Teologia y Etica
Teologia y Etica
Teologia y Etica
MORAL
UNIDAD III: CATEGORÍAS MORALES BÁSICAS
Actos humanos
Son aquellos que proceden de la voluntad deliberada del ser humano; es decir, los
que realiza con conocimiento y voluntad.
Los actos meramente naturales: los que proceden de las potencias vegetativas y
sensitivas, sobre las que el hombre no tiene control voluntario alguno, y son
comunes a los animales. Por ej. la nutrición, circulación de la sangre, respiración.
Los actos del ser humano: los que proceden del hombre, pero falta advertencia
(locos, niños sin uso de razón) o la voluntariedad (por coacción física, p. ej.) o
ambas (el que duerme, p. ej.
La moralidad del acto humano
Frente al objeto, el fin o el objetivo manifiesta la intención del sujeto que actúa.
Pero no pueden hacer buena y justa una acción que de suyo es mala.
El principio básico para juzgar la moralidad es el siguiente:
Para que una acción sea buena, es necesario que lo sean sus tres elementos: objeto
bueno, fin bueno y circunstancias buenas.
Para que el acto sea malo, basta que los sea cualquiera de sus elementos.
Más allá de esto, los actos humanos se califican como buenos o malos en relación a su
referencia al fin último que es la felicidad.
El entendimiento del significado ético del acto y la libre voluntad que decide sin
coacciones, son elementos de que dispone el ser humano para realizar su moralidad en
cada uno de los actos unificados por el fin último
Los diversos condicionamientos que coartan el entendimiento o la voluntad y, en
consecuencia, alteran o anulan la libertad, darán origen a los diversos grados de moralidad
y de responsabilidad de la persona en sus elecciones morales concretas.
Las actitudes
El comportamiento humano puede ser percibido como un acto aislado o bien
como una actitud permanente.
Puede ser entendida como el conjunto de disposiciones adquiridas que nos llevan
a reaccionar positivamente o negativamente ante los valores éticos.
La opción fundamental
La opción fundamental es una categoría moral, que en los últimos tiempos parece
completar las de los actos y actitudes.
No se refiere tanto a la elección de lo que una persona quiere hacer en la vida
como al tipo de persona que en el fondo ha decidido ser.
Esa decisión constituye un proyecto general para su existencia, una especie de
programa de vida y de jerarquización de todos sus valores.
La opción fundamental refiere a un una elección libre.
En ella y por ella se va configurando la jerarquía personal de los valores que
determina la silueta moral de cada persona.
Esta opción parece ir madurando lentamente, alimentándose de pequeñas
opciones que pueden parecer insignificantes.
La formulación de la “opción fundamental”, siendo difícilmente localizable y
temporalizable en un instante concreto, está siempre sometida a revisión. Las
grandes crisis de la vida implican cuestionamientos y revisiones de la opción
fundamental.
Jesús mismo confiesa haber hecho suya una opción seria que determina el curso
de su vida entera: la de cumplir la voluntad del Padre (Jn 8,29; Heb 10,7).
La consideración de esta categoría ha servido para comprender mejor la profunda
unidad del sujeto moral y de la vida moral.
Ayuda a ver que los diversos actos de un individuo no son fenómenos aislados e
inconexos, sino que son expresión, realización y proyección de un sujeto moral
único que camina en el tiempo actuando según una postura volitiva de fondo,
estable, correspondiente a su “opción fundamental”.
Sin embargo, la opción fundamental no “determina” de modo absoluto el actuar
humano. Es una orientación de fondo que “guía” los comportamientos del sujeto,
pero sin eliminar su libertad para elegir y hacer algo que va en sintonía con ella o,
al contrario, se opone a ella y la desdice.
El ser humano puede hacerse el sordo a las indicaciones de su conciencia, pero difícilmente
podrá eludir sus recriminaciones.
La formación de la conciencia
La conciencia es una capacidad propia del ser humano, donde se junta toda una serie de
factores, pues es fruto de la voz de Dios que resuena en la interioridad de la persona, de la
racionalidad, de los sentimientos, de todos los procesos humanos que hacen a la persona ser
lo que es, de las influencias de su entorno, etc.
La formación concreta de la conciencia se va estructurando en gran parte por la
convivencia con las personas que nos rodean.
Padres, familiares, maestros y demás personas significativas, ayudan a formar las
conciencias a través de la educación y formación moral y de vida.
Podemos decir que los contenidos más elementales de la conciencia son aprehendi
dos de la misma sociedad.
Ciertos juicios de valor son recibidos en la conciencia sin estudiarlos, sin tenerlos
siquiera claros.
Lo que la persona ve desde pequeña en la familia, en la televisión, en el cine, en las
redes sociales, en la vida diaria, va conformando la llamada conciencia moral o de
valores.
La persona aprende a ver como buenas ciertas cosas y como malas o dañinas otras,
pero sin una valoración racional.
Este tipo de conciencia elemental y no reflexionada, con frecuencia está sujeta a muchos
errores y equivocaciones.
Por lo tanto, necesita la ayuda de las normas morales para asistir a esa conciencia natural de
toda persona.
Cuando se logra este tipo de conciencia crítica, la persona tendrá la capacidad de cuestionar
la propia conducta y de valorar moralmente los actos y actitudes del medio ambiente donde
se mueve.
La persona tiene derecho y obligación moral de seguir su conciencia, después de un serio análisis
de los valores y contravalores; a pesar de que la persona pueda tener una conciencia errónea.
Cuando una persona, por ignorancia no culpable, valora como bueno lo que de hecho es malo, esa
persona tendrá la obligación de hacer aquello que cree bueno y, si actúa de otra manera,
moralmente estaría actuando mal.
La responsabilidad moral de nuestros actos siempre será según nuestra conciencia, aunque nuestra
conciencia esté equivocada o mal informada, con tal de que esto no sea en forma voluntaria o de
manera culpable.
Pero, al mismo tiempo es necesario indicar que toda persona tiene la obligación de formar su
conciencia para crecer moralmente y llegar a una conciencia cierta, recta y verdadera.
La persona que busca conocer siempre mejor, lo que le ayuda a su propio crecimiento, podrá gozar
de una conciencia iluminada por los datos de la reflexión humana y por los valores del amor y la
fidelidad que brotan del designio de Dios.
LA CUESTIÓN DE LA LEY NATURAL
“La ley natural es la misma ley eterna, ínsita en los seres dotados de razón, que los
inclina al acto y al fin que les conviene; es la misma razón eterna del Creador y
gobernador del universo” (León XIII, Carta enc. Libertas Praestantissimum , 20
junio 1888).
Ha tenido gran vigencia y ha sido una y otra vez sometido a múltiples críticas.
las suspicacias actuales hacia el concepto de la ley natural se deben sin duda al uso
que se ha hecho de esta categoría como mediación de la eticidad humana y cristiana.
Es evidente que no siempre se ha entendido de la misma forma el sentido y la función de la
ley natural, como fundamento y expresión de la moralidad.
La moral católica ha apelado frecuentemente a la ley natural, como forma expresiva del
orden moral humano, como justificación de las normatividades abstractas (sexualidad,
matrimonio), y como criterio de discernimiento moral ante los proyectos técnicos de última
hora (métodos anticonceptivos, manipulación genética, procreación asistida, etc.).
Por eso en nuestros tiempos se trata con frecuencia de sustituir la terminología relativa a la
ley natural por la categoría de la «verdad del hombre», la «normatividad humana», u otras
semejantes, que, al aparecer con una referencia antropológica más explícita, evocarían más
directamente el orden ético y evitarían las connotaciones legalistas.
Se ha olvidado con frecuencia la circunstancia concreta de la persona y las formulaciones
morales se han encarnado así en principios abstractos, únicos, objetivados e inmutables.
Así se comprende que en los últimos tiempos se hayan elevado algunas críticas contra una
moral formulada exclusivamente desde la clave de la ley natural.
Es cierto que habrá de admitir unos principios éticos universalmente válidos con tal de que
se entiendan desde una «unidad de convergencia».
Pero es necesario aceptar un pluralismo natural admitido siempre por Santo Tomás, y
también por la Iglesia, al menos en lo que respecta a las orientaciones morales.
La ley natural se ha presentado a veces como un orden fijo, estático e inmutable, al que el
mismo Concilio Vaticano II contrapone una concepción más dinámica y evolutiva(GS 5c),
que parece hoy exigir una moral más provisional.
El estudio de la historia nos advierte que no hay que ser excesivamente apresurados para
calificar como leyes de la naturaleza lo que posiblemente sea fruto de las percepciones
culturales del momento.
Y, por otra parte, el mismo dinamismo histórico, y aun la experiencia del Espíritu, que irá
conduciendo a los discípulos del Señor hasta la verdad completa (Jn 16,13), les lleva a
descubrir nuevas implicaciones y exigencias morales de la responsabilidad hacia el hombre
y su «naturaleza».
La apelación a la «ley natural» sigue siendo válida siempre que se entienda en la dinámica
y continuación entre la cultura y la natura y que ayude así al diálogo con las éticas civiles.