Brentano
Brentano
Brentano
INFLUJO Y VALORACIÓN
DE LA ETICA DE FRANZ BRENTANO
PAMPLONA
1997
Ad norman Statutorum Facultatis Philosophiae Universitatis Navarrensis
perlegimus et adprobavimus
Secretarius Facultatis
Dr. Iacobus PUJOL
Vol. VU, n. 5
INTRODUCCIÓN
Pudiera tal vez esperarse del trabajo, que aquí se resume, a juzgar
por el título que lo preside, un exhaustivo estudio de la doctrina ética de
Franz Brentano, o una mera exposición de su pensamiento moral; mas nin-
guna de esas espectativas responderían al objetivo real de la tesis presenta-
da. Por un lado, hemos pasado de largo ante problemas en los que justa-
mente podría requerirse mayor abundamiento; por otro, más importante y
razón de lo anterior, porque late en el presente trabajo una preocupación
más general, a saber, la de ganar claridad sobre la naturaleza y contenidos
del usualmente llamado sentido común moral.
Arrojar luz sobre esta cuestión ha sido, sin duda, uno de los méritos
y contribuciones de la corriente que se ha dado en llamar Etica fenómeno-
lógica de los valores. Sin embargo, hay que decir que un uso generalizado
y popular del término «valor» —el cual es, por otra parte, garantía de que a
algo auténtico corresponde— lo ha convertido a veces en moneda gastada,
en una noción confusa y ambigua; y es también cierto que los propios cul-
tivadores de esta corriente de pensamiento han dado en ocasiones pie y
motivo para semejantes imprecisiones y vaguedades.
preocupado más, sobre todo a raíz del diálogo con otros filósofos morales,
abrir perspectivas y proponer campos de reflexión que tratar de ofrecer so-
lución definitiva a las diversas cuestiones que aparecen.
puede considerarse más original y crítico de la tesis, toda vez que la doctri-
na misma de Brentano resulta fácilmente accesible, para lo que en su esen-
cia importa aquí, a través de las obras que del autor poseemos en nuestra
lengua (Psicología y El origen del conocimiento moral, fundamentalmen-
te, y El porvenir de lafúosofía y Sobre la existencia de Dios). Por otra par-
te, pensamos que con lo que aquí se recoge puede apreciarse la importan-
cia de las sugerencias incoadas por Brentano. En efecto, este agudo
pensador se abre camino entre dos concepciones éticas de su tiempo com-
pletamente insatisfactorias: un racionalismo esencialmente kantiano, desa-
rraigado de todo contenido empírico, y un empirismo ciego para la expe-
riencia del deber y la corrección. Sin embargo, el recorrer ese camino, que
arranca y encuentra su fuente ya en el aristotelismo, es en Brentano, a últi-
ma hora, vacilante; pensamos que también esta nota se deja ver bien tanto
en la tesis misma como en este extracto. Corresponden, evidentemente, a
estudios posteriores definir los elementos que pudieran equilibrar correcta-
mente aquellas vacilaciones.
INTRODUCCIÓN 1
CONCLUSIONES 385
BIBLIOGRAFÍA 391
BIBLIOGRAFÍA D E LA TESIS
OBRAS DE BRENTANO
Die vier Phasen der Philosophie und ihr augenblicklicher Stand, Hamburg
1968 ( l . e d i c , Stuttgart 1895). En El porvenir de la filosofia, trad,
a
1874; libro III, Leipzig 1925). Los capitulos 1 y del 5 al 9 del libro
segundo (el primer capitulo se encuentra en el tomo I de la publica-
tion alemana y los restantes en el II) se recogen en Psicologia, trad,
de M. Garcia Morente, Madrid 1926.
1907).
340 SERGIO SÁNCHEZ-MIGALLÓN G R A N A D O S
HEIBEL, K., Die Lehre Franz Brentanos vom Ursprung sittlicher Erkennt-
nis, «Philosophisches Jahrbuch» LH, 1939, p. 142 a 159.
JUNG, J., Evidenz und Erfahrung: Eine Betrachtung zur Ethik Franz Bren-
tanos, «Conceptus» XXII, 1988.
— Franz Brentano. Zur Kenntnis seines Lebens und seiner Lehre (Mit
Beiträgen von Carl Stumpf und Edmund Husserl), München 1919.
MOORE, G.E., Review of Franz Brentano 's The Origin of the Knowledge
of Right and Wrong, «International Journal of Ethics» vol. 14 (oc-
tubre 1903), p. 115 a 123. (Incluido en M C A L I S T E R , L., ed., The
Philosophy of Brentano, London 1976, p. 176 a 181).
Summ, B.» Tlie soul and its parts iL Varieties of inexistente, «Brentano
Studien» I V , 1992-3» p. 35 a 52.
— The soul and its parts. A study in Aristotle and Brentano, «Brentano
Stadien» 1,19S8, p . 75 a 88.
WERLE, J.U., Franz Brentano und seine Schüler: Aspekte fruchtbarer und
problematischer Beziehungen, «Brentano Studien» II, 1989, p. 91
a 101.
OTRAS OBRAS
LITT, T., Handbuch der Philosophie. Ethik der Neuzeit, München 1927.
REINER, H., Bueno y malo, Madrid 1985, trad. de J. M. Palacios (Gut und
Böse, Freiburg i. Br. 1965).
— Vieja y nueva Etica, Madrid 1964, trad. de L . García San Miguel (Este
volumen recoge varios trabajos, publicados dispersamente unos e
inéditos otros, del autor).
Trátase en este capítulo, supuesta una idea más o menos completa del
pensamiento de Brentano sobre lo bueno, de detenerse a valorar sus resulta-
dos tanto en sí mismos como en relación a la la filosofía moral posterior.
Ahora bien, la doctrina de Brentano, como se sabe, concede el mayor peso e
importancia a la cuestión del conocimiento de lo bueno, así como a los pre-
supuestos psicológicos en él entrañados, y no tanto a la determinación de lo
que de hecho se tiene por bueno y mejor. Por ello, la valoración de las inves-
tigaciones llevadas a cabo por nuestro autor se orientarán también según la
perspectiva gnoseológica, siendo así que, además, en particular desde ese
lado la doctrina de Brentano aparece notablemente relevante para la filosofía
posterior; y no sólo para la Etica, puesto que el ámbito psicológico abordado
por Brentano alcanza a casi todas las esferas del pensamiento.
Algo que, sin ninguna duda, la mejor filosofía del siglo XX debe
agradecer a Brentano, es que éste irrumpiera en el panorama filosófico de
finales de la pasada centuria con un modo de hacer filosofía enteramente
distinto respecto a sus contemporáneos. Brentano, en efecto, huyendo de la
artificiosidad de los neokantianos, se dirige a la realidad misma. Evitando
los ensueños hegelianos se aferra a la experiencia más vivida, y renuncian-
do a la tentación del escepticismo positivista —que a última hora niega los
hechos de nuestra experiencia más evidente— aprehende intuitivamente lo
que de necesario hay entrañado en esa experiencia .
bre se le pregunta "por qué hace ejercicios físicos", responderá que "desea
conservar su salud". Si entonces le preguntáis "por qué desea la salud", fá-
cilmente responderá "porque la enfermedad es dolorosa". Si lleváis ade-
lante vuestras pesquisas y deseáis saber una razón "por la cual él odia el
dolor", es imposible que en algún momento os dé alguna. Se trata de un úl-
timo fin, y jamás remite a otro objetivo. (...) Es imposible que haya un pro-
ceso in infinitum y que siempre una cosa sea la razón del deseo de otra.
Algo ha de ser deseable en sí y por sí mismo, a causa de su inmediato ajus-
te o conformidad con el sentimiento y afecto humano. Ahora bien, dado
que la virtud es un fin y es deseable en sí y por sí misma, sin recompensa ni
premio, simplemente por la inmediata satisfacción que produce, hace falta
que haya algún sentimiento que la toque, algún interior gusto o sensación,
o como queráis llamarlo, que distingue el bien moral y el mal moral y que
abraza al uno y rechaza al otro» .
5
Pero sería apresurado negar sin más por ello a las emociones, inclu-
so prescindiendo aún de la consideración de los sentimientos correctos,
toda posibilidad de participar de algún modo en los fundamentos de la mo-
ralidad. El hecho, dice Brentano, de que se nos dé algo como bueno o
como malo propiamente en un conocimiento acerca del cual se discute, es
decir, con conciencia de universalidad, no implica de suyo que los últimos
presupuestos y condiciones de,ese conocimiento sean también a su vez co-
nocimientos ; aunque lógicamente sí habrían de ser fenómenos que entra-
8
ñaran, de algún modo, una real necesidad y, por tanto, universalidad. Así,
los dos géneros de conocimiento inmediatamente evidentes contienen
como condiciones previas algo que motiva esos juicios, pero que no son
conocimientos: en los axiomas, las notas de los conceptos; en las percep-
ciones internas, la existencia de cierta actividad consciente.
350 SERGIO S Á N C H E Z - M I G A L L Ó N GRANADOS
ción, así como sobre la base de sus mencionados análisis psicológicos, está
INFLUJO Y V A L O R A C I Ó N DE LA ETICA DE F R A N Z B R E N T A N O 351
sería mostrar el amplio eco que la filosofía del valor ha producido en casi
todas las ramas del pensamiento de nuestro siglo, aunque igualmente hay
que reconocer que el fulgor de estas investigaciones se ha limitado curio-
samente, por razones numerosas y de muy diversa índole, apenas a tres dé-
cadas.
tos grandes fenomenólogos, pero valga este asomo para ilustrar la repercu-
sión, tan lejana como heterogénea, que nuestro autor ha tenido en la mo-
derna Etica del valor.
La segunda tesis que se quería, por último, resaltar era la del carác-
ter intuitivo del conocimiento de lo bueno, así como la indefinibilidad de
esta noción. Debe advertirse que, contemporáneamente a Brentano, en
1903, George Edward Moore alumbraba esta misma idea en sus importan-
tes Principia Ethica , que habría de influir ancha y profundamente en el
36
tan sólo esbozaremos las líneas de fuerza principales del reísmo, así como
sus respectivos puntos débiles o errores con la intención de ilustrar cómo
efectivamente lastró, en el propio Brentano y en quienes en este nuevo ca-
mino le siguieron, unos vuelos que en otros filósofos fueron los nervios de
un denso y sugestivo pensamiento.
hay quienes no aceptaron nunca estas nuevas tesis, mientras que otros, los
menos, permanecieron fieles al maestro hasta el final . (Curiosamente, po-
44
cos años más tarde habría de suceder algo semejante con los alumnos de
Husserl, aunque el cambio fue en éste justamente de signo opuesto al de
Brentano).
cosa que lo real» . Por tanto, aquellas palabras que usamos en el lenguaje
47
con negar que sea un verdadero ente lo irreal, sino que excluye, asimismo,
que lo irreal sea un verdadero objeto o término intencional de la concien-
cia representativa. El error que aquí Brentano comete va entremezclado
con un innegable acierto: el de haber advertido que no hay para lo real y
lo irreal un concepto intrínsecamente común. El desacierto estriba en no
haber advertido que la inexistencia de un concepto intrínsecamente co-
mún a lo real y lo irreal no impide que haya un concepto que de una ma-
nera extrínseca les sea común: precisamente, el concepto de objeto ante
una conciencia en acto» . 52
este modo, los axiomas, juicios universales, serán todos ellos negaciones
de algo particular. Mas esta transformación no parece justa, siendo así que,
de concederse, desaparece de nuevo toda apodicticidad. Así lo expresa Sa-
tué: «Lo a priori de Brentano parece ser, pues, que se reduce a un conjunto
de axiomas de carácter analítico que niegan apodícticamente; "un juicio
sin una representación en su base es imposible"... ¿Por qué Brentano les
asigna necesariamente carácter negativo? Si aquéllos tienen un valor obje-
tivo, apodíctico, es porque una nota incluye necesariamente a otra, por
ejemplo, si digo "nada puede ser juzgado que no sea representado" (ejem-
plo reiteradamente citado por Brentano), es porque el juzgar incluye nece-
sariamente el representar. Es decir, el pensar negativo debe tener en su
base un pensar positivo de tipo conceptual. Si Brentano no admite este co-
nocimiento esencial positivo, tiene que aceptar que sus leyes a priori son
360 SERGIO SÁNCHEZ-MIGALLÓN G R A N A D O S
Brentano fue provocada por la dirección que, con el cambio de siglo, ha-
INFLUJO Y V A L O R A C I Ó N DE LA ETICA DE FRANZ B R E N T A N O 361
Mas, ¿cómo avenir realmente esta tesis con la que sostiene la univocidad
del significado de representar?, ¿y con la que niega en absoluto toda posi-
bilidad de representarse lo irreal?
pecial Kotarbinski . Sin embargo, es importante advertir que así como una
65
Nada de esto cabe en Brentano, quien corta de raíz toda teoría del
valor al sostener la imposibilidad de objetos de representación, vale decir
en Brentano, objetos de toda posible vivencia psíquica, que no sean algo
real, concreto e individual, sea físico o psíquico. Este rechazo de lo irreal,
caracterizándolo como mera ficción del lenguaje, elimina, en efecto, la po-
sibilidad de concebir propiamente una dignidad o valor de algo en virtud
del cual lo tengamos por amable con amor correcto; así como pierde ya
sentido hablar de una adecuación . Desaparece con ello el punto de apoyo
67
ellos lo único que realmente nos representamos es un sujeto que ama algo
correctamente . Kraus, en efecto, comenta que se trata en estos casos de
74
* * *
Por un lado, cabe decir que al conceder una cierta entidad al polo
objetivo de la vivencia emotiva correcta, distinguiendo además en él partes
esenciales y descubriendo leyes entre ellas, los fenomenólogos del valor
han dirigido su atención a lo que hace que lo bueno y valioso sea tal, moti-
vando imperiosamente la correspondiente emoción correcta, es decir, a su
ratio essendi. Pero, por otro, cuando estos filósofos conciben la relación
entre la Etica y la Metafísica como, en mayor o menor medida, de funda-
mental independencia, adoptan una decidida y unilateral perspectiva gno-
seológica .
82
«Realmente, lo bueno (lo que merece ser amado) y lo malo (lo que
merece ser odiado), así como lo mejor (lo que merece ser preferido a lo de-
más), pueden ser conocidos independientemente de la respuesta que se dé
a la pregunta por la existencia de Dios. (...) Sin embargo, y aunque para mí
los principios del conocimiento ético son independientes de la metafísica,
he de referirme a un punto en el que la ética aparece ligada a la cuestión de
la existencia de Dios y sigue un camino completamente distinto según sea
la respuesta que se dé a esta cuestión. No cabe duda de que la teoría de los
bienes es independiente de este asunto. Pero en el caso de nuestras opcio-
nes prácticas no sólo hemos de preguntarnos por lo que aisladamente con-
siderado ha de tomarse como un bien o como un mal, sino además por
aquello que en determinadas circunstancias es lo mejor que podemos tratar
de conseguir. Y eso que así es mejor puede estribar en un simple medio
para el bien (es decir, en algo útil) (...). La formulación más amplia de este
problema práctico es la que hacemos al preguntarnos si la vida corpórea
puede ser lícitamente considerada más como útil que como nociva para
nuestro bien práctico supremo. ¿Quién puede ignorar que es ésta una de las
cuestiones básicas de la moral y que no se la puede resolver sin hacer nin-
gún caso de la solución al problema de la existencia de Dios? ¿De qué otro
modo se podría llegar a una esperanza probable de que las consecuencias
de la vida y de su conservación y reproducción sean más buenas que ma-
las?» . De manera que «sin una esperanza metafísicamente fundamenta-
86
da», concluye Brentano, «no cabe construir una Etica práctica. Así, pues,
en este sentido hay que reconocer que la cuestión de la existencia de Dios
es decisiva para la moral» . 87
Pues bien, sin perder de vista que tan sólo se trata de una división
metodológica, aunque con fundamento auténticamente real, en el presente
capítulo comenzaremos sirviéndonos también de esta distinción para valo-
rar la Etica práctica de Brentano; se recogen y juzgan, por tanto, en el pri-
mer apartado, las tesis fundamentales de la Deontología de nuestro filóso-
fo, y, en el segundo, las que conciernen a la bondad y maldad moral , mas
89
tal del principio que ordena fomentar el bien mayor posible tiene como re-
verso la concepción de toda acción correcta como aquella que promueve
tal fomento, pues los principios o normas morales no son sino juicios en
los que se atribuye la corrección a una acción o tipo de acción.
Pues bien, hay que decir entonces que nos las habernos aquí de pla-
no con una doctrina típicamente utilitarista. En efecto, es del todo funda-
mental y característico del llamado Utilitarismo, por un lado, sostener la
exclusiva primacía y validez incondicionada de un único principio del de-
ber, a saber, el que ordena realizar lo que se presente como más útil para el
fomento del bien supremo; y, por otro y consiguientemente, concebir
como correcta una acción si y sólo si sus consecuencias son mejores que
las que se seguirían de cualquier acción alternativa .
92
le aventaja con mucho Mili , y sobre todo con otros filósofos morales de
95
cuando la ética da por afirmado que ciertos modos de actuar son "deberes",
da por afirmado que actuar de esta manera producirá siempre la mayor
suma de bien posible» .97
ses para demostrar que una acción debe hacerse, y cualquier otro género de
evidencia es totalmente impertinente» . «Preguntar qué clase de acciones
103
las condiciones que conjuntamente con ella determinan sus efectos; cono-
cer exactamente cuáles son los efectos de estas condiciones y conocer to-
dos los sucesos que son afectados de algún modo por nuestras acciones a
lo largo de un futuro infinito. Debemos poseer todo este conocimiento cau-
sal y debemos, además, conocer cuidadosamente el grado de valor, a la
vez, de la acción misma y de todos estos efectos. Debemos ser capaces de
determinar cómo, en conjunción con las otras cosas del universo, afectan
su valor en cuanto todo orgánico. No sólo esto; debemos también poseer
todo este conocimiento acerca de los efectos de cualquier alternativa posi-
ble y debemos también ser capaces de ver, por comparación, que el valor
total debido a la existencia de dicha acción será mayor que el que puede
ser producido por cualquiera de estas alternativas» .
106
tar, con John Finnis, que «si las "consecuencias remotas" buenas y malas
se compensan mutuamente, entonces es seguro que también compensarán
las consecuencias inmediatas buenas y malas; si alrededor de un millón de
consecuencias remotas buenas anulan alrededor de un millón de conse-
cuencias remotas malas, entonces seguro que esos dos millones de conse-
cuencias anularán dos o tres consecuencias buenas (o malas) que yo tengo
presentes cuando elijo hacer una acción» . 111
Por otra parte, la doctrina utilitarista parece apta para resolver los
casos en que se plantean los conocidos y problemáticos conflictos de debe-
res. En efecto, si sólo existe un único criterio de corrección y, por ende, un
único principio del deber, basta recurrir a él para discernir cuál de las ac-
ciones o normas en litigio es la que debemos realizar o secundar. Más aún,
al Utilitarismo debemos agradecer, según esto, no sólo la salida de tales
atolladeros de conciencia, sino el alivio de advertir que semejantes nudos
se deshacen solos, que sencillamente no existen, pues tenemos siempre
sólo un deber, y nunca varios.
Pero miremos más de cerca el texto de Moore, pues decir que una
teoría es falsa no sirve de mucho al filósofo si no se muestra por qué lo es
y donde erró su autor. Parecería que si se ha de rechazar que no estemos
ciertos de uno solo de nuestros deberes, por contradecir ello la experiencia
más inmediata de que a veces poseemos la evidencia de sentirnos obliga-
dos a llevar a cabo una acción, habría que negar también entonces la pre-
misa con la que Moore sustenta dicha sentencia, a saber: «no podremos
nunca estar seguros de que ninguna acción producirá el mayor bien posi-
b l e » " . Mas esta última proposición es evidentemente verdadera, lo cual
6
Cabe, sin embargo, que alguien tal vez cuestione la autoridad del
sentido común moral como instancia desde la que juzgar la validez de una
teoría ética, en este caso del Utilitarismo. Pues bien, para la defensa del
sentido común moral nos apoyamos y adherimos a la doctrina a este res-
pecto de Ross. Pero, además, a la luz de las consideraciones de este filoso-
INFLUJO Y VALORACIÓN DE LA ETICA DE FRANZ BRENTANO 377
lósofo moral no busca, en realidad, sino explicar los hechos que la realidad
muestra, y esos hechos son las convicciones morales indicadas por Brenta-
no y por Ross .119
do por Moore, pero sí, en cambio, vimos aplicarlo a Brentano cuando con-
sideraba una ley como mala en sí y por sí, ley que, de tener que recibir la
sanción debido a determinadas circunstancias, habría de tenerse sólo por
provisionalmente válida. Y resulta también muy significativo que Brenta-
no, en una de sus argumentaciones, se invoque una sentencia aristotélica
que se halla en las antípodas del Utilitarismo: «Nadie desearía regocijarse
de lo vergonzoso, aunque estuviera completamente seguro de que no ha de
derivarse de ello daño alguno» . 127
ción por las consecuencias (entiéndase aquéllas que van más allá de las im-
plicadas por la índole misma del acto), esto es, el principio de utilidad o
benevolencia, desaparezca o se anule por completo frente al otro, que po-
demos llamar de corrección intrínseca; ni tampoco niega que haya casos en
que se deba secundar lo dictado por el primero.
ciones en las que alguna reflexión del tipo "he prometido" es la única ra-
zón que nos damos para pensar que una cierta acción es correcta (tales son
probablemente la gran mayoría de nuestras acciones), sino los casos ex-
cepcionales en los cuales las consecuencias de cumplir una promesa (por
ejemplo) serían tan desastrosas para otros que juzgamos correcto no hacer-
lo. Debe admitirse desde luego que tales casos existen. Si he prometido en-
contrarme con un amigo a una hora determinada con algún propósito tri-
vial, ciertamente me sentiría justificado para romper mi compromiso si
haciéndolo pudiera evitar un accidente grave o socorrer a las víctimas de
uno» .130
visto que, desde la postura del filósofo de Oxford, habría que aprobar tal
vez también el incumplimiento, mas en la conciencia de que se trataría en-
tonces justamente de un incumplimiento, dispensación o ruptura de un de-
ber específico, creado por fiador y deudor, en favor de otro deber más
apremiante o urgente. Y aunque Katkov concede finalmente a Ross que el
balance tradicional utilitarista de bienes y males, sin atender a los sujetos,
no basta, afirma a continuación que esto sólo probaría la insuficiencia de
tal cálculo, pero no del principio utilitarista en general. Francamente, no
vemos cómo puedan compadecerse ambas proposiciones, siendo así que el
Utilitarismo se vertebra en tomo a dicho cálculo; además, no podemos des-
hacernos de la impresión de que, en el caso considerado, entre esas perso-
nas se ha creado un deber, y no un bien. «Los seguidores de Brentano»,
concluye Ross, «coinciden con nosotros al pensar que cuando formulamos
una promesa contraemos una obligación especial con quien la recibió, pero
difieren en el hecho de considerar que debe aplicarse la regla general de
"optar por el mayor bien". Pero en vez de puntualizar en qué consiste el
bien específico que surge del hecho de mantener las promesas, se conten-
tan con afirmar que "debe ser el máximo bien, porque eso es lo que
deberíamos producir"» . 144
Por otra parte, las relaciones entre sujetos que pueden crear deberes
son de índole en principio muy diversa, de suerte que no puede encontrarse
un rasgo común que constituya la raíz del deber en cada caso . Y este he-
145
acto es un caso de tal o tal otro tipo general de acción, cuya índole se pre-
senta con evidencia como debida' . Pues bien, esta última conclusión
46 147
echa de nuevo por tierra la tesis utilitarista según la cual los juicios que
atribuyen corrección a un acto se basan en juicios causales y axiológicos,
de forma que no existe ni un solo deber que sea conocido por sí mismo con
evidencia . El Utilitarismo, además, sólo puede concebir como debidos o
148
De esta suerte, con Ross venimos a parar también en que sólo cabe
probabilidad a la hora de conocer el deber real . Sin embargo, aunque hay
152
que admitir con Ross que en muchos casos no poseemos completa certeza
acerca de nuestro deber real, no podemos seguir al oxoniense cuando afir-
ma que siempre sea así. Ross, en efecto, supone que todo deber prima facie
es, aunque evidente y objetivo, condicional, anulable por otro más impe-
rioso, razón por la cual ninguno de ellos es capaz de proporcionar la certe-
za de que sea el real ante la posibilidad del surgimiento de otro más urgen-
te. Por el contrario, la mirada atenta a la experiencia moral, a la que
384 SERGIO SÁNCHEZ-MIGALLÓN G R A N A D O S
tud, por tratarse de una disposición a llevar a cabo cierto tipo de acciones,
es valiosa esencialmente por ser medio para la consecución de estados de
cosas mejores que sus alternativos, siendo en realidad accidental el hecho
de que los actos virtuosos se lleven a cabo por motivos valiosos en sí mis-
mos.
Pues bien, esta vez va a ser Hildebrand quien nos ayude a discernir
la verdad de las proposiciones utilitaristas mencionadas. La posición de
este autor frente al Utilitarismo puede sintetizarse, a nuestro entender, en
dos críticas cuyo fundamento es tanto psicológico como moral.
el sujeto que lo que pensaba Moore. Las virtudes, en efecto, son esenciales
para la definición del carácter de una persona.
cegado por su preocupación por obtener los mejores resultados a largo al-
cance, ha pasado por alto la riqueza moral de la virtud y, por ende, de la
388 SERGIO SÁNCHEZ-MIGALLÓN GRANADOS
Utilitarismo, pues nos las habernos entonces con acciones de efectos mejo-
res que los mejores efectos posibles.
de un sujeto motivado, y los motivos del agente lo son de una acción. «La
separación de acción y agente, que en Mili llega tan lejos que caracteriza
una acción como moralmente valiosa incluso si resultara de motivos ma-
los, es naturalmente falsa por completo. Pero al menos él ve que los malos
motivos manchan moralmente a la persona» . 184
de producir un placer indiferente, Ross nos hace ver que aparece una dife-
rencia moral según lo procuremos para otra persona o para nosotros mis-
mos; será bueno en el primer caso, indiferente en el segundo . 186
El acto voluntario participa, por tanto, del valor moral del acto
de la voluntad. Pero erraría quien tuviera ese sentido trasladado, parti-
cipado, de la moralidad del acto por un sentido accidental, pues enton-
ces habría que concluir que el acto realizado gracias a la voluntad es en
sí mismo indiferente. Mas esto último es algo que Brentano, con razón,
rechaza decididamente apelando, como vimos, justo a la mutua depen-
dencia y solidaridad entre acto de querer y acto querido. La volición,
ciertamente, se orienta a un fin según unos motivos, y ese fin motivado
o querido es claro que no se deja materializar en cualquier acto, sino
sólo en aquél que realmente encarne dicho fin. Y, desde el otro lado, un
acto refleja o responde a una gama determinada de voliciones posibles,
pero en absoluto a cualquiera. Por eso, el acto mismo es también moral;
de un modo objetivo, porque su objeto corresponde a la motivación que
lo quiere, o mejor, la acción misma es la encarnación del motivo en
algo así querido. En lo que Brentano no tiene razón, ya ha sido discuti-
do, es en su tesis de que lo moralmente bueno desde el lado objetivo
sea siempre y sólo lo que se revela como útil para lo bueno, pero no
cabe duda de que la concepción unitaria de la acción que en él subyace
le aleja notablemente del espíritu utilitarista.
INFLUJO Y V A L O R A C I Ó N DE LA ETICA DE FRANZ BRENTANO 391
miento del agente se adecúe a los hechos, de manera que el acto completa-
mente correcto se corresponda tanto al elemento objetivo como al subjeti-
vo. Pero, además de que no siempre es éste el caso, «la cuestión sigue aún
en pie: cuál de las características —corrección objetiva o subjetiva— es la
más importante desde el ángulo ético, cuál de los dos actos es el que debe-
ríamos llevar a cabo» . Y es entonces cuando Ross nos confiesa: «yo pen-
193
Con esta nueva luz se ve claramente, al fin, que una acción comple-
tamente buena será también correcta. «En efecto, una acción será com-
pletamente buena si manifiesta toda la esfera de motivaciones por la cual
sería afectado un hombre bueno ideal en esas circunstancias, si expresa
sensibilidad respecto de cada resultado (en pro del bien o en pro del mal)
que se prevé que el acto verosímilmente tenga, así como respecto de todas
las obligaciones prima facie o no obligaciones que pueda haber implica-
das; y sólo si manifiesta sensibilidad respecto de todas estas consideracio-
nes en sus proporciones correctas. Pero si el agente obedece a todas las
consideraciones moralmente relevantes en su correcta proporción, real-
mente ejecutará el acto correcto. De este modo, ninguna acción tendrá la
suprema excelencia moral que puede alcanzar en dichas circunstancias si
no es, además, una acción correcta» . 201
rarse, es la única condición que tiende a que el acto sea correcto, aunque
no sea más que en el menor grado de probabilidad. Si un hombre no es mo-
ralmente bueno, hará lo que debe sólo por accidente. El acto que lo atrae
por uno de sus rasgos, rasgo moralmente malo o indiferente, tal vez sea el
acto hacia el cual se vería atraído un hombre bueno gracias a todo su siste-
ma de rasgos morales significativos. Pero, aunque así fuera, la coinciden-
cia sería accidental» .
202
del modo más sencillo: del lado del objeto, nos encontramos con valores,
portados o encarnados en determinadas cosas o estados de cosas, que llá-
manse por ello bienes, y relacionados entre sí, en tanto que valiosos, jerár-
quicamente; en el lado del sujeto, nos las habernos con un orden ideal de
preferencias, al que nuestra voluntad ha de plegarse para responder ade-
cuadamente a la situación valiosa a que nos enfrentamos.
hace llegar a Dios mismo, que asoma ciertamente como culmen de la Me-
tafísica, ideal de moralidad y suma de todos los valores positivos. Nos re-
ferimos aquí, en concreto, al fundamento que este autor ofrece de la virtud
de la pureza: «¿Cuál es, pues, el valor específico considerado por el hom-
396 SERGIO SÁNCHEZ-MIGALLÓN G R A N A D O S
Tal vez, al final, haya entonces que volver la mirada y dejarla repo-
sar en la densa y trascendente reflexión, ya citada, de Brentano: «Hay una
ciencia que nos instruye acerca del fundamento primero y último de todas
las cosas, en tanto que nos lo permite reconocer en la divinidad. El mundo
entero resulta iluminado y ensanchado a la mirada de muchas maneras por
esta verdad, y recibimos a través de ella las revelaciones más esenciales
sobre nuestra propia esencia y destino» .214
CONCLUSIONES
que la Etica del valor tiene el mérito y acierto de hacer justicia al polo ob-
jetivo de nuestras emociones correctas, mantiene también una interpreta-
ción unilateralmente gnoseológica de las relaciones entre los principios de
la Etica y la Metafísica. Esta unilateralidad es injusta, y deja sin explicar,
tanto en Brentano como en la Etica fenomenológica del valor, la auténtica
ratio essendi de lo moral.
10. Otra tesis característica del «reísmo» es que «ser» sólo tiene
ahora el sentido de «real», o sea, de lo concreto e individual. Lo irreal o
abstracto no es de ningún modo, ni siquiera como ente de razón. Todo
aquello que en el lenguaje tiene apariencia de universal o abstracto no es,
por tanto, objeto de representación en sentido propio o in recto, sino, si
acaso, indirectamente o in obliquo. Esta postura acaba mostrándose inco-
herente e inaceptable, disolviendo también toda apodicticidad.
que intuye que estamos realmente ciertos de algunos deberes, en contra del
escepticismo al que forzosamente se ve abocado el Utilitarismo.
22. Con su conocido artículo ¿Qué son los valores?, «Revista de Occidente»
IV, Madrid, octubre de 1923, en Obras completas, tomo VI, p. 315 a 335.
23. Ensayos sobre el progreso. Discurso de ingreso en la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas, Madrid 1933, en El «Hecho extraordina-
rio» y otros escritos, Madrid 1986, p. 88. Véase también la XXIV de sus
a
37. Esta tesis es común y basilar en todos los cultivadores de la Etica del
valor. Cfr., por ejemplo, Hildebrand, Etica, p. 107, y Reiner, Funda-
mentos y rasgos fundamentales de la Etica, en Vieja y nueva Etica, p.
205 a 211.
38. «Como en los demás casos, deberemos establecer los hechos observados
(xa; <|>aivon5u.£va) y resolver primeramente las dificultades que ofrez-
can, para probar después, si es posible, todas las opiniones (xa; e[v5o^a)
generalmente admitidas sobre estas afecciones, y si no, la mayoría de
ellas y las principales, pues, si se resuelven las dificultades y quedan en
pie las opiniones generalmente admitidas, la demostración será suficien-
te», Etica a Nicómaco VII, 1, 1145b 2-7.
41. Una síntesis del reísmo puede encontrarse, en primer lugar, en la Intro-
ducción de Mayer-Hillebrand a Die Abkehr vom Nichtrealen, y en los ar-
tículos de D. B. Terrel, Brentano's Argument for Reismus y de Kotarbins-
ki, Franz Brentano comme reiste, ambos en «Revue Internationale de
Philosophie» XX, 1966, p. 446 a 458, y 459 a 476, respectivamente.
También dedican un apartado a esta doctrina Chisholm, Brentano and in-
trinsic value, p. 9 a 16, y Park, Untersuchungen zur Werttheorie bei
Franz Brentano, p. 46 a 64.
Por otra parte, Linda McAlister lamenta —en el prefacio de su libro sobre
Brentano— que no se hayan publicado los escritos de Brentano sobre Eti-
ca de forma que se aprecie la diferencia entre las dos etapas, como sí se
ha hecho, como veremos, en lo referente a la Gnoseología y la Ontología
con el volumen Wahrheit und Evidenz. La autora se propone, entre otras
cosas, mostrar claramente la evolución del pensamiento moral de Brenta-
no (concretamente en el cap. 5, p. 141 a 167, cuya mayor parte constituye
una exposición del reísmo brentaniano), mas la lectura de su obra no hará
sino confirmar la opinión arriba expuesta. Cfr. Linda McAlister, The de-
velopment of Franz Brentano 's Ethics, Amsterdam 1982.
44. Entre los primeros hay que contar a Anton Marty, Carl Stumpf, Christian
von Ehrenfels, Alexius Meinong, Edmund Husserl, Theodor Lessing, Ka-
zimierz Twardowski, Wladyslaw Tatarkiewicz, Roman Ingarden y otros;
entre los segundos se encuentran Oskar Kraus, Alfred Kastil, Franziska
Mayer-Hillebrand —quienes se han encargado de publicar el legado ma-
nuscrito de Brentano—, Tadeusz Kotarbinski y Georg Katkov. Aun a pe-
sar de esta divergencia, la presente relación de autores da idea del vasto
influjo de Brentano en el primer tercio de nuestro siglo. Cfr. Kraus, Die
Werttheorien, p. 217 a 277, Mayer-Hillebrand, Franz Brentanos Einfluß
auf die Philosophie seiner Zeit und der Gegenwart, en «Revue Internatio-
nale de Philosophie» XX, 1966, p. 373 a 394, particularmente las p. 374 a
377 y 382, y Josef U. Werle, Franz Brentano und seine Schüler: Aspekte
fruchtbarer und problematischer Beziehungen, en «Brentano Studien» II,
1989, p. 91 a 101.
45. El lugar en que se hace público este cambio de la manera más notoria, si
bien extraordinariamente escueta, y que sepamos el único dado a la im-
prenta por Brentano, es el Prólogo a la segunda edición del tomo II de su
Psychologie vom empirischen Standpunkt, fechado en Florencia el año
1911, donde dice: «Una de las novedades más importantes es la de que ya
no opino que una referencia psíquica pueda tener por objeto otra cosa que
algo real. El designio de mostrar, precisamente en este punto, que mi con-
cepción actual es la justa, me forzó a introducir cuestiones enteramente
nuevas, por ejemplo, a entrar en la investigación sobre los modos de la re-
presentación».
48. Wahrheit und Evidenz, p. 81, cfr. asimismo las p. 100 y 101.
49. «Todo aquello que es, es algo real, o —lo que es lo mismo— una esencia,
una sustancia. Es éste el concepto más general; pero a él sólo correspon-
den esencias particulares», Wahrheit und Evidenz, p. 82.
50. Wahrheit und Evidenz, p. 92.
51. Wahrheit und Evidenz, p. 122. Es muy clara la siguiente afirmación, a un
tiempo lógica y ontológica: «Si preguntamos "¿qué existe entonces en el
sentido estricto de la palabra?", la respuesta debe ser: "Aquello que debe
ser afirmado correctamente en el modo presente". O más exactamente:
"cosas que han de ser afirmadas correctamente en el modo presente".
Nada otro sino una cosa puede ser aceptada o afirmada correctamente de
esta manera», Kategorienlehre, p. 18.
53. Cfr. Psychologie vom empirischen Standpunkt, t. II, p. 134 y t. III, p. 74.
«El sujeto que juzga no está con su objeto en una relación de mera causa-
lidad, sino en relación de real identidad», Die Lehre vom richtigen Urteil,
p. 155.
57. En Wahrheit und Evidenz (p. 162 y 163), Brentano nos ofrece un largo
elenco de objetos ficticios, no representables propiamente; entre ellos no
sólo se incluye la verdad y la falsedad, la bondad y la maldad, sino tam-
bién los objetos en cuanto objetos, reconocidos o negados, amados u
odiados. Cfr. también Die Lehre vom richtigen Urteil, p. 40 y 56 a 62.
58. Die Abkehr vom Nichtrealen, p. 342. El objeto real en que se apoyan, a
última hora, los juicios verdaderos sobre presuntas irrealidades es, lógica-
mente, un objeto percibido con evidencia, en la experiencia interna, a sa-
ber, un sujeto que juzga apodícticamente. «Cuando juzgo correctamente
que una cosa es imposible, la cosa no puede ser. Mi juicio tampoco habla
absolutamente de ella, sino que sólo contiene la negación apodíctica de
una cosa. Y cuando digo que una cosa es posible, tampoco conozco la
cosa correspondiente, sino solamente niego que uno que rechace apodícti-
camente la cosa juzgue correctamente», Wahrheit und Evidenz, p. 138.
406 SERGIO SÁNCHEZ-MIGALLÓN GRANADOS
59. Cfr. Die Abkehr vom Nichtrealen, p. 191, y en la p. 377 dice: «Ningún
verdadero nombre expresa un o]n wj» ajlhqev»». A este respecto es inte-
resante la lectura de la comunicación de María Pía Chirinos, El ser verita-
tivo en la filosofía de Franz Brentano, en El hombre: inmanencia y tras-
cendencia. Actas de las XXV Reuniones filosóficas de la Universidad de
Navarra, Pamplona 1991, vol. I, p. 195 a 212.
60. Carta de Marty a Brentano, en Die Abkehr vom Nichtrealen, p. 116 y 117.
63. Cfr. Psychologie vom empirischen Standpunkt, t. II, p. 159, y Die Lehre
vom richtigen Urteil, 40 y 77.
64. Cfr. Mayer-Hillebrand, Franz Brentanos Einfluß auf die Philosophie sei-
ner Zeit und der Gegenwart, p. 376 y 377. Para una visión más general
del papel de Brentano en el nacimiento de la filosofía analítica, puede
verse el libro de Michael Dummett, Ursprünge der analytischen Philo-
sophie, Frankfurt a. M. 1988, trad. de J. Schulte (Origins of analytical
philosophy, Cambridge 1994), particularmente las páginas 39 a 44.
67. «El criterio nunca puede ser encontrado en una adxquatio rei et intellec-
tus vel amoris, sino sólo en una referencia psíquica reconocida como co-
rrecta con evidencia inmediata», Die Abkehr vom Nichtrealen, p. 294, cfr.
también las p. 184 y 185 de la misma obra. En este sentido, Kraus define
la Etica como «ortónoma», en oposición a la heterónoma platónica y a la
NOTAS 407
71. De hecho, Max Scheler y Nicolai Hartmann son tenidos por Kraus como
auténticos neoplatónicos, cfr. Die Werttheorien, p. 387 a 402.
73. Cfr. Wahrheit und Evidenz, p. 77, 121 y 162, y Die Lehre vom richtigen
Urteil, p. 36 y 55. Puede verse también, Chisholm, Brentano and intrinsic
valué, p. 51 y 52. Esto lleva a Kubat a decir que en el último Brentano los
valores son creados por el sujeto, precisamente por ser «sinsemánticos»
(cfr. Franz Brentano's Axiology: A Revised Conception, p. 139 a 141).
Terrel, sin embargo, se opone a esta interpretación y apoya el pretendido
objetivismo de Brentano (cfr. Franz Brentano 's Axiology: Some Correc-
tions to Mr. Kubat's Paper, «The Review of Metaphysics» 1958-1959, ñ.
408 SERGIO SÁNCHEZ-MIGALLÓN GRANADOS
81. Der Formalismus in der Ethik und die materiale Wertethik. Neuer Ver-
such der Grundlegung eines ethischen Personalismus, p. 189 y 190 (trad.
de H. Rodríguez Sanz). Recuérdese que Brentano mismo se siente cerca-
no al pensamiento de Herbart, cfr. El origen del conocimiento moral, p.
12 (p. 4).
82. Que esta exclusividad sea o no una nota intrínsecamente exigida por el
método fenomenológico mismo, como es opinión de algunos, es algo que
aún no tenemos nosotros decidido. Pensamos que, por lo que respecta a la
moral, uno de los lugares que puede iluminar el problema es la discusión
de Reiner: Etica tomista y Etica fenomenológica, en Vieja y nueva Etica,
particularmente las p. 140 y 141, y 161 a 168.
88. Para hacernos cargo de este hecho nos ha sido de gran utilidad la lectura
del artículo de Roman Ingarden, Lo que no sabemos sobre los valores,
«Revista de Filosofía», Universidad Complutense, 3. época, vol. III
a
94. Mentamos aquí las doctrinas de Jeremy Bentham, John Stuart Mili y
Henry Sidgwick.
96. Tiene en mente aquí Moore las situaciones en que supuestamente nos ha-
llamos ante varias acciones ninguna de las cuales aventaja a las otras en
su producción de bien.
99. El origen del conocimiento moral, nota 46, p. 92 y 93 (nota 45, p. 97).
101. Recuérdese la última frase del anterior texto de Brentano citado: «Pero,
por otra parte, no debe olvidarse que hay en esto límites...».
102. Se refiere a los juicios axiológicos o, con sus palabras, de valor intrínseco.
107. Moore, Principia Ethica, § 91, p. 142. Adviértase bien que Moore no nie-
ga que tengamos realmente deberes (no hay más que ojear los capítulos
III y IV de su Etica para darse cuenta de la decisión con que defiende la
objetividad de los juicios morales), sino tan sólo que sepamos cuáles son
nuestros deberes reales.
108. Cfr. Moore, Principia Ethica, § 91 a 94, p. 142 a 148. Cfr. también, Etica,
p. 93.
Hemos de decir que en relación con este y otros aspectos del Utilitarismo
y su crítica nos ha iluminado mucho la lectura del capítulo V del librito de
Robert Spaemann, Etica: cuestiones fundamentales, Pamplona 1993, p.
71 a 83 (Moralische Grundbegriffe, München 1982), y la del trabajo de
Leonardo Rodríguez Dupla, El deber y el valor a la luz del intuicionismo
ético, Tesis doctoral, Universidad Complutense, Madrid 1990.
110. El origen del conocimiento moral, nota 44, p. 88 (nota 43, p. 92 y 93), y
también Vom Ursprung sittlicher Erkenntnis, p. 129.
112. El origen del conocimiento moral, § 41, p. 45 y 46 (p. 34), y también cfr.
§ 44, p. 48 a 50 (p. 36 a 39). y Grundlegung und Aufbau der Ethik, p. 159
y 160.
113. Piénsese en los múltiples intentos de sanción moral que Brentano ha re-
chazado por este motivo (nuestro capítulo 1).
114. «Al considerar como deberes el amor al prójimo y el sacrificio por la pa-
tria y la humanidad, no hemos hecho sino repetir lo que por doquiera se
declara», El origen del conocimiento moral, § 41, p. 46 (p. 34).
116. ídem.
118. Cfr. El origen del conocimiento moral, § 42, p. 46 (p. 34). Recuérdese el
recientemente citado § 44 del mismo opúsculo, y aquellas palabras, tam-
bién ya referidas, de su Prólogo: «Para mí sería muy grato —es más,
constituiría la coronación y recompensa de mi esfuerzo— que el lector
lego hallara tan evidente todo cuanto digo que ni siquiera se creyese obli-
gado a agradecérmelo» (p. 12 [p. 4]).
119. El mismo Ross dice al inicio mismo de sus Fundamentos de Etica (p. 1):
«Tengo la intención de tomar como punto de partida la existencia de lo
que comúnmente se denomina la conciencia moral. Entiendo por ésta la
existencia de un gran conjunto de creencias y convicciones a partir de las
cuales ciertas clases de actos deben ser realizados y ciertas clases de co-
sas deben ser instauradas, en la medida en que podamos instaurarlas. Se-
ría erróneo suponer que todas esas convicciones son verdaderas o incluso
que todas ellas son coherentes y, más aún, claras. Nuestro objetivo debe
412 SERGIO SÁNCHEZ-MIGALLÓN GRANADOS
120. El origen del conocimiento moral, § 43, p. 47 (p. 35), véase todo el pará-
grafo.
129. Se ve, entonces, y aun más claramente lo mostrará Ross, que no es exclu-
sivo del Utilitarismo apelar a las consecuencias de una acción, sino el
apelar a todas sus consecuencias y el tener esa apelación por única para
decidir la corrección de un acto. No advertir claramente este hecho ha
provocado, como ha visto bien Spaemann, un planteamiento equivocado
NOTAS 413
131. Recuérdese que la disolución de los conflictos de deberes era uno de los
deslumbrantes logros de los que se jactaba el Utilitarismo.
134. En las páginas 90 a 92. Es de saber que en esta obra la doctrina de la dis-
tinción entre deber prima facie y deber real es la misma que la presentada
en Lo correcto y lo bueno.
139. «Estos no son en rigor deberes, sino cosas que tienden a ser nuestro de-
ber, o deberes prima facie». (Nota de Ross).
145. Cfr. Ross, Lo correcto y lo bueno, p. 38 y 39. Este autor propone (en las
páginas 36 y 37) una clasificación de los principios de deber o deberes
prima facie que aquí simplemente enunciamos: 1) deberes de fidelidad, 2)
deberes de reparación, 3) deberes de gratitud, 4) deberes de justicia, 5)
deberes de beneficencia, 6) deberes de propia perfección y 7) deberes de
no maleficencia.
146. A propósito de la intuición evidente de deberes, es corriente señalar, en su
contra, el hecho de la diversidad de opiniones acerca de lo debido. De una
parte, ofrecemos el siguiente texto de Ross para aclarar la naturaleza de
semejante evidencia: «Que un acto es correcto prima facie, qua cumple
una promesa, o qua efectúa una distribución justa del bien, o qua devuel-
ve los favores prestados, o qua fomenta la virtud o la perspicacia del
agente, es cosa de suyo evidente; no en el sentido de que es evidente des-
de el comienzo de nuestras vidas, o tan pronto como nos ocupamos de la
proposición por vez primera, sino en el sentido de que, cuando hemos al-
canzado suficiente madurez mental y hemos prestado suficiente atención
a la proposición, ésta es evidente sin necesidad de demostración ni de otra
prueba que de ella misma. Es evidente de suyo, exactamente como lo es
un axioma matemático o la validez de una forma de inferencia. (...) En
ambos casos nos las habernos con proposiciones que no pueden probarse,
pero que, con la misma seguridad, no necesitan de prueba», Lo correcto y
lo bueno, p. 44 y 45.
149. El origen del conocimiento moral, nota 35, p. 82 y 83 (nota 33, p. 82). La
referencia aristotélica es de Retórica II, 4.
150. Ross, Lo correcto y lo bueno, p. 57.
151. Ross, Lo correcto y lo bueno, p. 46. Cuestión distinta, advierte a conti-
nuación Ross (p. 47), pues se refiere de nuevo a la bondad moral del suje-
to, y no a la corrección de su acto, es la de la previsión según la cual pue-
de hacerse responsable a quien lleva a cabo una acción.
NOTAS 415
154. El origen del conocimiento moral, nota 46, p. 93 (nota 45, p. 97). El re-
curso de Brentano al mandato supremo divino parece ambiguo. Recorde-
mos que en la citada carta al periódico vienes se invoca para defender la
relatividad de toda otra ley; aquí, en el entendido de que obedecer a Dios
supone —como siempre ha pensado el Cristianismo— respetar absoluta-
mente ciertos límites o prohibiciones generales expresadas por el Decálo-
go mosaico.
155. Todo lo cual Hildebrand lo califica como «lo irreparable», cfr. Moralia,
p. 256 a 258.
157. A quien, por cierto, Hildebrand menciona, junto con Scheler, como uno
de los filósofos que han visto ampliamente la esencia del valor, cfr. Mo-
ralia, p. 48. En efecto, su doctrina sobre lo bueno (en Lo correcto y lo
bueno, p. 81 a 191, y en Fundamentos de Etica, p. 217 a 265) es de un
alto interés, y, como vimos, se halla en las cercanías de las tesis sosteni-
das por Brentano.
159. El origen del conocimiento moral, § 33, p. 41 (p. 29 y 30), cfr. también
Vom Ursprung sittlicher Erkenntnis, p. 165 a 167. A este propósito, la ti-
pología axiológica establecida por Brentano (véase nuestro capítulo 5)
muestra suficientemente que es injusto criticar a nuestro autor por soste-
ner una clasificación de bienes estrecha y meramente cuantitativa, cfr.
Scharwath, Tradition, Aufbau und Fortbildung der Tugendlehre Franz
Brentanos, p. 87.
161. No hará falta decir que los motivos buenos son aquellos conformados por
el amor a lo bueno y el odio a lo malo; lo que Brentano llamaba la noble
preferencia.
416 SERGIO SÁNCHEZ-MIGALLÓN G R A N A D O S
166. «Parece difícil negar que la emoción excitada por la rectitud, como tal,
tenga algún valor intrínseco, y aún más difícil es negar que su presencia
pueda elevar el valor de ciertos todos en que entra», Moore, Principia
Ethica, § 108, p. 169.
167. «Por lo que toca, pues, al valor intrínseco de la virtud, puede declararse
abiertamente que la mayoría de las disposiciones a que damos este nom-
bre y que realmente se apegan a la definición, en tanto que son disposi-
ciones generalmente valiosas como medios, en nuestra sociedad por lo
menos, no tienen ningún valor intrínseco», Moore, Principia Ethica, §
105, p. 164.
179. Es de advertir que a veces ese valor de la acción es llamado, sobre todo
por Mili, valor moral, pero sin dejar por ello de aludir a la relevancia
como correcto o incorrecto, como mero medio para el bien.
180. «Mientras seamos solamente miembros de una cadena causal que trae a la
existencia una situación objetiva (por ejemplo, cuando pisamos a una per-
sona porque otra nos ha empujado), no se produce una acción. Sólo pode-
mos hablar de una acción cuando la actividad que produce el cambio es
propuesto por nuestra voluntad. Por consiguiente, una acción contiene los
siguientes elementos: primero, un conocimiento de una situación objetiva
todavía no real y de su valor; segundo, un acto de querer motivado por el
valor de la situación; tercero, unas actividades de nuestro cuerpo ordena-
das por la voluntad, que inician una cadena causal más o menos compli-
cada que traerá a la existencia la situación objetiva en cuestión», Hilde-
brand, Etica, p. 338.
182. Cfr. Hildebrand, Etica, p. 94 y 95, 106 y 107. «El error fundamental de
toda forma de Utilitarismo, en el sentido más amplio de la palabra, con-
siste justamente en que se hace del valor moral un valor indirecto, y se
pone a un mismo nivel un medio apersonal con ese valor indirecto», Mo-
ralia, p. 32. Y de nuevo en otra importante obra de Hildebrand: Aquí nos
topamos con el error fundamental de todo Utilitarismo ético. Este pasa
por alto completamente el valor y disvalor moral, y ve todo comporta-
miento humano sólo como indirectamente valioso o disvalioso, esto es,
sólo el valor o disvalor que posee como medio para la realización de un
bien. El Utilitarismo reduce e iguala el valor moral de todo obrar humano
al valor indirecto que pueda poseer la conducta y el actuar humanos en la
medida en que es causa de realización de bienes extramorales», Das We-
sen der Liebe, Gesammelte Werke III, Regensburg 1971, p. 89.
418 SERGIO SÁNCHEZ-MIGALLÓN G R A N A D O S
188. Es esto algo que seguramente el lector había advertido hace largo tiempo,
mas no estábamos aún en condiciones de anticipar unos resultados que
sólo a la luz de posteriores elucidaciones son ya claros.
189. «Lo ideal sería amar todo según su verdadero valor», Grundlegung und
Aufbau der Ethik, p. 374. No por otra razón, según referíamos en el capí-
tulo 8, los actos de virtud sólo objetivamente morales son considerados
como falsos (cfr. op. cit., p. 312).
190. Desde luego es claro que, para Brentano, sólo es en verdad virtuoso quien
actúa, con expresión de Kant, no únicamente conforme al deber sino por
deber. Cfr. Religion und Philosophie, p. 97.
191. Puede ser oportuno recordar que, en un trabajo como éste, nos parece del
todo importante entablar un diálogo en el seno de una misma tradición,
no porque se excluyan otras, sino para facilitar la inteligencia de lo discu-
tido y exprimir las posibilidades explicativas de un camino de pensamien-
to, a la vez que se dejen ver así sus límites.
197. Adviértase que únicamente una doctrina semejante es apta para concebir
la obligación que el sujeto tiene de actuar con conciencia invenciblemen-
te errónea. Además, es patente que sólo cumple realmente el deber quien
es consciente de cumplirlo (cfr. Ross, Fundamentos de Etica, p. 141).
198. Cfr. Ross, Fundamentos de Etica, p. 137 y 138, donde añade a continua-
ción: «Hay cierto peligro en poner énfasis en la intención, dado que las
intenciones pueden ser vanas. Lo cierto es que debería decirse que la na-
turaleza de lo que se intenta en un acto es lo que determina que el acto sea
correcto o incorrecto».
203. Ross, loe. cit. Más adelante (en la p. 273) saca a la luz otra interesante co-
nexión de lo bueno y lo correcto basada en aquel deber de mejorar el pro-
pio carácter.
204. Cfr. Ross, Fundamentos de Etica, p. 279 y 280. Urbano Ferrer, en su tra-
bajo Desarrollos de Etica fenomenológica, Murcia 1992, p. 155 y 156, si-
gue también el pensamiento de Ross, escuetamente, hasta esta conclu-
sión.
420 SERGIO SÁNCHEZ-MIGALLÓN G R A N A D O S
205. Cfr. Reiner, Bueno y malo, p. 35 a 53. No sin razón el profesor Frankena
ha señalado, como anota Palacios en su Introducción al opúsculo de Rei-
ner (p. 7), el parentesco de las obras del alemán con las del deontologis-
mo británico.
206. A este respecto nos parece muy digna de ser referida la conferencia del
profesor G. Polmer, Sobre el principio de la acción, en las XXXI Reunio-
nes filosóficas de la Universidad de Navarra, 1995 (Actas en prensa).
207. Que no es otro que el de San Agustín («Por eso me parece que una defini-
ción breve y verdadera de la virtud es ésta: la virtud es el orden del
amor», De Civitate Dei, XV, 22) y el de Max Scheler (Ordo amoris, en
Muerte y supervivencia. Ordo amoris, Madrid 1934, p. 107 a 174). En
Hildebrand véase el capítulo XIV de Das Wesen der Liebe, p. 457 a 485.
210. Se trata de la octava, en las p. 165 a 170 de dicha obra. Cfr. también la ya
citada p. 200. También Reiner, véase Bueno y malo, p. 25.
211. Así, introduce como fuentes de moralidad, además de la mencionada oc-
tava fuente, la respuesta a un bien objetivo para uno mismo a diferencia
de para otro, semejantemente a la intuición de Ross, (tercera y cuarta), la
obediencia como respuesta no primariamente a un valor sino a una autori-
dad (quinta), la autoobligación por promesas (sexta, donde también tiene
presente a Ross, cfr. p. 151 de Moralia), la esfera del derecho (séptima), o
la motivación (novena). También sirve aquí de ayuda la distinción que
Hildebrand hace entre lo que llama obligación formal y material, cfr. Mo-
ralia, p. 413 a 419, 441 y 442.
INTRODUCCIÓN 331
II. V A L O R A C I Ó N Y PERSPECTIVAS D E L A E T I C A P R Á C T I C A D E B R E N -
TANO 367
II. 1. La doctrina deontológica de Brentano 368
a) Sus fundamentos utilitaristas 368
b) Crítica del Utilitarismo y posición de Brentano 375
11.2. La esfera de lo moralmente bueno 385
11.3. La relación entre lo correcto y lo moralmente bueno 390
CONCLUSIONES 396
NOTAS 401