Pedro Ovalles

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UNIVERSIDAD DOMINICANA O&M

ASIGNATURA:
FONÉTICA Y FONOLOGÍA

TEMA:
PEDRO OVALLES

PRESENTADO POR:

YANELY SANTAN ESPINAL, 18-MPDN-5-027

PRESENTADO A:

FERMINA ANTONIA PUELLO

SANTIAGO, REP. DOM.


24 DE ABRIL DE 2020
Pedro Ovalles

Moca, provincia Espaillat, República Dominicana, 1957. Tiene una Maestría en


Gestión y Administración de Centros Educativos y un Postgrado en esa misma
especialidad, ambas por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra de
Santiago de los Caballeros de la República Dominicana (PUCMM). Además posee
una Licenciatura en Educación, Mención Letras, por la Universidad Federico
Henríquez y Carvajal (UFHEC), Recinto de Moca, de la cual fue Decano de la
Facultad de Letras. Profesor de Lengua y Literatura en varias universidades de su
país.

Textos poéticos suyos aparecen en varias antologías: Antologías de poetas mocanos;


Antología del Ateneo Insular; Juego de imágenes: la nueva poesía dominicana;
Voces del Valle, entre otras más. Ha merecido Premios y Menciones de Honor en
varios concursos literarios nacionales y regionales. Ha publicado nueve (9)
poemarios y un libro de ensayos: Retoños de sueños (1987); Dulce suicidio (1991);
Siempre tú (1995); Pasión de mar (2001); Arquitectura de silencios (2002); El color
del silencio (2004); Danza del aire (2006); Danza del suicida (2008); El color de la
soledad (2009), que es su más reciente creación poética. Lenguaje, Utopía y
Creación (2009) es su primer libro de reflexión editado por la Secretaría de Estado
de Cultura.

El Ayuntamiento de Moca en diciembre del 2003 lo reconoció como Hijo


Distinguido de tal ciudad. El Distrito Municipal de Monte de la Jagua, Moca,
también le entregó en agosto del 2007 un Reconocimiento. La Academia
Dominicana de la Lengua Española, Correspondiente de la de España, le confirió en
marzo del 2005 un Diploma de Reconocimiento "en atención a sus méritos
literarios; su aporte creativo a favor del desarrollo intelectual y estético y su
contribución al progreso educativo y cultural de la comunidad". El Taller Literario
Virgilio Díaz Grullón del Centro Regional de Santiago de los Caballeros (CURSA)
de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, le concedió en junio del 2005 un
Reconocimiento como Joven Intelectual del año.
Director del Liceo Nocturno del Distrito Municipal de su comunidad de origen y
Subdirector del Colegio Porfirio Morales de Moca. Miembro fundador del Taller
Literario Octavio Guzmán Carretero de Moca. Director en la actualidad del Taller
Literario Triple Llama de Moca.

En Pedro Ovalles la poesía se transfigura en experiencia sensorial, que bordea los


límites de las visiones. Su verbo se alimenta del asombro del mundo. En el universo
poético que inventa hay más días que noches, más luz que sombra, donde la nada
persigue su ser, como un túnel de color. En este nuevo poemario, Ovalles sigue su
línea estética que lo caracteriza, esa que se apoya en afirmaciones de lo visible,
percepciones sensoriales y definiciones de lo que pasa y fluye: nunca lo estático,
sino siempre lo moviente. Su tono conversacional, dialoga y monologa con la
naturaleza viva y el viento, los ríos y el mar. En su obra poética, la naturaleza real
sirve de mímesis y el tiempo de protagonista del poema y de la vida. De ahí que, su
poesía se inscribe en la tradición metafísica, donde lo viviente se vuelve memoria de
las cosas, y el vacío, morada de la eternidad. Con sus imágenes líricas puebla el
mundo de parábolas simbólicas y crónicas instantáneas del devenir. En síntesis, su
estrategia de escritura oscila entre un yo, que busca su “otra voz”, y un nosotros, que
disipa los límites de lo sensible.

Ovalles tiene más de 35 años ejerciendo el magisterio. Es co-fundador del Liceo


Nocturno de su comunidad de origen y fundador del Vespertino de la misma
comunidad. El Ayuntamiento de Moca en diciembre del 2003 lo reconoció como
Hijo Distinguido de tal ciudad. El Distrito Municipal de Monte de la Jagua, Moca,
también le entregó en agosto del 2007 un Reconocimiento. La Academia
Dominicana de la Lengua Española, Correspondiente de la de España, le confirió en
marzo del 2005 un Diploma de Reconocimiento “en atención a sus méritos
literarios; su aporte creativo a favor del desarrollo intelectual y estético y su
contribución al progreso educativo y cultural de la comunidad”. El Taller Literario
Virgilio Díaz Grullón del Centro Regional de Santiago de los Caballeros (CURSA)
de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, le concedió en junio del 2005 un
Reconocimiento como Joven Intelectual del año. Ya está jubilado de la educación
pública. Actualmente es director del Colegio Porfirio Morales de Moca.
Miembro fundador del Taller Literario Octavio Guzmán Carretero de Moca y actual
Director del Taller Literario Triple Llama de la misma ciudad.

Fue en marzo de 1979 cuando realmente un grupo de jóvenes literatos mocanos


decidió verdaderamente honrar el nombre de Octavio Guzmán Carretero, fundando
y organizando un Taller de Literatura denominándolo con el nombre del autor de
Solazo.

Quien concitó a esos jóvenes fue el destacado crítico literario Bruno Rosario
Candelier. A él le cabe la gloria, y el hecho de haberlo mantenido activo hasta
nuestros días. Los jóvenes fundadores del Taller Literario Octavio Guzmán
Carretero fueron Carlos Pérez, autor de varios poemarios, siendo el más
representativo Relámpagos de silencios (2001), además es autor de la mejor
antología de los poemas y prosa de Octavio Guzmán Carretero con estudios de
señeras figuras de las letras dominicanas, y junto a Eugenio Camacho es uno de los
promotores culturales más ilustres que tenemos en Moca; siguen Juana Elodia
Peralta, Juan Pablo Acosta, Pedro Ovalles y Aquiles Almonte (este último está
escribiendo actualmente novedosos poemas de aliento religioso–cristiano). 

La primera reunión que se llevó a cabo para la formación del mencionado Taller se
hizo en el desaparecido restauran El Tauro, propiedad de Marino Reynoso,
localizado frente al Palacio de Justicia de Moca. Actualmente funciona en ese
mismo lugar, o en una parte de ese terreno, un “pica pollo” llamado Pollo Licey. En
el mencionado restauran se realizaron sólo dos o tres reuniones, luego se cambió el
lugar de los encuentros. Se efectuaron reuniones en el Colegio Porfirio Morales, en
el Don Bosco, en el de Virginia, en la Logia Perseverancia, entre otros lugares más.

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A medida que el Taller iba realizando actividades, llegaban nuevos integrantes.


Otros prominentes miembros fueron –o los son–: Artagnan Pérez Méndez, Persio
Pérez, autor del poemario Alas de tiempo (1989);  Milcíades Frías Jiménez, autor
del doble poemario Niña de cristal y Golpes de paz (2001); Sally Rodríguez, Iky
Tejada, Custodia Reyes Santiago, Ana Arias, Eugenio Camacho (uno de los jóvenes
narradores más prometedor de las últimas promociones literarias del país, autor de
Melodías del cuerpo presente: novedosos cuentos), Arismendy Reyes, Benito
Castillo, Fari Rosario, entre otros más.

En la actualidad hay nuevos integrantes, con talento y sentida sensibilidad para el


cultivo de las letras, que comienzan a dar los primeros pasos en ese difícil pero
fascinante camino de la creación literaria. Algunos y algunas parece que han
abandonado el quehacer literario, aunque otros y otras siguen alentando su vocación
en y por las letras.

El Taller ha sido incorporado al Ateneo Insular, movimiento literario que fundara y


dirige actualmente el ilustre mocano y hombre de letras Bruno Rosario Candelier.
Hoy en día juega un papel importante en las diferentes actividades que programa y
luego realiza el Ateneo Insular. La Estética que ha proclamado como línea de
creación es el Interiorismo, dimensionando la Metafísica, la Mística y el Mito en la
literatura.
Quiere decir: el nombre y la poesía de Guzmán Carretero, desde el 1975 cuando el
entonces Ateneo de Moca reeditara a Solazo con estudios preliminares de
destacados escritores, como de la talla de Marcio Veloz Maggiolo, Aída Cartagena
Portalatín y Héctor Incháustegui Cabral, ha reencendido la chispa de las inquietudes
literarias en Moca.

En la actual generación de poetas mocanos, hay un joven, que aunque actualmente


no vive en la provincia Espaillat, sino en Santo Domingo, donde ejerce el magisterio
universitario, trabajador incansable y eficiente en la Secretaría de Estado de Cultura,
que tan dignamente dirige el compueblano y excelente prosista José Rafael
Lantigua; es uno de los que más promete en el área de las letras dominicanas: ese
joven es Basilio Belliard (Moca–1966), descendiente de la egregia educadora
Aurora Tavárez Belliard.

Fue miembro del Taller en los años que cursaba estudios secundarios. Y desde esos
años de principios de la década del 90, comenzó a vislumbrarse en él a una futura
gloria de la Literatura Nacional. Poeta y ensayista, autor de los textos Diario del
autófago (Poesía–1997); Vuelos de la memoria (reunión de todos o parte de sus
escritos –poemas y ensayos– (1999); Sueño escrito (Premio Anual de poesía Salomé
Ureña de Henríquez, 2002), La espiral sonora (Antología del poema en prosa en
Santo Domingo 1900–2000, editada en el 2003), entre otros más.

La poesía de Belliard es de honda meditación, de una plasticidad reflexiva


proveniente de una concepción nueva del poema, sumamente novedosa. Quizás esos
libros de poemas de Belliard, entre dos o tres más, son los más importantes en
poesía publicados en las últimas décadas en nuestro país.
El lenguaje poético de Belliard se torna una arquitectura fluvial, paradójica,
demencial. Su lectura supone la destrucción de su unidad soterrada y la reescritura
del mismo en cada lectura, en cada sujeto y en cada época.

Algunos de sus poemas son:

POEMAS DE EL COLOR DEL SILENCIO

Es extraño, pero cierto: todas las cosas se agolpan en mí cuando llueve. Todas entran
por mis ojos. Luego se hunden en el mar. Sólo los ojos no naufragan juntos con
todas las cosas. Aun después de la lluvia, interminablemente sigo hundiéndome,
cayendo hasta el fondo, hasta reunirme con el Todo. Y como mis ojos nunca se
ahogan, pues sigo viéndome allá dentro del enigma: conversando con las arenas,
dándole palmada al agua, escarbando los días. Y ahí, en ese mi reino insólito: soy yo
mismo, el dueño absoluto del universo, el que nombra todas las cosas; las reúne, las
coloca todas una por una en su justo lugar: unas en algunos recodos secretos de mi
alma, otras en el pórtico solícito de mis pensamientos, para que otra vez las nombre
con palabras de ningún idioma conocido.

Una palabra basta para decirlo todo: vacío. Y, después, el espacio sin nadie, el lloro
inoíble del silencio. Cuando estamos mudos, cerramos el único círculo que nos
pertenece; no nos queda más alternativa que dejarnos reducir a aire, y de tanto
envolvernos en nosotros mismos, somos noche: el reiterado vacío y su silencio
terrible.
Buscamos un no sé qué cuando algo nos falta en medio del polvo. Se ahonda la
huella, y tras ella otra finge ser nosotros. Regresamos, entonces, sin nada y sin nadie
que testifique el vacío.

Dentro de sí cada quien está, va penetrando lo imposible, buscando una puerta en las
sombras, un túnel que lo conduzca a sí mismo. Caminamos, y al hacerlo, nos
fugamos de sí. La tierra se va deslizando como niño dócil. Vamos penetrando lo
denso, lo que siempre nos aguarda. Pero, ¿llegaremos? Sin nadie, aun sin nosotros
mismos, rotos, caminamos otra vez reuniéndonos en el polvo. Y a pesar de la agonía
de la luz, pretendemos ser, y al hacerlo, nos deshacemos en agua que nos hipnotiza
nuestra alma, que nos humedece los ojos. Pero a pesar de lo desfalleciente, de lo
grávido del aliento, podemos reconstruirnos y alcanzar lo posible. Sin llegar al mar,
ya sentimos el sol sobre su azul. No podemos negar que a veces sentimos que se nos
muere la esperanza. Y, sin embargo, somos: ¡retoños alegres!

La mirada oye el color que la embriaga y ve la voz que la llama. Instante en el cual
la eternidad del ser es suavidad de maíz tierno. Ella busca la profunda convergencia
entre lo efímero y lo perpetuo, y en ese tiempo de humo invisible, teje su forma del
hilo que surge al deformarse su nada. Y en esa transfiguración del vacío en harina
impalpable, otra mirada retoña, y oye la música que se filtra por el reverso del aire,
para tocar el recién surgido relámpago de lo presentido. La mirada huye de sí misma
hacia otra mirada, y en esa veleidad enverdecida, pues se retuerce en algún recodo
de trigo; y ya, entonces, no es imagen huidiza de la certidumbre, sino tortura del
sueño de la luz que se embriaga a sí misma.

Mirando detenidamente el polvo, palpándolo quedamente con los trémulos dedos: es


un espejo que esconde su dorso y su dura certidumbre. El polvo tiene ojos. Nos mira
como un hermano gemelo. Su mirada es un triste cielo que se derrite en agua
hirviendo. Mirada que oye. Voz que mira. Cuando el hueco de nuestras manos se
llena de polvo: somos la sucia imagen tras un espejo; somos una callada lágrima
transfigurándose sobre hielo. ¿Quién no ha oído la voz del polvo mascullando
mugrientas palabras de un seco idioma primigenio, su timbre apagado, sus tonos
mortales? Cuando nos llega su voz de niebla eterna, buscamos en nosotros mismos
las calles y los puertos que hemos recorrido, las piedras con las cuales hemos
tropezado. El polvo tiene el alma de nosotros, los mismos gustos, las mismas
costumbres, los mismos gestos, va donde vamos, aunque no muere cuando nos
morimos. He ahí cuando plenamente se inicia su más terca eternidad. Nunca se
reduce a sí mismo porque es totalidad no reprimida, convergencia de desiertos: oh
llorosa silueta de la sed.

En la ciudad que cada quien va construyendo desde antes de nacer, hay callejuelas
que siempre seguirán siendo desconocidas, luces apagadas y fantasmas acosando el
alba. Cada quien vive en un nicho de cristal. Y aun ahí hay recodos de sombras que
nunca nadie accederá: testarudas portezuelas que nunca se abrirán, porque son la
noche cerrada a sí misma. A pesar de ello, seguiremos forzando las cerraduras,
explorando los resquicios de la madera, y los hierros oxidados, y los túneles, y los
soñados caminos: ineludibles islas que asfixian y dan vida a la vez. En esos predios
que cada quien está, desde antes de ver la luz, pues va edificando una muralla donde
resguarda para siempre el “otro” que verdaderamente es.

No lo sabes, pero te lleva la corriente. Finges reposo, pero vas dando brincos entre
los vértigos del río. No dices nada, pero tu lenguaje es el rápido beso de las piedras.
¿Qué arcano eres desde que te fuiste para quedarte toda entera? Vertiginosa va el
agua por tus ojos, arrastrando el sudor del tiempo que esconde las esmeraldas de tu
soledad. Tu mirada moja de sorpresa al que sueña. Además, eres lluvia perpetua que
cae de un cielo que ni tú ni yo conocemos. Eres como la imagen detrás de un antiguo
espejo: inasible como la luz. Sin que lo sepa la tierra, eres tierra desde antes que el
polvo existiera. Eres el antes y el después: la perfecta unidad del principio y el final.
Quien te ignore ha tirado sus sentidos al abismo que lo aniquila: en el fondo de lo
insulso se pudren sus ojos; su tacto es la agónica piedra de un viejo convento; su
gusto, el osario milenario de los egipcios; los oídos, el silencio pálido de una iglesia
sin feligreses. Tú estás más allá de ese silencio y de todo lo que existe, porque eres
sustancia de la propia existencia del Todo.
Tú crees que te escapas. Crees que tú eres tú. Y no es así. En ti hay mundos. Hay
territorios que no conoces. Frente al gran espejo insensible estás. Lamentablemente,
pero cierto, allá, muy lejos, en tus ojos: ¿quién eres? Tu respuesta es la espuma que
no puedes asir, la marea que te aturde y a la vez te hace volver a sí. No hay
escapatoria. Ancha es la puerta por la cual llegaste, pero muy estrecha por la cual
tienes que huir. No interrogues la negra palidez de la tierra, no intentes extraerle luz
a la distancia que te espera; tú crees que te escapas, y no es así. Siempre las aguas
regresan a su antiguo cauce. La roca será roca aun después del gran silencio.
Opinion personal

Pedro Ovalles.: Manuel del Cabral es cibaeño de pura cepa y su más celebrado
poemario se editó por primera vez en 1940, y nació a principios del siglo XX
(1907), es lógico entender que ya para la segunda década del siglo antes
mencionado, el poeta en cuestión ya tenía uso de razón y podía percibir, aún con
reflejos infantiles, todo el suscitar histórico, social y político de nuestra patria, y más
específicamente de la Región del Cibao.

Tiene una idiosincrasia que se ha ido formando no tan sólo por el natural aislamiento
y sentimiento patriótico de sus formas paisanas  (talantes hoy en día que se han ido
desvaneciendo producto de la constante enajenación a que ha sido objeto toda la
nación dominicana), sino, además, por ser una de las regiones más fértiles en el
surgimiento de modos de vida netamente vernáculos, a pesar, se reitera, de algunos
condicionantes de evidente penetración foránea que han reformado sensiblemente
las formas de pensar y de actuar de todos los cibaeños.

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