Conozca La Iglesia Primitiva - Ralph Earle
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Conozca La Iglesia Primitiva - Ralph Earle
la Iglesia Primitiva
Ralph Earle, Th.D.
Profesor Emérito del Nuevo Testamento
Mi esposa
Ha sido la convicción del autor que uno de los medios más importantes del
crecimiento en la gracia es el estudio libro por libro de la Biblia—especialmente del
Nuevo Testamento. Pero muchos darían eco a las palabras del eunuco etíope: “¿Y cómo
podré (entender) si alguien no me enseñare?”
Para todos los cristianos, y especialmente los de persuasión wesleyana, el libro de
los Hechos es de suma importancia entre los libros del Nuevo Testamento. El volumen
presente es una guía al estudio de los Hechos, no un substituto para las lecturas de ese
libro. El mejor provecho será para quien tiene su Biblia abierta y la marca mientras lee
estas páginas.
También se puede recibir ayuda leyendo Conozca su Nuevo Testamento, capítulo
V, del mismo autor. Se dará atención especial al contenido de los Hechos por capítulos.
Los asuntos de introducción—como el autor, la fecha, y el propósito— se tratan en esos
volúmenes ya existentes y por eso no se discuten aquí. Más bien el propósito ha sido el de
ayudar a dominar el contenido general del Libro de los Hechos.
Para poder relacionar mejor al estudiante con el texto mismo, todos los títulos y
subtítulos—con muy pocas excepciones—se dan exactamente como aparecen en la
Escritura.
El nombre Los Hechos sugiere que éste es un libro de acción. Y así es. Desde el
primer capítulo hasta el último hay algo excitante. La ascensión de Jesús, el Pentecostés,
la sanidad de un cojo incapacitado, el encarcelamiento de los apóstoles, la muerte de
Ananías y Safira—todos estos son sucesos que merecen un encabezado en los periódicos.
El libro de los Hechos es tan fresco como la mañana.
—Ralph Earle Jr.
Contenido
I. VOLVAMOS (15:36-39)
Pablo era de tal espíritu pionero, que no podía quedarse mucho tiempo en un
lugar. Así que un día sugirió a Bernabé que empezaran otra vez y visitaron de nuevo las
iglesias que habían fundado en su primer viaje.
Entonces vino un conflicto. Bernabé quería llevar con ellos a su primo Juan
Marcos. Pero Pablo no tenía paciencia para quien les había desertado antes. Su per-
sonalidad agresiva no vio excusa alguna para tal conducta.
Bernabé no quería ir sin Marcos, y Pablo no se decidía a ir con él. Había sólo una
solución para el problema. Bernabé llevó a Marcos y volvió a Chipre, un territorio natal.
No oímos más de él. Pablo escogió a un nuevo compañero, Silas, y visitó otra vez el Asia
Menor.
¿Quién tenía razón? Todo lo que sabemos es que más tarde Pablo escribió: “Toma
a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio” (II Timoteo 4: 11). El
joven al fin justificó la fe que Bernabé puso en él.
II. EL SEGUNDO VIAJE (15:40—18:22)
1. Asia (15:40—16: 10)
a. Siria y Cilicia (15:40.41). Estos dos países formaban una provincia
romana en ese tiempo. No hay registro en el Nuevo Testamento de la fundación de estas
iglesias que Pablo ahora confirmó. Probablemente resultaron de sus esfuerzos
evangelísticos durante los seis años transcurridos entre su salida de Jerusalén y su llegada
a Antioquía (véase Gálatas 1:21).
b. Derbe y Listra (16:1-5). Es probable que Pablo visitara su pueblo natal,
Tarso, y después haya ido al norte por las Puertas de Cilicia a las montañas Taurus y de
allí a la parte central de Asia Menor. Vino primeramente a Derbe, que era el último lugar
de su viaje misionero anterior.
En Listra se les unió un ayudante joven llamado Timoteo, cuya madre era judía
cristiana, pero cuyo padre era griego pagano. Pablo lo circuncidó, probablemente para
estar seguro de que sería aceptable a los judíos, entre los cuales regularmente principiaba
su obra en una nueva ciudad. Esto no tenía nada que ver con la salvación de Timoteo.
Simplemente fue un sabio plan misionero.
Aunque la carta del concilio en Jerusalén había sido dirigida específicamente a los
gentiles cristianos en Antioquía, Siria y Cilicia (15:23), Pablo anunció las ordenanzas a
las iglesias gentiles que había fundado en Galacia. Estas estaban situadas en Derbe,
Listra, Iconio, y Antioquía de Pisida. El resultado fue una firmeza a la vez que un
aumento en las iglesias de allí (v. 5).
c. Troas (16:6-10). En realidad Antioquía estaba en Frigia “hacia Pisidia.”
La provincia romana de Galacia incluía Pisidia y parte de Frigia (lo demás estaba en la
provincia de Asia). Si “Galacia” (v. 6) quiere decir la provincia o solamente la parte del
norte donde los galos antiguos habían morado en el tercer siglo A.C. no se puede
determinar. “Asia” puede referirse a la sección costera de la provincia de aquel nombre,
pues los misioneros tenían que pasar por allí para llegar a Troas. Pero el significado bien
pudo haber sido que fueron prohibidos de “hablar la palabra en Asia” aunque podían
pasar por allí.
Cuando llegaron cerca de Misia (en el noroeste de la provincia de Asia) quisieron
dar vuelta para el norte a Bitinia, una provincia junto al Mar Negro al norte de Asia. Pero
“el Espíritu de Jesús” (así dice en los manuscritos griegos más antiguos) no se los
permitió. Así que no había otra cosa que hacer que tomar el camino del oeste a Troas. El
viaje de Antioquía de Pisidia era como de cuatrocientas millas. Se tomaría tres o cuatro
semanas de viaje.
Troas era el extremo de la tierra. Más allá estaba el Mar Egeo—y Europa. Cerca
estaban las ruinas de la antigua Troas. Pero Pablo no tuvo tiempo para ellas. Buscaba
territorio para evangelizar. Tal vez las prohibiciones en contra de predicar en Asia y
Bitinia lo hubieran dejado un tanto frustrado. Sin duda pidió sinceramente la dirección
divina para el siguiente paso. Al fin llegó— una visión en la noche. Pablo vio a un
hombre rogándole: “Pasa a Macedonia y ayúdanos” (v. 9).
Algo nuevo se introduce en el versículo diez. Por primera vez en el libro, el autor
escribe en primera persona. Esto es el principio de lo que se llama “los pasajes del sujeto
nosotros,” donde el escritor participó en los sucesos.
Evidentemente Lucas se reunió con el grupo de Troas. Tal vez Pablo, al llegar a la
costa otra vez, haya sufrido un relapso de paludismo y haya tenido que consultar a un
médico. Si así fue, éste era el doctor Lucas. De todos modos acompañó a los misioneros a
Filipos. Puesto que el relato cambia otra vez a “ellos” en 17:1, pensamos que Lucas se
quedó en Filipos, probablemente como pastor, por unos seis años hasta que Pablo regresó
en su tercer viaje. Entonces el “nosotros” se usa de nuevo (20:6).
2. Europa (16:11—18:22)
a. Filipos (16:11-40). El grupo misionero navegó de Troas, en Asia, y
después de parar una noche en la isla de Samotracia llegó a Neópolis (“Nueva Ciudad”)
en Europa. De este puerto anduvieron diez millas para el interior hacia Filipos.
Nombrado en honor de Felipe de Macedonia, el padre de Alejandro el Grande, Filipos era
una colonia romana. Estas colonias, de las cuales una parte de los habitantes gozaban el
codiciado privilegio de ciudadanía romana.
Aquí no había sinagoga judía. Pablo encontró a unas cuantas mujeres reunidas en
un servicio de oración un sábado junto al río cercano. Se juntó con ellas y les habló
acerca de Jesús, el Salvador. Lidia, vendedora de púrpura de la ciudad de Tiatira
(provincia de Asia), fue la primera convertida mediante el ministerio de Pablo en Europa.
Ella insistió en que los misioneros se quedaran por un tiempo en su casa (v. 15).
En la ciudad había una muchacha que tenía espíritu de adivinación. Siguió a los
misioneros gritando que eran “siervos del Dios Altísimo” (v. 17). No le gustó a Pablo el
testimonio de una persona tal, así que echó fuera el espíritu (v. 18). Los dueños de la
muchacha se enojaron por haber perdido su ganancia y llevaron a Pablo y a Silas ante los
magistrados. Aquí los acusaron de ser judíos que “alborotan nuestra ciudad, y enseñan
costumbres que no nos es lícito recibir ni hacer, pues somos romanos” (vrs. 20-21). Esta
fue una acusación seria para traer ante una corte romana.
La acusación, por supuesto, era falsa. Mas el engaño evidentemente tuvo éxito en
un medio ambiente antisemita de esta colonia romana. Pablo y Silas fueron azotados con
varas y echados en el calabozo de más adentro de la cárcel, poniendo sus pies en el cepo.
Sin poder dormir a causa del dolor y de la posición incómoda, “a media noche,
orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios” (v. 25). Un terremoto abrió las puertas de
la cárcel y las prisiones de todos se soltaron. El carcelero, despertado por el terremoto,
vio las puertas abiertas. Pensando que los presos se habían escapado, se iba a matar,
porque era ley romana que en caso de escaparse los prisioneros el guarda tendría que
sufrir el castigo que merecían los criminales bajo su cuidado. Pero Pablo lo detuvo con la
seguridad de que todos los presos estaban allí.
Cuando el carcelero temblando preguntó: “¿Qué es menester que yo haga para ser
salvo?”, Pablo y Silas respondieron: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo” (v. 31).
Esta expresión ha sido citada muchas veces en forma superficial como prueba de que
todo lo que uno necesita hacer para ser salvo es “creer en Jesucristo.” Pero tenernos que
equilibrarlo con la respuesta de Pedro, “Arrepentíos” (2: 38; 3: 19). Una aceptación
meramente intelectual de la verdad del evangelio no salva a nadie.
D. L. Moody definió la fe salvadora como “asentir, consentir y tornar.” La
aceptación mental tiene que ser seguida por el consentimiento de la voluntad a obedecer a
Dios a fin de que uno sea verdaderamente salvo. Evidentemente el carcelero se arrepintió.
Creyó y fue bautizado esa misma noche.
La mañana siguiente los magistrados enviaron alguaciles con el recado de que se
soltara a los misioneros. Pero Pablo rehusó salir de la cárcel hasta que los magistrados
vinieran y lo exoneraran públicamente de culpa. Cuando los magistrados entendieron que
habían azotado y encarcelado a ciudadanos romanos sin ser condenados (v. 37), vinieron
con múltiples excusas. Este era un crimen serio, por lo cual podrían sufrir duro castigo.
¿Por qué hizo Pablo tal cosa? No fue por orgullo personal. Sabiamente demandó
que la nueva iglesia cristiana en Filipos quedara libre de la mancha de haber sido
principiada por criminales.
Cuando salieron de la cárcel los misioneros visitaron el hogar de Lidia.
Evidentemente “los hermanos” se habían reunido allí (v. 40). ¿Habían pasado la noche en
oración por los prisioneros, como hizo el grupo en la casa de la madre de Juan Marcos
(12:12)? De todos modos la casa de Lidia, probablemente construida alrededor de un
patio grande, proveyó el lugar para las reuniones de la iglesia en Filipos. Según los
registros, Lidia tuvo el honor de tener en su casa la primera congregación cristiana en
Europa. ¡Qué historia tan preciosa salió de aquellos pequeños principios!
b. Tesalónica (17: 1-9). De Filipos los misioneros caminaron—
posiblemente a caballo—algunas treinta millas a Apolonia, y finalmente casi cuarenta
millas a Tesalónica. Si los dos lugares mencionados primeramente fueron paradas de
noche probablemente fueron a caballo, puesto que la distancia que uno podía ir a pie en
un día sería como veinte millas. Evidentemente no predicaron en este viaje de cien millas
a lo largo del gran Camino Ignaciano.
Tesalónica era la capital de Macedonia. Situada al extremo del golfo Málico. Era
entonces un centro comercial de importancia y todavía lo es hoy. De aquí en adelante
Pablo trabajó casi exclusivamente en las grandes metrópolis del imperio.
Como era su costumbre, Pablo principió en la sinagoga. Por tres sábados “disputó
con ellos de las Escrituras, declarando y proponiendo, que convenía que el Cristo
padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, el cual yo os anuncio, decía él, éste
era el Cristo” (vrs. 2-3). Esto nos da un resumen excelente de cómo Pablo trató con los
judíos. Primero tenía que demostrarles que sus Escrituras (nuestro Antiguo Testamento)
enseñaban que el Mesías tendría que sufrir (véase Isaías 53). Después podía presentar al
Cristo crucificado como el Mesías.
El resultado de la predicación de Pablo fue que “algunos” de los judíos creyeron,
pero “de los griegos piadosos gran número” y “no pocas” de las esposas de personas de
buena posición en la ciudad (v. 4). Esto va de acuerdo con I Tesalonicenses 1:9, donde se
implica claramente que la mayoría de los cristianos tesalonicenses eran gentiles.
Los judíos envidiosos juntaron a un grupo de gente y arremetieron contra la casa
de Jasón, buscando a los misioneros. Cuando no los hallaron, llevaron a Jasón y a otros
cristianos ante los gobernadores de la ciudad. Dijeron de Pablo y Silas: “éstos que
alborotan el mundo.” Contra ellos se presentó una acusación. Una acusación política
seria: “Todos estos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús”
(v. 7). Esta acusación falsa—semejante a la de Filipos—era suficiente para hacer enojar a
cualquiera corte romana.
c. Berea (17:10-15). Habiendo tenido su avivamiento y alboroto
acostumbrado, Pablo tuvo que huir de Tesalónica. El y Silas escaparon de noche hacia
Berea, cincuenta millas más al oeste, por el Camino Ignaciano. Allí encontraron una
sinagoga.
Los de Berea eran más nobles que los judíos de Tesalónica porque “recibieron la
palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras, para ver si estas cosas
eran así” (v. 11). El resultado fue que “creyeron ellos” (v. 12).
Pero los judíos de Tesalónica siguieron a Pablo tal como habían pasado en Galacia
en el primer viaje (14:19), y organizaron oposición en Berea. Así que Pablo, centro de la
agitación, fue enviado a otro lugar en tanto que Silas y Timoteo se quedaron para
continuar la obra. Algunos amigos acompañaron a Pablo hasta Atenas— unas
cuatrocientas millas por mar o sea un viaje de tres semanas por tierra—para estar seguros
de que llegara con bien. Con ellos él envió un mensaje para Silas y Timoteo de que le
siguieran lo más pronto que pudieran (v. 15).
d. Atenas (17:16-34). En Atenas, Pablo proseguía un ministerio de dos
aspectos. Los días sábado disputaba en las sinagogas con los judíos y prosélitos y durante
la semana disputaba con los que se reunían en la plaza.
Fue hallado por unos epicúreos, quienes creían que el bien supremo era el placer,
y estoicos, que creían que el bien supremo era la virtud. Burlándose de él, decían: “¿Qué
quiere decir este palabrero? (literalmente, „pizcador de semillas‟)” (v. 18) Lo trajeron al
Areópago. Este era el juzgado que originalmente se reunía en el Cerro de Marte, pero que
ahora tal vez se reunía cerca del agora o mercado.
Ante la corte del Areópago—quizá en el cerro de Marte—Pablo habló a los
ciudadanos reunidos. Su observación de que eran “más supersticiosos” (v. 22), se traduce
mejor en “muy religiosos.” Lo anterior no era de buen tacto para empezar. Entonces se
refirió a un altar que había visto con la inscripción: “AL DIOS NO CONOCIDO.”
Procedió a identificar a este Dios no conocido como el Creador, quien ahora denuncia a
todos los hombres que se arrepientan y se preparen para el juicio. La resurrección de
Jesucristo es la garantía de este juicio (vrs. 23-31).
La mención de la Resurrección causó burla. Solamente unos pocos creyeron,
aunque uno de ellos era miembro de la corte reverenciada del Areópago. No oímos de
una iglesia en Atenas hasta el segundo siglo, aunque sin duda los pocos creyentes
formaron un compañerismo.
e. Corinto (18:1-17). Si Pablo fue a pie a Corinto, la distancia habrá sido
como setenta millas—lo suficiente para permitirle juzgar su ministerio en Atenas, con sus
pocos resultados, y decidir cómo principiar en Corinto. Resulta significativo que más
tarde escribiera a los Corintios: “No me propuse saber algo entre vosotros, sino a
Jesucristo, y a éste crucificado” (I Corintios 2:2).
Evidentemente Pablo llegó en Corinto casi sin dinero, porque buscó la calle de los
que hacían tiendas. Allí encontró empleo y un lugar para vivir con Aquila y Priscila.
Aquila era un judío que había nacido en Ponto (en Asia Menor). Había ido a Italia, pero
había sido expulsado de Roma por el emperador Claudio.
Durante la semana Pablo trabajaba en su oficio. Cada sábado “disputaba en la
sinagoga” (v. 4). Cuando Silas y Timoteo al fin llegaron de Macedonia (Tesalónica y
Berea), Pablo “estaba entregado por entero a… la palabra (v. 5) y predicó más
urgentemente a los judíos que Jesús era el Mesías. Como casi siempre—Berea era la
excepción—los judíos se le opusieron. Otra vez (véase 13:46) Pablo declaró: “Desde
ahora me iré a los gentiles” (v. 6).
Se estableció un nuevo centro de predicación junto a la sinagoga en la casa de
Justo. Aquí el apóstol continuó su ministerio por año y medio (v. 11) —la estancia más
larga de que se tenga noticia en cualquier lugar hasta ahora.
Cuando Galión llegó a ser procónsul de Acaya (Grecia) en el verano de 51 A.C.,
los judíos aprovecharon su venida y llevaron a Pablo a la corte. La acusación que
presentaron contra él fue: “Este persuade a los hombres a honrar a Dios contra la ley” (v.
13). Lo que implicaron fue que era contra la ley romana. Mas Galión vio su duplicidad.
Con justicia penetrante les dijo que si fuera un caso civil (“agravio”) o un caso criminal
(“crimen enorme”) lo juzgaría. “Mas,” continuó, “si son cuestiones de palabras, y de
nombres, y de vuestra ley, vedlo vosotros.” Eliminó el juicio de la corte. No tenía nada
que ver con la ley romana.
Crispo, el prepósito de la sinagoga, había sido salvo antes (v. 8). Ahora el nuevo
prepósito de la sinagoga, Sóstenes, fue azotado (v. 17). Tal vez esto haya ayudado a su
conversión (véase I Corintios 1:1).
f. Éfeso y el regreso (18:18-22). Cuando Pablo salió de Corinto llevó
consigo a “Priscila y Aquila”—evidentemente ella tenía más habilidad que él. El apóstol
había hecho un voto—probablemente un voto nazareo— en Cencreas, puerto del este de
Corinto. De allí navegaron al este unas doscientas cincuenta millas por el Mar Egeo a
Éfeso. Pablo dejó a sus compañeros allí y navegó a Cesarea. De allí “subió a Jerusalén, y
después de saludar a la iglesia, descendió a Antioquía” (v. 22) para hacer su informe.
III. EL TERCER VIAJE (18:23—21:16)
1. Asia (18: 23-19: 41)
Evidentemente Pablo empezó en la misma dirección como en su segundo viaje,
yendo al norte a Siria y Cilicia y luego al oeste por Asia Menor. En su camino visitó las
iglesias de Galacia.
El último párrafo del capítulo 18 nos habla del ministerio de Apolos en Éfeso.
Este era un judío natural de Alejandría, Egipto, centro de la segunda universidad en
tamaño en aquel tiempo. Elocuente y bien enseñado en las escrituras del Antiguo
Testamento, sin embargo sabía solamente las verdades elementales de Jesús. Priscila y
Aquila le enseñaron más y decidió pasar a Corinto. Su ministerio consistió
principalmente en probar a los judíos por medio de sus escrituras que Jesús era el Mesías.
a. Éfeso (capítulo 19). Pasando por las regiones superiores, Pablo llegó a
Éfeso. Esta era una ciudad principal de la provincia de Asia, una gran metrópoli co-
mercial, pero hoy día en ruinas. Aquí, el apóstol pasó tres años (véase 20:31), el período
más largo que en cualquier otro lugar.
Pablo encontró aquí una docena de “discípulos.” Evidentemente, algo les faltaba a
ellos. Así que les preguntó: “¿Recibisteis el Espíritu Santo habiendo creído?”
(literalmente, según el griego). Dijeron que no habían oído del Espíritu Santo.
Sorprendido, Pablo preguntó: “¿En qué pues fuisteis bautizados?” La respuesta fue: “En
el bautismo de Juan.” Pablo les habló de Jesucristo, quien Juan había anunciado como el
Mesías. Luego estos doce aceptaron a Jesús como Salvador y “fueron bautizados en el
nombre del Señor Jesús” (v. 5), y por primera vez llegaron a ser miembros de la
comunidad cristiana. Después de esto Pablo les impuso las manos sobre ellos y recibieron
el Espíritu Santo (v. 6). Estos discípulos de Juan el Bautista fueron convertidos a Cristo y
también llenos del Espíritu Santo bajo el ministerio del apóstol. Estas dos experiencias de
crisis se distinguen aquí con claridad.
Como en Corinto, el ministerio de Pablo tuvo dos fases. Por tres meses disputó
con los judíos en la sinagoga (v. 8). Cuando ellos resistieron su mensaje se cambió a la
escuela de Tyranno, donde enseñó diariamente por dos años. De este centro el evangelio
se extendió por la provincia de Asia—a Colosas, Laodicea, y las otras ciudades
mencionadas en el segundo y el tercer capítulos de Apocalipsis.
Hubo una gran hoguera de “libros” (v. 19) —rollos mágicos de papiro. Muchos
rollos semejantes se han hallado por los arqueólogos. El valor total de las materias
supersticiosas quemadas fue como de 10,000 dólares.
Pablo tenía el propósito de hacer un viaje por Macedonia a Acaya, navegar a
Jerusalén, y entonces visitar Roma (v. 21). Envió a Timoteo y a Erasto a Macedonia,
mientras se quedó en Éfeso (“Asia”) un poco más (v. 22). ¡No había tenido todavía el
tumulto ordinario!
Pero pronto llegó. Como en Filipos, la persecución resultó por razones monetarias.
Demetrio juntó a los dirigentes de los plateros que hacían templecillos de Diana y les
avisó que el éxito del evangelismo de Pablo ponía en peligro el futuro de sus ganancias.
Pronto los plateros estaban gritando: “Grande es Diana de los Efesios” (v. 28). De repente
se juntó un tumulto y arrebataron a dos de los compañeros de Pablo, llevándolos al gran
teatro, donde cabían como veinte y cinco mil personas. Aquí, por dos horas (v. 34) el
gentío loco gritó desatinadamente, la mayoría de ellos sin saber por qué se habían juntado
(v. 32). Al fin, el escribano apaciguó la multitud (v. 35).
El gran templo de Diana en Éfeso era una de las siete maravillas del mundo
antiguo. Había sido construido para cuidar “la imagen venida de Júpiter” (v. 35). Esto
probablemente era un meteorito negro el cual los ancianos superticiosos creían que había
venido de los dioses y por lo tanto poseía poderes mágicos.
2. Europa y el Regreso (20:1—21:16)
a. Macedonia y Grecia (20: 1-5). Ya que había sucedido un alboroto, Pablo
salió del pueblo. Anduvo por Macedonia—Filipos, Tesalónica, y tal vez Berea—hasta
que llegó a Corinto (“Grecia”). Aquí pasó tres meses con esta iglesia que le había
preocupado tanto (véase I y II Corintios). Estando para navegar a Siria (Palestina), se dio
cuenta de que le fueron puestas acechanzas por los judíos—probablemente pensaban
lanzarlo del barco a la mar—así que volvió por tierra por Macedonia. Llevó consigo
representantes de las iglesias de Berea, Tesalónica, Derbe, Listra (Timoteo) y Éfeso
(“Asia”). Estos fueron delante de él a Troas.
b. Troas (20:6-12). En la primavera (“pasados los días de los panes sin
levadura”), cuando podían navegar otra vez con seguridad, Pablo y Lucas (“nosotros” v.
6), navegaron de Filipos a Troas. Esta vez tomó cinco días, en comparación con dos en el
viaje anterior (16:11). Esto se debió a los vientos contrarios.
Pablo se quedó una semana en Troas. Tenemos mención significativa por primera
vez en los Hechos, del “primer día de la semana” (v. 7) como el nuevo día cristiano para
el servicio de adoración, tomando el lugar del sábado el último día de la semana de los
judíos (véase Apocalipsis 1:10). Los discípulos se reunieron para un servicio de
comunión (“a partir el pan”) y Pablo predicó hasta la media noche. Para entonces un
oyente se había dormido—había muchas lámparas encendidas en el aposento alto—y se
había caído de la ventana. ¡Impávido, Pablo lo pronunció vivo, y siguió su discurso hasta
el alba!
c. Mileto (20:13-38). Después de predicar toda la noche Pablo prefirió
andar a pie todo el día las veinte millas o más a Asón. Evidentemente habían tenido un
viaje duro desde Filipos—cinco días—y quería un paseo quieto. En Asón—unas cuarenta
millas por mar—o tomaron el barco y navegaron treinta y cinco millas a Mitilene, donde
pasaron la noche. Al día siguiente navegaron sesenta millas y se quedaron cerca de Chio,
una isla a cinco millas de la costa y famosa por ser el lugar donde nació Homero, el
primer escritor griego. Al día siguiente navegaron unas setenta millas a la isla de Samos,
suelo nativo del filósofo Pitágoras. Según algunos de los manuscritos griegos se
detuvieron en Trogilio, en la costa de Asia Menor. Debido al deseo de Pablo de estar en
Jerusalén el día de Pentecostés (v. 16), y tal vez por causa de vientos noroestes, no
entraron a Éfeso pero siguieron a Mileto, unas treinta millas de Samos.
Es interesante notar que cuando Lucas está con el grupo, los apuntes del viaje son
más completos y con más detalles. Esto es natural y una prueba contingente de la
autenticidad del relato. También se refleja aquí el interés de Lucas en la literatura griega
y en la filosofía, cuando menciona estos lugares de nacimiento. Era un gran viajero y
conservaba cuidadosamente un diario de navegación de sus viajes. Probablemente Lucas
haya leído y viajado más que la mayoría de los cristianos del primer siglo—era un
caballero griego con múltiples deberes y una personalidad generosa.
De Mileto, Pablo envió un recado a Éfeso, treinta y cinco millas distante—y casi
doble esa distancia por tierra o mar—y pidió a los ancianos de la iglesia de allí que
vinieran. Les recordó su sufrido ministerio entre ellos, en público y en las casas (vrs. 18-
21). Había testificado “a los judíos y a los gentiles arrepentimiento para con Dios, y la fe
en nuestro Señor Jesucristo” (v. 21). Estas dos actitudes—el arrepentimiento para con
Dios y la fe en Jesucristo—son exactamente lo que se necesita para ser salvo.
Pablo les impartió sus presentimientos de lo que le acontecería en Jerusalén (vrs.
22-23), mas declaró: “Pero de ninguna cosa hago caso” (v. 24). El anuncio triste era que
ya no los vería más (v. 25). Había cumplido fielmente su ministerio en Éfeso (vrs. 26-27).
Ahora amonesta a los ancianos: “Por tanto mirad por vosotros, y por todo el rebaño” (v.
28). Esta es la orden apropiada de énfasis para todos los obreros cristianos; lo que somos
es más importante que lo que decimos. Pablo sabía bien que los lobos amenazarían el
rebaño (v. 29). Todavía peor, algunas de las ovejas se convertirían en cabras (v. 30). Lo
único que el apóstol podía hacer era decir: “Os encomiendo a Dios, y a la palabra de su
gracia: la cual es poderosa para sobreedificaros, y daros herencia con todos los
santificados” (v. 32). Les recordó otra vez de su ministerio generoso en Éfeso (vrs. 33-
35). El versículo 35 cita un dicho de Jesús que se encuentra en los Evangelios: “Más
bienaventurada cosa es dar que recibir”—una verdad hermosa que Pablo ejemplificó en
su vida. Entonces se puso de rodillas e hizo una oración de despedida con estos ancianos.
d. Tiro (21: 1-6). Saliendo de Mileto, el grupo misionero navegó “Con
rumbo directo a Cos” unas sesenta millas de allí. Al día siguiente el barco cubrió las
ochenta millas más o menos a la famosa isla de Rodas. Después de otro día de unas
setenta millas llegaron a Pátara, en la costa de Licia. Allí hallaron un barco que pasaba a
Fenicia y fueron en él. (Todavía se consideraban los barcos de Fenicia como los mejores).
Navegaron unas cuatrocientas millas (como cuatro días) a Tiro, la ciudad principal de
Fenicia. Allí pasó Pablo una semana con los cristianos.
El cuarto versículo contiene una frase extraña. Los discípulos en Tiro “decían a
Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén.” ¿Desobedeció el apóstol al Espíritu
Santo cuando siguió? Parece que la mejor manera de interpretar este versículo es que el
Espíritu reveló a los cristianos que la vida de Pablo estaría en peligro en Jerusalén.
Naturalmente le aconsejaron que no fuera. Pero él sintió que era la voluntad de Dios, y
así siguió adelante.
e. Tolemaida (21:7). Este pueblo estaba como veinte y cinco millas al sur
de Tiro por la costa. Es la ciudad moderna de Acre, la última plaza fuerte de las cruzadas
y al otro lado de la Bahía de Acre de la actual ciudad de Haifa.
f. Cesarea (21:8-16). Treinta millas más adelante, y por la costa, estaba
Cesarea, cuartel general del gobierno romano en Palestina. No se dice si el grupo anduvo
o navegó; es probable que haya navegado. Herodes el Grande había construido un
enorme muelle haciendo de éste, el mejor puerto en la costa de Palestina. Hoy Cesarea
está en ruinas y Haifa es el puerto principal.
El grupo misionero se quedó en la casa de “Felipe, el evangelista,” quien era “uno
de los siete” (véase 6:5). Sus labores evangelísticas descritas en el capítulo ocho, le
habían ganado este título singular. También tenía cuatro hijas solteras que eran
predicadoras.
Mientras los misioneros estuvieron allí el profeta Agabo (véase 11:28) advirtió a
Pablo otra vez la pena severa que esperaba al apóstol de Jerusalén. Como en Tiro, los
discípulos le rogaron que no siguiera. Pero Pablo estaba listo “a morir en Jerusalén por el
nombre del Señor
Jesús” (v. 13). Así que fue. El y sus compañeros subieron a Jerusalén, unas sesenta
y cinco millas de distancia. Evidentemente se detuvieron de noche en la casa de Mnasón
en Antipatrios o Jope, porque le llevaría dos días al menos para hacer el viaje.
PREGUNTAS
1. ¿Quiénes fueron los compañeros de Pablo en su segundo viaje
misionero?
2. ¿En qué nuevo territorio entró Pablo?
3. Describa lo que sucedió en Filipos.
4. ¿Dónde principió Pablo su ministerio en Tesalónica y cómo fue
recibido?
5. Describa el ministerio doble de Pablo en Atenas.
6. Relate lo que sucedió en Corinto, Éfeso y Mileto.
CAPITULO VI
Jerusalén—Cesarea—Roma (caps. 21:17—28:31)
Llegamos a Jerusalén (21: 17); llegaron a Cesarea (23:33); llegamos a Roma
(28:16).
I. JERUSALEN (21:17—23:35)
1. Cuando Llegamos a Jerusalén (21:17-40)
a. Pablo entró… a Jacobo (21:17-26). Pablo y su compañía fueron bien
recibidos por la iglesia de Jerusalén (v. 17). Al día siguiente habló a la junta directiva de
la iglesia (“todos los ancianos”) acerca de su ministerio entre los gentiles (v. 18). El
informe fue recibido con gratitud; pero entonces se hizo una proposición fatal. Los miles
de cristianos judíos todavía estaban guardando los reglamentos del Antiguo Testamento.
Circulaba el rumor de que Pablo enseñaba a los judíos de la Dispersión a no observar la
ley. Para acabar con esta crítica se sugirió que se reuniera con otros cuatro hombres que
tenían voto—probablemente un voto nazareo—para probar que “tú también andas…
guardando la ley” (v. 24). En cuanto a los cristianos gentiles, ya habían sido librados de
la obligación a la ley por los decretos del concilio en Jerusalén (v. 25). Conforme a su
voluntad de hacerse “a todos… todos” (I Corintios 9:22), Pablo se unió con los hombres
en el voto.
b. ¡Mátale! (21:27-40). Los siete días de la purificación del voto (véase
Números 6:9) casi habían terminado cuando unos judíos de Asia—donde habían odiado a
Pablo (14:19) —reconocieron al apóstol en el Templo. Inmediatamente le echaron mano,
acusándole de haber contaminado el lugar santo por traer griegos allí (v. 28). Basaron su
acusación en que habían visto a un cristiano gentil de Éfeso con Pablo en Jerusalén. Traer
a un gentil dentro del templo—que no fuera el Patio de los Gentiles—era un crimen
capital. En el museo de Estanbul hay una inscripción griega que antes estaba en la pared
entre el Atrio de los Gentiles y el Atrio de las Mujeres. Dice: “A ningún extranjero se le
permite entrar dentro de la balaustrada y la parte que rodea el Santuario. Quien sea
sorprendido allí se hace acreedor al castigo de muerte que inevitablemente sucederá.” ¡La
cosa irónica es que hoy día ningún judío puede entrar en ese lugar! Es un sitio sagrado de
los mahometanos.
Cuando la multitud quiso matar a Pablo, el tribuno de la compañía romana en
Jerusalén lo salvó. La gente estaba tan enfurecida que los soldados tuvieron que llevarle
por la escalera que subía a la “fortaleza” (Torre de Antonia). Pero antes de ser puesto
dentro de la fortaleza, el apóstol pidió permiso para hablar a la gente. El tribuno estaba
sorprendido de que Pablo hablara griego, pensando que era un revolucionario egipcio
(vrs. 37-38). Pablo contestó con orgullo que era judío de Tarso, “ciudadano de… ciudad
no obscura” (v. 39). Cuando se le dio el permiso de hablar a la gente, les habló en aramai-
co (“hebreo”).
2. Oíd la Razón (capítulo 22)
a. Soy judío (22:1-5). Primeramente Pablo describió su vida como judío.
Nacido en Tarso, había sido educado en Jerusalén a los pies de Gamaliel, uno de los ra-
binos principales de ese día. El, tanto como sus oyentes, era celoso de Dios (v. 3). En
efecto, había “perseguido este camino hasta la muerte” (v. 4). El príncipe de los
sacerdotes podría comprobar que Pablo había recibido cartas del Sanedrín (“todos los
ancianos”) dándole autoridad de prender a los cristianos judíos en Damasco y traerlos
presos a Jerusalén para ser castigados (v. 5).
b. Me rodeó mucha luz del cielo (22:6-16). No fue culpa de Pablo que no
haya cumplido esta comisión. Jesús lo había detenido en el camino de Damasco y deman-
dó su rendición. Obedeciendo el mandamiento de Dios, se había convertido a Cristo y
había sido bautizado (v. 16).
Esta es la segunda descripción de la conversión de Saulo (véase capítulo 9). Una
diferencia en detalle en los dos relatos merece una palabra de explicación. En el relato
anterior dice que los compañeros de Saulo oyeron una voz (9:7). Aquí leemos: “no
oyeron la voz de él que hablaba conmigo” (v. 9). Pero en el primer pasaje “voz” quiere
decir “sonido” (véase Juan Wesley: “sonido”). Los viajeros compañeros de Saulo oyeron
un sonido pero no entendieron las palabras habladas.
c. Yo te tengo que enviar… a los gentiles (22:17-21). Pablo relató que en
una visita a Jerusalén más tarde Dios le había hablado en el templo. Cuando objetó, el
Señor dijo: “Ve, porque yo te tengo que enviar lejos a los gentiles” (v. 21). Esta
declaración enfureció a la multitud.
d. Este hombre es romano (22:22-30). La reacción de los judíos al discurso
de Pablo fue tan violenta (v. 22-23) que el tribuno tuvo que mandar que lo metieran al
cuartel (“fortaleza”). Por si fuera un criminal peligroso, ordenó a los soldados que lo
examinaran con azotes (v. 24). El azote romano consistía en tiras largas de cuero con
pedazos de metal en los cabos. Muchos morían bajo estos latigazos.
Pablo no vio ninguna razón para sufrir esto. Así que dijo al centurión: “¿Os es
lícito azotar a un hombre romano sin ser condenado?” (v. 25). La libertad del azote era
uno de los derechos de la ciudadanía romana. Inmediatamente el centurión informó al
tribuno, el cual vino de prisa. “Dime, ¿eres tú romano?” Pablo le aseguró que no
solamente él, sino que su padre también había sido ciudadano romano—un honor que el
tribuno no podía pretender (v. 28). El tribuno ya le había hecho mal a Pablo al atarlo (v.
29). Decidió llevar al apóstol ante el Sanedrín para ver qué tenían los principales de los
judíos en contra de él (v. 30).
3. Clamó en el Concilio (23:1-10)
a. Yo con toda buena conciencia he conversado (23:1-5). El apóstol
inmediatamente declaró su inocencia. El sumo sacerdote, Ananías, exasperado, mandó a
los que estaban delante de él que le hirieran en la boca. El apóstol respondió con una
amonestación de juicio: “Dios te golpeará a ti, pared blanqueada” (v. 3).
Muchas veces se ha hecho la pregunta de cómo es que Pablo podía decir que no
reconoció al sumo sacerdote (v. 5). Puede ser que éste no estuviera en su silla acos-
tumbrada a la cabeza del Sanedrín, o posiblemente la vista de Pablo ya era tan mala que
le impidió ver quien fue él que habló.
b. Yo soy Fariseo (23:6-10). Cuando Pablo notó que el Sanedrín estaba
compuesto de fariseos y saduceos, decidió dividirlos. ¡Que pelearan unos en contra de los
otros en vez de todos en contra de él! Así pasó. Ya los fariseos estaban a favor de él (v.
9). Cuando pareció otra vez que estos airados religiosos despedazarían a Pablo, el tribuno
lo llevó otra vez a la fortaleza.
4. Que… le Llevasen en Salvo a Félix (23:11-35)
a. Esta conjuración (23:11-22). La noche después de la reunión del
Sanedrín el Señor consoló a Pablo y le aseguró que vería Roma como había deseado (v.
11). Necesitaba este consuelo, porque el día siguiente cuarenta judíos hicieron voto de
que no comerían ni beberían hasta que hubieran matado a Pablo. Le matarían cuando lo
trajeran otra vez ante el Sanedrín.
Felizmente un sobrino del apóstol oyó las asechanzas e informó a su tío en la
fortaleza (v. 16). Pablo lo envió al tribuno (v. 17).
b. Llegaron a Cesarea (23:23-35). Con mucha alarma, el tribuno tomó
precauciones extraordinarias. ¡Pablo fue favorecido con una escolta de cuatrocientos sol-
dados de a pie y setenta de a caballo! Salieron de noche, a las nueve, con órdenes de
llevarle “en salvo a Félix, el gobernador” (v. 24). El tribuno escribió una carta a Félix, en
la cual ocultaba la verdad, diciendo que él primeramente salvó a Pablo porque sabía que
era romano (v. 27). Los soldados acompañaron a Pablo hasta Antipatris—como la mitad
del camino a Cesarea—y luego dejaron que los de a caballo lo llevaran hasta Cesarea. Así
que Pablo llegó a Cesarea a salvo.
II. CESAREA (capítulos 24—26)
1. Félix (capítulo 24).
a. Príncipe de la secta de los nazarenos (24:1-9). Cinco días después de
que Pablo llegó a Cesarea, el sumo sacerdote y los ancianos descendieron de Jerusalén
para presentar sus acusaciones a Félix. Trajeron consigo un orador Tértulo para actuar
como abogado contra Pablo.
Tértulo empezó su discurso con mucha adulación típica. En este caso fue
notoriamente insincera porque en vez de “grande paz” y “muchas cosas… bien gober-
nadas” (v. 2), el reino de Félix había estado marcado por tumulto constante y crueldad sin
piedad. En realidad, la condición inestable de la nación se demostraba gráficamente por
el tamaño de la escolta militar que acompañó a Pablo de Jerusalén. Los judíos desprecia-
ban y aborrecían a Félix, mas su odio por Pablo permitió no hacer caso de esta adulación
mentirosa.
Tértulo entonces presentó la acusación. El prisionero era “una plaga y promotor de
sediciones entre todos los judíos por todo el mundo, y cabecilla de la secta de los
nazarenos” (v. 5). Peor que todo—ante los ojos judíos—había profanado el Templo. Los
judíos lo hubieran juzgado, mas Lisias “con gran violencia” (¡) lo quitó de sus manos.
Los judíos todos se unieron en un coro de común acuerdo (v. 9).
b. Ni pueden probar (24:10-21). Las primeras palabras de Pablo en su
defensa presentan un contraste notable con las de Tértulo. Habló sencillamente y con ver-
dad: “Porque se que desde hace muchos años ha eres juez de esa nación con buen ánimo
haré mi defensa” (v. 10). No dijo qué clase de gobernador había sido Félix. Pero le
ayudaría a Pablo que el gobernador supiera la situación de los judíos.
El apóstol declaró que solamente doce días habían pasado después de que llegó a
Jerusalén de Cesarea (véase 21:27; 24:1). En la breve semana en Jerusalén no había
tiempo para levantar una insurrección. Entonces negó completamente sus acusaciones:
“Ni te pueden probar las cosas de que ahora me acusan.”
En su discurso el apóstol hizo una gran declaración de su fundamento básico de
vivir: “Procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y los hombres” (v. 16).
Continuó diciendo el propósito de su visita a Jerusalén (v. 17). Los judíos de Asia, que lo
habían alborotado, debían ser los que conducían la persecución (vrs. 18-19). Entonces
desafió a los judíos de Jerusalén a que citaran una sola cosa que él había hecho mal (v.
20). La única cosa que posiblemente podrían mencionar era su alegación ante el Sanedrín
(v. 21).
c. Mas en teniendo oportunidad (24:22-27). Félix, “estando bien informado
de este camino” (v. 22) —es decir, consciente del conflicto entre el cristianismo y el ju-
daísmo—propuso una decisión. Pablo tenía razón en su expresión de placer de que Félix
había sido gobernador lo suficiente para entender la situación en Palestina. Al apóstol le
fue dada considerable libertad (v. 23).
Unos días más tarde Félix vino con su esposa judía, Drusila, y pidió a Pablo que
les hablara más de la nueva fe cristiana (v. 24). A los dieciséis años de edad esta biznieta
de Herodes el Grande había encantado a Félix tanto con su belleza que la indujo a dejar a
su esposo, el rey Aziz. No era de extrañar que el gobernador temblara cuando el apóstol
disertó “de la justicia, del dominio propio, y del juicio venidero” (v. 25). Mas no estaba
listo a confesar sus pecados. En vez de hacer eso, dijo: “Pero cuando tenga oportunidad te
llamaré.”
Pero su hora del arrepentimiento nunca llegó. Seguía hablando con Pablo,
esperando un cohecho. ¡Un hombre que podía traer una ofrenda grande de Grecia,
Macedonia y Asia Menor a los santos pobres en Jerusalén ciertamente podía pedir dinero
para su libertad! Cuando no hubo tal cohecho, Félix dejó a Pablo preso, aunque sabía que
merecía la libertad. Esperaba así ganarse el favor de los judíos. Pero cuando más tarde
mató a un gran número de judíos en una insurrección en Cesarea, la nación demandó que
lo regresaran a Roma. Festo tomó su lugar.
2. Festo (capítulo 25)
a. Vinieron… los principales de los judíos contra Pablo; y le rogaron,
pidiendo gracia contra él (25:1-5). Tres días después de que Festo llegó a Cesarea como
gobernador de Judea, visitó a Jerusalén. Aquí los principales de los judíos le presentaron
el caso de Pablo y solicitaron que Festo hiciera que el prisionero fuese traído a Jerusalén.
Pensaban matarle en el camino (v. 3). Pero Festo sabiamente respondió que Pablo
quedaría en Cesarea y que “los que de vosotros puedan” (v. 5), debían ir allí para hacer
sus acusaciones.
b. A César apelo (25:6-12). Cuando el tribunal se abrió de nuevo en
Cesarea, con el nuevo gobernador como juez, los judíos presentaron “contra él muchas y
graves acusaciones, las cuales no podían probar” (v. 7). La respuesta de Pablo era aún
más específica que en el primer tribunal (24:11-13). Ahora declaró: “Ni contra la ley de
los judíos, ni contra el templo, ni contra César he pecado en nada” (v. 8).
Festo, queriendo congraciarse con los judíos, preguntó a Pablo si quisiera ir a
Jerusalén. Pero el apóstol le recordó que él sabía que era inocente (v. 10). Sabiendo qué
destino le esperaba en Jerusalén, aprovechó de su derecho como ciudadano romano y
exclamó: “A César apelo” (v. 11). Esto inmediata y automáticamente quitó el juicio de
las manos de Festo y lo transfirió al tribunal de Roma.
c. Agripa y Bernice (25:13-27). Herodes Agripa II era el hijo de Herodes
Agripa I, cuya muerte se describe en el capítulo doce, y por tanto, el biznieto de Herodes
el Grande. Drusila, la esposa de Félix, era su hermana, como también lo era Bernice.
Había bastante escándalo sobre las relaciones de Agripa con su hermana. “Mucha
pompa” (v. 23) era muy característica de los Herodes.
Festo le habló a Agripa sobre el caso de Pablo. Ignorante de las costumbres judías,
no podía comprender preguntas hechas “acerca de su superstición” (v. 19). Cuando
Agripa expresó su deseo de ver a Pablo, Festo consintió en tener una audiencia con
solamente los tribunos militares y principales hombres de la ciudad (v. 23). Festo indicó
su deseo de que le ayudaran a formular una carta para mandar al emperador (v. 26),
puesto que él no sabía de ningún crimen real del que acusaban a Pablo (v. 27).
3. Agripa (capítulo 26)
a. He vivido fariseo (26:1-5). Pablo empezó expresando su placer de tener
el privilegio de defenderse ante Agripa, quien sabía “todas las costumbres y cuestiones
que hay entre los judíos” (vrs. 2-3). Los Herodes, aunque originalmente edomitas, eran en
parte judíos a causa del casamiento con la familia macabea.
Pablo afirmó que todos los judíos sabían su forma de vida desde su niñez. Sabían
bien que había vivido fariseo (v. 5), la secta más rigurosa de la religión judía.
b. Cuando los mataron, yo di mi voto (26:6-11). Como Fariseo, Pablo había
considerado su deber castigar a los cristianos. Esto hizo, no solamente en Jerusalén, sino
“hasta en las ciudades extrañas” (v. 11). Cuando eran muertos, “yo di mi voto” (v. 10).
Esta traducción correcta del griego sugiere que Pablo podría haber sido miembro del
Sanedrín.
c. Vi… una luz del cielo (26:12-18). Este es el tercer relato de la conversión
de Saulo (véase capítulos 9, 22), uno de los sucesos más importantes del primer siglo.
Esta era la única, aunque suficiente, razón que Pablo podía dar por haberse convertido del
judaísmo al cristianismo.
Era la comisión de Pablo abrir los ojos de los gentiles, para que recibieran dos
cosas: “por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (v.
18).
d. No fui rebelde a la visión celestial (26:19-23). Pablo inmediatamente fue
tan celoso en propagar el cristianismo como había sido en perseguirlo. El progreso rápido
de su ministerio se indica: “en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los
gentiles” (v. 20). Fue por esto que los judíos querían matarlo (v. 21). Pero no predicaba
más que lo que los profetas y Moisés profetizaron (v. 22).
e. Por poco me persuades (26:24-32). Para Festo la mención de la
resurrección de Cristo era una tontería. A gran voz dijo: “Estás loco, Pablo; las muchas
letras te vuelven loco” (v. 24). Pablo negó esta acusación, y entonces se volvió de Festo y
apeló directamente al rey Agripa.
El tono de la respuesta de Agripa no se puede aclarar bien en el griego. Puede
traducirse: “Por poco me persuades a ser cristiano;” “Con poca persuasión me harías
cristiano” o “¡En poco tiempo piensas hacerme cristiano!” Es probable que Agripa fuera
más cínico que sincero, aunque puede ser que haya sentido profunda convicción.
Con esto terminó la audiencia. El rey se levantó inmediatamente como señal de
despedirlos. ¡No quería más llamada al altar! Pero en conferencia aparte estaba de
acuerdo con Félix en que Pablo era inocente y podría ser librado si no hubiera apelado a
César (v. 32).
III. ROMA (capítulos 27—28)
1. Habíamos de Navegar Para Italia (27:1—28:15)
a. Cesarea a Creta (27: 1-8). Pablo y otros prisioneros fueron puestos bajo
el cuidado de Julio, un centurión de la compañía Augusta. Salieron de Cesarea en una
nave de Adrumentina, ciudad portuaria cercana a Troas. Aristarco de Tesalónica estaba
en el grupo. El uso de “nosotros” muestra que Lucas también acompañó a Pablo en este
viaje determinado por Dios. Durante los dos años que el apóstol pasó encarcelado en
Roma, Lucas probablemente había pasado el tiempo en Palestina juntando los materiales
necesarios para su Evangelio y la primera parte de los Hechos.
La nave se detuvo en Sidón, unas sesenta y cinco millas de Cesarea por la costa.
Allí le fue permitido a Pablo visitar sus amigos (v. 3). Entonces navegaron al este de
Chipre. A causa de los vientos contrarios quedaron junto a la costa de Cecilia y Panfilia
hasta que llegaron a Mira, puerto de Licia. Allí se cambiaron a una nave Alejandrina de
grano que iba para Italia.
Parece extraño que una nave que iba de Alejandría, Egipto, a Roma pasara por
Asia Menor. Pero hacían esto regularmente a causa de los vientos del este que prohibían
que navegaran directamente a Italia. Evidentemente había estos vientos del oeste, porque
la nave tuvo dificultad en costear las doscientas millas a Gnido, en el cabo suroeste de
Asia Menor. De allí navegaron despacio por el sur de Creta y a lo largo de la costa hasta
Buenos Puertos, cerca de la ciudad de Lasea.
b. Pablo amonestaba (27:9-12). Habían perdido mucho tiempo, y ya era
bastante tarde para navegar con seguridad. “El ayuno”—Día de la Expiación, en oc-
tubre—había pasado y toda navegación en el Mediterráneo cesaba desde el primero de
noviembre hasta mediados de febrero. Pablo les amonestó: “Veo que la navegación va a
ser con perjuicio y mucha pérdida” (v. 10). Pero la mayoría de la gente en la nave quería
seguir para llegar al puerto más cómodo de Fenice, unas sesenta millas más al oeste junto
a la costa.
c. Siendo atormentados de una vehemente tempestad (27:13-20). Cuando
soplaba el austro— ¡qué palabras significativas!—empezaron, quedándose junto a la
costa de Creta. Pero de pronto un viento violento del noreste les azotó, y se encontraron
forzados al mar profundo sin poderlo impedir. Así es con los que salen del puerto seguro
del hogar y de las normas del Nuevo Testamento, tentados por los vientos suaves con sus
placeres seductivos del mundo sólo para encontrar que sus barquillos frágiles son
arrebatados por los ventarrones tempestuosos del noreste que les llevan inexorablemente
por el mar de la vida, para naufragar en las costas del tiempo.
Los marineros tuvieron miedo de que diesen contra las arenas movedizas (v. 17)
de la costa del África. Siendo “combatidos por una furiosa tempestad” (v. 18), al
siguiente día “aligeraron” el barco arrojando algo del cargamento al mar. Evidentemente
la nave estaba peligrosamente baja en el agua. Al tercer día arrojaron los aparejos de la
nave (v. 19). Como la tempestad seguía sin tregua, toda esperanza de ser salvos se había
esfumado (v.20).
d. Yo confío en Dios (27:21-38). Fue entonces que Pablo probó ser el héroe
en la nave. Les recordó la amonestación que les había dado (v. 21). Pero les impartió la
seguridad de que Dios le había dicho que ninguna vida se perdería, aunque naufragaran
en una isla (vrs. 22-26). Dijo: “Yo confío en Dios” (v. 25). Esta era fe verdadera.
Después de catorce días de ser atormentados por la tempestad, cuando eran
llevados sin remedio por el mar Adriático, los marineros sospecharon que estaban cerca
de alguna tierra. Posiblemente oyeron el ruido de la marejada lejana. Echaron la sonda y
hallaron veinte brazas (120 pies). Cuando volvieron a echar la sonda hallaron quince
brazas (90 pies). Con temor, echaron cuatro anclas de la popa y esperaron el amanecer.
Pablo impidió a los marineros cuando éstos trataron de escaparse en el único esquife (vrs.
30-32). Exhortó a todos que comieran, y él mismo dio el ejemplo (vrs. 33-36). Los 276
pasajeros en la nave ayudaron a echar el grano al mar, para hacer llegar la nave tan cerca
de la tierra como fuera posible (vrs. 37-38).
e. Todos se salvaron (27:39-44). Cuando se hizo de día los marineros
descubrieron un golfo pequeño con una playa, donde esperaban echar la nave ligera.
Dejaron las anclas en la mar, alzaron la vela mayor, y se iban a la orilla. Pero dieron en
un lugar de dos aguas. La proa quedó hincada y sin moverse y la popa principió a abrirse
con la fuerza de la mar.
Los soldados querían matar a los presos (v. 42). Pero el centurión tenía suficiente
respeto para Pablo como para prohibir esto. Mandó a todos que salieran a tierra como
pudieran. Unos nadaron, y otros se salvaron en pedazos de la nave. Todos llegaron a
tierra sanos y salvos (v. 44).
Este capítulo es singular en el Nuevo Testamento por su uso de términos náuticos.
Demuestra que Lucas estaba acostumbrado a viajar por el mar, que conocía el lenguaje de
la nave, y que era muy observador de todo lo que pasaba.
f. Melita (28:1-10). La isla de Melita—famosa durante la Segunda Guerra
Mundial por ser el lugar más frecuentemente bombardeado—está a unas seiscientas mi-
llas de Creta. Cincuenta millas al sur de Cicilia, la isla tiene como diez y siete millas de
largo y ocho de ancho. El hecho de que en medio de un viento del noreste hubieran ido
directamente al oeste muestra que habían empleado bien el timón. La consecuencia
natural hubiera sido perderse en la orilla del Sirte junto a la costa del África, cerca de
Cirene (véase 27: 17).
“Los bárbaros”—Lucas era griego—demostraron que eran humanos. A causa de la
lluvia fría encendieron un fuego para calentar a los pasajeros y secar sus ropas. Cuando
Pablo ayudó a recoger ramas para el fuego una víbora le acometió. La gente pensó que
era un homicida, a quien la justicia no dejaría vivir. Pero muy sorprendidos, vieron que
Pablo sacudió la víbora y ningún daño sufrió. Entonces creyeron que era un dios (v. 6).
El apóstol logró recompensar el hospedaje de los de Melita sanando a muchos de
sus enfermos (vrs. 7-9). El resultado fue que cuando él y sus compañeros salieron de la
isla, recibieron muchos honores (v. 10).
g. Vinimos a Roma (28:11-15). Felizmente otra nave Alejandrina de grano
había pasado el invierno en el hermoso puerto de Melita. Los pasajeros naufragados
abordaron esta nave. Cerca del primero de marzo navegaron al norte a Siracusa, en la isla
de Sicilia, donde estuvieron tres días. Entonces navegaron otras setenta y cinco millas a
Regio, en la costa de Italia. Allí tuvieron que esperar un día para un austro que les llevó
en dos días a Puteolos, en la hermosa bahía de Nápoles. Este fue el fin del viaje.
Los hermanos cristianos de allá, esperaban a Pablo teniendo a Lucas y Aristarco
con ellos por una semana. ¡Qué compañerismo agradable habrá sido! El hecho que el
centurión permitiera esto revela el alto respeto que tenía por Pablo.
Entonces anduvieron las 125 millas a Roma. Algunos de los cristianos de allá
anduvieron 40 millas—un viaje de dos días a la plaza de Apio para encontrarse con el
apóstol. Diez millas más allá, en Las Tres Tabernas, otro grupo le dio la bienvenida a
Pablo. ¡Cómo le habrá dado estímulo a su corazón! ¡No es de extrañar que “dio gracias a
Dios y cobró aliento” (v. 15)!
“Y luego fuimos a Roma” (v. 14), o “así fuimos hacia Roma.” ¡Qué horas
agonizantes, qué experiencias inesperadas! Pero al fin Lucas pudo escribir: “Llegamos a
Roma” (v. 16). Así es, y será en el viaje de la vida.
2. Pablo… Quedó Dos Años Enteros (28:16-31)
a. Pablo convocó a los principales de los judíos (28:16-22). El centurión
entregó a todos los presos con salud. Parece que habló en favor del apóstol, porque a
Pablo le fue permitido estar por sí, con un soldado que le guardara.
Después de tres días “Pablo convocó a los principales de los judíos” (v. 17). Les
dijo la razón de estar allí. Es sorprendente que no hubieran oído nada de él desde
Jerusalén (v. 21).
b. Algunos asentían… algunos no creían (28:23-29). En un cierto día
muchos judíos vinieron a la posada de Pablo. Cuando exponía el Antiguo Testamento
revelado a Jesús, el resultado natural siguió, igual como hoy: “Algunos asentían a lo que
se decía, pero otros no creían” (v. 24). Pablo les dio una amonestación cuidadosa, y
salieron, con gran contienda entre sí.
c. En su casa de alquiler (28:30-31). En vez de tener que quedarse en un
calabozo, como probablemente le pasó antes de su ejecución (II Timoteo 4:6), a Pablo le
fue permitido vivir dos años en un lugar provisto por la benevolencia de sus fieles
amigos. Aquí, a pesar de ciertas limitaciones, continuó su ministerio de la predicación.
Así termina la historia del Libro de los Hechos. Pablo había alcanzado su meta de
predicar en Roma, la ciudad capital del imperio. No podemos estar seguros de lo que
pasó en seguida. Pero sí sabemos que por medio de sus Epístolas todavía predica hoy. De
Pablo, tal vez más que de cualquier otro individuo, se puede decir: “Difunto, aun habla.”
PREGUNTAS
1. ¿Qué pasó con Pablo en Jerusalén?
2. Describa el Juicio de Pablo ante Félix.
3. ¿Cómo terminó su juicio ante Festo?
4. Dé un resumen del discurso de Pablo ante Agripa.
5. Relate la historia del viaje de Pablo a Roma.
6. ¿Cuál es la escena final del Libro de los Hechos?