Stalin 1 I. Grey Biblioteca Salvat de Grandes Biografias 069 1986 PDF

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STALIN

(V olumen primero)

BIBLIOTOCA SALVAT DE
GRANDES BIOGRAfIAS
STALIN
(Volumen primero)

IAN GREY

SALVAT
Versión española de la obra original inglesa: Stalin, Man of History.

Traducción del inglés a cargo de Jesús A. Marinas.

Las ilustraciones cuya fuente no se indica proceden del Archivo Salvat.

© Salvat Editores, S. A., Barcelona, 1986.


© Jan Grey, 1979.
ISBN: 84-345-8145-0 (obra completa).
ISBN: 84-345-8214-7.
Depósito legal: NA-1260-1985 (1)
Publicado por Salvat Editores, S. A., Mallorca, 41-49. 08029-Barcelona.
Impreso por Gráficas Estella. Estella (Navarra), 1986.
Printed in Spain.
Indice

Página
Nota del autor 9
l. La tradición rusa 16
2. Los primeros años de Iosif Djugachvili 23
3. El seminarista 29
4. Koba el revolucionario 36
5. Batum, prisión y exilio 44
6. Koba, el bolchevique 48
7. La chispa revolucionaria 54
8. El movimiento revolucionario retrocede 59
9. Se cierra el capítulo caucasiano 67
10. Surge Stalin 73
11. El último exilio 80
12. 1917 86
13. Brest-Litovsk 98
14. La guerra civil 106
15. Comienzos de una nueva época 130
16. Lenin en declive 141
17. Los últimos meses de Lenin 152
18. El testamento de Lenin 166
19. La oposición eliminada 173
20. Surge el líder 190
Iosif Stalin (1879-1953)

Iosif Vissarionovich Ojugachvili, a quien la historia conoce


como Stalin, nació en Gori, un pequeño pueblo de Georgia.
Activista político desde muy joven, se unió a la facción
bolchevique del Partido Socialdemócrata ruso y colaboró
con Lenin en la toma del poder durante la Revolución de 1917.
El 3 de abril de 1922 fue elegido secretario general del Comité
Central del Partido Comunista de la Unión Soviética,
y a la muerte de Lenin formó un triunvirato con Kamenev y
Zinoviev; desde ese momento, su ascenso fue imparable, hasta que
en el XV Congreso del partido, en 1927, tras haberse deshecho
de sus oponentes, se impuso definitivamente como líder único.
Afrontando el serio problema de una Rusia maltrecha,
heredado del régimen anterior, impulsó medidas económicas
basadas en planes quinquenales para el desarrollo
de la industria y la colectivización; en política exterior, firmó
un pacto de no agresión con Hitler en agosto de 1939, que no
evitó la invasión alemana de la Unión Soviética. Pocos días
antes de la invasión había asumido la jefatura del gobierno,
y una vez iniciada la guerra, se ocupó también de la dirección
de la defensa del país tras recibir el título de mariscal. Su
actuación durante la contienda, el éxito de su gestión al frente
de su país en lo económico y lo militar y el papel que jugó en
las conferencias de Teherán (1943), Yalta y Potsdam (1945), tras
las que se consolidarían en Europa las áreas de influencia
soviética y occidental, forjaron el mito del hombre
extraordinario e insustituible que le acompañó en los últimos
años de su vida. Después de su muerte, sin embargo, en
el XX Congreso del PCUS y bajo la dirección de Kruschev (1956),
se hizo una crítica implacable de su figura y su gobierno
y se emprendió una campaña de desestalinización que sumió
su figura en la sombra .

... /osif Djugachuili Stalin en 1934.

-7-
Cartel de propaganda souiético que alude a la construcción de una sociedad
nueua sobre las ruinas del uiejo sistema capitalista.

-8-
Nota del autor

Han pasado más de treinta años desde la muert e de St alin. El ince-


sante clamor de elogios que acompañó a su nombre en la Unión Sovié-
tica se ha acallado. En Occidente su mención provoca indignación y crí-
tica. Se le considera un déspota perverso, «el mayor criminal de la his-
toria». Como un icono situado delante de su lámpara de aceite, y tan
tiznado que sus rasgos apenas son visibles, se ha convertido en una som-
bra confusa, que sólo con dificultad puede ser identificada.
Stalin fue, sin embargo, un gobernante en la tradición de Iván el Te-
rrible y Pedro el Grande. Eran grandes su valor, su habilidad y sus ob-
jetivos. Su enérgico liderazgo transformó una nación vasta, atrasada y
agrícola en una potencia industrial moderna. Fue también despiadado e
inhumano en sus métodos. Al igual que muchos hombres excepciona-
les, era una amalgama de cualidades diversas.
No faltan los libros e informes -algunos sensacionalistas, eruditos
otros, y muchos inspirados por la malicia y el odio- dedicados al lado
lóbrego de su mandato. Han tenido tendencia a oscurecer y distorsio-
nar, levantando barreras que impiden entender al hombre y su impor-
tancia. Escasean los estudios sobre sus aspectos positivos.
El retrato distorsionado de Stalin es en parte obra de Trotski y de
sus partidarios. Han contribuido, además, otros factores tales como la
idolatría a Lenin, la amargura de los socialdemócratas exiliados, y los jui-
cios éticos de los historiadores occidentales. A todo esto hay que añadir
el discurso pronunciado por Kruschev en el XX Congreso del partido
en 1956 y el parcial rechazo de Stalin por el partido y el gobierno sovié-
tico, así como las confusas medidas de desestalinización.
Trotski, hombre de gran talento y ardor, pero también poseído de
una extrema arrogancia, estaba convencido de haber sido derrotado y
humillado como resultado de las maquinaciones de Stalin. Nunca pudo
aceptar que Stalin se hubiera convertido en el líder del partido y de Ru-
sia, y se dedicó a manifestar su odio por el hombre al que decía des-
preciar. Trotski era un enemigo rencoroso, y un escritor político - po-
lemista más que historiador- siempre dispuesto a distorsionar e inven-
tar pruebas en contra de sus oponentes.
Los trabajos sobre Stalin citados y leídos con más frecuencia son:
Stalin: valoración del hombre y de su influencia, de Trotski, y la biogra-
fía escrita por Boris Souvarine, comunista francés contemporáneo, sim-
patizante de T rotski e igualmente inspirado por el odio hacia su biogra-
fiado.

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También destaca entre los simpatizantes y partidarios de Trotski
en Occidente Isaac Deutscher, cuya familiaridad emocional e intelectual
con él se manifiesta en una biografía de tres volúmenes. Deutscher tam-
bién escribió una interesante y erudita biografía de Stalin, pero siguió en
ella fielmente la línea marcada por Trotski. También otros, y especial-
mente el profesor E. H. Carr, destacada autoridad en la Revolución y
en la era de Stalin, se han aproximado a la interpretación de Trotski.
Mientras Stalin ha sido execrado, se ha deificado a Lenin. En la
Unión Soviética, desde luego, la idolatría a Lenin ha alcanzado extre-
mos difícilmente creíbles. Pero también en Occidente, muchos escrito-
res -Souvarine y Dutscher en particular- han descrito a Lenin con
una gran admiración no sometida a crítica. Aunque fue un gran líder re-
volucionario, Lenin tuvo muchos defectos y distó mucho de ser infali-
ble. En ocasiones no pasaba de ser un político sin escrúpulos, decidido
a conseguir el poder. Más aún, fue él quien fomentó el terror, los cam-
pos de trabajos forzados, la supresión de toda oposición, la organiza-
ción monolítica del partido y del Estado y otros aspectos del sistema so-
viético que son anatema para la opinión liberal occidental, y que se atri-
buyen por regla general a Stalin. Sin embargo, el ensalzamiento de Le-
nin parece exigir la denigración de Stalin, aunque ambos fueron los crea-
dores de la Rusia soviética, y la contribución de Stalin no fue en abso-
luto la menos importante.
Los disidentes soviéticos condenan a Stalin, pero están divididos
respecto a Lenin. Roy Medvedev, que aún permanece en la Unión So-
viética y continúa siendo un comunista convencido y seguidor de Lenin,
mantiene que Stalin fue enteramente responsable de las aberraciones
del régimen soviético. Su libro Que juzgue la historia es un intento inin-
terrumpido de culpar al stalinismo. Soljenitsin sostiene que la política de
Stalin y del sistema comunista son ajenas a la vida rusa, y desde luego
son aberraciones malignas, engendradas por Lenin y el partido. Se sitúa
cerca de los eslavófilos que solicitan el retorno a las tradiciones de la
Rusia ortodoxa y aparentemente idealizada y vieja Moscovia del zar Ale-
xis Mijáilovich. Ambas ideas me parecen inaceptables, como trato de
mostrar en esta biografía.
Los intentos de los historiadores occidentales para entender y re-
presentar a Stalin son normalmente estrangulados por los principios éti-
cos y la indignación moral. Parten de la premisa de que fue un déspota
que medró haciendo el mal y cuya cínica preocupación era satisfacer su
ansia de poder. En general son contrarios a admitir que tuviera otro ob-
jetivo o ni siquiera que tuviera dotes de ningún tipo, excepto tal vez as-
tucia y crueldad.
Richard Pipes, profesor de historia rusa en la Universidad de Har-
vard, a quien respeto por sus conocimientos, ofrece pruebas sorpren-
dentes de la casi deliberada negativa o incapacidad de los académicos
occidentales para escribir sobre Stalin desapasionadamente. Así ha afir-
mado que «Stalin no poseía talento de estadista», que «Su mayor don»,
la capacidad de penetrar en lo peor de la naturaleza humana, «fue en
definitiva negativo», y que animó a Hitler a iniciar la guerra y, hecho

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esto, «confió las decisiones estratégicas más importantes a soldados pro-
fesionales como ZukoV». Estos juicios y otros similares son en mi opi:
nión tan contrarios a los hechos, que llegan a ser perversos, pero son
representativos de mucho de lo que se ha escrito sobre él en el mundo
occidental. La subida al poder y al mando de Iosif Stalin constituye uno
de los más extraordinarios capítulos de la historia. Su familia, su medio
ambiente y su infancia no contribuyen en nada a la comprensión de su
personalidad y su vida. Existían numerosos obstá ulos para que consi-
guiera relevancia alguna: corta estatura, aspecto vulgar, cara picada de
viruela y defectos físicos; no era ruso, sino georgiano y del linaje más
humilde; había recibido una educación sólida, pero den tro de los limites
estrictamente conservadores de un seminario ortodoxo. Con estos co-
mienzos tan poco prometedores, su vida siguió una trayectoria ascen-
dente hasta que se convirtió en el dirigente absoluto de una nación con
más de doscientos millones de habitantes.
Las cualidades que le llevaron a mandar a otros hombres y que le
convirtieron en árbitro de sus destinos fueron su gran inteligencia alta-
mente disciplinada, su firmeza, su voluntad implacable, su valor y su in-
flexibilidad. Aunque su educación formal había sido limitada, fue un lec-
tor incansable. Estudió la historia de Rusia y de otros países, prestando
especial atención al pasado en cuanto a la formulación de los progra-
mas. políticos, las habituales ocupaciones del gobierno y la estrategia en
tiempos de guerra. Llegó a ser un experto en muchos temas, podía pa-
sar de un tema a otro con maestría, y jamás olvidaba nada.
Desde que se convirtió, durante su juventud, en revolucionario y
después en bolchevique, se mantuvo firme en su dedicación al marxis-
mo-leninismo. Pero esta dedicación se fundía con otra lealtad que le ob-
sesionaba. Viviendo y trabajando en Rusia, se convirtió en un ruso. Se
identificó completamente con su país de adopción, y se reveló como un
autócrata esencialmente ruso.
En su entrega a las dos causas -Rusia y el marxismo-leninismo-
llegó a sentirse plenamente convencido de que era un hombre que pa-
saría a la historia; su destino era gobernar Rusia de acuerdo con el dog-
ma del marxismo-leninismo, convertirla en un país seguro y poderoso,
y crear una nueva sociedad. Ningún sacrificio era excesivo para esta cau-
sa, y en un futuro el pueblo ruso conseguiría la recompensa en paz, jus-
ticia y bienestar. La política de «socialismo en un país», las campañas
de industrialización y colectivización, los sucesivos planes quinquenales,
e incluso las purgas iban dirigidas a este objetivo. Tocios aquellos que
se oponían o eran sospechosos de oponerse a él en el gran diseño de
la historia, eran enemigos y debían ser eliminados.
Como hombre, Stalin era extraordinario y a veces desconcertante.
A pesar de su reputación, era muy humano, sensible a los sentimientos
de los demás y capaz de sentir gran afecto. Amante de la soledad, po-
seía un cierto encanto y un vivo sentido del humor; intentó ser un padre
para sus hijos, pero fracasó; en su vida privada era extremadamente éti-
co, casi puritano, y vivió de manera sencilla, sin lujo de ningún tipo. Pero
su comprensión y benevolencia estaban con frecuencia dominadas por

- 11-
su desconfianza y suspicacia crónicas, por explosiones de ira y por su
inflexibilidad. Paradójicamente, no era un hombre cruel -no le produ-
cía placer hacer sufrir a los demás-, pero se mostraba inflexible en su
predisposición a sacrificar vidas humanas a gran escala para llevar a
cabo sus planes y conseguir sus objetivos.
Entre Stalin y los líderes occidentales había una diferencia de pers-
pectiva fundamental. El liberalismo y el humanitarismo proclamado en
Occidente le parecían poco realistas para su pueblo, que no estaba pre-
parado para tales lujos. Pero los principios humanitarios de los líderes
occidentales le parecían, además, hipócritas. Por ejemplo, ellos hacj~n
una distinción arbitraria entre guerra y paz que él no aceptaba. Rusia
estuvo en estado de guerra; en su opinión, no sólo mientras duraron las
hostilidades contra Alemania, sino durante toda su vida. Churchill evi-
dentemente aceptó la innecesaria matanza de ciento treinta y cinco mil
hombres, mujeres y niños en Dresden, porque se llevó a cabo en tiem-
pos de guerra. T ruman no dudó en lanzar la bomba atómica sobre Hi-
roshima y Nagasaki, aunque ello no era necesario para conseguir la vic-
toria sobre Japón. Pero se mostraban indignados por la muerte de doce
o catorce mil militares y civiles polacos que eran antirrusos y consti-
tuían un peligro real para la nación, así como por la eliminación de di-
sidentes, que podían minar el poder de Stalin. Sobre tales incidentes,
así como respecto al tratamiento de la cuestión polaca y otros temas im-
portantes, aparecía una manifiesta divergencia de perspectiva entre Sta-
lin y los líderes occidentales.
Algunas tradiciones rusas surgidas con la formación de Moscovia
han mantenido una impresionante continuidad en la historia de Rusia,
perdurando hasta el siglo XX. Stalin, sus orientaciones y su mandato es-
taban firmemente basados en estas tradiciones. En la breve introduc-
ción que sigue a estas líneas señalo los más importantes y profunda-
mente arraigados de estos factores históricos, que tienen una relevancia
directa para este estudio.
En el futuro, la polémica sobre Stalin sin duda continuará. Pero es-
pero que se estudiarán los aspectos más positivos y dinámicos de su
mandato. La Rusia soviética es hoy día una superpotencia con una ar-
mada probablemente ya superior en efectivos a la de Estados Unidos,
un ejército ciertamente más numeroso, y una capacidad armamentista
al menos igual. Stalin fue el artífice y organizador de este poderío militar
y económico, que ha sido conseguido en un espacio de tiempo sorpren-
dentemente corto.
Uno de los objetivos básicos de Stalin fue siempre superar el atraso
y la debilidad, y conseguir un nivel semejante al de Occidente. Este ob-
jetivo se ha cumplido sólo unos años después de su muerte. De manera
sorprendente, esto se simbolizó en Vladivostok en noviembre de 1974
con motivo del SALT Il. Según ha observado Raymond L. Garthoff: «El
objetivo político fundamental de los rusos ha sido conseguir el recono-
cimiento de la igualdad entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Igual-
dad en su más amplio sentido político y político-militar, así como estra-
tégico, que supone el fin de la inferioridad de la Unión Soviética en sus

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relaciones con Estados Unidos», y esto fue formalmente reconocido en
Vladivostok.
La lucha por el poder y la necesidad de un equilibrio de fuerzas son
tan relevantes para el mundo en el siglo XX como lo fueron en siglos an-
teriores. Pero con frecuencia ambas rivalidades aparecen difuminadas
por los problemas de los derechos humanos, de los países en desarrollo
y otros similares que suponen una preocupación real y urgente. Occi-
dente está particularmente interesado en estos temas, y es conveniente
saber que sin embargo no son considerados prioritarios por los soviéti-
cos. Maquiavelo, cuya obra El príncipe se dice que fue estudiada a fon-
do por Stalin, defendía que la conducta y las medidas políticas deberían
ser consideradas sin tener en cuenta la moral cristiana. Stalin siguió este
precepto: cuando trataba las realidades políticas, dejaba a un lado la
ideología, y sus programas políticos son todavía los programas políticos
de la Unión Soviética. Sólo conociendo estos programas políticos y las
actitudes nacionalistas que los informan, el estudio del hombre y de su
época adquieren especial significación e importancia.
Este estudio es, pues, un intento de sacar el tema del cúmulo de
distorsiones, prejuicios y ofuscación en el que ha sido enterrado. He in-
lentado presentar brevemente la vida de Stalin, sus objetivos y puntos
de vista, y, hasta donde me ha sido posible, con el escaso material dis-
ponible, dar a conocer al hombre. No he pretendido atenuar, ni mucho
menos justificar, los hechos inhumanos de su mandato: éstos están bien
documentados. Pero he renunciado a los juicios de valor y he manteni-
do al margen mi propia opinión política, aunque, como nacido y educa-
do en la tradición del imperio de la ley y del sistema de gobierno parla-
mentario, encuentro los dogmas marxistas totalmente inaceptables, y re-
chazo de plano las opiniones de la mayoría de los marxistas. Así, he in-
tentado entender y presentar a Stalin en su propio contexto ruso; es-
pero haber sido capaz de evitar, al menos en parte, lo que Marc Bloch
describió como «ese enemigo satánico de la historia: la manía de emitir
juicios». Stalin, que era proclive a invocar el nombre de la deidad, hu-
biera dicho probablemente: «Esto es por Dios.»
Stalin y Rusia presentan un campo de estudio amplio y desafiante.
Las dificultades del historiador se ven, sin embargo, seriamente agrava-
das, tanto por la falta de materiales como por la falta de credibilidad de
buena parte de los documentos disponibles. No se sabe nada sobre al-
gunos periodos de su vida: especulaciones y rumores llenan los vacíos.
Stalin por su parte es excesivamente reservado. Aparentemente no
estaba interesado en el veredicto de la historia. Roosevelt estaba mucho
más preocupado por el lugar que ocuparía en ella. Hitler también estaba
preocupado por el veredicto de la historia. Churchill escribió profusa-
mente para registrar, explicar y justificar sus acciones frente a la poste-
ridad. Stalin no intentó nada de eso; tenía una vida pública y una priva-
da. Las adulaciones del culto a la personalidad se referían a su vida pú-
blica. Las biografías oficiales publicadas durante su vida por Yaroslavsky,
Beria, Barbusse y otros, son también parte de ese culto. Si, como afir-
mó Kruschev, revisó cuidadosamente su breve biografía oficial para ase-

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gurarse de que se le describía como convenía al culto a su personalidad,
no hay que olvidar que eso afectaba a su vida pública y formaba parte
del boato del poder. Pero él no escribió nada sobre sí mismo, ni sus pen-
samientos íntimos ni sus motivaciones. Nadie le conoció verdaderamen-
te, pero hubo algunos que captaron aspectos del hombre. El historiador
debe basarse en los documentos oficiales -los discursos y artículos de
Stalin- y en los escritos de otros.
La mayor parte del material publicado en Occidente sobre Stalin
ha sido escrito por personas que le eran hostiles o que tenían prejuicios
contra él. T rotski y Souvarine han sido mencionados anteriormente. Este
material es interesante y con frecuencia muy valioso, pero debe ser tra-
tado con precaución. A menudo es tendencioso y no se puede verificar.
Si se exigieran pruebas que demostraran su veracidad, tal como se hace
en los tribunales británicos, gran parte sería considerada inadmisible.
Ejemplo de esto es la tan citada afirmación, supuestamente hecha
por Stalin, quien «una noche de verano en 1923, abriendo su corazón a
Dzerzinsky y a Kamenev», dijo: «Elegir una víctima, preparar los planes
minuciosamente, cumplir una implacable venganza, y después irse a dor-
mir ... no hay nada más dulce en el mundo.» Dejando a un lado la cir-
cunstancia de que este testimonio de oídas fue consignado con reservas
por Souvarine, a quien presumiblemente se lo dijo Kamenev, tanto el
contenido del comentario como la idea de Stalin «abriendo el corazón»
a estos dos hombres, no me parecen en absoluto propios de él. Pese a
todo, este comentario se cita generalmente como un hecho.
El discurso de Kruschev con ocasión del XX Congreso del Partido
Comunista y los volúmenes de sus memorias son muy interesantes, pero
también tienen que ser tratados con precaución. Su única preocupación
era degradar a Stalin mientras se salvaba y justificaba a sí mismo, e hizo
todo lo posible por conseguirlo.
Mientras estuvo en el poder, se destacó cada vez en mayor medida
su liderazgo militar durante la 11 Guerra Mundial, cuando era comisario
político. La obra en seis volúmenes Historia de la gran guerra patriótica
de la Unión Soviética (1941-1945) contiene gran cantidad de material va-
lioso y objetivo, pero también, mientras ensalza el papel relativamente
poco importante de Kruschev, hace una mención crítica -y marginal de
Stalin. Desde su caída del poder, el genio militar de Kruschev ha sido
olvidado, y se ha hinchado el insignificante papel de Breznev en la gue-
rra. No obstante, la denigración de Stalin ha tocado fondo; de nuevo se
empieza a rendir homenaje a su liderezgo durante la guerra y a otros
aspectos de su mandato.
En vida de Stalin, los generales rusos no se atrevieron a publicar
memorias. La versión oficial era que Stalin, como gran líder y supremo
comandante en jefe, había llevado a la Unión Soviética a la victoria. Las
memorias de los generales podrían haberse apartado de esta versión, y
Stalin mismo habría mostrado su desaprobación por ser la autoglorifi-
cación de los generales a nivel individual. Estos, de hecho, habían reci-
bido un reconocimiento considerable en forma de condecoraciones, as-
censos y las grandes salvas con las que se habían celebrado las victorias

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en su momento, y, con la excepción de Zukov, habían mantenido pues-
tos de relevancia.
Después del XX Congreso del Partido en 1956, los generales sovié-
ticos, ansiosos como sus colegas occidentales de relatar sus hazañas mi-
litares para promocionarse y justificar sus acciones, se lanzaron a la pu-
blicación de libros. Fueron tan numerosas las memorias, que un acadé-
mico norteamericano, Seweryn Bialer, publicó una antología con nume-
rosas notas y comentarios. Esto ocurrió en plena desestalinización y mu-
chos escribieron sobre los errores de Stalin y su falta de preparación mi-
litar. Naturalmente, se ponía el énfasis en sus errores, y sus aciertos
como jefe militar no se mencionaban, aunque todos dejaban bien claro
que como comandante supremo matuvo el control sobre todos los fren-
tes y sobre las principales operaciones. Desde la primera avalancha de
memorias, sin embargo, el péndulo se ha inclinado hacia un reconoci-
miento relativo de su papel. En este estudio me he basado casi entera-
mente en las memorias de Zukov, Rokossovsky y Shtemenco, y en los
artículos de Vasilevsky, porque estos hombres trabajaron estrechamen-
te con Stalin.
Líderes, oficiales y jefes de servicio occidentales han vislumbrado
aspectos que contribuyen a perfilar un retrato del hombre. Tienen es-
pecial valor las memorias de Hopkins, Churchill y Harriman, así como
las ocasionales intuiciones de Birse, el intérprete. Pero el más importan-
te de todos, por supuesto, es el retrato de Stalin que nos presenta su
hija en el libro Veinte cartas a un amigo, que me impresiona por su es-
pontaneidad y por ajustarse a la v~rdad . Me he inspirado profundamen-
te en él. El segundo libro de Alliluyeva, Solamente un año, pertenece a
una categoría diferente. Fue escrito en Estados Unidos después de ha-
ber roto los lazos de unión con su país, y en sus juicios sobre su padre
se aprecia seguramente la influencia de sus nuevos amigos occidentales.
Entre estos estaban Kennan y otros que leyeron el manuscrito del libro,
y cuyas interpretaciones básicas de Stalin yo rechazo. Sólo me queda
señalar que la suya - aunque posteriormente ha regresado a su país-
fue la última traición a su padre, que podría haber dicho, con palabras
del rey Lear:

How shaper than a serpent's tooths it is


To have a thankless child!
(Tener un hijo ingrato hace más daño
que una mordedura de serpiente.)

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1. La tradición rusa

Algunas características del mandato de Stalin, que son ajenas a los


conceptos occidentales, están enraizadas en la historia y la manera de
ser del pueblo ruso de forma duradera. Son parte de la tradición rusa
de la que era heredero, y que mantuvo por las mismas razones que sus
predecesores.
Las más importantes de estas tradiciones han sido: la supremacía
del Estado; el poder absoluto del autócrata, como encarnación del Es-
tado, sobre las vidas, la propiedad y los pensamientos de todos los súb-
ditos, de los más importantes a los más humildes; el sentimiento de vul-
nerabilidad; el laconismo y la desconfianza, especialmente hacia los ex-
tranjeros occidentales; el sentimiento de superioridad y mesianismo; la
sensibilidad a las críticas y el ejercicio brutal de la autoridad. Los viaje-
ros de Occidente que visitaron el país durante el reinado de Iván el Te-
rrible y los observadores de la Rusia de Stalin han advertido las mismas
características. Sus observaciones transmiten una sensación de conti-
·nuidad, e incluso de ausencia de cambios, en la historia rusa.
La historia de Rusia constituye una batalla épica e interminable para
colonizar la inmensa llanura euroasiática. Un clima extremado de invier-
nos largos y muy fríos, y veranos cortos y calurosos; una llanura enor-
me, sin barreras defensivas naturales, y una red de ríos caudalosos, mar-
caron las condiciones en las que se creó la nación. Pero ha sido una na-
ción asediada, situada en las fronteras entre Europa y Asia, entre pue-
blos sedentarios y nómadas, y sometida a constantes ataques.
En Occidente los pueblos han luchado por la riqueza y por los de-
rechos políticos y económicos. La primera preocupación de los rusos
de todas las generaciones ha sido defender a su país y a sus familias de
los invasores. La invasión y la guerra han moldeado su manera de ser,
su sistema político. Han aceptado la subordinación total al Estado, del
mismo modo que han aceptado el poder absoluto del autócrata, debido
primordialmente a que la supervivencia nacional exigía un Estado cen-
tralizado y un gobernante capaz de movilizar todos los recursos huma-
nos y materiales para la defensa.
El Imperio de Kiev, primer paso para la formación de la nación rusa,
se mantuvo durante unos tres siglos y medio. Pero no pudo resistir las
destructivas olas invasoras de los pechenegos, cumanos y otras tribus
nómadas de Asia, ni el avance de las tribus germánicas que empujaron
a los lituanos y a los Jetos hacia el norte. En busca de seguridad, los ru-
sos se desplazaron hacia Galitzia y Bielorrusia, pero su migración prin-

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cipal fue hacia los bosques de la parte alta de los ríos Volga y Oka. Allí,
Moscú se convirtió en el centro de la nueva nación rusa. Después, en
el siglo XIII, se produjo la invasión mongólica.
Las hordas de Gengis Khan arrasaron la llanura eurasiática destru-
yéndolo todo a su paso. La conmoción causada por la ferocidad de los
dos siglos siguientes, causaron una profunda y duradera impresión en
los rusos y en el naciente Estado de Moscovia. La autoridad del Gran
Khan se impuso sin piedad. El Yasa, recopilación de las leyes militares
y civiles del Imperio mongol, establecía la pena de muerte para la mayor
parte de las infracciones a la ley. El impago de tributos o el no propor-
cionar el número requerido de reclutas y, lo peor de todo, la rebelión,
eran castigados rápida y salvajemente. Se exigía a los rusos y a los de-
más pueblos sometidos una obediencia servil.
En el siglo XV los grandes príncipes de Moscú se sacudieron el yugo
mongol. Pero tenían ante sí la formidable tarea de crear la nueva nación
rusa. Esto exigía defender sus tierras, y al mismo tiempo reconquistar
el territorio habitado por rusos ortodoxos bajo dominación extranjera y
colonizar las extensas tierras hacia el sur y hacia el este. Moscovia su-
fría continuos ataques del khanato de Kazán, hasta que .el zar Iván IV
lo conquistó en 1552, y de los suecos, polacos, lituanos y alemanes por
el oeste.
Durante estos años, sin embargo, el desgaste más constante y sig-
nificativo de la joven nación rusa lo constituyó la incesante guerra con-
tra los tártaros del khanato de Crimea, tras los que estaba su soberano
el poderoso Imperio otomano.
En sus frecuentes ataques, que a veces se producían una vez al
año, los tártaros surgían de repente de las estepas, saqueando y des-
truyendo, pero procurando principalmente conseguir prisioneros que se-
rían luego vendidos como esclavos en los mercados del Mediterráneo.
Los rusos guarnecían sus defensas, que en algunos lugares no estaban
a más de trescientos kilómetros al sur de Moscú. Gradualmente fueron
creando puestos defensivos y ciudades fortificadas a lo largo de esta fron-
tera meridional, y comenzaron a extenderse hacia el sur.
Esta lucha contra los tártaros dominó la historia de Rusia durante
casi tres siglos. El historiador ruso Klyuchevsky ha hecho la siguiente
observación: «Si pensamos en la cantidad de tiempo y en las fuerzas ma-
teriales y espirituales consumidas en esta agotadora, violenta y dolorosa
persecución de los depredadores esteparios, casi no es necesario pre-
guntarnos lo que hacían los pueblos del este de Europa mientras la Eu-
ropa occidental conseguía sus éxitos en la industria y el comercio, la
vida social, las artes y las ciencias.»
El khanato de Crimea fue finalmente conquistado, y en 1783 incor-
porado el Imperio ruso. Las invasiones y guerras que habían caracteri-
zado a la historia de Rusia se hicieron menos frecuentes. Pero, a prin-
cipios del siglo XIX, Napoleón invadió Rusia. Se libró una terrible batalla
en Borodino, y los franceses ocuparon Moscú, que fue parcialmente des-
truido por el fuego. En el siglo XX Rusia ha experimentado dos devas-
tadoras invasiones de los alemanes .

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Las tragedias de la guerra se han mantenido vivas en la memoria
de todos los rusos a lo largo de la historia. Es dudoso que alguna otra
nación haya sufrido tan constantemente los horrores de las invasiones;
la larga experiencia ha implantado en la gente un sentimiento de vulne-
rabilidad y de amenaza a sus tierras. Desde luego, resulta difícil para los
anglosajones -sean del Reino Unido o de Norteamérica- que han dis-
frutado de seguridad durante largo tiempo, entender la presión que su-
pone estar siempre preparado para la guerra, así como el interminable
terror y la tragedia de una historia tan accidentada.
«Ningún pueblo del mundo tiene mayor veneración por su príncipe
que los moscovitas, a quienes se enseña ya desde niños a hablar del zar
como de Dios en persona», observó Adam Olearius, un viajero del si-
glo XVII.
El zar estaba rodeado del ceremonial y la magnificiencia de Bizan-
cio. Pero no era meramente un objeto de adoración, sino que estaba in-
vestido con los mismos poderes absolutos que el khan mongol. Sus súb-
ditos eran esclavos que le debían servidumbre y obediencia. La heren-
cia recibida de los mongoles fue reforzada, y en algunos aspectos trans-
formada, por la influencia de Bizancio y de la Iglesia ortodoxa, que in-
culcaba la doctrina del cesaropapismo. El zar era el jefe no sólo de la
nación, sino también de la Iglesia, y era el vicario de Dios en la tierra.
Durante un breve espacio de tiempo, durante la «Epoca de los conflic-
tos» (1605-13), cuando se extinguió la dinastía Rukivid, los polacos in-
vadieron el país y ocuparon Moscú, y Moscovia quedó reducida a la anar-
quía y se debilitó la fe del pueblo en la autoridad divina de los zares.
Pero pronto se reavivó con el establecimiento de la dinastía Romanov
en 1613. La tradición de veneración, servidumbre y obediencia absoluta
al zar duraría sin cambios importantes hasta la Revolución de 1917. En
esta tradición se basaron la deificación de Lenin y el poder y el culto a
la personalidad de Stalin.
La principal función del zar era movilizar hombres y recursos para
la defensa. El pueblo tenía que estar organizado según una estructura
militar para asegurar que hubiera fuerzas dispuestas en las fronteras me-
ridionales y para luchar contra los enemigos en el oeste. El país era ex-
tenso y el proceso de colonización hacia el sur y hacia el este hacía que
la población estuviera diseminada. Surgió así un sistema en el que todos
eran siervos sometidos a la autoridad del autócrata.
Se basaba en lo que era de hecho la nacionalización de la tierra,
que se concedía a la nobleza exigiendo a cambio su servidumbre. La con-
cesión de estas pomestie o territorios, implicaba que los campesinos tam-
bién estaban ligados a la tierra. Este estado de servidumbre evolucionó
durante el siglo XVII hacia un sistema de dependencia similar a la escla-
vitud. Todos, incluidos los nobles, eran esclavos, o jo/opi, del zar.
Para imponer las obligaciones de servidumbre y el pago de tributos
en un país inmenso y con una población dispersa, el Estado utilizaba
unos métodos salvajes, inspirados en los empleados por los mongoles.
Ejecuciones, apaleamientos con cañas o batogi, que podían llegar a cau-
sar la muerte, y otros crueles castigos estaban a la orden del día. Todos

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Coronación del zar Nicolas II en la catedral de Moscú. (Museo
rle Leningrado). Los espléndidos rituales de esta corte contribuían a crear en
la mentalidad del pueblo la idea de que debían someterse a un poder que era
rnsi divino.

los súbditos del zar podían recibir el mismo tratamiento, y hasta finales
del siglo XVIII no se concedió a los nobles y a los sacerdotes el privilegio
de inmunidad frente a los apaleamientos. En el siglo XIX el exilio y los
lrabajos forzados se convirtieron en condenas frecuentes .
La policía especial del zar, que comenzó en 1565 con la Oprichniki
del zar lván IV y se convirtió en la Ojrana y la Tercera Sección de la
Cancillería personal de Su Majestad, se encontraba en todas partes. A
lo largo de su historia, los rusos, reconociendo su sumisión al zar, acep-
laron los castigos impuestos en su nombre. Los métodos para imponer
la autoridad embrutecían a la nación, pero no surgieron protestas. Des-
de luego, los rusos sentían un ferviente patriotismo y un amor exaltado
por su país y por su régimen, considerado por ellos superior a los de
los demás países. Era una manera de ser que sorprendía a los viajeros
occidentales, quienes se quedaban consternados por la servidumbre, el
tratamiento brutal y las miserables condiciones que tenía que soportar
la mayor parte del pueblo.

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Nikolai Karamzin, prestigioso historiador ruso de principios del si-
glo XIX, escribió: «Nuestros antepasados, al asimilar muchas de las ven-
tajas que ofrecían las costumbres extranjeras, nunca dejaron de estar
convencidos de que un ruso ortodoxo era el más perfecto ciudadano y
la Santa Rusia el Estado más importante del mundo. Esto puede ser con-
siderado como un error, pero fortaleció en gran medida el patriotismo
y el espíritu moral de la nación.» Karamzin no consideraba esta idea de
superioridad como un error, ni tampoco la gran masa del pueblo ruso.
Los rusos de Kiev y Novgorod habían mantenido estrechos contac-
tos comerciales y culturales con Occidente. Después, durante casi dos-
cientos cincuenta años (1240-1480), al estar sometidos al yugo de los kha-
nes mongoles, permanecieron aislados. No tuvieron noticias del Rena-
cimiento, la Reforma, las exploraciones y los descubrimientos científicos
que transformaron el mundo occidental. En los siglos XVI y XVII, los za-
res se dieron cuenta del atraso en que se encontraba Rusia, especial-
mente en las artes de guerra. Los mercaderes ingleses que llegaron has-
ta Moscovia fueron bien recibidos por el zar lván IV, necesitado de la
pericia militar occidental. Pedro el Grande (1682-1725), que luchó du-
rante su reinado contra el atraso y el aislamiento de Rusia, se interesó
especialmente por las técnicas navales y militares occidentales. Recono-
ció, sin embargo, que la seguridad de Rusia no podía basarse exclusiva-
mente en su poderío militar: eran también necesarios un gobierno eficaz
y una economía fuerte.
La influencia occidental, que llegó a Rusia durante los siglos XVI
y XVII, alarmó al pueblo. Este desconfiaba de todo lo que procediera de
Occidente. Desconocían por completo los países que se encontraban
más allá de sus fronteras, y no se les permitía viajar. Los expertos ex-
tranjeros que prestaban servicio al zar fueron obligados a vivir en el «Ba-
rrio Extranjero», a las afueras de Moscú, para que no contaminaran al
pueblo ortodoxo. Los siempre conservadores moscovitas continuaron
con sus prácticas y tradiciones, que creían superiores.
La Iglesia ortodoxa fortalecía en ellos esta convicción. Los rusos re-
cibieron el cristianismo a través de Bizancio hacia finales del siglo X. La
nueva fe enraizó profundamente entre ellos y les influyó hondamente.
Los khanes mongoles habían sido tolerantes con el cristianimo, y duran-
te su ocupación la Iglesia rusa se desarrolló vigorosamente. Jugó un pa-
pel decisivo en la creación de la nación rusa, y, aunque reconocía al pri-
mado de Constantinopla como centro de la cristiandad ortodoxa, se
hizo fuertemente nacionalista.
En 1453, Constantinopla cayó en poder de los turcos infieles. Ya
independiente, la Iglesia rusa asumió el papel de heredera. Se alimentó
la leyenda de que Moscú era la Tercera Roma y se convirtió para los
rusos devotos en artículo de fe. Esta leyenda reforzó la autoridad y la
categoría del autócrata y el renombre de Moscú. También proporcionó
a los rusos el sentido de tener una misión que cumplir. Su Iglesia era la
única guardiana de la verdadera fe cristiana. Ellos llevarían las naciones
del mundo, y particularmente las occidentales, a la unidad, la herman-
dad y la salvación.

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En el siglo XX este mesianismo ya no podía expresarse en términos
le cristianismo ortodoxo o de una concepción de Moscú como la Ter-
c· ra Roma. El marxismo-leninismo se convirtió en el credo del que
lo ' rusos pretendían ser guardianes para los pueblos de Occidente y del
mu ndo.
Junto con su pretensión de estar en posesión de la verdad, los ru-
os han continuado considerándose responsables de la misión de guiar
y proteger la civilización occidental. Rusia, han afirmado durante largo
1i 1~ m po, protegió a Occidente de las hordas mongoles de Gengis Khan,
di'. los tártaros de Crimea y de los turcos.
Este sentido de «misión» es tan fuerte hoy en día como lo fue en el
po.1sado. En la II Guerra Mundial, Rusia salvó a Occidente con su victo-
ri<1sobre los poderes fascistas. De acuerdo con las declaraciones sovié-
1icas, los rusos no luchaban sólo para defender a su país, «sino para li-
bra r a los pueblos de Europa del fascismo, para salvar al mundo de su
l>Mbarie y bestialidad». Afirmaciones de este tipo son características, y
1!xpresan el sentido mesiánico, de tener la misión de dirigir y convertir,
que ha marcado la manera de ser del pueblo ruso desde el siglo XV.
«Rusia es una potencia europea», declaró Catalina la Grande, y lle-
HÓ incluso a decir que Rusia había sido siempre un país europeo. Esta
.1firmación fue frecuentemente debatida en el siglo XIX y continúa siendo
objeto de discrepancias. Sea verdad o no, el hecho es que Rusia siem-
pre se ha diferenciado claramente de Occidente en cuanto a valores so-
ciales y a tradiciones. Los viajeros siempre han manifestado su asombro
y horror por la esclavitud, la brutalidad, el secretismo y suspicacia, el
mesianismo y otros aspectos de la vida rusa. También han mostrado ge-
neralmente un sentimiento de superioridad y, en ocasiones, una arro-
!Jante condescendencia, al tiempo que George F. Kennan y otros escri-
lores del siglo XX han manifestado una orgullosa desaprobación moral
hacia muchas costumbres rusas.
Los rusos han sido siempre muy suspicaces respecto a las críticas
y a ser tratados con aire protector. Desde luego, Stalin se quejó de la
cJctitud de superioridad de los oficiales navales británicos, que prestaron
servicio en el norte de Rusia durante la guerra, respecto a la Armada
Hoja. Las actitudes occidentales de superioridad moral han contribuido
c1 intensificar la desconfianza, el secretismo, e incluso la hostilidad de los
rusos hacia los extranjeros. Más aún, como observó Vasily Klyuchevsky,
piensan que los occidentales nunca han apreciado su larga y cruel lucha
por la supervivencia ni los demás factores que han obstaculizado su de-
sarrollo. Las actitudes occidentales, de hecho, han ayudado a fortalecer
el sentimiento ruso de tener una fuerza y una misión especiales.
Los rusos, por su parte, se hallan divididos en su actitud hacia Oc-
cidente. Los occidentalizantes, representados por Pedro el Grande y
simbolizados por la ciudad de San Petersburgo, han procurado renun-
ciar a la mayoría de las tradiciones conservadoras moscovitas, reformar
Rusia e integrarse totalmente en la comunidad occidental de naciones.
Los eslavófilos, a veces llamados moscovitas, que incluyen a la gran ma-
yoría de la nación, han cuidado las viejas tradiciones y han confirmado

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su creencia en la innata superioridad del pueblo ruso, en su fuerza y sus
valores morales. Han tratado de mantener un contacto mínimo con Oc-
cidente, convencidos de que Rusia se desarrollaría a su manera hasta
conseguir el poder y el liderazgo mundial. El conflicto entre ambas ten-
dencias ha quedado reflejado fehacientemente en la rivalidad entre Mos-
cú y San Petersburgo.
Al adoptar a Rusia como su país, Stalin hizo suyos la manera de
ser y las tradiciones de los moscovitas, así como su fe en el destino de
la nación rusa.

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2. Los primeros años de Iosif
Djugachvili

losif Vissarionovich Djugachvili, que ha pasado a la historia como


lo ·il Stalin, nació el 21 de diciembre de 1879 en la antigua ciudad geor-
¡i.111a de Gori. Situada a la orilla del rápido río Kura, y rodeada de co-
llnas, Gori es el centro de un bello distrito de la provincia de Tiflis, cu-
yos valles son conocidos por sus viñedos, sus trigales y sus orquídeas.
Forma parte de la región conocida por los antiguos griegos como Cól-
quida, donde Jasón y los argonautas buscaban el vellocino de oro. En
1•ste ambiente idílico pasó Iosif su niñez.
Vissarion, su padre, procedía de Didi-Lilo, un pueblo sercano a Ti-
llis, donde sus padres, como sus antepasados, habían sido siervos cam-
pesinos. Para Vissarion la emancipación significó quedar libre para con-
1inuar con su trabajo de zapatero. Hacia 1870 se trasladó a Gori, donde
1•11 1874 contrajo matrimonio con Ekaterina Georgievna Geladze, hija
de una familia de siervos de un pueblo cercano. Ella tenía unos diecio-
cho años de edad, cinco menos que su marido, y ambos eran humildes
1rabajadores, pobres y analfabetos. Fijaron su residencia en una modes-
1;:i domik en la calle Soborovaya, cerca de la catedral de Gori. Su casa
lenía un portal y dos habitaciones con el suelo de ladrillo, y también un
sótano. La habitación principal medía unos veinte metros cuadrados y
contaba con una pequeña ventana que proporcionaba escasa ilumina-
ción. Estaba amueblada con una mesita, cuatro taburetes, un pequeño
aparador con samovar, un espejo, un baúl con sus pertenencias, y una
cama de tabla con colchón de paja. Unas escaleras conducían al sóta-
no, donde Ekaterina probablemente cocinaba al fuego. En la Rusia de
aquella época, era un alojamiento típico de una familia pobre. 1
En esta casa, Ekaterina tuvo tres hijos; todos ellos murieron en la
infancia. El cuarto niño fue Iosif, y sobre él, su «Soso» o «Soselo», dimi-
nutivos cariñosos de Iosif, prodigó su amor y sus cuidados.
Los datos sobre Vissarion son escasos. Al parecer no lograba ga-
narse la vida como zapatero. En 1885 regresó a Tiflis, donde consiguió
un trabajo en una fábrica de calzado, que pertenecía a un armenio lla-
mado Adelkanov, donde ya había trabajado algún tiempo antes de ca-
sarse.
Sólo una vez, Stalin se refirió en público a su padre, cuando co-
mentó que, como zapatero, su padre no era un verdadero proletario,
ya que tenía mentalidad de pequeño burgués. 2 En otra ocasión mencio-
nó su niñez y a sus padres. Fue en diciembre de 1931 cuando concedió
una entrevista a Emil Ludwig, el biógrafo popular del momento. A la pre-

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gunta «¿Qué le impulsó a rebelarse? ¿Fue quizá el trato que le dieron
sus padres?» Stalin respondió: «No; mis padres carecían de educación,
pero no me trataron mal en absoluto.» Esta afirmación no coincide con
otras versiones sobre su infancia. 3
Iosif lremachvili, uno de los amigos de Iosif, describió a Vissarion
como de constitución fuerte, con cejas negras y bigote, de carácter aus-
tero e irascible. Se decía que habia sido alcohólico. Los georgianos tie-
nen fama de bebedores, y tanto en Georgia como en Rusia era muy co-
rriente la expresión «beber como un zapatero».
lremachvili escribió años más tarde con la parcialidad de un exilia-
do: «Palizas terribles e inmerecidas hicieron al niño tan tosco y despia-
dado como su padre.» La hija de Stalin, Svetlana, relata que su padre
le contó cómo, en defensa de su madre, «un día lanzó un cuchillo a su
padre. El padre corrió tras el niño gritando, y los vecinos escondieron
al muchacho». 4
Su madre, Ekaterina, fue la persona más influyente en su niñez. Al
parecer era una jóven pelirroja y atractiva. Al igual que su marido sólo
hablaba georgiano, pero posteriormente aprendió a leer y a escribir al
menos su nombre en ruso, para ser digna de su hijo. El era el centro
de su vida. Desde que su marido empezó a gastar en beber lo que ga-
naba o no pudo ganar lo suficiente para mantenerlos, ella tuvo que «tra-
bajar día y noche para poder sobrevivir». Después de que Vissarion se
marchara a Tiflis, todo resultó probablemente más fácil, porque sólo te-
nía que cuidar de sí y de losif. Lavaba la ropa, cocía el pan, limpiaba y
cosía. Le vestía y le alimentaba bien, de modo que el muchacho crecía
fuerte y sano, con una energía y una resistencia excepcionales.
Ekaterina era profundamente religiosa, pero decidió que Iosif fuera
sacerdote también por razones sociales. La emancipación de los siervos
había abierto las puertas de los seminarios a los hijos de campesinos
con cualidades excepcionales. Ordenado sacerdote, se casaría y tendría
a su cargo una parroquia; dispondría de la posibilidad de promocionarse
y, al mismo tiempo que servía a Dios, disfrutaría de un bienestar y de
una seguridad que ella no había conocido nunca. Esa era su máxima am-
bición para su hijo, y trabajó duro para conseguirlo.
Gori se enorgullecía de sus cuatro centros de enseñanza, incluyen-
do el colegio religioso en el que Ekaterina consiguió matricular a su hijo.
Por entonces éste sólo hablaba georgiano, y ella hizo que recibiera cla-
ses de ruso, el idioma indispensable. También consiguió para él una beca
mensual de tres rublos. Su sueldo como limpiadora y lavandera del co-
legio era de diez rublos. Con estas exiguas ganancias se mantuvieron
durante los cinco años siguientes.
Dos sucesos estuvieron a punto de arruinar sus proyectos. En 1886
Iosif cayó gravemente enfermo de viruela. Su fuerte constitución le per-
mitió superarla, pero su cara quedaría siempre marcada por la enferme-
dad. La segunda amenaza fue la oposición de su marido, que estaba de-
cidido a que el niño aprendiera el oficio de zapatero. «Quieres que mi
hijo sea sacerdote, ¿verdad? -protestaba él-. ¡No lo verán tus ojos!
Sí, soy zapatero y mi hijo será zapatero como yo.»

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Ekaterina Djugachvili, madre de Stalin. Gracias a sus esfuerzos y dedicación,
el pequeño losif pudo cursar sus estudios primarios e ingresar después
en un seminario.

Un día, probablemente en 1889, Vissarion fue a Gori y se llevó a


su hijo a la fábrica de Adelkanov en Tiflis. Fue un suceso familiar tor-
mentoso. Su mujer y sus vecinos trataron de disuadirle, pero él insistió
machaconamente en que su hijo debía ser aprendiz en la fábrica de za-
patos. Se desconocen los detalles de la lucha acerca del futuro de losif,
pero está claro que Ekaterina dijo la última palabra, ya que el niño re-
gresó al colegio de Gori.

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Stalin nunca mencionó este episodio, y desde luego su silencio so-
bre su padre puede haberse debido al odio que sentía por este hombre
que les había pegado a él y a su madre, y les había avergonzado con
sus borracheras. Aunque tenía solamente once años cuando murió su
padre, en 1890, apuñalado en una reyerta de borrachos, sus experien-
cias probablemente dejaron tan sólo tristes recuerdos.
Por su madre sentía un amor fuerte y perdurable. Mujer de nobles
principios, puritana en su manera de pensar y testaruda, en ocasiones
se mostraba estricta y le pegaba, pero sin duda también le consentía.
Siendo niño tuvo con ella una relación estrecha y se daba cuenta de
que su vida era dura. Iba a quedarse completamente sola: el hijo al que
adoraba se fue a Tiflis a la edad de quince años. Sólo volvió a casa para
pasar en ella breves periodos de tiempo durante los cinco años siguien-
tes, pero después prácticamente desapareció de su vida. Iba a oír ha-
blar de él constantemente, pero para entonces pertenecía a otro mun-
do; se había convertido en el gran líder y gobernante de Rusia, lejos de
Georgia y más lejos aún del sencillo entorno de su madre.
Ekaterina continuó siendo una mujer devota, de gustos sencillos, in-
cluso austeros. Stalin decía de ella que era «una mujer inteligente», aun-
que inculta, y también la admiraba por su rectitud de carácter. Preocu-
pado por su soledad, la convenció para que se trasladara a Moscú, y
durante un breve espacio de tiempo permaneció en el Kremlin. Pero el
cambio era demasiado grande y regresó a la tranquila y familiar Georgia.
Una fotografía, tomada en 1932, muestra el rostro de una mujer ma-
yor con un traje negro georgiano. La boca se muestra firme y sensible,
pero la expresión de los ojos es triste y desorientada. Dos años más tar-
de, cuando su nietos la visitaron, la encontraron semisentada en una es-
trecha cama de hierro en su pequeña habitación del viejo palacio de Ti-
flis; le habían ofrecido alojamientos más lujosos, pero ésta había sido su
elección. Los nietos apenas podían comunicarse con ella porque sola-
mente uno de ellos entendía georgiano. Su visita, al parecer, la conmo-
vió profundamente, ya que lloraba gran parte del tiempo.
Nunca entendió el alto cargo de su hijo, ni la adulación que le ro-
deaba. Cuando fue a visitarla poco antes de su muerte, ella le dijo «qué
pena que no hayas sido sacerdote». Fue el gran pesar de su vida. Stalin
solía referirse a este comentario aprobando el desprecio de su madre
por lo que él había conseguido, y por el clamor y la gloria mundanos.
También él se preocupaba poco por el esplendor del alto cargo; al igual
que ella, vivía de manera austera. Ekaterina murió en 1936, a los ochen-
ta años de edad aproximadamente.
Iosif pasó cinco años en el colegio religioso de Gori. Su madre, sin
duda, le inculcó la necesidad de trabajar duro, pero él era por natura-
leza enormemente competitivo, tenía que sobresalir y que demostrarse
a sí mismo que era mejor que los demás. Era inteligente por naturaleza
y estaba dotado de una memoria excepcional. Sus notas eran siempre
altas, se le consideró como el «mejor estudiante», y le fue concedida
una mención de honor cuando abandonó el colegio en julio de 1894, a
la edad de catorce años. Los responsables del centro le recomendaron

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para que fuera admitido en el seminario de Tiflis. Para el hijo de una fa-
milia humilde y de un padre alcohólico, cuya sórdida muerte era sin
duda conocida por los sacerdotes, la recomendación era una muestra
de la fe de éstos en las cualidades del niño y en su futuro.
Iremachvili describió al Iosif de aquella época como un muchacho
delgado y fuerte, con la nariz aguileña y la cara estrecha picada de vi-
ruelas, con unos ojos oscuros, vivos e inquietantes. Aunque de comple-
xión menuda, era fuerte y el mejor luchador del colegio. Pero era «dife-
re nte a los demás niños» y no caía bien por sus modales·hoscos y ame-
nazantes. Como muchos hombres de talento que son bajos de estatura
y pobres de origen, o con defectos físicos, se mostraba agresivo y de-
seoso de imponer su voluntad. 5 Iremachvili escribió que «de niño y de
joven era un buen amigo, siempre que uno se sometiera a su imperiosa
voluntad».
Durante su estancia en el colegio de Gori, losif cayó de nuevo gra-
vemente enfermo. En esta ocasión fue un envenenamiento de la sangre
que le afectó el brazo izquierdo. Hablando años más tarde sobre esta
enfermedad a su cuñada, Anna Alliluyeva, dijo: «No sé lo que me salvó
entonces, si mi fuerte constitución o el ungüento de un curandero del
pueblo.» Su brazo izquierdo quedó ligeramente mas corto y marchito.
Trotski advirtió que, años más tarde, llevaba un mitón en la mano iz-
quierda, incluso en las sesiones del Politburó. 6 Este defecto seguramen-
te acrecentó su sentimiento de inferioridad y su necesidad de afirmarse
a sí mismo.
En el colegio, Iosif se convirtió en un lector voraz y, según Iremach-
vili, leyó «casi todos los libros» de la biblioteca de Gori. Emelyan Yaros-
lavsky afirmó que por entonces leyó a Marx y a Darwin, y se hizo ateo.
Cuando un compañero le habló de Dios, Iosif le interrumpió: «Sabes que
nos engañan. No existe Dios ... Te dejaré un libro para que lo leas; te
enseñará que el mundo y todas las cosas vivas son bastante diferentes
de como las imaginabas, y que hablar de Dios es una tontería.» Este in-
cidente, caso de ser cierto, debió de ocurrir más tarde, cuando, siendo
seminarista, ciertamente había perdido la fe. Es improbable, también,
que las ideas marxistas fueran conocidas por entonces fuera de un pe-
queño círculo de intelectuales en Tiflis. Se dice, sin embargo, que Iosif
pudo adquirir ésta y otras obras en una librería de la ciudad.
Dos años después de que empezara a estudiar en el colegio, se pro-
dujo un cambio drástico en la enseñanza. El georgiano siempre había
sido el idioma en que se impartían las clases, pero en 1890, como una
medida más de las enérgicamente adoptadas por Alejandro III con el fin
de conseguir la rusificación del país, se impuso el ruso en la enseñanza
y el georgiano se convirtió oficialmente en lengua extranjera a la que se
dedicaban dos horas de clase a la semana. 7
Vano Ketskhoveli, uno de los compañeros de losif, escribió que «en
las clases superiores del colegio de Gori nos familiarizamos con la lite-
ratura georgiana, pero no teníamos tutor que guiara nuestra evolución
y diera dirección precisa a nuestros pensamientos. El poema de Chav-
chavadze Caco, el ladrón, nos causó una profunda impresión. Los hé-

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roes de Kazbegi despertaron en nuestros corazones juveniles el amor a
nuestra tierra, y cada uno de nosotros, al abandonar el colegio, sentía
enormes deseos de servir a su país. Pero ninguno teníamos una idea cla-
ra de la manera en que se llevaría a cabo este servicio.»
Este amor por su país y por su literatura era perfectamente com-
prensible porque Georgia tiene una historia romántica y una rica heren-
cia cultural. Iosif se sentía atraído por los héroes románticos georgia-
nos. Leyó el clásico de Shota Rustaveli El caballero de la piel de pan-
tera, pero la impresión más honda se la produjeron las historias de Kaz-
begi sobre el rebelde de las montañas, Koba (el Implacable). Comenzó
a utilizar el nombre de Koba como apodo, nombre que utilizaría con
gran frecuencia hasta aproximadamente 1910, cuando adoptó el nom-
bre de Koba Stalin y después, finalmente, el de Iosif Stalin.
El istmo del Cáucaso era una de las antiguas rutas invasoras. Esci-
tas, sumerios, griegos, árabes, mongoles, turcos, persas y, finalmente,
los rusos lo habían ocupado. Georgia, como Armenia, la otra nación cris-
tiana de T ranscaucasia, estaba bajo el dominio ruso. Los georgianos
veían al zar como su protector natural contra turcos y persas, y consi-
deraban a Moscú el centro de la ortodoxia. Más aún, la nobleza y la alta
burguesía georgiana era muy numerosa y pobre. Muchos aprovecharon
la oportunidad de ir al norte, atraídos por la deslumbrante corte de San
Petersburgo y por las prebendas que se podían conseguir al servicio de
los rusos.
A través de los siglos, a pesar de la destrucción llevada a cabo por
los conquistadores, la pérdida de vidas humanas en innumerables gue-
rras, las constantes demandas de esclavos eslavos, turcos, persas y
otros, y a pesar de la emigración hacia el norte, los georgianos, sacando
fuerza de su antigua cultura, consiguieron sobrevivir como nación.
Los georgianos suelen ser altos y enjutos, de tez oscura y pelo ne-
gro; tienen fama de indómitos, imprevisibles, impetuosos, generosos y
hospitalarios, animados en la conversación; forman una nación risueña
de poetas y oradores, y de grandes bebedores que consumen el buen
vino de la tierra.
Las generalizaciones sobre las características de un pueblo son, en
el mejor de los casos, aproximadas, pero con frecuencia contienen ele-
mentos verdaderos. Iosif, sin embargo, era completamente atípico ex-
cepto, quizá, en algunas características físicas. Pronto comenzó a con-
siderarse ruso y a despreciar a los georgianos, quizá porque éstos son
amantes de los placeres, bulliciosos, gente romántica que fácilmente pier-
de el contacto con la realidad.

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3. El seminarista

Tiflis, capital de Georgia, se encuentra en la calurosa y polvorienta


región occidental del país. Es una ciudad antigua, con espaciosas plazas
v uvenidas, de las que salen callejuelas estrechas y sinuosas a cuyos la-
dns se alinean abigarradas casas con azoteas y bazares, donde comer-
r i.mtes de Turquía y Parma, así como georgianos y armenios, regatea-
lmn y se abrían paso a codazos.
A principios de siglo su población era superior a doscientos cin-
rnenta mil habitantes, con predominio de armenios, georgianos y rusos.
'orno sede del representante del zar y del gobierno de Transcaucasia,
que incluía no sólo a Georgia, sino también partes de Armenia y Azer-
haidjan, Tiflis era una ciudad animada y cosmopolita.
El gobierno ruso, reconociendo la importancia de Transcaucasia
rnmo zona fronteriza, había hecho construir un camino militar para re-
forzar sus defensas. Pero la región empezaba a adquirir relevancia eco-
11ómica. Las industrias de la minería y del petróleo experimentaron un
r.l pido desarrollo con ayuda de técnica y capital extranjeros. En 1867 se
comenzó a trabajar en la línea férrea de Tiflis al mar Negro, que pronto
se prolongaría desde Tiflis hasta Bakú, a orillas del mar Caspio.
Para Iosif, que contaba entonces quince años, el traslado de Gori
" esta bulliciosa ciudad debió de suponer un cambio radical. Había vi-
vido siempre en casa, cuidado por su madre, y ahora se encontraba solo
t!n un medio extraño. También Ekaterina estaba sola, pero podía enor-
gullecerse de que su hijo hubiera conseguido plaza en el seminario de
Tiflis, considerado por los georgianos como su principal institución de
enseñanza superior.
Al igual que los seminarios de otras partes del imperio, su objetivo
no se limitaba a proporcionar una buena educación, sino que también
se preparaba a los estudiantes para la vida religiosa. Durante la segunda
mitad del siglo XIX, sin embargo, una oleada de inquietud recorría Euro-
pa. En Rusia alcanzó su punto culminante en los seminarios.
Cuando ingresó Iosif, el seminario de Tiflis se había convertido en
un centro de oposición a las autoridades rusas. En 1885, Sylvestr Dzhi-
bladze, un estudiante que más tarde se convertiría en líder revoluciona-
rio, fue desterrado a Siberia por agredir al director, Chudetsky, que se
refirió al georgiano como un «idioma de perros», y al año siguiente Chu-
detsky fue asesinado por otro estudiante. En marzo de 1890 los estu-
diantes se mantuvieron en huelga durante una semana. A finales de 1893,
Mijail Tskhakaya y Lado Ketsjoveli -ambos llegarían a ser activos re-

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volucionarios- dirigieron otra huelga estudiantil. La policía cerró el se-
minario y ochenta y siete estudiantes fueron expulsados. 8
Los archivos de la policía de Tiflis, publicados en 1930, revelaban
que ya en 1873 había expedientes de estudiantes por leer libros prohi-
bidos, y se mencionaban las obras de Darwin, Buckle, Mili y Cherny-
shevsky. Un registro en el seminario permitió descubrir La vida de Je-
sús, de Renan, y El pequeño Napoleón, de Victor Hugo. Tres profeso-
res fueron despedidos por su «espíritu liberal». Los archivos policiales
ponían de relieve, sin embargo, que el ardiente nacionalismo, más que
las ideas liberales o revolucionarias, era la verdadera causa de la inquie-
tud estudiantil.
Al ingresar Iosif, el director del centro era un monje ruso, Germó-
genes, y el jefe de estudios, un georgiano deseoso de congraciarse con
las autoridades rusas. Debido al antecedente de la muerte de Chudetsky,
estaban preocupados por su propia seguridad y alarmados por el talan-
te rebelde de los estudiantes. Imponían estricta disciplina y, siempre al
acecho, espiaban a los estudiantes y registraban con frecuencia los dor-
mitorios.
Iremachvili escribió: «Encerrados entre aquellas paredes, nos sen-
tíamos como prisioneros que, sin culpa alguna, se ven obligados a pasar
una larga temporada en prisión.» En el seminario se seguía una rígida
rutina diaria. A las siete de la mañana todos asistían en la capilla a la
larga misa ortodoxa. Clases y oraciones se alternaban durante el día.
Con permiso especial, los estudiantes, podían salir durante dos horas al
finalizar las clases, pero tenían que regresar antes de las cinco, hora a
la que se cerraban las puertas. La disciplina era dura: por pequeñas fal-
tas eran sancionados a permanecer encerrados en una de las oscuras
celdas del sótano. La vigilancia de los monjes, la mala comida y la falta
de ejercicio al aire libre quebrantaron la salud y el ánimo de muchos es-
tudiantes.
Durante sus dos primeros años en el seminario, losif evidentemen-
te causó excelente impresión a sus profesores como estudiante dotado
y obediente. Fue octavo de la clase el primer año y quinto el segundo.
Con su aguda inteligencia y su prodigiosa memoria, pudo asimilar la pre-
paración religiosa, y nunca perdería el gusto por el ritmo y la poesía de
la liturgia y por el Nuevo y Antiguo Testamento. Además, el plan de
estudios incluía matemáticas, griego y latín, así como literatura e histo-
ria rusa. Aunque formal y limitado; proporcionaba una sólida educación
básica.
Al mismo tiempo aprendía la astucia y habilidades del conspirador.
Llegó a odiar el seminario y a los monjes, y lo que más tarde se deno-
minó su «régimen humillante». Pronto se contagió del espíritu de rebe-
lión que reinaba entre los estudiantes. Pero los monjes desconocieron
sus auténticos sentimientos hasta más tarde, cuando ya no se preocu-
paba de ocultarlos.
Iremachvili, que ingresó en el seminario al mismo tiempo, evidente-
mente sentía hacia Iosif cierto temor. El niño que en el colegio de Gori
había sentido una imperiosa necesidad de demostrar su superioridad se

- 30 -
Una foto de Stalin
en 1894, mientras
·ursaba sus estudios
en el seminario de
Tiflis.

estaba volviendo temible. Se mantenía apartado de sus compañeros de


estudios y no era popular. En la lúgubre atmósfera del seminario estaba
descubriendo su propia fuerza y aprendiendo a autodisciplinarse.
En esta época, Iosif comenzó a leer sobre los más diversos temas.
Había una biblioteca en Tiflis de la que tomaba libros prestados. Sus lec-
turas incluían no solamente la poesía georgiana, sino también los clási-
cos rusos y occidentales. Gogol, Saltykov-Shchedrin, Chejov y Tolstoi
se convirtieron en sus favoritos entre los escritores rusos. Leyó traduc-
ciones de Balzac, Hugo y Thackeray, cuya Feria de las vanidades le cau-
só honda impresión. También se dedicó de lleno al estudio de la histo-
ria, la economía y la biología. Títulos destacados eran La descendencia
humana, de Darwin; La esencia del cristianismo, de Feuerbach; Histo-
ria de la civilización en Inglaterra, de Buckle; Etica, de Spinoza; Evolu-
ción literaria de las naciones, de Letourneau, y Química, de Mendeleiev.
Era un atrevido programa de lectura para un joven estudiante de teolo-
gía. Al igual que con la liturgia y la Biblia, no olvidaba lo que leía. Años
más tarde citaría y haría referencia a muchos de estos libros.
losif escribió poesía durante sus dos primeros años en el seminario.
Nunca hizo referencia a sus versos ni tampoco reconoció o negó su au-

- 31 -
toría. Cinco poemas fueron publicados en la segunda mitad del año 1893,
y el sexto poema al año siguiente. Quedaron en el olvido hasta que en
diciembre de 1939, con motivo de la celebración de su cumpleaños, el
periódico de Tiflis Zarya Vostoka (El amanecer de Oriente) lo reimpri-
mió bajo el título Stiji Yunogo Stalina (Versos del joven Stalin).
Los poemas son de inspiración romántica y fuertemente naciona-
lista. Dedicó uno de ellos a la memoria del príncipe Rafael Eristavi, po-
pular poeta georgiano, y en él expresaba su gran amor por su país. El
otro poema que reclama especial atención es A la luna, de un lirismo
apasionado; en él invoca a los mártires georgianos muertos a manos
de los opresores extranjeros. Si verdaderamente fueron escritos por
Iosif, los poemas evidencian su fervor como patriota georgiano en aquella
época.
Durante su entrevista con Stalin, Emil Ludwig hizo mención de que
el estadista checo T. G. Mazarik había afirmado sentirse socialista des-
de la edad de seis años. Entonces preguntó a Stalin qué le había impul-
sado a hacerse socialista y cuándo. La respuesta fue: «No puedo decir
que ya fuera fav'orable al socialismo a los seis años. Ni siquiera a los
diez o los doce. Me uní al movimiento revolucionario a los quince años,
cuando entré en contacto con grupos clandestinos de marxistas rusos,
que entonces vivían en Transcaucasia. Estos grupos ejercieron una gran
influencia sobre mí y me inculcaron el gusto por la literatura marxista
clandestina ... No sucedía lo mismo en el seminario ortodoxo en el que
estudiaba. En protesta por el régimen ultrajante y los métodos jesuíticos
que prevalecían en el seminario, estaba a punto de convertirme, y de
hecho me convertí, en un revolucionario, en un creyente del marxismo
como verdadera doctrina revolucionaria.»
Parece más probable, sin embargo, que Josif se hiciera marxista no
en 1894, sino dos o tres años más tarde. El severo régimen le había afec-
tado negativamente, pero él siempre odió cualquier autoridad que le fue-
ra impuesta por los demás. No podía aceptar la oposición ni las críticas
de sus compañeros de estudios, y replicaba con sarcasmo y desprecio.
Iremachvili le consideraba tremendamente ambicioso e interesado no en
el marxismo, sino en dominar a los demás .
El expediente académico del seminario muestra que él, que fue es-
tudiante modelo durante su primer y segundo años, estaba entrando en
conflicto con los monjes. En noviembre de 1896, un supervisor ayudan-
te, Murajovsky, anotó en el libro de conducta:
«Djugachvili tiene una tarjeta para el servicio de préstamo de la bi-
blioteca. Hoy le he confiscado Los trabajadores del mar de Victor Hugo,
donde he encontrado dicha tarjeta.» El director, el padre Germógenes,
hizo la siguiente anotación: «Confinarle en la celda de castigo por un pe-
riodo prolongado. Ya le he llamado la atención una vez por tener un li-
bro sin autorización, Noventa y tres, de Victor Hugo.»»
En marzo de 1897 el mismo Murajovsky hizo otra notación: «A las
once de la mañana he retirado a losif Djugachvili el libro Evolución lite-
raria de las naciones, de Letourneau, que había tomado prestado de la
biblioteca. La papeleta de préstamo estaba dentro del libro. Lo estaba

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1 y ndo en las escaleras de la capilla. Es la decimotercera vez que este
tudiante ha sido descubierto leyendo libros de préstamo de la biblio-
t a. Entregué el libro al padre supervisor.»
Para Iosif ésta debió de ser una época de incertidumbre. Sabía que
no tenía vocación para el sacerdocio y desde luego había dejado de creer
1m la Iglesia ortodoxa. Pero no sabía qué camino tomar. Sasha Tsulu-
lddze y Lado Ketsjoveli, ambos mayores que Iosif, eran dos hombres ex-
traordinarios que le influyeron grandemente en esta época. Eran típicos
re presentantes de una nueva generación que surgió en Rusia a princi-
pios de siglo. Todos eran valientes, imaginativos y emprendedores, pero
1• laban motivados por un odio implacable hacia el orden establecido, y
n >Ían que a través de la destrucción se llegaría a un milenio en el que
111 gente gozaría de justicia y bienestar; al menos la mayoría lo disfruta-
if 1, ya que la minoría habría sido violentamente eliminada.
Tsulukidze , que procedía de familia noble, era un intelectual con
l ualidades literarias. Estaba entregado a la causa revolucionaria y escri-
hí..i colaboraciones en georgiano para Kvali (El surco) e Iberia, las pu-
blicaciones más destacadas, tratando de explicar y popularizar las teo-
if.1s marxistas. Murió en junio de 1905 de tuberculosis, y todos los re-
volucionarios georgianos asistieron a su funeral, que se convirtió en una
manifestación popular. losif recopiló todos los escritos de su amigo y los
publicó en forma de libro en 1927 como homenaje a su memoria.
Lado Ketsjoveli era muy diferente a Tsulukidze, el enfebrecido in-
lelectual. Era un hombre de acción, incansable y emprendedor. Había
1•studiado en el mismo colegio religioso en Gori y en el seminario de Ti-
llis, y más tarde inició su trayectoria revolucionaria. Después de la fa-
mosa huelga en el seminario en diciembre de 1893, se trasladó a Kiev,
londe, tras ser detenido y permanecer tres meses en prisión, fue pues-
to en libertad vigilada. En 1897 regresó a Tiflis y trabajó fanáticamente
1• 11 el movimiento clandestino que preparaba la revolución.
Los dos amigos despertaron el interés de Iosif por el marxismo. Fue-
ron probablemente quienes le introdujeron en Messame Dassy (El ter-
rn r Grupo), primera organización socialdemócrata marxista de Geor-
uia. 9 Sus fundadores fueron Noi Zhordania, antiguo seminarista y más
tarde presidente de la independiente República de Georgia (1918-21), y
K. Chjeidze, G. Tseretelli y Sylvestr Dzhibladze, todos ellos destinados
,, ocupar puestos relevantes hasta que, por moderados, fueron despla-
zados. Noi Zhordania era el líder del grupo.
Messame Dassy era una organización legal que funcionaba con au-
torización de la policía. Editaba un diario en georgiano, Kva/i, y una pu-
blicación mensual, Moambeh (El Heraldo) . Tsulukidze y Ketsjoveli man-
tenían una postura crítica frente a ambas publicaciones. Ellos eran par-
lidarios del desafío, de la incitación a la conspiración y a la acción vio-
lenta y dramática contra el régimen zarista.
La militancia en Messame Dassy fue, en cualquier caso, un paso im-
portante en la evolución de Iosif. Los debates con sus dos amigos y los
contactos con otros miembros del grupo ampliaron su interés por el mar-
xismo. Se le hizo responsable de un círculo de estudio para obreros. Re-

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cardando estas reuniones años más tarde, Stalin dijo: «Recibí mis pri-
meras lecciones prácticas en el piso del camarada Sturua en presencia
de Dzhibladze (que fue también uno de mis profesores), Chodrichvili,
Chjeidze, Bochorichvili, Ninua y otros destacados trabajadores de Ti-
flis.» Pronunciar conferencias ante obreros era una experiencia nueva y
estimulante para un revolucionario de diecinueve años. Pero era todavía
seminarista y los estrechos límites de su libertad le resultaban tanto más
insoportables cuanto que en aquellos momentos estaba descubriendo
tantas cosas por hacer.
En sus memorias, escritas en París en los años treinta, Noi Zhor-
dania recordaba:
«A finales de 1898 yo estaba al frente de Kuali. Un día apareció en
la redacción un joven que se presentó a sí mismo: "Soy Djugachvili, es-
tudio en el seminario." Después de pedirme que le escuchara, me dijo:
"Soy asiduo lector de su periódico y de sus artículos. Todos ellos me
han impresionado. He decidido abandonar el seminario y dedicar mi
tiempo libre a los obreros. ¿Qué me aconseja?"
»Su decisión me agradó. En la organización social demócrata de Ti-
flis había pocos propagandistas. Pero antes de aconsejarle, me pareció
necesario comprobar el bagaje de conocimientos de este joven. Cuando
le hice varias preguntas sobre historia, sociología y economía política
me sorprendió que sólo tuviera una noción superficial sobre todo ello.
Sus conocimientos de política se basaban en los artículos de Kuali y en
el programa Erfurt de Kautsky. Le expliqué que sería difícil funcionar en
tales condiciones. Nuestros trabajadores eran curiosos y querían saber.
Cuando estaban convencidos de que un propagandista no tenía suficien-
tes conocimientos, perdían interés y rehusaban escucharle. Yo aconsejé
a Djugachvili que permaneciera un año más en el seminario y que
comenzara a prepararse por sí mismo: "Lo pensaré", contestó; y se
marchó.»
Zhordania se sentía paternalista hacia el joven estudiante y, al igual
que otros enemigos políticos resentidos e impotentes que escribieron
sus memorias en el exilio, intentó denigrar a este hombre que se había
convertido en gobernante supremo. Ciertamente exageró la falta de co-
nocimientos de Iosif. A sus diecinueve años había demostrado ya ser un
estudiante bien dotado y había leído sobre los más diversos temas, in-
teresándose particularmente por el marxismo y las ideas revoluciona-
rias. Su visita al director de Kuali, que era uno de los más conocidos
escritores políticos de Georgia en aquella época, parece sin embargo
probable. La vida en el seminario se había hecho insoportable. Su mili-
tancia en el Messame Dassy y la experiencia de hablar a los trabajado-
res del círculo le daban la sensación de tener un objetivo; buscaba con-
sejo porque empezaba a dirigirse hacia la decisión final de entregarse to-
talmente a la tarea revolucionaria.
Informes soviéticos de las actividades políticas de Iosif durante 1898
le atribuyen una importancia que difícilmente podía justificarse en esa
etapa; se decía que se había convertido en el crítico y oponente más des-
tacado de las opiniones de Zhordania, y que había adquirido un cierto

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lid razgo entre los ferroviarios, a los que organizaba para llevar a cabo
una gran huelga en diciembre de 1898. Pero estaba por entonces toda-
vi en el seminario, y era un aprendiz de revolucionario. Poca influencia
podría haber tenido entre los ferroviarios y no hubiera conseguido gran
ro a en su oposición a los prestigiosos líderes de Messame Dassy.
A finales de 1898 la actitud de Iosif hacia los responsables del se-
rnina rio era insolente y desafiante. En diciembre de 1898, el supervisor
11yudante escribió en el libro de conducta:
«Durante un registro de los estudiantes de la quinta clase llevado a
e 1bo por miembros de la junta de supervisión, losif Djugachvili intentó
vurias veces discutir con ellos, mostrando su descontento por los repe-
1Idos registros a los estudiantes, y afirmando que tales registros nunca
i1 ' hacían en otros seminarios. Djugachvili se muestra generalmente
Irrespetuoso e insolente hacia sus superiores y se niega pertinazmente
11 inclinarse ante uno de los profesores (S. A. Murajovsky), como este
1'iltimo ha señalado repetidamente a la junta de supervisión.»
El castigo impuesto a Iosif fue el aislamiento en una celda durante
cinco horas.
Finalmente, el 5 de mayo de 1899, el consejo del seminario le ex-
pulsó «por haber faltado a sus exámenes sin causa justificada». La de-
cisión no respondió a sus expectativas. Los monjes no le habían expul-
'ado por dirigir una revolución entre los estudiantes. El mismo declaró
más tarde que había sido «expulsado del seminario por propagar el mar-
xismo». Su madre mantuvo siempre que su hijo no había sido expulsa-
lo, sino que ella misma le había sacado del seminario. Hablando en 1930
con el periodista norteamericano H. R. Knickerbocker, afirmó: «Le llevé
" casa debido a su salud. Cuando entró en el seminario era un mucha-
cho tan fuerte como el que más, pero el exceso de trabajo hasta los die-
cinueve años minó su salud, y los médicos me dijeron que podía con-
1raer tuberculosis. Yo le saqué del seminario. El no quería marcharse.
Pero yo me lo llevé. Era mi único hijo.» 10
Está claro que fuera cual fuera la auténtica razón de su salida del
seminario, Iosif no tomó la decisión. Pero una vez libre, se entregó a la
larea revolucionaria y se convir-tió en Koba, «El Implacable».

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4. Koba el revolucionario

Después de abandonar el semina rio, el instintivo sentimiento de re-


belión de Koba comenzó a convertirse en una imperiosa necesidad de
desafiar y destruir el régimen zarista. Leía con avidez todo el material
revolucionario que caía en sus manos, y hablaba con otros que estaban
enardecidos por el nuevo espíritu de la revolución, pero no pudo encon-
trar todavía el tipo de orientación y las respuestas que necesitaba. Los
escritos de Plejanov y de Lenin estimulaban sus ideas, pero al vivir ale-
jado en Georgia, no tenía contacto directo con el movimiento revolucio-
nario.
Los revolucionarios rusos, que vivían en el extranjero, estaban di-
vididos por virulentas y a veces ociosas polémicas. Georgi Plejanov, pa-
dre de la socialdemocracia rusa, se consideraba a sí mismo el árbitro de
todos los asuntos concernientes al movimiento en Rusia. Estaba indig-
nado con la herejía del «economismo» que propugnaba como prioritaria
la lucha de los trabajadores por mejorar los salarios y las condiciones
de trabajo . Una herejía más seria, defendida por los «marxistas legales»
denunciaba la revolución violenta. Para todos los marxistas ortodoxos
esto no era más que «revisionismo» y «reformismo», términos muy se-
veros en la crítica comunista. Lenin, que surgía como el líder destacado
del movimiento ruso, consideraba cualquier argumento contrario a la re-
volución violenta como la peor forma de apostasía.
Subyacente a estas herejías estaba la cuestión básica de la posibi-
lidad de adaptar el marxismo a la realidad rusa. Era una doctrina occi-
dental, concebida y enraizada en las sociedages capitalistas e industria-
lizadas de Europa occidental. Al adherirse al marxismo, Plejanov, Axel-
rod, Martov, Lenin y otros habían aceptado la idea de que Rusia debe-
ría alcanzar el mismo nivel de industrialización, para que existiera una
masa proletaria capaz de hacer estallar la revolución y tomar el poder.
El hecho de que Rusia, a finales de siglo, contara con más de cien
millones de campesinos de un total (excluyendo Finlandia) de ciento se-
tenta millones de habitantes, hacía este objetivo enormemente lejano.
Desde 1892 aproximadamente, sin embargo, bajo la acertada dirección
del conde Sergei Witte, ministro de Economía y Finanzas, la industria-
lización se desarrolló con extraordinario ímpetu. Plejanov y otros co-
menzaron a pensar que el objetivo de una masa proletaria podría no es-
tar tan distante. Pero Lenin, impaciente por entrar en acción y conse-
guir el poder, opinaba que había que adaptar el marxismo a las condi-
ciones de Rusia.

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En 1900, la policía
tomó para sus
archivos esta foto del
revolucionario Koba.
seudónimo que
Stalin utilizaba por
aquella época.

Al regresar del exilio en febrero de 1900, Lenin residió por un tiem-


po en Pskov y después se trasladó a Munich. Estaba deseoso de con-
vocar un congreso para proscribir todas las herejías y restaurar la uni-
dad del movimiento socialdemócrata ruso. También tenía el proyecto
de editar un periódico que se llamaría /skra (La Chispa) . El 24 de di-
ciembre de 1900, se publicó en Leipzig el número uno . Los ejemplares
fueron llevados clandestinamente a Rusia y el periódico adquirió ense-
guida influencia como la voz del movimiento marxista en Rusia.
En la lejana Georgia, losif Ojugachvili, o Koba, como se hacía lla-
mar entonces, probablemente tuvo noticias de las herejías y de las dis-
cusiones entre los socialdemócratas en el exterior. No le causaron im-
presión porque era intransigente con los marxistas emigrados que vi-
vían cómodamente en países capitalistas y se dedicaban a alimentar po-
lémicas ociosas. Los verdaderos revolucionarios corrían riesgos, al tiem-
po que enseñaban y organizaban a los trabajadores. Pero pronto se in-
teresó vivamente por Iskra.

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La información fidedigna sobre su vida y actividades desde mayo
de 1889, cuando abandonó el seminario, hasta diciembre de 1905, que
fue cuando asistió al Congreso de Tammerfors y conoció a Lenin, es es-
casa. Algunos historiadores le describen dirigiendo un gran movimiento
revolucionario clandestino durante esos años. Para ellos está claro que
tuvo que ser un prodigio corno Atenea, nacida de la cabeza de Zeus com-
pletamente armada y lanzando un grito de guerra. Los escritores hos-
tiles se aferran a estos años como reveladores de su atraso e incapaci-
dad para colaborar con el movimiento.
T rotski escribió sobre su «torpe inteligencia, falta de talento su irre-
levancia física y moral». Souvarine, señalando esta falta de influencia, le
catalogaba con las cualidaes de un suboficial. En aquella época puede
ser que Koba pareciera un inexperto recluta, agresivo por la falta de se-
guridad en sí mismo al encontrarse entre intelectuales. Era un miembro
marginal de la inte//igentsia, sin origen noble ni trayectoria profesional.
Incluso entre los paznochintsi, una clase heterogénea, sus orígenes eran
humildes. Un agudo sentimiento de inferioridad social, intensificado por
la cara marcada de viruelas y el brazo deforme, debieron de ser facto-
res que influyeron en su torpeza general, en su agresividad hacia los de-
más, incluyendo amigos y compañeros, y en su autohumillación.
Pese a todo, este periodo fue una etapa importante en su larga tra-
yectoria. Empezó a aprender seriamente de otros revolucionarios y de
los trabajadores, sobre todo de los ferroviarios, que eran los más acti-
vos políticamente. Llevó una existencia clandestina al margen de la so-
ciedad, perseguido por la policía. Era espiado de cuando en cuando,
pero después se desvanecía en la sombra. Soportaba una vida oscura,
incluso miserable, y su única compensación era el sentimiento de luchar
junto a unos pocos camaradas por los objetivos de la revolución y por
una sociedad nueva. Sin embargo, reunía buenas condiciones para la
vida clandestina: tenía valor, autodisciplina, paciencia, una inteligencia
aguda y un fuerte instinto de supervivencia. 11
Después de salir del seminario, quizá pasó algún tiempo con su ma-
dre en Gori restableciéndose. Ganaba dinero dando clase a niños de las
familias ricas de Tiflis, y posiblemente vivió en algún tugurio de obreros.
Entre sus discípulos estuvo Ter-Petrosian, el audaz terrorista armenio,
conocido por Kamo, que se convertiría más tarde en su discípulo y lu-
garteniente.
Hacia finales de diciembre de 1899, Koba comenzó a trabajar como
empleado del Observatorio Geofísico de Tiflis. Según Vano Berdzenich-
vili, expulsado del seminario en otoño de 1899, y que había comenzado
a trabajar en el observatorio en febrero del año siguiente, eran en total
seis observadores. Entre ellos figuraban los hermanos Vano y Lado Kets-
joveli. Vano recordaba más tarde que «teníamos que mantenernos des-
piertos toda la noche y hacer observaciones a intervalos señalados con
la ayuda de delicados instrumentos. El trabajo exigía gran concentra-
ción y paciencia». En un informe policial de la época, Koba no figuraba,
sin embargo, como observador meteorológico, sino simplemente como
administrativo.

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Evidentemente, Koba encontraba ventajoso su trabajo en el obser-
vatorio. El sueldo era bajo, pero por primera vez en su vida disfrutaba
de una habitación para él solo y, cuando estaba trabajando, era libre.
lremachvili describió su habitación como desnuda y austera, pero su
mesa estaba siempre llena de libros y panfletos, entre los que destaca-
ban los trabajos de Plejanov y Lenin. Dividía su tiempo libre entre la lec-
tura y la participación en reuniones de grupos de trabajadores. Berdze-
nichvili recordaba más tarde que «solía llevar panfletos ilegales y el dia-
rio Iskra, que nos dejaba leer; pero ninguno de nosotros sabía dónde y
cómo los conseguía».
El primero de mayo de 1900 fue un acontecimiento importante para
Koba. La Mayevka, como se llamaba, era ilegal y no se había celebrado
nunca en Georgia. Koba se encargó de los preparativos, según Sergei
Alliluyev, un ferroviario que fue su amigo y más tarde, su suegro. A pri-
meras horas de la mañana, pequeños grupos de trabajadores se dirigie-
ron al lago de la Sal, en las montañas cercanas a Tiflis, dando la con-
traseña a piquetes situados a lo largo de la ruta. Llevaban pancartas con
eslóganes revolucionarios en ruso, georgiano y armenio, y portaban dos
estandartes con los retratos de Marx y Engels.
En un estado de exaltación, quinientos trabajadores cantaron la
Marsellesa y escucharon discursos sobre el proletariado internacional y
la próxima lucha por los derechos de los trabajadores. Sergei Alliluyev
sólo mencionó la participación de Koba como orador, 12 pero Georgy Ni-
nua recordaba algunas de sus palabras: «Nos hemos hecho tan fuertes,
que el año que viene podremos celebrar la Mayevka no ya en las mon-
tañas, sino en las calles principales de Tiflis ... Nuestra bandera roja tie-
ne que estar en el centro de la ciudad, para que la tiranía conozca nues-
tra fuerza.»
La agitación industrial aumentaba en Rusia durante estos años; en
Georgia alcanzó su punto culminante. Una oleada de huelgas se exten-
dió por las fábricas de Tiflis entre los meses de mayo y junio de 1900,
y en agosto los ferroviarios llevaron a cabo una gran huelga. Se dice
que fue Koba, apoyado por M. I. Kalinin, metalúrgico que llegaría a ser
presidente de la Unión Soviética, quien organizó y dirigió estas huelgas. 13
En el verano de 1900, Viktor Kurnatovsky llegó a Tiflis. Hombre
alto y delgado, que se inclinaba al hablar por ser duro de oído, era apre-
ciado y respetado en los círculos revolucionarios. 14 Había sido terro-
rista activo, y en el exilio se había convertido en asiduo compañero de
Lenin.
Su llegada a Georgia coincidió con un aumento de las actividades
revolucionarias. Seguían adelante Jos preparativos para Ja manifestación
del primero de mayo de 1901 que, como Koba había sugerido el año an-
terior, no debía celebrarse en las montañas, sino en el centro de Tiflis.
La Ojrana (la policía), sin embargo, conocía bien estos planes. El 21 de
marzo (1901) Kurnatovsky y unos cincuenta dirigentes socialdemócra-
tas fueron detenidos. Aquella misma tarde Ja policía hizo una redada en
las habitaciones de Koba y sus colegas en el observatorio. Koba estuvo
a punto de entrar cuando se llevaba a cabo el registro, pero al advertir

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la presencia de policías alrededor del edificio decidió dar un paseo por
las calles de la ciudad, y regresó cuando se sintió seguro.
Después de esta redada, según la versión oficial, Koba «pasó a la
clandestinidad». Parece, sin embargo, que trabajó en el observatorio du-
rante la semana siguiente, lo que indica que la policía no estaba dema-
siado preocupada por él. Como medida precautoria, no obstante, aban-
donó Tiflis y se convirtió en un revolucionario fugitivo, haciéndose lla-
mar Koba y otros nombres; trabajadores y camaradas casi tan pobres
como él le daban alojamiento y comida. Era una vida dura y excitante,
en la que él era al mismo tiempo perseguido y perseguidor. 15
La tarea inmediata estribaba en impulsar los preparativos del pri-
mero de mayo. Ese día, unos dos mil trabajadores se reunieron en el
bazar Soldatsky cerca de los jardines Aleksandrovsky, en el centro de
Tiflis. La policía y efectivos de los cosacos esperaban con los sables de-
senvainados y látigos en la mano. La lucha comenzó inmediatamente:
catorce trabajadores resultaron heridos y más de cincuenta fueron de-
tenidos.
Después de la manifestación, Koba eludió a la policía y consiguió
ocultarse en Gori o en las montañas cercanas. Visitó en secreto el piso
de Iremachvili, donde habló con énfasis sobre la violencia y sobre la ne-
cesidad de provocar mayor violencia en futuras manifestaciones.
Koba daba más importancia a la declaración de guerra abierta con-
tra la autocracia que al derramamiento de sangre. Se sentía impaciente
por poner fin a las interminables conversaciones y polémicas que domi-
naban la vida de tantos revolucionarios: ansiaba entrar en acción. Na-
turalmente Lenin mostraba un entusiasmo similar por «la sangría que
ello implicaba» y expresaba la misma actitud: «Debemos luchar y tene-
mos que aprender a hacerlo. ¡Las palabras no bastan!» 16
Las noticias de la manifestación entusiasmaron a Lenin y a sus ca-
maradas de Alemania. Iskra manifestó: «El acontecimiento que tuvo lu-
gar el domingo 22 de abril en Tiflis es de importancia histórica para todo
el Cáucaso; este día marca el comienzo de un movimiento revoluciona-
rio abierto en el Cáucaso.» Aunque Kurnatovsky y muchos de los diri-
gentes del movimiento estaban en la cárcel y pronto serían desterrados
a Siberia, y la manifestación había sido reprimida, para Lenin igual que
para Stalin cualquier enfrentamiento violento de los trabajadores con la
policía era de gran importancia, y cuanta más violencia y derramamien-
to de sangre se producía, más importancia atribuían al acontecimiento.
Lado Ketsjoveli consiguió fugarse , y se dirigió a Bakú. Allí consi-
guió instalar una prensa de imprimir en el barrio musulmán. Nina, nom-
bre en clave de la prensa impresora, comenzó a funcionar en el verano
de 1901, pero pronto surgieron dificultades: era vieja y hacía demasia-
do ruido para funcionar en secreto; además, al carecer de licencia de
impresión, Ketsjoveli fue incapaz de conseguir tinta, papel y tipos sufi-
cientes.
En ese momento, se hizo cargo de ella Leonid Krasim, uno de los
más destacados miembros del movimiento revolucionario ruso. Alto y
de aspecto distinguido, con la frente ancha y el rostro inteligente, dota-

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do de gran encanto, Krasim era un hombre de energía arrolladora y ta-
lento extraordinario.
Como gerente de la refinería de petróleo de Bakú, reunió en torno
suyo a los trabajadores que compartían sus convicciones marxistas. Ser-
gei Alliluyev era uno de ellos, al igual que la mayoría de los miembros
del comité local del Partido Socialdemócrata. Estaba en contacto con Le-
nin, que le hizo responsable del partido en Transcaucasia.
Entre sus tareas figuraba la de introducir clandestinamente los ejem-
plares de Iskra, que eran enviados por mar desde Marsella a Batum.
Era un sistema complejo y antieconómico, y Krasim decidió imprimirlo
en la localidad.
Al cabo de unas semanas, Krasim había reorganizado la imprenta,
que pronto empezó a tirar ejemplares de Iskra, así como de Brdzola
(La Lucha), primer periódico revolucionario ilegal publicado en georgia-
no, y Yuzhny Rabochii en ruso. Algunas fuentes afirmaron más tarde
que «Ketsjoveli llevó a cabo todas las diversas tareas revolucionarias en
Bakú, bajo la dirección del grupo dirigente del Partido Obrero Socialde-
mócrata Ruso de Tiflis, y del camarada Stalin». 11

Las luchas de la clase obrera rusa para acabar con sus míseras
condiciones de uida fueron intensas a comienzos de siglo. Este documento
de la época muestra a un grupo de obreros en paro a la entrada de una bolsa
de trabajo.

- 41-
El «grupo dirigente de Tiflis» incluía solamente a Koba, Lado Kets-
joveli, Sasha T sulukidze, y pocos más. De ellos el más importante es,
sin duda, Ketsjoveli, mientras que en la retaguardia Krasim colaboraba
con sus consejos y probablemente con sus fondos. El grupo ya había
entrado en conflicto con el moderado Messame Dassy, dirigido por Noi
Zhordania. El editorial del primer número del Brdzola no estaba dedi-
cado a reafirmar los principios socialistas y las tácticas revolucionarias,
sino a la polémica contra los moderados. Brdzola también afirmaba que
«el movimiento socialdemócrata georgiano no es un movimiento obrero
aislado, exclusivamente georgiano, con su propio programa. Va de la
mano de todo el movimiento ruso y, por consiguiente, se subordina al
Partido Socialdemócrata Ruso». Esta afirmación era una crítica a la ma-
yoría de los miembros de Messame Dassy, que eran partidarios de un
partido georgiano separado, asociado con el ruso, pero independiente. is
Koba participó de alguna manera en este primer editorial. Más tar-
de se atribuyó su autoría incluyéndolo en sus obras completas. Sin em-
bargo el estilo es diferente al de sus demás escritos y probablemente
sólo contribuyó con otros a su redacción.
El número siguiente de Brdzola apareció en diciembre de 1901. El
artículo de fondo, titulado «El Partido Socialdemócrata Ruso y sus ta-
reas inmediatas», fue obra suya. Koba no era un escritor nato, pero
aprendió a expresarse con gran eficacia. En sus primeros artículos y con-
ferencias, utilizaba un estilo retórico, con el ritmo y las repeticiones de
la liturgia ortodoxa, que tocaba fibras familiares en las mentes de los tra-
bajadores. En escritos posteriores, sin embargo, su estilo se hizo más
sencillo y directo.
El primer artículo, publicado en Brdzola, incluía los siguientes pa-
sajes:
«Muchas tormentas, muchos torrentes de sangre han azotado a Eu-
ropa occidental para poner fin a la opresión de la mayoría del pueblo
por una minoría; pero el sufrimiento todavía no ha desaparecido, las he-
ridas permanecen tan dolorosas como antes y el dolor se hace cada día
más y más insoportable ...
»No sólo la clase trabajadora ha estado gimiendo bajo el yugo del
zarismo. También otras clases sociales se encuentran estranguladas en
las garras de la autocracia. Gimiendo está el hambriento campesinado
ruso ... Gimiendo están los humildes habitantes de las ciudades, los mo-
destos empleados ... , los oscuros funcionarios; en una palabra, esa mul-
titud de hombres sencillos cuya existencia es tan insegura como la de
la clase trabajadora y que tiene razones suficientes para sentirse discon-
forme con su posición social. Gimiendo también está la pequeña e in-
cluso la mediana burguesía, que no pueden soportar el látigo y la maza
zaristas ... Gimiendo están las nacionalidades y religiones oprimidas en
Rusia, entre ellos los polacos y los fineses.»
La revolución debía ser dirigida por los trabajadores, porque sólo
de esta manera se conseguiría «una constitución ampliamente democrá-
tica, que concediera los mismos derechos a los trabajadores, a los cam-
pesinos oprimidos y a los capitalistas». 19

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Aqt,1í Koba seguía la línea marxista ortodoxa. Su artículo cobraba
fuerza cuando se refería a los mecanismos de la revolución. Estos, y no
las luchas teóricas, constituían su auténtico interés. De todas las armas
revolucionarias, consideraba las manifestaciones violentas como las más
eficaces. Acompañadas de derramamiento de sangre, enardecían al pue-
blo y fomentaban la militancia. Esta/propagación de la violencia era una
respuesta a la brutalidad de la policía zarista y de los cosacos, pero era
también reflejo de lo inhumano de la ética revolucionaria. A Koba, como
a Lenin, no le preocupaba el sufrimiento humano, ni siquiera a gran es-
cala, si contribuía a la causa de la revolución.

- 43 -
5. Batum, prisión y exilio

El 11 de noviembre de 1901, Koba fue elegido para el primer comité


de Tiflis del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Este comité repre-
sentaba a un grupo de veinticinco miembros que querían medidas más
positivas que las de Messame Dassy. Dos semanas más tarde, Koba fue
a Batum. Un informe secreto de la polida decía: «En otoño de 1905 el
comité socialdemócrata de Tiflis envió a uno de sus miembros, losif Vis-
sarionovich Djugachvili, anteriormente alumno de la sexta clase del se-
minario de Tiflis, a Batum con el propósito de distribuir propaganda en-
tre los trabajadores de las fábricas . Como resultado de las actividades
de Djugachvili ... comenzaron a surgir organizaciones socialdemócratas
en todas las fábricas de Batum.» Según otras fuentes, el comité le ex-
pulsó virtualmente de Tiflis. 20
Batum, en la costa del mar Negro, era una ciudad de unos treinta
mil habitantes, la mitad de los cuales, aproximadamente, eran turcos.
Con el resultado de la guerra ruso-turca, la ciudad y la región costera
subtropical se habían convertido en posesión rusa en 1878. Batum se-
guía siendo todavía una ciudad típicamente turcomusulmana. Sin em-
bargo, como centro industrial se había desarrollado rápidamente. El fe-
rrocarril transcaucasiano, que unía Bakú y Batum, había sido terminado
en 1883. Diez importantes empresas industriales se habían establecido
allí, entre ellas las refinerías de petróleo Rothschild, Nobel y Mantashev.
El número de trabajadores ascendía a once mil; sus sueldos eran bajos
y las condiciones de trabajo opresivas.
El movimiento socialdemócrata de Batum estaba dirigido por Niko-
lai Chjeidze, antiguo estudiante del seminario de Tiflis, ampliamente res-
petado por sus conocimientos y sus cualidades de orador. Tenía una
fuerte personalidad, pero, como la mayoría de los socialdemócratas de
Georgia, era partidario del «marxismo legal» y deploraba la actividad re-
volucionaria violenta. Llegaría a ser presidente del Soviet de Petrogrado
después de la revolución de febrero de 1917, y dio la bienvenida a Lenin
y a su partido a su llegada a la estación de Finlandia, previniéndole con-
tra la destrucción de la revolución por la violencia. No le hizo caso.
Como amigo de Dzhibladze en Tiflis, Chjeidze conocía la llegada
de Koba, pero no contaba con la furiosa actividad del joven revolucio-
nario. Se sintió horrorizado cuando conoció los planes de Koba y se di-
rigió a él varias veces personalmente y después a través de amigos con
el ruego de que abandonara su militancia. Al ver que sus ruegos eran
rechazados, condenó a Koba por «desorganizador» y «loco».

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Tras llegar a Batum en noviembre de 1901, Koba comenzó inme-
diatamente a organizar e incitar a los trabajadores. El 31 de diciembre
de 1901, bajo la apariencia de una fiesta de Año Nuevo que se llevó a
cabo en la casa de un obrero, se formó una nueva organización social-
demócrata de Batum. Koba también consiguió instalar una pequeña im-
prenta que posteriormente amplió con material traído de Tiflis; pronto
comenzó a imprimir folletos y manifiestos. A finales de febrero de 1902,
ya habían sido organizados once círculos socialdemócratas en las prin-
cipales fábricas; todo indicaba que una nueva fuerza comenzaba a ha-
cerse sentir en Batum.
El 27 de febrero de 1902 una huelga en la refinería de petróleo Roths-
child motivó una marcha de más de seis mil trabajadores que se dirigie-
ron a la sede del gobernador militar. Las tropas abrieron fuego y cau-
saron quince muertos y cincuenta y cuatro heridos entre los trabajado-
res; quinientos fueron detenidos. La noticia de la violencia y del derra-
mamiento de sangre se extendió rápidamente. Una investigación oficial
reveló que la manifestación había sido espontánea, y no se hizo men-
ción de Koba ni de ningún otro líder revolucionario. Pero, según fuentes
soviéticas, Koba había organizado la huelga y la manifestación. Yaros-
lavsky escribió más tarde que se encontraba «en medio del turbulento
mar de trabajadores, dirigiendo personalmente el movimiento». Otro in-
forme señalaba que Koba organizó una nueva manifestación con motivo
del funeral de las víctimas.
Para Stalin esta manifestación había sido un dramático logro de gran
significación en el Cáucaso. Los trabajadores y los socialdemócratas mo-
derados de Batum estaban, sin embargo, abrumados por la violencia y
el sufrimiento, que parecían no servir para nada.
La policía no regateó esfuerzos después de la manifestación de Ba-
tum para encontrar la imprenta secreta. A fin de evitar que fuera loca-
lizada, Koba la trasladó a un poblado abjaziano a las afueras de la ciu-
dad donde las estrechas calles y las pobladas casas del barrio musul-
mán ofrecían protección. Los trabajadores, disfrazados de mujeres cau-
casianas, con el largo velo, o chadra, se dirigían a aquella casa para re-
coger los panfletos impresos allí. Los vecinos comenzaron a sospechar
que utilizaban aquella imprenta para falsificar papel moneda, y pidieron
parte de los beneficios. Hizo falta algún tiempo para desengañarles y con-
seguir su ayuda.
La manifestación de Batum del 9 de marzo, el desafío de los traba-
jadores y el derramamiento de sangre que habían supuesto la explosiva
culminación de la agitación industrial que experimentaba Transcaucasia
motivaron la acción policial. Comenzaron por perseguir a los revolucio-
narios. Por primera vez Koba fue detenido. Según el relato de Yaros-
lavsky: «La noche del viernes 5 de abril de 1902, Kotsia Kandelaki y él
visitaron la casa de Darajvelidze, que había convocado una reunión so-
cial. Soso (Koba) tenía veintidós años, era delgado y tenía barba y bigo-
te negros. Parecía un "estudiante romántico" de pelo negro y despeina-
do por el viento. Alguien advirtió de pronto que la Ojrana de Batum no
s.ólo había rodeado la casa, sino que además había colocado informa-

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dores en el sótano. Soso (Koba), que fumaba una "papirosa" y hablaba
con Kandelaki, se mostró imperturbable. Comentó tranquilamente: "No
es nada", y continuó fumando. Poco después la policía entró en la ha-
bitación y detuvo a los hermanos Darajvelidze, a Kandelaki y a Soso.» 21
La prisión, como el exilio, era aceptada como una etapa inevitable
en la trayectoria de un revolucionario profesional ~ Las prisiones zaristas
alejadas de las ciudades rusas estaban ubicadas normalmente en edifi-
cios desvencijados, y en ellas se seguía un régimen tosco pero eficaz; la
superpoblada prisión de Batum no era una excepción. Los prisioneros
políticos eran tratados, por lo general, con benignidad y se les conce-
dían ciertos privilegios, a menos que armaran alboroto; algunos revolu-
cionarios se sentían impelidos a mostrarse hostiles, y a hacer la vida im-
posible a los carceleros, lo que originaba brotes de exasperación y vio-
lencia por ambas partes.
Koba no eligió el camino de la provocación. Quería que le dejaran
en paz para dedicarse a sus intereses. Durante el año que pasó en la
prisión de Batum -del 5 de abril de 1902 al 19 de abril de 1903- se
mantuvo tranquilo y observó buena conducta. Era independiente y dis-
ciplinado, se levantaba temprano, hacía ejercicio para mantenerse en for-
ma y dedicaba la mayor parte del día al estudio. 22
Seis días después de su detención, la policía abrió expediente a
Koba. En él figuraban fotografías, de frente y de perfil, y la siguiente des-
cripción: «Estatura: 2 arshins 4 Yi vershoks (aproximadamente, 1,62 m).
Constitución: media. Edad: 23. Pelo: castaño oscuro. Barba y bigote: cas-
taños. Nariz: rectilínea y larga. Frente: recta y estrecha. Cara: alargada,
morena y picada de viruelas.»
Cada dato, según constaba en su expediente, parecía poner de re-
lieve su vulgaridad y lo que Trotski llamaba «irrelevancia física y moral» .
De hecho su cara era elegante y distinguida, y denotaba una fuerte per-
sonalidad. La policía le conocía como Ryaboi, «el picado de viruela», y
no mostró por él especial interés. Incluso no advirtieron que su brazo
izquierdo era ligeramente más corto.
Al igual que les ocurrió con otras personas por aquella época y tam-
bién más adelante, no valoraron debidamente a aquel hombre pequeño
y tranquilo.
El 19 de abril de 1905, Koba fue trasladado a la prisión de Kutais,
a unos seis kilómetros de distancia, donde permaneció durante seis me-
ses. Un socialdemócrata moderado que se encontraba en prisión por
aquella época recordaba más tarde que Koba se movía furtivamente,
como un gato, y que sólo en ocasiones sonreía de manera calculada y
comedida, pero jamás gritó ni perdió los nervios. Ya llamaban la aten-
ción su autocontrol y la máscara de imperturbabilidad que le iban a ca-
racterizar en su ascensión hacia el poder supremo. 23
De entre los implicados en la manifestación de Batum, algunos fue-
ron llevados a juicio; otros casos, entre ellos los de Koba y Kandelaki,
fueron resueltos por decreto administrativo. El 9 de julio de 1903 Koba
fue condenado a tres años de deportación; su destino era Novaya Uda,
un pueblo de la provincia de Irkutsk, en Siberia.

- 46-
La deportación en Siberia, a diferencia de los trabajos forzados, ya
no era el duro castigo que había sido en el pasado. Los prisioneros nor-
malmente hacían el largo viaje bajo vigilancia, en cómodas etapas, y ya
no iban a pie ni encadenados. En febrero de 1897, cuando fue condena-
do a pasar tres años de exilio en Siberia, Lenin había obtenido permiso
para viajar por libre y a su costa desde San Petersburgo. También con-
siguió interrumpir su viaje a Moscú para pasar unos días con su madre.
Una vez llegado a su destino en Siberia, el deportado pudo vivir
con considerable libertad: cazaba, pescaba, visitaba a sus amigos y man-
tenía una razonable correspondencia. Con la pequeña pensión oficial al-
quiló una habitación en la casa de un lugareño, pero necesitaba dinero
de la familia o de los amigos para comprar comida, tabaco y cosas por
el estilo. De hecho, la vida en Siberia, tranquila y sana, le sentó bien a
Lenin y a otros muchos revolucionarios.
Koba hizo el largo viaje a Siberia por Novorossisk, Rostov, Tsa-
ritsyn, Samara, y desde allí a lrkutsk. Hasta el 27 de noviembre no llegó
a Novaya Uda. Acostumbrado al clima cálido de Georgia, el invierno si-
beriano debió de suponer una dura experiencia para él. Ello no le disua-
dió, sin embargo, de su decisión de evadirse, y pronto estaba de vuelta
en Georgia. Llegó a Tiflis en febrero de 1904 y fue directamente al piso
del socialdemócrata Micho Bochoridze, donde se reunió con Sergei Alli-
luyev, que recordó este encuentro en sus memorias . Koba le relató su
tentativa de fuga a los pocos días de su llegada a Novaya Uda, que fra-
casó por no estar debidamente preparado para el frío. Fue sorprendido
por un buran, la terrible ventisca siberiana, y estuvo a punto de morir
congelado. Regresó a tiempo, con la cara y las orejas con síntomas de
congelación. Finalmente consiguió escapar el 5 de enero de 1904. 24
En aquella época Koba contrajo matrimonio con Ekaterina Svanid-
ze una joven de un pueblo llamado Didi-Lilo. Era probablemente hija de
Semion Svanidze, socialdemócrata y empleado del ferrocarril. El herma-
no de Ekaterina, Aleksandr, había estudiado en el seminario de Tiflis,
por lo que tal vez losif conoció a su mujer a través de su padre o de su
hermano.
Nunca hablaba de su matrimonio. Se suponía que los revoluciona-
rios debían considerar estos asuntos como personales, y además, losif
era por naturaleza reservado sobre su vida privada. Casi todo lo que sa-
bemos sobre su primer matrimonio es a través de los recuerdos de lre-
machvili. ·
Al parecer, Ekaterina no estaba influida por las idea revolucionarias
de su padre y su hermano, y era una típica mujer georgiana, para quien
su marido y su hijo, Yakov, nacido en 1908, eran toda su vida. Se casó
por la Iglesia ortodoxa y era muy devota, al igual que su suegra. lre-
machvili cuenta que «cuidaba a su marido con todo su corazón, rezan-
do fervientemente por las noches mientras esperaba a Soso, ocupado
en sus reuniones, e implorando que se alejara de las ideas que pudieran
desagradar a Dios y que optara por una vida tranquila dedicada al tra-
bajo y a la familia» . 25 Murió joven, en 1910, y fue enterrada según el rito
de la Iglesia ortodoxa.

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6. Koba el bolchevique

En un acto oficial celebrado el 28 de enero de 1924, Stalin, nombre


por el que entonces se conocía a Koba, 26 dijo a los cadetes de la aca-
demia del Kremlin: «La primera vez que entré en contacto con Lenin
fue en 1903. Es cierto, no fue un contacto personal, sino por correspon-
dencia ... Yo estaba entonces deportado en Siberia. Conocía las activi-
dades revolucionarias de Lenin desde finales de la década de los noven-
ta; y especialmente después de 1901, tras la publicación de Iskra, esta-
ba convencido de que en Lenin teníamos a un hombre de calibre ex-
cepcional. Para mí no era entonces el líder del partido, era su verdadero
creador. Cuando le comparaba con otros líderes de nuestro partido
-Plejanov, Martov, Axelrod y otros-veía que estaban muy por debajo
de Lenin; comparado con ellos, Lenin no era simplemente uno de los
líderes, sino un líder de la máxima categoría, un águila real. .. Esta im-
presión se grabó tan hondamente en mi mente que me sentí impulsado
a escribir a un amigo íntimo, que vivía como exiliado político en el ex-
tranjero, preguntándole su opinión. Algún tiempo después, cuando ya
estaba confinado en Siberia -a finales de 1903- recibí una carta entu-
siasta de mi amigo y otra, sencilla pero profunda de contenido, de Le-
nin, a quien, al parecer, mi amigo había mostrado mi carta. La nota de
Lenin era relativamente corta, pero contenía una crítica audaz del tra-
bajo práctico de nuestro partido, y una exposición concisa y excepcio-
nalmente clara del plan de trabajo completo del partido en el futuro in-
mediato .. . Esta carta sencilla y atrevida reforzó mi opinión de que Lenin
era el águila real de nuestro partido. No puedo perdonarme haber en-
tregado, debido a mi costumbre de trabajador clandestino, la carta de
Lenin, como otras muchas cartas, a las llamas. Mi conocimiento de Le-
nin arranca de aquella época.»
Es casi imposible que Koba pudiera haber recibido una carta diri-
gida a él en Novaya Uda, donde su estancia fue muy breve. Es también
improbable que Lenin, entonces en Suiza, oyera hablar de él en esa épo-
ca. Podía haber sido una invención utilizada en una ocasión solemne en
la que Stalin mencionaba sutilmente el nombre de Lenin para sugerir
que él era su verdadero sucesor; el texto del discurso, publicado en Prav-
da unas dos semanas más tarde, fue muy difundido. También podíatra-
tarse de un lapsus de memoria al cabo de veinte tumultuosos años.
Sin embargo, parece que este hecho es verdadero en lo esencial.
En octubre de 1904 Koba había escrito desde Kutais a su amigo Davi-
tachvili que se encontraba en Leipzig, expresándole su decidido apoyo

- 48 -
Georgig
Valentinovich
Plejanov, teórico
marxista que
desempeñó un papel
importante en la
creación del Partido
Ob rero
Socialdemócrata
Ruso e influyó en
todo una nueva
generación
revolucionaria.

a las ideas de Lenin . Davitachvili mostró la carta a Lenin, quien hizo co-
mentarios favorables sobre este «bravo colquidano» (Cólquida era el an-
tiguo nombre de Georgia occidental). 21
Hay quien ha sugerido también que Koba tenía en mente la Carta
a un camarada sobre nuestras tareas organizativas, que no estaba di-
rigida personalmente a él, sino que fue difundida por el Partido Social-
demócrata Siberiano en junio de 1903. Koba la leyó probablemente mien-
tras estaba en Siberia. En una carta a Davitachvili hizo la siguiente pe-
tición: «No olvides enviarme con la misma persona el panfleto Carta a
un camarada; muchos no lo han leído.»
La Carta se ajustaba a la entusiasta descripción de Koba. Mostra-
ba una actitud pragmática y agresiva, y destacaba la importancia del Co-
mité Central, que debería dirigir todos los fondos y organizaciones lo-
cales, así como la necesidad de «la mayor centralización posible en re-
lación con el liderazgo pragmático e ideológico del movimiento y de la
ª
lucha revolucionaria del proletariado. »2 Causó gran impacto a Koba, de-
bido a que formulaba con eficacia ideas que bullían en su mente.

- 49 -
El año 1903, cuando por primera vez apreció en todo su valor las
ideas de Lenin, fue decisivo en su evolución. Había situado sus contac-
tos con Lenin a «finales de los años noventa, y especialmente después
de 1901 tras la publicación de Iskra», pero llegó a decir que en 1903 Le-
nin había causado en él una impresión indeleble como «el águila real»
que se remontaba por encima de los demás líderes. 29
Otros acontecimientos de esta época fueron decisivos para Koba.
Uno fue, probablemente a principios de 1904, la lectura del panfleto de
Lenin ¿Qué hacer? El otro acontecimiento fue el congreso del Partido
Obrero Socialdemócrata Ruso, celebrado en julio y agosto de 1903, que
finalizó con la división del partido en bolcheviques y mencheviques.
El panfleto de Lenin, publicado en marzo de 1902, tiene un estilo
algo farragoso con destellos ocasionales de inspiración, pero es casi tan
importante como El Capital para el movimiento revolucionario ruso. En
él, bajo el pretexto de elucidar el marxismo ortodoxo, Lenin estaba de
hecho adoptando la doctrina de Marx a la idiosincrasia rusa. Marx ha-
bía mantenido que el proletariado desarrollaría su propia conciencia de
clase y que en este proceso descubriría dentro de sí mismo la voluntad
y el camino para hacer la revolución. La interpretación de Lenin era ma-
nifiestamente rusa en cuanto que exigía un partido de estructuras mili-
tares que dirigiera, organizara e impusiera el marxismo y la revolución
al pueblo. Esta era la experiencia de la historia rusa, en la que todos los
cambios importantes se habían producido no en respuesta a la deman-
da popular, sino desde arriba, impuestos a una masa que obedecía im-
pasible. El movimiento revolucionario era inconcebible para Lenin en
otras condiciones. Con la arrogancia de la intel/igentsia rusa, veía al pue-
blo ruso no como a individuos, sino como una masa que tenía que ser
dirigida y obligada a seguir ciertos caminos por su propio bien. Para él
y para sus camaradas, incluyendo a Stalin, no se podía dejar a esta masa
decidir un asunto tan importante.
Lenin proponía un partido centralizado y disciplinado de revolucio-
narios profesionales que dirigieran a la clase obrera. También Marx ha-
bía concebido un partido así, pero éste sería representativo de los tra-
bajadores después de que hubiera surgido espontáneamente entre ellos
la conciencia de clase. Lenin no tenía tiempo para conceptos tales como
democracia de partido, libertad de expresión y crítica, o espontaneidad
de los movimietnos políticos. La democracia era anatema para él. El par-
tido debía estar en la vanguardia, dirigiendo, enseñando y animando a
los trabajadores para la revolución. Los trabajadores por sí mismos sólo
serían capaces de organizarse sindicalmente y de luchar por pequeños
objetivos económicos, pero la conciencia política de clase, que llevaría
a la revolución, «sólo podía ser inculcada a los trabajadores desde fuera,
es decir, al margen de la lucha económica, fuera de la esfera de relacio-
nes entre trabajadores y patronos».
Lenin demandaba un partido elitista y disciplinado que controlara
de manera absoluta el movimiento revolucionario. En ¿Qué hacer? pre-
conizaba que este control fuera conferido a la junta directiva de Iskra
en el exilio, mientras que el Comité Central administraría en Rusia los

-50 -
comités locales. Era, de hecho, una organización militar, y daba por sen-
tado que tendría que haber un jefe supremo, un dictador.
Intolerante con la oposición, incapaz de aceptar el liderazgo de otra
persona e impulsado por un ansia obsesiva de poder, Lenin daba por
supuesto que él estaría al mando del partido. Consciente de su celebri-
dad, poseía «una fe inconmovible en sí mismo ... , fe en su destino, en su
convicción de que estaba predestinado a llevar a cabo una gran misión
histórica». El mismo comentó que la idea de que otra persona del par-
tido ocupase el puesto supremo podía hacer reír a cualquiera.
Mientras tanto, la necesidad de convocar un congreso del partido
había llegado a ser acuciante. En 1902 el grupo Iskra era un hervidero
de conflictos ideológicos y personales mientras se elaboraba trabajosa-
mente la política del partido que sería presentada en el 11 Congreso. Ple-
janov se sentía receloso en su puesto de «padre del marxismo ruso;
Lenin se había confirmado como líder del grupo y estaba molesto con
Plejanov, cuyo apoyo le era todavía necesario.
Otra fuente de conflicto entre ellos fue la llegada de Lev Bronstein,
conocido ya como Trotski y apodado «El Pluma», que irrumpió en es-
cena con «instantánea brillantez». 30 Plejanov le detestaba desde el prin-
cipio, mientras Lenin, que sentía repentinos entusiasmos, con frecuen-
cia poco duraderos, por algunas personas, le recibió con los brazos
abiertos.
Trotski era hijo de un judío que poseía algunas tierras en Ucrania.
Sus padres eran casi analfabetos, pero él pronto sintió pasión por las
palabras, y sus facetas más destacadas eran las de orador y escritor. De
tez pálida, con bigote poblado y oscuro, una pequeña perilla y unos que-
vedos de gruesos cristales para ayudar a sus débiles y miopes ojos, te-
nía el aspecto típico de un intelectual judío ruso. Lenin se mostró pron-
to partidario de que se nombrara a este joven de pluma fácil miembro
de la junta de Iskra, a lo que se opuso airadamente Plejanov.
T rotski resultaba generalmente antipático por sus modales arrogan-
tes y paternalistas. Al igual que Lenin, estaba convencido de que tenía
un especial papel histórico que desempeñar y que su destino era man-
dar. Su afición al poder estaba respaldada por su «certeza sobre la rec-
titud de sus principios». Pero mientras Lenin se comportaba con cierta
modestia, Trotski era vanidoso, desabrido y altivo. Anatoly Luna-
charsky, primer comisario de Educación, escribió sobre «SU colosal arro-
gancia, su incapacidad o poca disposición para mostrarse amable o aten-
to con la gente ... » Todos, en una u otra ocasión, se sintieron víctimas
de su sarcasmo y de sus críticas e insultados por su aire de superioridad.
El congreso se inauguró en Bruselas el 30 de julio, y, por presiones
policiales, se trasladó a Londres, donde finalizó el 10 de agosto de 1903.
Las maniobras de Lenin durante las reuniones, despertaron cierta hos-
tilidad, pero obtuvo una falsa mayoría para su programa y al mismo tiem-
po consiguió dividir el partido. Sin ningún escrúpulo, utilizó al máximo
su ventaja, anunciando el resultado como una victoria de los bolchevi-
ques («las mayorías») sobre los mencheviques («minorías»), términos que
rápidamente se convirtieron en parte del lenguaje revolucionario .

- 51 -
Koba tal vez tuvo noticias del congreso de Londres mientras esta-
ba en Siberia y se enteró de todos los detalles a su regreso a Georgia.
Estaba claro que el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso había sido for-
malmente establecido; también estaba claro que quedó dividido entre
bolcheviques y mencheviques. Noi Zhordania, que asistió al congreso,
se mostró alarmado por la pérfida conducta de Lenin y por su concep-
ción del partido como una organización de estructuras rígidas para ejer-
cer el poder supremo. Por su parte, era partidario de una unión flexible
de grupos más o menos autónomos y, a su regreso a Georgia, hizo uso
de su autoridad para asegurar que los socialdemócratas georgianos
adoptaran la postura menchevique. Es indudable que bajo su liderazgo
y el de Sylvestr Dzhibladze, los mencheviques se convirtieron con dife-
rencia en la facción más fuerte de Georgia, y mantuvieron su dominio
durante los veinte años siguientes.
Koba adoptó inmediatamente la postura bolchevique; lo hizo sin du-
dar, e iba a permanecer firme en su entrega a la causa bolchevique. 3!
Era una decisión que exigía convicción y coraje. Lenin y los bolchevi-
ques tenían poco apoyo en Transcaucasia, y la posibilidad de que alcan-
zaran el poder parecía remota. El hecho de que su decisión pudiera con-
denarle a una permanente oposición no disuadió a Koba. Pertenecía por
temperamento a la oposición en aquella etapa de su vida. Se oponía al
zar y a su régimen, a los liberales y a los socialistas revolucionarios, y
ahora a la gran mayoría de socialdemócratas. La oposición era parte de
su manera de vivir: necesitaba enemigos.
La razón decisiva de su apoyo a la postura bolchevique era su con-
vicción de que ésta constituía la única actitud eficaz para la revolución.
¿Qué hacer? había proporcionado argumentos racionales a favor de lo
que él consideraba la línea de acción. Los intelectuales como Plejanov,
Axelrod, Martov, Zasulich y otros, que pasaban la vida en el extranjero
y no conocían a los obreros ni a los campesinos, podían hablar sobre el
crecimiento espontáneo de la conciencia política, pero él sabía que sin
liderazgo nunca harían la revolución. Lenin promovería la acción y con-
seguiría resultados; era la única fuerza real en medio de los intelectuales
teorizantes, y Koba permaneció a su lado.
La firmeza de su compromiso se reflejaba en las dos cartas arriba
mencionadas, que escribió desde Kutais a su amigo Davitachvili, en sep-
tiembre y octubre de 1904. En la primera carta pedía que le enviara lsk-
ra, que tenía ahora una junta directiva menchevique, crítica respecto a
la posición de Lenin. Añadía, en explicación de su demanda, que «aun-
que no tiene "chispa" (lskra) , todavía es necesario, porque al menos in-
forma de algo, y hay que conocer bien al enemigo».
Koba estaba también indignado por un ataque a ¿Qué hacer?, es-
crito por Plejanov, en el que éste cuestionaba especialmente la opinión
de Lenin de que no podía confiarse en el surgimiento espontáneo de
una actitud revolucionaria en la clase trabajadora, y que los trabajado-
res tenían que ser formados y dirigidos por el partido. Plejanov era ve-
nerado por la mayoría de los socialdemócratas, pero no por el joven mi-
litante georgiano, que escribió mordazmente: «Este hombre se ha vuel-

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to completamente loco, o el odio y la hostilidad hablan a través de él.
Creo que ambas causas pueden aducirse en este caso. Creo que Pleja-
nov se ha quedado rezagado respecto a las nuevas cuestiones. Está ase-
diado por los viejos oponentes y, como hace ya tiempo, no hace sino
afirmar que "la conciencia social determina la vida social", "las ideas no
caen del cielo" ... Ahora lo que nos interesa es cómo desarrollar un sis-
tema de ideas (una teoría del socialismo) a partir de ideas diversas. ¿Pro-
porcionan las masas su programa y los argumentos legitimadores a los
líderes, o son los líderes quienes se lo dan a las masas?»
Al igual que Lenin, Koba encontraba inconcebible que el partido es-
perara pasivamente a que se despertara en los trabajadores la concien-
cia de su papel revolucionario. Los brotes de agitación que iban a llevar
a la nación al borde del caos durante los meses siguientes confirmaron
la tesis de ambos hombres, porque las masas se mostraron dispuestas
a aceptar el economismo y el constitucionalismo, pero se detuvieron al
tratarse de la revolución.

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7. La chispa revolucionaria

En toda Rusia la tensión entre la intelligentsia, los trabajadores, los


campesinos y las nacionalidades sojuzgadas, aumentaba peligrosamen·
te. Crímenes políticos, huelgas, violencia, incendios provocados y otros
actos de sabotaje eran cada vez más frecuentes en las zonas rurales. El
zar y sus ministros estaban desorientados, y también ellos compartían
el sentimiento generalizado de que la nación estaba a punto de sufrir un
terrible paroxismo de rebelión.
La guerra contra Japón, que comenzó en febrero de 1904, agravó
el ya explosivo ambiente. Las humillantes derrotas sufridas por el ejér·
cito imperiai y, en mayo del año siguiente, por la armada minaron gra·
vemente la confianza en el régimen.
La tragedia del 9 de enero de 1905, conocida como «el domingo
rojo», supuso un duro golpe para la autoridad y el prestigio del zar al
abrir fuego el ejército contra una multitud que se dirigía al Palacio de
Invierno para manifestar su descontento. La hostilidad contra el régi-
men autocrático llegó a su punto culminante. Estallidos de violencia por
parte de obreros y campesinos amenazaban con la anarquía. Descon-
certado por la situación, Nicolás 11 hizo concesiones, anunciando en mar·
zo un plan que permitiría una limitada participación popular en el go-
bierno. Pero el decreto imperial que creaba una asamblea representati·
va (Duma), confirmó el temor general de que el zar sólo haría conce·
siones mínimas. Hacia finales de septiembre, una huelga de impresores
en Moscú se extendió de tal manera que en menos de una semana todo
el país quedó paralizado por la huelga general. Ante la perspectiva de
la guerra civil, Nicolás 11 se vio obligado a ceder, y el 30 de octubre hizo
publicar un manifiesto en el que prometía la instauración de un sistema
de gobierno parlamentario y, de hecho, el comienzo de una monarquía
constitucional.
Durante meses, Rusia había sido como una inmensa zona volcáni·
ca, a través de cuya superficie surgían innumerables chorros de vapor
y de gas, y bajo la cual la corteza de la tierra empezaba a resquebrajar·
se. En la lejana Suiza, sin embargo, Lenin estaba poco preocupado por
estos tumultuosos acontecimientos. A partir del 11 Congreso del Parti·
do, cuando perdió el control de Iskra, había estado tratando de con-
seguir que el Comité Central de Rusia convocara otro congreso que le
permitiera -así lo esperaba- recuperar su puesto en el partido. Sin
embargo, encontró una fuerte oposición, ya que se había granjeado la
enemistad de muchos de sus partidarios. Pero Lenin, sin escrúpulos

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En 1905, la guardia zarista abrió Juego indiscriminadamente sobre hombres,
mujeres y niños que se manifestaban ante el Palacio de Invierno. La trágica
jornada ha pasado a la historia con el nombre de «domingo rojo».
ni desánimo, y ayudado por los acontecimientos que tenían lugar en ru·
sia, se salió con la suya.
El 12 de abril de 1905, el denominado por los bolcheviques III Con-
greso se inició en Londres. Los mencheviques lo denunciaron como ile-
gal, pero supuso un paso más en la intención de Lenin de formar un par-
tido de revolucionarios profesionales dirigido por él.
Todos los revolucionarios, sin embargo, estaban molestos por la ma·
nera en que sus programas habían sido incumplidos en la precipitación
de los acontecimientos. Los brotes de descontento popular deberían ha-
ber creado las condiciones ideales para lanzar la revolución. Pero ellos
no estaban preparados, y la triste realidad era que tampoco el país lo
estaba. El pueblo quería la reforma, no la revolución. Para Lenin, por
supuesto, no era relevante que el pueblo no quisiera la revolución. Es-
cribió sobre la necesidad de una organización, unas unidades de acción
más poderosas y un liderazgo centralizado del partido. Iskra, bajo con-
trol menchevique, adoptó una línea diferente, defendiendo «una organi-
zación amplia, basada en las clases trabajadoras, que actuara con inde-
pendencia». 32
El Soviet de Representantes de Trabajadores de San Petersburgo,
creado a finales de 1905 por iniciativa de los mencheviques, también se
granjeó la hostilidad de Lenin. Independiente en su composición, el
Soviet desafió con éxito a las autoridades durante su breve existencia

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(del 13 de octubre al 2 de diciembre de 1905) en el periodo conocido
como «los días de la libertad». Este éxito se debió principalmente a Trots-
ki, que lo dirigía y controlaba.
Al principio, el Manifiesto de Octubre, que estipulaba las importan-
tes concesiones del zar, no consiguió calmar la turbulencia que sacudía
a la nación. Obreros, campesinos y unidades del ejército se manifesta-
ban en contra del régimen autocrático, en tanto que la opinión de la de-
recha se pronunciaba airadamente contra el manifiesto por considerarlo
un acto de traición a la autocracia. Los terratenientes, entre otros, or-
ganizaron bandas de criminales (Los Cien Negros) que agredían, a me-
nudo con una brutalidad feroz, a los judíos y a otras personas conside-
radas como intelectuales. Conservadores y reaccionarios también for-
maron sociedades para defender las viejas instituciones moscovitas.
Rusia estaba sometida a fuerzas tenebrosas. Pueblos y ciudades se
convirtieron en focos de crímenes y violencia. Bandas revolucionarias y
reaccionarias, terroristas, anarquistas y criminales arremetían contra la
sociedad y luchaban entre sí; un idealismo equivocado, crímenes bruta-
les y un sentimiento de desesperación impulsaban el vórtice que arras-
traba a la nación hacia el caos.
En medio de esta confusión, los principales partidos políticos esta-
ban orgc.nizando su participación en las elecciones a la Duma, la nueva
asamblea representativa. Los demócratas constitucionales (KDT), lla-
mados los «Kadetes», exigían una constitución o ley fundamental, y al-
gunos de sus miembros querían una democracia parlamentaria plena
conforme al modelo británico, e incluso una república. Los «octubris-
tas» eran menos radicales en sus demandas.
Los socialdemócratas y los socialistas revolucionarios se movían en
un mar de confusiones. Todos manifestaban una completa hostilidad a
los nuevos partidos liberales, a la Duma, y al Manifiesto de Octubre.
Pero tenían que reconocer que los acontecimientos les habían despla-
zado, y que no contaban con apoyo real del pueblo. Sin embargo, el pe-
queño núcleo de los socialdemócratas no se descorazonaba, y con ex-
traordinaria tenacidad miraba hacia el futuro.
Koba estaba aparentemente desligado de los dramáticos aconteci-
mientos en estos meses. De regreso a Tiflis procedente de su breve des-
tierro en Siberia a principios de 1904, se había encontrado con innova-
ciones llevadas a cabo por los socialdemócratas georgianos. Las organi-
zaciones del partido en T ranscaucasia habían celebrado un congreso
constituyente en marzo de 1903 y habían creado un Comité Caucasiano
de Unión Sindical, que contaba con nueve miembros y se responsabili-
zaba del liderazgo del movimiento. Algún tiempo después de su regre-
so, fue nombrado miembro del comité por votación extraordinaria. 33
Aproximadamente por las mismas fechas fue elegido también miem-
bro del comité por el mismo procedimiento el bolchevique armenio Ste-
fan Shaumyan. Inmediatamente se convirtió en enemigo de Koba.
Shaumyan, que había estudiado ingeniería en Riga y filosofía en Alema-
nia y que conocía a Lenin, probablemente consideraba a Koba un pro-
vinciano poco cultivado, y parece ser que se erigió en su decidido opo-

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nente. Se dice que tildaba a Koba de «víbora», y que informaba a Lenin
acerca de cualquier comentario crítico que hiciera sobre él. Las rivali-
dades y disputas entre los revolucionarios, y especialmente entre los bol-
cheviques, raras veces se caracterizaban por la tolerancia, el compro-
miso o la cortesía, sino más bien por el ensañamiento y las críticas acer-
bas. La rivalidad entre ambos duró hasta 1918, cuando Shaumyan mu-
rió como uno de los «veintiséis comisarios fusilados por los británicos»,
que han pasado a ser considerados mártires de la historia rusa. 34
En 1904 Koba era un activo miembro del Comité Sindical Cauca-
siano. En junio estuvo en Bakú, creando un nuevo comité bolchevique,
y durante el verano viajó a todas las regiones de Transcaucasia, diri-
giendo reuniones y oponiéndose incansablemente a los mencheviques
cuando surgía la ocasión. En septiembre, Proletariatis Brdzola, el perió-
dico ilegal editado en georgiano y armenio por el Comité Sindical, inclu-
yó su artículo «Cómo entiende la socialdemocracia la cuestión de las na-
cionalidades», tema sobre el que iba a escribir en sucesivas ocasiones
con autoridad reconocida.
Durante 1905, año de violencia y agitación, Transcaucasia, y espe-
cialmente Georgia, sufrieron sus efectos en mayor medida que Rusia.
En Bakú, la banda de Los Cien Negros fue la autora de verdaderas ma-
tanzas entre los armenios y los turcos. Los actos de sabotaje destruye-
ron plantas industriales. Los crímenes y la violencia ciega se hiceron en-
démicos. En agosto, una semana de derramamiento de sangre en Tiflis
finalizó con una batalla contra las tropas del ejército en el ayuntamien-
to, en la que se registró un gran número de muertos. Pero las revueltas
continuaban y sólo hacia finales de aquel año se restableció el orden.
Koba probablemente estuvo implicado en muchos de estos distur-
bios, pero trabajando a la sombra. La cronología oficial y otras fuentes
contienen escasa información. En enero de 1905 publicó en Proletariatis
Brdzola un artículo sobre «La clase proletaria y el partido del proleta-
riado», y en mayo apareció su panfleto Sobre las disensiones en el par-
tido, en ruso, georgiano y armenio. En él defendía a ultranza la tesis bá-
sica de Lenin de que la clase trabajadora sólo alcanzaría la conciencia
revolucionaria por medio de la enseñanza y del liderazgo del partido. Ata-
caba a Noi Zhordania por haber criticado esta tesis. Zhordania publicó
una réplica, y en Proletariatis Brdzola del 15 de agosto aparecieron otros
dos artículos en los que Koba argumentaba en contra de esa réplica.
En estas arduas polémicas Koba demostró poseer un profundo co-
nocimiento del marxismo y de la tesis de Lenin, y que podía ser un for-
midable oponente. El hecho de que Zhordania, el más eminente social-
demócrata de T ranscaucasia, mantuviera un debate público con él, in-
dicaba que ya no era un humilde principiante al que podía ignorarse. Es
posible que Zhordania, que sin duda conocía su identidad, se parara a
pensar sobre la conveniencia o no de replicar al joven seminarista que
había ofrecido sus servicios siete años antes.
En julio publicó en Proletariatis Brdzola un artículo sobre «El levan-
tamiento armado y nuestra táctica», en el que manifestaba que «la llama
de la revolución arde cada vez más fuerte» y resaltaba la necesidad de

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la rebelión armada. Era un convincente alegato a favor de la necesidad
que tenían los bolcheviques de organizar y entrenar «bandas armadas»,
y poner orden y disciplina en la lucha revolucionaria.
Los artículos de Koba llamaron la atención no sólo en Transcauca-
sia, sino también en el extranjero. En julio de 1905, Krupskaia escribía
en nombre de Lenin, solicitando un ejemplar del panfleto Sobre las di-
sensiones del partido y el envío regular de la edición rusa de Proletaria-
tis Brdzola. Lenin se mostró entusiasmado con el panfleto y los artícu-
los por su acertada exposición de la política bolchevique. La respuesta
de Koba a la réplica de Zhordania le agradó especialmente, y al escribir
sobre el periódico hizo mención de la celebrada y espléndida formula-
ción de «la concienciación desde fuera» .
Lenin probablemente conocía la identidad del autor del panfleto y
los artículos, aunque no estaban firmados. Koba había despertado su in-
terés por primera vez en 1904 por las cartas escritas desde Kutais. La
correspondencia entre ambos comenzó en mayo de 1905 con una carta
escrita por Koba, como miembro del Comité Sindical Caucasiano, en la
que hacía un estudio comparativo de las fuerzas mencheviques y bol-
cheviques en la región. Lenin buscaba partidarios de este calibre y difí-
cilmente podía pasar por alto al activo georgiano.
Aprovechando la relajación de la censura después del Manifiesto
de Octubre, Koba y Shaumyan publicaron la Hoja de Noticias de los Tra-
bajadores. El primer número, que apareció en noviembre de 1905, in-
cluía un breve artículo en el que Koba manifestaba en términos rotun-
dos su hostilidad hacia liberales y mencheviques, y a la participación en
las elecciones a la Duma. Como en todo lo que escribía, el artículo era
un fiel reflejo de la posición bolchevique, y en este punto no se hacía
eco de Lenin, sino que manifestaba sus propias ideas y puntos de vista.
Koba empezaba a ser conocido como el testarudo campeón del bol-
chevismo en la región en que los bolcheviques eran menos numerosos.
De hecho, esta reputación, avalada por sus escritos, probablemente fue
la causa del siguiente paso importante en su trayectoria revolucionaria.

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8. El movimiento revolucionario
retrocede

En diciembre de 1905 Koba viajó a Finlandia para participar en el


congreso bolchevique que se celebraba en Tammerfors. Fue un viaje de-
cisivo, porque le permitió entrar en contacto directo con Lenin y sumer-
girse en la corriente principal del movimiento revolucionario.
Koba tenía entonces veintiséis años. Toda su vida había transcurri-
do en T ranscaucasia, con la excepción de su breve exilio en Siberia, y
había evolucionado a través de varias etapas distintas. El niño que en
Gori sentía necesidad de dominar a sus compañeros de colegio se había
convertido en un nacionalista georgiano y después en un rebelde contra
la autoridad en el seminario de Tiflis. Su rebeldía natural había ganado
en intensidad y en orientación a través del estudio del marxismo y de la
tradición revolucionaria rusa. Leyendo los escritos de Lenin Carta a un
camarada y ¿Qué hacer?, había cristalizado en su objetivo. Pero, aun-
que aceptaba que el programa de Lenin era correcto y reconocía sµ li-
derato, mantenía una fuerte independencia y nunca se convirtió en un
discípulo servil.
Los bolcheviques se reunieron en Tammerfors para debatir su par-
ticipación en las próximas elecciones a la Duma, y también el proceso
general de los socialdemócratas hacia la unidad. Bolcheviques y men-
cheviques se habían alejado en sus posiciones. Lenin era el máximo res-
ponsable de esto por sus continuos ataques a los mencheviques. En
Tammerfors estaba ansioso por asegurarse la solidaridad de sus parti-
darios. Koba tenía fama de ser un bolchevique incondicional, y proba-
blemente fue Lenin quien patrocinó su presencia en este congreso.
En Tammerfors los dos hombres se encontraron cara a cara. No
sabemos cuál fue la primera impresión que Lenin tuvo de Stalin, pero
diecinueve años más tarde éste habló de ello en un discurso ante la Aca-
demia del Kremmlin, y a pesar del lapso de tiempo transcurrido y de las
especiales circunstancias, sus comentarios son interesantes.
El discurso, redactado con palabras sencillas y evitando cuidadosa-
mente la grandilocuencia que cabría esperar, contenía siete elementos:
era un auténtico homenaje a Lenin como fundador y líder del partido
bolchevique; ponía de relieve las virtudes de entrega, disciplina y humil-
dad que el mismo Stalin valoraba y quería inculcar a los jóvenes rusos,
y era una efectiva confirmación de su papel como compañero de Lenin
y de su pretensión de ser el sucesor natural de éste.
«Yo tenía deseos de ver al "águila real" de nuestro partido, el gran
hombre, y grande no sólo política sino también físicamente, porque en

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mi imaginación yo veía a Lenin como un gigante majestuoso e imponen-
te . Cuál fue, pues, mi decepción cuando vi a un hombre normal, de es-
tatura inferior a la media y en nada, literalmente en nada, diferente de
los demás hombres ...
»Se admite que un "gran hombre" tiene que llegar generalmente tar-
de a una reunión para que los asistentes esperen su llegada con el co-
razón latiendo con fuerza, y antes de que haga su entrada, el rumor se
extiende: "Chist..., ¡silencio! ¡Ya llega!" Esta ceremonia no me parecía
innecesaria, porque impresiona e inspira respeto. Cuál fue, pues, mi de-
cepción cuando me enteré de que Lenin había llegado al congreso antes
que los delegados y, acomodado en algún rincón, conversaba sencilla-
mente, sobre un tema cualquiera, con unos delegados cualesquiera. No
quiero ocultar que esto me pareció el quebrantamiento de algunas re-
glas esenciales ...
»Sólo más tarde entendí que esta sencillez y modestia de Lenin, esa
lucha por pasar inadvertido, al menos para no llamar la atención y no
hacer ostentación de su alto cargo, era una de las características más
destacadas de Lenin como nuevo líder de las nuevas masas, de las ma-
sas sencillas y representativas de la humanidad en su esencia.» 35
De manera similar ensalzaba la «lógica aplastante» de los discursos
de Lenin, y su «extraordinario poder de convicción, la sencillez y clari-
dad de sus argumentos». Presentaba a Lenin como el héroe del partido
y de la nación, porque sabía que el pueblo ruso, acostumbrado a poner
al zar en la cúspide de la vida nacional, necesitaba una figura fácilmente
comprensible en su lugar.
Sin embargo, cuando tuvo lugar el congreso de Tammerfors, Lenin
se encontraba lejos de ser el líder reconocido del movimiento socialde-
mócrata. Sólo encabezaba la pequeña facción bolchevique. Para Koba,
no era el líder infalible al que se quiere ciegamente, sino el revoluciona-
rio más destacado por su liderazgo y por su postura lógica y pragmática.
No se sabe el papel que jugó Koba en el congreso, porque se per-
dieron los documentos. Krupskaia destacó «el entusiasmo que reinaba
allí. La revolución estaba en pleno auge ... Todos los camaradas estaban
dispuestos para luchar.» 36 Aunque partícipe de este entusiasmo, es pro-
bable que Koba se mantuviera contento en un segundo plano. Era su
primer congreso fuera de Transcaucasia y trataba cautelosamente de
adaptarse a aquel ambiente. En el congreso de Estocolmo, cuatro me-
ses después, saldría de su silencio.
El IV Congreso, llamado por los mencheviques el congreso de la uni-
ficación , se desartolló entre el 22 de abril y el 8 de mayo de 1906. A él
asistieron ciento once delegados con derecho a voto. Los rusos eran me-
nos de la mitad del total. La delegación georgiana, formada por once de-
legados, incluía solamente a un bolchevique, Koba, que utilizaba el alias
luanouich. Lenin esperaba que los bolcheviques serían mayoría, pero re-
sultó que los mencheviques lograron reunir sesenta y dos partidarios
frente a sus cuarenta y cuatro o cuarenta y seis. Más aún, en tanto que
Plejanov, que ahora se alineaba con los mencheviques, gozaba de gran
prestigio y fue inmediatamente nombrado para la Oficina o Comité Di-

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Pintura que reproduce el encuentro de Lenin y Stalin en la localidad finlandesa
de Tammerfors, durante el congreso de 1905. En esta ocasión, ambos líderes
discreparon en algunos de los temas propuestos.

rectivo del Congreso, Lenin no salió elegido. Pero, advirtiendo el deseo


generalizado de reunificar el partido, dio muestras de ser razonable y
manifestó estar convencido de que bolcheviques y mencheviques podían
trabajar juntos.
Koba no estaba intimidado por este primer congreso, ni por la pre-
sencia de los más destacados miembros del partido. Iba a ser caracte-
rístico en él no sentirse impresionado por la gente ni por los aconteci-
mientos. Aunque joven y sin apoyo real en Georgia, era un marxista re-
volucionario convencido y estaba preparado para expresar sus puntos
de vista con energía. Plejanov era para Koba el prototipo del revolucio-
nario intelectual que vivía en el extranjero sin contacto con la vida rusa.
Cuando Plejanov, con su aburrido estilo académico y su afilada lengua,
hizo comentarios críticos sobre Lenin, Koba no tardó en replicarle.
Los principales temas debatidos por el congreso eran los referentes
al apoyo del campesinado, las elecciones a la Duma y las expropiacio-
nes. Lenin nunca había estudiado seriamente el papel de los campesi-
nos en la lucha revolucionaria. Daba por supuesto que debían seguir al

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proletariado. Pero después de la Revolución de 1905, se vio obligado a
revisar este planteamiento. Se dio cuenta de que los campesinos eran
un elemento decisivo para la revolución que se avecinaba. Los socialis-
tas revolucionarios y los nuevos partidos liberales se ganaban su apoyo
prometiéndoles tierras. Tardíamente, los socialdemócratas habían ad-
vertido que también ellos necesitaban un programa electoral que con-
venciera al campesinado.
En el congreso de Estocolmo los mencheviques se mostraron par-
tidarios de la municipalización de la tierra, lo que significaba conceder
la propiedad a consejos elegidos a nivel local que la administrarían en
beneficio de los campesinos. Lenin y los bolcheviques propusieron la na-
cionalización, concediendo la administración de la tierra al gobierno cen-
tral y, según pretendían, convirtiéndola en propiedad de todos los ciu-
dadanos. El debate sobre estas propuestas fue arduo.
Koba no tenía tiempo para participar en los extensos debates que,
atrapados en la red de las discusiones dialécticas, frecuentemente olvi-
daban la realidad de la situación. En el congreso condenó abiertamente
la municipalización y la nacionalización, y propuso como medida «tran-
sitoria» lo que llamó «distribucionismm>, que significaba ocupar la tierra
y entregársela directamente a los trabajadores. Esto era lo que ellos que-
rían y lo único que ganaría su apoyo. Lenin y otros atacaron su pro-
puesta, pero él la mantuvo aduciendo que era obviamente la medida más
práctica. Además manifestó que, favm:.eciendo el capitalismo rural, su
propuesta era conforme a la doctrina marxista y al avance lógico hacia
la revolución socialista. En 1917, su postura, adoptada entonces por Le-
nin, dio origen al eslogan «Toda la tierra para los campesinos», que con-
siguió un amplio apoyo para el partido en medios rurales y fue factor
importante de su victoria.
Lenin tampoco había sido capaz de adoptar postura alguna respec-
to a las elecciones a la Duma. En el congreso de T ammerfers había apo-
yado la resolución de boicotearlas. Los bolcheviques pretendían, equi-
vocadamente como luego se vio, que la Duma estaba destinada a ser
una institución reaccionaria a la que debían oponerse. La participación
en las elecciones y la cooperación dentro de la Duma harían creer a los
trabajadores que podrían conseguir sus objetivos con medios parlamen-
tarios, sin tener que recurrir a la revolución.
Los mencheviques estaban divididos en su actitud y dejaron que
los comités locales decidieran si tomaban parte o no en las elecciones.
Cuando los delegados se reunieron en Estocolmo, las elecciones casi ha-
bían finalizado, y quedó claro que los «Kadetes» habían infligido una se-
vera derrota a los partidos reaccionarios y de derechas. Los socialde-
mócratas, que se presentaron a última hora a las elecciones en algunas
regiones, consiguieron sólo dieciocho escaños.
Lenin cambió de opinión respecto al boicot, y en Estocolmo votó
por una propuesta menchevique que aprobaba la participación en las po-
cas elecciones que quedababan por celebrarse. Varios bolcheviques,
incluyendo a Stalin, se negaron a secundarle, y se abstuvieron en la
votación.

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En marzo, antes de partir para asistir al congreso, Stalin publicó en
Georgia varios artículos en los que exponía claramente su postura de
repartir las tierras entre los trabajadores y de boicotear las elecciones a
la Duma. Su oposición a Lenin en ambos temas no perseguía, por tan-
to, fines efectistas, como gesto de independencia, para congraciarse a
los ojos de los camaradas del partido. Actuaba por convicción y, apa-
rentemente, sin pensar en su popularidad ni en su promoción.
Un tema debatido con gran pasión en el congreso fue el de las ex-
propiaciones. Este eufemismo encubría la práctica de robos, con fre-
cuencia violentos, a centros oficiales y privados, extorsión y terrorismo,
empleados para conseguir fondos para el partido. El congreso de Esto-
colmo aprobó por mayoría una resolución que prohibía casi todos los
tipos de expropiación. Lenin no se opuso abiertamente a la resolución,
pero comenzó a organizar de inmediato y en secreto un centro bolche-
vique cuya tarea principal era la de planear robos para conseguir fon-
dos. Stalin, al parecer, se convirtió en su agente en el Cáucaso. Las ac-
tividades de este centro iban a originar un gran escándalo.
El congreso, que eligió un nuevo Comité Central con siete menche-
viques y sólo tres bolcheviques, se cerró con las dos facciones formal-
mente unidas . Lenin, sin embargo, no tenía intención de aceptar las de-
cisiones por el hecho de que hubieran sido acordadas por la mayoría de
los delegados. Según confesó a Lunacharsky, nunca permitiría que los
mencheviques «nos lleven encadenados detrás». 37
Al finalizar el congreso, Lenin y varios miembros de la «antigua fac-
ción bolchevique, entre los que no figuraba Stalin, firmaron una decla-
ración, citando las decisiones a las que se habían opuesto y reclamando
el derecho democrático a defender sus puntos de vista en un debate de
«camaradas», en tanto que, por supuesto, reconocían y aceptaban to-
talmente las decisiones de la mayoría. Cuando hicieron esta declaración
de buenas intenciones, su centro bolchevique ya estaba en funciona-
miento. Como afirmó un bolchevique, la unificación «no influyó prácti-
camente en nuestros asuntos bolcheviqµes . Ciertamente no dejamos de
ser una facción revolucionaria fuerte e independiente». 38
La primera Duma se reunió el 10 de marzo de 1906. El partido KDT,
respaldado por su gran mayoría, solicitó un gobierno plenamente cons-
titucional y, al carecer de experiencia en debates, colaboraciones y com-
promisos, exigió sus demandas. El inevitable punto muerto se resolvió
con la disolución de la Duma el 21 de julio.
Nicolás 11 nombró entonces primer ministro a Peter Stolypin, un
hombre excepcional cuyas firmes pero sabias medidas podrían haber evi-
tado la caída del régimen. Durante el periodo que transcurrió hasta la
elección de la nueva Duma, introdujo importantes reformas y comenzó
una transformación en la situación del campesinado.
De tormentosa cabe calificar la segunda Duma, que se reunió el 5
de marzo de 1907. La crisis se produjo el 14 de junio del mismo año cuan-
do Stolypin planteó la propuesta de que la inmunidad parlamentaria de
los diputados socialdemócratas no fuera acatada para que pudieran ser
juzgados por promover motines en las fuerzas armadas. La Duma re-

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chazó la propuesta, y el 16 de junio un manifiesto imperial declaró que
ésta encubría a enemigos de la nación, y decretó su disolución.
A lo largo de 1905, el año de la anarquía, las unidades de lucha del
partido llevaron a cabo innumerables asaltos y expropiaciones, y hasta
el congreso de Estocolmo, esta práctica fue más o menos aceptada por
la mayoría de los militantes como elemento táctico de la revolución. El
Cáucaso fue escenario de una intensa actividad. No menos de 1.150 ac-
tos terroristas se registraron entre 1905 y 1908. Koba estuvo probable-
mente implicado en muchos de ellos, aunque se carece de información
precisa al respecto. Tanto en Rusia como, después de 1921, en el ex-
tranjero, los mencheviques condenaron repetidamente sus actividades
como expropiador. Parece, sin embargo, que la policía no le relacionó
con estos asaltos. A principios de 1908 los mencheviques caucasianos
intentaron que fuera procesado por un tribunal del partido por des-
obedecer la prohibición de realizar expropiaciones. El juicio no se llevó
a cabo, porque se trasladó de Tiflis a Bakú, y el 25 de marzo fue detenido.
Posteriores informes oficiales relativos a esta época de su vida si-
lencian su papel como organizador de asaltos y de unidades de lucha.
Como verdaderos rusos en su sensibilidad a las críticas -especialmen-
te las mencionadas por Rosa Luxemburgo de manera privada- sobre
el «salvajismo tártaro-mongol» de los bolcheviques, y al mismo tiempo
· conscientes de la dignidad del régimen, los líderes soviéticos se han mos-
trado reacios a admitir su relación con tales actividades. 39
Koba, utilizando de nuevo el alias lvanovich, viajó a Londres para
asistir al V Congreso, que comenzó el 13 de mayo de 1907. Su designa-
ción como delegado fue cuestionada. Finalmente se le aceptó, pero sólo
con voto consultivo, en tanto que a Shaumyan se le concedía voto con
todos los derechos. Esta discriminación despertó en él cierto resenti-
miento.
El congreso se celebró en la Iglesia de la Hermandad en la White-
chapel de Londres, e incluso una ciudad tan cosmopolita como ésta rara
vez había sido testigo de una reunión tan singular. Algunos delegados,
como Plejanov, vestían frac negro y parecían respetables banqueros, en
tanto que los delegados de los trabajadores rusos tenían barba y lleva-
ban blusas rusas. Otros, procedentes de Ucrania y del Cáucaso, tenían
un aspecto exótico y romántico con sus altos sombreros de piel de ove-
ja. Pero más llamativo que sus ropas era la prolija elocuencia de los de-
legados. Estaban en un país en el que podían expresarse libremente y,
como hablaban en ruso, no había peligro de que sus locuciones más agre-
sivas llamaran la atención de la policía. 40
Koba no intervino en el congreso. Trotski, tratando por todos los
medios de presentar a Stalin como una completa nulidad en éste perio-
do, escribió sobre él: «Era todavía completamente desconocido, no sólo
en el partido sino incluso entre los trescientos delegados del congreso.»
Afirmaba que no supo de la presencia de Stalin hasta mucho más tarde,
cuando leyó la biografía de Boris Souvarine. Pero Koba sí observó a
Trotski y enseguida experimentó una clara antipatía hacia él; siempre
fue contrario a los intelectuales que hablaban elocuente e interminable-

- 64 -
mente. A su regreso del congreso, su única referencia pública a Trot ki
la hizo en el Baku Proletarian, donde escribió que «mostró una hermo-
sa irrelevancia». 4 1
En el congreso, Martov presentó una moción en la que criticaba du-
ramente a Lenin por continuar las expropiaciones en contra de las de-
cisiones del partido. La resolución que prohibía a todos los miembros
participar «en modo alguno en tales actividades» fue adoptada por 170
votos contra 35, con 52 abstenciones. Lenin no replicó al ataque men-
chevique y se abstuvo de votar, pero no dudó en continuar las expro-
piaciones.
Apenas habían regresado los delegados del congreso de Londres,
cuando el 25 de junio tuvo lugar un espectacular asalto a un banco en
la plaza Erivan, en el centro de Tiflis. Un cajero, escoltado por dos po-
licías y cinco cosacos, trasladaba billetes por valor de miles de rublos al
Banco del Estado cuando el carruaje fue atacado con bombas. Tres de
los escoltas murieron en el acto y unos cincuenta viandantes resultaron
heridos. La noticia de este asalto y de la ingente suma de dinero robada
se extendió rápidamente, y pronto se supo que los bolcheviques eran
los responsables. Se había producido poco después del congreso de Lon-
dres y causó una tormenta de indignación en el partido.
El cabecilla de los asaltantes era Kamo, nombre por el que se co-
nocía al joven armenio Semyon Ter-Petrosyan, natural de Gori e hijo de
un carnicero. Había decidido seguir la carrera militar y, como era con-
dición indispensable hablar ruso con fluidez, recibió lecciones de dicha
lengua de su paisano Koba, que era tres años mayor. Koba le había alis-
tado como terrorista porque estaba bien dotado para ello. Era un gigan-
te ingenuo, absolutamente digno de confianza y leal a sus líderes, espe-
cialmente a Koba, generoso para con sus camaradas, pero cruel y des-
piadado con todos los demás. Escritores soviéticos y algunos marxistas
le han descrito como un héroe legendario. 42
Aunque consternados y encolerizados por el asalto al banco de Ti-
flis, los mencheviques se abstuvieron de atacar públicamente a Lenin y
sus secuaces. El comité del partido de Transcaucasia era menos sumiso
a la influencia de Lenin, pero aprobó solamente una resolución general
condenando el asalto de Tiflis. 43
Por entonces, Lenin se interesaba por las elecciones a la tercera
Duma que iban a celebrarse el 14 de septiembre. Estaba convencido de
la importancia de participar en ellas. En el pasado, Koba había defendi-
do ardientemente el boicot, pero ahora apoyaba a Lenin. «En la nueva
Duma -escribió--,, los bolcheviques serían capaces de proclamar ante
toda la nación que no hay posibilidades en Rusia de liberar a la nación
por medios pacíficos.»
La tercera Duma se reunió en noviembre de 1907 y llegaría a cum-
plir su plazo legislativo de cinco años. Los liberal-conservadores octu-
bristas constituían el partido dominante. Su líder era Aleksandr Guch-
kov, hombre íntegro deseoso de servir a su país. Su cooperación con
Stolypin permitió a la Duma llevar a cabo importantes reformas. Los so-
cialdemócratas, cuyo portavoz en la asamblea era el vehemente y pe-

- 65 -
qu !'lo georgiano Chjeidze, contaban solamente con dieciocho diputa-
d s, de los que cinco eran bolcheviques, pero no participaban en las se-
iones ni las obstaculizaban. 44
En 1907 la marea revolucionaria que amenazaba con anegar el país
había retrocedido. La ley y el orden habían sido restaurados, y aunque
había una apatía generalizada, también existía en muchos sectores la es-
peranza de que el gobierno, bajo el liderazgo de Stolypin, con el activo
apoyo de la Duma, llevaría a Rusia a una nueva etapa constitucional.
En el periodo 1907-1912 el Partido Socialdemócrata se deshizo.
Krupskaia escribió: «No tenemos gente», y posteriormente, G. E. Zino-
viev, por entonces muy próximo a Lenin, afirmó que «en este desgra-
ciado periodo el partido dejó de existir». Las detenciones habían causa-
do bajas entre sus afiliados, pero el declive de la fuerza del partido fue
debido principalmente a la deserción de quienes perdieron interés o con-
sideraron que la revolución no era entonces más que una lejana quimera.
De los que permanecieron en el partido, la mayoría votó por el cese
de las actividades ilegales dentro de Rusia y se manifestó a favor del tra-
bajo de tipo sindical, confiando en la Duma, que prometía reformas fun-
damentales. Lenin rugió contra tales miembros, acusándoles de «liqui-
dadores», epíteto que pronto se aplicó a todos los mencheviques.
Luchando constantemente para conseguir el control absoluto so-
bre los restos del partido bolchevique, Lenin logró finalmente convocar
un congreso del partido, que comenzó el 18 de enero de 1912 en Praga.
El congreso fue, de hecho, inconstitucional y no representativo, pero se
llevó a cabo con apariencia de legalidad. En él se creó un partido bol-
chevique diferenciado e independiente bajo el liderazgo de Lenin, y se
eligió un Comité Central. Sus miembros eran todos próximos a Lenin,
y entre ellos figuraban Sergo Ordjonikidze, Suren Spandarian -el bol-
chevique armenio- y Roman Malinovsky, y había cinco miembros su-
plentes. Más tarde el comité nombró en votación extraordinaria a otros
dos miembros numerarios: l. S. Belostotsky y Iosif V. Djugachvili.
Malinovsky comenzó a destacar enseguida. Lenin sabía de sus ac-
tividades en San Petersburgo, pero no le conoció personalmente hasta
el congreso de Praga. Ya estaba convencido de que este nuevo militan-
te estaba destinado a ser un destacado líder del partido. Lenin no cata-
logaba bien a los hombres, y su acrítico entusiasmo por Malinovsky ilus-
tra significativamente este defecto de apreciación. También demostraba
su ineptitud como conspirador, ya que la policía zarista pudo colocar
con facilidad a sus agentes de manera que conocieran de antemano los
proyectos y fos programas bolcheviques. Entre los colaboradores más
directos de Lenin siempre figuraron uno o dos espías de la policía, y en-
tre ellos Malinovsky fue el más destacado. Su traición se descubrió des-
pués de la Revolución, y fue fusilado.

- 66 -
9. Se cierra el capítulo

caucasiano

En los meses que siguieron al asalto de Tiflis, Koba, cerca ya de los


treinta años, delgado y disciplinado, trabajaba entre el calor y el hedor
del petróleo de Bakú. Aunque casado y con un hijo, vivía en la semi-
clandestinidad con un documento de identidad falso y, si no era real-
mente perseguido, siempre corría el riesgo de ser detenido.
También dentro del movimiento revolucionario, las condiciones
eran extremadamente difíciles. El espíritu de camaradería de partido
existía sólo en la lucha contra el régimen zarista. Las relaciones entre
los militantes estaban con frecuencia envenenadas por amargos resen-
timientos y rivalidades. Koba fue atrapado en esa tela de araña de fero-
ces antagonismos.
Un acontecimiento que indignó a Koba fue su juicio por un tribunal
local del partido a principios de 1908 acusado de organizar una expro-
piación en Bakú. El vapor Nicolás I fue saqueado, y un trabajador atri-
buyó la responsabilidad del hecho a los bolcheviques. Koba estaba im-
plicado, pero mientras el tribunal del partido se ocupaba del caso, fue
detenido por la policía y acusado de dirigir una organización revolucio-
naria subversiva. Al parecer, el tribunal del partido abandonó el juicio
sin emitir sentencia. La vista, sin embargo, dio pie para afirmar que Koba
había sido juzgado por su participación en la expropiación de Tiflis y
que había sido expulsado del partido. 45
Diez años más tarde Martov publicó un artículo en el periódico men-
chevique Vpered (Adelante), que aún no había sido cerrado. En él afir-
maba que Stalin había sido expulsado del partido por estar involucrado
en las expropiaciones. Stalin, por entonces poderoso comisario de las
Nacionalidades, reaccionó vigorosamente, jurando que «nunca en mi
vida fui juzgado por mi partido ni expulsado de él. Es una calumnia ...
Nadie tiene derecho a hacer acusaciones como las vertidas por Martov,
salvo con documentos en la mano». Insistió en elevar el asunto hasta el
Tribunal Supremo. Se concedió tiempo a Martov para que pudiera re-
coger pruebas en el Cáucaso. Pero cuando se reanudó el juicio resultó
que los documentos sobre el caso habían desaparecido inexplicablemen-
te. Finalmente, el tribunal resolvió hacer una advertencia pública a Mar-
tov por «insultar y dañar la reputación de un miembro del gobierno».
La fiebre de agitación, que había desaparecido en la mayor parte
de Rusia, persistía en Bakú. Los trabajadores de la industria petrolífera
continuaban con sus medidas de presión para conseguir mejor paga y
condiciones de trabajo más favorables , y en esta época obtuvieron una

- 67 -
importante concesión: los patronos accedieron a que nombraran repre-
sentantes para negociar en su nombre. Koba dirigió la campaña entre
cincuenta mil trabajadores para reivindicar este derecho. Y en esta oca-
sión adoptó una actitud más moderada y pragmática que la manifestada
en el pasado.
Esta nueva actitud está explicada en nueve artículos que escribió
sobre las negociaciones y que fueron publicados en Gudok (El Silbato),
la hoja informativa del sindicato de trabajadores del petróleo. Los ar-
tículos rreflejaban a un escritor que aprendía a expresar sus ideas con
rigor. Explicaba que cuando los trabajadores incendiaban fábricas y des-
truían máquinas, la lucha adoptaba la forma de anarquía y rebelión; en
otras ocasiones la lucha se manifestaba a través de actos terroristas in-
dividuales. Pero ya no era razonable destruir máquinas y fábricas, por-
que eran los trabajadores los que más padecían las consecuencias del
sabotaje. Era necesario controlar las industrias lo antes posible, como
parte de la lucha para eliminar la pobreza. El objetivo inmediato debería
ser negociar con los patronos, pero sólo si estos ofrecían garantías de
que admitirían las demandas de los trabajadores . Los mencheviques eran
partidarios de la negociación sin garantías ni condiciones. Sus propues-
tas fueron respaldadas por la mayoría de los trabajadores, que ahora re-
chazaban el terrorismo económico.
Las autoridades ofrecieron garantías para la celebración del con-
greso de delegados de los trabajdores, que se prolongó durante varios
meses, y en el que se debatieron con detalle los acuerdos sobre salarios
y condiciones de trabajo, y se discutió sobre política. «Mientras en toda
Rusia se desencadenaba la reacción negra, un auténtico parlamento de
trabajadores celebraba sus sesiones en Bakú», escribió Sergo Ordjoni-
kidze, uno de los más íntimos amigos de Koba y que llegaría a ser co-
misario de Industria Pesada.
Exiliado en Suiza y desalentado por las noticias que recibía sobre
la muerte del movimiento revolucionario en Rusia, Lenin sólo tenía pa-
labras de admiración para los trabajadores del petróleo y sus líderes,
«nuestros últimos mohicanos de la huelga política de masas», como él
los llamaba, sin tener en cuenta que no hacían huelgas, que sólo nego-
ciaban. Al mismo tiempo tuvo que tomar nota de los líderes bolchevi-
ques de Bakú, que trabajaban incansablemente y no sucumbían a la apa-
tía generalizada entre los revolucionarios. Uno de los destacados era
Koba - con quien había estado en Tammerfors y en Londres-, y tam-
bién Ordjonikidze y Klimenti Vorochilov, secretario del sindicato de tra-
bajadores del petróleo e íntimo amigo de Koba.
El 25 de marzo de 1908, Koba fue detenido y conducido a la prisión
de Bailov. Pero no le detuvieron por su participación en varias expro-
piaciones, algo sobre lo que las autoridades sorprendentemente pare-
cían no saber nada, sino por ser el líder de una organización secreta sub-
versiva. La prisión de Bailov, construida para albergar a cuatrocientos
reclusos, estaba ocupada por unos mil quinientos en esta época, y las
condiciones eran extremadamente duras. La crueldad general y los bro-
tes de salvajismo marcaban la vida de los reclusos. Koba y otros presos

- 68 -
políticos formaban grupos de debate y se producían las habituales riva-
lidades y odios entre facciones . Tenían que estar siempre alerta porque
la policía infiltraba agentes entre ellos, lo que contribuía a intensificar las
profundas sospechas entre los revolucionarios . Los prisioneros sospe-
chosos de ser agentes de la policía eran asesinados.
Koba estaba acostumbrado a vivir en esas condiciones que le ha-
bían obligado a desarrollar su poder de autocontrol y una actitud des-
piadada hacia sus compañeros de cárcel. Aprovechaba el tiempo libre
para leer con avidez y escribir artículos que conseguía sacar de la pri-
sión y que eran publicados en Baku Proletarian y en Gudok. 46
El 9 de noviembre de 1908, Koba fue condenado a dos años de exi-
lio en Solvychegodsk, en la provincia de Vologda. El 8 de febrero del
siguiente año, cuando se dirigía a Solvychegodsk, contrajo el tifus, por
lo que no llegó a su destino hasta finales del mismo mes. Cuatro meses
más tarde, el 24 de julio, huyó a San Petersburgo. Sergei Alliluyev le pro-
porcionó alojamiento durante los pocos días que pasó en la ciudad. Del
cuartel general secreto del partido obtuvo un nuevo pasaporte falso a
nombre de Zajar Gregorian Melikyants. Pero su intención no era per-
manecer en San Petersburgo. Tenía prisa por volver a Bakú, donde ha-
bía mucho que hacer entre los trabajadores del petróleo y donde tenía
acceso a dos periódicos para sus artículos y su propaganda. En esta épo-
ca, sin embargo, su mirada estaba puesta más allá de la actividad local
del partido, y pensaba en él desde una perspectiva nacional.
En Bakú se encontró con que los militantes del partido habían que-
dado reducidos a doscientos o trescientos bolcheviques y a unos cien
mencheviques. Todas estaban contagiados de la atmósfera de desespe-
ranza, y el Baku Proletarian , no había aparecido durante su ausencia.
Encontró unos locales en Balajlana, y enseguida se dispuso a reavivar
el periódico como primer paso para revitalizar el partido no solamente
en el Cáucaso, sino también en Rusia y en los círculos de emigrados.
El número del Baku Proletarian que apareció el 27 de agosto de
1909, justo tres semanas después de su regreso, incluía un editorial de
Koba titulado «La crisis del partido y nuestras tareas» . Era una explica-
ción desafiante sobre las causas del declive del partido y sobre las me-
didas a tomar. En sus críticas no excluyó a los líderes exiliados, inclu-
yendo a Lenin. Hacía una llamada a la acción:
«No es secreto que nuestro partido está atravesando una profunda
crisis ... El primer defecto que cabe achacar al partido es el aislamiento
de sus organizaciones respecto a las masas ... Es suficiente el ejemplo
de Petersburgo, donde en 1907 había unos ocho mil militantes y ahora
habrá trescientos o cuatrocientos. Pero el partido no sufre únicamente
de aislamiento respecto a las masas, sino también de la falta de lazos
de unión entre sus organizaciones ... Petersburgo no sabe lo que ocurre
en los Urales y así sucesivamente ... Los periódicos publicados en el ex-
tranjero, El Proletario y La Voz, y, por otra parte, El Socialdemócrata,
ni unen ni pueden unir las diseminadas organizaciones del partido .. . Se-
ría absurdo pensar que publicaciones hechas en el extranjero, alejadas
de la realidad rusa, puedan unificar la acción del partido ...»

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En cuanto a las medidas a tomar, rechazaba el abandono del tra-
bajo clandestino, considerando que esto no salvaría al partido, sino que
lo destruiría. Las propuestas de transferir a simples obreros todas las
funciones del partido para liberarlo de esta manera de los inestables ele-
mentos de la intelligentsia, favorecerían y ayudarían a revitalizarlo. Sin
embargo, esto no sería válido mientras continuaran los viejos métodos
del partido y el «liderazgo» desde el exterior.
Al poner entre comillas la palabra «liderazgo» subrayaba el fracaso
de Lenin y de otros exiliados por su falta de dinamismo en la dirección
del partido. El líder pragmático en contacto directo con los trabajado-
res, enfrentado a las dificultades y a la ira, se mostraba desdeñoso con
los exiliados, no sólo porque vivían con comodidad y seguridad, «aleja-
dos de la realidad rusa», y fracasaban en su tarea, sino también porque
todos pertenecían a la intelligentsia, estamento del que desconfiaba.
La necesidad más inmediata era la publicación de un periódico den-
tro de Rusia que animara, informara y r.e staurara el sentimiento de uni-
dad del partido entre los grupos diseminados por todo el imperio. Y te-
nía que crearse un activo comité de coordinación también en Rusia. Al
mismo tiempo, debía aprovecharse al máximo la Duma, los sindicatos y
otras vías legales para continuar la lucha contra el régimen.
En estos tiempos de crisis, cuando el partido se estaba desintegran-
do, Koba abandonaba su anterior postura partidista y preconizaba la uni-
dad de todas las facciones; trataba de conciliar posiciones. Una resolu-
ción del comité del partido de Bakú, escrita por él y publicada en el mis-
mo número del Baku Proletarian en que apareció su editorial, repro-
chaba duramente a Lenin sus diferencias con Bogdanov -cirujano que
era al mismo tiempo filósofo marxista y bolchevique-, y la división den-
tro de la junta directiva del periódico. Las diferencias de opinión eran
lógicas, pero no se podía permitir que llevaran a la división. Era una di-
ferencia de opinión «de las que siempre han surgido y surgirán en una
facción tan rica y vital como los bolcheviques». La resolución revelaba
un enfoque nuevo, casi magistral, que trascendía los límites faccionales
y locales, del futuro líder, para quien el partido era el eje fundamental
del movimiento.
Koba no buscaba una desavenencia en sus relaciones con Lenin,
ni pretendía desafiar su liderazgo. Hombre realista, reconocía que Lenin
era el único líder posible del movimiento en aquella época. Había escrito
honradamente sobre las causas de la crisis existente y proponía reme-
dios. Aunque su editorial no iba firmado y la resolución era del comité
de Bakú, suponía que Lenin reconocería al autor en ambos casos. Por
eso, en una serie de artículos que llevaban el título de «Cartas desde el
Cáucaso», escritos en noviembre y diciembre de 1909 y publicados en
El Socialdemócrata de París y Ginebra, demostraba que en su actitud
básica estaba completamente de acuerdo con Lenin. Las «Cartas» infor-
maban brevemente sobre las relaciones entre las nacionalidades, los
campos petrolíferos, los sindicatos y el gobierno local en el Cáucaso.
Pero en ellas criticaba también a los mencheviques de la región y a su
líder, Noi Zhordania, y estos pasajes causaron dificultades. La junta di-

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rectiva de El Socialdemócrata incluía a Lenin, Zinoviev, Kamenev y a
dos mencheviques, Martov y Dan, porque el partido no estaba en esta
época definitivamente dividido. Surgieron enérgicas protestas por la crí-
tica a los mencheviques, pero Lenin debió de sentirse satisfecho por el
apoyo incondicional de su corresponsal georgiano.
Al mismo tiempo, Lenin sentía recelos de él. Reconocía su firme en-
trega a la causa bolchevique, su capacidad y su confianza en sí mismo,
y él necesitaba imperiosamente hombres jóvenes de este calibre. Pero
Koba también daba muestras de una fuerte independencia al exponer
sus críticas y mostrar sus desacuerdos, cosa que Lenin no consideraba
independencia sino falta de disciplina de partido. En junio de 1908, en
una carta a un amigo que se encontraba en Suiza, Koba había calificado
la polémica de Lenin con Bogdanov como una «tormenta en una vaso
de agua>>, e incluso había manifestado su apoyo a algunas de las tesis
filosóficas de Bogdanov.
Después de la publicación del libro de Lenin Materialismo y empi-
riocriticismo, Koba escribió a otro amigo en Suiza alabando el libro, pero
mencionado también que Bogdanov había señalado algunos «defectos
propios de Ilyich (Lenin) y había observado correctamente que su ma-
terialismo se diferencia en muchos aspectos del de Plejanov; cosa que
Ilyich, contrario a las exigencias de la lógica -¿por razones diplomáti-
cas?- trata de ocultan>. En una carta escrita en Solvychegodsk el 24
de enero de 1911 y dirigida a Vladimir Bobrovsky, comentaba que «por
supuesto, tenemos noticias de la "tormenta en un vaso de agua" en el
extranjero: los bloques de Lenin-Plejanov, por un lado, y Trotski-Mar-
tov-Bogdanov, por otro. Por lo que yo sé, la actitud de los trabajadores
hacia el primer bloque es favorable. Pero, en general, éstos comienzan
a considerar con desdén a los exiliados. Dejémosles trepar por las pa-
redes a su gusto, dejemos trabajar a todo aquel que valore los intereses
del movimiento; el resto vendrá por sí mismo». 47
Todos estos comentarios le fueron repetidos a Lenin, y le dolieron.
Caminando un día por París en compañía de Ordjonikidze, Lenin le pre-
guntó si conocía la expresión «tormenta en un vaso de agua» . Ordjoni-
kidze conocía las cartas de Koba y comenzó a defender a su amigo. «Di-
ces que Koba es nuestro camarada, como si quisieras decir que es un
bolchevique que no nos defraudará -replicó Lenin- Pero, ¿por qué cie-
rras los ojos ante su inconsecuencia? Esas pequeñas bromas nihilistas
de la "tormenta en un vaso de agua" revelan la inmadurez de Koba
como marxista.»4ª
Al igual que muchos líderes políticos, Lenin carecía de sentido del
humor y en ocasiones era mezquino. Además, no comprendía la impa-
ciencia que sentían los trabajadores respecto a las disputas de los exi-
liados. De hecho, los intentos de Bogdanov para desarrollar una teoría
del conocimiento en armonía con el materialismo marxista eran intere-
santes y no suponían una amenaza a la unidad del partido; sin embargo,
sus medidas políticas ultraizquierdistas sí constituían un peligro y fueron
precisamente éstas la causa de su ruptura con Lenin. Koba había leído
las obras de ambos sobre el tema y sus observaciones eran oportunas.

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Lenin no soportaba las críticas, y el tono de mofa de los comentarios
de Koba le molestó.
Mientras tanto, a finales de enero de 1910, otra resolución delco-
mité de Bakú, escrita por Koba y distribuida como panfleto, declaraba
que «el estado de apatía y desali~nto» que había paralizado a las fuerzas
vivas de la Revolución rusa estaba desapareciendo. En estrecho contac-
to con los trabajadores del petróleo y sensible al latir del país, Koba te-
nía ventaja respecto a Lenin y a otros líderes exiliados. La resolución
proponía urgentemente el traslado a Rusia del órgano de dirección del
partido, la publicación de un periódico nacional, editado en Rusia y cuya
junta directiva estaría constituida por los integrantes del citado órgano,
así como la publicación de periódicos locales en los más importantes cen-
tros del partido. Se proponía, además, que los bolcheviques se unieran
a los mencheviques que trabajaban en clandestinidad, y que todos los
demás, los liquidadores, fueran expulsados.
Koba trabajaba denodadamente en la organización de una huelga
general de la industria petrolífera en el Cáucaso. El 23 de marzo, sin em-
bargo, fue de nuevo detenido e ingresó en la prisión de Bailov. Seis me-
ses más tarde fue condenado por un decreto administrativo a regresar
a Solvychegodsk para completar su plazo de condena en el exilio. Nue-
vamente el trato fue benigno; en esta ocasión cumplió su condena y per-
maneció en Sovychegodsk hasta el 27 de junio de 1911. Se le prohibió
entonces regresar al Cáucaso durante cinco años, así como vivir en San
Petersburgo o en Moscú. Eligió Vologda como lugar de residencia, pero
el 6 de septiembre se trasladó ilegalmente a San Petersburgo, donde
pronto fue detenido y obligado a volver a Vologda por un periodo de
tres años.
Esto puso punto final al capítulo caucasiano de su vida. El Cáucaso
le había dado formación y experiencia revolucionaria, pero sus límites
resultaban ya estrechos para Koba. Aunque regresaría allí para efectuar
cortas visitas, desde estos momentos pasó a pertenecer al partido a ni-
vel nacional.

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1O. Surge Stalin

A mediados de febrero de 1912, todavía exiliado en Vologda, Stalin


-así comenzaba a llamarse- recibió un informe de primera mano so-
bre el congreso de Praga, en el que Lenin había creado un partido bol-
chevique independiente. Ordjonikidze se pr<,.sentó personalmente para
informarle acerca del nuevo partido. También se enteró de que había
sido nombrado miembro numerario de su Comité Central. Más aún, Le-
nin había atendido su insistente demanda en el sentido de que debía ha-
ber un centro organizativo, así como un periódico en Rusia. El Comité
Central había creado una sede rusa con la función de supervisar y re-
vitalizar los grupos del partido en todo el país. Stalin había sido nom-
brado miembro de la oficina.
Para Stalin éste fue el principio de una actividad febril. Como había
predicho, una nueva ola de agitación popular había comenzado a exten-
derse . La muerte de Lev Tolstoi, venerado como gran escritor e, inclu-
so más, como una poderosa fuerza moral, marcó el comienzo de una
oleada de manifestaciones, pero más importante fue el cese del enérgi-
co liderazgo de Peter Stolypin. El 1 de septiembre de 1911, cuando asis-
tía a una actuación de gala en la Opera de Kiev en presencia del zar,
fue tiroteado a quemarropa.
Stolypin había conseguido, en un periodo de tiempo sorprendente-
mente corto, establecer el orden y ofrecer a los rusos un modo de vida
más liberal. Lenin y otros revolucionarios reconocieron que estaba
creando unas condiciones en las que la revolución quedaría aplazada,
quizá indefinidamente. Aunque ellos no lo sabían, el mandato de Stoly-
pin se aproximaba a su fin, y la bala del asesino lo acortó solamente en
unos días. Incapaz de apreciar lo acertado de la política de Stolypin y
de reconocer en él al salvador de su régimen, Nicolás II había decidido
destituirle . Bajo sus sucesores, el gobierno se hizo cada vez más reac-
cionario. El talante de la gente cambió y el descontento se tradujo en
manifestaciones y huelgas.
El 29 de febrero de 1912, Stalin huyó de Vologda, y después de una
breve estancia en San Petersburgo, continuó apresuradamente hacia el
sur, hasta Bakú. Los socialdemócratas, salvo contadas excepciones,
nunca habían previsto la división permanente del partido. Tanto los bol-
cheviques como los mencheviques daban por supuesto que a la larga
se unirían. Por eso, la decisión de Lenin de formar su propio partido bol-
chevique provocó incredulidad y oposición, y más que en ningún sitio

- 73 -
en Transcaucasia, bastión menchevique. El objetivo de Stalin y de los
otros miembros de la oficina era persuadir a los socialdemó1.ratas de
que el partido bolchevique encabezado por Lenin era el verdadero par-
tido revolucionario.
A principios de abril de 1912, Stalin estaba de nuevo en San Peters-
burgo, preparando la publicación del nuevo periódico bolchevique, ta-
rea que Lenin le había confiado. Siempre había hecho campaña en pro
de un periódico que informara y uniera a los grupos del partido, pero
ahora éste se necesitaba más urgentemente para profuocionar la nueva
organización, purgada de liquidadores mencheviques. Los periódicos es-
taban sujetos a una severa censura, pero incluso así, un periódico bol-
chevique podía hacer mucho para fortalecer al partido.
El 22 de abril de 1912, apareció el primer número de Prauda (La
verdad), con un editorial escrito por Stalin. El secretario de la junta di-
rectiva era un joven llamado Vyacheslav Skriabin, más tarde conocido
como Molotov. El nombre del nuevo periódico fue deliberadamente to-
mado del Prauda de Trotski, publicado en el extranjero, que continuaba
siendo, con diferencia, el más popular de los periódicos introducidos
clandestinamente en Rusia. Fue un robo astuto, porque el nuevo perió-
dico atrajo a muchos de los lectores de Trotski, aunque atacaba las me-
didas que él había defendido. Este protestó airadamente, pero no pudo
hacer otra cosa que dejar de publicar su propio periódico.
El día que apareció el primer número de Prauda, Stalin fue deteni-
do. Otros miembros de la oficina fueron detenidos poco después. Mali-
novsky, el único que quedó en libertad, había hecho bien su trabajo, y
la mayoría de los bolcheviques, influidos por el vehemente apoyo que
Lenin le prestaba, estaban lejos de sospechar que era un agente de la
policía. Cuando Molotov fue detenido, otro de los protegidos de Lenin,
Miran Chernomazov, que también era agente de la policía, fue nombra-
do secretario de la junta directiva del periódico en su lugar.
En esta ocasión, Stalin fue condenado a tres años de exilio en
Narym, provincia de Siberia occidental. Llegó allí el 18 de julio de 1912
y se escapó el 1 de septiembre. Regresó inmediatamente a San Peters-
burgo y reasumió el control de Prauda; entonces, tuvo que defender el
periódico de las duras críticas de Lenin. En el editorial del primer nú-
mero Stalin había escrito: «Creemos que un fuerte movimiento, lleno de
vida, es inconcebible sin controversias; sólo en un cementerio puede
conseguirse una coincidencia total de opiniones.» Más adelante el edi-
torial proclamaba: «De la misma manera que tenemos que ser intransi-
gentes con los enemigos, debemos hacernos concesiones entre noso-
tros. La guerra contra los enemigos del movimiento de los trabajadores
y el esfuerzo por conseguir la paz y la camaradería dentro del movi-
miento serán los principios que guíen a Prauda en su trabajo diario.»
Lenin detestaba esta actitud conciliadora. Alejado de las realidades
rusas, como Stalin había indicado en sus artículos de Bakú, no podía ca-
librar la presión de las demandas de los bolcheviques dentro de Rusia
para la reunificación del partido. En esta etapa, a juicio de Stalin y de
otros que vivían y trabajaban dentro del país, Prauda tenía que seguir

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una línea conciliadora para conseguir apoyo, y la tirada comenzó pron·
to a experimentar un aumento constante hasta llegar a un máximo de
ochenta mil ejemplares. Lenin, sin embargo, continuó atacando a la jun·
ta directiva en sus artículos, tildando maliciosamente a los menchevi·
ques de «liquidadores» y «conciliadores». Stalin y otros miembros de la
junta censuraban cuidadosamente estos artículos, lo cual originó aira-
das diatribas en Cracovia, adonde Lenin se había trasladado para estar
más cerca de las operaciones sin enfrentarse a los riesgos que suponía
vivir en Rusia.
«Vladimir Ilyich estaba muy molesto -escribió Krupskaia-, por-
que desde el principio Pravda eliminó deliberadamente de sus artículos
toda polémica con los liquidadores.» Una típica muestra de los .arreba-
tos petulantes de Lenin fue su comentario: «Tenemos que echar a pa-
tadas al personal de la junta directiva ... ¿Puede llamarse directivos a ta-
les personas? No son hombres, son sólo penosos harapos que están
arruinando la causa.»
En el otoño de 1912, Stalin estuvo directamente implicado en las
elecciones a la cuarta Duma. Escribió el manifiesto de la elección para
los candidatos del partido bajo el título Instrucción de los trabajadores
de Petersburgo a su diputado laborista. Les pedía que diesen a conocer
las demandas de los trabajadores, que promoviesen la revolución y que
no tomaran parte en «el juego vano de la legislación en la Duma».
La «Instrucción» fue adoptada por los trabajadores en todas las
grandes industrias de San Petersburgo. Más aún, olvidando brevemente
su odio a Pravda, Lenin manifestó estar tan satisfecho con ella que la
publicó en El Socia/demócrata, y en una carta a la junta directiva de
Pravda escribió: «Publicad sin falta esta Instrucción al diputado de San
Petersburgo, en lugar destacado y en negrita.»
Trece diputados socialdemócratas resultaron elegidos, seis bolche-
viques y siete mencheviques. Al igual que en la Duma anterior comen-
zaron inmediatamente a cooperar entre sí, formando una facción unida
y eligiendo como portavoz a Chjeidze, el menchevique georgiano. Con
esta decisión reflejaban la imperiosa demanda de los trabajadores a fa-
vor de la unidad del partido; además, como reducido grupo que eran en
una Duma reaccionaria, necesitaban mantenerse unidos.
Lenin se enfureció y pidió que los diputados bolcheviques rompie-
ran públicamente con sus colegas mencheviques de la Duma. Poco des-
pués de las elecciones, Stalin se trasladó a Cracovia respondiendo a un
llamamiento de Lenin que convocaba allí una reunión del Comité Cen-
tral. Lenin pronunció una conferencia ante los miembros del Comité en
la que defendía la necesidad inmediata de que los diputados bolchevi-
ques llevaran a cabo la escisión. Stalin, aunque estaba convencido de
que más adelante tal acción sería inevitable, sabía que hacerlo sin dila-
ción haría perder el apoyo de los bolcheviques. Más aún, al regresar a
San Petersburgo hacia finales de noviembre, descubrió que los diputa-
dos bolcheviques no estaban dispuestos a cumplir lo que Lenin había
pedido. El no les presionó, ni tampoco dio publicidad en Pravda a la ne-
cesidad de la división del partido.

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Frustrado por ver incumplidas sus demandas, Lenin decidió utilizar
una táctica más enrevesada. Convocó otra reunión del Comité Central
en Cracovia. En esta ocasión tomarían parte los seis diputados bolche-
viques. Para Stalin y otros, esto significaba tener que cruzar de nuevo
la frontera y alejarse de importantes tareas en Rusia. Que la citación se
obedeciera era una muestra de la gran autoridad de Lenin; a finales de
diciembre de 1912 todos estaban reunidos en Cracovia. Mientras tanto,
Lenin había encomendado a Jacob Sverdlov que se hiciera cargo de
Pravda en ausencia de Stalin y realizara los cambios oportunos.
A finales de diciembre, en Cracovia, Lenin insistió, ante los miem-
bros del Comité Central y en presencia de los seis diputados bolchevi-
ques, en la necesidad de una ruptura abierta con los mencheviques.
Enardecido por la absoluta convicción de que estaba en lo cierto, con-
siguió finalmente su conformidad. Stalin siempre había aceptado la ne-
cesidad de una ruptura abierta, y sólo había disentido respecto a la opor-
tunidad de la medida. En esta ocasión aceptó la propuesta de Lenin.
Cuando los miembros del Comité Central y los diputados bolche-
viques regresaron a Rusia, Stalin permaneció en Cracovia a instancias
de Lenin. Fue la primera ocasión en que los dos hombres se reunieron
sin que estuviesen presentes otros militantes, pero no hay documentos
sobre sus conversaciones ni sobre la impresión que se causaron mutua-
mente. En muchos aspectos eran extraordinariamente similares. Ambos
eran bajos, fornidos y con un ligero aire asiático en sus facciones ; am-
bos tenían una enorme fuerza de voluntad, y Stalin iba a desarrollar pron-
to la misma energía para el mando que iba a convertirles en los líderes
dominantes de la primera mitad del siglo XX. Pero había una diferencia
fundamental : Lenin, con su cabeza redonda impulsada hacia delante,
rebosante de energía, tenía una personalidad dinámica, mientras que
Stalin, controlado, inexcrutable y aún sin ser del todo consciente de su
misión, parecía más tranquilo. Sin embargo, poseía una gran fuerza
interior y era implacable y frío como el acero: era más fuerte de carácter.
A Lenin no le interesaba la gente sino sus opiniones, y concreta-
mente si podía contar con su apoyo o no. No obstante, probablemente
sentía curiosidad por saber más sobre este georgiano. La trayectoria de
Stalin como bolchevique y sus orígenes de hombre del pueblo, que no
pertenecía a la intel/igentsia, eran elementos a su favor. Su independen-
cia de juicio y su decisión para mostrar su desacuerdo en ocasiones
eran, sin embargo, características preocupantes para Lenin, que exigía
subordinación a sus partidarios. En esta ocasión, no obstante, aparte de
mantenerle alejado de San Petersburgo, lo que dejaba a Sverdlov las ma-
nos libres en Pravda, Lenin necesitaba la ayuda de Stalin para encon-
trar solución al complicado problema de las nacionalidades.
Al comenzar el siglo, los grandes rusos constituían menos de la mi-
tad de la población total del imperio, que ascendía a 124,2 millones de
habitantes. Entre las demás nacionalidades destacaban por su número
los ucranianos (22,5 millones), los polacos (7,9 millones), los judíos (5 mi-
llones), los letones (1,4 millones) , los lituanos {l,65 millones) y los geor-
gianos (1 ,35 millones), en tanto que el gran ducado de Finlandia, unido

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a Rusia a través de la persona del zar, tenía una población de 3 millone
de habitantes. 49
Los movimientos nacionalistas habían adquirido fuerza entre los
pueblos no rusos, y reaccionaron especialmente contra las rigurosas me·
didas de rusificación de Alejandro II. En 1905, año de la revolución, se
produjeron manifestaciones masivas y levantamientos en Polonia, Ucra-
nia y Finlandia, así como en las provincias del Báltico y del Cáucaso,
pero este resurgimiento había sido contrarrestado después de 1907 por
una ofensiva nacionalista rusa.
El pensamiento de Lenin era confuso acerca del problema de las na-
cionalidades. Siempre había manifestado un decidido apoyo a los movi·
mientos nacionalistas, al igual que a cualquier otra actividad que pudie·
ra ayudar a acabar con el régimen zarista. Era el paladín de la autode-
terminación, la autonomía territorial, y el derecho sin limitaciones a la
secesión, y sin embargo pensaba en un partido estrictamente centrali·
zado de todos los trabajadores del Imperio ruso. Centró su atención en
este problema por primera vez cuando el Bund, proclamando represen-
tar a todos los judíos como nacionalidad diferente, solicitó una «auto·
nomía nacional-cultural». El se negó aduciendo que los judíos estaban
diseminados y no ocupaban un territorio reconocido; la solución corree·
ta era que se integraran en organizaciones rusas. Pero continuó favore-
ciendo los derechos de los polacos, de los ucranianos y de otras nacio·
nalidades, que ocupaban sus propios y diferenciados territorios.
Los peligros reales del nacionalismo se hicieron patentes para Le·
nin a comienzos de 1912, cuando vivía en Cracovia, en la Polonia aus-
tríaca. El Imperio austríaco, como el ruso, incluían numerosas minorías
nacionales, y en el transcurso de los años, el Partido Socialdemócrata
austríaco había evolucionado como una federación de grupos autóno·
mos, organizados en secciones nacionales. Lenin lo consideró entonces
como una grave debilidad. Al mismo tiempo tuvo conocimiento de la di·
visión entre los polacos; por un lado, estaba el Partido Socialista de Pil-
sudski, favorable a la independencia plena; por otro, el Partido Social·
demócrata, dominado por Rosa Luxemburgo, que era internacionalista
y firmemente contrario al movimiento nacionalista polaco, como a to·
dos los demás, por considerarlos irrelevantes y potencialmente perjudi·
ciales para la causa revolucionaria. Lenin se manifestaba contrario a este
internacionalismo por inconveniente y porque, de apoyarlo, perdería el
respaldo de su partido en Rusia, pero también condenaba el nacionalis·
mo, que debilitaría al partido.
Lenin continuaba siendo básicamente un gran ruso en sus opinio·
nes y daba por supuesto que el partido había de ser dominado y dirigido
por rusos. Ahora le alarmaba la posibilidad de que el partido pudiera per·
der también su unidad y derivar en una federación insegura de grupos
nacionales, cada uno con su propio punto de vista. Había llegado la hora
de combatir esta perniciosa amenaza. El dilema, no obstante, seguía en
pie: cómo reconciliar la promoción de los movimientos de independen·
cia nacional con la unidad del partido y, en definitiva, con la república
rusa centralizada que surgiría después de la revolución.

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La llegada de Stalin fue muy oportuna. Como georgiano, no podría
ser acusado de chovinismo ruso, y procedía de una región en la que ha-
bía una organización socialdemócrata que incluía a georgianos, arme-
nios, rusos, tártaros y otros. Hacía poco que Noi Zhordania y un grupo
de mencheviques georgianos había propuesto el principio austríaco de
la «autonomía nacional-cultural». Stalin era el hombre adecuado para de-
mostrar la falsedad de esta tesis, dado que siempre se había opuesto a
esta desviación en Transcaucasia. Ya en 1904 había defendido vehemen-
temente el proyecto de un partido centralizado, que incluyera a traba-
jadores de todas las nacionalidades, y había criticado a los georgianos
que favorecían los grupos nacionales dentro del partido. De nuevo en
1906 mostró su oposición a la autonomía nacionalista cuando fue pro-
puesta por un grupo de socialdemócratas en Kutais.
Lenin se sintió satisfecho al comprobar que Stalin compartía su idea
de que esa tendencia dentro del partido conduciría a un debilitamiento
fatal. En febrero de 1912 escribió a Makssim Gorki: «Respecto al nacio-
nalismo, estoy completamente de acuerdo contigo en que tenemos que
atajarlo rápidamente. Tenemas aquí a un maravilloso georgiano que se
ha propuesto escribir un largo artículo para Prosveshchenie después de
reunir todo el material posible. Cuidaremos este asunto.»
Durante el mes de enero de 1913, Stalin permaneció en Viena es-
cribiendo su artículo, titulado «El marxismo y la cuestión nacionalista».
En la introducción formulaba básicamente su postura:
«La ola de nacionalismo ha avanzado cada vez con más fuerza, ame-
nazando con sumergir a las masas trabajadoras ... En esta difícil etapa,
la socialdemocracia tiene la gran misión de rechazar el nacionalismo, de
proteger a las masas del contagio general, porque la socialdemocracia
sólo puede hacerlo oponiendo al nacionalismo las probadas armas del
internacionalismo, la unidad y la indivisibilidad de la lucha de clases.»
En la primera parte del artículo definía los documentos constituti-
vos de una nación como comunidad de vida económica, de idioma, de
territorio y de «personalidad nacional», elementos que debían darse to-
dos juntos. A continuación explicaba que cada auténtica nación tenía el
derecho a «decidir libremente su propio destino», a ser autónoma y a
separarse. Pero criticaba duramente el programa austríaco de la «auto-
nomía cultural-nacional», que equivalía a un nacionalismo oculto y que
«prepara el camino no sólo para el aislamiento de las naciones, sino tam-
bién para la ruptura del movimiento de los trabajadores». Criticaba al
Bund judío y a los grupos caucasianos que perseguían el separatismo,
subordinando el socialismo al nacionalismo. La solución correcta para
los judíos era la asimilación, y para los pueblos transcaucásicos, la au-
tonomía regional. Desde luego, la autonomía regional era la respuesta
al problema nacionalista en Rusia, con la condición de que al conceder-
se libertad a las minorías para utilizar su propio idioma, dirigir sus es-
cuelas y sus actividades culturales, los trabajadores se organizaron den-
tro del Partido Socialdemócrata. Finalizaba el trabajo con la afirmación
de que la respuesta última a la cuestión nacional radicaba en «el princi-
pio de la unidad internacional de los trabajadores».

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«El marxismo y la cuestión nacionalista» estaba escrito con un es-
tilo claro e incisivo. En su enfoque y en sus argumentos podía recono-
cerse el propio trabajo de Stalin al mostrar cómo sus ideas sobre el tema
habían evolucionado de manera consecuente durante los ocho años an-
teriores. Más aún, lo escribió con confianza, porque sabía más sobre
este problema que Lenin, Trotski o Bujarin, con quienes coincidió en Vie-
na en aquellas fechas.
Lenin estaba encantado con el trabajo. En un editorial dedicado al
programa nacionalista del partido, afirmaba que el artículo «ocupa el pri-
mer lugar» entre los recientes trabajos teóricos marxistas sobre el tema.
Stalin se ganó un puesto como teórico marxista en los círculos del par-
tido. 50
Una vez finalizado el trabajo, Stalin regresó a San Petersburgo,
adonde llegó a mediados de febrero de 1913. Consiguió alojamiento en
una casa particular, y entre los recuerdos publicados muchos años des-
pués, su patrona afirmaba que era serio, tranquilo y considerado. 51 Pero
su estancia en San Petersburgo fue breve. Jacob Sverdlov, al igual que
él miembro del Comité Central elegido en sesión extraordinaria, fue de-
tenido el 9 de febrero de 1913; informada por Malinovsky, la Ojrana vi-
gilaba a todos los líderes bolcheviques. El 23 de febrero se organizó una
velada musical con el fin de conseguir fondos para Pravda. Stalin estaba
indeciso sobre si asistir o no, y pidió consejo a Malinovsky, quien le ase-
guró que la policía no le detendría en un acontecimiento público. Asistió
y fue inmediatamente detenido.

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11. El último exilio

Durante cinco meses, Stalin estuvo preso en San Petersburgo. A


primeros de julio de 1913 fue enviado bajo vigilancia y en tren a Kras-
noyarsk y después en barco hacia el norte, a lo largo del río Yenisei,
hasta Monastyrskoe, ciudad pequeña que era centro administrativo de
la región de Turujansk. Sus anteriores condenas al exilio lo habían sido
a lugares no demasiado distantes y suponían más incomodidades que du-
reza; la nueva condena significó el final de tal benevolencia. La Ojrana
había decidido, evidentemente, que los bolcheviques habían cumplido
su objetivo al desmembrar el Partido Socialdemócrata y ya no eran ne-
cesarios. Sistemáticamente, la policía los detuvo y los envió a centros
penitenciarios distantes donde no pudieran causar problemas.
La región de Yenisei-Turujansk, en la zona norte de Siberia, parte
de la cual se encuentra en el Círculo Polar Artico, era una extensión
enorme y lejana de la que la fuga resultaba virtualmente imposible. El
frío atroz, la extrema monotonía de los largos y oscuros inviernos, los
breves y cálidos veranos en los que el aire se infectaba de insectos, y
las temidas tormentas invernales, que eran tan fuertes como huracanes
y enterraban pueblos enteros en remolinos de nieve, todo intensificaba
la sensación de aislamiento. La vida se reducía a una lucha primitiva con-
tra los elementos. Los hombres se volvían locos y el índice de suicidios
entre los exiliados era elevado. Se trataba de un lugar en el que sólo los
hombres con reservas físicas y morales sobrevivían, aunque también
ellos quedaban marcados para siempre por la experiencia.
Stalin probablemente se encontraba abatido y amargado mientras
esperaba en prisión que se decidiera su destino, y después inició el lar-
go viaje hasta un extremo de Siberia. Con talento, dedicación y trabajo,
y ciertamente no con tacto, servilismo o adulación, había ascendido en
la jerarquía del partido hasta un puesto de categoría. Como miembro
del Comité Central y director de Pravda, tenía mucho que hacer; ahora
era enviado lejos, al exilio y la impotencia. Quizá sintió rencor hacia Le-
nin, Trotski y otros que vivían seguros en el extranjero, pero lo más pro-
bable es que los despreciara por sustraerse a los peligros de la verda-
dera lucha revolucionaria.
Al saber que se iba a unir a ellos, la colonia de exiliados de Monas-
tirskoe preparó una habitación individual y le guardaron comida que sus-
traían a sus mezquinas provisones. En el crudo aislamiento de sus vi-
das, la llegada de alguien nuevo era un acontecimiento excitante, espe-
cialmente si se trataba de un miembro del Comité Central. Traería no-

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ticias, sin duda, de otros camaradas y de los últimos sucesos de San Pe-
tersburgo y Moscú.
Con Sverdlov a la cabeza, los exiliados se reunieron para recibirle
a su llegada. Stalin no correspondió a su bienvenida, se mostraba mal-
humorado y sin deseos de hablar con ellos. Entró en su habitación y no
salió. Pero el relato que cuenta cómo él provocó la enemistad de sus
compañeros de exilio debería ser tratado con reserva. Lo conocemos a
través de los recuerdos de R. G. Zajarova, publicados más de treinta
años después. Ella no se encontraba personalmente en Turujansk, sino
que se enteró de los detalles por su marido, un bolchevique exiliado allí
desde 1903 hasta 1913, de cuya simpatía posiblemente no gozaba Sta-
lin. 52 Pero con sus modales bruscos y su actitud agresiva, y debido a
su absoluto desinterés por su popularidad personal, Stalin se granjeaba
por entonces enemigos fácilmente . Mientras que otros exiliados se jun-
taban para sentirse acompañados, él se aislaba, excepto cuando tenía
que solucionar algún asunto oficial del partido. Según su hija, «amaba
Siberia ... » y «siempre añoraba sus años de exilio como si no hubiera he-
cho más que cazar, pescar y pasear por la taiga». Quizá también sentía
una instintiva necesidad de soledad para pensar sobre el futuro, intu-
yendo que estaba en el umbral de una nueva época de su vida.
Yakov Sverdlov, que nunca mantuvo relaciones amistosas con Sta-
lin, era un hombre pequeño, de apariencia normal, pero había sido des-
de 1902 un infatigable trabajador clandestino. Lunacharsky escribió so-
bre él: «El hombre era como el hielo ... , como un diamante. Su moral tam-
bién era de la misma clase, es decir, cristalina, fría y puntiaguda. Estaba
transparentemente libre de ambición personal y de cualquier forma de
interés personal hasta tal punto, que en cierto modo parecía un ser sin
rostro. Nada de lo que hacía era original, se limitaba meramente a tras-
mitir lo que recibía del Comité Central, a veces de Lenin personalmente.»
Durante su exilio en Siberia, y de manera especial en Kureika, adon-
de fueron enviados al finalizar su condena, Stalin y Sverdlov compartie-
ron la misma habitación y su relación fue claramente hostil. En una car-
ta escrita a un amigo en marzo de 1914, Sverdlov comentaba: «Me en-
cuentro mucho peor en el nuevo centro, sobre todo por el hecho de no
estar solo en la habitación. Somos dos, y mi compañero es el georgiano
Ojugachvili, un antiguo conocido con quien coincidí en otro exilio. Bue-
na persona, pero demasiado individualista en la vida diaria.» 53 En mayo
del mismo año, Sverdlov afirmaba en otra carta: «Ahora el camarada y
yo vivimos en lugares diferentes y nos vemos poco.» 54
Como es habitual, existe escasa información sobre la vida y la ac-
titud de Stalin en este periodo. Los Alliluyev proporcionan algunos de-
talles. Sergei Alliluyev y Stalin se habían hecho amigos en Bakú, y cuan-
do Sergei se trasladó con su familia a San Petersburgo, su esposa y él
acogieron siempre en su casa a Stalin y le ayudaron después de su eva-
sión. Cuando estuvo en Turujansk, recibió de ellos paquetes con ropa
de abrigo y algún dinero. Posteriormente, en 1915, escribió a Oiga, la
esposa de Sergei, dándole las gracias y pidiéndole que no gastaran en
él el dinero que tanto necesitaban. Pero les pedía que le enviaran pos-

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tales con paisajes de la región. «La naturaleza en esta zona maldita es
t·erriblemente pobre: el río en verano, y la nieve en invierno, eso es todo
lo que la naturaleza ofrece aquí, así que deseo ardientemente ver paisa-
jes naturales, aunque sea sólo en papel.»ss
Svetlana Alliluyeva relataba que años después su padre hablaba a
veces sobre Siberia, «su severa belleza y su gente inculta y silenciosa».
Se llevaba bien con los lugareños, que le enseñaron a pescar en el Ye-
nisei, pero él, en lugar de quedarse en un sitio, como hacían ellos, iba
de un lado a otro hasta que encontraba un lugar en el que los peces
picaban bien. Con frecuencia era tal la cantidad de peces conseguidos,
que algunos creían que poseía poderes mágicos y exclamaban: «Üsip
-así le llamaban-, tú conoces la Palabra.»
En una ocasión, en pleno invierno, fue sorprendido por una tormen-
ta de nieve cuando volvía al pueblo, y se perdió. Al encontrarse con dos
campesinos, le extrañó que se alejaran de él corriendo. Más tarde se en-
teró de que su cara estaba tan cubierta de nieve y de hielo que le ha-
bían tomado por un duende. Posteriormente, su hija escribió: «Mis tías
dijeron que, durante uno de sus exilios en Siberia -presumiblemente
el de Turujansk-, había vivido con una campesina del pueblo y que el
hijo de ambos aún vivía en algún lugar; él tenía poca formación y no pre-
tendía el apellido.»
En Siberia Stalin se consumía por la inactividad. La organización bol-
chevique se estaba desintegrando. La tirada de Pravda bajó de cuaren-
ta mil ejemplares diarios a casi la mitad. La escisión abierta entre bol-
cheviques y mencheviques en la Duma era una causa importante de este
decaimiento. Al mismo tiempo, la Ojrana continuaba deteniendo a to-
dos los activistas bolcheviques y privando de liderezgo a los órganos del
partido. El 2 de agosto de 1914 Alemania declaró la guerra a Rusia, lo
que unió al pueblo ruso en una exaltación de fervor patriótico y de leal-
tad al zar. El apoyo a los bolcheviques y a otros partidos revoluciona-
rios decayó aún más.
Dentro de Rusia, los revolucionarios se encontraban divididos en-
tre los «defensistas», que se negaban a oponerse al esfuerzo nacional
para hacer frente al enemigo, y los «derrotistas», que, en palabras de Le-
nin, consideraban la derrota de Rusia como «un mal menor» y urgían
«la transformación de la guerra imperialista en una guerra civil». En la
Duma, los diputados bolcheviques y mencheviques se negaron a votar
a favor del presupuesto de guerra, y en agosto de 1914 se declararon
públicamente contrarios a ella.
Lenin no estaba satisfecho. Pedía que se aceptaran sus Tesis sobre
la guerra, que iban mucho más allá de esa declaración, y requería que
trabajaran por la derrota de Rusia. No cabía imaginar propuesta más
idónea para enemistar a los obreros y a los campesinos en aquellos
momentos, ni para provocar la total represión gubernamental sobre el
debilitado partido. Con su intransigencia, parecía tratar de destruir el
partido. La fidelidad a sus demandas obligaba a los diputados a cometer
traición, castigada con juicio sumarísimo y pena de muerte en tiempo
de guerra. Quizá no lo tuvo en cuenta Lenin, quien, sin embargo, a pri-

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meros de septiembre de 1914 se trasladó de Austria a la neutral Suiza
por razones de seguridad.
Poco después de la detención de Sverdlov y Stalin, Lev Kamenev
llegó a San Petersburgo, entonces llamada por su nombre eslavo de Pe-
trogrado debido al generalizado sentimiento antialemán. Kamenev llega-
ba al Comité Central como representante personal de Lenin. La noche
del 14 de noviembre organizó una reunión de bolcheviques para debatir
las Tesis sobre la guerra. La policía se enteró de la convocatoria a tra-
vés de un agente, y detuvo a todos los presentes. Aleksandr Kerensky,
portavoz del grupo socialista revolucionario «Trudovik» en la Duma y
eminente abogado, los defendió y propuso al tribunal que debería juz-
garse a Lenin en su ausencia para que se conocieran ampliamente sus
opiniones derrotistas. En el juicio, Kamenev y los diputados bolchevi-
ques rechazaron las tesis de Lenin. Sin embargo, fueron considerados
culpables de traición, aunque no fueron condenados a muerte, sino exi-
liados a Turujansk.
Al llegar a Monastyrskoe, Kamenev y los diputados se encontraron
con que su conducta en el juicio era acaloradamente debatida por los
exiliados que ya se encontraban allí. En julio de 1915, unos dieciocho bol-
cheviques, entre los que figuraban cuatro miembros del Comité Cen-
tral, se reunieron y escucharon informes sobre el juicio. Hubo una pro-
puesta para censurar a Kamenev, pero Stalin y otros se opusieron. Se-
gún Trotski, Lenin mantuvo una postura abiertamente crítica respecto
a la conducta de Kamenev y exigió una rectificación pública de él y de
los cinco diputados, que éstos nunca hicieron.
En octubre de 1916 las condiciones en el frente se habían deterio-
rado y las bajas eran tan numerosas que el gobierno anunció el llama-
miento de los exiliados políticos. Se ordenó a Stalin que se presentara
en Krasnoyarsk. Ello le obligaba a viajar, ya con clima invernal, desde
Kureika a Monastyrskoe, y a lo largo del Yenisei hasta Kasnoyarsk. Se-
gún Boris I. Ivanov, «cuando Djugachvili llegó a Monastryrskoe proce-
dente de Kureika ... permanecía tan orgulloso como siempre, encerrado
en sí mismo, en sus pensamientos y planes.»
A principios de 1917, se hizo a Stalin un reconocimiento médico, y
fue rechazado por inútil para el servicio debido a su deformidad en el
brazo izquierdo y también, según dijo la familia Alliluyev, porque las au-
toridades consideraban que sería un «elemento indeseable» en el ejérci-
to. No obstante, dado que le faltaban sólo unos meses para cumplir su
condena, no fue obligado a regresar a Turujansk, sino que se le permi-
tió quedarse en Achinsk, pequeña ciudad en la ruta del ferrocarril tran-
siberiano.
Lev Kamenev se encontraba entonces en Achinsk, donde se había
reunido con él su esposa, Oiga, hermana de Trotski. Stalin visitaba con
frecuencia su casa por las tardes. A Baikalov, un emigrante que publicó
sus memorias en París treinta y siete años después, iba allí en ocasio-
nes. Recordaba que Kamenev dominaba la conversación y que no du-
daba en interrumpir a Stalin, en las escasas ocasiones en que éste par-
ticipaba, con comentarios despectivos. Stalin solía sentarse y permane-

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Ekaterina Svanidze, primera mujer de Stalin; moriría de tuberculosis pocos
años después de su matrimonio.

cía en silencio, fumando en pipa y asintiendo ocasionalmente con la ca-


beza a lo que decía Kamenev. 56
Sólo cabe especular sobre la evolución de Stalin durante los tres
años y medio que pasó en Yenisei-Turujansk. No faltan las anécdotas
sobre su conducta, pero casi todas las conocemos a través de exiliados
amargados que las recordaban muchos años después. Los odios engen-
drados dentro del movimiento revolucionario ruso seguían siendo inten-
sos y cargados de rencor. De hecho, esta conducta ofensiva surgía de
su naturaleza de individuo dotado y sensible, profundamente consciente
de su origen humilde y de otras desventajas, y que siempre había sen-
tido la imperiosa necesidad de reafirmarse a sí mismo. Con la gente de
origen similar al suyo, era amable, pero se mostraba agresivo hacia los
intelectuales y hacia quienes le trataban con aire paternalista. Pero era
capaz de mantener estrechas relaciones humanas. Hacia 1904 se había
casado con Ekaterina Svanidze y había tenido un hijo; era recibido ca-

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riñosamente por Ja familia Alliluyev y por otros amigos. Desde luego,
era claramente un ser humano nás normal que Lenin.
Cuando fue exiliado a Siberia, Stalin estaba en la mitad de la trein-
tena. Podía mirar ya hacia atrás y considerar logros y experiencias va-
liosas. Había visto y escuchado a Plejanov, Martov y otros líderes so-
cialdemócratas, y había trabajado estrechamente con «el águila real» en
persona. Tenía una intuición aguda y crítica, y rápidamente discernía
cuáles eran las fuerzas y las debilidades de los demás. Se había dado
cuenta de que no era en absoluto inferior, sino un igual. Fue este con-
vencimiento lo que suavizó su trato y lo que explica la defensa del es-
píritu de camaradería y entendimiento dentro del partido que, con el de-
sagrado de Lenin, había expresado en el editorial del primer número de
Pravda. Además, ello puede explicar en parte el hecho de que adquirie-
ra por entonces una reputación de hombre moderado y de que fuera
elegido para el Comité Central en el congreso del partido en julio de
1917 con el tercer número más alto de votos. Junto con este cambio
de conducta, que surgía de una nueva confianza en sí mismo, en su men-
te empezaban a evolucionar ciertas ideas, que iban a dominar su pen-
samiento en los años siguientes con una energía suficiente para conver-
tirle en el máximo mandatario del vasto Imperio ruso.
Desde la edad de diecinueve años se había mostrado firme en su
dedicación a los dogmas marxistas y a la concepción del pequeño par-
tido de revolucionarios profesionales, que dirigirían a la clase obrera has-
ta la completa transformación de la sociedad. Nunca vaciló en su con-
vicción de que ésta era la única manera de organizar y gobernar a la
gente para su propio bienestar.
De las otras ideas que comenzaban a prevalecer en su mente, la
primera era un profundo sentido de nacionalismo ruso. Comenzó a con-
cebir a Rusia no ya como un país débil, subdesarrollado, gobernado de
manera ineficaz y a merced de sus enemigos, sino poderoso, dinámico
y capaz de dominar el mundo. Por un extraordinario proceso de asimi-
lación, este georgiano se sintió unido a Rusia con una profunda com-
prensión de sus tradiciones históricas y sus luchas. Había leído amplia-
mente sobre la historia rusa, y había estudiado la política y los métodos
de lván el Terrible y de Pedro el Grande, quizá viéndose a sí mismo
como su heredero. Más aún, las concepciones de Moscú como la ter-
cera Roma y sobre la misión mesiánica del gran pueblo ruso interpreta-
das a la luz del marxismo-leninismo dominaban su imaginación y se ·re-
velaron en sus medidas de gobierno posteriores.
La segunda idea, probablemente embrionaria por entonces y que
sólo se haría patente años después, cuando la salud de Lenin comenzó
a fallar, consistía en que él mismo era un hombre para la historia, des-
tinado a dirigir el partido y a Rusia en esa decisiva misión. El regeneraría
y despertaría a este país gigante y somnoliento para que cumpliera su
destino. Esta idea, más que un ansia personal de poder, era el motivo
impulsor, el gran objetivo y la fuente principal de la tiranía de su mandato.

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12. 1917

Exiliado en Siberia, Stalin permanecía alejado de los calamitosos


acontecimientos de los años de guerra. Pero las noticias de los desas-
tres en el frente, la agitación en las ciudades, y la caída cada vez más
cercana del régimen zarista eran elementos que aumentaban su impa-
ciencia por regresar a Petrogrado. Al enterarse de la amnistía .concedi-
da a los presos políticos, inició inmediatamente el viaje a la ciudad.
Cuando regresó a la capital, reinaban en ella la confusión y el caos,
fiel reflejo de la situación de todo el país. La ley y el orden no eran res-
petados; la anarquía estaba cada vez más cerca. Pero Nicolás II, en el
cuartel general supremo del ejército de Mogilev, desconocía aún la gra-
vedad de la situación. A pesar de los llamamientos y advertencias del
presidente de la Duma y otros, creía que sus tropas restaurarían el or-
den. El 12 de marzo, sin embargo, varios regimientos se amotinaron en
la capital; éste fue el momento decisivo. Los destacamentos de guardias
especiales, enviados desde Mogilev para sofocar el levantamiento, se
unieron a los rebeldes al llegar a la ciudad. El 15 de marzo abdicaba el
zar Nicolás II.
Aunque la Duma fue formalmente disuelta, sus miembros se nega-
ron a dispersarse. Eligieron un comité provisional que asumió el poder.
Pero el comité se enfrentó enseguida con la rivalidad del Soviet de re-
presentantes de los obreros y de los soldados, que había actuado bre-
vemente durante la revolución de 1905 y había resurgido ahora rápida-
mente. Se dijo que los diputados habían sido elegidos en la proporción
de uno por cada mil trabajadores y uno por cada compañía del ejército,
y pretendían ser representativos de los elementos insurgentes e izquier-
distas. El Comité Provisional y el Comité Ejecutivo, conocido como Ex-
com, del Soviet colaboraron hasta un cierto límite, y el 16 de marzo
llegaron al acuerdo de establecer un gobierno provisional. Kerensky,
abogado de gran energía y habilidad, iba a ser el presidente de este go-
bierno. Pero aunque políticamente era un socialista revolucionario, era
moderado y humano, carecía del implacable fanatismo de Lenin, Stalin
y T rotski, y no consiguió entender lo que pedía el país.
A su llegada a Petrogrado el 12 de marzo, Stalin fue inmediatamen-
te a casa de Alliluyev, donde se le recibió calurosamente. Toda la familia
estaba presente: Sergei y su esposa, Oiga; su hijo, Fedor; su hija mayor,
Ana -cuyas memorias incluyen el recuerdo de esta llegada-, y la hija
pequeña, Nadya -por entonces colegiala de dieciséis años-. Stalin res"
pondió a sus preguntas sobre la vida en Siberia y, utilizando su talento

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Stalin en 1917,
al regreso de su exilio
en Siberia. El camino
hacia el poder
comenzaba ahora.

para las imitaciones, les hizo reír caricaturizando a los campesinos que
habían esperado la llegada del tren en cada una de las estaciones desde
Krasnoyarsk hasta Petrogrado. El portavoz de cada grupo afirmaba elo-
cuentemente que «la santa revolución, tan largo tiempo esperada, la que-
rida revolución había llegado por fin», y saludaba el retorno de los exi-
liados políticos como si se tratase de guerreros que vuelven del campo
de batalla. Parecían pensar que Revolutsiya (revolución) era una perso-
na que iba a suceder al zar, al igual que en 1825 muchas de las tropas
habían creído que Konstitutsiya (constitución) era la esposa de Cons-
tantino, de quien se esperaba que sucediera en el trono a Alejandro l.
A la mañana siguiente, Stalin se dirigió en tranvía a la oficina de
Pravda. Fedor, Ana y Nadya fueron con él. Buscaban alojamiento cerca
del centro de la ciudad. Cuando se separaron, Stalin les dijo: «No olvi-
déis guardar una habitación para mí en el nuevo apartamento. ¡No lo
olvidéis!»
La sede central del partido había sido instalada en una mansión que
había pertenecido a la bailarina Matilde Kschessinska. Allí le aguardaba

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un desaire. La organización bolchevique comenzaba a revivir de nuevo.
La oficina rusa del Comité Central tenía a su cargo diversos asuntos del
partido y había admitido como miembros a algunos de los que salían de
prisión o regresaban del exilio. El 12 de marzo, día de su regreso a Pe-
trogrado, la oficina consideró la cuestión de su admisión como miem-
bro. De acuerdo con las actas de la reunión, la oficina recibió un infor-
me en el que constaba que él había sido agente del Comité Central, y
que sería un miembro deseable. Resulta extraño tanto que la oficina re-
quiriera un informe sobre Stalin como que las actas le describieran so-
lamente como agente del Comité Central, cuando había sido miembro
del mismo, así como de la oficina, y director de Pravda. Entonces se pro-
dujo la extraordinaria decisión de que «teniendo en cuenta algunas ca-
racterísticas que le son inherentes, la oficina se decidió en el sentido de
que fuera invitado con voto consultivo.»
La referencia a «ciertas características» aludía, presumiblemente, a
su distanciamiento de los camaradas en Turujansk. Más tarde, permitió
a Kamenev escribir para Pravda, con tal de que sus artículos no fueran
firmados. La decisión debió de resultar aún más ofensiva, dado que Mu:
ranov, antiguo diputado bolchevique, que carecía de talento especial y
de historial en el partido y que regresó del exilio con ellos, fue admitido
enseguida como miembro de pleno derecho.
Eran miembros directivos de la oficina por aquel entonces Alek-
xandr Shlyapnikov y Molotov, y estaban claramente preocupados ante
la perspectiva de ser desplazados por Stalin y Kamenev. Shlyapnikov ex-
plicaba más tarde que la tentativa de la oficina de tratar 'de excluirles
de sus reuniones internas se debió a que allí desaprobaban su ambiva-
lente actitud hacia la guerra. 57 Se trataba de una excusa engañosa, por-
que era de todos conocido el apoyo de Muranov al gobierno y a la con-
tinuación de la guerra.
Stalin actuó con rapidez, haciéndose valer. El era el militante más
antiguo de los presentes, y en talento destacaba sobre Shlyapnikov y Mo-
lotov, a quienes desbancó inmediatamente. Tres días después de su re-
greso, fue elegido para el Presidium de la oficina con todos los derechos
y nombrado representante bolchevique ante el Comité Ejecutivo (Ex-
com) del Soviet de Representantes de los Trabajadores de Petrogrado.
Junto con Kamenev también se hizo cargo de Pravda, que había vuelto
a aparecer el 5 de marzo de 1917, bajo la dirección de Molotov.
Stalin dominó el partido durante tres semanas, hasta el regreso de
Lenin. Previendo que la violenta oposición de Lenin a la guerra y al go-
bierno provisional enfrentaría a la mayoría de los militantes del partido
y a la gente que pertenecía a él, siguió una línea moderada. Defendía
un apoyo limitado al gobierno provisional basándose en que la revolu-
ción democrática burguesa todavía no había culminado, y que deberían
transcurrir varios años antes de que madurasen las condiciones para la
revolución socialista: No tenía sentido, por tanto, trabajar para destruir
al gobierno en esta etapa. En su planteamiento respecto a la guerra, tam-
bién se inspiraba en el sentido común; así escribió que «cuando un ejér-
cito se enfrenta al enemigo, sería una medida estúpida pedirle que tirara

- 88-
las armas y se fuera a casa.» En respuesta a la demanda general de los
socialdemócratas, se mostraba incluso preparado para considerar la reu-
nificación con elementos aceptables de los mencheviques, y por inicia-
tiva suya, la oficina aceptó la convocatoria de un congreso conjunto.
Pravda reflejaba esta actitud de moderación. Los artículos envia-
dos por Lenin se publicaban, y las alusiones que criticaban al gobierno
provisional y a los mencheviques se suavizaban o se suprimían. Según
Shlyapnikov, resentido por su súbito apartamiento, «el giro de la línea
editorial fue fuertemente criticado por los trabajadores de Petrogrado,
algunos de los cuales llegaron a pedir la expulsión del partido de Stalin,
Kamenev y MuranoV». Pero, aunque algunos radicales eran partidarios
de esta tendencia, la mayoría del partido apoyaba la línea moderada,
como se demostró en la respuesta general a las declaraciones de Lenin
semanas después.
La noche del 3 de abril, Lenin llegó a la estación de Finlandia de
Petrogrado. Fue un acontecimiento tumultuoso, en un escenario prepa-
rado de manera efectiva con festones de pancartas rojas, guardias de
honor y una banda militar. Al describir la escena, Sujanov comentaba
que «los bolcheviques, que eran brillantes organizadores y que siempre
trataban de dar relevancia a las cosas externas y presentar un buen es-
pectáculo, prescindiendo de toda falsa modestia, habían optado clara-
mente por organizar una entrada triunfal». 58 Al agasajar a Lenin como
héroe de las masas, no obstante, el partido tenía un objetivo especial.
Lenin había viajado desde Suiza a través de Alemania, ayudado por el
gobierno enemigo. Los sentimientos patrióticos y antialemanes eran to-
davía fuertes entre los rusos, y el partido deseaba contrarrestar los ru-
mores de que Lenin era un agente alemán, acusación que iba a causar
a los bolcheviques serios problemas en meses posteriores.
Según relato de un bolchevique, «todos los camaradas se movían
en la oscuridad hasta la llegada de Lenin». Este, sin hacer caso de las
fanfarrias de bienvenida, dedicó inmediatamente su atención al tema de
la revolución. Causó un impacto inmediato en el partido, tanto por su
fanatismo implacable como por las medidas drásticas y urgentes que pro-
pugnaba.
En la estación de Finlandia, Lenin ignoró a Chjeidze y a la delega-
ción del Excom que habían acudido a recibirle, e inmediatamente aren-
gó a la multitud sobre la futilidad de defender la patria capitalista y la
necesidad de negociar una paz inmediata. De camino a la sede del par-
tido, paró en repetidas ocasiones para dirigirse a la multitud, condenan-
do la guerra, criticando al gobierno provisional y tildando a los menche-
viq ues de «traidores a la causa del proletariado, de la paz y de la liber-
tad». Sus discursos molestaron a muchos de los oyentes. «Deberíamos
pasar por la bayoneta a tipos como ése. Debe de ser alemán», oyó Su-
janov comentar airadamente a un soldado. 59
Lenin no conectaba obviamente con el sentir de la ciudad; pero es-
taba impaciente. Presentía que después de conspirar y luchar toda su
vida, tenía el poder al alcance de la mano. Insistió repetidas veces en
sus planteamientos, y ayudado por la creciente indignación ante los ra-

-89 -
cionamientos de comida, los desastres de la guerra y la crisis de lide-
razgo, comenzó a ganar apoyos. Su mensaje era sencillo: el partido tie-
ne que presionar hacia la inmediata revolución socialista. Rechazaba
cualquier tipo de unión con los mencheviques, así como el apoyo al go-
bierno provisional o a la continuación de la guerra. Expresó sus plan-
teamientos en sus Tesis de abril, que defendió en el congreso del partido.
El partido estaba desconcertado por su agresiva demanda de la re-
volución inmediata. Pravda la denunció como «inaceptable en cuanto
que parte de la premisa de que la revolución democrática burguesa ha
finalizado.» Kamenev, Zinoviev y otros destacados bolcheviques, así
como militares de base, se oponían no sólo a sus tesis más importantes,
sino también a su rechazo de las relaciones con los mencheviques. Pero
Lenin vencía a la oposición y arrastraba al partido tras de sí.
En mayo, T rotski llegó del extranjero y fortaleció en gran manera
la posición de Lenin. Habían mantenido disputas entre ellos, pero en lo
fundamental estaban de acuerdo. Al regresar a Rusia, Trotski no era ni
siquiera militante del Partido Bolchevique, pero pronto fue admitido con
entusiasmo y elegido inmediatamente miembro del Comité Central.
Desde la llegada de Lenin a Petrogrado, Stalin pasó a la sombra.
Su actitud moderada había sido rechazada y, como otros muchos en el
partido, debió de reflexionar profundamente sobre la nueva tendencia
enfocada a la revolución inmediata. Aparentemente, sin embargo, acep-
tó con ecuanimidad su propio apartamiento personal. Siempre había re-
conocido a Lenin como líder, y si hubiera pensado en disputarle ese ca-
rácter, ésta habría sido la ocasión. Lejos de desafiarle, sin embargo, con-
sideraba que la política de Lenin, que antes había considerado como una
locura, resultaba práctica y necesaria en el caos creciente a que contri-
buían tanto el gobierno provisional como el Soviet. En estas circunstan-
cias prestó a Lenin todo su apoyo.
Durante los meses siguientes, Stalin pareció también eclipsado por
Trotski, Zinoviev, Bujarin y otros. Sujanov le describía como un «ser
gris». Trotski, con su malicia y crueldad acostumbradas, decía que era
un «demócrata plebeyo y lerdo provinciano, obligado por el espíritu de
los tiempos a convertirse en un triste marxista». Por entonces, Stalin es-
taba atrincherándose como líder moderado e independiente, y junto con
Kamenev, continuaba a cargo de Pravda. Mientras otros hacían discur-
sos y luchaban por ser el centro de atención, él siempre estaba presen-
te, como una piedra de los cimientos, trabajando dentro de la organiza-
ción del partido. Lejos de mostrarse como un «ser gris», estaba ganán-
dose el respeto y la confianza de los militantes, como se vería a finales
de abril, en el VII Congreso del Partido donde recibió el tercer número
más alto de votos después de Lenin y de Zinoviev en la votación secreta
para el Comité Central.
En este congreso Stalin presentó su informe sobre las nacionalida-
des. Ya no era un tema teórico, sino que se había convertido en un pro-
blema práctico urgente. Los finlandeses, los polacos y los ucranianos pe-
dían la independencia o, al menos, un cierto grado de autonomía. Stalin
hablaba del derecho de todas las nacionalidades a la autodeterminación

-90-
Aleksandr Kerenski, primer ministro del gobierno provisional instaurado
tras la Revolución, intentó frenar el movimiento revolucionario.

e incluso a la secesión. Esto podía haberle creado algunas dificultades,


porque él favorecía instintivamente un Estado ruso fuertemente unido y
centralizado. Pero trató el tema convincentemente y consiguió el apoyo
del congreso. Grigori Pyatakov, ucraniano de nacimiento, y Feliks Dzer-
zinsky, polaco, mostraron su desacuerdo ante el temor de que la des-
membración del Imperio ruso perjudicara a la lucha de clases y a la cau-
sa de la revolución. Stalin resultó más comedido en el debate, pero les
tranquilizó asegurando que en la república socialista libre que sustituiría
al Imperio, las nacionalidades no desearían separarse.
Utilizando todos los medios que le permitieran alcanzar el poder,
Lenin proclamó su apoyo a los Soviets de los trabajadores, que com-
partían el poder e incluso dominaban al gobierno provisional. Estaba im-
presionado por su popularidad y, advirtiendo que tenían el poder real,
cambió la actitud que había defendido desde Suiza. Argumentaba que

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el partido tenia que luchar para crear «una república de representantes
trabajadores, soldados y campesinos en todo el país». Entonces nació
el lema: «Todo el poder para los Soviets.»
Alarmados por la creciente anarquía y por la amenaza de un vio-
lento levantamiento popular e influidos por los fervientes llamamientos
de Kerensky, el Excom del Soviet de Petrogrado y el gobierno provisio-
nal formaron una coalición. Al principio Kerensky era el líder dominante
de la coalición. Comprometido con la continuidad de la participación
rusa en la guerra, se entregó a la tarea de conseguir apoyo para una nue-
va ofensiva militar que comenzó el 1 de julio y empujó a los austríacos.
Pero entonces tropas alemanas cortaron el avance y el ejército ruso se
hundió. Miles de hombres desesperados y descontrolados huían hacia
el este. Para Kerensky y otros revolucionarios moderados esta derrota
puso fin a todas las esperanzas de negociar la paz desde una posición
de fuerza y de restaurar un gobierno estable. Rusia no estaba destinada
a seguir una línea moderada.
Una oleada de violentos desórdenes se extendió por todo el país,
llegando a explotar en los «días de julio». El miedo se apoderó de la ciu-
dad. Unos veinte mil marinos de Kronstadt y treinta mil obreros de Pu-
tilov se sumaron a la violencia general. La histeria colectiva ocasionó ase-
sinatos en masa y destrucción. Pero, como escribió Sujanov, «la sangre
y la inmundicia de este día absurdo tuvo un efecto de moderación por
la tarde y evidentemente' originó una rápida reacción».
El levantamiento, que parecía espontáneo, había sido de hecho ins-
tigado por los bolcheviques. Pero su violencia había cogido a Lenin por
sorpresa. No había hecho planes para controlar la ciudad ni para depo-
ner al gobierno provisional, y la manifestación había crecido de modo
tan explosivo que el partido no pudo controlarla.
La ciudad reaccionó enérgicamente. El gobierno provisional, con el
apoyo del Soviet de Petrogrado, acusó a los bolcheviques de intentar
destruir la revolución y reducir el país a la anarquía. El ministro de Jus-
ticia dio a conocer unos documentos que pretendían demostrar que Le-
nin y otros líderes bolcheviques eran en realidad agentes alemanes. La
acusación causó un impacto inmediato. El partido bolchevique se gran-
jeó el odio popular. Pravda fue cerrado; Trotski, Damenev y Luna-
charsky fueron detenidos, pero Lenin y Zinoviev consiguieron ocultar-
se. La opinión pública criticaba severamente a Lenin con argumentos
políticos y morales. También dentro del partido surgían voces que le acu-
saban de abandonar a sus camaradas y de preocuparse sólo por su se-
guridad personal. 60
El lugar en el que Lenin se ocultaba era el nuevo apartamento de
los amigos de Stalin, la familia Alliluyev, en la Calle Rozdestvenskaya.
Allí ocupó la habitación que había sido destinada a Stalin. La cuestión
era si Lenin y Zinoviev debían someterse a juicio para hacer frente a las
críticas de que habían abandonado a sus camaradas y responder a las
acusaciones del gobierno.
Durante la noche del 20 de julio, Stalin, Krupskaia Ordjonikidze y
otros se reunieron en el apartamento para debatir el tema con Lenin.

- 92-
El mayor temor era que, si se entregaba, los agentes gubernamentales
le mataran antes de llegar a la cárcel y, por supuesto, al juicio. Stalin y
Ordjonikidze intentaron negociar con los mencheviques en el Soviet de
Petrogrado las garantías de que, si Lenin y Zinoviev se entregaban, se-
rían protegidos y juzgados públicamente. En esta época, sin embargo,
cuando los bolcheviques atravesaban malos momentos y cuando él mis-
mo era objeto de virulentas críticas, Lenin no estaba dispuesto a arries-
gar su seguridad personal ni a poner límite a su libertad de acción. Se
hizo necesario que se ocultase en otro lugar, para lo que se eligió la pe-
queña ciudad de Sestroretsk, en el golfo de Finlandia. Se puso gran cui-
dado en alterar su aspecto y Stalin le afeitó barba y bigote. Con una go-
rra y un largo abrigo, prestado por Sergei Alliluyev, Lenin parecía un
campesino finlandés; así se dirigió en compañía de Stalin y Alliluyev a la
estación de Primorsky, donde tomó un abarrotado tren con destino a
Sestroretsk.
Con muchos de sus líderes detenidos u ocultos y rodeado de hos-
tilidad, el Partido Bolchevique se encontraba en serias dificultades. Sin
embargo, demostraba una extraordinaria resistencia. Los pocos militan-
tes que quedaban mostraban una entrega y una firmeza a toda prueba.
Además, Stalin estaba en libertad y ejercía su liderazgo que, aunque me-
nos enérgico y visionario que el de Lenin y menos dramático que el de
Trotski, era como una roca en fuerza y determinación.
A primeros de agosto el VI Congreso del partido se reunió en se-
creto en Petrogrado. En ausencia de Lenin, Stalin expuso el informe del
Comité Central a los doscientos sesenta y siete delegados, mostrándo-
se hábil y persuasivo. Muchos tenían los nervios alterados después de
la histeria de los «días de julio», y estaban confundidos por el cambio
de táctica de Lenin. Este había abandonado el eslogan «todo el poder
para los Soviets» porque, afirmaba, los Soviets se habían convertido en
contrarrevolucionarios al apoyar al gobierno contra los bolcheviques.
Al presentar el informe del Comité Central, Stalin mostró que se
había alejado de su postura moderada. Condenó al gobierno provisional
por considerarlo «una marioneta, una despreciable pantalla tras la que
se encuentran los "Kadetes", el estamento militar y el capital; los tres
pilares de la contrarrevolución». Antes de los «días de julio», hubiera
sido posible un traspaso de poder a los Soviets sin violencia, pero ahora
«ha finali~ado el periodo pacífico de la revolución; el periodo no pacífi-
co, el per\odo de enfrentamientos y explosiones ha llegado». Al mismo
tiempo se 1esmeró en no presentar la nueva línea de acción con los tér-
minos drásticos de un ultimátum, al estilo de Lenin. Era sensible al he-
cho de que muchos delegados se mostraban reacios a desechar a los
Soviets, en tanto que otros aún creían que era prematuro pensar en
una revolución socialista inmediata. Fue en gran medida atribuible a él
el logro de que se adoptara la resolución que aprobaba esta política con
sólo cuatro abstenciones.
En el debate sobre la parte final de la propuesta, Stalin hizo una
aportación espontánea que ilustraba su perspectiva particular y anun-
ciaba su línea de acción futura . En contra de la afirmación de que la re-

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volución era posible «con la condición de que se produjera una revolu-
ción proletaria en Occidente», afirmó que «no hay que excluir la posibi-
lidad de que Rusia sea el país que marque el camino hacia el socialis-
mo ... Es necesario abandonar la gastada idea de que sólo Europa puede
mostranos la ruta. Hay un marxismo dogmático y un marxismo creati-
vo. Yo me sitúo en este último».
La labor dirigente de Stalin en el VI Congreso del Partido elevó su
prestigio y su autoridad. En las elecciones al Comité Central, sólo Le-
nin, Zinoviev, Kamenev y Trotski le superaron en número de votos.
Cuando el Comité Central eligió la junta directiva de Pravda, Stalin re-
cibió la mayoría de los votos y Trotski no consiguió ganar la elección.
Cuando se decidió elegir un gabinete interno formado por diez hombres
del Comité Central, Stalin prevaleció de nuevo en la votación.
En julio, Kerensky ocupó el cargo de primer ministro y con el apo-
yo del Excom formó de nuevo gabinete con mayoría de socialistas mo-
derados. El desafío al gobierno de Kerensky se produjo desde la dere-
cha. Fue dirigido por el general Lavrenti Kornilov, un cosaco de talento
y valor probados, pero su tentativa de golpe fracasó sin que se dispara-
ra un solo tiro.
El desafío militar al gobierno y la amenaza de una dictadura reac-
cionaria hicieron que toda la ciudad apoyara a Kerensky. Mencheviques,
socialistas revolucionarios y bolcheviques formaron un frente unido en
el Soviet. Estos últimos se mostraban particularmente activos. Con la
aprobación del Comité reclutaron una milicia armada, que les permitió
ampliar la Guardia Roja hasta los veinte mil efectivos en Petrogrado.
El Partido Bolchevique comenzaba a aumentar su fuerza. Los «días
de julio» y la denuncia contra Lenin por ser agente alemán resultaron
ser pequeños contratiempos. En agosto de 1917, cuando se celebró
el VI Congreso, el número de militantes ascendía a doscientos mil. Era
un crecimiento impresionante; sin embargo, el partido representaba una
pequeña minoría a nivel nacional, y sólo contaba con el apoyo del 5,4
por ciento de los trabajadores, según promedio calculado en veinticinco
ciudades. Pero, aunque insignificante en número, era un partido organi-
zado y disciplinado que contaba con unos líderes excepcionales como
Lenin, T rotski y Stalin.
Todavía oculto, Lenin se consumía de impaciencia. Estaba conven-
cido de que una insurrección dirigida por el partido y una dictadura de
la izquierda eran ya posibles. En una reunión celebrada a principios de
septiembre, el Comité Central tenía ante sí su demanda de que desta-
camentos revolucionarios hicieran prisioneros a los miembros del go-
bierno y ocuparan el poder. El comité y el partido en general le consi-
deraron cruel por incitar a repetir los «días de julio». Estaban muy ner-
viosos; la acción propuesta por Lenin era precipitada; el partido y el país
no estaban preparados.
El 20 de octubre, Lenin entró clandestinamente en Petrogrado. Con
gran energía defendió ante los miembros del Comité Central sus argu-
mentos a favor de la revolución inmediata. El comité celebró una reu-
nión secreta el 23 de octubre, a la que asistieron Lenin y Zinoviev, y

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El 25 de octubre de 1917 (6 de nouiembre según el calendario gregoriano),
los guardias rojos asaltan el Palacio de lnuierno.

hubo un acalorado debate sobre la resolución de Lenin de que «un


levantamiento armado es inevitable y la ocasión es propicia». De los
veintidós miembros del Comité Central, nueve estaban ausentes, pero
finalmente, rendidos por los incansables alegatos de Lenin, todos los pre-
sentes, excepto Kamenev y Zinoviev, votaron a favor de su tesis. El he-
cho de contar con mayoría, por escasa que ésta fuese, era suficiente
para él, que consideraba que el partido quedaba comprometido a la ac-
ción, y ciertamente para antes de que comenzara el congreso de los So-
viets el 25 de octubre.
El plan de Lenin era una empresa tremendamente arriesgada. Con-
taba con sorprender al gobierno y con ganar el apoyo popular prome-
tiendo una solución rápida a los problemas de la paz, el pan y la tierra.
Kamenev y Zinoviev, que no tenían madera de héroes, estaban alarma-
dos . Stalin no se opuso y apoyó esta apuesta por el poder.

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Mientras tanto, Kamenev y Zinoviev, al parecer dominados por el
pánico, mostraban públicamente su oposición y ponían de relieve los pe-
ligros que iban a arrostrar. Para Lenin y para otros, era traición opo-
nerse a las intenciones bolcheviques y revelarlas. El caso era tanto más
grave cuanto que las bases del partido estaban cada vez más alarmadas
por sus advertencias. Esto era más de lo que Lenin podía soportar, y
desde Finlandia, donde se había ocultado de nuevo, pidió que el Comité
Central les expulsara del partido.
En una reunión del comité celebrada el 17 de octubre, Trotski se
mostró partidario de adoptar severas medidas contra Kamenev y Zino-
viev, a quienes calificó de traidores. No le detuvo el hecho. de que Ka-
menev fuera su cuñado; desde luego, demostraba que la lealtad al par-
tido prevalecía sobre los lazos familiares. Otros miembros apoyaron la
propuesta de un castigo severo. Fue Stalin quien puso la nota de mo-
deración en el debate. Sus argumentos a favor de la moderación no sur-
gían de una actitud pasiva dirigida a calmar los ánimos, ni de la increí-
blemente anticipada previsión de que podía necesitar el apoyo de estos
dos camaradas en el futuro, sino de una honda preocupación por la uni-
dad del partido en tan críticas circunstancias. Sostuvo que expulsar su-
mariamente a dos camaradas de larga trayectoria política causaría de-
sorden y no arreglaría nada; además, Kamenev y Zinoviev sabían que
habían actuado de manera irresponsable, y no volverían a cometer erro-
res. Tras su intervención, la propuesta de expulsión fue rechazada. Des-
pués se decidió sustituir a Kamenev en la junta editorial de Prauda, pro-
puesta que también fue rechazada cuando Stalin dimitió en protesta y
el Comité se negó a aceptar su dimisión.
Tras el regreso de Lenin a Finlandia, Trotski se hizo cargo del par-
tido. Fue nombrado presidente del Comité Militar Revolucionario del So-
viet de Petrogrado, creado el 25 de octubre. Como órgano central de
la revolución, este comité controlaba la Guardia Roja y todas las unida-
des militares de la ciudad que apoyaban a los bolcheviques. Había tam-
bién un «centro» especial militar revolucionario, que contaba con cinco
miembros, elegidos o nombrados el 29 de octubre. Stalin, pero no Trots-
ki, era miembro de este centro, que ha sido descrito como la fuerza or-
ganizativa real de la revolución.
Trotski fue indudablemente el líder y la fuerza motriz de todos los
preparativos y de la insurrección misma. A primeras horas de la maña-
na del 7 de noviembre de 1917, comenzó la revolución. Tropas al man-
do del Comité Militar Revolucionario ocuparon los puntos claves de Pe-
trogrado. Poco después del mediodía los insurgentes controlaban ya
toda la ciudad, a excepción del Palacio de Invierno, que sería ocupado
por la tarde.
La rápida y casi incruenta toma de Petrogrado fue un modelo se-
guido en la mayor parte del país. Las excepciones fueron las regiones
del Don, el Kuban y de Orenburg, donde los cosacos resistieron las ten-
tativas bolcheviques de hacerse con el control, y la captura de Moscú,
culminada por los Guardias Rojos el 15 de noviembre después de inten-
sos tiroteos.

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El 8 de noviembre, Lenin apareció en la sesión del congreso de los
Soviets. Fue reconocido como líder de la revolución con una clamorosa
ovación. El hecho de que no hubiera dirigido los preparativos ni tomado
parte en los decisivos acontecimientos de los días anteriores, evidente-
mente no influyó de manera negativa. Se desconoce la contribución de
Stalin a los preparativos, pero durante la revolución de Petrogrado se
dice que estuvo en su despacho, en las oficinas de prensa del partido.
Al igual que con Lenin, su ausencia del escenario en la acción no fue
motivo de crítica. Es probable que se mantuvieran a la sombra de los
acontecimientos a fin de estar preparados para continuar la lucha si fra-
casaba la insurrección. No había fracasado, y los dos hombres que iban
a ser responsables del destino de Rusia en los años siguientes tenían
que aprender ahora la realidacl del poder.

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13. Brest-Litovsk

La revolución, uno de los acontecimientos más decisivos de la his-


toria, se produjo rápidamente y casi sin lucha.
Lenin y sus partidarios conocían, sin embargo, lo precario de su si-
tuación. El II Congreso Panruso de Soviets respaldó al nuevo gobierno,
pero la gente de Petrogrado, como la de todo el país, estaba confundi-
da. 61 Aceptaban el golpe de Estado porque, de todos los partidos polí-
ticos, sólo los bolcheviques parecían capaces de tomar medidas positi-
vas y habían prometido proporcionar alimentos, resolver el problema de
la tierra y firmar inmeditamente la paz. A más largo plazo, contaban con
la elección de la Asamblea Constituyente, que redactaría una constitu-
ción y proclamaría la nueva República rusa. Sólo entonces, pensaban
ellos, quedaría el orden verdaderamente restaurado y comenzaría una
nueva era de prosperidad nacional.
Una de las primeras acciones de Lenin fue seleccionar un gabinete,
conocido como el Consejo de Comisarios del Pueblo, o Sovnarcom. 62
Entre los quince comisarios figuraban Lenin como presidente, Trotski
como comisario de Asuntos Exteriores, Stalin de Nacionalidades, Luna-
charsky de Educación Popular, Slyapnikov de Trabajo, Aleksei Rykov
de Interior y Vladimir Milyutin de Agricultura.
El congreso nombró formalmente a los comisarios del Consejo del
Pueblo de Lenin por decreto, y después eligió un Comité Ejecutivo Cen-
tral de ciento un miembros. Los bolcheviques consiguieron sesenta y
dos escaños en este comité, los Socialistas Revolucionarios de Izquier-
da, que habían formado un partido independiente, veintinueve escaños,
y otros partidos, diez. El Comité Ejecutivo ejercería los poderes legisla-
tivos cuando el Congreso no estuviera reunido . En la práctica, el Sov-
narcom pronto ejercería tanto las funciones legislativas como las ejecu-
tivas.
El 8 de noviembre, Lenin se presentó ante el congreso. Hubo mo-
mentos de gran excitación y recibió una «tumultuosa bienvenida». Leyó
una proclama dirigida a todos los pueblos en guerra, pidiendo la paz in-
mediata sin anexiones ni indemnizaciones. A continuación leyó un de-
creto que abolía la propiedad privada de la tierra «de manera inmediata
y sin compra», y que establecía la distribución de toda la tierra entre quie-
nes la cultivaban con su propio trabajo. Esto suponía un cambio com-
pleto en su política, e introducía una medida propuesta por Stalin con
carácter provisional once años antes en Estocolmo. El Congreso Pan-

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ruso de Representantes de Campesinos debatió una propuesta sobre la
fusión con el Congreso de Soviets de Obreros y Soldados, y, después
de que los representantes más conservadores abandonaran la sesión, la
fusion fue aprobada.
Lenin consiguió así nominalmente basar su gobierno en los tres es·
tamentos principales: obreros, campesinos y soldados. Pero aún no ha·
bía satisfecho la demanda del Sovnarcom, del Comité Ejecutivo Central
de su propio partido favorable a la coalición de todos los partidos so·
cialistas. Los bolcheviques situados más a la derecha, en particular, es·
taban decididos a forzar una coalición con los socialistas revoluciona·
rios y con los mencheviques. Zinoviev, Rykov, Milyutin, Vladimir Nogin
y Lunacharsky, que se habían opuesto a la toma del poder por los bol-
cheviques, pero que después de su éxito habían ocupado escaños en el
Sovnarcom, dimitieron. Todos ellos, al igual que Kamenev, estaban dis·
puestos incluso a considerar una propuesta menchevique según la cual
Lenin y T rotski serían excluidos de cualquier gobierno de la coalición.
La agitación continuó hasta que, con la aprobación de la mayoría del Co-
mité Central bolchevique, una nota oficial, firmada por Lenin, Troski y
Stalin, amenazaba a los instigadores con la expulsión del partido. La
amenaza sirvió para calmar los ánimos, y el tema de la coalición quedó
olvidado en la marea de los fulgurantes acontecimientos que ocurrieron
después.
La Asamblea Constituyente suponía otro desafío. Las elecciones de·
bían comenzar el 12 de noviembre, fecha fijada previamente por el go·
bierno provisional. Lenin siempre había defendido la importancia vital
de la Asamblea, pero según se iba aproximando la fecha aumentaba su
preocupación. 63
El resultado fue mucho peor de lo que él temía. Los bolcheviques
consiguieron sólo 175 de los 707 escaños. Para Lenin y sus colaborado-
res directos el resultado era inaceptable y debía ser corregido por fuer-
za de pistolas y bayonetas.
El 5 de enero de 1918, la Asamblea Constituyente celebró la sesión
de apertura en el Palacio Tauride. Los representantes de los bolche-
viques y los socialistas revolucionarios de izquierda abandonaron la
sesión. A la mañana siguiente, cuando llegaron los diputados para rea·
nudar las sesiones, guardias rojos impedían la entrada al palacio. Una
manifestación de socialistas revolucionarios fue dispersada por estas
fuerzas con fuego de rifle. La Asamblea Constituyente, tanto tiempo es-
perada y sobre la que tanto se había hablado, fue disuelta, y al pueblo,
dominado por la apatía, pareció no preocuparle.
Aquel mismo día, el Comité Ejecutivo Central, nombrado por el
Congreso de Soviets y que contaba con mayoría bolchevique, aprobó
la supresión de la Asamblea Constituyente. Se justificó esta decisión adu-
ciendo que era un organismo contrarrevolucionario. Movidos por el in·
terés de dar a sus resoluciones al menos una apariencia de legalidad, los
bolcheviques, tras falsificar los resultados de las elecciones, convocaron
apresuradamente el III Congreso de Soviets. Por mayoría aplastante,
este congreso aprobó la disolución de la Asamblea Constitucional.

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Stalin intervino directamente en los principales acontecimientos de
aquellos días. Ya era indispensable para Lenin y tenía influencia sobre
él. Firmó la nota oficial que advertía a los militantes que exigían la coa-
lición, y rechazó la propuesta menchevique según la cual Lenin y Trots-
ki serían excluidos de un gobierno de coalición. Durante la crisis del par-
tido debida al tratado de paz con Alemania, iba a apoyar firmemente a
Lenin. Al mismo tiempo estaba dando muestras de su capacidad para
hacer frente a numerosas responsabilidades.
Su primera tarea fue la creación del Comisariado Popular de las Na-
cionalidades, conocido como Narcomnats. Contaba con la ayuda de
S. S. Pestkovsky, un polaco que había tomado parte en la Revolución
de Octubre.
En una habitación del Instituto Smolny, Pestkovsky encontró una
mesa libre. La colocó junto a la pared y prendió encima de ella un papel
donde escribió: «Comisariado Popular rle las Nacionalidades.» Esta
mesa, junto con dos sillas, constituyó la primera oficina del comisariado.
Poco después de ser nombrado comisario, Stalin asistió al congre-
so del Partido Socialista Finlandés en Helsinki. El 14 de noviembre pro-
nunció un discurso ante el congreso, y declaró solemnemente que su
gobierno respetaría su compromiso con el pueblo finlanrlés . «jDebe con-
cederse libertad absoluta para decidir su propio destino a los finlande-
ses y a todos los demás pueblos de Rusia! ¡Fuera tutelas con control
desde arriba sobre el pueblo finlandés! Estos son los principios que ins-
piran al Consejo de Comisarios del Pueblo.»
Esto era conforme a «la declaración de los derechos de los pueblos
de Rusia» firmada por Lenin y Stalin pocos días después de la Revolu-
ción. Para la audiencia de Helsinki, el discurso de Stalin resultó sin duda
impresionante, porque era pronunciado por alguien que pertenecía a
una de las pequeñas naciones oprimidas del Imperio ruso. Posteriormen-
te, cuando informaba al Comité Ejecutivo Central sobre la ratificación
del decreto del Sovnarcom, se lamentó del hecho de que un régimen bur-
gués estuviera en el poder. Continuó con duras críticas al Partido So-
cialdemócrata Finlandés por su «indecisión e imcomprensible cobardía»
al no conseguir el poder.
Por entonces, sin embargo, se mantuvo firme en el principio de la
autodeterminación nacional, aunque fue criticado por Bujarin y otros
por ceder al nacionalismo burgués de las pequeñas naciones. Pocas se-
manas después, en el III Congreso Panruso de Soviets, anunció un cam-
bio afirmando que «el derecho a la autodeterminación no era un dere-
cho de la burguesía, sino de las masas trabajadoras de Úna nación. El
principio de la autodeterminación, debería ser utilizado como un medio
en la lucha por el socialismo, y debería subordinarse a los principios del
socialismo». Este cambio era tanto más necesario cuanto que en la ma-
yoría de las naciones pequeñas tenían gobiernos no socialistas y anti-
bolcheviques.
En abril de 1918 hizo desde el Narcomnats un llamamiento a los So-
viets de las minorías nacionalistas bajo liderazgo no bolchevique. Señaló
que era esencial liberar a los pueblos del liderazgo burgués y convertir-

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los a la idea de la autonomía de los Soviets. «Es necesario elevar a las
masas al nivel del régimen soviético, y unir a sus mejores representan-
tes con este último. Pero esto es imposible sin la autonomía de estas
regiones lejanas, es decir, sin organizar las escuelas locales, los tribuna-
les locales, la administración local, los organismos de autoridad local y
las instituciones educativas y sociopolíticas locales con el pleno derecho
garantizado de la utilización de la lengua nativa local por las masas en
todas las esferas del trabajo sociopolítico». Esta política pronto quedaría
reflejada en el lema «nacionalista en la forma, socialista en el contenido».
En mayo de 1918 en la sesión inaugural de un congreso preparato-
rio sobre la creación de una República Soviética Autónoma de Tartaria
y Bashkiria, Stalin expuso de manera terminante esta política centralis-
ta. Una forma de autonomía soberana «puramente nacionalista» sería
destructiva y, desde luego, antisoviética. El país necesitaba «una fuerte
autoridad estatal en toda Rusia, capaz de dominar definitivamente a los
enemigos del socialismo y de organizar una nueva economía comunis-
ta». La autoridad central debería, por consiguiente, ejercer todas las fun-
ciones de importancia, dejando a las regiones autónomas las funciones
administrativas, políticas y culturales de carácter regional.
Stalin era miembro de la comisión creada para redactar la primera
const.ítución, que fue aprobada en julio de 1918, y que creaba la Repú-
blica Soviética Federal Socialista Rusa. El tipo de federalismo con uni-
dades territoriales nacionales que propugnaba estaba expresado en el
artículo 11 del borrador. En aquella época, sin embargo, la RSFSR tenía
una relación de tratado con las Repúblicas Soviéticas de Transcaucasia,
Bielorrusia y Ucrania. Esto se vería alterado por la Constitución de 1924,
que crearía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Los asuntos de las nacionalidades podían ocupar sólo una pequeña
parte de su tiempo . El 29 de noviembre de 1917 el Comité Central del
partido nombró una chetvertka, o grupo de cuatro personas, que in-
cluía a Lenin, Stalin, Trotski y Sverdlov con poder de decisión en asun-
tos de urgencia. Según T rotski, este consejo íntimo se convirtió en una
troika, o grupo de tres, debido a que Sverdlov estaba demasiado ocu-
pado en la secretaría del partido. La pertenencia a este consejo interno
y al Sovnarcom exigían a Stalin un trabajo agotador debido a la confian-
za que Lenin había depositado en él.
«Lenin no podía pasar sin Stalin ni un solo día -escribió Pest-
kovsky-; probablemente por esa razón nuestra oficina en el Smolny
contaba con la protección de Lenin. En el transcurso del día hacía lla-
mar a Stalin en incontables ocasiones o aparecía en nuestra oficina y se
lo llevaba. Stalin pasaba la mayor parte del día con Lenin.» 64
En este periodo inicial, el Sovnarcom se reunía durante cinco o seis
horas casi todos los días. Lenin ocupaba la presidencia y redactaba mu-
chos de los decretos que salían de estas reuniones. Se suavizaron las
leyes de matrimonio y divorcio, se resaltó la igualdad legal de hombres
y mujeres; los niños ilegítimos tendrían los mismos derechos que los le-
gítimos. Numerosos decretos expropiaban propiedades privadas. Se ini-
ció el proceso de nacionalización de la industria. Se nacionalizaron to-

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dos los bancos; una ley con efectos inmediatos reducía a ocho horas la
jornada laboral. Los trabajadores, a través de comités cuyos miembros
serían elegidos por ellos, tendrían voz y voto en la dirección de las in-
dustrias.
Se suprimió el viejo sistema legal y se crearon nuevos juzgados y
tribunales revolucionarios. Lenin había pensado durante mucho tiempo
que dichos tribunales, así como una policía secreta, serían necesarios
para hacer frente a los enemigos del régimen. En diciembre confió al fa-
nático polaco Feliks Dzerzinsky, la tarea de organizar la nueva Comi-
sión Panrusa para combatir la contrarrevolución y el sabotaje. Bajo su
nombre abreviado de Cheka, se convirtió en el temible brazo secreto
del régimen, que daría origen sucesivamente a la GPU, NKVD, MVD y
KGB. El 5 de febrero de 1918 un decreto establecía la separación de la
Iglesia y el Estado y confirmaba el derecho de todos los ciudadanos a la
libertad de creencia y de culto. Se revisó el alfabeto cirílico, y desde el
1 de febrero se adoptó el calendario gregoriano. 65
Desde la era de Pedro el Grande, dos siglos antes, no se había pro-
ducido una avalancha tal de cambios y reformas. La diferencia estribaba
en que este nuevo gobierno estaba ebrio de poder y trataba desespera-
damente de conseguir el apoyo popular. Revestidos de un atrayente ro-
paje humanitario, sus decretos parecían anunciar una nueva era.
Lenin había declarado repetidamente antes de octubre de 1917 que,
al llegar al poder, el gobierno bolchevique propondría la paz en unos tér-
minos que el enemigo imperialista se vería obligado a rechazar. Esto con-
duciría a la revolución en los países capitalistas y al estallido de la «gue-
rra revolucionaria». Ya en el poder, Lenin se dio cuenta de que esta me-
dida no era realista. El alto mando alemán sabía que el ejército ruso es-
taba desmoralizado y que el nuevo gobierno soviético tendría que acep-
tar las condicones de paz que propusiera Alemania. 66
La propuesta soviética de armisticio fue rápidamente aceptada por
los alemanes, y firmada en Brest-Litovsk el 2 de diciembre. Las nego-
ciaciones para la paz comenzaron formalmente el 9 de diciembre. Trots-
ki estaba al frente de la delegación soviética. Su objetivo era utilizar al
máximo la conferencia con fines de propaganda revolucionaria; creía fir-
memente que la revolución era inminente en Alemania y en todas par-
tes y, en ocasiones, dominaba la conferencia. Pero estando su país en
un estado caótico, con su ejército amotinado y desmoralizado y su nue-
vo gobierno tratando desesperadamente de aferrarse al poder, negocia-
ba desde una posición de debilidad frente a unos diplomáticos profesio-
nales respaldados por un ejército fuerte y victorioso.
Las furiosas intervenciones de T rotski no impresionaron a sus opo-
nentes alemanes, que conocían la debilidad de su posición. Inesperada-
mente, el 18 de enero presentaron un mapa de Europa oriental con las
nuevas fronteras, que privaba a Rusia de extensos territorios. El ultimá-
tum encolerizó a Trotski, quien juró que rompería las negociaciones.
Después, al recibir un telegrama firmado «Lenin-Stalin», en el que se pe-
día que regresara a Petrogrado para debatir el asunto, acordó un apla-
zamiento hasta el 29 de enero. Hay más pruebas, citadas por el propio

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T rotski, que muestran lo unido que estaba Stalin a Lenin en aquel pe-
riodo crítico. Un tal Dmitrievsky observó que Lenin en aquella época
sentía tal necesidad de Stalin que, cuando llegaron noticias de Trotski
desde Brest y se vio obligado a tomar inmediatamente una decisión en
ausencia de Iosif, comentó a Trotski: «Me gustaría consultar a Stalin an-
tes de responder a tu pregunta.» Y sólo tres días después Lenin envió
un telegrama diciendo: «Stalin acaba de llegar. Estudiaré el tema con él
y te daremos inmediatamente nuestra respuesta conjunta.» 67
Trotski abandonó Brest-Litovsk el 6 de enero y se dirigió a Petro-
grado. Estaba dándole vueltas a su fórmula de «ni paz, ni guerra». Pen-
saba anunciar el final de la guerra y la desmovilización del ejército ruso,
al mismo tiempo que su negativa a firmar un tratado de paz. Confiaba
en que los alemanes no podrían reanudar su ofensiva, porque sus tro-
pas se negarían a obedecer órdenes y estallaría la revolución dentro de
Alemania. La fórmula inspiraría a los proletarios de Europa. Estaba con-
vencido de que la revolución era inminente en Alemania, en Austria y
en otros países.
Trotski defendió sus ideas vigorosamente en Petrogrado, pero Le-
nin no se dejó convencer, y Stalin afirmó sin rodeos que no había prue-
bas de que la revolución fuera a estallar de manera inminente en Euro-
pa occidental, y que su fórmula no era adecuada. Tras acalorados de-
bates en el Comité Central, se adoptó la decisión de que Trotski pro-
longara «las negociaciones y que, cuando llegara el momento decisivo,
aplicara su fórmula "ni paz, ni guerra"».
La delegación alemana regresó a Brest-Litovsk decidida a forzar
una paz inmediata. Su intención era, en primer lugar, firmar la paz por
separado con la Rada de Ucrania, lo cual obligaría seguramente a Trots-
ki a llegar a un acuerdo. Cuando se reanudó la conferencia el 28 de ene-
ro de 1918, Trotski rechazó vehementemente la paz separada con Ucra-
nia. Pero los alemanes tampoco se mostraron entonces impresionados.
El 9 de febrero, en Brest-Litovsk, los representantes ucranianos firma-
ron el tratado en una ceremonia especial. Las negociaciones se orienta-
ron entonces a un prolongado intercambio entre las delegaciones rusa
y alemana sobre la aplicación de la autodeterminación en los territorios
bajo ocupación alemana.
La conferencia se aproximaba a la crisis. T rotski decidió hacer su
declaración. El 10 de febrero hizo una severa crítica del imperialismo.
Los delegados, que ya la habían oído en anteriores ocasiones, la toma-
ron por un preliminar para salvar las apariencias, al que seguiría la acep-
tación de las condiciones alemanas. Entonces proclamó su fórmula: «Es-
tamos retirando a nuestros ejércitos y a nuestros pueblos de la guerra,
pero nos sentimos obligados a negarnos a firmar el tratado de paz.» 6ª
A continuación hizo emotivos llamamientos a las masas trabajadoras de
todos los países para que siguieran el ejemplo de Rusia.
Los alemanes, al igual que otras delegaciones, permanecieron sen-
tados y en silencio cuando T rotski se retiró de la sala. Estaban asom-
brados por esta absurda declaración. Aquella misma tarde, Trotski re-
gresó a Petrogrado con su delegación. Estaba satisfecho de su interven-

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ción, y confiaba en que los alemanes no se atreverían a reanudar la ofen-
siva. Comunicó a sus colegas que había conseguido una victoria diplo-
mática. Lenin, sin embargo, no estaba convencido en absoluto. Seis días
después, sus temores resultaron justificados. El gobierno alemán decla-
ró que el armisticio finalizaría el 18 de febrero; aquel mismo día el ejér-
cito alemán comenzó a avanzar en un amplio frente.
En Petrogrado, el Comité Central debatió exaltadamente la deci-
sión a tomar. Lenin puso en claro desde el primer momento que había
puesto en peligro al gobierno soviético y a la Revolución. Trotski argu-
mentó con testarudez que deberían esperar la reacción del proletariado
alemán, que se encontraba seguramente a punto de hacer estallar la re-
volución. Lenin, finalmente, obtuvo una escasa mayoría del Comité a fa-
vor de su propuesta.
A primeras horas del 19 de febrero de 1918 se envió un mensaje
en el que se comunicaba que, haciendo patentes sus protestas, el Con-
sejo de Comisarios del Pueblo aceptaba las condiciones alemanas. La
respuesta alemana llegó cuatro días después y, confirmando el temor de
Lenin, las nuevas condiciones para la paz eran mucho más duras. El Co-
mité Central reaccionó con furia. Bujarin manifestó, gritando preso de
los nervios, que tenían que luchar, librar una guerra santa revoluciona-
ria hasta el último hombre, y la mayoría de los presentes apoyó su de-
manda.
Lenin mantuvo la calma en medio de aquella explosión emocional.
Cuando habló, puso de relieve las difíciles circunstancias de la situación.
Pidió que se firmara el tratado de paz y añadió: «Si no se hace así, di-
mito de mi cargo en el gobierno.» Apenas se dio importancia a esta ame-
naza cuando continuaron los debates; finalmente, se aprobó la propues-
ta de Lenin. Bujarin votó en contra; Trotski, incapaz de aceptar que las
negociaciones habían fracasado y de darse cuenta de la gravedad de la
situación, se abstuvo; Stalin apoyó a Lenin, y es improbable que alguna
vez consiguiera olvidar la vulnerabilidad del partido y de la nación, ni el
conflicto vivido en el seno del Comité Central durante aquellos días de-
cisivos.
Tras tormentosas reuniones, el Soviet de Petrogrado y el Comité
Ejecutivo Central del Congreso de los Soviets votaron a favor de la acep-
tación de las condiciones de paz impuestas por los alemanes a fin de
salvar la Revolución. El tratado fue firmado el 3 de marzo de 1918. Por
él, Rusia perdía 328.530 kilómetros cuadrados de territorio, que suponía
un 27 por ciento de su tierra cultivable, y una población de 62 millones
de habitantes, un 26 por ciento de sus líneas férreas, y un 75 por ciento
de la industria del hierro y del acero. El régimen bolchevique se salvó,
pero jamás bajo los zares había sufrido la nación pérdidas y humillación
parecidas.
Durante algún tiempo se desató una tormenta contra el tratado: la
mayoría de los rusos reaccionaban movidos por su orgullo nacional. En-
tre los partidos revolucionarios la reacción era también violentamente
emotiva, pero el sentido de humillación nacional era secundario respec-
to a su rebeldía contra la traición de la Revolución. La guerra revolu-

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ionaria era, ·argüían, la única salida digna; la guerra partisana era posi-
ble, porque si el ejército estaba desmoralizado, el pueblo podría luchar.
Pero Lenin y Stalin, e incluso Zinoviev y Trotski, consideraban que esto
significaría el ·fin del partido.
Los socialistas revolucionarios de izquierdas rompieron inmediata-
mente la coalición e hicieron campaña a favor de la guerra contra los
imperialistas. Dentro del partido, Bujarin y otros destacados bolchevi-
ques mantenían una activa oposición a la decisión tomada. Al igual que
los revolucionarios socialistas de izquierdas, se consideraban los defen-
sores de la Revolución. Sus llamamientos a favor de una guerra santa
revolucionaria eran acogidos con entusiasmo por los militantes de base.
Gradualmente, sin embargo, los argumentos de Lenin fueron ganando
apoyo, de manera que cuando se ratificó el tratado de paz en el VI Con-
greso del Partido el 15 de marzo de 1918, la proposición de Bujarin fa-
vorable al rechazo del tratado consiguió pocos adeptos.
En el transcurso de aproximadamente seis meses, el partido había
sido sacudido por dos revueltas importantes. Primero fueron los «irre-
solutos», facción encabezada por Zinoviev y Kamenev, que se opusie-
ron a la toma del poder por los bolcheviques. Después, independiente-
mente de esta facción, los corr¡unistas de izquierdas, con Bujarin a la ca-
beza, que pedían el retorno a la pureza de los principios socialistas. En
ambos casos se produjo un debate abierto en el seno del partido. La
cuestión era si en aquella época de crisis, cuando su supervivencia es-
taba en duda, el partido podría permitirse ser debilitado y mutilado por
disensiones internas. En el partido unido y disciplinado que Lenin siem-
pre había concebido, tal libertad era un lujo, e inexorablemente el par-
tido evolucionó hacia una unidad monolítica.

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14. La guerra civil

El tratado de Brest-Litovsk había supuesto el primer desafío serio


para el partido desde la toma del poder. Los militantes estaban cons-
ternados por la dura realidad de una Rusia débil y aislada. No se habían
recuperado del impacto de esta experiencia cuando se encontraron
abrumados por la guerra civil. El nuevo régimen revolucionario se en-
frentaba a la aniquilación en una lucha durante la cual, una tenebrosa
fuerza destructiva se apoderó del pueblo ruso. Una ola de violencia, odio
y asesinatos arrasó el país. Iba a ser una de las más crueles guerras ci-
viles de la historia; librada en la inmensidad de la llanura rusa y afectan-
do a millones de personas, alcanzó dimensiones épicas.
La guerra civil no estalló de pronto en todo el país. Como los pri-
meros temblores premonitorios de un terremoto, comenzó muy lejos,
en el sur. Mientras tanto, en Moscú, dogmas y medidas políticas espe-
radas eran dejadas de lado, al concentrar Lenin y su gobierno todos sus
pensamientos y energías en la supervivencia. Los acontecimientos se
agolpaban, y el significado de muchas de las medidas adoptadas por el
gobierno en aquella época no pudo apreciarse hasta mucho más tarde.
Esto es especialmente cierto respecto al traslado de la capital de Petro-
grado a Moscú en marzo de 1918.
La decisión se tomó apresuradamente por considerarse convenien-
te y oportuna. «Si los alemanes en un único avance toman Petrogrado,
con nosotros en ella -pensaba Lenin-, la revolución está perdida. Si,
por el contrario, el gobierno está en Moscú, entonces la caída de Pe-
trogrado sólo significaría un serio revés.» Pero fue un cambio de pro-
funda importancia en la historia del Moscú soviético y en la propia vida
de Stalin.
Las ciudades de Moscú y Petrogrado habían llegado a simbolizar el
cisma que existía dentro de la nación rusa. Moscú era la antigua capital
alrededor de la cual había surgido la nación. En ella se encontraba el vie-
jo y patriarcal principado de Moscovia, con su amalgama de tradiciones
asiáticas y cristiano-ortodoxas. En el correr de los siglos, los rusos ha-
bían dirigido su mirada hacia ella como peregrinos. El Kremlin, o ciuda-
dela, una fortaleza sobria y misteriosa, con su salvaje belleza acentuada
por las doradas cúpulas de sus iglesias, todavía mantenía su carácter de
residencia de los zares, venerados, temidos e investidos de poderes ab-
solutos, y se convirtió en la residencia de los nuevos líderes soviéticos.
Petrogrado, magnífica ciudad fundada por Pedro el Grande a prin-
cipios del siglo XVIII, era el pórtico de las ideas y de las técnicas occi-

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dentales, y representaba la afinidad de Rusia con Occidente. El pueblo
de Petrogrado desdeñaba a Moscú por considerarle el centro de todo
lo conservador y atrasado de la vida rusa. Por su parte, los moscovitas
tildaban a los habitantes de Petrogrado de arribistas peligrosos, miraban
con desconfianza hacia Occidente, y se enorgullecían de su papel de
guardianes del antiguo, independiente y superior estilo de vida mosco-
vita.
En todas las generaciones se había producido el conflicto entre los
conservadores moscovitas y los petersburgueses occidentalizantes. El
cataclismo de cambios y reformas de Pedro el Grande, simbolizado por
su nueva capital, y después la Revolución, habían agudizado el conflic-
to. Los habitantes de Petrogrado, la ciudad de la Revolución, se enor-
gullecían de ser los innovadores que habían traído a Rusia la gran doc-
trina revolucionaria occidental del marxismo. Lenin y la mayoría de los
líderes bolcheviques, pertenecían espiritualmente a Petrogrado. Estaban
orientados hacia Occidente, y esperaban con anhelo la unión del prole-
tariado internacional. Pero Stalin pertenecía a la tradición moscovita,
más asiática que occidental; se instaló enseguida en la ciudad vieja, y al
igual que los zares, la convirtió en el centro de su vida, llegando a ser
conocido como «el recluso del Kremlin». 69
Al llegar a Moscú, fueron asignadas a Stalin, como a otros miem-
bros del gobierno, unas habitaciones dentro del Kremlin. Se encontró,
sin embargo, con que el Soviet de Moscú había reservado dos edificios
en calles diferentes para su comisariado, y él quería instalarlo en un solo
edificio. Pestkovsky relata que cuando Stalin trató de conseguir el Gran
Hotel Siberiano, encontró un cartel en la puerta principal que decía: «Es-
tos locales están ocupados por el Consejo Supremo de Economía Na-
cional>>. Lo arrancaron y lo sustituyeron por otros en los que decía: «Es-
tos locales están ocupados por el Narcomnats», escritos por Nadia Alli-
luyeva, que formaba parte del personal como secretaria. Su intento de
apropiarse del edificio fracasó. «Fue una de las pocas ocasiones -se-
ñaló Pestkovsky- en que Stalin sufrió una derrota.»
La oficina de su comisariado era por entonces la última de las preo-
cupaciones de Stalin. Su dedicación primordial era participar en la adop-
ción de medidas urgentes para sobrevivir a la gigantesca oleada de de-
sastres. En el país reinaba el caos; la industria estaba paralizada y el ham-
bre amenazaba en las ciudades. Los campesinos, ahora convertidos en
propietarios, no estaban dispuestos a enviar sus productos para la po-
blación urbana sin recibir nada a cambio. Pero, por encima de todo, es-
taba la guerra civil.
La primera fase de la guerra se había iniciado en enero de 1918. El
general Mijail Alekseev había huido al sur, donde se unió a Hetman A.
M. Kaledin, que había implantado un régimen cosaco en la zona del
Don. Allí, Alekseev reclutó un ejército de voluntarios, llamado «ejército
blanco», formado por oficiales-zaristas, cadetes y otros que se oponían
a la Revolución. ·
Lenin confió el mando de las ofensivas bolcheviques en Ucrania y
en la región del Don a Vladimir Antonov-Ovseenko, ex oficial zarista

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qu e habla hecho revolucionario. la Rada ucraniana había declarado
la independencia de Ucrania. En respuesta al ultimátum soviético, en-
viado el 17 de diciembre de 1917, la secretaría de la Rada señaló que:
«la Declaración de los Derechos de los Pueblos de Rusia», firmada por
lenin y Stalin, garantizaba la igualdad y la soberanía de los ucranianos,
así como la de los demás pueblos de Rusia, y rechazaba el intento del
Sovnarcom de imponer su autoridad. En una ofensiva contra los nacio-
nalistas ucranianos, Kiev fue capturada el 9 de febrero de 1918. Poco
después, sin embargo, tropas alemanas y austríacas, conforme a un
acuerdo, ocuparon Ucrania, que pasó a ser considerada como indepen-
diente. las fuerzas rojas tuvieron que retirarse.
Antonov Ovseenko envió el grueso de su ejército a la región del
Don, donde consiguieron acabar con el régimen de Kaledin. El ejército
de voluntarios de Alekseev, fue obligado a retirarse a Kuban, y el gélido
invierno causó la muerte de muchos de ellos en su desesperado viaje a
través de la estepa. El ejército de voluntarios, con refuerzos de tropas
de Kuban, y al mando de Kornilov, atacó Ekaterinodar, donde el con-
tingente del Ejército Rojo ascendía a treinta mil hombres. Después de
cuatro días de encarnizados combates, Kornilov ordenó el asalto a la ciu-
dad el 13 de abril de 1918, con la esperanza de tomarla. Pero el ataque
tuvo que ser abandonado después de que un proyectil alcanzara a Kor-
nilov causándole la muerte. A principios de mayo, tropas alemanas ocu-
paron Rostov y nombraron gobernador al general P. N. Krasnov. El ejér-
cito voluntario regresó a la región del Don, que se convirtió en punto
de reunión de los antirrevolucionarios.
la guerra entró en una nueva fase en mayo-junio de 1918 como re-
sultado de una serie de acontecimientos extraordinarios. El ejército ex-
pedicionario checoslovaco, compuesto por unos treinta mil hombres, en-
tre los que figuraban prisioneros de guerra checos y eslovacos, aislado
después de la retirada del Ejército Rojo, se hizo con el control de todas
las ciudades y estaciones principales, con la excepción de lrkutsk, a lo
largo del ferrocarril transiberiano. Se negaron a ponerse del lado de las
fuerzas blancas o rojas, pero después, amenazados por el gobierno so-
viético, y especialmente por los telegramas de T rotski en los que orde-
naba que se convirtieran en batallones de trabajo o que se integraran
en el Ejército Rojo, decidieron avanzar en dirección este. Contaban con
una férrea disciplina, un buen armamento, y con que no había fuerza
soviética capaz de impedir su dominio de la ruta hacia Oriente.
lenin, Trotski y Stalin eran conscientes de que la supervivencia de
su régimen dependía de la creación de un ejército disciplinado. No era
un asunto en el que hubieran pensado anteriormente. 70 El fracaso de la
conferencia de paz de Brest-litovsk y el renovado avance alemán su-
brayaban la urgente necesidad de organizar un ejército regular. El 1 de
marzo de 1918 se fundó en Petrogrado el Consejo Supremo de Guerra,
y se le encargó esta tarea. Pero el traslado del gobierno a Moscú y la
aparición de pequeñas unidades independientes surgidas de Soviets lo-
cales, junto con otros factores, hacían difícil avanzar en este terreno, y
el Ejército Rojo se iba organizando de manera lenta y confusa.

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El 13 de marzo de 1918, Trotski, que ocupaba el cargo de comisa-
rio popular de la guerra, fue nombrado presidente del Consejo Supre-
mo de Guerra. Durante largo tiempo había defendido la necesidad del
reclutamiento obligatorio, una estricta disciplina, eficiencia técnica y un
cuerpo de oficiales para conseguir un ejército regular. La más sorpren-
dente innovación que pretendía era que, en las extraordinarias circuns-
tancias de la etapa revolucionaria, debían utilizarse los conocimientos
técnicos y la experiencia de los oficiales zaristas. Fue una propuesta ex-
tremadamente controvertida: los oficiales eran odiados como enemigos
de clase. Muchos advertían contra el peligro de que los oficiales traicio-
naran al Ejército Rojo abandonándolo en los momentos críticos. Lenin
tenía serias dudas sobre la conveniencia de confiar en ellos. Pero enton-
ces se enteró de que unos cuarenta mil de estos «especialistas milita-
res» ya prestaban servicio, y que el ejército se desmoronaría si se les
retiraba. Trotski se salió con la suya: había obligado a los oficiales a alis-
tarse en el ejército, asegurándose su lealtad con el despiadado sistema
de dar a sus familias el carácter de rehenes, estrechamente vigilados por
comisarios militares. Muchos oficiales desertaron, pero muchos se pa-
saron a la causa revolucionaria, o prestaron servicio como un deber ha-
cia la nación.
Trotski desempeñó un destacado papel en las fases iniciales de la
guerra. Poseído por una energía endiablada, supervisaba constantemen-
te los diversos frentes. El tren especial desde el que operaba era fiel re-
flejo de su personalidad: evidenciaba su talento y su gusto por el poder
y la ostentación. Estaba provisto de dos motores, emisora de telégrafo,
prensa de imprenta, generador eléctrico, y un garaje con coches que
eran utilizados para desplazarse inmediatamente a los puntos estratégi-
cos situados lejos de la línea férrea. Todo el personal -incluyendo su
escolta y la tripulación del tren- llevaba uniformes de cuero negro.
Como elemento complementario contaba con una unidad de ametralla-
doras. Tenían que defenderse no sólo del Ejército Blanco, sino también
de las bandas guerrilleras que vagaban por el país.
En su lucha por la supervivencia, el gobierno soviético se decidió
por un comunismo de guerra, que suponía un control gubernamental
centralizado de la vida económica de la nación. Rápidamente se erigió
una inmensa máquina burocrática que iba a ejercer pronto un tremendo
poder, en general con un alto grado de ineficacia.
El Comisariado de Alimentación era la más crucial de las nuevas ins-
tituciones burocráticas. Los productos alimenticios tenían que ser re-
quisados a los campesinos y distribuidos mediante un sistema de carti-
llas de racionamiento, estrictamente organizadas con criterios de clase.
El índice de mortalidad por inanición y malnutrición era elevado, espe-
cialmente en las grandes poblaciones. El Comisariado de Alimentación
tenía plenos poderes y era responsable de proporcionar al pueblo «ar-
tículos de primera necesidad y productos alimenticios». Movilizaba des-
tacamentos de trabajadores para la recolección de grano y, en julio de
1918, estos destacamentos contaban con más de diez mil miembros.
Funcionaban con estructura militar, y cada unidad constaba de un mí-

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nimo de setenta y cinco hombres con un jefe y un comisario político, y
disponía de metralletas. Su tarea consistía en arrebatar el grano a las
clases enemigas, concretamente a la burguesía de los pueblos, a los es-
peculadores y a los kulaks -que significa «puño»- que contrataban tra-
bajadores, arrendaban tierras y eran relativamente ricos.
Los odios de clase se vieron intensificados por un decreto especial,
firmado por Lenin y Sverdlov en junio de 1918, que ordenaba la forma-
ción de «Comités de Pobres», los Combedy. Eran los responsables de
distribuir bienes, alimentos y, en particular, de retirar el excedente de
grano a los kulaks. De hecho actuaban como si tuvieran licencia para
hacer los que quisieran. La envidia, la codicia y el odio se desataron.
Todo el país se encontró pronto envuelto en una guerra del pan, tan sal-
vaj~ e inhumana como la guerra civil. Cientos de hombres y mujeres fue-
ron quemados vivos, mutilados con guadañas, torturados y golpeados
hasta morir.
Lenin estaba consternado por la ferocidad y la escalada de la gue-
rra que se había desencadenado en los pueblos. El 18 de agosto de 1918
envió una circular a todos los Soviets provinciales y comités de la ali-
mentación, resaltando que «los Comités de Pobres, deben ser organi-
zaciones revolucionarias de todo el campesinado contra los antiguos te-
rratenientes, kulaks, comerciantes y sacerdotes, y no organizaciones for-
madas exclusivamente por los proletarios del pueblo enfrentados al res-
to de la población». Todo fue inútil. El salvajismo causaba estragos y pro-
ducía sufrimientos inenarrables. Por fin, en noviembre de 1918 se supri· .
mieron los Combedy, pero los odios perduraron y el saqueo del grano
continuaba.
Los socialistas revolucionarios, el partido de los campesinos, había
evolucionado hacia una creciente oposición al gobierno bolchevique. Ja-
más dejaron de criticar el tratado de Brest-Litovsk, y comenzaban a acu-
sar ·al gobierno de causar una guerra civil en los pueblos.
El V Congreso Panruso de Soviets se celebró el 4 de julio de 1918,
en el teatro Bolshoi, de Moscú. El Comité Ejecutivo del Soviet Panruso
había expulsado el mes anterior a los socialistas revolucionarios de cen-
tro y a los mencheviques. La única oposición legal al partido la consti-
tuían los socialistas revolucionarios de izquierda, que decidieron desa-
fiar al gobierno.
El 6 de julio, dos socialistas revolucionarios consiguieron entrar en
la embajada alemana y asesinar al embajador, el conde Mirbach. El ob-
jetivo del asesinato era provocar al gobierno de su país para que denun-
ciara el tratado de paz y atacara Rusia, obligando así al gobierno sovié-
tico a organizar una guerra revolucionaria contra Alemania. Los alema-
nes estaban, sin embargo, completamente desplegados en el frente oc-
cidental, y no podían renovar el frente del este.
El mismo día los socialistas revolucionarios intentaron tomar la ciu-
dad con un contingente de varios miles de hombres. Sus tropas llegaron
hasta el teatro Bolshoi por la tarde. Allí se encontraron con las fuerzas
bolcheviques de guardia, y en lugar de luchar se retiraron a sus cuarte-
les donde más tarde se rindieron.

-110-
El Partido Socialista Revolucionario fue declarado ilegal. Sin embar-
go, los más fanáticos decidieron utilizar el terrorismo, que había sido su
arma política más importante antes de la revolución. El 30 de agosto de
1918, M. S. Uritsky, jefe de la Cheka de Petrogrado, fue asesinado. Se
produjo un atentado contra Trotski, y Lenin fue herido por un joven ju-
dío llamado Fanya Kaplan, que le alcanzó de un disparo. Fue trasladado
inmediatamente al Kremlin, donde después de dos angustiosos días co-
menzó a recuperarse; el 19 de septiembre reanudó sus actividades.
En aquella época, que Lenin llamó la más crítica de la revolución,
cuando la guerra civil y la guerra del pan alcanzaron las cotas más altas
de salvajismo, estas acciones terroristas exasperaron a los bolcheviques,
que decidieron utilizar el terror a gran escala. En Petrogrado más de qui-
nientas personas fueron fusiladas en represalia por la muerte de Uritsky.
Fanya Kaplan fue ejecutado sumariamente. Petrovsky, comisario de In-
terior, dirigió una proclama a los Soviets, con las siguientes instruccio-
nes: «Los Soviets locales deben detener inmediatamente a todos los so-
cialistas revolucionarios .. . Las Chekas y los departamentos militares de-
ben realizar denodados esfuerzos para localizar y detener a todos aque-
llos que utilicen nombres falsos, y disparar sin formalismo a cualquiera
que esté relacionado con los guardias blancos y con otros sucios cons-
piradores contra el gobierno de la clase trabajadora y del campesinado
pobre. No hay que dudar a la hora de llevar a cabo el terror a gran es-
cala ... »
Como una erupción volcánica de lava hirviendo, el terrorismo a gran
escala se extendió por todo el país. Los bolcheviques siempre lo habían
considerado como un instrumento esencial de su programa. Feliks Dzer-
zinsky había declarado en junio de 1918: «Estamos a favor del terror or-
ganizado. El terror es absolutamente necesario en tiempos de revolu-
ción.» 11 La Cheka ejercía un poder absoluto para llevar a cabo esta me-
dida. Contaba con más de treinta mil agentes; muchos de ellos eran cri-
minales y soldados embrutecidos y sádicos, más corrompidos aún por
estar autorizados a matar, torturar y saquear. En Moscú y Petrogrado,
en todos lo pueblos y ciudades, el pueblo vivía en medio de una horrible
pesadilla.
Entre tanto derramamiento de sangre, el asesinato de Nicolás 11 y
posiblemente también de su esposa e hijos en Ekaterinburg, ocurrido en
la noche del 16 al 17 de julio, pasó inadvertido. No eran más que vícti-
mas, al igual que miles de rusos, de la barbarie generalizada. El comisa-
rio militar del Soviet de Ural, responsable de la región, se había trasla-
dado a primeros de julio a Moscú para recibir instrucciones de Sverd-
lov. Lenin, Stalin y Trotski fueron consultados probablemente, y, dado
que el Ejército Blanco trataba de tomar Ekaterinburg, debieron de con-
siderar inevitable la muerte del zar y de la zarina. Pero Nicolás 11, que
no había conseguido salvar a Rusia de la revolución, había abdicado en
marzo de 1917: para el pueblo ruso ya había muerto. 72
El verano de 1918 trajo más amenazas para Lenin y su gobierno.
La intervención aliada, instigada principalmente por Winston Churchill,
pero apoyada por Estados Unidos, Francia, Japón e Italia, había desem-

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bo do en la ocupación de Murmansk, Archangel, Vladivostok y otras
iudades rusas por destacamentos de tropas británicas, francesas y ame-
ri anas . Pero esta intervención no prosperó, ni prestó apoyo de consi-
deración al Ejército Blanco, como temían Lenin y otros. Mientras tanto,
las fuerzas soviéticas controlaban precariamente la Rusia central, pero
Siberia y, sobre todo, Ucrania estaban en manos antisoviéticas. En agos-
to, las tropas blancas conquistaron Kazán y llegaron a amenazar Mos-
cú. El ejército de cosacos del general Krasnov comenzó a moverse ha-
cia el norte para unirse a las fuerzas blancas que se encontraban en Ka-
zán, y cortaron la línea férrea entre Tsaritsyn y Moscú. El norte del Cáu-
caso constituía la única zona productora de grano que seguía en su po-
der, por lo que la pérdida de aquella región significaría la inanición para
los habitantes del norte.
Hacia finales de mayo de 1918 llegaron a Moscú noticias sobre la
desesperada situación, tanto civil como militar, en Tsaritsyn. Stalin fue
enviado allí para organizar los envíos de grano. Acompañado de su jo-
ven esposa, Nadia Alliluyeva, con la que acababa de casarse, llegó el 6
de junio de 1918 con dos vehículos blindados y una escolta de cuatro-
cientos guardias rojos. Al día siguiente informó a Lenin que había en-
contrado una «bacanal de especulación y estraperlo» y que había toma-
do. medidas drásticas. Despidió a los funcionarios corruptos e inefica-
ces, disolvió comités revolucionarios inútiles y nombró comisarios para
organizar el trabajo y el transporte, y para asegurar el envío de grano
a Moscú.
El distrito militar soviético del norte del Cáucaso tenía su cuartel
general en Tsaritsyn. Estaban al mando del distrito el general Snesarev,
que había pertenecido al ejército zarista, y un marinero y viejo bolche-
vique llamado Zedin. El 14 de junio de 1918 Snesarev dividió el distrito
en tres grupos, cada uno con su propio jefe. Pocos días después, pro-
bablemente por instigación de Stalin, Klim Vorochilov fue puesto al man-
do del grupo de Tsaritsyn. Obrero metalúrgico empleado desde 1914 en
la fábrica de cañones de Tsaritsyn, Vorochilov no tenía experiencia mi-
litar, pero diez años antes había trabajado con Lenin en el comité bol-
chevique de Bakú, y los dos hombres eran fieles camaradas. También
se encontraban en Tsaritsyn Semeon Budenny, antiguo sargento de dra-
gones, gallardo y patilludo, y, como comisario político, un amigo de Sta-
lin llamado Ordjonikidze. Borochilov escribió después que este «grupo
de viejos bolcheviques y trabajadores revolucionarios se apiñó en torno
al camarada Stalin y, en lugar de un inútil equipo de personas, se cons-
tituyó en el sur un baluarte bolchevique». 73
El 7 de julio de 1918, Lenin envió un telegrama a Stalin informán-
dole del levantamiento de los socialistas revolucionarios en Moscú, y le
advertía: «Es necesario suprimir sin piedad a estos aventureros histéri-
cos y despreciables, que se han convertido en un instrumento en ma-
nos de los contrarrevolucionarios. Por consiguiente, sé implacable con
los social-revolucionarios de izquierdas e informa con más frecuencia .»
Stalin replicó que «Se hará todo lo necesario para impedir posibles sor-
presas. Ten la seguridad de que nuestra mano no temblará». 74 Tsaritsyn

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estaba sometido a fuertes presiones. Los envíos de alimentos y la ciu-
dad misma estaban amenazados. Stalin comenzó a tomar parte de ma-
nera directa en las operaciones militares. El 7 de julio informó urgente-
mente a Lenin:
«Me dirijo apresuradamente hacia el frente. La línea no ha sido res-
tablecida todavía al sur de Tsaritsyn. Animo a todo el mundo y doy un
grito a quien lo necesita; espero que la restauraremos rápidamente. Pue-
des estar seguro de que todos trabajamos al máximo, tanto nosotros
como los demás, y, pase lo que pase, haremos llegar el grano. Habría
sido suficiente que nuestros "especialistas" militares (¡zopencos!) no hu-
bieran estado ociosos y dormidos, para que la línea no hubiera sido rota,
y si es restaurada, no será gracias a ellos, sino a pesar suyo ... Dadas
las deficientes comunicaciones con el centro, es necesario disponer de
un hombre sobre el terreno con plenos poderes para que pueda tomar
medidas sin dilación.»
Tres días después, al no haber recibido una respuesta inmediata,
Stalin envió un mensaje furibundo . Criticó la acción despótica de Trots-
ki al ignorar el cuartel general de Tsaritsyn y tratar directamente con
los sectores bajo su mando. En particular, Trotski no debería hacer nom-
bramientos sin consultar a las personas que se encontraran en el lugar.
Solicitaba además aviones, vehículos blindados y cañones de seis pul-
gadas, «sin los cuales el frente de Tsaritsyn dejará de existir». Finalmen-
te hacía valer su propia autoridad, afirmando que «para hacer las cosas
como es debido, tengo que tener plenos poderes en el campo militar.
Ya he escrito sobre esto, pero no he recibido respuesta. Muy bien. En
ese caso, yo mismo, sin formalidades, destituiré a todos aquellos jefes y
comisarios que están estropeando las cosas. Estoy obligado a ello en be-
neficio de todos y, en cualquier caso, la falta de una nota de Trntski no
me detendrá». Al día siguiente envió otro telegrama, informando a Le-
nin de que ya había tomado la plena responsabilidad militar y había re-
levado de sus cargos a los jefes y especialistas militares que eran inde-
cisos o incompetentes. 1s
Los mensajes de Stalin a Lenin estaban escritos en términos direc-
tos e incluso rudos. Eran, sin embargo, comunicaciones de igual a igual,
enviados en tiempos de crisis. Aunque respetaba a Lenin y sentía afecto
por él, no le trataba con deferencia. Por su parte, Lenin, lejos de ofen-
derse, actuó prontamente. El 19 de julio de 1918, el Consejo Supremo
de la Guerra creaba un Consejo de Guerra del distrito militar del norte
del Cáucaso, y Stalin fue oficialmente nombrado presidente del consejo.
La firme actitud de Stalin, evidentemente impresionó a Trotski. El
24 de julio, en su calidad de comisario de la Guerra, envió un mensaje,
en tono deferente, afirmando que el distrito militar del norte del Cáuca-
so era responsable de todas las actividades militares y partisanas en toda
la zona que se extiende desde Voronezh, siguiendo el río Don hacia el
sur, hasta Bakú. 76
Durante los meses de julio y agosto de 1918, la situación bolchevi-
que en el Volga continuó deteriorándose. El 13 de agosto Stalin declaró
a Tsaritsyn en estado de sitio. La situación se hizo aún más crítica. El

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22 de agosto, el consejo militar envió órdenes a Zloba, antiguo minero
y representante del consejo en el sur, para que avanzara con su división
hacia Tsaritsyn sin dilación. El mensajero no llegó a Sorokin con estas
instrucciones hasta el 2 de septiembre de 1918. Mientras tanto, los co-
sacos del Don habían suspendido la ofensiva.
El 31 de agosto de 1918 Stalin envió un largo informe a Lenin. Evi-
dentemente se encontraba animado y afirmaba que las tropas de los co-
sacos se estaban viniendo abajo, opinión que, como pronto se compro-
bó, era demasiado optimista. Pedía que le enviaran dos lanchas torpe-
deras y dos submarinos por el Volga, arguyendo que con este refuerzo,
Bakú, el norte del Cáucaso y el Turquestán podrían ser tomados fácil-
mente. Esta carta, escrita el día siguiente del atentado de Fanya Kaplan
contra Lenin, finalizaba con una expresión muy afectuosa: «Un apretón
de manos a mi querido y amado Ilyich.»
Aquel mismo día, Stalin y Vorochilov enviaron un telegrama a
Sverdlov con un mensaje de felicitación para «el mayor revolucionario
del mundo, el líder contrastado, mentor del proletariado, el camarada
Lenim>, que había salido con vida del atentado. En el mensaje le pedían
que respondiese a este vil atentado «organizando un terror sistemático,
masivo y público contra la burguesía y sus agentes». Empezaba a nacer
el culto al líder.
La crisis volvió a producirse en el frente del Volga, al reanudar sus
ataques los cosacos del Don, poniendo al descubierto la debilidad de las
fuerzas soviéticas. La confusión, la ineficacia y una profunda y corrosiva
desconfianza desgastaban al Ejército Rojo. Otro punto débil era la au-
sencia de un mando militar centralizado y dotado de prestigio. A. l. Ego-
rov, antiguo coronel zarista, y después jefe del Ejército Rojo en los fren-
tes sur y suroccidental, recomendó el nombramiento de un jefe supre-
mo. Siguiendo su consejo, Trotski, con la aprobación de Lenin, nombró
jefe supremo al antiguo coronel zarista l. l. Vatsetis. Fue un extraño nom-
bramiento: Vatsetis no había conseguido ascender al finalizar el curso
de 1909 en la Academia general. El mismo Trotski le describía como «tes-
tarudo, chiflado y caprichoso». Probablemente era el mejor hombre en-
tonces disponible y, aunque enérgico en sus planteamientos, resultó un
jefe mediocre.
El 2 de septiembre fue abolido el Consejo Supremo de la Guerra
y, en su lugar, se creó el Consejo Revolucionario de Guerra de la Re-
pública con T rotski como presidente. El 18 de septiembre el distrito mi-
litar del norte del Cáucaso fue reorganizado y denominado frente sur
(«frente» en la terminología rusa es un formación de varios ejércitos o
un grupo del ejército). Stalin fue nombrado presidente de su consejo mi-
litar, ayudado por Sergei Minin y Vorochilov. Al mismo tiempo, los tres
continuaban manteniendo su puesto en el consejo militar del grupo de
Vorochilov, más adelante conocido como el décimo ejército, en Tsa-
ritsyn. Esta doble función originaría confusiones y conflictos.
Por aquellas fechas, T rotski decidió trasladar el cuartel general del
frente sur a Kozlov, ciudad por la que pasaba el ferrocarril, a unos cua-
trocientos kilómetros al norte de Tsaritsyn. Sin duda, influyó en esta de-

- 114-
Stalin en 1919, cuando era comisario de Guerra. Los enfrentamientos
con Trotski se multiplicaron en este periodo de su actividad política.

cisión el hecho de que Kozlov fuera de fácil acceso para su tren perso-
nal; entusiasmado por el encanto de su cuartel general móvil, T rotski
no se dio cuenta de que ésta no era la mejor forma de mantener una
supervisión general de la cambiante situación militar. T rotski también
nombró, como jefe especialista militar del frente sur, a un antiguo jefe

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de artillería llamado P. P. Sytin, que estableció su cuartel general en Koz-
lov. Los demás miembros del consejo militar se quedaron en Tsaritsyn.
Sytin pronto se quejó a Vatsetin por la falta de cooperación desde
Tsaritsyn. También se mostró indignado cuando se enteró de que Sta-
lin, Minin y Vorochilov habían enviado órdenes sin consultarle a I. L. So-
rokin, en el sur, sobre la organización de tropas en el norte del Cáuca-
so. A petición suya Vatsetis anuló estas órdenes.
En aquellas fechas, alarmado por el avance de los cosacos del Don,
que empujaba a las tropas de Vorochilov hacia el este, Stalin pidió ur-
gentemente a Moscú el envío de armas y municiones. Se quejaba, ade-
más, de la falta de preocupación de Sytin por el frente sur. El Consejo
Revolucionario de Guerra envió a Sytin, junto con uno de sus miem-
bros, Mekonochin, a Tsaritsyn para poner en claro sus relaciones con
Stalin. En una reunión celebrada el 29 de septiembre, Sytin expresó su
deseo de que el cuartel general estuviera en Kozlov o en Balachov: Tsa-
ritsyn era inadecuada por su lejanía del centro de operaciones del Vol-
ga. Stalin se mantuvo firme en que el cuartel general debía permanecer
en Tsaritsyn. Además, junto con Minin y Vorochilov, hizo patente que
ellos «no podían reconocer la plena competencia de Sytin ni la legalidad
de sus órdenes». El consejo militar del décimo ejército, formado por Sta-
lin, Minin y Vorochilov, era también, con la inclusión de Sytin, el con-
sejo militar del frente sur. Por ello, al insistir en mantener a Tsaritsyn
como su cuartel general y al manifestar un voto de no confianza a Sytin,
Stalin y sus colegas actuaban con pleno derecho. Sin embargo, estaban
obstaculizando la política del partido de establecer una estructura de
mando centralizada que Stalin consideraba necesaria.
El frente sur permanecía inestable. El 2 de noviembre de 1918, Sta-
lin y Minin enviaron un telegrama al Consejo Revolucionario de Guerra,
preguntando cuáles eran sus intenciones, ya que sus peticiones no ha-
bían sido atendidas. El conflicto dentro de la estructura de mando esta-
ba alcanzando un punto crítico. El Comité Central del partido se reunió
para considerar el problema de la insubordinación de sus miembros, y
dio instrucciones a Sverdlov para que éste cursara un mensaje a Tsa-
ritsyn, recriminando al consejo local por desatender las instrucciones del
Consejo Revolucionario de Guerra. Vatsetis, que recibió una copia del
telegrama enviado por Stalin y Minin, les respondió duramente afirman-
do que «vosotros habéis centrado vuestra atención en el sector de Tsa-
ritsyn a costa de otros ... Se os ha propuesto en repetidas ocasiones que
os trasladarais de Tsaritsyn a Kozlov para uniros a un jefe ... , pero hasta
ahora habéis seguido actuando independientemente. Tal desobediencia
a las órdenes ... considero que es intolerable».
Vatsetis informó al mismo tiempo a Trotski, afirmando que la ac-
tuación independiente de Stalin estaba perjudicando al planteamiento de
la campaña. También pedía que se revocara la orden 118 de Stalin, que
presumiblemente contenía la destitución de Sytin. Por su parte, Stalin y
Vorochilov informaron a Lenin de la conveniencia de que el Comité Cen-
tral investigara las actividades de T rotski que, según ellos, estaban po-
niendo en peligro la existencia del frente sur. El 4 de octubre de 1918,

- 116 -
Trotski dio rienda suelta a su rabia en un telegrama dirigido a Sverdlov,
del que envió copia a Lenin:
«Insisto categóricamente en la destitución de Stalin. Las cosas van
mal en el frente de Tsaritsyn a pesar de contar allí con un numeroso
contingente. Vorochilov es capaz de mandar un regimiento, pero no un
ejército de cincuenta mil hombres. Sin embargo, le dejaré el mando del
décimo ejército en Tsaritsyn con tal de que informe al jefe del ejército
del sur, Sytin. Hasta ahora, Tsaritsyn no ha enviado ni siquiera informes
de las operaciones a Kozlov ... Si no lo hacen mañana, haré arrestar a
Vorochilov y a Minin para someterlos a un consejo de guerra ... Tsaritsyn
tiene que adaptarse o atenerse a las consecuencias. La superioridad de
nuestras fuerzas es abrumadora, pero hay una compacta anarquía en
la cúpula. Puedo acabar con ella en veinticuatro horas si cuento con tu
apoyo firme y decidido. En todo caso, ésta es la única solución que veo.»
Este enfrentamiento entre dos destacados líderes del partido, am-
bos indispensables, supuso para Lenin un difícil problema. Finalmente
decidió apoyar a Trotski e hizo regresar a Stalin del frente sur. Pero tra-
tó por todos los medios de no ofenderle. Sverdlov, en nombre del Co-
mité Central, se trasladó en un tren especial para escoltar a Stalin hasta
Moscú; 77 más aún, puso de relieve que Stalin no había caído en desgra-
cia y que su liderazgo militar no se ponía en duda, nombrándole miem-
bro del Consejo Supremo Revolucionario de Guerra. Además, posible-
mente a petición de Stalin, le permitió regresar a Tsaritsyn provisio-
nalmente.
La situación del frente sur era crítica. Stalin, Minin y Vorochilov en-
viaron repetidos llamamientos pidiendo ayuda a Lenin, así como a Vat-
setis y a Sytin. Vatsetis envió una respuesta en tono de reproche: «Por
el telegrama que he recibido hoy veo que la defensa de Tsaritsyn ha
sido llevada por vosotros a un estado catastrófico ... ; sólo vosotros sois
responsables de la caótica situación ... Dado el grave estado de Tsaritsyn
envío refuerzos ... En ningún caso podemos entregar Tsaritsyn.»
La ciudad habría caído probablemente el 16 de octubre si no hu-
biera sido por la oportuna llegada de la división de Zloba, integrada por
ocho regimientos de infantería y dos de caballería. Tsaritsyn no cayó en-
tonces, pero no está nada claro cuál de entre los líderes del Ejército
Rojo podría atribuirse la salvación de la ciudad. Vorochilov escribió más
adelante que fue salvada «por la indomable voluntad de victoria de Sta-
lin», pero Trotski y otros rechazaban esta afirmación.
El 23 de octubre de 1918, Stalin regresó a Moscú. Inmediatamente
se mostró dispuesto a colaborar con T rotski y con los demás en el Con-
sejo de la Guerra. Evidentemente se sentía deseoso de hacer desapare-
cer cualquier impresión de que era un miembro difícil e insubordinado
de la jerarquía del partido. Más aún, creyendo firmemente en un control
disciplinado y jerarquizado, admitió que debía adaptarse y dar ejemplo.
En un resumen de los acontecimientos del año, publicado en Prauda
el 30 de octubre, rendía homenaje a Trotski por el papel que había de-
sempeñado en la revolución como presidente del Soviet de Petersburgo
y del Comité Militar Revolucionario, y también como comisario de la

-117 -
Guerra y presidente del Consejo Militar Revolucionario de Guerra de la
República. Estaba ofreciendo una rama de olivo, pero T rotski no corres-
pondió. 78
A la victoria aliada en Occidente siguió la caída de los regímenes
de los Habsburgo y de los Hohenzollern, y la aparición de los primeros
signos de la revolución en sus respectivos países. Lenin, T rotski y otros
bolcheviques que abrigaban esperanzas de un movimiento revoluciona-
rio internacional, estaban pendientes de lo que acontecía en Alemania
y en Austria. Pero su primera reacción fue anular el odiado tratado de
Brest-Litovsk. La guerra de Ucrania ocupó pronto su atención. La gue-
rra había estallado entre P. P. Skoropadsky, marioneta en manos de los
alemanes, los nacionalistas ucranianos, los bolcheviques y otros. En las
extensas estepas reinaba la anarquía.
Stalin fue nombrado miembro del consejo militar del frente de Ucra-
nia, cuya misión era la ocupación de este territorio. Poco después fue
elegido para el Presidium del Comité Ejecutivo Central Panruso. El 30
de noviembre, el Comité Ejecutivo Central creó un Consejo de Defensa
de Trabajadores y Campesinos, con Lenin como presidente, para mo-
vilizar los recursos del país para la guerra. Stalin era miembro de este
nuevo consejo como representante del Comité Ejecutivo Central, y tam-
bién era suplente de Lenin.
En diciembre de 1918, las fuerzas blancas en Siberia, al mando del
almirante A. V. Kolchak avanzaron hacia el oeste. El tercer ejército rojo
tuvo que rendir la importante ciudad de Perm en los Urales. El avance
blanco, si no era frenado, amenazaría Moscú. Además, Kolchak decidió
que algunos destacamentos de sus fuerzas se unieran al ejército blanco
Archangel, al norte de Kotlas.
Lenin estaba alarmado. Envió telegramas a T rotski con instruccio-
nes de que «presionara a Vatsetis» para reforzar las posiciones del Ejér-
cito Rojo en los Urales. También informaba a Trotski, que al parecer ig-
noraba la situación, sobre «el estado catastrófico del tercer ejército y de
su embriaguez». El viejo bolchevique, antiguo sargento, al mando de este
ejército, «bebe demasiado y no está en condiciones de restaurar el or-
den». Lenin decidió enviar a Stalin, pero diplomáticamente pidió prime-
ro la opinión de Trotski. Este envió un telegrama mostrando su acuerdo
en que se enviara a Stalin «con poderes tanto del partido como del Con-
sejo Revolucionario de Guerra de la República para restaurar el orden,
purgar a los comisarios y castigar severamente a los culpables».
El 1 de enero de 1919, Stalin, en compañía de Dzerzinsky, salió para
unirse al tercer ejército. Lo encontró desmoralizado y necesitado urgen-
temente de refuerzos. Envió su primer informe a Lenin cuatro días des-
pués de llegar, y éste, junto con el informe final firmado en Moscú, pro-
porcionaba una revisión exhaustiva del estado del ejército. Era duro en
sus críticas a Vatsetis, y también al Comisariado de la Guerra de Trots-
ki y al Consejo Revolucionario de Guerra. Su informe mostraba sus co-
nocimientos generales sobre las necesidades operativas y tácticas de un
ejército en acción. Stalin era todavía un principiante en asuntos milita-
res, pero estaba aprendiendo rápidamente.

- 118-
En el VIII Congreso del Partido, celebrado en Moscú del 18 al 23
de marzo de 1919, se discutió largamente sobre la estructura del mando
y sobre la organización del Ejército Rojo. Trotski, que no asistió, fue ve-
hementemente criticado por muchos delegados «por sus modales dicta-
toriales, por su actitud desdeñosa hacia los trabajadores del frente y su
desinterés en escucharlos, y por el torrente de telegramas desconside-
rados que enviaba a las juntas de estado mayor y a los jefes, cambiando
directrices y causando una confusión sin fim>.
Stalin hubiera estado de acuerdo con estas y otras críticas sobre el
despotismo de T rotski. Probablemente estuvo tentado de apoyar públi-
camente esta censura, instigada por V. M. Smirnov, principal portavoz
de la «oposición militan>, como luego se supo, contra el tan detestado
comisario de la Guerra. Sin embargo, habló firmemente en apoyo de Le-
nin y en defensa de Trotski. Reconocía en sus palabras el correcto plan-
teamiento básico del Ejército Rojo mantenido por Trotski. «Los hechos
demuestran -dijo- que el concepto de un ejército de voluntarios no
resiste un examen serio, que no seremos capaces de defender nuestra
república si no creamos un ejército regular imbuido de disciplina ... Las
propuestas de Smirnov son inaceptables.»
Entre los militantes y fuera del partido, la reputación de Stalin cre-
cía. Era el líder práctico, con una gran disposición para el trabajo y ca-
paz de aceptar responsabilidades. No era un gran orador, pero siempre
hablaba con sentido común. Era un hombre, además, que podía abrirse
camino a través de los obstáculos burocráticos y tomar decisiones. La
alta estima de que era objeto quedó demostrada en el VIII Congreso del
Partido. Figuraba entre los preferidos en todas las listas para la elección
del Comité Central. En este congreso se crearon dos nuevos subcomi-
tés del Comité Central: el Politburó, integrado por cinco miembros y en-
cargado de dirigir al partido en temas políticos, y el Orgburó, para ase-
sorar en asuntos de personal y de administración. Stalin fue elegido para
ambos subcomités, y además fue nombrado comisario de Control del
Estado con la responsabilidad de vigilar la burocracia que empezaba a
renacer. Al igual que el trabajo del Orgburó, las funciones de este nue- .
vo comisariado parecían ofrecer un trabajo duro sin posibilidad de pú-
blico reconocimiento. Era, sin embargo, un trabajo organizativo esen-
cial, y en manos de Stalin ambos puestos iban a aumentar su autoridad
y a magnificar su poder.
El 17 de mayo de 1919, Stalin llegó a Petrogrado con plenos pode-
res para organizar la defensa de la región contra el ataque del ejército
del general N. N. Yudenich, que avanzaba desde el noroeste. En Mos-
cú, Lenin mantenía el control del Consejo Revolucionario de Guerra y
estaba en contacto directo con todos los frentes . Envió numerosos te-
legramas a Stalin, animando, aconsejando y pidiendo información. En
un telegrama de fecha 20 de mayo expresaba su esperanza de que «la
movilización general de los petersburgueses dará como resultado una
ofensiva en lugar de permanecer sentados en los cuarteles».
Lenin estaba inquieto por la rapidez del avance de Yudenich, y des-
confiaba de los jefes y de las tropas del Ejército Rojo en la zona. El 27

- 119 -
de marzo advirtió a Stalin de la posibilidad de una traición, y como ex-
plicación de derrotas o de otros fracasos, la traición se iba a convertir
en una fobia dentro del partido. Stalin actuó con prontitud. La Cheka
comenzó a trabajar y pronto afirmaba haber descubierto una conspira-
ción entre los empleados de los consulados suizo, italiano y danés. Sta-
lin informó a Lenin de que se había desarticulado por completo un com-
plot contrarrevolucionario en apoyo de los blancos, y que la Cheka con-
tinuaba investigando. En un mensaje a Lenin fechado el 4 de junio de
1919 escribió: «Te envío un documento de los suizos. Resulta evidente
en él, que no sólo el jefe de Estado Mayor del séptimo ejército trabaja
para los blancos ... sino también todo el Estado Mayor del Consejo Re-
volucionario de Guerra de la República ... Depende ahora del Comité
Central sacar las conclusiones necesarias. ¿Tendrá el valor de hacerlo?»
Stalin mismo no escapó a las críticas. Un viejo bolchevique hostil
al grupo de Tsaritsyn, A. l. Okulov, miembro político del Consejo Mili-
tar del frente occidental, se quejó al Comité Central de que, debido a
las acciones de Stalin, el séptimo ejército estaba siendo separado del
frente occidental, que estaba a las órdenes de D. N. Nadezny, antiguo
jefe del ejército zarista, y que debería ser devuelto a su mando. Lenin
pidió opinión a Stalin, quien respondió: «Tengo la profunda convicción
de que: 1) Nadezny no es un jefe. Es incapaz de mandar. Terminará por
perder el frente occidental; 2) Los trabajadores como Okulov que inci-
tan a los especialistas contra nuestros comisarios, que ya están bastan-
te desanimados de todas formas, son dañinos porque debilitan el centro
vital de nuestro ejército.» Okulov fue destituido.
Después de que el avance blanco sobre Petrogrado fuera rechaza-
do en junio, Stalin fue nombrado miembro político del Consejo Militar
del Frente Occidental, y un nuevo jefe reemplazó a Nadezny.
En el frente oriental surgieron divergencias entre Vatsetis, coman-
dante en jefe, y S. S. Kamenev, jefe del frente. Trotski respaldó a Vat-
setis, a quien él había nombrado, y adoptó una actitud hostil hacia Ka-
menev. En una ocasión, Trotski se encontraba en Simbirsk vestido con
uniforme de cuero negro, al igual que su escolta personal, y, armado
con una pistola, irrumpió en el despacho de Kamenev amenazándole
con gran excitación. Posteriormente, e instigado por Vatsetis, Trotski
le destituyó.
Kamenev era apreciado y respetado. El Consejo Militar del Frente
Oriental protestó formalmente a Lenin. El mismo Kamenev se trasladó
a Moscú para exponer su caso. El 15 de mayo de 1919 consiguió entre-
vistarse con Lenin, que quedó impresionado y le ordenó regresar a su
puesto de mando. Lenin era habitualmente prudente y diplomático en
sus relaciones con sus allegados, y al anular públicamente una orden de
Trotski mostraba su desaprobación más terminante. Había empezado a
perder la confianza en el buen criterio de Trotski y estaba cada vez más
molesto por su conducta arrogante. Además no tenía un concepto muy
favorable de Vatsetis, que, al igual que Trotski, se había enemistado con
los trabajadores, tanto con los incorporados al ejército como con los de-
dicados a tareas políticas.

-120-
Trotski se dirige a Petrogrado para ponerse al frente del Ejército Rojo.
El ejército que él dirigía incluía a oficiales profesionales y se hallaba bajo
el poder de un mando único.

El punto culminante se produjo en julio de 1919. Kamenev había ela-


borado un plan para continuar el avance en dirección este hacia el in-
terior de Siberia. Vatsetis vetó el plan. El Consejo Militar del Frente
Oriental expresó sus protestas a Lenin. Dos reuniones del Comité Cen-
tral consideraron el caso, y sus conclusiones fueron contrarias a la pos-
tura de Vatsetis. En una reunión celebrada el 3 de julio, el comité revisó

- 121-
y confirmó su decisión. Trotski, enfurecido y herido en su orgullo, de-
claró que presentaba la dimisión de todos sus cargos; pero el Comité la
rechazó. Se decidió, además, nombrar a Kamenev jefe supremo. Vatse-
tis fue arrestado, sometido a investigación por sospecha de traición, y
puesto en libertad; posteriormente fue nombrado instructor militar.
El Comité Central también reorganizó el Consejo Revolucionario
de Guerra, reduciendo a seis el número de sus miembros. Trotski figu-
raba en él, pero los otros cinco miembros no eran partidarios suyos,
por lo que ya no podía dominar el Consejo y salirse con la suya. Pro-
fundamente ofendido, Trotski permaneció en el frente sur durante el res-
to del verano. El Consejo Revolucionario de Guerra funcionó directa-
mente bajo el control de Lenin, y con más armonía.
Con posterioridad, Trotski atribuyó a Stalin la responsabilidad de
su mayor revés en su trayectoria militar. Mantenía que la hostilidad de
Stalin hacia Vatsetis era notoria, y que aquél había apoyado al Consejo
Militar del Frente Oriental como medio para perjudicar al mismo Trots-
ki, que interpretaba las acciones de Stalin como surgidas de la hostili-
dad hacia su persona. En este conflicto, sin embargo, las opiniones de
Stalin eran las de Lenin y otros miembros del Comité Central, y su preo-
cupación primordial era la victoria del Ejército Rojo.
A finales de junio de 1919, A. Denikin controlaba toda la zona del
Don, y su ejército continuaba avanzando rápidamente; sus fuerzas se
habían replegado primero a través de Ucrania y del sur de Rusia y, des-
pués, había iniciado la ofensiva hacia el norte. En Moscú, Lenin estaba
cada vez más angustiado por la defensa de la ciudad. Kamenev, el co-
mandante en jefe, había preparado un plan, concentrando un fuerte con-
tingente de tropas rojas para efectuar su ataque del flanco desde el este.
Un segundo plan, elaborado anteriormente por Vatsetis, y que Trotski
posteriormente afirmó que era obra suya, proponía que los ejércitos del
frente sur atacaran frontalmente desde el sur a las tropas de Denikin.
El Comité Central había aprobado el plan de Kamenev.
El ataque del flanco del Ejército Rojo fracasó completamente en su
intento de frenar el avance blanco. Consternado por este fracaso, Ka-
menev revisó su estrategia y recomendó que, mientras se mantenía la
presión sobre el enemigo desde el este, numerosas fuerzas de la reserva
deberían concentrarse al sur de Moscú. La respuesta de Lenin y del Co-
mité Central fue una impresionante manifestación de su confianza en Ka-
menev. Se le aconsejaba «no considerarse obligado por sus recomenda-
ciones previas ni por ninguna decisión anterior del Comité Central», y
se le confirmaban «plenos poderes como especialista militar para tomar
las medidas que considerara oportunas».
El 27 de septiembre de 1919, el Comité Central aprobó el plan de
apostar un gran contingente al sur de Moscú. También se decidió en-
viar a Stalin para que se hiciera cargo del frente sur. Esto era una des-
consideración para Trotski, que había estado allí en los meses del de-
sastre. Durante un breve periodo de tiempo, Stalin y Trotski coincidie-
ron en el cuartel general del frente sur, pero al parecer no discutieron
abiertamente.

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El 11 de octubre de 1919, Yudenich lanzó un ataque por sorpresa
contra Petrogrado, y el Ejército Rojo comenzó a replegarse desordena-
damente. Lenin consideraba que la ciudad debería ser abandonada, por-
que no estaba dispuesto a debilitar lo más mínimo la defensa de Moscú.
El 15 de octubre, sin embargo, el Politburó envió a Trotski con la misión
de hacerse cargo de la defensa de Petrogrado. Reunió a las tropas y reor-
ganizó los medios defensivos de la ciudad, y Petrogrado no cayó. Pos-
teriormente se quejaba con amargura de que en los documentos oficia-
les Stalin había fundido las dos campañas de Yudenich en una sola, y
«la famosa defensa de Petrogrado figura como obra de Stalin».
Poco después de su llegada al cuartel general del frente sur, Stalin
informó a Lenin explicando las medidas que pensaba tomar, criticaba a
Kamenev por mantener su estrategia original, y sostenía que era nece-
sario «cambiar este plan, ya desacreditado en la práctica, y sustituirlo
por un ataque a Rostov desde la zona de Voronez a través de Jarkov
y de la cuenca del Donetw. Apoyaba su propuesta en argumentos con-
vincentes, y cerraba el informe con el siguiente comentario: «Sin este
cambio de estrategia mi trabajo ... será inútil, reprensible y superfluo, dán-
dome derecho (yo diría que obligándome) a marcharme a cualquier par-
te, incluso al infierno, con tal de no quedarme en el frente sur». 79
Durante los seis meses que Stalin estuvo en el cuartel general del
frente sur, y desde octubre de 1919 hasta marzo de 1920, como se jac-
taba después, «sin la presencia del camarada Trotski», el Ejército Rojo
consiguió aniquilar a las tropas blancas. Denikin había avanzado preci-
pitadamente, agotando a sus hombres y dejando expuesta la retaguar-
dia al ataque enemigo; sus tropas fueron obligadas a abandonar Ore!,
el 20 de octubre de 1919, y Voronez, cuatro días después; la moral de
sus fuerzas se hundió, y ello le hizo perder la confianza de sus oficiales
y el apoyo de los cosacos aliados. A principios de abril de 1920, después
de nombrar al general Peter Wrangel como su sucesor, huyó a Turquía.
En el avance de los ejércitos del frente sur contra las tropas de Dun-
kin, Budenny desempeñó un papel notable. Era un jactancioso soldado
de caballería, valiente y enérgico, pero de talento limitado. Pedía incan-
sablemente que se formara un ejército de caballería bajo su mando. Sta-
lin acogió favorablemente la idea de una caballería roja agrupada, pero
Trotski se oponía a ella al principio. Desconfiaba de los cosacos, que se-
rían mayoría entre los soldados de caballería y que eran más favorables
a la causa de los blancos que a la de los rojos. Con el apoyo de Stalin,
se aceptó la propuesta de Budenny y, al menos aparentemente, Trotski
cambió de idea respecto a la caballería de masas e hizo un llamamiento:
«Proletarios, a los caballos.» Budenny y su caballería roja se convirtie-
ron en una de las leyendas románticas de la guerra civil.
A finales de enero de 1920, Budenny llegó con su caballería hasta
las costas del mar de Azov. El frente sur fue entonces dividido en frente
suroeste, al mando de Egorov, que operaba contra los blancos en Cri-
mea, y el frente suroriental, dirigido por V. l. Shorin y en el que figuraba
la caballería de Budenny, al que se dio, de nuevo, el nombre de frente
caucasiano.

-123 -
Shorin había sido oficial del ejército zarista, pero aunque tenía casi
cincuenta años cuando estalló la Revolución, nunca había superado el
rango de capitán. Llegó al alto mando, al igual que otros muchos, por-
que no había por entonces nadie disponible en el campo revolucionario.
No contaba con las simpatías de Budenny ni de Vorochilov, que trata-
ban de conseguir su dimisión. Stalin les apoyaba y, según decía Budenny,
había comentado a Ordjonikidze, recientemente nombrado miembro po-
lítico del frente caucasiano, que Shorin iba a ser destituido «por adoptar
una actitud de desconfianza y hostilidad hacia las tropas de caballería».
M. N. Tujachevsky, antiguo alférez del Regimiento de Guardia de Se-
menovsky, que contaba por entonces con menos de treinta años, y que
sería después designado sucesor de Shorin, iba a encontrarse con que
a Budenny y Vorochilov, aunque rebeldes e indisciplinados, había que
tratarlos con cuidado, debido a sus influyentes relaciones.
A principios de febrero de 1920, la caballería roja de Budenny su-
frió una severa derrota a manos de los cosacos. Este revés, que indica-
ba una mala dirección y falta de disciplina, alarmó a Lenin, que inme-
diatamente envió un telegrama a Stalin, firmado también por T rotski, or-
denándole que se trasladara al frente caucasiano para resolver los pro-
blemas que habían dado origen a la derrota. El telegrama también le or-
denaba que hiciera un viaje al cuartel general del frente para concertar
acciones futuras con Shorin y para disponer qué tropas del frente su-
roccidental serían trasladadas y puestas bajo su mando.
Evidentemente, Stalin se encontraba cansado e indispuesto. Su res-
puesta fue displicente. Afirmaba en ella que las visitas individuales eran
en su opinión totalmente innecesarias, y añadía que «no me encuentro
del todo bien y pido al Comité Central que no insista sobre el viaje». Tam-
bién comentaba que «Budenny y Ordjonikidze consideran que Shorin
es la causa de nuestros fracasos» . Respecto al traslado de tropas al fren-
te caucasiano, respondió con evasivas. Cuando Lenin le envió instruc-
ciones para que llevase a cabo inmediatamente la operación, replicó con-
trariado que era asunto del alto mando conseguir refuerzos para el fren-
te. A diferencia de los miembros del alto mando que gozaban de buena
salud, él estaba enfermo y agobiado. Al parecer, opinaba que ya había
permanecido suficiente tiempo en el sur y que había cumplido allí su ta-
rea. Finalmente, el 23 de marzo de 1920, regresó a Moscú.
Stalin sólo gozó de un breve respiro. El 26 de mayo de 1920 se le
ordenó trasladarse al frente suroccidental. Al día siguiente ya estaba en
Jarkov. La situación del Ejército Rojo en Moscú era crítica. Wrangel, su-
cesor de Denikin, había restablecido la moral y la disciplina entre las fuer-
zas blancas de Crimea; estaba reforzando el ejército voluntario para con-
seguir un contingente de veinte mil hombres, apoyados por diez mil co-
sacos, y sus fuerzas constituían un grave peligro desde el sur.
En aquella época, los polacos atacaron por el oeste, ocupando Kiev
y sometiendo la zona del Dnieper. Su objetivo era conquistar Bielorru-
sia y la zona occidental de Ucrania, extensos territorios que habían per-
dido en favor de Moscú en el siglo XVII. Los polacos eran, sin embargo,
reacios a aliarse con los blancos, considerando que ellos difícilmente

-124-
aceptarían ceder ese territorio a Polonia, enemigo tradicional de Rusia.
Los polacos también estaban en guardia frente al régimen soviético.
T rotski había amenazado públicamente con invadir Polonia tan pronto
como los blancos hubieran sido derrotados en el sur.
Atacado en el sur, donde Wrangel iniciaba su avance, y en el oeste,
el Ejército Rojo se encontraba sometido a una fuerte presión. El Comité
Central aprobó el plan del alto mando, según el cual el frente occiden-
tal, entonces al mando de Tujachevsky, debería atacar en el norte de
Belorrusia para obligar a los polacos a trasladar tropas del frente suroc-
cidental. Ello significaba dar prioridad a la expulsión de los polacos. Tan-
to Egorov, jefe del frente suroccidental, como sus oficiales mostraron su
desacuerdo con esta estrategia. Por esta razón, Stalin fue apresurada-
mente enviado a su cuartel general.
A los pocos días de su llegada, Stalin visitó el frente de Crimea e
informó a Lenin: la situación era tensa, había reemplazado al jefe del de-
cimotercer ejército y pedía dos divisiones de refuerzo para el frente su-
roccidental, ya que la ofensiva inicial de Egorov contra los polacos había
fracasado. Lenin, en su respuesta, le recordaba que debía enviar a Trots-
ki copia de todas las comunicaciones sobre asuntos militares, dado que
éste era el comisario de Guerra. También confirmaba la decisión del Co-
mité Central de que el frente suroccidental no debería iniciar todavía
una ofensiva en Crimea. Stalin protestó por la negativa a enviar dos di-
visiones más, y resaltó el peligro que suponía Wrangel en el sur. Lenin,
sin embargo, no se dejó convencer y mantuvo el plan original.
La orden de Kamenev del 2 de junio de 1920 establecía que el ejér-
cito de caballería debería atacar las posiciones polacas y tratar de fran-
quearlas al sur de Kiev. Egorov y Stalin, al parecer, rectificaron la línea
de ataque al transmitir la orden a Budenny. No se pueden valorar las
consecuencias de este cambio. so La caballería roja atacó, obligando a
las fuerzas polacas situadas al sur de los pantanos de Pripet a replegar-
se apresuradamente. Por el norte, el frente occidental de Tujachevsky
inició una ofensiva a principios de julio de 1920, obligando de nuevo a
los polacos a retroceder. A finales de julio de 1920 el Ejército Rojo pe-
netró en Polonia por la frontera norte. Se nombró un gobierno polaco
provisional bajo la presidencia de Dzerzinsky. Los cuatro ejércitos de Tu-
jachevsky se reagruparon en el Vístula, y la captura de Varsovia parecía
inminente.
Lenin estaba entusiasmado con la idea del Ejército Rojo entrando
en Varsovia y una Polonia comunista prestando todo su apoyo al mo-
vimiento revolucionario. Sentía vivamente el aislamiento de Rusia, que
con todos sus problemas internos llevaba ella sola la bandera socialista.
La esperanza en el apoyo polaco, compartida por muchos dentro del par-
tido, dio origen a una ola de entusiasmo que se extendió entre los mili-
tantes al grito de: «jAdelante, a Varsovia!» Pero también había realistas,
entre los que destacaba Stalin, que veían el peligro que suponía esta me-
dida. En junio de 1920 escribió que «la retaguardia de las fuerzas pola-
cas es homogénea y se muestra unida por su nacionalidad. En su espí-
ritu predomina el amor a su patria ... Los conflictos de clase no han al-

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canzado la fuerza necesaria para vencer el sentimiento de unidad nacio-
nal». Era una clara advertencia para no aceptar la superficial creencia
de Lenin de que el proletariado polaco estaba preparado para la revo-
lución.
El Politburó, sin embargo, mantuvo su plan de conquistar Polonia,
a pesar de la oposición manifestada por Stalin y otros. Stalin, por su-
puesto, había vuelto a unirse rápidamente al frente suroccidental que cu-
bría la parte sur de las líneas polacas y que se mantenía al mismo tiem-
po en estado de alerta por los movimientos de Wrangel en el sur. El Po-
litburó decidió formar un frente especial contra Wrangel bajo la direc-
ción de Stalin. Una parte importante de las fuerzas del frente surocci-
dental sería trasladada al frente occidental de Tujachevsky para el avan-
ce sobre Varsovia, y las fuerzas restantes formarían el frente especial
de Stalin. Indignado por estas instrucciones del Politburó, Stalin replicó
groseramente que esos detalles no eran asunto suyo. Lenin se mostró
desconcertado y pidió una explicación a su actitud. En su respuesta, Sta-
lin explicó las dificultades organizativas que acarreaban las instruccio-
nes. Lenin quedó impresionado por su apreciación de la situación, y per-
mitió que el frente suroccidental mantuviera sus compromisos anterio-
res; sólo tres de sus cuerpos de ejército iban a ser trasladados al frente
occidental.
El problema básico era que el frente occidental de Tujachevsky es-
taba separado del frente suroccidental por más de trescientos kilóme-
tros de pantanos: los de Pripet. Las comunicaciones y el rápido traslado
de fuerzas en tales circunstancias eran aún más complicados debido a
la ausencia de un fuerte mando centralizado. Trotski y el Consejo Su-
premo de Guerra eran ignorados. Kamenev, jefe supremo, marcaba di-
rectrices, pero no podía obligar a cumplirlas. El Politburó, y Lenin en par-
ticular, que actuaban independientemente, intentaban resolver los con-
flictos, pero no podían asegurar que sus instrucciones fueran observa-
das. Más aún, las instrucciones de Lenin contradecían en ocasiones los
planes del comandante en jefe. Así, Kamenev confirmó que Tujachevsky
debería flanquear Varsovia por el norte y el oeste, y tomar la ciudad el
12 de agosto de 1920. Esto dejó sin protección la extensa zona de Lu-
blin entre las fuerzas rusas y los pantanos de Pripet. Por entonces Wran-
gel avanzaba con cierto éxito, constituyéndose en una amenaza que alar-
mó a Lenin. El 11 de agosto dio órdenes a Stalin para que comenzara
las operaciones contra los polacos en Lvov, y que lanzara una ofensiva
inmediata para destruir el ejército de Wrangel y tomar Crimea. El mis-
mo día Kamenev ordenó que el frente suroccidental enviara «un contin-
gente numeroso hacia Lublin para reforzar el flanco izquierdo de Tuja-
chevsky».
Por entonces se creía que el Ejército Rojo ya había ganado la ba-
talla de Varsovia. Stalin y Egorov planeaban enviar su caballería no a Lu-
blin, sino a Crimea, e ignoraban las instrucciones de Kamenev. El 13 de
agosto, Kamenev dio órdenes de que tanto el duodécimo como el pri-
mer ejército de caballería fueran puestos bajo el mando del frente occi-
dental al día siguiente. Egorov pensó que había que obedecer, pero Sta-

-126-
lin se negó a firmar la orden y envió un telegrama acusando airadamen-
te al comandante en jefe de intentar destruir el frente suroccidental.
El avance de Tujachevsky proseguía lentamente, pero el 16 de agos-
to el Politburó, incluyendo a Stalin, se reunió en Moscú desconociendo
aún que los polacos estaban a punto de derrotar a las tropas de Tuja-
chevsky. El Politburó, después de oír los informes de Trotski y Stalin,
decidió que el mayor contingente de fuerzas debería concentrarse en la
recuperación de Crimea.
En esta y posteriores ocasiones se discutió sobre la responsabilidad
del desastre. si Lenin se abstuvo de acusar a nadie, pero está claro que
él mismo y todos los participantes tenían parte de culpa. Se había en-
tusiasmado tanto con la esperanza de la revolución en Polonia que no
calculó la fuerza de la resistencia polaca. Kamenev y Tujachevsky de-
bían atribuirse la responsabilidad militar porque se olvidaron de asegu-
rar la protección de los flancos antes de avanzar. Más aún, incluso si
Stalin y Egorov hubieran cumplimentado rápidamente las órdenes de
trasladar tropas de su frente, es dudoso que tales tropas pudieran ha-
ber llegado a tiempo y en condiciones de luchar con garantías para re-
sistir el violento ataque polaco. .
La preocupación de Stalin por mantener la fuerza del frente suroc-
cidental era comprensible. Se enfrentaba a las fuerzas polacas en Lvov,
al ejército de Wrangel en el sur, y a la posibilidad de la intervención ru-
mana. Todas eran serias amenazas que causaban zozobra a Lenin y al
Politburó, y era discutible la conveniencia de destacar cualquiera de sus
ejércitos para reforzar el frente occidental. Correcta o equivocadamen-
te, sin embargo, Stalin era sin duda culpable de insubordinación, del mis-
mo modo que en otras ocasiones durante la guerra civil, cuando estaba
convencido de tener razón. Pero había también algo de inevitable en la
derrota del Ejército Rojo: las tropas estaban casi exhaustas; habían lu-
chado heroicamente en suelo ruso; después se enfrentaron a los pola-
cos, que defendían su capital y su patria contra sus enemigos tradicio-
nales y lucharon con heroísmo.
A finales de 1920 concluyó la guerra civil. Wrangel, con un ejército
abrumadoramente superado en número por las fuerzas rojas en el sur,
sufrió una desastrosa derrota. Su ejército se disgregó como la había he-
cho el ejército de Kolchak en Siberia unos meses antes. Pero los blan-
cos estaban destinados al fracaso desde el principio.
Lenin y su gobierno fueron capaces de movilizar un Ejército Rojo
con más de cinco millones de hombres, y de asegurar el aprovisiona-
miento y las municiones básicas. Hubo fallos de organización, conflictos
entre camaradas y comisarios, y, frecuentemente, confusión entre los
cuarteles generales de los frentes, el alto mando y el Comité Central del
partido en Moscú; pero los nuevos líderes soviéticos y el Ejército Rojo
pudieron superar estos obstáculos y, unidos y espoleados por el celo re-
volucionario, consiguieron el triunfo.
Resulta difícil, si no imposible, penetrar en la endémica confusión
de las operaciones del Ejército Rojo durante este periodo y en la mias-
ma de sospechas, antagonismos virulentos y pretensiones conflictivas

- 127 -
- muchas de ellas expresadas con posterioridad~ para valorar la con-
tribución individual al triunfo que aportó cada uno de los líderes sovié-
ticos. Lenin estuvo al mando durante toda la guerra, siguió de cerca
cada una de las operaciones, y daba las órdenes normalmente en nom-
bre del Comité Central, pero en realidad eran sus órdenes. Trató con
tacto y firmeza a los hombres conflictivos, especialmente a Stalin y T rots-
ki. Todos aceptaron su liderazgo supremo, y fue desde luego después
de la revolución, y esp~cialmente durante la guerra civil, cuando reveló
su talla de líder.
El prestigio de Trotski se encontraba en un bajo nivel al finalizar la
guerra. El fracaso de sus negociaciones con los alemanes y la obligada
aceptación de los términos catastróficos del tratado de Brest-Litovsk ha-
bían dañado su reputación. Dimitió como comisario de Asuntos Exte-
riores y pasó a ser comisario de Guerra. En los primeros meses de la
guerra civil surcó el cielo como un cometa, y fue él quien puso las bases
del Ejército Rojo, con su pequeña y vibrante figura, que, vestida de uni-
forme negro, resultaba gallarda y ridícula al mismo tiempo. Era cons-
ciente de ser un excelente orador, y aprovechaba cualquier ocasión para
arengar a las tropas. Con frecuencia, como ocurrió en Sviyazsk en agos-
to de 1918, su presencia y sus palabras llenas de dramatismo levantaron
la moral a hombres descorazonados, del mismo modo que sus severos
castigos restauraban la disciplina. Pero sobrevaloraba excesivamente el
poder de sus actuaciones teatrales. Budenny escribió que para los sol-
dados rasos, muchos de ellos analfabetos, no era más que una figura ex-
traña con sus movimientos de brazos y su torrente de palabras que, en
su mayor parte, no entendían. En ocasiones, sus exhortaciones les exas-
peraban. Más aún, como llegó a reconocer Lenin, se entusiasmaba fá-
cilmente con sus propias palabras y perdía el contacto con la realidad
de la situación. También era poco acertado en sus nombramientos para
puestos de mando, como lo prueba su terco apoyo a Vatsetis. Al co-
mienzo de la guerra, Trotski ejercía su autoridad con independencia; al
finalizar la guerra contra los polacos, se encontraba en Moscú bajo el
directo control de Lenin. ·
Cada vez en mayor medida, Lenin iba confiando en Stalin, que era
en muchos aspectos la antítesis de Trotski. Raramente tomaba la pala-
bra en las reuniones o pronunciaba discursos ante los soldados, y, cuan-
do hablaba, utilizaba palabras sencillas. Era un realista, que valoraba fría-
mente hombres y situaciones, y acertaba generalmente en sus conclu-
siones. Se mostraba sereno y dueño de sí, y sólo presentaba dificulta-
des con sus antagonismos hacia ciertas personas y cuando rechazaba
su consejo. En tanto que exigía que los demás obedecieran las órdenes,
él no dudaba a veces en ser insubordinado, porque frecuentemente con-
sideraba sus juicios por encima de los emitidos por los demás. Pero tam-
bién aprendió que en la guerra era esencial para la victoria un mando
supremo capaz de ejercer una autoridad incontestable. Jamás olvidó esa
lección.
En noviembre de 1919 se concedió a Trotski y a Stalin la nueva or-
den de la «Bandera Roja». A Stalin le fue otorgada «por sus servicios

-128-
en la defensa de Petrogrado y por su sacrificado trabajo en el frente
surn. Las dos distinciones daban muestra de que tanto Lenin cc.mo el
Comité Central consideraban a ambos hombres igualmente valiosos.
Años después, cuando buscaba cualquier pretexto para denigrar a
Stalin, T rotski escribió desdeñosamente sobre su papel en la guerra ci-
vil. Está claro, sin embargo, por fuentes de información contemporá-
neas, incluyendo los documentos de Trotski, que Stalin era altamente
considerado como estratego militar. En épocas de crisis, cuando los in-
tereses del partido y la causa revolucionaria trascendían las rivalidades
personales, acudió a él. Durante la guerra contra Polonia, por ejemplo,
cuando temía un ataque de Wrangel desde Crimea, Trotski recomendó
que se encargara al «camarada Stalin la formación de un nuevo Consejo
Militar con Egorov o Frunze como jefes por acuerdo entre el coman-
dante en jefe y el camarada Stalin». En otras ocasiones planteó o apoyó
propuestas similares para enviar a Stalin a resolver problemas cruciales
en los frentes . Al igual que Lenin y otros miembros del Comité Central,
valoraba el talento del georgiano.
Stalin surgió de la guerra civil y de la guerra contra Polonia con una
reputación enormemente fortalecida. Había cometido errores, desde lue-
go, pero también los habían cometido otros. Para la gente en general,
todavía no era muy conocido. Raramente salía a la luz pública y, a di-
ferencia de Trotski, no buscaba publicidad. En el seno del partido se le
consideraba un hombre de acción callado y perspicaz, un líder decidido
y autoritario. En la inmensa tarea a la que se enfrentaba el gobierno de
reorganizar el país después de años de guerra y revolución, era clara-
mente un hombre que iba a tener responsabilidades especiales.
La experiencia de la guerra civil causó un profundo impacto en Sta-
lin: amplió su conocimiento de sí mismo y de sus cualidades; por pri-
mera vez tuvo responsabilidades a gran escala, y descubrió que podía
afrontarlas e incluso sentirse estimulado por ello. Pero este conocimien-
to de sí mismo se produjo en condiciones de absoluta brutalidad. Había
sido testigo de la guerra del pan, cuando pueblos y ciudades enteras que-
daban destruidas en la lucha por asegurar los envíos de grano al norte.
Había sido instruido sobre la base de que había que obrar con arreglo
a los objetivos del partido, independientemente del coste que ello exi-
giera en vidas humanas. Vio a miles de personas eliminadas en la lucha
por la supervivencia del partido y de su gobierno. Esta experiencia en-
raizó en él más hondamente la inhumanidad que iba a caracterizar su
ejercicio del poder.

- 129 -
15.
,
Comienzos de una nueva
epoca

El desafío blanco había sido superado, y la muy temida interven-


ción aliada no se había materializado. Pero el coste de la victoria era ate-
rrador. Se ha calculado que en el curso de la guerra contra las poten-
cias centrales, y después en la guerra civil, perdieron la vida unos vein-
tisiete millones de rusos. La mayoría pereció en los campos de batalla
y en innumerables acciones guerrilleras, pero miles de ellos murieron de
malnutrición y enfermedad.
El país había quedado destruido y la economía estaba en ruinas. El
sistema de comunismo de guerra había cubierto las necesidades míni-
mas del Ejército Rojo, pero en todos los demás aspectos había llevado
al desastre, empujando la economía hacia el caos y el colapso.
A finales de 1920 el pueblo estaba hambriento, enfermo y casi ex-
hausto. Había soportado los infortunios y tolerado el mandato comunis-
ta mientras duró la guer.ra, pero después empezaba a perder la espe-
ranza en el cambio y en las mejoras. Se extendía una ola de abierta hos-
tilidad hacia los líderes soviéticos: en el campo se sublevaban los cam-
pesinos, y en pueblos y ciudades reinaba un ambiente exacerbado. Du-
rante los primeros meses de 1921, la miserable ración de pan fue redu-
cida a un tercio, y se anunció oficialmente la crisis del combustible. El
invierno había sido durísimo y la nieve había paralizado los trenes de ali-
mentos y combustible procedentes de Ucrania, el Cáucaso y Siberia.
Muchas fábricas tuvieron que cerrar. Toda esto agravó la angustiosa de-
sesperación del pueblo.
Lenin y sus colegas eran conscientes de la magnitud de la recons-
trucción q\JQ tenían que emprender inrriediatamente, pero no lo eran tan-
to del sentir popular. Por entonces se encontraban regocijados y sor-
prendidos por su supervivencia. Esto les proporcionaba renovada con-
fianza en su capacidad para hacer frente a las formidables tareas que
tenían ante sí. Habían sobrevivido a unos desafíos increíbles; eran los
hombres nuevos, los elegidos que cambiarían el curso de la historia.
Stalin expresó este sentimiento en un discurso con motivo de la ce-
lebración del aniversario del Soviet de Bakú, el 6 de noviembre de 1920.
Y expresaba no sólo el sentimiento de la jerarquía del partido, sino tam-
bién su propia confianza en el destino. El 25 de octubre de 1917 recor-
daba:
«Cuando nosotros, un pequeño grupo de bolcheviques dirigidos por
el camarada Lenin ... con la Guardia Roja, insignificante en número, y dis-
poniendo de un pequeño partido comunista todavía no debidamente co-

- 130 -
hesionado que contaba con unos doscientos mil o doscientos cincuenta
mil militantes, nosotros, este pequeño grupo, arrebatamos el poder a
los representantes de la burguesía .... Han pasado tres años desde en-
tonces, y en ese periodo Rusia, a través de fuego y tempestades, se ha
convertido en la mayor potencia socialista del mundo ... Si entonces te-
níamos una pequeña guardia de trabajadores de Petrogrado ... , ahora te-
nemos un afanado Ejército Rojo con millones de hombres que amenaza
a los enemigos de la Rusia soviética. Si hace tres años teníamos un par-
tido pequeño y no del todo cohesionado, ahora tenemos un partido con
setecientos mil militantes, un partido sólido como el acero, un partido
cuyos militantes pueden en cualquier momento reagruparse y concen-
trarse por cientos o por miles para cualquier tarea que se les imponga;
un partido que, en cuanto lo decida el Comité Central, puede avanzar
contra el enemigo.»
Stalin cerró su discurso con una referencia al desafío de Lutero al
emperador y a la Iglesia eri las Dietas de Worms en 1521, que parafra-
seó y adaptó. «Rusia podría decir: "Aquí estoy en la frontera entre el
viejo capitalismo y el nuevo mundo socialista; aquí, sobre esta frontera,
aúno los esfuerzos de todo el campesinado del este con el fin de des-
truir el viejo mundo. ¡Y el dios de la historia está conmigo!"»
Enfrentados a los angustiosos problemas de la economía y de la su-
pervivencia del régimen soviético, Lenin y sus colegas pensaron en un
principio que el sistema del comunismo de guerra era la respuesta. Trots- ·
ki era un fanático partidario de esta idea. Su plan, presentado primero
en Prauda en diciembre de 1919, fue aprobado inicialmente por el Co-
mité Central, pero muchos militantes del partido se oponían vigorosa-
mente a él. El plan disponía «la movilización del proletariado industrial,
la disponibilidad para el servicio laboral, la militarización de la vida eco-
nómica y la utilización de unidades militares para todas las necesidades
económicas». Insistía en que el trabajo tenía que estar sometido a la mis-
ma estricta disciplina que el Ejército Rojo. Con un planteamiento total-
mente autoritario y sin la menor consideración hacia las emociones y ne-
cesidades humanas, comenzó a imponer esta disciplina. El resultado in-
mediato fue una violenta ola de protestas y rebelión. Por orden suya, el
tercer ejército rojo pasó a llamarse «primer ejército revolucionario de tra-
bajadores», y se le asignó una tarea en los Urales. Los soldados deser-
taban y los campesinos, furiosos al ver sus distritos ocupados por sol-
dados trabajadores, quemaban las cosechas según iban siendo recolec-
tadas.
T rotski entró en conflicto directo con los sindicatos. Estaba entre-
gado a la tarea de restaurar el ferrocarril y, desatendiendo las objecio-
nes del sindicato, había movilizado a los ferroviarios e impuesto la dis-
ciplina militar. Después, también con la oposición del sindicato, había
creado su propio centro directivo de transportes, el Comité Central de
Transportes conocido como Tsektran. El tratamiento despótico que dis-
pensó al sindicato y sus amenazas de que haría lo mismo con otras or-
ganizaciones sindicales provocó las iras de los sindicalistas militantes del
partido.

-131 -
Trotski había provocado el conflicto con los sindicatos, pero existía
además una creciente oposición a la actuación arbitraria de los órganos
centrales del partido, que no tenían en cuenta las elecciones democrá-
ticas y nombraban a dedo a los altos cargos. Las discusiones sobre es-
tos temas fundamentales amenazaban con dividir al partido. Lenin, apo-
yado por diez de los diecinueve miembros del Comité Central -entre
ellos Stalin, Zinoviev y Kamenev-, propuso moderar la postura del par-
tido. La primera medida que se tomó fue la inmediata abolición del odia-
do Tsektran de Trotski, que se opuso airadamente a estas medidas «li-
berales». Contaba con el apoyo de Bujarin, Dzerzinsky, y de los tres
miembros encargados de la Secretaría del partido. Ante la división pro-
ducida en el Comité Central, se decidió plantear el tema ante el partido
en su totalidad. Zinoviev, líder del partido en Petrogrado, dirigió el ata-
que contra T rotski, a quien siempre había detestado, acusándole de dic-
tador. La discusión se extendió entre las facciones cuando todos se pre-
paraban para el X Congreso del Partido que debía celebrarse en marzo
de 1921, y en el que deberían resolverse estas cuestiones.
El sentido de la responsabilidad de los líderes del partido, y su preo-
cupación por estas disputas internas, les hacía minimizar e incluso de-
sentenderse del estado de ánimo explosivo del pueblo. Los levantamien-
tos entre los campesinos eran demasiado frecuentes como para suscitar
una preocupación especial. Pero el ingenioso líder campesino de ideas
anarquistas Nestor Majno sumió a Ucrania en el desorden. Los levan-
tamientos campesinos en el oeste de Siberia interrumpían el tránsito de
trenes de la línea transiberiana, agravando así la escasez de alimentos
en Moscú y otras ciudades. Más grave aún fue la rebelión de los cam-
pesinos de la zona de Tambov, que alcanzó notoriedad por su turbu-
lencia. En abril de 1921, la caballería roja y unidades especiales del ejér-
cito, al mando de Tujachevsky, aplastaron a las fuerzas rebeldes, pero
hasta el otoño no se restauró el orden en la zona.
El tenso ambiente de las ciudades se concretó en febrero de 1921
en las huelgas que se produjeron en Petrogrado y en otros lugares. El
gobierno declaró la ley marcial en Petrogrado, y las protestas fueron so-
focadas en otras partes. Pero fue el motín de Kronstadt lo que les ad-
virtió de la gravedad de la situación.
Baluarte del bolchevismo en 1917, Kronstadt, base naval sita en el
Báltico a orillas del golfo de Finlandia que protegía los accesos a Petro-
grado, se rebeló contra el gobierno soviético. La guarnición, de unos
quince mil marinos y soldados rusos reclutados entre los campesinos,
estaba cada vez más indignada por los informes que hacían referencia
a requisiciones de grano, a la brutalidad de la Cheka y a la salvaje re-
presión de los levantamientos. Tras una reunión masiva el 1 de marzo
de 1921, resonaron en Kronstadt gritos de «iAbajo la tiranía bolchevi-
que!», y «iVivan los Soviets sin los comunistas!» Los rebeldes se procla-
maban a sí mismos libertadores de Rusia frente a la nueva autocracia
bolchevique. Confiaban en que sus demandas conseguirían el apoyo po-
pular en todo el país. La noche del 4 de mayo, el Soviet de Petrogrado
envió un requerimiento exigiendo la inmediata rendición de la guarni-

- 132 -
ción. Trotski completó este ultimátum con un manifiesto amenazador.
Kronstadt se negó a rendirse.
Rápidamente se llevaron a cabo los preparativos para tomar la for-
taleza al asalto antes de que el hielo se derritiera en el Neva y en el gol-
fo . Unidades especiales de la Cheka y de los comunistas al mando de
Tujachevsky realizaron tres ataques que se contaron por derrotas . El
16 de marzo, las tropas soviéticas, camufladas con camisas blancas, ata-
caron de nuevo y, tras dos días de enconada lucha, redujeron a los re-
beldes. Todos los que cayeron prisioneros fueron ejecutados.
El levantamiento de Kronstadt, que se produjo en vísperas del
X Congreso del Partido, perturbó a Lenin y a la jerarquía del partido.
Habían creído que la revolución mundial estaba próxima, que el prole-
tariado de Europa occidental pronto seguiría su ejemplo, y que la lucha
épica de la guerra civil anunciaba la transición de Rusia al socialismo.
Pero Lenin, Stalin y quizá otros miembros del Comité Central pronto
se dieron cuenta de que la revolución mundial estaba lejos, y de que el
proletariado occidental no estaba por la revolución. Y el motín de Krons-
tadt les abrió los ojos al hecho de que dentro de Rusia el liderazgo co-
munista era objeto del odio popular. «Este fue el relámpago -reconoció
Lenin- que nos iluminó más que ninguna otra cosa.»
El objetivo primordial era recuperar el apoyo al partido, en particu-
lar el apoyo, o al menos la aceptación, de los campesinos. Ellos consti-
tuían la gran mayoría de la población, y la economía del país dependía
de sus demandas y de la producción de alimentos. El partido estaba a
merced de los campesinos: era un hecho que Stalin no iba a olvidar nun-
ca. Pero Lenin y, siguiendo su ejemplo, Stalin también tenían siempre
presente el principio fundamental de «la dictadura del proletariado» que,
según Lenin había afirmado reiteradamente, justificaba la utilización de
«un poder ilimitado basado en la violencia y la no sujeción a las leyes»
para mantener la supremacía del partido.
En una acción desesperada para ganarse al campesinado hostil y al
pueblo en general, Lenin introdujo por entonces la «Nueva Política Eco-
nómica» (NEP). Con ella se ponía fin a las requisiciones forzosas de pro-
ductos a los campesinos, y se implantaba en su lugar un tributo progre-
sivo en especies, y cualquier excedente que se produjera en el futuro
podría ser entregado voluntariamente al gobierno o vendido en el mer-
cado libre. Los nuevos incentivos al comercio libre habrían producido
probablemente resultados inmediatos de no ser porque una sequía, que
afectó de manera especial a la cuenca del Volga, originó una terrible ca-
restía. Las medidas de socorro y la ayuda a gran escala de América sal-
varon muchas vidas, pero hacia finales de 1921, más de veintidós millo-
nes de personas murieron de hambre. Parecía no haber límite al sufri-
miento que estaba condenado a padecer el pueblo ruso.
Al año siguiente, la cosecha fue abundante y se produjeron unos
resultados agrícolas impresionantes. La NEP anunciaba un gran resur-
gimiento económico y un regreso a la normalidad. Inicialmente, la nueva
política se aplicó a la agricultura y al comercio interior; después se ex-
tendió a la industria. Surgieron de pronto empresarios privados que in-

- 133 -
yectaron vitalidad y buenos resultados a una economía devastada. Como
compensación por los años de estancamiento, el resurgimiento econó-
mico alcanzó un nivel sorprendente.
Muchos militantes protestaron vigorosamente contra este retorno
al capitalismo. El partido en su conjunto estaba profundamente conmo-
cionado por esta alteración de los principios marxistas. Stalin defendió
vivamente la NEP y afirmaba que «Rusia está experimentando ahora la
misma explosión en el desarrollo de sus fuerzas productivas que expe-
rimentó Estados Unidos después de la guerra civil». Lenin refutaba las
críticas de traición a la Revolución aduciendo que en tanto el Estado
mantuviera el control sobre la cúpula de mando de la industria y del co-
mercio exterior, el éxito de la revolución estaba asegurado. El X Con-
greso del Partido, celebrado del 8 al 16 de marzo de 1921, instauró una
nueva época en la historia del partido. La batalla contra los insurgentes
de Kronstadt alcanzaba por entonces su punto culminante y los delega-
dos participantes estaban a un tiempo furiosos e intimidados por la ex-
tendida hostilidad hacia el régimen. Fueron momentos críticos en los
que el liderazgo de Lenin y la utilización inexorable de sus tácticas ex-
peditivas se manifestaron plenamente.
El congreso aprobó los principios de la NEP tras un debate relati-
vamente breve. Nerviosos y sintiéndose asediados, los delegados acep-
taron que, por contrarias que fueran a los principios comunistas, era ne-
cesario hacer concesiones a los campesinos. Lenin no estaba especial-
mente preocupado por esta desviación del dogma que consideraba co-
yuntural. Las reformas económicas eran para él mucho menos impor-
tantes que las reformas políticas necesarias para atrincherar el mono-
polio del poder en el Partido Comunista. A lo largo de todo el congreso
prestó especial atención al fortalecimiento del aparato político del par-
tido: ése era, en su opinión, el auténtico centro de control.
En las primeras sesiones, la «Plataforma de los DieZ» propuesta por
Lenin con el fin de relajar la dictadura y la disciplina del partido consi-
guió un apoyo mayoritario. Las propuestas de T rotski para reconstruir
la economía utilizando los métodos del comunismo de guerra fueron re-
chazadas de plano. Las resoluciones de Lenin sobre los sindicatos y el
centralismo democrático parecían introducir un nuevo aire de toleran-
cia. Una resolución establecía que «es necesario por encima de todo po-
ner en práctica ... a gran escala el principio de la elección para todos los
órganos ... y abandonar el método de elección desde arriba». Otra reso-
lución ponía de relieve que los militantes debían ser capaces de tomar
«parte activa en la vida del partido» y que «la naturaleza de la democra-
cia de los trabajadores excluía cualquier tipo de nombramiento en sus-
titución del sistema de elección». s2
El último día del congreso, Lenin promovió inesperadamente dos
nuevas resoluciones: una sobre «la unidad del partido» y otra con el tí-
tulo «La desviación anarquista y sindicalista en nuestro partido». La pri-
mera denunciaba y proscribía todos los grupos de oposición como fuen-
tes de debilidad y peligro y solicitaba su inmediata disolución o que sus
miembros fueran expulsados del partido. La segunda resolución recha-

-134 -
zaba las peticiones sindicales para controlar la industria, declarándolas
«incompatibles con la militancia en el partido». Los sindicatos, de he-
cho, iban a integrarse en el aparato del Estado y a funcionar como ser-
vidores de éste. Era lo que Trotski había defendido, pero la forma de
plantear la propuesta había provocado una airada oposición.
Las dos resoluciones fueron aprobadas por mayoría aplastante, aun-
que suponían un giro extraordinario respecto a anteriores decisiones.
La táctica de Lenin consiguió el pleno reconocimiento del poder abso-
luto de los líderes centrales. Pero la conducta de los delegados mostra-
ba también la nueva significación del partido: se había convertido en una
entidad, lejana al pequeño grupo de líderes dedicados a la revolución y
al comunismo, que se había acrisolado en la guerra civil y había supe-
rado la rebelión de Kronstadt, pero que debía permanecer vigilante. To-
cios los militantes le debían obediencia y lealtad, aunque ello tal vez sig-
nificara tener que sojuzgar objeciones y temores legítimos. Se votó a fa-
vor de las dos resoluciones de Lenin para preservar la unidad de este
concepto casi místico del partido: haberlas rechazado habría sido algo
semejante a la apostasía.
Trotski sufrió una derrota ignominiosa en el congreso, y la campa-
ña dirigida contra él por Zinoviev, Stalin y otros dañó seriamente su re-
putación. Sus planteamientos favorables a la militarización del trabajo,
la subordinación de los sindicatos y la mayor centralización del poder
habían sido abrumadoramente rechazados. La adopción de la NEP fue
también una reprobación de su política económica. Su conflicto público
con Lenin había disminuido su prestigio entre los asistentes al congreso,
para muchos de los cuales ya era impopular a nivel personal. En la elec-
ción al Comité Central, sin embargo, Trotski mantuvo su puesto, pero
otros que habían apoyado su plataforma no fueron reelegidos.
Stalin desempeñó un papel discreto en las controversias que domi-
naron el X Congreso, y formó parte de la «Plataforma de los Diez», que
apoyaba las propuestas de Lenin. Contempló con agrado la iniciativa de
Zinoviev de lanzar el ataque principal contra T rotski en el debate previo
al congreso, y participó activamente en la campaña. El 5 de enero de
1921 publicó en Prauda un artículo titulado «Nuestras diferencias», su
primer escrito polémico contra Trotski. Preconizaba «la democratiza-
ción» y el uso de la persuasión entre el proletariado como esenciales
cuando, una vez finalizada la guerra, el partido tenía que hacer frente a
las complejas amenazas del colapso económico. Era polémico, desde lue-
go, pero moderado en el tono y sin el estridente vigor de Zinoviev. Pa-
rece ser, sin embargo, que era más activo en la sombra. En el transcur-
so del congreso, un delegado, miembro del grupo Centralista Democrá-
tico, se refirió a la campaña contra Trotski dirigida por Zinoviev en Pe-
trogrado, y liderada en Moscú por el «estratego militar y archidemócra-
ta camarada Stalin».
Aunque se destacó poco durante el congreso, Stalin salió de él con
su autoridad enormemente reforzada. En parte, esto se debía al eclipse
de Trotski y sus partidarios, que dejaron puestos vacantes en el Comité
Central y en otros órganos centrales, muchos de los cuales fueron ocu-

- 135-
pados por hombres próximos a Stalin. Pero razón más importante era
su creciente dominio sobre el aparato del partido. Sólo él sabía cómo
organizarlo y cómo debía funcionar para mantener el poder absoluto de
la oligarquía. Por supuesto, Lenin siempre había insistido en que el par-
tido debía tener un control exclusivo y ser administrado eficazmente,
pero de alguna manera desdeñaba la administración como un tipo de tra-
bajo poco brillante que debía encomendarse a hombres de menor valía.
Más de una vez se había referido a él como algo de lo que «cualquier
ama de casa» podría encargarse. Trotski se veía a sí mismo como un
hombre que galvanizaba y dirigía a los hombres con su oratoria, y al
igual que Zinoviev, Kamenev y Bujarin, no tenía paciencia para el ingra-
to trabajo de la administración.
Stalin no cometió ese error; la administración y la organización eran
inseparables y esenciales para el fortalecimiento del partido. En la Se-
cretaría del Comité Central, Sverdlov se había mostrado como un ex-
celente administrador-organizador. El mismo Stalin le rindió homenaje
en un artículo, publicado en 1924 en La Revolución Proletaria. Le des-
cribía como un «organizador por los cuatro costados, un organizador
por naturaleza, por costumbre, por aprendizaje revolucionario, por in-
tuición; un organizador en toda su intensa actividad». Era un «líder-or-
ganizador» que poseía dos cualidades esenciales: la capacidad de enten-
der a los trabajadores del partido y el talento para colocar a cada uno
de ellos en el lugar donde fuera útil para llevar a cabo de manera efec-
tiva las directrices del partido. En su homenaje a Sverdlov describía lo
que él consideraba un trabajador ideal para el partido, un hombre su-
mergido en sus deberes, callado, humilde y abnegado.
En el periodo transcurrido entre 1919 y 1922, el partido evolucionó
y experimentó grandes cambios. La organización revolucionaria cuyo
objetivo era conspirar pasó a convertirse en un partido legal en el go-
bierno, con gran poder y responsabilidad a sus espaldas. Esto conmo-
cionó. a Lenin y a otros líderes bolcheviques. Era, pues, urgente proce-
der a la reorganización del aparato del partido de manera que pudiese
hacer frente a las nuevas demandas, al mismo tiempo que a las relacio-
nes entre su organización y la maquinaria del Estado soviético.
El VIII Congreso del Partido, celebrado en marzo de 1919, había au-
mentado en número el Comité Central hasta un total de diecinueve
miembros y ocho candidatos. Se habían creado dos subcomités, cada
uno formado por cinco miembros del Comité Central. El primero era el
Politburó (oficina política), y sus miembros fueron, desde 1919 hasta
1921, Lenin, Trotski, Stalin, Kamenev y Nicolai Krestinsky. El segundo
subcomité era el Orgburó (oficina organizativa), del que también era
miembro Stalin. Lenin describía las funciones de los nuevos órganos, en
sentido lato, con la afirmación de que «el Orgburó distribuye las fuer-
zas, en tanto que el Politburó decide la línea política». Un tercer órgano,
la Secretaría del Comité Central, iba a ejercer pronto un poder y una
influencia extraordinarios.
En la primera época del partido, Krupskaia y Elena Stasova habían
trabajado como secretarias bajo la directa supervisión de Lenin. El tra-

- 136 -
bajo aumentó rápidamente después de 1917 y Sverdlov se hizo cargo
de la Secretaría. En marzo de 1919 cayó enfermo con gripe y poco des-
pués murió. Krestinsky fue nombrado en su lugar.
La reorganización y ampliación del ap~rato del partido se acelera-
ron debido a la necesidad de establecer el papel dominante de los órga-
nos del partido sobre los del Estado soviético. Lenin había afirmado que
el partido tenía que ser «la fuerza directriz y orientativa» de la sociedad
soviética. Esta función exigía dotarlo de unq fuerte y eficiente máquina.
El VIII Congreso de marzo de 1919 había aprobado una resolución
especial sobre «Cuestiones organizativas». Describía la función de los co-
mités del partido como la de guiar y controlar los órganos soviéticos o
gubernamentales a través de directrices marcadas a facciones del par-
tido dentro de esos órganos, pero sin implicarse directamente en su
puesta en práctica.
La creación de un aparato del partido masivo y sumamente orga-
nizado se hizo rápidamente necesaria. Sverdlov había llevado la admi-
nistración con la colaboración de quince ayudantes y un equipo de trein-
ta personas en total. En diciembre de 1919 trabajaban en la secretaría
ochenta personas; tres meses más tarde el número aumentó a ciento
veinte, y en marzo de 1920 eran ya seiscientos dos.
Las normas de la estructura del partido establecían una jerarquía
de comités sujetos a la autoridad del congreso anual y del Comité Cen-
tral. Tales comités funcionaban a nivel regional, provincial, de distrito y
rural, y había células del partido en el Ejérdto Rojo y en las industrias.
Cada comité estaba subordinado a su inmediato superior, y sus miem-
bros debían ser también nombrados por éste. Todos respondían ante el
órgano supremo de la pirámide, que decidía quién sería elegido secreta-
rio y podía reemplazar a cualquier miembro en cualquier comité.
La clave de la efectividad de este amplio sistema jerárquico radica-
ba en el nombramiento de militantes de confianza para ejercer el con-
trol a todos los niveles. Durante los primeros años de funcionamiento
de la Secretaría, el archivo de personal distaba mucho de ser completo,
pero a comienzos de 1922 un censo realizado en el seno del partido hizo
posible por primera vez registrar los dato~ personales de todos los mi-
litantes. Sobre la base de los nuevos datos, podían seleccionarse los
nombramientos. Entre abril de 1920 y mediados de febrero de 1921 se
hicieron más de cuarenta mil nombramientos, y el número aumentó a
medida que el partido intensificaba su dominio sobre el país.
Se desconoce cuál fue exactamente el papel de Stalin en la crea-
ción de este inmenso aparato, pero desde 'luego fue significativo. Entre
los líderes del partido, él era el único que tenía los conocimientos y la
paciencia necesarios para realizar este tipo de trabajo. Lenin se intere-
saba por él, pero, con tal de que su desarrollo se ajustara a las pautas
por él marcadas, no se inmiscuía en los detalles. Zinoviev y Kamenev
se dedicaban principalmente por entonces 'a sus cargos de jefes del par-
tido en Petrogrado y Moscú, respectivamente. Trotski estaba muy inte-
resado en sus propuestas económicas. Más aún, después de que sus pla-
nes fueran rechazados en el X Congreso, en marzo de 1921, pareció re-

- 137 -
tirarse, como si se sintiera profundamente herido, y no se interesó di-
rectamente en la construcción de la organización del partido. 83
Durante estos años Stalin fue miembro de número del Comité Cen-
tral, del Politburó y del Orgburó; siempre había mostrado una extraor-
dinaria capacidad para cargar con múltiples responsabilidades. Era to-
davía comisario de Asuntos Exteriores y desde 1919 hasta 1922 fue tam-
bién comisario del pueblo de Control del Estado, que posteriormente pa-
saría a llamarse Inspección de Trabajadores y Campesinos, o Rabkrin,
que ejercía el control sobre toda la maquinaria del gobierno, convirtién-
dose así en un comisariado por encima de todos los demás.
En el XI Congreso del Partido, en marzo-abril de 1922, E. Preobra-
zensky afirmó que muchos dirigentes prestaban excesiva atención a los
asuntos de gobierno. A continuación puso en duda que alguien -y se
refirió concretamente a Stalin- pudiera cargar con las responsabilida-
des de dos comisariados y además desarrollar su trabajo en el partido.
Lenin admitió que era difícil, pero señaló que no había nadie capaz
de encargarse de estas tareas concretas. «Son todas cuestiones políti-
cas», dijo refiriéndose a los problemas de las nacionalidades de los que
se ocupaba Stalin. «Los estamos resolviendo y es necesario disponer de
UA hombre que pueda entrevistarse con cualquier representante de una
nacionalidad y explicarle cuál es el problema. ¿Dónde podemos encon-
trar a ese hombre? No creo que Preobrazensky pueda nombrar a un
candidato que no sea el camarada Stalin. Lo mismo ocurre con el Rabk-
rin. ¡Un trabajo gigantesco! Pero para enfrentarse a esta tarea de ins-
pección debe estar al mando un hombre con autoridad; de lo contrario
nos atascaremos y nos hundiremos en intrigas mezquinas.»
Krestinsky, Preobrazensky y L. P. Serebryakov, que estaban a car-
go de la Secretaría desde marzo de 1920, tenían una estrecha relación
con Trotski. En el X Congreso del Partido, en marzo de 1921, no fueron
reelegidos para el Comité Central y consiguientemente sus puestos que-
daron vacantes en la Secretaría y en el Orgburó. Vorochilov y Ordjoni-
kidze, colegas de Stalin, consiguieron escaños en el Comité Central. Mo-
lotov, ya bajo la influencia de Stalin, se convirtió en miembro de núme-
ro. Dos jóvenes trabajadores, V. Kuibychev y S. Kirov, ambos partida-
rios del georgiano, fueron también elegidos. Las tres vacantes de la Se-
cretaría fueron cubiertas por Molotov, E. Yaroslavsky y V. M. Mijailov.
Durante los trágicos meses de la guerra civil, Stalin no había podi-
do dedicar tiempo a su comisariado de Asuntos de las Nacionalidades.
Retornó a él activamente durante la primavera de 1920, y rápidamente
amplió sus poderes y jurisdicción hasta convertirlo en un gobierno fe-
deral a pequeña escala. Pero su manera de tratar los asuntos de las na-
cionalidades originó una creciente fricción en sus relaciones con Lenin.
El principio de la centralización del poder en el Partido Comunista
Unico había sido claramente establecido entre las normas del partido en
diciembre de 1919. Los partidos comunistas de Ucrania, de las zonas
fronterizas musulmanas y de Georgia habían quedado subordinados al
Comité Central ruso en el transcurso de la guerra civil, y las peticiones
de autonomía o del mantenimiento de la identidad nacional habían sido

- 138-
soslayadas. Lenin se sintió preocupado, sin embargo, sobre la manera
de llevar a la práctica la política comunista entre las minorías naciona-
listas. Siempre había sentido recelos del patrioterismo de los grandes ru-
sos, aunque en un partido que contaba con un 80 por ciento de rusos
entre sus miembros, el predominio de la influencia rusa era inevitable.
Para Stalin la línea a seguir estaba clara: consistía en reunir sin tardanza
bajo la autoridad directa de Moscú la mayor parte posible del Imperio
zarista. Lenin aceptaba este principio, pero le preocupaba el peligro que
supondría imponer esta medida con celeridad, especialmente en Geor-
gia. Stalin no era hombre que permitiera excepciones, y menos aún en
Georgia, donde los aborrecidos mencheviques ocupaban el poder.
En noviembre de 1920 Stalin fue a Bakú. Era su primera visita a
Transcaucasia desde 1912, y había madurado y ascendido en autoridad
durante esos años. En Bakú fue recibido con entusiasmo y aclamado
como «el líder de la revolución proletaria en el Cáucaso y en el este».
Ordjonikidze, presidente de la oficina caucasiana del Comité Central
(Kavburó), creado en abril de 1920, y firme partidario de Stalin, había
organizado esta recepción. Pertenecía al grupo de los agentes de Stalin
entre los que se encontraban L. N. Kaganovich, presidente de la oficina
del Turquestán; S. M. Kirov, presidente del Comité Central de Azer-
baidjan, y Molotov, presidente del Comité Central ucraniano. Anastas
Mikoyan, joven armenio, iba a unirse pronto al grupo. Todos ellos esta-
ban impacientes por completar la reconquista de Transcaucasia, y esto
significaba la ocupación de Georgia.
A principios de mayo de 1920, Ordjonikidze, deseoso de entrar en
acción, envió telegramas a Lenin y Stalin, proponiendo que el undécimo
ejército, que se encontraba en el norte del Cáucaso a las órdenes de
Tujachevsky, avanzara hasta Georgia. Por entonces los polacos avan-
zaban hacia Ucrania. Deseosos de evitar más compromisos a las can-
sadas tropas rojas, el Politburó, en un telegrama firmado por Lenin y Sta-
lin, prohibía expresamente la invasión y le daba instrucciones para que
abriera negociaciones con el gobierno georgiano, cuyo líder era el men-
chevique Noi Zhordania. Se firmó un tratado el 7 de mayo de 1920 por
el que el gobierno de la RSFSR (República Soviética Federativa Socia-
lista Rusa) reconocía formalmente la independencia de Georgia y le ga-
rantizaba la legalidad del Partido Comunista local. Kirov se trasladó a
Tiflis como enviado de Moscú, y comenzó a debilitar al gobierno de
Georgia con diversos métodos, incluyendo los diplomáticos. La indepen-
dencia de la república sólo podía ser un acuerdo temporal.
En una entrevista publicada en Prauda el 30 de noviembre, Stalin
afirmaba que «la Georgia que estuvo implicada en los esfuerzos de la
Entente y que fue posteriormente privada del petróleo de Bakú y del gra-
no de Kuban, la Georgia que se convirtió en la base principal de las ope-
raciones imperialistas de Gran Bretaña y Francia, y que a partir de ahí
mantuvo unas relaciones hostiles con la Unión Soviética, esta Georgia
está agotando sus últimos días de existencia».
En diciembre de 1920, y de nuevo en enero de 1921, Ordjonikidze,
con el apoyo de todos los miembros del Kavburó, envió telegramas a

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Lenin pidiendo la toma inmediata de Georgia. En ambas ocasiones la res-
puesta fue que todavía no era el momento propicio. Las dudas de Lenin
obedecían a múltiples factores: el Ejército Rojo no estaba en condicio-
nes de soportar una campaña larga, las tropas turcas situadas a lo largo
de las fronteras de Georgia y de Armenia podían atacar; temía, además,
que puesto que Gran Bretaña había reconocido la independencia de
Georgia podría intervenir en su ayuda. Leonid Krasim se trasladó a Lon-
dres con el fin de sondear la opinión británica, y consiguió que el primer
ministro, David Lloyd George, le asegurara que esa acción soviética no
inquietaría demasiado al gobierno británico.
En ese momento Stalin asumió las propuestas del Kavburó, y éste
fue el factor decisivo. Hizo una serie de alegaciones contra el gobierno
de Zordania por haber violado el tratado soviético-georgiano, y arguyó
que en Georgia había una situación prerrevolucionaria. Propuso al Co-
mité Central que Ordjonikidze recibiera instrucciones para preparar un
levantamiento armado comunista en Georgia y que el Consejo de Gue-
rra Revolucionario estuviera preparado para proporcionar ayuda militar.
Añadió a su carta una posdata que decía lacónicamente: «Solicito una
contestación antes de las seis en punto.» Lenin respondió en seguida,
añadiendo a la carta las palabras «cúmplase sin dilación». El 15 de fe-
brero de 1921, el Ejército Rojo invadía Georgia.
Lenin, sin embargo, continuaba sintiéndose preocupado por Geor-
gia. Los socialistas de otros países criticarían el uso de la fuerza por par-
te del gobierno soviético para derrocar un régimen socialdemócrata. En
aquellos momentos, además, era importante evitar que se produjera un
deterioro en las relaciones con Occidente, que el gobierno socialista cul-
tivaba con la esperanza de atraer la masiva ayuda capitalista, urgente-
mente necesaria para la reactivación de la economía rusa. Esos factores
no le habían preocupado excesivamente en relación con otras minorías
nacionalistas, pero Georgia era una excepción. A primeros de marzo de
1921 envió unos mensajes a Ordjonikidze, instándole a intentar conse-
guir un acuerdo de compromiso con Zordania y los mencheviques geor-
gianos. Pero Zordania y sus ministros ya habían huido de Tiflis y se ha-
bían refugiado en el extranjero. Lenin continuó pidiendo moderación,
pero Ordjonikidze, impaciente y despótico, ignoró este consejo.
El Ejército Rojo invadió el país con brutalidad. A continuación, un
grupo de funcionarios de Moscú se hizo cargo de la administración y la
Cheka asumió las funciones de policía con una absoluta desconsidera-
ción hacia los sentimientos de los georgianos. Ordjonikidze estableció
su cuartel general en Bakú, e impuso su implacable autoridad en toda
Transcaucasia, donde se llevó a cabo una depuración de los elementos
mencheviques y antisoviéticos.
Los georgianos reaccionaron airadamente, hasta llegar al enfrenta-
miento personal entre Ordjonikidze, apoyado por Stalin, y Budu Mdiva-
ni, líder de los bolcheviques georgianos, que alcanzó su punto crítico
con la formación de la Federación de Transcaucasia. Al principio, Lenin
apoyaba a Ordjonikidze y al Kavburó, pero gradualmente se fue opo-
niendo a ellos, y en este proceso se volvió contra Stalin.

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16. Lenin en declive

Durante 1921 la salud de Lenin comenzó a debilitarse. La arterios-


clerosis cerebral estaba obstruyendo la circulación de la sangre y cau-
sando trastornos. El hombre pequeño y rechoncho cuya energía vital ha-
bía sido inagotable, se cansaba con facilidad y se estaba volviendo cada
vez más irascible, quizá previendo que pronto no sería capaz de conti-
nuar. Las interminables horas de trabajo, los problemas cotidianos del
partido y del gobierno, imponerse a militantes displicentes o demasiado
entusiastas, todo sería superior a sus fuerzas. Pasó gran parte del vera-
no descansando en Gorki, pequeño pueblo relativamente cercano a
Moscú. Pero le era difícil descansar; tenía que estar en su puesto, diri-
giendo el partido y el gobierno.
El XI Congreso del Partido iba a celebrarse hacia finales de marzo
de 1922, y Lenin se preparó concienzudamente: las sesiones amenaza-
ban con ser tempestuosas. Muchos militantes eran contrarios a la dic-
tadura de la jerarquía y a la supresión de la democracia del partido. En
febrero de 1922 un grupo de veintidós militantes de la antigua Oposi-
ción de los Trabajadores, con Shlyapnikov y Alexandra Kollontai a la ca-
beza, llegaron al extremo de solicitar la convocatoria de la Tercera In-
ternacional. Nunca existió la posibilidad de que la Internacional censu-
rara al partido ruso, pero la acción de los veintidós militantes descon-
certó a Lenin y a sus colegas, que no se daban cuenta de que la mayo-
ría de los militantes eran favorables al grupo de Shlyapnikov.
El descontento generalizado se hizo patente en el congreso. Lenin
asistió solamente a la sesión inaugural y al acto de clausura. Las críticas
que escuchó en la sala le enfurecieron; en el pasado había reaccionado
de manera efectiva ante las críticas, pero en esta ocasión se mostró in-
dignado y llegó a hacer amenazas, provocando que algunos congresis-
tas se rieran de él. Más aún, el congreso desafió su autoridad y la del
Comité Central al negarse a expulsar del partido a Shlyapnikov y a Ko-
llontai. Por lo demás, las medidas políticas expuestas por Lenin en su
discurso de apertura fueron aprobadas. Pero en el importante asunto
del mantenimiento de las Comisiones de Control del Partido, el Comité
Central tuvo que falsear el resultado de la votación para lograr salirse
con la suya.
Las Comisiones de Control del Partido hablan sido creadas en 1920
para salvaguardar la moralidad de los comunistas. Eran independientes
y ajenas a los órganos del partido, y ningún miembro del Comité Cen-
tral podía ser incluido en una comisión de control. Era necesario man-

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tenerse vigilantes sobre la corrupción, la incompetencia y los defectos
personales de los funcionarios del partido. Lenin era un puritano en
cuanto a cuestiones de moralidad y esperaba, equivocadamente, que
bajo la constante vigilancia de tales comisiones, podría mantener el par-
tido libre de corrupción. Al principio las comisiones actuaron con meti-
culosidad contra todos los militantes. No dudaban en examinar denun-
cias contra la jerarquía, como en el caso del guardabarrera que acusó
a Stalin de blasfemar y de amenazarle. Otros líderes del partido fueron
objeto de investigaciones. Sin embargo, y cada vez en mayor medida,
las comisiones investigaban a los militantes críticos y disidentes, y se con-
virtieron en un medio para suprimir las críticas de cualquier tipo. Fue
esta la razón por la que los miembros de base querían abolir las comi-
siones.
En el congreso, Molotov intervino en representación de la Secreta-
ría y afirmó que como resultado de las depuraciones del partido, unos
ciento sesenta mil militantes habían sido expulsados u obligados a darse
de baja. «En la actualidad -dijo-, no existen las corrientes de opinión
ni las facciones semiorganizadas.» Los delegados no se dejaron impre-
sionar; las sesiones eran buena muestra de que el espíritu de oposición
distaba de estar muerto. Hubo numerosas quejas sobre la torpeza bu-
rocrática y la ineficacia del Secretariado. De todos los órganos del Co-
mité Central, la Secretaría era la que menos respeto inspiraba.
El 3 de abril de 1922, un día después de la finalización del congreso,
se anunció que Stalin había sido nombrado secretario general. La fun-
ción de este cargo consistía en coordinar el trabajo del complejo apara-
to del partido. Pero también se preveía que la Secretaría vigilara estre-
chamente a los militantes y se asegurara de que en futuros congresos
los delegados fueran elegidos más cuidadosamente. El indiscutible y des-
de luego el único hombre con los conocimientos, la competencia y la au-
toridad necesarios para ocupar este puesto era Stalin. Kamenev, en su
calidad de presidente del Politburó y en representación de éste, proce-
dió a su nombramiento, y no cabe la menor duda de que Lenin apoyó
esta elección que probablemente propició inicialmente. Molotov y Kuiby-
chev fueron nombrados ayudantes de Stalin. s4 El nombramiento apare-
ció en la prensa soviética como un asunto rutinario. Nadie, al parecer,
ni siquiera Lenin en esta ocasión, se paró a pensar que Stalin se con-
vertía en el único líder bolchevique que era miembro del Comité Cen-
tral, Politburó, Orgburó y Secretariado, los cuatro órganos estrecha-
mente interrelacionados que controlaban todos los asuntos del partido
y de la vida nacional.
Lenin se encontraba cansado después del congreso. Las tormento-
sas reuniones agotaban su energía y, en lugar de recuperarse rápida-
mente, necesitaba un largo descanso. Furioso por esta desacostumbra-
da debilidad, exigía a los médicos su rápida curación. Sólo tenía cincuen-
ta y dos años, edad en la que muchos hombres alcanzan la plenitud, y
esperaba razonablemente mantenerse muchos años en el poder. En abril
de 1922 se sometió a una pequeña operación con el fin de que le extir-
paran una bala que tenía alojada en el cuerpo desde que en 1918 Fanya

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Kaplan le alcanzara de un disparo. Como es lógico, los médicos espe-
raban que la operación propiciara una mejoría en su estado general.
Pero el 26 de mayo de 1922, mientras descansaba en su casa de campo
de Gorki, sufrió una hemiplejía que le produjo parálisis del lado derecho
en todo el cuerpo y la pérdida del habla.
El partido y la nación entera experimentaron una terrible conmo-
ción. De acuerdo con la tradición secular, el pueblo ruso consideraba a
un solo hombre como su gobernante, la encarnación del gobierno y de
la nación. Para los rusos, Lenin ocupaba el puesto que dejara vacante
el zar y, en aquellos momentos, tras las catástrofes de la guerra y cuan-
do todos los elementos de la vida nacional estaban al borde del colapso,
era un hombre necesario.
En el seno del partido la conmoción fue aún mayor. Lenin era el
creador del partido, se le identificaba con éste, y se pensaba que sin él
el partido no podía existir. Los líderes estaban alarmados. A todos los
niveles, desde el Comité Central hasta la militancia de base, la preocu-
pación dominante era la de tranquilizar a las masas y proteger la unidad
del partido.
El Politburó había sido el órgano oligárquico que ejercía el poder, y
aunque Lenin pensaba y actuaba como un autócrata, normalmente con-
sultaba a sus miembros y buscaba su conformidad. Entonces, dentro
del Politburó, se formó una troika o triunvirato formado por Zinoviev,
Kamenev y Stalin para ejercer un liderazgo colectivo. Zinoviev, como
jefe del partido en Petrogrado y estrecho colaborador de Lenin, fue acep-
tado en un principio como su líder. Kamenev, en su calidad de presi-
dente del Politburó y máximo dirigente del partido en Moscú, era tam-
bién un miembro por derecho propio. Stalin era el líder organizador y
representaba al aparato del partido. Trotski fue iexcluido. Zinoviev, Ka-
menev y Stalin se opusieron personalmente a su elección, pero la razón
principal de su exclusión fue el miedo a que su .actitud arrogante y dic-
tatorial ante los problemas provocara discrepancias y pusiera en peligro
la unidad del partido. ·
El triunvirato, que reunía en ausencia de Lenin a los tres hombres
más poderosos del partido, fue aceptado como algo transitorio. De he-
cho, fue el primer asalto en la lucha por la sucesión.
Los líderes del partido trabajaban con ahínco para tranquilizar al
pueblo respecto a la salud de Lenin, y para inculcarle confianza en que
pronto volvería a su puesto. Un breve artículo firmado por Stalin y pu-
blicado en Pravda el 24 de septiembre de 1922, fue particularmente dig-
no de atención. Stalin tenía el don especial de comunicarse directamen-
te con las masas, de hacerlas sentir que se dirigía a ellas como un amigo
en quien se podía confiar. Era una cualidad ql).e utilizaba raras veces,
pero su impacto era extraordinario. ·
Comentaba que no era realmente conveniente escribir sobre el des-
canso de Lenin, dado que pronto iba a volver ~l trabajo. Además, tenía
tantos recuerdos de las ocasiones en que se había reunido con él, que
no podía incluirlos todos en un breve artículo .. Pero tenía que escribir
porque los editores insistían. Cuando le vio por primera vez después del

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ataque en julio de 1922, Lenin le había recordado a uno de aquellos sol-
dados que, tras luchar incesantemente durante días y días, tomaban un
descanso y volvían después recuperados y dispuestos para nuevos com-
bates.
La impresión que le produjo Lenin era que después de un mes y
medio de descanso estaba restablecido, pero con indicios de su antiguo
agotamiento. Lenin se quejó irónicamente de que los médicos «no me
permiten leer los periódicos ni hablar de política». Stalin añadía: «Pero
nos reímos de los médicos que no pueden comprender que a los políti-
cos profesionales les es imposible dejar de hablar de política cuando se
reúnen .» Un mes después se encontró a un Lenin diferente, rodeado de
un montón de libros y periódicos y ya sin muestras de postración ni de
fatiga. Era «nuestro Lenin, mirando astutamente a su visitante y entor-
nando los ojos».
Cuando se publicó este artículo, Lenin estaba todavía gravemente
enfermo, pero no era un hombre que se sometiera pasivamente a los
impedimentos físicos. Luchaba decididamente para vencer la parálisis y
recuperar el habla. El 2 de julio, escribía triunfalmente: «Mi letra comien-
za a parecer humana», y pedía que le prepararan numerosos escritos
pensando en su vuelta al trabajo. Su recuperación fue rápida, y a pri-
meros de octubre se encontraba de nuevo en su despacho de Moscú.
Pero tendría que haber dedicado más tiempo a la recuperación. Los mé-
dicos le aconsejaron que pasara la convalecencia en Crimea debido a
su clima templado, y que evitara el invierno del norte, pero Lenin no que-
ría oír hablar de permanecer alejado ni un día más de lo necesario y,
aunque aceptó restringir sus actividades, en seguida se entregó de lleno
a su trabajo. 85
El regreso de Lenin a Moscú fue bien acogido por la mayoría de los
militantes, pero entre los líderes del partido, y de manera especial en el
triunvirato, causó algunos recelos. Lenin se había vuelto más arbitrario
e imprevisible. En aquella época de crisis económica y de agitación en
el seno del partido, quizá adoptara una serie de medidas que manten-
dría tenazmente en contra de cualquier objeción. Al mismo tiempo se
mostraba posesivo respecto al partido: él lo había creado y no estaba
dispuesto a ceder el control ni siquiera a los camaradas más próximos
a su persona.
Stalin, en particular, tenía motivos para estar inquieto. Parecía que
la enfermedad había convertido a Lenin en un viejo arisco y entremeti-
do. Incluso antes de sufrir el primer ataque, había dado muestras alar-
mantes de excitabilidad y arbitrariedad. Una propuesta hecha por So-
kolnikov, entonces comisario de Finanzas, a favor de la atenuación del
monopolio del comercio exterior del Estado, provocó una de sus rabie-
tas. El plan de Sokolnikov proponía introducir una flexibilidad en el co-
mercio exterior mayor a la establecida por la bisoña administración del
Comisariado de Comercio Exterior. Una propuesta que, en condiciones
normales, Lenin habría debatido con calma y con lógica. Pero esta vez
su reacción sorprendió a todos. El 15 de mayo de 1922 escribió a Stalin
y a M. Frumkin, vicecomisario de Comercio Exterior, pidiendo que to-

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maran formalmente medidas para prohibir más consideraciones sobre
la propuesta. Stalin contestó con serenidad a este inopinado requeri-
miento: «No tengo nada que objetar en las actuales circunstancias a la
prohibición formal de las medidas encaminadas a flexibilizar el monopo-
lio del comercio exterior; sin embargo, creo que esta flexibilización se
está haciendo inevitable.»86 Para Stalin esta discrepancia era algo mo-
lesta, pero carecía de importancia. Fue, sin embargo, un antecedente
de conflictos más graves.
Durante los meses de convalecencia, Lenin había tenido tiempo de
reflexionar sobre el partido, su aparato y sus militantes destacados. Pro-
bablemente se había dado cuenta por primera vez de la porción de po-
der que había recaído en manos de Stalin. Esta idea le invadió de re-
sentimiento, como si le hubiera descubierto en el acto de usurpar su
puesto. Aunque generalmente se supone que Stalin trataba encubierta-
mente de conseguir puestos de poder e influencia, el hecho es que su
promoción se debía principalmente a la iniciativa de Lenin. Una vez nom-
brado para algún alto cargo, ejercía prontamente la autoridad necesaria
para desempeñar el trabajo. Aunque Lenin reconocía esto, no por ello
disminuyó su resentimiento.
Al igual que la mayoría de los hombres obsesionados por el poder,
Lenin consideraba la autoridad como algo personal, y no podía soportar
la idea de que otro la ejerciera. El era el elegido por el destino para aca-
bar con el régimen zarista, dirigir la revolución y construir una sociedad
nueva. En aquellos momentos, debido a que todavía creía en su com-
pleta recuperación y a que no podía concebir que otro ocupara su pues-
to, no pensaba en elegir a un sucesor. La posibilidad de que Stalin pu-
diera llegar a asumir el papel le irritaba, y esto le hizo tomar la decisión
de reducir su autoridad e incluso de destruirle políticamente. Pero Sta-
lin era ya un miembro indispensable de la jerarquía gobernante y aun
cuando Lenin hubiera disfrutado de buena salud, le habría resultado pro-
bablemente imposible conseguir su destitución.
Los comunistas siempre se mostraban preocupados por los forma-
lismos legales: ansiaban la respetabilidad. Pero, en 1922, sus circunspec-
tos debates sobre una nueva constitución se vieron aguijoneados por
algo más que el ansia de respetabilidad. Las relaciones entre la RSFSR
y las demás repúblicas eran confusas. Ucrania y Georgia protestaban
enérgicamente por la falta de delimitación de poderes y por la autoridad
suprema asumida por la RSFSR en algunas materias, sin consultas ni
acuerdos. En 1922, además, la Rusia soviética iniciaba relaciones diplo-
máticas con otros países y era necesaria una constitución que permitie-
ra al gobierno de Moscú representar a todo el país.
El 10 de agosto de 1922, el Comité Central creó una comisión cons-
titucional bajo la presidencia de Stalin. Su misión consistía en definir en
términos aceptables la relación entre la RSFSR y las repúblicas, para es-
tablecer así la base de una nueva constitución. La comisión incluía a re-
presentantes de las repúblicas, pero el texto final fue redactado por un
subcomité formado por Stalin, Ordjonikidze, Molotov y Gabriel Myas-
nikov. Fue, de hecho, el proyecto de Stalin el que se presentó, y éste

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reflejaba fielmente las ideas que había ido perfilando con la directa par-
ticipación de Lenin después de la revolución. Esta propuesta tenía el si-
guiente título: «Proyecto de resolución relativa a las relaciones entre la
RSFSR y las repúblicas independientes». Los apartados principales es-
tablecían la fusión de las repúblicas con la RSFSR como unidades autó-
nomas y el ejercicio de la autoridad de los principales órganos de la
RSFSR sobre las repúblicas. Se plasmaba así su concepción de la Rusia
soviética como un Estado centralizado en el que el gobierno de la RSFSR
era soberano en sus poderes sobre la totalidad del país.
El proyecto fue enviado a las repúblicas para su aprobación por los
comités centrales. El Partido Comunista de Azerbaijan, sujeto al domi-
nio de Orjonikidza, lo aprobó, pero los demás manifestaron su absoluta
disconformidad, y nadie con más vigor que los georgianos. Cuando la
comisión se reunió los días 23 y 24 de septiembre de 1922, sin embargo,
no dio importancia a esta reacción hostil y aprobó el plan. Al día siguien-
te Stalin envió el proyecto junto con otros documentos secundarios a
Lenin, que se encontraba en Gorki, y a todos los miembros del Comité
Central, cuya próxima reunión estaba fijada para el 5 de octubre.
Lenin criticó duramente el proyecto. Mantuvo una reunión con Sta-
lin en la que insistió en la creación de una nueva federación con un go-
bierno diferente, y en la que todas las repúblicas, incluida la RSFSR, de-
berían integrarse como iguales. El plan del proyecto, previendo la fusión
de las repúblicas autónomas con la RSFSR, sería considerado como un
acto de patrioterismo por parte de los gran rusos y provocaría y refor-
zaría los movimientos nacionalistas. Stalin aceptó la propuesta de Lenin
en cuanto a la unión de las repúblicas en plano de igualdad, pero recha-
zó su demanda relativa a la creación de nuevos órganos de gobierno cen-
tral. El gobierno de la RSFSR ya disponía del aparato necesario, y crear
un nuevo estrato de órganos supremos conduciría a un sistema confuso
y recargado en la cúpula.
Lenin se reafirmó en su idea y el 26 de septiembre escribió una car-
ta a Kamenev para que la difundiera entre los miembros del Politburó.
Calificando el tema de extrema importancia, se quejaba de que «Stalin
tiene una ligera tendencia a ser impaciente», comentario que dolió a Sta-
lin, que había aceptado enmendar el proyecto para permitir que todas
las repúblicas en condiciones de igualdad y junto a la RSFSR formaran
la Unión de Repúblicas Soviéticas de Europa y Asia. Sin embargo, Sta-
lin no había aceptado la otra enmienda importante exigida por Lenin,
por lo que debería ser considerada por el Pleno.
Stalin reaccionó airadamente. Consideraba que los puntos de vista
de Lenin respecto a las nacionalidades eran confusos y contradictorios,
y desaprobaba su preocupación por los sentimientos de los nacionalis-
tas . El texto de la carta le molestó, por lo que hizo circular ásperos co-
mentarios entre los miembros del Politburó. Cuestionaba uno por uno
los puntos defendidos por Lenin, rechazando algunos y descalificando
otros por tener valor sólo sobre el papel. Resentido por el comentario
de Lenin sobre la impaciencia, comentaba que era éste quien se había
precipitado un poco al proponer la fusión de algunos comisariados con

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nuevos órganos federales. «No hay duda -escribió- de que esa preci-
pitación dará pábulo a los defensores de Ja independencia en perjuicio
del liberalismo nacionalista del camarada Lenin.» 87
El Pleno aceptó las propuestas de Lenin como deferencia a sus pe-
ticiones vigorosamente defendidas. El máximo dirigente no estuvo pre-
sente en la sesión del 6 de octubre de 1922 cuando se debatió la cues-
tión. Se lo impidió un dolor de muelas, pero hizo patentes sus opiniones
a través de una nota en la que decía: «Declaro la guerra al patrioterismo
gran ruso; una guerra no de por vida, sino a muerte. Tan pronto como
me vea libre de esta maldita muela, lo devoraré con todas las muelas
sanas.» El Pleno aprobó el proyecto revisado. También creó una comi-
sión de once miembros, de nuevo bajo la presidencia de Stalin, para re-
dactar una constitución sobre la base de las líneas maestras que habían
quedado aprobadas.
Los georgianos plantearon entonces otra objeción. El proyecto pre-
parado por Stalin preveía que las tres repúblicas de Transcaucasia se
integraran directamente en la RSFSR. El proyecto aprobado por el ple-
no disponía que las tres repúblicas deberían unirse primero como una
Federación de Transcaucasia, y se incorporarían junto con las demás re-
públicas a la formación de la Unión Soviética. Los georgianos pedían en
esta -Ocasión que su república ingresara en la unión como una sola re-
pública, al igual que Ucrania y Bielorrusia, y que se abandonara la idea
de una Federación de Transcaucasia. El 16 de octubre, Stalin respondió
que el Comité Central había rechazado unánimemente su petición.
Por entonces, Stalin y otros estaban exasperados por los georgia-
nos, que les hacían perder un tiempo precioso cuando otros asuntos ur-
gentes reclamaban su atención. Stalin también estaba molesto porque
se había enterado de que Lenin, durante su convalecencia, había man-
tenido conversaciones privadas con Mdivani y algunos de sus colegas.
El líder georgiano hacía campaña activa en contra de Ordjonikidze e in-
directamente contra Stalin, y buscaba una especial consideración para
Georgia. Mdivani, agradable y persuasivo, que luchaba decididamente
contra el chovinismo de los gran rusos, iba ganando las simpatías de
Lenin.
Los georgianos tenían algunas razones para oponerse a la Federa-
ción de Transcaucasia. Ordjonikidze, el «orgullo Sergo», se había iden-
tificado a sí mismo completamente, al igual que Stalin, con el partido
ruso. Cuando alguien se le oponía, era colérico e impaciente; no pres-
taba atención a las sensibilidades no rusas. A iniciativa suya, y proba-
blemente con la aprobación de Stalin, una sesión plenaria del Kavburó
decidió la federación de Georgia, Azerbaijan y Armenia. No se habían
celebrado consultas previas a los comités centrales de los tres grupos
nacionalistas, y mientras Armenia y Azerbaijan aceptaron posteriormen-
te, Mdivani, en nombre de los comunistas georgianos, censuró la pro-
puesta.
En una reunión del Presidium del Comité Central georgiano, Mdi-
vani llegó a declarar que, con sólo tres excepciones, los miembros del
comité consideraban a Orkjonikidze como el «genio maligno del Cáuca-

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..
.·--
' .

En 1922, S talin se reunió en Gorki con Lenin, cuya enfermedad le había


obligado a recluirse en es ta localidad.

so» y pedían su destitución. Mdivani, a continuación, envió un telegra-


ma personal a Stalin proponiendo que se produjeran cambios entre los
miembros del Kavburó, y quejándose de que «Sergo [Ordjonikidze] acu-
sa a los comunistas georgianos, y a mí en particular, de patrioterismo».
Pero Stalin, que apoyaba totalmente las actividades de Ordjonikidze,
hizo caso omiso a la petición.
En Moscú, el Politburó había solicitado un informe sobre la deci-
sión del Kavburó respecto a la formación de la República Transcaucá-
sica. Stalin preparó el informe y redactó la decisión del Politburó. Envió

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el texto a Lenin, que confirmó su apoyo a la Federación, pero que pro-
puso cambios en la redacción para no dar la impresión de que los tres
países actuaban bajo presiones de Moscú. El Politburó aprobó el pro-
yecto revisado.
Bajo la dirección de Mdivani, los georgianos continuaron su cam-
paña contra Ordjonikidze y contra el Kavburó. El cuñado de Stalin, Alek-
sandr Svandize, comisario georgiano de Finanzas, le escribió una carta
pidiéndole que tratara de reconciliar a Mdivani y a Ordjonikidze. Añadía
una posdata preguntando si podía ser destinado al extranjero para li-
brarse de las tensiones políticas de Tiflis, y su petición fue atendida, sien-
do nombrado representante comercial soviético en Berlín.
Los georgianos insistían en su campaña a favor de un tratamiento
por separado. En un telegrama a Lenin, criticaban a Orjonikidze. Pero
Lenin confirmó la decisión de que Georgia debía integrarse en la URSS
como parte de la Federación Transcaucásica. Stalin, por su parte, esta-
ba furioso con los líderes georgianos. El 22 de octubre envió un telegra-
ma a Ordjonikidze: «Tenemos la intención de acabar con la disputa en
Georgia y de castigar severamente al Comité Central georgiano. En mi
opinión, tenemos que adoptar una línea decidida y eliminar todos los ves-
tigios de nacionalismo del Comité Central. ¿Ha llegado el telegrama
de Lenin? Está furioso y molesto en extremo con los nacionalistas geor-
gianos.»
Sin embargo, Lenin parecía estar cambiando su postura respecto a
la cuestión de las nacionalidades. De hecho, se enfrentaba a un dilema
que era incapaz de resolver. Había trabajado para establecer un partido
unido y un Estado centralizado, pero ahora también quería una situa-
ción excepcional que incluyera un cierto grado de autogobierno para las
minorías, y especial protección para ellas contra la conculcación de sus
derechos por parte de los gran rusos. Las dos exigencias eran incom-
patibles. Stalin advertía las contradicciones inherentes a esta postura;
por su parte, se había identificado completamente con la hegemonía gran
rusa en el partido y en el gobierno. Le irritaban las maniobras de Lenin
para reconciliar lo irreconciliable.
Los georgianos continuaban su campaña, y el tema georgiano co-
menzaba a inquietar a los líderes del partido. Kamenev y Bujarin pro-
pusieron el nombramiento de una comisión investigadora, y la Secreta-
ría designó como presidente a Dzerzinsky, que siempre se había opues-
to decididamente al principio de autodeterminación. Pero Lenin, obvia-
mente, no confiaba en el presidente ni en los miembros de esta comi-
sión, porque pidió a Rykov que realizara investigaciones en Tiflis y que
le informara a él personalmente.
Un incidente presenciado por Rykov en Tiflis y puesto en conoci-
miento de Lenin enfureció a éste. Rykov se encontraba en el aparta-
mento de Ordjonikidze hablando con A. Kobajidze, uno de los partida-
rios de Mdivani. Cuando Ordjonikidze entró en la habitación, Kobajid-
ze, volviéndose hacia él, habló sobre un caballo blanco que estaba en
su poder, acusándole virtualmente de corrupción. Ordjonikidze, exacer-
bado por el insulto, le abofeteó. Según las memorias de Anastas Miko-

- 149-
y n, publicadas después de la muerte de Stalin, el caballo blanco era un
regalo de los pobladores de las montañas que la tradición caucasiana le
obligaba a aceptar. Había llevado el caballo a los establos oficiales y lo
montaba sólo en ocasiones especiales. La acusación de corrupción no
estaba justificada y su airada reacción era comprensible. 88
Lenin estaba indignado por el incidente. Lo consideraba una prue-
ba evidente de que los funcionarios comunistas de más categoría, lleva-
dos por la arrogancia de los gran rusos, no habían dudado en humillar
a un miembro de una minoría nacionalista. No se preocupó por exami-
nar las circunstancias de la violenta reacción de Ordjonikidze.
Este y otros incidentes sugerían que la enfermedad de Lenin le afec-
taba psíquicamente. Se estaba volviendo cada vez más caprichoso y
montaba en cólera por asuntos de poca importancia. Una decisión del
Politburó, adoptada después de que hubiera abandonado la sesión el 7
de diciembre de 1922, por la que se permitía al profesor Nikolai Rozkov
residir y estudiar en Moscú, le exasperó. Rozkov había sido bolchevi-
que, pero en 1917 se unió a los mencheviques y apoyó al gobierno de
Kerensky. Después abandonó todas las actividades políticas y se dedicó
al estudio, pero se había granjeado el odio inmarcesible de Lenin, que
hostigó a los miembros del Politburó hasta que, con tal de que les de-
jara en paz, revocaron su decisión y enviaron al desdichado profesor a
Simbirsk. Es probable que su irritación por este incidente, y a causa del
conflicto georgiano, tuviera algo que ver con los dos ligeros ataques que
sufrió los días 13 y 16 de diciembre.
Al cabo de unos días, sin embargo, pudo trabajar durante cortos
espacios de tiempo. Sus preocupaciones primordiales eran resolver el
problema georgiano a su gusto, y, en estrecha relación con esto, conti-
nuar su campaña contra Stalin. A finales de diciembre dictó un «Memo-
rándum sobre la cuestión nacional» que iba a ser su última aportación
al tema:
«Al parecer, soy culpable ante los trabajadores de Rusia por no ha-
ber intervenido con energía y firmeza suficientes en el conocido tema
de la "autonomización", como se llama oficialmente, parece ser, a la
cuestión de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas .. . Se dice
que necesitábamos un único aparato .. . ¿No es nuestro aparato el mis-
mo aparato ruso que fue tomado prestado del zarismo y sólo ligeramen-
te ungido con el crisma soviético?
»En tales circunstancias, es natural que "la libertad de abandonar
la Unión" con la que nos justificamos a nosotros mismos, no será más
que papel mojado, incapaz de defender a las minorías de Rusia frente a
las usurpaciones de ese patriotero ruso cien por cien, en realidad, el sin-
vergüenza y el conculcador que es el típico ruso ...
»Creo que en este tema desempeñó un papel fatal la precipitaé:ión
y la pasión administrativa de Stalin, así como su enojo con el notorio
"socialnacionalismo". La ira, en general, desempeña en política el peor
de los papeles.
»También me temo que el camarada Dzerzinsky, que viajó al Cáu-
caso para "investigar los crímenes de estos socialnacionalistas", adoptó

- 150-
una actitud exageradamente rusa en este asunto (de todos es bien sa-
bido que los individuos de otras nacionalidades asimilados a la cultura
rusa tienden a mostrar en estos asuntos actitudes cien por cien rusas),
y que la objetividad de su misión sea la misma que tuvo Ordjonikidze al
golpear a Kobajidze. Creo que no hay provocación, ni siquiera ofensa,
que pueda justificar esa "violenta acción" rusa, y que el camarada Dzer-
zinsky es irrevocablemente culpable de subestimar la importancia de
este golpe.» 89
Sin embargo, tras este sensacional ataque contra el chovinismo
ruso, y contra Stalin y otros, sólo proponía soluciones triviales. Los fun-
cionarios rusos deberían observar «códigos de conducta» en los países
fronterizos; debería ampliarse la protección a los idiomas y a la cultura
de las minorías nacionales; debería ser reforzado el control del partido
sobre el aparato; su propuesta principal era que la unión de las repúbli-
cas debería ser «mantenida y reforzada», pero que las repúblicas debe-
rían tener independencia excepto en cuestiones militares y de política
exterior. No cabía esperar que el memorándum consiguiera el apoyo de
Stalin, porque éste no era un adulador dispuesto a disimular sus opinio-
nes con el fin de reconquistar el favor de Lenin.

- 151 -
17. Los últimos meses de Lenin

Lenin estaba agotado física y psíquicamente. Había dedicado su vida


al único objetivo de dirigir la revolución socialista en Rusia. Su meta pa-
recía tan lejana, que no esperaba verla cumplida. Súbitamente, la gue-
rra, el fracaso del zar Nicolás 11 y la caída del antiguo régimen, así como
otros factores, empujaron a Rusia a la revolución. Llegó al poder, y en-
tonces se produjo la gran conmoción. Había pensado durante mucho
tiempo y con ilusión en la destrucción del régimen zarista, pero sólo en
términos generales sobre la creación de un nuevo orden. Su preocupa-
ción inmediata fue impedir que el poder se le escapara de las manos por-
que el poder era su obsesión. La siguiente etapa, que era construir el
Estado soviético, estaba más allá de sus fuerzas y, probablemente, más
allá de su talento. Stalin tenía ambas cosas, fuerza y talento, y estaba
decidido a cargar con esa inmensa tarea. Fue sobre estas fechas cuan-
do empezó a verse a sí mismo como líder del partido y del país.
Lenin regresó a Moscú en octubre de 1922, con la intención de vol-
ver a asumir su papel de líder. Dispuso que las reuniones del Politburó
se celebraran una vez a la semana como máximo, que no superaran las
tres horas de duración y que el orden del día fuera distribuido al menos
con un día de antelación. Pero era demasiado exigente consigo mismo.
Tenía que depender de otros para saber lo que ocurría, y comenzaba a
sospechar que en el partido existía un cabildeo dirigido contra él. En el
Politburó, Zinoviev y Kamenev eran favorables a Stalin, en tanto que
T rotski estaba aislado. Donde quiera que Lenin miraba, Stalin o uno de
sus numerosos partidarios ejercía el control. Airado y frustrado por su
propia incompetencia, sentía crecer su rencor hacia Stalin.
Después del ataque del 16 de diciembre de 1922, todos los que ha-
bían colaborado de cerca con Lenin sabían que ya nunca volvería a ser
capaz de hacer frente a las responsabilidades políticas. Lucharía con fir-
meza y con gran coraje para volver al trabajo, pero tendría que econo-
mizar fuerzas. Al mismo tiempo, los líderes comunistas estaban cada
vez más preocupados por la perspectiva de que Lenin interfiriera en los
asuntos del partido y del gobierno. Todavía gozaba de un gran prestigio
entre los militantes de base y podría tratar de minar la posición de los
propios líderes.
El 24 de diciembre de 1922, Stalin, Kamenev y Bujarin, en nombre
del Politburó, trataron con los médicos el régimen que debería seguir Le-
nin. Se acordó que «Vladimir Ilyich tiene derecho a dictar cada día du-
rante cinco o diez minutos, pero esto no puede tener el carácter de co-

-152 -
rrespondencia, y Vladimir Ilyich no puede esperar respuestas. Se prohí-
ben las visitas de políticos. Sus amigos y quienes le rodean no pueden
informarle sobre asuntos políticos.» 90 Presumiblemente, estas restriccio-
nes se basaban en la opinión de los médicos, que querían una rutina tran-
quila para el inválido, evitando en particular las controversias políticas
que pudieran excitarle. Sin embargo, resultó extremadamente difícil lle-
var a la práctica las restricciones; Lenin consiguió mayor libertad para
dictar a sus secretarias, amenazando a los médicos con dejar de coo-
perar con ellos. Pero las restricciones reflejaban, además de la preocu-
pación de los médicos, la inquietud de los líderes del partido por impe-
dir sus poco aconsejables interferencias.
El Politburó encomendó a Stalin la tarea de mantenerse en contac-
to con los médicos y, de hecho, vigilar a Lenin. Era una tarea nada en-
vidiable; Lenin iba a ofenderse por la tutela y ello aumentaría su anta-
gonismo hacia Stalin. Resulta sorprendente que éste, consciente de esos
riesgos, aceptara la tarea que le encomendaban sus colegas. Ellos no
querían la responsabilidad para sí, y probablemente no les importaba
ver a Stalin expuesto a estos peligros. Al menos en una ocasión mani-
festó que no estaba dispuesto a continuar, pero se dejó persuadir y si-
guió adelante. Probablemente, además, consideraba ventajoso mante-
nerse en estrecho contacto con las actividades de Lenin en aquellos mo-
mentos.
El diario de las secretarias de Lenin, escrito entre el 21 de noviem-
bre de 1922 y el 6 de marzo de 1923, incluía día a día los detalles sobre
su trabajo, sus visitantes y su salud, y después del 13 de diciembre in-
cluía sus acciones más insignificantes. Lenin, con el brazo y la pierna de-
rechos paralizados, estaba entonces en cama, recluido en su pequeño
apartamento del Kremlin, aislado de las cuestiones de gobierno y del
mundo exterior. Los médicos insistían en que no debía ser molestado,
y sus órdenes fueron más severas a partir del 24 de diciembre de 1922
debido a las instrucciones del Politburó y a la supervisión de Stalin.
Incapaz de abandonar los hábitos del poder, Lenin luchaba por con-
seguir los documentos que le interesaban, confiando para ello en su mu-
jer, Krupskaia, su hermana Maria Ilyichna y tres o cuatro secretarias.
Estaba obsesionado con la idea de que antes de morir tenía que dar
unas instrucciones definitivas que fueran seguidas por el partido. Toda-
vía se consideraba a sí mismo el líder sin el cual ni el partido ni el Estado
soviético podrían sobrevivir.
Trabajando contra el tiempo y con una convicción paranoica en su
propia infalibilidad, podía ser peligroso. Los líderes comunistas tenían
siempre presente este peligro, y temían aún más que conspirara secre-
tamente contra ellos. De hecho, Lenin consiguió crear una comisión pri-
vada que investigara los acontecimientos en Georgia, acción que consi-
deraba su «conspiración>>. Al final de su vida, el viejo conspirador no po-
día resistirse a intrigar, incluso contra sus propios colegas.
Stalin estaba indudablemente preocupado; sospechaba que l,.enin
estaba preparando algunos documentos y conspirando contra él. La di-
ficultad estribaba en atravesar el muro de silencio que rodeaba al invá-

- 153 -
lido. La situación le irritaba y no siempre podía dominar su genio. Al en-
terarse de que Krupsakia había escrito una carta dictada por Lenin, la
telefoneó y la amenazó airadamente con que la Comisión de Control
del partido abriría un expediente contra ella por desobedecer las ins-
trucciones del Politburó.
Krupskaia, profundamente ofendida, se quejó a Kamenev. «Lev Bo-
risovich -escribió indignada- me sometió ayer a un aluvión de repro-
ches de lo más groseros por una breve nota que Lenin me dictó con
permiso de los médicos. No soy nueva en el partido. En los treinta años
que llevo en él, jamás he oído decir a un camarada ni una sola palabra
soez. Los intereses del partido y de Ilyich no son para mí menos queri-
dos que para Stalin. Por el momento necesito todo el autodominio de
que soy capaz. Sé mejor que todos los médicos lo que se puede y lo
que no se puede decir a Ilyich, porque sé lo que le perturba y lo que no
y, en cualquier caso, lo sé mejor que Stalin.»91
Probablemente, Kamenev sugirió de alguna manera a Stalin que tra-
tara más amablemente a los allegados a Lenin, a lo que Stalin respondió
bruscamente que estaba cansado de tratar a una gente tan difícil, y que
quería que otra persona se encargara de tan penosa tarea. Se le con-
venció para que continuara, y no hubo más quejas. El 30 de enero de
1923, Fotyeva escribió en el diario de las secretarias: «Stalin me pregun-
tó si no estaba comentando demasiadas cosas a Vladimir Ilyich. ¿Cómo
consigue mantenerse informado sobre temas actuales? Por ejemplo, su
artículo sobre la Inspección de Trabajadores y Campesinos (Rabkrin) de-
muestra que conocía algunas circunstancias.»
Por entonces Stalin trabajaba en la nueva constitución que presen-
tó el 30 de diciembre de 1922 en el Congreso Constituyente de los So-
viets de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Era, según afir-
mó, «un día crucial en la historia del poder soviético». En un breve dis-
curso proclamó que durante los últimos cinco años el régimen había su-
perado el periodo de caos de la guerra, y que ahora se encontraba en
el segundo periodo en el que tenía que hacer frente al caos económico;
de acuerdo con la nueva constitución, contaban con una organización
unitaria del Estado y con una nueva Rusia que resolvería estos proble-
mas. Hizo una positiva exposición de las tareas que tenían ante sí, y se
hizo eco de las críticas que acusaban al partido de ser más destructivo
que creativo. «A nosotros los comunistas -dijo- se nos critica con fre-
cuencia de ser incapaces de construir. Dejemos que la historia del régi-
men soviético durante sus cinco años de existencia sirva de testimonio
del hecho de que los comunistas saben cómo construir lo nuevo igual
que saben cómo construir lo viejo.»
En diciembre de 1922 Lenin debió de darse cuenta, por fin, de que
no sería capaz de intervenir en el XII Congreso en marzo de 1923. Pero
todavía podía ejercer influencia desde su cama de enfermo. Con asom-
brosa determinación, preparó entre el 23 y el 31 de diciembre una serie
de notas sobre el futuro del partido, a las que el 4 de enero de 1923 aña-
dió un apéndice. También dictó, entre los días 30 y 31 de diciembre, un
memorándum sobre la cuestión de las nacionalidades.

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El título dado a las notas por su secretaria, Maria Volodicheva, fue
«Carta al Congreso», porque estaban destinadas a ser distribuidas y leí-
das a los delegados. El documento ha dado en llamarse «Testamento de
Lenin». Además, en enero y febrero de 1923, escribió cinco artículos,
que la mayoría de los miembros del Politburó trató de suprimir. Para un
hombre gravemente enfermo y en el umbral de la muerte, fue un logro
heroico. ·
Mucho se ha dicho sobre el testamento. Sin embargo, no era una
inspirada definición de los ideales y objetivos de la Revolución, y era más
malintencionado que constructivo. Comenzaba con la afirmación de que
«aconsejaría encarecidamente varios cambios en nuestro sistema políti-
co». El objetivo de estos cambios era fortalecer el partido. El primer pe-
ligro radicaba en que la alianza entre trabajadores y campesinos, de la
que dependía el régimen, podría venirse abajo, pero esto era improba-
ble porque la NEP estimularía su unión. El mayor riesgo radicaba en
una posible escisión en el seno de la jerarquía del partido. Para evitar
que esto ocurriera, era esencial fortalecer el Comité Central aumentan-
do el número de sus miembros. Los nuevos miembros debían ser pro-
letarios de la base y no miembros del aparato del partido que «ya han
adoptado ciertos hábitos y prejuicios contra los que debemos luchar con
decisió"n». Estos trabajadores tendrían que estar presentes en todas las
reuniones del Politburó y leer todos los documentos de éste; con su pre-
sencia añadirían estabilidad al comité y harían posible la reorganización
y la mejora del aparato del partido.
Durante toda su trayectoria política, Lenin había insistido en la ne-
cesidad de un pequeño órgano central con abnegados revolucionarios
profesionales al mando. Siempre había trabajado sobre esta base, y el
Politburó de cinco y después de siete miembros era creación suya. Como
bien sabía él, su propuesta de un Comité Central más numeroso, pre-
sente en todas las reuniones del Politburó, era una medida que favore-
cía la confusión y la ineficacia. Desde luego si alguien hubiera hecho se-
riamente esta propuesta cuando él gozaba de buena salud, habría lu-
chado contra ella con uñas y dientes.
El peligro de división en el partido radicaba principalmente en las
relaciones entre Stalin y Trntski. Lenin escribió:
«El camarada Stalin, al convertirse en secretario general, ha con-
centrado en sus manos un poder enorme, y no estoy seguro de que siem-
pre consiga utilizar este poder con suficiente prudencia. Por otra parte,
el camarada Trotski .. . se distingue no sólo por sus excepcionales cua-
lidades -personalmente, pienso que es quizá el hombre más capaz
en el actual Comité Central- sino también por su gran seguridad en sí
mismo y su excesiva entrega al aspecto puramente administrativo de las
cosas ...
»No describiré las características de otros miembros del Comité
Central en cuanto a sus cualidades personales. Solamente recordaré
que el episodio de octubre de Zinoviev y Kamenev no fue, por supues-
to, accidental, pero puede ser empleado en su contra con tan poco éxi-
to como el antibolchevismo de Trotski.

- 155 -
»Entre los miembros jóvenes del Comité Central quiero decir algu-
nas palabras sobre Bujarin y Pyatakov ... Bujarin no sólo es el más va-
lioso y el mejor teórico del partido, sino que es además correctamente
considerado su favorito. Pero sus puntos de vista ofrecen dudas en cuan-
to a su consideración de plenamente marxistas ...
»Respecto a Pyatakov, es, sin lugar a dudas, un hombre de volun-
tad y de cualidades excepcionales, pero demasiado entusiasmado por ...
el aspecto administrativo de las cosas para confiarle una cuestión polí-
tica grave ... »
Al preparar estas notas para el congreso, Lenin podría haber trata-
do de fortalecer su lealtad al partido y viceversa. Resultó evidente, sin
embargo, que, si bien más de manera solapada que con referencias di-
rectas, su intención era perjudicar su prestigio y sembrar la discordia en-
tre ellos. Nunca olvidaba ni perdonaba, y era vengativo. Y si mencionó
a Zinoviev y a Kamenev fue sólo para recordar al partido que habían
sido demasiado pusilánimes o demasiado prudentes para apoyar la toma
del poder en octubre de 1917. En términos generales alabó a Trotski, y
después recordaba que se había mantenido alejado de los bolcheviques
y que se había unido tarde al partido, por lo que, de hecho, era un re-
cién llegado. Citó a Bujarin y a Pyatakov, que no era miembro del Po-
litburó, sugiriendo de alguna manera que sería muy arriesgado investir-
les de mucha autoridad. En este y otros contextos del «Testamento» el
significado de la frase «el lado administrativo de las cosas» no estaba
nada claro. A Rykov y a Mijail Tomsky, dos viejos bolcheviques y miem-
bros de número del Politburó, ni siquiera los mencionaba. Los motivos
de Lenin para describir así a los hombres que, como él sabía, dirigirían
el partido en el futuro, contenían elementos de despecho y celos.
Stalin salió bien parado. Nada había manchado su historial en el par-
tido. El único interrogante era si podría dar muestras de buen criterio
al ejercer los vastos poderes que tenía en sus manos.
Entonces, de repente, Lenin cambió de opinión: Stalin tenía que ser
reemplazado. El 4 de enero de 1923, Lenin dictó un apéndice a sus no-
tas, acusando a Stalin y proponiendo su destitución del cargo de secre-
tario general:
«Stalin es demasiado grosero, y este defecto, perfectamente tolera-
ble entre nosotros y en nuestras relaciones como comunistas, es ina-
ceptable en el puesto de secretario general. Así pues, propongo a los
camaradas que busquen la manera de apartar a Stalin de su cargo y nom-
brar para él a otro hombre que sea, en todos los sentidos, lo contrario
a Stalin, es decir, más tolerante, más leal, más educado y más conside-
rado con los camaradas, menos caprichoso, etcétera. Esta circunstan-
cia puede parecer una bagatela sin importancia. Pero creo que desde el
punto de vista de lo que he escrito más arriba acerca de la relación en-
tre Stalin y Trotski, no se trata de una bagatela, o es una bagatela que
puede tener una enorme trascendencia.»
La causa inmediata de esta reacción fue, probablemente, la brus-
quedad de Stalin para con Krupskaia doce días antes. No queriendo
preocupar a su marido, se quejó a Kamenev, pero aquél se enteró de

- 156 -
algún modo del incidente, probablemente por Fotyeva. Dictó la nota en
un estado de indignación, pero, como mostraba su redacción, recono-
cía que promover la destitución de uno de los bolcheviques más anti-
guos y capaces del partido solamente por su brusquedad recibiría pro-
bablemente poco apoyo. En un país embrutecido por la guerra civil, el
hambre y otras calamidades indescriptibles, los modales fueron una de
las víctimas tempranas. Más aún, con sus invectivas políticas, el fomen-
to del terror, su extremada intolerancia personal, y por otros medios,
el mismo Lenin no había hecho nada para detener la desaparición de la
cortesía. También había puesto de relieve que un revolucionario debía
estar preparado para «arrastrarse sobre la tripa en el barro» para pro-
mover la causa. Stalin era duro y cruel y conseguía que se hicieran las
cosas. Podría ser brusco, rudo y de una franqueza brutal, y tenía un ge-
nio endiablado, pero era excepcionalmente capaz y leal al partido. Le-
nin en persona había aceptado sus modales toscos en el pasado y los
había celebrado como prueba de que no era un miembro de la intel/i-
gentsia, clase a la que odiaba, sino un hombre del pueblo.
Una vez se hubo vuelto contra Stalin, Lenin meditaba constante-
mente sobre la manera de perjudicarle o destruirle políticamente. Esta
enemistad personal, más que nobles pensamientos sobre el futuro del
partido, fue probablemente lo que prevaleció en su mente durante los
últimos meses de actividad parcial. Preocupado de que su acusación con-
tra Stalin en base a su rudeza difícilmente conseguiría el respeto y la con-
fianza que merecía, Lenin decidió atacar su trayectoria como jefe del
Rabkrin, cargo del que Stalin había dimitido al ser nombrado secretario
general en abril de 1922, y su actuación en el tema de Georgia.
En un artículo dictado en enero de 1923 y titulado «Cómo debería-
mos reorganizar el Rabkrin (una propuesta al XII Congreso del Parti-
do)», Lenin organizaba una campaña contra la burocracia, presentando
al Rabkrin como advertencia de sus peligros. El Rabkrin debería ser reor-
ganizado reduciendo su personal a trescientos o cuatrocientos trabaja-
dores con experiencia y cuidadosamente elegidos, y debería fundirse
con la Comisión de Control Central del partido. Más aún, los miembros
seleccionados del personal administrativo, e incluso auxiliar, tendrían los
mismos derechos y deberes que los miembros del Comité Central, in-
cluyendo el derecho a ver los documentos del Politburó y a asistir a sus
reuniones. Aseguraba que esta reorganización minimizaría los peligros
de «circunstancias puramente personales y fortuitas» y presumiblemen-
te de una división entre los líderes. Este nuevo órgano aumentado en
su número se encargaría de la supervisión general «sin consideración de
las personas afectadas», y nadie, «ni la del secretario general, ni la de
ningún otro miembro del Comité Central», tendría autoridad para poder
estorbar o impedir sus inspecciones.
Así el Politburó, gabinete interno del partido, debería reunirse en el
futuro, observado y supervisado por la presencia de cincuenta a cien
miembros del Comité Central y también de un número indeterminado
de empleados, incluyendo el personal auxiliar, de la amalgama Rabkrin-
Comisión de Control Central. Al mismo tiempo todos ellos, especial-

- 157 -
Lenin con su compañera Krupskaia y sus sobrinos en su retiro de Gorki.
Esta es una de las últimas fotografías tomadas al líder revolucionario, que
moriría poco tiempo después.

mente los dirigentes, estarían sometidos a la constante amenaza de una


investigación. No era propuesta para ser tomada en serio. Pero Lenin
así lo planteaba. En realidad estaba afirmando que en su ausencia nadie
gozaría de la confianza necesaria para ejercer el poder o el liderazgo, y
que, con este fin, toda la maquinaria de la toma de decisiones debía es-
tar tan estrechamente entrelazada y supervisada que lo hiciera totalmen-
te imposible.
El segundo artículo, «Menos, pero mejores», dictado a primeros de
febrero de 1923, contenía una denuncia contra Stalin apenas disimula-
da. «Hablemos francamente. El comisariado del Rabkrin no tiene en la
actualidad autoridad alguna. Todo el mundo sabe que no existe institu-
ción peor organizada que nuestro Rabkrin, y que en las condiciones ac-
tuales no puede esperarse nada de este comisariado.»
La crítica era exagerada e ilógica. Todo el mundo sabía que el Rabk-
rin no era ni mejor ni peor que otros comisariados soviéticos que ha-
bían sido creados apresuradamente con un personal abrumado por unas
responsabilidades a las que no estaban acostumbrados.

- 158 -
Aunque terminó el artículo el 7 de febrero, Lenin no lo revisó final-
mente hasta el 2 de marzo. El retraso pudo deberse a los esfuerzos para
impedir su publicación. Según T rotski, el director de Prauda, Bujarin,
era reacio a publicarlo. Krupskaia apeló a Trotski, que convocó una reu-
nión especial del Politburó. Stalin, Molotov, Kuibychev, Rykov, Kalinin
y Bujarin se opusieron a su publicación. Kuibychev incluso sugirió hacer
un ejemplar especial de Prauda, incluyendo el artículo, para tranquilizar
a Lenin. T rotski y Bujarin insistieron, sin embargo, en que un artículo
de Lenin no podía ser suprimido por las buenas, y este argumento fue
aceptado con desgana. El artículo fue publicado el 4 de marzo, y no des-
pertó especial interés.
Al día siguiente, 5 de marzo, Lenin dictó una breve carta a Trotski
y una a Stalin. La carta a Trotski decía:
«Respetado camarada T rotski: Me gustaría mucho pedirte que te
encargaras de la defensa de la causa de Georgia en el Comité Central
del partido. El asunto está siendo ahora llevado por Stalin y Dzerzinsky,
en cuya objetividad no puedo confiar, más bien todo lo contrario. Si
aceptas asumir la responsabilidad de esta defensa, me quedaré tranqui-
lo. Si por alguna razón no aceptas, devuélveme el escrito. Lo conside-
raré como muestra de tu negativa.
»Recibe un saludo de tu camarada Lenin.»
Adjunto a la carta le envió el memorándum del 30-31 de diciembre
de 1922.
T rotski rechazó la petición de Lenin devolviendo el memorándum,
pero antes hizo secretamente una copia con la intención, sin duda, de
utilizarlo cuando surgiera la ocasión propicia. La secretaria de Lenin, Vo-
lodicheva, le telefoneó más tarde para obtener una respuesta más ex-
plícita, y T rotski dijo no poder aceptar la tarea debido a su mala salud.
El incidente mostraba a Trotski taimado e innoble. Estaba claro que te-
nía miedo a llegar a un conflicto directo con Stalin. Se encontraba ais-
lado y tenía pocas posibilidades de tener éxito en el Comité Central,
aun cuando estuviera defendiendo la causa de Lenin. Evidentemente, Le-
nin ansiaba promover tal conflicto a pesar de su preocupación, expre-
sada en la «Carta al Congreso», por mantener la unidad del partido.
La carta a Stalin era breve y amenazante:
«Respetado camarada Stalin: Tuviste la descortesía de llamar a mi
esposa por teléfono para hacerle unos reproches. Aunque manifestó su
deseo de olvidar lo ocurrido, se lo comentó a Zinoviev y Kamenev. No
pienso olvidar tan fácilmente lo que se hizo contra mí, y no tengo que
resaltar que considero lo que se hace en contra de mi esposa como he-
cho también contra mí. Te pido, por tanto, que pienses si estás dispues-
to a retractarte de lo que dijiste y a pedir disculpas, o si prefieres que
rompamos relaciones. Lenin.»
La carta llevaba los sellos de «Estrictamente secreta» y «Personal»,
pero se enviaron copias a Zinoviev y a Kamenev . Lenin había pedido a
su secretaria que llevara la carta personalmente a Stalin y que esperara
su respuesta. Pero después decidió esperar a que la leyera Krupskaia.
Esta se alarmó tanto que pidió a Volodicheva que no la entregara, pero

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la secretaria pensó que no podía desobedecer a Lenin y entregó la carta
el 7 de marzo. Stalin escribió inmediatamente una carta pidiendo discul-
pas, pero se desconoce el texto. 92
Resulta difícil entender la razón del ultimátum de Lenin. Casi con
toda seguridad tuvo conocimiento del incidente de la descortesía de Sta-
lin para con Krupskaia poco después de que ocurriera, y por ello añadió
la posdata a sus notas. Se desconoce la razón de que, dos meses des-
pués, escribiera una carta expresando su rencor. Posiblemente algún in-
cidente posterior provocó su ira, y ya estaba predispuesto a malinter-
pretar y ofenderse por cualquier cosa que hiciera Stalin por entonces.
Para Stalin, la carta del líder del partido con quien había trabajado
estrechamente durante tantos años, y por el que había sentido respeto
y afecto, era probablemente algo penoso, pero, políticamente, apenas su-
ponía una amenaza. Desempeñaba la función de guardián del inválido a
petición del Politburó. Krupskaia tenía fama de ser una mujer suscepti-
ble y posesiva respecto a su marido, y el hecho de que Stalin se hubiera
mostrado airado con ella no causó excesiva sorpresa entre los viejos bol-
cheviques. Aunque no lamentaba lo ocurrido, Stalin escribió enseguida
una carta pidiendo disculpas porque era lo único que podía hacer. 93
El 10 de marzo de 1923, Lenin sufrió un grave ataque que le para-
lizó todo el la9o derecho y le dejó sin habla. Ya no volvió a intervenir
en política.
Trotski no dio a conocer la copia del memorándum de Lenin sobre
la cuestión de las nacionalidades. En una reunión del Politburó, el 28 de
marzo de 1923, criticó a Ordjonikidze y propuso que fuera destituido.
Pero no hizo referencia al memorándum. El 16 de abril, víspera del XII
Congreso del Partido, Fotyeva, secretaria de Lenin, escribió a Kame-
nev, presidente del Politburó, haciendo mención al memorándum y a la
petición hecha por Lenin a Trotski para que éste defendiera sus puntos
de vista. Stalin sabía que el memorándum criticaría su manera de enfo-
car el tema de Georgia, y cabía esperar que tratase de llegar a un acuer-
do con Trotski. Pero prefirió sacar el asunto a la luz, escribiendo a to-
dos los miembros del Comité Central, censurando a Trotski por man-
tener en secreto las notas de Lenin durante más de un mes, y darlas a
conocer sólo un día antes de la apertura del congreso.
Trotski estaba ahora a la defensiva. Explicó que había copiado el
memorándum porque estaba escribiendo un artículo para Pravda y que-
ría hacer unos comentarios sobre la política de Lenin respecto a las na-
cionalidades. También justificó su renuencia a hacer público el memo-
rándum a la vista de sus críticas a tres miembros del Comité Central.
Su explicación resultó poco convincente. De todas formas pidió que el
Comité Central sancionara como buena su conducta.
El incidente, tan poco favorable para su imagen, le causó un cierto
desasosiego. El 18 de abril de 1923 escribió a Stalin recordándole que
en días anteriores se había comprometido a escribir a los miembros del
Comité confirmando que Trotski se había comportado correctamente y
que no había enviado tal carta. Amenazaba con que, si no hacía esto,
solicitaría que una comisión especial le exculpara. Es poco probable que

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la amenaza preocupara a Stalin, que evidentemente decidió evitar a
Trotski más situaciones embarazosas por el momento. A petición suya,
el Comité Central dejó constancia de que se había postergado el me-
morándum «no por negligencia por parte de ningún miembro del Comi-
té Central, sino debido a las instrucciones de Lenin y el curso de su en-
fermedad». El acta del Comité Central declaraba asimismo que Lenin ha-
bía sido mal informado respecto al atropello y a la humillación de las mi-
norías nacionalistas, pero que estando recluido en cama había creído
esta información y, naturalmente, había manifestado su indignación. El
acta y el memorándum fueron mostrados solamente a los jefes de las
delegaciones.
El XII Congreso del Partido, celebrado entre el 15 y el 17 de abril,
supuso un importante éxito para Stalin. Soslayó hábilmente las críticas
de Lenin y planteó con autoridad los problemas de las minorías nacio-
nales. Al mismo tiempo, adelantó sus propias medidas políticas, de tal
manera que aumentó su prestigio como líder moderado y capaz, y de
una intachable ortodoxia.
Otro de los temas principales allí debatidos fue la organización del
Comité Central, y del Rabkrin y la Comisión Central de Control. Stalin
apoyó las propuestas de Lenin de ampliar el Comité Central y aumentar
su control sobre el Politburó. Ello le permitía reforzar su propia posi-
ción. De los siete miembros del Politburó, elegidos después del congre-
so anterior, Lenin había causado baja por enfermedad, Trotski estaba
aislado y Tomsky no tenía influencias. Stalin dependía del apoyo de Zi-
noviev, Kamenev y Rykov, que eran aliados incómodos. De los veinti-
siete miembros del Comité Central, quince eran partidarios de Zinoviev.
La ampliación del Comité a cuarenta miembros y diecinueve candida-
tos, lo que como Stalin puso de relieve, estaba de acuerdo con las pro-
puestas de Lenin, permitió a aquél colocar entre ellos a funcionarios del
partido a los que él había promocionado y que eran partidarios suyos.
Los cambios en el Rabkrin y en la Comisión Central de Control, que
quedaron fusionados, también le permitieron introducir a trabajadores
del partido en quienes podía confiar. En ambos órganos y en las sesio-
nes plenarias, cuando el Comité Central ampliado y la Comisión deba-
tieran los temas y votaran conjuntamente, podía contar con el apoyo de
la mayoría. Lenin, por supuesto, había hecho hincapié en que los nue-
vos miembros de estos órganos tenían que ser trabajadores y no miem-
bros del aparato del partido con sus «hábitos y prejuicios adquiridos»,
pero esta parte de la propuesta no fue tenida en cuenta.
El Congreso aceptó estos cambios sin verdadera oposición. Surgie-
ron algunas voces contra la supresión de la crítica y la postergación de
la democracia del partido, así como contra la repetida práctica de nom-
brar a los cargos del mismo en lugar de elegirlos. Zinoviev ya se consi-
deraba a sí mismo el líder sucesor de Lenin y respondió a tales críticas
con palabras altisonantes. Advirtió a quienes manifestaron su disconfor-
midad que tuvieran cuidado con lo que hacían, amenazando con que el
partido podría actuar contra ellos igual que había actuado contra los so-
cialistas revolucionarios.

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n ontraste con la jactancia de Zinoviev, Stalin replicó dando mues-
tra de sentido común y de buen humor. ¿Significaban las peticiones de
más democracia que las decisiones cruciales no debían ser tomadas por
el Politburó, sino en base a los debates de los veinte mil comités prima-
rios del partido? Nadie podía dejar de reconocer la importancia de que
las decisiones pudieran tomarse con rapidez y en secreto, y advirtió: «Te-
néis que recordar que estáis rodeados de enemigos. La salvación puede
estar en la capacidad para dar un golpe por sorpresa, para ejecutar con
rapidez una maniobra inopinada.»
Replicó a otras críticas con la misma destreza, soslayando los pun-
tos principales o reduciéndolos al absurdo. La libertad de expresión y
de crítica estaban bien protegidas, afirmó, como todos los delegados po-
dían oír con sus propios oídos en el congreso. Habló también de la ne-
cesidad de savia nueva en los órganos directivos del partido. Era nece-
sario un departamento de instrucción en la Secretaría que pudiera pre-
parar a doscientos o trescientos trabajadores, que serían destinados a
diversos puntos del país para ayudar a los comités locales. Sus argu-
mentos parecían tan razonables, que nadie al oírle podía dudar de que
era contrario a concentrar el poder en pocas manos. «Necesitamos en
el Comité Central hombres con opiniones independientes, desde luego
no separadas del leninismo ni de la línea del partido, no, ¡Dios nos libre!,
pero no ligados a las camarillas, hábitos y tradicionales disensiones in-
ternas del Comité Central, que se han afianzado, desgraciadamente, y
que tanto nos alarman en ocasiones.»
Sobre la espinosa cuestión de las nacionalidades, Stalin dio mues-
tras de su habilidad. Tenía que ser consciente de que las críticas del me-
morándum de Lenin, especialmente las dirigidas contra él, eran conoci-
das por los delegados. Cuando se mencionó el memorándum eludió ha-
cer comentarios, diciendo que no citaría al «profesor Lenim> por miedo
a citarle equivocadamente. Añadió que sentía profundamente que Lenin
no pudiera estar con ellos en el congreso. Fue una actuación osada que
dejó perplejos a los críticos. .
Al explicar sus propias convicciones, sin embargo, Stalin se mostró
enérgico y dejó claro que no podía seguir las tesis de Lenin:
«Para nosotros, como comunistas, está claro que la base de todo
nuestro trabajo es la tarea de fortalecer el gobierno de los trabajadores,
y sólo después viene la cuestión -importante, pero subordinada a la pri-
mera- de las nacionalidades. Se nos dice que no debemos ofender a
las nacionalidades. Esto es absolutamente correcto. Estoy de acuerdo
con ello, no deberían ser ofendidas. Pero es absurdo crear a partir de
ahí una nueva teoría según la cual es necesario colocar al proletariado
gran ruso en una posición de inferioridad respecto a las en tiempos opri-
midas naciones. Lo que el camarada Lenin utiliza como metáfora en su
conocido artículo, Bujarin lo convierte en un lema. Está claro, sin em-
bargo, que la base política de la dictadura del proletariado se encuentra
en primer lugar, y sobre todo, en las regiones industriales del centro y
no en las tierras fronterizas, que representan a países de campesinos.
Si nos inclináramos demasiado en dirección a las tierras fronterizas de

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los campesinos, a costa de la zona proletaria, podría originarse una fi-
sura en el sistema de la dictadura del proletariado. Esto, camaradas, es
peligroso.»
Stalin, entonces, se refirió a los primeros escritos de Lenin sobre
el tema, poniendo de relieve la unidad y supremacía del partido, la he-
gemonía del proletariado industrial sobre el campesinado, y la prioridad
del principio de clase sobre el principio de nación. Tocios los delegados
entendieron que al hablar de la hegemonía de la «región proletaria» se
refería a la hegemonía de la Gran Rusia. Señaló hábilmente la inconsis-
tencia de la nueva tesis de Lenin sobre las nacionalidades y, al mismo
tiempo, basando sus argumentos en el dogma fundamental del partido,
superó en la táctica a sus oponentes, porque para atacar su política ten-
drían que desafiar el dogma, algo que era inconcebible. Criticaron la apli-
cación práctica de sus planteamientos, quejándose de la injusticia y la
discriminación sufrida en las tierras fronterizas, pero de hecho admitie-
ron la corrección básica de la política defendida por Stalin. El congreso,
así pues, rechazó las propuestas de Lenin, vindicó a Stalin y aprobó su
principio de la hegemonía rusa.
T rotski no participó en los debates sobre la cuestión de las nacio-
nalidades, aduciendo que tenía que preparar su informe sobre temas in-
dustriales. Fue un informe brillante y al concluir recibió una prolongada
ovación. El país se enfrentaba a una crisis económica y la dramática pre-
sentación de lo que él llamó la «crisis de las tijeras» resultó convincente
a los delegados.
La política económica comenzaba a dominar los debates en las reu-
niones del partido. Las tesis de Trotski proponiendo una planificación
más efectiva fueron aprobadas por el congreso, y después olvidadas. La
necesidad de capital para el desarrollo industrial era la preocupación
más acuciante. Zinoviev declaró que el comercio exterior y los présta-
mos en forma de concesiones harían surgir el capital necesario, pero po-
cos compartían su optimismo. Stalin, Kamenev, Zinoviev y Bujarin pre-
conizaron que debía hacerse todo lo posible para conseguir la prospe-
ridad de los campesinos, porque su poder adquisitivo generaría capital.
Otra opinión, vigorosamente defendida por Preobrazensky, hacía de la
industria pesada el tema prioritario. Este argumento atraía a los miem-
bros contrarios a la NEP porque ésta favorecía a los campesinos a cos-
ta de los obreros. Propuso unos ahorros obligatorios como medio de ex-
traer capital de los campesinos para desarrollar la industria pesada.
Trotski apoyó firmemente esta postura, basándose, al igual que Preo-
brazensky, en el dogma de que «sólo el desarrollo de la industria crea
unos cimientos inconmovibles para la dictadura del proletariado». Este
fue el comienzo de un debate que se prolongó hasta finales de 1927.
El XII Congreso había dado la impresión de unidad en el partido,
pero esto era engañoso. El declive de la democracia en su seno y el man-
do dictatorial de los burócratas de la cúpula del mismo eran aún fuente
de serios resentimientos, y los problemas económicos hacían surgir ai-
rados debates. Durante el congreso, sin embargo, la mayoría de los
miembros se mostraron cautos en interés de la unidad del partido, por-

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que ya funcionaban en la sombra un movimiento menchevique y dos co-
munistas, la «Verdad le los Obreros» y el «Grupo de Obreros». Estos
movimientos consiguieron organizar huelgas durante el verano, pero en
septiembre de 1922 la GPU, como se había dado en llamar a la Cheka,
los erradicó.
En esta atmósfera de inseguridad, la lucha por el poder entre los
líderes del partido quedó postergada. La alianza de Stalin y Zinoviev se-
guía adelante, pero era frágil. Zinoviev estaba inquieto, especialmente
después de que Stalin consiguiera llenar con sus partidarios el Comité
Central. En una reunión de un grupo de líderes del partido en el Cáu-
caso, Zinoviev mencionó la necesidad de impedir que la Secretaría se
hiciera demasiado poderosa. Cuando Stalin se enteró de esto, presentó
inmediatamente su dimisión, que no le fue aceptada porque no podían
prescindir de él. Se llegó, sin embargo, a un acuerdo según el cual Trots-
ki, Zinoviev y Bujarin formarían parte del Orgburó, donde podrían ejer-
cer una cierta supervisión sobre la Secretaría. Pero este experimento
no sirvió de nada. Los tres estaban, por extraño que parezca, poco fa-
miliarizados con el funcionamiento del aparato del partido; no trataron
de interferir, y pronto dejaron de asistir a las reuniones del Orgburó.
De pronto, el 5 de octubre de 1922, Trotski se unió a la lucha con
los líderes del partido. Escribió al Comité Central y a la Comisión Cen-
tral de Control criticando duramente a la Secretaría por causar inquie-
tud en el partido, e hizo patente su intención de dar a conocer sus opi-
niones sobre ·ésta y otras causas de descontento a todos los militantes.
Una semana después, probablemente alentada por la iniciativa de Trots-
ki, la «Declaración de los cuarenta y seis» fue enviada al Politburó. Cri-
ticaba «lo inadecuado del liderazgo» para enfrentarse a la crisis econó-
mica y la dirección «absolutamente intolerable» del partido. La mayoría
de los cuarenta y seis pertenecían a su ala izquierda, y formaban parte
de los máximos órganos económicos del mismo. Más aún, se habían ali-
neado con Trotski en el pasado y, aunque no estaban directamente re-
lacionados, ambos desafíos fueron considerados al unísono.
A finales de octubre de 1922, se celebró un pleno conjunto del Co-
mité Central y de la Comisión Central de Control. Stalin se encargó del
asunto. Una resolución, aprobada por aplastante mayoría, censuró a
Trotski por cometer «un grave error político» y condenó la «Declara-
ción de los cuarenta y seis» por considerarla una acción facciosa que
ponía en peligro la unidad del partido. Era, sin embargo, un grave desa-
fío que no podría ser borrado de un plumazo con una resolución de cen-
sura. Stalin admitió en seguida que era necesario desarrollar la demo-
cracia interna. El Comité Central pidió un debate libre sobre el tema, y
en todo el país las organizaciones del partido y los periódicos locales lo
discutieron en noviembre de 1922. El debate nacional culminó el 5 de
diciembre con una resolución del Politburó redactada por Stalin, Trots-
ki y Kamenev, que reconocía la demanda de democratizar el partido y
parecía asumir las críticas planteadas por la oposición.
Stalin, como Lenin, no confiaba realmente en los métodos demo-
cráticos ni tenía intención de introducirlos en esta etapa inicial del de-

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sarrollo del partido. Expuso sus opiniones a los delegados con franque-
za en el XIII Congreso: «Solamente digo esto: está claro que no puede
fomentarse la democracia, una democracia plena .. . Algunos camaradas
y organizaciones hacen un fetiche de la cuestión democrática conside-
rándola como algo absoluto, fuera del tiempo y el espacio. Quiero de-
cirles que la democracia no es algo fijo en todos los momentos y bajo
cualquier condición, porque hay ocasiones en las que no hay posibilidad
o no tiene sentido introducir la democracia.» A continuación explicó las
condiciones esenciales para una plena democracia: una industria y una
economía desarrolladas, una clase trabajadora con buen nivel cultural y
calidad de vida, y un poderío militar que garantice la seguridad del país
contra el posible ataque de fuerzas extranjeras. El partido tenía que su-
perar muchos obstáculos antes de poder alcanzar estas condiciones.
Trotski había colaborado en la redacción de la resolución del Polit-
buró del 5 de diciembre y todos creían contar con su apoyo incondicio-
nal. Esto era de crucial importancia porque parecía resolver la crisis in-
terna del partido y la división entre los líderes. Hubo asombro general
y cundió la alarma cuando tres días después publicó una carta en Prav-
da titulada «El nuevo rumbo» . La carta, aunque parecía respaldar los tér-
minos de la resolución, era de hecho un renovado ataque contra el apa-
rato del partido y los poderosos secretarios. El partido mismo, afirma-
ba, debía controlar el aparato y adoptar métodos auténticamente demo-
cráticos. Sonaba bien, pero poco realista, a lo que hay que añadir que
T rotski era conocido por su talante autocrático. Su defensa de la demo-
cracia no convencía, y los militantes sabían que era un arma que utili-
zaba contra los líderes del partido. Su ataque estaba destinado al fraca-
so, especialmente en lo que a Stalin se refería.
La carta de Trotski fue largamente debatida, y en el XIII Congreso
del Partido, celebrado entre el 16 y el 18 de 1924, tanto él como el gru-
po de oposición fueron condenados por abrumadora mayoría. Stalin des-
plegó un ataque devastador en su contra. Además causó sensación al
citar una cláusula secreta de una resolución del X Congreso referente
a la expulsión del partido por actividades faccionarias, y solicitó del con-
greso que se confirmara esta cláusula. Amenazó con tomar «medidas
drásticas» contra quienes hicieran circular «documentos prohibidos». La
política económica aprobada por resolución no dio prioridad a la indus-
tria privada, como proponía el grupo de izquierda, sino a la prosperidad
agrícola y al control de precios. Trotski y los cuarenta y seis fueron de-
rrotados y amenazados.
Desde que sufriera el ataque de hemiplejía en marzo de 1923, Le-
nin, incapaz de leer o escribir, había sido retirado de la política. Durante
aquellos meses se mantuvo consciente, pero inútil. Los días 19 y 20 de
enero de 1924, Krupskaia le leyó en voz alta los informes de Pravda so-
bre el XIII Congreso del Partido, y advirtió que se excitaba. Durante la
mañana del 21, Lenin sufrió otro ataque y murió aquella misma tarde. 94

- 165 -
18. El testamento de Lenin

El 21 de enero de 1924, Stalin, Zinoviev, Bujarin, Kamenev, Kalinin


y Trotski se trasladaron en trineo, en una noche helada, hasta Gorki.
El cuerpo de Lenin yacía sobre una mesa alrededor de la cual habían
colocado ramas de abeto. Cumplimentaron al líder muerto y se apresu-
raron a regresar a Moscú para asistir a una reunión formal del Comité
Central. Dos días después regresaron a Gorki para escoltar el féretro a
Moscú . Allí fue colocado en la Sala de las Columnas, después llamada
Cámara de los Sindicatos. Durante los cuatro días siguientes la gente
hizo cola durante horas, soportando el frío glacial del invierno excepcio-
nalmente gélido de 1924, y más de setecientas mil personas desfilaron
ante el féretro rindiendo un último homenaje, de! mismo modo que lo
habían hecho sus antepasados en otras épocas cuando los zares estu-
vieron expuestos en la capilla ardiente .
Una extraordinaria ola de emoción se extendió por todo el país. El
profundo sentimiento religioso de los rusos encontró cauce de expre-
sión en sus cantos fúnebres y, de manera espontánea, nació el culto a
Lenin. 95 Entre los cientos de delegados reunidos para el Congreso de
los Soviets hubo sollozos en masa después de que Kalinin anunciara la
noticia de la muerte de Lenin. Un aluvión de decretos del Comité Cen-
tral reflejó el ambiente reinante. El aniversario de su muerte sería con-
siderado día de luto; Petrogrado pasaba a llamarse Leningrado; se creó
el «instituto Lenin» para publicar sus obras en todos los idiomas del mun-
do; se levantarían monumentos a Lenin en Moscú y en otras ciudades.
Lo más destacado, y para algunos bolcheviques extraño y penoso, fue
la decisión de embalsamar el cuerpo de Lenin, que sería expuesto tras
un cristal en un mausoleo colocado al lado de las murallas del Kremlin
en la plaza Roja. La gente que no pudiera asistir al funeral tendría oca-
sión de rendirle homenaje, y las futuras generaciones vendrían en pere-
grinaje a ver a su líder. 96
El 24 de enero de 1924, Pravda, en el primer número que apareció
después de la muerte de Lenin, publicó un artículo titulado «Los huér-
fanos», escrito por Bujarin. Tanto el título como el contenido del artícu-
lo eran típicamente rusos en espíritu, porque a la muerte del zar, espe-
cialmente si había dudas sobre su sucesión, el lamento del pueblo se ha-
cía eco de su orfandad al haberle abandonado su «padrecito».
El artículo de Bujarin era una alabanza hondamente sentida. «El ca-
marada Lenin era antes que nada un líder. .. , un líder de los que la his-

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toria ofrece a la humanidad cada varios cientos de años ... Era el más
grande organizador de masas ... Difícilmente podría encontrarse en la his-
toria otro líder tan amado por sus compañeros de armas. Todos ellos
sentían un cariño especial hacia Lenin. El sentimiento que tenían hacia
él era realmente amor.»
Trotski se encontraba en el Cáucaso, y no asistió a los funerales. 97
Envió un breve artículo que fue publicado en Prauda. Expresaba idén-
tica ferviente idolatría. «El partido está huérfano -decía-. La clase
obrera está huérfana. Este es el sentimiento que ha despertado la noti-
cia de la muerte de nuestro profesor y líder.»
Una proclama del Comité Central entonaba elevados lamentos por
el líder del comunismo mundial, amor y orgullo del proletariado interna-
cional. «Pero -concluía con fuerte matiz religioso- su muerte física no
es la muerte de su causa. En el alma de cada miembro de nuestro par-
tido hay una pequeña parte de Lenin. Toda nuestra Familia comunista
es una encarnación colectiva de Lenin.»
La despedida más impresionante, y para la mayor parte del pueblo
ruso la más inspirada, la constituyó el discurso pronunciado por Stalin
ante el 11 Congreso Pansindical de Soviets el 26 de enero de 1924, y pu-
blicado cuatro días después en Prauda. 98 Tenía la forma de un juramen-
to de lealtad y servicio al partido de Lenin y, aunque comunista en ter-
minología, era ortodoxo en espíritu, evocando las repeticiones y el rit-
mo de la liturgia. Instintivamente utiliza las fórmulas de la Iglesia orto-
doxa al tener necesidad de expresar su más profunda fe . Aunque era
una exhortación a los cientos de delegados reunidos en el congreso, y
al pueblo en general, era también para él como un juramento de coro-
nación, una declaración de entrega personal. A los líderes judíos del par-
tido, para quienes era ajena la liturgia ortodoxa, su discurso sonaba a
falso y teatral. Pero para los demás militantes, sin tener en cuenta su
compromiso con los dogmas ateos del marxismo, y para las masas que
no pertenecían al partido, la poesía y la música de la liturgia ortodoxa
era parte inolvidable de su vida y respondieron a su oración.
«Camaradas: Nosotros los comunistas somos gente de una clase es-
pecial. Hemos sido hechos de un material especial. Somos los que for-
mamos el ejército del gran estratega proletario, el ejército del camarada
Lenin. No hay nada más alto que el título de miembro del partido del
que el camarada Lenin fue fundador y líder. No es dado a todos el ho-
nor de ser miembro de tal partido. No es dado a todos el poder sopor-
tar las adversidades y tempestades que implica pertenecer a tal partido.
Los hijos de la clase obrera, los hijos de la privación y la lucha, los hijos
de increíbles sufrimientos y esfuerzos heroicos: éstos por encima de to-
dos los demás deben ser los miembros de tal partido ...
»Alejándose de nosotros el camarada Lenin nos legó el deber de
mantener alto y puro el gran título de militante del partido. ¡Te juramos,
camarada Lenin, que cumpliremos con honor tu mandato!. ..
»Alejándose de nosotros, el camarada Lenin nos legó el deber de
mantener la unidad de nuestro partido como la niña de nuestros ojos.
¡Te juramos, camarada Lenin, que cumpliremos tu mandato!

·- 167 -
»Alejándose de nosotros, el camarada Lenin nos legó el deber de
preservar y fortalecer la dictadura del proletariado. iT e juramos, cama-
rada Lenin, que no escatimaremos esfuerzos para cumplir con honor tu
mandato!» 99
Entonó solemnemente estos juramentos, utilizando la misma fórmu-
la, para inculcar estos compromisos sagrados a su audiencia y al pueblo
en general.
Los íntimos colaboradores que conocían la hostilidad de Lenin ha-
cia Stalin durante sus últimos meses de vida, quizá pusieron en duda la
sinceridad de esta despedida. Pero Stalin era absolutamente sincero en
su dedicación al partido y al legado de Lenin, porque le había respetado
profundamente como intérprete de Marx y como líder creador del par-
tido que había llegado al poder. Pero Lenin le exasperaba en ocasiones
cuando se mostraba como un político inepto, capaz de dejarse influir
por los nacionalistas georgianos.
Stalin debió de sentirse sorprendido y herido por la conducta de Le-
nin durante los últimos meses. Toda vía no sabía nada del testamento
que permanecía en secreto, pero ya había advertido la hostilidad perso-
nal de Lenin. Había trabajado con lealtad para él y para la causa bol-
chevique durante veinte años, y había colaborado estrechamente con él
como miembro del Comité Central durante diez años. En algunas oca-
siones había mostrado su desacuerdo, y durante la guerra civil, some-
tido a fuertes presiones, había tenido arranques de genio igual que Trots-
ki y otros. Lenin no se lo había reprochádo. Su relación se había basado
siempre en la confianza y en la devoción a la causa, y jamás había cons-
pirado para destituirle ni para minar su autoridad. La recompensa a esta
lealtad fue una virulenta campaña para destruir su posición en el parti-
do. Stalin tuvo que considerar esto como una terrible traición. Cierta-
mente no mostró ni entonces ni después hostilidad o resentimiento. De
hecho su actitud hacia Lenin quedó adecuadamente expresada en la con-
ferencia pronunciada en la Academia Militar del Kremlin el 28 de enero
de 1924. Aunque cuidadosamente preparado para dejar claro que él era
el legítimo sucesor, su discurso puso de relieve las cualidades del gran
líder, «el águila». El Lenin que le dio la espalda era un hombre enfermo
y moribundo. Sin embargo, Stalin tenía una memoria tenaz, y esta trai-
ción de su viejo líder probablemente contribuyó al crecimiento cancero-
so de sus sospechas y su desconfianza hacia los demás, lo cual iba a
distorsionar su actitud en el futuro.
El culto a Lenin se hizo cada vez más omnipresente y poderoso en
los meses que siguieron a su muerte. En 1929 se concluyó un mausoleo
de granito en la plaza Roja, en el que se colocó su figura tras un cristal,
y se convirtió en lugar de peregrinación, el centro religioso de la Rusia
soviética. En todos los lugares del país proliferaban retratos, bustos y
estatuas. Escuelas, centros de descanso y cultura, bibliotecas y otros es-
tablecimientos, todos tenían su «rincón de Lenin». En primitivas caba-
ñas de campesinos, alejados de las ciudades podía verse una fotografía
o un recorte de periódico con la imagen de Lenin en lugar del tradicio-
nal icono, o incluso a su lado. Sus escritos, así como sus poemas, him-

- 168 -
nos de alabanza y estudios apasionados sobre él, salían a raudales de
las imprentas. Lenin era la nueva deidad; cada una de sus palabras, sa-
crosanta, y su nombre, el símbolo indiscutible de la unidad de la Rusia
soviética.
Entre los líderes del partido, los bolcheviques occidentalizados,
Trotski incluido, habían escrito expresando su adoración heroica al lí-
der muerto . Sentían la misma dedicación al partido de Lenin que los mi-
litantes de base. Pero al respaldar este culto, también habían tenido en
cuenta consideraciones de orden práctico. La adoración popular de Le-
nin fortalecería al partido.
Con frecuencia se ha atribuido a Stalin la responsabilidad de lanzar
y promocionar este culto, pero, como ya hemos afirmado, su desarrollo
fue expresión espontánea del sentimiento popular. Era un sentimiento
que entendía y compartía. Las enseñanzas ortodoxas de su niñez y del
seminario de Tiflis habían echado en él unas profundas e inextirpables
raíces . No era religioso en el sentido convencional, pero no era realmen-
te un ateo. Había hecho referencia al «dios de la historia» y creía en el
destino o en el sino. De hecho, había un elemento fuertemente religioso
en su bolchevismo y en su intenso patriotismo.
El Comité Central se reunía normalmente cada dos meses. El Po-
litburó - lo que equivale a decir la troika de Zinoviev, Kamenev y Sta-
lin- continuaba ejerciendo el poder como durante la enfermedad de Le-
nin. Nadie por entonces llevó a cabo abiertamente maniobra alguna para
asumir el liderazgo. Habría sido considerado como consumada presun-
ción que cualquier individuo pasara a ocupar el puesto del gran Lenin.
En cualquier caso el mandato colectivo siempre había sido considerado
como el ideal del partido. Sin embargo, las tensiones entre los líderes
aumentaban. Zinoviev daba por supuesto que, como lugarteniente de Le-
nin durante tantos años y como presidente de la Comintern, él era el
sucesor lógico. Era un hombre grande, extremadamente capaz y brillan-
te orador, pero gordo y blando de físico y de carácter, y dado a la jac-
tancia. Kamenev, con barba, elegante y majestuoso , era también un
hombre capaz y, excepto cuando le dominaba la ira, más templado de
carácter que Zinoviev, a quien apoyaba fielmente. Rykov, el viejo bol-
chevique que había sucedido a Lenin en la presidencia del Consejo de
Comisarios, era un hombre agradable y respetado en todo el país, pero
carecía de una personalidad fuerte y nadie le consideraba un líder po-
tencial. En aquellos momentos Zinoviev, con el apoyo de Kamenev, pa-
recía el sucesor más probable.
Trotski era el candidato poco conocido. Se le criticaba por no ser
un viejo bolchevique sino un reciente militante del partido. Esto hubiera
tenido menos importancia si no hubiera sido porque todos los que ha-
bían estado en contacto directo con él, salvo contadas excepciones, sen-
tían hacia él aversión y miedo. Era reconocido su talento, como también
el peligro de que extendiera la discordia y las disensiones en el partido
con sus métodos despóticos. Al hablar de los precedentes de la Revo-
lución francesa -tema preferido de los revolucionarios rusos- veían a
T rotski como un posible Bona parte que con su pasión personal por el

- 169 -
poder destruiría la Revolución. El miedo a T rotski había mantenido uni-
dos a Zinoviev, Kamenev y Stalin, y ahora evitaba su ruptura.
Stalin no parecía ser un contendiente. Discreto, tranquilo, modes-
to, no era más que el trabajador del partido que se encargaba de las ta-
reas esenciales de administración y organización. Pero siempre estaba
accesible para los militantes y los funcionarios, escuchando paciente-
mente sus problemas y quejas. Boris Bazanov, antiguo funcionario des-
tinado en el Comité Central que pretendía haber sido secretario perso-
nal de Stalin, le describía de pie en una esquina, fumando en pipa, es-
cuchando durante una hora o más mientras que un preocupado secre-
tario provincial o un militante de base exponía sus problemas. Su pa-
ciencia era ilimitada y, aunque raras veces se comprometía, consiguió
de esta manera el agradecimiento de muchos militantes. Era un hombre
reservado, de pocas palabras y amante del silencio. Bazanov escribió
que «no comunicaba a nadie sus pensamientos más íntimos. Sólo raras
veces confiaba sus ideas e impresiones a sus más estrechos colabora-
dores. Poseía en alto grado el don del silencio, y en este sentido era úni-
co en un país en el que todo el mundo hablaba demasiado». 100
En la guerra civil cargó con pesadas responsabilidades e hizo frente
a los peligros de tal manera que llegó a alcanzar prestigio en el partido.
Administró justicia por procedimiento sumarial cuando fue necesario y
demostró que podía ser implacable, pero no se distinguió por su bruta-
lidad como Vorochilov o Budenny. En sus discursos era moderado y ra-
zonable. Encajaba las críticas con aparente buen humor, e incluso cuan-
do atacaba a la oposición era menos feroz que Lenin o Zinoviev. En las
reuniones del Politburó trataba de ser agradable. Cuando escribe sobre
la primera reunión del Politburó a la que asistió, un momento en que la
lucha entre los tres líderes y T rotski era tensa, Bazanov comenta que
«Trotski fue el primero en llegar a la sesión. Los demás llegaron tarde,
estaban instigando ... Después entró Zinoviev. Pasó al lado de Trotski y
ambos se comportaron como si no hubieran advertido la presencia del
otro. Cuando entró Kamenev, saludó a Trotski con una ligera inclina-
ción de cabeza. Por último llegó Stalin. Se acercó a la mesa en la que
estaba sentado T rotski, y le saludó amistosamente dándole un vigoroso
apretón de manos desde el otro lado de la mesa. Fue por entonces cuan-
do, aunque enfrentado con él, Trotski dijo de Stalin a su íntimo amigo
y traductor Max Eastman que era «un sincero y valiente revoluciona-
rio.» 101
De hecho, por lo que se sabe de la vida de Stalin hasta esta época,
no hay nada que presagiara que iba a convertirse en un dictador inhu-
mano. Futuros acontecimientos iban a proyectar largas sombras sobre
su vida, y los historiadores con frecuencia han rodeado todas sus ac-
ciones de un horror generalizado, pero su conducta como abnegado re-
volucionario fue comparable a la de T rotski o Lenin. El cambio pudo pro-
ducirse coincidiendo con la enfermedad de Lenin, cuando parece pro-
bable que comenzó a verse a sí mismo como sucesor. Ciertamente an-
tes de 1921 no dio muestras de pretender el liderazgo, y se contentaba
con prestar sus servicios. Era orgulloso y sensible, pero no tenía ambi-

- 170 -
ción personal. Al producirse el alejamiento de Lenin, debió plantearse
al igual que otros muchos, el futuro del partido. De los miembros más
destacados, sabía que Trotski, hacia quien sentía gran aversión, pondría
en peligro su unidad; los demás no eran ni remotamente de su calibre.
Así, parece que durante 1922 o 1923 Stalin comenzó a considerar seria-
mente que, en interés del partido y de la Rusia comunista, tendría que
hacerse cargo del liderazgo y, tras decidirse a ello, persiguió su objetivo
serena e implacablemente.
La lucha por el poder se llevaba a cabo de manera encubierta, bajo
la forma de disputas ideológicas en las que cada uno trataba de demos-
trar que era más fiel que los demás a las enseñanzas de Lenin. Para la
troika, el alejamiento de T rotski era el asunto prioritario. Se lanzó un
nuevo periódico, El Bolchevique, con el reconocido propósito de com-
batir el trotskismo. Stalin pronunció una serie de conferencias en la Uni-
versidad Comunista de Moscú, ciclo organizado en honor de Sverdlov.
Las conferencias, bajo el título «Fundamentos del leninismo», que cons-
tituyen el primer canon del stalinismo, ponían de relieve la importancia
de la unidad y disciplina del partido, el papel de éste como líder de ma-
sas y la necesidad de fortalecer la unión entre campesinos y obreros.
Eran, en realidad, los principios establecidos en su discurso «juramento».
De febrero a marzo de 1924, se llevó a cabo con mucha publicidad
la campaña de «afiliación Lenin». Una de las resoluciones adoptadas en
el XIII Congreso del Partido establecía la organización de una campaña
para conseguir militantes entre los obreros. El Comité Central, que se
reunió pocos días después del funeral, confirmó esta decisión, y al pa-
recer aceptó, aunque no se mencionara en la resolución del congreso,
que fuera acompañada de una purga de opositores. Al mismo tiempo la
vasta maquinaria del partido, que Stalin había revisado y ampliado con-
cienzudamente, iba incluyendo entre sus militantes a aquellos que con-
venían.
El número total de militantes, que a comienzos de 1924 quedó re-
ducido a trescientos cincuenta mil con ciento veinte mil candidatos, au-
mentó en más de doscientos mil militantes, en su mayoría jóvenes dis-
puestos a obedecer instrucciones de los dirigentes. Lenin había expre-
sado con frecuencia su preocupación por la escasez de elementos pro-
letarios en el partido, y la nueva campaña fue defendida como un gran
avance del leninismo porque los nuevos militantes eran en su mayoría
proletarios.
El apoyo mayoritario a Stalin en el Comité Central y en la Comi-
sión Central de Control, así como su dominio del aparato del partido,
hacía incuestionable su posición. Pero cinco días antes de la apertura
del XIII Congreso del Partido, ocurrió algo que de pronto amenazaba
su carrera. Krupskaia envió a Kamenev las notas que Lenin había dic-
tado entre el 23 de diciembre y el 23 de enero de 1923 junto con una
carta explicando que había mantenido en secreto las notas, conocidas
como «testamento de Lenim>, porque éste había manifestado en su «úl-
tima voluntad» que estas notas fueran dadas a conocer en el congreso
posterior a su muerte. En realidad, Lenin había dictado estas notas con-

- 171 -
r tamente para ser hechas públicas en el XI Congreso del Partido, ce-
1 br do en marzo-abril de 1923. No están claras las razones que impul-
s ron a Krupskaia a mantener ocultas las notas durante tanto tiempo,
pero al hacerlas públicas en esta ocasión trataba obviamente de perju-
dicar políticamente a Stalin. 102
El día después de recibir el envío de Krupskaia, Kamenev difundió
las notas entre un grupo de seis viejos bolcheviques, Zinoviev y Stalin
incluidos, que se llamaban a sí mismos Comisión Plenaria del Comité
Central. Se decidió «presentar las notas ante el congreso del partido in-
mediato para información de todos los delegados». 103 Lo que se hizo en
realidad distó mucho de esta decisión. Las notas fueron leídas a un gru-
po de unos cuarenta delegados que se reunieron el 22 de mayo de 1924,
víspera del congreso. Zinoviev y Kamenev estaban interesados en man-
tener a Stalin en su puesto: era un aliado imprescindible contra Trotski
y los oposicionistas. Zinoviev declaró que aunque todos habían jurado
llevar a cabo los deseos de Lenin al pie de la letra, sabían que sus te-
mores sobre el secretario general no tenían fundamento.
Trotski recordó que, durante el debate, Stalin afirmó que Lenin ha-
bía dictado estas notas «enfermo y rodeado de mujeres», espinosa refe-
rencia a Krupskaia, pero que no tomó parte activa. Tampoco Trotski
paríicipó en la discusión. Finalmente, por treinta votos contra diez, se
decidió que las notas no fueran publicadas, pero su contenido debería
ser comunicado a delegados seleccionados a los que se explicaría que
Lenin estaba seriamente enfermo cuando las escribió, y mal informado
por los que le rodeaban.
Para Stalin debió suponer una amarga conmoción enterarse por pri-
mera vez del contenido del «testamento» que confirmaba de modo tan
directo la hostilidad personal de Lenin. Sufrió entonces la humillación
de ser acusado por el viejo líder y de estar presente cuando se debatían
las acciones a tomar. Su posición estaba amenazada porque sería difícil
que el pleno del congreso ignorara los últimos mandatos del líder, al que
todos adoraban con tanto fervor. Tuvo que suponer un gran alivio para
él la decisión de que el tema no fuera tratado en el congreso y de que
las notas no se publicaran. No obstante, cuando se reunió el Comité
Central recientemente elegido, presentó su dimisión. Probablemente
confiaba en que aquellos a quienes había seleccionado cuidadosamente
para la elección no la aceptarían. En esta ocasión, el Comité, T rotski in-
cluido, rechazó la dimisión por unanimidad. 104

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19. La oposición, eliminada

Aunque los intentos de Lenin por minar su posición habían fraca-


sado, Stalin se mantuvo vigilante y precavido en el desarrollo del XIII
Congreso del Partido, celebrado de mayo de 1924. Había cuidado mi-
nuciosamente los preparativos, especialmente a la hora de excluir de las
delegaciones a los discrepantes, pero Trotski y otros, que habían firma-
do la «Declaración de los cuarenta y seis», estaban entre los delegados.
Podrían tratar de causar problemas en el congreso. Además, Zinoviev
y Kamenev eran sólo aliados temporales que le darían la espalda en cuan-
to se presentara la ocasión. El congreso, en el que fue recibido con
«aplausos que se convirtieron en una ovación», resultó ser un triunfo per-
sonal.
Durante todo el congreso, el primero que se celebraba después de
la muerte de Lenin, reinó un deseo generalizado de evitar las polémicas
y los sectarismos. Zinoviev presentó el informe principal, y evitó la con-
troversia. En la última parte de su discurso se refirió al «crecimiento de
la nueva burguesía» al amparo de la NEP y al peligro de «Un nuevo men-
chevismo», pero no mencionó a Trotski ni a los discrepantes. Finalmen-
te ofreció una fórmula de acuerdo para eliminar las disputas que habían
atormentado al partido durante el año anterior. «El paso más razonable
y más valioso de un bolchevique -dijo-, que la oposición podría dar,
es lo que aquél hace cuando comete algún error: presentarse ante el par-
tido en la tribuna del congreso y decir "he cometido un error; el partido
tenía razón."»
La retórica apelación a la unidad de Zinoviev recibió «sonoros y pro-
longados aplausos», que mostraban el desasosiego del partido por las dis-
cusiones internas. A continuación ocupó la tribuna Stalin, que presentó
un informe metódico sobre la organización del partido. No hizo men-
ción de la oposición y, como siempre, dejó claro que sería el último en
provocar conflictos.
Presente como delegado sin derecho a voto, Trotski no tenía que
intervenir; pero no podía ignorar el llamamiento de Zinoviev. Nada era
más difícil para Trotski que aceptar que pudiera estar equivocado, y más
si se veía obligado a confesarlo públicamente. En esta ocasión, sin em-
bargo, su arrogancia e inflexibilidad le sumieron en un conflicto interno
con su fuerte sentido de entrega a la revolución y al partido como en-
carnación de ésta. Esto le condujo a una defensa confusa y emocional
de su postura.

- 173 -
n su discurso, resaltó de nuevo los peligros de la burocracia, con·
fi rmó su adhesión a la resolución del 5 de diciembre de 1923, sobre la
n esidad de eliminiar las facciones, y pidió una planificación más efec·
tiva . La mayoría de los presentes le había oído en ocasiones preceden·
tes defender estos planteamientos, y T rotski evidentemente no se daba
cuenta de que, viniendo de él, estas reiteradas demandas implicaban crí·
ticas a los líderes del partido.
«Camaradas -continuó-, ninguno de nosotros desea tener razón
ni puede tenerla en contra de su partido. El partido siempre tiene razón
en última instancia, porque el partido es el único instrumento histórico
dado al proletariado para dar cumplimiento a sus tareas fundamentales .
Ya he afirmado que nada es más fácil que decir ante el partido: "Todas
estas críticas, declaraciones, advertencias y protestas no son más que
meras equivocaciones." Pero, camaradas, no puedo decir esto porque
no pienso así. Sé que no se puede tener razón contra el partido. Sólo
se puede tener razón con el partido y a través de él, porque la historia
no ha creado otros caminos para establecer lo que es correcto.»
Trotski continuó con estos tortuosos argumentos. Reiteró que al-
gunos aspectos de las resoluciones del anterior congreso del partido
eran «incorrectas e injustas. Pero -recalcó- el partido no puede to·
mar ninguna decisión, por incorrecta e injusta que ésta sea, que pueda
alterar lo más mínimo nuestra ilimitada devoción a su causa, la buena
disposición de cada uno de nosotros para aceptar la disciplina del par·
tido en todas las circunstancias».
El discurso, con su laboriosa defensa de la infalibilidad del partido,
estaba envenenado por el notable sentimiento de su propia superioridad
intelectual y por su convicción de que él tenía razón y no el partido.
Más aún, se equivocó de momento y de audiencia. A la mayoría de los
delegados, su discurso y su insistencia en las incorrectas e injustas de-
cisiones del partido le parecía como si quisiera ponerse a sí mismo por
encima.
La furia del congreso se dirigió contra él. Krupskaia hizo un llama·
miento a las facciones para que dejaran a un lado sus disputas y traba·
jaran todas unidas. Los delegados no estaban en situación de tenerla en
cuenta. Al día siguiente de la intervención de Krupskaia, Stalin se dirigió
a los delegados. Dijo que también él era contrario a «duplicar debates
sobre las diferencias», y por este motivo no las había mencionado en su
discurso anterior. Pero ahora no podía permanecer en silencio, y pro-
cedió a atacar a T rotski por su desafío a la resolución del 5 de diciem-
bre de 1923 y a las decisiones del XIII Congreso del Partido.
Zinoviev y Kamenev también lanzaron duros ataques. Kamenev, co-
nocido por su amabilidad, albergaba al parecer un profundo odio hacia
Trotski, y su ataque fue virulento. La asamblea confirmó por unanimi-
dad las decisiones del congreso y elogió al Comité Central por su fir.
meza e intransigencia bolchevique ... para defender los fundamentos del
leninismo contra desviaciones pequeñoburguesas.
El congreso amplió de cuarenta a cincuenta y cinco el número de
miembros del Comité Central, y de diecisiete a treinta y cuatro el de can·

-174 -
didatos. Los nuevos miembros procedían en su mayoría del aparato del
partido en provincias, y eran partidarios de Stalin. Lazar Kaganovich,
uno de los más valiosos colaboradores de Stalin, fue elegido miembro
del Comité Central, así como de la Secretaría y del Orgburó. Bujarin
fue elegido para el Politburó, donde ocupó la vacante dejada por Lenin.
Trotski pasó dificultades en las elecciones al comité y retuvo los demás
puestos.
En la III Internacional Comunista, conocida como Comintern, que
había sido fundada en marzo de 1919, Trotski gozaba todavía de gran
consideración. Muchos comunistas occidentales estaban consternados
por los feroces ataques de que fue objeto. Pero Zinoviev, a quien Lenin
había nombrado presidente del Comité Ejecutivo de la Comintern, es-
taba minando activamente la posición de T rotski y separando de la or-
ganización a sus principales partidarios. Durante el XIII Congreso del
PCUS, varios comunistas occidentales fueron invitados a tomar la pala-
bra, y todos ellos, con la excepción del comunista francés Boris Souva-
rine, que posteriormente escribiría una hostil biografía de Stalin, conde-
naron a T rotski y a la oposición. En el V Congreso de la Comintern,
celebrado en Moscú en junio-julio de 1924, Trotski fue de nuevo feroz-
mente criticado e invitado a asistir en persona para justificar su postura.
Su negativa a presentarse selló su condena.
Stalin trabajaba por entonces en Moscú junto con los comunistas
occidentales. Al cabo de unos meses, Zinoviev y él habían conseguido
que todo el movimiento internacional se subordinara a las directrices de
Moscú. T rotski y Lenin habían fundado la Comintern con la esperanza
dé que se convirtiera en un partido mundial, en el que finalmente se in-
tegraría el partido ruso. Stalin, más realista, consideraba difícil que se
consiguiera ese ideal. Sólo se llegaría a él, si acaso, en un futuro muy
lejano. Su idea era que, entre tanto, la Comintern debería estar bajo el
control de Moscú por razones tácticas y de propaganda.
A partir de mayo de 1922, la troika de Stalin, Zinoviev y Kamenev
ocupó el poder. Las relaciones eran tensas, pero se mantenía la unidad.
Los tres defendieron de palabra la teoría del liderazgo colectivo, pero
lo que les mantenía unidos era principalmente el temor a que Trotski
pudiera ocupar el poder. Además, en medio del ascendente culto a Le-
nin, era aún demasiado pronto para que alguien intentara ejercer el li-
derazgo.
La contienda parecía centrarse entonces entre Stalin y Zinoviev. Va-
rios incidentes habían exacerbado su rivalidad, pero, en aquellos mo-
mentos, Zinoviev aún se consideraba a sí mismo como el sucesor de Le-
nin. Kamenev y él quedaron desconcertados cuando en junio de 1924
Stalin les reprochó públicamente algunos errores en la doctrina comu-
nista. Los errores, si es que lo eran, versaban sobre aspectos interpre-
tativos secundarios. La importancia del incidente era que Stalin reafir-
maba su autoridad dentro de la troika.
Otro paso importante dado por Stalin pocas semanas después fue
destinar a Zelensky, secretario del aparato del partido en Moscú, al Asia
central, reemplazándole por Uglanov. Esto debilitó la posición de Kame-

- 175 -
m presidente del Comité Ejecutivo del Soviet de Moscú y líder
d 1 rganización del partido en esta ciudad. Una reunión de quince des-
d s miembros del partido, convocada por Zinoviev, criticó a Stalin
p r su acción desleal. Este rechazó las críticas, acusándoles de intentar
romper el liderazgo colectivo e implantar la dictadura en lugar de la de-
mocracia del partido. Aquel otoño la división entre los líderes parecía
inminente, pero una vez más Trotski los mantuvo unidos.
Después del mal trato recibido en el XIII Congreso del Partido y en
el congreso de la Comintern, y después de experimentar la hostilidad
del Comité Central y del Politburó, parecía lógico esperar que Trotski
se mantuviera al margen durante un tiempo . Sin embargo, carecía por
completo de visión política. No es que no supiera valorar la respuesta
de los demás a sus acciones, sino que sus pensamientos y sus senti-
mientos no existían para él. Sólo le preocupaban sus propias ideas y pro-
yectos que, así lo creía, superaban a todos los demás en exactitud, y se
mostraba realmente sorprendido cuando recibía oleadas de protestas y
críticas. Por el contrario, Stalin era particularmente sensible a las acti-
tudes y sentimientos no sólo de los miembros del partido, sino también
de quienes estaban fuera de él. Con su sentido de la oportunidad y su
perspicacia política era un terrible enemigo.
En aquellos momentos, cuando la marea de la opinión del partido
fluía fuertemente en su contra, Trotski dio muestras de extraordinaria
ineptitud. Ya en junio de 1924 había publicado un panfleto, que intenta-
ba ser un homenaje a Lenin, pero que al tratar al gran líder como com-
pañero e igual había ofendido a muchos militantes. En septiembre de
1924, mientras descansaba en Kislovodsk, en el Cáucaso, publicó sus
primeros artículos y discursos en un volumen, con una introducción ti-
tulada «Lecciones de Octubre». Era un relato del avance de la Revolu-
ción que tocaba también el tema de la traición de la «derecha». Comen-
tó los conflictos que se produjeron entre Lenin, Zinoviev y Kamenev en
vísperas de la Revolución de Octubre, e incluso escribió sobre los erro-
res cometidos por el mismo Lenin.
El volumen, publicado en octubre de 1924, causó sensación. Al de-
senterrar el pasado, T rotski parecía tratar de acusar al actual liderazgo
y poner en duda la infalibilidad de Lenin. Bujarin escribió inmediatamen-
te un artículo en Pravda titulado «Cómo no escribir la historia de Oc-
tubre». Fue ésta una respuesta provisional. Trotski iba a recibir otra más
completa y contundente, ya que al rastrillar el pasado se había expuesto
a un contraataque devastador. Antes de 1917, había mantenido cons-
tantes polémicas con Lenin. Como era típico entre los revolucionarios,
las controversias se caracterizaban por sus críticas virulentas. Kamenev,
por entonces director de la edición oficial de las obras de Lenin, publicó
su respuesta en Pravda e lzvestiya el 26 de noviembre de 1924, bajo el
título «Leninismo o trotskismo». El artículo, que se extendía sobre los
comienzos de la vida política de Trotski, trataba de demostrar que éste
siempre se había opuesto al bolchevismo y al leninismo.
La aportación de Stalin fue un ataque razonado y destructivo. Al
referirse al destacado papel de Trotski en la Revolución de Octubre, afir-

- 176 -
maba que había que admitir que éste había actuado con acierto, pero
también lo habían hecho así otros. Hacía unas breves consideraciones
sobre los errores de Zinoviev y Kamenev, conocidos por todos, e inclu-
so admitió que antes de la llegada de Lenin a Petrogrado, en marzo de
1917, «yo compartía esta actitud equivocada de otros camaradas». Lo
que más había molestado de Troski era su insufrible suposición de que
siempre había tenido razón. Stalin ponía especial cuidado en mostrarse
a sí mismo humano y falible.
Al examinar las principales herejías de T rotski, demostró con citas
de los escritos de Lenin que aquél había estado en conflicto directo con
el maestro en etapas sucesivas. De hecho, Trotski y Lenin habían man-
tenido puntos de vista básicamente muy próximos, pero no era difícil en-
contrar citas que probaban lo contrario. La parte más dañina del ataque
de Stalin fueron las citas de la correspondencia de T rotski con Chjeidze
en 1913 en las que aquél había escrito que Lenin era «el explotador pro-
fesional de todo lo que de atrasado hay en el movimiento de los traba-
jadores rusos». También había escrito que todos los fundamentos del le-
ninismo en la actualidad se apoyan en la mentira y en la falsificación . Sta-
lin cerraba su discurso con la tajante afirmación de que «Trotski se ha
planteado el objetivo de destronar al bolchevismo y minar sus funda-
mentos. La tarea del partido consiste ahora en enterrar el trotskismo
como ideología».
El discurso produjo una terrible conmoción en el partido. Parecía
imposible que ningún militante, y menos aún un destacado bolchevique
como Trotski, pudiera haber escrito en tales términos sobre Lenin. Pero
las pruebas de Stalin eran irrefutables. La acusación de que Trotski ha-
bía sido desde el principio un acérrimo enemigo de Lenin y del leninis-
mo fue aceptada como un hecho probado.
Surgió entonces una campaña «para enterrar el trotskismo». Perió-
dicos de todo el país publicaron artículos e informes de las reuniones
del partido a nivel local, en las que se le vilipendiaba y condenaba. Una
fiebre persecutoria se apoderó de los militantes, que olvidaron sus ser-
vicios a la causa revolucionaria. Según transcurrían los días, crecía la sor-
presa ante el hecho de que no rechazara ni contestara a estos ataques.
Su extraño silencio no podía significar más que la admisión de su culpa.
El 13 de diciembre de 1924, Prauda llego a publicar un editorial afirman-
do que no se había recibido de T rotski comunicación alguna referente
a las acusaciones en su contra. ios
La campaña contra T rotski, que duraba ya unos años, alcanzó su
punto culminante. Estaba consternado por la intensidad de la nueva ola
de vilipendio. Jamás imaginó que sus «Lecciones de Octubre», que ha-
bía escrito para dejar constancia de lo que pasó y advertir al partido de
que seguía una ruta equivocada, desataría tal huracán de protestas. De-
bido a la tensión, su salud se resintió. Los médicos le recomendaron un
periodo de descanso en el Cáucaso, pero él se negó a abandonar su alo-
jamiento en el Kremlin. Enfermo, solitario y en un ambiente hostil, es-
peraba la reunión del Comité Central que tendría lugar del 17 al 20 de
enero de 1925. Había escrito lo que se conoce como su carta de dimí-

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sión en la que, como en su intervención en el XIII Congreso, expresaba
su lealtad y sumisión al partido, pero se negaba a admitir error alguno.
En la reunión del comité, Zinoviev y Kamenev se mostraron ávidos
de consumar el ataque final. Apoyados por otros, pidieron la expulsión
de Trotski no sólo del comité y del Politburó, sino incluso del partido.
A esto se opuso Stalin. Al informar después ante ~I XIV Congreso del
Partido explicó que «nosotros, la mayorí:i del Comité Central, no está-
bamos de acuerdo con los camaradas Zinoviev y Kamenev porque nos
dábamos cuenta de que la política de cortar cabezas puede suponer im-
portantes peligros para el partido. Es una especie de sangría -y ellos
quieren sangre- peligrosa y contagiosa; hoy puedes cortar una cabeza,
mañana una segunda y después una tercera ¿Quién quedaría en el par-
tido?» Fueron palabras premonitorias.
La única medida tomada contra Trotski en la reunión del Comité
Central fue la de destituirle de sus cargos de presidente del Consejo Re-
volucionario de Guerra y de comisario de Guerra. Durante algunos me-
ses había ocupado este puesto sólo nominalmente. M. V. Frunze, uno
de sus principales antagonistas en temas militares, había sido nombrado
comisario adjunto en la primavera de 1924, y virtualmente había tomado
el control. Trotski continuó siendo miembro del Comité Central y del
Politburó, pero había perdido el apoyo y el prestigio de los que había
gozado en el partido. Su conducta había desmoralizado a sus pocos par-
tidarios. Estaba solo.
El liderazgo colectivo de la troika se deshizo rápidamente. Stalin y
Zinoviev se convirtieron en los principales adversarios. Kamenev había
perdido influencia como jefe de la organización del partido en Moscú.
Zinoviev estaba todavía en una posición sólida. Sin embargo, a finales
de 1924, se dio cuenta tardíamente de que Stalin no era meramente un
discreto provinciano que dirigía el aparato central del partido, sino un
formidable oponente. Cuando surgió el conflicto entre ambos, Zinoviev
se encontró superado, y su lucha, más que por el poder, fue por la su-
pervivencia.
El conflicto produjo un estallido de la tradicional rivalidad entre las
dos ciudades. Los habitantes de Leningrado se sentían arrogantes y re-
sentidos por la preeminencia de Moscú como sede de la organización
del partido y del gobierno. Conscientes de su tradición revolucionaria y
del hecho de que su ciudad había llevado el nombre de Pedro el Grande
y después el de Lenin, mantenían una orgullosa independencia.
Zinoviev era el hombre fuerte en Leningrado y, aunque no era un
personaje popular, contaba con el apoyo de la ciudad contra Stalin y los
moscovitas. La insubordinación de los leningradenses causó considera-
bles problemas a Stalin, y hasta finales del siguiente año, 1926, no con-
siguió someter a la ciudad al dominio de Moscú.
La lucha dentro de la troika y del Politburó se centró en la NEP,
que había preocupado a los marxistas desde su adopción en 1921. La
dificultad surgió del hecho de que el marxismo, una doctrina concebida
para una sociedad industrial, se estaba imponiendo en una sociedad pre-
dominantemente agrícola, y los dogmas no proporcionaban orientacio-

- 178 -
nes para los problemas que surgían. Los líderes del partido estaban in-
decisos sobre el camino a seguir. Si explotaban a los campesinos en be-
neficio del proletariado, algo considerado inevitable para construir un Es-
tado comunista, los campesinos ofrecerían resistencia con una retirada
silenciosa y masiva de su cooperación, o se rebelarían. La situación del
partido en el país era aún precaria, y un importante levantamiento de
los campesinos significaría el colapso del régimen.
La alternativa era permitir a los campesinos que produjeran y ne-
gociaran el grano en una economía más o menos libre, animándoles a
aumentar la producción y a comerciar con los excedentes de grano. So-
bre esta base, Bujarin, Preobrazensky y otros defendían que sería posi-
ble promover un relanzamiento económico. El problema estribaba en
que los campesinos, que eran reivindicativos y exigían constantemente
más concesiones, aprovecharían la ocasión para ejercer su influencia no
sólo económica sino también política. Entre los líderes del partido cons-
tituía un temor obsesivo que los campesinos desafiaran su poder. Lenin
había temido esa posibilidad y al implantar la NEP, que daba a los cam-
pesinos libertad económica, tuvo buen cuidado en negarles poder polí-
tico. Entre ambos extremos eran posibles diversos compromisos, pero
el compromiso era ajeno a la actitud rusa ante tales problemas.
El Politburó estaba dividido, pues Bujarin y los bolcheviques del ala
derecha eran favorables a hacer más y más concesiones al campesina-
do. Bujarin llegó a animar a los campesinos en un artículo publicado en
Prauda el 14 de abril de 1925 con estas palabras: «Enriqueceos, desa-
rrollad vuestras granjas, no temáis que se os someta a restricciones.»
Posteriormente se vería obligado a modificar esta declaración y, después
a retractarse completamente; pero en aquellas circunstancias su inten-
ción era fomentar la producción de grano y tranquilizar a los campesi-
nos preocupados por su seguridad bajo el régimen comunista.
Stalin se inclinaba por esta postura de tranquilizar al campesinado.
Para su mente práctica no había alternativa en aquellos momentos, pero
no sentía simpatía por los campesinos, con su mente pequeñoburguesa
y conservadora y con su obsesión por la propiedad privada. Además,
estaba preocupado por el apoyo dado a los kulaks, prósperos campesi-
nos que podrían llegar a convertirse en un poder capitalista en las zonas
rurales.
El XIV Congreso del Partido, celebrado del 27 al 29 de abril de 1925,
debatió largamente la política agrícola. Stalin no intervino en el congre-
so, dejando que Bujarin y Rykov presentaran el proyecto del ala dere-
cha. Hubo acuerdo general en cuanto a conceder satisfacciones a los
campesinos, y se dejaron oír pocas voces en contra. El congreso puso
de relieve que la recuperación económica del pais dependía de la «ren-
tabilidad de la producción agrícola» y de la promoción de la productivi-
dad industrial. Para ganarse el apoyo del campesinado se redujo drás-
ticamente el impuesto general en un 25 por ciento. El congreso legalizó
además la práctica, ya extendida de hecho, de permitir a los campesi-
nos contratar mano de obra y arrendar más tierras, lo que beneficiaba
a los kulaks.

- 179 -
bs táculos para un aumento de la rentabilidad eran de sobra
n id s. Las grandes propiedades habían sido divididas y había unos
v inti uatro o veinticinco millones de pequeñas propiedades cultil7adas
por familias de campesinos, que vivían a nivel de mera subsistencia. Eia
un método antieconómico de cultivar las vastas extensiones agrícolas
de Rusia. Todas los campesinos habían conocido el hambre, y ahora con-
sumían la mayor parte del grano, dejando sólo pequeñas cantidades para
el mercado. La aguda escasez de bienes manufacturados no incentivaba
la producción para comercializar. Más aún, sospechaban del régimen co-
munista y querían precios más altos; por estas razones, muchos rete-
nían el grano.
Zinoviev se mantuvo en silencio durante el XIV Congreso. Estaba
a la defensiva y a la expectativa de una ocasión favorable. Ya a comien-
zos de febrero de 1925, Stalin había realizado maniobras para minar su
autoridad en la Comintern. Pero la organización del partido en Lenin-
grado mostraba una tenaz resistencia y se oponía a los intentos de Sta-
lin de colocar a sus hombres en los puestos claves. Los partidarios de
Zinoviev comenzaron a contrarrestar la presión de Moscú, promovien-
do medidas del ala izquierda en el Leningradkaya Pravda y por otros
medios.
Durante el verano de 1925, la rivalidad salió a la luz. Zinoviev y Ka-
menev habían apoyado la política del ala derecha favorable a los cam-
pesinos en tanto en cuanto consideraban seguros sus puestos en el Po-
litburó, pero al ser atacados por Stalin adoptaron la postura del ala iz-
quierda. Esta tendencia daba gran importancia al peligro que supondrían
los· kulaks al reforzar su poder económico y que, reteniendo el grano,
pronto serían capaces de forzar a los soviets a someterse a sus exigen-
cias. Entonces, harían resurgir el capitalismo. La política adecuada era
introducir granjas colectivas a gran escala, pero no por imposición, sino
por persuasión y ofreciendo estímulos tales como proporcionar fertili-
zantes, semillas y tractores. Una vez instalados en estas explotaciones
colectivas, los campesinos apreciarían rápidamente sus ventajas. El ala
izquierda también propiciaba un mayor énfasis en la expansión indus-
trial, especialmente la dirigida a la mecanización de la agricultura y, en
sentido amplio, la que creara una economía socialista equilibrada.
Zinoviev reforzó su ataque contra el ala derecha arguyendo que la
NEP no era una medida auténticamente leninista, sino una «concesión
estratégica» al capitalismo. Stalin contraatacó inmediatamente acusán-
dole a él y a sus partidarios de pesimistas. Al alegar que la revolución
había dado un paso atrás, daban muestras de falta de fe en la capacidad
del pueblo soviético, que había mostrado el camino al proletariado del
mundo con la gloriosa Revolución de Octubre. Su argumento mantuvo
a la oposición a la defensiva.
El XIV Congreso del Partido celebró su sesión de apertura el 18 de
diciembre de 1925, lo que suponía un gran retraso. En el marco de los
preparativos, el Comité Central se reunió del 3 al 10 de octubre y los
miembros de la oposición -Zinoviev, Kamenev, Sokolnikov, comisario
de Finanzas, y Krupskaia- manifestaron inmediatamente su intención

- 180 -
de imponer su política. Era una maniobra atrevida y desesperada por-
que sabían que en el congreso no tendrían opción dada la abrumadora
mayoría de Stalin. En el Comité Central afirmaron haber sido obstacu-
lizados a Ja hora de plantear sus críticas a la política oficial. Stalin estaba
dispuesto a ser conciliador en aquel momento. Se debatieron sus pro-
puestas y se llegó a una resolución de compromiso que destacaba tanto
la amenaza que suponían los kulaks como la necesidad de estimular a
los campesinos. Parecía que sería posible evitar una confrontación di-
recta entre los partidarios de ambos planteamientos.
Poco antes de la apertura del congreso, sin embargo, las organiza-
ciones del partido de Moscú, Leningrado y otros lugares del país man-
tuvieron asambleas locales para decidir su postura y especialmente para
elegir a sus delegados. La asamblea de Leningrado rechazó a todos los
candidatos que Moscú había tratado de incluir en su delegación. Esta
manifestación de independencia indignó a Stalin. La asamblea de Moscú
aprobó una resolución criticando a Jos leningradenses, que respondie-
ron de la misma manera. Pravda y el Leningradkaya Pravda se enzar-
zaron en un intercambio de críticas desabridas. A última hora, Zinoviev
intentó hacer un trato: los leningradenses cesarían en su actitud de abier-
ta oposición a la línea oficial si se les garantizaba que no habría repre-
salias en su contra después del congreso. El Comité Central rechazó la
propuesta.
El congreso comenzó sosegadamente. Stalin pronunció el principal
discurso político y no mencionó a la oposición. Reconoció que los ku-
laks suponían un peligro, pero aconsejó no exagerarlo. Cualquier medi-
da que pusiera en contra a los campesinos perjudicaría el progreso eco-
nómico que, como todos sabían, era notable y alentador. Pero pronto
surgieron las tensiones. Lashevich, primer orador de la oposición, ape-
nas podía hacerse oír a causa de los abucheos y de los silbidos. Zino-
viev trató de hacer una exposición razonable, pero cometió el error de
atacar a Bujarin, especialmente por el llamamiento de este a los campe-
sinos pidiéndoles que se enriquecieran. Bujarin gozaba de popularidad,
y el ataque puso a los delegados de su parte. El discurso de Zinoviev
fue sofocado varias veces por ruidosas interrupciones. Krupskaia hizo
un llamamiento a la unidad del partido, pero nadie prestó atención a sus
consejos. Cuando Lashevich se opuso enérgicamente a la separación
de Zinoviev y Kamenev del liderazgo del partido, Mikoyan replicó desa-
bridamente que no se trataba de excluir a Zinoviev y a Kamenev, sino
de que éstos se sometieran a la «voluntad de hierro de la mayoría del
Comité Central».
Kamenev dominó la sesión de Ja cuarta jornada. En estado de de-
sesperación, pronunció uno de los más enérgicos discursos de su carre-
ra política. Expuso la política de la oposición. Después, hacia el final de
su intervención, dejó estupefacto al congreso con un ataque personal a
Stalin. «Somos contrarios a la creación de la teoria del lider - afirmó-
iNo queremos hacer un líder! No queremos una Secretaría que reúna
en la práctica la política y la organización y que se sitúe por encima del
órgano político.»

- 181 -
losif Stalin y Vyacheslau Molotov, los dos políticos cuyos informes triunfaron
en el XIV Congreso del PCUS.

Una ola de protestas ahogó su discurso, pero Kamenev no estaba


dispuesto a callar. «Voy a decir lo que tengo que decir, hasta el final -gri-
tó-. Ya se lo he dicho en una ocasión al camarada Stalin en persona;
ya se lo he dicho más de una vez a un grupo de delegados del partido,
y lo repito ahora ante el congreso. Tengo la absoluta convicción de que
el camarada Stalin no puede llevar a cabo la unión de todas las funcio-
nes y cargos bolcheviques.»

- 182 -
Kamenev habló dominado por la ira, como cuando había hecho sus
malintencionadas denuncias contra Trotski. Pero su ataque contra Sta-
lin fracasó. No pedía democracia, sino continuidad del Politburó, del que
ya era miembro. Su discurso, inspirado por los celos y la malicia, tuvo
el efecto de unir al congreso en su apoyo a Stalin, que representaba la
unidad del partido. Tomsky, como portavoz oficial, criticó duramente el
discurso. Kamenev había mostrado, afirmó, el verdadero talento de una
oposición inspirada no en principios y medidas políticas, sino en celos
personales. Al mismo tiempo tuvo buen cuidado en negar que hubiera
un líder único o que pudiera haberlo. Había transcurrido aún poco tiem-
po desde la muerte de Lenin como para admitir que pudiera tener su-
cesor. Tomsky terminó con un llamamiento a Kamenev y a Zinoviev
para que «OS apliquéis a vosotros mismos las lecciones que enseñasteis
al camarada Trotski» e «inclinéis la cabeza ante la voluntad del partido».
Los ataques de la oposición continuaron, pero, por ahora, Stalin no
intentó deshacerse de Zinoviev, Kamenev y los discrepantes. Quizá con-
fiaba en que cavarían su propia tumba. En las elecciones al Comité Cen-
tral, todos los líderes de la oposición fueron reelegidos. A continuación,
todos los que ya eran miembros del Politburó -Stalin, Zinoviev, Buja-
rin, Rykov, Tomsky y Trotski- fueron nombrados de nuevo, pero Ka-
menev sólo en calidad de candidato. El Politburó aumentó su número
de miembros de seis a nueve, y Molotov, Vorochilov y Kalinin, todos
ellos hombres de Stalin, fueron los tres miembros que se incorporaron.
El Comité Central pasó a tener ciento seis miembros, y la Comisión Cen-
tral de Control llegó a los ciento sesenta y tres. No se produjeron cam-
bios importantes en ninguno de estos dos órganos, pero los nuevos
miembros reforzaron el control de Stalin sobre ambos.
El auténtico golpe que Stalin asestó a Zinoviev fue apartarle de la
organización del partido en Leningrado. Se hizo cargo del Pravda Le-
ningradskaya un nuevo editor, que dejó inmediatamente de publicar ar-
tículos favorables a la oposición y pasó a reflejar fielmente su línea ofi-
cial. Entonces, a comienzos de enero de 1926, Molotov se trasladó a Le-
ningrado al frente de una numerosa delegación para informar sobre el
congreso a grupos de obreros. Ignorando a los líderes locales, los miem-
bros de la delegación acudieron directamente a los militantes de base,
hasta un total de sesenta y tres mil, y se aseguraron más de sesenta mil
votos de apoyo para la política oficial. En una campaña breve e intensa,
el equipo de Molotov consiguió un masivo alejamiento de los militantes
de Leningrado respecto a sus líderes, a los que habían respaldado sólo
unas semanas antes para que se opusieran a la autoridad central de Mos-
cú. Este cambio era una demostración más del poder del llamamiento a
la unidad del partido; también reflejaba la incapacidad e impopularidad
de Zinoviev como líder.
Durante 1925, Trotski se mantuvo apartado de la politica del par-
tido. No intervino en el XIV Congreso del Partido y contempló con apa-
rente desdén los esfuerzos de Zinoviev y Kamenev para oponerse a Sta-
lin. El feroz ataque que había sufrido el año anterior le habla herido pro-
fundamente, por lo que había buscado refugio tras un muro de silencio.

- 183 -
Su úni a intervención pública, en septiembre de 1925, fue mendaz. En
un libro titulado Desde que murió Lenin, el escritor americano Max East-
man, íntimo amigo de Trotski, publicó algunas citas del «testamento» de
Lenin y un relato de los hechos en el seno del partido desde su muerte.
Contaba con los testimonios de comunistas extranjeros bien informa-
dos, de miembros del partido cercanos a Trotski y posiblemente de
Krupskaia o incluso del mismo T rotski. Este publicó un artículo denun-
ciando el libro y su información confidencial como falsos. Era una ca-
lumnia pretender que algunos documentos hubieran sido ocultados al
Comité Central, y una invención perversa alegar que se había violado
el «testamento» de Lenin.
Trotski afirmaría más tarde que había escrito el artículo presionado
por amenazas de Stalin. Parece más probable que, sin amenazas, Trots-
ki mintiera con la esperanza de salvar su posición como miembro de los
órganos internos del partido. Pero al publicar este desmentido desper-
diciaba su más útil arma contra Stalin. El culto a Lenin había llegado a
un punto en que cada palabra del líder muerto era ley. Una hábil utili-
zación del «testamento» podría haber dañado la posición de Stalin, pero
ahora Trotski ya no podría utilizarlo.
Los grupos de la oposición seguían siendo minoritarios dentro del
partido. Sus líderes estaban motivados principalmente por el resenti-
miento hacia la preeminente posición de Stalin, por el instinto de super-
vivencia y, hasta cierto punto, por su preocupación respecto a la polí-
tica oficial que favorecía a los campesinos. La malicia y el odio envene-
naban, además, las relaciones entre los líderes de la oposición. Zinoviev
y Kamenev habían rivalizado en la virulencia de sus ataques contra
Trotski, quien nunca disimuló su desprecio hacia sus oponentes y se ha-
bía mostrado despiadado en sus ataques contra ellos.
Resulta extraordinario, pues, que los líderes de la oposición consi-
guieran unirse en la primavera de 1926. Les movía la desesperación: sa-
bían que no podrían vencer al aparato del partido de Stalin; sabían tam-
bién que la OGPU, sucesora de la GPU, actuaba contra los miembros
de la base que disentían, aunque hasta entonces no se habían utilizado
los métodos policiales contra militantes destacados.
Para Stalin, esta coalición de los líderes de la oposición era un si-
niestro ataque a la unidad del partido, llevado a cabo en un momento
en que la situación de éste era todavía precaria en el país. Denunció el
acuerdo establecido entre Zinoviev y Trotski como un pacto «público,
directo y carente de escrúpulos». Fue, desde luego, un sórdido inter-
cambio en el que Trotski retiró sus críticas a Zinoviev, quien por su par-
te admitía que la postura de Trotski contra el «burocratismo» había es-
tado justificada.
Trotski fue el máximo responsable en la preparación de la platafor-
ma de la oposición. Se esforzó en evitar todo aquello que pudiera suge-
rir un ataque al partido o la formación de una nueva facción. Atribuyó
los fallos que se producían en la dirección del partido al antagonismo en-
tre la burocracia y el proletariado. Esto explicaba las medidas represi-
vas y el declive de la democracia en el partido, concepto por el que Trots-

- 184-
ki, cuando estuvo en el poder, había mostrado escaso respeto. La opo-
sición promovía medidas que aceleraran el crecimiento industrial, mejo-
raran las duras condiciones del proletariado de la industria y frenara las
amenazas de los kulaks y los campesinos acomodados.
La oposición presentó parte de su programa al pleno del Comité
Central en abril de 1926, y el programa completo, en la reunión cele-
brada entre el 14 y el 23 de julio de 1926. Les impulsó a moverse el fra-
caso de la huelga general en el Reino Unido, ya que lo achacaban a un
fracaso de los líderes del partido que no supieron guiar y dirigir debida-
mente a los trabajadores británicos. Stalin reaccionó separando de pues-
tos de responsabilidad a algunos partidarios de la oposición.
Al mismo tiempo Stalin comenzó a desacreditar a la oposición, ale-
gando con pruebas dudosas que no era una oposición de izquierdas,
sino una desviación burguesa de derechas. Entonces los líderes del par-
tido comenzaron a caer en sus manos. Los oponentes organizaron ma-
nifestaciones en fábricas, pidiendo que sus propuestas fueran debatidas
en todas las organizaciones del partido. Era éste un acto flagrante de
indisciplina y una afrenta a la unidad del partido. Aterrorizados por su
propia temeridad, los seis líderes - T rotski, Zinoviev, Kamenev, Pyata-
kov, Sokolnikov y Evdokinov- reconocieron su culpabilidad en una de-
claración pública y juraron denunciar toda actividad faccionaria en el fu-
turo. También denunciaron a sus propios partidarios del ala izquierda
en la Comintern y en el Grupo de Oposición Obrera. Al parecer, su con-
fesión fue voluntaria, y constituía un intento de salvar sus conciencias.
Habían intentado solamente, según reconocieron inocentemente, rete-
ner alguna influencia en el partido. Su conducta pusilánime les expuso
a ellos y a sus partidarios a represalias.
En octubre de 1926, el Pleno del Comité Central, reunido conjun-
tamente con la Comisión Central de Control, hizo una severa adverten-
cia a los líderes de la oposición. T rotski fue destituido del Politburó y
Kamenev de su condición de miembro candidato, mientras que Zino-
viev fue expulsado de la Comintern. La petición hecha por la oposición
de que se permitiera distribuir su programa político a los delegados que
asistieran al XV Congreso del Partido fue rechazada. Otro factor que
perjudicó a la oposición fue la defección de Krupskaia, anunciada por
Stalin en el congreso. Ella había firmado el programa político original de
la oposición unida, pero estaba contrariada por la conducta de Trotski,
Zinoviev y los demás. En una carta a Pravda expresó su disgusto con
circunspección: «La oposición ha ido demasiado lejos ... Las críticas en-
tre camaradas se han convertido en faccionalismo ... La amplia masa de
los trabajadores y de los campesinos ha considerado que las afirmacio-
nes de la oposición iban contra los principios básicos del partido y del
poder soviético.» Finalizaba pidiendo la «máxima unidad de acción» .
Krupskaia se había convertido en una figura patética, y su influen-
cia disminuía rápidamente. Era una mujer íntegra, dedicada al recuerdo
de Lenin y al servicio de la causa revolucionaria. Pero no entendía de
política y era constantemente manipulada por Stalin. Le odiaba desde
la primera vez que le vio, en 1913. Pero, sin embargo, se había encon-

- 185 -
trado con que su gran prestigio como mujer de Lenin no le servía de
nada. Stalin la vigilaba estrechamente, consciente de que ella le perjudi-
carla a la menor oportunidad. Así, en 1926 consiguió sacar clandestina-
mente de Rusia fragmentos del «testamento» de Lenin para el comunis-
ta francés Boris Souvarine. Este se los entregó a Max Eastman, que hizo
que se publicaran en el New York Times el 18 de octubre de 1926. Fue
un gesto vindicativo y fútil que no consiguió perjudicar la posición de Sta-
lin. Pero ahora, al desertar de la oposición, demostraba, como había he-
cho en ocasiones anteriores, que el partido de Lenin y su unidad eran
sagrados para ella, y más importantes que ninguna otra cosa. 106
En el XV Congreso del Partido, Trotski· y Zinoviev, finalmente, se
destruyeron a sí mismos políticamente. Trotski pronunció un largo dis-
curso, teniendo que solicitar más tiempo en repetidas ocasiones. Fue
constantemente interrumpido con burlas y risas. Zinoviev se humilló y
pidió perdón por sus errores. También él fue interrumpido y ridiculiza-
do. Ambos habían sido arrogantes en el poder, y ahora estaban humi-
llados y vencidos. Le correspondió a Bujarin hacer el ataque final contra
ellos; los delegados, sedientos de sangre, aplaudieron ruidosamente. 101
El tema principal de debate en el congreso no fue la oposición, sino
la nueva teoría de Stalin del «socialismo en un país». Era un claro pro-
ducto de su mente y de sus puntos de vista, y marcó el comienzo de la
era estalinista. El impulso revolucionario ruso había perdido ímpetu des-
de el final de la guerra civil, y el proceso se había acelerado después de
la muerte de Lenin. Se necesitaba una nueva política que impulsara al
pueblo ruso a emprender la tarea sobrehumana de llevar a su país des-
de la Revolución de Octubre hacia el socialismo y el comunismo. «So-
cialismo en un país» era esa política. Su fuerza emocional era abruma-
dora. Hizo surgir un nuevo fervor en el partido, y el orgullo de la revo-
lución se extendió más allá de sus filas. Era una declaración de indepen-
dencia de Occidente y de fe en la capacidad de su país para seguir ade-
lante, creando su propio futuro solo y sin apoyo. La atrasada Rusia, du-
rante tanto tiempo tratada como una nación rezagada en los aledaños
de la civilización occidental, se convertiría en un país avanzado y en el
centro de la civilización en el próximo milenio.
La contribución más importante de Stalin a la doctrina comunista
rusa tenía su origen en las discrepancias con Trotsi<i después de la pu-
blicación de las «Lecciones de Octubre». De las herejías atribuidas a
Trotski, la más importante era la teoría básica de que el éxito de la re-
volución rusa dependía del apoyo de las revoluciones de los países oc-
cidentales industrializados. Como nacionalista ruso, Stalin se rebeló ins-
tintivamente contra este presupuesto de dependencia. Desde la conquis-
ta mongola en el siglo XIII, Rusia había forjado su propia civilización, acep-
tando lo que quería de otros países, pero nunca dependiendo de ellos;
evidentemente la tradición moscovita, profundamente arraigada, insistía
en que la civilización rusa era superior y que la misión de Rusia era di-
rigir el mundo.
Stalin, sin embargo, tenía que hacer frente al hecho de que Lenin
siempre había aceptado como tesis fundamental que la Revolución rusa

-186 -
dependía de la revolución mundial, o al menos de la del Occidente in-
dustrializado. Para Trotski, el internacionalista que despreciaba cual-
quier forma de nacionalismo, era inconcebible que Rusia pudiera seguir
la ruta revolucionaria si no era como parte del proletariado del mundo.
En las «Lecciones de octubre» había dado por supuesta esta premisa.
Stalin había aceptado esta teoría. Incluso en abril de 1924, en sus
conferencias sobre «Las bases del leninismo», había confirmado expre-
samente que la Revolución de Rusia sólo triunfaría como parte de la re-
volución internacional. Pero sus dudas aumentaban. Las revoluciones
habían fracasado en Occidente, y en 1923 la tentativa socialista por con-
seguir el poder en Alemania, donde Lenin había puesto muchas espe-
ranzas, fue un fracaso . Era obviamente poco realista esperar la revolu-
ción en Occidente en un futuro próximo. ¿Quería esto decir que la Re-
volución rusa tenía que fracasar inevitablemente, o que tenía que ami-
norar el paso hasta que el resto del mundo estuviera preparado?
Buscando munición contra Trotski en los escritos de Lenin, se en-
contró con un artículo escrito en 1915 que contenía en germen la idea
de la nueva política. Lenin había escrito que, puesto que los países ca-
pitalistas no habían evolucionado todos al mismo ritmo, era posible que
la revolución llegara a unos países antes que a otros, y que incluso po-
dría estallar primero en un país. No mencionaba expresamente a Rusia,
ni probablemente pensaba que Rusia fuera ese país. Basándose en esta
tenue afirmación, Stalin desarrolló su tesis del «socialismo en un sólo
país», dando a entender que Lenin había previsto y aprobado esta po-
sibilidad e, incidentalmente, que Trotski la había rechazado.
La idea de Stalin fue debatida primero por el Politburó en abril de
1925. Zinoviev y Kamenev habían aceptado con poco entusiasmo que
fuera incluida en la resolución que sería presentada ante el XVI Congre-
so del Partido en diciembre de 1925. No despertó gran interés entre los
delegados, que la aprobaron como un tema abstracto y doctrinario sin
aplicación práctica inmediata. Entonces, en enero de 1926, después de
su triunfo en el congreso, Stalin escribió el artículo «Sobre cuestiones
de leninismo», en el que daba réplica a las críticas de la oposición y se
ocupaba después de los principales obstáculos para la creación del so-
cialismo en un país. El primero era el atraso de la economía rusa, que
era un desafío a la fe y al talento del pueblo. La auténtica amenaza era
que las potencias capitalistas, que habían entrado en un periodo de es-
tabilización, pudieran atacar a la Rusia soviética. Para contrarrestar este
peligro, la Unión Soviética tenía que replegarse y, desde el aislamiento,
adoptar unas medidas políticas de industrialización intensiva. Después
se prepararía para repeler cualquier ataque capitalista y, al mismo tiem-
po, avanzar irresistiblemente hacia el socialismo industrializado. Este ar-
tículo se redactó en un volumen titulado «Cuestiones de leninismo», que
pasó a constituir un texto fundamental del partido en los años siguientes.
En el XV Congreso del Partido la tesis «Socialismo en un pais» fue
debatida y aprobada en principio. Stalin utilizó al máximo lo atractivo
de su llamamiento. Reprochó a la oposición el ser hombres de poca fe;
no tenían confianza en el poder del partido y del pueblo ruso para cons-

- 187 -
truir el socialismo en su propio país. La idea, tal como la presentaba,
suponia un dramático desafío al partido y al pueblo para que se embar-
caran en un proyecto heroico.
Aunque derrotados en todas las ocasiones, los líderes de la oposi-
ción no perdían la esperanza. Aprovecharon dos acontecimientos de
mayo de 1927 para reanudar sus ataques. El primer acontecimiento fue
el asesinato de comunistas chinos en Shanghai por tropas de Chiang
Kaishek. Acusaban a la política exterior oficial, que mantenía alianzas
con regímenes no comunistas, y en este caso el Kuomintang, de ser con-
traria a los principios del comunismo internacional. Los padecimientos
de los hermanos comunistas en China eran una muestra del fracaso de
los líderes del partido. Trotski llegó a afirmar que éste era el resultado
lógico de la «teoría pequeñoburguesa del "socialismo en un solo país"».
Las críticas impresionaron a los militantes de base, que sentían gran
interés por las luchas de los camaradas extranjeros. Pero entonces un
verdadero temor a un ataque capitalista alarmó al país. En mayo de 1927
la policía británica registró las oficinas de la delegación comercial sovié-
tica en Londres y encontró pruebas de actividades comunistas subver-
sivas. El gobierno británico reaccionó enérgicamente y rompió relacio-
nes con la Unión Soviética. En Moscú esto se interpretó, equivocada-
mente, como el primer paso del Reino Unido para una declaración de
guerra. La oposición afirmó que era esencial un cambio de líderes si el
país tenía que defenderse en una guerra, y que había que conseguir que
los verdaderos revolucionarios extranjeros, que eran entonces denun-
ciados como desviacionistas, prestaran su apoyo a Rusia en la próxima
lucha. Stalin y sus adictos arguyeron que ésta era una ocasión en la que
la unidad del partido importaba más que nada y que los de la oposición
deberían dejar a un lado sus discrepancias y fortalecerlo .
El temor a la guerra se desvaneció, pero la agitación continuó en
el partido. La paciencia de Stalin con los líderes de la oposición se había
agotado. Siempre se había opuesto a su expulsión, y en el XIV Congre-
so, en diciembre de 1925, había explicado por qué estaba en contra de
la petición de Zinoviev y Kamenev para que T rotski fuera expulsado.
Ahora había cambiado de opinión. El partido estaría en peligro mientras
los disidentes trabajaran activamente entre sus filas. Lenin nunca se lo
hubiera permitido. Se había mostrado decidido en 1917, y en ocasiones
posteriores, a acabar con los mencheviques y los socialistas revolucio-
narios , e insistió en 1921 en la exclusión de las facciones dentro del par-
tido bolchevique. Stalin, por su parte, siempre había compartido la idea
de que el partido debía estar completamente unido, pero esta esperan-
za ya no era sostenible. Mientras el partido y el régimen se enfrentaban
a innumerables problemas y luchaban por sobrevivir, la oposición ejer-
cía una influencia debilitadora, inadmisible en momentos cruciales.
En el pleno del Comité Central, a finales de julio de 1927, promovió
una resolución para la expulsión de Trotski y de Zinoviev del Comité.
Podía contar con mayoría en el mismo , en tanto que en el Politburó se
decía que los miembros del ala derecha -Bujarin, Rykov, Tomsky y Ka-
linin- se oponían a tan drástica medida. El Comité Central aprobó la

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resolución, pero después fue anulada. Ordjonikidze, que erá a la sazón
el presidente de la Comisión Central de Control, negoció con la oposi-
ción, que hizo de nuevo una declaración de rendición incondicional. Sta-
lin entonces aceptó la retirada de la resolución; pero, estaba claro que
los líderes de la oposición tenían los días contados en el partido.
En septiembre de 1927, cuando se llevaban a cabo los preparativos
para el XV Congreso del Partido, la oposición sacó a la luz su tercera
declaración de objetivos y medidas políticas. Su propósito principal era
cambiar el liderazgo del partido, eliminando al ala derecha y a Stalin en
particular, aunque la declaración no citaba nombres. Afirmaban que los
miembros elegidos por el Congreso para el Comité Central «tienen que
ser independientes del aparato y han de estar estrechamente relaciona-
dos con las masas», fórmula que habría excluido a Stalin y a la mayoría
de sus partidarios.
La oposición presentó esta declaración al Comité Central pidiendo
que se imprimiera y distribuyera a todos los delegados que asistieran al
Congreso. Como esperaban que su petición fuera rechazada, como de
hecho lo fue, habían preparado una imprenta clandestina, con la inten-
ción de imprimir la declaración para su distribución masiva. La OGPU
se enteró de sus planes con antelación e incautó la imprenta. Todos los
que estaban directamente implicados fueron detenidos y expulsados in-
mediatamente del partido, pero los líderes permanecieron libres por el
momento. Desesperados y frustrados en sus esfuerzos para hacer pú-
blicas sus opiniones, las expusieron en reuniones de trabajadores. El Co-
mité Central, reunido conjuntamente con la Comisión Central de Con-
trol entre el 21 y el 23 de octubre de 1927, criticó de nuevo severamente
sus actividades, pero sin expulsarlos del partido.
El 7 de noviembre de 1927, décimo aniversario de la Revolución,
T rotski y Zinoviev convocaron manifestaciones en Moscú y Leningrado.
Las manifestaciones carecieron de poder de convocatoria y no tuvieron
ningún eco, pero suponían una grave infracción a las normas del parti-
do. De nuevo entró en acción la OGPU. La policía y algunos miembros
de organizaciones paralelas rompieron la manifestación y se produjeron
numerosas detenciones. Una semana después, Trotski y Zinoviev fue-
ron expulsados del partido. El congreso mostró su entusiástico apoyo a
los líderes. Algunos grupos de la oposición firmaron declaraciones de
obediencia a las decisiones del congreso y pidieron su readmisión como.
miembros. El mismo T rotski firmó varias de estas peticiones, pero todo
fue en vano. Zinoviev y Kamenev solicitaron ser readmitidos y se retrac-
taron abyectamente, confesando que sus tesis habían sido contrarias al
partido y antileninistas. Su conducta fue lamentable. Se les dijo que sus
peticiones serían consideradas en su momento, y quedaron a la espera.
Meses después fueron readmitidos, e incluso se les nombró para cargos
de poca importancia, pero sus carreras poHticas hablan llegado a su fin.
En enero de 1928 Trotski y unos treinta oposicionistas más aban-
donaban Moscú con destino a lugares lejanos del país. Trotski fue en·
viada a Alma-Ata, en Asia central; era el comienzo de un largo exilio.

- 189 -
20. Surge el líder

Poco tiempo después del XV Congreso del Partido, Stalin tomó una
decisión trascendental. No fue ésta producto de un momento de inspi-
ración, sino algo madurado gradualmente, que afloró de manera inevi-
table ante la situación del país. Era una decisión que exigía valor y de-
terminación, y la fanática convicción de que la supervivencia de Rusia
dependía de ella. Suponía lanzar al país a una carrera desenfrenada de
industrialización y colectivización.
Stalin había llegado a la conclusión de que no había alternativa. La
industria era atrasada y su producción muy reducida, en tanto que la
agricultura era primitiva y sus resultados nada fiables. El gobierno co-
munista estaba amenazado por las potencias capitalistas, que atacarían
cuando estuviesen preparadas, eliminando al partido, destruyendo los lo-
gros de la Revolución y esclavizando a la nación. Había leído mucho y
conocía la historia de Rusia. Este había sido su destino cuando estuvo
debilitada o carecía de un fuerte liderazgo. Pero, para Stalin nunca ha-
bía sido el país más endeble y vulnerable que en los años veinte, cuando
el partido se encontraba minado por facciones internas y su liderazgo a
merced de la gran masa amorfa de más de cien millones de campesinos
tercamente opuestos al cambio, y contrarios al régimen comunista y a
su objetivo de llevar a la nación a una nueva era de fuerza y prosperi-
dad realista.
No había tiempo que perder; era necesario desarrollar la industria,
colectivizar la agricultura y crear una economía fuerte. Y siempre estu-
vo presente en el pensamiento de Stalin la imperiosa necesidad de con-
solidar el poderío militar de la Unión Soviética para que pudiera mante-
nerse orgullosa y segura frente a las naciones del mundo. Estos habían
sido los objetivos de Pedro el Grande, que era su modelo. En noviem-
bre de 1928, en una alocución al Comité Central, afirmó que «cuando
Pedro el Grande, en competencia con los países occidentales más de-
sarrollados, construyó febrilmente plantas industriales y fábricas para su-
ministrar armamento y medios al ejército y fortalecer la defensa del país,
intentaba acabar con su atraso». La idea de acabar con el atraso de la
Unión Soviética comenzó a repetirse en sus discursos y artículos.
Pedro el Grande había sido un autócrata que ejerció un poder ab-
soluto e impuso su voluntad a la nación. Esta era la tradición rusa; era
lo que el pueblo siempre había conocido y esperado. Stalin comenzaba
a creerse heredero de esta tradición. Se asignó a sí mismo el papel de
líder porque ningún otro de los dirigentes sentía imperiosamente que su

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misión era dirigir el destino de Rusia. El liderazgo compartido era un li-
derazgo débil, como había quedado demostrado desde la muerte de Le-
nin. Tenía que gobernar como lo habían hecho los grandes zares, pero
aún no contaba con el poder suficiente.
La política de concesiones a los campesinos para promocionar la
producción de grano y su comercialización parecía haber dado sus fru-
tos. Dos buenas cosechas habían elevado notablemente la producción.
El ajuste de los tributos agrícolas y la mejora en la eficacia de las orga-
nizaciones compradoras estatales y de las cooperativas habían dado bue-
nos resultados. La recolección de grano entre julio de 1926 y junio de
1927 ascendió a 10,6 millones de toneladas, frente a las 8,4 del año an-
terior. No sólo se había producido y comercializado más grano, sino que
además una mayor proporción de éste se había recogido en el sector
público. Esto significaba que casi se alcanzó la cifra prevista para expor-
tación de 275 millones de rublos.
A finales de 1926, una ola de optimismo se extendió por el partido.
Bujarin y Rykov, que habían defendido insistentemente la política oficial,
estaban exultantes. Según ellos, la oposición del ala izquierda, encabe-
zada por Trotski y Zinoviev, estaba equivocada. Rykov, al presentar la
ponencia sobre economía ante el XV Congreso, en octubre de 1926, afir-
mó que la industria y la agricultura estaban progresando al unísono.
La oposición estaba sorprendida por el éxito inicial de la política ofi-
cial. Zinoviev, Kamenev, Pyatakov, Sokoinikov, Trotski y Evdokimov lle-
garon a firmar el 16 de octubre de 1926 una declaración que era, de he-
cho, un reconocimiento de su derrota y una muestra del apoyo a la po-
lítica oficial. Pero en los debates del congreso, Trotski afirmó que «la ex-
periencia económica desde abril -fecha del congreso anterior- ha sido
demasiado breve como para hacernos concebir esperanzas».1os
Aunque confortados por el aparente éxito de la política oficial, Sta-
lin y los miembros más perspicaces del partido estaban preocupados por
la situación agrícola. Como comunistas, estaban obsesionados con los
kulaks, sus enemigos de clase. Se habían hecho intentos con índices pro-
gresivos de tributos y con otros medios para restringir su creciente ri-
queza, pero con poca efectividad. El hecho era que el kulak no era el
monstruo opresor denunciado en las reuniones del partido, sino un cam-
pesino eficiente que trabajaba duro, tenía iniciativa, contrataba jornale-
ros y arrendaba las tierras que no explotaba; y era un importante pro-
ductor de los excedentes de grano tan necesarios para proporcionar ali-
mento a las ciudades y para la exportación. Un informe del Comité Cen-
tral en abril de 1926, sin embargo, reconocía con serios recelos «el ine,-
vitable fortalecimiento de los kulaks en el periodo actual de la NEP»"y
se refería a «la lucha de elementos kulaks para controlar el campo». 109
Otro factor que ensombreció el extendido optimismo era la canti-
dad de grano recogido y que almacenaban los campesinos. Se estimó
que para el 1 de junio de 1926 unos seis millones de toneladas habían
sido almacenadas en secreto, cifra que se esperaba llegase casi a do-
blarse a finales de año. Seis meses más tarde Rykov admitía que la can-
tidad de grano que se encontraba en manos de los campesinos era aún

- 191 -
m y r, lo que significaba que «el ritmo de desarrollo de la economía se
r tr de manera significativa».
Stalin sabia perfectamente que las críticas de la oposición, encabe-
zada por Trotski y Zinoviev, eran válidas. La política oficial de promover
la prosperidad de los campesinos como único medio para generar capi-
tal tendría que ser seguramente modificada utilizando métodos más ex-
peditivos para obtener ese capital. Era inaceptable, e incluso peligroso,
que el nivel de vida de los obreros quedara muy por debajo del de los
prósperos campesinos.
En el debate previo al XV Congreso del Partido, que se iba a cele-
brar en diciembre de 1927, Bujarin y Rykov continuaban dando mues-
tras de optimismo, pero se insistía en «una ofensiva más decidida contra
los kulaks». La oposición replicó en su programa político con un apar-
tado titulado «El optimismo oficial es una ayuda al enemigo», afirmando
que «el capitalismo crece en el campo en términos absolutos y relativos,
y cada día aumenta la dependencia del Estado soviético y de su indus-
tria respecto a las materias primas y a los recursos exportadores de los
sectores acomodados y de los kulaks del campo».
En el XV Congreso la creciente crisis, agudizada por una disminu-
ción en los envíos de grano, intensificó la inquietud subyacente. Se puso
de relieve la necesidad de colectivización e industrialización. En su po-
nencia general ante el congreso, Stalin habló de una «transición al cul-
tivo colectivo del terreno, y la utilización de técnicas nuevas y avanza·
das». No dejó traslucir la tremenda decisión que ya albergaba en sumen-
te. Estaba impaciente por entrar en acción, pero la ocasión no era aún
propicia. Bujarin, Rykov y Tomsky, en el Politburó, y otros miembros
del ala derecha, se opondrían a cualquier programa que abandonara la
NEP y que utilizara la fuerza ante el campesinado.
La crisis, que amenazaba con una época de hambre durante los pri-
meros meses de 1928, no se debía a un fracaso de producción, sino a
la negativa de los campesinos a entregar el grano . La prosperidad había
introducido un nuevo espíritu de independencia entre ellos, y una acti·
tud de desafío al partido y al gobierno. Se introdujeron medidas urgen·
tes para impedir calamidades. Obreros del partido, en número superior
a treinta mil, fueron enviados a zonas señaladas para conseguir grano
de los campesinos. Los mismos líderes del partido se trasladaron a las
regiones en las que había sido más se.ñalada la falta de colaboración de
los campesinos. Stalin se puso en camino el 15 de enero de 1928 para
visitar algunas zonas de Siberia. Allí la cosecha había sido extraordina-
ria, pero los excedentes habían sido retenidos. Amonestó y exhortó a
los campesinos, e incluso amenazó con que aquellos que acumularan
grano serían perseguidos por la ley conforme al artículo 107 del código
penal de la RSFSR, que había sido incluido el año anterior. Presionados
de esta manera, los campesinos se rebelaron y en algunos distritos se
intensificó su hostilidad hacia Moscú. La cantidad de grano recolectado
aumentó, pero fue necesario importar 250.000 toneladas y hubo que uti-
lizar unas divisas preciosas para pagarlas. A comienzos de .1928 se hizo
patente que los campesinos a los que les habían sido incautados los ex-

- 192 -
cedentes de grano, a veces con métodos violentos, estaban sembrando
menos con el fin de que no hubiera excedentes.
Stalin aún no había revelado su nuevo programa político. Habían
empezado a extenderse rumores de que después de la derrota de la opo-
sición de la izquierda, pronto se aboliría la NEP. Pero en la reunión con-
junta del Comité Central y de la Comisión Central de Control entre los
días 6 y 11 de abril de 1928, estos «perversos rumores» fueron firme-
mente desmentidos. Poco después, sin embargo, en la reunión del Co-
mité Ejecutivo Central del Congreso Intersindical de Soviets, Stalin pre-
sentó el proyecto de una nueva ley de tierras, que restringía severamen-
te los derechos de los campesinos. Ante la fuerte oposición con que fue
recibido, se procedió a retirarlo para llevar a cabo, se dijo, más delibe-
raciones. El proyecto, no obstante, revelaba una parte del programa que
Stalin tenía en mente.
Por esa época, el Gosplan, Comisión de Planificación del Estado,
trabajaba en un plan de desarrollo general de la industria en base a lo
acordado en el XV Congreso. La comisión preveía un crecimiento in-
dustrial gradual basado en cálculos aproximativos de la expansión agrí-
cola. Los economistas del Gosplan se quedaron estupefactos en mayo
de 1928 cuando Kuibychev, jefe del comisariado responsable de la eco-
nomía, exigió de pronto una expansión industrial del ciento treinta por
ciento en un plazo de cinco años . A las protestas de que esto era im-
posible, replicó: «Nuestra tarea no es estudiar economía, sino cambiar-
la. No tenemos que someternos a sus leyes. No hay fortalezas que los
bolcheviques no podamos conquistar.» A finales de mayo, Stalin anun-
ció al partido su nuevo programa de colectivización y rápida industria-
lización. No dudó en presentarlo como un desafío y como el único ca-
mino abierto a la nación.
Bujarin, Rykov y otros que apoyaban el programa del ala derecha,
no hicieron ningún comentario público en esta ocasión, pero estaban
alarmados. Los métodos de fuerza utilizados contra los campesinos para
sacarles el grano los meses anteriores les habían horrorizado. El nuevo
programa de Stalin auguraba la abolición de la NEP y el uso de la coac-
ción con el campesinado en lugar de su política de persuasión. Sabían
que no había esperanzas de conseguir el apoyo del partido contra Sta-
lin, pero quizá cabría la posibilidad de derrotarle en el Politburó y en el
Comité Central.
La reunión del Comité Central del 4 al 12 de julio de 1928 fue tor-
mentosa, pero la crónica oficial, publicada en la prensa soviética en aque-
llas fechas , mantuvo que reinaba un espíritu de compromiso. La resolu-
ción aprobada por el Comité Central sobre el problema agrícola confir-
maba de nuevo que no había intención de rechazar la NEP, y se des-
mintieron los rumores en sentido contrario calificándolos de «parloteo
contrarrevolucionario». Los campesinos propietarios de pequeñas y me-
dianas explotaciones continuarían siendo los principales productores de
grano. Las severas restricciones impuestas a los kulaks y los métodos
brutales utilizados para incautar el grano a los campesinos fueron con-
siderados como una «violación de la legalidad revolucionaria».

- 193 -
Los ·discursos de Stalin ante el Comité Central, que no serían pu-
blicados hasta mucho más tarde, revelaban que había hablado de modo
terminante sobre la necesidad de una nueva política. La industrializa-
ción avanzaba demasiado lentamente, y para fomentar un desarrollo más
rápido era necesario imponer temporalmente tributos a los campesinos
para generar el capital necesario. Era un asunto desagradable, pero no
había otra fuente de capital y los bolcheviques no podían cerrar los ojos
a la realidad sólo porque ésta fuera desagradable. En el Politburó, y aho-
ra en el Comité Central, Stalin entró súbitamente en conflicto con Bu-
jarin y Rykov.
El 11 de julio de 1928, antes del cierre de la sesión del Comité Cen-
tral, Bujarin acudió inesperadamente a Kamenev. Se econtraba altamen-
te excitado y casi aterrado. «No hables a nadie de nuestra conversación
-dijo-. No hables por teléfono: está pinchado. La GPU me sigue y me
vigila también ... Consideramos el programa de Stalin fatal para la Revo-
lución. Esa línea nos lleva al abismo. Las discrepancias que tenemos con
Stalin son, con mucho, más importantes que las que tenemos contigo ...
Es un intrigante sin principios que subordina todo a su ansia de poder.
En un momento dado cambiará sus teorías para librarse de alguien ...
¡Nos va a estrangular!» En varias ocasiones se refirió a Stalin como «el
Gengis Khan de la Secretaría».
Bujarin, que tanto había contribuido a la destrucción política de Ka-
menev, se dirigía ahora a él en secreto porque esperaba que Stalin tra-
tara de aliarse con Kamenev y Zinoviev, e incluso con Trotski, para de-
rrotar al ala derecha. Con su ataque de histeria revelaba lo poco que
entendía de su adversario. De hecho, Stalin estaba arriesgando todo
para imponer su programa máximo. Era un paso valiente y osado. Po-
día fácilmente fracasar, y entonces todos sus enemigos se volverían fe-
rozmente contra él. Bujarin estaba además desesperado porque, supe-
rado y anulado, veía lo que suponía la oposición a Stalin y preveía que,
al igual que Trotski, iba a ser pronto expulsado y destruido.
Kamenev no se entusiasmó por la petición de apoyo hecha por Bu-
jarin. No se comprometió a nada y decidió «esperar tranquilamente las
señales del otro campo». Igual que Bujarin, Zinoviev y Trotski, Kame-
nev seguía aferrado a su patética idea de que era indispensable para Sta-
lin y que éste volvería a llamarle para cumplir su misión en los órganos
centrales del partido. Todavía subestimaban a Stalin. Bujarin había pen-
sado que con el apoyo de Yagoda, jefe adjunto de la OGPU, de Kalinin,
Vorochilov y Ordjonikidze, el ala derecha sería capaz de rechazar la nue-
va política. Pero votaron a Stalin. Bujarin suponía que éste tenía algún
tipo de ascendiente sobre ellos; de hecho los dominaba por su persona-
lidad y por sus dotes de líder.
En esos momentos, Stalin evitó cualquier ruptura pública con Bu-
jarin, Rykov, Tomsky y sus partidarios. Los rumores de conflicto entre
los líderes del partido eran todavía firmemente desmentidos. También
por entonces los delegados extranjeros se reunieron en Moscú para el
VI Congreso de la Comintern, que se celebró desde el 17 de julio hasta
el 1 de agosto. Un comunicado especial, dirigido a la Comintern y fir-

-194-
mado por todos los miembros del Politburó, Bujarin y Rykov incluidos,
negaba que hubiera desavenencias entre los líderes. Pero los rumores
persistían, alimentados por una campaña de difamación contra Bujarin.
Stalin orquestó entonces el ataque final contra el ala derecha a tra-
vés del Congreso de la Comintern. El mismo había sido objeto de seve-
ras críticas por parte de T rotski y de otros, por apoyar las alianzas con
los elementos no comunistas en China y en el Reino Unido. Ahora aban-
donó esa política y a quienes defendían. El congreso aprobó resolucio-
nes que condenaban a los reformistas del ala derecha. Bujarin y otros
líderes de esta tendencia tenían sus recelos, pero dócilmente apoyaron
la nueva línea. Las resoluciones de la Comintern sirvieron de preludio a
un cambio de dirección similar dentro del partido ruso. El 18 de sep-
tiembre de 1928, Prauda afirmó que la lucha contra las fuerzas dere-
chistas favorables a los kulaks era igualmente vital para Rusia.
A finales de septiembre de 1928, Bujarin publicó en Prauda, del que
todavía era nominalmente director, un artículo titulado «Notas de un eco-
nomista», en el que sacaba el conflicto a la luz. El artículo es una expo-
sición razonada de la política del ala derecha respecto a la industria y a
la agricultura. Stalin admitió que presentaba un punto de vista admisi-
ble, aunque abstracto. Pero Bujarin y sus partidarios no se daban cuen-
ta de que Rusia no disponía de tiempo para llevar a cabo una recons-
trucción lenta y gradual; era un asunto de urgencia extrema. Más aún,
estaba convencido de que la no cooperación de los campesinos aborta-
ría el importantísimo programa·de la industrialización, y no podía acep-
tar que el partido y su programa estuvieran a merced de grupos con-
servadores anticomunistas.
En tanto que mantenía una ficticia unión entre los líderes, Stalin
tomó medidas contra sus oponentes. Destituyó a tres de los principales
lugartenientes de Uglanov en la organización del partido de Moscú, don-
de el desafío del ala derecha era, afirmó, particularmente fuerte. Pero
de nuevo confirmó que no había conflictos dentro del Politburó. Bujarin
y sus colegas también mantuvieron públicamente una apariencia de uni-
dad. Pero cada vez estaban más desesperados. Bujarin trató de nuevo
de conseguir el apoyo de Kamenev, al parecer sin resultados positivos,
y en realidad era poco lo que Kamenev y Zinoviev podrían hacer desde
su aislamiento. Con el apoyo de Tomsky trató de remover del Politburó
a los principales aliados de Stalin, pero fracasaron estrepitosamente. Bu-
jarin, Rykov y Tomsky amenazaron con dimitir, y para evitar la crisis
que esto habría originado, Stalin aceptó varias resoluciones de compro-
miso en el Comité Central. En un discurso que fue publicado en Prauda
y otros periódicos, desmentía de nuevo los rumores de conflictos en el
Politburó.
Inexorablemente siguió adelante con sus planes, y en la asamblea
del Comité Central que tuvo lugar del 16 al 24 de noviembre de 1928
anunció los principios de su programa. Solamente se consolidaría el so-
cialismo en Rusia, afirmó, «alcanzando y superando a las naciones ca-
pitalistas en cuanto al desarrollo económico e industrial. Más aún, la fuer-
za militar que garantizara la seguridad de la nación y del régimen sovié-

- 195 -
tico dependia de una industria fuerte y desarrollada. No había tiempo
que perder, porque las potencias capitalistas vigilaban y esperaban la
oportunidad de destruir la joven nación socialista.
Bujarin y el grupo del ala derecha estaban indefensos y vencidos.
Stalin destituyó a sus partidarios clave y se dispuso a llevar a cabo su
programa. El 27 de noviembre, Uglanov y otros fueron expulsados de
la organización del partido en Moscú. Al mes siguiente, el Comité Cen-
tral aprobaba una nueva ley, privando a los campesinos de sus últimos
derechos individuales sobre la tierra.
Al mismo tiempo Stalin iba minando la autoridad de Tomski, que
siempre había mantenido un fuerte control sobre los sindicatos. El VIII
Congreso de los Sindicatos, que se celebró a finales de diciembre, apro-
bó, según estaba previsto, el programa de industrialización que, modi-
ficado por Kuibychev, establecía unos objetivos imposibles de alcanzar.
El congreso sancionó también la petición de más democracia y libertad
de crítica dentro de los sindicatos, así como el relevo de los «cargos bu-
rocráticos», por antiguos que fuesen sus titulares. Esto iba claramente
dirigido contra Tomsky, conocido por sus métodos autoritarios. Presen-
tó la dimisión, pero no le fue admitida; al año siguiente, sin embargo,
fue destituido. El control sobre los sindicatos pasó a manos de cinco
hombres de Stalin, entre los que figuraba Kaganovich, a quien el con-
greso eligió para su presidium.
Bujarin y Rykov sabían que el fin estaba cerca. Tanto ellos como
sus partidarios eran vigilados por la OGPU. Se conocían los contactos
de Bujarin con Kamenev, y los izquierdistas partidarios de Trotski que
se encontraban en el exilio habían publicado una nota sobre la reunión
secreta de Bujarin. Entre los socialdemócratas rusos no había lugar para
la caridad y la compasión hacia los enemigos vencidos; sólo sentían hos-
tilidad. Bujarin nunca había sido un aspirante al liderato, como Trotski
y Zinoviev. Aceptaba de buen grado la primacía de Stalin, pero estaba
seriamente preocupado por las medidas extremas, especialmente las re-
lacionadas con los campesinos, que Stalin estaba decidido a llevar a
cabo. Era un intelectual benévolo y sentimental, temeroso de la cruel de-
terminación de Stalin para llevar a cabo acciones que provocarían una
violencia a gran escala y quizá una guerra civil.
En un último intento para alertar al partido sobre los peligros que
preveía, Bujarin pronunció un largo discurso el 21 de enero de 1929, ani-
v.ersario de la muerte de Lenin, que fue publicado en Pravda como pan-
fleto con el evocativo título de «Testamento político de Lenin». Citaba
a Lenin para poner de relieve que era necesario un periodo de desarro-
llo pacífico y que había que evitar la «tercera revolución». Stalin estaba
perdiendo la paciencia con este debate sobre programas cuando era ne-
cesario actuar de manera inmediata. En febrero de 1929, Bujarin, Rykov
y Tomsky fueron citados ante la Comisión de Control del partido, acu-
sados de haberse puesto en contacto con el desprestigiado líder izquier-
dista Kamenev. Inmediatamente, éstos presentaron una acusación ante
el Politburó, que, de acuerdo con el informe posterior de Stalin, critica-
ba el mando unipersonal y la «burocratizacióm>. También exigían que se

- 196 -
desacelerase la industriaÍización y que se interrumpiera la creación de
explotaciones colectivas y estatales, la restauración del comercio priva-
do, y que se pusiera fin a las radicales medidas contra los kulaks. El Po-
litburó, reunido con el presidium de la Comisión de Control, rechazó
sus tesis, especialmente su aparente defensa de los kulaks, su conducta
al ponerse en contacto con Kamenev y amenazar con dimitir, y les acu-
saron de formar una facción.
En abril de 1929, Stalin efectuó un extenso ataque contra Bujarin
en la reunión del Comité Central. No iba a permitir que los líderes del
ala derecha aparecieran como paladines del campesinado o de una po-
lítica económica gradual y poco exigente. Afirmó que el ala derecha es-
taba tan deseosa de unirse a los campesinos que aceptaba incluso a los
kulaks. Y los trotskistas, al oponerse a contar con los campesinos, es-
taban en el otro extremo; y ambos extremos eran erróneos. Stalin adop-
tó el camino de en medio, uniéndose a los campesinos de pocos recur-
sos en contra de los kulaks. Comenzó una campaña que desacreditaba
a Bujarin por sus tesis excesivamente teóricas. El Comité Central con-
denó a los líderes del ala derecha y recomendó que Bujarin y T omsky
fueran relevados de todos sus cargos. La decisión del Comité Central
se difundió dentro del partido, aunque no fue hecha pública todavía.
Pero pronto se conocería la división en su liderazgo.
Bujarin, «el preferido de todo el partido», como le había llamado Le-
nin, había sido amigo y miembro del círculo familiar de Stalin, pero ello
no le sirvi6 de nada. Iosif aborrecía la debilidad, la pasividad y el derro-
tismo. Interpretó las tesis de la oposición en estos términos, y les ridi-
culizó cruelmente. «¿Habéis visto alguna vez a los pescadores antes de
la tormenta en un río grande como el Yenisei?», preguntó en el pleno
conjunto del Comité Central y de la Comisión Central de Control en
abril de 1929. «Yo les he visto más de una vez. Un grupo de pescadores
moviliza todos sus recursos ante la tormenta que se aproxima, exhorta
a su gente y con arrojo dirige su bote hacia la tormenta diciendo: "¡Man-
teneos firmes, muchachos! ¡Más fuerte el timón! ¡Cortad las olas! ¡Ven-
ceremos!"
»Pero hay otro tipo de pescadores que se descorazonan cuando
ven que la tormenta se acerca, comienzan a quejarse y desmoralizan a
los suyos: "¡Maldición, ha estallado la tormenta! ¡Muchachos, tumbaos
en el fondo del bote! ¡Cerrad los ojos! Tal vez, de algún modo seremos
arrastrados a la orilla." (Risas)
»¿Es necesario demostrar que la actitud y la conducta del grupo de
Bujarin son tan similares como dos gotas de agua a la actitud y la con-
ducta del segundo grupo de pescadores, lus que se retiran dominados
por el pánico frente a las dificultades?»
La risa con que se celebraba esta comparación mostraba el desdén
de los presentes hacia Bujarin y sus cobardes partidarios. Esta reunión
marcó el final de Bujarin, Rykov y Tomsky, y de la oposición de dere-
chas como fuerza política. El partido respiraba heroísmo; necesitaba un
liderazgo firme y enérgico, y en esta coyuntura no tenía paciencia con
los hombres precavidos que mostraban miedo ante los peligros.

- 197 -
1XVI Congreso del Partido se celebró entre el 23 y el 29 de abril,
y d pl·ó unánimemente el plan quinquenal para la industrialización y la
dpldu olectivización. Rykov, deseoso de recuperar su puesto de pres-
tigio, propuso la adopción del plan y pronunció un conmovedor discur-
so en su apoyo. Bujarin y Tomsky no intervinieron, pero evidentemente
votaron a favor de las nuevas medidas.
Stalin se encargó entonces de sus oponentes, destituyéndolos de
sus cargos. Bujarin y los demás líderes de la derecha fueron considera-
dos culpables de intentar formar una facción con antiguos trotskistas, y
de «colaborar con elementos capitalistas». Para asegurarse de que to-
dos quedaban desacreditados a los ojos del partido y del pueblo, se les
exigió que hicieran confesión pública de sus errores en términos humi-
llantes. El 26 de mayo, Bujarin, Rykov y T omsky hicieron una última con-
fesión de sus errores y reconocieron públicamente lo acertado de las me-
didas de Stalin.

-198-
BIBLIOTECA SALVAT DE
GRANDES BIOGKMIAS

l. Napoleón, por André Maurois. Prólogo de Carmen Llorca.


2. Miguel Angel, por Heinrich Koch. Prólogo de José Manuel Cruz
Valdovinos.
3. Einstein, por Banesh Hoffmann. Prólogo de Mario Bunge.
3. Bolívar, por Jorge Campos. Prólogo de Manuel Pérez Vila. (2.ª serie.)
4. Gandhi, por Heimo Rau. Prólogo de Ramiro A. Calle.
5. Darwin, por Julian Huxley y H. B. D. Kettlewell. Prólogo de Faustino
Cordón.
6. Lawrence de Arabia, por Richard Perceval Graves. Prólogo de
Manuel Díez Alegría.
7. Marx, por Werner Blumenberg. Prólogo de Santos Juliá Díaz.
8. Churchill, por Alan Moorehead. Prólogo de José M. • de Areilza.
9. Hemingway, por Anthony Burgess. Prólogo de Josep M. ª Castellet.
10. Shakespeare, por F. E. Halliday. Prólogo de Lluís Pasqual.
11. M. Curie, por Robert Reíd. Prólogo de José Luis L. Aranguren.
12. Freud (1), por Emest Jones. Prólogo de C. Castilla .del Pino.
13. Freud (2), por Emest Jones.
14. Dickens, por J. B. Priestley. Prólogo de Juan Luis Cebrián.
15. Dante, por Kurt Leonhard. Prólogo de Angel Crespo.
16. Nietzsche, por lvo Frenzel. Prólogo de Miguel Morey.
17. Velázquez, por Juan A. Gaya Nuño. Prólogo de José Luis Morales
Mañn.
18. Pasteur (1), por René J. Dubos. Prólogo de Pedro Laín Entralgo.
19. Pasteur (2), por René J. Dubos.
20. Luis XIV, por Ragnhild Hatton. Prólogo de Víctor L. Tapié.
21. Bolívar, por Jorge Campos. Prólogo de Manuel Pérez Vila.
21. Einstein, por Banesh Hoffmann. Prólogo de Mario Bunge. (2. • serie.)
22. Russell, por Ronald Clark. Prólogo de Jesús Mosterín.
23. Rembrandt, por Christopher White. Prólogo de Josep Guinovart.
24. Julio César, por Hans Oppermann. Prólogo de Agustín García Calvo.
25. García Lorca, por José Luis Cano.
26. Edison, por Fritz Vogtle. Prólogo de Manuel Toharia.
27. Verdi, por Charles Osbome. Prólogo de José Luis Téllez.
28. Chaplin, por Wolfram Tichy. Prólogo de Carlos Barbáchano.
29. Dostoyevski (1), por Henri Troyat. Prólogo de Joaqufn Marco.
30. Dostoyevski (2), por Henri Troyat.
31. Falla, por Manuel Orozco.
32. Van Gogh, por Herbert Frank.
artre, p r Walter Biemel.
34. Buda, por Maurice Percheron. Prólogo de Alfredo Fierro.
35. Byron, por Derek Parker. Prólogo de Pere Gimferrer.
3 . Juan XXIII, por José Jiménez Lozano.
37. Casals, por Josep M. Corredor. Prólogo de Enrie Casals.
38. Lope de Vega, por Alonso Zamora Vicente. Prólogo de Alonso
Zamora Vicente.
39. Rousseau, por Sir Gavin de Seer. Prólogo de Manuel Pérez
Ledesma.
40. Galileo, por Johannes Hemleben. Prólogo de Víctor Navarro.
41. A. Machado, por José Luis Cano. Prólogo de Mátyás Horányi.
42. Garibaldi, por Andrea Viotti. Prólogo de Santiago Perinat.
43. E. A. Poe, por Walter Lennig.
44. Lorenz, por Alee Nisbett.
45. Juárez, por lvie E. Cadenhead. Prólogo de Femando Benítez.
46. Kepler, por Arthur Koestler.
47. Nelson, por Tom Pocock. Prólogo de Laureano Carbonen.
48. Humboldt, por Adolf Meyer-Abich. Prólogo de Juan Vilá Valentí.
49. Beethoven, por Marion M. Scott. Prólogo de Arturo Reverter.
50. Durero, por Franz Winzinger.
51. Wagner, por Charles Osborne. Prólogo de Angel Femando Mayo.
52. Fleming (1), por Gwyn Macfarlane.
53. Fleming (2), por Gwyn Macfarlane.
54. Le Corbusier, por Norbert Huse. Prólogo de Oriol Bohígas.
55. Bach, por Malcolm Boyd. Prólogo de Jacinto Torres.
56. Carlomagno, por Wolfgang Braunfels.
57. Voltaire, por Haydn Mason.
58. De Gaulle, por Jean Lacouture.
59. Kennedy, por André Kaspi.
60. Gaudí, por Joan Bassegoda.
61. Balzac (1), por André Maurois.
62. Balzac (2), por André Maurois.
63. Bismarck, por Wilhelm Mommsen. Prólogo de Francisco Gutiérrez.
64. Caja(, por José M.' López Piñero. Prólogo de Pedro Laín En traigo.
65. San Pablo, por Claude Tresmontant.
66. Carlos V, por Philippe Erlanger.
67. Mahoma, por Washington lrving. Prólogo de Pedro Martínez
Montávez.
68. Mozart, por Arthur Hutchings.
69. Stalin (1), por Jan Grey.

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