El - Espantapajaros García - Marquez

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EL ESPANTAPÁJAROS

Crucificado en la mitad de la tarde está el espantapájaros. Tiene apenas la edad


de una cosecha, pero su cercanía huele a frutas y a eternidad. El gesto duro,
inexpresivo, ha caído desde su altura. Una serena luminosidad lo habita por
dentro transfigurándolo. Los pájaros, jubilosos, han venido a rodearlo, a disfrutar
de su vecindad.

Ayer, precisamente, hablaba mi vecino de columna sobre el desprestigio


irremediable en que han caído los fantasmas. Algo parecido le acontece al
espantapájaros. Pero su decadencia lo dignifica. Los fantasmas pasaron de
moda para siempre. Nadie intentará rejuvenecerlos, pulimentar su herrumbroso
prestigio.

Al espantapájaros, en cambio, le bastará con cambiar su rincón, con renovar su


indumentaria, para que el hombre confíe otra vez en su buena calidad. En cada
nueva cosecha los pájaros habrán recuperado su capacidad de equivocarse.
Volverán a esquivar la cercanía de aquella cosa perpetua, estatuaria, que
levanta sus brazos para que nadie detenga el viaje vertical del grano, o impida
que la semilla suba hasta la altura de la mazorca.

Sin embargo, llega el día en que los pájaros se acostumbran a ella. Demasiado
tarde para su hambre, porque el sembrador ha recogido ya sus frutos. El campo
está entonces traspasado de luz y cansado, con el mismo cansancio glorioso de
una recién parida.
Es aquí donde comienza el desprestigio del espantapájaros como animal de
terror. Las aves descubren, bruscamente, que no hay nada de qué temer. Que
sus brazos no están en actitud de ira sino de plegaria. Y todas las criaturas del
aire se precipitan entonces, regocijadas, contra la inofensiva serenidad de aquel
ente harapiento, astroso, que tiene el rostro vuelto hacia la súplica.

Desde ese día no responderá a su nombre. Cuando el fantasma quedó relegado


al sitio de la leyenda estuvo más en paz con su denominación. Los hombres no
lo consideraron como una cosa real, existente, que había dejado ya de cumplir
su misión, sino como un producto de su propia fantasía. Los pájaros, en cambio,
saben de la realidad del espantapájaros precisamente cuando está en la plenitud
de su decadencia. No lo rebajan sino que lo enaltecen. Lo rodean, lo frutecen de
trinos, lo desnudan de su pintoresca y ridícula indumentaria, para que su
armadura tenga la oportunidad de volver a ser árbol.

N. B. El vecino mencionado por GGM es Héctor Rojas Herazo quien, el día


anterior, hablaba de la decadencia de los fantasmas en su columna “Telón de
fondo”.

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