317 04 04 09 JoseManuel
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Datos biográficos
tarde reconoció que había sido "ignorante como una carpa". 3 Aún mozo
se sumó a las filas de la burocracia, en las oficinas de los ministerios de
Hacienda y Relaciones. La invasión de Estados Unidos lo obligó a tomar
las armas; fue oficial de la guardia nacional en el batallón de los Bravos
que mandaba Manuel Eduardo de Gorostiza. Participó en las batallas
de Padierna y Churubusco, donde actuó con valor.
La ocupación y la derrota ante el invasor norteamericano le
dejaron una huella profunda. Como a muchos mexicanos del siglo XIX,
a Hidalgo debió acosarle el recuerdo de la bandera de las barras y las
estrellas ondeando en Palacio Nacional. La patria había sido humillada;
la república no pudo defenderla. Estos sucesos lo llevarían a sostener
que la integridad y la soberanía nacionales estaban amenazadas por las
ambiciones de Estados Unidos y que una monarquía las haría respetar.
Hidalgo fue prisionero militar por algún tiempo. Recuperó su
libertad después de la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo. El
presidente Manuel de la Peña y Peña apoyó entonces su ingreso al
cuerpo diplomático; sirvió con José María Luis Mora en la legación de
Londres, y luego fue nombrado segundo secretario en Roma, a las
órdenes de Ignacio Valdivieso, a quien se había confiado la tarea de
firmar el Concordato.
José Manuel pasó por París, donde los resultados de la revolución
de 1848 lo impresionaron profundamente. Se dirigió a Marsella, luego
a Roma, y al final a la fortaleza de Gaeta, en territorio napolitano,
sitio donde el papa Pío IX, su corte, el rey de Nápoles, el cuerpo
diplomático y quienes los rodeaban se protegían de los vientos liberales
que soplaban sobre el viejo continente. Se ganó el afecto del pontífice
en aquel tiempo, lo cual fortaleció su lealtad a la Iglesia católica y su fe
religiosa.
Siguió al papa a Nápoles en 1849, y a Roma en 1850, luego de la
pacificación de Italia por las tropas francesas, españolas y austriacas.
Iniciaba una larga y exitosa carrera en la alta sociedad europea. Su
carácter extrovertido y trato agradable le permitieron moverse sin
dificultades, hacer buenas amistades y alternar con las personalidades
de la época.
Con pocos recursos, Hidalgo se las arregló para superarse. Pasaba
medio día en la legación -donde el trabajo no mataba a nadie- y el
resto lo dedicaba al estudio y a las distracciones sociales. Aprendió
3 José Manuel Hidalgo a Luis García Pimentel, Villa Kom, Rottach-Egevu, Baviera,
23 al 27 de septiembre de 1893, en Un hombre de mundo escribe sus impresiones. Cartas
de José Manuel Hidalgo y Eznaurrízar, compilación, prólogo y notas de Sofía Verea de
Bemal, 2a. ed., México, Porrúa, 1978 (Biblioteca Porrúa, 16), p. 23.
4 José Hidalgo, Recuerdos de juventud. Memorias íntimas de don José Hidalgo, antiguo
promesa de apoyo del presidente del Consejo Real. Por desgracia para
él y sus amigos, una revolución derrocó a los conservadores españoles,
hizo peligrar el trono de Isabel II y suspendió los tratos ocultos con los
mexicanos. El asunto se complicó con la guerra de Crimea. Finalmente,
la caída del gobierno de Santa Anna quitó legitimidad a las negociacio
nes dirigidas por Gutiérrez Estrada.
Hidalgo continuó su intensa vida social. Hizo amistad entonces
con la condesa viuda de Montijo y la duquesa de Alba, madre y hermana,
respectivamente, de Eugenia, la emperatriz de Francia. Este vínculo,
que se hizo estrecho, favoreció los planes monárquicos.
Nombrado en 1856 encargado de negocios por el presidente Igna
cio Comonfort, quien ignoraba sus manejos secretos, Hidalgo no dejó
de conspirar; quería sacar ventaja de las fricciones entre las dos nacio
nes, y lograr la salvación de la mexicana, mediante la ayuda que Francia
y España dieran a su partido para tomar el poder.
Su actuación en España terminó en 1858, cuando José María
Lafragua, que había llegado como ministro de México -si bien no
presentaría sus credenciales-, lo urgió a jurar la Constitución de 1857
y reconocer al gobierno liberal de Benito Juárez. Opuesto a las nuevas
leyes y partidario del gobierno conservador de Félix Zuloaga, se negó
en forma rotunda. Por ende fue destituido. 7
Decidió mudarse a París. Cuando menos lo esperaba, frente a su
hotel en Bayona, el carruaje de la soberana francesa se detuvo ante él.
La condesa de Montijo y la duquesa de Alba, que acompañaban a
aquélla, lo habían reconocido. Se hicieron las presentaciones; Hidalgo
conoció así a Eugenia, quien tendría un papel decisivo en la fragua del
Segundo Imperio mexicano.
Nuestro biografiado tuvo, desde entonces, múltiples ocasiones de
exponer a la emperatriz la situación de su país, amenazado en su
integridad y soberanía por Estados Unidos y dividido por la lucha de
partidos, así como de rogar por el concurso francés para fundar una
monarquía que protegiera el catolicismo y la raza latina de América.
Ella, que gozaba de gran ascendencia política, influiría a su favor.
Hidalgo se estableció en París, donde radicó hasta su muerte.
Retornó al cuerpo diplomático; el presidente Zuloaga lo nombró secre
tario de la legación en Francia, a las órdenes de Juan Nepomuceno
Almonte, y Miguel Miramón lo ratificó en su puesto. En nombre del
gobierno conservador, pugnó por la ayuda europea y logró la reanu-
La obra histórica
11 Cabe citar otros textos de Hidalgo, como Apuntes biográficos del Excmo. Sr.
D. Ignacio Valdivieso (1861) y Petites pensées d'un homme nerveux (1883).
12 José Hidalgo, Recuerdos ..., p. v1-v11.
13 "Prólogo" en José Manuel Hidalgo, La sed de oro, París, Librería Española de
Gamier Hnos., 1891, p. IX.
una parte; envió otra a García Pimentel; el resto se halla depositado -tal
vez- en algún archivo francés. 14
A su visión providencialista de la historia sumó la de un tribunal.
Así exclamó:
Conclusión
34 !bid., p. XXI-XXII.
35 !bid., p. XXII-XXIII, 18.