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Ana Rosa Suárez Argüello

“José Manuel Hidalgo”


p. 223-240
Historiografía mexicana. Volumen IV. En busca de un
discurso integrador de la nación, 1848-1884.
Juan A. Ortega y Medina y Rosa Camelo (coordinación general)
Antonia Pi-Suñer Llorens (coordinación del volumen IV)
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas
1996
590 p.
ISBN 968-36-4991-2 (Obra completa)
ISBN 968-36-4995-5 (Volumen IV)
Formato: PDF
Publicado en línea: 13 de diciembre de 2019
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/317_04/
historiografia_mexicana.html

D. R. © 2019, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de


Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
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Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
JOSÉ MANUEL HIDALGO

ANA RosA SuAREZ ARGüELLO*

Datos biográficos

Este importante político que tanta influencia tuvo en el destino nacio­


nal, y sin cuya vida no se puede explicar su obra histórica, nació en
México en 1826, miembro de una familia noble de origen andaluz. Su
padre, el español Francisco Manuel Hidalgo, fue coronel del ejército
realista y jefe de estado mayor en la división mandada por Agustín de
lturbide para combatir a los insurgentes. Como tal, le tocó tomar el
juramento al Ejército Trigarante al proclamarse el Plan de Iguala.
Se ignora el papel que el coronel Hidalgo desempeñó durante el
efímero Primer Imperio. Se le localiza después en Cuba al frente de una
de las secciones administrativas de la isla, donde José Manuel lo visitó
en 1846. Se le encuentra luego en España, donde la familia Hidalgo tenía
una casa y era bastante apreciada, y en la que al morir pidió a sus hijos
que no olvidaran la sangre española que corría por sus venas.
José Manuel no lo olvidó. 1 Tampoco dejó de obsesionarle que su
progenitor hubiera jurado el Plan de Iguala -el plan que defendía la
religión católica, apostólica y romana, alentaba la unión de europeos y
americanos e invitaba al trono mexicano a Femando VII o, en su defecto,
a un príncipe de la casa española de Barbón-, al cual se referiría cada
vez que hablara de la necesidad de una monarquía en México.
Su madre fue Mercedes Esnaurrízar. Era hermana de Antonio
María, general que combatió en el bando realista, fue luego tesorero de
la nación y promovió el Banco de Avío, y a quien Guillermo Prieto tildó
de gran estafador. 2
La educación de José Manuel fue al parecer bastante mala. Más

* Instituto de Investigaciones Doctor José Maria Luis Mora.


1 José Hidalgo, Apuntes para escribir la historia de los proyectos de monarquía en
México desde el reinado de Carlos /JI hasta la instalación del emperador Maximiliano, Paris,
Librería Española de Gamier Hermanos, 1868, p. 113.
2 José Femando Ramírez, México durante su guerra con los Estados Unidos. Docu­
mentos inéditos o muy raros para la historia de México, publicados por Genaro García,
México, Ponúa, 1974 (Biblioteca Ponúa, 59), p. 460-463.

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tarde reconoció que había sido "ignorante como una carpa". 3 Aún mozo
se sumó a las filas de la burocracia, en las oficinas de los ministerios de
Hacienda y Relaciones. La invasión de Estados Unidos lo obligó a tomar
las armas; fue oficial de la guardia nacional en el batallón de los Bravos
que mandaba Manuel Eduardo de Gorostiza. Participó en las batallas
de Padierna y Churubusco, donde actuó con valor.
La ocupación y la derrota ante el invasor norteamericano le
dejaron una huella profunda. Como a muchos mexicanos del siglo XIX,
a Hidalgo debió acosarle el recuerdo de la bandera de las barras y las
estrellas ondeando en Palacio Nacional. La patria había sido humillada;
la república no pudo defenderla. Estos sucesos lo llevarían a sostener
que la integridad y la soberanía nacionales estaban amenazadas por las
ambiciones de Estados Unidos y que una monarquía las haría respetar.
Hidalgo fue prisionero militar por algún tiempo. Recuperó su
libertad después de la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo. El
presidente Manuel de la Peña y Peña apoyó entonces su ingreso al
cuerpo diplomático; sirvió con José María Luis Mora en la legación de
Londres, y luego fue nombrado segundo secretario en Roma, a las
órdenes de Ignacio Valdivieso, a quien se había confiado la tarea de
firmar el Concordato.
José Manuel pasó por París, donde los resultados de la revolución
de 1848 lo impresionaron profundamente. Se dirigió a Marsella, luego
a Roma, y al final a la fortaleza de Gaeta, en territorio napolitano,
sitio donde el papa Pío IX, su corte, el rey de Nápoles, el cuerpo
diplomático y quienes los rodeaban se protegían de los vientos liberales
que soplaban sobre el viejo continente. Se ganó el afecto del pontífice
en aquel tiempo, lo cual fortaleció su lealtad a la Iglesia católica y su fe
religiosa.
Siguió al papa a Nápoles en 1849, y a Roma en 1850, luego de la
pacificación de Italia por las tropas francesas, españolas y austriacas.
Iniciaba una larga y exitosa carrera en la alta sociedad europea. Su
carácter extrovertido y trato agradable le permitieron moverse sin
dificultades, hacer buenas amistades y alternar con las personalidades
de la época.
Con pocos recursos, Hidalgo se las arregló para superarse. Pasaba
medio día en la legación -donde el trabajo no mataba a nadie- y el
resto lo dedicaba al estudio y a las distracciones sociales. Aprendió

3 José Manuel Hidalgo a Luis García Pimentel, Villa Kom, Rottach-Egevu, Baviera,
23 al 27 de septiembre de 1893, en Un hombre de mundo escribe sus impresiones. Cartas
de José Manuel Hidalgo y Eznaurrízar, compilación, prólogo y notas de Sofía Verea de
Bemal, 2a. ed., México, Porrúa, 1978 (Biblioteca Porrúa, 16), p. 23.

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italiano, francés y algo de portugués. Siguió un curso de filosofía,


recorrió Nápoles y Roma y viajó por otras ciudades de la península.
No fue raro que ya viejo, Hidalgo asegurase que la mejor época de
su vida la había pasado en los Estados Pontificios. Gobernados por un
jefe sabio y bueno, que tomaba las decisiones adecuadas en el momento
apropiado, sin consultar al pueblo, la tranquilidad se respiraba en ellos.
A diferencia de las sociedades democráticas, no había

sistema parlamentario, [...] libertad de imprenta, [...] periódicos, [ ...]


acontecimientos políticos de ninguna clase. La agitación de la vida polí­
tica, las emociones de los choques de los partidos, los acontecimientos
que trastornan a las familias, los escándalos que conmueven a otras
sociedades, eran cosas desconocidas allí[...] En Roma se vegetaba, pero
se vegetaba en medio de una sociedad ilustrada, de un pueblo culto, al
calor.del sitio del catolicismo[ ...] 4

Su placentera vida romana terminó en 1853, cuando se le trasladó


a Londres como segundo secretario. Aunque al principio Inglaterra le
pareció un país frío, obscuro, formal, pronto descubrió la amabilidad
de su gente y aceptó que el ambiente alentaba el estudio y la meditación,
y el carácter nacional tenía "prendas que atraen, imponen y enseñan". 5
Recomendado por sus amigos romanos, los aristócratas ingleses Jo
recibieron con los brazos abiertos.
Hidalgo fue ascendido a primer secretario de la legación de México
en Madrid en 1854. José María Gutiérrez Estrada, la eminencia gris de
los monarquistas, a quien Antonio López de Santa Anna había dado la
misión secreta de promover la corona mexicana eri varias cortes euro­
peas, pidió su traslado. Quería alguien de confianza en la capital de
España y creía que José Manuel, con quien tenía alguna amistad y cuyas
ideas políticas, relaciones y discreción le constaban, podía asistirlo.
De tal modo, Manuel Díez de Bonilla, el secretario de Relaciones,
giró instrucciones al joven diplomático: debía apoyar a Gutiérrez Estra­
da, pero sin enterar a su superior, Buenaventura Vivó. La tarea era
difícil, pero el joven diplomático, que quería acercar a España y México
-"somos hermanos habitando distinta casa"-, aceptó. 6 Así, pugnó por
que un príncipe hispano se sentara en el trono patrio y obtuvo la

4 José Hidalgo, Recuerdos de juventud. Memorias íntimas de don José Hidalgo, antiguo

ministro de México en diversas cortes de Europa, ed. de El Nacional, México, Litografía de


Gonzalo A. Esteva, 1887, p. 97-98.
s !bid., p. 186-191; José Manuel Hidalgo, "Apuntes para la Historia del Imperio",
p. 15-119, en Un hombre ... , p. 76-77.
6 Hidalgo, "Apuntes...", p. 80.

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promesa de apoyo del presidente del Consejo Real. Por desgracia para
él y sus amigos, una revolución derrocó a los conservadores españoles,
hizo peligrar el trono de Isabel II y suspendió los tratos ocultos con los
mexicanos. El asunto se complicó con la guerra de Crimea. Finalmente,
la caída del gobierno de Santa Anna quitó legitimidad a las negociacio­
nes dirigidas por Gutiérrez Estrada.
Hidalgo continuó su intensa vida social. Hizo amistad entonces
con la condesa viuda de Montijo y la duquesa de Alba, madre y hermana,
respectivamente, de Eugenia, la emperatriz de Francia. Este vínculo,
que se hizo estrecho, favoreció los planes monárquicos.
Nombrado en 1856 encargado de negocios por el presidente Igna­
cio Comonfort, quien ignoraba sus manejos secretos, Hidalgo no dejó
de conspirar; quería sacar ventaja de las fricciones entre las dos nacio­
nes, y lograr la salvación de la mexicana, mediante la ayuda que Francia
y España dieran a su partido para tomar el poder.
Su actuación en España terminó en 1858, cuando José María
Lafragua, que había llegado como ministro de México -si bien no
presentaría sus credenciales-, lo urgió a jurar la Constitución de 1857
y reconocer al gobierno liberal de Benito Juárez. Opuesto a las nuevas
leyes y partidario del gobierno conservador de Félix Zuloaga, se negó
en forma rotunda. Por ende fue destituido. 7
Decidió mudarse a París. Cuando menos lo esperaba, frente a su
hotel en Bayona, el carruaje de la soberana francesa se detuvo ante él.
La condesa de Montijo y la duquesa de Alba, que acompañaban a
aquélla, lo habían reconocido. Se hicieron las presentaciones; Hidalgo
conoció así a Eugenia, quien tendría un papel decisivo en la fragua del
Segundo Imperio mexicano.
Nuestro biografiado tuvo, desde entonces, múltiples ocasiones de
exponer a la emperatriz la situación de su país, amenazado en su
integridad y soberanía por Estados Unidos y dividido por la lucha de
partidos, así como de rogar por el concurso francés para fundar una
monarquía que protegiera el catolicismo y la raza latina de América.
Ella, que gozaba de gran ascendencia política, influiría a su favor.
Hidalgo se estableció en París, donde radicó hasta su muerte.
Retornó al cuerpo diplomático; el presidente Zuloaga lo nombró secre­
tario de la legación en Francia, a las órdenes de Juan Nepomuceno
Almonte, y Miguel Miramón lo ratificó en su puesto. En nombre del
gobierno conservador, pugnó por la ayuda europea y logró la reanu-

7 /bid., p. 81, de Hidalgo a García Pimentel, Paris, 10 de enero de 1893, en Un


hombre ... , p. 81,230.

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dación de relaciones con España en el Tratado Mon-Almonte (1859), de


cu ya redacción se declaró responsable.
Publicó entonces un folleto, al que tituló Algunas indicaciones
sobre la intervención europea en México, donde afirmaba, sin ambages,
que sólo un poder exterior podría salvar al país. Esto haría posible el
establecimiento de un gobierno de orden, fortalecería los lazos con las
naciones hispanoamericanas y protegería a la Iglesia católica. Francia
era la candidata idónea; de ninguna manera atentaría contra la inde­
pendencia de México, que sólo aspiraba a pacificar y tomar en bastión
ante la expansión de Estados Unidos.ª
La emperatriz lo invitó al palacio de Compiegne, en el otoño de
1858. Tuvo entonces ocasión de describir al emperador la mala situación
de México y asegurarle que el país se hundiría sin su ayuda. Habló de sus
esfuerzos para establecer una monarquía, y redundó en el gran peligro:
Estados Unidos pretendía dominar los océanos Atlántico y Pacífico,
controlar el comercio mundial y erradicar toda influencia latina de
América. Napoleón 111 respondió que Francia precisaba la colaboración
de Inglaterra para intervenir, amén de un ejército, dinero y un príncipe.
Aunque se le invitó a tratar el asunto con el ministro de Asuntos
Extranjeros, los meses pasaron sin resolverse nada. La derrota del
general Miramón en Calpulalpan, a fines de 1860, marcó el fin del go­
bierno conservador. Otra vez destituido, Hidalgo permaneció en París.
No estuvo inactivo. Recibía órdenes de Gutiérrez Estrada, radicado en
Roma, y defendía sus ideas en todas partes. A la vez estrechaba su
amistad con los emperadores.
Nuestro monarquista se daba cuenta de que Napoleón 111 quería
intervenir, pero no podía renunciar a su propósito de actuar de acuerdo
con el gobierno inglés, que se negaba a cooperar, y temía además la
oposición de Washington.
Las circunstancias propiciaron sus planes. La suspensión del pago
de la deuda decretada por el presidente Juárez en julio de 1861 dio a los
gobiernos de Madrid, París y Londres un buen pretexto para intervenir.
Por lo demás, Estados Unidos se hallaba, desde abril, en plena guerra
civil. 9

8 Se localiza en José Manuel Hidalgo, Proyectos de monarquía en México, México, Jus,


1962, p. 193-201. Según Andrés Oseguera, quien estaba destinado en la legación de México
en París, el folleto fue escrito por Juan Nepomuceno Almonte, y a Hidalgo sólo tocó pulir el
es tilo y enviarlo a Napoleón 111. Ver Antonia Pi-Suñer Llorens, El general Pri.m y la "cuestión
de Méjico", México, Universidad Nacional Autónoma de México (tesis), 1991, p. 207-209.
9 Hidalgo a Francisco de Paula Arrangoiz, [s. l.], 18 de abril de 1862, en Un
hombre ... , p. 38.

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Hidalgo percibió entonces, en forma clara y brillante, que el gran


momento había llegado. Años después escribió:

¿ Quién en mi situación no habría comprendido que debían aprovecharse


tan inesperadas circunstancias para realizar lo que con tanta buena fe
creíamos necesario para salvar aquella nacionalidad y dar la paz y la
tranquilidad? Hasta la circunstancia providencial de haber yo recibido
esas cartas [con las noticias] antes de tener la honra de sentarme a la mesa
de los emperadores, parecía brindarse a renovar mis gestiones. 10

De modo que aprovechó la oportunidad, y se apuró a comunicar


las novedades a los soberanos. La aventura imperial mexicana se co­
menzó a preparar. Hidalgo la siguió muy de cerca, influyendo en la
corte francesa, aproximándose al archiduque Femando Maximiliano de
Habsburgo, intrigando cuando lo creía necesario y multiplicando los
esfuerzos para triunfar.
Hidalgo formó parte de la comisión designada por la Regencia
mexicana para ofrecer la corona a Maximiliano y también de la que
presenció su aceptación el 1 de abril de 1864.
Recibió al poco el nombramiento de ministro de México en París.
Fungió como tal por algún tiempo; prefería, desde luego, permanecer
en Europa que colaborar en el teatro mismo de los acontecimientos.
Sin embargo, Maximiliano le perdió la confianza. Le parecía que estaba
demasiado vinculado con Napoleón y Eugenia como para defender sus
intereses, y le molestaban sus demandas de dinero. Lo mandó llamar a
fines de 1865, cuando aquel presentó su renuncia, al verse incapaz de
mejorar las relaciones entre los dos imperios.
Hidalgo llegó a la ciudad de México en enero de 1866, después de
18 años de ausencia, para explicar sus actos y hablar sobre los sucesos
que tenían lugar en Europa. Si bien el emperador lo recibió de buen
grado, la noticia del retiro de las tropas francesas, antes de lo pactado,
cambió su actitud. Lo depuso de su alto cargo; muy herido, el diplomá­
tico rechazó una designación como Consejero de Estado, que se le daba
para mitigar el golpe, y rompió toda relación con el Segundo Imperio
mexicano.
Persuadido de que la monarquía patria estaba condenada a muer­
te, e involucrado como estaba, tuvo terror de quedarse en el país. Sin
dudarlo, casi sin despedirse -al menos no del emperador-, decidió
marchar, y esta vez fue para siempre.
Su papel clave en el proyecto y desarrollo de la causa imperial

to Hidalgo, "Apuntes ... ", p. 17.

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había terminado. Desde el mirador europeo presenciaría el desplome


del vacilante edificio que había ayudado a construir.
Hidalgo pasó los últimos 29 años de su vida en el viejo continente,
en medio de las fiestas y celebraciones de la alta sociedad. Se convir­
tió entonces en uno de los solterones más invitados, en un caballero
elegante y solemne, que disimulaba su miseria como podía, y nunca
perdió su sentido del humor. Al final de su vida envió crónicas políticas
y mundanas al periódico católico El Tiempo y escribió varias novelas ro­
sas bastante malas, que vieron la luz en París y tuvieron algún éxito, y
en las que los personajes pertenecían a la nobleza y la alta burguesía
francesa a las que tanto llegó a conocer. Entre ellas están Al cielo por el
sufrimiento; ensayo (1889), Las dos condesas (1891), La sed de oro (1891),
Las víctimas del chic (1892), Lelia y Marina (1894) y La confesión de una
mundana; segunda parte de Lelia y Marina (1896). 11
Recuerdos de juventud. Memorias íntimas fue publicada por la
Tipografía de Gonzalo A. Esteva en 1887. Tenían la intención de plasmar
sus remembranzas juveniles "según van viniendo a la memoria", en una
serie de cuartillas escritas "a escape y sin releerlas". 12 Es éste un libro
indispensable para comprender la formación de un conservador.
Hidalgo murió en París a fines de 1896. Como carecía de naciona­
lidad, el juez de paz del barrio donde residía dispuso la entrega de sus
escasas pertenencias al gobierno francés: títulos familiares, fotografías,
cientos de cartas, etcétera.
Quizás su mejor epitafio sea la referencia que sobre él hizo Juan
Valera, el ilustre escritor español:

Su nombre pertenece a la historia política no sólo de Europa, sino del


mundo, en la segunda mitad del siglo XIX. Su intención fue buena. Quiso
enviar sosiego, prosperidad, ventura y mayor dosis de civilización a su
patria. Si erró en los medios, a i posteri ['ardua setenza. 13

La obra histórica

José Manuel Hidalgo escribió tres trabajos históricos. El objeto del


primero, que publicó en 1868, inmediatamente después de la catástrofe
imperial, y tituló Apuntes para escribir la historia de los proyectos de

11 Cabe citar otros textos de Hidalgo, como Apuntes biográficos del Excmo. Sr.
D. Ignacio Valdivieso (1861) y Petites pensées d'un homme nerveux (1883).
12 José Hidalgo, Recuerdos ..., p. v1-v11.
13 "Prólogo" en José Manuel Hidalgo, La sed de oro, París, Librería Española de
Gamier Hnos., 1891, p. IX.

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monarquía en México desde el reinado de Carlos III hasta la instalación


del emperador Maximiliano, fue dar a conocer los intentos monárquicos
relativos a su patria a partir de 1783, para que se pudieran juzgar mejor
los últimos acontecimientos. Se esforzó en él por suprimir juicios y
reflexiones, y no sugerir conclusiones; deseaba que los lectores decidie­
ran por sí mismos.
La obra mereció tres ediciones ese mismo año de 1868, dos en
México por la Imprenta de F. Díaz de León y S. White, y otra en París
por la Librería Española de Gamier Hermanos. F. Vázquez la publicó
de nuevo en 1904, con un prólogo de Ángel Pola y Benjamín de Gyves,
y con el nombre de Proyectos de monarquía en México, y Editorial Jus
la sumó a su colección "México Heroico" en 1962, con una brevísima
presentación de Carlos Alvear Acevedo.
Hacia 1889, Hidalgo empezó a cartearse con Luis García Pimentel,
quien estaba interesado en reunir datos para una historia del Imperio
Mexicano. Había decidido guardar silencio y lo hizo por más de 20 años;
pero le amargaba que nadie tomara en cuenta lo que llamaba heroico
silencio y desinterés absoluto. En esta correspondencia, que se extendió
hasta su muerte, vio una oportunidad para esclarecer y difundir la
verdad. A ella agregó, poco a poco, unos "Apuntes para la historia del
Imperio de Maximiliano" y un texto titulado "Ruptura con Maximilia­
no", en los que daba continuidad a su primera obra, amén de que -tal
vez por la distancia temporal- soltó su pluma y se atrevió a hacer
juicios, a mostrar, en fin, una mayor pasión. Estos materiales fueron
recopilados, prologados y anotados espléndidamente por Sofía Verea
de Bemal en un libro llamado Cartas de José Manuel Hidalgo, ministro
del emperador Maximiliano, publicado en 1960. Por desgracia, están
incompletos, pues la revolución de 1910 obligó a García Pimentel a
mudarse·, y luego a salir del país, mientras su casa era ocupada por un
destacamento militar, que más de una vez encendió las chimeneas con
los papeles archivados.

Análisis de la obra histórica

En sus obras históricas, Hidalgo trató de proceder de lo particular a lo


general y probar todas sus afirmaciones con "documentos irrefutables".
Quería que éstos hablaran por sí solos, aunque a veces los trató a su
conveniencia: recurrió así a materiales contrarios, sólo si éstos reforza­
ban sus propuestas. Reunió materiales diversos -testimonios orales,
correspondencia personal y diplomática, actas legislativas, papeles ofi­
ciales, etcétera-, que por desgracia se han tomado inaccesibles: quemó

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una parte; envió otra a García Pimentel; el resto se halla depositado -tal
vez- en algún archivo francés. 14
A su visión providencialista de la historia sumó la de un tribunal.
Así exclamó:

la justicia y la razón son inmutables; [...] los triunfos materiales que se


alcanzan sobre ellas no amenguan, antes enaltecen a sus defensores, y[...]
nosotros ni vencedores ni vencidos tememos el fallo de la historia. 15

Su propósito era reivindicar los planes conservadores. México se


había formado como una sociedad monarquista; dirigido, durante más
de 400 años, por un régimen absoluto, que actuó paternalmente, pero
acostumbró al pueblo al orden político y religioso al igual que a la
obediencia pasiva, la proclamación súbita de la libertad y la repúbli­
ca propició la anarquíaL a diferencia de Estados Unidos, donde la
práctica del autogobiemo desde los días coloniales lo halló preparado
para la vida independiente. 16
Además de insistir en que muchos de sus compatriotas apoyaban
los proyectos de monarquía, Hidalgo trató de reseñarlos. Los remontó
a 1783, esto es, a la propuesta hecha por el conde de Aranda a Carlos III
-en el sentido de asentar tres reyes en el Nuevo Mundo y proclamarse
él emperador de las Indias-, para luego hacer un recorrido histórico
hasta los años de la intervención europea. Reiteró que fueron muchos
los involucrados nacionales y extranjeros; de tal suerte, libró a su
generación de la responsabilidad total.
Para Hidalgo, la revolución de 1810 fue prematura, y sólo ensan­
grentó al país. No obstante, las ideas liberales y el deseo de inde­
pendencia habían cundido. Iturbide suministró una solución con el Plan
de Iguala; al desconocer España la emancipación y ceñir la corona el
libertador, se abrió paso a la república.
Por desdicha, este régimen no podía prosperar en México, como
tampoco en el resto de Hispanoamérica. Al proclamarse una constitu­
ción calcada en la de Estados Unidos, el pueblo se encontró, "como por
ensalmo", soberano e igual, y dueño de derechos de cuya existencia no
había sospechado. El resultado fue malo: no mejoró ni material ni
intelectualmente, y además cayó en manos de individuos ambiciosos,
sin experiencia política, para quienes las rebeliones militares se toma­
ron el mejor medio de escalar el poder. 17

14 Hidalgo, "Apuntes para la historia...", p. 43.


15 /bid., p. 168. Vid. supra.
16 Hidalgo,Apuntes para escribir..., p. xv1-xvn.
17 !bid., p. 5.

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Se abandonó la economía. Se descuidó la educación popular.


Reinaron la inseguridad y la injusticia. A la par, el amor al trabajo
feneció, la "empleomanía" prosperó y se relajó la moral pública. Se
hicieron grandes fortunas a costa del erario y el contrabando arruinó el
comercio legal. Sin garantías, los extranjeros especularon y se originó
una serie de reclamaciones que aumentaron desmesuradamente la
deuda nacional.
Las referencias de Hidalgo a la historia patria son breves y escasas;
su conocimiento de las cuestiones mexicanas era, de hecho, muy
limitado. Se ha dicho incluso que "ninguno de los imperialistas mexica­
nos tuvo en el grado de Hidalgo, una ausencia tan grande de nacio­
nalismo".18
Describió en cambio con amplitud los nexos externos. Objetaba la
visión liberal de una España usurpadora del continente americano, que
comprendía en boca de los indios, pero no en la de quienes no eran más
que unos "españoles rebelados". Por otra parte, a la madre patria, que
dejó en México "su civilización, sus hábitos, su lengua, el catolicismo en
todo su esplendor, ciudades magníficas, templos suntuosos, edificios
públicos, y [gran] número de universidades", convenía ayudar a los an­
tiguos novohispanos, para proteger a Cuba y a Puerto Rico de la
amenaza del vecino de al lado. 19
Se refirió a las ambiciones ten-itoriales de Estados Unidos, que
culminaron en la anexión de Texas, una guerra y la obtención de
California y Nuevo México. Aludió también a su penetración política y
cultural; a su oposición al establecimiento de una monarquía en
América, que los hizo echar en los surcos mexicanos la semilla repu­
blicana y auxiliar al partido liberal, "sin olvidar hasta la invasión de
Biblias [ ...]" 20
Como desquite por el auxilio de España a la independencia de sus
colonias en América del Norte, Gran Bretaña apoyó y reconoció la in­
dependencia. Sin embargo, su interés siempre fue egoísta: reforzada por
su antipatía hacia lo latino y lo católico, buscó, ante todo, su desarrollo
comercial y naval, mientras el deseo de no disgustar a Washington la
hizo callar ante sus usurpaciones, y dejar que prevaleciera el temor a un
conflicto. De cualquier modo, algunos de sus delegados acabaron por
aceptar que el orden y la prosperidad en México requerían de una

18 Martín Quirarte, Historiografía sobre el imperio de Maximiliano, México, Universi­


dad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1970 (Serie
de Historia Moderna y Contemporánea, 9), p. 32-33.
!9 Hidalgo,Apuntes para escribir ..., p. 12-14.
20 !bid., p. 18.

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JOSÉ MANUEL HIDALGO 233

monarquía, y que ésta no era posible sin la intervención armada de


Europa.
Asimismo, los diplomáticos franceses previeron la posibilidad de
una monarquía. Hubo varios intentos por parte de Francia. Tocó a
Napoleón III emprender la última aventura, en la que, al menos al
principio, no actuó con ningún interés. Si la expedición se demoró fue
porque el emperador requirió la cooperación española e inglesa, y
Londres exigió el permiso norteamericano, lo cual equivalía a negarse.
Para el autor, el triunfo de Benito Juárez fue el de la "demagogia
disfrazada", y se debió, en buena medida, a "el favor y la gracia" de
Estados Unidos. Equivalió a entregar a la "gente de orden" a una turba
"brutal e irreverente" y arriesgar, además, la soberanía de la nación. 21
· De cualquier modo, el presidente de México cometió un error:
suspender el pago de la deuda extranjera. Esto propició la intervención
tripartita y permitió a Hidalgo aseverar que "en la acción de las poten­
cias europeas ni hubo influencias extrañas, ni acudieron a la voz de un
partido, sino por un deber de dignidad que el interés de esas naciones
y de sus súbditos reclamaban imperiosamente". 22 Agregó que la guerra
de secesión en Estados Unidos no había definido el momento de
la intervención, sino que "ésta tuvo origen en el estado en que se
encontraba México, así que la Europa no eligió la época de intervenir,
sino que se creyó forzada a ello". 23
Correspondía a España, aliada natural de México y la más afectada
por su porvenir, encabezar la susodicha intervención. Mas este liderazgo
fue "una vana ilusión". El autor lamentaría después la conducta de la
metrópoli, que en vez de "secundar los esfuerzos de los que deseaban
salvar la nacionalidad de México", los impidió en todas las formas
posibles. Culpó a la reina Isabel II, a Calderón Callantes, ministro de
Estado, y sobre todo al general Prim. 24 Se refirió al último como a "un
bandido sin escrúpulos, un condottieri, cuya vida privada y pública era
un escándalo". 25 Lo acusó de pedir el mando de la expedición, boicotear
las negociaciones, entregarse a los ingleses, alentar a los juaristas y
propiciar la ruptura. Relató también el rumor, que corrió entonces, de
que el conde de Reus aspiraba a la corona de México.
Al referir estos últimos hechos, Hidalgo mantuvo una actitud
aséptica: se limitó a narrarlos y no juzgar. Entre líneas se lee, empero,
su conclusión: España abandonó una empresa a la que "sus gloriosas

21 !bid., p. 7-8, 35.


22 !bid., p. 44.
23 !bid., p. 141.
24 !bid., p. 50, 59; ver también "Apuntes para la historia ... ", p. 35.
25 Hidalgo, "Apuntes para la historia ... ", p. 30.

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234 HISTORIOGRAFÍA MEXICANA

tradiciones, sus colonias y sus intereses comerciales y políticos" la


obligaban a participar.
De suerte que Francia se quedó sola, dispuesta a realizar la misión
generosa a que la llamaban el deber y el honor, a saber, la fundación de
un gobierno de orden y progreso. Hidalgo se empeñó en probar, a cada
paso, que tal misión gozaba del consenso nacional, y reiteró cómo "las
tropas imperialesy las francesas eran recibidas con gran entusiasmo en
todas partes". 26
En sus escritos históricos, nuestro autor mostró su gran amor por
aquella nación y gran lealtad por sus emperadores. Nunca los criticó;
los temas escabrosos los tocó de pasada -los convenios de Miramar,
por ejemplo- o en forma incompleta -por ejemplo, el riesgo que
implicaban los planes galos de colonizar el noroeste de México. Trató
incluso de comprender las razones por las cuales se ordenó la vuelta del
ejército. En efecto,

Napoleón, chasqueado de no haber encontrado en Maximiliano el hombre


inteligente, leal y agradecido en que creía, comprometido ante Francia
por una empresa que no correspondió a la buena fe y desinterés con que
él la inició, debía tener un resentimiento de despecho contra nuestro
emperador y de vergüenza ante Europa, que su dignidad le obligaban a
callar. Sus propios sentimientos y sus intereses le llevaban a romper con
Maximiliano y a retirar su ejército. 27

En cuanto a Maximiliano, enumeró las razones por las cuales se


le ofreció el trono de México: su conducta progresista cuando gobernó
Lombardía-Venecia, su popularidad en Europa, que su nacionalidad no
fuera la de los poderes interventores -lo cual evitaba celos inútiles-,
el deseo de Napoleón III de congraciarse con Viena -a la que había
derrotado recientemente-y la creencia de que era el hombre adecuado
para regenerar el país. Si no se nombró a un príncipe español fue, sobre
todo, porque ninguno era convenientey muchos mexicanos lo interpre­
tarían como una reconquista.
Hidalgo reconocía que Maximiliano se ganó la confianza de los
conservadores, 28 aunque entre éstos había tendencias diferentes. Así,
mientras Gutiérrez Estrada favorecía "una monarquía pura, que sea en
realidad una dictadura con cetro y corona", 29 él coincidía con los

26 Hidalgo, Apuntes para escribir... , p. 138.


27 !bid., p. 87.
28 Salvo del padre Francisco Javier Miranda,
quien "fue el único en quien hizo mala
impresión Maximiliano". Hidalgo, "Apuntes para la historia ... ", p. 52.
29 Hidalgo, "Ruptura con Maximiliano", en Un hombre ..., p. 92.

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JOSÉ MANUEL HIDALGO 235

pensadores jesuitas del siglo XVII, como Francisco Suárez y Roberto


Belarmino, y últimamente con el sacerdote y filósofo español Jaime
Balmes, y creía que "el poder lo reciben los monarcas de la sociedad, y
no directamente de Dios".30
Sin embargo, el archiduque había engañado a todos. A cada quien
dijo lo que quería oír, e hizo luego lo que le pareció. No favoreció a
los fundadores del imperio, sino a su séquito, y se entregó al partido
liberal en aras de la popularidad. A su ministro en París lo trató muy
mal:

La verdad es que no quería verme, sin duda porque no se atrevía a decirme


cara a cara que se había pedido mi reemplazo, pues aunque yo no habría
podido decirle con la palabra que mentía, le habría mirado en lo blanco
de los ojos para que lo adivinase[...]Estoy seguro de que prefirió dar el
golpe por detrás, y decir con Maquiavelo: "Calumnia, calumnia, que
siempre algo queda". 31

No de otro modo, Hidalgo acusó a Maximiliano de mentiroso,


desleal, populista, cobarde e incapaz de gobernar. Era también ambi­
cioso y traidor: había aspirado a la corona de Hungría y, de haber
podido, hubiera arrebatado a su hermano el cetro imperial.
A sus ojos, la heroica muerte del joven emperador lo rescató ante
el tribunal de la historia. Se mostró generoso; la injusticia sufrida no le
impidió lamentar lo que advertía como "un atentado de lesa-civiliza­
ción".32
Que el Segundo Imperio hubiera fracasado no quitaba valor a la
empresa. Sus fines habían sido nobles. Ni más ni menos que:

aplicar el remedio que había de concluir con esa época de desunión y


matanza, de lágrimas y miserias [...] establecer un gobierno fuerte y de
progreso, que aplicase, en cuanto fuese posible con el orden y el principio
de autoridad, una libertad ilustrada, no esa democracia[...] que trastorna
sin fruto los fundamentos de la sociedad, que cifra la libertad en la tiranía
de las turbas, y la igualdad en el reinado de la anarquía[...] 33

Hidalgo renovaba, a posteriori, el discurso conservador, y anuncia­


ba, sin querer, el futuro político del país. En efecto, rechazaba el
republicanismo y la democracia y hacía depender la salvación de
México de un gobierno fuerte y enérgico, que fuera independiente de la

30 Citado en "Apuntes para la historia...", p. 24.


31 Hidalgo, "Ruptura...", p. 89.
32 !bid., p. 118.
33 Hidalgo, Apuntes para escribir... , p. XXI.

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236 HISTORIOGRAFÍA MEXICANA

caprichosa voluntad de las masas, y resolviese las desgracias nacionales


en forma paternal.
Nuestro autor se refirió también a los resultados de la derrota: sus
correligionarios hubieron de abdicar a toda injerencia sobre los asuntos
de México, además de que el sistema monárquico perdió todo prestigio
así como la capacidad para librar del caos y la postración a Hispanoa­
mérica, que jamás progresaría bajo el régimen republicano y se veía
condenada a "sucumbir a su propia debilidad". 34
No olvidó lo más grave: que Europa enfrentaría desde entonces el
desafío de Estados Unidos, "esa república que nació pigmea y es ya
gigante", y que se hallaba destinada a dominar el Nuevo Mundo, desa­
rrollar su industria gracias a la gran inmigración, controlar las vías
interoceánicas y por ende el comercio con Asia, disponer de una flota
mercante y de guerra sin igual y eliminar, en fin, los vestigios de
la civilización española. 35

Conclusión

Los antecedentes familiares -españoles, nobles y católicos-, las rela­


ciones sociales y la propia experiencia vital del autor habían determi­
nado la orientación política de José Manuel Hidalgo. Su obra histórica
respondió a una necesidad existencial: la justificación de una causa
política, la defensa, por último, de determinados principios. No se
trataba de prever, pues las propuestas conservadoras -las suyas­
habían sido condenadas a la extinción. Rígido en sus opiniones políticas
frente a los cambios, el México de la República Restaurada y el Porfi­
riato, de los que fue contemporáneo, le serían totalmente ajenos.
Su visión del mundo fue la del partido conservador: México debió
constituirse en monarquía, no absoluta, pero sí moderada, encontrar el
justo medio entre el absolutismo y la tiranía de las chusmas. Pudo así
combinar el pasado y el presente y entrar a la modernidad. Lanzarse
por los caminos republicanos significó traicionarse a sí mismo y por
ende fracasar.
En cuanto al exterior, veía a España, la madre patria, como la
aliada natural. Juzgaba a Francia como la segunda opción: consistía, al
menos, en una nación latina y católica. El enemigo era el anglosajón y
protestante, a saber, Inglaterra, de la que nunca habló bien, y Estados

34 !bid., p. XXI-XXII.
35 !bid., p. XXII-XXIII, 18.

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JOSÉ MANUEL HIDALGO 237

Unidos, que no escondía sus ambiciones y amenazaba con destruir a la


nación.
Los tres trabajos, que expresan el providencialismo del autor tanto
como la tarea reivindicadora y de tribunal que asignó a la historia, cons­
tituyen fuentes indispensables para el estudio de la Intervención Fran­
cesa y el Segundo Imperio y merecen un lugar especial en la historia de
la historiografía mexicana. Revelan una visión del pasado que afectó y
fue compartida, en alguna medida, por sus correligionarios. Son, en fin,
un testimonio de sumo interés para desentrañar otros valores, los no
oficiales y derrotados, e iluminar las razones y los hechos de quienes
pugnaron por la creación de una monarquía mexicana y cooperaron en
el fallido intento de Maximiliano de Habsburgo.

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