Revere (Cross + Catherine 2) - Bethany-Kris
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Índice
SINOPSIS 4 CAPÍTULO 14 232
CAPÍTULO 13 216
Sinopsis
Ella fue una vez su mentirosa.
Cross Donati llena sus días con la mafia, familia y responsabilidad. El chico
salvaje es un recuerdo lejano. Un príncipe en espera ahora está en su lugar. Una
vieja deuda pone al pistolero nuevamente en el camino de su pasado, pero solo
ve su futuro.
Las cicatrices de su historia son profundas. Cada mentira dicha, y cada secreto
derramado duele un poco más.
El amor no le importa.
El amor no esperará.
Cross + Catherine #2
tú.
Capítulo 1
No había nada como una llamada de una mujer frenética a altas horas de la
madrugada para hacer que una persona infringiera todas las leyes de tráfico
conocidas por el hombre. Cross Donati fue desde su pent-house en Manhattan al
suburbio de Newport en la mitad del tiempo que debería haberle tomado
recorrer la ruta.
Y probablemente un buen rayón debajo del parachoques por salirse del puente
demasiado rápido, pensó mientras salía del auto.
No importaba.
Cross tenía problemas más urgentes con los que lidiar en este
momento. Dentro de la casa de sus padres, encontró caos y locura.
Cross pensó que podría ayudar a su madre a limpiar ese desastre más
tarde. Probablemente por la mañana, una vez que todo se haya calmado. Esta no
era la primera vez. Probablemente no sería la última.
Él siguió los gritos hasta la parte trasera de la casa, donde la gran biblioteca
y la sala de música estaban a un lado y la oficina de su padrastro al otro.
—No, estás confundido de nuevo, eso es todo. Mira, Cal. Mira las fotos en
las paredes. Son diferentes, ¿no? No son iguales. Son nuestros hijos.
—Nada de esto tiene sentido —gruñó Calisto mientras hojeaba los papeles.
—Ma —dijo Cross en voz baja—, sube las escaleras, ¿de acuerdo?
—Está bien.
—Ma.
—Cross.
—Ma.
Excepto que... Cross sabía que esta vez no era solo que estaba confundido.
No podía ser, no cuando Calisto estaba actuando físicamente rompiendo cosas o
cuales fueran sus frustraciones.
Hace casi cuatro años, Cross vivía en Chicago y lo había estado haciendo
durante tres años en ese momento, cuando recibió la primera llamada. Algo
andaba muy mal con su padrastro. Vino a casa sin hacer preguntas. Lo que
encontró en casa, y lo que supo que sus padres le habían estado escondiendo, casi
lo mató.
—Ma —dijo Cross—, solo te diré una vez más que subas las escaleras, o te
llevaré allí yo mismo.
—Pero…
—Solo estoy aquí para vigilarte, Cal. Eso es lo que me dijiste que hiciera,
¿verdad? Cuidar a mi jefe.
Descubrió que era más fácil, Calisto era manejable en un episodio, cuando
Cross actuaba como si solo fuera uno de los hombres de su padrastro. Un soldado
de la Cosa Nostra, que estaba ahí para cumplir las órdenes de su jefe y no hacer
preguntas que puedan irritar a Calisto. Sobre todo, porque Calisto no lo
reconocía como su hijo.
A veces, Calisto señalaba las similitudes entre ellos. Sus ojos marrones, casi
negros. Su cabello negro, mandíbulas fuertes, narices rectas y labios carnosos que
siempre se dibujan en alguna forma de sonrisa. Incluso cuando no sonreían.
Cross y Calisto eran técnicamente primos. Aunque siempre se había referido a él
como su papá, o su tío cuando los hombres de la familia estaban cerca. Y qué si
compartían genética y muchos rasgos físicos. A veces eso ayudaba a señalar
durante los episodios de Calisto, y otras veces solo confundía aún más a su
padrastro.
—No tengo ninguna niña. Tengo un niño. Sin embargo, lo sabe. Él lo sabe y
lo matará. Por eso se lo llevó.
Esto no tenía sentido para Cross, pero sabía que era mejor no seguir
tratando de hacer que Calisto entrara en razón en su locura. Cuanto Cross más
insistía sobre el presente, y no sobre el pasado en el que vivía Calisto, más agitado
se ponía su padrastro. Eventualmente, volvería al presente mientras la presión se
aliviaba en su cerebro. Nunca fallaba. Los médicos les dijeron que esperaran, a
menos que se convirtiera en una situación peligrosa.
Mafia.
Definición de peligroso.
—Affonso.
—A mi hijo.
—Cross.
Él giró sobre sus talones para encontrar a su madre parada en medio del
pasillo. Ella lo miró, cautelosa y cansada. La tristeza convirtió su boca en un ceño
fruncido, mientras que la vergüenza hizo que apartara la mirada de él.
Emma no respondió.
Cal, a quien en realidad amaba. Cal, que había cuidado de él. Cal, que lo
amaba sin importar lo terrible que pudiera ser.
l
Cross parpadeó ante la luz del sol de finales de julio que entraba por la
ventana del pub. Su cuello y espalda crujieron cuando se acomodó en el
taburete. Era demasiado temprano para estar bebiendo o para que un bar
estuviera abierto, pero este pub era conocido en la comunidad irlandesa. No les
importaban demasiado las reglas sociales que dictaban cuándo podían o no
podían beber. Cross estaba tan lejos de ser irlandés que ni siquiera era gracioso.
Un italiano, como su trasero, ni siquiera podía disfrazarse de irlandés, pero nadie
lo miró cuando entró y pidió una bebida.
Solo whiskey.
La campana sobre la entrada del pub sonó cuando se abrió la puerta. Cross
no se molestó en saludar a las dos personas conocidas que entraron. Tomó otro
sorbo de whiskey cuando los dos hombres se sentaron en los taburetes.
Wolf, su mentor y el consigliere de su padras… no, de su padre.
—Él preguntó.
Cross tomó otro sorbo y dejó que el whiskey le quemara la garganta antes
de volver a hablar.
—Un poco tarde en mi vida para descubrir que todos me han estado
mintiendo, ¿no es así?
—Cross, ahora…
Wolf había sido amigo de su padre durante más tiempo del que Cross había
estado vivo, hasta donde él sabía. El hombre mayor fue el primero en la Cosa
Nostra Donati en ser ascendido a uno de los asientos más altos como consigliere
de Calisto cuando asumió el cargo de jefe. Zeke, el único hijo de Wolf, y Cross
eran amigos desde que usaban pañales.
Wolf suspiró.
—Había muy pocos hombres en los que tu padre hubiera podido confiar
con ese tipo de información. Una aventura entre la esposa de un Don y su sobrino
habría resultado en un terrible desenlace para ellos dos, Cross. Sin mencionar un
niño siendo producto de esa aventura. Todos hicimos lo que teníamos que hacer
para que ni tú ni tu madre sufrieran alguna reacción…
—Vete a la mierda —espetó Cross—. Ellos mintieron porque están
avergonzados de lo que hicieron. Tú mentiste porque es tu amigo.
—Eso no es cierto.
Cross resopló.
—Cross.
Wolf asintió.
—Bien. Yo solo…
—¿Ahora qué?
—Di lo que quieras decir y termina con eso. —Cross se forzó a decir entre
dientes apretados.
—Todavía estás yendo y viniendo a Chicago para manejar sus armas cada
dos meses durante semanas —dijo Wolf en voz baja—. Claro, te has mudado
aquí, pero tu enfoque está en dos lugares diferentes. ¿Qué quieres ser, Cross, el
subjefe de tu padre o un traficante de armas? No puedes ser ambos.
—La única razón por la que no puedo ser ambos es porque ser uno significa
renunciar al otro.
Especialmente ahora.
—Está bien.
—Por supuesto.
Cross salió del pub sintiéndose peor que cuando entró. Su teléfono sonó
justo cuando se deslizaba en el asiento del conductor de su Porsche. El número
desconocido le hizo dudar, pero contestó la llamada al tercer timbre.
—Donati aquí —dijo mientras salía del espacio de estacionamiento.
—¿Andino?
Andino Marcello era hijo del consigliere de otra familia criminal de Nueva
York. Cross tendía a mantenerse alejado de la familia Marcello por muchas
razones. La más importante era que el jefe de los Marcello, Dante, despreciaba a
Cross con cada fibra de su ser.
Hija de Dante.
Su todo.
Casi siete años después, sin contacto, sin llamadas, sin nada, y esa chica
todavía era su dueña. Sin embargo, él la había dejado. Una vez él le prometió que
la amaría siempre. Pasara lo que pasara, su corazón parecía decidido a
mantenerla.
—No.
—Sí, mierda.
Él había hecho eso.
Andino.
Catherine.
Una vez, su madre le había dicho algo que nunca olvidó sobre el amor. El
amor es fuerte… como la muerte. Cross se había tatuado la versión italiana en la caja
torácica hace casi siete años.
Siempre.
Esa fue su promesa. No sabía cómo no mantenerla. Él simplemente había
elegido amarla desde lejos. Hasta ahora, de hecho, estaba bastante seguro de que
ella ni siquiera sabía que él estaba allí.
l
Una semana después, Cross entró en el restaurante de Andino Marcello. No
estaba seguro de cómo sabía que Catherine estaba adentro también, pero lo
sabía. Él solo lo sabía. Todos esos años sin estar cerca de Catherine no habían
entumecido la forma en que eso hacía reaccionar a Cross, incluso cuando no pudo
verla de inmediato.
Fue su belleza lo que desarmaba a la gente. Era fácil ver la belleza e ignorar
los peligros que ocultaba. Cross no fue la excepción, aunque supuso que conocía
más los secretos de Catherine que sus peligros.
Juró por Dios que, si Andino Marcello intentaba arreglar algún tipo de
mierda con Catherine, Cross mataría al imbécil. Al diablo con una guerra entre
familias criminales.
Aun así, incluso cuando la cautela se instaló en sus entrañas, Cross no pudo
evitarlo. Sus pies se movieron antes de que pudiera pensarlo dos veces. Se dirigió
en dirección a Catherine.
Su cabeza estaba metida en un libro de texto. Dado que era agosto, pensó
que debía estar tomando una clase de verano. Aunque si estaba en el restaurante
de Andino, un lugar que Cross sabía que usaba para reuniones de negocios, tal
vez ella todavía estaba vendiendo drogas para su primo.
Tenía negocios que hacer. Un encuentro con Andino para el que ya llegaba
con cinco minutos de retraso. Al parecer, ninguna de esas cosas importaba por el
momento. No cuando tenía ojos verdes y una bonita sonrisa frente a él.
—Sé lo suficiente —dijo Catherine, arqueando una ceja—. Nunca fui una
idiota, Cross.
—No, no lo eres.
Ella se calló por un momento, y eso le dio demasiado tiempo para pensar.
—Ya sabes qué, Cross. Lo mismo en lo que siempre pienso cuando estás
cerca.
Cross sonrió, pero pensó que tal vez ella solo lo decía para su beneficio.
—Tal vez.
Catherine siempre había sido buena en tres cosas: amarlo, traficar drogas y
mentir. Cross dudaba que mucho de eso hubiera cambiado.
—Comida deliciosa.
—Mmhmm.
—¿Disculpa?
No.
Estúpido.
Malo.
Le habían advertido.
—Uh…
Catherine no parpadeó.
—Um.
—Vamos, Catty, siempre tuviste una respuesta rápida para todo lo que yo
o cualquier otra persona dijera. No me decepciones ahora.
—Cross…
—Catherine, hola. —Un hombre que vestía una chaqueta de chef que Cross
no reconoció, y que no le importaba, se acercó a su mesa. Tenía una ceja arqueada
y una sonrisa irritante. Cross consideró apuñalar al hombre con el cuchillo en la
mesa solo porque los interrumpió. Esa mierda era grosera—. Andino preguntaba
si todavía estabas aquí. Quiere que vuelvas a la oficina por unos minutos.
¿Lo eran?
No lo sabía.
En lo absoluto.
—Igualmente, Catherine.
Ella se puso un poco rígida. Algo que se parecía muchísimo a los recuerdos
brilló en sus ojos. Luego, ella se fue.
—¿Puedo ayudarte?
—Seguro —dijo Cross con un movimiento de su muñeca—. Al irte a la
mierda a alguna parte.
—¿Discul…?
—Andino sí, así que vuelve corriendo y hazle saber que estoy aquí.
l
—Sugerencia —dijo Andino desde detrás de su escritorio mientras Cross se
sentaba en una silla de espera—. Nunca comas en mi restaurante.
—¿Por qué?
—No sé qué le dijiste a mi chef, pero no le gustas. Creo que podrías ser el
único hijo de puta por el que consideraría romper el código de salud si tuviera
que prepararte una comida.
Cross sonrió.
Divertido.
—Es un gran trato —dijo Cross—. Cerca de quinientas armas. Un poco más
de mil dólares por arma. Medio millón, la mitad ya está paga.
Cross asintió.
Andino silbó.
Señaló el archivo.
—Es porque el Outfit abrió una puerta. Me enseñaron cómo hacer esto, me
dieron los mejores hombres de los cuales aprender y no me pidieron una mierda
a cambio. Se llama lealtad. Ellos la esperan; yo se la doy.
—Me lo debes. Necesito que esta carrera sea limpia ya que nuestro
traficante de armas fue detenido hace un par de semanas por un cargo, y no creo
que salga. Incluso si lo hiciera, estaría demasiado caliente con los oficiales como
para hacer una carrera con armas. Te estás haciendo un nombre. Lo sé, la palabra
viaja. Ni una sola carrera jodida desde que empezaste.
—¿Y?
—Y así es como quiero que me pagues. Corre con estas armas. Eso. Quiero
decir, no lo haces porque lo odias, ¿verdad?
—Joder, no.
—Lo fue.
—Tendré control total sobre la forma en que la hago esto. Rutas, viajes y lo
que sea. Bajo mis términos. No puedes intervenir excepto para decirme dónde
están las armas y la fecha límite para la entrega.
—¿Sí, Cross?
Cross recitó siete números que nunca había olvidado. Andino se puso
rígido en su asiento como si reconociera el número de teléfono.
—Mmm.
—No dejes que mi tío te mate antes de que puedas traficar mis armas, Cross.
Lo intentaría.
No había garantías.
Capítulo 2
Un jefe del crimen, una Queen Pin, una abogada y un médico residente
estaban sentados en la misma mesa para cenar…
Trató de prestar atención a la conversación que tenía lugar entre sus padres,
su hermano Michel y su esposa. Algo sobre la residencia de Michel y el próximo
caso de defensa criminal de su esposa. No era que solía distraerse en las cenas
familiares, pero su mente estaba en otra parte.
En el pasado.
En Cross Donati.
Ella había estado bien en ese entonces. Meses y meses de terapia con Cara
Rossi. Terapia honesta y dura que la obligó a verse de verdad en el espejo por
primera vez en años. Le hizo ver el reflejo devolviéndole la mirada, reconocerlo,
ser responsable de él y gustarle.
Entonces, todo lo que tomó fue un solo día para hacer retroceder a
Catherine varios pasos nuevamente. Cross prometió un siempre y mintió.
Así que no, por mucho que no pudiera sacarlo de su cabeza el tiempo
suficiente para tener una conversación con su familia, no se arriesgaba a meterse
en esa madriguera de conejo con Cross.
No otra vez.
La parte del hermano mayor de Catherine que más le gustaba era su esposa,
Gabbie. Michel era un idiota malhumorado y difícil en sus buenos días, pero su
esposa era el lado más ligero de su personalidad.
Michel asintió.
Gabbie suspiró.
Él amaba.
Catherine se obligó a aceptar eso. La verdad era que podría ser más que un
par.
Mierda.
—¿Oh?
—Lo hice.
—Oh, debe haber algo dada la forma en que luces —dijo Catrina—. O más
bien, la forma en que estás tratando de no lucir, Catherine.
Dio2.
Por eso Catherine a veces evitaba a su familia. Ellos hacían un punto en todo
y metían la nariz donde no pertenecía.
Catherine dejó caer su tenedor. Aterrizó en su plato con un fuerte ruido. Fue
el único ruido que hizo la mesa durante los diez segundos enteros que pasó
mirando a su padre con la boca abierta.
—¿Por qué crees que estoy saliendo con Cross otra vez?
—Andino mencionó…
Catherine dejó escapar un fuerte suspiro, más frustrada que nunca. Si bien
su padre nunca le había dicho explícitamente que no podía salir con Cross, él
nunca había aprobado totalmente al hombre. Catherine sospechaba que era solo
porque estaba interesado en ella, y a Dante nunca le gustaron los chicos que
rodeaban a su hija.
Eso y la larga historia que Catherine y Cross tenían juntos. Una historia que
eventualmente terminó muy mal.
Dante suspiró.
—Te di una.
—Que tuviste una cita con Cross Donati en el restaurante de Andino. Sí, lo
tengo.
—No.
—¿Por qué, así puedes pagarle a quien sea que sea para alejarse de mí? Sé
lo que sientes por los hombres en mi vida, papá.
—No estoy con nadie. Y ciertamente no Cross Donati. Dijo que se apareció
en el restaurante por negocios con Andino.
Bueno, había dicho negocios. Catherine supuso que eso significaba con
Andino.
¿Qué significaba?
l
Catherine se acarició el interior de la muñeca izquierda con el pulgar de la
mano derecha. Aún podía sentir la cicatriz levemente levantada que le había
dejado su momento más oscuro, pero no era visible a simple vista. Lo cubrió un
año después del incidente con un pequeño tatuaje.
—¿Catherine?
Catherine entendía por qué, claro, pero deseaba que no hicieran eso en
absoluto. Ella no era una muñeca frágil; su depresión nunca había regresado con
una fuerza tan ensordecedora. Su ansiedad no la paralizaba.
Catrina se sentó en el otro extremo del sofá con una copa de vino en la mano.
Catrina asintió.
—Por supuesto.
—Sin embargo, tengo un trabajo que entregar mañana por la mañana, así
que puede que me vaya temprano.
En ese momento.
—Bueno, ambas.
—La escuela sigue siendo lo que quieres hacer, ¿no? Convertirte en abogada,
quiero decir. Tienes veinticinco, Catty. Todavía tienes mucho tiempo para
cambiar de opinión. Para ser honesta, siempre pensé que entrarías en algo con el
arte como foco.
Pequeña reina.
Su madre, la Queen Pin que traficaba para los ricos, famosos y mimados,
seguía siendo solo su madre al final del día.
—Creo que todo el mundo asume que cubriste tu cicatriz con la cruz porque
somos católicos, y Dios. —Su madre puso los ojos en blanco. Si bien su padre era
devoto de Dios, su madre a veces dudaba en lo que ella sentía que valía su fe y
en lo que eran simplemente las expectativas de una religión organizada—. Sin
embargo, me pregunto si ese no es el caso. ¿Fue por Él, o por él, Catherine?
—Cross era como un Dios para mí, de todos modos. Lo veneraba como a
uno. Así que supongo que se podría decir que fueron ambos.
—Lo entiendo, Catty. Todas las mujeres que han amado lo entenderían.
l
Catherine se inclinó para acariciar al perro de su primo, Snaps. El pitbull
abrió un ojo perezoso y su cola rechoncha se agitó de felicidad. Según Andino,
Snaps podía ser un perro muy desagradable cuando tenía que serlo, pero ella
nunca lo había visto suceder.
Su cola rechoncha se movió más fuerte, pero aún permanecía boca abajo en
el suelo junto al escritorio de Andino en la oficina del restaurante.
Andino desestimó las palabras con un gesto mientras abría un cajón del
escritorio.
—Está bien. Pensé que eso era lo que era, de todos modos. Ya que me iré de
la ciudad por un par de semanas, pensé que tal vez querrías conseguir tu mierda
temprano para que la aseguraras.
Él arrojó dos grandes sobres de burbujas al otro lado del escritorio donde
Catherine pudiera alcanzarlos. Ella recogió los paquetes y los metió en su enorme
bolso, donde permanecerían ocultos hasta que pudiera ocuparse del contenido.
Contenido significaba drogas.
Descubrió que era más fácil administrar y distribuir píldoras, tabletas y una
cantidad determinada de polvo en una bolsita. Simplemente organizaba el
producto en bolsas de a uno o de dos en dos cuando se trataba de píldoras y
tabletas. Gotas de ácido sobre papel soluble. O suficiente cocaína en una bolsa
para cortar desde dos líneas grandes hasta cuatro pequeñas.
Era más simple y más rápido cuando estaba en medio de una fiesta o evento
en el que cuanto menos tiempo pasara con las drogas al aire libre, mejor. Si
alguien quería más de lo que ella había dado, entonces podría comprar más.
Catherine asintió.
Ella puso los ojos en blanco, pero realmente no le molestó. Andino había
sido el que le había enseñado a Catherine cómo vender todos esos años,
comenzando cuando tenía solo dieciséis años. No había sido él quien
suministraba las drogas en ese momento; ese era Johnathan. Sin embargo,
Andino le suministraba las cosas ahora.
—Bueno, sí.
John resopló.
—¿Qué?
—¿Por qué le mentiste a mi papá sobre la razón por la que Cross estuvo
aquí ayer?
Andino se rio.
—Bueno, no podría decirle que estábamos trabajando juntos. Eso no habría
salido bien, créeme.
John asintió.
Tenía razón.
l
Catherine cortó el lado del ladrillo envuelto en celofán para abrirlo y lo
inclinó hacia un lado para dejar que el polvo blanco se acumulara en la gramera
digital. Se puso la mascarilla médica en la boca mientras observaba cómo el
número en la escala subía hasta donde quería. Rápidamente, dejó el bloque de
cocaína a un lado y usó un cuchillo para deslizar el polvo de la balanza y meterlo
en una bolsa de espera.
Cara, su antigua terapeuta, había sido una de las pocas personas que sabía
sobre el abuso de drogas de Catherine y su tiempo pasado traficando con su
primo. Se apresuró a señalar los peligros y la probabilidad de recaída cuando la
sustancia estaba tan disponible, sin mencionar ser una parte de su vida cotidiana.
Ni siquiera bebía.
—¿Hola?
—Catherine.
—¿Qué pregunta?
—Quería que salieras conmigo este fin de semana —dijo como si no fuera
nada en absoluto.
Ella dejó escapar una corriente de aire lenta y larga. Despreciaba que una
parte de ella estuviera absolutamente dispuesta a estar de acuerdo y encontrarse
con Cross. Al menos para ponerse al día y ver si las cosas todavía se sentían igual
cuando él estaba cerca. El problema era que ella sabía que se sentiría igual. ¿Cómo
no iba a ser así, cuando este era el único hombre que ella había amado?
Juró que podía sentir la sonrisa de Cross en sus palabras cuando murmuró:
—Exactamente.
—Pero apuesto a que se siente como si fuera ayer, ¿no es así, nena?
—Déjame llevarte a una cita —dijo Cross cuando ella se quedó callada—.
Ni siquiera tiene que ser este fin de semana. Dejaré que me llames la próxima
vez. Ahora tienes mi número.
—Cross…
—¿No pudiste traerlas en algo más que ese pedazo de mierda? —preguntó
Cross.
—Odio los barcos de pesca por armas. Hace que el metal huela a
pescado. Tienes suerte si lograste traerlo sin que al menos una caja se mojara. Si
se moja, corre el riesgo de arruinar las armas. Y entonces, tendrás un comprador
enojado.
—Soy consciente.
Cross miró la tercera caja sacada del barco. Los trabajadores la cargaron en
una plataforma rodante y la empujaron por el muelle pasando a los hombres que
miraban.
—Todos los AR-15. Debería haber cien. Otra carga llegará la semana que
viene. Y otra la siguiente. Recibiremos el envío final un par de semanas antes de
la fecha límite de entrega.
—No hay forma de que quepan cien AR en esas tres pequeñas cajas a menos
que estén desarmadas.
Genial.
—Entonces hay que abrir las cajas. Todas. Las armas deben ensamblarse,
revisarse y desmontarse nuevamente antes de volver a empacarlas.
Andino lo miró.
—¿Por qué mierda harías eso? Eso es mucho trabajo y tiempo para gastar
en armas que ya están listas para enviarse. Todo lo que tenemos que hacer es
trasladarlas del almacén a un bote nuevamente, Cross.
Cross hizo un gesto con la mano a los hombres que seguían empujando las
cajas hasta un camión que esperaba.
—Así que sí, todas y cada una de esas cajas y todas las que vengan necesitan
ser abiertas, armadas, revisadas y luego desmontadas y empacadas. No voy a
darle armas jodidas a alguien como Rhys Crain. Confía en eso.
—Suerte la mía.
—Nada me hace callar —dijo Cross—, pero no por eso quieres que corra tus
armas, ¿verdad?
—Lo es cuando alguien decide que mi vida debe cambiar sin mi opinión —
respondió Andino, sin ofrecer más—. Sin embargo, las dos semanas de descanso
fueron buenas para mí. De vuelta al trabajo ahora.
Cross ahora entendía por qué Andino había tardado dos semanas en
comunicarse con él con más información sobre la entrega de las armas. También
habían pasado dos semanas desde que Cross había tenido noticias de Catherine,
pero eso tenía que ver con Andino.
Cuando los dos hombres se detuvieron detrás del remolque del camión de
dieciocho ruedas, Andino se puso el índice y el pulgar entre los labios y silbó. El
sonido penetrante llegó a los ruidosos muelles. Menos de dos segundos después,
un pitbull del color del óxido salió arrastrándose desde debajo del Range Rover
estacionado de Cross. Cross ni siquiera había visto al perro antes de ese
momento.
—Ven aquí, Snaps —ordenó Andino, señalando con el dedo el suelo a sus
pies.
Andino sonrió.
Cross sacó una palanca que colgaba de una rejilla dentro del remolque y la
usó para abrir el lado de la caja más cercano a las puertas de carga. Metió la mano
en el interior y movió el heno de embalaje hasta que el metal suave se encontró
con las yemas de sus dedos. Repitió el proceso a través de diferentes partes del
heno hasta que estuvo satisfecho.
—Tengo una fecha final sobre la entrega y el lugar donde Rhys quiere
intercambiar las armas.
—Puedo encargarme de todo esto —dijo Cross—. ¿Tienes un bote para que
lo use o quieres que lo resuelva por mi cuenta?
Cross sonrió.
Andino asintió.
—¿Estás satisfecho?
—Intenta traer el resto aquí en cualquier cosa que no sea un maldito barco
de pesca, hombre.
—Sin promesas.
l
—Te perdiste el tributo el lunes pasado —dijo Calisto.
—¿Me necesitaban?
En ese momento, sin embargo, se sentía frío. Eso era por muchas de las
emociones encontradas de Cross que le causaban malestar, por supuesto, pero no
lo hizo menos real.
Cross no era un Capo bajo su padre, como lo eran muchos de los hombres
Donati. Era el subjefe de su padre: ayudaba a manejar a los hombres y sus
negocios cuando era necesario. La parte del dinero de sus negocios, por otro lado,
estaba vinculado únicamente al tráfico de armas en Chicago.
Cuando ganaba dinero haciendo eso, Cross le pagaba las cuotas a su jefe.
—Tienes que rendir tributo sin importar si debes cuotas o no. Es el respeto
del asunto. No puedes ignorar a alguien porque estás de mal humor
conmigo. Para que quede claro, Cross.
—Bien.
Esta era la primera vez que realmente se había sentado con Calisto y
hablado con él desde esa noche en que vino durante el episodio de su padre.
Incluso su madre no había permanecido demasiado a su alrededor cuando entró
por primera vez en la casa.
—¿Por qué?
Cross sonrió.
—No realmente.
—Entonces tal vez tu hombro o tu cara rota lo fueron, Cross. Quiero decir,
nunca me confirmaste que fueron ellos, pero…
—Por supuesto.
—No.
—Sabes por qué necesito tiempo para mí ahora mismo, Cal —murmuró él.
—Lo hago, pero si me dejas explicarte algunas de las cosas que sucedieron
en ese entonces, es posible que lo entiendas. Tu madre y yo te amamos, Cross. Por
favor, déjame…
—Necesito tiempo —repitió.
Cross se detuvo el tiempo suficiente para rodear con un brazo los hombros
de su madre y besarla en la parte superior de la cabeza.
—Claro, Ma.
l
Cross cerró la puerta de su pent-house en Manhattan y se empapó del
silencio y la calma del lugar. A pesar de vivir en Chicago durante tres años, había
extrañado mucho Nueva York y su casa. Por muchas razones. No le gustaba
pensar demasiado en la mayoría.
La funda del arma, y la Eagle en el interior, los pone a un lado los artículos
antes de quitarse la camisa de vestir. También tiró los pantalones a la cama,
sabiendo que el traje tenía que ir a la tintorería. Una vez que estuvo de pie con
nada más en bóxer, se dirigió al baño de la habitación, necesitando agua caliente
golpeando sus músculos cansados.
Fue un día muy largo corriendo de un lado a otro de Nueva York sin
parar. Sobre todo, a Cross le gustaba lo que hacía. A pesar de vacilar entre
convertirse en un hombre hecho o dedicarse exclusivamente a las armas cuando
era más joven, terminó con un término medio feliz. Uno con el que estaba bien, y
generalmente lo manejaba bien. Hasta cierto punto. Todavía era mucho
trabajo; todavía estaba exhausto la mayor parte del tiempo.
Pensó que eso superaba los días largos, las noches cortas y el estrés que a
veces acompañaba a todo.
Cross abrió la ducha y dejó que el agua se calentara mientras sacaba una
toalla blanca y suave de debajo del mostrador. De pie, vio su reflejo en el espejo.
De ningún modo.
Claro, apestaba.
Realmente apestaba.
Aun así, si había algo que sabía sobre Catherine, era que nadie iba a obligar
a esa mujer a hacer algo que no quisiera hasta que estuviera lista para hacerlo. Él
incluido.
Necesitaba tiempo.
Catherine miró por encima del hombro a la mujer que entró en la oficina y
sonrió.
—¿Eh?
Cara se echó su cabello rojo y rizado detrás de las orejas y sus ojos azules
observaron a Catherine. Catherine pensó que Cara, como su propia madre,
estaba envejeciendo con gracia para las mujeres de su edad. Todavía aferrándose
a la belleza con un agarre firme, pero mostrando la vida que vivieron con las
pequeñas líneas alrededor de sus ojos y sonrisas.
—Te decidiste por la ley hace años, ¿no? Ya estuviste ahí durante años.
—Las cosas seguían metiéndose en el camino. Tomé dos clases este verano
solo para ponerme al día.
—¿Cosas como qué?
—Andino está más involucrado con los negocios de papá al ser su hombre
ahora. Trabajo para su lado de las cosas.
—Suministrar, quieres decir. Traficar con drogas. Veo que todavía te cuesta
explicar lo que haces.
—No realmente, pero incluso cuando estoy trabajando, no uso ese tipo de
palabras. No es bueno hacer que las personas que compran sientan que están
haciendo algo mal o sucio. Esa es la Clase de Negocios Para Principiantes.
Cara se rio.
—No.
—Catherine.
—Aun así…
—Lo sé, Cara. Ser dueña de quien soy. Ser honesta con los que
amo. Mantenerme en estándares más altos. Y hago eso con cualquier otra cosa.
Pero no esto. Esto es lo mío, y no estoy lista para lidiar con cómo reaccionarán
ellos al respecto. Soy buena en esto y me gustaría seguir haciéndolo. Me hace
ganar mucho dinero, pero también…
—Por supuesto.
—Han pasado, oh, tres años desde que nos sentamos y tuvimos una sesión
adecuada —señaló Cara.
Catherine miró una pintura en la pared, una nueva desde su última visita a
la mansión Guzzi. A Cara le gustaba exhibir a su familia, y esta nueva pintura no
era diferente. Solo que ahora, cinco chicos, Cara, y su esposo, Gian, estaban todos
en la obra de arte. Todos eran mayores también. Era más reciente.
—No pensé que necesitaba charlar más allá de una llamada telefónica de
vez en cuando —admitió Catherine.
—Y eso está bien —dijo Cara—. Además, podemos ponernos al día. Sin
embargo, me sorprende que hicieras un viaje hasta Ontario, cuando sabes que
podrías haber esperado a que yo fuera para allá.
—¿Tal vez?
—Lo hice.
Cara asintió.
Aprendió mucho en tres años de terapia con Cara. Sobre todo, que se le
permitía ser quien era, y esa persona estaba bien. Ella era normal. Ella estaba
cuerda. Ella era más fuerte de lo que se creía.
Ahora o nunca.
Cara sería la primera persona a la que admitiría que Cross Donati había
aparecido en su vida cuando menos lo esperaba. Seguro, sus padres sabían que
se toparon con el otro, pero eso fue todo. No sabían cómo Catherine había
dudado durante dos semanas sobre la oferta de una cita con Cross, o cuánto había
querido decir que sí, antes de que finalmente enviara un mensaje de texto para
rechazarlo. No sabían que ella se negó porque estaba aterrorizada de lo que
podría pasar si decía que sí. Ciertamente no sabían que Catherine pasó otras dos
semanas, después de que ella ya rechazó su cita, convenciéndose a sí misma de
no levantar el teléfono y simplemente decir que sí.
Necesitaba hablar.
—Él.
Sobre todo, que ella había permitido que fuera poco saludable por las
acciones y elecciones de ella. Ella, como con muchas otras cosas en su vida, había
estado intentando sabotear la única cosa que amaba sobre todo porque eso era lo
que hacía. Empuja y empuja y empuja hasta que algo se rompía.
—Sí.
—No mucho.
—¿Y esta es la primera vez en cuántos años que ustedes dos han tenido
contacto? —preguntó Cara.
—Un shock.
—Sí, eso.
—¿Qué pasa hoy… ahora? Has tenido dos semanas para pensar en tu
elección para rechazar su oferta y realmente pensarla. ¿Cómo te sientes ahora?
—¿Considerando qué?
Cara enarcó una ceja bien cuidada. Todo lo que dijo fue un silencioso:
—Ya veo.
Catherine conocía este truco de Cara solo porque era uno que le jugaba
varias veces. Cara esperaría a que los nervios de Catherine y sus pensamientos
confusos salieran. Ella le permitiría hablar y hablar y hablar, incluso si solo iba
en círculos. Eventualmente, Catherine hablaría para salir del lío con una nueva
comprensión de su problema y una perspectiva que la ayudó.
No sabía si funcionaría.
—Lo amo desde que tenía trece años. No entiendo cómo alguien puede
haber desaparecido de mi vida durante todos estos años, y aun así hacerme
cuestionar todo cuando vuelven a entrar como si nada hubiera cambiado. Porque
se siente así cuando está cerca. Como si nada hubiera cambiado. Me hace pensar
que no tengo control; mis sentimientos y mi corazón, mi pasado y mi futuro son
cosas que no poseo ni controlo cuando él está cerca.
—Mmhmm.
—Lejos, pero no demasiado lejos. Mira, creo que una parte de ti todavía
esperaba que Cross mantuviera unidas tus piezas cuando no fuiste capaz de
hacerlo en ese entonces. En lugar de…
—Sí, lo sé.
—Aterrorizada.
—Por supuesto.
—No quiero volver a ser esa chica rota —dijo Catherine—. Ese es mi
problema. Lo veo y me siento como lo hacía cuando era feliz, inocente y estaba
enamorada. Sin embargo, lo veo y me siento destrozada, incapaz y asustada. No
quiero volver a ser esa chica solo por él.
Cara sonrió.
—Oh, Catherine, ¿no lo sabes? Solo avanzamos una vez que hemos
cambiado. Retroceder es imposible debido al crecimiento. No puedes volver a ser
esa chica cuando ya eres quien eres ahora.
l
—¿Nombre?
El chico miró hacia arriba y sus ojos pasaron por alto su sonrisa maliciosa y
su maquillaje perfectamente hecho. Había estado en el club dos veces, una
durante la noche de apertura hace unas semanas, y luego una semana después,
cuando algunos de sus otros clientes se movieron de otro club a este entre fiestas.
Se hizo a un lado y dejó pasar a Catherine sin decir una palabra más. No se
perdió la forma en que su mirada se posó sobre su trasero, pero estaba
acostumbrada a eso. Los hombres siempre miraban. Amaban a una mujer
hermosa y sentían que tenían derecho a una mirada libre y superficial.
Lo jugaba bien.
—Solo han pasado unas pocas semanas —dijo ella—. No me he ido tanto
tiempo.
—Bueno lo que sea. Tienes una cara demasiado bonita para alejarte tanto
tiempo. Danos algo para mirar, niña.
Catherine se rio.
Como Catherine.
Privilegiados.
Ricos.
Exigentes.
Mimados.
Solo un par de ellos podrían haber querido que ella apareciera para
abastecer a su pequeña fiesta, pero una vez que se pusiera en marcha, cada uno
de ellos estaría desembolsando dinero en efectivo. Nunca fallaba.
—¡Catty!
Jonas, un chico de reality shows, echó la cabeza hacia atrás con una
carcajada.
—¿Tienes mi habitual?
Cocaína.
Éxtasis.
Molly.
Ellos pagaban.
—Vamos de fiesta —dijo uno de los muñecos Ken a la chica que tenía en el
brazo.
l
Catherine miró su reflejo en el espejo del baño del club e ignoró al grupo de
chicas borrachas y risueñas al otro lado de la línea de lavabos. Se retocó el lápiz
labial y luego se quitó una pequeña racha de polvo blanco de su vestido negro.
Había terminado con la gente del piso de arriba por la noche y estaba lista
para irse a casa. Después de su sesión con Cara una semana antes, Catherine
había estado tratando de concentrarse en prepararse para que sus clases de
tiempo completo comenzaran de nuevo. El lunes, estaría sentada en las salas de
conferencias y trabajaría en cosas que la aburrían muchísimo.
No completamente.
Aún no.
Catherine salió del baño solo para descubrir que debería haber mirado hacia
el otro lado también. Uno de los chicos del loft VIP que había disfrutado un poco
de bastante cocaína la estaba esperando. Apretó a Catherine contra la pared antes
de que ella supiera lo que estaba pasando.
—Matthew.
Ella ignoró lo cerca que él estaba y cómo se presionó contra su cuerpo como
si estuviera encontrando algo que le gustaba sentir. En cambio, abrió la parte
superior de su bolso mientras estaba a su lado y esperó.
Por las apariencias superficiales, nadie pensaría que algo anda mal.
Catherine prefería mantenerlo así cuando llamar el mal tipo de atención
significaba que tal vez no se le permitiera volver a un club.
—Estaba pensando…
Su ceño se frunció.
—¿Qué?
—Lo dudo.
—No.
Catherine dejó caer su bolso casi vacío al suelo ahora que tenía su pequeña
pistola apretada en la palma. Ella quitó el seguro al mismo tiempo que usó su
otra mano para encontrar la pequeña y afilada navaja en su muslo.
Matthew parpadeó.
—¿Qué?
Catherine eligió.
Ni siquiera se dio cuenta de la forma por la que pasó en la boca del pasillo
que conducía a la pista de baile hasta que él estuvo detrás de ella. Solo sabía que
necesitaba alejarse y asegurarse de que los gorilas no la vieran.
La voz familiar fue seguida por alguien que la agarró de la muñeca entre la
multitud. Catherine se movió rápido, ya sacando la hoja ensangrentada de su
navaja y llevándola a la garganta de un rostro muy guapo.
De hecho, sonrió.
Esa sonrisa se veía bien. Como todo en él. Vestido con un traje negro sobre
negro, con zapatos de cuero a juego, y una corbata rojo intenso. Sexo, pecado
y problemas.
Sexy.
Peligroso.
Oscuro.
Precioso.
Cross resopló.
—Aparentemente, lo hiciste bien por tu cuenta, nena. Por cierto, él nunca
habría elegido su polla.
—Cross.
—No bebo.
—Bien —dijo Cross, extendiendo la mano para acariciar su mejilla con dos
dedos. Cualquier otra persona, y Catherine se habría apartado. Era el hábito, el
instinto y el amor lo que la hizo castigarse dejando que él la tocara y lo
disfrutara—. Entonces baila conmigo. Aún bailas, ¿no? Amabas eso, Catty.
Cara.
Su terapeuta.
Sí.
—¿Y bien?
—Primero, no estoy con él ni estoy saliendo con él, así que no.
—¿Te gustaría hablar de las mujeres con las que te has acostado desde que
terminamos? —preguntó ella con una sonrisa condescendiente.
—No, no particularmente.
—No lo creo.
—¿Segundo?
—Eso es correcto.
—Esto es nuevo.
Ella lanzó una mirada por encima del hombro, pero él no le explicó más.
Acercándose a la pared de ventanas que daban a la terraza exterior y al
condominio de gran altura al otro lado del camino, Catherine le dio la espalda
mientras suspiraba.
—Entonces, ¿no vendiste el lugar? Pensé que lo habías hecho, o algo así.
Él agarró la botella de whisky teñida de oro que estaba en el bar, pero vaciló.
Mucho.
—Es lo que es, pero es mejor que sepas por qué hago lo que hago... o hacía,
supongo. Para ser honesta, nadie más a mi alrededor debe preocuparse. No son
ellos los que necesitan salir a rastras de la depresión. Las herramientas que tienen
no me harán ponerme de pie. Hago todo eso por mi cuenta. Aprendí a hacerlo
por mi cuenta.
—¿Hombres extraños?
Era algo.
—Desnúdate, nena. Quítate ese vestido. Quédate con los tacones. Suelta tu
cabello de ese moño. Muéstrame qué hay debajo de ese vestido. Ya sabes cómo
va esto.
—Las luces están apagadas aquí. En su mayor parte, parecerá una sombra.
Una sombra muy hermosa y sexy. No actúes tímida, Catherine. No es ni la
décima vez que follamos frente a esas ventanas. Apenas tenías más de dieciocho
años la primera vez. Desnúdate.
Un brillo maligno iluminó los ojos de ella, y Cross supo entonces que la
había atrapado. Cuando ella comenzó a tirar de las horquillas de su cabello, él se
movió más allá del sofá hasta un diván. Había sido situado para dar hacia las
ventanas o el piano. Se sentó justo cuando ella bajaba la cremallera en el costado
de su vestido negro.
—¿Eres mirón?
—¿Eh?
Catherine solo tenía unos pocos pasos para llegar a él, pero cada uno era
casi fascinante. Se detuvo frente a él, y desde donde él estaba sentado en la silla,
él estaba al nivel de los ojos con la barra con punta de diamante en su ombligo.
Incapaz de detener la creciente necesidad de probar esa joya de oro y diamantes,
extendió la mano para agarrar su cintura.
Tan mal.
—¿Eso es un desafío?
—Eres terrible.
Ella hizo lo que él dijo sin dudarlo. Sus dedos se deslizaron profundamente
en su apretado coño al mismo tiempo que su lengua con sabor a whisky se hundía
en su clítoris. El sabor de sus jugos no había cambiado ni un poco, ni la forma en
que sonaba jadeando su nombre.
Jadeando.
Fuerte.
Tensa y lista.
Sus pequeños y dulces llantos se hicieron más altos y sin aire. Primero sintió
su orgasmo correr a través de su coño, y chupó con fuerza su clítoris mientras
ella estaba gritando su nombre. Su cabeza echó hacia atrás y sus hombros
temblaron.
—Solo contigo.
Iba a interrogarla sobre eso, pero se detuvo justo a tiempo. Sin hablar. Solo
follar. No estaba dispuesto a enviarla corriendo porque tenía preguntas.
—¿Qué cosa?
Cross cerró la pequeña distancia entre ellos y atrapó los suaves labios de
ella con los suyos. Su lengua todavía sabía a su sexo, y ella gimió en su beso.
Descubrió que era un baile tan familiar para ellos. Después de todo ese tiempo,
besarla seguía siendo tan natural como respirar, y no podía tener suficiente. Se
movió para besar su mandíbula, y luego su barbilla temblorosa. Su pecho se agitó
con respiraciones profundas mientras sus manos deslizaron los tirantes de su
sostén hacia abajo y liberaron sus tetas de las copas de encaje.
—¿Follarte?
—Ahora.
Ella se apresuró a ayudarlo a quitarse la ropa, sin romper el beso ni una sola
vez a menos que fuera absolutamente necesario. Entonces, ella se tensó.
Cross vio que su mirada se posaba en su hombro, y luego las puntas de sus
dedos recorrieron la cicatriz allí.
—Parece doler.
En este momento.
—¿Cómo pasó?
—¿Eh?
Chica inteligente.
—Como la muerte.
Sí, supuso. Demasiado. Demasiado profundo. Ella no estaba allí para eso.
Cerró la distancia entre sus bocas una vez más, necesitando besar toda esa
maldita conversación para alejarla de ahí si podía manejarlo.
Cross solo la dejó el tiempo suficiente para quitarse los pantalones, no sin
antes agarrar el paquete de aluminio en el bolsillo trasero.
—Fóllame.
—¿Sí?
Él le dio una sola sonrisa mientras salía de ella, y luego volvió a entrar de
golpe. No hubo pausa entre sus embestidas después de eso. Ella tampoco lo
quería suave, así que la folló duro. Ella chupó dos de sus dedos entre sus labios
enrojecidos mientras se sacudía a través de otro orgasmo.
Cross la bajó del diván y la inclinó antes de que hubiera terminado. Su polla
estaba hasta las bolas en su coño una vez más, sintiendo las réplicas de su
orgasmo estremeciéndose a través de su coño.
—Joder no te detengas.
Nunca.
Por él.
Por más.
Por correrse una vez más.
l
La cama estaba más fría de lo que debería haber estado. Así fue como Cross
supo que estaba solo. Aun así, le dio a Catherine el beneficio de la duda de que
no se había marchado antes de que él pudiera despertar. Parpadeando
completamente despierto, notó el lado vacío de la cama donde Catherine se había
metido a su lado la noche anterior.
Cross aun así le dio el beneficio de la duda de que ella estaba en algún lugar
dentro de su maldito pent-house incluso cuando él se empujó fuera de la cama
con los músculos cansados. A pesar de ir al gimnasio cuatro veces a la semana
durante sesiones de dos y tres horas, follar con Catherine era un ejercicio.
El baño principal estaba vacío cuando hizo sus necesidades y se lavó las
manos. Se encogió de hombros en una sudadera del vestidor y salió del
dormitorio. Aun así, le concedió el beneficio de la duda.
Lo siento. – C, decía.
Nada más.
Porque ella sabía que él se enojaría por irse sin siquiera despedirse.
Independientemente de lo que Catherine trató de jugar entre ellos la noche
anterior, no había sido solo follar. Nunca podría ser simplemente follar con ellos.
Cross quería estar sorprendido, pero no lo estaba. Se pasó una mano por la
barba incipiente mientras miraba una vez más su nota escrita apresuradamente.
Bonita y delicada letra que no había cambiado en todos sus años, pero aún
mostraba temblores en las curvas por sus nervios.
—Joder.
Cross tenía noticias para Catherine. Él había preguntado por ahí y sabía
exactamente dónde vivía. Ciertamente no le importaba jugar con ella, siempre y
cuando supiera él qué tipo de juego ella planeaba jugar.
Al menos eso.
—Donati aquí.
—Las armas del canadiense están adentro, hombre —dijo una voz familiar
al otro lado de la línea.
Theo DeLuca.
—¿Pensé que se suponía que iban a pasar otras dos semanas más o menos?
—Bueno, no fue así. La entrega anticipada significa dinero extra por parte
de los Guzzi. Quiero decir, puedes relajarte un poco si quieres, pero prefiero que
lleves estas armas en la frontera de New Brunswick en una semana.
Cross suspiró.
Theo, un jefe frontal del Outfit de Chicago, había sido la puerta que se abrió
para Cross en lo que respecta al tráfico de armas todos esos años. El hombre le
puso en contacto con algunos de los mejores en el negocio cuando se enteró de
que Cross tenía un don para el tráfico de armas. Cross era particular en la
planificación, meticuloso en los detalles y sabía cómo funcionaba cada arma que
ponían frente a él.
—Hasta entonces.
l
—¡Cross!
—¿Buenos genes?
—Tal vez.
—Gracias.
Tommaso sonrió.
—¿Qué diversión habría sido eso? Te hubieras pasado todo el día limpiando
la casa, y ya está jodidamente limpia, Cam.
—Cállate, Cross.
—¿Cena?
—Sí, seguro.
—Ella se estaba preparando para sacarla del horno. Ven.
Cross siguió a su viejo amigo. Tommaso era solo dos años más joven que
Cross, pero los dos habían sido amigos desde… desde siempre. Alrededor de los
diecinueve años más o menos, Cross conoció a Tommaso cuando comenzó a
comercializar armas para Chicago. Tommaso había sido su compañero en esa
primera corrida con armas.
Su cuñado se encogió.
—Theo mencionó que las armas de los canadienses llegaron ayer temprano.
Su amigo asintió.
Tommaso se rio.
—¿Por qué?
—¿Entre nosotros?
Cross explicó rápidamente el trato que había hecho con Andino Marcello y
lo que había sucedido hasta ahora. Nunca trabajaba en varias series grandes a la
vez porque eran demasiados detalles y los problemas se extendían entre varias
entregas y compradores. Simplemente hizo que las situaciones fueran malas. A
él le gustaban las carreras limpias y cuidadosamente planificadas.
—En realidad, la tenías hace años. Fuiste tú quien dejó en claro que solo
manejabas armas para el Outfit. Cuando se te acercaban, rechazabas las ofertas y
empujabas a los comerciantes hacia nosotros para que hiciéramos tratos contigo
como una promesa sobre la carrera. Si vas a comenzar a diversificarte después de
todos estos años, le costará mucho dinero al Outfit.
—Soy consciente.
—El dinero es el único hilo que mantiene este negocio y la paz unidos.
—Más te vale.
Punto a favor.
—Entendido.
Se empapó de esa luz del sol en su pose de cuarto de loto. Con las piernas
ligeramente cruzadas sobre el taburete, y ambos pies descalzos descansando
sobre el muslo opuesto, dejó que sus manos se asentaran con las palmas hacia
arriba sobre sus piernas. De esa manera, sentía que al menos una parte de ella
estaba abierta a liberar cualquier mala energía que la estuviera arrastrando.
La primera vez que Cara le sugirió a Catherine que meditara como una
forma de relajarse o calmar su ansiedad, se rio. Literalmente pensó que la mujer
estaba bromeando.
A decir verdad, Catherine no sabía meditar. Quería hacer una broma sobre
algo que la confundía porque era más fácil que admitir que no sabía cómo calmar
su mente y su cuerpo. Ciertamente, no lo suficiente para entrar en ese tipo de
estado.
Catherine aprendió.
—Estaba en el vecindario.
—¿Eh?
—¿Con?
—Un médico.
—¿Por qué?
—¿De verdad?
Él se encogió de hombros.
—Michel.
—Dos cosas —dijo, levantando los dedos para que ella lo viera.
—¿Qué?
Catherine asintió.
—No le menciones eso, ¿de acuerdo? Ya está asustada por una sola copa de
vino, Catty. No necesita que alguien más le recuerde que tomó una copa antes de
saberlo.
—Eres terrible. Ni siquiera debería haberte dicho. Mamá dice que no puedes
guardar un secreto ni para salvar tu vida.
Catherine se burló.
—Toda mi vida ha sido un secreto para ellos, entonces. ¿Qué diablos saben
ellos?
Se acomodó en el sofá con una sonrisa y se sintió más feliz que antes con su
meditación.
—Imagínate todas las compras que puedo hacer por el bebé —dijo más para
sí misma que para su hermano—. Oh, y si es una niña. Una niña, Michel. Vestidos
y zapatos. Diademas y…
—Está bien, ahora vas a entrar en el sexo del bebé, y ni siquiera hemos
escuchado un latido todavía. Relájate, Catherine.
—Lo juro, así serán los próximos ocho meses de mi vida con todas ustedes,
mujeres.
—Lo dudo.
—¿Eh?
Sobre todo, Jordy para apariencias. Dante quería un hombre sobre su hija
para mantenerla a salvo, dado el negocio de su familia y la naturaleza del mismo.
Catherine no quería que un ejecutor la siguiera y le informara a su padre sobre
las cosas que hacía, especialmente del tráfico con el que trabajaba.
Funcionaba.
—Le mencionó a Andino que te vio salir de un club hace un tiempo con
Cross Donati —dijo su hermano—. En su auto, a casa de él… te fuiste por la
mañana, supongo.
—Sí, recibí una llamada, entré y resultó que Cross estaba allí.
—Quiero decir, decide por ti mismo con la información que conoces sobre
lo que crees que pudo haber sucedido. —Catherine agitó una mano en alto y
agregó—: No voy a llenar los espacios en blanco por ti.
—Catty…
—Es mi vida, Michel. Puedo hacer lo que quiera con ella, incluso a quién
decido hacer. ¿Está bien?
—No, entiendo todo eso. Solo quiero decir que es posible que quieras
hacerle saber a papá que estás saliendo con Cross de nuevo para que no tenga
que escucharlo de otra persona primero. Avísale, y de esa manera podrá expresar
sus sentimientos al respecto o lo que sea.
—Todavía.
—Michel.
Ella lo haría.
l
Catherine se colocó la bolsa de mensajero en el hombro y trató de balancear
el peso. Ni siquiera estaba tan pesada con solo su computadora portátil y un libro
de texto adentro, pero se sentía así por alguna razón. Dirigiéndose al
estacionamiento donde había estacionado su Lexus, ignoró el leve escalofrío en
el viento.
Todo oscuro.
—No.
Cross sonrió, sus ojos negros como el pecado recorrieron su cuerpo. Desde
las botas de gamuza que llevaba, hasta la gargantilla de cuero en su garganta.
—Han pasado dos semanas, Cross. ¿En qué conversación pensaste durante
tanto tiempo?
—Créeme, solo han pasado dos semanas porque no tenía otra opción.
—¿Disculpa?
—Sí, bueno…
—Cross…
Ella suspiró.
—¿Para quién, para ti o para mí? Follamos y eso fue todo. No se suponía
que fuera más que eso. Te hice saber desde el inicio lo que esperaba.
Auch.
—Excepto que lo fue, Catty. Sin toda la conversación y la mierda con la que
no querías lidiar, aún dejaste que fuera algo. Es familiar, ¿verdad? Tú y yo somos
eso… —Él silbó bajo, sonriendo con amargura—. Es demasiado familiar para que
te resistas, así que no lo hiciste. El caso es que tampoco quiero que me jodas así.
Cross se enderezó.
—¿Perdón?
—Catherine, vamos.
Él frunció el ceño.
—Me dejaste —dijo ella, empujándolo con cada palabra que dijo—. Metiste
mi trasero en un ascensor y me dijiste que me arreglara. Me dijiste que me
mejorara, que arreglara mi mierda y que aprendiera a amar lo que soy. ¿Y qué
más dijiste, Cross? Dímelo.
Él no parpadeó.
—Sabes por qué hice eso. Ese día te dije por qué te hacía ir. Nunca ibas a
mejorar aferrándote a mí como un maldito salvavidas, nena.
—No, no es que hayas hecho eso. No es que me hayas roto el corazón, pero
tampoco pienses ni por un segundo que me olvidaré de eso. Necesitaba ayuda;
me obligaste a conseguirla. No es eso. Es lo que no hiciste, Cross. Dijiste que
estarías allí. Cuando estuviera bien, cuando estuviera lista y supiera lo que
quisiera, me estarías esperando. Eso es lo que me dijiste, y casi me mata cuando
descubrí lo que realmente significaba. Lo prometiste. Siempre, ¿verdad?
»Hiciste una jodida broma de lo que fuimos. Descubrí que tus mentiras
duelen mucho más que las mías.
—Catherine…
Sus ojos ardían con lágrimas no derramadas, pero se negó a dejarlas caer.
Ella no lloraba frente a nadie, y ciertamente no a este hombre. No otra vez. Nunca
más.
—Espera, Catherine, por favor —dijo él, inclinándose para mirarla a los
ojos.
Ella se negó a llorar. Ni siquiera dejaría que sus labios dejaran de
presionarse por miedo a que temblaran.
—Déjame ir.
No lo hizo.
—Catherine…
—¿Cuándo?
Eso fue todo lo que preguntó.
Nada más.
Catherine apretó los dientes para mantener las palabras adentro, pero de
alguna manera, aún se le escaparon.
Todos siempre querían sentirse culpables por las decisiones de otra persona
en lo que respecta al suicidio. No era así como funcionaba. Solo la persona que
tomaba la decisión tenía la culpa. Nadie más.
—Sí.
—¿Qué? ¿Quién?
—Tu padre.
—Yo... eh, tengo que... irme —murmuró Cross—. Sí, tengo que irme. Lo
siento mucho. Lo siento jodidamente mucho, nena.
Tu padre.
Ese bastardo.
Así era más fácil. Más fácil fingir que había hecho lo correcto al hacer que Catherine
se fuera; más fácil que caminar por el piso hecho para que ambos lo caminaran, y no solo
uno de ellos.
Ni siquiera estaba seguro de cuánto tiempo había pasado desde que la metió en ese
ascensor. Una semana, pero probablemente más cerca de las dos. Pasaba sus días haciendo
de todo, excepto pensando en su casa, en ella y todo lo demás. Agotaba su mente y
trabajaba su cuerpo hasta los huesos para que cuando llegara la noche, no soñara con
nada.
Miró las cajas en la esquina de su casa. Cosas de Catherine. Alguien debería haber
venido a recogerlas a estas alturas, pero nadie lo había hecho.
Había cambiado su número porque pensó que, si escuchaba su voz incluso una vez,
su resolución se derrumbaría.
Un golpe en la puerta del pent-house hizo que Cross levantara la cabeza de sus
manos. Su teléfono descansaba en el sofá a su lado, sin parpadear con un mensaje o una
llamada perdida. Nada que dijera que alguien vendría.
Evitaba a la gente tanto como podía. Era posible que quienquiera que estuviera en
su puerta quisiera ver cómo estaba. Su padrastro, tal vez. O Zeke. Mantenía sus
conversaciones con todo el mundo forzadas, cortas y nunca demasiado profundas.
El segundo golpe fue más fuerte, persistente. Se levantó del sofá con un suspiro,
ignorando el cansancio que pesaba sobre su cuerpo y mente.
Más tarde, cuando se lo preguntaron, Cross diría que su agotamiento era la única
razón por la que no revisó la mirilla. Probablemente todavía habría abierto la puerta
incluso si hubiera mirado.
Cerrarse.
Quedarse callado.
Calma en el caos.
Indiferencia en la inquietud.
Le había llevado años asentar finalmente al chico salvaje que había sido una
vez. Todos los hombres que lo rodeaban mientras crecía y que le decían que la
rabia y la violencia rápida lo debilitarían habían tenido razón. Lo convirtió en un
objetivo porque podía ser provocado fácilmente y reaccionar rápidamente.
Ahora, podía mirar a un hombre a la cara mientras ellos estallaban con sus
debilidades y sonreír. La pérdida de ellos era ganancia de él. Nunca vieron venir
su violencia.
—Sí, habla.
—¿Qué es?
—Está bien.
Cross se acarició el labio inferior con el pulgar y juró que había vuelto a ese
día en un abrir y cerrar de ojos. Como si pudiera saborear la sangre en su boca
por su labio roto.
Cross abrió la puerta del pent-house solo para encontrar un arma en su rostro. No,
apuntando. Golpeando su rostro como una maldita bolsa de piedras. El metal duro y frío
le abrió el labio con el impacto y le aflojó algunos dientes. La sangre floreció en su boca.
La sorpresa del ataque envió a Cross hacia atrás con un grito. Su espalda golpeó el
suelo con fuerza y sacó el aire de sus pulmones.
Un puño.
Una patada.
Otro y otro.
—No estás por encima de la retribución por esto solo porque eres un jefe —gruñó
Lucian.
Aun así, la figura sobre él se hizo más clara cuanto más se acercaba el hombre. Dante
Marcello se inclinó sobre Cross con su arma ya apuntada. Cross miró por el cañón de la
nueve milímetros y descubrió que no sabía qué decir.
La pistola Dante lo azotó en la boca una vez más con el cañón. Cross finalmente
aprendió a qué sabía el metal de pistola en esos momentos.
Frío.
Duro.
Solitario.
Inseguro.
Fuera de su cabeza.
—¿Y?
—¿Cuál hermano?
Dante se rio.
—Así tendrás algo para mantener de esta reunión. Un recordatorio, por así decirlo.
Un regalo.
No miró el auto.
—¡Cross!
No quería pensar.
O sentir.
—¡Cross, espera!
—¡Cross!
Cross intentó parpadear o abrir los ojos, pero solo le dolió más. Podía saborear
sangre seca en sus labios y sangre vieja dentro de su boca.
—Está bien, eso es malo. Ese roce de bala es largo y profundo. Todavía está
sangrando, Cross.
—Quiero decir, supongo que no tienes la nariz rota. Eso es una ventaja.
El intento de humor de Zeke hizo reír a Cross a pesar de que todavía no podía abrir
los ojos. No creía que esa cosa en particular fuera buena. Sin embargo, la risa hizo que le
doliera el pecho como el infierno, y tosió a pesar del dolor.
—Tu rostro está jodidamente maltratado —dijo Zeke en voz baja—. ¿Con qué te
golpearon que tienes los ojos cerrados e hinchados, hombre?
—Marcello.
—¿Qué?
Cross no lo sabía. Solo sabía lo que le habían dicho. Nueva York no era segura para
él. Tampoco era seguro para su familia. Al menos, no mientras él también estuviera allí.
Un ejecutor.
Otra de Lucian.
—No tengo una mierda que decirte. —Dante abrió la boca para hablar y
Cross empujó el cañón de su arma con más fuerza en la cabeza del hombre—.
Jodidamente cállate. Ni siquiera hables ahora mismo. Me enfurecerás más. Vine
a decir algunas cosas, y quiero jodidamente decirlas.
—Me agradaste mucho hace años —dijo Catrina—. Pero entiende esto, si
sigues sosteniendo a mi esposo así, te degollaré antes de que puedas apretar el
gatillo, joven. Te desangrarás en este piso y no harás ningún sonido porque te
cortaré las cuerdas vocales.
Ellos no jugaban.
Cross no se movió.
Dante resopló.
Cross vio que Lucian se ponía rígido por el rabillo del ojo.
—Tendrás suerte de salir con vida de este lugar. Espero que estés bajo…
—Por Catherine.
—Y lo volvería a hacer.
—¿Quién mierda más lo causó? ¿Quién más la lastimó como tú? —Los
gritos de Dante se volvieron más silenciosos cuando siseó—: Una y otra vez.
Tuviste suerte de que incluso te dejara vivir lo suficiente para hacerle eso. No
volverá a suceder, te lo aseguro.
—¡Debiste decírmelo!
—¿Papi?
Catherine estaba de pie en la entrada del comedor privado con los ojos bajos
y las manos temblorosas descansando flácidamente a los lados.
—Catherine —dijo Dante en voz baja.
—Catty, yo…
—Catherine, es…
Luego, ella se fue. Ni siquiera miró por encima del hombro cuando se fue.
Ni siquiera un adiós.
Lo mató.
—Dante, obtiene este pase por el que yo te di por lo que le hiciste. Cruzaste
una línea, y él también. Creo que se lo ha ganado, considerándolo. Sí, como
hombre hecho, esperas que te permita romper las reglas, entonces me permitirás
extenderle a él la misma mano. Este es su pase. Le dejarás tenerlo.
Ojos negros. Boca magullada y rota. Costilla quebrada. Fractura de la línea del
cabello en la mandíbula. Conmoción cerebral.
Aun así, su reflejo se veía como el infierno en el espejo. Cross se echó hacia atrás el
mechón de pelo más largo que había caído frente a sus ojos amoratados. Detrás de él,
Calisto se quedó callado y enfurecido.
Cross no dijo nada. Sabía exactamente lo que pasaría si le decía a Calisto quién casi
lo había matado a golpes. Su padrastro levantaría el infierno. No le importaría que eso
significara ir en contra de la mayor familia del crimen organizado en Nueva York. No
importaría que su familia fuera superada en número y en desventaja en lo que respecta a
los Marcello.
A Calisto no le importaría.
Cross no podía hacer eso. No cuando eso significaba que su madre y su hermana
serían puestas en la línea de fuego. No cuando eso significaba que Catherine también
estaría en peligro.
Cross sospechaba plenamente que su padrastro tenía una idea bastante buena sobre
quién le había hecho esto, pero Calisto no actuaría a menos que su hijo lo confirmara.
—Vas a tener que decírselo a tu madre —dijo Calisto—. Por favor, no me obligues
a decírselo, Cross. No quiero romperle el corazón.
Cross asintió.
—Está bien.
Nunca.
—Va a serlo.
l
—¡Jodido idiota!
Un espectáculo lúgubre.
—No puedo creer seriamente que te hayas metido con Dante Marcello en
un restaurante propiedad de uno de sus hermanos y lo hayas amenazado con
una pistola, Cross.
—No lo amenacé —respondió Cross, aburrido e inquieto al mismo
tiempo—. Simplemente le apunté con un arma y luego dije algunas cosas. No dije
ni usé amenazas.
—Jesucristo.
—¿Cómo qué?
—Cross.
—Sabes, de todo en mi vida, ella es lo que siento más real para mí en este
momento. Todo lo demás son mentiras, grandes y pequeñas mentiras blancas.
Ella es la única cosa que nunca estuvo coloreada con algún tipo de falsedad de la
gente que me ocultaba secretos. Es extraño cómo funciona eso, ¿no?
Él sonrió.
—No conmigo.
Ahora, tenía que esperar.
Catherine vendría a él. Después de todo, ella era como él. Viviendo en un
mundo que se movía a su alrededor y hacía cosas que no podía ver. Un mundo
de gente que mentía y le ocultaba cosas; gente que la amaba.
Cross lo sabía.
Capítulo 8
Un golpe en la puerta del apartamento de Catherine la irritó
instantáneamente. Si las constantes llamadas y mensajes que había estado
recibiendo durante dos días seguidos eran un indicio, sabía exactamente quién
había venido. Ella no se movió de su lugar en el sofá.
Maravilloso.
Dante suspiró.
—Catherine…
—Y he estado ocupada.
—¿Con qué?
—Universidad —mintió.
—¿Disculpa?
—¡Catherine!
—Estaba abrumado con todo lo que pasó —dijo Dante desde el sofá.
—¡Y eso!
Incorrecto.
—Sabes qué —dijo Catherine en voz baja—. Realmente no estoy lista para
hablar contigo, papá. Necesito resolver cómo me siento sin que intentes decirme
cómo te gustaría que me sintiera en este momento.
—No estoy…
—Ese hombre…
—No, creo que sería mucho mejor para ti, y para el resto de nosotros, si no
vuelves a ver a Cross. En lo absoluto, Catherine. Mentalmente, él es malo para ti.
Todos hemos visto a dónde te lleva. Nadie quiere que vuelvas a ese lugar, y
ciertamente no yo. De hecho, quiero que dejes de verlo. No lo estoy pidiendo. Lo
estoy exigiendo.
—No es tu elección.
—Soy una mujer adulta que puede decidir qué es lo mejor para mí.
—Te dije lo que te dije —dijo Dante, una advertencia sonando fuerte en sus
palabras.
—¿Qué?
Él puede tomarlo.
Puedes decirlo.
Adelante.
Dante parpadeó.
—Sí, bueno…
Catherine asintió.
—Lo sé. Todo el mundo lo sabe. Lo dije en serio. Necesito tiempo para
averiguar cómo me siento por lo que hiciste. Entonces, tal vez, si lo necesito,
podemos hablar más al respecto. O tal vez no necesite hablar de eso en absoluto.
Pero no, no tienes nada que decir sobre Cross, sobre mí o sobre lo que hago con
él. Ya has dicho y hecho más que suficiente, papá. Es hora de dejarme decidir el
resto.
—Cross.
Cross sonrió.
Él asintió dramáticamente.
—Primer grado —respondió Kenna con una sonrisa llena de dientes—. ¿En
qué grado estás tú?
—Oh, no. Solo los niños malos no van a la escuela cuando sus mamás lo
dicen.
Catherine pudo ver que Cross estaba haciendo un gran esfuerzo por
permanecer serio cuando dijo:
—Entonces asegúrate de ser una niña buena, ¿eh? No mala como yo.
—Bueno…
—¿Hmm?
—Supongo que no —dijo Kenna con un puchero—. Pero solo porque ella es
bonita.
La niña dijo eso con un gesto feroz que hizo reír a Catherine en voz baja.
—¡Adiós, Cross!
—¿Haciendo amigas?
—No puedo ser malo con los niños solo porque no me gusta la gente,
¿verdad?
—¿Podría?
—Entendido. —Luego, empujó una taza extra para llevar hacia ella—. Dos
de azúcar, crema extra. ¿Correcto?
—Síp. —Catherine empujó las mangas de su suéter hasta los codos y tomó
el café. No se perdió de cómo la mirada de Cross se posó en su muñeca con el
tatuaje. Él rápidamente desvió la mirada, pero ella aún lo vio. No se había puesto
brazaletes antes de salir del apartamento porque ya no veía el sentido. Estaba allí.
La cicatriz que nadie podía ver debajo de un tatuaje que ella amaba demasiado
para ocultar—. Puedes preguntar sobre eso, si quieres. Ha sido un largo tiempo.
Realmente no hablo de eso porque nadie lo menciona. Es como si pensaran que,
si lo hacen, podría obligarme a hacerlo de nuevo. Eso es ridículo, por cierto.
Cross dejó escapar una larga exhalación.
—No estoy seguro de que deba preguntar nada, para ser honesto.
—Depende de ti.
—¿Puedo…?
—¿Qué?
Él levantó la palma de la mano sobre la mesa y abrió los dedos con un gesto
hacia la mano de ella. Ella colocó su mano izquierda en la de él, dejando su
muñeca levantada y su tatuaje expuesto. El pulgar de Cross acarició el tatuaje
una vez, luego dos. Cuidadoso y suave. Lento y pausado.
—No lo sientas. No fue culpa tuya ni de nadie más. Fue mía. Yo elegí
hacerlo. Más nadie.
—Aun así, Catty. Quizás no por esto, sino por otras cosas. Lo siento. Ese día
cuando hice que te fueras… por después también, supongo, cuando pensaste que
me había ido.
—Pensé que…
—¿Qué?
Él se rio oscuramente.
—No hasta la semana pasada cuando agredí a tu padre. ¿Cómo está, por
cierto?
—Enfadado.
—Me lo imaginé.
—Vamos.
—No, hablo en serio. Me prohibió verte, pero se olvida de que no soy una
niña.
—¿Qué cosas?
—¿Puedo ayudar?
—Tal vez.
Él no presionó ni preguntó.
—Sí.
—No fue por ti. Es mucho más fácil para todos los demás sentirse culpables
por la elección de otra persona cuando se trata de suicidio, pero no tienes que
sentir eso en absoluto, Cross.
Mi niña.
Mucho.
—¿Eh?
—Me hice la cruz después de todo eso porque una parte de mí todavía se
aferraba a otra parte de ti.
Sus dedos se apretaron alrededor de los de ella. Ella respondió eso con su
propio apretón.
—¿Quieres hacer algo? —preguntó Cross—. ¿Ir a algún lado, tal vez?
—¿Cómo qué?
—Por supuesto.
Cross lo tomó.
—Gracias.
—Lo haré.
Marca sí o no.
l
Catherine salió de su Lexus y apretó su suéter de punto contra su pecho
mientras el aire frío se colaba por debajo. Miró la arena húmeda y el agua de la
playa de Jacob Riis. Con la oscuridad cayendo y el olor a lluvia en el aire, el lugar
parecía casi abandonado. El estacionamiento estaba básicamente vacío. Una
pareja caminaba a aproximadamente un kilómetro más abajo con un perro, pero
en la dirección opuesta a donde Catherine estacionó.
Cross la miró.
—¿No?
—Por supuesto.
—¿Por qué?
No ofreció más.
Ella eligió no presionar.
—¿Sí?
Lo encontró luciendo demasiado sexy para su propio bien por encima del
hombro. Sonriendo. Contento. Fresco, tranquilo y sereno.
—Sí, Cross.
—Va a llover.
Hizo que se le pusiera la piel de gallina. Por otra parte, podría haber sido
Cross cuando la agarró por la cintura sin previo aviso y la arrastró a la escotilla
con él. Catherine se rio mientras se sentaba en el regazo de Cross. Sacó una manta
de detrás de él y la arrojó sobre sus hombros. Ella se acurrucó en el calor de él y
de la manta.
Las cosas siempre fueron fáciles con Cross. Como si nunca perdieran el
ritmo. El tiempo seguía; ellos simplemente se habían detenido por un tiempo.
—Está bien.
—Realmente no lo está.
—Te sientes como te sientes, y por una buena razón. De todos modos, tenías
razón. Hice lo que dijiste. Me fui cuando dije que estaría allí.
—Sí, pero…
—Las razones son excusas, Catherine. Hice una elección debido a una
circunstancia, pero la elección fue tomada al final del día.
De ningún modo.
—Era tan frágil —dijo Catherine, viendo caer las primeras gotas de lluvia
después de otro trueno—. En ese entonces, quiero decir. Trabajé durante meses
para estar limpia, bien mentalmente y fuerte físicamente. He trabajado duro.
Todo lo que hizo falta fue un solo día, te fuiste, y me recordó que todavía no era
más que una muñeca de porcelana.
—¿Y?
—Lo era —respondió ella—. Incluso cuando estaba bien, tuve que aprender
que todavía era frágil. Peor ahora no lo soy, porque aprendí a recomponerme.
Caí con fuerza y, por una vez, nadie estuvo allí para atraparme. Nadie me reparó.
Lo hice sola. No quiero volver a ser esa frágil muñeca nunca más. No dejaré que
nadie me haga sentir así de nuevo.
—No deberías.
—Excepto que siento que podría volver a ser ella contigo. O tengo miedo
de que así sea. ¿Sabes lo que quiero decir?
—¿Eh?
—No quiero ser difícil, pero siempre estoy luchando contra la idea de que
alguien pueda pensar que me voy a romper. O peor aún, que alguien me haga
sentir así. Es posible que a veces lo haga difícil mientras todavía estoy tratando
de resolverlo todo.
—¿Está bien?
Como respirar.
Aterrador.
De repente, la lluvia pasó de unas gotas gruesas a una pesada sábana con
otro estallido de truenos a lo lejos. Lo único que les salvó de mojarse fue la puerta
de la escotilla abierta que actuaba como una especie de techo. El agua caía
alrededor de ellos como paredes delgadas.
Cross besó su boca una vez más, y luego sus dientes encontraron su labio
inferior. Una de sus manos le palmeó el trasero mientras la otra se hundía entre
sus muslos. Sus dedos rozaron su coño, acariciando suavemente y untándose de
sus jugos con cada toque. Sus dedos se hundieron profundamente mientras la
mano de ella se envolvía alrededor de su ya dura polla.
Aun así, él la folló con los dedos. Los ojos oscuros de Cross nunca dejaron
los de ella, y su sonrisa se volvió malvada cuando sus dedos se curvaron contra
el lugar correcto para ponerla empapada y temblorosa.
—Entonces fóllame.
—Cuando te corras así, lo haré. ¿No lo sabes? Te pones tan jodidamente
apretada después de que te corres, mi niña. Tan apretada que siento que no
puedo respirar cuando aprietas mi polla. Así que te corres primero y luego
montarás mi polla. No antes.
Jesucristo.
Ella se levantó lo suficiente para tocar entre ellos y hacer que su polla se
ajustara a su sexo. Ella tampoco se tomó su tiempo para ir lento. Todo lo que
quería era sentir que él la llenaba y la abría.
—Sí.
La besó con fuerza mientras ella lo montaba rápido. Ni una sola vez rompió
el beso, ni siquiera cuando ella no pudo contener sus sonidos. Su beso tragó todos
y cada uno de ellos. Sus labios la incitaban, provocaban y tentaban.
Y...
Tal como prometió, esos dedos que había usado para follar su coño se
deslizaron hasta su trasero. Trabajó uno en el apretado anillo de músculos y la
quemadura la hizo temblar. Se sentía como si cada uno de sus nervios se
sintonizara y se encendiera de repente. Podía sentir más y eso la volvía loca. El
segundo dedo aún resbaladizo se deslizó en su trasero con más facilidad.
Catherine gimió.
Ese tercer dedo estirándola lo hizo. Ni siquiera sintió venir el orgasmo hasta
que ya estaba allí. La otra mano de Cross se levantó para enredarse en su cabello.
Agarró un puñado y tiró de ella para llevarle la oreja a la boca.
—Ahí está, ahí está —arrulló a su oído mientras ella se estremecía durante
el orgasmo—. La próxima vez será mi jodida polla en tu culo, Catherine.
Sus dedos salieron de su trasero y su mano soltó su cabello. La agarró por
las caderas y la metió en él con más fuerza, conduciendo su polla increíblemente
más profundo. Dolía, pero también se sentía tan jodidamente bien.
Tan hermosos.
No se dio cuenta de que estaba jadeando hasta que se quedó sin aire y un
tercer orgasmo se deslizó por su sistema nervioso. No fue tan fuerte, pero aun así
se hizo sentir como el infierno.
—Oh, Dios mío —murmuró Catherine, dejando caer la cabeza hacia atrás.
—Jesucristo —dijo Cross con los dientes apretados. Tiró de ella hacia su
regazo y ella sintió su polla palpitar mientras untaba su semen sobre su piel con
la cabeza de su polla—. Mucho mejor que correrse en un maldito condón, cariño.
Catherine se rio.
—No lo sabes.
—Sí lo sé. Puede que nos hagas esto difícil, ¿recuerdas? Tus palabras, Catty,
no las mías. Quédate.
O… no.
Verdad.
—Gracias, Ma.
—Aún no.
—No me gusta que pelees con Calisto —dijo ella en voz baja—. Nunca
peleas con él, Cross. Ahora no. Eso me hace triste. Y es tu padre, pero ¿no lo fue
siempre, de todos modos? ¿No te amó siempre, independientemente del resto?
Estos son detalles, Cross.
Incluso él lo dijo.
—¿Qué?
—Sí, seguro.
—Estoy llegando a eso. Calisto me dio una vez un rosario con una cruz para
ayudarme. Pensó que podría ayudarme a superar un momento difícil de mi vida,
cuando perdí a mi segundo hijo. Después de su accidente, yo le di uno que era
similar, pensando que podría ayudarlo a recordar. Él siempre lo tocaba y lo tenía
cerca. Entonces, cuando llegó el momento de elegir tu nombre, elegí Cross. La
Cruz. Mi Cross. Y su Cross4.
—No estoy enojado, Ma. Estoy... joder. Durante toda mi vida, todos los
hombres de esta familia tuvieron que recordarme que vengo de un hombre que
nos traicionó. A ti, a mí, a Calisto y a la famiglia. Lo decían una y otra vez, como
si fuera una mancha que tuviera que usar, y así lo hice. Trabajé el doble de duro.
Probé mi valía una y otra vez, solo para que siquiera uno de ellos dejara de usar
el nombre de Affonso junto al mío. Sin embargo, incluso ahora, hay hombres en
otras familias que se refieren al principe Donati como “el hijo de Affonso” y no en
realidad al hombre que me crio.
—Oh, Cross.
—Entonces tal vez puedas entender por qué necesito algo de tiempo para
arreglar las cosas. No quiero entrar en esa conversación todavía amargado
porque no quiero lastimarlo a él ni a ti. ¿No puedes entender?
Cross se rio.
—Ella está resolviendo una mierda, eso es todo. No hay mucho que contar.
Cross contaba eso como una batalla ganada. Preferiría que Emma se
entrometiera en su vida privada con Catherine, algo en lo que no le importaba
complacer a su madre, que sus problemas con ellos. Además, cuando se sentaran
y tuvieran esa charla, iba a doler. No quería lastimar a su madre.
—Entrometida, entrometida.
—Cross.
—¿Disculpa?
Dolores de cabeza.
Cuello rígido.
A Cross no le gustó lo que estaba viendo. Esos eran solo algunos de los
síntomas que dieron una pista de un episodio inminente. El último episodio de
Calisto había ocurrido a fines de julio, y solo estaban a veintisiete de septiembre.
Apenas dos meses. Se preguntó si su padre había tenido otro episodio mientras
tanto, pero nadie lo llamó ni lo mencionó. La probabilidad era buena, y eso hizo
que Cross se sintiera como basura porque sin importar qué, él estaría allí para
ayudar si lo necesitaran.
—No.
—¿Tampoco tu cuello?
—Ella sabe.
—Cross…
Cross tendría que conformarse con esa respuesta, aunque no le gustó del
todo.
—Explica.
Dos Capos Donati cuyos territorios estaban uno al lado del otro. Los dos
capitanes siempre encontraban mierdas por las que pelear. Cross pensó que los
dos hombres eran como niños en preescolar.
—¿Eh?
—Sí, bueno, tendrás la oportunidad de hacer que los dos lo terminen de una
vez por todas —dijo Calisto.
—Exactamente.
—Es hora de aprender, supongo —dijo Calisto con una sonrisa—. Mira, no
necesito el estrés de esos dos. De nuevo. Eres mi subjefe, así que ocúpate de ellos
como quiero que lo hagas.
—Excelente.
—Por supuesto, esto va a suceder con Capos tan jóvenes como los nuestros.
Cuanto más joven sea un hombre hecho entre las filas, menos tiempo ha tenido
para aprender a ser un verdadero hombre hecho mientras está en una compañía
similar.
Cross se burló.
—Eso es cierto —dijo Cross a regañadientes—. ¿Cuál fue la otra charla que
querías tener?
—¿De quién?
—No había nada que contar. —Cross sonrió y agregó—: Y ese hombre se
merecía lo que hice.
—Bien entonces.
—¿Y si no lo hago?
—¿Perdón?
l
Cross hizo señas a la chica que esperaba en las mesas para llamar su
atención. Señaló su vaso vacío.
—¿Rellenas mi whiskey?
Ella asintió.
Cross tomó un sorbo del licor del estante superior y dejó el vaso con un
tintineo.
—¿Disculpa?
—Solo hay otro asiento en esta mesa por una razón, James. Sugiero que tu
trasero se familiarice con él en los próximos dos segundos.
—Yo…
James se sentó.
—No vamos a estar aquí mucho tiempo, así que ni siquiera se molesten en
llamar a alguien para hacer un pedido.
—No sé si es que no les gusta compartir, o alguien está siendo malo, o tal
vez tenemos un caso de celos. Realmente no importa. Ahora ustedes están
jodiendo mi tiempo, y ese es un maldito problema. Puede que al jefe no le importe
atenderlos a ustedes dos con sus tonterías, pero yo no lo haré. Si insisten en
comportarse como niños, entonces los trataré como niños. Los castigaré como
niños. Hay otros Capos, hombres menos difíciles, que fácilmente recibirían las
cosas que les quite a ambos. Lo tomarán con una sonrisa y un gracias. ¿Entienden?
—Y cómo...
—No hice una maldita pregunta —espetó Cross—. Pedí una respuesta que
requiera sí o no, o algún tipo de acuerdo que me agrade. Permítanme dejarme
muy claro aquí. Solo hay una respuesta aceptable, así que elíjanla sabiamente.
—Si parece que esta pequeña charla fue condescendiente —dijo Cross con
una sonrisa—, es porque lo fue. Ustedes son hombres adultos, hombres hechos,
así que busquen una manera de llevarse jodidamente bien, o los obligaré a
caminar por Hell’s Kitchen durante un día entero tomados de la mano, como mi
madre solía hacer con mi hermana y conmigo cuando éramos niños. Si quieren
hacer el ridículo, entonces supongo que no les importará una mierda si los ayudo,
¿eh?
Cross salió del restaurante sin mirar atrás. Había aparcado su Porsche al
otro lado de la calle. Estaba tratando de pasar el mayor tiempo posible al volante
antes de que llegara el invierno, y se viera obligado a guardarlo durante unos
meses.
—¡Donati!
—¡Cross!
—¡Imbécil!
El tercero no era su nombre, pero dado que venía del hombre a la izquierda
de otro que había usado su apellido, Cross asumió con seguridad que se refería
a él. Dos hombres de un lado. Dos del otro.
Cross acaba de llegar a su Porsche cuando los hombres rodearon su
vehículo. Uno llevaba un bate, y lo balanceaba de un lado a otro de las yemas de
los dedos del hombre.
¿Peor?
Dos eran tipos que lo seguían por la ciudad mientras trabajaba. Sabía que
otros dos eran los ejecutores de Capos Marcello.
Aun así, Cross se mantuvo firme. No alcanzó la manija de la puerta del lado
del pasajero, sino que se volvió hacia la más grande de las cuatro.
Cross asintió.
—Sí, una perra ejecutor para uno de los hombres de Dante. ¿Qué mierda
quieren?
Jack sonrió.
El hombre del bate se balanceó y rompió la luz trasera del lado del
conductor. Cross suspiró cuando el hombre sonrió.
—Ups.
—Toca mi auto con ese bate de nuevo, y voy a ver qué tan bueno es tu reflejo
nauseoso cuando lo empuje por tu maldita garganta —advirtió Cross.
—Ahora miren esta estúpida mierda —dijo Cross—. En medio de una calle
de la ciudad, a la jodida luz del día, apuntándonos con armas como idiotas. Uno
de ustedes me mete a la cárcel por esta estúpida mierda, y yo quemaré sus casas
después de encerrar sus traseros dentro de ellas. Inténtelo.
—Mira —le dijo Cross a Jack—, te equivocaste al asumir que voy a cualquier
parte sin alguien cerca. Supongo que eso es algo normal para ti, estar equivocado,
quiero decir. Considera esto un pase. Vuelve a acercarte mí y te clavaré el culo en
la pared antes de destriparte. Asegúrate de hacerle saber a Dante Marcello que
he escuchado sus advertencias alto y claro, y no me importa una mierda. Estoy
bien, y él definitivamente quiere siga así. Empiecen a enojarme, ustedes imbéciles
intentan hacer más de esta mierda, y las calles de esta ciudad estarán pintadas de
rojo. ¿Entendido?
—¿Entendido?
Jack asintió a los otros chicos, y sus hombres comenzaron a retroceder
lentamente. Solo una vez que estuvieron en la calle, Cross finalmente le bajó el
arma a Jack.
l
—¿No podías dejarme saber que estaban planeando algo, idiota?
—¿Disculpa?
—No en realidad —dijo Andino—. Pero bueno, los hombres Marcello son
viciosos, Cross. Hiciste una escena con Dante, y nadie quiere tomar esa mierda
calladamente. Me sorprende que incluso un hombre de la familia te haya dejado
caminar tanto tiempo sin hacer algún tipo de acción, para ser honesto.
—Solo digo.
Cross hacía un gran esfuerzo para ocultar su irritación a los demás, pero
últimamente se le estaba haciendo muy difícil.
—Te lo dije. Un grupo de ejecutores Marcello me acorralaron en mi
territorio saliendo de una reunión con algunos de mis muchachos. Eso sí, después
de que me siguieron durante días. Agrégale el hecho de que Calisto recibió una
advertencia personal de Dante para que me mantuviera alejado de Catherine, y
no creo que a esos tontos se les haya ocurrido esta idea por sí mismos. No son los
más brillantes.
—Mierda, tus jodidas armas —gimió Cross—. Voy a llevar esas armas por
el Golfo de todos modos, pedazo de mierda. Pero no podré hacerlo si uno de esos
imbéciles me mete en una tumba.
—Han dicho eso de mí durante toda mi vida. Sigo aquí. Será mejor que
alguien se asegure de que lo que pasó ayer no vuelva a suceder, o a ninguno de
ustedes le gustará lo que haré.
—Bien.
—La próxima vez, no entres de golpe a mi oficina sin llamar primero. Tuve
la amabilidad de evitar que Snaps reaccionara hoy por cómo lo entrenaron; no
volveré a ser amable.
Entendido.
l
Cross se pasó una mano por la mandíbula y pensó que necesitaba un
afeitado. La barba de tres días le picaba en la palma. Apenas escuchó el sonido
del ascensor cuando se abrió para dejarlo entrar al pasillo de su ático.
Supuso que debería estar feliz de que después de su charla con Andino una
semana antes, la mierda se hubiera calmado un poco.
Joder, Cross ni siquiera había hablado con Catherine desde esa noche en la
playa, pero esas banderas de advertencia seguían apareciendo.
Lo que sea.
—Hola.
—Estaba en el vecindario.
—¿Oh?
—¿Cómo qué?
—Como que me tomé unos días para mí, pensé en algunas cosas y aquí
estoy.
—Aquí estás —respondió Cross con una sonrisa—. Mi madre dice hola.
—Extraño a Emma. Ha pasado mucho tiempo desde que hablé con ella. —
Catherine se puso de puntillas en sus tacones negros y le dio un rápido beso en
la boca—. ¿No te importa que esté aquí?
—Trato hecho.
Capítulo 10
—Mmm —gimió Catherine—. Joder, sí.
Había un tono ronco en sus palabras. El acento sexy en su tono lo bajó más.
Era maravilloso.
Ahora, todo.
Que se rinda.
Nunca.
Catherine no sabía que era posible llegar al orgasmo tantas veces. Seguro,
tomó un poco. Cada vez más. Los orgasmos se acortaron y debilitaron. A veces
dolieron. A ella le encantaba como nada más.
La risa oscura de Cross la hizo girar. Sus dedos pasaron de rodear su clítoris
a un pellizco agudo mientras los dientes de él mordían los músculos de su cuello.
Un golpe duro y brutal respondió a esos movimientos de él, y ella se corrió más
fuerte que nunca.
El grito que escapó de sus labios fue tan roto y tan encantador.
Fue decidido.
Fin de la historia.
Los dedos de Cross se aceleraron entre sus muslos mientras ella soltaba un
grito cansado. De repente, estaba demasiado sensible y necesitaba respirar.
—Bien.
Cross se inclinó sobre ella para sacar algo de la mesita de noche. Una botella
pequeña, lubricante, pensó. Su cuerpo estaba tan caliente que el frío del
lubricante deslizándose por su trasero fue un shock.
Prometedora.
Exigente.
Necesitada.
—Te prometí algo con esto, ¿no? —dijo él mientras dos de sus dedos se
abrían camino en su trasero. Movimientos lentos y constantes que relajaron sus
músculos tensos y se sintieron oh, tan jodidamente bien—. Quiero que te corras
en mi polla cuando esté profundamente en tu trasero, Catty. ¿No quieres eso?
—¿Hmm?
Especialmente así.
—Catty...
—Me estás dando una razón para hacerlo de nuevo —advirtió Catherine.
Sus dedos dejaron su trasero y ella sintió que el dolor crecía casi
instantáneamente. Estar llena y abierta allí fue una sensación completamente
nueva, algo perverso y maravilloso. Sin embargo, no la dejó queriéndolo por
mucho tiempo.
Ella lo hizo.
Las manos de Cross se deslizaron sobre su piel de nuevo, pero solo para
alzarse y enredarse en su cabello. Él tiró, haciendo que su cabeza se inclinara
hacia atrás mientras se lamía los labios.
—¿Estás bien?
Él se echó hacia atrás hasta que solo la punta de su polla estuvo dentro de
ella, y luego volvió a golpear.
l
—Eso se ve bien —murmuró Cross por encima del hombro de Catherine.
—Y tú lo terminaste, entonces.
—Arrogante.
—Maldición sí.
Cross la besó en la mejilla y le guiñó un ojo, luego tomó la taza de café del
mostrador que ella le había preparado. Bebiendo, le dio la espalda a la encimera
y la miró de esa manera. Una forma que decía que tenía algo en mente.
—Nada.
—Sí.
—¿Para qué?
Mostró una nota que también había estado dentro. Simplemente decía: Para
la luz trasera.
Ella frunció.
—¿De verdad?
—¿Y?
—Catty.
—Cross.
Ella ya conocía su respuesta antes de que la dijera.
—¿Lo estabas?
Catherine lo miró.
—¿Y si empeora?
Oh.
Catherine no entendió.
—¿Qué cosa?
Él estaba en lo correcto.
Ella estaba allí porque quería estarlo. Se sentía correcto. Nada más
importaba.
—Un año se convirtió en dos, y luego pasaron seis años antes de parpadear.
Pensé... ella ya ni siquiera sabe que existes, así que déjala vivir.
—¿Cómo podía no saber que existías, Cross? Tú fuiste quien me hizo vivir.
—Oye.
—¿Sí?
Ella no estaba tan asustada de eso. Solo cuando pensó que podría volver a
doler.
Su tío levantó una mano para saludar, pero no terminó la conversación que
estaba teniendo en su teléfono.
—Buenos días.
—Llámame, ¿eh?
Por razones que Catherine no entendió, Cross vaciló en sus pasos. Miró por
encima del hombro a su tío con una mirada curiosa.
—Sì, bueno, esos son ellos. Nunca lastimaría a mi amigo con esa mentira.
Como dije, dile a tu padre que hola.
—Haré eso, gracias.
—¿Considerando qué?
—Eso, reginella, es una historia para otro día. Cada hombre tiene sus
secretos. Algunos de nosotros tenemos la suerte de conocerlos, por lo que
decidimos mantenerlos a salvo.
¿Qué?
—Tenías la casa para ti sola ese fin de semana. No hay niñeras adentro.
—Tío Gio…
—Fui a ver cómo estabas, y había harina por toda la cocina —continuó su
tío como si no hubiera hablado en absoluto—. Dijiste una mierda sobre un bicho
o lo que sea. Sabía que era una mierda desde la primera palabra que salió de tu
boca.
—¿Y?
—Dos pares. Uno obviamente más pequeño, las tuyas. Otro más grande, y
pensé, probablemente…
—Ya me lo imaginaba.
Él se encogió de hombros.
Catherine se rio.
—¿Papá te envió?
—¿Cómo lo supiste?
Su tío sonaba divertido y sarcástico al mismo tiempo. Era una de las razones
por las que todos, jóvenes y mayores, en su familia adoraban a Giovanni. Aunque
envejecido, todavía se comportaba mucho más joven de lo que era. No se tomaba
nada demasiado en serio. Y siempre era el primero en doblar las reglas
simplemente para hacer las cosas divertidas para todos los demás, incluido él
mismo.
—Hacer que sigan a Cross. Permitir que sus hombres hicieran escenas
públicas. Creo que llamaríamos a eso intimidarlo. Aunque, francamente, solo está
enojando a Cross. Alguien necesita decirle a papá que todo esto no tiene sentido.
Le dije lo que le dije, y lo dije en serio.
—Sí, creo que dijo que ibas a hacer lo que quisieras y que él podía irse a la
mierda.
Giovanni sonrió.
Ella rio.
—¿Sí?
—Mmhmm.
—Sin embargo, saber que ha habido algo de tensión en las calles no me dice
por qué no te sorprendió verme aquí.
—¿Eh?
—Sí, quiero decir, si iba a enviar a uno de mis tíos, debería haber enviado
al tío Lucian. Al menos puede él ser malo cuando quiere. Tú eres…
Catherine sonrió.
—Casi fue Lucian quien vino, pero tu padre y él están en una pequeña
disputa. Una vez que descubrió por qué Dante quería que estuviera aquí esta
mañana, se negó.
—Qué lástima —dijo Catherine mientras abría la puerta del conductor—.
Supongo que quiso decir que esto era una advertencia para mí. Que sabe dónde
estuve anoche y con quién, ¿no?
—Ya soy consciente de que mi ejecutor le hace saber esas cosas. —O, mejor
dicho, Jordyn le contó a Dante detalles que no tenían nada que ver con sus
asuntos con Andino. Satisfizo la necesidad de información de su padre—. Supuse
que alguien podría estar aquí esta mañana porque me llamó anoche y no contesté.
—Estoy de acuerdo.
—¿Lo estás?
Giovanni sonrió.
—Trata de no hacer que esto sea demasiado difícil para él, ¿de acuerdo?
—¿Ahora qué?
—Tu padre me envió para recordarte sobre la cena de este fin de semana
con la familia. Es posible que puedas ignorar las llamadas y demandas de él, pero
el resto de nosotros somos un poco más difíciles de ignorar. Se una buena
Marcello y pon tu cara feliz después de iglesia el domingo. Especialmente para
Cecelia y Antony. No decepciones a tus abuelos al no venir solo porque quieres
lastimar a tu padre.
l
—No estaba seguro de si ibas a venir este fin de semana, Catherine.
—Bastante buena.
Dante suspiró y pasó junto a su esposa e hija. Una vez que estuvo a la vuelta
de la esquina, Catherine finalmente se relajó un poco.
Su madre no se lo perdió.
—¿Para qué, Ma, para que envié más hombres a romper algo más en el auto
de Cross? ¿O qué tal enviar al tío Lucian la próxima vez que pase la noche con
Cross? Ha dejado muy claro cómo se siente.
—No tiene sentido. Ambos son demasiado tercos. Su mente está decidida.
También terminará con ustedes dos en una pelea. Déjalo en paz, Ma.
—Ma, no es que no crea que puedas ayudar, es más que no quiero que lo
hagas. Necesito que papá me deje tomar estas decisiones por mi cuenta. Que él
comprenda que, sean o no buenas o malas elecciones, aún son mías. Es hora de
que dé un paso atrás.
—Exactamente.
—Entonces no hablaré con él, pero debes saber que te ama mucho, Catty.
Andino también.
Sus abuelos.
Gabbie y Michel.
Aun así, la gran mesa que sus abuelos habían hecho especialmente para sus
cenas ridículamente grandes no estaba llena ni con una buena porción de las
personas que faltaban en el lugar. De alguna manera, sus cenas lograron ser
especialmente ruidosas y siempre divertidas.
Desde que Catherine tiene memoria, así es como pasaba sus domingos.
Iglesia por la mañana y familia por la tarde. Sin embargo, no había necesitado
ayudar en la cocina, así que… victoria. Cocinar bajo la mirada de águila de su
abuela, Cecelia, era jodidamente desconcertante. La mujer podría saber si alguien
utiliza incluso una pizca de exceso de cualquier cosa, incluso desde el otro lado
del maldito cuarto.
Catherine apenas se había sentado en la silla que siempre usaba,
directamente frente a sus padres y junto a su hermano y su esposa, cuando sus
tías, su madre y su abuela empezaron a servir comida.
Una vez que se llenaron los platos y todos se sentaron, su abuelo, Antony,
dijo su oración habitual. En el momento en que el Amén dejó sus labios, los
utensilios rasparon los platos y las voces llegaron de todas direcciones. Catherine
trató de mantenerse al día con las conversaciones entre todos, pero fue difícil.
Especialmente cuando había al menos cinco conversaciones diferentes entre
todos ellos.
—Realmente bien.
—Vacía —dijo Dante frente a Catherine—. Hace que una casa se sienta
vacía, Ma.
—Un poco nostálgica, tal vez —respondió Jordyn—. Pero era de esperarse.
Todo lo que le habían dicho, ya que los padres de Lucia querían que se
mantuviera en silencio, era que se fue a California una vez que la regresaron a
casa, y el chico estaba… bueno, Catherine no lo sabía. Mierda, ni siquiera sabía
el nombre de él. Le dijeron que no preguntara ni hablara de eso.
Jesús.
No lo hagas.
Catherine pensó que ahora era el mejor momento para dejar clara su
posición con su familia y su padre. Quizás entonces, Dante finalmente
retrocedería.
—De nuevo.
—Bien.
Catherine sonrió.
—Catherine.
—Ya te dije que no te tiene que gustar, papá. Por lo que tengo entendido, le
has dejado muy claro a Cross lo mucho que no te agrada, en realidad. Me
pregunto, ¿qué pasará si la próxima vez que alguien se le acerca, yo también estoy
allí? ¿Podría ser eso... peligroso para mí?
Nadie dijo nada. Catherine se sintió incómoda como el infierno, pero tenía
que hacerlo.
l
—Catherine, por favor déjame…
Catherine se liberó del agarre de su padre. Ella se apartó cuando sus tíos y
tías bajaron por el pasillo y desaparecieron en la sala de estar. Su madre
probablemente todavía estaba ayudando a limpiar en la cocina.
—¿Qué, papá?
—¿Por?
—Por hacer esto más difícil de lo necesario —dijo su padre en voz baja.
—Catherine.
—¿Lo harás?
—Inténtalo.
Él frunció el ceño.
—No estoy…
—Lo estás.
—¿Protegerte es controlarte?
—Lo es cuando lo único que estás protegiendo es una idea falsa que has
creado en tu propia cabeza. Tus miedos no son míos. Quizás esto no sea nada, o
quizás sea algo. Eso es para que yo lo averigüe. ¿Bueno?
—A ti, no a Ma.
—A mí, entonces. Deja de ignorarme a mí.
—No se siente bien cuando alguien que amas toma decisiones que te
lastiman, ¿verdad?
—Me lo merecía.
—Los visitaré.
—Obviamente.
—No va a estropear mucho tus planes. En todo caso, podría facilitar las
cosas.
—Continúa.
—¿Pero después?
Andino levantó la vista del mapa que había extendido sobre la mesa.
—Técnicamente, sí.
—Cuando los planes cambian, me lleva a otros problemas con los que
normalmente termino teniendo que lidiar. Me gustan las carreras limpias y
rápidas. Entrar, salir. Sencillo.
—Sí, bueno, esto cambió. Arreglé el regreso a casa. Volverás más rápido que
antes.
—Eso pensé.
Cross miró alrededor del almacén, notando las cajas abiertas y algunas
armas desmanteladas en una fila de mesas.
—Escucha, solo puedo usar a tantos hombres antes de que alguien comience
a darse cuenta de que estoy sacando a los hombres de las calles con un propósito
del que no estoy hablando. Alguien se volverá sospechoso y entrometido,
siempre sucede, y empezará a husmear. Estamos así de cerca de poner estas
armas en un bote y comenzar la carrera, Cross. Una vez que estés en el agua, doy
una mierda quién sepa que estás corriendo estas armas. Hasta entonces, sin
embargo, necesito que se mantenga en silencio.
Cross entendió.
No significaba que le gustara especialmente.
—Sí, sí —se quejó Andino—, agua, olor a pescado, eres un idiota quejón.
—Hago lo que hago. Nadie dijo que te tenía que jodidamente gustar,
imbécil.
—Definitivamente no.
Cross sonrió.
—¿Y?
Por ahora…
—Dale tiempo a Dante para que se acostumbre a que estás de regreso —dijo
Andino encogiéndose de hombros—. O ya sabes, mantén un perfil bajo y espera
que él no encuentre una manera de deshacerse de ti y mantener a Catherine en la
oscuridad al mismo tiempo. Son buenos en eso, esos dos.
—¿Buenos en qué?
—Mentirse entre sí. Lo han estado haciendo durante años. No creo que
sepan cómo sentarse y tener una conversación honesta entre ellos cuando todo lo
que quieren hacer es mantener al otro en la oscuridad y feliz al mismo tiempo.
—¿De verdad?
—Sus padres, pero más Dante, tomaron la decisión hace mucho tiempo de
no mencionar el trabajo de Catherine conmigo a menos que ella se lo mencionara
a ellos primero. Ella no quiere que sepan. Ella miente. Ellos mienten. Todo el
mundo está feliz… algo así. Como dije, es extraño.
—¿Me estás diciendo que ella todavía no sabe que ellos saben que está
vendiendo drogas para ti?
Cross golpeó la mesa con las manos para que Andino lo mirara.
—¿No me estás escuchando ahora mismo? Escucha. Esa mierda es mala para
ella mentalmente. Ella camina por una delgada línea, hombre. ¿Por qué no decirle
a ella que saben si no les importa una mierda que lo esté haciendo para empezar?
—¿Qué?
—Dinero —Cross, confundido—. ¿Qué diablos tiene eso que ver con
decírselo? Ella todavía estaría ganando dinero, maldito idiota.
—Al menos, Andino. Dijiste al menos. Qué es lo máximo que podría pasar,
¿eh?
Andino sonrió.
—Andino…
—Hice de esa chica lo que es. No la voy a entregar para que otra persona la
ordeñe.
l
Cross se apoyó en el capó de su Porsche y miró a la larga fila de personas
que esperaban entrar a uno de los clubes nocturnos más elitistas de Nueva York.
El lugar era popular entre las celebridades y los miembros de la alta sociedad,
por lo que la cola se extendía toda la cuadra.
No de nuevo.
Años atrás, se había mantenido callado sobre esto mismo. Había elegido no
decirle a Catherine la verdad sobre el conocimiento de sus padres sobre su trabajo
con Andino porque su familia tomó esa decisión. Cross dio un paso atrás en
consecuencia.
Tal vez… si Catherine hubiera sabido en ese entonces que tenía más
personas a las que acudir en lugar de solo a él después de que un segundo asalto
la dejara mentalmente maltratada, podría haber salido bien. Quizás podría haber
manejado mejor sus emociones. Quizás la depresión podría no haberla
paralizado hasta el punto de abusar de las drogas y el alcohol.
Cross no le había dicho nada a su chica en los mensajes que le envió después
de dejar Andino. Simplemente le preguntó dónde estaba y si quería pasar el rato
con él. Al parecer, estaba suministrando a un par de miembros de la alta sociedad
dentro del club y su amiga estrella de cine. Por lo que él entendía, el trabajo de
Catherine para estas personas era su presencia. Les gustaba su atención y su
estatus en Nueva York, por lo que se alimentaba de esas tonterías porque le hacía
ganar dinero.
Cross se empujó del Porsche y abrió los brazos. Sin dudarlo, Catherine lo
abrazó con una sonrisa.
—Siempre, nena.
—No. Tomo taxis cuando estoy trabajando. Es más fácil cuando tengo que
correr de un lugar a otro y no tengo tiempo para encontrar lugares de
estacionamiento en todos lados.
Catherine sonrió.
—¿A dónde vamos?
—Solo... un paseo.
—Está bien.
Ella le dejó abrir la puerta del lado del pasajero del Porsche. Una vez que
estuvo a salvo dentro, la cerró de golpe y se dirigió hacia la parte delantera del
coche. El ruido del club, bajos graves y profundos, resonó cuando las puertas se
abrieron al otro lado de la calle para dejar salir a un grupo de personas.
No pasó mucho tiempo antes de que condujeran por las concurridas calles
de la ciudad. Las luces de la ciudad ayudaron a iluminar la cabina del auto.
—Bueno sí.
Correcto.
Ser él.
—Trabajo. No es importante.
Catherine se encogió.
—Jesús.
—Bueno.
—¿Cómo qué?
—Uh...
—Ellos lo saben, nena. Tus padres, quiero decir. Ellos lo saben todo.
—Cross, estás siendo ridículo. Mis padres no saben que trafico drogas para
Andino.
—Nena…
—¿Qué?
Cross no se lo perdió.
—Ahora, pensé que ya lo sabías, o que lo hablaste con sus padres a lo largo
de los años —explicó Cross encogiéndose de hombros—. No hablamos de tu
trabajo para Andino en profundidad. Eso es asunto tuyo. Lo dejaste claro. Nunca
pensé en preguntar hasta que esta conversación surgió hoy.
Bien.
—Dinero.
—Dinero.
—¿Sí?
—Catherine…
—Lo hago.
—Está en casa. Son las doce y Snaps come a las doce todas las noches antes
de que Andino lo saque a caminar por la cuadra. Ese perro tiene un horario
preciso. Por favor, llévame a su casa. Ahora.
Catherine no lo negó.
—¿Le dijiste?
—Sabes por qué estoy aquí. Sabes lo que hiciste... ¡lo que has estado
haciendo!
—Catherine, ni siquiera es gran cosa. Y qué si tus padres saben que has
estado traficando para mí, lo que sea. ¿A quién le importa una mierda?
Claramente a ellos no. Se quedaron callados porque querían que tú les dijeras.
Les seguí el juego, de acuerdo. Eso es todo.
—Me has escuchado decir una y otra vez lo ansiosa que me ponía al siquiera
pensar que mis padres descubrirían que estaba traficando drogas —siseó
Catherine—. Seguiste ese juego, Andino, bromeaste conmigo sobre eso, y
alimentaste esos miedos para hacerme enojar. O eso es lo que pensé. Porque
somos familia, ¿verdad? Así que no querías hacerme daño. No podías, pero lo
hiciste. Hiciste esa mierda no porque sabías lo que yo sentía, sino por lo que tú
querías.
—Yo…
—Bueno, vete a la mierda, Andino. Tengo noticias para ti, nunca volveré a
traficar para ti. No después de esto. Te lo prometo.
—No, no lo…
La nueva y tranquila voz hizo que Cross echara un vistazo al pasillo. Una
rubia esbelta de piel pálida se inclinó sobre la barandilla de la escalera al final del
pasillo. Rayas verde azulado y violeta teñían su cabello platino. Nada más que
una sábana que apretada contra su pecho la mantenía cubierta. Algunos tatuajes
cubrían su clavícula.
—Um…
—Te lo dije…
Catherine movió el dedo medio por encima del hombro mientras Cross la
seguía.
Él frunció el ceño.
—Me mentiste entonces sobre esto. Igual que Andino. Igual que mi mamá
y mi papá. Se suponía que tú eras diferente para mí.
Catherine resopló.
—¿Verdad que sí? Sin embargo, todavía se siente como ayer.
—Te llamaré —dijo Catherine por encima del hombro mientras se dirigía
calle abajo—. Lo haré, Cross. Dame algo de tiempo.
Por un momento, ella simplemente los miró a los dos. Ellos no parecieron
notar su presencia en la puerta.
—Sí puedes.
Fue una escena linda y dulce. Cualquier otro día, en cualquier otro
momento, y Catherine no habría interrumpido. Probablemente se habría dado la
vuelta y se habría alejado de puntillas de su presencia para que no supieran que
estaba allí. En su mayor parte, sus padres eran muy reservados sobre su amor y
cómo se lo expresaban el uno al otro.
Claro, vio muchos momentos entre ellos a lo largo de los años, pero no
porque ellos le permitieran verlo.
—¿Cuándo iban a decirme que sabían que estaba trabajando para Andino?
No esto.
—Catherine.
—Todo este tiempo lo han sabido. Así que supongo que estaban, ¿qué?,
¿riéndose de todo esto? Pequeña tonta de mí con la cabeza en la arena, ¿verdad?
—No —dijo Catrina—, por supuesto que no, Catherine. Nosotros solo…
—Ahora…
Se volvió para irse ya harta de una conversación que sus padres parecían
no poder tener con ella. No perdería el tiempo más de lo que ya lo había hecho.
—¡Catherine!
Que se joda.
Él ni siquiera lo entendía.
—Es una maldita lástima, papá. Si hubiera sabido hace años que podría
haber venido a ti cuando más te necesitaba sin temor a tu enojo o juicio, podría
haberme salvado de todo. Si me hubieras dado a alguien a quien acudir, como
necesitaba, no habría tratado de ocultar lo jodida que estaba. ¿No entiendes eso?
¡No me lo dijiste, así que no pensé que podría decírtelo!
—No entiendo.
l
—¿Cuándo irás a casa?
Catherine levantó la vista del libro que tenía en las manos. Cara estaba al
otro lado de la sala de estar con las manos en las caderas. A pesar de su postura,
Cara tenía una pequeña sonrisa.
Cara asintió.
—Has estado aquí, oh... —Cara hizo un gesto con la mano y finalmente
dijo—: Van cinco días.
—¿Y?
—Lo sé, Catherine, y siempre seré eso para ti. Si lo necesitas, por supuesto.
Esta vez, sin embargo, no creo que realmente lo necesites.
Joder.
—No puedes simplemente correr cuando las cosas no van como quieres —
dijo Cara—. Tienes veinticinco, no diez.
—Oh, sí lo hiciste. —Cara caminó por la gran sala de estar y tomó asiento
frente a Catherine—. Parece que, por lo que tengo entendido, surgió algo que no
te gustó y que no sabías cómo lidiar con ello apropiadamente. Tu primera opción
fue no lidiar con eso, así que aquí estás. Eso, Catherine, se llama correr.
—¿Cuánto tiempo te he estado diciendo que seas sincera con tus padres
sobre el tráfico de drogas?
—Un tiempo.
—Dije un tiempo.
—Y por eso creo que viniste a mí. Por eso viniste aquí para tu descanso.
Todos los demás en tu vida están demasiado ocupados tomándote de la mano y
caminando sobre cáscaras de huevo. Ninguno de ellos te dirá lo que necesitas
escuchar, cuando necesites escucharlo. Les preocupa que vayan a alterar tu
equilibrio. Yo, por otro lado, soy bastante consciente de lo fuerte que eres en
realidad.
—¿Tus padres?
Catherine asintió.
—Por la mierda que pasó hace mucho tiempo, ¿sabes a qué me refiero?
Cuando me di cuenta de que sabían lo que había estado haciendo, me enojé
porque pensé que si lo hubiera sabido, no habría necesitado esconderme y mentir
sobre la depresión por los asaltos y todo eso.
—¿Pero?
—Gracias.
—Puedes quedarte más tiempo, si quieres, pero no creo que debas. Tienes
que ir a casa, Catherine, y aprender a manejar las cosas que te incomodan.
Aprender a lidiar con eso por tu cuenta. Has pasado toda tu vida actuando como
la hija ideal. Has evitado la confrontación. Mentiste a tu manera a través de las
relaciones con personas que te aman. Has hecho estas cosas simplemente para
poder fingir ser feliz mientras mantienes felices a todos los que te rodean.
—Ir a casa y lidiar con eso tampoco tiene por qué significar ir a ellos. No
tienes que hablar con ellos hasta que estés lista. En realidad, creo que deberías
esperar hasta que estés racional y no arremetas ni corras cuando te digan algo
que podría no gustarte. Está bien necesitar espacio.
—Por supuesto.
—¿Sí?
Cara sonrió.
Maldición...
—¿Puedo ir?
Catherine se sintió como una mierda por rechazar a su madre, pero en ese
momento, no sabía qué más hacer. Después de todo, estaba tratando de seguir el
consejo de Cara.
—Papá también.
—Bueno.
—Pues sí.
—No, no está enojado —dijo Catrina con un suspiro—. Pero estaba muy
preocupado.
—Lo siento.
—Michel mencionó que pasaría por allá y checaría si ibas a estar en casa.
No lo dijo con certeza, o lo que sea.
—Está bien.
—Intentaré no hacerlo.
Le dio en el ojo.
Pensó que era solo su hermano, su madre dijo que, después de todo, él
podría pasarse por su casa.
Como meditar, le era relajante y familiar. Podía pensar sin caos. Podía
escuchar a través de su propio ruido.
—Mmm.
—Pensando.
—En el piso.
—Sí.
—Más o menos.
—Ya veo.
Catherine lo señaló.
—Pero está bien, porque no me importa. La mayor parte del tiempo. Ahora
mismo, necesito pensar. Trabajar en cosas. Enfrentar los problemas que he
creado.
—No lo es. Cara me lo dijo. Ella tiene razón, así que estoy... haciendo lo que
dijo.
—¿Quién es Cara?
Oh.
Sí.
—¿La conoces?
—¿Eh?
—Alguien me hizo saber que tu auto también apareció aquí. Te habías ido.
—Idiota.
—Ya lo sabes. —Cross estiró sus piernas y enganchó sus Doc Martens una
sobre la otra—. Supongo que si estabas hablando con Cara, debiste haber hecho
un viaje a su lado de la frontera.
—¿Lo hace?
—Bien podría haberme dicho que dejara de actuar como una niña —
murmuró Catherine.
—¿Lo hiciste?
—¿Qué cosa?
—Se me permite estar enojada, triste… o cualquier otra cosa que quiera
sentir. No todo lo que siento va a estar en el lado bueno del espectro, y eso está
bien. Si evito sentir algún tipo de malestar emocional, entonces nunca aprenderé
a manejar cómo reacciono. Eso, más que cualquier otra cosa, es lo que podría ser
un detonante.
—Nop.
—La mejor.
Cross hizo la pregunta con tanta ligereza que casi hizo reír a Catherine. Aun
así, podía ver lo serio que pretendía que fuera, a pesar de su tono ligero.
—Seguro, nena.
—Oye, ¿recuerdas esa vez que tuvimos una pelea con harina y te pateé el
trasero?
—¿Podríamos?
Lo estaba.
Esperándola.
Queriéndola.
No como estaba.
—¿Cross?
—¿Sí, nena?
—Lo soy, a veces. Especialmente con las personas que me aman. A veces no
sé por qué, y otras veces, es solo un hábito. Sin embargo, estoy tratando de ser
mejor. Lo soy.
—¿Lo prometes?
Ella se rio. Se suponía que esa era la línea de ella. No le importó el cambio.
—Siempre, Cross.
Capítulo 13
Uno de los recuerdos favoritos de Cross con Catherine era el fin de semana
que se había colado en su casa cuando solo tenían quince y diecisiete años. Pasó
dos días en nada más que calzoncillos, escuchando a Catherine leer Romeo y
Julieta en ropa interior.
Sus ojos verdes bailaron con alegría junto a él en su cama. Podía encontrar
una docena de mejores formas de pasar la noche juntos además de leer el texto
de ese terrible libro. Como el hecho de que ella ya estaba medio desnuda, y él
también.
—Sí, lo sé.
—Catherine, has puesto los ojos en blanco tres veces en un párrafo. Te miré.
—¿Y?
—Ni siquiera te gusta lo que estás haciendo.
—¡Oye!
—No puedo evitar que sea verdad, Catty. Sí, serías increíble en casi
cualquier cosa que disfrutes y realmente quieras hacer. Parece que esta no es
ninguna de esas.
—Cállate.
—Está bien, esas son dos veces, así que ahora me debes.
Sabelotodo.
—Tengo una cosa pendiente la semana que viene, ya sabes. Se supone que
debo estar leyendo así que sé que... ni siquiera lo sé.
—Lo odio.
Cross asintió.
—Sí, me lo imaginé.
Ella se acercó y echó hacia atrás los mechones de cabello más largos que
habían caído sobre los ojos de él. Luego, su palma descansó cálida y suave contra
su mejilla.
—Tienes tiempo —repitió Cross—, y como tienes más suerte que algunos,
tienes los fondos para mantenerte hasta que lo averigües, Catherine. No debes
sentirte culpable por tener dinero. ¿Qué vas a hacer con él, dejar que se pudra?
—Bueno…
—No puedes llevarte dinero cuando mueras, ¿de acuerdo? Claro, puedes
revestir tu tumba en oro y descansar en la seda más costosa, rodeada de mármol
italiano, pero ¿de qué sirve eso?
—No, sé eso.
—Gasto dinero.
La mirada de Cross pasó rápido por los artículos: bolsos de diseñador, ropa,
zapatos y más. Gucci. Dolce & Gabbana. Prada. Louboutin. Marc Jacobs.
Valentino.
En lugar de responder, regresó con una gran caja de madera brillante que
tenía al menos unos treinta y cinco centímetros de ancho y treinta y cinco
centímetros de profundidad. Adivinando por las puertas de los lados y los
pequeños cajones, pensó que era un joyero. Sin decir palabra, dio vuelta la caja y
dejó que el contenido cayera sobre la cama donde había estado descansando
junto a él antes.
—¿Cuántos tienes?
—Uh... ¿ambos?
—Ajá.
—Gasto dinero.
—¿Más qué?
—Bueno, pinturas, sobre todo. Pinturas costosas. No podría colgarlas en mi
apartamento cuando algunas valen más que los autos estacionados afuera.
Además, ¿qué pasa si mis padres preguntan por ellas? ¿Qué habría dicho
entonces?
Santa mierda.
—Alguien me dijo una vez que la mejor manera de ocultar una gran riqueza
era en cosas materiales —dijo Catherine.
—¿Quién?
—Sí, Gian Guzzi puede gastar dinero. Su mansión bien podría estar
revestida de oro.
Catherine cruzó los brazos sobre el pecho y desvió la mirada. Con nada más
que encaje negro y piel oliva, era todo un espectáculo entre su riqueza y sus
cosas. Sin embargo, ninguna de esas cosas hermosas se comparaba con ella.
—Nop.
Catherine hizo un gesto con la mano hacia los artículos esparcidos por la
cama y el suelo.
—Esto no es ni una cuarta parte. El clóset todavía está lleno. ¿El dormitorio
de invitados al final del pasillo? Lleno. No me hagas empezar con los vestidos,
sombreros, chaquetas… cosas, Cross. Gasto mi dinero a medida que gano mi
dinero. No planeo ser enterrada con dinero. Yo solo…
—¿Qué? Dime.
—Pensé que necesitaba ser algo más que una traficante para demostrar mi
valía. ¿Sabes? Que yo era digna de estas cosas o de mi dinero.
Catherine sonrió.
—¿No?
—No.
Cross negó con la cabeza mientras pasaba una mano por el dinero en
efectivo y lo enviaba volando sobre la cama y el suelo.
—¿Comenzar de nuevo?
—¡Bueno, no lo sé!
Riendo, Cross agarró la muñeca de Catherine en su mano y la arrastró a la
cama con él para que ambos estuvieran de rodillas y uno frente al otro. Él sostuvo
su rostro entre las palmas de sus manos mientras ella cerraba la distancia entre
ellos. Su beso rápidamente pasó de dulce a caliente en un instante. Sus dientes
mordieron su labio inferior mientras sus suaves manos empujaban debajo de sus
bóxers. Cross estaba más que feliz de empujar la ropa interior el resto del camino
y quitársela, mientras Catherine seguía masturbándolo.
Todo lo que se necesitó fueron unos pocos golpes firmes y apretados de sus
manos por su eje, y su polla estaba dura. Aun así, ella no rompió su beso. Cada
roce de sus labios era familiar. Cada caricia. Cada aliento. Todo.
No se volvía agotador.
Malvada.
Pecaminosa.
Perfecta.
Desde la forma de unos labios rojos que prometían y suplicaban, hasta las
puntas de unas bonitas uñas que aruñaban y acariciaban.
Sus uñas marcaron líneas calientes sobre su espalda cuando empujó dentro
la primera vez. Añadió otra fila cuando él se retiró hasta la punta de su polla y
volvió a golpearla.
Cross empujó más abiertos sus muslos. Sabía que tenía que arder. Tenía que
doler.
Cross quería follar. Le gustaba tomar duro a Catherine porque ella también
lo disfrutaba. Ella podía tomarlo. A ella le gustaba tener las manos de él en su
garganta o tirando de su cabello. A ella le gustaba más cuando él la provocaba en
su oído, o exigía más de su cuerpo.
No podía hacer nada de eso en ese momento. Por mucho que quisiera, se
encontró haciendo otra cosa.
Caricias lentas y besos profundos. Las puntas de los dedos suaves y manos
exploradoras. Cuerpos que se movían perfectamente sincronizados, pero nunca
demasiado rápido ni demasiado duro.
Era extraño cómo eso lo hizo correrse más fuerte que nunca.
—Mmm. No.
—Cross.
Mierda.
Se dio la vuelta lo suficiente para tocar la mesa de noche. Una vez que tuvo
su teléfono en la mano, respondió la llamada con un gruñido. Ni siquiera podía
manejar más que eso.
—¿Cross?
—¿Qué pasa?
—Es Cal... otra vez —murmuró su antiguo mentor—. Está en otro episodio.
Es malo esta vez.
—Está bien.
—¿Como qué?
Cross vaciló.
—Cross, por favor déjame ir contigo —dijo ella detrás de él—. Estás molesto
y no sé por qué, pero tal vez yo pueda ayudar.
—Por supuesto.
—Está bien.
l
La mirada cautelosa de Emma saltó sobre Catherine en el pasillo. Con la
misma rapidez, su madre miró a Cross.
—Entonces, ¿por qué recibí una llamada hace solo dos horas? Y de Wolf, no
de ti. De él.
—Pensé que podría manejarlo, o podríamos hacerlo una vez que Wolf
viniera.
—¿Pero?
Cross quería estar enojado con su madre por tratar de manejar los episodios
de su padre sin algún tipo de ayuda. Sospechaba que no era la primera vez que
hacía eso. A decir verdad, pensó que él había provocado eso, en realidad. Su
madre probablemente pensó que él no quería estar allí después de todo.
Su madre asintió.
Emma se estremeció.
—Su oficina. El dormitorio. El baño. Esta vez se puso muy mal. Wolf acaba
de irse a casa a limpiarse. Dijo que volvería en un rato.
—Gracias.
—Bueno.
Cross dejó atrás a su madre y Catherine para ir en busca de su padre. No le
tomó mucho tiempo encontrar a Calisto durmiendo irregularmente en la cama
del dormitorio principal. Hizo una revisión rápida del espacio, notando la
cómoda volcada y los artículos esparcidos. El baño era una zona horrorosa de
vómitos.
—¿Cross?
Desde su posición en la puerta del baño, se giró al oír la voz que lo llamaba.
Calisto lo miró desde la cama.
Cross se movió hacia el lado de la cama donde Calisto podía verlo mejor.
—¿Cómo te sientes?
—Extraño.
Calisto le había dicho eso algunas veces antes. A veces, cuando salía de sus
episodios, se sentía como si estuviera en las nubes. Su cabeza no estaba clara y
sus pensamientos estaban embarrados.
—¿Estabas en casa?
—¿Oh?
—Ella vino conmigo esta noche, en realidad. Está abajo con Ma.
—Probablemente.
—Voy a…
l
—Hola, hombre.
Cross no levantó la vista del cuerpo dormido de Catherine. Ella había usado
sus piernas como almohada en las duras sillas del hospital. Le había arrojado la
chaqueta de cuero sobre el torso a modo de manta. El lugar estaba frío como el
infierno por alguna razón.
—Hola, Zeke.
—Mejor esta mañana. Despierto. Lúcido. Comiendo. Todas esas cosas son
buenas. Mientras sus pruebas sean relativamente buenas, saldrá antes de que
termine el día. Y mañana, será como si ni siquiera hubiera sucedido.
De nuevo.
Cross ya no podía pasar por alto la salud de su padre. Era egoísta al hacerlo.
—Mierda.
Cross suspiró.
—Estaba lúcido un poco antes de que comenzara.
—¿Oh?
—Se disculpó por mentir sobre mi paternidad. Solo quiero… decirle que
está bien, que lo entiendo, aunque no estoy de acuerdo con eso. Por lo menos lo
perdono por mentirme todos estos años acerca de que Affonso era mi padre
cuando en realidad era él.
—Incluso entonces —repitió Cross—. Solo tengo que terminar unos asuntos
en otra parte. Este contrabando de armas para Andino, y un viaje a Chicago para
hacerles saber que he terminado.
—¿Eso es todo?
—¿Hmm?
—¿Hazlo fuerte?
—Claro, hombre.
—Ajá.
—Eso también.
Ella sonrió.
—¿Oh?
—¿Solo?
Cross se encogió de hombros.
—Principalmente.
—¿Puedo ir?
—Pues…
—Catty.
—Entonces no lo hagas.
—Pues nada.
—Está bien, le haré saber que me voy fuera del país por un tiempo contigo.
—Nop.
Capítulo 14
Catherine chilló y bailó un poco en el yate que aparentemente había sido
nombrado Corazón del Paraíso. Hacía mucho frío, ya que era dos de noviembre,
pero sabía que no sería así por mucho tiempo. En un par de días, estaría
descansando en la proa del barco en nada más que un bikini mientras el sol
ardiente le quemaba la piel.
—Mírate, nena.
—Quiero explorar.
—Adelante.
—¡Bueno!
—Solo… hay habitaciones debajo del barco que han sido limpiadas de cosas
y están cargando cajas. Déjalas en paz, ¿de acuerdo?
—¡Entendido!
El yate no era demasiado grande. Tal vez doce metros de largo con un
bonito acabado gris en el exterior. Alfombras de felpa, pisos de madera y muebles
de cuero blanco conformaban la mayor parte del diseño. Los acentos de acero
inoxidable colorean todo. Una cocina, una barra con fregadero y una sala de
entretenimiento cubrían la mayor parte del lugar debajo.
Los dos baños, uno para la sección principal y otro para el dormitorio de la
habitación principal, eran más bonitos que el de su apartamento.
Sin problemas.
Sin preocupaciones.
¿Sin Dante?
Perfecto.
—¿Señorita?
—Hola.
—Bueno, yo soy Van. Soy el capitán del dueño del barco. Espero que
disfrute su viaje.
Andino, en realidad.
Cross se rio.
Andino asintió.
l
—Aquí, nena.
—Por lo general, creo. Estamos trabajando en algo que es mejor con menos
gente.
Usó sus codos para mantenerla apoyada mientras el sol ardiente se ponía.
Su bikini blanco contrastaba brillantemente con el tono oliva de su piel. Las gafas
de sol de Chanel evitaron que el sol brillara demasiado en sus ojos.
Cross le sonrió.
—¿No?
—Generalmente.
—Aprendí cuando tenía unos veinte años. Es una buena habilidad tener en
esta profesión.
—Lo sabes.
—Ese es el plan.
—¿Oh?
Catherine tragó saliva cuando sus dedos rozaron por debajo de la parte
inferior de su bikini.
—Jesús.
—Eres malo.
—Es un don.
No.
Él era perfecto.
—¿Solo yo?
—Oh.
—Sólo tu.
Cross se puso de rodillas y se inclinó sobre Catherine para que sus labios
estuvieran separados por un suspiro. Su oscura mirada se clavó en la de ella y se
mantuvo firme.
—Siempre.
l
—¿Qué estás haciendo por allá?
—Disfrutando de la vista.
—Entonces, mañana…
—Pensé que habías dicho que podía salir contigo para dejarlas.
—Puedes —aseguró él—. Solo quería asegurarme de que eso sigue siendo
lo que quieres hacer, nena.
Cross sonrió.
—¿Oh?
—Muy aburrido.
Él cruzó el pequeño espacio entre ellos y sus pies descalzos dejaron huellas
en la arena. Tan pronto como estuvo lo suficientemente cerca para que ella lo
alcanzara, lo agarró por los brazos y tiró con fuerza. Apenas se contuvo antes de
caer en la hamaca con ella.
Cross se deslizó junto a Catherine y ella se dio la vuelta para descansar los
brazos sobre el pecho desnudo de él. Usando sus brazos como almohada. La
sensación de los dedos de él arrastrándose por los mechones de su cabello fue
suficiente para ponerla a dormir.
—Seguro.
—Esa no es una muy buena respuesta, Catty.
—Todo está bien —prometió ella—, pero es mejor porque estoy aquí
contigo.
—¿No?
Él la amaba.
Ella lo amaba.
—¿Chicago?
—Sí, Chicago.
Cross asintió.
—Seguro. No tienen ninguna razón para estar allí una vez que se limpie la
habitación. El resto de las armas se dejaron en el casco, por lo que tomará un
tiempo para sacarlas todas y todo.
—¿Cuánto tiempo?
—Mmm.
—¿Cross?
—¿Sí, nena?
—¿Sobre qué?
—En realidad, no le dije a mi papá que me iba fuera del país o que me iba
en lo absoluto.
—Nop.
—Jesucristo.
—Dar otra razón para pelear no es una buena manera de evitar una pelea,
Catherine.
—Bueno, lo tienes.
—Sí.
—¿Y?
—¿Y?
—Catherine.
—Me ocuparé de todo cuando regrese —dijo ella con un suspiro—. Lo haré.
Todo. Lo prometo.
—Excelente.
—Perfecto.
—Catty.
—Lo sé, pero esto no es para siempre y la vida real está esperando.
—Yo no...
l
Catherine miró por la puerta de la cabina del dormitorio principal. Había
escuchado durante lo que le parecieron horas mientras la gente trabajaba fuera
del dormitorio. Escuchó a Cross hablar con los hombres, y varias voces
respondieron. Incluso escuchó a los hombres desconocidos hablar en un idioma
que ella no entendía.
Cross había advertido que llevaría mucho tiempo mover las armas de un
barco a otro, y tenía razón. Sin embargo, no se dio cuenta de cuánto tiempo.
Catherine podía oír pasos por encima de su cabeza, más de un par, por lo
que rápidamente cerró la puerta y regresó a la cama. Sacando su iPod de su bolso,
se reclinó y se colocó los auriculares.
Cross vendría a buscarla una vez que estuvieran libres. Eso es lo que él dijo.
Subiendo la melodía un poco más fuerte, Catherine cerró los ojos y trató de
relajarse. Odiaba estar aburrida; siempre la conducía a malas situaciones.
No sabía qué diablos estaba haciendo este hombre, quién era o por qué
estaba en su habitación. No debería estar allí en absoluto. Por razones de
seguridad, las puertas de los dormitorios no se pueden cerrar. Sin embargo,
Catherine había oído claramente a Cross explicar dónde estaban escondidas las
armas cuando los hombres entraron en la sección inferior del yate.
—Deja de pelear, niña —siseó él—. Tu amigo está en nuestro barco. Nadie
vendrá a ayudar.
Era difícil hablar con una mano en la boca y otra apretando su garganta. Él
solo soltó su garganta el tiempo suficiente para separar sus piernas y levantar su
vestido.
Los recuerdos de Catherine brillaron con cosas que nunca había podido
olvidar: asaltos de hombres que no escuchaban cuando ella decía no. Una vez,
ella no había podido defenderse en absoluto. En otra ocasión, se congeló porque
su conmoción y sus recuerdos habían sido demasiado para soportar.
No esta vez.
Malditos monstruos.
Catherine mordió la mano del gilipollas que aún cubría su boca. El tipo se
apartó con un grito, pero rápidamente la abofeteó con la misma mano. Aun así,
su agarre se había aflojado.
Ella usó eso a su favor. El pequeño margen de maniobra que le permitía era
suficiente. La mano de Catherine se escabulló hacia un lado cuando el chico
comenzó a bajar sus pantalones cortos lo suficiente como para tener su polla en
su mano. Sus dedos se deslizaron en su bolso cuando lo sintió presionar entre sus
muslos. Él no vio venir el cuchillo.
Ella apostaba que así era exactamente cómo lució momentos antes.
Caminó hacia atrás lentamente, sin perder de vista al hijo de puta que tenía
enfrente. Una mano que le tocaba la espalda hizo que Catherine se volviera
rápidamente con su cuchillo listo para matar.
Cross al instante dio un gran paso atrás y alzó las manos en el aire.
—Yo... yo…
Cross se acercó y le secó las mejillas con los pulgares. Sintió la sangre
mancharse de sus acciones mientras la miraba.
Catherine asintió.
Cross miró por encima del hombro cuando un último y fuerte suspiro salió
de la habitación seguido de un gorgoteo perversamente fuerte. Catherine sujetó
las muñecas de Cross y la sangre de su cuchillo le manchó el brazo. Ella sabía lo
que estaba viendo. Sábanas desordenadas. Sus bragas arruinadas en la cama. La
mitad inferior del tipo al descubierto debido a que sus pantalones cortos fueron
empujados hacia abajo.
—Él te…
—¿Por qué?
—Porque sus amigos están en la cubierta superior ahora mismo. O al menos
uno lo está. Los otros dos estaban en el otro barco. Alguien va a empezar a
buscarlo y eso va a ser muy malo para nosotros.
Catherine lo miró.
—¿Qué?
Aun así, Cross los llevó a la habitación dentro del fuselaje del barco en
donde estaban las armas de contrabando. Hizo lo que tenía que hacer lo más
rápido posible, porque entre más rápido terminara, más pronto tendría a
Catherine en suelo seguro.
Jodidos bastardos.
Al menos, las armas estaban en el otro barco. Eso haría las cosas más…
fáciles. Menos limpieza, de todas formas.
—Oye.
Lo que sea.
Para ese momento él estaba apuntando las armas hacia el hombre que sabía
era el único que quedaba en la cubierta. El hombre le disparó a Cross justo
cuando apuntaba. La bala golpeó la cubierta al lado de la pierna de Cross. Él ni
siquiera parpadeó.
Nada.
Cross se rio del ridículo del jodido tonto que lo estaba mirando. Él sabía
exactamente lo que pasaba con el arma, probablemente sacó uno de los pocos
rifles de asalto que estaban debajo de la cubierta y habían sido completamente
desmontados. Andino lo quería de esa manera para que los idiotas pudieran ver
algunas de las armas, o por cualquier otra razón.
—Esa es una de las armas que contrabandeé, imbécil. Está vacía. Qué,
¿olvidaste tu arma?
—¿Cross?
Ella asintió.
Cross sonríe.
—¿Y luego?
Cross se ríe.
—Sí, empieza con la habitación, nena. —Cross se movió a las escaleras que
conducían hacia la cubierta superior, pero vaciló en el primer escalón—. Catty.
—¿Sí?
—¿Estas bien?
Ella asintió.
—Lo estoy.
—¿Estás segura?
l
—Quiero regresar a Cancún —dijo Catherine—. Ya sabes, sin la gente
disparándose entre sí, barcos quemándose y todo ese desastre.
Cross se rio.
—No podía ser para siempre. Te dije eso antes de irnos, nena. Solo fue una
misión. Además, después de lo que pasó, no estoy seguro de que quiera que
vayas a otra solo por si acaso.
Solo sería un poco sobre Catty, después de todo. Todo era porque Dante
odiaba a Cross.
El jet comenzó a dirigirse al hangar privado y Cross vio los autos esperando.
Reconoció algunos; pero la mayoría eran desconocidos. Él le había dicho a su
padre que iba a regresar, después de que falló la misión, y le dio a Calisto la fecha
y la hora en que aterrizaría el avión.
La cosa era que Dante nunca iba a admitir que Cross amaba a Catherine; que
le importa lo suficiente para protegerla, proveer para ella y adorarla en la forma
en que su padre lo hizo todos estos años. Según Dante, Cross no es lo
suficientemente bueno; y nunca lo será.
—Cross…
Catherine asintió.
—Por ahora.
—Detente.
—Bueno…
Ella no respondió.
Catherine era más dura de lo que aparentaba. Mucho más fuerte de lo que
admitía. Su chica no necesitaba ser mimada. Sus opiniones seguían creciendo y
eso era lo que preocupaba a sus padres, y tenía la sensación de que iba a crecer
mucho más jodidamente rápido.
Firme.
La puerta del Jet se abrió cuando la escalera en la parte exterior del avión se
extendió por completo. A través de la ventana, él pudo observar el número de
personas esperando en la salida contra los vehículos, incluidos los padres de
Catherine, y Calisto en otro sedán negro.
—Tu encanto es genial en la cama, pero no tan bueno cuando hay gente
enojada a menos de treinta metros de distancia.
—Ellos no importan.
Ella sí.
Cross asintió una vez, y empujó a Catherine por su espalda baja para que
avanzara. Ella lo hizo sin discutir, afortunadamente, quedándose a su lado
mientras bajaban las escaleras. Él le entregó su equipaje mientras el padre de ella
y el de él se acercaron para escuchar lo que se dijeron al despedirse.
—El mercedes negro al final del camino te va a llevar a casa —le dijo Dante
sin darle siquiera una mirada a Cross mientras hablaba—. Tú madre va a ir
contigo.
Catherine asintió.
—De acuerdo.
—Ve, Catty.
O lo estaría.
—Dante…
El hombre levantó una sola mano, evitando que el padre de Cross dijera
algo más.
—Ya veremos.
Los enojados, ojos verdes se giraron hacia Cross en un pestañeo. Juró que si
Dante era capaz, lo habría matado solo con mirarlo.
—¿De verdad crees que permitiría que mi única hija viaje afuera del país
con un traficante de armas por dos semanas mientras él estaba en una jodida
entrega?
—Él preguntó por qué estabas en Cancún —dijo Calisto—, y también le dije
porque Andino tenía una mano en toda la cosa.
—Sí, así que es mejor que no mientas —dijo Dante lentamente—. Parece que
ha habido demasiadas mentiras entre Andino, tú, y mi hija.
—Todo fue manejado —dijo Cross, rehusándose a ser afectado por la ira de
Dante—. Ella estaba bien.
Mierda.
Varias voces hablaron alrededor de ellos, Cross reconoció algunas como las
de los demás hermanos Marcello, e incluso un hombre de la Cosa Nostra de su
padre. Sin embargo, ninguna de las voces protestando contra la escena pareció
hacer efecto en el Don Marcello.
Cada palabra.
Dante sonrió.
—¿Crees que un sobrino vale lo mismo que una hija o un hijo? —preguntó
Dante.
Cross apenas se las arregló para esconder su estremecimiento porque eran
solo dos personas, bueno, tres, si lo que pensaba de Giovanni Marcello era
verdad, las que sabían la verdad acerca de su paternidad. Su padre ocultó su
dolor sin siquiera intentarlo, ofreciendo a Dante un encogimiento de hombro y
una pequeña sonrisa.
—Yo soy el único padre que alguna vez ha conocido, y él es el único chico
que he criado como mío —dijo Calisto simplemente.
—Que así sea, pero él es mío. Y mientras vale una guerra para mí, considera
si vale lo mismo para ti.
—Dame una razón de por qué no debería pintar esta pista con tu jodido
cerebro por lo que hiciste.
—No tiene que importarte. Ni siquiera tienes que creerme, pero ella es el
amor de mi vida. Jala el gatillo, pero tendrás a dos en una tumba, Dante. Estoy
literalmente apostando mi vida en este momento.
El arma de Dante nuca vaciló, y en todo caso, Cross estaba bastante seguro
de que había visto el dedo del hombre moverse un poco en el gatillo. Mierda,
esperaba que el gatillo de la Beretta tuviera un gatillo delicado. La mayoría no lo
tenían, pero algunas…
Simplemente no lo sabía.
No realmente.
—Como dije —respondió Cross—, no tienes que creerme.
—Yo…
»La cosa es que no tengo que ser lo suficientemente bueno para ti porque tú
no importas. Solo ella lo hace. Tienes razón. Tengo veintisiete años y soy un
hombre hecho bajo un jefe de la Cosa Nostra que no eres tú —continuó Cross—.
No necesito tu permiso para salir del país, o llevarme a Catherine conmigo si ella
me pide ir es porque ya es una adulta. No necesito que tú estés de acuerdo con
que ella descanse en una playa, nade en el océano o pase algunos días
bronceándose. Pero te habría preguntado, lo habría hecho, si ella no me hubiese
mentido al decir que sabías, porque puedo ser arrogante, pero no estúpido.
Dante finalmente baja su arma, dejándola colgar a su costado.
—Ya veo.
—No, no creo que lo hagas. Hice negocios, y ella estaba ahí, claro, pero
estuvo perfectamente bien todo el tiempo. Ni una sola vez ella estuvo en
verdadero riesgo, hasta que surgió algo de lo me encargué de inmediato. No
tienes el dinero, el comprador no tiene las armas. Jodí una ruta segura, y
probablemente también arruiné una asociación por mantenerla a salvo en este
trato. Pero para ti no importa porque ella es ella, y yo soy yo.
—El problema es, Dante, que tú no sabes una jodida cosa sobre mí. Nunca
te importó saber.
Todos tenían decisiones que tomar. Todos tenían que tomarlas cuando no
querían. Todos enfrentaban diferentes consecuencias por ello.
Ni un poco.
l
Cross abrió la puerta del pent-house, y no esperó a que su invitado entrara
antes de caminar hacia la sala y servirse un muy necesario vaso de whiskey. Wolf
lo siguió en silencio.
Él se tomó su tiempo sirviendo el whiskey, observando el líquido ámbar
caer en los cubos de hielo mientras llenaba el vaso casi hasta el borde. Después
de su día, necesitaba una buena bebida.
—Genial.
Él lo esperaba, en realidad.
Cross pasó al lado del hombre mirándolo sobre su hombro, dándose cuenta
de que Wolf mantuvo su mirada en las ventanas y no en él.
—¿Te contó sobre la mierda que pasó hoy en la pista privada de aterrizaje?
Wolf sonrió.
—El recital de mi nieta fue hoy, el primero. Tomé una decisión y Calisto no
discutió.
Ah.
La verdad era que Cross sabía exactamente lo que tenía que hacer por su
padre. Calisto estaba enfermo; necesitaba su cirugía. Sin importar que los asuntos
con su padre siguieran inconclusos, Cross le daría a su padre una oportunidad
para vivir sin la preocupación de tener otro episodio, o peor aún, morir.
Pronto.
—La mierda pasó. Las armas ya estaban en el otro barco, luego hundí el
barco del comprador al quemarlo, despareciendo la carga —dijo Cross,
saltándose los detalles—. Dejamos el yate que estábamos usando donde había
que dejarlo, luego tomamos el jet que estaba esperando. Por lo tanto, la ruta está
comprometida porque el barco es lo suficientemente nuevo como para enviar
alertas automáticas cuando sucede algo abordo. Las armas van a ser encontradas,
y la ruta será vigilada.
—Cazzo merda5.
—Pero todo fue necesario, así que como dije, mierda pasó.
—Él lo va a entender.
—Está bien —dijo Wolf, girándose para salir por donde entró—. Le dejaré
saber a Calisto.
—Necesitaba tiempo.
Cross asintió.
—Por omisión, tal vez, pero no con sus acciones. Él nunca ha sido más que
tu padre, incluso cuando tu certificado de nacimiento tenía otro nombre. Mierda,
le has dicho papá toda tu vida, y, de todas formas, él te adoptó tan pronto como
pudo. Para todo propósito, ese hombre siempre ha sido tu padre, Cross. Ahora
sabes que no fueron solo sus acciones mientras creciste, también tu ADN.
—Sí, entendido.
—Hazlo, Wolf.
Él tenía otras cosas que esperar, como una morena de ojos verdes en algún
lugar al otro lado de la ciudad, haciendo sus propias cosas lejos de él.
Catrina resopló.
—No te pedí que vinieras esta noche para darme una conferencia —dijo
Dante con veneno—. Te pedí que vinieras, así tendría alguien con quien hablar
en confianza.
—Tenías a tu esposa.
—A ser como es. Disimulada y astuta. Ella les oculta cosas a todos, incluso
cuando no necesita esconderlas. Oculta su infelicidad o desilusiones, lo que la ha
llevado a una espiral tras otra de mal comportamiento y momentos aún peores.
—Creo que gran parte de eso también fue causado por cierta persona en su
vida.
—¿Y?
—Y, ella es una mujer adulta que ahora está acostumbrada a tomar sus
propias decisiones. No, tú no vas a tener nada que decir con respecto a su vida, o
lo que hace con ella. No, ella no va a permitir que la encierres en esta casa como
hiciste cuando tenía dieciocho años. No, no va a permitir que tu disgusto con la
elección de su pareja influya en cómo se siente. ¿Pero sabes lo que sí hará, hijo?
—¿Qué?
—¡Ya lo sé!
—Sé que tiene razón, Catrina. —Los pasos de Dante siguieron el largo
espacio de la oficina, desde la puerta y luego de regreso a la pared del fondo. Una
vez, luego dos y finalmente una tercera vez. Catherine nunca había sabido de su
padre caminando de un lado a otro, pero eso es lo que estaba haciendo—. Sé que
él tiene razón y tú tienes razón, pero ¿qué se supone que debo hacer ahora? No
quiero que vuelva a suceder, esa noche en que la encontré como estaba, Cat, y
como estuvo durante los meses siguientes.
—¿Lo hizo?
—Entonces, ¿por qué no hemos hablado ni una sola vez con Catherine sobre
sus sesiones con la mujer? ¿Por qué no nos habla de las cosas que la llevaron a
todo eso? ¿Por qué?
—Bien, pero eso fue entonces, y esto es ahora. Con la misma facilidad
podría caer en otro agujero. ¿Y si esta vez no puedo sacarla? ¿Y si esta vez nadie
está lo suficientemente cerca como para escucharla gritar pidiendo ayuda,
Catrina?
—Dante, ella está mucho mejor —dijo Catrina en voz baja—, y ha estado así
durante mucho tiempo. Ella es más fuerte y más feliz. Con la vida, con ella
misma. No es la misma chica que era hace siete años. Este tiempo le ha hecho
maravillas, de verdad que sí.
—Dante…
—Sí lo entiendo, pero también creo que la cultura que han creado entre
ustedes dos a través de su crianza es lo que los ha traído a este punto. Y a menos
que te ocupes de eso, esto nunca se solucionará.
Que lo estaría.
Ella ya no era una niña. Y necesitaba dejar de usar tácticas infantiles para
evitar cosas con las que no quería lidiar.
—Reaccionas a las cosas que escondo, o a las mentiras que digo —dijo
Catherine en voz baja—. Eso es lo que me dijo él hoy.
—Cross. Y tiene razón, porque lo haces. El problema es que sabes que estoy
mintiendo la mayor parte del tiempo, pero en lugar de decírmelo a la cara, eliges
esperar. Como si estuvieras esperando a que me tropezara con mis propias
mentiras, y que luego partamos de ahí.
Un montón de cosas.
—Y tampoco es tu culpa, papi —añadió ella, todavía con voz tranquila pero
firme—. La única persona que me hizo hacer eso, fui yo. Tomé la decisión de
hacer eso porque sentí que no tenía otra opción. Porque era muy infeliz y había
estado así durante mucho tiempo. Simplemente me volvería más feliz, y parecía
que porque lo estaba haciendo bien, mi mente tenía que intervenir y recordarme
por qué no podía quedarme así por mucho tiempo.
—Catherine.
»Así que nos dio la oportunidad de hacerlo bien más adelante. Me rompió
el corazón para mejorarme porque nunca hubiera podido hacerlo por mi
cuenta. No cuando era más fácil para mí esperar que él lo hiciera como siempre
lo había hecho. Todas las veces que mintió por mí, escondió cosas por mí, me
cubrió… todo, él se detuvo.
Ahora o nunca…
—¿Por qué nunca me dijiste que sabías que estaba negociando para John y
Andino?
—Me alegra que hayas encontrado algo en lo que eras buena, algo que
disfrutaras. Me habría gustado de igual manera si hubieras encontrado el mismo
talento cocinando pizza en un restaurante, Catty.
—Te lo dije…
—Me permitiste seguir ocultándolo, y así lo hice, sin saber que realmente lo
sabías. Eso es lo que el abuelo quiere decir cuando dice que tú y yo hemos hecho
este lío en el que estamos. Tiene razón. Y Cross también. Él tenía razón cuando
dijo que reaccionas a las cosas que sobre las que te miento u oculto. Ya no quiero
hacer eso.
»Sé que no soy el blanco fácil —dijo Catherine con un suspiro—, pero no es
él. Soy yo. También sé que lo has hecho, que lo has culpado de cosas, porque no
te he permitido que lo hagas de otra manera. He escondido cosas y mentido
porque me aterrorizaba decepcionarte de alguna manera y, por defecto, todo lo
que veías era a él en tu camino. Todo lo que pensabas era que él era el catalizador
de mi comportamiento y mis malas decisiones.
—Sí, siempre.
—Catty.
—Te dejé pensar que fue culpa suya. Asumiste que había sido su idea, que
fue algo que seguí y nunca me molesté en decirte lo contrario. No quería que me
miraras de otra manera. Ya lo odiabas por eso, no quería que también me odiaras
a mí.
—Catherine…
—Fui violada en una fiesta por un chico mayor cuando tenía dieciséis años,
y Cross le dio una paliza en la escuela cuando fui a pedirle ayuda.
—¿Qué?
—La escuela pensó que era una pelea entre los chicos por mí; le rogué a
Cross que no dijera la verdad, así que les dejó pensar lo que quisieran. Te dijeron
lo que pensaron que sucedió, nunca te dejé pensar nada diferente porque no
quería que supieras la verdad. Tenía miedo de que alguien pudiera mirarme y
pensar que era mi culpa; que me dejé violar. Todo lo que viste fue a Cross
haciendo una escena, y yo en el centro de ella.
»De todo, eso es lo que más lamento. Si hubiera hablado entonces, si hubiera
pedido ayuda, el resto podría no haber sucedido. Esa única cosa tomó a mi yo
feliz y la convirtió en alguien que no conocía, alguien que no me gustaba. Ni
siquiera podía mirar mi reflejo porque me sentía mal por dentro. Lo único que se
sintió bien y correcto después de eso fue Cross.
Catrina parecía como si fuera a levantarse del sofá, pero Catherine levantó
la mano para detener a su madre.
—Estoy bien. De verdad. Lo mejor que tú y papá hicieron por mí fue forzar
la presencia de Cara en esta casa y hacer que hablara con ella. Ella me ayudó más
de lo que puedo explicar; me hizo mirarme al espejo y responsabilizarme de mí
misma. He tratado de hacer eso desde entonces, pero todavía hay cosas por las
que no he hecho eso. Estoy tratando de hacer eso ahora, para poder hacerlo bien
esta vez. Por favor, déjame hacer eso. Déjame estar sola; déjame mantenerme
unida. Puedo manejarlo, Ma. Ya lo he hecho antes.
—Está bien.
Tampoco su abuelo.
—Él no importa.
—No importa porque está muerto. —Catherine movió una mano como para
desestimar su declaración cuando agregó—: Y supongo que también puedes
agradecer a Cross por eso.
—¿Qué más?
No era fácil.
»No tenía dieciséis años esa vez —dijo Catherine, sintiendo que un nudo
comenzaba a formarse en su garganta—. No hacía el mismo tipo de cosas que
hacía cuando tenía dieciséis años. En lugar de eso, fui al médico, me dieron
pastillas para que me sintiera mejor y abusé de ellas porque el entumecimiento
era más fácil. Le estaba comprando a una chica en la escuela que también tenía
medicación, así que también estaba usando los medicamentos de otra persona.
Bebía una botella de vino al día para bajarlos. No podía levantarme por la
mañana sin que me temblaran las manos. Cross no lo supo hasta que se lo dije.
—Lo sé.
—Él, eh, me limpió de las drogas, me cubrió el trasero y les mintió a todos
sobre lo que estaba pasando, y me puso de pie nuevamente por última vez.
Quería que dejara de traficar con Andino porque pensaba que sería un
catalizador para otra ronda de mi depresión, pero yo no quería detenerme. Fui a
sus espaldas, le mentí como le mentí a todos los demás.
—Sí, lo hizo, y fue lo mejor que pudo haber hecho por mí. La cosa es, papá…
ustedes dos me aman, y quieren hacerme feliz y mantenerme a salvo. De
diferentes formas, claro, pero el objetivo es el mismo. ¿No te das cuenta de eso?
Cross y tú están trabajando para lograr lo mismo, pero ambos creen que pueden
hacerlo mejor. Ahora ya no soy yo quien sabotea las cosas, así que por favor
tampoco interfieras esta vez.
—Y lo soy —insistió Catherine—. Más feliz de lo que era hace años. De una
manera diferente a como lo era cuando tenía trece años y me enamoré de él por
primera vez. Tengo esto resuelto, papá. Estoy bien y quiero seguir estando
bien. Necesito estar donde soy feliz, así que voy a ir allí. Él siempre me ha hecho
feliz, siempre y cuando yo sea feliz conmigo misma. Durante mucho tiempo, ni
siquiera me di cuenta de que no estaba contenta conmigo.
—Ya veo.
—Él siempre me salvaba. Yo siempre mentía. No me importó aprender a
salvarme esta vez, y necesito que me dejes descubrir la otra mitad también. No
más mentiras. No más fingir. Voy a ser feliz, y eso significa hacer lo que sea
necesario para llegar allí y seguir así. No he sido muy buena con Cross, no como
él lo ha sido conmigo, pero todavía me quiere. Siempre me ha querido. Me
gustaría ser lo que se merece esta vez. Quiero hacerlo feliz; quiero ser feliz.
Dante asintió y acortó la distancia entre ellos para poder pararse frente a
ella.
—Muy feliz.
—Me preocupa que no haya nadie que te atrape si caes, Catherine. Puede
que yo no pueda atraparte.
—Está bien, daré un paso atrás y te dejaré hacer eso —murmuró Dante.
—Bien hecho. Sin embargo, creo que se necesita algo de tiempo para digerir
todo esto. —Antony levantó su cuerpo de la silla y le dio una palmada en el
hombro a su hijo—. Ahora, alguien necesita llevarme a casa. A Cecelia no le gusta
estar sola en esa mansión por la noche.
—Sí, Papa.
—Yo lo llevaré —ofreció Catherine, encogiéndose de hombros—. De todos
modos, voy por ese camino. No está tan lejos de mi destino.
—Cross.
—Me lo imaginé.
—Hola.
—¿Estás segura de eso? Porque tu padre siempre parece tener una razón
para mantenerte lejos de mí, Catty.
—Lo sé.
—Donde perteneces.
Ella no lo negó.
—El piano es un poco raro para alguien como tú, ¿no es así?
—Mi padre toca también. Mi madre siempre decía que sentarme en el piano
era la única cosa que me mantenía calmado por más de cinco minutos. Lo usaba
para su ventaja.
—Entonces… ¿básicamente has estado tocando piano por más tiempo del
que recuerdas?
—Sí, básicamente.
—Porque en serio luces como alguien que puede ser forzado a hacer algo,
Cross.
Su sonrisa se profundizó.
—Esa es mi historia.
—Creo que una vez me dijiste que yo era la mejor cosa que estabas haciendo.
Él se río roncamente.
Ella sonrió.
Cross pensó que le podría gustar que esa bonita boca de ella hiciera algo
más.
—Tú fuiste definitivamente eras una de las mejores cosas que estaba
haciendo, Catherine.
—Es una pieza del sexto volumen de Canciones Sin Palabras —él dijo.
Sus manos se detuvieron, y las últimas notas que tocó hicieron eco a través
del pent-house antes de que el silencio tomara lugar.
—Tú.
—¿Yo?
—Explica, Catty.
—Sí, y es por eso que lo pongo en la lista. Estas son solo algunas cosas en
las que eres bueno, sobresales, o tienes, Cross. Algunas. Podría seguir. Es un poco
injusto, eso es todo.
—¿Cómo?
—No creo que mi lista coincidiría con la tuya, para ser honesta. Además,
nadie tiene una oportunidad contra ti. Nadie nunca ha sido tan cercano a mí
comparado contigo. No estaba preparado para eso, para ti. Necesitas venir con
una advertencia, Cross.
—Catherine, vamos.
—Soy rica, bonita, y puedo farolear como nadie en los negocios. Eso es todo.
—¿Qué? —preguntó.
Catherine pestañeó.
Cross sonrió.
—Un poco.
—¿Un poco?
—Más te vale.
Ella inclinó la cabeza atrás, y las ondas de su cabello cayeron sobre sus
hombros. Él disfrutó de la vista de su mano deslizándose por su garganta, y la
sensación de la punta de sus dedos sobre su pulso. Su pulgar encajaba
perfectamente en el pequeño hueco de su garganta. Cuando ella tarareó, vibró
contra su dedo como una nota musical lo haría en la tecla de su piano.
Catherine abrió los tres últimos botones de la camisa de vestir de Cross. Él
ya se había abierto los tres primeros, y doblado sus mangas hacia arriba más
temprano cuando se sentó en el piano. Las manos cálidas de ella acariciaron su
pecho. Usó la punta de su dedo para rozar el estilo de escritura deletreando el
tatuaje en su caja torácica.
—No.
—¿No?
—No cualquier amor. No amor por amor. Tú, Catherine. Tu fuiste la única
cosa en mi vida en la que alguna vez creí, que esperé, que me importó, y que
veneré como mi propio Dios personal que me concedería mi salvación. Siempre
has sido solo tú.
Catherine no sería su Catherine sin cada una de las cosas que la hacían ser
ella misma. Cross se dio cuenta de que estaba orgulloso, feliz, de que ella
finalmente se diera cuenta.
Ella sacó su camisa de vestir por sus hombros hasta que se cayó. Sus suaves
labios marcaron un camino caliente por su mandíbula, y la columna de su
garganta, y siguió bajando. Solo cuando sus rodillas golpearon el suelo y empezó
a liberar su dureza de los confines de sus pantalones hablo nuevamente.
—Estaba pensando que podía quedarme esta noche —dijo ella suavemente,
mirándolo.
Cross se quedó quieto el tiempo suficiente para que ella pudiera sacar sus
pantalones y sus bóxers el resto del camino, y hacerlos a un lado.
—Debería decir que no. No puedes pensar que te dejaría chuparme la polla
y luego dejarte ir, Catty.
—Bueno… no.
—Me gusta el sonido de eso, ahora coloca mi polla en tu boca antes de que
jodidamente me mates.
—Por qué siquiera me estás provocando cuando estás de rodillas, ¿eh? ¿No
sabes que eso significa que te follaré más duro, Catherine, cuando finalmente lo
consiga?
Guiñó un ojo.
Oh, sí.
Catherine asintió.
—Sí.
Tenía en mente sacar sus manos de entre sus muslos, pero decidió no
hacerlo. Solo la quería mojada y apretada cuando hundiera su polla en ella.
Siempre estaba mojada y apretada después de correrte.
Cross gruñó.
—Cristo, vamos. Quiero una probada, Catherine. Córrete, para poder
limpiarte los dedos.
Su orgasmo llego más rápido de lo que él esperaba, pero todavía fue una
vista hermosa verlo recorrer por su piel. Ella sacó su mano temblorosa de sus
bragas y la estiró hacia él como un regalo. Él laminó y chupó sus dedos como dijo
que haría, y se tomó el tiempo suficiente para asegurarse en limpiar todo su
orgasmo antes de ponerse de pie.
—Sera mejor que me folles muy bien después de eso, Cross —dijo
Catherine.
—Ya lo sabes, desnúdate. —Él pateó ese maldito banco fuera del camino del
piano, y tuvo espacio para moverse—. Luego quiero que te inclines sobre ese
banco, Catty, y me muestres lo que siempre ha sido mío. Ahora.
Tan en lo alto.
Catherine se inclinó sobre el banco con una risa suave. Ella abrió las piernas
cuando él se acercó por detrás y colocó sus manos en la parte interna de sus
muslos y espetó un más abiertos, nena.
Mojada.
Caliente.
Perfecta.
Sus dedos se curvan en su punto G, y ella gimió en una súplica.
—Cross.
l
—Estoy sorprendido de que vinieras esta la mañana —dijo Calisto.
Cross lo miró por encima de la revista Armas y Munición que tenía en sus
manos.
—¿Por qué?
—Si necesitabas algo, podías pedirle a Wolf que me llamara. Eso es lo que
haces.
—Gracias a Catherine.
—¿Disculpa?
—De nuevo…
—Estaba en la cama con ella cuando me llamaste anoche. Me dijo que dejara
de ignorarte, que eres mi padre y estoy actuando como un niño.
—No iba a preguntar, pero gracias por dejarme saber, entonces. ¿Le dijiste?
—Eso es lo que es, un secreto que me ocultaste toda mi jodida vida. Llámalo
por lo que es. —Cross no se molestó en mirarlo desde su revista mientras
hablaba—. Sí, le dije. No soy el que dice mentiras en esta familia, Papa.
—Mmm.
Lo hizo.
Dolor.
Era más fácil para él estar enojado y amargado cuando no tenía que
enfrentar la realidad de que estos años de secretos y mentiras habían sido igual
de duros para su padre.
No su primo.
No su tío.
No su padrastro.
No, su padre.
—No tenía otra opción —repitió Calisto—, porque quería proteger a Emma
primero. Éramos un jodido desastre en ese entonces, ella y yo cometimos un
montón de errores, y jugamos un juego muy peligroso durante años. En realidad,
pensé que no importaría.
—¿No era importante que me dijeras que eras mi verdadero padre, que yo
soy un producto de su aventura?
—No, no lo hacía. Te amaba de todas formas; iba a amarte a pesar de todo,
y lo hice. Durante toda tu vida, Cross, siempre has sido tratado como un niño
nacido de mi sangre porque lo eres. El resto eran detalles. Pensé que, si te amaba
lo suficiente, si sentías que eras mío, la verdad no causaría mucho impacto.
—¿Debería?
—¿Por qué?
—Porque él me hizo.
—¿Qué?
—Yo…
—Pero tú no debes odiarlo por eso —dijo Calisto cuando Cross no pudo
formular palabras—. Debes odiarlo porque él tomó a tu madre, y la hizo una
esposa muy joven cuando ella quería cualquier cosa menos casarse con él.
Deberías odiarlo porque la lastimó, la usó. Él quería una cosa de ella. Cuando ella
no pudo darle lo que él quería, la tiró como basura.
—Lamento que estés lastimado por mis elecciones, pero no lamento haber
amado a Emma —dijo Calisto suavemente.
Calisto, ante todo, siempre le había dado a Emma todo lo que tenía para dar
que era bueno, maravilloso y honesto. Cross solo conocía lo sano y lo real que
lucía el amor gracias a su madre y padre. Nadie a su alrededor mientras crecía
mostró ese tipo de amor y respeto por su pareja.
Él simplemente pensó que era algo que sus padres aprendieron con el
tiempo. Asumió por lo que le dijeron que el matrimonio había sido por
conveniencia porque Emma y Cross habían sido dejados para defenderse por sí
mismos cuando Affonso se fue.
—Sí, lo está.
—Affonso no huyó, Cross —dice Calisto con voz ronca—. Y no los dejó a
Emma y a ti. Él te tomó una noche después de golpearla, y yo lo maté. Lo haría
de nuevo, te volvería a mentir, siempre y cuando en treinta años, todavía estés
sentado frente a mí, y pueda mirarte.
—¿Me habrías dicho la verdad?
—Algún día.
—¿Cuándo?
—No lo sé, Cross. Este era mi mayor temor, que un día me vieras como lo
vi a él. Un monstruo me hizo, y tomó de mí. Lo odiaba porque me hizo amarlo
con mentiras. Lo odiaba tanto, y nunca quise que también me odiaras, no de esa
manera.
—¿No?
—Lo hago.
—Será mejor que dejes de pararte ahí como si te pagaran por lucir bonito,
Cross. No te quedas quieto en mi cocina; limpia o cocina, elige uno.
Listilla.
Emma le rodó los ojos, pero sonrió cuando él se detuvo a su lado. Él amaba
a su madre simplemente porque ella siempre lo había amado. Él besó la corona
de su cabeza, y la abrazó con un brazo.
—Por nada.
Catherine miró a Cross con una suave sonrisa, pero se quedó en silencio.
l
—Parece que tenemos un invitado.
Cross levantó su mirada del menú ante las palabras de su padre solo para
ver a Dante Marcello caminar por la puerta del restaurante. En realidad, Calisto
no se veía muy sorprendido por la llegada de Dante, a pesar de sus palabras.
—Ya veo por qué querías tres sillas en la mesa —murmuró Cross por lo
bajo—. Gracias por invitarme a desayunar, solo para hacer esto, Cal. En serio.
Dante asintió.
—Voy a decirle al cocinero que deje por fuera la pimienta en esta ocasión.
—¿Sin ti?
—Es tu casa —señaló Cross—. No me voy a involucrar solo para crear algún
tipo de conflicto, Dante. Soy un hombre arrogante, no uno estúpido.
—¿Disculpa?
—Me refiero a todo —interrumpió Dante—. Creo que te debo una disculpa,
jovencito.
—¿Crees?
—¿Hacer qué?
—Para ser justos —dijo Cross de vuelta—, si hubiera sido mi hija, yo habría
hecho las mismas cosas.
—¿Oh?
—Por Catherine, lo es. Ella dice que… eres todo lo que es bueno con y para
ella. No escuché cuando me dijo esas cosas hace años, tal vez debí hacerlo. Mi
arrogancia. Mis errores. Como dije, entiendo por qué me odias, y por qué siquiera
considerarías sentarte y compartir una comida conmigo.
—Sí, lo hago.
—Lo siento, Cross, por todos estos años. Por esa noche en tu pent-house.
Me sobrepasé de la raya haciendo eso. Como hombre hecho, y como humano. Mi
hermano, Lucian, no me deja olvidar que crucé una línea esa noche que no debí
haber cruzado. Así que sí, lo siento por las cosas que sabía, y las que no sabía.
—Y por las cosas que pasé por alto —continuó Dante, sin perder el ritmo.
—Entonces, estamos haciendo esto, ¿eh?
—Sí lo siento.
—Es cierto. —Dante rio—. Siempre pensé que eras un imbécil arrogante
cuando eras niño. Estaba convencido de que un día te colocaría en una tumba, o
tú me matarías.
—Debes saber que sigo siendo el imbécil arrogante que pensaste que era.
La única diferencia es que soy mayor, y tengo una mecha más corta en lo que
respecta a la mierda de las personas. Sin embargo, lo manejo diferente. No soy
tan propenso a explotar y reaccionar. Soy otra cosa.
—Como el ojo del huracán. Todo el mundo ve que las cosas se calman, y
piensan que es seguro aventurarse de nuevo.
—Exactamente.
—Dicen que los jefes nacen en nuestro mundo, Cross, como si solo nos
sentáramos donde lo hacemos porque nos lo dieron como un derecho de
nacimiento. Ese es su error. Demasiados olvidan que todos nosotros seguimos
siendo hombres hechos.
—Te equivocas.
—Ahora lo sé.
—De todo lo que has asumido de mí, ese es tu mayor error. Ella es, y siempre
será, mi vida.
—Solía llamarla así cuando era pequeña. Vita mia. Mi vida, vida preciosa. Se
suponía que yo nunca tendría hijos, y adopté al hijo de mi esposa después de
casarnos. Entonces cuando Catherine llego a nuestro mundo, mi vida entera se
sacudió. Todo lo que me dijeron que no podía ser, de repente lo era.
Dante asintió.
—Sí, eso es lo que voy a hacer de aquí en adelante, Cross.
—¿Podemos?
Dante se inclinó hacia adelante para colocar sus manos entrelazadas sobre
la mesa.
—Casi.
—Planeo hacerlo, pero contigo ahí. El punto es —continuó Dante—, que nos
costó mucho dinero que tiraras esas armas. Por lo menos, merece una
conversación.
—¿Por qué?
—No estoy seguro de qué ha pasado entre los dos como dices, pero está
bien, yo… confiaré en tu juicio.
—¿Por qué?
—Algunas razones.
—Está bien, pero esa es una de las razones, Cross. Dijiste algunas.
—Lo he oído decir mucho a lo largo de los años. Honor. Integridad. Sigue
las reglas. Sé un buen hombre hecho.
—Bueno, sí.
Además, hombres.
Un montón de hombres.
Hombres Marcello.
Su padre, sus tíos y sus primos, Andino y John. También había muchos
rostros que reconoció alrededor del lugar, algunos reunidos en grupos y otros
apoyados contra las paredes. Hombres que habían ido y venido de su casa a lo
largo de los años. Capos, como su padre siempre los llamaba. Algunos otros eran
simplemente ejecutores que la habían cuidado, o a alguien más en su familia
cuando era necesario. Eso ni siquiera incluía las caras que no reconoció.
Treinta.
Treinta hombres.
A Catherine no le gustó del todo la idea, pero como no entendía por qué
estaba allí para empezar, hizo lo que él le dijo. Fue solo una vez que estuvo a un
lado, y no directamente en la línea de fuego, que comenzó la conversación entre
los hombres.
Andino suspiró, pero se apartó de la pared donde estaba junto a John e hizo
lo que le dijo el padre de Catherine. Estaba al lado de Cross, aunque los dos
hombres ni siquiera se miraron.
—El negocio ya estaba hecho —dijo Andino—, las armas estaban casi a
babor. Nuestro chico fue detenido dos semanas antes por un cargo de tráfico de
drogas y no iba a salir. Tenía que llegar a tiempo o íbamos a perder el otro cuarto
de millón en el trato con Rhys.
—Andino.
—¡Detalles importantes!
—¿Como qué?
—No es realmente…
—Uno de los tipos me encontró en una parte del barco donde se suponía
que no debía estar —intervino Catherine antes de que Cross pudiera negarse a
contarle a Dante lo sucedido—. Yo estaba fuera de vista, como Cross me dijo que
estuviera para estar a salvo, pero el tipo estaba donde no debería haber estado. Él
me atacó, así que lo maté.
—Sin embargo, esto también es un negocio, por lo que también tenemos que
resolver eso —terminó Dante en voz baja—. Tengo un hombre que parece no
entender que cuando pongo restricciones sobre con quién puede y con quién no
puede trabajar, debe seguirla. Y tengo un traficante de armas que ahora me debe
un cuarto de millón por una carrera que decidió fracasar. Sin mencionar arruinar
la conexión con un cliente que podría habernos hecho millones con el tiempo.
Dante levantó una mano hacia su hija, y ella reconoció esa acción de cuando
él la hacía callar sin decir una palabra. Su atención se mantuvo en los dos
hombres a seis metros de él.
—No eres el mío —respondió Cross. Aunque, lo dijo con más respeto en su
tono de lo que Catherine lo había escuchado hablar con su padre.
—Ves —le dijo Dante a Andino—, por eso te dije que no trabajaras con él.
—Sí, bueno…
Era horrible.
Catherine podía ver exactamente a dónde los llevaba todo esto, y Cross no
parecía feliz por eso. Aun así, dijo:
—Exclusivamente.
—Indefinidamente.
Cross suspiró.
—Si trabajas para mí, eso implicaría que soy tu jefe, Cross.
—Pero no lo serás. Estoy haciendo un trabajo para ti, por el cuál seré
compensado mientras no maneje armas en otro lugar. Eso es todo. Nada más.
—Ahora es tan bueno como siempre. Si ella quiere continuar, pero no con
él, ¿por qué no para mí, Dante? No siempre querré hacer lo que hago ahora. Tienes
la oportunidad de jubilarte, y yo también debería hacerlo eventualmente. Por qué
no ella, ¿mmm?
Toda su vida había sido un esfuerzo por no ser su madre. Sobre todo porque
eso era todo lo que todos habían asumido de Catherine. Que ella era la pequeña
reina de Catrina. Que ella era la hija de su madre. Había luchado contra eso,
incluso bajo su propio detrimento. La verdad era más sencilla.
Dante sonrió.
l
—¿Por qué vas a ir a Chicago de nuevo? —preguntó Catherine desde el
borde de la cama.
Como ahora…
Cross metió la ropa en una pequeña bolsa de lona y luego deslizó los dedos
debajo de su barbilla para hacer que ella echara la cabeza hacia atrás. Una vez
que pareció estar complacido de cómo estaba ella, le dio un dulce beso en los
labios.
—Quiero decir, no espero que estén realmente contentos con lo que estoy
haciendo y con lo que tengo que decir, pero no hay mucho que puedan hacer. Es
como le dije a tu padre. Nadie es mi jefe. Solo estoy ahí para hacer un trabajo. Con
Chicago, voy y vengo cuando me plazca. Cuando digo que he terminado, he
terminado.
—Hablando de jefes…
Cross la miró.
—Ni de cerca. Respeto a cualquier hombre con este estilo de vida que se las
ha arreglado para ponerse en la posición en la que se encuentra tu padre. Sin
mencionar mantenerse con vida tanto tiempo mientras él ha estado sentado allí.
Catherine asintió.
—Está bien.
Catherine estiró la mano para tirar del cuello de su camisa y tiró de él para
darle un beso más largo del que él le había dado. Él sonrió contra su boca,
malvado y pecaminoso.
—Un par de días como máximo. Tengo un apartamento ahí del que quiero
sacar algo de mierda y algunas otras cosas que terminar. Sin cabos sueltos,
¿verdad?
—Verdad.
—Provocadora.
Él consideró eso.
—¿Qué es?
—Dante y yo hablamos…
—¿Educadamente?
—Silencio, Catty.
—¿Por qué?
Cross asintió.
—El único detalle del que quiero que te preocupes ahora es de lo que
quieres para Navidad.
l
Catherine estacionó el Lexus en el camino de entrada de sus padres
mientras verificaba el identificador de llamadas en el celular que sonaba, antes
de contestar la llamada.
—Cross, hola.
—No, estoy en casa de mis padres. Ma quería que pasara por aquí.
Catherine se rio.
—Mmhmm.
—¿Qué?
—¿Como qué?
—Sabes que tu mamá es una especie de jefa perra, ¿verdad?
—No, mierda… está bien, algunas mujeres son como mi madre. Dulces,
amas de casa, nunca pestañean ante jodidamente nada. Y luego están las mujeres
como tu madre, Catherine. Una mujer que triunfó en un mundo de hombres y no
deja que nadie lo olvide porque probablemente sea diez veces más peligrosa que
cualquiera de ellos en un mal día.
—Punto tomado —dijo Catherine en voz baja—. Sin embargo, ella sigue
siendo solo mi mamá.
—Sí.
Catherine suspiró.
—Lo hará.
—Te amo.
—Sabes —dijo Catrina—, cuando eras una adolescente, sabía que te gustaba
husmear en nuestra oficina solo para ver qué podías encontrar.
—¿Perdón?
—El negocio era solo una parte muy pequeña. Lo que más me interesaba
eras tú. Las cosas que hacías y por qué. Cómo las hacías y por qué decidiste
hacerlas. Me preguntaba de dónde venías y cómo llegaste a dónde estás porque
esas eran cosas que no compartías. Estas partes de ti: la reina, tu negocio y todo
lo demás, estaban bien encerradas. Cuanto más preguntaba, más te hacías la que
no escuchaba. Quería saber quién era ella porque todavía era mi madre.
—Solo quería ser tu madre y nada más —admitió Catrina—. Se suponía que
nunca sería madre, Catherine. No es que no pueda serlo, sino porque las mujeres
como yo normalmente eligen un camino de vida diferente, y los hijos casi nunca
son parte de la ecuación.
—Lo entiendo.
Catrina sonrió.
—Siempre.
—No tengo ninguna duda de que así será. Eres mi hija, después de
todo. Realmente no esperaba nada diferente, incluso si trataba de convencerme
de lo contrario. Tu padre solía decirme todo el tiempo que eras como yo: “Ella es
como tú en todos los aspectos, Cat”. Le gustaba señalarlo solo para meterse con
un miedo mío, creo. Uno de los pocos que tenía.
—¿Y qué miedo era ese?
Catrina asintió.
—Uh…
Lo supo cuando tenía dieciséis años y vendió por primera vez. Simplemente
había hecho lo mismo que su madre al intentar ser dos personas, solo para darse
cuenta de que lo estaba haciendo para los demás y no para ella misma.
—Y no hay nada de malo en ser buena en esto y querer hacer algo de ello
—agregó Catrina en voz baja—, pero da todo de ti a una cosa, Catherine, y
tendrás éxito. Intenta hacer demasiadas cosas a la vez y…
—¿Eso es todo?
—Por ahora. Tienes mucho que aprender, y yo soy la única persona que es
capaz de enseñártelo de una manera que resuene y se quede, reginella.
Catrina sonrió.
—Bastante.
Capítulo 19
—Grazie7 por recibirme hoy —dijo Cross.
—Sí, papi.
Una vez que estuvo fuera de vista, Tommas se giró y agitó una mano para
exigir silenciosamente que Cross lo siguiera. La vieja mansión de los Trentini,
aunque Cross sabía que el jefe de Outfit solo permitía que la gente siguiera
llamándola así por su esposa, una Trentini nacida, era un monstruo de dos alas
y tres niveles. Una persona podría perderse en su interior. Cross solo había estado
ahí unas cuantas veces, ya que normalmente sus negocios se hacían mejor en los
almacenes cuando estaba en Chicago.
Tommas, sin embargo, navegó por la gran mansión como si pudiera hacerlo
con los ojos cerrados. No pasó mucho tiempo antes de que Cross se encontrara
sentado en una gran biblioteca privada, mientras Tommas se servía una copa de
brandy.
—Algo surgió hace unos meses —dijo Cross, decidiendo entrar en el meollo
del asunto—. En realidad, le debía un favor a un Marcello.
Cross asintió.
—¿El valor?
—El viaje fue un total de medio millón. La mitad ya estaba pagada. Dejé
caer toda la carga, están abajo con ese otro cuarto de millón.
—Supongo que las necesitan para que siga manejando sus armas de forma
exclusiva.
—Mira, ese fue el trato que hice con mi elección. Estuve de acuerdo. Quería
avisarte para que entiendas por qué me retiraré de Chicago.
—Estoy bastante seguro de que Theo dejó muy claro que no ibas a ofrecer
tu habilidad a ninguna familia que no fuera la nuestra.
—No estaba ganando dinero con este viaje, fue para devolver un favor.
—No lo estoy, pero soy un hombre de palabra. Hice lo que tenía que hacer,
Tommas.
Cross no sabía muy bien qué decir, por lo que decidió no decir nada en
absoluto.
»¿Y qué debería hacer ahora por la situación de las armas? —preguntó
Tommas con una agudeza que afinaba su tono—. De mi lado de las cosas aquí.
¿Qué debo hacer?
—¿Disculpa?
—Entendido.
Desafortunadamente.
l
Cross arrojó las llaves del auto de alquiler sobre la mesa de café y cayó de
espaldas en el sofá de un solo golpe. Su pequeño apartamento de Melrose no era
nada particularmente agradable de ver. No se había molestado en decorarlo a lo
largo de los años, pero había funcionado cuando necesitaba un lugar para
dormir. Usó su brazo para cubrirse los ojos y consideró llamar a Catherine, solo
para cerrar los ojos un segundo y quedarse dormido al siguiente.
—Sí, ¿qué?
—¿Cross?
—¿Catty?
—Cath...
Cristales rompiéndose.
Gritos penetrantes.
Gruñidos.
Los gritos de Catherine resonaron mucho más fuerte que cualquiera de los
otros ruidos, pero él también escuchó las amenazas de los hombres de los que
ella le habló.
—Hazle saber a Dante Marcello que le debe armas a Rhys Crain. No dinero,
armas. Esperamos tenerlas antes de que termine la semana, o recibirá a su hija de
nuevo en pedazos.
La llamada se cortó.
l
Cross apenas registró los numerosos vehículos estacionados en el camino
de entrada de los Marcello. Simplemente aparcó el auto de alquiler detrás del
Hummer rojo de alguien y dejó el motor en marcha al salir del vehículo. Dentro
de la casa Marcello, encontró a todos reunidos entre el comedor y la cocina.
Su padre.
Wolf.
Zeke.
Gente de él.
Sin embargo, había más de la familia de Catherine por mucho. Por mucho.
—¿Toda la noche?
Él no había dormido.
—Dante, han pasado unos años desde que nos enfrentamos cara a cara,
¿verdad? —Resonó la voz de Rhys Crain a través del altavoz en la habitación
silenciosa—. Siempre que el negocio sea bueno entre nosotros, nunca hemos
necesitado encontrarnos, supongo. La naturaleza de la bestia, mi hombre.
Incluyendo Cross.
Era la primera vez que se daba cuenta de lo cerca que en realidad estaba
Navidad. Así no era como quería pasarla este año. No cuando tenía finalmente a
Catherine de regreso. Excepto que… ella no estaba de regreso ahora.
—Nadie.
—Alguien, claramente.
—Él quiere algunas armas —murmuró Wolf, mirando entre los miembros
de la familia Marcello—. Entonces vamos a conseguirle sus jodidas armas.
—¿No escuchaste lo que dije? No tengo las jodidas armas que él quiere. No
puedo conseguirlas en el tiempo que las quiere. Estamos…
—Yo puedo conseguir esas armas —interrumpió Cross—, o al menos la
mitad de la cantidad que quiere. Quiero decir, es algo. Podemos lidiar con lo que
sea que venga después, siempre y cuando tengamos las AK y las AR para que las
mire. Jodidamente desmanteladas, así no sabrá la maldita diferencia acerca de
cuántas hay.
Cross asintió.
—Ni siquiera lo pienses. No vas a ser el que lleve las armas esta vez, Cross.
Tú jodiste esto una vez, y ahora estamos aquí. No tenemos la opción de que la
jodas de nuevo.
—Eres un jodido idiota si piensas que solo me voy a sentar y esperar que
traigas a Catherine de regreso en una pieza —dijo Cross calmadamente—. Nunca
había sabido que fueras un hombre estúpido, Dante.
Cross asintió.
—Lo sé, pero ella es mi corazón. Obtendré las jodidas armas, las llevaré. Tú
solo dime dónde, y asegúrate de que ese hombre nunca venga a nosotros una vez
que todo haya sido dicho y hecho.
—Yo…
Zeke.
Tan frío.
Tan enojado.
—Como que ahora mismo no puedo. —Cross se las arregló para decir.
Sí...
Tal vez.
—Tengo que regresar a Chicago —dijo Cross—. Solo que me dijeron que no
pusiera un pie en esa ciudad de nuevo, en un largo tiempo.
—Cagué en ellos.
—Mierda.
No importaba.
l
—Santa mierda —murmuró Zeke mientras sus ojos se ampliaban—. ¿Estás
seguro de que hay suficientes armas en estos contenedores?
—Realmente malo.
Para todos.
—Creo que podría dejar que Dante maneje eso —admitió Cross.
Catherine lo valía.
Una era mantener la ubicación de las armas tan en secreto como fuera
posible. Solo un puñado de personas apenas sabían lo que pasaba con las armas
durante las entregas, y dónde podrían ser retenidas hasta que comenzaran a
moverse de nuevo. Las armas no necesitaban un cuidador constante, no si nadie
sabía dónde estaban para robarlas. Por otro lado, Cross siempre lo sabía, porque
Theo confiaba en él.
Le envió una disculpa silenciosa al hombre. Así era la vida. Tenía que hacer
lo que tenía que hacer.
Mientras Zeke buscaba las llaves, Cross se dirigió a la parte trasera del
almacén, para desbloquear y abrir las puertas de la plataforma. Jaló de las
cadenas para levantar las pesadas puertas, y se congeló en su sitio.
Tommaso Rossi estaba de pie al otro lado, con sus brazos cruzados sobre su
pecho y su mortal mirada llena de acusación.
—Cross.
Mierda.
—Tommaso.
—¿Mierdas como que mi padre te dijera que sacaras tu culo de esta ciudad?
—Algo así.
—Bueno, ¿sí?
—Theo tiene a un tipo que viene a vigilar el almacén una o dos veces por la
noche, pero el tipo me pidió que lo hiciera por él esta noche, ya que tenía una
cosa que arreglar. No creí que te encontraría aquí.
Tommaso tenía que saber eso de Cross, si no más. Los dos hombres jóvenes
habían trabajado juntos desde antes que Tommaso consiguiera su maldita
licencia de conducir. Fue Cross quien defendió a Tommaso con Camilla, cuando
su hermana dudó al sentar cabeza o al huir aterrada de sus sentimientos. Se
conocían desde hace una década.
Tom era una de las pocas personas que Cross consideraba un amigo. No
tenía muchos. Eran más problemas de los que valían la pena.
—Cross...
—Tom, no tengo mucho tiempo. Necesito que apartes la mirada y finjas que
no me viste aquí. Sólo déjame llevar las malditas armas, y podemos resolver el
resto en otro momento.
—Estás loco.
—Cross...
—No tengo tiempo para explicar más —espetó Cross—, así que aparta la
mirada de esto. Sí fueras yo y Catherine fuera Camilla, esperaría que hicieras
exactamente lo que estoy haciendo ahora, y nada más. ¿No harías eso?
—Jesucristo.
—Porque lo harías.
—Eres una mierda. Asegúrate de estar fuera de la ciudad cuando haga esa
llamada, Cross.
l
—Lindo bote —dijo Cross.
Encima, Cross observó a Andino y John Marcello trabajar con los otros tipos
que cargaban armas desmanteladas. Las armas serían movidas bajo cubierta, y
luego todo estaría bien, si podían salir del puerto primero.
Cross se dirigió de regreso a la mesa que había sido puesta para él, y
comenzó a trabajar en la ruta para la entrega. Era un trabajo delicado; traficar
armas siempre lo era. El traficante debía tener un Plan A, un Plan B, y si todo lo
demás fallaba, un Plan C. Usualmente, cada plan tenía una ruta de entrega
diferente, un método de escape y más.
Simplemente, no tenía tiempo para todo eso, y eso lo dejaba con más nervios
de lo normal. Sus entregas eran limpias y exitosas debido a que se tomaba el
tiempo para planear todo. Cada metro, tormenta, gasolinera y más. Mucho más.
Eso no podía ser hecho aquí.
Regresó al mapa.
—No quiero contrariar a Rhys cuando lleguemos allí —dijo Cross—, o hacer
que se sienta amenazado. El capitán y yo. Eso es todo.
Cross giró sobre sus talones e ignoró la forma en que el piso se meció debajo
de él. Se encontró cara a cara con un Dante furioso, pero ni siquiera se estremeció
con la visión de la ira del hombre.
—¿Jodidamente disculpa?
—Excepto que tengo armas para traficar, así que vete a cualquier otro jodido
lugar y déjame hacer eso.
—Eres...
—He estado despierto por más de cuarenta y ocho horas y contando. Lo
último que necesito o quiero es que ladres sobre mi maldito cuello, Dante. Me
diste un trabajo que hacer, ahora, déjame jodidamente hacerlo.
Cross no se giró.
—¿Disculpa?
—Todos saben que diriges la Comisión entre todos los sindicatos de Norte
América —murmuró Cross—, y ahora es el momento perfecto para que
comiences a usar tu título. De nuevo, ¿cuál es?
Cross asintió.
—Uh.
—Tú lleva las armas allí, hijo, y deja que nos preocupemos del resto.
Podía intentarlo.
Cross nunca había sido bueno confiando en los demás para hacer sus
mierdas.
—Jódete.
—Palabras desagradables para una chica con las manos atadas —dijo.
Los otros dos hombres que habían estado conduciendo en el vehículo con
ellos se rieron entre dientes mientras salían por el frente. Ninguno de ellos,
incluido el hombre que estaba hablando con ella ahora, le prestó mucha atención
durante todo el viaje. Ni siquiera estaba segura de dónde estaban.
—Supongo que eso es lo que vas a tener que hacer entonces, imbécil.
Él suspiró como si ella fuera una niña pequeña que necesitara una nalgada.
Sus helados ojos marrones no mostraban ningún indicio de emoción y su rostro
estaba tan en blanco como una piedra. Todos los hombres habían sido así, incluso
cuando rompieron las ventanillas de su auto, la sacaron peleando y gritando, y
la hicieron cortarse con el cristal. Su brazo todavía goteaba un poco de sangre por
el corte en su codo.
Bastardos.
Tres horas más tarde, a Catherine le dolía el cuero cabelludo por ser
arrastrada por la pista.
La puso de pie y Catherine ignoró la forma en que su piel había sido raspada
por el asfalto negro. Los dolores y molestias eran parte de este juego, y no iba a
darles a estos hombres ni un jodido centímetro de ella para que la usaran en su
beneficio.
También podía oír a Cross, diferente de sus padres, pero igual en muchos
sentidos. Fuerte, desafiante y luchador.
¿Máquinas?
—Cállate ahora.
—¿Qué?
Catherine ni siquiera consiguió que sus puños atados llegaran más arriba
de su esternón. El tipo le agarró las manos, las retorció dolorosamente y la puso
de rodillas sin pestañear. Ella dejó escapar un grito, a pesar de lo mucho que trató
de contenerlo, cuando sus muñecas crujieron por cómo las había torcido de lado.
Una risa baja sobre ella la hizo mirar hacia arriba. Fríos ojos azules la
miraron fijamente. El hombre era alto, más de un metro noventa y ocho. Su pecho
era tan ancho como un jodido barril, y sus brazos se abultaban contra el ajuste
ceñido de su traje Armani. Un reloj de oro con incrustaciones de diamantes
reflejaba la luz del techo de la cabina y brillaba intensamente.
—Vaya, eres una cosa bonita, ¿no es así? Bonito culo, bonita boca y bastante
jodida en este momento.
Catherine dejó escapar un suspiro tembloroso y logró ocultar el escalofrío
de disgusto que recorrió su cuerpo. No le gustó la forma en que este hombre la
miraba, sin importar cómo hablaba de ella.
—¿Esa es tu pregunta?
Catherine asintió.
—Es un poco vanidoso de tu parte pensar que me importa quién eres, ¿no?
El hombre sonrió.
—Lástima.
—Ensucia mis zapatos, niña bonita, y te haré lamerlos para limpiarlos antes
de pulirlos.
—Niña.
Catherine descubrió que era el mismo hombre que la había subido al avión.
Le dolía la garganta con cada palabra que decía y tenía la voz ronca. Supuso
que era de esperarse cuando quedabas inconsciente una y otra vez. Parecía que
su captor disfrutaba mucho tratando de hacerla conversar, solo para ahogarla en
un negro olvido cuando no respondía, o peor aún, cuando actuaba en su contra.
Rami tiró de ella para levantarla del asiento del avión por la cuerda que le
mantenía las muñecas atadas. Catherine se humedeció los labios y sintió el sabor
de la sangre seca en la comisura de la boca. Estaba dolorida en más de un lugar,
probablemente por haber sido arrastrada y arrojada, sin mencionar ser pateada
y la estrangulada.
Catherine fulminó con la mirada la brillante luz del sol mientras la bajaban
por las escaleras del jet privado. Delante de ellos, podía ver a los otros ocho
hombres que la habían secuestrado y el hombre grande que seguía enfrentándose
a ella en el avión.
Rhys.
El hombre que le entregó una bebida a Rhys no se parecía a los demás que
se la habían llevado. Era más delgado, mayor y vestía un sencillo traje negro.
Como un maldito mayordomo o algo así.
—No deberían haber jugado conmigo —dijo Rhys antes de tomar un sorbo
de su copa—. Y así, me aseguraré de que nunca jueguen otro juego con nadie
después de la entrega.
l
Catherine no estaba segura de cuánto tiempo llevaban los botes en el agua.
Una hora, pero probablemente dos. Fue solo cuando la vista de una isla se asomó
en la distancia que finalmente levantó la cabeza para ver lo que la esperaba.
La isla tenía unos cuatrocientos metros de largo, pero no podía estar segura
de cuán ancha. Para ser un lugar tan apartado, estaba bien cuidado con árboles y
arbustos. Una gran casa estilo victoriano de tres niveles descansaba muy cerca
del centro de la isla, con un ancho camino empedrado que conducía a los
escalones de la entrada. Una casa más pequeña, aunque no por mucho, se
encontraba en el extremo izquierdo de la isla. Dos pequeños edificios se
asentaban al lado de ambas casas, y Catherine pudo escuchar ruidos
provenientes del interior de la más cercana.
No era la extraña isla o la hermosa casa apartada del resto del mundo lo que
ponía nerviosa a Catherine. No, suponía que cualquiera lo suficientemente rico e
introvertido podría tener algo como esto.
Catherine tropezó con los pies cansados en el muelle y miró a Rami con el
ceño fruncido cuando la levantó por el cuello del vestido.
—Sé amable —dijo Rhys mientras pasaba—. Rami es tu nuevo mejor amigo
durante los próximos días.
Genial.
Rhys se rio entre dientes mientras la miraba por encima del hombro, como
si pudiera leer su mente.
»No seas estúpida, Catherine Marcello —dijo Rhys con un brillo malicioso
en los ojos—. Estás en una isla privada en el Golfo de México. ¿A dónde
posiblemente vas a ir? Ten en cuenta que, si corres, mis hombres tienen órdenes
de ahogarte... pero no lo suficiente para matarte.
Catherine se estremeció.
—Sé una buena invitada, cariño. No los tenemos a menudo cuando estamos
aquí, y si tiendes a irritarme demasiado, puedo dejar que los hombres se diviertan
un poco contigo.
Tal vez era estúpida, pero maldita sea, caería dando golpes.
Un segundo... dos.
Un latido... dos.
El viejo y relajante mantra que había usado durante los ataques de pánico
llenó su mente. Le ardían los pulmones al negarse a ceder a la necesidad de
respirar.
l
Catherine miró por encima de las rodillas cuando abrieron la puerta de su
prisión. En realidad, no era una prisión, sino más bien un dormitorio grande y
elegante con un baño adjunto. Aun así, estaba encerrada, las ventanas estaban
cerradas con clavos y no se le permitía salir. Su puerta sólo se abría cuando
llegaba Rami para traerle comida y agua, o una vez, para cambiarse de ropa que
se negaba a usar. Después de todo, era ropa de hombre y no iba a usar la mierda
de un hombre.
Él se encogió de hombros.
Amar a Cross.
Regalos.
Familia.
Felicidad.
—No.
—No.
—Rami debería preocuparse menos por mis hábitos si todo lo que planeas
hacer es matarme una vez que obtengas tus armas.
A él no pareció importarle.
—Dime cómo fue crecer con un jefe de la mafia como padre —murmuró
Rhys.
—No lo creo.
—Qué hay de tu novio, Cross, ¿verdad? Donati, dijeron que era su apellido.
Otro niño de la mafia. O como dirían ustedes, un principe della mafia.
—No.
Catherine resopló.
—Si crees que soy mala, realmente no quieres conocer a mi madre. Ella me
pondría en vergüenza y lo haría con una sonrisa.
—¿Sí?
l
Catherine se estremeció en el borde del muelle. La marea comenzaba a subir
y el sol se estaba poniendo. Dejaba un escalofrío en el aire como ningún otro. No
tuvo más remedio que sentarse allí y lidiar con eso, considerando que sus
muñecas y tobillos estaban atados.
Excepto un par…
Catherine asintió.
Rhys charlaba con un par de hombres cerca del final del muelle y, en su
mayor parte, estaba de buen humor. En su mayor parte.
—No me gusta la hora en que está haciendo la entrega, jefe —dijo uno de
los hombres.
—Según nuestro contacto, el yate está solo en el Golfo, y así llegó de Estados
Unidos. Desde el puesto que le dieron en ese momento, debería llegar aquí en
cualquier momento.
—Bien, bien. —Rhys juntó las manos—. ¿Cuántas personas hay en el barco?
l
El yate familiar echó anclas a unos treinta metros del muelle en el que
Catherine todavía estaba sentada. Recordó haber pasado varios días de verano
en el yate de sus abuelos, pero verlo con la oscuridad acechando a su alrededor
no le dio la sensación de comodidad que podría tener en cualquier otro momento.
Rami, de pie por encima de ella con una pistola apuntando a su cabeza, la
mantuvo callada.
Incluso desde la distancia, Catherine pudo ver a Cross asentir una vez.
Rami gruñó disgustado por encima de ella. Sin decir palabra y sin el
permiso de Rhys, se inclinó y desató la cuerda de alrededor de sus muñecas.
Señaló el agua donde su vómito ya estaba desapareciendo.
—Limpia, ahora.
Catherine miró hacia el yate de nuevo, solo para ver que Cross había
regresado a la proa. Rhys estaba gritando órdenes a través del megáfono mientras
las lanchas rojo y negro atracaban a lo largo de la popa baja del Belleza.
Cualquier cosa.
Estuvo de pie y tropezó los últimos dos metros al final del muelle antes de
que pudiera pensar en ello. A pesar de sus tobillos estando atados, se las arregló
sin que nadie tirara de ella. Saltó justo cuando sintió a Rami viniendo tras ella. Su
lengua materna saliendo de sus labios.
Catherine gritó justo antes de golpear el agua.
El agua estaba fría; tan jodidamente fría. Se llevó su aliento, y picó su piel.
Extendió los brazos abiertos, viendo la oscuridad alrededor por el cielo nocturno.
Trató de patear con las piernas, y olvidó que todavía estaban atadas en ese
momento.
Todo lo que sabía era la dirección a la que quería ir, y eso hizo. Catherine
movió sus piernas atadas como una sirena podría voltear una aleta, y nadó.
Permaneció bajo la superficie hasta que sus pulmones estaban jodidamente
quemando y no pudo esperar a tener más aire.
—¡Nada, nena!
Catherine pestañeó.
—¡Nada!
Juró que la palabra la transportó las olas del agua que seguían tratando de
empujarla hacia abajo con la corriente. No podía ver con las olas golpeando su
rostro y la oscuridad, pero pensó que él también estaba en el agua.
Tal vez.
Catherine nadó.
Escuchó botes venir, y motores ronronear. Levantó la mirada solo para ver
la proa del yate de su abuelo en llamas, y luego un segundo después, algo estalló
al costado del bote, meciéndolo y desgarrándolo con otro ardiente agujero
directamente a través de él.
Su visión no se aclaraba.
Catherine sintió una dura ola venir cuando el motor del bote de repente se
volvió muy ruidoso. Vio el bote azul claro, un rápido bote del mismo color del
océano en la luz del día, un segundo antes de que brazos estuvieran alcanzando
su costado. Estaba siendo sacada del agua y hacia el bote en un latido, y de
repente pudo respirar de nuevo.
Y luego en su padre.
—Cross.
Un fuerte sonido de golpeteo llegó desde un costado del bote, haciendo que
cada persona en la cubierta cayera de rodillas. Tiroteo, ella se dio cuenta.
—Jesucristo, que alguien lo saque del agua. —Ella escuchó a Zeke sisear.
Ella trató de enfocarse, de absorber los detalles. El avión estaba más cerca
del agua de lo que debería. Tal vez a unos quince metros pies, o un poco más alto.
Una Cessna8, probablemente. Solo pensó que eso era lo que el avión era por la
—El avión de Calisto está viniendo del este. —Escuchó a su tío Lucian
decir—. El de Giovanni del oeste.
Catherine se dio la vuelta de rodillas y miró hacia el costado del bote. Otra
lancha, azul como las otras, estaba circulando a cuatro metros de distancia. Miró
de regreso a la isla justo a tiempo para ver los barriles golpear el piso.
Uno en la casa.
—¿Dónde?
Catherine alzó la vista para ver otro avión viniendo desde la dirección
opuesta. De nuevo, demasiado cerca del agua. De nuevo, con la puerta bien
abierta.
Zeke saltó sobre el costado del bote cuando el segundo montón de barriles
fueron empujados fuera del costado del avión. Catherine cerró los ojos, se los
cubrió, y rezó.
Cada vez que pensaba que estaba ganando, otra ola de agua llegaba, y él
era empujado más abajo. La corriente era demasiado fuerte. Las olas demasiado
altas. El agua era demasiado negra.
No podía respirar.
No podía ver.
No podía nadar.
Cross intentó salir a la superficie una vez más mientras otra ola chocaba
contra él, pero solo tragó más agua de mar.
l
—Vamos, vamos… joder, vamos Cross.
—Ya voy, Cat. Toma más de tres segundos moverse quince metros, ¿está
bien?
Luego otro.
—Maldita sea, su pulso está muy débil —dijo otro hombre—. Puedes dañar
su corazón con RCP si hay pulso.
No era un bloqueo.
Era agua.
Dante sonrió.
—De nada.
Bueno, mierda.
Tal vez.
—Catherine.
Catherine.
Ella cayó de rodillas frente a él, sus ojos llorosos verdes mirándolo y
luciendo como una rata ahogada. Joder, probablemente él también.
A Cross no le importaba.
Solo ellos.
l
Calisto tomó la tasa de café de su esposa, y se recostó nuevamente en la silla
de la esquina, luciendo más relajado de lo que lo había hecho en días. Emma se
dirigió en dirección a su hijo con su pequeño terrier bajo un brazo como si fuera
un balón de fútbol, el perro solo se quedaba callado cuando su madre lo sostenía,
pero ella lo amaba así que nadie se quejaba.
Cross sabía que decirle a su madre que no se preocupara no iría bien, así
que le permitió ajustar los cojines en su espalda, y la besó en la mejilla.
—No, y puedes dejar de pedir eso cada mañana porque no te lo voy a traer.
—Tráele una de sus revistas también, Emmy —dijo Calisto—. Una de armas
de mi oficina. Va a quejarse menos si tiene algo que mirar.
—Puedo hacer eso.
Cross le dio una mirada a su padre cuando Emma tocó la cima de su cabeza
como un perro enfermo. Luego salió de su antigua habitación.
—La neumonía está prácticamente fuera de mis pulmones. Será mejor que
la hagas aceptar que me iré a mi casa dentro de poco.
Imbécil.
Compromiso.
Cross tomó una de las fotografías que Calisto le había entregado justo antes
de que su madre entrara a la habitación. Pasó rápidamente a través de las
imágenes. Dos barcos azul claro llenos de agujeros de bala y llenos de clavos. Una
isla con una gran casa hecha pedazos, cuerpos y trozos de cuerpos, una vista
espantosa, esparcidos por la playa y la costa. Un yate en llamas hundiéndose, y
dos lachas rojo y negro volcadas.
—Pudieron haberme dicho lo que estaban planeando —dijo Cross más para
sí mismo que a su padre.
Calisto se rio.
—Bueno, supongo que tienes al menos dos vuelos más por hacer.
—Sabes que no puedo hacer eso, Cross. Ir al hospital para una cirugía de
cerebro, sin mencionar el tiempo de recuperación, luciría bastante malo en mi
famiglia. Me pondría en una posición para ser visto como muy débil y un blanco
fácil. No puedo…
Él no iba a explicarse.
No necesitaba hacerlo.
—Está bien.
Ruidos hicieron eco afuera de la habitación. Pisadas siguieron por el pasillo.
Varios pares. Cross reconoció a todos los hombres charlando y riendo juntos, y
de repente, su habitación fue un infierno de más ruidosa y llena de lo que había
estado hace unos segundos.
—Conseguí todas las cosas que querías excepto la manta. Estaba en medio
limpia antes de que todo sucediera. Traté de limpiarla de nuevo. Está arruinada.
—Hombre.
De nuevo.
—Y a mí —dijo Zeke—, por sacar tu trasero del agua.
Todo o nada.
—Exactamente eso.
¿Con una mujer como Catherine, una familia como la que él tenía, amigos
como Zeke, y hombres como los que lo rodeaban?
No quería.
—Me imaginaba que debía parar y dejarte saber lo que está sucediendo con
Chicago.
Dante asintió.
l
Un mes después…
—Mierda, mueve ese trasero para mí, nena.
—Puedes esperar.
Él frunció el ceño.
Los clubes podían ser lugares peligrosos para alguien como Catherine, con
una historia como la de ella donde las drogas y el alcohol estaban involucrados.
Ella nunca bateaba una pestaña ante el whiskey en su mano, o el licor fluyendo
por todo el maldito lugar. Por otro parte, ella traficaba drogas como una
profesional, y nunca las tocaba.
—Ven aquí conmigo —dijo Catherine, extendiendo sus manos hacia él.
—Puedes bailar.
—Sí, pero estoy teniendo un espectáculo gratis en este momento, así que
gira, y sacude tu jodido trasero para mí, nena.
—Aun así…
Él cerró la distancia entre sus bocas antes de que Catherine pudiera decir
otra palabra. Una vez que la besó, el mundo se inclinó en su eje lentamente, y
todo estuvo bien. Su lengua juguetona se lanzó hacia la de él, y se movió con
fuerza. El whiskey que había estado tomando no era nada comparado al sabor de
ella. No quería separarse, pero captó la vista de su amigo por la esquina del ojo.
—Negocios, nena.
—Pero…
—Sigue haciendo pucheros, y voy a darle a tu boca una razón para hacerlos
cuando la tenga completamente llena.
—¿Lo prometes?
—Mi error. Sigue así, y veremos si llegamos a casa antes de que este Versace
esté en el suelo.
—¿Y?
Catherine sonrió.
Zeke sacó un objeto que hizo que Cross se sentará más derecho. Era el anillo
de Calisto. No podía recordar haber visto a su padre quitárselo. Revivió
memorias de su padre haciendo que sus hombres besaran el anillo, aunque su
padre nunca se lo exigió a él.
Cross siempre pensó que era porque su padre veía a su hijo como un igual.
—De todas formas, papá me lo dejó porque sabía que te vería primero. Vas
a necesitarlo esta noche una vez que empiece la reunión con los hombres.
Ajustó perfectamente.
—¿Por qué?
Ah.
Sí, eso.
Cross sonrió.
—También trabajo en eso, sí.
—Imbécil.
—Tal vez quiero que mi subjefe asentado en la vida familiar. Hijos, minivan,
y todo el…
Cross se carcajeó.
—Yo no lo haría.
Wolf asintió.
—Ah, ya veo.
—Cross, lo juro por Dios. No ayudé a salvar tu trasero para que me metieras
a ese infierno.
Wolf se río.
—Sólo hombres ignorantes ven esto con sorpresa. Ya está hecho. Estuvo
básicamente hecho cuando tu padre te hizo su subjefe hace unos años. Todo lo
que quedaba era que tú…
Cross sonrió.
—Disfruta la vista.
l
Cross no llevó a Catherine a casa antes de que su vestido estuviera por
encima de su trasero, y los pantalones de él bajaran hasta sus caderas. Él llegó a
mitad de camino en un pasillo oscuro del club que llevaba a la oficina y cuarto
de almacenamiento.
—No hagas que jodidamente nos atrapen ahora —le dijo él a ella.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás, y todo lo que él pudo ver eran sus labios
hinchados por sus besos y mordiscos, la marca que dejó a un lado de su cuello
con su boca, y sus pupilas dilatas lo reflejaban. Apretó los dientes y tomó una
respiración aguda, estaba tan jodidamente enamorado de esta mujer que era
ridículo.
Jesús.
Sus palabras lo enviaron a una espiral de oscura lujuria y puro amor. Como
un tornado listo para desgarrar y destruir, pero a él no le importaba estar en el
centro.
Todo al desnudo porque él se dio cuenta que a ella le gustaba más de esa
manera. Había dejado de molestarse en usar condones, a pesar de que eso no
había sido muy serio entre ellos por un tiempo. Aun así, él ni siquiera se molestó
en considerarlos ahora. Ella usaba la inyección de todos modos, así que él no veía
el maldito punto. También le gustaba follarla de esta manera. Así él sentía todo.
Lo amaba.
—Por favor.
—Córrete dentro de mí, Cross. Por favor córrete dentro de mí. Joder, lo
quiero. Por favor.
Él provocó su clítoris con los dedos hasta que ella tembló de nuevo. Con su
segundo orgasmo corriendo, el vacío su pene profundo dentro de su coño. Él
pudo sentir su semen llenarla con cada pulso, y lo volvió jodidamente loco.
—¿Así cómo?
Él se aseguraría de eso.
l
Tres meses después…
—¿Cómo estás? —preguntó Cross mientras Calisto se hundía en la silla de
la mesa.
Calisto miró la luz del sol que entraba por las ventanas.
—Y mi hombro duele.
—¿Por qué?
Una mesera se acercó a su mesa, lleno sus tasas de café, y los dejó con sus
menús antes de ir hacia otro grupo de clientes.
—Una gran lucha MMA. Tengo entradas para cerca de las jaulas. Catherine
las consiguió para mí como un regalo.
—Lo juro, si pudieras esconderte el algún lugar con esa chica por el resto de
tu vida, serías un hombre feliz, Cross.
—Sé eso desde que tenía catorce. Llegas tarde al juego, Papa.
Calisto sonrió.
Dante se quitó su chaqueta mojada, y tomo asiento junto a Calisto. Abril les
estaba dando un infierno de lluvia ese año, aunque el sol seguía brillando a través
de la lluvia. Catherine dejó un beso en la cien de Cross antes de colgar su
chaqueta húmeda en el respaldo de su silla.
—Aquí estaré.
—El sol está tratando de matarme —se quejó Calisto—. Y la lluvia está
lastimando mi hombro.
—Creo que él lo entiende bastante bien. Fue él quien se aseguró de que estés
aquí para quejarte, ¿verdad?
Dante se río.
—Seguro.
—¿Disculpa?
—Digo, así es como todo el mundo lo hace. Pero me importa más la opinión
de ella, para ser honesto. No puedo saltar en algo en lo que ella podría no estar
lista.
Calisto asintió.
—Ella es como tú, hijo; te ha amado básicamente toda su vida. ¿Por qué no
querría ser tu esposa? Además, Catherine cumplió veintiséis hace unas semanas,
Cross. Y tú vas a cumplir veintiocho en noviembre. Es hora de hacer lo adulto en
lo que a ustedes dos concierne y casarse. Ella sabe eso.
—Mi hijo se fugó para casarse. Entiendo el por qué, y no voy a compartir su
historia personal, pero fue difícil para mi esposa y para mí. Es un miedo real en
lo que concierne a Catherine.
Cross asintió.
—Bueno…
—¿Ves? Esto es lo que lo va a hacer que lo maten. Cuando era joven, era su
boca. Ahora que ha crecido, es su terquedad.
—Se llama arrogancia —dijo Cross con una sonrisa—. Y es lo mismo que
siempre fue.
—Será la boda más grande que ha visto esta ciudad —prometió Cross.
—Trato hecho.
Su belleza.
Llevaba meses trabajando para su madre. Ocho meses, para ser exactos.
Catrina le dio un poco de tiempo para relajarse después de todo lo que había
sucedido en el Golfo, pero eso fue todo. Una mañana, su madre llamó, le exigió
que empacara una bolsa con cosas hermosas y Catherine hizo su primer viaje a
Los Ángeles.
A las chicas de Catrina se les pagaba para que simplemente aparecieran con
la droga preferida de un cliente a la mano. Jets privados, autos de lujo y cualquier
otra cosa que pudiera ser necesaria para llevar a una de las mujeres de su lugar
al lugar del cliente.
Nada más.
—Miguel acaba de bajar del avión, así que tengo que irme.
Miguel se acercó a Catherine con una cálida sonrisa. Ella lo prefería por
encima de los otros hombres que su madre había rotado para trabajar con ella.
Todos los demás parecían demasiado interesados y trataban de acercarse
demasiado. Miguel, en cambio, estaba casado con su esposa y tenían un niño. Era
amistoso y protector con Catherine, pero como un hermano mayor.
—Lo hice. Es bueno saber que ella no vendría contigo cuando el avión
aterrizara. Un pequeño aviso hubiera sido bueno, pero no importa.
—Es un hermoso día de verano. Solo he visto a Cross cuatro días en todo
este mes, y estoy así de cerca de volver a casa durante una semana entera sin
interrupciones con él.
Ella estaba ansiosa por eso.
Miguel se rio.
Miguel hizo el viaje de hora y media hasta la propiedad privada del cliente
en poco más de una hora. Casi le dijo que se quedara en el auto, pero su madre
tenía razón en lo que dijo. Además, esta era la primera vez que Catherine
suministraba para este cliente después de que él solicitara que le entregara una
nueva chica.
—Los ricos a veces hacen cosas extrañas cuando tienen todo el dinero del
mundo. Creo que todos los humanos a veces quieren estar solos, reginella.
Imagínese tener una carrera y los fondos para aislarse literalmente del resto del
mundo durante el tiempo que desees o necesites. Podrías recibir tu comida,
ordenar tu sexo y recibir medicamentos en tu horario y necesidades.
Catherine lo miró.
—No es diferente a brindar cualquier otro servicio. Siempre que los adultos
den su consentimiento y sea una situación saludable en la que ambos
comprendan y estén de acuerdo con lo que sucederá antes, durante y después,
entonces no puedo ver el problema. Como la necesidad de comida, autos o
incluso vendedores de flores al costado de una calle de la ciudad... hay una
demanda en lo que respecta al sexo, para los que tienen las capacidades y para
los que no. Cuando hay demanda, siempre hay alguien que abastecerá. Es
cuando la sociedad obliga a esas personas a hacer negocios en situaciones que
podrían causarles daño para mantenerse a salvo de los funcionarios que se
vuelve peligroso para ellos.
Un hombre lo abrió.
Por otra parte, el hombre era un introvertido y aislado cincuenta veces autor
número uno en ventas del New York Times. ¿Qué diablos sabía ella? Su madre
dejó en claro que lo que importaba era que un cliente se sintiera conectado a los
pocos momentos que pasaban con el hermoso fantasma en sus vidas antes de que
ella se fuera de nuevo, nada más. No debía juzgarlos, ni fisgonear demasiado
profundamente como para hacerles sentir que estaba buscando más de lo que
estaba allí para proporcionar.
El hombre asintió.
l
—¿Dónde está Cross? —preguntó Catherine mientras salía a la pista de
aterrizaje privada.
Catherine suspiró.
Él sonrió ampliamente.
—Lo sé.
Finalmente, él preguntó:
—¿Oh?
—¿Cómo es eso?
Andino asintió.
l
—¿Por qué están todos parados afuera? —preguntó Catherine, notando los
autos que pasaban y la multitud de personas que se encontraban en la gran casa
de sus padres—. ¿Y por qué están todos aquí?
—¿Qué?
No le explicaron.
Catherine solo estaba más confundida.
—¿Por qué?
Su padre sonrió.
—Hay más —dijo su padre en voz baja—. Tienes que seguir caminando,
Catty.
Su madre y su padre se separaron lo suficiente para dejarla pasar a las
siguientes personas esperando. Su hermano, Gabbie, y su hijo de tres meses y
medio, Antony Dante. Michel sostenía un pequeño parche con el número trece y
el logo de su vieja escuela. Gabbie sostenía un pequeño emblema de la marca
Range Rover.
Alguien más tenía una copia en rústica en miniatura de Romeo y Julieta. Otra
persona sostenía sus nudillos personalizados. Uno de sus primos arrojó
caracolas. Entradas de cine. Otra fotografía. Una margarita. Un Sharpie negro.
Tantos recuerdos.
Tantas cosas.
El padre de Cross y su madre fueron los dos últimos que realmente tenían
artículos, aunque aparentemente no estaban el final de la línea de personas frente
a las que Catherine tenía que pasar.
—Lo es. Sin embargo, no tengo idea de por qué —dijo la madre de Cross.
—Yo sí.
De nadie más.
Emma dejó caer la pequeña bolsa en la caja y luego ella y Calisto se hicieron
a un lado. Poco a poco, el resto de las personas que estaban detrás de ellos
siguieron la misma idea. Se separaron hasta que Catherine pudo ver quién la
esperaba al final del camino.
Sobre una rodilla, vestido de negro Armani, su mirada oscura sobre ella y
esperando.
Supuso que Cross la había estado esperando toda su vida.
Él sonrió.
—Oh, Dios mío —dijo entre lágrimas—. Me estás haciendo llorar, Cross.
—Demasiado, aparentemente.
—Probablemente.
Cross se levantó del suelo antes de que ella pudiera pronunciar otra palabra.
Le quitó la caja de sombras de la mano y la dejó con cuidado en el suelo un
segundo antes de que sus labios se cerraran sobre los de ella. Su fuerte beso la
dejó sin aliento, pero era tan familiar que la hizo sentir a tres metros de altura y
cálida al tacto. Le deslizó el anillo por el dedo y le dio un rápido beso en los
nudillos. Catherine ni siquiera había escuchado los aplausos y vítores hasta ese
momento.
—¿Lo prometes?
—Siempre, Catherine.
l
Tres meses después..
—¿Estás lista? —preguntó Dante.
—¿Sí?
—En lo absoluto.
Ella lo hizo.
Ella simplemente tuvo que aparecerse y estar de acuerdo con las cosas.
Su luna de miel era una estancia de dos semanas en una mansión privada
en una finca de playa en Sicilia.
Era demasiado.
—¿De verdad? Tu madre hizo todo lo que pudo para ocultarme su vestido
hasta que se abrieron esas puertas. No entendí por qué, pero ahora estoy muy
agradecido por ello. Es uno de mis mejores recuerdos del día de nuestra boda,
considerando que todo estaba destinado a ser solo negocios y nada más.
Muchísimo tiempo.
Dante la miró.
—No lo creo.
—Estoy seguro de que ese hombre no tiene los pies fríos, Catherine.
Ella se rio.
—¿Por?
Una revelación privada entre ellos dos, donde nadie podía ver o saber lo
decían o lo que sucedía. Para que él pudiera ser auténtico, y ella también. Su boda
era todo un espectáculo, un hermoso día para ellos, claro, pero aun así era un
espectáculo para las personas que volaron desde todo el mundo para ser parte
de ella como invitados.
Solo ellos.
Únicamente ellos.
Dante suspiró.
—Bueno. Aquí estamos.
—No tardes mucho —le dijo Dante—. Te vas a casar en una hora y no es
bueno hacer esperar tu futuro.
—Pensé…
—¿Qué?
—Catherine, lo estoy. Estoy triste, pero feliz. Estoy feliz porque sé que
finalmente has encontrado tu equilibrio y has dado tus propios pasos. Feliz
porque has encontrado un hombre que te adora y te ama mucho más de lo que
nadie entiende. Así que hoy te doy a él, y tu apellido cambiará, y sí, eso me pone
triste. Como debería, creo, pero estoy demasiado feliz para que siquiera puedas
sentirlo, vita mia.
—Tu nunca-destinado-a-ser.
Él solo hacía eso cuando estaba nervioso. Era tan inusual para él porque
siempre era tranquilidad en el caos. Aguas calmadas en un huracán.
Catherine se detuvo a unos pasos de la parte superior de las escaleras.
—¿Cross?
Cross lo hizo, girando lentamente sobre sus talones hasta que se detuvo
frente a ella. Su mirada seguía en el suelo, pero ella podía ver la tensión en su
mandíbula como si estuviera tratando de mantenerse firme. Levantó la mirada,
partiendo del suelo y subiendo lentamente, como si ella fuera agua, y él estuviera
tomando un trago largo.
Tan oscuros.
Tan familiares.
—Sí, nena.
—Bueno, sí.
Cross dejó caer las manos, se inclinó hacia adelante y atrapó su boca con la
suya. El beso, tan suave y gentil, todavía la iluminaba como fuegos artificiales.
Su olor, su sabor y solo él.
l
Una sombra oscureció la vista del sol de Catherine, y miró con ceño la forma
que le quitaba los rayos. Él era demasiado hermoso para que ella se enojara con
su piel bronceada, ya besada por el sol por estar al sol con ella durante días, y su
cuerpo en exhibición.
Cross miró por encima del hombro con los ojos entrecerrados.
—Vas a hacer que me presenten unos malditos cargos aquí si alguien se
acerca demasiado, Catty.
—Me gusta.
—A mí también.
Su boda había sido tan ruidosa. Todo el día. Toda la noche. Ruidosa.
Una fiesta sin parar. Bailaron, solo para ser interrumpidos y presentados a
más invitados. Sus regalos casi habían llegado al techo. La cuenta de la barra libre
era un número en el que Catherine ni siquiera quería pensar. La ceremonia
católica tradicional de dos horas había sido casi suficiente para que se durmiera
en el altar, pero salir de esa iglesia casada había valido la pena.
—Cross Nazio…
—¿Nunca?
—¿Hmm?
—¿Cena en la mesa día tras día? ¿Hijos? ¿Iglesia todos los domingos?
—¡Bien!
Duro.
Tembloroso.
Jadeante.
Drogada.
Tan mareada.
Ella también.
Él le bajó la tanga del bikini por los muslos y le guiñó un ojo. Estaba de
rodillas y lucía bastante jodidamente hambriento mientras sus pulgares
acariciaban la costura de su coño. Ella deslizó su mano entre sus muslos para
jugar mientras él miraba con un brillo perverso en sus ojos. A Catherine no le
importó abrir los muslos y darle algo de comer. Su sonrisa era malditamente
sucia. Él se inclinó más y besó la alianza en su dedo.
Gracias a Dios.
—Solo recuerda quién te ha salvado el culo más de una vez —dijo Zeke.
Cross asintió.
—Mentiras.
—Vive con uno —le dijo Catherine a su padre—, y luego haz que el otro
venga con regularidad. Luego me cuentas.
—Punto tomado.
El grupo salió del aeropuerto solo para encontrar una fila de autos negros
esperándolos. Ninguno era de alquiler, todos eran propiedad de los hombres del
Outfit de Chicago. Todos los vehículos habían sido enviados por Tommas Rossi
para que ellos los tomaran.
Sí, lo sabía.
—No lo hace.
Mierda.
l
—¿Qué está haciendo él aquí?
En lo absoluto.
—Siento que todo esto podría haberse hecho mejor en Nueva York.
—Porque tu padre sintió que era mejor dejar que Tommas se sintiera…
como si no estuviera acorralado —dijo Cross.
—Algo así.
Cross esperó.
l
—En sí —dijo Dante—, fue una buena reunión.
—Sí, bueno, Tommas todavía está amargado por el hecho de que le robaste
sus armas.
—¿Qué puedes hacer? Todavía estás vivo, has pasado mucho tiempo en la
ciudad sin que nadie te degollara, Cross. Creo que deberías considerar eso como
una victoria.
Dijo la palabra como si fuera tierra en su boca que necesitaba ser escupida
de inmediato y desaparecer. La forma en que su nariz se arrugó decía que no
estaba impresionada por todo esto; el espectáculo que los hombres hechos ponían
no era para ella.
Cross la entendió.
Ser amigos.
Hacer amigos.
Matar amigos.
Ya no tenía otra opción cuando se trataba de eso; la política era lo que hacía
que la mafia fuera lo que era al final del día. Él también tenía que seguir el juego.
Incluso si pensaba que una buena pelea a puñetazos resolvería las cosas la
mayor parte del tiempo.
—Si él no quiere jugar amigablemente, que se joda. Vine aquí para hacer lo
que vine a hacer aquí, y aún lo haría.
—Vamos, papi.
l
—Mi padre te verá ahora —dijo Tommaso.
—Gracias, hombre.
Tom asintió, pero Cross pudo ver que los ojos de su amigo estaban
cautelosos. Así también era su forma de vida. Solo una vez que Tommas
perdonara a Cross por todo, Tommaso también perdonaría a su amigo.
Realmente no lo culpaba.
—Está bien.
Cross cedió.
Tommas formuló la pregunta en voz baja, sin volverse nunca para mirar a
Cross.
—Enfermo, dijiste.
—Era hora.
Tommas asintió.
—¿Ayudará?
Cross asintió.
—Eso pensé, sin embargo, lo lamento. No por hacer lo que hice, porque lo
haría mil veces si eso significara que todavía estaría aquí hoy para decirte esto.
Verás, si hubiera fallado en algo en ese entonces, habría perdido a Catherine. No
tengo intenciones de vivir sin ella. Toma eso como quieras.
—Los hombres como nosotros no suelen decir cosas así, así que me tomó
un poco de tiempo. Si esto solo se tratara de estar enojado u ofendido, entonces
lo habrías dejado pasar cuando te devolvieron las armas y te dieron las otras
cosas que pediste.
Sí, lo sabía.
—Lo siento.
—Pasarás muchos años diciéndome eso —murmuró Tommas—. Por otro
lado, podría haberlo mejorado todo al simplemente matarte, pero he vivido una
guerra y no estoy interesado en enfrentarme a otra.
—Entendido.
—Siéntate.
—¿Debería?
Cross apenas había pasado por la puerta de llegada antes de que su madre
lo derribara en un abrazo que estuvo a punto de romperle una costilla.
O tres...
Para ser una mujer tan pequeña y delicada, Emma Donati tenía la fuerza de
seis hombres cuando estaba preocupada, cansada y extrañaba a sus hijos.
Solo un momento…
Solo un minuto.
—Hola, Ma.
Ella echó la cabeza hacia atrás y lo miró. Esos ojos brillantes de ella, por lo
general llenos de risa y amor, estaban un poco apagados y rojos. Como si tal vez
hubiera estado llorando o algo así. O tal vez no había dormido lo suficiente. Si
Cross fuera de apostar, diría que probablemente eran ambos.
—Aun así…
—¿Sí?
—¿Pero qué?
Cross podía lidiar con tropezar, tartamudear y confundir las palabras. Eso
era todo lo que habían esperado y para que supieron prepararse. Llevaría tiempo
y una terapia extensa, pero su padre volvería a su estado habitual en muy poco
tiempo.
O en unos meses...
—¿Sí?
—Sí —repitió Emma—. Lo hace bien durante muchos días, pero luego
lucha, y esos días son los más difíciles para él. Trato de no hacer demasiado por
él porque se frustra más cuando se da cuenta de que no puede hacer algo.
—Está bien.
Trabajo.
Familia.
Tanto.
Emma asintió.
Cross sonrió.
—¿Oh?
l
—Cross, mi niño.
Aun así, ojos lúcidos y oscuros lo miraron desde la cama. Ojos Donati;
Calisto sabía exactamente a quién estaba mirando y sonrió.
Le molestaba.
Calisto finalmente logró devolverle la mano a Cross. No sabía si eso era una
reacción tardía de su padre, o algo más.
—Te… amo...
Cross no tenía ninguna duda, pero también conocía a su padre. Sabía lo que
sentían los hombres como ellos cuando estaban en una posición de debilidad. Era
difícil de manejar y más difícil dejar que otros lo vieran.
—Yo también te amo —le dijo a su padre—. Tuve que volar a través del
maldito mundo para decirte eso, ¿eh? No me contestabas el maldito teléfono, ni
nada por el estilo.
Calisto asintió una vez y luego apretó la mano de Cross una vez más.
—Pequeña mierda.
—¡Cal!
Cara se rio.
—Cierto.
Un par de horas era realizable. Además, Cara había bajado sus sesiones a
una por semana, y solo si Catherine sentía que necesitaba más, agregaban otro
día al horario. A ella le gustaba eso, la verdad. La hacía sentir como si tuviera
cierto control sobre sus terapias y cómo quería que fueran.
Y adoraba a Cara.
Catherine sonrió.
—Bueno…
—¿Hmm?
—Sé que no he hecho todo lo que quieres que haga, Cara, pero lo estoy
intentando y estoy agradecida.
—Lo sé.
—Gracias.
Catherine miró hacia arriba y descubrió que Cara le sonreía desde el diván.
—De nada. —Cara se puso de pie e hizo un gesto por la habitación—. Eres
más que bienvenida a quedarte a cenar. A Gian le encanta presumir nuestra
casa. Podrías conocer a algunos de mis chicos. Marcus es solo un año menor que
tú, pero los gemelos más pequeños, Bene y Beni, están con sus padrinos hoy.
Catherine asintió.
—Lo haré.
l
¿La primera palabra, y probablemente la más apropiada, que le viene a la
mente a Catherine sobre la mansión Guzzi?
Excesiva.
Como ella había crecido en una familia adinerada y había nacido millonaria
simplemente por el fondo fiduciario que sus padres le habían hecho, entendía las
riquezas. Podía ver un vestido de diseñador a una cuadra de distancia y sabía
qué nombres había en el interior de los zapatos de alguien solo por el tono del
rojo. Después de todo, no había dos diseñadores que usaran el mismo color.
¿Pero esta?
Catherine se giró al escuchar la voz masculina que venía detrás de ella. Allí,
encontró al esposo de Cara, Gian, mirándola con una cálida sonrisa. El hombre
era guapo, y su edad solo se mostraba en las pocas arrugas alrededor de sus ojos
y en el ligero blanco que salpicaba su cabello oscuro. Sin embargo, el hoyuelo en
su mejilla y los ojos divertidos le daban una apariencia juvenil.
—Trilingüe —dijo.
Gian asintió.
Ah.
—Se la encargué a Cara como regalo. Además, ayuda a recordar a todos los
hombres y mujeres que visitan esta casa que solo hay una reina dirigiendo este
espectáculo.
Catherine sonrió mientras miraba a Gian.
—Ah.
—Lo hago.
—Espero que no te ofenda —dijo Gian—, pero mi esposa me dijo algo sobre
ti.
—Con cuantas más personas hablo, es más probable que vaya a oídos de
mis padres.
Catherine arqueó una ceja e hizo un gesto obvio para mirar a su alrededor.
—Eso es obvio.
La risa oscura del hombre coloreó el pasillo.
—Todo lo que supere los diez millones sería una buena red de seguridad,
creo.
Gian asintió.
—Lo es, pero no —Gian sonrió—. Mira, las cosas materiales son fáciles de
liquidar y destruir. No puedes destruir rastros de papel, extractos bancarios,
cuentas en el extranjero y cosas parecidas con tanta facilidad. El objetivo de todos
en esta vida es no ver el interior de una celda durante veinte años o cadena
perpetua. Adivina de qué delitos se acusa con más frecuencia a los criminales
como nosotros, Catherine.
—Incorrecto: detalles. Los detalles son por los que atrapan a personas como
nosotros. Cómo hacemos negocios y cómo escondemos nuestros negocios. Esos
son los cargos que enfrentamos con mayor frecuencia.
—Ajá.
—Supongo que todavía estás aprendiendo las cosas con tu dinero, ¿eh?
—¿Pero?
Gian sonrió.
—Sí.
Catherine ni siquiera tuvo que pensar en eso. Los millones de dólares que
había escondido debajo de su cama en cajas de zapatos seguían creciendo mes a
mes. Se estaba saliendo de control. Necesitaba hacer algo al respecto y rápido.
—Creo que podría dedicarle algo de tiempo —dijo Catherine—. ¿Cuál será
mi primera lección?
Dante
«Era de Revere»
—Sabes qué, sí, hombre. Algo te saltará, ¡y será mi maldito puño en tu cara
si no abres esa jodida caja!
—Dante —regañó Antony.
Esta era una batalla de voluntades silenciosas entre ellos que había estado
ocurriendo durante meses. Desde el incidente en el restaurante con Cross. Todo
eso había terminado hacía mucho tiempo, seguro, y se habían hecho las
correcciones necesarias.
—En primer lugar —dijo Antony, una vez más interviniendo verbalmente
entre sus hijos en batalla—. Nadie más que ustedes tres extrañan cuando solían
golpearse hasta el infierno el uno al otro para resolver los problemas. En serio,
¿qué les pasa? La gente pensaría que criamos una jauría de malditos perros, y no
caballeros.
Dante sabía lo que vendría antes de que Gio lo hiciera. Después de todo, su
padre lo había abierto con esa última declaración.
La advertencia fue tan clara como un día de verano en la voz vieja y grave
de Antony. Su voz había cambiado un poco a lo largo de los años para mostrar
su edad y, sin embargo, el tono seguía siendo el mismo. La amenaza de un buen
padre si alguna vez escucharon una.
Casi.
A pesar de los problemas que los hermanos Marcello a veces tenían entre
sí, aún sabían que era mejor no presionar a su padre. Demasiado estrés en
Antony, y nunca escucharían el final de eso por parte de su madre.
En lo absoluto.
—Bien —dijo Lucian mientras le daba a Dante otra mirada—. Más vale que
valga la pena, hombre.
No tenía nada más que decir ya que el artículo dentro de la caja lo diría todo
por él.
Lucian acercó la caja de regalo, abrió la tapa y metió la mano dentro para
sacar el papel de seda que mantenía escondido su regalo. Todo el tiempo,
mantuvo su mirada fija en Dante como si no confiara ni un centímetro en su
hermano.
Sin, por supuesto, que ninguno de los dos tuviera que disculparse con el
otro. Era lo que era y ellos eran quienes eran.
Marcello.
Su hermano tenía solo dos debilidades. Solo dos cosas para que Dante las
usara para debilitar y ablandar un poco a Lucian.
Su familia.
Lucian soltó un silbido mientras sacaba el arma con cuidado. Miró la pieza
con los ojos de un hombre que realmente amaba las armas y que comprendía el
trabajo que debía haberse realizado en esta obra en particular.
—Pensé que era apropiado —dijo Dante—, incluso si nunca usaste ese
apodo con nosotros.
—Dos.
—¿De verdad?
—Maldición.
Dante supo entonces que había atrapado a su hermano mayor. Todo entre
ellos estaría bien después de hoy.
—Hace un tiempo.
Poco después de que comenzara su pelea.
Lucian sonrió y levantó la mirada para encontrarse con la de Dante una vez
más.
—Estás perdonado.
Dante sonrió.
Antony le lanzó a su hijo menor una mirada que lo detuvo de decir más.
—Bueno…
—Cat…
—Absolutamente moriré, Dante —siseó—. ¿Entiendes eso? Moriré si ella
me hace esto. Ya tuve un hijo que se fugó para casarse. No puedo soportar que
otro de mis hijos me rompa el corazón de esa manera. ¡Llámalos ahora!
Dante parpadeó.
—¡Sí!
En realidad, no estaba seguro, pero pensó que calmar a su esposa era más
importante en este momento. Catrina sonaba como si estuviera a dos segundos
de romperse por completo. Bueno, si ya no se hubiera caído por ese maldito
agujero de conejo.
—¡No lo sabes!
—Catrina, ahora…
—Nop.
Maldita sea.
La reina alborotadora.
Esta es su vida.
Este es su amor.
Siempre.
Venerados.
Y rebeldes.
Cross + Catherine #3
Commission World
3. Thin Lives
1. Unraveled
2. Entangled
Inflict
1. Always 1. Loyalty
2. Revere 2. Disgrace
1. Duty 1. Privilege
2. Vow 2. Harbor
4. Forever
2. Alessio 2. Pink
3. Chris
4. Beni
5. Bene
6. Marcus
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