Texto de Clase - IMÁGENES POR DOQUIER - LOS IMAGINARIOS DEL CENTENARIO

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En contexto.

América Latina a comienzos del siglo XX

Orden
En 1910, las repúblicas hispanoamericanas se preparaban para una gran celebración. Sólo cien años atrás habían roto los
vínculos que las ataron durante trescientos años a la metrópolis colonial, España. Esa ruptura había inaugurado un período
de turbulencias e inestabilidad que, visto a comienzos del siglo XX, parecía haber quedado en el pasado. En Brasil,
colonizado por Portugal, el proceso había sido más ordenado y menos violento, pero el resultado era similar.
Las repúblicas surgidas en torno de 1820 tenían mucho que celebrar en 1910. Todas ellas participaban de un optimismo
creciente basado en la fe en el progreso ilimitado, compartida por sus prósperas elites gobernantes. Al final del camino
emprendido por estas repúblicas, las beneficiarias del tardío éxito eran precisamente las élites terratenientes, mineras,
comerciantes y banqueras, que, además de la riqueza, gozaban del mayor prestigio social y del poder político en sus
países.

Progreso
Al mismo tiempo que consolidaban sus Estados, las repúblicas latinoamericanas se insertaron a marchas forzadas en la
economía mundial. Lograron vincularse a los mercados industrializados de Europa occidental y los Estados Unidos
mediante la especialización en la producción de bienes primarios de origen agrícola, ganadero o mineral. La plata, los
productos textiles de algodón y el henequén en México; el caucho y el café en el Brasil; éste último también en Colombia
y Guatemala; el azúcar en Cuba y otras islas del Caribe; las frutas tropicales (banana, piña) en los pequeños países
centroamericanos; el salitre peruano y boliviano y, luego, chileno; la plata y el estaño en Bolivia; la lana en Uruguay y
ésta misma, además de la carne y los cereales, en la Argentina eran los productos más demandados a las economías
latinoamericanas.

Las repúblicas oligárquicas


En la segunda mitad del siglo XIX, las repúblicas latinoamericanas establecieron un sistema político más o menos
centralizado, que garantizaba el orden y la estabilidad, brindaba seguridad a las inversiones (nacionales y extranjeras) y
acompañaba el crecimiento económico. Algunas de estas repúblicas se establecieron después de un largo período de
luchas civiles, durante el cual se enfrentaron las dos facciones rivales de ese siglo: la conservadora y la liberal. Éste es el
caso de México, Colombia, Bolivia y, en cierta medida, de Chile y del Perú.
Otras repúblicas, como la Argentina, fueron fundadas tras largas rivalidades regionales. Finalmente, otras sucedieron a un
sistema político estable, pero muy centralizado; es el caso de la República del Brasil y del Imperio que la precedió.
Mediante la expansión de las instituciones del Estado nacional y la captación o la represión de las elites regionales, el
gobierno central podía, por primera vez en la historia latinoamericana independiente, asegurar el orden y la continuidad
política en su territorio. La sucesión en el poder había sido una recurrente causa de inestabilidad política y los nuevos
gobiernos lograron que ese problema se resolviera de una manera medianamente pacífica, aunque no democrática.
En Brasil, la sucesión presidencial era dispuesta por las oligarquías gobernantes en los estados más ricos y poblados (San
Pablo y Minas Gerais, y, en menor medida, Río de Janeiro y Grande do Sul) e impuesta en las elecciones al resto del
país. En Chile, quien marcaba las políticas de gobierno era el Congreso Nacional, donde se decidían la sucesión
presidencial y la composición del gobierno mediante coaliciones electorales. En México, como veremos después, el
presidente se sucedía a sí mismo, con lo que cancelaba la elección de rivales.
Estas repúblicas no permitían el ejercicio de una verdadera democracia, porque bloqueaban la aparición de una
oposición mediante los acuerdos electorales, la legislación electoral restrictiva (que excluía del registro electoral, por
ejemplo, a los analfabetos y/o los pobres) o el fraude. Dado el carácter minoritario y escasamente participativo de sus
sistemas políticos, se las conoce como “repúblicas oligárquicas”.

El Centenario. Luces y sombras del progreso

El balance, hacia 1910, no podía ser más auspicioso: “Orden y Progreso”,


el lema contenido en la bandera de la República del Brasil, resumía esos
logros. Sin embargo, este orden tenía una cara oculta: el fuerte
autoritarismo político y la desigual distribución de los beneficios y las
cargas del crecimiento económico.

La llamada “cuestión social”, es decir, los problemas sociales que traía


aparejada la muy desigual distribución de la riqueza –pobreza,
analfabetismo, hacinamiento, discriminación étnica–, eran evidentes, tanto en las áreas rurales como en los barrios
marginales de las ciudades. No se trataba de que las oligarquías no hicieran nada para remediarlos. En su haber, contaban
con la expansión de la educación básica (sobre todo, en los países del Cono Sur) y con la apertura de instituciones de
beneficencia (por ejemplo asilos para huérfanos). Pero eso no era suficiente.
En el horizonte político y social, aparecieron ideologías nuevas, reformistas o revolucionarias. El socialismo y el
anarquismo eran ya populares entre los obreros urbanos de países como la Argentina, Uruguay, Chile, el Brasil y, en
menor medida, México. El socialismo planteaba un mejoramiento general de las condiciones de vida de los sectores
bajos; el anarquismo, la abolición del orden social y político estatal. El primero participaba cuando podía en las
elecciones; el segundo estaba en contra de ellas.

Existía también una cuestión política, que puede formularse como el desfasaje entre, por un lado, el sistema político
cerrado –que no permitía la representación de grupos sociales en ascenso (y mucho menos de aquellos que no lo
estaban)–, establecido por las oligarquías, y, por el otro, los deseos de participación más amplia de estos sectores. Esta
cuestión ponía en entredicho los sistemas electorales y los mecanismos de sucesión del poder en los que se basaba el
gobierno de las oligarquías. La Unión Cívica Radical en la Argentina, el partido Demócrata en el Perú, el Partido anti-
reeleccionista en México, y un renovado Partido Colorado en Uruguay clamaban, a comienzos del siglo XX, por una
reforma de los mecanismos electorales que permitiera una participación política de sectores más amplios.

ESTUDIO DE CASO
IMÁGENES POR DOQUIER: LOS IMAGINARIOS DEL CENTENARIO
Al igual que en el resto de América Latina, el aniversario del centenario de la Revolución de Mayo fue para las elites
gobernantes argentinas una oportunidad de contribuir al proceso de construcción ciudadana y, al mismo tiempo, de
obtener reconocimiento por parte del resto de los países del mundo.
El advenimiento de la conmemoración del Centenario de Mayo en 1910 en un clima de fervor patriótico, constituyó el
escenario propicio para el planteamiento de programas iconográficos desde el nacionalismo oficial y para la profusión
de imágenes desde diversos intereses y presupuestos, como así también para las discusiones sobre la cuestión del arte
nacional que constituyen el corolario de acciones y percepciones sobre el tema de la identidad y la nacionalidad que se
dieron a lo largo de la generación del ’80.
Si bien esta plétora de imágenes se dio principalmente en Buenos Aires, que debía ser mostrada al mundo como la “Gran
capital”, las fiestas se reprodujeron en menor escala en todo el país y el programa iconográfico y editorial llegó a los
distintos puntos de la Argentina. (...) Por ejemplo, el naciente cine mudo también intervino en la cuestión de la
nacionalidad: el primer film argumental trataba justamente “La Revolución de Mayo” (1909) y su discurso era coherente
con la difusión del mensaje historicista y pedagógico que el Estado Nacional también difundirá a través de otros medios.
La imagen inundó diversos ámbitos de la vida social, cultural y educativa. El Estado se ocupó de
ello: desde los textos escolares, las revistas ilustradas, los álbumes conmemorativos, los
almanaques, hasta las series postales y las estampillas –con los miembros de la Primera Junta de
Gobierno Patrio, los héroes militares nacionales o el Cabildo de Buenos Aires, reproducciones
del Cabildo, la Casa de Tucumán, la Pirámide de Mayo, en ocasiones junto a la representación
de la República–, sirvieron de soporte para consolidar la imagen histórica que desde el
nacionalismo oficial se proyectó. La publicidad también se hizo eco, reproduciendo varios de
los símbolos citados a un público masivo.
El historicismo nacionalista al que el Estado se adhirió buscó por un lado reeditar imágenes de
la historia patria, de sus héroes y personajes célebres y por otro, visibilizar el progreso modernizador de la Argentina a
través de las imágenes urbanas y los hitos arquitectónicos de Buenos Aires. En cuanto a la historia nacional, el repertorio
de imágenes que se difundieron procedían de las copias de óleos del Cabildo y de la Plaza de mayo que se habían
producido en el siglo XIX, como el óleo de Juan Manuel Blanes del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 ( 1876),
como nuevas representaciones que conmemoraban esta revolución, entre ellos El Cabildo Abierto del 22 de Mayo de
1810 (Museo Histórico Nacional, 1909) de Pedro Subercaseaux (...).

LA “ESTATUOMANÍA” DEL CENTENARIO


Dentro de la gran profusión de imágenes en torno al Centenario, los monumentos conmemorativos tuvieron un peso de
gran importancia en la conformación de los imaginarios nacionales. En el caso argentino, luego de los hitos
monumentales post revolucionarios (Pirámide de Mayo) la representación escultórica del héroe comenzó con los
monumentos a los padres de la patria antes mencionados, que fueron reproduciéndose con igual iconografía en ciudades
del interior. A fines del siglo XIX, otros monumentos emplazados en la ciudad de Buenos Aires convocaron la atención
de la prensa y de la crítica, como el monumento a Sarmiento realizado por Auguste Rodin (1900).
El Centenario se convirtió en el escenario de una fiebre de la estatuaria, ya que diversos sectores de la sociedad argentina
entendieron a las obras conmemorativas como símbolos válidos y fehacientes para afirmar el poder grupal en la misma.
Las diferentes colectividades de inmigrantes plantearon monumentos para homenajear el Centenario, generándose “... una
especie de lucha internacional –cuyos principales actores eran Francia, España, Italia y Alemania– interesados en ocupar
un lugar de preeminencia y en mostrarse (...)”

Lo cierto es que el Estado Nacional y el Municipio de Buenos Aires encararon una importante y sostenida política
monumental (...) De tal forma, el imaginario se debatía entre la representación de los próceres de mayo de 1810 - Paso,
Moreno y Vieytes fueron los primeros encargos de la Comisión Municipal- mientras que desde la Comisión Nacional, la
ley del Centenario preveía erigir en Buenos Aires monumentos a la Revolución de Mayo, a la Asamblea del Año XIII, al
Ejército de los Andes, a Alvear, Brown, Moreno, Rivadavia y Pueyrredón. Asimismo, se realizó un concurso
internacional para el Monumento a la Independencia –que reemplazaría a la Pirámide y que nunca se realizó– en la Plaza
de Mayo (1908-1910) y el Monumento conmemorativo a la Creación de la Bandera Nacional en Rosario. (1872-1957),
los que son demostrativos de la fértil imaginación que justificaba la adopción de proyectos generalmente bastante
ortodoxos en esquemas academicistas, donde tenía más peso la identificación con el estereotipo icónico y la potencial
monumentalidad que la recreación de una propuesta simbólica pero de un contenido histórico preciso. Estas “soluciones
estéticas” fueron comunes en la fiebre monumental de la época, donde lo importante era la realización de hitos
conmemorativos que implicaban reivindicaciones históricas pero, contradictoriamente, se encontraban vaciados de
historicidad. Este historicismo se conjugó con monumentos simbólicos como “A la Carta Magna y las cuatro regiones
argentinas”, ofrecida por los residentes españoles y realizada por Agustín Querol, proyecto iniciado en 1908 pero
inaugurado recién en 1927.
Otro monumento de importancia en la construcción de la nacionalidad visual fue el Monumento a los españoles: el mismo
se justifica por el nuevo momento de las relaciones entre Argentina y España, ya que la actitud respecto a lo español
comenzó a cambiar en el discurso oficial argentino a fines del siglo XIX como consecuencia de la gran cantidad de
inmigrantes españoles arribados. En este contexto es que el gobierno nacional había previsto en la ley del Centenario la
realización de un monumento a España, constituyendo éste el único reconocimiento iconográfico que el Estado hiciera a
una nación extranjera. Ello implicaba que la República estaba consolidada y que España ya no era visibilizada como un
enemigo sino como la Madre Patria a la que había que rendir homenaje. (...)

LA TENSIÓN ENTRE TRADICIÓN Y MODERNIDAD EN LOS IMAGINARIOS DE NACIÓN


Después del aluvión inmigratorio resultaba difícil encontrar una representación del “pueblo argentino” que sintetizara el
ideal del “ser nacional”, lo que pareció una tarea conflictiva entre las manifestaciones visuales: “nación”,
“cosmopolitismo” y “nacionalismo” adquieren entonces una nueva reformulación, en ocasiones contradictoria, pero que
en definitiva revelan las diversas caras con que el tema se presenta en el prisma social, cultural y étnico. Tradición y
modernidad serán dos de los tópicos en cuestión en el arte nacional, y los cruces y pliegues que transitan ponen de
manifiesto la cuestión de la identidad como un tema inconcluso, una discusión abierta, y la vez la necesidad de construirla
desde lo diverso y contradictorio más que desde lo hegemónico y homogéneo. (...=

En conclusión, en aquellos momentos claves donde la cuestión de la identidad nacional inundó diversos estratos de la vida
cívico-social, se advierten hoy indicadores de institucionalización que de una u otra forma pretendieron forjar un
imaginario hegemónico, centrado en lo producido y consagrado en Buenos Aires, con poca participación de
producciones o referentes regionales y en la que se privilegiaron ciertas ideas y referentes nacionales por sobre otros.

Texto extraído de: Giordano, M. L. (2009). Nación e identidad en los imaginarios visuales de la Argentina: siglos XIX y XX.

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