (Illinois, Estados Unidos). El viaje ha
sido largo desde el pequeño puerto de Wolfville, en la costa este canadiense. Acaba de obtener
una maestría en la Acadia University. Sale del hogar paterno para proseguir estudios en la
Universidad de Chicago, recién fundada. Su familia es bautista; también lo son la universidad de
la que sale y a la que llega. En ella obtiene primero la maestría y luego, en 1900, el doctorado en
sociología –siendo la segunda mujer en lograr este título en Chicago– (Lengermann y Niebrugge-
Brantley, 1998: 232).
No tenemos certeza de los motivos de esa elección ni de las dificultades que enfrenta en su hogar
cuando ella decide seguir estudiando. Lo que sí sabemos es que entre 1870 y 1890 ha cambiado
la forma en que las mujeres acceden a la educación superior. Hasta entonces la separación de
esferas las ha mantenido alejadas de las universidades, excepto a aquellas pocas que se forman en
instituciones exclusivas para mujeres con el objetivo de reforzar sus habilidades como madres y
esposas o, en unos pocos casos, como preceptoras o misioneras. Ahora se forman junto a los
hombres y esperan que los diplomas profesionales les reporten nuevos y mejores empleos, así
como una mayor independencia (Gordon, 1997: 474-478). Hay quienes se oponen, pero los
defensores de la coeducación enfatizan que la presencia de las mujeres conviene a la universidad:
su desempeño académico es mejor y están más dispuestas a asumir las tediosas tareas que acarrea
la investigación. En 1890 ellas constituyen el 10% de los estudiantes universitarios de Estados
Unidos; en 1900 más de la mitad de los egresados de la Universidad de Chicago son mujeres y
representan el 27% de los estudiantes matriculados en el programa de sociología (Coghlan, 2005:
11; Phelan, 1989: 61-63).
¿Y cómo es Chicago? Fundada apenas en 1833, a fines de siglo es la segunda ciudad más grande
del país: sólo entre 1880 y 1890 ha aumentado en 600.000 personas y llega al millón de
habitantes. Ese crecimiento es producto de una inmigración atraída por la industria conservera,
las acererías, los textiles y el comercio de trigo; por su posición geográfica, se erige además en un
importante nudo de comunicaciones y en el principal punto desde el que los colonos se lanzan a
la conquista del Lejano Oeste. Han surgido también nuevas fortunas; con ellas proliferan
2

instituciones y actividades culturales: en 1881se funda la Orquesta Sinfónica, que se une al ya


famoso Instituto de Arte fundado dos años antes; en 1890 surge la universidad con el auspicio del
empresario petrolero John Rockefeller. Nada refleja mejor esa vertiginosa eclosión que la
celebración en 1893 de la World Columbian Exposition destinada a conmemorar el cuarto
centenario del descubrimiento de América.
La figura de otro empresario, Georges Pullman, no sólo condensa sino que muestra las
contradicciones de esa acelerada expansión. Promueve un conocido proyecto de paternalismo
industrial que busca instaurar cierta cohesión comunal en las fábricas con el objetivo de lograr
mayores tasas de productividad. Cerca de Chicago, junto a su fábrica de coches-cama de lujo para
ferrocarril, funda una pequeña ciudad (a la que pone su apellido) de inspiración saint-simoniana.
En ella viven 12.600 obreros pagando arriendos muy bajos. La contrapartida es, sin embargo, un
rígido control de sus existencias (prohibición del alcohol, toque de queda nocturno): una ciudad
“grande, eficiente, moralista y con normas de hierro” (Sennett, 1982: 66 y ss.). Los trabajadores
aceptan el espíritu protector del empresario, pero no consideran Pullman como su hogar: sólo
permanecen en ella los menos afortunados, quienes se ven a sí mismos como obreros de segunda
clase a los que no se les permite siquiera adquirir la casa en que viven. Tampoco tienen
independencia o autonomía, lo que lastra emocionalmente la relación con el patrón. En 1894 se
inicia un ciclo recesivo en la economía nacional: se despiden trabajadores y se les suben los
arriendos. Los obreros ven la actuación de Pullman como una traición a la relación paternal
establecida (Sennett, 1982: 68-69). Se declara una huelga que dura tres meses: la primera
tentativa de huelga general en Estados Unidos. El gobierno ordena la intervención del ejército y
envía 2000 soldados y 5000 guardias federales. El saldo es trágico: 13 muertos y destrucción de
bienes y propiedades; las poco antes relucientes instalaciones de la exposición universal terminan
calcinadas. Tras la huelga, grandes masas de hombres desocupados recorren las calles
desesperados. A este evento se suma la irrupción de una grave epidemia de viruela, la
ralentización de la colonización del Oeste y el asesinato del alcalde de Chicago.
Se está cerrando un ciclo de expansión económica e iniciando una etapa de fuertes tensiones
sociales. El sueño americano no parece estar al alcance de todos: sólo unos pocos triunfan; para
los demás significa el recurso al crimen o una vida precaria. Las organizaciones obreras, traídas
del viejo mundo, estimulan luchas y movilizaciones que son reprimidas por las fuerzas del orden:
entre las clases medias y altas se riega el miedo a las ideologías extranjeras (anarquismo,
socialismo) con que se nutren las masas de pobres y desempleados, espoleadas por líderes
populistas. Una “crisis de la república” que hace trastabillear los valores republicanos,
instaurados a fines del siglo XVIII, por culpa de la pérdida de la libertad individual, la expansión
del capitalismo corporativo, la ampliación de las desigualdades sociales y la ostentación de las
riquezas. Si durante un siglo los estadounidenses se han hecho la ilusión de que su joven
democracia puede evitar sufrir los males sociales que afectan a la vieja Europa, a estas alturas se
ven obligados por las circunstancias a tener que poner en duda su excepcionalidad histórica
(Ross, 1992: xiii-xxii; 53 y ss.; 100-101).
Tras la Edad Dorada se abre paso la Era Progresista (1890-1920): muchos ven necesario
corregir los excesos del período anterior y devolver el orden y la estabilidad a la sociedad. Como
consecuencia, se expande un movimiento de renovación moral y de reforma social. Tres
corrientes principales le dan impulso: el idealismo liberal –básicamente en política, que deposita
en los valores de un individualismo moderado la solución colectiva–, el humanismo cristiano –
tanto de inspiración conservadora como socialista, auspiciado por el movimiento del social
gospel [evangelio social] que busca en los principios religiosos la reconducción moral– y la
3

ingeniería científica y social –que deposita en el conocimiento sus esperanzas inspirados por el
evolucionismo de C. Darwin y el darwinismo social de H. Spencer– (Rynbrandt, 2008: 71-72).

2. La Universidad de Chicago en la que entra Annie está inmersa en estas contradicciones


sociales, pero sobre todo ejemplifica la gran transformación de la educación superior en Estados
Unidos: en el transcurso de un par de décadas las universidades van a pasar de ser colleges
confesionales a instituciones educativas bajo la égida de “hombres de negocios”. De esos
cambios dará cuenta Thorstein Veblen en un famoso e irónico informe publicado en 1918 (The
Higher Learning in America. A Memorandum on the Conduct of Universities by Business Men,
B. W. Huebsch, New York). Veblen tiene en mente su nada fácil experiencia como profesor de la
Universidad de Chicago entre 1892 y 1906, bajo la presidencia de William R. Harper, cuya
“participación en la administración de la universidad fue personalista, dominante y persuasiva en
un alto grado; de tal manera que no se podía establecer una frontera entre la política
administrativa y el gobierno personal del presidente” (págs. v-vi). Sin embargo, muchas de estas
características, que muchos atribuyen a la peculiar personalidad de este “Gran Pionero”, él las
plantea como características intrínsecas de la época y del lugar que la universidad va a ocupar en
la vida moderna: aunque por definición dedicada al saber, su gestión como si se tratara de una
corporación capitalista la desvia de ese objetivo al privilegiar la ampliación de la oferta
académica y la masificación de las aulas, orientando más esfuerzos en la formación utilitaria y la
atracción de nuevos estudiantes que a la investigación y al apoyo de la “curiosidad ociosa” y de la
“búsqueda desinteresada” del conocimiento.
Sin necesidad de valorar los aciertos de esta crítica, lo cierto es que las universidades proliferan y
se expanden, en buena medida porque, tras la Guerra Civil, las nuevas élites nacionales, cada vez
más urbanas, y la clase media en ascenso buscan una educación más técnica y científica que se
aleje de la especulación y la teología. Se abren camino nuevas disciplinas y el recurso a los
métodos científicos a partir de la observación empírica. En medio de la crisis nacional, la
universidad se convierte en un instrumento básico de reforma social (Mills, 1968: 37 y ss.; 61-64;
Ross, 1992: 35-36, 62-64).
Sin embargo no todas las instituciones de educación superior son iguales. La de Chicago tiene
una orientación progresista que la aleja del darwinismo social, el pesimismo y el
conservadurismo de figuras como Graham Sumner (Universidad de Yale) o Franklin H. Giddings
(Universidad de Columbia), quienes ven en la evolución y la lucha por la supervivencia un
principio que se aplica también a la vida social y que empata perfectamente con los postulados de
la economía clásica y el predominio del libre mercado (Menand, 2002: 308-313, Ross, 1992: 85 y
ss.). En Chicago dominan las ideas reformistas y se critica el laissez-faire: se sigue a Lester F.
Ward, autor del primer libro de sociología norteamericano (Dynamic Sociology, 1883) y al
economista Richard Ely. Ward abandera la idea de que el progreso sólo es posible en tanto se
acrecienten el conocimiento y la racionalidad científica en detrimento de la religión: el progreso
culminará en la “sociocracia, el estudio de las leyes sociales y el arte de aplicarlas para producir
orden y progreso. La sociocracia deberá reemplazar a la política como el mecanismo de gobierno
de la sociedad”. La sociología es sociología aplicada, una ciencia positiva, y la sociedad es
pensada como moldeable, objeto de lo que hoy llamaríamos ingeniería social (Ross, 1992: 90-
92).
La influencia de estos reformistas es evidente en el caso del primer jefe del departamento de
sociología de la Universidad de Chicago, Abion W. Small, un antiguo alumno de Ely y amigo de
Ward, así como de quienes trabajan en instituciones de beneficiencia y caridad, y de aquellos que
4

reivindican el social gospel. Especie de darwinista reformista, la tarea de la sociología es, dice,
“acelerar la evolución social”, encontrar las leyes del desarrollo social para poder incidir en él,
pues la sociedad puede controlar su destino y dirigirse a estadios superiores de la civilización.
Designado en 1892 para dirigir el recién creado Departamento de Sociología, Small –formado en
Alemania– ocupa la primera cátedra de sociología del país y juega un papel crucial en la
institucionalización de la disciplina. Según él, la sociología se divide en tres ramas: una
“sociología descriptiva” que por medio de la inducción debe encontrar las recurrencias de la vida
social; una “sociología estática” capaz de formular las condiciones para el “equilibrio de una
sociedad perfecta”; y una “sociología dinámica” que debe investigar la forma de convertir lo
existente –lo encontrado por la sociología descriptiva– en lo ideal –lo propugnado por la
sociología estática–. En medio de recios debates académicos y de una manera muy hegeliana,
llega a decir que “el convencionalismo es la tesis, el socialismo es la antítesis y la sociología la
síntesis” (Ross, 1992: 122-138).
Sin embargo la sociología aun no se ha secularizado totalmente (Abbott, 1999: 83-85). Small se
considera sociólogo y cristiano y, a sus ojos, la justificación para la existencia de la sociología
está en la religión: las instituciones y los ideales religiosos son temas de interés recurrentes de la
investigación, y las fuerzas y objetivos espirituales son, de hecho, parte de la sociología. El
conjunto del Departamento transita caminos similares: también sus colegas Henderson y Zeublin
son pastores y mantienen estrechas relaciones con la escuela de teología, pionera en la
interpretación de la Biblia desde la sociología y cuyos estudiantes reciben instrucción en ciencias
sociales. El mensaje de la sociología y el de Cristo no se contradicen, aunque la ciencia parece
tener prelación: en 1910 Small concluye que “la ciencia social es el más sagrado de los
sacramentos, puesto que es la carrera más completa dentro de los términos de la vida humana”
(Henking, 1993: 51-54; Ross, 1992: 133-138).
Un breve repaso de algunos de los primeros miembros del Departamento de Sociología permite
ver el tipo de preocupaciones que los invaden. Charles R. Henderson, capellán de la Universidad
y doctor por la Universidad de Leipzig (Alemania), se interesa en problemas de reforma social y,
especialmente, en el papel de las prisiones. Publica, entre otros, An Introduction to the Study of
the Dependent, Defective, and Delinquent Classes (1898), Modern Prison Systems (1903) y la
compilación Modern Methods of Charity (1904). Propugna una aproximación empírica a los
fenómenos y estimula la realización de estudios concretos, influyendo muy directamente en el
sociólogo Vincent I. Thomas y en nuestra Annie, a quien dirige en su tesis de doctorado.
Marion Talbot, hija del Decano de la Escuela de Medicina de Boston University, ha estudiado en
Wellesley College y tiene una maestría en Boston University. Tras pasar por laboratorio de Ellen
H. Richards en el MIT, es nombrada profesora de administración doméstica y ciencia sanitaria,
así como Decana de Mujeres en la Universidad, cargo que ocupa entre 1892 y 1925; profesora
cuidadosa (Swain, 1949: 186), se desempeña además eficientemente como editora del American
Journal of Sociology desde su fundación en 1895 hasta 1935. Una de las primeras mujeres en
ocupar un cargo administrativo en dicha universidad, se preocupa por evitar la discriminación
sexual en la educación superior, participando en la creación de varias asociaciones de mujeres.
Entre otros publica los libros Food as a Factor in Student Life (1894, con E. Richards), The
Education of Women (1910) y The Modern Household (1912, con S. Breckinridge).
George E. Vincent, se forma inicialmente trabajando en las escuelas del Chautauqua Movement
(fundado por su padre, obispo metodista, y al que también pertenece el rector Harper), un popular
sistema de educación para adultos especialmente pensado para zonas rurales; graduado en 1885
en Yale, tras un viaje por Europa y Asia entra en 1892 en la Universidad de Chicago para estudiar
5

sociología. Es el primer estudiante en graduarse dentro de este programa; poco después, en 1896,
obtiene el doctorado (The Social Mind and Education, The MacMillan Company, New York,
1897). Además de enseñar y dictar conferencias (en las que se le considera excelente), colabora
con Small en la escritura del primer manual de sociología publicado en Estados Unidos y
mantiene una activa participación en la edición de la revista del Departamento (Burgess, 1941).
A estos sociólogos (y otros que tienen un pasaje más fugaz por el Departamento o que apenas se
están vinculando a él, como Thomas, compañero de clase de Annie) se suman aquellos otros
profesores de la misma Universidad con los que a menudo mantienen estrechas relaciones y
comparten inquietudes. Además del ya citado Veblen, cabe destacar a Herbert Mead, filósofo
formado en la Universidad de Harvard y en Alemania, quien desarrolla la mayor parte de su
carrera académica en Chicago dictando clases en sociología y asesorando trabajos de grado
sociológicos (entre ellos los de Annie); y John Dewey, también filósofo que, tras tratar de
integrar la teoría de la evolución, el hegelianismo y el cristianismo a la psicología, se vincula a la
Universidad en 1894 y dirige la Escuela de Educación desde la que despliega su interés por los
problemas sociales tanto influenciado por su esposa –Alice Chapman, interesada en la reforma
social y quien está a cargo de la Escuela Laboratorio donde trata de poner en práctica los
planteamientos de su esposo–, como por sus colegas sociólogos y por los partícipes del
movimiento de reforma social.

3. Podemos reconstruir la sociología que se enseña en Chicago revisando el manual publicado


por Small y Vincent en 1894 (An Introduction to the Study of Society, American Book Company,
New York). Según plantean en la introducción (págs. 15-20), el libro es una “guía de laboratorio”
cuya orientación básica es estimular, en primer lugar, la observación de los detalles de la vida
cotidiana y, en segundo lugar, la inducción (que habrá de llevar a generalizaciones) con el
objetivo de entender la sociedad antes de poder realizar reformas sociales y evitar caer en manos
de los “abundantes alborotadores sociales”.
En la primera parte, “Origen y alcance de la sociología”, tras repasar los orígenes de la disciplina
–un camino abonado por los desarrollos de las ciencias naturales, estimulado parcialmente por la
filantropía organizada moderna, el socialismo sistemático, la economía política y el historicismo
crítico, y sembrado por figuras como Compte, Spencer o Ward, quienes quisieron enfrentarse
entusiastamente con los males de las sociedades modernas trascendiendo los balances críticos de
socialistas utópicos, anarquistas y reformistas cristianos–, se señala que el manual ofrece, “más
que un cuerpo de resultados definitivos […] o un código de doctrinas sociales maduras, […un
método] que debería convertirse en un rígido hábito de investigación … que sustituya a un
criticismo impreciso y a un estúpido utopismo” (págs. 31-32).
Pues, según ellos, la sociología debe distinguirse del reformismo social, por mucho que por ello
la tachen de conservadora o, cuanto menos, de creadora de abstracciones alejadas de las tareas
sociales más inmediatas por la moderación de sus actuaciones. Moderación, en primer lugar, dada
la insuficiencia de sus saberes pues, por el hecho de tratarse de una disciplina en formación, con
pocos conocimientos sobre unos fenómenos sociales que “eran cada vez más intrincados en tanto
que la sociedad se hacía más compleja. La interpretación de las condiciones sociales requiere no
menos ciencia, sino más, que en cualquier generación previa” (pág. 75). La sociología, por tanto,
debe evitar caer en la tentación de ofrecer explicaciones simplificadas urgida por los problemas:
“La sociología no está menos dedicada al bienestar social, pero asume que el progreso se verá
acelerado con mayor seguridad por medio de la búsqueda paciente de hechos y relaciones aún
desconocidos, así como por la asimilación gradual del conocimiento, que por medio de
6

reconstrucciones artificiales” (pág. 77). Antes que ser abogado, el sociólogo debe ser árbitro;
debe entender la sociedad como un todo, y no puede dedicarse a defender sólo los intereses de un
grupo o clase social; el problema de la humanidad no es el de la distribución de la riqueza, sino
cómo lograr una vida más larga y plena para el mayor número de personas, por lo que su tarea es
por tanto incrementar el bienestar social, en lugar de dedicarse exclusivamente, como hacen las
instituciones de caridad, a atender sólo a los pobres o desvalidos: “El más fundamental y, en
definitiva, el más útil servicio social que puede ser desarrollado por los hombres capaces del
trabajo científico es recoger todos los hechos sociales que puedan ser descubiertos, con el objeto
de derivar de ellos leyes, principios fundamentales de las tendencias sociales y una perspectiva
profunda de las causas y los efectos sociales. Los hombres ocupados en este trabajo usualmente
tienen poco tiempo, y quizás poco talento, para la participación directa en la tarea de aplicar los
principios sociales a las acciones sociales concretas. Ellos son los menos adecuados aportantes a
la solución final del problema social” (pág. 85). De ahí que su trabajo sirva, sobre todo, para
formar opiniones antes que “para indicar las acciones que deben ser llevadas a cabo en la
siguiente huelga, ocupación, reforma de los impuestos o tarea en la administración municipal”
(pág. 96; Rynbrandt, 2008: 76). Estos planteamientos están también presentes en la revista del
Departamento: la sociología es “un llamado indefinido acerca de que las teorías formales de la
sociedad eran relevantes para la práctica de la reforma social, un reclamo que iba más allá de la
aserción cognitiva de invocar algunos específicos valores morales o religiosos” (Abbott, 1999:
81, 83-85; Phelan, 1989).
En definitiva, la sociología es asumida como una disciplina que, nacida del estímulo de los
problemas sociales, se piensa en primer lugar como ciencia positiva –una ciencia compleja dadas
las realidades que debe enfrentar– que habrá de contribuir, una vez acumulados hechos y
principios, pero indirectamente y por interpuestas personas, al mejoramiento de la sociedad.
Podemos acercarnos más a cómo se presenta esa tensión entre la sociología y la acción
retomando las informaciones recogidas por una de las compañeras de salón de Annie: Caroline B.
Crane, una ya entonces reconocida teóloga y reverenda sufragista que forma parte del
movimiento reformista (Rynbrandt, 2008: 73-78). Caroline toma notas de dos cursos de
Henderson: “Instituciones sociales de la Cristiandad organizada” y “Economía y agencias
gubernamentales de bienestar”. En el primero se repasan y analizan las instituciones de la iglesia
dedicadas al mejoramiento social, donde surgen tensiones entre la vieja ideología religiosa y las
nuevas perspectivas científicas, por lo que no es difícil integrarlas en una nueva disciplina. Se
enfatiza la necesidad de estudiar las condiciones vigentes de la sociedad y el alto valor de las
investigaciones personales: la sociología proporciona un análisis de los hechos sociales y
establece criterios de bienestar social. Es decir, que no sólo explica, sino que ayuda mostrando
cómo llegar a cumplir los fines establecidos. Sin embargo, la sociología es impotente ella sola:
debe articularse a otras instituciones (las iglesias, el Estado) para poder contribuir al
mejoramiento de la sociedad. En “Economía y agencias gubernamentales de bienestar” se parte
del contraste entre los profesionales educados y las masas irracionales: es necesario que la
sociología contribuya a educar a las masas para, así, estimular su auto-control e independencia. A
la disciplina le toca cierta tarea de control social por medio de la atención a las necesidades y el
ofrecimiento de respuestas a las enfermedades sociales. De ahí su más intensa preocupación por
las clases desfavorecidas y atrasadas, pero tomadas como colectivo, pues no basta con sacar a
algunos individuos de ellas (tal y como hacen la mayor parte de las instituciones de
beneficiencia).
7

4. Pero Annie no sólo acude a la Universidad. Frecuenta también otra peculiar institución ubicada
en uno de los distritos más pobres de Chicago, en el corazón de un miserable barrio poblado de
inmigrantes. Hull-House es un social settlement, una casa en la que viven individuos de una
condición social muy distinta a la de quienes habitan en sus alrededores. Annie será durante el
año 1900 una de las residentes (Deegan, Hill y Wortmann, 2009: 657).
Hull-House es una réplica del Toynbee Hall, fundado en 1884 en un barrio pobre de Londres con
el objeto de que los jóvenes de clase alta conozcan directamente esa parte de la urbe de la que su
posición social los mantiene a distancia. Gracias a la colaboración de una rica filántropa, en 1889
Jane Addams y Ellen Gates Starr abren Hull-House, que pronto se convierte en modelo y
arquetipo de los cada vez más extendidos settlements norteamericanos en los que –a diferencia de
los ingleses– predominan las mujeres (Lengermann y Niebrugge-Brantley, 2002: 6). Hull-House
se inicia con una guardería, una enfermería y un centro de atención infantil, pero también se
imparten clases para niños y adultos. Ellen, administradora de la institución, activista en defensa
de los niños y las mujeres trabajadoras, y profesora de arte, decora la casa con réplicas de obras
famosas con el objeto de que contribuyan a educar a quienes entran en ella. Según palabras de
Jane pronunciadas en 1892, el objetivo de la institución es realizar “un esfuerzo experimental
para ayudar en la solución de los problemas sociales e industriales que son producidos por las
condiciones de vida en una gran ciudad. Se insiste en que estos problemas no están confinados a
una parte de una ciudad. Es un intento de destacar, al mismo tiempo, la excesiva acumulación en
un extremo de la sociedad y la escasez en la otra; pero asume que esta excesiva acumulación y
escasez es sobre todo sentida en asuntos relacionados con privilegios sociales y educativos. […]
Demanda de sus residentes una paciencia científica en la recolección de hechos y en el
mantenimiento sostenido de sus simpatías como uno de los mejores instrumentos para esa
acumulación. Debe estar asentado en una filosofía cuyo fundamento es la solidaridad entre los
seres humanos, una filosofía que no vacila cuando la raza [humana] es representada por una
mujer borracha o un niño idiota. Sus residentes deben desprenderse de cualquier opinión o
certeza propia y estar dispuestos a recoger e interpretar la opinión pública del vecindario. Deben
estar contentos al vivir tranquilamente junto a sus vecinos hasta que nazca entre ellos un sentido
de amistad e interés mutuo. Los vecinos se mantienen separados por diferencias de raza y lengua
que los residentes pueden superar con mayor facilidad. Ellos están preparados para ver las
necesidades de su vecindario como una totalidad, proveer datos para los legisladores y usar sus
influencias para promover leyes […], para entender toda la vida de su ciudad como un
organismo, para hacer un esfuerzo por unificarla, y para protestar contra el exceso de
diferenciación” (Addams, 1961: 83-85).
De ahí se desprenden seis cualidades que caracterizan al settlement: 1) es un movimiento que
traspasa las fronteras de clase; 2) requiere que algunos miembros de una clase relativamente
privilegiada traten de vivir con quienes pertenen a las clases más desfavorecidas; 3) supone que
esa residencia se convierta en una buena vecindad; 4) se espera que las personas de la clase
privilegiada aprendan de esta experiencia; 5) que ese aprendizaje sea tanto informal como
sistemático; 6) se avizora que los residentes usarán lo aprendido para cambiar la sociedad y lograr
una distribución más justa de los bienes sociales, no sólo de los materiales (Lengermann y
Niebrugge-Brantley, 2002: 7). En otras palabras, y aunque ofrece fondos de ayuda a los
desempleados y pobres, así como otras ayudas puntuales a los vecinos, su tarea es pensada más
en el largo plazo como una manera de transformar profundamente a la sociedad (Menand, 2002:
315; Sennett, 2003: 147).
Jane no es sólo la principal figura de Hull-House: la suya es una voz que sobresale entre los
activistas de las reformas sociales y del movimiento progresista por su defensa de los
8

inmigrantes, los sindicatos, las mujeres, los pobres, los niños, los trabajadores o los
afroamericanos. Además de dirigir Hull-House, Jane no sólo esboza una teoría social a partir de
sus experiencias, sino que se identifica como socióloga, enseña de vez en cuando sociología, sus
artículos aparecen publicados en el American Journal of Sociology y es miembro de la American
Sociological Society; además mantiene lazos de amistad con los principales sociólogos de la
época (Lengermann y Niebrugge-Brantley, 1998: 3).

5. No sabemos con precisión en qué actividades del settlement se implica Annie, pero sí que
participa en algunas de sus reuniones –entre otras en una en que se constituye una asociación de
consumidores para la que posteriormente elabora una investigación sobre el trabajo infantil y
femenino en los almacenes por departamentos (MacLean, 2009; Hallett, Jeffers, Bowman, 2009:
670)–. Sin embargo sí podemos reconstruir el ambiente en que penetra, pues contamos con una
descripción detallada de las actividades del centro realizada por Dorothea Moore, una residente,
que fue publicada en 1897, acompañada de fotografías, bajo el título “Un día en Hull-House”.
Aparte de guardería, enfermería, comedor y cocina, hay también salas de estudio, biblioteca, sala
de música, sala de exposiciones, teatro, gimnasio, el Jane Club de mujeres trabajadoras, el
Phalanx Club de hombres jóvenes, la residencia de mujeres y la residencia de ancianas, los baños
públicos y el coro de obreros, así como un antiguo vertedero de basura convertido en jardin. En
ellos se cuida la salud y la alimentación de niños y adultos, y también se los educa; se ofrece
ayuda y consejo a los vecinos que van a solicitarlo, a lo que Jane y sus colaboradores directos
dedican buena parte de sus días. Se destaca que, desde hace siete años, se reúne semanalmente el
club de ciencia social: en él participan personas con todo tipo de orientaciones, suscitándose
debates que no siempre están bien atemperados; sin embargo “se recibe con placer el
conocimiento, no las opiniones” (pág. 638). Algunas de las conferencias ofrecidas versan sobre
temas de actualidad (el movimiento obrero inglés, el sufragio femenino, las condiciones
económicas en India, el desempleo, el nuevo sindicalismo, las organizaciones de caridad) pero
también se tratan temas clásicos (Sócrates, Epicteto, San Francisco, Savonarola, Tomas Moro).
Con cierta frecuencia reciben cortas visitas de investigadores tanto nacionales como extranjeros –
entre otros los esposos Webb y Weber–, que se articulan temporalmente a sus actividades
(Lengermann y Niebrugge-Brantley, 1998: 5).
Pero la vida del centro bulle también cuando los residentes se encuentran en las estancias
privadas de la Hull-House, lejos de la mirada de los vecinos: “las mesas para comer eran
pequeñas y dirigidas por un líder elegido democráticamente que mantenía vívidas conversaciones
y estaba atento a proveer las provisiones de comida. Se invitaba frecuentemente a invitados
expertos en alguna área de la vida académica, literaria o política. A menudo aparecían a cenar, a
tomar el te, ofrecían charlas informales y se reunían descomplicadamente en los corredores”
(Deegan, 1996: 601-602). La vida cotidiana de los residentes supone un aprendizaje constante,
sujeto a revisión, crítica y debate: los residentes no están allí sólo para solucionar problemas sino
para intercambiar conocimientos entre sí y con los vecinos: “el intercambio es la cosa
fundamental. Es el corazón del movimiento. Es la razón del settlement; el resto es pura fachada.
Sólo ello puede destrozar lo artificial y justificar su existencia. Debe ayudar el contacto humano
directo entre los ricos y los pobres, de los sabios y los simples, de los educados y de los incultos,
de los activos y los pasivos; todo esto tiene como objetivo el reconocimiento, por parte de todos
los niños, de su parentesco con la gran familia [humana]” (pág. 640). La institución quiere dar así
solución al que, según Jane, es el mayor problema de la vida moderna: la separación entre las
clases que lleva a la incomunicación mutua y agrava irresolublemente los problemas sociales, tal
9

y como argumenta a raíz de la huelga Pullman en un famoso artículo publicado en 1912 –pero
escrito mucho antes– que lleva por título “Un Lear moderno” (cf. Menand, 2002: 296-305, 313-
323; Sennett, 1982: 70-74).
A diferencia de otras fórmulas presentes entonces en Chicago –como la de la Madre Cabrini y sus
Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, quienes ven en Hull-House un nido de socialistas y
revoltosos–, Jane propugna que quienes hacen política social deben reprimir la compasión, un
sentimiento burgués cuyo objetivo es acallar sus conciencias y henchirlos de orgullo. La
intervención debe parecerse a la forma en que un amigo ofrece consejo o ayuda a quien, por
diferentes circunstancias, no tiene la capacidad o los medios para sobrevivir por su propia cuenta.
El consejo práctico se opone así a la caridad autoritaria, al paternalismo y al despotismo de buena
fe que quiere incluso controlar la forma de pensar de los desvalidos. Jane prefiere que los
residentes actuen como una especie de consultores modernos. Sin embargo, la Madre Cabrini es
más popular que Jane: mientras que ésta busca integrar a los pobres y a los migrantes a la nueva
sociedad (a sus estándares de higiene, de salud o de educación) rechazando por tanto parte de
quiénes son y de dónde vienen, la Madre Cabrini respeta la doble identidad de los inmigrantes y
no les exige que se avergüencen de una parte de sí mismos. Pareciera que la forma de solidaridad
más democrática y menos autoritaria resultara más dolorosas para quienes reciben ayuda
(Sennett, 2003: 145-170).
Pero además de estas tareas a nivel vecinal, desde el settlement se práctica un vivo activismo
político. En este aspecto cabe destacar a Florence Kelley. Formada en Europa –donde ha
mantenido estrechos contactos con el socialismo –traduce al inglés La condición de la clase
obrera en Inglaterra de su amigo F. Engels–, lleva a Hull-House un tono más secular y
académico: se dedica a estudiar el trabajo infantil (sobre cuya legislación publica en 1905 el libro
Some Ethical Gains through Legislation), promueve reformas legales (en 1893 logra hacer
aprobar una ley estatal que establece la jornada laboral de 8 horas para mujeres y niños), funge
como inspectora de fábricas, estimula organizaciones de base (Liga de Consumidores) y coordina
un estudio sociológico del barrio (Gordon, 1997: 477). El empeño en introducir reformas legales
es un excelente ejemplo del tipo de acciones públicas que implementa esta “comunidad de
mujeres”, el paradigma de su participación en las reformas de la Era Progresista cuyos buenos
resultados se deben a la inmensa fuerza que surge de su estrecha amistad y la residencia común,
de su capacidad para trascender las fronteras del settlement y vincularse con otras instituciones
(sindicatos, agencias gubernamentales, instituciones de beneficiencia…), y de su poder de
penetración discreta en ámbitos dominados por hombres, como la política; esto último lo pueden
hacer gracias a sus vínculos familiares con los sectores altos de la sociedad que, de ser necesario,
no dudan en poner a funcionar (Sklar, 1985).

6. Hay otra actividad menos conocida en estas instituciones: la investigación. La College


Settlement Association plantea ya en su informe de 1892 que “el establecimiento de becas para
mujeres que quieren realizar estudios sociológicos en los settlements universitarios podría quizás
ayudar a nuestro movimiento más que cualquier otra cosa”. No sólo muchos de los residentes se
forman como sociólogos, sino que hacen investigación social: recogen información sobre los
barrios vecinos, pero también sobre el trabajo infantil y la situación de las mujeres, la pobreza, las
condiciones de vida de los sectores humildes o la división de clases, entre otros (Lengermann y
Niebrugge-Brantley, 2002: 9-10).
Hull-House sigue este mismo patrón. Varios residentes fungen de investigadores y algunos
profesores de la Universidad participan en sus iniciativas investigativas (como sucede con
10

Henderson, Mead o nuestra Annie). Quizás donde de forma más nítida se condensa esta tarea es
en un libro publicado por los residentes en 1895. El título completo es ya toda una declaración de
principios: Hull-House Maps and Papers. A Presentation of Nationalities and Wages in a
Congested District of Chicago, Together with Comments and Essays on Problems Growing Out
of the Social Conditions (Thomas Y. Crowell & Co., New York). Además de un artículo firmado
por Jane sobre el papel jugado por la institución en la organización del movimiento obrero, los
diferentes estudios pretenden caracterizar al barrio que rodea Hull-House.
El primer capítulo a cargo de Agnes S. Holbrook introduce los coloridos mapas de las
nacionalidades y los salarios, presentando algunos aspectos metodológicos y haciendo
acotaciones y comentarios sobre las condiciones de vida que ellos ilustran. Siguen varios
capítulos sobre las actividades fabriles: los talleres de explotación (básicamente de confección de
ropa) a cargo de Florence; el trabajo infantil a cargo de la misma Florence y de su asistente
Alzina P. Stevens –antigua obrera que quedó lisiada en un accidente laboral–, donde describen
incluso las deficiencias físicas de los niños con precisas mediciones antropométricas; y una
presentación de los fabricantes de capas de la ciudad –comparados con la industria similar
existente en Nueva York–, a cargo de Isabel Eaton –una residente que después realizaría estudios
sobre las mujeres negras en el servicio doméstico–. Siguen detalladas descripciones de las
condiciones de vida de diferentes “nacionalidades”: los judíos en el gueto a cargo de Charles
Zeublin –uno de los primeros residentes y fundador luego de otro settlement en Chicago, pero por
entonces profesor de sociología–; sobre los inmigrantes checos por Josefa H. Zeman –nativa de
Bohemia pero educada en Chicago y Cleveland, quien luego desarrolla trabajos académicos,
periodísticos, filantrópicos y de activismo político en defensa de las mujeres–; acerca de la
voluminosa colonia italiana, a cargo de Alessandro Mastro-Valerio. A continuación aparece un
artículo, firmado por Julia C. Lathrop –miembro de la Junta de Caridad del Estado de Illinois–,
que describe las organizaciones de caridad existentes con sus deficiencias, tensiones culturales
entre los empleados y los receptores de ayuda, y las inocultables corruptelas; finalmente, hay un
breve texto de Ellen en que se expone el papel de las artes y la cultura en el desarrollo de unas
mejores condiciones de vida para los vecinos.
En el prefacio Jane explica que ofrecen estos materiales al público “no como tratados
exhaustivos, sino como observaciones atesoradas que quizás sean de valor porque son inmediatas
y resultado de un conocimiento prolongado” por parte de los residentes que “han estado
especialmente orientados no hacia la investigación sociológica, sino hacia el trabajo
constructivo” (págs. vii-viii). Y, poco más adelante, Agnes enfatiza que “el objetivo tanto de los
mapas como de los comentarios es presentar las condiciones antes que avanzar teorías, es decir,
poner al alcance del público información exacta” (pág. 13). Y aunque sin duda no se trata de
estudios definitivos o completos, tampoco puede negarse que son propiamente sociológicos por
el tipo de enfoque usado (descripción de las condiciones sociales, búsqueda de posibles causas,
impacto sobre la vida cotidiana de los habitantes del barrio, papel de las diferentes agencias e
instituciones, etc.) y por las técnicas de investigación implementadas.
Quizás esto último sea lo más llamativo, en especial el recurso relativamente sofisticado para la
época a novedosas técnicas cuantitativas y de presentación gráfica de los datos –que se combinan
con finas observaciones y descripciones personales, estudios de caso, biografías y datos
estadísticos que habilitan comparaciones con otros barrios de la ciudad o sectores urbanos e
industriales del país. Siguiendo el ejemplo de los estudios de Charles Booth sobre Londres (Life
and Labour of the People in London, 1890-1902), se elaboran mapas a partir de datos recogidos
en 1893 mediante encuestas casa por casa y familia por familia como parte de un estudio mayor
del Departamento de Trabajo sobre las barriadas de las grandes ciudades que fue coordinado en
11

Chicago por Florence (Abbott, 1917; McDonald, 2004: 231-233). Una de las mayores virtudes
del texto es la presentación detallada no sólo del cómo se hizo y cómo se solventaron algunas
dificultades metodológicas encontradas, sino de las limitaciones implícitas en el material allegado
y en su presentación. Un ejemplo: “Pese a que la experiencia en investigaciones similares y la
prolongada residencia en el barrio permitieron a la experta a cargo penetrar en todos los detalles
con mucha mayor precisión de la que pudiera haber ofrecido el esfuerzo más consciente de un
aprendiz, es inevitable que se hayan producido errores. El descuido y la indiferencia de los
encuestados son sin duda frecuentes, y el cambio de residencia y la irregularidad del empleo
conllevan cierta confusión y falta de certidumbre. De la misma forma, también, la prolongación
temporal de la investigación es tan grande –un año– que ni los edificios ni los residentes siguen
siendo los mismos. […] Pero aunque los detalles especiales cambian, las condiciones generales
persisten; pese a los errores aun por detectar y las inevitables imprecisiones, los cuadros dibujan
fehacientemente las características de la zona tal y como se dieron durante el año registrado”
(págs. 12-13).
Pero el libro no sólo contiene una cuidada descripción: continuamente se esbozan posibles
soluciones –que aquí no tenemos espacio para comentar– a algunos de los problemas hallados. La
misma Agnes explica que, aunque están “vitalmente interesados en cualquier asunto relacionado
con esta parte de la ciudad, y especialmente comprometidos en mejorar la vida y el vigor de la
vecindad inmediata, Hull-House ofrece estos hechos más con la esperanza de estimular la
investigación y la acción, y proponer nuevos razonamientos y métodos, que con la idea de
recomendar su propia forma de actuar. […] La insistente intromisión en la vida de los pobres
puede ser nefasta cuando se realiza desde instancias públicas donde las estadísticas obtenidas no
resultan útiles para fijar las bases de una mejoría. La determinación de apoyarse en la luz que
otorga la investigación debe ser sostenida y persistente para lograr los resultados definitivos,
mientras que todas las meras pulsiones de curiosidad son tanto inefectivas como injustificables.
La dolorosa naturaleza de la investigación minuciosa y la impertinencia personal de muchas de
las preguntas planteadas resultarían débiles e imperdonables si no fuera por la convicción de que,
cuando se expanda, la conciencia pública solicitará mejores ambientes para los más inertes y
sufridos ciudadanos de la colectividad. Identificar simplemente los síntomas y no ir más allá sería
vano; pero establecer los síntomas con el objeto de clarificar la naturaleza de la enfermedad y
aplicar, si se puede, su cura, no sólo es científico, sino una acción humanitaria en el sentido más
alto de la palabra” (págs. 13-14).
En definitiva, la investigación sociológica de Hull-House es rica empíricamente y con fuerte
capacidad para inventar o replicar métodos de investigación hoy incorporados a la sociología
(encuestas, entrevistas, cuestionarios, registros y dietarios personales, observación participante,
informantes clave, análisis de datos de segunda mano como censos, reportes judiciales y
laborales, prensa) y de presentación de los resultados (fotografías, mapas coloreados, tablas,
cuadros, gráficos, biografías, narraciones, citaciones directas de los sujetos), de tal forma que se
alejan de la filosofía social dominante en la época. En los settlements parecen estar dispuestos a
asumir el trabajo empírico con más empeño incluso que en las universidades. Además, gracias a
su capital social y educativo, tienen suficiente calidad tanto para describir y explicar las
problemáticas de las ciudades como para plantear soluciones (especialmente de tipo legal). Pero,
además, piensan que la sociología es “un sistema o teoría de las relaciones sociales” que tiene
como centro “una problemática relacional: la necesidad de reconstituir las conexiones” cuyas
ideas claves son: “que el mundo social es histórico y material; que el cambio social es un hecho
constante de la vida social; que el individuo debe ser uno de los elementos fundamentales del
análisis social; que la ética es una faceta integral de la vida social; que una sociedad éticamente
12

asentada es aquella en la que los miembros experimentan conexiones sociales; sin embargo, la
sociedad contemporánea está marcada por la desconexión social”. De tal forma que, alrededor de
Hull-House, se configura un laboratorio especial: investigadores e investigados no son individuos
ajenos mirándose entre sí, sino vecinos tratando de entenderse. De ahí las exigencias que se hacen
de no institucionalizarse, el gran peligro que temen que los afecte y los lleve a aislarse del mundo
circundante. La suya es una propuesta teórica coherente en lo vital y en lo metodológico; una
sociología sensible a la historia y a las variaciones culturales, que pone en juego hipótesis y está
dispuesta a revisarlas a la luz de nuevos datos (Hill y Deegan, 2007: 2-4; Lengermann y
Niebrugge-Brantley, 2002: 10-18).

7. En esos años la sociología norteamericana está siendo inventada: apenas se empiezan a definir
sus credenciales académicas y los espacios laborales de los egresados, surgen las primeras
publicaciones disciplinares o se da forma a un lenguaje especializado. Es por eso que la
encontramos tanto en los claustros universitarios como en inicitivas del estilo de Hull-House: “un
contemporáneo del siglo XIX que estuviera buscando a la ‘sociología’ se habría fácilmente
dirigido tanto hacia el settlement como hacia la universidad” (Lengermann y Niebrugge-Brantley,
1998: 10; 2002: 7). Incluso en los primeros años del American Journal de Sociology tienen
prioridad los textos remitidos desde Hull-House (Abbott, 1999: 92-96). No se trata, por tanto, de
que, en estado protéico, esas dos grandes empresas puedan considerarse como parte de la aun
difusa sociología de la época, sino que ambas tienen muchos elementos en común.
El más destacable de todos ellos es la influencia del pragmatismo, una escuela filosófica –con
autores como Charles Peirce, William James, o los ya citados Mead y Dewey– que, para algunos,
constituye el “armazón teórico fundamental de la Escuela sociológica de Chicago” (cf. Joas,
1998: 2, 274). Los pragmatistas entienden la acción humana como “acción creativa”, en la que el
hombre, histórica y socialmente situado, mantiene cierto margen de libertad para actuar y no sólo
se ve compelido a adaptarse al medio; sin embargo, esa libertad no está orientada hacia la
proposición de innovaciones per se, sino a la solución de los problemas que encuentra en su vivir.
Pero la suya no es una mera concepción utilitaria, puesto que entienden que la acción humana
está vinculada a la conciencia. Partícipes del progresismo reformista, para ellos el orden social
resulta de la auto-regulación y la resolución de los problemas a partir de la búsqueda colectiva de
la verdad, entendida ésta como una idea o noción que incrementa el poder de acción frente al
entorno (Joas, 1998: 8, 24-25; Joseph, 2004: 36-37).
Según Dewey, los científicos debían “ayudar a las comunidades de hombres a mejorar su
potencial de acción colectiva; y, en un mundo que había perdido la certeza metafísica, tenían que
contribuir decisivamente a promover el sentimiento de solidaridad de una comunidad humana
universal que reconozca, discuta y resuelva en común sus problemas terrenales” (Joas, 1998: 24-
32). Él es quien más se implica en asuntos prácticos y quien mantiene relaciones más estrechas
con los sociólogos tanto de la Universidad como de Hull-House. Aunque no siempre comparte
sus ideas, participa como orador en eventos y en las discusiones organizadas por Jane; e incluso
toma iniciativas propias: ante los problemas de transmisión cultural entre las generaciones de
inmigrantes, organiza un grupo de discusión en el que participan varios artesanos del barrio. En
definitiva, todos ellos comparten la idea de un meliorismo social orientado por la voluntad y la
razón: el conocimiento es entrevisto como un elemento evolutivo que debe ser puesto en primer
lugar. La educación, la proliferación de la información y el conocimiento científico constituyen
los pilares sobre los que puede sostenerse una organización social inteligente (Mills, 1968: 292,
302, 318-324, 465 y ss.).
13

Es a partir de esta perspectiva pragmática que la sociología de Chicago se plantea como tarea
inicial el conocer las relaciones sociales y observar cómo ellas se establecen recíprocamente entre
individuos. Pero el objetivo último es poner a trabajar la imaginación para resolver los problemas
sociales, incidiendo en primer lugar en su propia configuración como sujetos responsables,
activos e implicados en la vida colectiva. La suya es una actitud atlética en medio de una
sociedad con una moral en crisis (Joseph, 2004: 41). Sin embargo, no existe aun un único marco
teórico, ni siquiera un programa de investigación sociológico claramente delineado: se trata
apenas de una etapa inicial de institucionalización y de ubicación en el espectro de las ciencias:
“La Escuela de Chicago podría describirse como una combinación de filosofía pragmatista, de
una orientación políticamente reformista respecto a las posibilidades de la democracia en
condiciones de industrialización y urbanización rápidas, y de los esfuerzos por convertir a la
sociología en una ciencia empírica, al tiempo que se subrayaba enérgicamente la importancia de
las fuentes precientíficas de la experiencia” (Deegan, 2006: 109-110).
Nada ilustra mejor ese estado que un extracto del catálogo de la Universidad de Chicago en 1901:
“La ciudad de Chicago es uno de los laboratorios sociales más completos del mundo […]
Ninguna ciudad del mundo presenta una tan grande variedad de problemas sociales típicos […]
Las organizaciones de caridad y las organizaciones religiosas de la ciudad ofrecen a los
estudiantes de la universidad una formación y un empleo” (tomado de Grafmeyer y Joseph, 1990:
7). La ciudad convertida en lugar privilegiado de estudio y experimentación (Joas, 1998: 34-35;
Kuklick, 1990: 336-343).

8. Durante los siguientes treinta años Annie enseña sociología por correspondencia y realiza
valiosos estudios, especialmente sobre mujeres trabajadoras (publica ocho libros, además de
múltiples artículos). Sin embargo lo hace por fuera del Departamento. Y es que durante la
primera década del siglo XX todo parece cambiar en la Universidad de Chicago: en 1902 se
cancela el sistema de coeducación, Marion es nombrada decana del college femenino y, en 1904,
designada directora del recién creado Departamento de Administración Doméstica –una escisión
del de Sociología, convertido en 1920 en la escuela de trabajo social–; pronto se unen a ella Edith
Abbott y Sophonisba Breckinridge, residentes de Hull-House que han dictado cursos en el
departamento de sociología (Deegan, 1996: 594-597; Nickols, 2008: 113; Swain, 1949: 186).
Más que de un proceso de exclusión parece ser la búsqueda de caminos propios donde desarrollar
carreras profesionales sin tener que competir con los hombres (Coghlan, 2005: 15, 19; Gordon,
1997: 485 y ss). Se abre una profunda brecha: mientras las mujeres prosiguen su trabajo en el
movimiento de reforma social (como hace exitosamente Jane) o buscan un nicho académico
propio (en trabajo social, sobre todo), los hombres copan la sociología académica.
Una sociología académica que también se transforma (Ross, 1992: 117-118). Al repasar el
manual de Robert E. Park y Ernest Burgess con que se forma a los estudiantes entre los años
veinte y cuarenta (Introduction to the Science of Sociology, The University of Chicago Press,
1921) se observa que, en sus 800 páginas de extractos de textos de diferentes autores que
aparecen como lecturas complementarias, no se incluye ningún texto escrito por los residentes de
Hull-House (Lengermann y Niebrugge-Brantley, 1998: 13). Aún más curioso, el que se considera
el primer manual de sociología aplicada de Estados Unidos, Old World Traits Transplanted
(Harper & Brothers Publishers, New York, 1921) firmado por Park y Herbert A. Miller (aunque
de autoría de Thomas) tampoco los cita pese a que replica planteamientos y métodos propios del
settlement. Acusados de falta de objetividad, voluntarismo cegador y estrecho empirismo, estos
hombres y mujeres son poco a poco borrados de una disciplina que ahora se pretende científica,
14

libre de valores y basada en la formalización abstracta, sin importar que sus formas investigativas
y su eje temático, la ciudad, sean en la práctica muy parecidos a los que ella desarrolla (Abbott,
1999: 14-15, 31; Lengermann y Niebrugge-Brantley, 1998: 114-121; 2002: 18-19). Park, aunque
está casado con una conocida reformista, publica en revistas de trabajo social e incluso ha
intentado establecer un settlement, no duda en decir que estas mujeres son lo más pernicioso que
le ha sucedido a Chicago, peores incluso que los políticos corruptos o los mafiosos que dominan
sus calles, y que el trabajo del sociólogo debe ser igual al del “zoólogo que disecciona al
escarabajo de la papa” (Deegan, 2006: 101-102, 115). Como si no fueran ellas, precisamente, las
que desarrollan una sociología “holística antes que especializada; como praxis además de
investigativa; y empírica antes que meramente teórica […], más empírica incluso que la de sus
colegas varones” (Reinharz, 1989: 92; Phelan, 1989: 62).
De esa etapa formativa hoy sólo se recuerda a Small en la página web del Departamento de
Sociología de la Universidad de Chicago. Y, como acaece en la mayor parte de las imaginativas
historias publicadas sobre la llamada Escuela de Chicago (cf. Abbott, 1999: 17, 29-30; Topalov,
2004), se lo considera un mero institucionalizador de la disciplina: como si la verdadera
sociología sólo surgiera en el período de entreguerras de la mano de Park, Burgess y sus colegas.
Por su parte, las sociólogas sólo perviven en esos relatos en tanto figuras marginales (Jane como
pacifista y santa secular de Estados Unidos; el resto como reformadoras sociales y pioneras del
trabajo social) o secundarias (como sucede con Annie) (Lengermann y Niebrugge-Brantley,
1998: 10-18; Lengermann y Niebrugge, 2007).
Sin embargo desde hace unos años hay quienes intentan recuperar todos estos trabajos y a sus
autores. En buena medida porque estiman que la sociología ha perdido el rumbo al preocuparse
más por el refinamiento teórico y técnico que por acercarse a la sociedad para ayudar en la
resolución de sus problemas (cf. Abbott, 1999: 225; Sprague, 2008). Junto a otros personajes e
instituciones, esa primera hornada de sociólogos tuvo el talento y la energía suficientes para
producir transformaciones sociales e incidir en las políticas públicas que encaminaron a Estados
Unidos hacia un cierto estado del bienestar (Deegan, 2006: 102; Sklar, 1985: 664). Si a ello se
añade que muchas de sus reflexiones, sus métodos y sus formas de organizar la investigación
pueden ayudarnos a entender mejor nuestra propia época, quizás sea entonces el momento de
recuperarlos críticamente (Coghlan, 2005; Hallett, Jeffers, Bowman, 2009: 672-673).

Bibliografía
Abbott, Andrew (1999) Department and Discipline. Chicago Sociology at One Hundred, The
University of Chicago Press, Chicago.
Addams, Jane (1961) Twenty Years at Hull-House, Signett Classics, New York [1ª ed. 1910].
Burgess, Ernest W. (1941) “George Edgar Vincent: 1864-1941”, American Journal of Sociology
46 (6): 887.
Coghlan, Catherine L. (2005) “‘Please dont’t think of me as a sociologist’: Sophonisba Preston
Breckinridge and the early Chicago School”, The American Sociologist 36 (1): 3-22.
Deegan, Mary Jo (1996) “‘Dear Love, Dear Love’. Feminist pragmatism and the Chicago female
world of love and ritual”, Gender and Society 10 (5): 590-607.
Deegan, M. J. (2006) “The human drama behind the study of people as potato bugs. The curious
marriage of Robert E. Park and Clara Cahill Park”, Journal of Classical Sociology 6 (1): 101-
122.
15

Deegan, M. J.; Hill, Michael R.; Wortmann, Susan L. (2009) “Annie Marion MacLean, Feminist
Pragmatist and Methodologist”, Journal of Contemporary Ethnography 38 (6): 655-665.
Gordon, Lynn D. (1997) “From seminary to university: an overwiew of women’s higher
education, 1870-1920”, en L. F. Goodchild y H. S. Wechster (eds.) The History of Higher
Education, ASHE Reader Series, 2nd edition, Pearson Custom Publishing, New York [1ª ed.,
1989], pp. 473-498.
Grafmeyer, Yves y Joseph, Isaac (1990) “La ville-laboratoire et le milieu urbain”, en L’Ecole de
Chicago. Naissance de l’ecologie urbaine, Aubier, Paris [1ª ed. francés, 1979], pp. 5-52.
Hallett, Tim; Jeffers, Greg; Bowman, Emily (2009) “There’s something about Annie: Rejoinder
to Deegan, Hill, and Wortmann’s comment on MacLean”, Journal of Contemporary
Ethnography 38 (6): 666-676.
Henking, Susan E. (1993) “Sociological christianity and Christian sociology: the paradox of early
American sociology”, Religion and American Culture 3 (1): 49-67.
Hill, Michael R. y Deegan, M. J. (2007) “Jane Addams, the spirit of the youth, and the
sociological imagination today”, ponencia presentada en la 102 Reunión Anual de la
American Sociological Association, New York, 14 de agosto [http://www.sociological-
origins.com/files/ASA_2007_Hill_Deegan_Paper.PDF. Consulta: abril, 2010].
Joas, Hans (1998) El pragmatismo y la teoría de la sociedad, Centro de Investigaciones
Sociológicas/Siglo XXI, Madrid [1ª ed. en alemán, 1992; trad. I. Sánchez y C. Rodríguez].
Joseph, Isaac (2004) “L’athlète moral et l’enquêteur modeste. Parcours du pragmatisme”, en B.
Karsenti et L. Quéré (dir.) La croyance et l’enquête. Aux sources du pragmatisme, Editions de
l’EHESS-CNRS, Paris, pp. 19-52.
Kuklick, Henrika (1990) “L’école de Chicago et la politique de planification urbaine. La théorie
sociologique comme idéologie professionnelle”, en L’École de Chicago. Naissance de
l’ecologie urbaine, Aubier, Paris, pp. 333-367 [1ª ed. inglés, 1980; trad. M. Gilbert].
Lengermann, Patricia Madoo; Niebrugge-Brantley, Jill (1998) The Women Founders. Sociology
and Social Theory, 1830-1930, McGraw-Hill, Boston.
Lengermann, P. M.; Niebrugge-Brantley, J. (2002) “Back to the future: settlement sociology,
1885-1930”, The American Sociologist 33 (3): 5-20.
Lengermann, P. M.; Niebrugge, Gillian (2007) “Thrice told: narratives of sociology’s relation to
social work”, en G. Calhoun (ed.) Sociology in America. A History, The University of Chicago
Press, Chicago, pp. 63-114.
MacLean, Annie M. (2009) “Dos semanas de trabajo en almacenes”, en Trabajar, poseer,
educar: incursiones sociológicas, archivos del Índice, Cali, pp. 35-71 [1ª ed. inglés, 1899;
trad. P. Quintín].
McDonald, Lynn (2004) The Women Founders of the Social Sciences, McGill-Queen’s
University Press, Canadá [1ª ed., 1994].
Menand, Louis (2002) El club de los metafísicos. Historia de las ideas en América, Ediciones
Destino, Barcelona [1ª ed. inglés, 2001; trad. A. Bonnano].
Mills, C. Wright (1968) Sociología y pragmatismo, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1968
[escrito en 1944; 1ª ed. inglés, 1964; trad. A. C. Leal].
16

Moore, Dorothea (1897) “A day at Hull House”, The American Journal of Sociology 2 (5): 629-
642.
Nickols, Sharon Y. (2008) “From treatise to textbooks: a history of writing about household
management”, Family and Consumer Sciences Research Journal 37 (2): 111-19.
Phelan, Thomas James (1989) “From the attic of the Amerian Journal of Sociology: unusual
contributions to American sociology, 1895-1935”, Sociological Forum 4 (1): 71-86.
Reinharz, Shulamit (1989) “Teaching the history of women in sociology: or Dorothy Swaine
Thomas, wasn’t she the woman married to William I.?”, The American Sociologist 20 (1): 87-
94.
Ross, Dorothy (1992) The Origins of American Social Science, Cambridge University Press,
Cambridge MA (1ª ed., 1991).
Rynbrandt, Linda J. (2008) “Caroline Bartlett Crane and the history of sociology: salvation,
sanitation, and the social gospel”, The American Sociologist 29 (1): 71-82.
Sennett, Richard (1982) La autoridad, Alianza Editorial, Madrid [1ª ed. inglés, 1980; trad. F.
Santos].
Sennett, R. (2003) Respect. De la dignité de l’homme dans un monde d’inegalité, Albin Michel,
Paris [1ª ed. inglés, 2003; trad. P.-E. Dauzat. Existe versión castellana].
Sklar, Kathryn Kish (1985) “Hull House in the 1890’s: a community of women reformers”,
Signs. Journal of Women in Culture and Society 10 (41): 658-677.
Sprague, Joey (2008) “Sociology: the good, the bad, and the public”, Gender and Society 22 (6):
697-704.
Swain, Frances L. (1949) “Our professional debt to Marion Talbot”, Journal of Home Economics
41 (4): 185-186.
Topalov, Christian (2004) “Les usages stratégiques de l’histoire des disciplines. Le cas de
l’«école de Chicago» en sociologie”, en J. Heilbron et al. (dir.) Pour une histoire des sciences
sociales. Hommage à Pierre Bourdieu, Fayard, Paris, pp. 127-156.

También podría gustarte