4 Articulo Del Credo

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4° articulo padeció bajo el poder Poncio Pilato fue crucificado muerto y sepultado

La palabra padeció expresa toda la pena Jesús sufrió en su pasión.

Jesús quiso morir en la cruz para pagar por todos los pecados de la humanidad y
demostrarnos su infinito amor.

Era necesario que Jesús se hiciera hombre para que padeciera, muera y que fuese Dios, para
para que su sacrificio fuese de valor infinito.

“Padeció bajo el poder de Poncio Pilato”: Por medio de la Ley, Jesús se somete en todo, hasta
en lo más pequeño. De hecho, es el único que puede cumplir hasta en la mínima
prescripción: “¿Quién de ustedes probará que tengo pecado?” (Jn 8,46). Le da
cumplimiento:“No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas, sino a dar
cumplimiento.” (Mt 5,17); y perfecciona la Ley: “Han oído que se dijo a los antepasados… pero
yo les digo.” (Mt 5,33). Jesús le da la interpretación definitiva, por medio de su autoridad
divina. De hecho, la gente quedaba sorprendida, porque “enseñaba como quien tiene
autoridad y no como los escribas.” (Mt 7,28-29).

Jesús era todo un escándalo para los escribas y fariseos… porque venía a perdonar a los
pecadores, y esto reflejaba lo que Dios hacía con ellos, con el pueblo de Israel. Pero no
examinaban en sí mismos, sino que señalaban al prójimo, y creían saberlo todo: “Si ustedes
fueran ciegos no tendrían pecado, pero como dicen ‘Vemos’, su pecado permanece.” (Jn 9,41).
No podían comprender que una persona perdonara los pecados y, por tanto, pensaban que se
hacía pasar por Dios. Su ignorancia y el endurecimiento de sí mismos, los llevaron a decir que
Jesús blasfemaba, y por tanto pidieron a Poncio Pilato su muerte.

“fue crucificado, muerto…”: quienes condenaron a Jesús fueron los judíos, pero no fueron
responsables colectivamente… sino que fue “la ignorancia” (Hch 3,17) por parte del pueblo de
Jerusalén y de los jefes la que llevó a Jesús a ser juzgado por las autoridades. Sin embargo,
somos nosotros que, por nuestros pecados, crucificamos al Señor. Cometemos un crimen aún
mayor, ya que nosotros decimos conocerlo, e incluso así lo despreciamos, al seguir renegando
de El con nuestras acciones. Al respecto, San Pablo dice: “De haberlo conocido ellos no habrían
crucificado jamás al Señor de la Gloria” (1 Co 2,8); y San Francisco: “Los demonios no son los
que le han crucificado, eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía,
deleitándote en los vicios y en los pecados.”.

Es verdad que la muerte de Jesús es un designio de Dios, pero no por esto, los ejecutores son
pasivos, como simples instrumentos de Sus propósitos. Para Dios, los momentos de los
tiempos están presentes en su actualidad, por tanto, la respuesta de cada hombre es libre a su
gracia. Sin embargo, Dios permite que por su ignorancia y ceguera, se cumplan sus designios…
Jesús cuando lo iban a buscar para ser juzgado dice: “El pondría inmediatamente más de doce
legiones de ángeles. Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las escrituras?” (Mt 26,53-54).
Jesús es la ofrenda al Padre: “Hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su
obra.” (Jn 4,34). Es el Cordero de Dios, como símbolo de la redención de Israel cuando
celebró la primera Pascua. Pero esta ofrenda es libre, Jesús lo hace con total libertad:“Nadie
me quita la vida. Yo la doy voluntariamente.” (Lc 22,19). Y nos une al Sacrificio con la
Institución de la Eucaristía, cuando nos pide:“Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). Nos une
también al pedirnos que carguemos con nuestras cruces; al respecto, Santa Rosa de Lima
dice: “Fuera de la cruz no hay otra escala por donde subir al cielo.”; y María es la que más
íntimamente está unida al misterio de su sufrimiento redentor. Ella es quien más Lo conoce, y
a quien la profetisa Ana le anunció: “A ti misma una espada te atravesará el corazón” (Lc 2,15).

“y sepultado”: Jesús no solo murió por nuestros pecados, sino que gustó la muerte… conoció
el estado de muerte, es decir, la separación entre el alma y el cuerpo. Dios no impidió su
muerte, según la naturaleza humana, pero unió su alma y su cuerpo con la Resurrección, para
que sea Él mismo en persona el punto de encuentro entre la muerte y la vida. Aunque estas
dos partes (cuerpo y alma) existieron desde un principio en la persona del Verbo, con la
muerte fueron separados uno del otro; sin embargo, permanecieron cada cual en la misma
persona del Verbo.
La Resurrección al tercer día es una prueba de incorruptibilidad de su cuerpo, ya que se
suponía que al cuarto día se daba la corrupción.
Con el Bautismo nosotros bajamos al sepulcro, muriendo al pecado. Como dice San Pablo: “Por
el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la
gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.” (Rm 6,4).

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