Pedro Ovalles
Pedro Ovalles
Pedro Ovalles
ASIGNATURA:
FONÉTICA Y FONOLOGÍA
TEMA:
PEDRO OVALLES
PRESENTADO POR:
PRESENTADO A:
Quien concitó a esos jóvenes fue el destacado crítico literario Bruno Rosario
Candelier. A él le cabe la gloria, y el hecho de haberlo mantenido activo hasta
nuestros días. Los jóvenes fundadores del Taller Literario Octavio Guzmán
Carretero fueron Carlos Pérez, autor de varios poemarios, siendo el más
representativo Relámpagos de silencios (2001), además es autor de la mejor
antología de los poemas y prosa de Octavio Guzmán Carretero con estudios de
señeras figuras de las letras dominicanas, y junto a Eugenio Camacho es uno de los
promotores culturales más ilustres que tenemos en Moca; siguen Juana Elodia
Peralta, Juan Pablo Acosta, Pedro Ovalles y Aquiles Almonte (este último está
escribiendo actualmente novedosos poemas de aliento religioso–cristiano).
La primera reunión que se llevó a cabo para la formación del mencionado Taller se
hizo en el desaparecido restauran El Tauro, propiedad de Marino Reynoso,
localizado frente al Palacio de Justicia de Moca. Actualmente funciona en ese
mismo lugar, o en una parte de ese terreno, un “pica pollo” llamado Pollo Licey. En
el mencionado restauran se realizaron sólo dos o tres reuniones, luego se cambió el
lugar de los encuentros. Se efectuaron reuniones en el Colegio Porfirio Morales, en
el Don Bosco, en el de Virginia, en la Logia Perseverancia, entre otros lugares más.
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Fue miembro del Taller en los años que cursaba estudios secundarios. Y desde esos
años de principios de la década del 90, comenzó a vislumbrarse en él a una futura
gloria de la Literatura Nacional. Poeta y ensayista, autor de los textos Diario del
autófago (Poesía–1997); Vuelos de la memoria (reunión de todos o parte de sus
escritos –poemas y ensayos– (1999); Sueño escrito (Premio Anual de poesía Salomé
Ureña de Henríquez, 2002), La espiral sonora (Antología del poema en prosa en
Santo Domingo 1900–2000, editada en el 2003), entre otros más.
Es extraño, pero cierto: todas las cosas se agolpan en mí cuando llueve. Todas entran
por mis ojos. Luego se hunden en el mar. Sólo los ojos no naufragan juntos con
todas las cosas. Aun después de la lluvia, interminablemente sigo hundiéndome,
cayendo hasta el fondo, hasta reunirme con el Todo. Y como mis ojos nunca se
ahogan, pues sigo viéndome allá dentro del enigma: conversando con las arenas,
dándole palmada al agua, escarbando los días. Y ahí, en ese mi reino insólito: soy yo
mismo, el dueño absoluto del universo, el que nombra todas las cosas; las reúne, las
coloca todas una por una en su justo lugar: unas en algunos recodos secretos de mi
alma, otras en el pórtico solícito de mis pensamientos, para que otra vez las nombre
con palabras de ningún idioma conocido.
Una palabra basta para decirlo todo: vacío. Y, después, el espacio sin nadie, el lloro
inoíble del silencio. Cuando estamos mudos, cerramos el único círculo que nos
pertenece; no nos queda más alternativa que dejarnos reducir a aire, y de tanto
envolvernos en nosotros mismos, somos noche: el reiterado vacío y su silencio
terrible.
Buscamos un no sé qué cuando algo nos falta en medio del polvo. Se ahonda la
huella, y tras ella otra finge ser nosotros. Regresamos, entonces, sin nada y sin nadie
que testifique el vacío.
Dentro de sí cada quien está, va penetrando lo imposible, buscando una puerta en las
sombras, un túnel que lo conduzca a sí mismo. Caminamos, y al hacerlo, nos
fugamos de sí. La tierra se va deslizando como niño dócil. Vamos penetrando lo
denso, lo que siempre nos aguarda. Pero, ¿llegaremos? Sin nadie, aun sin nosotros
mismos, rotos, caminamos otra vez reuniéndonos en el polvo. Y a pesar de la agonía
de la luz, pretendemos ser, y al hacerlo, nos deshacemos en agua que nos hipnotiza
nuestra alma, que nos humedece los ojos. Pero a pesar de lo desfalleciente, de lo
grávido del aliento, podemos reconstruirnos y alcanzar lo posible. Sin llegar al mar,
ya sentimos el sol sobre su azul. No podemos negar que a veces sentimos que se nos
muere la esperanza. Y, sin embargo, somos: ¡retoños alegres!
La mirada oye el color que la embriaga y ve la voz que la llama. Instante en el cual
la eternidad del ser es suavidad de maíz tierno. Ella busca la profunda convergencia
entre lo efímero y lo perpetuo, y en ese tiempo de humo invisible, teje su forma del
hilo que surge al deformarse su nada. Y en esa transfiguración del vacío en harina
impalpable, otra mirada retoña, y oye la música que se filtra por el reverso del aire,
para tocar el recién surgido relámpago de lo presentido. La mirada huye de sí misma
hacia otra mirada, y en esa veleidad enverdecida, pues se retuerce en algún recodo
de trigo; y ya, entonces, no es imagen huidiza de la certidumbre, sino tortura del
sueño de la luz que se embriaga a sí misma.
En la ciudad que cada quien va construyendo desde antes de nacer, hay callejuelas
que siempre seguirán siendo desconocidas, luces apagadas y fantasmas acosando el
alba. Cada quien vive en un nicho de cristal. Y aun ahí hay recodos de sombras que
nunca nadie accederá: testarudas portezuelas que nunca se abrirán, porque son la
noche cerrada a sí misma. A pesar de ello, seguiremos forzando las cerraduras,
explorando los resquicios de la madera, y los hierros oxidados, y los túneles, y los
soñados caminos: ineludibles islas que asfixian y dan vida a la vez. En esos predios
que cada quien está, desde antes de ver la luz, pues va edificando una muralla donde
resguarda para siempre el “otro” que verdaderamente es.
No lo sabes, pero te lleva la corriente. Finges reposo, pero vas dando brincos entre
los vértigos del río. No dices nada, pero tu lenguaje es el rápido beso de las piedras.
¿Qué arcano eres desde que te fuiste para quedarte toda entera? Vertiginosa va el
agua por tus ojos, arrastrando el sudor del tiempo que esconde las esmeraldas de tu
soledad. Tu mirada moja de sorpresa al que sueña. Además, eres lluvia perpetua que
cae de un cielo que ni tú ni yo conocemos. Eres como la imagen detrás de un antiguo
espejo: inasible como la luz. Sin que lo sepa la tierra, eres tierra desde antes que el
polvo existiera. Eres el antes y el después: la perfecta unidad del principio y el final.
Quien te ignore ha tirado sus sentidos al abismo que lo aniquila: en el fondo de lo
insulso se pudren sus ojos; su tacto es la agónica piedra de un viejo convento; su
gusto, el osario milenario de los egipcios; los oídos, el silencio pálido de una iglesia
sin feligreses. Tú estás más allá de ese silencio y de todo lo que existe, porque eres
sustancia de la propia existencia del Todo.
Tú crees que te escapas. Crees que tú eres tú. Y no es así. En ti hay mundos. Hay
territorios que no conoces. Frente al gran espejo insensible estás. Lamentablemente,
pero cierto, allá, muy lejos, en tus ojos: ¿quién eres? Tu respuesta es la espuma que
no puedes asir, la marea que te aturde y a la vez te hace volver a sí. No hay
escapatoria. Ancha es la puerta por la cual llegaste, pero muy estrecha por la cual
tienes que huir. No interrogues la negra palidez de la tierra, no intentes extraerle luz
a la distancia que te espera; tú crees que te escapas, y no es así. Siempre las aguas
regresan a su antiguo cauce. La roca será roca aun después del gran silencio.
Opinion personal
Pedro Ovalles.: Manuel del Cabral es cibaeño de pura cepa y su más celebrado
poemario se editó por primera vez en 1940, y nació a principios del siglo XX
(1907), es lógico entender que ya para la segunda década del siglo antes
mencionado, el poeta en cuestión ya tenía uso de razón y podía percibir, aún con
reflejos infantiles, todo el suscitar histórico, social y político de nuestra patria, y más
específicamente de la Región del Cibao.
Tiene una idiosincrasia que se ha ido formando no tan sólo por el natural aislamiento
y sentimiento patriótico de sus formas paisanas (talantes hoy en día que se han ido
desvaneciendo producto de la constante enajenación a que ha sido objeto toda la
nación dominicana), sino, además, por ser una de las regiones más fértiles en el
surgimiento de modos de vida netamente vernáculos, a pesar, se reitera, de algunos
condicionantes de evidente penetración foránea que han reformado sensiblemente
las formas de pensar y de actuar de todos los cibaeños.