El Bar Central y El Pombero Tuerto - Editado

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EL BAR CENTRAL Y EL POMBERO TUERTO.

Historia escrita por Gabriel Rodriguez - Scooby.


Ilustración Fabián Biscotti,

Otrora refugio de folkloristas ypacaraienses y de ciudades aledañas, el bar Central


fue por mucho tiempo el punto convergente de músicos, artistas y de quienes
tenían oídos para escuchar y afinada virtud de integración para compartir e
interactuar socialmente.

Carente de un local propio, en su recorrido desde la década del ‘70 como inquilino
de varias propiedades, incluso en una ocasión se instaló en el emblemático
edificio que por mucho tiempo sirvió de sede al colegio “normalista” Dr. Ignacio A.
Pane, situado a metros del ex – cine Gran Rex.

El bar Central en realidad fue una universidad de donde egresaron los antiguos
bohemios de Tacuaral, era un recinto multidisciplinario. Primero se aprendía a
amar la música, a escuchar, a respetar a la persona como talento del arte, luego
de esta iniciación y tras hacerse con el salvoconducto para ingresar en el
exclusivo ambiente musical instalado en el patio trasero, el espíritu de la
camaradería, de la confraternidad y de la cultura se posesionaba del individuo que
vibraba con el repertorio que los artistas ofrecían cada noche.

Su mejor momento fue cuando ocupó el viejo caserón en donde tiempo atrás
funcionaba la “Farmacia Venus”, propiedad de Doña Mafalda y Don Gilberto
Cabrera a quien le decían “Pijama”; el vetusto edificio de estilo arquitectónico
colonial estaba situado sobre la avenida Mcal. López, al costado de la plaza y a
metros de la escuela graduada número 82, República de Honduras.

El bar central funcionaba 20 horas diarias durante todo el año, por la mañana
resultaba tradicional el encuentro de amigos que compartían las inacabables
rondas de tereré, luego del tereré rupa que consistía en las riquísimas y calientes
empanadas preparadas por Ña Mari, quien desde la madrugada y hasta altas
horas de la noche, era la encargada del variado menú gastronómico que incluida
la imaginaria carta del bar.

El local contaba con 5 ambientes que podían funcionar de manera simultánea:

1-La vereda, que era el lugar destinado al tereré y desde donde se podía
contemplar e inclusive admirar a las bellas estudiantes del colegio “normalista”,
quienes desfilaban rumbo al establecimiento educativo provenientes de Pirayú,
Itaugua, San Bernardino, Altos, Loma Grande y de todos los barrios y compañías
de Ypacaraí.

2 - El comedor en donde el cliente degustaba del menú diario y nosotros éramos


los habitúes, convertidos en “invitados estables” del recinto.
3 – Las mesas de billar y billar gol, allí se “taqueaba” durante largas horas jugando
al 31, especialidad en la que el doctor y reconocido dietólogo de fama
internacional, Miguelo Mussi, era imbatible.

4 – El corredor contiguo a la cocina del recinto, que servía de casino a los


apostadores y tahúres que se “divertían” en partidas de naipes y;

5 – El patio trasero, al que únicamente accedían los íntimos amigos a participar de


las peñas folclóricas en la cual celebrados músicos locales, nacionales e incluso
internacionales (como el caso del grupo boliviano Nuevas Raíces) realizaban un
festival karapé con solistas, dúos, tríos y grupos de canto e instrumental.

En los años 1986 y principios de 1987, cuando el bar aún funcionaba en el ex local
del colegio Dr. Ignacio A. Pane, junto con un amigo de infancia y juventud
conocido como Verita (Alfredo Vera Morel), éramos privilegiados espectadores del
ensayo musical del trío Américanto, quienes repasaban su repertorio en lo que
alguna vez fue la cantina de aquel colegio formador de generaciones, a quien una
heroína llamada doña Carlota D’spierre de Montiel, dedicó alma y vida,
contribuyendo con la educación a través de un legado imperecedero.

Tanto Verita y yo éramos unos adolescentes que hacía poco habíamos traspasado
la línea de la infancia y tal vez debido a una precoz militancia política contestataria
al régimen de entonces, gozábamos del aprecio del dueño de casa, de los artistas
y de los bohemios que en definitiva eran mucho mayores que nosotros.

Integrado por José Mendieta, Bill Martínez y Cacho “Leguí” Leguizamón, el trío
américanto se había formado luego de que José Mendieta abandonara su grupo
Luz y Sombra, conformado en su momento por los hermanos Ramón y José
Mendieta y por un argentino llamado José Ernesto Peralta.

El novel grupo Américanto pertenecía al género de músicos a quienes la nueva


trova o el Nuevo Cancionero había enrolado para cantar temas del repertorio
nacional y latinoamericano, con un contenido poético comprometido con la lucha
social y la conciencia libertaria, que en ese entonces comenzaba a madurar en
Paraguay teniendo a Ypacaraí como su señera vanguardia.

El trío de José, Bill y Leguí llego a cosechar el millón de aplausos tanto en los
festivales de Ypacaraí o en la entonces “Planta 1 de Coca-Cola”, en donde
compartió escenario con renombrados exponentes de la denominada música de
protesta como Sembrador, dúo Gente en camino, Vocal Dos, Ñamandú, Menchi
Barriocanal y su grupo Uno más Uno, Alberto Rodas, y el dúo de Ingeniería Chiqui
y Jaime, que aunque aficionados al canto, eran número puesto en todas las
peñas.

Aún permanece en mi memoria y especialmente en mi retina, la explosión de júbilo


de toda la concurrencia asuncena cuando el trío ypacaraiense fue presentado por
Juan Carlos “Kalé” Galaverna y sin mediar palabras arrancó con el vibrante tema
que los identificaba: “AMÉRICANTO”; escrito por el conciudadano Celso Alfredo
“Cacho” Galeano (+) y musicalizado por José Mendieta, requintista y líder del
grupo; a continuación unos fragmentos del tema:

“Américanto es el grito de un pueblo con voluntad,


que hoy saluda cantando la patria a la libertad,
Américanto es historia de un pueblo que canta aquí,
en este suelo bendito, tierra de Ypacaraí.

II

Américanto es historia de muchos pueblos valientes,


es sencillez de su gente que lucha por la verdad,
es esperanza del pobre que va buscando el presente,
el derecho de la gente justicia amor y amistad.

III

América, América, América, te saluda nuestro canto,


América, América, América, presente Américanto!”.

El recuerdo de esos momentos de gloria quedará guardado para siempre en


nuestros corazones, por eso comparto con ustedes las letras de la canción, tal vez
algún día les “tararearé” el ritmo de aquel tema que no fue grabado en vinilo, pero
cuya melodía asimilé y cada tanto la hago sonar en la imaginación.

Volviendo a las noches del bar central, en una hora determinada y para los no
habitúes, de fachada el local cerraba sus puertas pero en el fondo la fiesta era
desatada, para que la exclusiva privacidad permitiera a un calificado grupo de
ypacaraienses disfrutar del repertorio que los músicos compartían.

El propietario, Julián Ramírez, era acérrimo defensor, creyente y practicante de


aquella cita bíblica que lapidaria recomienda “No arrojes perlas a los cerdos”, por
eso solo dejaba pasar y participar de los encuentros culturales a los iniciados en el
espíritu festivalero.

Delfín Medina, Ramón Mendieta (+), Antonio Estigarribia, Yoyi Azuaga (+), Juan
Ramón “Médico” Medina (+), Julio Cesar Sosa, Chiquito Marecos, “Tantí Bulí”
Aguilar, Patiñito, Oscar Galeano, Augustito Ramirez y su requinto y otros; quienes
interactuaban en interminables noches de magia musical en donde teníamos el
privilegio de compartir con amigos como Yiyo Battilana, Don Papito Giménez,
Gustavo Duré, Cantí Aguilar, el “Maestro” Felipe Vera (+), Cesar Julián Kobérro
Leguizamón (+), Dúo Soñadores compuesto por Gilberto Estigarribia (+) y Cesar
Molinas entre otros.
Mientras los músicos interpretaban repertorios que incluían boleros, chamamés,
guaranias, polcas, purahéi asy o purahéi jahe’o, etc, los oyentes libaban
generosamente todo lo que el bar disponía; la bebida espirituosa era
amistosamente compartida y la vibración por escuchar la música en principio hizo
pasar desapercibido algo sencillamente sobrenatural y que posteriormente
sorprendería a todos.

Fue don Papito Giménez, quien bebía un finísimo whisky tipo A, el que se percató
que coincidentemente cuando el trío Américanto cantaba su tema o Delfín Medina
con un Dó de pecho gorjeaba “60 granaderos”, los presentes festejaban y el
whisky se evaporaba, desapareciendo como por arte de magia.

El Chivas Regal 18 años que don Papito le bajaba mientras fumaba su habano
Hoyo de Monterrey eran exclusivos y no lo compartía con nadie; generosamente
invitaba a los amigos todo tipo de cervezas, vinos y hasta picadas que servían de
aperitivo, pero el Chivas y el Habano eran privilegio suyo y de nadie más.

Siempre nos pareció raro escuchar silbidos y un “piar” de pollitos que se dejaban
oír en las pausas entre temas y temas, pero a medida que la noche avanzaba
hacia la madrugada y la vibración subía de tono al igual que el volumen de la voz
de los cantores, aquel “piar” se hacía más fuerte y se oía más cercano. Algunos
amigos aseguraban sentir que algo peludo e invisible los rozaba, y en una ocasión
todos fuimos testigos de cómo las cinco rayas de Chivas “on the rocks”
desaparecieron succionadas por la nada, mientras el habano de don Papito flotaba
en el aire con la parte encendida avivada en un fuego candente, como si alguien,
imperceptiblemente, lo estuviera fumando.

Los más astutos comenzaron a sospechar, e inmediatamente se envió a comprar


5 botellas de Chivas y una caja de puros que servirían como tentadora carnada,
mientras el repertorio musical seguía sonando en aquella noche de viernes
interminable.

El dueño de casa hace mucho sospechaba del motivo por el que el whisky
contenido en los vasos desaparecía a medida que se cantaba, era como si el
chato recipiente de cristal tuviera agujeros por donde se filtraba el líquido escocés
añejado en cubas de roble.

Mientras Ramón el “Médico” Medina cantaba “El agua”, la trampa fue instalada,
mandaron traer otro vaso y luego de que don Papito sirviera su trago sobre unos
cubos de hielo, el otro vaso fue llenado hasta el borde, pero al natural y sin hielo.

La música siguió, todos vibraban, cantaban y aplaudían, y mientras la algarabía


reinaba en el recinto el vaso de whisky caliente era nuevamente vaciado en un
fondo blanco, momento en que se escuchó un “piiipuuuu” proferido por una voz
alegremente ebria que sonaba desde la nada en la oscuridad; era como si la
noche se bebiera el alcohol servido como carnada.
De inmediato se solicitó un solo de instrumentos en donde los hermanos José y
Ramón Mendieta (+) junto a Augustito, quien actuaba de local, espantaron las
somnolencias y las palmas acompañaron al motivador ritmo del “plin – plin” del
mbaraká.

En ese momento de éxtasis emocional ya toda la botella de whisky flotaba en el


aire y ante el asombro de la concurrencia, que perpleja veía como con un “glup –
glup” el contenido se vaciaba, contemplamos la confusa imagen de una figura
humanoide que se hacía visible a ratos para luego desaparecer, como si la
borrachera causara un descontrol en las virtudes de invisibilidad de aquel ser
misterioso, que relajado y desinhibido como Pedro por su casa, compartía la peña
como si fuese un invitado más.
Cuando Gustavo Duré pidió el tema “arquero lómo”, los vibrantes acordes de la
polca “Colorado” comenzaron a sonar rompiendo una vez más el imaginario cristal
de silencio que cubría la fresca madrugada.

Aquello parecía ser la polca preferida del intruso quien profirió un sonoro arriero
sapucai, delatando su ubicación tras apropiarse de otra botella de Chivas Regal.

A esa altura de los acontecimientos ya todo era más que evidente, una borrachera
que orillaba el coma alcohólico, provocó un cortocircuito en el "modo invisible" de
aquel póra, dejando ver la morena tez de un hombrecito de pequeña estatura.

Con su cuerpo desnudo, las piernas arqueadas y erguidas sobre sus anchos pies
descalzos, largos brazos que situaban las manos a la altura de las rodillas, una
tupida melena que se deslizaba sobre el hombro fusionándose con el negro vello
que cubría todo el cuerpo, y los grandes globos oculares cuyo blanco resaltaba
sobre un rostro con la nariz achatada, labios gordos y transversalmente
alargados, se trataba nada más y nada menos del temido Karai Pyhare

El genio de la noche se hizo habitué de aquel bar, atraído por el ruido y por la
abundancia de caña y cigarro, en principio se limitó a observar y escuchar, luego
de manera furtiva y amparado por su invisibilidad bebía pequeños sorbos de
tragos aprovechando el tumulto y la algarabía; pero contagiado por la vibración y
la camaradería pronto perdió la compostura, los estribos, el pudor y con ello la
invisibilidad, y como producto de la desconcentración, en ratos de descuido dejaba
ver su aspecto para luego desaparecer nuevamente.

Cuando los hermanos Mendieta interpretaron Carreta Guy aquello fue un


desenfreno total llevando la noche a su pico máximo, la alegría era un espíritu que
poseía a todos, en ese instante la púa con la que punteaba soltó la segunda
cuerda del requinto de Ramón, motivo por el cual la vibrante guitarreada fue
abruptamente interrumpida.

De inmediato Mendieta agitó en el aire la guitarra, extrayendo del mbaraka ryekue


unas cuerdas de repuesto que tenía dentro del instrumento, y luego de hilvanar
entre el puente y la clavija, se dispuso a ajustarla mientras José ponía las notas en
la guitarra que hacía de dúo, afinando aquella madera que parecía ser parte de
sus brazos y dedos.

La nota SI era punteada probándose el sonido, vueltas y vueltas de clavija


convertían la segunda en una tensa cuerda que podía lanzar una flecha al infinito;
cuando la última vuelta fue girada un lacónico “TOINNGG” sonó desafinado. El
mbaraka sâ de nuevo se soltó y como iracundo látigo golpeó el ojo del curioso
POMBERO, que borracho, impertinente e incauto se acercó más de la cuenta al
requintista para observar como la guitarra era afinada de manera magistral.

Podríamos decir que aquella noche lo vimos todo… al genio aparecer y


desaparecer pintoneando en derroches de alegría, lo escuchamos silbar y piar
aclamando a los artistas, y patéticamente lo oímos llorar como un karaja cuando la
cuerda de una guitarra se convirtió en arreador golpeándolo en el ojo y dejándolo
tuerto para siempre.

A aquel suceso nocturno se debe la frase que dice: “ejeívé músico ariguí”, que por
cierto es un consejo más que sabio y prudente.

Todas las sospechas fueron confirmadas, en el bar Central había un pombero


bohemio que invisible participaba, no solo escuchando y bailando con la música,
sino que gustaba del buen whisky y del habano que don Papito Giménez tomaba y
fumaba. Aquella madrugada todos nos quedamos a consolar al pombero, que se
lamentaba por el dolor de ojo y por el imperdonable descuido cometido tras beber
como “el pombero que era”, motivo por el cual terminó siendo descubierto.

No sé por qué razón esa noche nadie se asustó ni salió corriendo en estampida al
ver en vivo y en directo a un pombero, que otrora solo era concebido en la
imaginación y del que solo se escuchaban fantásticos relatos.

Tal vez nadie se horrorizó porque todos sospechábamos que era él quien se bebía
los tragos y se fumaba los cigarros, quizás la sangre guaraní que corre por
nuestras venas insufló en nuestro instinto la tolerancia y una predisposición a su
presencia; los paraguayos siempre supimos del genio de la noche, y aunque
nunca lo veíamos, sabíamos que merodeaba nuestras casas durmiendo en los
tatakuá o que andaba por ahí, escuchando nuestros pedidos de protección.

Desde esa vez el pombero fue nuestro “kili”, José Mendieta incluso le enseñó a
ejecutar un par de temas en requinto, por eso era normal que muy temprano y al
abrir la carnicería, don Papito Mendieta se topara con abundante cantidad de
panales de miel silvestre, yvapurû y guavirá, que el genio traía de los montes
como tributo de agradecimiento a quien le enseñó a tocar la guitarra.

A partir de aquella noche el karaí pyhare nos acompañó en cada jornada, cuando
nos pasábamos de tragos él nos guiaba hasta nuestras casas, en una ocasión el
amigo Kennedy (+) - Julio Ramon Alvarenga - se pasó con el vino, y el genio a
quien cariñosamente le decíamos “pombi”, lo cargó kaírõ hasta la puerta de su
hogar.

Como el genio era visible solamente para nosotros sus amigos, algunos
transeúntes no daban crédito a lo que veían sus ojos cuando en las cercanías de
la iglesia observaron a Kennedy flotar en el aire, semejando una relajada
levitación mientras el Pombero lo cargaba estoicamente conduciéndolo hacía
zanja soró .

Recíprocamente y en varias ocasiones, nosotros también auxiliamos al amigo de


la noche cuando se pasaba de copas, precautelando su identidad y custodiando
su secreto, sucede que cuando bebía de más y debido a la resaca, acostumbraba
a tomar todo el agua contenido en el tanque de la plaza dejando sin el vital líquido
al barrio entero!,;en una ocasión hasta quedo dormido en un banco desde donde
lo rescatamos para acostarlo en una hamaca.

Para evitar que sucumbiera ante el vicio del alcohol lo afeitamos y lo peinamos
para inscribirlo en el programa de alcohólicos anónimos en donde milagrosamente
se recuperó.

Luego de un tiempo el bar Central cerró sus puertas, por consecuencia, nuestro
grupo se separó y los integrantes terminamos diseminados no solo por todo el
país sino por todo el mundo.

No sé qué pasó del amigo “Pombí”, algunos afirman que continúo afeitándose el
tupido bello y que vive en Ypacarai como si fuera un tacuaraleño más, adoptando
incluso un apodo: Iko.

Otros dicen que volvió a la clandestina vida de genio y que cada tanto aparece en
Ypacaraí, merodeando en los lugares en donde antaño la confraternidad se
trasformaba en música y los pobladores se respetaban y amaban como hermanos.

La ausencia de sitios como el bar Central entristece las noches de la capital


folclórica de la Patria, la confraternidad, la solidaridad y la camaradería,
lastimosamente son virtudes que, como el amigo Pombero, parecen haber
desaparecido.

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