Revere (Cross + Catherine 2) - Bethany-Kris

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Índice
SINOPSIS 4 CAPÍTULO 14 232

CAPÍTULO 1 6 CAPÍTULO 15 247

CAPÍTULO 2 27 CAPÍTULO 16 264

CAPÍTULO 3 43 CAPÍTULO 17 278

CAPÍTULO 4 54 CAPÍTULO 18 299

CAPÍTULO 5 70 CAPÍTULO 19 317

CAPÍTULO 6 88 CAPÍTULO 20 337

CAPÍTULO 7 104 CAPÍTULO 21 356

CAPÍTULO 8 121 CAPÍTULO 22 379

CAPÍTULO 9 143 ESCENAS EXTRA 400

CAPÍTULO 10 160 SIGUIENTE LIBRO 428

CAPÍTULO 11 183 ORDEN DE LECTURA 429

CAPÍTULO 12 201 SOBRE LA AUTORA 432

CAPÍTULO 13 216
Sinopsis
Ella fue una vez su mentirosa.

Él fue una vez su salvador.

Cross Donati llena sus días con la mafia, familia y responsabilidad. El chico
salvaje es un recuerdo lejano. Un príncipe en espera ahora está en su lugar. Una
vieja deuda pone al pistolero nuevamente en el camino de su pasado, pero solo
ve su futuro.

Todo rey necesita una reina.

Catherine Marcello aprendió a defenderse sola y ya no necesita ser salvada. La


chica astuta es mucho más peligrosa ahora. Una promesa rota le enseñó a vivir
de nuevo. Una conversación pone a la estafadora cara a cara con su primer
amor, pero solo lo ve con dolor en el corazón.

Todo Dios necesita una oración.

Las cicatrices de su historia son profundas. Cada mentira dicha, y cada secreto
derramado duele un poco más.

El amor no le importa.

El amor no esperará.

Entonces, ¿por qué la vida se interpone en el camino?

Cross + Catherine #2
tú.
Capítulo 1
No había nada como una llamada de una mujer frenética a altas horas de la
madrugada para hacer que una persona infringiera todas las leyes de tráfico
conocidas por el hombre. Cross Donati fue desde su pent-house en Manhattan al
suburbio de Newport en la mitad del tiempo que debería haberle tomado
recorrer la ruta.

En todos sus veintiséis años, no podía recordar un momento en el que


hubiera conducido tan rápido. No pensó que había pisado el freno ni una vez, no
hasta que aparcó frente a la casa de sus padres.

Las 3:00 AM parpadearon en el tablero del Porsche de Cross. No era


frecuente que saliera a jugar con el auto; prefería su nuevo Range Rover porque
los autos se movían cuando pasaba un vehículo así de grande. Sin embargo, el
Porsche tenía la velocidad.

Y probablemente un buen rayón debajo del parachoques por salirse del puente
demasiado rápido, pensó mientras salía del auto.

No importaba.

Cross tenía problemas más urgentes con los que lidiar en este
momento. Dentro de la casa de sus padres, encontró caos y locura.

Vidrio roto en la entrada. Un jarrón de gran tamaño se volcó y cuentas de


vidrio se derramaron por todo el pasillo. Una mesa de café volcada. Papeles
esparcidos entre la sala de estar y la cocina.

Cross pensó que podría ayudar a su madre a limpiar ese desastre más
tarde. Probablemente por la mañana, una vez que todo se haya calmado. Esta no
era la primera vez. Probablemente no sería la última.

Él siguió los gritos hasta la parte trasera de la casa, donde la gran biblioteca
y la sala de música estaban a un lado y la oficina de su padrastro al otro.

—Cal, solo escúchame…


—Se lo llevó, Emmy. Él se lo llevó, joder.

—No, estás confundido de nuevo, eso es todo. Mira, Cal. Mira las fotos en
las paredes. Son diferentes, ¿no? No son iguales. Son nuestros hijos.

—Tengo que encontrar el papeleo. Algo ahí…

Las divagaciones de Calisto se apagaron cuando Cross entró por la puerta


de la oficina. Al instante, la mirada preocupada de su madre voló hacia él, y la
humedad bordeó la línea de sus pestañas mientras contenía las lágrimas. Su
padrastro sacó los cajones de su escritorio y sacó papeles. Lanzó archivos, sin
importarle el lío que estaba haciendo.

O tal vez no entendía en lo absoluto.

—Nada de esto tiene sentido —gruñó Calisto mientras hojeaba los papeles.

—Ma —dijo Cross en voz baja—, sube las escaleras, ¿de acuerdo?

Emma negó con la cabeza.

—Está bien.

—Ma.

—Cross.

—Ma.

—Él está confundido de nuevo, eso es todo —susurró ella.

Excepto que... Cross sabía que esta vez no era solo que estaba confundido.
No podía ser, no cuando Calisto estaba actuando físicamente rompiendo cosas o
cuales fueran sus frustraciones.

Hace casi cuatro años, Cross vivía en Chicago y lo había estado haciendo
durante tres años en ese momento, cuando recibió la primera llamada. Algo
andaba muy mal con su padrastro. Vino a casa sin hacer preguntas. Lo que
encontró en casa, y lo que supo que sus padres le habían estado escondiendo, casi
lo mató.

Las lesiones traumáticas en la cabeza de la juventud de Calisto habían


dejado al hombre con una lesión sin curar en el cerebro y un aneurisma que
ocasionalmente se llenaba. Eso creó presión en el cerebro de Calisto, que
comenzó a causar lo que los Donati simplemente llamaban episodios.

Casi siempre, cuando sucedía un episodio, Cross descubría que su


padrastro era devuelto mentalmente a su pasado. Veinte años, a veces antes y
otras, treinta. Nunca había rima o razón, y no podían predecir cuándo ocurriría
el próximo episodio. Simplemente lo hacía.

A veces, tenía síntomas que advertían que un episodio estaba en el


horizonte. Vómitos, dolores de cabeza o rigidez en el cuello. Lo peor llegaba en
forma de convulsiones.

Cross nunca regresó a Chicago después de regresar a casa. No podía


cuando sabía que sus padres estaban luchando.

Los episodios de Calisto mejoraron un poco después de que Camilla, la


hermana menor de Cross, se casó hace un tiempo y se mudó a Chicago con su
esposo, Tommaso Rossi.

—Ma —dijo Cross—, solo te diré una vez más que subas las escaleras, o te
llevaré allí yo mismo.

Emma lo fulminó con la mirada.

—Pero…

—Ma, maldita sea.

Ella pasó rápidamente a su lado en el pasillo, pero no antes de mirar por


encima del hombro a su esposo. Cross simplemente estaba siendo cuidadoso, y
nada más. En todos los episodios de Calisto, ni una sola vez había lastimado a su
esposa. Calisto le había arrojado una maldita sartén a Wolf durante un episodio,
e incluso amenazó con poner una bala en Cross durante otro, pero nunca a
Emma. Casi siempre la reconocía también, a menos que lo echaran atrás a años
antes de que ella hubiera sido parte de su vida.

Sin embargo, incluso entonces, Calisto parecía estar conectado a la madre


de Cross. Calmado por ella, relajado y dispuesto a hablar con ella.

Con otros… no tanto.

—¿Quién diablos eres tú? —preguntó Calisto.

Cross se inclinó en la puerta de la oficina y cruzó los brazos sobre su pecho.

—Solo estoy aquí para vigilarte, Cal. Eso es lo que me dijiste que hiciera,
¿verdad? Cuidar a mi jefe.

Descubrió que era más fácil, Calisto era manejable en un episodio, cuando
Cross actuaba como si solo fuera uno de los hombres de su padrastro. Un soldado
de la Cosa Nostra, que estaba ahí para cumplir las órdenes de su jefe y no hacer
preguntas que puedan irritar a Calisto. Sobre todo, porque Calisto no lo
reconocía como su hijo.

A veces, Calisto señalaba las similitudes entre ellos. Sus ojos marrones, casi
negros. Su cabello negro, mandíbulas fuertes, narices rectas y labios carnosos que
siempre se dibujan en alguna forma de sonrisa. Incluso cuando no sonreían.
Cross y Calisto eran técnicamente primos. Aunque siempre se había referido a él
como su papá, o su tío cuando los hombres de la familia estaban cerca. Y qué si
compartían genética y muchos rasgos físicos. A veces eso ayudaba a señalar
durante los episodios de Calisto, y otras veces solo confundía aún más a su
padrastro.

Calisto le dio una mirada cautelosa, probablemente tratando de averiguar


si reconocía a Cross o no.

—Bien, pero haz algo. No te quedes ahí como un maldito cafone1.

—¿Hacer qué, Cal?

—A ayudarme a encontrar a dónde llevó a mi hijo.

Cross frunció el ceño.

—Tienes una hija, Camilla.

—No tengo ninguna niña. Tengo un niño. Sin embargo, lo sabe. Él lo sabe y
lo matará. Por eso se lo llevó.

Esto no tenía sentido para Cross, pero sabía que era mejor no seguir
tratando de hacer que Calisto entrara en razón en su locura. Cuanto Cross más
insistía sobre el presente, y no sobre el pasado en el que vivía Calisto, más agitado
se ponía su padrastro. Eventualmente, volvería al presente mientras la presión se
aliviaba en su cerebro. Nunca fallaba. Los médicos les dijeron que esperaran, a
menos que se convirtiera en una situación peligrosa.

Cross casi se rio de eso.

Su vida estaba llena de criminales.

Ellos eran criminales.

Mafia.

Definición de peligroso.

—Él se lo llevó —divagó Calisto de nuevo.

1 Cafone: imbécil en italiano.


—¿Quién se lo llevó? —preguntó Cross.

—Affonso.

Cross trató de no dejar que el nombre le afectara. Su padre biológico se


había ido a la mierda cuando él era un bebé, dejando a su joven madre con los
papeles del divorcio. Así fue como Emma y Calisto llegaron a casarse.

—¿Y a quién se llevó? —preguntó Cross.

—A mi hijo.

Excepto... Calisto no tenía un maldito hijo. Cross, seguro. Él no era su hijo


biológico, sino adoptado. Eso había sucedido un par de años después de que
Affonso se fuera.

Calisto levantó la vista de los papeles de su escritorio y miró a Cross


directamente a los ojos desde el otro lado de la habitación.

—Affonso sabe la verdad sobre Emma y yo. Cross es mi chico. Él se lo


llevó. Necesito recuperarlo. ¿Ahora lo entiendes?

Cross estaba seguro de que la habitación se inclinaba bajo sus pies.

Su padrastro seguía mirándolo, sabiendo y tan seguro de sus palabras, pero


incapaz de reconocer al hombre que crio o el dolor que acababa de causar.

—¿Cross es tu hijo? —preguntó él.

Calisto miró los papeles de su escritorio.

—No se suponía que sucediera, pero sucedió. Y aquí estamos.

—Cross.

Él giró sobre sus talones para encontrar a su madre parada en medio del
pasillo. Ella lo miró, cautelosa y cansada. La tristeza convirtió su boca en un ceño
fruncido, mientras que la vergüenza hizo que apartara la mirada de él.

Su mundo seguía inclinándose.

—Está confundido, ¿verdad? —preguntó Cross—. Lo que está diciendo... es


porque está confundido.

Emma no respondió.

Los pies de Cross se sentían como cemento.

—Ma, está confundido. Es eso, ¿verdad? No entiende lo que está diciendo;


tiene su mierda mezclada. Dime que es eso.
De lo contrario, toda su vida había sido una mentira. Un hombre al que
odiaba por irse, y por ser el que donó la esperma, no se merecía esos
sentimientos. Calisto, un hombre que le permitió a Cross creer que era su primo,
pero una figura parecida a un padre durante toda su vida, era en realidad su
padre biológico. No un hombre al que le habían dicho que era su padre, sino Cal.

Cal, a quien en realidad amaba. Cal, que había cuidado de él. Cal, que lo
amaba sin importar lo terrible que pudiera ser.

Una mentira seguía siendo mentira.

Especialmente cuando esa mentira significaba…

—Dime que no soy producto de una aventura, Ma —exigió Cross.

—Cross, por favor.

—¡Dime que no me has mentido en toda mi vida!

Emma todavía no se encontraba con la mirada de Cross.

—Lo siento, Cross.

l
Cross parpadeó ante la luz del sol de finales de julio que entraba por la
ventana del pub. Su cuello y espalda crujieron cuando se acomodó en el
taburete. Era demasiado temprano para estar bebiendo o para que un bar
estuviera abierto, pero este pub era conocido en la comunidad irlandesa. No les
importaban demasiado las reglas sociales que dictaban cuándo podían o no
podían beber. Cross estaba tan lejos de ser irlandés que ni siquiera era gracioso.
Un italiano, como su trasero, ni siquiera podía disfrazarse de irlandés, pero nadie
lo miró cuando entró y pidió una bebida.

Se necesitaba café después de una larga noche como la anterior.


Preferiblemente con una buena dosis de whiskey, pero no era tan quisquilloso.
Dada la mierda que de la que se enteró, el café no iba a funcionar.

Solo whiskey.

La campana sobre la entrada del pub sonó cuando se abrió la puerta. Cross
no se molestó en saludar a las dos personas conocidas que entraron. Tomó otro
sorbo de whiskey cuando los dos hombres se sentaron en los taburetes.
Wolf, su mentor y el consigliere de su padras… no, de su padre.

Y Zeke, su amigo más antiguo y un hombre hecho.

Aunque Zeke prefería su lugar como Capo en la familia Donati, Cross


estaba un poco más alto como subjefe de Calisto.

—Tenías que decirle dónde estaba —murmuró Cross en su vaso.

Zeke se encogió de hombros.

—Él preguntó.

—No significa que tuvieras que contarlo, imbécil.

—Bájale un poco a la actitud —dijo Wolf—. Es algo temprano para estar


bebiendo, ¿no?

Cross tomó otro sorbo y dejó que el whiskey le quemara la garganta antes
de volver a hablar.

—Un poco tarde en mi vida para descubrir que todos me han estado
mintiendo, ¿no es así?

—Cross, ahora…

—¿Tú sabías? —preguntó a Wolf.

Wolf había sido amigo de su padre durante más tiempo del que Cross había
estado vivo, hasta donde él sabía. El hombre mayor fue el primero en la Cosa
Nostra Donati en ser ascendido a uno de los asientos más altos como consigliere
de Calisto cuando asumió el cargo de jefe. Zeke, el único hijo de Wolf, y Cross
eran amigos desde que usaban pañales.

—¿Y bien? —preguntó Cross cuando Wolf se quedó en silencio.

Wolf le lanzó una mirada.

Cross lo supo entonces.

—Entonces lo sabías —dijo.

Wolf suspiró.

—Había muy pocos hombres en los que tu padre hubiera podido confiar
con ese tipo de información. Una aventura entre la esposa de un Don y su sobrino
habría resultado en un terrible desenlace para ellos dos, Cross. Sin mencionar un
niño siendo producto de esa aventura. Todos hicimos lo que teníamos que hacer
para que ni tú ni tu madre sufrieran alguna reacción…
—Vete a la mierda —espetó Cross—. Ellos mintieron porque están
avergonzados de lo que hicieron. Tú mentiste porque es tu amigo.

—Eso no es cierto.

—¿Tú lo sabías? —le preguntó a Zeke.

Su amigo negó con la cabeza.

—No hasta esta mañana, hombre.

Cross le creyó a Zeke.

Necesitaba una maldita persona en su esquina.

—¿Dónde está Affonso Donati? —preguntó Cross a Wolf—. Mira, toda mi


vida, me han dicho que se ha ido a la mierda en alguna parte. Entonces, ¿dónde
está realmente?

—Eso es algo de lo que deberías hablar con tus padres, Cross. No me


corresponde a mí decirlo.

—Bueno, eso no va a suceder. —Cross deslizó su vaso vacío por la barra y


se levantó del taburete para ponerse de pie. Se encogió de hombros y se puso la
chaqueta de su traje y sacó las llaves del Porsche del bolsillo—. No voy a hablar
con ellos por un tiempo. Necesito tiempo para resolver mi mierda después de
esto. Hazle saber eso también a Calisto la próxima vez que lo veas. Estoy seguro
de que irás corriendo a su casa para ponerlo al corriente después de esto.

—Él es tu padre. Se preocupa.

Cross resopló.

—Te das cuenta de lo irónico que es eso, ¿no?

—Cross.

—Ya terminé. Dije lo que dije. Díselo a él.

Wolf asintió.

—Bien. Yo solo…

—¿Ahora qué?

—Calisto necesita cirugía, Cross. Él lo sabe. Tú lo sabes. Yo lo sé. Todos lo


sabemos. Sus episodios están empeorando. Son cada vez más frecuentes y duran
más cuando ocurren. El cirujano en Escocia que se especializa en el tipo de cirugía
que necesita ya ha dicho que cuanto más espere Calisto, más larga será su
recuperación. No va a lograrlo cuando sabe que lo obligará a estar dormido
durante un largo período de tiempo y lo convertirá en un objetivo.

—Di lo que quieras decir y termina con eso. —Cross se forzó a decir entre
dientes apretados.

—Todavía estás yendo y viniendo a Chicago para manejar sus armas cada
dos meses durante semanas —dijo Wolf en voz baja—. Claro, te has mudado
aquí, pero tu enfoque está en dos lugares diferentes. ¿Qué quieres ser, Cross, el
subjefe de tu padre o un traficante de armas? No puedes ser ambos.

—La única razón por la que no puedo ser ambos es porque ser uno significa
renunciar al otro.

—Elegiste ser un hombre hecho. Querías ese botón y te lo entregaron con


una sonrisa porque te lo ganaste. También te has ganado el asiento de Calisto, así
que tómalo. La única razón por la que se está retrasando es por ti. Todos los
hombres de la familia Donati te están esperando, incluso si no conocen los
problemas de Cal en este momento.

—Y, sin embargo, ninguno de ustedes puede obligarme a sentarme en su


asiento. No cuando él quiere que lo haga voluntariamente —respondió Cross con
frialdad.

—Necesita la cirugía —murmuró Wolf.

Cross sabía que eso era cierto.

Todavía no estaba listo para reemplazar a su padre.

Especialmente ahora.

—Necesito tiempo —dijo Cross.

Wolf apartó la mirada.

—Está bien.

Zeke volvió a mirar a Cross.

—¿Hell’s Kitchen para la pelea de esta noche?

—Por supuesto.

—Nos vemos allí, hombre.

Cross salió del pub sintiéndose peor que cuando entró. Su teléfono sonó
justo cuando se deslizaba en el asiento del conductor de su Porsche. El número
desconocido le hizo dudar, pero contestó la llamada al tercer timbre.
—Donati aquí —dijo mientras salía del espacio de estacionamiento.

—Cuánto tiempo sin hablar, Cross.

Le tomó demasiado tiempo darse cuenta de quién lo había llamado.

—¿Andino?

—El mismo —respondió el hombre.

Andino Marcello era hijo del consigliere de otra familia criminal de Nueva
York. Cross tendía a mantenerse alejado de la familia Marcello por muchas
razones. La más importante era que el jefe de los Marcello, Dante, despreciaba a
Cross con cada fibra de su ser.

¿La razón de ese odio?

Catherine Cecelia Marcello.

Hija de Dante.

La… exnovia, antigua amante, primer amor, último amor, sueños y


pesadillas de Cross. Una chica a la que había amado y con la que había salido de
forma intermitente desde que tenía catorce años hasta poco después de cumplir
los veinte.

Su todo.

Casi siete años después, sin contacto, sin llamadas, sin nada, y esa chica
todavía era su dueña. Sin embargo, él la había dejado. Una vez él le prometió que
la amaría siempre. Pasara lo que pasara, su corazón parecía decidido a
mantenerla.

A veces, pensaba que era patético.

Otras veces, trataba de no pensar en eso en absoluto.

—¿Por qué me llamas, Andino? —preguntó Cross.

—¿Recuerdas ese favor que me debes?

Cross no lo hacía, en realidad.

—No.

—¿Tenías qué, diecisiete o algo así? Follaste a mi prima en el asiento trasero


de mi Cadillac y lo dejé pasar. Me debías una, eso es lo que dijiste.

—Sí, mierda.
Él había hecho eso.

Andino.

—Estoy cobrándolo, Cross. ¿Cuándo puedes reunirte conmigo?

—¿Qué tan urgente es?

—Puedo esperar un poco, pero no demasiado.

—¿La próxima semana? —preguntó Cross.

—La próxima semana es perfecta. Tengo un restaurante en el que trabajo la


mayor parte del tiempo. Te enviaré un mensaje con la dirección y tú me dices la
hora.

Andino colgó la llamada sin despedirse. A Cross realmente no le importaba


eso, pero deseaba que Andino no hubiera llamado en absoluto.

La vida de Cross estaba ocupada. Llenaba sus días de ruido, gente y


trabajo. Llenaba sus noches con las mismas cosas. De esa manera, no tenía que
pensar en una chica de dieciocho años que había dejado atrás. Una chica a la que
alejó con la esperanza de que se salvara a sí misma en el proceso.

Catherine.

Una vez, su madre le había dicho algo que nunca olvidó sobre el amor. El
amor es fuerte… como la muerte. Cross se había tatuado la versión italiana en la caja
torácica hace casi siete años.

L'amore é forte come la morte. Cuán apropiado. Cuán ensordecedor. Cuán


castigadoras, asfixiantes y verdaderas eran esas palabras. Cuán crudas, hermosas
y horribles. Solo tenía sentido poner las palabras permanentemente en su cuerpo,
y luego se vería obligado a verlas todos los días, incluso cuando no quisiera. No
olvidar, no. Solo verlas. Después de todo, no podía olvidarla a ella. Nunca lo
había hecho.

Cross amaría a Catherine Marcello para siempre.

Incluso si ella no lo sabía.

Incluso si a ella no le importaba.

Incluso si ella no lo amaba.

Siempre.
Esa fue su promesa. No sabía cómo no mantenerla. Él simplemente había
elegido amarla desde lejos. Hasta ahora, de hecho, estaba bastante seguro de que
ella ni siquiera sabía que él estaba allí.

l
Una semana después, Cross entró en el restaurante de Andino Marcello. No
estaba seguro de cómo sabía que Catherine estaba adentro también, pero lo
sabía. Él solo lo sabía. Todos esos años sin estar cerca de Catherine no habían
entumecido la forma en que eso hacía reaccionar a Cross, incluso cuando no pudo
verla de inmediato.

Su puto cabello se puso de punta. Sus nervios se retorcieron. Su corazón se


aceleró.

Como si ella fuera una droga y él ansiara una dosis.

La mirada de Cross pasó por alto a la gente que estaba comiendo y,


efectivamente, encontró a Catherine en un reservado de la esquina. Ella era
mayor, seguro, pero sus rasgos no habían cambiado nada. Cabello oscuro largo
y ondulado. Piernas que se veían mejor desnudas y envueltas alrededor de su
cabeza o cintura. Delgada con curvas que podrían hacer que cualquier vestido
que quisiera pareciera que costaba un millón de dólares. Pómulos altos, una cara
en forma de corazón, llamativos ojos verdes, labios carnosos que naturalmente
caían en un puchero y una nariz delicada que lucía hermosamente en su rostro
de duendecillo. Sus clavículas asomaban por debajo de la blusa que llevaba.

Un rostro como el de su madre. Esos ojos y ese cabello eran todo de su


padre.

Fue su belleza lo que desarmaba a la gente. Era fácil ver la belleza e ignorar
los peligros que ocultaba. Cross no fue la excepción, aunque supuso que conocía
más los secretos de Catherine que sus peligros.

Juró por Dios que, si Andino Marcello intentaba arreglar algún tipo de
mierda con Catherine, Cross mataría al imbécil. Al diablo con una guerra entre
familias criminales.
Aun así, incluso cuando la cautela se instaló en sus entrañas, Cross no pudo
evitarlo. Sus pies se movieron antes de que pudiera pensarlo dos veces. Se dirigió
en dirección a Catherine.

Su cabeza estaba metida en un libro de texto. Dado que era agosto, pensó
que debía estar tomando una clase de verano. Aunque si estaba en el restaurante
de Andino, un lugar que Cross sabía que usaba para reuniones de negocios, tal
vez ella todavía estaba vendiendo drogas para su primo.

Catherine acaba de tomar un bocado de su plato de pasta cuando Cross


habló.

—Pensé que reconocía ese rostro.

Los familiares ojos verdes se abrieron cuando la cabeza de Catherine se


levantó. Hermosos como un océano, pero peligrosos bajo la superficie. Ella se
encontró con la mirada de Cross con una sorpresa que le dijo que probablemente
tampoco esperaba verlo allí. Todo ese tiempo, y todavía le resultaba difícil no
olvidar a todas las personas a su alrededor, por no mencionar el mundo, cuando
ella lo estaba mirando.

¿Por qué estaba tan jodido por esta chica?

Bueno, ella ya no era una chica.

Era una mujer.

—Catherine —dijo Cross con una sonrisa.

Ella tragó su bocado de comida.

—Cross. ¿Qué estás haciendo aquí?

Tenía negocios que hacer. Un encuentro con Andino para el que ya llegaba
con cinco minutos de retraso. Al parecer, ninguna de esas cosas importaba por el
momento. No cuando tenía ojos verdes y una bonita sonrisa frente a él.

Cross apartó la silla de la mesa con un encogimiento de hombros y se sentó.

—Negocios, bella. Nada inusual.

Él juró que la vio temblar.

Fingió que no.

Sin embargo, todavía le gustaba. Eso era malo.

—Siempre es inusual cuando las familias de la Cosa Nostra se mezclan.


—Y tú qué sabes de eso, ¿hmm? —preguntó Cross.

—Sé lo suficiente —dijo Catherine, arqueando una ceja—. Nunca fui una
idiota, Cross.

—No, no lo eres.

Ella se calló por un momento, y eso le dio demasiado tiempo para pensar.

Chaquetas de cuero. Caracolas. Noches en vela. Primeras veces. Palanca de


cambios manual. Sonrisas sangrientas. Secundaria. Peleas a puñetazos. Dulces
dieciséis. Bailes de escuela. Sexo en sábanas suaves. La voz de ella en su
oído. Romeo y Julieta. Tanto. Demasiado. Promesas. Siempre.

Trató de no pensar en esas cosas en absoluto.

—¿Cómo has estado, Catherine? —preguntó Cross.

Ella parecía no poder responderle. Conocía ese sentimiento. Había pasado


demasiado tiempo y ni siquiera debería estar sentado allí. Él lo sabía mejor.

Cross seguía sin moverse.

—Estás terriblemente callada —dijo él.

—Pensando —admitió Catherine.

—¿Puedo preguntar sobre qué?

—Ya sabes qué, Cross. Lo mismo en lo que siempre pienso cuando estás
cerca.

¿Cómo te rompí el corazón? ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Qué tan estúpidos


fuimos?

Cross optó por no preguntar esas cosas.

—No me respondiste. ¿Cómo has estado, nena?

—He estado bien —respondió ella.

Cross sonrió, pero pensó que tal vez ella solo lo decía para su beneficio.

—¿Sigues haciendo negocios con tu primo?

—Tal vez.

Catherine siempre había sido buena en tres cosas: amarlo, traficar drogas y
mentir. Cross dudaba que mucho de eso hubiera cambiado.

—Seguro que lo haces. ¿Por qué más estarías aquí?


Catherine señaló su plato con la mano.

—Comida deliciosa.

—Mmhmm.

Antes de que pudiera pensarlo mejor, Cross se inclinó sobre la mesa y


agarró la mano de Catherine. Las docenas de brazaletes en su muñeca tintinearon
contra la mesa. Encontró que su piel aún era suave, cálida y toda de él. Le apretó
la mano y le pasó la yema del pulgar por los nudillos. Sus dedos temblaron solo
un segundo antes de retirar de su mano.

—No hagas eso, Cross —dijo Catherine.

Ella no quería que él viera la forma en que ocultaba sus manos de su


vista. Fue muy tarde; no podría posiblemente pasarla por alto. Solo una vez en
su larga relación a Cross se le había pasado algo por alto que Catherine quería
ocultarle, y había sido su ruina.

Nunca volvería a cometer ese error.

—Veo que sigues siendo tan terca como siempre.

—Te gustaba —replicó ella, incapaz de detener su sonrisa.

—Puede que todavía me guste.

Los ojos de Catherine se agrandaron.

—¿Disculpa?

—¿Qué harás este fin de semana?

No.

Estúpido.

Malo.

Iba a recibir un disparo en el trasero.

Le habían advertido.

Cross no bajó la mirada ni se movió ni un centímetro.

—Uh…

—Sal conmigo —dijo él.

Catherine no parpadeó.

—Um.
—Vamos, Catty, siempre tuviste una respuesta rápida para todo lo que yo
o cualquier otra persona dijera. No me decepciones ahora.

—Cross…

—Catherine, hola. —Un hombre que vestía una chaqueta de chef que Cross
no reconoció, y que no le importaba, se acercó a su mesa. Tenía una ceja arqueada
y una sonrisa irritante. Cross consideró apuñalar al hombre con el cuchillo en la
mesa solo porque los interrumpió. Esa mierda era grosera—. Andino preguntaba
si todavía estabas aquí. Quiere que vuelvas a la oficina por unos minutos.

Catherine parpadeó hacia el hombre, reconociéndolo claramente. A Cross


ciertamente no le gustó la forma en que el hombre miró a Catherine como si los
dos fueran... familiares.

¿Lo eran?

No lo sabía.

Cross apostaría que el hombre ciertamente no querría saber qué le haría si


lo supiera.

—¿Quién es este, Catherine? —preguntó el tipo—. No has mencionado


tener un amigo.

Cross no pasó por alto el resentimiento del hombre en sus palabras.


Definitivamente hay algo ahí, pensó. Se encontró con la mirada del hombre durante
un breve segundo y luego la bajó con la misma rapidez. Fuera quien mierda
fuera, no era importante para Cross.

En lo absoluto.

—Gracias por informarme sobre Andino, Jamie. —Catherine soltó un


suspiro y se levantó de la mesa dejando su plato sin terminar y a Cross atrás—.
Cross, fue un placer verte.

Cross sonrió y murmuró:

—Igualmente, Catherine.

Ella se puso un poco rígida. Algo que se parecía muchísimo a los recuerdos
brilló en sus ojos. Luego, ella se fue.

Jamie, el irritante chef, se quedó atrás.

—¿Puedo ayudarte?
—Seguro —dijo Cross con un movimiento de su muñeca—. Al irte a la
mierda a alguna parte.

—¿Discul…?

—Dije lo que dije, así que vete.

—No sé quién diablos eres, pero…

—Andino sí, así que vuelve corriendo y hazle saber que estoy aquí.

—¿Y quién eres exactamente?

—Cross Donati. —Miró a Jamie y sonrió—. O quizás me conozcas como la


razón por la que no pudiste mantener a Catherine interesada el tiempo suficiente
para llegar a algo bueno.

El rostro de Jamie se puso blanco.

Cross volvió a mover su muñeca.

—Ahora haz lo que te dije y vete a la mierda.

El hombre se fue a la mierda.

l
—Sugerencia —dijo Andino desde detrás de su escritorio mientras Cross se
sentaba en una silla de espera—. Nunca comas en mi restaurante.

—¿Por qué?

—No sé qué le dijiste a mi chef, pero no le gustas. Creo que podrías ser el
único hijo de puta por el que consideraría romper el código de salud si tuviera
que prepararte una comida.

Cross sonrió.

—Lo suficientemente justo.

—Cualquier pequeño desacuerdo que hayas tenido con él no tendría nada


que ver con mi prima, ¿verdad?

—¿Catherine? —Cross se encogió de hombros—. Ni siquiera la vi.


—Seguro que no. —Andino arrojó un archivo sobre el escritorio y le indicó
a Cross que lo recogiera—. Ha sido muchísimo tiempo, ¿no es así?

—Casi siete años más o menos —dijo Cross.

—¿Tanto tiempo? No me había dado cuenta.

Divertido.

Cross no podía olvidar.

Levantó el archivo decidido a alejarse de Catherine como tema de


conversación. Al abrirlo, encontró fotos de armas y un perfil de un cliente que
estaba esperando una entrega en algún momento durante los próximos tres
meses.

—Siempre me divierte cómo los rifles en el mercado negro estadounidense


pueden costar cuatrocientos por cada arma, sin embargo, pasas la frontera hacia
México y estás buscando unos fáciles miles o más por arma. México es donde está
el dinero en el tráfico de armas en este momento a menos que estés vendiendo en
Canadá, lo cual duplica a México.

—Cuéntame más —concordó Andino.

—Es un gran trato —dijo Cross—. Cerca de quinientas armas. Un poco más
de mil dólares por arma. Medio millón, la mitad ya está paga.

—La otra mitad entra cuando se dejen las armas.

Cross asintió.

Eso no era inusual.

—Conozco a este comprador —dijo Cross, pasando el dedo por el nombre


de Rhys Crain—. Le gustan desarmadas y empacadas porque las lleva más allá
del punto de entrega. Le he entregado armas antes a través del sindicato de
Chicago.

—¿Cuánto tiempo llevas suministrando sus armas?

—Desde que tenía dieciocho años.

Andino silbó.

—Mucho tiempo, entonces.

—Les gusta lo mejor cuando se trata de sus armas.

—Veo que tu arrogancia no ha cambiado.


Cross se rio entre dientes.

—Es arrogancia ganada. ¿Qué quieres, Andino?

Señaló el archivo.

—Que le entregues esas armas a Rhys Crain en un par de meses cuando


llegue el plazo de entrega.

—No entrego armas para nadie excepto para…

—Tommas Rossi de Chicago, lo sé. ¿Es porque su hijo se casó con tu


hermana menor o...?

—Es porque el Outfit abrió una puerta. Me enseñaron cómo hacer esto, me
dieron los mejores hombres de los cuales aprender y no me pidieron una mierda
a cambio. Se llama lealtad. Ellos la esperan; yo se la doy.

—Excepto que no esta vez —dijo Andino.

Cross aspiró aire a través de los dientes.

—Solo di lo que quieras decir.

—Me lo debes. Necesito que esta carrera sea limpia ya que nuestro
traficante de armas fue detenido hace un par de semanas por un cargo, y no creo
que salga. Incluso si lo hiciera, estaría demasiado caliente con los oficiales como
para hacer una carrera con armas. Te estás haciendo un nombre. Lo sé, la palabra
viaja. Ni una sola carrera jodida desde que empezaste.

—¿Y?

—Y así es como quiero que me pagues. Corre con estas armas. Eso. Quiero
decir, no lo haces porque lo odias, ¿verdad?

No, Cross disfrutaba bastante siendo un traficante de armas.

Simplemente no para la familia Marcello, considerando…

—¿Dante sabe que estaré corriendo sus armas?

Andino soltó una carcajada.

—Joder, no.

—¿Por qué no?

—Sabes por qué. No te quiere ni a medio metro de su hija. No puedo


culparlo, después de todo lo que pasó.
—Todo lo que hice en ese entonces fue hacer que Catherine se fuera —dijo
Cross.

—Bien, eso fue todo.

—Lo fue.

Andino lo desestimó como si no importara.

—Lo que sea. ¿Te encargarás de mis armas, o no?

—Tendré control total sobre la forma en que la hago esto. Rutas, viajes y lo
que sea. Bajo mis términos. No puedes intervenir excepto para decirme dónde
están las armas y la fecha límite para la entrega.

—¿Así es como sueles trabajar?

—Así es como sé que nadie más lo va a joder para mí —respondió Cross.

La boca de Andino se aplanó en una delgada línea.

—Suficientemente bueno. Te llamaré cuando tenga más detalles, ¿de


acuerdo?

—Bien por mí.

Cross se puso de pie y se dirigió a la puerta. Algo que le había preguntado


a Catherine permaneció en su mente y le hizo dudar en irse. Le pidió que saliera
con él ese fin de semana y ella no había tenido la oportunidad de
responder. Quería saber su respuesta.

—¿Andino? —preguntó él.

—¿Sí, Cross?

Cross recitó siete números que nunca había olvidado. Andino se puso
rígido en su asiento como si reconociera el número de teléfono.

—¿Aún conoces su número?

—Sé todo sobre ella, Andino.

Incluyendo cosas que nadie más sabía.

—Mmm.

—¿Ella no lo cambió entonces? —preguntó Cross.

Andino se aclaró la garganta.

—No, Catherine solo actualiza el teléfono.


—Gracias, hombre.

—No dejes que mi tío te mate antes de que puedas traficar mis armas, Cross.

Lo intentaría.

No había garantías.
Capítulo 2
Un jefe del crimen, una Queen Pin, una abogada y un médico residente
estaban sentados en la misma mesa para cenar…

No, no era el comienzo de una broma. Era la vida de Catherine Marcello.

Trató de prestar atención a la conversación que tenía lugar entre sus padres,
su hermano Michel y su esposa. Algo sobre la residencia de Michel y el próximo
caso de defensa criminal de su esposa. No era que solía distraerse en las cenas
familiares, pero su mente estaba en otra parte.

En un pecado de ojos oscuros y cabello negro.

En viejas angustias y primeros amores.

En el pasado.

En Cross Donati.

Se las había arreglado para pasar años sin pensar en Cross a


profundidad. Seguro, había susurros de recuerdos en el fondo de su mente, pero
prefería dejarlos a un lado.

Después de todo… ella no tenía elección.

Catherine no volvería a quedar destrozada por ese hombre. Ella entendía


por qué él la dejó hace tantos años, pero fue lo que vino después, cuando
finalmente estuvo lista para comenzar de nuevo con él, lo que casi la mata.

Ella había estado bien en ese entonces. Meses y meses de terapia con Cara
Rossi. Terapia honesta y dura que la obligó a verse de verdad en el espejo por
primera vez en años. Le hizo ver el reflejo devolviéndole la mirada, reconocerlo,
ser responsable de él y gustarle.

Entonces, todo lo que tomó fue un solo día para hacer retroceder a
Catherine varios pasos nuevamente. Cross prometió un siempre y mintió.

Se suponía que Catherine era la mentirosa.


No él.

Así que no, por mucho que no pudiera sacarlo de su cabeza el tiempo
suficiente para tener una conversación con su familia, no se arriesgaba a meterse
en esa madriguera de conejo con Cross.

No otra vez.

—Eres un idiota, Michel —dijo Gabbie rodando sus ojos verdes.

La esposa de Michel, una irlandesa-estadounidense de tercera generación,


tenía lo suficiente de su cultura para matizar sus palabras y la inflexión de su
discurso. Catherine se partía de risa la mayor parte del tiempo. Especialmente
cuando la mujer irlandesa salía a insultar a Michel.

—No me llames así —dijo el hermano de Catherine.

—Lo digo con amor.

—Claro, pero en tus ojos veo el insulto.

—Necesitas que te revisen los ojos, Michel.

La parte del hermano mayor de Catherine que más le gustaba era su esposa,
Gabbie. Michel era un idiota malhumorado y difícil en sus buenos días, pero su
esposa era el lado más ligero de su personalidad.

Eran ideal para hacer divertidas las cenas familiares.

—¿Tu residencia estará terminada en qué, unos meses? —preguntó el padre


de Catherine desde la cabecera de la mesa.

Michel asintió.

—Largas horas —dijo Gabbie antes de tomar un trago de vino.

—¿Y ya decidiste qué vas a hacer después? —preguntó Catrina a su hijo.

—Práctica privada —dijo Dante antes de que Michel pudiera.

Michel sonrió de lado.

—Papá lo sabe. Mejor dinero, ya sabes.

Gabbie suspiró.

—No se trata solo del dinero, Michel.

—Es todo sobre el dinero —argumentó Michel.

—No todo —cantó Gabbie.


El padre de Catherine se rio en la cabecera de la mesa, la alegría en sus viejos
ojos suavizó sus facciones. Dante a menudo se presentaba como intenso y
severo. Tanto así, que intimidaba a la mayoría de las personas que entraban en
contacto con él. Catherine sabía que eso era simplemente porque la gente
realmente no sabía quién era su padre.

Claro, él era un gran jefe del crimen.

Pero también era papá.

Él era un hombre de familia.

Él amaba.

—¿Qué tal la escuela? —preguntó Catrina, su aguda mirada cayó sobre


Catherine.

—Bien —respondió Catherine.

—Maravilloso —dijo Dante, sonriendo ampliamente—. Solo quedan un par


de años, Catty.

Catherine se obligó a aceptar eso. La verdad era que podría ser más que un
par.

Dante miró a su hija en silencio, como si estuviera buscando algo que no


existía. Con demasiada frecuencia, su padre hacía esas tonterías. También era
muy bueno en eso.

—Hablé con Andino hoy —dijo Dante.

Mierda.

Catherine pinchó un trozo de filete cortado y preguntó:

—¿Oh?

—Sí, mencionó que te detuviste a comer en el restaurante.

—Lo hice.

—¿De qué me perdí? —preguntó Michel.

—De nada —dijo Catherine.

—Oh, debe haber algo dada la forma en que luces —dijo Catrina—. O más
bien, la forma en que estás tratando de no lucir, Catherine.
Dio2.

Por eso Catherine a veces evitaba a su familia. Ellos hacían un punto en todo
y metían la nariz donde no pertenecía.

—¿Estás viendo al chico Donati otra vez? —preguntó Dante de la nada.

Catherine dejó caer su tenedor. Aterrizó en su plato con un fuerte ruido. Fue
el único ruido que hizo la mesa durante los diez segundos enteros que pasó
mirando a su padre con la boca abierta.

—¿Qué? —Catherine finalmente logró preguntar.

—Donati. Cross. El hijo de Affonso Donati. —Dante frunció el ceño cuando


Catherine permaneció en silencio—. ¿Por qué te haces la tonta, Catherine? Sabes
de quién estoy hablando. Saliste con él por años.

—¿Por qué crees que estoy saliendo con Cross otra vez?

—Andino mencionó…

—¿Qué, que Cross se apareció en el restaurante de Andino y tuvimos una


conversación, papá?

Catherine dejó escapar un fuerte suspiro, más frustrada que nunca. Si bien
su padre nunca le había dicho explícitamente que no podía salir con Cross, él
nunca había aprobado totalmente al hombre. Catherine sospechaba que era solo
porque estaba interesado en ella, y a Dante nunca le gustaron los chicos que
rodeaban a su hija.

Eso y la larga historia que Catherine y Cross tenían juntos. Una historia que
eventualmente terminó muy mal.

Dante levantó una ceja, e instantáneamente, Catherine se calló. Ella sabía


qué líneas cruzar con su padre y cuáles nunca tocar. Ser grosera era algo que él
no aceptaría. No importaba la edad que tuviera.

—Lo siento —murmuró Catherine rápidamente.

—Está bien —dijo Catrina, parándose de la mesa—. Michel, vamos a…


hacer algo por unos minutos.

—Vamos, Gabbie —dijo Michel, tendiéndole la mano a su esposa.

Catherine se centró en su plato en lugar de los ojos de su padre que la


quemaban.

2 Dios: Dios en italiano.


—Dímelo, papi —dijo Catherine.

Dante suspiró.

—Solo quería una respuesta, Catherine.

—Te di una.

—Que tuviste una cita con Cross Donati en el restaurante de Andino. Sí, lo
tengo.

—¿Qué cita? —preguntó Catherine—. No fue una cita.

—¿No lo invitaste allí?

—No.

Dante se quedó en silencio.

A Catherine no le gustó eso en absoluto.

—¿Qué? —exigió ella.

—¿Estás saliendo con alguien? —preguntó Dante en lugar de responder.

Catherine apaciguó su frustración.

—¿Por qué, así puedes pagarle a quien sea que sea para alejarse de mí? Sé
lo que sientes por los hombres en mi vida, papá.

—No le he pagado a nadie, Catty.

—Probablemente lo hayas pensado.

La mejilla de Dante se torció antes de asentir una vez.

—Te daré eso.

Sonriendo, Catherine dijo:

—No estoy con nadie. Y ciertamente no Cross Donati. Dijo que se apareció
en el restaurante por negocios con Andino.

Bueno, había dicho negocios. Catherine supuso que eso significaba con
Andino.

—Andino dijo que no había invitado a Cross, cariño.

Catherine se quedó quieta en su silla, asimilando las palabras de su padre.

¿Qué significaba?

¿Cross la había buscado?


¿Por qué?

l
Catherine se acarició el interior de la muñeca izquierda con el pulgar de la
mano derecha. Aún podía sentir la cicatriz levemente levantada que le había
dejado su momento más oscuro, pero no era visible a simple vista. Lo cubrió un
año después del incidente con un pequeño tatuaje.

Una cruz negra y limpia.

No estaba segura de qué la hizo tocar la cicatriz, pero se había convertido


en un hábito a lo largo de los años. Como un recordatorio, tal vez, cuando su
estrés y ansiedad se volvían excesivos de que había sobrevivido a cosas
peores. Ella había caído una vez, hecha añicos, y luego se había recompuesto.

—¿Catherine?

Al oír la voz de su madre, Catherine rápidamente deslizó los brazaletes de


su brazo hacia abajo por su muñeca. Cubría el tatuaje y ocultaba lo que había
estado haciendo. Por supuesto, su familia conocía el tatuaje y la cicatriz que
cubría, pero no le gustaba preocuparlos. Siempre que uno de ellos la sorprendía
mirando el tatuaje, o peor aún, tocándolo, instantáneamente se ponían…
nerviosos.

La miraban con atención.

Por demasiado tiempo y demasiado duro.

Ellos permanecían cerca.

Catherine entendía por qué, claro, pero deseaba que no hicieran eso en
absoluto. Ella no era una muñeca frágil; su depresión nunca había regresado con
una fuerza tan ensordecedora. Su ansiedad no la paralizaba.

Ella estaba bien.

Quería seguir estando bien.

—¿Sí, Ma? —preguntó Catherine.

Catrina se sentó en el otro extremo del sofá con una copa de vino en la mano.

—Tu padre quería que comprobara si te quedarías a pasar la noche.


—Supuse que bien podría hacerlo. Es un largo viaje de regreso a la ciudad.

Catherine vivía en un apartamento cerca de la Universidad de Columbia.

Catrina asintió.

—Por supuesto.

—Sin embargo, tengo un trabajo que entregar mañana por la mañana, así
que puede que me vaya temprano.

No se molestó en mencionar que también tenía que pasar por el restaurante


de su primo Andino de nuevo para agarrar su mierda durante el próximo
mes. Sobre todo, porque sus padres no sabían que ella vendía drogas para su
primo como uno de sus muchos traficantes. A pesar de que su familia estaba llena
de criminales y construida sobre un imperio criminal bajo el juramento de la Cosa
Nostra, Catherine mantuvo el hecho que traficaba en el lado ilegal de esa vida en
privado y en secreto.

No creía que lo aprobarían. Después de todo, sus padres parecían estar de


acuerdo con empujarla hacia la universidad. Nunca habían alimentado su
curiosidad sobre sus negocios y actividades ilegales cuando era más joven. Ella
tropezó con el trabajo con la ayuda de sus primos mayores, que ahora actuaban
como Capos para la familia de su padre.

En realidad, decidió no decirles la verdad a sus padres porque no quería su


decepción. Estaba segura de que eso era todo lo que saldría de ella contándoles.

Catherine era una traficante de un calibre ligeramente superior. No andaba


por las calles vendiendo drogas ni suministrando en callejones sucios. No, ella
era de la élite de Nueva York simplemente por su apellido y pedigrí. Eso la
llevaba a los eventos más importantes, a los estrenos y fiestas más exclusivos, y
lo usaba a su favor. Su rostro no era reconocido solo por ser la hija de Dante
Marcello. Era reconocido porque cualquier cosa que alguien quisiera, sin
importar el veneno que eligieran, Catherine podía proporcionarlo.

Y lo hacía con una bonita sonrisa.

—Estás tomando clases de verano —dijo su madre en voz baja.

Catherine ocultó su ceño fruncido al alejar la mirada. No quería explicar


que estaba tomando clases de verano en un esfuerzo por ponerse al día con los
cursos que había abandonado el año anterior. Su vida ajetreada y, a veces, su falta
de interés en la universidad, le dificultaban hacer lo que tenía que hacer para
mejorar sus calificaciones. Ella no era estúpida. Simplemente no le importaba la
mayoría de las veces. Finalmente, había elegido una dirección cuatro años antes,
y sobre todo por su cuñada.

La carrera de Gabbie en defensa criminal le había interesado especialmente


a Catherine.

En ese momento.

Ahora, simplemente la aburría.

—Tomé algunas clases adicionales para mantenerme ocupada este verano


—dijo Catherine, esperando que su madre dejara el tema—. Tal vez adelantar los
trabajos antes del próximo año.

Debería haberlo sabido mejor.

Catrina no se disuadió fácilmente con las tácticas de distracción de otras


personas.

—¿Para mantenerte ocupada o porque las necesitas?

—Bueno, ambas.

—La escuela sigue siendo lo que quieres hacer, ¿no? Convertirte en abogada,
quiero decir. Tienes veinticinco, Catty. Todavía tienes mucho tiempo para
cambiar de opinión. Para ser honesta, siempre pensé que entrarías en algo con el
arte como foco.

—El arte siempre fue un pasatiempo, convertirse en abogado es una


realidad. —Catherine se encogió de hombros—. No estoy segura de qué más
haría, Ma.

Catrina miró fijamente a su hija durante un buen rato, sin decir


nada. Catherine casi sintió como si su madre estuviera buscando algo en los ojos
de su hija. O tal vez como si le estuviera pidiendo a Catherine en silencio que
hablara.

Finalmente, Catrina dijo:

—Sabes que estaremos orgullosos de ti sin importar lo que elijas hacer,


Catty. Pase lo que pase. Puedes tener éxito en cualquier cosa porque eres increíble
y no estoy segura de que sepas cómo fallar.

Ella miró los brazaletes que cubrían su muñeca y el tatuaje.

—Fallé una vez.

La mirada de Catrina siguió la de su hija.


—Una vez chocaste con un bache en la carretera. Es solo un fracaso cuando
no te levantas y sigues adelante.

—Cara te dijo que dijeras eso, ¿no es así?

—Cara fue una muy buena influencia en tu vida cuando la necesitabas —


respondió Catrina con una pequeña sonrisa—. Y nos dio a todos consejos que
valen la pena seguir. No solo a ti, reginella.

Pequeña reina.

Catherine miró a su madre.

—Ya no soy tan pequeña.

—Sigues siendo mi pequeña reina, incluso si tienes cincuenta años. Yo te


crie. Solo yo puedo transmitir esa corona, Catherine.

Su madre, la Queen Pin que traficaba para los ricos, famosos y mimados,
seguía siendo solo su madre al final del día.

Catrina se inclinó y agitó los brazaletes de la muñeca de Catherine. Expuso


el tatuaje de la cruz negra debajo de las joyas antes de que ella arreglara las
pulseras.

—Nunca había preguntado antes, pero me preguntaba… especialmente


después de la pregunta que hizo tu padre sobre Cross Donati en la cena.

—¿Qué cosa, Ma?

—Creo que todo el mundo asume que cubriste tu cicatriz con la cruz porque
somos católicos, y Dios. —Su madre puso los ojos en blanco. Si bien su padre era
devoto de Dios, su madre a veces dudaba en lo que ella sentía que valía su fe y
en lo que eran simplemente las expectativas de una religión organizada—. Sin
embargo, me pregunto si ese no es el caso. ¿Fue por Él, o por él, Catherine?

Ella podría haber mentido.

Seguía siendo una maldita mentirosa.

Catherine decidió decir la verdad.

—Cross era como un Dios para mí, de todos modos. Lo veneraba como a
uno. Así que supongo que se podría decir que fueron ambos.

Catrina dejó escapar un largo suspiro y bebió un sorbo de vino.

—Lo entiendo, Catty. Todas las mujeres que han amado lo entenderían.
l
Catherine se inclinó para acariciar al perro de su primo, Snaps. El pitbull
abrió un ojo perezoso y su cola rechoncha se agitó de felicidad. Según Andino,
Snaps podía ser un perro muy desagradable cuando tenía que serlo, pero ella
nunca lo había visto suceder.

—¿Quién es un buen chico, Snaps? —arrulló ella al perro—. Sí, tú lo eres. Sí


lo eres.

Su cola rechoncha se movió más fuerte, pero aún permanecía boca abajo en
el suelo junto al escritorio de Andino en la oficina del restaurante.

—Andino no te ama lo suficiente. No, no lo hace. Yo debería robarte y...

—No te llevarás a mi maldito perro, Catty, así que ni lo pienses.

Catherine le hizo un último cosquilleo a Snaps detrás de la oreja y se puso


de pie para mirar a su primo. Andino cerró la puerta de la oficina y se dirigió a
la silla detrás de su escritorio. Su gran figura descansaba en la silla con más gracia
de la que normalmente tendría un hombre de su tamaño. Le recordaba a un
apoyador con hombros anchos y pecho ancho. Muchos encontraban que los ojos
verdes de su primo eran fríos y su sonrisa un poco condescendiente. Demasiados
decían que solo era intimidante como el infierno.

Ella no encontraba eso en Andino Marcello en absoluto.

Por otra parte, era familia.

—Lamento no haberte llamado anoche —dijo Catherine—. Estaba en casa


de mis padres.

Andino desestimó las palabras con un gesto mientras abría un cajón del
escritorio.

—Está bien. Pensé que eso era lo que era, de todos modos. Ya que me iré de
la ciudad por un par de semanas, pensé que tal vez querrías conseguir tu mierda
temprano para que la aseguraras.

Él arrojó dos grandes sobres de burbujas al otro lado del escritorio donde
Catherine pudiera alcanzarlos. Ella recogió los paquetes y los metió en su enorme
bolso, donde permanecerían ocultos hasta que pudiera ocuparse del contenido.
Contenido significaba drogas.

Pastillas. Molly. Ácido. Cocaína.

Eso era lo de Catherine.

Descubrió que era más fácil administrar y distribuir píldoras, tabletas y una
cantidad determinada de polvo en una bolsita. Simplemente organizaba el
producto en bolsas de a uno o de dos en dos cuando se trataba de píldoras y
tabletas. Gotas de ácido sobre papel soluble. O suficiente cocaína en una bolsa
para cortar desde dos líneas grandes hasta cuatro pequeñas.

Era más simple y más rápido cuando estaba en medio de una fiesta o evento
en el que cuanto menos tiempo pasara con las drogas al aire libre, mejor. Si
alguien quería más de lo que ella había dado, entonces podría comprar más.

—¿Eso será suficiente para ti? —preguntó Andino.

Catherine asintió.

—Más que suficiente, probablemente.

—Entonces ve a hacerme algo de dinero, Catty.

Ella puso los ojos en blanco, pero realmente no le molestó. Andino había
sido el que le había enseñado a Catherine cómo vender todos esos años,
comenzando cuando tenía solo dieciséis años. No había sido él quien
suministraba las drogas en ese momento; ese era Johnathan. Sin embargo,
Andino le suministraba las cosas ahora.

Un golpe en la puerta de la oficina desvió la atención de Catherine de


Andino solo para ver a su primo mayor asomar la cabeza.

—Hola, John —dijo Andino—. Catherine se estaba yendo.

Johnathan entró en la oficina con una sonrisa.

—La casa estaba demasiado llena el otro día, primita. No te vi en mi fiesta


de bienvenida a casa.

Catherine sonrió al pasar junto a John para dirigirse a la puerta.

—¿Estamos llamando a su liberación de la prisión Bienvenida a Casa?

—Bueno, sí.

Él tiró de su cabello juguetonamente.

—Sigue así —advirtió Catherine.


—Catty, ni siquiera tienes garras —bromeó John.

—Eso crees. Como le dije a Andino, sigue llamándome Catty y voy a


empezar a cobrarte.

John resopló.

—Nunca te desharás de ese nombre ahora.

Si supieran quién se lo había dado y por qué...

Había extrañado a su primo durante su sentencia de tres años de prisión,


pero no podía negar que John se veía mucho mejor que cuando entró. Su
trastorno bipolar, también conocido como depresión maníaca, lo había puesto en
un mal episodio. Una pelea con Andino en un lugar público lo envió a prisión
después de que disparó un arma y agredió a varios policías.

Sin embargo, John estaba mejor.

Eso es lo que decían todos.

—Oh, ¿Andino? —preguntó Catherine mientras se acercaba a la puerta.

Andino le lanzó una mirada.

—¿Qué?

—¿Por qué le mentiste a mi papá sobre la razón por la que Cross estuvo
aquí ayer?

La ceja de John se arqueó mientras miraba a Andino.

—¿Como en Cross Donati?

Andino levantó un solo hombro.

—¿Qué pasa con eso?

—No sabía que rompías las reglas —murmuró John.

—Tengo negocios que manejar.

—Escucha —interrumpió Catherine para que su voz se escuchara—. En


serio no me importa de lo que estén hablando ustedes dos. Pero, Andino, no
hagas que mi padre tenga un ataque por mí y Cross. Lo tenías pensando que
estaba saliendo con él de nuevo.

Andino se rio.
—Bueno, no podría decirle que estábamos trabajando juntos. Eso no habría
salido bien, créeme.

—No me uses para tu beneficio —advirtió ella.

—Solo vete, Catty. Déjame preocuparme por negocios de Capos y tú por el


tuyo.

—Y tal vez mantente alejada de Donati —agregó John—. No querrías irritar


al jefe, ¿eh?

—El jefe es mi padre —señaló Catherine.

John asintió.

—Sí, pero no el de Cross.

Tenía razón.

Catherine decidió no debatirlo más, aunque solo fuera porque no le gustaba


la forma en que la hacía sentir. Sus manos pesadas, su pecho apretado y sus pies
débiles. No era tanto la conversación, sino Cross.

Ella estaba tan bien. Se suponía que él era un pensamiento de fondo en su


vida. Excepto que... aparentemente no lo era.

Catherine no estaba interesada en causar algún tipo de problema con su


familia, o preocuparlos, así que obligó a Cross a salir de su mente. Al menos, por
el momento. Fue lo mejor que pudo hacer.

No podía decir cuánto duraría.

l
Catherine cortó el lado del ladrillo envuelto en celofán para abrirlo y lo
inclinó hacia un lado para dejar que el polvo blanco se acumulara en la gramera
digital. Se puso la mascarilla médica en la boca mientras observaba cómo el
número en la escala subía hasta donde quería. Rápidamente, dejó el bloque de
cocaína a un lado y usó un cuchillo para deslizar el polvo de la balanza y meterlo
en una bolsa de espera.

Cuando comenzó a traficar, Andino o John se encargarían de manejar esta


parte de su negocio. En realidad, ella rara vez tocaba las drogas con sus propias
manos, excepto cuando estaba haciendo un intercambio entre ella y la persona
que compraba. Incluso entonces, solo tocaba una bolsa con drogas adentro.

Entonces, un día, Andino le entregó un bloque de cocaína y bolsas de


pastillas y le dijo que se las arreglara por su cuenta. Él ya no tenía tiempo de
cortar su producto correctamente. Tenía que hacerlo ella misma.

Así que lo hizo.

Desafortunadamente, se suponía que manejar drogas era una línea dura


para alguien como ella con el tipo de historia que tenía. Ella era el tipo de persona
que prefería automedicarse para eliminar la depresión y la ansiedad, y lo había
hecho más de una vez con medicamentos recetados.

Cara, su antigua terapeuta, había sido una de las pocas personas que sabía
sobre el abuso de drogas de Catherine y su tiempo pasado traficando con su
primo. Se apresuró a señalar los peligros y la probabilidad de recaída cuando la
sustancia estaba tan disponible, sin mencionar ser una parte de su vida cotidiana.

Sin embargo, Catherine nunca tocó las drogas.

Ni siquiera bebía.

El timbre de su celular la sacó de sus pensamientos, y Catherine se bajó la


máscara médica mientras alcanzaba el dispositivo. Dando la espalda a su trabajo,
respondió la llamada sin verificar primero la identificación.

—¿Hola?

—Catherine.

Se convirtió en piedra en el acto, insegura de haber escuchado


correctamente la voz de la persona que llamaba. Excepto que ella lo conocía
porque su voz era inconfundible. Nunca podría olvidar la forma en que sonaba
murmurando en su oído.

—Cross —dijo Catherine—. ¿Cómo obtuviste mi número?

—Nunca lo has cambiado, nena.

Ella se humedeció los labios e intentó ignorar lo malditamente bien que


sonaba. Como terciopelo triturado y oro líquido. Sedoso, caliente y costoso. Un
precio que no sabía si podía pagar.

Un costo como su corazón.

—¿Simplemente lo recordaste? —Catherine se obligó a preguntar.


Cómo mantuvo la emoción persistente fuera de su tono, no lo sabía.

—Recuerdo muchas cosas —respondió Cross.

—¿Por qué me estás llamando?

—No respondiste a mi pregunta ayer en el restaurante.

—¿Qué pregunta?

—Quería que salieras conmigo este fin de semana —dijo como si no fuera
nada en absoluto.

—En realidad no preguntaste eso, Cross. Simplemente lo dijiste.

—¿No recuerdas lo que te dije hace años?

—Dijiste muchas cosas —murmuró Catherine.

También le rompió el maldito corazón con sus palabras.

—Te dije que en lo que a ti y a mí concernía, te diría lo que quería y tú


estarías de acuerdo o no. Eso es todo. Nada de juegos. Eso sigue en pie, Catty. Te
estoy diciendo lo que quiero.

Ella dejó escapar una corriente de aire lenta y larga. Despreciaba que una
parte de ella estuviera absolutamente dispuesta a estar de acuerdo y encontrarse
con Cross. Al menos para ponerse al día y ver si las cosas todavía se sentían igual
cuando él estaba cerca. El problema era que ella sabía que se sentiría igual. ¿Cómo
no iba a ser así, cuando este era el único hombre que ella había amado?

Catherine no estaba dispuesta a dejar que algo tonto como viejos


sentimientos y recuerdos polvorientos le arrancaran el corazón de nuevo. No
caería, chocaría ni se quemaría con Cross Donati una vez más.

—¿Catty? —preguntó él.

—Sabes, eres la única persona a la que no me importa que me llame Catty.

—Yo empecé el apodo.

—Nadie sabe por qué.

Juró que podía sentir la sonrisa de Cross en sus palabras cuando murmuró:

—Nadie necesita hacerlo.

Catherine se obligó a salir de los pensamientos y recuerdos sucios que


llenaban su mente. No necesitaba soñar despierta para recordarle cómo y por qué
se ganó ese apodo de parte de Cross.
—Han pasado años, Cross —dijo Catherine en voz baja—. Años. ¿Y
qué? ¿Me ves por casualidad en un restaurante y de repente decides meterte de
nuevo en mi vida? Ni una sola vez en casi siete años te has acercado a mí, y me
gustaba bastante de esa manera.

—Han pasado años —concordó él.

—Exactamente.

—Pero apuesto a que se siente como si fuera ayer, ¿no es así, nena?

Catherine se mordió el labio inferior para no estar de acuerdo.

Porque tenía razón.

No sabía si le gustaba o no.

—Déjame llevarte a una cita —dijo Cross cuando ella se quedó callada—.
Ni siquiera tiene que ser este fin de semana. Dejaré que me llames la próxima
vez. Ahora tienes mi número.

—Cross…

—¿Se siente como si fuera ayer, Catty?

—Eso no significa que lo quiera, Cross.

—Veo que sigues siendo una mentirosa.

—Te lo haré saber —dijo Catherine rápidamente, queriendo alejarlo del


tema de sus mentiras—. Sobre salir a algún lado o encontrarnos. ¿Bueno?

—Te tomaré la palabra en eso.

Ella no dudó de él.

Catherine colgó el teléfono sin despedirse.


Capítulo 3
Cross se paró en el borde del muelle mientras descargaban las cajas de un
barco de pesca. Respiró por la boca, decidido a no oler a pescado podrido cuando
saliera del puerto.

—¿No pudiste traerlas en algo más que ese pedazo de mierda? —preguntó
Cross.

Andino Marcello se metió las manos en los bolsillos cuando se acercó a


Cross.

—Trabaja con lo que tienes a veces, hombre.

—Odio los barcos de pesca por armas. Hace que el metal huela a
pescado. Tienes suerte si lograste traerlo sin que al menos una caja se mojara. Si
se moja, corre el riesgo de arruinar las armas. Y entonces, tendrás un comprador
enojado.

—Soy consciente.

Cross miró la tercera caja sacada del barco. Los trabajadores la cargaron en
una plataforma rodante y la empujaron por el muelle pasando a los hombres que
miraban.

—¿Cuántas armas en este barco?

—Todos los AR-15. Debería haber cien. Otra carga llegará la semana que
viene. Y otra la siguiente. Recibiremos el envío final un par de semanas antes de
la fecha límite de entrega.

—No hay forma de que quepan cien AR en esas tres pequeñas cajas a menos
que estén desarmadas.

—Deberían estarlo —dijo Andino.

Genial.
—Entonces hay que abrir las cajas. Todas. Las armas deben ensamblarse,
revisarse y desmontarse nuevamente antes de volver a empacarlas.

Andino lo miró.

—¿Por qué mierda harías eso? Eso es mucho trabajo y tiempo para gastar
en armas que ya están listas para enviarse. Todo lo que tenemos que hacer es
trasladarlas del almacén a un bote nuevamente, Cross.

—Así es como tú lo haces —respondió encogiéndose de hombros—. No es


así como yo lo hago. Mi nombre está atado a esta carrera al igual que el tuyo. En
realidad, quizás más que el tuyo, Andino. Míralo así: simplemente vendiste las
armas. Soy yo quien necesita llevarlas todas allí en una sola pieza y en
funcionamiento. Si la carrera termina con algunas armas faltantes o un par de
armas arruinadas, simplemente le devolverás el dinero al comprador o lo
resolverán de alguna manera. ¿Pero yo? Mi nombre está jodido.

Cross hizo un gesto con la mano a los hombres que seguían empujando las
cajas hasta un camión que esperaba.

—Así que sí, todas y cada una de esas cajas y todas las que vengan necesitan
ser abiertas, armadas, revisadas y luego desmontadas y empacadas. No voy a
darle armas jodidas a alguien como Rhys Crain. Confía en eso.

—Estoy empezando a arrepentirme de haberte pedido que corrieras estas


armas.

Cross se rio secamente y se volvió para salir del muelle.

—Sin embargo, aquí estamos.

—Suerte la mía.

—Asegúrate de que alguien esté revisando esas armas. Reúne un equipo de


muchachos para hacerlo. No me importa.

Andino asintió una vez mientras bajaban del muelle.

—Está bien, lo que sea. Si eso te hace callar, lo haré.

—Nada me hace callar —dijo Cross—, pero no por eso quieres que corra tus
armas, ¿verdad?

—Debería haberme quedado en Atlantic City una semana más —murmuró


Andino.

—¿Qué estabas haciendo en Nueva Jersey?


—Tomando un pequeño descanso de la vida.

Miró de reojo al Capo Marcello, considerando las palabras del hombre.

—¿La vida es demasiado rápida para ti o qué?

—Lo es cuando alguien decide que mi vida debe cambiar sin mi opinión —
respondió Andino, sin ofrecer más—. Sin embargo, las dos semanas de descanso
fueron buenas para mí. De vuelta al trabajo ahora.

Cross ahora entendía por qué Andino había tardado dos semanas en
comunicarse con él con más información sobre la entrega de las armas. También
habían pasado dos semanas desde que Cross había tenido noticias de Catherine,
pero eso tenía que ver con Andino.

Optó por esperarla.

La chica siempre pensaba demasiado.

Cuando los dos hombres se detuvieron detrás del remolque del camión de
dieciocho ruedas, Andino se puso el índice y el pulgar entre los labios y silbó. El
sonido penetrante llegó a los ruidosos muelles. Menos de dos segundos después,
un pitbull del color del óxido salió arrastrándose desde debajo del Range Rover
estacionado de Cross. Cross ni siquiera había visto al perro antes de ese
momento.

—Ven aquí, Snaps —ordenó Andino, señalando con el dedo el suelo a sus
pies.

El perro hizo lo que le dijeron, pero un ojo negro se quedó en


Cross. Mientras Andino rascaba al pitbull detrás de la oreja, su cola rechoncha se
movía contra el suelo. Aun así, el perro siguió mirando a Cross como si no
confiara en él.

—Parece que está considerando morderme —dijo Cross.

Andino sonrió.

—No a menos que yo le diga que lo haga.

—Es bueno saberlo.

—No te ofendas. No le gustan los hombres en general.

—Excepto tú, al parecer —señaló Cross.

—Sí, bueno. —Andino no ofreció nada más.


Antes de que el camión se fuera para guardar las armas, Cross quería abrir
una de esas cajas y hacer una revisión superficial de los rifles en el
interior. Esperó hasta que los hombres que habían cargado las cajas con un
montacargas salieran del remolque antes de entrar. Andino se quedó con su
perro.

Cross sacó una palanca que colgaba de una rejilla dentro del remolque y la
usó para abrir el lado de la caja más cercano a las puertas de carga. Metió la mano
en el interior y movió el heno de embalaje hasta que el metal suave se encontró
con las yemas de sus dedos. Repitió el proceso a través de diferentes partes del
heno hasta que estuvo satisfecho.

Saltó del camión después de devolver la palanca.

Andino ahora sostenía una carpeta manila que le entregó a Cross.

—Tengo una fecha final sobre la entrega y el lugar donde Rhys quiere
intercambiar las armas.

Cross abrió la carpeta y miró los nuevos detalles. El dieciséis de noviembre


era la fecha límite, solo tres meses a partir de entonces. Dejarlas en el Golfo de
México, al parecer, preferiblemente con un intercambio entre barcos.

—Puedo encargarme de todo esto —dijo Cross—. ¿Tienes un bote para que
lo use o quieres que lo resuelva por mi cuenta?

—¿Un viaje en un hermoso yate de lujo se adaptaría a sus gustos?

Cross sonrió.

—Ahora estás hablando.

—Tendré un puerto despejado para el momento de la entrega. No


tendremos problemas allí con un pequeño soborno.

—Tengo un contacto con la guardia costera en el que puedo trabajar.

—Parece que todo está saliendo bien.

—No seas engreído —dijo Cross, riendo—. Nunca sirve de nada.

—Mira quién habla.

—Soy arrogante. Hay una diferencia.

—Por supuesto. —Andino asintió hacia el interior del remolque—.


Entonces, ¿está todo bien o qué?
—Esa caja está seca. Fue la última en bajar del barco, por lo que fue la más
cercana al tanque de agua. Si está seca, sospecho que las demás también lo están.

Andino asintió.

—¿Estás satisfecho?

—Intenta traer el resto aquí en cualquier cosa que no sea un maldito barco
de pesca, hombre.

—Sin promesas.

Sí, nunca las había en esta vida.

l
—Te perdiste el tributo el lunes pasado —dijo Calisto.

—¿Me necesitaban?

—Sabes que ese no es el punto, hijo.

Cross tomó asiento en el sofá de cuero de la oficina de su padre. Por lo


general, el espacio era un lugar reconfortante para él. Tenía buenos recuerdos de
su juventud, y especialmente buenos recuerdos de Calisto.

En ese momento, sin embargo, se sentía frío. Eso era por muchas de las
emociones encontradas de Cross que le causaban malestar, por supuesto, pero no
lo hizo menos real.

—Aparte de contar el dinero en efectivo cuando Wolf no tiene ganas de


hacerlo —dijo Cross—, realmente no necesito ir al tributo. No es que te deba uno
personalmente. Te pago mis deudas mientras hago mi dinero.

Cross no era un Capo bajo su padre, como lo eran muchos de los hombres
Donati. Era el subjefe de su padre: ayudaba a manejar a los hombres y sus
negocios cuando era necesario. La parte del dinero de sus negocios, por otro lado,
estaba vinculado únicamente al tráfico de armas en Chicago.

Cuando ganaba dinero haciendo eso, Cross le pagaba las cuotas a su jefe.

Así es como funcionaba.


Claro, también tenía otros negocios, pero no estaban vinculados a la mafia
Donati. No necesitaban que les pagaran cuotas. Limpiaba su dinero sucio a través
de negocios repartidos por la ciudad en los que tenía inversiones. Clubes,
restaurantes, concesionarios de autos usados y más. Cualquier cosa que fuera un
negocio principalmente en efectivo, su administrador de dinero estaba en eso
como moscas en la mierda. Invertir y ser propietario de negocios como esos
también le ayudaba a ganar más dinero mientras legitimaba su dinero sucio.

—Es cierto —dijo finalmente Calisto—, pero ese todavía no es el punto.

—Entonces, ¿cuál es el punto, Cal?

Calisto frunció el ceño.

—¿No Papà hoy, Cross?

—Depende de mi humor. No es jodidamente muy bueno en este momento.

—Al menos no en lo que a mí respecta, ¿eh?

Cross no haría esto hoy.

Al menos, no con Calisto.

—Adelante —dijo Cross en voz baja.

Calisto suspiró y se pasó una mano por la cara.

—Tienes que rendir tributo sin importar si debes cuotas o no. Es el respeto
del asunto. No puedes ignorar a alguien porque estás de mal humor
conmigo. Para que quede claro, Cross.

—Bien.

—Ahora, ¿qué querías? —preguntó Calisto—. Tú fuiste quien pidió esta


reunión hoy. ¿Qué necesitabas?

Durante un largo momento, Cross se limitó a mirar a su padre. Podía ver


claramente las similitudes entre ellos destacando mucho más que nunca. Era
como mirarse en un espejo un poco más viejo cuando miraba los rasgos de
Calisto. Eso siempre los había hecho pasar como parientes y los genes
dominantes Donati que compartían.

Ciertamente no que estuviera mirando a su padre.

Cross no se había sentado con Calisto, o con su madre, en semanas. Había


ignorado sus llamadas, los mensajes de su madre sobre cenas e iglesia, e incluso
su hermana lo llamó para preguntar qué diablos le pasaba últimamente. Supuso
que Emma probablemente se había quejado con Camilla por su falta de presencia
en la casa la última vez que su hermana llamó desde Chicago.

Esta era la primera vez que realmente se había sentado con Calisto y
hablado con él desde esa noche en que vino durante el episodio de su padre.
Incluso su madre no había permanecido demasiado a su alrededor cuando entró
por primera vez en la casa.

—Necesito informarte sobre algo que estoy haciendo —dijo Cross.

La frente de Calisto se hundió.

—¿Por qué?

—Porque involucra a otra familia de Nueva York, y técnicamente soy un


hombre Donati. Tu hombre hecho. ¿No debería avisarle a mi jefe cuando estoy
involucrado en los planes de otra familia?

—¿Es eso lo que es, un plan?

Cross inclinó su mano como diciendo, algo así.

—¿Entonces qué es? —preguntó Calisto.

—Le debo a Andino Marcello un favor de hace años. Decidió cobrarlo


ahora.

—¿Un favor por qué?

Cross puso su expresión en blanco, sin querer explicar exactamente qué lo


había llevado a esta posición años atrás.

—Por algo, ese no es el punto.

—¿Qué te tiene haciendo, hijo?

—Entregando algunas armas a un comprador en el Golfo.

La mirada de Calisto se endureció y su mandíbula se tensó. Aun así, se


quedó en silencio. Cross sabía que su padre estaba instantáneamente irritado por
la noticia, de cualquier manera.

—Debería ser una carrera rápida y limpia —aseguró Cross—, y luego


terminaré con él. La deuda estará pagada.

—Supongo que una advertencia mía sobre la familia Marcello no le servirá


de nada.

—Si es necesario, entonces hazlo.


Calisto puso los ojos en blanco.

—Dante Marcello ya ha dejado muy claro que debes mantenerte alejado de


su lado de Nueva York y de sus hombres. No quiere que nadie de la familia
Donati, pero especialmente tú, toque su negocio. Estoy extremadamente seguro
de que manejar sus armas entra en esa categoría, Cross.

—Lo que Dante no sabe, no le hará daño.

—Jesús. —Calisto dejó escapar un suspiro lento—. ¿No fueron suficientes


tres años en Chicago para que aprendieras a no presionar a ese hombre?

Cross sonrió.

—No realmente.

—Entonces tal vez tu hombro o tu cara rota lo fueron, Cross. Quiero decir,
nunca me confirmaste que fueron ellos, pero…

Ante la mención de la herida en su hombro que hacía mucho tiempo que se


había curado por fuera, sintió un dolor punzante por dentro.

Cross se negó a pensar en eso.

—Un hombre es tan bueno como su palabra —le dijo a su padre—, y yo le


di la mía a Andino. No obstante, necesitabas saber qué estaba pasando, así que
te lo hago saber. Te agradecería que no lo mencionaras fuera de nosotros, ya que
no, no sería bueno que Dante se enterara de que estoy corriendo sus armas antes
de que pudiera entregarlas.

—Bien, pero maldita sea, trata de que no te maten en el proceso.

—Por supuesto.

Cross se puso de pie, terminando la conversación y la reunión.

—¿No te vas a quedar? —preguntó Calisto—. ¿Ni siquiera para cenar?

Su andar dudó en la puerta y sus hombros se tensaron.

—No.

—Cross, quédate y habla un poco más.

—Sabes por qué necesito tiempo para mí ahora mismo, Cal —murmuró él.

—Lo hago, pero si me dejas explicarte algunas de las cosas que sucedieron
en ese entonces, es posible que lo entiendas. Tu madre y yo te amamos, Cross. Por
favor, déjame…
—Necesito tiempo —repitió.

Con eso, Cross salió de la oficina.

Su madre se quedó en la entrada de la cocina mientras él bajaba por el


pasillo. Sus ojos verdes permanecieron clavados en el suelo, y odiaba la idea de
que le estaba causando algún tipo de dolor. Sin importar qué, adoraba a su
madre. La amaba hasta la muerte.

Malditas elecciones de mierda.

Cross se detuvo el tiempo suficiente para rodear con un brazo los hombros
de su madre y besarla en la parte superior de la cabeza.

—Te amo, Ma.

Emma le dio unas palmaditas en la mejilla con suavidad.

—Lo sé, mi niño.

—No un niño, ¿eh?

—Siempre mío —respondió ella—. Siempre nuestro hijo salvaje, incluso de


adulto.

—Claro, Ma.

—No te alejes por dos semanas otra vez.

Cross dejó escapar un fuerte suspiro, pero no negó su petición. Volvería


antes. Por su madre, de todos modos. Solo deseaba poder deshacerse de ese
sentimiento de traición que persistía mientras estaba allí.

Era jodidamente lo peor.

l
Cross cerró la puerta de su pent-house en Manhattan y se empapó del
silencio y la calma del lugar. A pesar de vivir en Chicago durante tres años, había
extrañado mucho Nueva York y su casa. Por muchas razones. No le gustaba
pensar demasiado en la mayoría.

Esas razones tenían que ver con Catherine.


Se encogió de hombros y se quitó la chaqueta mientras se dirigía hacia el
pasillo trasero del dormitorio principal. Dejando caer el artículo sobre la cama, se
quitó los zapatos y se desabrochó los pantalones. Vació los bolsillos y sacó un fajo
de dinero en efectivo, su billetera y un celular en la mesita de noche.

La funda del arma, y la Eagle en el interior, los pone a un lado los artículos
antes de quitarse la camisa de vestir. También tiró los pantalones a la cama,
sabiendo que el traje tenía que ir a la tintorería. Una vez que estuvo de pie con
nada más en bóxer, se dirigió al baño de la habitación, necesitando agua caliente
golpeando sus músculos cansados.

Fue un día muy largo corriendo de un lado a otro de Nueva York sin
parar. Sobre todo, a Cross le gustaba lo que hacía. A pesar de vacilar entre
convertirse en un hombre hecho o dedicarse exclusivamente a las armas cuando
era más joven, terminó con un término medio feliz. Uno con el que estaba bien, y
generalmente lo manejaba bien. Hasta cierto punto. Todavía era mucho
trabajo; todavía estaba exhausto la mayor parte del tiempo.

También valía la pena.

Él era bueno en ambos.

Pensó que eso superaba los días largos, las noches cortas y el estrés que a
veces acompañaba a todo.

Cross abrió la ducha y dejó que el agua se calentara mientras sacaba una
toalla blanca y suave de debajo del mostrador. De pie, vio su reflejo en el espejo.

Rara vez veía su propio rostro.

Siempre veía otras dos cosas primero.

Uno, el tatuaje en su caja torácica y las palabras escritas que le recordarían


para siempre dónde estaría su corazón. L'amore é forte come la morte. Podía mirar
las palabras por más tiempo del que debería sentirse cómodo, pero eso era solo
porque no tenían que ser palabras reconfortantes para ser verdad. El amor no
siempre era reconfortante, después de todo.

Y dos, la cicatriz en la parte superior de su hombro izquierdo. La herida


curada le había fallado en darle el hombro por unos pocos milímetros, dejándolo
con una cicatriz dentada en la que podía colocar el dedo en la ranura. Se había
desvanecido un poco por la desagradable herida roja que una vez había resaltado
en su piel de tono oliva. Ahora, era más rosada. Si bien no dolía la mayor parte
del tiempo, aún podía ser sensible al tacto cuando pensaba demasiado en cómo
lo había conseguido.
La única bala que alguna vez le han disparado, aunque no lo mató.

En ese momento, Cross casi había deseado que así fuera.

El ruido de la ducha continuó, casi haciendo que Cross se perdiera el sonido


de un mensaje entrante en su teléfono. Podría haber dejado el mensaje de texto
para después de terminar su ducha, pero se suponía que se reuniría con Zeke por
la mañana para desayunar. Por si su amigo cancelaba, Cross quería saber si
dormir hasta tarde era una buena posibilidad.

Agarró el teléfono de la mesa de noche para ver el nombre de un contacto


desplazarse por la pantalla que lo hizo sonreír. Contacto C.M. Catherine. Solo les
ponía a las personas sus iniciales en su teléfono como su nombre de contacto y, a
veces, sus apodos, ya que eso solo confundía a las personas si vieran su lista.

Desafortunadamente, el texto de Catherine no fue digno de una sonrisa.

De ningún modo.

No a la cita, Cross, decía.

Se frotó la comisura de la boca con la yema del pulgar mientras leía el


mensaje por segunda vez y luego por tercera vez. Podría haber respondido,
incluso preguntado por qué. En lugar de eso, volvió a dejar el teléfono en la
mesita de noche.

Claro, apestaba.

Realmente apestaba.

Aun así, si había algo que sabía sobre Catherine, era que nadie iba a obligar
a esa mujer a hacer algo que no quisiera hasta que estuviera lista para hacerlo. Él
incluido.

Necesitaba tiempo.

Ya había esperado siete años.

¿Qué era un poco más?


Capítulo 4
—Bueno, esto es un espectáculo extraño —dijo una voz familiar.

Catherine miró por encima del hombro a la mujer que entró en la oficina y
sonrió.

—¿Eh?

—Por lo general, para nuestras charlas, estarías en el suelo o mirando una


pared. Nunca, jamás sentada derecha y esperándome, Catherine.

—Vamos, eso no es del todo cierto, Cara.

Su antigua terapeuta sonrió mientras se sentaba en el sillón frente a


Catherine.

—Tienes razón; solo estoy bromeando. ¿Cómo estás?

—Muy bien —dijo Catherine—, en su mayor parte.

Cara se echó su cabello rojo y rizado detrás de las orejas y sus ojos azules
observaron a Catherine. Catherine pensó que Cara, como su propia madre,
estaba envejeciendo con gracia para las mujeres de su edad. Todavía aferrándose
a la belleza con un agarre firme, pero mostrando la vida que vivieron con las
pequeñas líneas alrededor de sus ojos y sonrisas.

—¿Ya te graduaste de Columbia? —preguntó Cara.

Catherine hizo una mueca.

—Tengo otros dos años, al menos, para completar mi programa de


posgrado.

Cara arqueó una ceja.

—Te decidiste por la ley hace años, ¿no? Ya estuviste ahí durante años.

—Las cosas seguían metiéndose en el camino. Tomé dos clases este verano
solo para ponerme al día.
—¿Cosas como qué?

A Cara no se le pasaba nada. Catherine aprendió eso rápidamente hace


años.

También aprendió a no mentir.

—Mi trabajo para mi primo —dijo Catherine.

Cara emitió un sonido silencioso y no sorprendido antes de decir:

—Para, ahora. No con, noté.

Catherine levantó una mano como diciendo, lo que sea.

—Andino está más involucrado con los negocios de papá al ser su hombre
ahora. Trabajo para su lado de las cosas.

—Suministrar, quieres decir. Traficar con drogas. Veo que todavía te cuesta
explicar lo que haces.

—No realmente, pero incluso cuando estoy trabajando, no uso ese tipo de
palabras. No es bueno hacer que las personas que compran sientan que están
haciendo algo mal o sucio. Esa es la Clase de Negocios Para Principiantes.

Cara se rio.

—Tendré que preguntarle a Gian sobre eso, entonces.

Gian, el esposo de Cara, era un hombre muy parecido al padre de


Catherine. Un Don de la Cosa Nostra dirigiendo un imperio criminal.

—No estoy segura de cuánto sabe un jefe de la mafia acerca de ser la


persona en el terreno que vende drogas —reflexionó Catherine.

—Oh, te sorprendería. —Cara miró su reloj—. ¿Has elegido contarles a tus


padres sobre el trabajo para tu primo?

—No.

—Catherine.

Ella suspiró con fuerza.

—Nunca hubieran querido que hiciera esto, y lo sé. Siempre me empujaron


hacia la escuela; a la Universidad. Cualquier interés que alguna vez tuve en el
negocio de mi madre se cerró rápidamente, o fue ignorado por completo.

—Aun así…
—Lo sé, Cara. Ser dueña de quien soy. Ser honesta con los que
amo. Mantenerme en estándares más altos. Y hago eso con cualquier otra cosa.
Pero no esto. Esto es lo mío, y no estoy lista para lidiar con cómo reaccionarán
ellos al respecto. Soy buena en esto y me gustaría seguir haciéndolo. Me hace
ganar mucho dinero, pero también…

—Es empoderante, adictivo, indulgente, arriesgado —intervino Cara—.


Hemos tenido esta discusión miles de veces, pero veo que todavía solo la miras
desde tu perspectiva, Catherine.

—Porque en este momento, mi perspectiva es la única que importa en lo


que respecta a suministrar. Sé lo que querrán y es diferente a mis deseos.
Entonces, por ahora, sigue siendo mi negocio privado.

—Es tu elección, pero sabes cuál es mi posición.

—Por supuesto.

Eventualmente, Catherine seguiría el consejo de Cara sobre traficar y ser


honesta con sus padres al respecto. Hoy no iba a ser ese día.

—Han pasado, oh, tres años desde que nos sentamos y tuvimos una sesión
adecuada —señaló Cara.

Catherine miró una pintura en la pared, una nueva desde su última visita a
la mansión Guzzi. A Cara le gustaba exhibir a su familia, y esta nueva pintura no
era diferente. Solo que ahora, cinco chicos, Cara, y su esposo, Gian, estaban todos
en la obra de arte. Todos eran mayores también. Era más reciente.

—No pensé que necesitaba charlar más allá de una llamada telefónica de
vez en cuando —admitió Catherine.

—Y eso está bien —dijo Cara—. Además, podemos ponernos al día. Sin
embargo, me sorprende que hicieras un viaje hasta Ontario, cuando sabes que
podrías haber esperado a que yo fuera para allá.

Catherine se encogió de hombros.

—Quizás como que entré en pánico.

—¿Tal vez?

—Lo hice.

Cara asintió.

—¿Por qué entrarías en pánico? ¿Están resurgiendo tus ansiedades? ¿Ha


descubierto que su depresión se ha vuelto frecuente de nuevo?
—En lo absoluto —dijo Catherine.

Eso era cierto.

Aprendió mucho en tres años de terapia con Cara. Sobre todo, que se le
permitía ser quien era, y esa persona estaba bien. Ella era normal. Ella estaba
cuerda. Ella era más fuerte de lo que se creía.

Catherine podría estar triste o enojada. Podría sentirse nerviosa y tener


ansiedad. Eso no significaba automáticamente que iba a caer en otra depresión y
caer en espiral con una ansiedad paralizante. E incluso si se producía uno de esos
episodios, ahora tenía las herramientas para lidiar con ellos.

—¿Entonces qué es? —preguntó Cara suavemente—. ¿Qué te llevó a cruzar


la frontera para sentarte conmigo hoy, Catherine?

Catherine se humedeció los labios.

Ahora o nunca.

Cara sería la primera persona a la que admitiría que Cross Donati había
aparecido en su vida cuando menos lo esperaba. Seguro, sus padres sabían que
se toparon con el otro, pero eso fue todo. No sabían cómo Catherine había
dudado durante dos semanas sobre la oferta de una cita con Cross, o cuánto había
querido decir que sí, antes de que finalmente enviara un mensaje de texto para
rechazarlo. No sabían que ella se negó porque estaba aterrorizada de lo que
podría pasar si decía que sí. Ciertamente no sabían que Catherine pasó otras dos
semanas, después de que ella ya rechazó su cita, convenciéndose a sí misma de
no levantar el teléfono y simplemente decir que sí.

Así que aquí estaba, con Cara.

Necesitaba hablar.

Alguien necesitaba escuchar.

—¿Y bien? —presionó Cara—. ¿Qué pasa, Catherine?

—Él.

Cara se enderezó, pero su expresión no reveló nada. Catherine realmente


no necesitaba dar más explicaciones o darle a Cara un nombre propio para
atribuirlo al misterioso él. Una gran parte de su terapia con Cara había
involucrado discusiones sobre Cross y la relación de Catherine con él.

Sobre todo, que ella había permitido que fuera poco saludable por las
acciones y elecciones de ella. Ella, como con muchas otras cosas en su vida, había
estado intentando sabotear la única cosa que amaba sobre todo porque eso era lo
que hacía. Empuja y empuja y empuja hasta que algo se rompía.

¿Por qué Cross sería diferente?

—Bueno —murmuró Cara en voz baja.

Catherine tragó el espesor que se estaba formando en su garganta.

—Sí.

—Dame un resumen de lo que pasó.

—No mucho.

—Aun así, dámelo —dijo Cara con un gesto de la mano.

Catherine repasó el resumen de lo sucedido. Desde ese primer encuentro en


el restaurante, hasta la llamada que siguió hace un mes y, finalmente, su último
mensaje de texto hace dos semanas que rechazó la oferta de Cross. Cara se quedó
callada hasta que Catherine terminó.

—¿Y esta es la primera vez en cuántos años que ustedes dos han tenido
contacto? —preguntó Cara.

—Casi siete años.

—Pero estabas… bien con eso.

Catherine inclinó la cabeza hacia un lado y dijo:

—Bueno, no estaba bien. Más como… confundida. No, ni siquiera eso. No


lo sé. Fue como meter la cabeza en un balde de agua fría y pensar que iba a estar
caliente. ¿Sabes a lo que me refiero?

—Un shock.

—Sí, eso.

Cara dejó escapar un suspiro lento.

—¿Qué pasa hoy… ahora? Has tenido dos semanas para pensar en tu
elección para rechazar su oferta y realmente pensarla. ¿Cómo te sientes ahora?

—Como si me picaran los dedos —confesó Catherine.

Por la expresión de su terapeuta, Catherine sabía que Cara no entendía.

—No me arrepiento. Simplemente quiero decir a la mierda y contactarlo de


nuevo.
—Ah —dijo Cara en un murmullo—. Bueno, eso es de esperar,
considerando.

—¿Considerando qué?

—Cuánto tiempo lo amaste.

—Amo —dijo Catherine antes de que pudiera detenerse.

Cara enarcó una ceja bien cuidada. Todo lo que dijo fue un silencioso:

—Ya veo.

Catherine conocía este truco de Cara solo porque era uno que le jugaba
varias veces. Cara esperaría a que los nervios de Catherine y sus pensamientos
confusos salieran. Ella le permitiría hablar y hablar y hablar, incluso si solo iba
en círculos. Eventualmente, Catherine hablaría para salir del lío con una nueva
comprensión de su problema y una perspectiva que la ayudó.

Ella no sabía si esto era lo mismo.

No sabía si funcionaría.

—Catherine —dijo Cara—, ¿por qué estás aquí?

—Te acabo de decir por qué.

—No, me diste un tema. Cross es un tema. Él no es tu problema. Los temas


son cosas que elegimos discutir para evitar los problemas reales. Dame el
problema, Catherine.

Catherine miró sus manos unidas, inestable y cautelosa en su corazón.

—Lo amo desde que tenía trece años. No entiendo cómo alguien puede
haber desaparecido de mi vida durante todos estos años, y aun así hacerme
cuestionar todo cuando vuelven a entrar como si nada hubiera cambiado. Porque
se siente así cuando está cerca. Como si nada hubiera cambiado. Me hace pensar
que no tengo control; mis sentimientos y mi corazón, mi pasado y mi futuro son
cosas que no poseo ni controlo cuando él está cerca.

—Mmhmm.

—Él no estaba allí. Regresé y él no estaba allí. Yo estaba bien. Estaba


limpia. Me arreglé. Estaba mejor de lo que nunca había estado en años. Quería
que él lo viera, lo supiera. Me obligó a hacerlo, así que lo hice, y él se fue. Fue lo
mejor que hizo por mí y luego lo arruinó.

—Prometió estar allí, ¿no? —preguntó Cara.


Catherine se encogió de hombros.

—¿Hasta dónde me hizo retroceder eso, Cara?

—Lejos, pero no demasiado lejos. Mira, creo que una parte de ti todavía
esperaba que Cross mantuviera unidas tus piezas cuando no fuiste capaz de
hacerlo en ese entonces. En lugar de…

—El problema es que tengo miedo —interrumpió Catherine.

Tenía que decirlo antes de no decir nada en absoluto.

Cara frunció el ceño.

—Sí, lo sé.

—Aterrorizada.

—Por supuesto.

—No quiero volver a ser esa chica rota —dijo Catherine—. Ese es mi
problema. Lo veo y me siento como lo hacía cuando era feliz, inocente y estaba
enamorada. Sin embargo, lo veo y me siento destrozada, incapaz y asustada. No
quiero volver a ser esa chica solo por él.

Cara sonrió.

—Oh, Catherine, ¿no lo sabes? Solo avanzamos una vez que hemos
cambiado. Retroceder es imposible debido al crecimiento. No puedes volver a ser
esa chica cuando ya eres quien eres ahora.

l
—¿Nombre?

El portero del nuevo club nocturno, pero extremadamente popular, apenas


levantó la vista de su tabla. La línea tenía al menos doscientas
personas. Catherine simplemente pasó junto a la gente que esperaba con sus
tacones Louboutin altísimos y su vestido ajustado negro.

Ella no esperaba para entrar a los clubes.

No tenía por qué hacerlo.


Si las personas en el frente no sabían su nombre, definitivamente conocían
a las personas de adentro que la llamaban así.

—Catherine Marcello —dijo.

El chico miró hacia arriba y sus ojos pasaron por alto su sonrisa maliciosa y
su maquillaje perfectamente hecho. Había estado en el club dos veces, una
durante la noche de apertura hace unas semanas, y luego una semana después,
cuando algunos de sus otros clientes se movieron de otro club a este entre fiestas.

—Que tengas una buena noche —dijo el portero.

Se hizo a un lado y dejó pasar a Catherine sin decir una palabra más. No se
perdió la forma en que su mirada se posó sobre su trasero, pero estaba
acostumbrada a eso. Los hombres siempre miraban. Amaban a una mujer
hermosa y sentían que tenían derecho a una mirada libre y superficial.

Mientras no tocaran, Catherine toleraba sus miradas.

Catherine colocó su enorme bolso de mano con incrustaciones de diamantes


cerca de su abdomen. Descubrió que en los clubes algo más grande que un gran
bolso de mano le exigían que lo dejara en la parte delantera o que les permitiera
registrarlo. Le permitirían sacar el dinero en efectivo, las tarjetas o la
identificación, por supuesto, pero no todo su contenido.

Eso derrotaba el propósito de Catherine de estar allí para empezar.


Necesitaba su bolso, ya que tenía sustancias dentro que quien la llamaba quería
comprar. Optó por bolsos de manos grandes para evitar que le confiscaran el
bolso normal.

Además, era lo suficientemente grande como para guardar una pequeña


pistola en su interior. Solo había unos pocos clubes en los que Catherine trabajaba
donde tenían detectores de metal o registraban bolsos. Conocía todos los rostros
de la puerta y utilizaba un poco de su magia para entrar sin la molestia de que
registraran su bolso.

Ella conocía su juego.

Lo jugaba bien.

Catherine disfrutaba de los clubes, en su mayor parte. A veces iba por su


propio placer, pero la mayoría de las veces era para trabajar. Cuando las drogas
y el dinero entraban en juego, apenas prestaba atención a la música o al ambiente
del club. Tenía un propósito y eso era todo lo que importaba.
Rápidamente cruzó la pista de baile principal del club. Como no bebía ni
siquiera cuando iba de fiesta, esquivó a la chica que caminaba por la pista con
chupitos de gelatina ya preparados. En el extremo oeste del club, unas escaleras
de metal sinuosas conducían a un área de loft de segundo nivel donde festejaban
los VIP. El loft de arriba era una cuarta parte del tamaño del de abajo.

—Catherine —dijo el portero, Marley, al pie de las escaleras. Se paró frente


a una cuerda de terciopelo rojo y, como el hombre en la entrada, sostenía una
tableta en sus manos—. Mucho tiempo sin verte.

—Solo han pasado unas pocas semanas —dijo ella—. No me he ido tanto
tiempo.

—Bueno lo que sea. Tienes una cara demasiado bonita para alejarte tanto
tiempo. Danos algo para mirar, niña.

Catherine se rio.

—Haz que más de mi gente esté aquí de fiesta, y lo haré.

Él le guiñó un ojo y se hizo a un lado para dejarla pasar mientras desataba


la cuerda de terciopelo.

En el piso de arriba, Catherine encontró a algunos de los jóvenes de la alta


sociedad de Nueva York más elitistas. Sentados en bancos cubiertos de terciopelo
rojo y sofás a juego, los veinteañeros se rieron y apenas notaron que ella estaba
mirando al grupo. Contó su número: dieciséis, como decía su contacto
principal. El hijo de un famoso abogado defensor y la prometida del chico. La
hija de un lobo de Wall Street y su frívolo grupo de chicas. Otro hijo que había
crecido en reality shows mientras sus padres famosos de la lista B mostraban el
desastre de su vida al mundo.

Niños que nacieron millonarios.

Como Catherine.

Privilegiados.

Ricos.

Exigentes.

Mimados.

Solo un par de ellos podrían haber querido que ella apareciera para
abastecer a su pequeña fiesta, pero una vez que se pusiera en marcha, cada uno
de ellos estaría desembolsando dinero en efectivo. Nunca fallaba.
—¡Catty!

Catherine sonrió al escuchar su nombre y agitó una mano mientras se


acercaba al grupo. Había muchos más VIP en el loft de arriba, pero ella solo
estaba allí para tratar con su grupo en particular. Por ahora, de todos modos.

—Escuché que alguien quería irse de fiesta —dijo Catherine.

Jonas, un chico de reality shows, echó la cabeza hacia atrás con una
carcajada.

—¿Tienes mi habitual?

—Lo tengo todo.

Cocaína.

Éxtasis.

Molly.

Esos eran los favoritos de este grupo, por lo general.

Catherine cobraba el doble, y a veces el triple, del valor de venta de las


drogas simplemente porque podía. El producto era excelente, era ella, y se
adaptaba a sus naturalezas y estilos de vida.

Ellos pagaban.

Los mimados siempre lo hacían.

Eso era todo lo que importaba.

—Vamos de fiesta —dijo uno de los muñecos Ken a la chica que tenía en el
brazo.

—Sí, hagámoslo —dijo Catherine con una sonrisa.

Ellos dijeron fiesta.

Ella escuchó dinero.

l
Catherine miró su reflejo en el espejo del baño del club e ignoró al grupo de
chicas borrachas y risueñas al otro lado de la línea de lavabos. Se retocó el lápiz
labial y luego se quitó una pequeña racha de polvo blanco de su vestido negro.

Había terminado con la gente del piso de arriba por la noche y estaba lista
para irse a casa. Después de su sesión con Cara una semana antes, Catherine
había estado tratando de concentrarse en prepararse para que sus clases de
tiempo completo comenzaran de nuevo. El lunes, estaría sentada en las salas de
conferencias y trabajaría en cosas que la aburrían muchísimo.

Sin embargo, ella no tenía el valor de renunciar.

No completamente.

Renunciar significaría explicar a sus padres lo que planeaba hacer, o más


bien, lo que ya había estado haciendo durante casi una década. Significaría
explicar cómo aprendió a esconder el dinero sucio comprando ropa, bolsos y
zapatos costosos y lujosos solo para deshacerse de el. Significaría confesar que
había aprendido a lavar el dinero de su droga cuando tenía veintiún años en
negocios en los que había invertido utilizando el fondo fiduciario que sus padres
le hicieron.

Catherine no estaba preparada para esas conversaciones.

Aún no.

Suspirando, se apartó del fregadero y se dirigió a la puerta del baño. Las


risitas borrachas de las chicas resonaron detrás de ella, pero no la
siguieron. Asomó la cabeza por la puerta y miró por el pasillo oscuro hacia las
oficinas traseras. Un par de gorilas estaban de espaldas a ella, charlando. Una
pareja a pocos metros de ellos se besaba contra la pared.

Catherine salió del baño solo para descubrir que debería haber mirado hacia
el otro lado también. Uno de los chicos del loft VIP que había disfrutado un poco
de bastante cocaína la estaba esperando. Apretó a Catherine contra la pared antes
de que ella supiera lo que estaba pasando.

Sus pupilas llenas de cocaína la miraron.

—Ahí estás, niña.

Esta mierda pasaba a veces. Más a menudo de lo que le gustaba a Catherine.


Parte de su trabajo, especialmente con los chicos, era la forma en que les gustaba
que actuara. Coquetear, sonreír y todas esas tonterías. A veces, los hombres
entendían que era solo una parte de su juego, pero otras veces ellos lo llevaban
demasiado lejos.
La verdad era que aprendió que era la naturaleza de mierda del
negocio. También aprendió a cuidarse a sí misma en estas malditas situaciones.

—¿Cuál era tu nombre? —preguntó Catherine al muñeco Ken.

—Matthew.

Ella ignoró lo cerca que él estaba y cómo se presionó contra su cuerpo como
si estuviera encontrando algo que le gustaba sentir. En cambio, abrió la parte
superior de su bolso mientras estaba a su lado y esperó.

Por las apariencias superficiales, nadie pensaría que algo anda mal.
Catherine prefería mantenerlo así cuando llamar el mal tipo de atención
significaba que tal vez no se le permitiera volver a un club.

—Correcto. Matty, así te llamaron.

—Estaba pensando…

Catherine sonrió dulcemente.

—Apuesto a que es un concepto nuevo para ti, ¿eh?

Su ceño se frunció.

—¿Qué?

Te pasó volando por encima de tu cabeza, niño bonito.

—¿En qué estabas pensando? —preguntó ella.

—Quiero otra línea de tu mierda, pero preferiblemente en mi casa, y


directamente de tu espalda mientras estoy detrás de ti.

—Eso es un no —dijo Catherine.

Matthew la empujó con más fuerza.

—Vamos. No finjas que no quieres esto. ¿O es como algo más contigo?


¿Cuántos ceros unidos a un uno se necesitarían para probar tu coño, Catty?
¿Tres? ¿Cuatro?

—Más dinero del que jamás tendrás.

—Lo dudo.

—No.

—Entonces eres una maldita broma.

Y esa fue la señal de Catherine.


Ella le hizo saber que no estaba interesada. Él lo llevaba más lejos y ella tenía
que menospreciarlo. Todos estos chicos actuaban de la misma manera cuando se
ponían en esa posición. Ellos solitos herían sus pequeños orgullos, así que tenían
que lastimarla. Las manos de él subieron para encontrar su garganta, pero ella ni
siquiera parpadeó cuando él apretó.

Catherine dejó caer su bolso casi vacío al suelo ahora que tenía su pequeña
pistola apretada en la palma. Ella quitó el seguro al mismo tiempo que usó su
otra mano para encontrar la pequeña y afilada navaja en su muslo.

El cuchillo fue a la mejilla de Matthew.

El arma fue a su ingle.

Catherine levantó el martillo de la pistola y enterró la punta del cuchillo en


la mejilla con una sonrisa.

—Ahora puedes aprender una lección, niño bonito.

Los ojos de Matthew se agrandaron y sus dedos se aflojaron en su garganta.

Ella no se movió ni un centímetro. Ni su arma ni su cuchillo. Tampoco


apartó la mirada de él.

—No soy ni tu juguete ni tu perra —dijo Catherine en voz baja—. Soy tu


distribuidora. Quieres drogas de una cara bonita, para eso estoy aquí. Cualquier
otra cosa, y te quitaré algo por ello. Tú eliges: tu cara o tu polla.

Matthew parpadeó.

—¿Qué?

—Cara o polla. Elige.

—No puedes hacer…

—Puedo hacer lo que quiera —interrumpió Catherine—. Elige, o yo lo haré


por ti. Quédate con tu polla y arruina tu cara. Pierde tu polla y mantén tu cara
bonita. No te preocupes, todos esos ceros en tu banco arreglarán lo que suceda,
lo prometo.

Matthew tropezó con sus palabras.

Catherine eligió.

Su cuchillo dejó un corte de un dos, casi tres, centímetros en su mejilla que


sangró instantáneamente en su hoja. Él saltó hacia atrás con un grito que llamó
la atención de los gorilas del camino. Ella ya estaba en movimiento dirigiéndose
hacia la oleada de gente, asegurándose de esconder su arma en la bolsa
rápidamente.

Ni siquiera se dio cuenta de la forma por la que pasó en la boca del pasillo
que conducía a la pista de baile hasta que él estuvo detrás de ella. Solo sabía que
necesitaba alejarse y asegurarse de que los gorilas no la vieran.

—Guau, más lento, nena.

La voz familiar fue seguida por alguien que la agarró de la muñeca entre la
multitud. Catherine se movió rápido, ya sacando la hoja ensangrentada de su
navaja y llevándola a la garganta de un rostro muy guapo.

Cross ni siquiera se inmutó.

De hecho, sonrió.

Y que se joda por eso también.

Esa sonrisa se veía bien. Como todo en él. Vestido con un traje negro sobre
negro, con zapatos de cuero a juego, y una corbata rojo intenso. Sexo, pecado
y problemas.

Sexy.

Peligroso.

Malo para su salud.

Oscuro.

Precioso.

Catherine no bajó su cuchillo.

—Todo un espectáculo allá atrás —dijo él.

La mirada de Catherine se entrecerró.

—¿Me estabas... siguiendo?

—Zeke, ¿te acuerdas de él? Es el dueño de este club, Catherine. Yo estaba


arriba en la esquina cuando entraste. No me viste. Estaba de espaldas. Zeke me
hizo saber que estabas allí, eso es todo. No tenía la intención de seguirte hasta
que escuché al tipo decir algo sobre buscarte cuando te alejaste. Solo vine a …

—¿A qué, protegerme?

Cross resopló.
—Aparentemente, lo hiciste bien por tu cuenta, nena. Por cierto, él nunca
habría elegido su polla.

—Ningún hombre lo hace. —Catherine dejó caer su cuchillo a su costado—


. Deja de sonreír así.

Sus labios se curvaron en la esquina de nuevo.

—¿Lo estoy haciendo?

—Cross.

—Si ya estás aquí, ¿puedo invitarte una bebida?

Catherine apartó la mirada.

—No bebo.

Él debería saber eso, después de todo.

—Bien —dijo Cross, extendiendo la mano para acariciar su mejilla con dos
dedos. Cualquier otra persona, y Catherine se habría apartado. Era el hábito, el
instinto y el amor lo que la hizo castigarse dejando que él la tocara y lo
disfrutara—. Entonces baila conmigo. Aún bailas, ¿no? Amabas eso, Catty.

Ella se estremeció en sus tacones, confundida y abrumada al mismo


tiempo. Mariposas invisibles latían dentro de su estómago y en su garganta. No
había sentido esa sensación desde que este hombre le había quitado la virginidad
cuando tenía dieciséis años.

—¿No hablas ahora? —bromeó Cross.

Catherine dejó escapar un suave suspiro y se encontró con su mirada


oscura.

—Alguien me dijo que hiciera lo que me pareciera correcto en lo que a ti


respecta.

Él rio entre dientes.

—¿Qué quieres decir con alguien?

Cara.

Su terapeuta.

Ella no le dijo eso.

—Alguien —repitió Catherine—. El problema es, Cross, cada jodida cosa se


siente bien y correcta, y ni siquiera puedes evitarlo.
—¿Pero es realmente un problema cuando es así para nosotros?

Sí.

—Déjame ahorrarnos algo de tiempo aquí —dijo Catherine, sabiendo


exactamente a dónde los llevaría todo esto—. Finjamos que bailamos, pero no lo
hagamos. Actuemos como si hablamos, tú fuiste arrogante, encantador y guapo,
porque lo eres. Excepto que en realidad no hablaremos en absoluto. No traje mi
auto; tomé un taxi porque es más fácil. Así puedes llevarme de regreso a tu casa
porque no vas a venir a la mía. Vamos a follar y ahí tienes. Eso es lo que va a
pasar de todos modos, Cross, porque simplemente sucederá. Ahorremos tiempo
y tonterías y vámonos.

Él arqueó una ceja.

Catherine se limitó a mirarlo.

—¿Y bien?

—Está bien —murmuró él.


Capítulo 5
—No tengo que preocuparme de que Jamie-el-chef irrumpa por mi puerta
por la mañana, ¿verdad? —preguntó Cross mientras se quitaba la chaqueta y se
aflojaba la corbata—. Porque odiaría tener que limpiar la sangre antes del
mediodía.

El ceño de Catherine se arrugó de la manera más dulce, y luego el


reconocimiento se iluminó en sus ojos.

—Primero, no estoy con él ni estoy saliendo con él, así que no.

—Pero lo hiciste, en algún momento.

—¿Te gustaría hablar de las mujeres con las que te has acostado desde que
terminamos? —preguntó ella con una sonrisa condescendiente.

Cross metió las manos en los bolsillos.

—No, no particularmente.

—No lo creo.

—¿Segundo?

—Eres un imbécil celoso.

Solo por ella.

—Eso es correcto.

Catherine se movió silenciosamente a través del piso abierto del pent-


house, y sus dedos se deslizaron sobre el brillante piano negro Baby Grand.

—Esto es nuevo.

—Nuevo en el pent-house. No es un artículo nuevo.

Ella lanzó una mirada por encima del hombro, pero él no le explicó más.
Acercándose a la pared de ventanas que daban a la terraza exterior y al
condominio de gran altura al otro lado del camino, Catherine le dio la espalda
mientras suspiraba.

—Entonces, ¿no vendiste el lugar? Pensé que lo habías hecho, o algo así.

Cross bajó la frente.

—¿Cuándo, o por qué, pensaste eso?

Ella agitó una mano.

—No importa. Solo estoy pensando en voz alta.

Él agarró la botella de whisky teñida de oro que estaba en el bar, pero vaciló.

—No te importa si bebo, ¿verdad?

Catherine ni siquiera se dio la vuelta.

—¿Por qué lo haría?

—Pasó por mi mente, considerando tu… ya sabes.

—¿Mi historia? —Ella se rio—. Es mi responsabilidad manejar mis


desencadenantes y navegar la vida diaria que está llena de cosas
desencadenantes. No es responsabilidad de todos los que me rodean cambiar sus
estilos de vida y preferencias para ir con mis necesidades. Es mi decisión no
beber; no es su elección o necesidad.

—Aunque podrían hacerlo, si tú lo necesitara.

—Solo que no lo hago —dijo ella simplemente—. No me importa, Cross. De


verdad.

Cross estaba medio sorprendido por la profundidad de Catherine en su


explicación y la ligereza con la que la ofreció. Como si fuera algo que le habían
dicho una y otra vez, y probablemente se lo hubiera repetido a sí misma una y
otra vez.

Tal vez lo era.

¿Cómo iba a saberlo?

Cross se sirvió un trago de su whisky y bebió un sorbo del vaso, mientras


vigilaba a Catherine.

—Asumí alcohólicos an…


—No soy alcohólica ni drogadicta —intervino Catherine en voz baja—. Soy
alguien que sufre episodios de depresión clínica, acompañados de una ansiedad
paralizante causada por un trauma. Solía automedicarme en un esfuerzo para
sentirme mejor durante esos períodos, lo que llevó mi cuerpo en una
dependencia, como lo hace cuando se utiliza con frecuencia y mucho. Eso no me
convierte en alcohólica ni adicta. No anhelo ninguna de esas cosas como hacen
los adictos. Anhelo la normalidad, la felicidad y la calma. Para mí, quiero decir.
No es lo mismo.

—No sabía eso —admitió Cross.

Y se odió a sí mismo por eso.

Mucho.

Catherine se encogió de hombros y todavía no se dio la vuelta.

—Es lo que es, pero es mejor que sepas por qué hago lo que hago... o hacía,
supongo. Para ser honesta, nadie más a mi alrededor debe preocuparse. No son
ellos los que necesitan salir a rastras de la depresión. Las herramientas que tienen
no me harán ponerme de pie. Hago todo eso por mi cuenta. Aprendí a hacerlo
por mi cuenta.

—Sin embargo, todavía eliges no beber, incluso si no eres alcohólica.

—Beber es un desencadenante, al igual que el estrés o los hombres extraños


que huelen de cierta manera.

Cross miró su copa con el ceño fruncido.

—¿Hombres extraños?

—Hombres que no conozco.

—¿Y tienen que oler exactamente a qué?

—Como lo hacía mi violador. —Ella lo miró de nuevo por encima del


hombro. Esos ojos verdes de ella se clavaron en él y lo inmovilizaron en su
lugar—. Dije nada de hablar, ¿recuerdas? Se supone que no debemos hablar,
Cross. Íbamos a saltarnos todo eso.

Él sonrió alrededor del borde de su vaso.

—Estoy disfrutando esto, Catty. Ha sido un largo tiempo. No me culpes por


ello.

—No más hablar —dijo ella simplemente.


Cross tenía la sensación de que había tenido toda la conversación que iba a
sacar de Catherine por el momento. Además, si ella estaba más interesada en
meterse en su cama por la noche, él estaba perfectamente bien proporcionándole
eso.

Era algo.

Algo entre ellos.

Podría trabajar con eso.

—Desnúdate —murmuró él.

Los hombros de Catherine se tensaron cuando se giró y se puso de espaldas


a las ventanas.

—¿Qué acabas de decir?

—Desnúdate, nena. Quítate ese vestido. Quédate con los tacones. Suelta tu
cabello de ese moño. Muéstrame qué hay debajo de ese vestido. Ya sabes cómo
va esto.

Hizo un gesto hacia las ventanas.

—Donde todos puedan ver, ¿eh?

—Las luces están apagadas aquí. En su mayor parte, parecerá una sombra.
Una sombra muy hermosa y sexy. No actúes tímida, Catherine. No es ni la
décima vez que follamos frente a esas ventanas. Apenas tenías más de dieciocho
años la primera vez. Desnúdate.

Un brillo maligno iluminó los ojos de ella, y Cross supo entonces que la
había atrapado. Cuando ella comenzó a tirar de las horquillas de su cabello, él se
movió más allá del sofá hasta un diván. Había sido situado para dar hacia las
ventanas o el piano. Se sentó justo cuando ella bajaba la cremallera en el costado
de su vestido negro.

El vestido golpeó el suelo de madera dura sin apenas ruido, y Catherine se


lo quitó, con cuidado de no dañar la tela con los tacones. El encaje negro cubría
sus tetas y las bragas a juego ocultaban el cielo entre sus muslos.

Por un momento, Cross simplemente dejó vagar su mirada. Había pasado


demasiado tiempo desde que pudo apreciar la belleza de Catherine en casi nada.
Tacones y encaje. Ella era toda piernas, piel de color oliva y cabello que le caía
hasta la mitad de la espalda. Curvas deliciosas y adictivas desde sus muslos hasta
sus caderas, su cintura y sus pechos. Siempre había apreciado que Catherine no
fuera una mujer que asociara su valor al número en un peso. Tenía tono, claro,
pero todo saludable.

Hombros delicados que habían soportado demasiado peso y clavículas que


resaltaban y suplicaban ser mordidas. Una boca dulce y burlona con una perfecta
inclinación en su arco de Cupido y lo suficientemente llena como para parecer
pecaminosa envuelta alrededor de su polla.

Catherine se humedeció los labios y le sonrió.

—¿Eres mirón?

—Solo con las cosas más bellas —admitió él.

Ella ciertamente encajaba ahí.

Catherine apartó la mirada.

—Cuidado, Cross. Empieza a ir en esa dirección y volveremos a hablar.

—¿Eh?

Él no pensaba que eso fuera algo malo.

Ella caramente lo hacía.

—Sí, hablaremos y serás dulce. En lugar de follar, como se supone que


debemos hacer, terminaremos haciendo el amor. No quiero eso, ¿de acuerdo?

¿No lo sabía ella? Incluso cuando la follaba, él la amaba.

Cross optó por no señalar eso. Dejó a un lado su vaso de whisky.

—Ven aquí, nena.

Catherine solo tenía unos pocos pasos para llegar a él, pero cada uno era
casi fascinante. Se detuvo frente a él, y desde donde él estaba sentado en la silla,
él estaba al nivel de los ojos con la barra con punta de diamante en su ombligo.
Incapaz de detener la creciente necesidad de probar esa joya de oro y diamantes,
extendió la mano para agarrar su cintura.

Sus manos todavía encajaban maravillosamente en sus curvas. Como si


hubiera sido creada y hecha solo para él.

Cross acercó a Catherine y su boca cubrió su ombligo. Su lengua golpeó


contra el diamante más grande en la barra y la miró. Catherine le devolvió la
sonrisa.
Ella se acercó y hundió dos dedos en su vaso de whisky. Cross ya estaba
besando su suave estómago cuando hizo una línea húmeda de whisky desde
justo encima de los labios de él hasta ese maldito piercing en el ombligo.

De verdad que no le importaba.

Él lamió y besó su camino de regreso a esa línea de alcohol, y sintió el calor


subir a la superficie de su piel mientras un escalofrío temblaba bajo la punta de
sus dedos. Él deslizó la otra mano entre sus piernas y debajo de la línea de sus
bragas de encaje.

Apartando el material, acarició la línea de su suave y desnudo sexo con dos


dedos. Su excitación con olor empapó sus dedos cuando los acarició con más
fuerza y dejó que sus dedos se deslizaran por su raja. Lo suficiente para sentirla:
caliente, húmeda y apretada. Todo el tiempo, mantuvo la mirada levantada para
observar a Catherine mirándolo.

Él solito se estaba provocando.

Tan mal.

Catherine dejó escapar un suspiro suave y tembloroso.

—No me arruines las bragas, Cross. Tengo que llevarlas a casa.

—¿Eso es un desafío?

—Eres terrible.

—Eso no es noticia. Veamos si todavía suenas igual cuando mi rostro esté


entre tus muslos, Catty. Abre esas piernas, ahora mismo.

Ella hizo lo que él dijo sin dudarlo. Sus dedos se deslizaron profundamente
en su apretado coño al mismo tiempo que su lengua con sabor a whisky se hundía
en su clítoris. El sabor de sus jugos no había cambiado ni un poco, ni la forma en
que sonaba jadeando su nombre.

Jadeando.

Fuerte.

Tensa y lista.

Las manos de Catherine se enredaron en su cabello mientras la follaba con


los dedos y la boca. Cada golpe la llevaba más alto, y cada empuje hacía que sus
temblores aumentaran. A Cross le encantaba la forma en que ella empujaba su
coño con más fuerza en su boca con cada movimiento de su lengua.
Sin previo aviso, él se apartó de su sexo, la agarró por las caderas y se dejó
caer en el sillón. Catherine cayó con él. Ella se sentó a horcajadas sobre su rostro
con una pequeña sonrisa sexy.

—Joder, cómeme, Cross.

—Entonces baja aquí, nena.

Él volvió a tirar de sus bragas hacia un lado y ella se sentó en su rostro. Su


boca cubrió su sexo, su lengua se hundió en su húmedo coño y lamió toda su
agria excitación. Él llenó sus manos con el trasero de ella y hundió los dedos con
fuerza solo para mantenerla en su lugar. Ella no se movería hasta que él
terminara. Con la misma rapidez, regresó a su clítoris, introduciendo su lengua
en la pequeña protuberancia palpitante con implacable intención. Sus piernas se
tensaron alrededor de su cabeza y hombros mientras sus muslos se mecían con
temblores.

—Jesucristo —murmuró Catherine por encima de él—. Será mejor que me


hagas venir, Cross.

Sus pequeños y dulces llantos se hicieron más altos y sin aire. Primero sintió
su orgasmo correr a través de su coño, y chupó con fuerza su clítoris mientras
ella estaba gritando su nombre. Su cabeza echó hacia atrás y sus hombros
temblaron.

Cross besó la costura de su sexo y le guiñó un ojo.

—Todavía te ves muy bien cuando te corres, nena.

Catherine se pasó los dedos temblorosos por el cabello.

—Solo contigo.

Iba a interrogarla sobre eso, pero se detuvo justo a tiempo. Sin hablar. Solo
follar. No estaba dispuesto a enviarla corriendo porque tenía preguntas.

Las manos de Cross se deslizaron desde el trasero de Catherine hasta su


espalda. Él la sostuvo con fuerza para mantenerla firme mientras él se levantaba
del sillón y se acostaban. Ella estaba boca arriba, entonces, mirándolo.

—Esto es una lástima —dijo él en voz baja.

Catherine lo miró con las pestañas bajas.

—¿Qué cosa?

—Probé tu coño antes que tu boca, y es una lástima.


—Arréglalo, entonces.

—Con mucho gusto.

Cross cerró la pequeña distancia entre ellos y atrapó los suaves labios de
ella con los suyos. Su lengua todavía sabía a su sexo, y ella gimió en su beso.
Descubrió que era un baile tan familiar para ellos. Después de todo ese tiempo,
besarla seguía siendo tan natural como respirar, y no podía tener suficiente. Se
movió para besar su mandíbula, y luego su barbilla temblorosa. Su pecho se agitó
con respiraciones profundas mientras sus manos deslizaron los tirantes de su
sostén hacia abajo y liberaron sus tetas de las copas de encaje.

Los pezones rosados de Catherine se alcanzaron su punto máximo bajo las


caricias de sus pulgares. La barba de tres días en sus mejillas se frotó contra la
piel suave y con olor dulce cuando succionó uno de sus pezones con la boca, y
luego lo mordió con la fuerza suficiente para hacerla jadear.

—Joder —suspiró Catherine—, tienes que…

—¿Follarte?

—Ahora.

Ella se apresuró a ayudarlo a quitarse la ropa, sin romper el beso ni una sola
vez a menos que fuera absolutamente necesario. Entonces, ella se tensó.

Cross vio que su mirada se posaba en su hombro, y luego las puntas de sus
dedos recorrieron la cicatriz allí.

—Parece doler.

Su pregunta tácita fue tan clara como el día. Él no tenía intención de


responder. Al menos no en ese momento.

—Está bien —le prometió a ella.

En este momento.

—¿Cómo pasó?

Cross suspiró un poco y se levantó para inclinarse sobre ella.

—La bala de alguien.

Los ojos de Catherine se agrandaron, pero su atención se dirigió


rápidamente a otra parte. Las yemas de sus dedos rodaron sobre su piel de
nuevo, aunque más abajo esta vez. Sobre su tatuaje, la escritura italiana en su caja
torácica que guardaba todos sus secretos.
—¿Sabes lo mucho que molesta a mis padres que nunca me haya molestado
por aprender suficiente italiano para mantener una conversación? —preguntó
ella.

Él rio entre dientes.

—¿Eh?

—Sí, es una fuente de decepción. —Volvió a trazar el tatuaje—. ¿Qué dice?

—El amor es fuerte.

Catherine frunció los labios.

—Excepto que morte significa muerte, Cross. Sé lo suficiente, recuerda.


Simplemente no puedo mantener una conversación.

Chica inteligente.

—Como la muerte —dijo él en voz baja.

Las pestañas de Catherine bajaron más cuando su mirada se apartó de la de


él.

—El amor es fuerte…

—Como la muerte.

—Está bien, ya es suficiente hablar.

Sí, supuso. Demasiado. Demasiado profundo. Ella no estaba allí para eso.
Cerró la distancia entre sus bocas una vez más, necesitando besar toda esa
maldita conversación para alejarla de ahí si podía manejarlo.

Cross solo la dejó el tiempo suficiente para quitarse los pantalones, no sin
antes agarrar el paquete de aluminio en el bolsillo trasero.

Catherine le arrebató el condón de la mano mientras él se recostaba entre


sus muslos en el diván. Su cálida palma se apretó alrededor de su longitud y lo
acarició rápida y firmemente. De la jodida manera en que le gustaba. Ya estaba
duro como el infierno. Ella hizo que su polla palpitara con la sensación de sus
uñas cuidadas rozando la sensible punta y arrastrándose por la vena en la parte
inferior de su eje.

Con una sonrisa prometedora y pecaminosa, Catherine lo dejó ir lo


suficiente para rasgar el condón y encajarlo a lo largo de su longitud con dedos
burlones. Los tacones de sus Louboutin encontraron la parte de atrás de los
muslos de él, y con un apretón de sus piernas, él ya se estaba acercando.
La mano de Cross se deslizó por debajo de la mandíbula de Catherine, y
ella inclinó la cabeza hacia atrás sobre el extremo del sillón. Olas de cabello
castaño se derramaron por el suelo cuando él hundió su polla en su coño. Juró
que cada uno de sus músculos internos lo apretó hasta la muerte en esa primera
flexión.

Nada se sentía mejor que ella.

Todavía era solo ella para él.

Catherine dejó escapar un fuerte suspiro y sus pupilas dilatadas bailaron de


placer.

—Fóllame.

—¿Sí?

Él se contuvo de moverse, aunque casi lo mata hacerlo.

—Fóllame, Cross —repitió ella.

—¿Lo necesitas mucho, nena?

La ronquera en su tono afiló sus palabras.

—Cross, juro que…

Él le dio una sola sonrisa mientras salía de ella, y luego volvió a entrar de
golpe. No hubo pausa entre sus embestidas después de eso. Ella tampoco lo
quería suave, así que la folló duro. Ella chupó dos de sus dedos entre sus labios
enrojecidos mientras se sacudía a través de otro orgasmo.

Cross la bajó del diván y la inclinó antes de que hubiera terminado. Su polla
estaba hasta las bolas en su coño una vez más, sintiendo las réplicas de su
orgasmo estremeciéndose a través de su coño.

—Vamos, nena, toma mi maldita polla —murmuró Cross en su oído.

Catherine suspiró, complacida, mientras sus dedos se entrelazaban en su


cabello y tiraban de su cabeza hacia atrás.

—Joder no te detengas.

Nunca.

Entre la música de sus llantos, ella le suplicó.

Por él.

Por más.
Por correrse una vez más.

Cross había vuelto a encontrar el cielo. Había estado viviendo en el infierno


durante demasiado tiempo.

l
La cama estaba más fría de lo que debería haber estado. Así fue como Cross
supo que estaba solo. Aun así, le dio a Catherine el beneficio de la duda de que
no se había marchado antes de que él pudiera despertar. Parpadeando
completamente despierto, notó el lado vacío de la cama donde Catherine se había
metido a su lado la noche anterior.

La almohada estaba intacta, ya que ella se había acurrucado en el costado


de él. Las mantas estaban arrugadas.

Su polla estaba medio dura.

No había sido un sueño.

Cross aun así le dio el beneficio de la duda de que ella estaba en algún lugar
dentro de su maldito pent-house incluso cuando él se empujó fuera de la cama
con los músculos cansados. A pesar de ir al gimnasio cuatro veces a la semana
durante sesiones de dos y tres horas, follar con Catherine era un ejercicio.

Uno que le gustaba mucho.

El baño principal estaba vacío cuando hizo sus necesidades y se lavó las
manos. Se encogió de hombros en una sudadera del vestidor y salió del
dormitorio. Aun así, le concedió el beneficio de la duda.

Sin embargo, su pent-house estaba vacío.

Eso solo dejó a Cross enojado.

En el mostrador, encontró una pequeña nota que Catherine había escrito en


un sobre de correo.

Lo siento. – C, decía.

Nada más.
Porque ella sabía que él se enojaría por irse sin siquiera despedirse.
Independientemente de lo que Catherine trató de jugar entre ellos la noche
anterior, no había sido solo follar. Nunca podría ser simplemente follar con ellos.

Así que ella corrió.

Como un pequeño ciervo asustado.

Cross quería estar sorprendido, pero no lo estaba. Se pasó una mano por la
barba incipiente mientras miraba una vez más su nota escrita apresuradamente.
Bonita y delicada letra que no había cambiado en todos sus años, pero aún
mostraba temblores en las curvas por sus nervios.

Él tiró la nota a un lado con un pesado:

—Joder.

Cross tenía noticias para Catherine. Él había preguntado por ahí y sabía
exactamente dónde vivía. Ciertamente no le importaba jugar con ella, siempre y
cuando supiera él qué tipo de juego ella planeaba jugar.

Ella le debía una conversación.

Al menos eso.

La conversación tendría que esperar, lamentablemente. El timbre de su


celular en el mostrador, un tono de llamada que guardó solo para su nuevo
cuñado y la gente de Chicago, le dijo que el negocio se acercaba.

Cross descubrió que tenía razón cuando respondió la llamada.

—Donati aquí.

—Las armas del canadiense están adentro, hombre —dijo una voz familiar
al otro lado de la línea.

Theo DeLuca.

—¿Pensé que se suponía que iban a pasar otras dos semanas más o menos?

—Bueno, no fue así. La entrega anticipada significa dinero extra por parte
de los Guzzi. Quiero decir, puedes relajarte un poco si quieres, pero prefiero que
lleves estas armas en la frontera de New Brunswick en una semana.

Cross suspiró.

Theo, un jefe frontal del Outfit de Chicago, había sido la puerta que se abrió
para Cross en lo que respecta al tráfico de armas todos esos años. El hombre le
puso en contacto con algunos de los mejores en el negocio cuando se enteró de
que Cross tenía un don para el tráfico de armas. Cross era particular en la
planificación, meticuloso en los detalles y sabía cómo funcionaba cada arma que
ponían frente a él.

Le debía mucho al hombre, de verdad.

—Sí, estaré allí esta noche —aseguró Cross.

—Hasta entonces.

—Mañana —corrigió—. Le debo una visita a mi hermana y a su nuevo


esposo esta vez si voy a estar en la ciudad.

—Mañana —concordó Theo.

El teléfono hizo clic.

La mirada de Cross fue a esa maldita nota de nuevo.

Catherine y su acto de desaparición tendrían que esperar.

l
—¡Cross!

La sonrisa de Camilla se ensanchó cuando abrió la puerta principal de su


casa en Melrose de tres niveles. Al instante, él envolvió a su hermana pequeña en
su abrazo y le revolvió el cabello rubio con la mano. Ella lo apartó mientras daba
un paso atrás.

—De vuelta a ser rubia, ¿eh? —preguntó él.

Camilla se encogió de hombros.

—El rojo se volvió aburrido.

—No sé cómo aún no se te ha caído todo el cabello.

—¿Buenos genes?

—Tal vez.

Su hermana podría salir de la casa un día como morena y regresar con


mechas moradas y rosadas a través de rizos rubios platino. Nunca mantenía un
peinado o color el tiempo suficiente para que la gente se acostumbrara. A veces,
era impactante.

Pero eso era solo Cam.

—¿Me dejarás entrar o qué? —preguntó él.

—Deja entrar al imbécil arrogante —dijo su cuñado.

Camilla se apartó de la puerta principal con un movimiento de cabeza.


Cross entró a la casa y se encontró con que Tommaso ya tenía un vaso de whisky
esperándolo.

—Gracias.

—O’Hare es una perra de aeropuerto —dijo Tommaso.

Cross estuvo de acuerdo.

Aún tenía que mejorar.

Se bebió el whisky de una vez y se lo devolvió a su viejo amigo.

—Podrías haberme dicho que vendrías —dijo Camilla mientras pasaba


junto a su esposo.

Tommaso sonrió.

—¿Qué diversión habría sido eso? Te hubieras pasado todo el día limpiando
la casa, y ya está jodidamente limpia, Cam.

—La casa siempre está bien —dijo Cross.

—Hay polvo —se defendió Camilla.

—Suenas como Ma, Cam.

—Cállate, Cross.

Su hermana le dio un fuerte puñetazo en el estómago y se dirigió por el


pasillo hasta perderse de vista. A pesar de ser más joven que él a los casi
veintitrés, ella no era una chica con la que le gustara meterse. Incluso cuando eran
pequeños, su hermana le dio una carrera por su dinero.

Dios, pero la amaba.

Tommaso se rio cuando Cross recuperó el aliento.

—¿Cena?

—Sí, seguro.
—Ella se estaba preparando para sacarla del horno. Ven.

Cross siguió a su viejo amigo. Tommaso era solo dos años más joven que
Cross, pero los dos habían sido amigos desde… desde siempre. Alrededor de los
diecinueve años más o menos, Cross conoció a Tommaso cuando comenzó a
comercializar armas para Chicago. Tommaso había sido su compañero en esa
primera corrida con armas.

En su mayor parte, Cross no era una persona sociable. No le gustaba


interactuar socialmente con otros. No hacía amistades que valieran la pena
mantener. Sin embargo, lo había hecho con Tommaso. Todavía iba fuerte.

Cross estaba complacido de que su hermana se hubiera casado al menos


con un hombre al que no quería matar cada vez que miraba al tipo.

Tommaso señaló con la mano la silla capitán en el otro extremo de la mesa


y se sentó a la cabecera de la mesa donde un vaso de agua ya estaba medio vacío.
Dejó su whisky junto a él. Cross se hundió en la silla con alivio.

—Debería haber conducido —murmuró Cross—. Ese avión estaba lleno.


Como sardinas en lata.

Su cuñado se encogió.

—Vuela en clase privada.

—Es una pérdida de dinero.

—Y, sin embargo, te quejas.

Cross levantó un solo hombro.

—¿Qué puedes hacer? Así es la vida.

—Voy a servir los filetes y saldré —dijo Camilla desde la cocina.

—Sí, está bien, Cam.

Tommaso tomó su whisky y removió el líquido ámbar.

—Theo mencionó que las armas de los canadienses llegaron ayer temprano.

—Por eso estoy aquí.

Su amigo asintió.

—Será una carrera fácil para ti.

—La tengo planeada desde hace dos meses.


—Ni siquiera me sorprende.

—Deberías venir conmigo —ofreció Cross—. Han pasado un par de años,


Tom. Corre con algunas armas.

Tommaso se rio.

—Lo haría, pero mi padre probablemente tendría mis huevos cuando


regrese.

—Pequeño subjefe mimado —bromeó Cross.

—Lo dice otro subjefe.

—Sí, pero yo todavía manejo mis armas, hombre.

—Verdad. —Tommaso bebió un sorbo de su whisky antes de decir—: Sin


embargo, es arriesgado y a papá no le gusta eso. Ya estamos en los paneles de
corcho en la oficina de algún agente del FBI, ¿verdad? ¿Por qué darles más
razones para mirarme de las que ya tienen?

—Todo en este negocio es arriesgado, Tom.

—Todavía sigo órdenes, Cross.

—Es una pena —murmuró él—. Podría haber sido divertido.

—Apuesto a que sí.

—Además, me tomaré un tiempo libre de Chicago durante el próximo


tiempo. Tres meses, tal vez un poco más. No tendrás otra oportunidad de hacer
una carrera conmigo por un tiempo excepto esta.

Tommaso frunció el ceño.

—¿Por qué?

—¿Entre nosotros?

—Sí, por supuesto.

Cross explicó rápidamente el trato que había hecho con Andino Marcello y
lo que había sucedido hasta ahora. Nunca trabajaba en varias series grandes a la
vez porque eran demasiados detalles y los problemas se extendían entre varias
entregas y compradores. Simplemente hizo que las situaciones fueran malas. A
él le gustaban las carreras limpias y cuidadosamente planificadas.

Tommaso se aclaró la garganta cuando Cross terminó.

—Siento que tengo que advertirte, hombre.


—¿Sobre qué?

—Theo o Tommas descubren que estás manejando armas para la familia de


otra persona, y tendrán tu corazón en una bandeja.

Cross frunció el ceño.

—Sí, lo sé, pero no es como si tuviera otra opción.

—En realidad, la tenías hace años. Fuiste tú quien dejó en claro que solo
manejabas armas para el Outfit. Cuando se te acercaban, rechazabas las ofertas y
empujabas a los comerciantes hacia nosotros para que hiciéramos tratos contigo
como una promesa sobre la carrera. Si vas a comenzar a diversificarte después de
todos estos años, le costará mucho dinero al Outfit.

—Soy consciente.

—El dinero es el único hilo que mantiene este negocio y la paz unidos.

—Es solo esta carrera, Tom.

Su cuñado todavía no parecía complacido.

—Más te vale.

—Los Marcello le dan mucha competencia al Outfit en armas ilegales en


este país, ¿eh?

—Cross, los Marcello son nuestra única competencia.

Punto a favor.

—Quiero decir, te respaldaré —aseguró Tommaso—, porque entiendo la


situación en la que estás. Si descubren que estás corriendo armas para ellos,
tendrás suerte de salir con vida. Si logras salir con vida, nunca volverás a ser
bienvenido en Chicago. Considera eso.

Cross asintió una vez.

—Entendido.

Camilla entró en el comedor, platos en mano.

—¿Listos para comer?

—Lo sabes —dijo Cross.

Tommaso le lanzó una mirada, repitiendo en silencio su advertencia,


aunque sus palabras dijeron algo más.
—Deja que la reina de la casa tenga su silla, Cross.

Cross se movió con una risita.

Después de todo, cada casa tenía una reina.

Esta casa no era suya.


Capítulo 6
La luz del sol se filtraba a través del ventanal sin oscurecer del apartamento
en el tercer piso de Catherine. Se relajó aún más ante la sensación de los rayos
bañando su rostro. El mes de septiembre no había traído muchos días soleados
y, en lugar de eso, nubes grises se cernían sobre la ciudad.

Se empapó de esa luz del sol en su pose de cuarto de loto. Con las piernas
ligeramente cruzadas sobre el taburete, y ambos pies descalzos descansando
sobre el muslo opuesto, dejó que sus manos se asentaran con las palmas hacia
arriba sobre sus piernas. De esa manera, sentía que al menos una parte de ella
estaba abierta a liberar cualquier mala energía que la estuviera arrastrando.

La primera vez que Cara le sugirió a Catherine que meditara como una
forma de relajarse o calmar su ansiedad, se rio. Literalmente pensó que la mujer
estaba bromeando.

¿Qué demonios iba a hacer la meditación por ella?

A decir verdad, Catherine no sabía meditar. Quería hacer una broma sobre
algo que la confundía porque era más fácil que admitir que no sabía cómo calmar
su mente y su cuerpo. Ciertamente, no lo suficiente para entrar en ese tipo de
estado.

Sin embargo, Cara presionó.

Catherine aprendió.

Ahora meditaba a menudo. Unas cuantas veces a la semana, o más, si se le


acumulaban cosas particularmente estresantes. Le tomaba treinta minutos, o a
veces una hora si podía permitirse el tiempo para sentarse en el taburete frente a
la ventana y aclarar su mente. Era ella, el taburete, el cielo y pensamientos
silenciosos.

Una respiración... dos.

Inhala, uno, dos, tres… exhala.


Catherine había vuelto a la universidad para lo que deberían ser clases de
tiempo completo. En lugar de las cinco clases que podría haber tomado, optó por
cuatro. Todavía era mucho, y la mayoría de los días no llegaba a casa hasta
después de la cena. Agrega el hecho de salir casi todas las noches para ocuparse
de cuando la llamaban, y no podía encontrar tiempo para abrir un maldito libro
para estudiar.

Aunque, incluso si lo hiciera, Catherine no podía decir que realmente


quisiera.

Para colmo, estaba Cross.

O, mejor dicho, la falta de Cross.

Catherine no había sabido qué esperar después de dejar su pent-house la


mañana después de su ligue, pero el silencio total durante una semana
definitivamente no lo era. Una llamada, tal vez, o un mensaje de texto. Por otra
parte, no tenía a nadie a quien culpar por eso, excepto a sí misma, considerando
que fue ella la que se fue y dejó solo una nota.

Eso fue una mierda de su parte.

No había sabido cómo lidiar con la mañana… no después de una noche


como esa. Entonces, optó por la salida más fácil. Una salida cobarde, seguro, pero
fácil.

Un golpe en la puerta de su apartamento hizo que los ojos de Catherine se


abrieran de golpe. Ni siquiera estaba segura de haberlo escuchado correctamente,
ya que cuando meditaba, a menudo no escuchaba nada en absoluto.

Un segundo golpe más persistente llegó por segunda vez.

Catherine no se movió de su taburete cuando gritó:

—Sí, está abierto.

Michel, su hermano mayor, asomó la cabeza con una sonrisa.

—¿Demasiado vaga para abrir la puerta o qué?

—Entra aquí y cállate.

—Oye, sé amable. —Michel entró en el pequeño apartamento y cerró la


puerta detrás de él—. Te traje…

Catherine solo vio el destello de una bolsa blanca con el logo de su


restaurante favorito en el frente y chilló.
—Sí, eres el mejor hermano que ha existido cuando no estás siendo una
mierda.

Michel se rio mientras ella se deslizaba del taburete como un ratón.


Catherine le sacó la lengua a su hermano cuando le arrebató la bolsa de las manos
extendidas. Él solo negó con la cabeza mientras ella se dejaba caer en el sofá y
abría la bolsa.

Un bagel de queso crema, una tortilla de queso perfecta y un café caliente


escondido en la esquina. Catherine aspiró el aroma de la comida y suspiró.
Primero sacó el café y tomó un gran trago del líquido caliente y endulzado.

—Oh, Dios mío —gimió Catherine.

Michel se dejó caer en el sofá junto a ella.

—Estaba en el vecindario.

Sacó el bagel y lamió un poco de queso crema de un lado.

—¿Eh?

—Gabbie tenía una... cosa.

—¿Qué tipo de cosa?

—No hables con la boca llena —murmuró su hermano.

—No me traigas comida a primera hora de la mañana y esperes que espere


para comerla mientras hablamos, Michel.

Rodó los ojos hacia arriba.

—Me reuní con ella y luego regresó al trabajo. No necesito estar en el


hospital hasta esta tarde, así que pensé en pasarme. Traerte un poco de comida.

Catherine no se perdió de cómo su hermano evitó su pregunta inicial.

—¿Qué tenía que hacer Gabbie en este lado de la ciudad?

La esposa de Michel solía estar bastante ocupada trabajando en el bufete de


abogados de Manhattan día y noche. Especialmente últimamente con el nuevo
caso que involucraba un gran equipo de personas armando una defensa. O eso
es lo que le explicó su cuñada la última vez que Catherine se sentó a hablar con
Gabbie.

—Una cita —dijo Michel.

—¿Con?
—Un médico.

Catherine miró a su hermano.

—¿Estás siendo difícil a propósito o qué?

Michel soltó una risa fuerte.

—No, solo... cuidadoso.

—¿Por qué?

—Dios, no vas a dejar pasar esto, ¿verdad?

—No sobre tu vida —murmuró Catherine alrededor de un bocado de bagel.

—Fue a un nuevo gineco-obstetra que es altamente recomendado


considerando su situación. Supongo que no le importó el viaje para
tranquilizarse.

—De nuevo, no entiendo...

—Gabbie es diabética de tipo dos. Ya lo sabes. Eso la haría de alto riesgo


para ciertos casos en los que se requeriría un gineco-obstetra. Eres una chica
inteligente, Catty, puedes resolver esto.

Por un segundo, la mente de Catherine se quedó en blanco.

Entonces, una comprensión se formó de una vez.

Se atragantó con el bocado de bagel que trató de tragar por la conmoción de


lo que ahora entendía. Michel, sin siquiera pensarlo, se acercó y le dio un fuerte
golpe en la espalda. El mordisco se deslizó dolorosamente por su garganta.

Catherine respiró hondo.

—Oh, Dios mío. ¿De verdad?

Michel se quedó callado.

Ella miró a su hermano.

—¿De verdad?

Él se encogió de hombros.

—Michel.

Su hermano esbozó una sonrisa.

Catherine se arrodilló en el sofá, agarró la cara de su hermano y le hizo


mirarla.
—¿Hablas en serio?

—Dos cosas —dijo, levantando los dedos para que ella lo viera.

—¿Qué?

—Es muy temprano. Hoy solo tiene cinco semanas de embarazo.

Catherine asintió.

—Bueno. Espera, ¿no estaba bebiendo vino en la cena hace un tiempo?

Michel hizo una mueca.

—No le menciones eso, ¿de acuerdo? Ya está asustada por una sola copa de
vino, Catty. No necesita que alguien más le recuerde que tomó una copa antes de
saberlo.

—No diré nada.

—Y no puedes contar la noticia a todo el mundo hasta que estemos listos —


finalizó él.

—¡Bueno! —Catherine, sin importarle cómo se sentía su hermano al


respecto, tiró de él para besarle la frente—. Estoy tan emocionada.

Michel negó con la cabeza cuando finalmente lo dejó ir.

—Eres terrible. Ni siquiera debería haberte dicho. Mamá dice que no puedes
guardar un secreto ni para salvar tu vida.

Catherine se burló.

—Toda mi vida ha sido un secreto para ellos, entonces. ¿Qué diablos saben
ellos?

Se acomodó en el sofá con una sonrisa y se sintió más feliz que antes con su
meditación.

—Imagínate todas las compras que puedo hacer por el bebé —dijo más para
sí misma que para su hermano—. Oh, y si es una niña. Una niña, Michel. Vestidos
y zapatos. Diademas y…

—Está bien, ahora vas a entrar en el sexo del bebé, y ni siquiera hemos
escuchado un latido todavía. Relájate, Catherine.

—Pero los bebés son los mejores.

Siempre y cuando no fuera ella quien tuviera el bebé, claro.


Catherine no estaba preparada para eso.

Michel gimió y miró al techo.

—Lo juro, así serán los próximos ocho meses de mi vida con todas ustedes,
mujeres.

—Sabes, si aprendiste a no ser un imbécil tan malhumorado, es posible que


te guste la forma en que las mujeres somos con estas cosas.

—Lo dudo.

—Vive en tu triste burbuja, entonces —respondió Catherine con un


movimiento de sus dedos.

—Suficiente sobre mí. Tu turno, hermanita.

Catherine sacó el recipiente que contenía la tortilla de queso y un tenedor


de plástico que descansaba en el fondo de la bolsa.

—¿Qué hay de mí?

—Almorcé con Andino el otro día —dijo Michel.

—Ajá. —Catherine estaba más interesada en la tortilla que en jugar juegos


de palabras con su hermano—. ¿Y?

—Su chico también estaba allí. Jordy.

Catherine se puso rígida.

—¿Eh?

—Él es el ejecutor que te cuida a veces, ¿verdad?

—Bueno, él me sigue —respondió Catherine—, pero no diría que me cuida.

Sobre todo, Jordy para apariencias. Dante quería un hombre sobre su hija
para mantenerla a salvo, dado el negocio de su familia y la naturaleza del mismo.
Catherine no quería que un ejecutor la siguiera y le informara a su padre sobre
las cosas que hacía, especialmente del tráfico con el que trabajaba.

Andino encontró un término medio feliz. Jordy. Un ejecutor del equipo de


Andino vigilaba a Catherine, pero nunca la seguía al interior de los lugares.
Como trabajaba para Andino, entendía que algunos de los negocios que
Catherine tenía con su primo debían mantenerse callados.

Funcionaba.

Catherine estaba satisfecha.


La preocupación de Dante quedaba satisfecha.

Eso era todo.

—¿Qué hay de Jordy? —preguntó Catherine.

—Le mencionó a Andino que te vio salir de un club hace un tiempo con
Cross Donati —dijo su hermano—. En su auto, a casa de él… te fuiste por la
mañana, supongo.

Catherine frunció el ceño.

—No es asunto de nadie más que mío, Michel.

—¿Estabas trabajando, o…?

Michel sabía que Catherine traficaba, aunque no estaba de acuerdo con su


decisión de mantenerlo en secreto con sus padres. Sin embargo, dejó de
presionarla sobre el tema. Ella estaba agradecida.

—Sí, recibí una llamada, entré y resultó que Cross estaba allí.

—¿Entonces ligaste con el chico, o qué?

—Quiero decir, decide por ti mismo con la información que conoces sobre
lo que crees que pudo haber sucedido. —Catherine agitó una mano en alto y
agregó—: No voy a llenar los espacios en blanco por ti.

—Catty…

—Es mi vida, Michel. Puedo hacer lo que quiera con ella, incluso a quién
decido hacer. ¿Está bien?

—Claro, pero también es algo preocupante. La última vez que te


involucraste en ese tipo, mala mierda sucedió, Catherine.

—Eso no fue culpa suya, Michel.

—No, entiendo todo eso. Solo quiero decir que es posible que quieras
hacerle saber a papá que estás saliendo con Cross de nuevo para que no tenga
que escucharlo de otra persona primero. Avísale, y de esa manera podrá expresar
sus sentimientos al respecto o lo que sea.

—No hay necesidad.

Michel frunció el ceño.

—¿Qué? ¿Por qué?

—No estoy viendo a Cross. No hay nada que decir.


—Aun así... ya sabes cómo es esta familia, Catty. La palabra viaja sobre
muchas cosas. La gente llena esos espacios en blanco por su cuenta. ¿Es eso lo
que quieres, que papá asuma que él sabe lo que está pasando y no lo que
realmente es?

Catherine resopló en voz baja.

—Dije que no hay nada que contar.

—Todavía.

—Michel.

Su hermano alzó las manos.

—Solo digo, pero oye, haz lo que quieras.

Ella lo haría.

Siempre lo había hecho.

l
Catherine se colocó la bolsa de mensajero en el hombro y trató de balancear
el peso. Ni siquiera estaba tan pesada con solo su computadora portátil y un libro
de texto adentro, pero se sentía así por alguna razón. Dirigiéndose al
estacionamiento donde había estacionado su Lexus, ignoró el leve escalofrío en
el viento.

El invierno estaba en camino.

El otoño ni siquiera había comenzado todavía.

Catherine tuvo cuidado de no pisar las hojas mojadas esparcidas en


montones en la acera. No quería arruinar sus botas de gamuza ni llevar ese lío a
su nuevo auto. A pesar de cuánto había amado a su viejo Lexus, necesitaba una
actualización el año anterior. El otro finalmente estiró la pata y consiguió uno
nuevo con fondos de su fideicomiso.

El negro mate estaba fuera.

El blanco brillante estaba de moda.


Catherine sacó las llaves de su bolso y levantó la cabeza cuando presionó el
botón de desbloqueo del llavero. Su mirada fue a su auto al otro lado del
estacionamiento, y se quedó paralizada en sus pasos. El hombre apoyado en su
Lexus blanco no era a quien esperaba ver.

Cross había renunciado al traje y los zapatos lustrado de cuero de su último


par de encuentros. En lugar de eso, llevaba un atuendo mucho más familiar. Uno
que solía amar en él.

Vaqueros desteñidos oscuros. Camiseta de una banda descolorida.


Chaqueta de cuero. Doc Martens.

Negro, sobre negro, sobre negro, sobre jodidamente negro.

Oscuro, como su mirada fijándose en la de ella. Sexy, como la forma en que


sus labios se curvaron en los bordes conscientemente. Desafiante, como su cabeza
se inclinó hacia un lado como para desafiarla a acercarse.

Su ropa. Su personalidad. Sus deseos. Su comportamiento. Su apariencia.

Todo oscuro.

Negro como el pecado.

Le quedaba demasiado bien.

Catherine estaba decidida a no dejar que la visión de Cross la desequilibrara


demasiado. Después de todo, solo habían pasado dos semanas desde que
follaron. Él podría haberla contactado, si hubiera tenido algún problema ella
dejándolo.

Ella ni siquiera lo miró a los ojos mientras se acercaba a su auto. Abriendo


la puerta del conductor, arrojó su bolso dentro del asiento del pasajero y volvió
a cerrarla.

—¿Qué, tomaste un par de clases aquí en la universidad? —preguntó ella.

Cross cruzó los brazos sobre el pecho.

—No.

—Entonces, supongo que realmente no tienes ninguna razón para estar


aquí, ¿verdad?

—Ninguna excepto tú —respondió él con la misma rapidez.

Catherine se apretó la chaqueta de tweed en un esfuerzo por evitar que el


calor que viajaba por su cuerpo se escapara. La volvía loca cómo el simple hecho
de estar cerca de este hombre aún podía hacerla sentir un millón y una cosas. Él
era cada una de las razones por las que ningún otro hombre que mostrara interés
en ella podía realmente mantener su atención.

Era realmente triste.

—Tengo un teléfono —dijo Catherine.

Cross sonrió, sus ojos negros como el pecado recorrieron su cuerpo. Desde
las botas de gamuza que llevaba, hasta la gargantilla de cuero en su garganta.

—Esto necesitaba una conversación más cara a cara.

—Han pasado dos semanas, Cross. ¿En qué conversación pensaste durante
tanto tiempo?

—Créeme, solo han pasado dos semanas porque no tenía otra opción.

Catherine frunció el ceño.

—¿Disculpa?

—Recibí una llamada la mañana después de que vinieras a casa conmigo.


Tuve que hacer un viaje a Chicago, y luego conducir a través de Maine hasta
Canadá para entregar algunas armas mientras estaba allí. No tenía la intención
de que ese trabajo surgiera tan temprano, en lo que respecta a eso.

—Oh —dijo ella en voz baja.

Eso probablemente explicaba por qué no la había llamado.

Catherine no era estúpida. Recordó cómo Cross se mantenía alejado de los


teléfonos cuando manejaba armas. Principalmente por razones de seguridad.

—Para ser justos, tampoco tenía la intención de despertarme esa mañana y


descubrir que te habías ido.

Miró a cualquier parte menos a Cross.

—Sí, bueno…

—Ese fue un movimiento de mierda, Catty.

—Cross…

—Un movimiento realmente de mierda.

Ella suspiró.
—¿Para quién, para ti o para mí? Follamos y eso fue todo. No se suponía
que fuera más que eso. Te hice saber desde el inicio lo que esperaba.

—Entonces deberías haberte ido la noche anterior cuando terminaste de


recibir lo tuyo, nena. No después de que te metiste en la cama conmigo y me
usaras como una jodida almohada.

Auch.

La acusación tácita de Cross dolió como el infierno. A Catherine se le


erizaron los pelos de punta en ese momento, lista para levantar las paredes y
negarse a dejarlo entrar. Era su mejor defensa. Ella no sabía cómo hacer nada
diferente.

—Definitivamente no después de que me despertaras en medio de la noche


para otro paseo —agregó Cross—. Y la nota también fue un buen toque. Tuerce
el cuchillo después de clavarlo profundamente, ¿verdad?

—No se suponía que fuera nada —dijo ella de nuevo.

—Excepto que lo fue, Catty. Sin toda la conversación y la mierda con la que
no querías lidiar, aún dejaste que fuera algo. Es familiar, ¿verdad? Tú y yo somos
eso… —Él silbó bajo, sonriendo con amargura—. Es demasiado familiar para que
te resistas, así que no lo hiciste. El caso es que tampoco quiero que me jodas así.

Ella no quería tener esta charla con él.

No quería que él le señalara sus errores.

No quería saber que lo había lastimado en absoluto.

—¿Sabes qué? —dijo Catherine, sacudiendo la cabeza—, he terminado con


lo que sea que sea esto, Cross.

Catherine se dio la vuelta y agarró la puerta del conductor de su auto. Cross


fue más rápido. Su agarre enganchó su brazo con fuerza en su mano,
deteniéndola por completo. Su mirada se encontró con la de él, y pudo ver
claramente cada gramo de su ira y tristeza arremolinándose en sus ojos. Su
hermoso rostro, todas esas hermosas y duras líneas, no delataban nada. No sus
sentimientos, ni nada más, para el caso. Sus ojos no podían ocultarlo por
completo.

—¿No crees que al menos me debes una conversación real, Catherine?

El delgado hilo de control que Catherine había podido mantener se rompió,


así como así. Cross no era el único entre ellos que tenía cheques para cobrar en lo
que respecta a la otra persona. No era el único con amargura hundida
profundamente en su corazón. No fue el único que sufrió.

Catherine se soltó de su agarre con una mirada furiosa.

—No te debo jodidamente nada.

Cross se enderezó.

—¿Perdón?

—Escuchaste lo que dije. No te debo nada.

—Catherine, vamos.

—No, ahora es mi turno. Escucha. —Catherine le dio un golpe en el medio


del pecho y dijo—: No fui la primera entre nosotros en dejar al otro, Cross, y no
lo olvides nunca. Después de la forma en que me dejaste así sin más, creo que
puedes lidiar con despertarte solo, imbécil.

Él frunció el ceño.

—¿De qué demonios estás hablando?

—¡Sabes exactamente de lo que estoy hablando!

Su voz elevada no le hizo nada.

Él siguió mirándola fijamente.

—No, no lo sé —dijo él, apretando la mandíbula—. Pero adelante,


explícame. Parece que esta es la única forma en que me vas a hablar, Catty.

—Puede que yo haya tomado el camino de los cobardes, Cross, pero tú


también.

Cross se acercó un poco más a Catherine, sin apartar la mirada.

—¿Cuándo he actuado como un cobarde en lo que a ti respecta? Vamos,


dime.

Su desafío no se podía pasar por alto.

Catherine se levantó con una sonrisa.

—Me dejaste —dijo ella, empujándolo con cada palabra que dijo—. Metiste
mi trasero en un ascensor y me dijiste que me arreglara. Me dijiste que me
mejorara, que arreglara mi mierda y que aprendiera a amar lo que soy. ¿Y qué
más dijiste, Cross? Dímelo.
Él no parpadeó.

—Sabes por qué hice eso. Ese día te dije por qué te hacía ir. Nunca ibas a
mejorar aferrándote a mí como un maldito salvavidas, nena.

—No, no es que hayas hecho eso. No es que me hayas roto el corazón, pero
tampoco pienses ni por un segundo que me olvidaré de eso. Necesitaba ayuda;
me obligaste a conseguirla. No es eso. Es lo que no hiciste, Cross. Dijiste que
estarías allí. Cuando estuviera bien, cuando estuviera lista y supiera lo que
quisiera, me estarías esperando. Eso es lo que me dijiste, y casi me mata cuando
descubrí lo que realmente significaba. Lo prometiste. Siempre, ¿verdad?

Catherine bufó con fuerza.

»Hiciste una jodida broma de lo que fuimos. Descubrí que tus mentiras
duelen mucho más que las mías.

—Catherine…

Sus ojos ardían con lágrimas no derramadas, pero se negó a dejarlas caer.
Ella no lloraba frente a nadie, y ciertamente no a este hombre. No otra vez. Nunca
más.

—Regresé. Regresé como me dijiste meses después, ¿y dónde estabas,


Cross? Todo el trabajo que hice para salir de ese agujero negro, y cada paso que
di después de todo fue para nada. Todo lo que se necesitó fue un rechazo tuyo sin
que tuvieras que decirlo, y estaba jodida de nuevo.

»¿Crees que te debo una mierda? —preguntó Catherine, ignorando la forma


en que su garganta ardía con su ira y sus palabras—. Usaste lo único que me diste
cuando me quitaste todo lo demás, y lo arruinaste. Me diste esperanza incluso
cuando me rompías el corazón, y ni siquiera pudiste darme la decencia de
decirme la verdad. El siempre fue nada más que una jodida mentira contigo, Cross
Donati. Ahora lo sé. Me enseñaste eso mejor que nadie. Y por eso, puedes irte
directamente al infierno.

Catherine había terminado.

Con este día, su conversación y Cross.

Agarró la puerta del conductor y la abrió. Cross solo pareció salir de su


aturdimiento cuando ella se movió para cerrar la puerta mientras se sentaba en
el asiento. En lugar de su brazo, la agarró de la muñeca esa vez.

—Espera, Catherine, por favor —dijo él, inclinándose para mirarla a los
ojos.
Ella se negó a llorar. Ni siquiera dejaría que sus labios dejaran de
presionarse por miedo a que temblaran.

—Déjame ir.

No lo hizo.

Ella tiró y la chaqueta se subió.

El cálido pulgar de Cross presionó la suave y fina piel de su muñeca interna


izquierda. Era muy consciente de que no se había puesto ninguna joya para
ocultar su tatuaje esa mañana. Ella se estaba quedando sin tiempo. Su tatuaje
estaba firmemente expuesto y medio cubierto por su pulgar.

La mirada de Catherine se dirigió hacia abajo.

Cross siguió su mirada.

Con cuidado, su pulgar se deslizó a un lado de su piel como si estuviera


haciendo una doble toma de lo que estaba viendo. Sus dedos presionaron un
poco más fuerte, mientras que el resto de él se congeló. Ella tampoco quería tener
esa conversación.

Catherine trató de sacar su muñeca de su agarre una vez más.

—Por favor, déjame ir.

Él no dijo nada, pero el movimiento de su pulgar sobre la tinta negra de la


pequeña cruz hizo que ella comenzara a temblar. No era que tocara el tatuaje,
sino que la yema de su dedo permaneció en el largo de la cruz. Podía sentirla.
Ella podía verlo en sus ojos.

Esa cicatriz que cubría.

El dolor que escondía.

La historia que no contaba.

La mirada de Cross se lanzó hacia ella.

—Catherine…

—No digas nada.

—Sabes que no puedo hacer eso, nena. ¿Por qué no me lo dijiste?

—No tienes derecho a saberlo, Cross.

—¿Cuándo?
Eso fue todo lo que preguntó.

Nada más.

Catherine apretó los dientes para mantener las palabras adentro, pero de
alguna manera, aún se le escaparon.

—Un par de semanas después de que me hiciste irme. Mi depresión


empeoró mucho y simplemente sucedió.

—Un par de semanas después —repitió él.

—No fue por ti.

Todos siempre querían sentirse culpables por las decisiones de otra persona
en lo que respecta al suicidio. No era así como funcionaba. Solo la persona que
tomaba la decisión tenía la culpa. Nadie más.

—Un par de semanas —murmuró Cross, mirando directamente a su


maldita alma.

—Sí.

—Por eso lo hizo.

Catherine frunció el ceño.

—¿Qué? ¿Quién?

—Tu padre.

—¿Qué hizo mi papá?

—Ese bastardo —susurró él.

Cross finalmente la dejó ir. Catherine se metió el brazo en el pecho y


escondió sus secretos una vez más.

—Yo... eh, tengo que... irme —murmuró Cross—. Sí, tengo que irme. Lo
siento mucho. Lo siento jodidamente mucho, nena.

Él caminó hacia atrás y asintió como si estuviera tratando de convencerse a


sí mismo de lo que dijo. Aun así, en sus ojos, Catherine vio el dolor, el odio y la
violencia resplandeciendo. Una promesa de su caos seguro que vendrá.

—Cross, espera —dijo Catherine.

Él ya le había dado la espalda. Él no respondió a su llamada, ni al siguiente


grito. En segundos, estaba dentro de su vehículo y las luces destellaron cuando
el motor gruñó. Vio cómo los neumáticos de su Rover humeaban al salir del
aparcamiento.

Tu padre.

Por eso lo hizo.

Ese bastardo.

Esas palabras se pasearon por su mente de nuevo.

Algo andaba muy mal.


Capítulo 7
El pent-house de Cross estaba demasiado silencioso. Trataba de estar fuera del lugar
lo más posible. Dormiría donde mierda pudiera solo para evitar volver a casa. El lugar de
sus padres. El apartamento de Zeke. El maldito hotel al final de la calle.

En cualquier lugar menos aquí.

Así era más fácil. Más fácil fingir que había hecho lo correcto al hacer que Catherine
se fuera; más fácil que caminar por el piso hecho para que ambos lo caminaran, y no solo
uno de ellos.

Ni siquiera estaba seguro de cuánto tiempo había pasado desde que la metió en ese
ascensor. Una semana, pero probablemente más cerca de las dos. Pasaba sus días haciendo
de todo, excepto pensando en su casa, en ella y todo lo demás. Agotaba su mente y
trabajaba su cuerpo hasta los huesos para que cuando llegara la noche, no soñara con
nada.

No quería sentir dolor también en sus sueños.

Miró las cajas en la esquina de su casa. Cosas de Catherine. Alguien debería haber
venido a recogerlas a estas alturas, pero nadie lo había hecho.

Eso pudo haber sido en parte culpa suya.

Había cambiado su número porque pensó que, si escuchaba su voz incluso una vez,
su resolución se derrumbaría.

Ella necesitaba ayuda. Necesitaba arreglar su vida. Necesitaba que él la obligara a


hacerlo porque nunca lo haría por su cuenta.

Ella te necesita, pensó.

Cross alejó esos pensamientos. Lo estaban castigando y él ya se odiaba lo suficiente


a sí mismo. Ya le dolía sin añadir más.

Un golpe en la puerta del pent-house hizo que Cross levantara la cabeza de sus
manos. Su teléfono descansaba en el sofá a su lado, sin parpadear con un mensaje o una
llamada perdida. Nada que dijera que alguien vendría.
Evitaba a la gente tanto como podía. Era posible que quienquiera que estuviera en
su puerta quisiera ver cómo estaba. Su padrastro, tal vez. O Zeke. Mantenía sus
conversaciones con todo el mundo forzadas, cortas y nunca demasiado profundas.

Sabían que algo andaba mal.

Cross no los dejaría fisgonear.

El segundo golpe fue más fuerte, persistente. Se levantó del sofá con un suspiro,
ignorando el cansancio que pesaba sobre su cuerpo y mente.

Más tarde, cuando se lo preguntaron, Cross diría que su agotamiento era la única
razón por la que no revisó la mirilla. Probablemente todavía habría abierto la puerta
incluso si hubiera mirado.

Cross parpadeó para no recordar y trató de soltar el volante. Sus nudillos


blancos eran el único signo verdadero de su rabia. Todo lo demás estaba en
blanco y frío. Después de todo, así fue como aprendió a lidiar con su rabia.

Cerrarse.

Quedarse callado.

Silencio en los gritos.

Calma en el caos.

Indiferencia en la inquietud.

Le había llevado años asentar finalmente al chico salvaje que había sido una
vez. Todos los hombres que lo rodeaban mientras crecía y que le decían que la
rabia y la violencia rápida lo debilitarían habían tenido razón. Lo convirtió en un
objetivo porque podía ser provocado fácilmente y reaccionar rápidamente.

Ahora, podía mirar a un hombre a la cara mientras ellos estallaban con sus
debilidades y sonreír. La pérdida de ellos era ganancia de él. Nunca vieron venir
su violencia.

Calmadamente vicioso. Silenciosamente hirviendo. Indiferentemente frío.

En su mayor parte, Cross se enorgullecía de eso. Hoy, sin embargo, estaba


luchando por mantenerse unido.

Su celular sonó y ni siquiera miró hacia abajo cuando presionó el botón


Bluetooth en su Range Rover.

—Sí, habla.

—Tú me llamaste primero, hombre —dijo Zeke a través de los altavoces.


Cross dio un giro brusco, sin siquiera mirar por el espejo retrovisor ni
encender la luz intermitente. Ni siquiera sabía a dónde iba. Todo lo que sabía era
que se dirigía de regreso al centro de la ciudad.

—Necesito que averigües información para mí y rápido.

—¿Qué tan rápido? No soy un puto hacedor de milagros, Cross.

—Esto no debería ser demasiado difícil —murmuró Cross.

—¿Qué es?

—Haz algunas llamadas.

—Está bien.

—Y encuentra al Don Marcello por mí —dijo Cross—. Diez minutos, Zeke.


Quiero una ubicación en diez malditos minutos. No pongas a prueba mi
paciencia hoy. Ni siquiera existe.

Colgó antes de que su amigo pudiera hacer preguntas o negarse. No


explicaría una mierda.

Cross se acarició el labio inferior con el pulgar y juró que había vuelto a ese
día en un abrir y cerrar de ojos. Como si pudiera saborear la sangre en su boca
por su labio roto.

Un golpe con una pistola en la cara dolía muchísimo.

Cross abrió la puerta del pent-house solo para encontrar un arma en su rostro. No,
apuntando. Golpeando su rostro como una maldita bolsa de piedras. El metal duro y frío
le abrió el labio con el impacto y le aflojó algunos dientes. La sangre floreció en su boca.

La sorpresa del ataque envió a Cross hacia atrás con un grito. Su espalda golpeó el
suelo con fuerza y sacó el aire de sus pulmones.

Solo le tomó un par de segundos orientarse y darse cuenta de lo que estaba


sucediendo, pero fueron demasiados segundos. Cross descubrió que no podía defenderse
porque su atacante ya estaba sobre él de nuevo.

La culata de un arma en su rostro.

Una bota en sus costillas.

Otro golpe al rostro.

Un puño.

Una patada.
Otro y otro.

—Mierda —gruñó Cross.

Se volvió de costado, bastante seguro de que la patada le había roto la costilla.


Escupió la sangre de su boca en el suelo de madera. Una patada más llegó a su rostro y
envió su cabeza hacia atrás con suficiente fuerza para hacer que su cuello se tensara.

—Dante, relájate —dijo una voz más o menos lejanamente familiar.

—Vete a la mierda, Lucian. Tú relájate. Deja que sea tu hija y relájate.

—No puedes matar…

—Puedo hacer lo que quiera, en realidad.

—No estás por encima de la retribución por esto solo porque eres un jefe —gruñó
Lucian.

Cross rodó sobre su espalda, y cada respiración dolía. Probablemente no ayudaba


que su respiración fuera corta y temblorosa. Como si no pudiera contenerla lo
suficientemente bien como para hacer alguna diferencia. La sangre en su boca seguía
saliendo, haciéndolo ahogarse. Su visión se volvió borrosa, pero no estaba seguro de por
qué.

Apenas podía ver nada.

Aun así, la figura sobre él se hizo más clara cuanto más se acercaba el hombre. Dante
Marcello se inclinó sobre Cross con su arma ya apuntada. Cross miró por el cañón de la
nueve milímetros y descubrió que no sabía qué decir.

Por primera vez en su vida, estaba sin palabras.

La pistola Dante lo azotó en la boca una vez más con el cañón. Cross finalmente
aprendió a qué sabía el metal de pistola en esos momentos.

Frío.

Oxidado con su sangre.

Duro.

Solitario.

Inseguro.

Cross exhaló otra respiración dolorida.

No es así como debería sentirse la muerte.


El sonido a través de los altavoces del Rover sacó a Cross de sus
pensamientos con una explosión. Odiaba cómo su boca sabía a sangre, oxidada y
picante, sin ninguna jodida razón en particular, excepto sus recuerdos.

Eso había sido hace casi siete años.

Se debería haber terminado.

Fuera de su cabeza.

Sin embargo, todavía se sentía como si fuera ayer.

—Hice algunas llamadas —dijo Zeke por los altavoces.

—¿Y?

—Dante está en la parte alta de Manhattan en uno de los restaurantes de su


hermano. ¿Cazza, o algo así? Cena con su esposa. Mi contacto dijo que el
hermano también puede estar allí o no.

—¿Cuál hermano? —preguntó Cross.

—¿Qué diablos está pasando, hombre?

Cross mantuvo la mirada en la carretera y las manos apretadas al volante.

—Solo responde mi maldita pregunta, Zeke.

—Oye, al menos avísame si va a pasar algún tipo de mierda mala, Cross.


Podría ir allí y tal vez intentar salvar tu tonto trasero de recibir un disparo.

—Nadie me salvó hace años —respondió Cross.

Zeke gruñó entre dientes.

—Mierda, nadie sabía que eso iba a pasar tampoco.

—¿Cuál hermano?

—Lucian, supongo. El subjefe.

Cross colgó el teléfono.

Estaba mirando caminos familiares. Su mente estaba viendo una escena


familiar. No vio al Lexus blanco siguiéndolo de cerca por el espejo retrovisor.

Cross se atragantó con la sangre.

Dante se rio.

—Está bien, Dante, ya hiciste tu punto —dijo Lucian—. Vámonos.


Dante solo estaba mirando a Cross. Se inclinó sobre una rodilla, agarró a Cross por
el cuello y lo obligó a mirar a su mirada verde.

Ojos que le eran familiares.

Ojos que coincidían con la mujer que amaba.

Ojos que parecían querer matar.

—Esta es tu única jodida advertencia —dijo Dante.

Cross tragó saliva y sangre. Le dio ganas de vomitar.

—Mantente alejado de mi hija de ahora en adelante —dijo Dante entre dientes


apretados—. No vuelvas a respirar en su dirección, Cross. Quédate muy lejos. Si te
acercas a mí o a los míos de nuevo, te arruinaré a ti y a los tuyos. Esta ciudad se
derrumbará por lo que le haré a tu familia. De hecho, hazlo fácil para todos y sal de este
estado. ¿Entendido?

Cross simplemente parpadeó.

Estaba demasiado aturdido para hacer otra cosa.

¿Qué había causado esto?

Cross no invitó a esto.

—¿Entendido? —escupió Dante.

—Sí —croó Cross.

El arma se movió repentinamente y el ruido lo ensordeció cuando disparó. Cross


sintió un dolor desgarrado a través de su hombro que instantáneamente lo hizo agarrar la
herida. Algo caliente, húmedo y pegajoso se deslizó entre las yemas de sus dedos.

Dante lo dejó ir.

—Así tendrás algo para mantener de esta reunión. Un recordatorio, por así decirlo.
Un regalo.

—Dante —siseó Lucian por última vez.

Cross todavía no podía moverse cuando escuchó la puerta cerrarse de golpe


segundos después.

Cross se sacudió el recuerdo mientras metía las manos en los bolsillos de su


chaqueta de cuero. Ignoró el frío del viento de mediados de septiembre mientras
cruzaba la calle. Ni siquiera había apagado su Rover, y de hecho lo había dejado
encendido justo donde lo había estacionado.
Una bocina sonó mientras caminaba a través del tráfico.

Cross levantó su dedo medio.

No miró el auto.

—¡Cross!

La voz que llamaba su nombre era familiar y, oh, tan dulce.


Desafortunadamente, detenerse para responder a su llamada o hablar significaría
calmarse y tomarse un tiempo para pensar en lo que iba a hacer.

Cross no podía permitirse eso.

No quería pensar.

O sentir.

En ese momento, tenía una maldita cosa en mente. Un hombre para


encontrar quién tenía una mierda por la que responder, y eso era todo. Nada, ni
nadie, iba a impedir que hiciera esto.

Tardó mucho en llegar.

Casi siete largos años.

Cross subió los escalones del restaurante de la parte alta de Manhattan de


dos en dos. Mantuvo la cabeza gacha y actuó como si no hubiera escuchado el
segundo grito de su nombre.

—¡Cross, espera!

Abrió las puertas del restaurante.

—¡Cross!

—Cross. ¿Qué demonios?

Él gimió, tierno y dolorido.

Estaba bastante seguro de que estaba muerto.

—Mierda, hombre... ¿puedes abrir los ojos?

Cross intentó parpadear o abrir los ojos, pero solo le dolió más. Podía saborear
sangre seca en sus labios y sangre vieja dentro de su boca.

—Joder, eso duele.

—Santo Dios, apuesto a que sí —murmuró Zeke—. No es de extrañar que te hayas


desmayado. Estás sangrando por todo el maldito piso.
Algo tocó su hombro ardiente.

Cross se apartó con un grito.

—Está bien, eso es malo. Ese roce de bala es largo y profundo. Todavía está
sangrando, Cross.

—Simplemente no lo toques, joder.

—Alguien tendrá que cerrarlo.

Su amigo sonaba tan lejano, pero todavía cercano.

—Quiero decir, supongo que no tienes la nariz rota. Eso es una ventaja.

El intento de humor de Zeke hizo reír a Cross a pesar de que todavía no podía abrir
los ojos. No creía que esa cosa en particular fuera buena. Sin embargo, la risa hizo que le
doliera el pecho como el infierno, y tosió a pesar del dolor.

—Auch, maldita sea —murmuró Cross.

—¿Quién te atacó así? —preguntó su amigo.

Toques suaves y cuidadosos presionaron el rostro de Cross.

—¿Cuánto tiempo llevas en el suelo?

Más toques y maldiciones bajas.

—Tu rostro está jodidamente maltratado —dijo Zeke en voz baja—. ¿Con qué te
golpearon que tienes los ojos cerrados e hinchados, hombre?

—Marcello.

—¿Qué?

—Dante. —Cada palabra dolía. Cada centímetro de él dolía—. Dante Marcello.

Zeke maldijo con fuerza.

—De ninguna manera.

—Solo sácame de este maldito piso.

—¿Y entonces qué?

Cross no lo sabía. Solo sabía lo que le habían dicho. Nueva York no era segura para
él. Tampoco era seguro para su familia. Al menos, no mientras él también estuviera allí.

Todo lo demás eran detalles.

Esos no ayudaron a nadie.


Los dedos de Cross se sentían tan rígidos como esa noche que Zeke lo
encontró ensangrentado, golpeado y casi muerto en el piso del pent-house. Estiró
los dedos y apretó las manos en puños, haciendo crujir los nudillos en el proceso.

—Señor, ¿puedo ayudarlo?

Pasó de largo a la chica que estaba en el podio y se adentró en el restaurante.


Ni siquiera la miró cuando lo llamó por segunda vez.

Cross sabía que este restaurante en particular era propiedad de Lucian


Marcello. Había comido allí una o dos veces. Un vistazo rápido al piso principal
le dijo que Dante no estaba comiendo con los clientes habituales. El restaurante
estaba equipado con un comedor privado, y un hombre estaba de pie en la
entrada de la sección con las manos entrelazadas al frente.

Un ejecutor.

Cualquier hombre hecho sabía cómo lucía uno de esos.

Cross se dirigió hacia allí.

Al instante, el ejecutor captó su mirada y levantó una mano.

—El jefe está…

Cross puso su propia mano en rostro del tipo y lo empujó a un lado.


Rápidamente, entró en el comedor privado. Tres personas estaban sentadas junto
a las ventanas del fondo. Dos hombres de espaldas se volvieron hacia él y una
pelirroja miraba por la ventana.

No necesitaba ver sus caras para saber quiénes eran.

Lucian, Dante y Catrina Marcello.

Cross ya estaba como a treinta centímetros distancia de Dante con un


ejecutor gritando a su espalda. El padre de Catherine ni siquiera lo vio venir hasta
que fue demasiado tarde. Tiró de Dante de su silla apretando la parte de atrás de
la chaqueta del hombre con ambas manos.

Los gritos resonaron a su alrededor.

Las sillas cayeron al suelo.

Cross sacó a Dante de la silla y luego lo golpeó contra la mesa cercana.


Dante se tendió sobre la parte superior, mientras Cross metía un puño en su
chaqueta y sacaba la pistola de la funda en su espalda.

Al instante, apuntó con el arma a la cabeza de Dante.


Otras dos armas le apuntaron.

Una del ejecutor.

Otra de Lucian.

—Deja ir al jefe —espetó el ejecutor.

Cross se rio del tipo.

—Eres un maldito idiota. Un hombre se acerca a tu jefe y lo atrapa así. ¿De


verdad crees que le importa una mierda si recibe una bala o qué?

—Cross —comenzó a decir Lucian, mirando su Eagle desde la derecha de


Cross—, hablemos, ¿eh?

—No tengo una mierda que decirte. —Dante abrió la boca para hablar y
Cross empujó el cañón de su arma con más fuerza en la cabeza del hombre—.
Jodidamente cállate. Ni siquiera hables ahora mismo. Me enfurecerás más. Vine
a decir algunas cosas, y quiero jodidamente decirlas.

Ninguno de los dos hombres que lo apuntaban con armas se movieron ni


un centímetro, ni bajaron las armas. Curiosamente, a Cross no le importaban
mucho.

Estaba más preocupado por la mujer de su izquierda.

El cuchillo de Catrina había estado en la garganta de Cross desde el


momento en que golpeó a su marido sobre la mesa. Ella lo miró con ojos duros y
helados. Su postura no vaciló y su mano no tembló. Podía sentir la punta de su
cuchillo cortando su piel lo suficiente para hacer que un hilo de sangre subiera a
la superficie.

—Me agradaste mucho hace años —dijo Catrina—. Pero entiende esto, si
sigues sosteniendo a mi esposo así, te degollaré antes de que puedas apretar el
gatillo, joven. Te desangrarás en este piso y no harás ningún sonido porque te
cortaré las cuerdas vocales.

Las mujeres como Catrina eran peligrosas.

Las mujeres como Catrina eran viciosas.

Ellos no jugaban.

No se podía confiar en ellas.


—Pruébame —dijo ella con calma—. No serías el primer hombre en
subestimar mis advertencias. No serás el primer hombre que ponga en una
tumba.

Cross no se movió.

Tampoco nadie más.

Miró a Dante, notando los dientes apretados y la mandíbula tensa del


hombre. No estaba preocupado ni asustado en absoluto, pero estaba furioso. Un
toro furioso que estaba atrapado y listo para ser liberado.

—Por eso lo hiciste, ¿eh? —preguntó Cross al hombre.

Dante resopló.

—No sé de qué estás hablando, Cross.

—La noche que viniste a mi pent-house, me golpeaste hasta la mierda, casi


me matas y me dijiste que me largara. ¿Recuerdas eso, imbécil?

Dante no dijo nada.

Cross vio que Lucian se ponía rígido por el rabillo del ojo.

—Tú te acuerdas, ¿no? —le preguntó a Lucian.

El subjefe miró hacia otro lado, pero se quedó callado.

A Cross ni siquiera le importó, ya que su atención volvió a Dante.

—Sí, es cierto. Todos sabemos de lo que estoy hablando. Viniste a mi casa,


me golpeaste en la cara con tu arma, te reíste de mí y me amenazaste. Aunque no
solo a mí, no. Cualquiera a mi alrededor también. Me disparaste en el hombro y
me dijiste que era un regalo de despedida. Entonces jodidamente me dejaste allí
como si ni siquiera importara.

Levantó un poco a Dante de la mesa solo para golpearlo de nuevo. La hoja


del cuchillo de Catrina fue con él e hizo el más mínimo corte en su piel. Podía
sentir el cálido hilo de sangre manchando el cuello de su camisa.

—¿Ahora jodidamente te acuerdas?

Dante dejó escapar un fuerte suspiro.

—Tendrás suerte de salir con vida de este lugar. Espero que estés bajo…

—Por eso lo hiciste —repitió Cross—, por Catherine.

El hombre debajo de él se puso rígido.


El cuchillo de Catrina presionó más fuerte.

Cross tragó contra la sensación. No se movería.

—Por Catherine.

—Sí —gruñó Dante en voz baja.

—Por lo que ella hizo.

—Y lo volvería a hacer.

Cross solo quería escuchar al imbécil decirlo. Instantáneamente soltó a


Dante y dio dos pasos hacia atrás cuando el hombre rápidamente se enderezó y
se giró hacia él. Catrina dejó caer la mano que sostenía el cuchillo y se colocó al
lado de su esposo. Los ojos verdes de Dante resplandecieron de rabia y violencia,
pero Cross no se apartó.

—Casi me matas porque ella trató de suicidarse —dijo Cross.

Las manos de Dante temblaron a sus costados. Probablemente decidiendo


si quería golpear a Cross o buscar un arma oculta. Cross no se movió de todas
formas.

—Porque jodidamente me culpaste a mí.

—¿Quién mierda más lo causó? ¿Quién más la lastimó como tú? —Los
gritos de Dante se volvieron más silenciosos cuando siseó—: Una y otra vez.
Tuviste suerte de que incluso te dejara vivir lo suficiente para hacerle eso. No
volverá a suceder, te lo aseguro.

—En lugar de decirme lo que había hecho —murmuró Cross, indiferente y


frío en las yemas de sus dedos—, para que yo supiera, me golpeaste hasta la
mierda, me disparaste cuando estaba caído y me obligaste a salir de esta ciudad.
Eres un pedazo de mierda que me convirtió en un cobarde. No me lo dijiste, me
hiciste correr.

—Y deberías haberte quedado fuera, Cross.

—¡Debiste decírmelo!

—¿Así podías conseguir que lo hiciera de nuevo? —rugió Dante.

—¿Papi?

La cabeza de Cross giró hacia un lado.

Catherine estaba de pie en la entrada del comedor privado con los ojos bajos
y las manos temblorosas descansando flácidamente a los lados.
—Catherine —dijo Dante en voz baja.

Traición le devolvió la mirada cuando miró hacia arriba. Ella no se movió


ni un centímetro.

—¿Hiciste eso, papá?

—Catty, yo…

—Lo hiciste —susurró ella, acusando.

El dolor volvió a resonar.

A Cross le dolía el pecho por la forma en que su corazón se contraía bajo


sus costillas.

—Catherine, es…

La mirada de ella se posó en él, mojada por las lágrimas y dolorida.

—No lo hagas. No digas nada en absoluto.

Luego, ella se fue. Ni siquiera miró por encima del hombro cuando se fue.
Ni siquiera un adiós.

Lo mató.

Porque sabía que la acababa de lastimar. Tal vez no directamente, sino


indirectamente porque expuso a su padre de esa manera. Ella amaba al hombre,
por lo que escuchar las fechorías de él que la afectaban le dolería.

—Sal de mi restaurante —dijo Lucian.

Dante soltó una carcajada.

—No, no lo creo. Él no irá a ninguna parte. No después de esto.

Lucian puso sus ojos oscuros en su hermano.

—Dante, obtiene este pase por el que yo te di por lo que le hiciste. Cruzaste
una línea, y él también. Creo que se lo ha ganado, considerándolo. Sí, como
hombre hecho, esperas que te permita romper las reglas, entonces me permitirás
extenderle a él la misma mano. Este es su pase. Le dejarás tenerlo.

Catrina puso una mano en el pecho de su esposo mientras le daba la espalda


a Cross. Sus uñas de stiletto rojo sangre tocaron a Dante. Ella no dijo nada, pero
su acción silenciosa habló mucho más fuerte. Era como si su mano sobre su
cuerpo le impidiera avanzar. La pared más pequeña, pero más fuerte, que lo
mantenía en su lugar.
La mirada de Dante se ennegreció con odio. Cross sintió que le quemaba la
espalda cuando se fue con un último recuerdo llenando su mente y tomando el
control de sus emociones nuevamente.

Ojos negros. Boca magullada y rota. Costilla quebrada. Fractura de la línea del
cabello en la mandíbula. Conmoción cerebral.

Al menos tus ojos ya no están cerrados por la hinchazón, pensó.

Aun así, su reflejo se veía como el infierno en el espejo. Cross se echó hacia atrás el
mechón de pelo más largo que había caído frente a sus ojos amoratados. Detrás de él,
Calisto se quedó callado y enfurecido.

Quién, seguía preguntando su padrastro. Dime, seguía diciendo.

Cross no dijo nada. Sabía exactamente lo que pasaría si le decía a Calisto quién casi
lo había matado a golpes. Su padrastro levantaría el infierno. No le importaría que eso
significara ir en contra de la mayor familia del crimen organizado en Nueva York. No
importaría que su familia fuera superada en número y en desventaja en lo que respecta a
los Marcello.

A Calisto no le importaría.

Porque alguien hirió a Cross.

Nada más importaba.

Causaría una guerra.

Nadie estaría a salvo.

Cross no podía hacer eso. No cuando eso significaba que su madre y su hermana
serían puestas en la línea de fuego. No cuando eso significaba que Catherine también
estaría en peligro.

Cross sospechaba plenamente que su padrastro tenía una idea bastante buena sobre
quién le había hecho esto, pero Calisto no actuaría a menos que su hijo lo confirmara.

—Vas a tener que decírselo a tu madre —dijo Calisto—. Por favor, no me obligues
a decírselo, Cross. No quiero romperle el corazón.

Cross asintió.

—Está bien.

—Sabes, podríamos arreglar esto, si me dijeras…

—No hay nada que decir —dijo con brusquedad.


Calisto suspiró, pero no empujó.

—¿Cuándo te vas, entonces?

—Pronto. Probablemente mañana. También podría conducir, ya que necesitaré mi


vehículo mientras esté allí.

—¿Cuándo esperas volver?

Nunca.

—No lo sé —mintió Cross.

—Chicago no es un hogar para ti, hijo.

—Va a serlo.

O tendría que serlo ahora.

l
—¡Jodido idiota!

Cross no se movió de su posición en el borde de la mesa de billar. Ignoró el


insulto que Zeke le lanzó y no se molestó en saludar a su amigo o al padre del
hombre cuando entraron a su pent-house.

El cielo estaba terriblemente gris.

Un espectáculo lúgubre.

Cross no podía apartar la mirada.

Bebió dos dedos de whisky, dejándolo arder en el camino y disfrutándolo.


El aguijón le recordó que podía sentir. Seguía vivo.

—Tienes toda la ciudad alborotada —dijo Wolf, acercándose a Cross.

—Eso es decirlo amablemente —agregó Zeke.

—No puedo creer seriamente que te hayas metido con Dante Marcello en
un restaurante propiedad de uno de sus hermanos y lo hayas amenazado con
una pistola, Cross.
—No lo amenacé —respondió Cross, aburrido e inquieto al mismo
tiempo—. Simplemente le apunté con un arma y luego dije algunas cosas. No dije
ni usé amenazas.

—Semántica —ladró Wolf—. Le apuntaste a un Don de la Cosa Nostra y...

—Lo volvería a hacer en un segundo.

—Jesucristo.

—¿Estás tratando de iniciar una guerra entre nuestras familias? —preguntó


Zeke.

Cross se encogió de hombros.

—Tenía una mierda que decir.

—¿Cómo qué?

—Cosas que solo él y yo entenderíamos —explicó Cross, sin ofrecer nada


más.

—Nuestros teléfonos no dejan de sonar —murmuró Wolf—. En un día, has


conseguido que las calles que comparten nuestras familias estén muy tensas,
Cross. Tu padre... Calisto quisiera verte, y pronto.

—No hay nada que ver o decir entre él y yo.

—Cross.

—Hice lo que hice —dijo Cross—. Eso es todo.

—¡No es tan simple!

—¿Esto fue por ella? —preguntó Zeke, ignorando a su padre—. Me refiero


a Catherine. ¿Fue por ella?

Cross siguió sin darse la vuelta.

—Sabes, de todo en mi vida, ella es lo que siento más real para mí en este
momento. Todo lo demás son mentiras, grandes y pequeñas mentiras blancas.
Ella es la única cosa que nunca estuvo coloreada con algún tipo de falsedad de la
gente que me ocultaba secretos. Es extraño cómo funciona eso, ¿no?

—¿No era ella la mentirosa entre ustedes dos?

Él sonrió.

—No conmigo.
Ahora, tenía que esperar.

Catherine vendría a él. Después de todo, ella era como él. Viviendo en un
mundo que se movía a su alrededor y hacía cosas que no podía ver. Un mundo
de gente que mentía y le ocultaba cosas; gente que la amaba.

Eso hacía que todo se sintiera... falso.

Él era real para ella.

Entonces, ella vendría.

Cross lo sabía.
Capítulo 8
Un golpe en la puerta del apartamento de Catherine la irritó
instantáneamente. Si las constantes llamadas y mensajes que había estado
recibiendo durante dos días seguidos eran un indicio, sabía exactamente quién
había venido. Ella no se movió de su lugar en el sofá.

El golpe se hizo más fuerte.

Catherine siguió leyendo su libro.

—Catherine. —Escuchó la voz apagada de su padre—. Abrirás esta puerta


o la derribaré.

—¿Y que me desalojen? —replicó ella.

—Yo pagaría por arreglarlo.

—Catherine, déjanos entrar —dijo su madre.

Catrina sonaba tan frustrada como Catherine.

Maravilloso.

—Ni siquiera está cerrada con seguro —dijo Catherine.

Mantuvo sus ojos en su libro mientras sus padres entraban al apartamento.


Ya no lo estaba leyendo, pero no quería mirarlos.

O, mejor dicho, a su padre.

Catrina se dirigió a la cocina y encendió el hervidor eléctrico. Dante se


movió para sentarse junto a Catherine en el sofá. En el momento en que él se
sentó, ella tiró su libro a un lado y se puso de pie.

Dante suspiró.

—Catherine…

—No me interesa hablar ahora mismo —le dijo ella.


Catrina se centró en sacar las tazas de café de los gabinetes, y no en su
esposo e hija. Catherine se apoyó en la isla que separaba la cocina y la sala de
estar.

—Te hemos estado llamando durante dos días —murmuró su padre.

—Y he estado ocupada.

—¿Con qué?

—Universidad —mintió.

Catherine no había ido a clases desde ese día en el restaurante. No podía


concentrarse lo suficiente como para fingir que le importaba. Había demasiadas
otras cosas en su mente.

Dante frunció los labios, claramente disgustado.

—¿No pudiste contestar tu teléfono en absoluto? Llamarnos. ¿Nada?

—¿Por qué debería?

—¿Disculpa?

—No quiero hablar contigo —enfatizó Catherine—. Eso no es difícil de


entender, papi.

—¡Catherine!

No le importaba que estuviera siendo grosera. Después de todo lo que había


aprendido y de lo que significaba para ella, necesitaba un poco de actitud.

—Dije lo que dije, y lo dije en serio —dijo ella encogiéndose de hombros—.


Al menos podrías respetarlo y no presionarme, papi.

Catrina frunció el ceño mientras su mirada se movía entre Catherine y


Dante.

—¿Cuánto tiempo necesitas, Catty?

—No lo sé. —Catherine se cruzó de brazos y miró a su madre—. ¿Lo sabías?

—¿Qué cosa? —preguntó su madre.

—Lo que le hizo a Cross.

Catrina dejó escapar un fuerte suspiro y admitió:

—No, no lo sabía. Aparentemente eso sucedió cuando estaba dormida en la


sala de espera de un hospital. No me informaron los detalles hasta hace poco.
—Mmm.

Catherine no estaba segura de si eso hacía una diferencia en cómo se sentía


o no. Por lo menos, no podía estar enojada con su madre. Eso era algo bueno,
¿verdad?

—Estaba abrumado con todo lo que pasó —dijo Dante desde el sofá.

—Dije que no quiero hablar…

—Catherine, no lo entiendes. Te acababa de sacar de una tina el día anterior


con tu muñeca abierta como un pedazo de carne. Te internamos en el hospital
durante setenta y dos horas en vigilancia de suicidio. Me sentía abrumado. Me
enfurecí. Necesitaba una salida y acudí a la persona que sentía que la merecía.

Catherine resopló mientras se giraba hacia su padre.

—Esa es la justificación más de mierda que he escuchado para golpear a


alguien casi hasta la muerte y dispararle.

—No olvidemos decirle al joven que se fuera del estado y permaneciera


lejos —agregó Catrina.

Ella señaló a su madre.

—¡Y eso!

Dante miró a su esposa con el ceño fruncido.

—No ayudas, Cat.

—Reconoce lo que hiciste —respondió ella en voz baja.

—Lo estoy intentando.

—No, Dante, no lo estás. Estás intentando que ella te perdone al explicarle


cómo tú te sentiste. Como si eso lo hiciera bien. No lo hace.

Catherine apreciaba a su madre más de lo que podía expresar en ese


momento. Catrina extendió la mano y pasó una mano por el cabello de Catherine,
como si estuviera alisando mechones rebeldes. Vio la acción como lo que era:
apoyo silencioso.

—¿Sabes que pensé que me había dejado? —preguntó Catherine en voz


baja.

El ceño de Dante se frunció.

—Eso no tiene sentido.


—Sí, lo hace. Por eso unos meses después de que comencé a ver a Cara, tuve
una recaída y tuve otra espiral de depresión. Me estaba yendo tan bien. Quería
que él lo supiera, pero pensé que me había dejado.

—Te dejó, Catherine. Él te echó. ¡Dos semanas después, trataste de


desangrarte en una jodida bañera!

Catherine ignoró el grito de su padre.

—No, eso no, quise decir después.

—No puede dejarte por segunda vez cuando ya te dejó, dolcezza3.

Incorrecto.

Catherine no se molestó en explicarle la promesa que Cross le había hecho


ese día hace casi siete años. Una promesa que pensó que él había roto sin
importarle. Para ser honesta, no creía que su padre lo entendería.

—Sabes qué —dijo Catherine en voz baja—. Realmente no estoy lista para
hablar contigo, papá. Necesito resolver cómo me siento sin que intentes decirme
cómo te gustaría que me sintiera en este momento.

—No estoy…

—No intencionalmente —interrumpió Catherine rápidamente—. Lo sé,


pero lo harás. Querrás que esté bien, que hable y hable y hable, o que te perdone.
No estoy lista para hacerlo. Necesito tomarme un tiempo y descubrir cómo me
hace sentir todo esto. O cómo cambia las cosas que pensé que sabía.

—¿Qué cosas cambia exactamente?

—Cosas como Cross.

La mirada de Dante se entrecerró.

—Ese hombre…

—No es asunto tuyo —intervino Catherine con firmeza—. Es asunto mío, y


eso es todo. Es mío para lidiar, y quiero que me dejes hacerlo.

—No, creo que sería mucho mejor para ti, y para el resto de nosotros, si no
vuelves a ver a Cross. En lo absoluto, Catherine. Mentalmente, él es malo para ti.
Todos hemos visto a dónde te lleva. Nadie quiere que vuelvas a ese lugar, y
ciertamente no yo. De hecho, quiero que dejes de verlo. No lo estoy pidiendo. Lo
estoy exigiendo.

3 Dolcezza: dulzura o cariño en italiano.


La ira de Catherine porque le dijeran lo que podía o no podía hacer se
extendió por su cuerpo como un reguero de pólvora. Aun así, se las arregló para
evitar que se derramara. No dejaría que la consumiera y devastara cuando se le
escapara de la boca en forma de palabras. Amaba demasiado a su padre para
lastimarlo de esa manera.

—No tienes voz —dijo Catherine simplemente—. No después de esto.

—¿Disculpa? —Dante se puso de pie—. Catherine, yo no hago exigencias


de tu vida. Nunca lo he hecho. En esto, sin embargo, no me cederé. No verás a ese
hombre después de hoy.

—No es tu elección.

—Catty, es lo mejor para ti.

—Soy una mujer adulta que puede decidir qué es lo mejor para mí.

Dante se mantuvo firme.

Catherine tampoco se movió ni un centímetro.

Catrina se aclaró la garganta detrás de ellos.

—Dante, tal vez deberíamos irnos.

—No hasta que haya terminado.

Catherine negó con la cabeza y abrió los brazos.

—Esta es mi casa. Mi apartamento, papi. No es tuyo. No puedes terminar si


no quiero que lo hagas.

—¡Y tú eres mi hija!

—Lo que dije sigue siendo lo mismo.

—Te dije lo que te dije —dijo Dante, una advertencia sonando fuerte en sus
palabras.

—Sin embargo, no significa nada para mí —respondió Catherine. Se puso


de espaldas a su padre, lista para pedirle que se fuera y terminar con toda la
conversación y el día—. Si no hubieras hecho lo que le hiciste a él, no hubiera
pensado que me dejó de nuevo. Él no tenía que estar conmigo para amarme; eso
es algo que posiblemente no puedas entender. Excepto cuando descubrí que se
había ido, pensé que ya no me amaba. Eso fue culpa tuya, no de él.

—¿Él habría corrido si realmente te amara?


Las palabras de su padre se sintieron como una bofetada en la piel desnuda.
Aun así, se quedó quieta y se negó a moverse. Ella no quería mirarlo, así que le
dio la espalda.

—¿Tú no hubieras corrido, papi?

—¿Qué?

La mirada de Catherine se encontró con la de su madre. Catrina, siempre


tranquila en medio de una tormenta, mantuvo su expresión en blanco. Sin
embargo, podía ver su propio dolor y tristeza reflejados en los ojos de su madre.
Aun así, la fuerza silenciosa de Catrina fue un pilar para Catherine. Era algo por
lo que luchaba. Fue una de las mayores cualidades de su madre.

—Está bien —le articuló su madre.

Él puede tomarlo.

Puedes decirlo.

Adelante.

Catherine escuchó todas esas cosas con dos palabras.

Se giró hacia su padre.

—¿Qué habría significado si Cross no se hubiera ido como le dijiste que


hiciera, o peor aún, si su padrastro hubiera querido una respuesta por lo que le
hiciste?

Dante parpadeó.

—Muchas cosas, supongo.

—Incorrecto. Una cosa. Me criaron diciéndome que siempre respetara a los


demás en nuestra vida porque la falta de respeto lleva a una sola cosa. Sabes qué
es y qué significa. Dilo.

—No sé qué hubiera sido eso.

—Sí, lo sabes —argumentó Catherine—. Dilo.

Dante frunció el ceño.

—Una guerra entre nuestras familias probablemente habría sido el


resultado de todo.

—¿Y a quién habría puesto en peligro? —presionó ella.

Su padre se quedó callado.


Catrina fue la que respondió.

—Todo el mundo. Todos nosotros.

—Incluida la madre de él —dijo Catherine—, a quien adora. Y su hermana,


quien creció pensando que él era su mejor amigo.

—Sí, bueno…

—Y yo también, papá. También me habría puesto en peligro. No importa lo


que Cross y yo fuéramos, estuviéramos juntos o no, él nunca me pondría en
peligro. Porque me amaba. Siempre lo hizo.

Todavía te ama, susurró su mente.

—Entonces, ¿no habrías corrido tú también? —preguntó Catherine de


nuevo—. Si hubieran sido tú y Ma, ¿no habrías corrido también?

Dante se pasó una mano por la cara.

—¿Y bien? —exigió ella.

—Por supuesto que lo habría hecho —admitió él en voz baja.

Catherine asintió.

—Lo sé. Todo el mundo lo sabe. Lo dije en serio. Necesito tiempo para
averiguar cómo me siento por lo que hiciste. Entonces, tal vez, si lo necesito,
podemos hablar más al respecto. O tal vez no necesite hablar de eso en absoluto.
Pero no, no tienes nada que decir sobre Cross, sobre mí o sobre lo que hago con
él. Ya has dicho y hecho más que suficiente, papá. Es hora de dejarme decidir el
resto.

—Excepto que no —dijo Dante—, porque ya lo he decidido. No me


presiones.

Catherine lo miró fijamente.

Dante no se vio afectado.

Bueno, si quería pelear…

No le importaba darle una guerra.

Catherine era su hija, después de todo.


l
Catherine entró en el tranquilo café, pero no se acercó a la mesa en la que
Cross estaba sentado. Detrás de la mesa en la que estaba sentado, una niña de
quizá cinco o seis años, se había dado la vuelta para hablar con él. La madre de
la niña conversaba por teléfono, aparentemente ajena al hecho de que su hija
estaba haciendo un amigo.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó ella.

—Cross.

—Ese es un nombre genial.

Cross sonrió.

—Gracias. ¿Tú cómo te llamas?

—Kenna. Tengo casi seis años.

Él asintió dramáticamente.

—Casi una niña grande entonces.

—¡Soy una niña grande!

—Apuesto que lo eres. ¿En qué grado estás?

—Primer grado —respondió Kenna con una sonrisa llena de dientes—. ¿En
qué grado estás tú?

—No he ido a la escuela en mucho tiempo —respondió Cross.

—Oh, no. Solo los niños malos no van a la escuela cuando sus mamás lo
dicen.

Catherine pudo ver que Cross estaba haciendo un gran esfuerzo por
permanecer serio cuando dijo:

—Entonces asegúrate de ser una niña buena, ¿eh? No mala como yo.

—¡Lo haré! —prometió Kenna.

Entonces, la mirada de Cross se volvió hacia Catherine. No tenía ninguna


duda de que él sabía que ella estaba allí desde el momento en que entró.
—Parece que mi amiga finalmente ha venido, Kenna. No te importa si hablo
con ella ahora, ¿verdad?

Kenna miró a Catherine con ojos curiosos.

—Bueno…

—¿Hmm?

—Supongo que no —dijo Kenna con un puchero—. Pero solo porque ella es
bonita.

La niña dijo eso con un gesto feroz que hizo reír a Catherine en voz baja.

—Kenna, come tu muffin —dijo la madre de la niña sin siquiera mirar a su


hija.

—¡Adiós, Cross!

—Adiós, Kenna —dijo él con un guiño.

Catherine se sentó en la cabina cuando la niña se dio la vuelta.

—¿Haciendo amigas?

Cross se encogió de hombros.

—No puedo ser malo con los niños solo porque no me gusta la gente,
¿verdad?

—Quiero decir, podrías. Aunque podría convertirte en un idiota.

—¿Podría?

—Definitivamente lo haría —aseguró Catherine.

Cross se rio entre dientes y tomó su taza de café para llevar.

—Entendido. —Luego, empujó una taza extra para llevar hacia ella—. Dos
de azúcar, crema extra. ¿Correcto?

—Síp. —Catherine empujó las mangas de su suéter hasta los codos y tomó
el café. No se perdió de cómo la mirada de Cross se posó en su muñeca con el
tatuaje. Él rápidamente desvió la mirada, pero ella aún lo vio. No se había puesto
brazaletes antes de salir del apartamento porque ya no veía el sentido. Estaba allí.
La cicatriz que nadie podía ver debajo de un tatuaje que ella amaba demasiado
para ocultar—. Puedes preguntar sobre eso, si quieres. Ha sido un largo tiempo.
Realmente no hablo de eso porque nadie lo menciona. Es como si pensaran que,
si lo hacen, podría obligarme a hacerlo de nuevo. Eso es ridículo, por cierto.
Cross dejó escapar una larga exhalación.

—No estoy seguro de que deba preguntar nada, para ser honesto.

—Depende de ti.

Catherine tomó un sorbo de café caliente.

La oscura mirada de Cross se aventuró sobre su rostro, y su lengua se asomó


para humedecer su labio inferior.

—¿Puedo…?

—¿Qué?

Él levantó la palma de la mano sobre la mesa y abrió los dedos con un gesto
hacia la mano de ella. Ella colocó su mano izquierda en la de él, dejando su
muñeca levantada y su tatuaje expuesto. El pulgar de Cross acarició el tatuaje
una vez, luego dos. Cuidadoso y suave. Lento y pausado.

—¿Qué hay de la otra?

Catherine se aclaró la garganta y dijo:

—Yo, eh, estaba borracha cuando lo hice y deshidratada por no comer ni


beber nada en días. No me di cuenta de lo profundo que había cortado, supongo,
y realmente no sentí nada. Estaba un poco aturdida por toda la sangre en el agua
del baño. Estaba empezando a desmayarme cuando siquiera pensé en la otra.
Entonces…

—Lo siento —murmuró Cross con voz ronca.

—No lo sientas. No fue culpa tuya ni de nadie más. Fue mía. Yo elegí
hacerlo. Más nadie.

Los dedos de Cross se apretaron alrededor de su muñeca, manteniéndola


en su lugar.

—Aun así, Catty. Quizás no por esto, sino por otras cosas. Lo siento. Ese día
cuando hice que te fueras… por después también, supongo, cuando pensaste que
me había ido.

—Pero sí te fuiste —señaló ella con suavidad—. Técnicamente.

—Pensé que…

—¿Qué?

Los ojos de Cross se encontraron con los de ella de nuevo.


—Pensé que me encontrarías si lo necesitabas. Si quisieras, me encontrarías.
Siempre volvíamos a estar juntos antes, ¿no? Pensé que ir a Chicago no haría
ninguna diferencia en eso.

—Chicago. ¿Ahí es donde fuiste?

—Tres años —dijo en voz baja—. Tres largos años.

—¿Por qué regresaste?

—Mis padres me necesitaban en casa y esperaba que hubiera pasado


suficiente tiempo para que mi regreso no causara problemas con la familia
Marcello.

—No lo hizo, claramente —dijo Catherine.

Él se rio oscuramente.

—No hasta la semana pasada cuando agredí a tu padre. ¿Cómo está, por
cierto?

—Enfadado.

Cross ni siquiera pareció sorprendido.

—Me lo imaginé.

—Si supiera que estoy aquí contigo, probablemente me encerraría en el


sótano hasta que fuera una anciana.

Su sonrisa se volvió pecaminosa.

—Vamos.

—No, hablo en serio. Me prohibió verte, pero se olvida de que no soy una
niña.

—Entonces, ¿por qué me llamaste, Catty?

Catherine esperaba que la soltara cuando terminara de mirarle la muñeca,


pero no lo hizo. En lugar de eso, hizo lo que se sentía bien y correcto para ella al
girar su mano para poner su palma dentro de la de él. Sus dedos se entrelazaron
con fuerza.

—Porque estoy tratando de resolver las cosas —susurró Catherine.

—¿Qué cosas?

Ella lo miró y sonrió.


—Todo, Cross.

—¿Puedo ayudar?

—Tal vez.

Con algo de eso.

Él no presionó ni preguntó.

Luego, miró hacia abajo de nuevo.

—¿Por qué una cruz así?

Catherine se tragó los nervios de la garganta.

—Me recordó a la que habías dibujado en el mismo lugar una vez.

—Recuerdo eso. Sharpie negro. Chicas entrometidas por todas partes. Mi


cumpleaños.

Su risa se sintió ligera cuando escapó.

—Sí.

—Pensé que era... no lo sé, tal vez para recordarte el porqué.

—No fue por ti. Es mucho más fácil para todos los demás sentirse culpables
por la elección de otra persona cuando se trata de suicidio, pero no tienes que
sentir eso en absoluto, Cross.

—Es más fácil decirlo qué hacerlo, mi niña.

Mi niña.

Catherine dejó que las mariposas invisibles latieran dentro de su vientre.


Nunca había sentido eso con nadie más, solo con Cross. A veces, ni siquiera había
necesitado hacer nada más que mirarla y ella lo sentiría.

No parecía haber cambiado.

A ella le gustó eso.

Mucho.

—Sin embargo, me recordaba a ti —admitió Catherine—. Esa fue otra razón


por la que la elegí.

—¿Eh?

—Me hice el tatuaje un año después de haber hecho el intento. Meses


después fui a verte y descubrí que te habías ido.
Cross apartó la mirada.

Catherine siguió hablando.

—Me hice la cruz después de todo eso porque una parte de mí todavía se
aferraba a otra parte de ti.

Sus dedos se apretaron alrededor de los de ella. Ella respondió eso con su
propio apretón.

—¿Quieres hacer algo? —preguntó Cross—. ¿Ir a algún lado, tal vez?

—¿Cómo qué?

—No lo sé. Algo.

—Por supuesto.

El movimiento en la siguiente cabina los hizo callar a ambos. Kenna y la


madre de la niña se encogieron de hombros en sus chaquetas y se volvieron para
salir del café. Sin embargo, no antes de que Kenna se detuviera al lado de Cross.
Ella le sonrió. Él le devolvió la sonrisa.

—Aquí tienes —dijo la niña, tendiéndole una servilleta.

Cross lo tomó.

—Gracias.

—Sé bueno y ve a la escuela —le dijo Kenna.

—Lo haré.

La madre de la niña se rio y tiró de su hija.

Cross miró la servilleta y luego la dejó sobre la mesa. Se la acercó a


Catherine para que ella también viera. La letra desordenada y los corazones
temblorosos hicieron sonreír a Catherine.

¿Amas a la chica bonita?

Marca sí o no.

Fue demasiado dulce.

—Bueno, ¿lo haces? —preguntó ella, mirándolo—. ¿Sí o no?

La intensa mirada de Cross la inmovilizó, hizo que su garganta se apretara


y su cuerpo ardiera. Lo que le hacía con solo una mirada… nunca fallaba. Ella ya
conocía su respuesta antes de que la dijera.
Ella deseaba saber qué hacer con eso.

—¿Cuándo dejé de amarte, Catherine?

l
Catherine salió de su Lexus y apretó su suéter de punto contra su pecho
mientras el aire frío se colaba por debajo. Miró la arena húmeda y el agua de la
playa de Jacob Riis. Con la oscuridad cayendo y el olor a lluvia en el aire, el lugar
parecía casi abandonado. El estacionamiento estaba básicamente vacío. Una
pareja caminaba a aproximadamente un kilómetro más abajo con un perro, pero
en la dirección opuesta a donde Catherine estacionó.

El Range Rover de Cross estaba junto a su Lexus. Había retrocedido hasta


el lugar de estacionamiento y la escotilla del vehículo se abrió de par en par.
Catherine encontró a Cross sentado en la parte trasera de la escotilla del Rover.
Su chaqueta de cuero estaba abierta y tenía un brazo apoyado en una rodilla
levantada. Una de sus piernas colgaba por el borde mientras miraba el agua.

—Esto no es lo que pensé que elegirías cuando me preguntaste si podíamos


hacer algo —admitió ella.

Cross la miró.

—¿No?

—Pensé en un club, una cena... algo.

—Esas también son buenas cosas que hacer.

—Por supuesto.

—Pero prefiero esto cuando quiero tranquilidad —admitió él.

Catherine abrazó su torso.

—¿Haces esto a menudo?

—La mayoría de las veces últimamente.

—¿Por qué?

—Tengo cosas en mi mente, Catty.

No ofreció más.
Ella eligió no presionar.

Catherine se volvió para mirar por encima del hombro y admiró la


oscuridad del cielo y la tranquilidad del agua.

—Aunque esto es bueno.

—¿Sí?

Lo encontró luciendo demasiado sexy para su propio bien por encima del
hombro. Sonriendo. Contento. Fresco, tranquilo y sereno.

—Sí, Cross.

Un trueno retumbó en lo alto.

Se inclinó hacia adelante y miró al cielo.

—Va a llover.

—Puedes sentirlo en el aire.

Hizo que se le pusiera la piel de gallina. Por otra parte, podría haber sido
Cross cuando la agarró por la cintura sin previo aviso y la arrastró a la escotilla
con él. Catherine se rio mientras se sentaba en el regazo de Cross. Sacó una manta
de detrás de él y la arrojó sobre sus hombros. Ella se acurrucó en el calor de él y
de la manta.

Las cosas siempre fueron fáciles con Cross. Como si nunca perdieran el
ritmo. El tiempo seguía; ellos simplemente se habían detenido por un tiempo.

—Siento haberte gritado ese día que fuiste a la universidad —murmuró


Catherine.

Los dedos de Cross se deslizaron por su cabello.

—Está bien.

—Realmente no lo está.

—Te sientes como te sientes, y por una buena razón. De todos modos, tenías
razón. Hice lo que dijiste. Me fui cuando dije que estaría allí.

—Sí, pero…

—Las razones son excusas, Catherine. Hice una elección debido a una
circunstancia, pero la elección fue tomada al final del día.

Una elección que la lastimó.


Catherine escuchó lo que no dijo alto y claro. Era lo que deseaba que su
padre también entendiera. Él había tomado una decisión y la lastimó. No era tan
simple como obtener una explicación, una disculpa, y luego ella estaría bien.

De ningún modo.

—Era tan frágil —dijo Catherine, viendo caer las primeras gotas de lluvia
después de otro trueno—. En ese entonces, quiero decir. Trabajé durante meses
para estar limpia, bien mentalmente y fuerte físicamente. He trabajado duro.
Todo lo que hizo falta fue un solo día, te fuiste, y me recordó que todavía no era
más que una muñeca de porcelana.

—¿Cómo te hizo sentir eso?

—Frágil. Quebradiza. Bonita en una vitrina. Con una sonrisa pintada.


Polvorienta…

—¿Y?

—Olvidada —susurró Catherine.

El brazo de Cross se apretó alrededor de su cintura, mientras su mano se


detenía en su cabello. Sintió sus labios presionarse en la parte posterior de su
cuello cuando dijo:

—No eres ninguna de esas cosas, Catty.

—Lo era —respondió ella—. Incluso cuando estaba bien, tuve que aprender
que todavía era frágil. Peor ahora no lo soy, porque aprendí a recomponerme.
Caí con fuerza y, por una vez, nadie estuvo allí para atraparme. Nadie me reparó.
Lo hice sola. No quiero volver a ser esa frágil muñeca nunca más. No dejaré que
nadie me haga sentir así de nuevo.

Cross apoyó la barbilla en su hombro.

—No deberías.

—Excepto que siento que podría volver a ser ella contigo. O tengo miedo
de que así sea. ¿Sabes lo que quiero decir?

—Sabes que no te haré eso, ¿verdad?

—Considéralo como... una advertencia.

La sonrisa cruzada creció contra su piel.

—¿Eh?
—No quiero ser difícil, pero siempre estoy luchando contra la idea de que
alguien pueda pensar que me voy a romper. O peor aún, que alguien me haga
sentir así. Es posible que a veces lo haga difícil mientras todavía estoy tratando
de resolverlo todo.

—Está bien —dijo él.

—¿Está bien?

—Está bien, Catty.

—Y, además, no sé lo que estoy haciendo. O lo que quiero hacer contigo,


nosotros y todo lo demás. Entonces, ahí está.

El aliento de Cross sopló contra su piel con su risa.

—Pero es fácil, ¿verdad?

—Siempre fuimos fáciles, Cross.

Como respirar.

Eso también la asustó un poco.

Más fácil con él.

Más difícil sin él.

No quería depender tanto de Cross que ni siquiera pudiera mantenerse feliz


a sí misma, pero sabía exactamente lo que se sentía sin él.

Aterrador.

De repente, la lluvia pasó de unas gotas gruesas a una pesada sábana con
otro estallido de truenos a lo lejos. Lo único que les salvó de mojarse fue la puerta
de la escotilla abierta que actuaba como una especie de techo. El agua caía
alrededor de ellos como paredes delgadas.

—Ahí va eso —murmuró Catherine.

—Sí, pero aquí va esto, nena.

La mano de Cross subió serpenteando desde su cintura hasta su mandíbula.


La agarró con fuerza y le giró la cabeza para atrapar sus labios en un beso.
Catherine pensó que se había estado reprimiendo al besarla considerando que no
hizo ningún intento de ser suave o dulce. Quería probarla. A ella no le importaba
dejarlo. Su lengua se deslizó entre sus labios entreabiertos para luchar con la de
ella. Su familiar danza de dientes, lengua y labios moviéndose en perfecta
sincronía se hizo cargo, y Catherine se movió en su regazo.
A horcajadas sobre él, Catherine sintió que la manta caía de sus cuerpos. De
todos modos, ya no sentía realmente el frío. No sintió nada excepto el beso de
Cross y sus manos rozando su trasero. Sus dedos se hundieron en los vaqueros
que cubrían su trasero mientras ella ahuecaba la mandíbula de él. Ella no quería
que él se moviera ni un centímetro.

Catherine quería quedarse así en un momento perfecto en el que nada más


importaba excepto ella y Cross.

Podía fingir que las cosas no eran un desastre.

Que el mundo no existía.

Que el dolor era un recuerdo lejano.

Que la vida estaba en pausa.

Allí mismo, con él.

Catherine ni siquiera podía sorprenderse cuando no pasó mucho tiempo


antes de que se quitaran la ropa. La lluvia seguía cayendo y sus ropas se
amontonaban en un rincón del baúl del auto. Todo lo que escuchó fueron las
densas capas de lluvia que caían y sus respiraciones mientras estaba sentada
desnuda en el regazo de Cross. Sus manos calientes recorrieron su piel fría
mientras ella bajaba un condón por su longitud.

Cross besó su boca una vez más, y luego sus dientes encontraron su labio
inferior. Una de sus manos le palmeó el trasero mientras la otra se hundía entre
sus muslos. Sus dedos rozaron su coño, acariciando suavemente y untándose de
sus jugos con cada toque. Sus dedos se hundieron profundamente mientras la
mano de ella se envolvía alrededor de su ya dura polla.

Catherine le acarició la polla, él la folló con tres dedos y se siguieron


besando hasta que sus putos pulmones ardieron.

—Te quiero dentro de mí ahora mismo —dijo ella.

Aun así, él la folló con los dedos. Los ojos oscuros de Cross nunca dejaron
los de ella, y su sonrisa se volvió malvada cuando sus dedos se curvaron contra
el lugar correcto para ponerla empapada y temblorosa.

—Joder —suspiró Catherine—. Vamos, ¿no quieres follarme?

—Más de lo que crees, Catty.

—Entonces fóllame.
—Cuando te corras así, lo haré. ¿No lo sabes? Te pones tan jodidamente
apretada después de que te corres, mi niña. Tan apretada que siento que no
puedo respirar cuando aprietas mi polla. Así que te corres primero y luego
montarás mi polla. No antes.

Un escalofrío recorrió su piel.

Los labios de Cross persiguieron la sensación, besando su mandíbula, su


cuello y sus pechos. La mano de ella se estremeció al acariciar su polla, pero solo
porque podía sentir que el orgasmo comenzaba a formarse.

Los ojos de Catherine se cerraron mientras se concentraba en dejar que ese


acantilado se formara para poder caerse. Ella apretó los labios en su mano,
montando a su ritmo y acercándose cada segundo. Los susurros de Cross y sus
labios sobre su cuello solo lo hicieron mucho mejor.

—Vamos, Catty —la provocó oscuramente en su oído—, córrete para mí.


Dejaré que montes mi polla mientras te meto estos dedos en el trasero, ¿eh? ¿No
te gustaría eso, mi niña? También puedes montar mi polla mientras yo te lleno.

Jesucristo.

Su boca era otra cosa.

Para hacer su punto, la mano que le palmeaba el trasero la nalgueó con


fuerza. El calor floreció por el golpe. El orgasmo de Catherine llegó furioso como
una ola fuera de control que no vio venir.

Cross se rio roncamente en su oído. Sus dedos profundamente en su coño


masajearon su punto G a través del orgasmo con la fuerza suficiente para hacer
que sus ojos se volvieran hacia atrás. La dejó sin aliento y la excitación recorrió la
mano de él.

—Mierda, sí, nena. Estás jodidamente empapada ahora —dijo él—.


Móntame, Catherine. Joder, móntame.

Ella se levantó lo suficiente para tocar entre ellos y hacer que su polla se
ajustara a su sexo. Ella tampoco se tomó su tiempo para ir lento. Todo lo que
quería era sentir que él la llenaba y la abría.

Ella amaba eso.

Nadie la follaba como él lo hacía.

Nadie la había poseído nunca como él lo hacía.


Una vez que Catherine se hubo sentado completamente en la polla de Cross,
ella giró sus caderas solo para sentir.

—Tan llena —dijo ella.

Cross sonrió contra su boca.

—Te gusta tanto, ¿no?

—Sí.

—Joder, móntame, nena.

La besó con fuerza mientras ella lo montaba rápido. Ni una sola vez rompió
el beso, ni siquiera cuando ella no pudo contener sus sonidos. Su beso tragó todos
y cada uno de ellos. Sus labios la incitaban, provocaban y tentaban.

—Toma mi polla, Catty.

Y...

—Será mejor que me vuelvas a empapar, nena.

Ella también amaba su boca.

Tal como prometió, esos dedos que había usado para follar su coño se
deslizaron hasta su trasero. Trabajó uno en el apretado anillo de músculos y la
quemadura la hizo temblar. Se sentía como si cada uno de sus nervios se
sintonizara y se encendiera de repente. Podía sentir más y eso la volvía loca. El
segundo dedo aún resbaladizo se deslizó en su trasero con más facilidad.

Cross trabajaba su trasero mientras ella montaba su polla.

—Será mejor que te corras para mí —se burló él.

Catherine gimió.

—Quiero hacerlo. Quiero correrme tan mal.

—Será mejor que me lo des, Catty.

Ese tercer dedo estirándola lo hizo. Ni siquiera sintió venir el orgasmo hasta
que ya estaba allí. La otra mano de Cross se levantó para enredarse en su cabello.
Agarró un puñado y tiró de ella para llevarle la oreja a la boca.

—Ahí está, ahí está —arrulló a su oído mientras ella se estremecía durante
el orgasmo—. La próxima vez será mi jodida polla en tu culo, Catherine.
Sus dedos salieron de su trasero y su mano soltó su cabello. La agarró por
las caderas y la metió en él con más fuerza, conduciendo su polla increíblemente
más profundo. Dolía, pero también se sentía tan jodidamente bien.

Catherine apenas podía respirar, pero no le importaba. Los dientes de Cross


cortaron su labio inferior mientras su mirada se enfocaba en su polla y su coño.
Catherine se reclinó y usó el piso del baúl del auto como apoyo, para que ella
también pudiera mirar. La vista de su longitud dura, sus venas pulsando y
deslizándose dentro de ella una y otra vez era embriagadora.

Tan hermosos.

No se dio cuenta de que estaba jadeando hasta que se quedó sin aire y un
tercer orgasmo se deslizó por su sistema nervioso. No fue tan fuerte, pero aun así
se hizo sentir como el infierno.

—Oh, Dios mío —murmuró Catherine, dejando caer la cabeza hacia atrás.

—Mierda, levántate —gruñó Cross.

Él la levantó para que su polla se deslizara fuera de su apretado coño. Se


arrancó el condón, tiró de su longitud con dos golpes fuertes y luego pintó su
estómago con cuerdas blancas de semen cálido y pegajoso.

—Jesucristo —dijo Cross con los dientes apretados. Tiró de ella hacia su
regazo y ella sintió su polla palpitar mientras untaba su semen sobre su piel con
la cabeza de su polla—. Mucho mejor que correrse en un maldito condón, cariño.

Catherine se rio.

—Sí, pero hiciste un desastre.

Su pulgar rozó el fluido y lo levantó hacia ella. Ni siquiera dudó en tomar


su pulgar en su boca y chuparlo hasta dejarlo limpio. El sabor distintivo de él era
inconfundible.

Solo la puso más caliente.

—Sí, joder, eso es caliente —exhaló él.

Catherine sonrió alrededor de su pulgar antes de soltarlo.

—Quédate aquí conmigo un rato, nena.

—Tengo que irme en algún momento.

—Todavía no —instó él—. Te vas a ir y te quedarás atascada en tu cabeza


por un tiempo. Lo sé y no te veré. Así que quédate.
Catherine apartó la mirada.

—No lo sabes.

—Sí lo sé. Puede que nos hagas esto difícil, ¿recuerdas? Tus palabras, Catty,
no las mías. Quédate.

¿Cómo podía decir que no?


Capítulo 9
Cross salió del Porsche y metió las manos en los bolsillos de la chaqueta de
cuero. Se paró en la puerta del conductor del auto mientras veía pasar un SUV
negro. El mismo SUV discreto que lo había estado siguiendo a donde quiera que
fuera durante dos horas hoy. Lo habían estado siguiendo durante un par de días
de forma intermitente.

Los idiotas probablemente pensaron que estaban siendo astutos.

O… no.

Cuando pasó la camioneta, la ventana del lado del pasajero bajó lo


suficiente para mostrar a un hombre que Cross no reconoció. El tipo tenía sus
dedos apuntando a Cross en forma de pistola. Apretó un gatillo imaginario
mientras guiñaba un ojo.

Entonces, los neumáticos chirriaron y el auto desapareció.

¿Qué mierda estaba pasando?

Fuera lo que fuese, a Cross no le gustó.

Su mirada recorrió la calle arriba y abajo, buscando más imbéciles que


pudieran estar detrás de él. Cuando no vio venir ningún vehículo, y ninguno
estacionado que pareciera sospechoso, cruzó la calle hacia la casa de sus padres.

Adentro, su madre ya tenía un café esperándolo. Cross besó la frente de


Emma mientras se lo entregaba.

—¿Cómo estuvo tu día, Ma?

—Silencioso —dijo ella.

Cross sonrió y tomó un sorbo de café. No podía decir si ella estaba


descontenta por eso o no. Su madre siempre había sido callada cuando se trataba
de todo. No tenía muchos amigos, no llenaba su casa de invitados
constantemente y prácticamente había vivido la vida para sus hijos y su esposo.
Sin embargo, ella era la mejor madre. Cross nunca olvidaría recordárselo.
—¿Eso es bueno o no?

—Un día tranquilo en esta vida es siempre un buen día, mi niño.

Verdad.

—Tu padre… Cal —corrigió Emma rápidamente ante el ceño fruncido de


Cross—, está en su oficina.

—Gracias, Ma.

Emma lo miró con ojos tristes.

—¿Alguna vez vas a sentarte y tener una conversación adecuada sobre... lo


que pasó hace años?

—Aún no.

—No me gusta que pelees con Calisto —dijo ella en voz baja—. Nunca
peleas con él, Cross. Ahora no. Eso me hace triste. Y es tu padre, pero ¿no lo fue
siempre, de todos modos? ¿No te amó siempre, independientemente del resto?
Estos son detalles, Cross.

Se suponía que los detalles no importaban.

Incluso él lo dijo.

—Detalles alguien se olvidó de mencionarme a mí —señaló él suavemente.

—Sabes —dijo Emma, mirando sus manos retorcidas—. Te nombré por


Calisto.

—¿Qué?

—Tu nombre... Cross. Calisto tuvo un grave accidente; hemos hablado de


eso y del trauma que le causó en la cabeza.

—Sí, seguro.

—Sin embargo, nunca hemos hablado de lo que realmente le sucedió. Tuvo


amnesia durante mucho tiempo —admitió Emma—. El tiempo suficiente para
que fueras un recién nacido antes de que él recuperara sus recuerdos. No se
acordaba de mí, ni de nosotros, y antes ni siquiera sabía de ti. verás, no tuve la
oportunidad de decirle que estaba embarazada de ti antes de que ocurriera su
accidente. Fue solo después de recordar que él juntó las fechas y otras cosas, que
lo descubrió.

Cross apartó la mirada.


—¿Qué tiene esto que ver con mi nombre, Ma?

—Estoy llegando a eso. Calisto me dio una vez un rosario con una cruz para
ayudarme. Pensó que podría ayudarme a superar un momento difícil de mi vida,
cuando perdí a mi segundo hijo. Después de su accidente, yo le di uno que era
similar, pensando que podría ayudarlo a recordar. Él siempre lo tocaba y lo tenía
cerca. Entonces, cuando llegó el momento de elegir tu nombre, elegí Cross. La
Cruz. Mi Cross. Y su Cross4.

—Para darle otra pista —supuso Cross.

—Y porque tenía un significado para mí. —Emma le dio una pequeña


sonrisa y suspiró—. Sé que quizás nos equivocamos al no decírtelo, pero él
siempre ha sido tu padre, Cross. Así como yo he sido tu madre. ¿Cómo puedes
estar enojado cuando lo único que hicimos fue amarte?

—No estoy enojado, Ma. Estoy... joder. Durante toda mi vida, todos los
hombres de esta familia tuvieron que recordarme que vengo de un hombre que
nos traicionó. A ti, a mí, a Calisto y a la famiglia. Lo decían una y otra vez, como
si fuera una mancha que tuviera que usar, y así lo hice. Trabajé el doble de duro.
Probé mi valía una y otra vez, solo para que siquiera uno de ellos dejara de usar
el nombre de Affonso junto al mío. Sin embargo, incluso ahora, hay hombres en
otras familias que se refieren al principe Donati como “el hijo de Affonso” y no en
realidad al hombre que me crio.

—Oh, Cross.

—Entonces tal vez puedas entender por qué necesito algo de tiempo para
arreglar las cosas. No quiero entrar en esa conversación todavía amargado
porque no quiero lastimarlo a él ni a ti. ¿No puedes entender?

—Puedo —dijo ella en voz baja.

—Lo arreglaré, Ma, eventualmente. Una cosa a la vez, ¿de acuerdo?

—¿Qué más tienes en mente?

Tal vez... si le daba a su madre algo más en lo que concentrarse en lo que a


él respectaba, dejaría todo el asunto de la paternidad solo por un tiempo.

—Catherine —murmuró él.

La mirada de Emma se iluminó.

4 Cross: en español es cruz.


—¿La Catherine?

—Solo ha habido uno en mi vida, ¿verdad?

—¿Cuánto tiempo? ¿Por qué no me lo dijiste? —Su madre lo agarró por la


cara y se puso de puntillas para mirarlo a los ojos—. Esto es bueno. Esto es bueno,
¿verdad?

Cross se rio.

—Sí, Ma, está bien.

—No respondiste nada más, Cross.

—Ella está resolviendo una mierda, eso es todo. No hay mucho que contar.

La sonrisa de Emma se desvaneció.

—Ha pasado mucho tiempo, supongo.

—Todavía se siente como si fuera ayer —dijo él entre la comisura de la boca.

La felicidad iluminó a su madre de nuevo.

Cross contaba eso como una batalla ganada. Preferiría que Emma se
entrometiera en su vida privada con Catherine, algo en lo que no le importaba
complacer a su madre, que sus problemas con ellos. Además, cuando se sentaran
y tuvieran esa charla, iba a doler. No quería lastimar a su madre.

—¿Le dices hola de mi parte? —preguntó Emma.

—Lo haré cuando la vuelva a ver —prometió él.

—¿Cuándo la viste por última vez?

—Entrometida, entrometida.

—Cross.

—Hace un par de días —dijo él riendo—. Tomamos café y… pasamos el


rato en la playa.

Emma arqueó una ceja.

—Sabes que eres un mentiroso terrible cuando se trata de mí, ¿verdad?

Que así sea.

—No voy a entrar en ese tipo de detalles contigo.

Ella sonrió y le dio unas palmaditas en la mandíbula con las manos.


—Estoy tan feliz.

—Eso lo convierte en uno de ustedes —murmuró él.

—¿Disculpa?

—Nada, Ma. —Cross la besó en la mejilla—. Y gracias por el café.

Emma lo alejó con un movimiento de sus muñecas y otra brillante sonrisa.

Cross encontró a Calisto en su oficina, como había dicho su madre. Su padre


no levantó la vista cuando Cross entró en el espacio y se sentó en el sofá de cuero.
Bebió un sorbo de café y miró a su padre. Calisto se frotó las sienes con los dedos
y luego se masajeó el cuero cabelludo. Inclinó la cabeza de lado a lado, como si
quisiera estirar los músculos.

Como si tuviera el cuello rígido.

Dolores de cabeza.

Cuello rígido.

A Cross no le gustó lo que estaba viendo. Esos eran solo algunos de los
síntomas que dieron una pista de un episodio inminente. El último episodio de
Calisto había ocurrido a fines de julio, y solo estaban a veintisiete de septiembre.
Apenas dos meses. Se preguntó si su padre había tenido otro episodio mientras
tanto, pero nadie lo llamó ni lo mencionó. La probabilidad era buena, y eso hizo
que Cross se sintiera como basura porque sin importar qué, él estaría allí para
ayudar si lo necesitaran.

Pero necesitaba saberlo.

—¿Te duele el estómago? —preguntó Cross.

Calisto se aclaró la garganta y levantó la vista de su escritorio, como si solo


entonces se diera cuenta de que Cross estaba allí.

—Me siento bien, Cross.

—Tu cabeza debe estar molestándote.

—No.

—¿Tampoco tu cuello?

Calisto se enderezó en su silla.

—Estoy bien, hijo. No te preocupes por mí.


—Asegúrate de que Ma sepa que debe llamarme, pase lo que pase —dijo
Cross.

—Ella sabe.

—Entonces, ¿por qué no lo ha hecho? —demandó él—. Vemos los síntomas


mucho antes que tú, y eres tú quien los siente.

Calisto no quería mirar a Cross a los ojos.

—Quizás porque pensó que no te importaría.

—O tú eras el que estaba preocupado por eso.

—Cross…

—Asegúrate de que ella me llame —intervino, sin dejar lugar para


preguntas o discusiones.

—Ella lo sabe, Cross. Y lo hará, si siente que lo necesita.

Cross tendría que conformarse con esa respuesta, aunque no le gustó del
todo.

—¿Llamaste por una conversación que necesitaba tener?

—Dos, en realidad —respondió su padre—. Una para mí y otra para


nosotros.

—Explica.

—¿Escuchaste sobre el problema entre Rick y James?

Dos Capos Donati cuyos territorios estaban uno al lado del otro. Los dos
capitanes siempre encontraban mierdas por las que pelear. Cross pensó que los
dos hombres eran como niños en preescolar.

—¿Qué pasó ahora? —preguntó Cross—. Ellos siempre están discutiendo


entre sí. Pelean demasiado para que sea normal. Como un matrimonio de
ancianos. Creo que se gustan.

Calisto arqueó una ceja.

—¿Eh?

—Tal vez deberías decirles que se follen y miren cómo va eso.

Su padre soltó una carcajada.

—No estoy seguro de cómo eso... terminaría.


—Mejor que ser un jodido pacificador cada varios meses como lo haces con
esos tontos.

Calisto se encogió de hombros.

—Dado que están en eso de nuevo, te permitiré esa falta de respeto.

—Ni una falta de respeto cuando es verdad, Papa.

Frente a él, Calisto se relajó un poco ante el término afectuoso. Cross ni


siquiera lo había pensado hasta que la palabra se le escapó de la boca. Era normal;
un hábito.

—Sí, bueno, tendrás la oportunidad de hacer que los dos lo terminen de una
vez por todas —dijo Calisto.

Cross frunció el ceño.

—Ya mantengo ocupados a los Capos y me aseguro de que estén al alza. No


hago de pacificador entre hombres hechos porque…

—No tienes paciencia, lo sé.

—Exactamente.

—Es hora de aprender, supongo —dijo Calisto con una sonrisa—. Mira, no
necesito el estrés de esos dos. De nuevo. Eres mi subjefe, así que ocúpate de ellos
como quiero que lo hagas.

—Excelente.

—Por supuesto, esto va a suceder con Capos tan jóvenes como los nuestros.
Cuanto más joven sea un hombre hecho entre las filas, menos tiempo ha tenido
para aprender a ser un verdadero hombre hecho mientras está en una compañía
similar.

Cross se burló.

—Aprendí y no son más jóvenes que yo.

—Eres una excepción. Fuiste enseñado a hacer esto toda tu vida.

—Eso es cierto —dijo Cross a regañadientes—. ¿Cuál fue la otra charla que
querías tener?

La diversión de Calisto se desvaneció rápidamente.

—La chica Marcello.

Cross se puso rígido, pero no dijo nada.


Aparentemente, su padre no lo necesitaba.

—Recibí una llamada. —Calisto se burló y dijo rápidamente—: Más como


una advertencia.

—¿De quién?

Cross preguntó, pero no necesitaba hacerlo. No realmente.

—Dante Marcello. Parece que su hija ha vuelto a interesarse por ti. O tú


encontraste interés en ella. ¿Por qué no me avisaste para saber que esto podría
suceder? Quiero decir, pensé que algo iba a suceder por eso que hiciste en el
restaurante de Lucian Marcello. Que me jodan por pensar que podrías haber
pensado en venir a verme antes de apuntar con un arma al jefe de otra familia.

—No había nada que contar. —Cross sonrió y agregó—: Y ese hombre se
merecía lo que hice.

—¿No tienes nada que decirme?

Cross encontró la mirada de su padre y lo miró fijamente.

—No te voy a dar una jugada por jugada de mi vida sexual.

Calisto se aclaró la garganta con fuerza.

—Bien entonces.

—¿Cuál fue la advertencia de Dante?

—Que te mantengas alejado de su hija.

—¿Y si no lo hago?

—No lo dijo, pero, francamente, creo que el resultado probablemente se


explica por sí mismo.

—Sus hombres, entonces —murmuró Cross para sí mismo.

—¿Perdón?

—Tengo hombres siguiéndome. De vez en cuando. Vienen y se van.


Probablemente los hombres de Dante.

Calisto dejó escapar un profundo suspiro.

—Sé que no me servirá de nada.

—Adelante, para tu tranquilidad, de todos modos.

Esperaba que su padre le advirtiera.


Que le dijera que se mantuviera alejado de Catherine.

Calisto no hizo ninguna de las dos.

—Por favor, ten cuidado, hijo.

l
Cross hizo señas a la chica que esperaba en las mesas para llamar su
atención. Señaló su vaso vacío.

—¿Rellenas mi whiskey?

Ella asintió.

—Claro, señor, Donati.

Rápida como un ratoncito, la camarera se escabulló. Cross prefería este


restaurante, uno de propiedad de Calisto, cuando tenía reuniones con hombres
hechos. El personal del interior estaba bien versado en los negocios poco legales
del propietario. Las bonificaciones adicionales en sus cheques les permitían
poner la cara cuando pasaban cosas que eran un poco inusuales o… francamente
horribles.

Cuando la camarera regresó con sus dos dedos de whisky en un vaso,


apareció el primer hombre al que estaba esperando Cross. Rick, uno de los dos
Capos con los que tenía que lidiar, vio a Cross al instante. Se dirigió en dirección
a su subjefe mientras la camarera dejaba el nuevo vaso de Cross y se llevaba el
viejo.

—Principe —saludó el Capo.

Cross tomó un sorbo del licor del estante superior y dejó el vaso con un
tintineo.

—Al menos uno de ustedes cafones llegó a tiempo.

Rick frunció el ceño.

—¿Disculpa?

No se molestó en explicar, pero no necesitaba hacerlo. James, el otro Capo


en cuestión, se paseó por la entrada del garito luciendo como si hubiera tenido
una noche difícil.
James encontró a Cross y Rick, y su ceño se hizo más profundo. Aun así, el
Capo se acercó. Sin embargo, no se movió para sentarse junto a Rick.

Cross no jugaría a estos juegos infantiles.

—Solo hay otro asiento en esta mesa por una razón, James. Sugiero que tu
trasero se familiarice con él en los próximos dos segundos.

—Yo…

—No dije eso como una pregunta. Siéntate.

James se sentó.

Cross levantó su vaso para tomar otro sorbo.

—No vamos a estar aquí mucho tiempo, así que ni siquiera se molesten en
llamar a alguien para hacer un pedido.

Ninguno de los dos Capos pareció impresionado. A Cross no le importaba.

—Miren, ya tengo suficientes días ocupados —explicó Cross con un gesto


de la mano—, y ahora tengo más acumulados porque algunas personas de esta
organización parecen no poder jugar bien entre sí. Permítanme darles a los dos
una pista: solo hay dos de ustedes aquí conmigo. ¿De quién diablos creen que
estoy hablando?

Rick y James se movieron en sus sillas.

—No sé si es que no les gusta compartir, o alguien está siendo malo, o tal
vez tenemos un caso de celos. Realmente no importa. Ahora ustedes están
jodiendo mi tiempo, y ese es un maldito problema. Puede que al jefe no le importe
atenderlos a ustedes dos con sus tonterías, pero yo no lo haré. Si insisten en
comportarse como niños, entonces los trataré como niños. Los castigaré como
niños. Hay otros Capos, hombres menos difíciles, que fácilmente recibirían las
cosas que les quite a ambos. Lo tomarán con una sonrisa y un gracias. ¿Entienden?

James frunció el ceño.

La boca de Rick se abrió para hablar.

—Y cómo...

—No hice una maldita pregunta —espetó Cross—. Pedí una respuesta que
requiera sí o no, o algún tipo de acuerdo que me agrade. Permítanme dejarme
muy claro aquí. Solo hay una respuesta aceptable, así que elíjanla sabiamente.

—Sí, entendido —dijo James en voz baja.


—Claro como el cristal —murmuró Rick inmediatamente después.

—Si parece que esta pequeña charla fue condescendiente —dijo Cross con
una sonrisa—, es porque lo fue. Ustedes son hombres adultos, hombres hechos,
así que busquen una manera de llevarse jodidamente bien, o los obligaré a
caminar por Hell’s Kitchen durante un día entero tomados de la mano, como mi
madre solía hacer con mi hermana y conmigo cuando éramos niños. Si quieren
hacer el ridículo, entonces supongo que no les importará una mierda si los ayudo,
¿eh?

Ninguno de los dos dijo nada.

Cross golpeó la mesa con un dedo mientras se levantaba.

—Calisto ha terminado con sus jodidas tonterías. Y finalmente los ha


soportado mucho más de lo que yo lo hubiera hecho. Pruébenme y haré que
ambos deseen que los hubiera matado.

Se encogió de hombros en la chaqueta del traje, no sin antes beberse el resto


de su whisky. También tomó dos artículos del bolsillo interior de su chaqueta.

Cross arrojó un paquete de condones frente a ambos hombres.

—Siempre tengo uno o dos a mano, por si acaso. Es bueno tenerlos.

Ambos hombres miraron los condones.

—Intenten follarse si no pueden hablarlo. —Cross se rio oscuramente y


agregó—: La seguridad es lo primero. No querría que uno de ustedes dos
imbéciles se embaracen, ¿verdad?

Cross salió del restaurante sin mirar atrás. Había aparcado su Porsche al
otro lado de la calle. Estaba tratando de pasar el mayor tiempo posible al volante
antes de que llegara el invierno, y se viera obligado a guardarlo durante unos
meses.

Mientras salía a la calle, su nombre resonó en varias voces y en dos


direcciones diferentes.

—¡Donati!

—¡Cross!

—¡Imbécil!

El tercero no era su nombre, pero dado que venía del hombre a la izquierda
de otro que había usado su apellido, Cross asumió con seguridad que se refería
a él. Dos hombres de un lado. Dos del otro.
Cross acaba de llegar a su Porsche cuando los hombres rodearon su
vehículo. Uno llevaba un bate, y lo balanceaba de un lado a otro de las yemas de
los dedos del hombre.

¿Peor?

Cross reconoció a un par de chicos.

Dos eran tipos que lo seguían por la ciudad mientras trabajaba. Sabía que
otros dos eran los ejecutores de Capos Marcello.

Esto no estaba bien.

Aun así, Cross se mantuvo firme. No alcanzó la manija de la puerta del lado
del pasajero, sino que se volvió hacia la más grande de las cuatro.

—Jack, ¿verdad? —preguntó Cross.

—Lo tienes, Donati.

Cross asintió.

—Sí, una perra ejecutor para uno de los hombres de Dante. ¿Qué mierda
quieren?

—Escuché que te le acercaste al jefe hace un tiempo —dijo uno de los


hombres.

—Alguien piensa que deberías responder por eso —dijo otro.

Cross le dio la espalda a su Porsche. Seguro como la mierda que no le daría


la espalda a ninguno de estos idiotas.

—¿Es eso así? ¿Y quién sería?

Jack sonrió.

—Cualquier hombre que valga su peso en nuestro lado de la ciudad.

—Bueno, jode tu lado de la ciudad —respondió Cross—, porque este lado


es mío.

—No hay nadie aquí.

—Sigues pensando eso, idiota.

El hombre del bate se balanceó y rompió la luz trasera del lado del
conductor. Cross suspiró cuando el hombre sonrió.

—Ups.
—Toca mi auto con ese bate de nuevo, y voy a ver qué tan bueno es tu reflejo
nauseoso cuando lo empuje por tu maldita garganta —advirtió Cross.

—Esas son palabras importantes para un hombre sin…

Cross sacó su Eagle de la funda en su espalda. Apuntó directamente a la


cabeza de Jack.

—Dile que vuelva a agitar ese bate. Jodidamente te reto.

Dos de los otros hombres apuntaron con armas a Cross.

No bajó la suya ni una fracción de milímetro.

—Ahora miren esta estúpida mierda —dijo Cross—. En medio de una calle
de la ciudad, a la jodida luz del día, apuntándonos con armas como idiotas. Uno
de ustedes me mete a la cárcel por esta estúpida mierda, y yo quemaré sus casas
después de encerrar sus traseros dentro de ellas. Inténtelo.

No necesitaba cargos. No cuando cruzaba fronteras con regularidad. Claro,


Cross usaba identificaciones falsas, pasaportes y todo eso, pero a veces también
usaba lo real.

—¿Algo anda mal, principe?

La pregunta se hizo desde el otro lado de la calle. Cross encontró a Rick y


James parados allí. A pesar de haber sido reprendidos como niños que se portan
mal hace solo unos minutos por Cross, estaban listos para acudir en su ayuda si
lo necesitaba. Como apropiados hombres hechos. Esa fue la única razón por la
que Cross no corrigió sus tonterías al matarlos. Eran hombres bien hechos al final
del día.

—Mira —le dijo Cross a Jack—, te equivocaste al asumir que voy a cualquier
parte sin alguien cerca. Supongo que eso es algo normal para ti, estar equivocado,
quiero decir. Considera esto un pase. Vuelve a acercarte mí y te clavaré el culo en
la pared antes de destriparte. Asegúrate de hacerle saber a Dante Marcello que
he escuchado sus advertencias alto y claro, y no me importa una mierda. Estoy
bien, y él definitivamente quiere siga así. Empiecen a enojarme, ustedes imbéciles
intentan hacer más de esta mierda, y las calles de esta ciudad estarán pintadas de
rojo. ¿Entendido?

Jack lo fulminó con la mirada.

Cross desbloqueó el martillo del Eagle.

—¿Entendido?
Jack asintió a los otros chicos, y sus hombres comenzaron a retroceder
lentamente. Solo una vez que estuvieron en la calle, Cross finalmente le bajó el
arma a Jack.

Luego, Cross recitó su dirección de Manhattan antes de decir:

—Ahí es donde me encontrarán. Asegúrense de que su amiguito deje


suficiente dinero en efectivo para reemplazar mi luz trasera, o lo tomaré en
sangre.

l
—¿No podías dejarme saber que estaban planeando algo, idiota?

Andino Marcello levantó la vista de los papeles de su escritorio. No pareció


sorprendido en lo más mínimo al ver a Cross parado allí en su negocio. Cross ni
siquiera entró en la oficina del hombre, pero eso fue solo porque el pitbull que
estaba sentado al lado del escritorio parecía que iba a sacarle a mordiscos una
libra del trasero de Cross.

—¿Disculpa?

—Ejecutores Marcello. Siguiéndome. Arrinconándome en mi territorio.


¿Eso jodidamente te suena?

—No en realidad —dijo Andino—. Pero bueno, los hombres Marcello son
viciosos, Cross. Hiciste una escena con Dante, y nadie quiere tomar esa mierda
calladamente. Me sorprende que incluso un hombre de la familia te haya dejado
caminar tanto tiempo sin hacer algún tipo de acción, para ser honesto.

—A la mierda todos —dijo Cross.

Andino se encogió de hombros.

—Solo digo.

—Escucha, asegúrate de que esa mierda nunca vuelva a suceder.

—Ni siquiera sé qué pasó en primer lugar.

Cross hacía un gran esfuerzo para ocultar su irritación a los demás, pero
últimamente se le estaba haciendo muy difícil.
—Te lo dije. Un grupo de ejecutores Marcello me acorralaron en mi
territorio saliendo de una reunión con algunos de mis muchachos. Eso sí, después
de que me siguieron durante días. Agrégale el hecho de que Calisto recibió una
advertencia personal de Dante para que me mantuviera alejado de Catherine, y
no creo que a esos tontos se les haya ocurrido esta idea por sí mismos. No son los
más brillantes.

—Quiero decir, realmente no puedo ayudarte, Cross —dijo Andino después


de un largo rato—. Se supone que ninguno de nosotros debe trabajar contigo, ni
con ningún hombre Donati, de hecho. No voy a andar por ahí enviando
advertencias y haciendo sonar las alarmas de alguien. Necesito que mis armas
funcionen.

—Mierda, tus jodidas armas —gimió Cross—. Voy a llevar esas armas por
el Golfo de todos modos, pedazo de mierda. Pero no podré hacerlo si uno de esos
imbéciles me mete en una tumba.

El perro junto al escritorio gruñó.

Cross se enderezó un poco en el acto.

—Silencio, Snaps —murmuró Andino. Luego, volvió a mirar a Cross—.


Quizás deberías prestar atención a las advertencias y mantenerte alejado de mi
prima.

—Quizás todos deberían ocuparse de sus asuntos.

—Tienes un deseo de muerte.

—Han dicho eso de mí durante toda mi vida. Sigo aquí. Será mejor que
alguien se asegure de que lo que pasó ayer no vuelva a suceder, o a ninguno de
ustedes le gustará lo que haré.

Andino frunció el ceño.

—Veré lo que puedo hacer.

—Bien.

Cross se volvió para marcharse.

La voz de Andino lo detuvo.

—La próxima vez, no entres de golpe a mi oficina sin llamar primero. Tuve
la amabilidad de evitar que Snaps reaccionara hoy por cómo lo entrenaron; no
volveré a ser amable.

Entendido.
l
Cross se pasó una mano por la mandíbula y pensó que necesitaba un
afeitado. La barba de tres días le picaba en la palma. Apenas escuchó el sonido
del ascensor cuando se abrió para dejarlo entrar al pasillo de su ático.

Supuso que debería estar feliz de que después de su charla con Andino una
semana antes, la mierda se hubiera calmado un poco.

Sin embargo, un poco no significaba del todo.

Todavía encontraba hombres siguiéndolo a veces.

Gente Marcello comiendo en sus lugares habituales.

Un Capo Marcello en el club de Zeke.

Otra advertencia a Calisto por teléfono.

Joder, Cross ni siquiera había hablado con Catherine desde esa noche en la
playa, pero esas banderas de advertencia seguían apareciendo.

Parecía que no importaban las advertencias que recibiera…

Catherine estaba apoyada en la puerta principal del pent-house de Cross.


Un vestido negro Dolce & Gabbana, chaqueta de cuero y tacones negros a juego.
Ella era como el cielo ante sus ojos. Una pequeña sonrisa sexy iluminaba su
bonito rostro cuando su mirada se encontró con la de ella. Cerró la distancia entre
ellos, sin siquiera sentirse un poco cauteloso por su presencia.

Probablemente debería haberlo hecho.

Después de todo, le habían advertido.

Lo que sea.

—Catty —murmuró él.

—Hola.

—Esto es una sorpresa. Tu teléfono no funciona, ¿o qué?

Ella se encogió de hombros.

—Estaba en el vecindario.
—¿Oh?

—No realmente. Simplemente... me aburrí.

—Te aburriste —repitió él.

—Quizás descubrí algunas cosas.

—¿Cómo qué?

—Como que me tomé unos días para mí, pensé en algunas cosas y aquí
estoy.

—Aquí estás —respondió Cross con una sonrisa—. Mi madre dice hola.

—Extraño a Emma. Ha pasado mucho tiempo desde que hablé con ella. —
Catherine se puso de puntillas en sus tacones negros y le dio un rápido beso en
la boca—. ¿No te importa que esté aquí?

—No te vayas antes de que me despierte esta vez.

—¿Vas a hacerme el desayuno?

—Te comeré de desayuno.

Catherine le guiñó un ojo.

—Trato hecho.
Capítulo 10
—Mmm —gimió Catherine—. Joder, sí.

La nariz de Cross acarició detrás de la oreja de ella, y luego sus dientes


mordieron el lóbulo. Podía olerlo a su alrededor. Su cuerpo, sus sábanas y Dios,
todo él. Podía saborearlo en su lengua. Sabía a hombre, sexo, sal y lujuria.

—¿Ya has tenido suficiente? —le preguntó él al oído.

Había un tono ronco en sus palabras. El acento sexy en su tono lo bajó más.

—No —dijo Catherine con una risa sin aliento—. Nunca.

Cross estaba acurrucado en su espalda mientras ella yacía de costado. Él


había enganchado su pierna sobre su muslo mientras la follaba por detrás. Su
mano enjauló sus muñecas por encima de su cabeza, mientras que la otra jugaba
con su clítoris.

Jesucristo, estaba casi entumecida.

Tan llena, tan follada y tan feliz.

Sin aire. En lo alto. Loca.

Era maravilloso.

Primero usó sus dedos. Luego, su boca. Su polla.

Ahora, todo.

—Algunos podrían considerar esto como tortura, Catty —murmuró él.

Sus dientes, lengua y labios acariciaron la parte posterior de su cuello.


Chupaba. Lamía. Mordía. Joder, amaba sus marcas de mordiscos.

Ella ya se había corrido ocho veces.

Estaba trabajando en la novena.

Él estaba tratando de hacerla aflojarse.


Que diga que no podía.

Que se rinda.

Nunca.

Catherine no sabía que era posible llegar al orgasmo tantas veces. Seguro,
tomó un poco. Cada vez más. Los orgasmos se acortaron y debilitaron. A veces
dolieron. A ella le encantaba como nada más.

—Casi, casi —suspiró ella.

La risa oscura de Cross la hizo girar. Sus dedos pasaron de rodear su clítoris
a un pellizco agudo mientras los dientes de él mordían los músculos de su cuello.
Un golpe duro y brutal respondió a esos movimientos de él, y ella se corrió más
fuerte que nunca.

El grito que escapó de sus labios fue tan roto y tan encantador.

—Sí, dámelo, nena. Empapa mis malditas sábanas, ¿eh?

Su ritmo se desaceleró mientras ella temblaba en su camino a través de un


orgasmo que casi malditamente la cegó. Estaba tan jodidamente mojada entre sus
muslos que era ridículo. Pegajosa, caliente y sudorosa.

Era la mejor forma de pasar la mañana.

Fue decidido.

Fin de la historia.

Los dedos de Cross se aceleraron entre sus muslos mientras ella soltaba un
grito cansado. De repente, estaba demasiado sensible y necesitaba respirar.

—Me vas a matar —dijo ella.

—No así —prometió él.

Catherine sintió la pérdida de él entre sus muslos al mismo tiempo que él


le dio la vuelta. Sus ojos se abrieron cuando sus manos finalmente la dejaron ir
solo para arrastrar su espalda sudada.

—Una vez más —dijo él.

—No creo que pueda —admitió ella—. No puedo ni pensar.

—Bien.
Cross se inclinó sobre ella para sacar algo de la mesita de noche. Una botella
pequeña, lubricante, pensó. Su cuerpo estaba tan caliente que el frío del
lubricante deslizándose por su trasero fue un shock.

—Shh —tranquilizó él.

Ya inclinado sobre ella, su voz estaba en su oído de nuevo.

Prometedora.

Exigente.

Necesitada.

Y Catherine pensó... incluso cariñosa.

—Te prometí algo con esto, ¿no? —dijo él mientras dos de sus dedos se
abrían camino en su trasero. Movimientos lentos y constantes que relajaron sus
músculos tensos y se sintieron oh, tan jodidamente bien—. Quiero que te corras
en mi polla cuando esté profundamente en tu trasero, Catty. ¿No quieres eso?

Los nervios burbujearon a través de su sangre. Un tercer dedo en su trasero


la hizo arder y palpitar al mismo tiempo. La picadura fue rápidamente
reemplazada por algo mucho mejor. Un dolor profundo que no dolía, sino que le
dio ganas de suplicar.

—Vamos, Catty —dijo Cross, sus labios recorriendo la parte superior de la


columna—. Usa palabras para mí.

Lo único que logró decir fue un silencioso:

—Por favor, por favor, por favor.

—¿Hmm?

Sus nervios ya estaban sobrecargados. Su cuerpo estaba cansado a pesar de


haber dormido toda la noche mejor que en años. Ni siquiera pensó que podría
volver a acercarse al orgasmo.

Ella todavía quería que lo intentara.

Especialmente así.

—Por favor, Cross —susurró Catherine.

—Catty...

—Folla mi trasero, por favor.


—Jesús, suenas tan bien cuando estás suplicando así, nena. Recuerda esto
la próxima vez que quieras despertarme chupándome la polla. No es agradable
hacer que un hombre se corra antes de que abra los ojos. Se llama dignidad.

Ella también estaba pagando por ese truco.

—Me estás dando una razón para hacerlo de nuevo —advirtió Catherine.

Cross se rio entre dientes.

—Que así sea.

Sus dedos dejaron su trasero y ella sintió que el dolor crecía casi
instantáneamente. Estar llena y abierta allí fue una sensación completamente
nueva, algo perverso y maravilloso. Sin embargo, no la dejó queriéndolo por
mucho tiempo.

La polla de Cross estaba en su trasero antes de que ella hubiera respirado.


Más grueso y más largo, ese buen dolor se volvió severo en un abrir y cerrar de
ojos mientras él trabajaba su polla a través del apretado anillo de músculos. Una
de sus manos trazó la línea de su columna, y la otra abrió sus nalgas.

—Mierda, ¿te vas a relajar por mí, Catty, o qué?

—Yo… —Ella no pudo formar palabras.

Cross todavía encontró las suyas.

—Déjame hacerte esto bien, nena. Respira.

Ella lo hizo.

Sus nervios cantaban. Su cuerpo se calentó de nuevo. Fue lento y suave


hasta que ella pudo sentir su ingle apretada contra la curva de su trasero.

Las manos de Cross se deslizaron sobre su piel de nuevo, pero solo para
alzarse y enredarse en su cabello. Él tiró, haciendo que su cabeza se inclinara
hacia atrás mientras se lamía los labios.

—¿Estás bien?

—Muy bien —prometió ella.

Él se echó hacia atrás hasta que solo la punta de su polla estuvo dentro de
ella, y luego volvió a golpear.

Catherine suplicó de nuevo.

La folló hasta volverla loca.


Llegó a los diez antes de que él le pintara la espalda con semen.

l
—Eso se ve bien —murmuró Cross por encima del hombro de Catherine.

Su rostro acarició la parte posterior de su cuello mientras su mano agarraba


con fuerza la curva de su cintura. Trató de mantener su atención en las dos
tortillas que estaba cocinando en la estufa. Arrastró la espátula por el borde de
ambos moldes para evitar que la mezcla de huevo, queso y verduras se pegara.

—También huele bien —añadió él.

—Está casi terminado.

—Me muero de hambre.

Ella se rio en voz baja.

—Después de tu pequeño juego de esta mañana, apuesto a que sí.

—Tú empezaste eso.

—Y tú lo terminaste, entonces.

Ella sintió la forma de su sonrisa complacida contra su piel.

—Bueno, joder sí.

—Arrogante.

—Maldición sí.

Cross la besó en la mejilla y le guiñó un ojo, luego tomó la taza de café del
mostrador que ella le había preparado. Bebiendo, le dio la espalda a la encimera
y la miró de esa manera. Una forma que decía que tenía algo en mente.

—¿Qué? —preguntó ella.

—Nada.

—Mmm. —Catherine asintió hacia un lado—. Lo olvidé anoche, pero había


algo pegado a tu puerta cuando llegué aquí. Lo metí en mi bolso.

Cross se acercó y rebuscó en el bolso Gucci de Catherine hasta que sacó un


sobre blanco. Agitándolo, preguntó:
—¿Esto?

—Sí.

—¿Miraste lo que hay dentro?

—Todavía está sellado, ¿no?

Cross se encogió de hombros y abrió el sobre. Inclinándolo hacia un lado,


una pila de billetes cayó en su mano. Dejó a un lado el papel arruinado y contó
los billetes.

—Tres mil servirán, supongo.

Catherine le lanzó una mirada.

—¿Para qué?

Mostró una nota que también había estado dentro. Simplemente decía: Para
la luz trasera.

—Uno de los hombres de tu padre hizo un espectáculo hace una semana.


Rompió la luz trasera de mi Porsche. En realidad, fueron algunos de ellos. Solo
uno hizo el daño. Y solo les hago saber que, a menos que quieran algo suyo
encontrara una peor suerte, esperaba un reembolso.

Ella frunció.

—¿De verdad?

—No es gran cosa.

—¿No? —Catherine apagó la estufa y sacó las dos cacerolas de los


quemadores calientes y las puso a enfriar. Luego, se giró hacia Cross—. ¿Todo
esto fue después de lo del restaurante?

—¿Y?

—¿Ha pasado algo más?

Cross apartó la mirada.

—Una tontería, supongo. Me siguen. Gente va a los negocios que frecuento.


Llamadas telefónicas. Nada que me moleste demasiado.

—¿Y qué han dicho? —presionó ella.

—Catty.

—Cross.
Ella ya conocía su respuesta antes de que la dijera.

—Me han dicho que me mantenga alejado de ti, en su mayor parte.

—Excepto que me dejaste entrar anoche.

—Porque me importa una mierda lo que alguien intente hacerme —dijo


Cross con una sonrisa—. No me asusto fácilmente. Después de lo que tu padre
ya me hizo una vez, lo único que realmente puede hacer ahora es matarme.

Catherine sintió que sus mejillas se drenaron de color.

Cross se acercó y dejó su taza a un lado. Extendiendo la mano hacia ella, le


tomó la mejilla y le acarició la mandíbula con el pulgar.

—Oye, estaba bromeando, nena.

—¿Lo estabas?

—Principalmente. —Cross se encogió de hombros y agregó—: Está tratando


de intimidarme y no está funcionando. Se trata de que tú y yo resolvamos nuestra
mierda. No él.

Catherine lo miró.

—¿Y si empeora?

—No creo que lo haga.

—¿Por qué no?

—Porque Dante te ama.

—¿Y? —preguntó Catherine.

Cross agitó una mano entre ellos.

—Y aquí estás conmigo, no encerrada en otro lugar.

Oh.

—Sin embargo, me pregunté algo cuándo te vi aquí anoche —dijo él.

Catherine no entendió.

—¿Qué cosa?

—Lo que estabas haciendo, supongo. ¿Fue alguna maniobra lo que le


estabas haciendo? ¿Rebelión, tal vez? Lo consideré por un momento.

—Pero no preguntaste —dijo ella.


—Realmente no lo necesitaba —respondió Cross con una sonrisa—. No
juegas conmigo, Catherine. Nunca lo has hecho. Tu padre no será con quien
decidas empezar en lo que a mí respecta.

Él estaba en lo correcto.

Ella estaba allí porque quería estarlo. Se sentía correcto. Nada más
importaba.

—¿Alguna vez pensaste en contactarme o intentarlo? —preguntó


Catherine—. ¿En algún momento durante estos últimos siete años?

Cross asintió mientras tomaba su taza.

—Claro, pero nunca lo hice.

—Obviamente. ¿Por qué no?

—Un año se convirtió en dos, y luego pasaron seis años antes de parpadear.
Pensé... ella ya ni siquiera sabe que existes, así que déjala vivir.

La mirada de Catherine se posó en la de él, y allí encontró la verdad.

Todavía la asustaba un poco.

—¿Cómo podía no saber que existías, Cross? Tú fuiste quien me hizo vivir.

Él sonrió, pero no dijo nada. Vació su taza y la dejó en el fregadero antes de


sacar los platos del armario. La ayudó a poner las tortillas en platos.

Cross extendió la mano para deslizar dos dedos debajo de su barbilla


mientras colocaba las cacerolas enfriándose en el fregadero.

—Oye.

—¿Sí?

El amor le devolvió la mirada.

Ella no estaba tan asustada de eso. Solo cuando pensó que podría volver a
doler.

—Di algo —susurró.

—Siempre te amaré, Catherine. Lo sabes, ¿verdad? Siempre lo he hecho.

—Tengo miedo de que me vuelvas a romper el corazón, Cross.

—¿Vas a dejarme probar que no lo haré?


l
—Tío Giovanni —saludó Catherine.

Su tío levantó una mano para saludar, pero no terminó la conversación que
estaba teniendo en su teléfono.

—Andino, hijo, llama a tu madre. Deja de hacerte el difícil. No voy a jugar


a ser un pacificador entre ustedes dos, punto final.

Cross le lanzó a Catherine una mirada divertida mientras se acercaban a su


auto. Lo había aparcado en uno de los puestos de visitantes del garaje
subterráneo la noche anterior. Su tío estaba apoyado contra la puerta del
conductor cuando entraron en el garaje.

Giovanni colgó el teléfono y centró su atención en Catherine y Cross.

—Buenos días.

Cross solo asintió en respuesta, pero presionó su mano en la espalda baja


de Catherine.

—Llámame, ¿eh?

—Lo haré —prometió ella.

Le dio un rápido beso en los labios y luego se volvió para irse.

—Dile a tu padre que hola, Cross —dijo Giovanni—. Ha pasado demasiado


tiempo desde que él y yo tuvimos una conversación adecuada.

Por razones que Catherine no entendió, Cross vaciló en sus pasos. Miró por
encima del hombro a su tío con una mirada curiosa.

—Calisto, quieres decir —dijo él.

—Tu padre, sí.

—Mi padrastro —respondió Cross—. A todos les gusta recordarme que él


no es mi verdadero padre.

Giovanni se encogió de hombros.

—Sì, bueno, esos son ellos. Nunca lastimaría a mi amigo con esa mentira.
Como dije, dile a tu padre que hola.
—Haré eso, gracias.

Cross avanzó dos filas en el garaje subterráneo hasta su Rover. Catherine


esperó hasta que él salió del espacio antes de volver a su tío.

—Esa fue una conversación extraña —dijo—. Si pudieras llamarlo así.

Por decir lo menos.

Giovanni sonrió levemente.

—No es tan extraño, Catherine, considerando.

—¿Considerando qué?

—Eso, reginella, es una historia para otro día. Cada hombre tiene sus
secretos. Algunos de nosotros tenemos la suerte de conocerlos, por lo que
decidimos mantenerlos a salvo.

¿Qué?

—¿Sabes qué? No importa —dijo Catherine.

Su tío estaba actuando demasiado extraño para que ella siquiera se


molestara.

—Recuerdas cuando tenías unos, oh, ¿quince o algo así? Tu madre y tu


padre llevaron a Michel a Detroit para comprobar los apartamentos para cuando
se mudara el verano siguiente.

Catherine se puso rígida en el acto.

—¿Qué hay con eso?

—Tenías la casa para ti sola ese fin de semana. No hay niñeras adentro.

—Tío Gio…

—Fui a ver cómo estabas, y había harina por toda la cocina —continuó su
tío como si no hubiera hablado en absoluto—. Dijiste una mierda sobre un bicho
o lo que sea. Sabía que era una mierda desde la primera palabra que salió de tu
boca.

Catherine podía sentir el calor subiendo por sus mejillas.

—¿Y?

—Te das cuenta de que había huellas de zapatos en la harina, ¿verdad?

—Oh, Dios mío.


Giovanni asintió para sí mismo.

—Dos pares. Uno obviamente más pequeño, las tuyas. Otro más grande, y
pensé, probablemente…

—Sí, Cross estaba allí —murmuró Catherine.

Su tío se rio entre dientes.

—Ya me lo imaginaba.

—¿Por qué no dijiste nada, entonces?

Él se encogió de hombros.

—Pensé que probablemente ya había asustado lo suficiente al niño.

Catherine se rio.

—Pero no lo suficiente. Se quedó todo el fin de semana.

—Dijeron que Cross siempre fue… intrépido. No pareces tan sorprendida


de verme aquí —dijo Giovanni.

Se apartó de su Lexus mientras ella sacaba el llavero de su bolso para


abrirlo.

—Para nada, tío Gio.

—Tampoco Cross, en realidad.

—Nop —dijo ella.

—Aparentemente, saqué mi trasero de la cama antes de las diez para nada


—se quejó Giovanni.

Catherine lo miró de reojo.

—¿Papá te envió?

—¿Cómo lo supiste?

Su tío sonaba divertido y sarcástico al mismo tiempo. Era una de las razones
por las que todos, jóvenes y mayores, en su familia adoraban a Giovanni. Aunque
envejecido, todavía se comportaba mucho más joven de lo que era. No se tomaba
nada demasiado en serio. Y siempre era el primero en doblar las reglas
simplemente para hacer las cosas divertidas para todos los demás, incluido él
mismo.

—Bueno, para empezar —dijo Catherine—. Sé lo que ha estado haciendo.


—Oh, dímelo. Diviérteme.

—Hacer que sigan a Cross. Permitir que sus hombres hicieran escenas
públicas. Creo que llamaríamos a eso intimidarlo. Aunque, francamente, solo está
enojando a Cross. Alguien necesita decirle a papá que todo esto no tiene sentido.
Le dije lo que le dije, y lo dije en serio.

—Sí, creo que dijo que ibas a hacer lo que quisieras y que él podía irse a la
mierda.

—No utilicé esas palabras.

Giovanni sonrió.

—Los coloreé, Catty. La vida es mejor cuando coloreas la mierda.

Ella rio.

—¿Sí?

—Sí. Recuérdalo. Es un buen consejo.

—Mmhmm.

—Sin embargo, saber que ha habido algo de tensión en las calles no me dice
por qué no te sorprendió verme aquí.

—Sabes qué, no, eso es mentira. Estoy un poco sorprendida.

La ceja de Giovanni se arqueó.

—¿Eh?

—Sí, quiero decir, si iba a enviar a uno de mis tíos, debería haber enviado
al tío Lucian. Al menos puede él ser malo cuando quiere. Tú eres…

—Cuidado —murmuró Giovanni sombríamente.

Catherine sonrió.

—Un amor, zio.

—Lo... aceptaré, siempre y cuando nunca lo repitas fuera de nosotros.

—Lo juro por mi corazón.

Giovanni cruzó los brazos sobre su pecho.

—Casi fue Lucian quien vino, pero tu padre y él están en una pequeña
disputa. Una vez que descubrió por qué Dante quería que estuviera aquí esta
mañana, se negó.
—Qué lástima —dijo Catherine mientras abría la puerta del conductor—.
Supongo que quiso decir que esto era una advertencia para mí. Que sabe dónde
estuve anoche y con quién, ¿no?

—Me ahorra el tiempo de explicar.

—Ya soy consciente de que mi ejecutor le hace saber esas cosas. —O, mejor
dicho, Jordyn le contó a Dante detalles que no tenían nada que ver con sus
asuntos con Andino. Satisfizo la necesidad de información de su padre—. Supuse
que alguien podría estar aquí esta mañana porque me llamó anoche y no contesté.

—Quizás deberías haberlo hecho.

—Quizás estaba ocupada —respondió Catherine.

Giovanni tosió y desvió la mirada.

—Le vas a dar un derrame a tu padre si le hablas así. O, Dios, un infarto.

—Él está perfectamente sano, así que no te preocupes. A papá no le gusta


que le digan que no, y ese es el verdadero problema. Soy lo suficientemente
mayor para tomar mis decisiones en lo que a Cross y yo nos concierne, y él
necesita dejarme tomarlas. No tiene por qué gustarle.

—Estoy de acuerdo.

Catherine vaciló mientras se subía a su auto.

—¿Lo estás?

Ella volvió a mirar a su tío.

Giovanni sonrió.

—Dante solo te presionará a ti hasta cierto punto, Catty. Te pareces


demasiado a tu madre para que él intente mucho más, y lo sabe muy bien. Ya ha
probado sus aguas contigo, y claramente no lo ha llevado a ninguna parte.

—Claramente —repitió ella.

—Trata de no hacer que esto sea demasiado difícil para él, ¿de acuerdo?

—¿Y qué es esto?

Giovanni agitó una mano con ligereza.

—Dejarlo atrás, por supuesto. Ya no eres una niña. No lo necesitas para


salvarte. Él podría estar aferrándose a esa idea, y se podría decir que Cross es de
lo que está tratando de protegerte. Entonces sí, dejarlo atrás. ¿Qué más?
Bien, entonces…

—Y también —añadió Giovanni.

Catherine suspiró y volvió a mirar a su tío.

—¿Ahora qué?

—Tu padre me envió para recordarte sobre la cena de este fin de semana
con la familia. Es posible que puedas ignorar las llamadas y demandas de él, pero
el resto de nosotros somos un poco más difíciles de ignorar. Se una buena
Marcello y pon tu cara feliz después de iglesia el domingo. Especialmente para
Cecelia y Antony. No decepciones a tus abuelos al no venir solo porque quieres
lastimar a tu padre.

—Yo no les haría eso —dijo Catherine en voz baja.

Giovanni asintió una vez.

—No lo creo, pero a veces un recordatorio de lo que es importante puede


ser útil, Catty. Te veré el domingo.

l
—No estaba seguro de si ibas a venir este fin de semana, Catherine.

Catherine pasó junto a su padre al entrar en la vieja mansión Marcello.

—¿Por qué no iba a venir, papá?

—Sabes exactamente por qué.

Catrina se quitó la chaqueta y tomó la de Catherine también.

—¿Cómo estuvo tu semana, mia reginella?

—Bastante buena.

—¿Eh? —Su madre sonrió—. Aunque te extrañé. No viniste.

La mirada de Catherine se dirigió a su padre, que todavía la miraba con una


irritación apenas disimulada. Estaba enojado y decepcionado con ella. Todavía
quería que ella se sometiera a sus demandas. Ella no podía hacerlo, y él tenía que
respetarlo, le gustara o no.
—Iré esta semana —prometió Catherine a su madre.

Besó la mejilla de Catrina.

Dante suspiró y pasó junto a su esposa e hija. Una vez que estuvo a la vuelta
de la esquina, Catherine finalmente se relajó un poco.

Su madre no se lo perdió.

—Dale un poco de tiempo —dijo Catrina.

Catherine puso los ojos en blanco.

—¿Para qué, Ma, para que envié más hombres a romper algo más en el auto
de Cross? ¿O qué tal enviar al tío Lucian la próxima vez que pase la noche con
Cross? Ha dejado muy claro cómo se siente.

—¿Vas a pasar las noches con él?

—¿Eso es todo lo que escuchaste en eso?

—Bueno… no, pero es un detalle que encuentro interesante. Volveré a


hablar con tu padre, Catty.

—No tiene sentido. Ambos son demasiado tercos. Su mente está decidida.
También terminará con ustedes dos en una pelea. Déjalo en paz, Ma.

Catrina arqueó una ceja.

—Qué poca fe tienes en mí, dolcezza.

Catherine se mordió el labio inferior antes de decir:

—Ma, no es que no crea que puedas ayudar, es más que no quiero que lo
hagas. Necesito que papá me deje tomar estas decisiones por mi cuenta. Que él
comprenda que, sean o no buenas o malas elecciones, aún son mías. Es hora de
que dé un paso atrás.

—Y dejarte volar —dijo Catrina en voz baja.

—Exactamente.

—Sabes que eso lo asusta, ¿no?

—Sé que tiene miedo de que me vuelva a encontrar deprimida —respondió


Catherine—, y que eso podría llevarme al lugar de la última vez. También sé que
puedo tropezar con otra de esas espirales simplemente porque no estoy
trabajando mi propia felicidad, sino tratando de aplacar la suya. Aun así, no
quiero que discutas con él por mí, Ma. Yo necesitaba aprender estas cosas por mi
cuenta; es hora de que él también aprenda.

Los labios de Catrina se fruncieron.

—Entonces no hablaré con él, pero debes saber que te ama mucho, Catty.

—Sé que lo hace, Ma.

Su madre le dio unas palmaditas en la mejilla.

—Está bien, pongámonos una sonrisa y comamos buena comida.

Eso sonaba como un gran plan.

Desafortunadamente, sus grandes cenas familiares no eran tan grandes


como solían ser. A medida que los primos Marcello se hicieron mayores y
tuvieron vida propia, fue difícil que todos se reunieran al mismo tiempo.

Cella, la segunda hija de Lucian y Jordyn, se había casado con un abogado


y, como estaba muy embarazada de su primer hijo, a menudo llegaba
dependiendo de su estado de ánimo y energía. Liliana, la mayor de las dos
hermanas, se casó con Joe Rossi de Chicago y solo volvía a casa un par de veces
al año. La hermana menor de ellas, Lucia, que acababa de cumplir dieciocho años,
acababa de irse a la universidad a otro estado. Johnathan, el mayor de los cuatro,
era el único que estaba en la cena.

Andino también.

Todas las tías y tíos de Catherine.

Sus abuelos.

Gabbie y Michel.

Y por supuesto, sus padres.

Aun así, la gran mesa que sus abuelos habían hecho especialmente para sus
cenas ridículamente grandes no estaba llena ni con una buena porción de las
personas que faltaban en el lugar. De alguna manera, sus cenas lograron ser
especialmente ruidosas y siempre divertidas.

Desde que Catherine tiene memoria, así es como pasaba sus domingos.
Iglesia por la mañana y familia por la tarde. Sin embargo, no había necesitado
ayudar en la cocina, así que… victoria. Cocinar bajo la mirada de águila de su
abuela, Cecelia, era jodidamente desconcertante. La mujer podría saber si alguien
utiliza incluso una pizca de exceso de cualquier cosa, incluso desde el otro lado
del maldito cuarto.
Catherine apenas se había sentado en la silla que siempre usaba,
directamente frente a sus padres y junto a su hermano y su esposa, cuando sus
tías, su madre y su abuela empezaron a servir comida.

Una vez que se llenaron los platos y todos se sentaron, su abuelo, Antony,
dijo su oración habitual. En el momento en que el Amén dejó sus labios, los
utensilios rasparon los platos y las voces llegaron de todas direcciones. Catherine
trató de mantenerse al día con las conversaciones entre todos, pero fue difícil.
Especialmente cuando había al menos cinco conversaciones diferentes entre
todos ellos.

Sin embargo, esta era su familia.

Ella los amaba.

—¿Cómo le va a Lucia en California? —preguntó Antony.

Lucian frunció el ceño.

—Realmente bien.

—¿Por qué frunces el ceño entonces? —preguntó Michel.

Jordyn, la esposa de Lucian, se rio.

—Porque la extraña muchísimo.

—La casa está silenciosa ahora —dijo Lucian.

—Recuerdo ese sentimiento —dijo su abuela desde la cabecera de la mesa—


. Un día hay ecos en los pasillos y huellas de manos en las ventanas, y al siguiente,
nada.

—Vacía —dijo Dante frente a Catherine—. Hace que una casa se sienta
vacía, Ma.

—¿Pero ella está bien? —preguntó la madre de Catherine.

—Un poco nostálgica, tal vez —respondió Jordyn—. Pero era de esperarse.

—¿Cuándo volverá a casa? —preguntó Catherine.

—Tres semanas para Navidad.

—Eso estará bien —señaló su abuelo—. Al menos el pequeño alboroto


durante el verano con ella y ese chico se ha calmado.

Catherine se aclaró la garganta, sintiendo la incómoda nube que flotaba


sobre la mesa ante las palabras de su abuelo. Lucia aparentemente se había
involucrado con un chico que sus padres no aprobaban, y algunas… cosas
pasaron. Catherine no era la persona adecuada para juzgar en lo que respecta a
los chicos. Especialmente chicos que eran malos o un poco demasiado salvajes
para su propio bien.

Todo lo que le habían dicho, ya que los padres de Lucia querían que se
mantuviera en silencio, era que se fue a California una vez que la regresaron a
casa, y el chico estaba… bueno, Catherine no lo sabía. Mierda, ni siquiera sabía
el nombre de él. Le dijeron que no preguntara ni hablara de eso.

Lucian volvió a llamar la atención cuando dijo:

—Tres semanas para Navidad me dan tiempo para convencerla de que se


quede.

La risa retumbó alrededor de la mesa.

Entonces, la atención se volvió hacia Catherine.

Casi deseó que no lo hubiera hecho.

—Llegaste tarde a la iglesia hoy —dijo Cecelia.

Catherine se encogió de hombros.

—Me quedé despierta hasta tarde la noche anterior, abuela.

—Oh, ¿por qué?

Jesús.

—Salí con un amigo. —Se decidió a decir—. Fuimos a cenar y luego a un


club.

Y luego regresamos a casa de él, agregó Catherine en silencio.

Por eso había llegado tarde a la iglesia porque necesitaba un vestido


adecuado. El que se puso para cenar y en el club con Cross no había sido nada
apropiado.

—No sabía que estabas saliendo con alguien —dijo su abuela.

El ruido en la mesa cesó. Catherine no se perdió de las miradas que


intercambiaron sus tíos y su padre, sin mencionar la forma en que Catrina sonrió
y alcanzó su copa de vino. Incluso sus primos mayores se callaron, pero eso no
impidió que Andino y John se llevaran comida a la boca. Las miradas de los dos
hombres se movieron entre Catherine y Dante como si supieran exactamente lo
que estaba pasando detrás de escena en su familia.
Supuso que probablemente lo hacían.

Catherine se encontró con la mirada de su padre desde el otro lado de la


mesa. La postura de Dante y su expresión inmóvil le dieron una docena de
advertencias sin decir nada.

No menciones su nombre en esta mesa.

No digas que estás saliendo con ese hombre.

No lo hagas.

Podía escuchar exactamente lo que estaba pensando su padre. Ella no


necesitaba que él realmente lo verbalizara.

Catherine pensó que ahora era el mejor momento para dejar clara su
posición con su familia y su padre. Quizás entonces, Dante finalmente
retrocedería.

—¿Catherine? —preguntó Cecelia—. ¿Estás viendo a alguien?

—Bueno... estamos intentando las cosas de nuevo —decidió decir Catherine


después de un momento.

—De nuevo.

—Ella está hablando de…

—Silencio, Andino —espetó Giovanni desde su asiento.

Andino le lanzó una mirada a su padre y se metió otro bocado de papas en


la boca, murmurando:

—Bien.

—Cross Donati —le dijo Catherine a su abuela—. ¿Lo recuerdas?

Por un segundo, Cecelia no pudo ocultar su sorpresa. Su mirada se


ensanchó y su boca se abrió de golpe cuando su mirada se desvió hacia el padre
de Catherine, pero su abuela rápidamente aprendió su expresión.

—Bueno, sí. Creo que todos recordamos a ese joven.

Catherine sonrió.

—Entonces me ahorra el tiempo de explicar.

—Catherine, ¿puedo hablar contigo por...?

—No —interrumpió Catherine a su padre—. No puedes.


—Catty.

—Estoy comiendo, papá. —Catherine señaló con una mano a su familia—.


Todos estamos comiendo.

La expresión de Dante se endureció instantáneamente.

—Catherine.

Sin levantar la vista de su plato, Catherine simplemente dijo:

—Ya te dije que no te tiene que gustar, papá. Por lo que tengo entendido, le
has dejado muy claro a Cross lo mucho que no te agrada, en realidad. Me
pregunto, ¿qué pasará si la próxima vez que alguien se le acerca, yo también estoy
allí? ¿Podría ser eso... peligroso para mí?

—No discutiremos eso en esta mesa, Catherine.

Ella miró a su padre.

—No lo discutiremos en absoluto. Sí, estoy saliendo con Cross de nuevo...


o estamos intentando algo por el estilo. No, no tienes elección. Deja de intentar
intimidarlo para que se mantenga alejado de mí. No funcionará y, de hecho,
podría lastimar a uno de nosotros. ¿Y entonces qué, papá?

La mirada de Dante ardió.

Catherine se limitó a encogerse de hombros y miró al resto de su familia en


la mesa.

—Entonces, eso es todo. ¿Qué más hay de nuevo? ¿Nadie?

Nadie dijo nada. Catherine se sintió incómoda como el infierno, pero tenía
que hacerlo.

Michel se aclaró la garganta a su lado.

—Gabbie está embarazada.

Catherine no se percató de cómo la cabeza de Gabbie se inclinó hacia un


lado para poder mirar a su esposo con los ojos muy abiertos. Claramente, ella no
había esperado que él anunciara su pequeño secreto de esa manera.

Al instante, las felicitaciones iluminaron la mesa. Catherine había perdido


la atención. Su hermano le dio una sonrisa maliciosa como si supiera exactamente
lo que había hecho.

—Gracias —murmuró ella.


Michel asintió.

A veces, su hermano era una mierda.

En ese momento, él era su salvador.

¿Para qué era la familia?

l
—Catherine, por favor déjame…

Catherine se liberó del agarre de su padre. Ella se apartó cuando sus tíos y
tías bajaron por el pasillo y desaparecieron en la sala de estar. Su madre
probablemente todavía estaba ayudando a limpiar en la cocina.

—¿Qué, papá?

Dante frunció el ceño.

—Lo siento, Catty.

Ella se mantuvo firme, negándose a dejar que su disculpa la suavizara.


Después de todo, no sabía por qué se estaba disculpando. Ella no iba a
simplemente asumir.

—¿Por?

—Por hacer esto más difícil de lo necesario —dijo su padre en voz baja.

—¿Qué es esto exactamente?

Dante negó con la cabeza.

—Catherine.

—Lo digo en serio. Mucho ha sucedido o se ha dicho. Ni siquiera me


permitiste decirle a mi abuela que estaba viendo a Cross sin que fuera obvio que
tienes un problema con eso.

—¡Por qué tengo problemas con eso!

Catherine asintió y se alejó.

—Está bien, he terminado. Tengo que estudiar para...


—Retrocederé —dijo Dante rápidamente.

Ella no se dio la vuelta.

—¿Lo harás?

—Si eso es lo que necesitas.

—Y mantendrás tus opiniones para ti —presionó.

Dante dejó escapar un suspiro.

—Eso será más fácil decirlo qué hacerlo.

—Inténtalo.

—No me gusta ese hombre, Catherine.

—No tiene que hacerlo.

—No confío en él.

—No puedo evitar eso, papi.

—Quiero que seas feliz.

—Entonces déjame serlo —dijo Catherine—. Eso no es difícil de entender,


papá.

Dante la giró para que lo enfrentara.

—No quiero que te enojes conmigo. No me gusta eso.

—No quiero que controles mi vida. No me gusta eso.

Él frunció el ceño.

—No estoy…

—Lo estás.

—¿Protegerte es controlarte?

—Lo es cuando lo único que estás protegiendo es una idea falsa que has
creado en tu propia cabeza. Tus miedos no son míos. Quizás esto no sea nada, o
quizás sea algo. Eso es para que yo lo averigüe. ¿Bueno?

Dante empujó un mechón perdido del cabello de Catherine detrás de su


oreja.

—Visítanos esta semana, Catherine. Deja de ignorarnos.

—A ti, no a Ma.
—A mí, entonces. Deja de ignorarme a mí.

—No se siente bien cuando alguien que amas toma decisiones que te
lastiman, ¿verdad?

Dante miró hacia arriba con una sonrisa.

—Me lo merecía.

—Los visitaré.

—Sola —agregó su padre—. Quiero decir, retrocederé, pero... tienes que


ayudar un poco. Así que sí, sola.

—Obviamente.

Catherine consideró que había ganado una batalla.


Capítulo 11
—Pequeño cambio de planes.

Cross frunció el ceño.

—Esa es una mala elección de palabras en el momento en que entro en un


almacén listo para terminar mi plan para correr estas armas, Andino.

Andino rechazó la declaración de Cross.

—No va a estropear mucho tus planes. En todo caso, podría facilitar las
cosas.

—Más vale que sea bueno —advirtió.

—Se trata del barco —dijo Andino.

—El yate que quieres que use, quieres decir.

—Sí, pertenece a un amigo. El capitán hace viajes secundarios con


regularidad, si sabes a qué me refiero. La hora de esta carrera va a coincidir con
una recogida que necesita hacer en Cancún.

—Continúa.

—No podrá traerlo de regreso a Estados Unidos, eso es todo —dijo


Andino—. Va a pasar un tiempo en Cancún mientras la Armada de México
realiza un simulacro en el Golfo. Así podrás sacar el bote tú mismo para la
entrega.

—¿Pero después?

—Después, cuando vuelvas a traer el barco, él tiene que ir a otro lado.


Tendrás que quedarte en Cancún.

—Entonces, no tengo un viaje de regreso a casa, es lo que estás tratando de


decirme.

Andino levantó la vista del mapa que había extendido sobre la mesa.
—Técnicamente, sí.

—Eres una mierda.

—Pero… —dijo Andino arrastrando la palabra con una mirada furiosa—, te


hice un arreglo con un jet privado. Un poco más de dinero del que quería gastar
en esta carrera, pero si eso hace que tu estúpido trasero se queje menos, ¿por qué
no?

—No soy quejón. Soy…

—Extremadamente molesto cuando tienes que cambiar tus planes —


interrumpió Andino.

Cross se encogió de hombros.

—Cuando los planes cambian, me lleva a otros problemas con los que
normalmente termino teniendo que lidiar. Me gustan las carreras limpias y
rápidas. Entrar, salir. Sencillo.

—Sí, bueno, esto cambió. Arreglé el regreso a casa. Volverás más rápido que
antes.

—Yo... puedo lidiar con eso —dijo Cross.

—Eso pensé.

Cross miró alrededor del almacén, notando las cajas abiertas y algunas
armas desmanteladas en una fila de mesas.

—Veo que seguiste mi consejo sobre revisar las armas.

—Un par de chicos están trabajando en eso.

—Estamos a de octubre. Necesito estar en el agua el primero de noviembre,


Andino. Haz que trabajen un poco más rápido.

Andino se pasó una mano por la cara y murmuró:

—Escucha, solo puedo usar a tantos hombres antes de que alguien comience
a darse cuenta de que estoy sacando a los hombres de las calles con un propósito
del que no estoy hablando. Alguien se volverá sospechoso y entrometido,
siempre sucede, y empezará a husmear. Estamos así de cerca de poner estas
armas en un bote y comenzar la carrera, Cross. Una vez que estés en el agua, doy
una mierda quién sepa que estás corriendo estas armas. Hasta entonces, sin
embargo, necesito que se mantenga en silencio.

Cross entendió.
No significaba que le gustara especialmente.

—Solo asegúrate de que tengan todas las armas debidamente revisadas y


empacadas de nuevo —advirtió Cross.

—Lo harán. Probablemente terminen cortos de tiempo, pero estará hecho,


Cross.

—¿Cuántas armas más entrarán ahora?

—Las últimas doscientas AR llegarán en un buque de carga la próxima


semana. —Andino miró a Cross con una sonrisa sarcástica—. De nada, por cierto,
porque podría haberlos tenido aquí la semana pasada en un barco de pesca.

—Te dije que…

—Sí, sí —se quejó Andino—, agua, olor a pescado, eres un idiota quejón.

Cross se metió las manos en los bolsillos.

—Estás trabajando mis nervios.

—Hago lo que hago. Nadie dijo que te tenía que jodidamente gustar,
imbécil.

—Nunca volveremos a trabajar juntos después de esta carrera —dijo


Cross—. Nos terminaríamos matando. Casi lo puedo ver.

Era una garantía.

Andino se encogió de hombros.

—Bien por mí. ¿Trazaste el resto de esta carrera?

—Es una carrera bastante básica —respondió Cross—. Excepto por lo de


mantener a tu jefe fuera del trato. Suele hacer que un jefe se sienta más cómodo
cuando sabe que soy yo quien maneja sus armas.

—Sí, bueno, no a Dante.

—Definitivamente no.

Andino volvió a mirar a Cross.

—Aunque, escuché que todavía estás saliendo con Catherine.

Cross sonrió.

—¿Y?

—Jugando con fuego, ¿no crees?


—De ningún modo.

—Cenamos el domingo —dijo Andino con una risita—, y tú llegaste en la


conversación. No puedo decir que alguna vez haya visto a Dante tan callado y
enojado al mismo tiempo.

—Gracioso —dijo Cross arrastrando las palabras.

—No me preocuparía demasiado por eso. Catherine es como toda


principessa Marcello. Ella no puede hacer nada malo a los ojos de su padre. Ella lo
tiene envuelto alrededor de su dedo meñique, y todo lo que necesita hacer es
sonreír y pestañear.

—Sin embargo, creo que él me destriparía como un cerdo si pensara que


podría salirse con la suya y mantenerme alejado de su hija una vez que todo
estuviera dicho y hecho.

—Probablemente —coincidió Andino—, pero eso no sucederá. Quiero


decir, Dante puede esperar que sí, pero claramente Catherine tiene sus propias
ideas sobre ti.

—Claramente —repitió Cross.

Él no estaba dispuesto a ir a ofrecer detalles sobre su relación con Catherine,


o... lo que sea que fueran. Después de todo, todavía estaban tratando de resolver
algunas cosas. Ella dejaba que la sacara de vez en cuando y se quedaba a pasar la
noche cuando quería. Cross no presionó. Catherine no parecía querer etiquetas
por el momento.

Cross podría lidiar con eso.

Por ahora…

—Dale tiempo a Dante para que se acostumbre a que estás de regreso —dijo
Andino encogiéndose de hombros—. O ya sabes, mantén un perfil bajo y espera
que él no encuentre una manera de deshacerse de ti y mantener a Catherine en la
oscuridad al mismo tiempo. Son buenos en eso, esos dos.

Cross frunció el ceño.

—¿Buenos en qué?

—Mentirse entre sí. Lo han estado haciendo durante años. No creo que
sepan cómo sentarse y tener una conversación honesta entre ellos cuando todo lo
que quieren hacer es mantener al otro en la oscuridad y feliz al mismo tiempo.

Andino se rio en voz baja y agregó:


—Lo curioso es que lo que quieren ocultar al otro y sobre lo que mienten, el
otro ya lo sabe. La relación más extraña con la que he tenido que lidiar,
honestamente.

—Espera —murmuró Cross, acercándose lo suficiente a la mesa como para


poner las manos en el borde—. ¿Estás hablando del trabajo de Catherine para ti
y esas cosas?

—Sí, por un lado.

—¿De verdad?

Andino levantó la vista del mapa y arqueó una ceja.

—Sus padres, pero más Dante, tomaron la decisión hace mucho tiempo de
no mencionar el trabajo de Catherine conmigo a menos que ella se lo mencionara
a ellos primero. Ella no quiere que sepan. Ella miente. Ellos mienten. Todo el
mundo está feliz… algo así. Como dije, es extraño.

—¿Me estás diciendo que ella todavía no sabe que ellos saben que está
vendiendo drogas para ti?

Cross no lo había sabido solo porque no le preguntó a Catherine. No


hablaban mucho sobre su trabajo con Andino, pero Cross se dio cuenta de que a
ella le gustaba hacerlo. Era mucho más probable que saliera de la cama por la
mañana para entregarle la cocaína del día a alguien que ir a la universidad y
escuchar otra serie de conferencias.

Ella era buena en eso.

Él no necesitaba decir nada al respecto.

—No, Catty no lo sabe —confirmó Andino.

—¿Por qué diablos no?

—¿Ya no tuvimos esta conversación? Se siente familiar y no me interesa


repetirla, hombre.

—Andino —dijo Cross, aumentando su irritación—. Que ella mienta,


esconda sus asuntos y se ponga una máscara para todos los que la rodean fue
exactamente lo que obligó a Catherine a caer en una espiral de depresión y otras
cosas la última vez. Entonces, sí, ella está bien, fuerte y sana en este momento,
pero ¿y si la mierda la alcanza el próximo mes, o, demonios, incluso la semana
que viene? Ha aprendido a protegerse a sí misma. Su salud mental es sólida. Pero
¿qué pasa si algo sucede y ella siente que tiene que ocultarlo de nuevo? O, mierda,
incluso esconder cómo se siente porque no quiere que sus padres sepan lo que
está haciendo.

Cross golpeó la mesa con las manos para que Andino lo mirara.

—¿No me estás escuchando ahora mismo? Escucha. Esa mierda es mala para
ella mentalmente. Ella camina por una delgada línea, hombre. ¿Por qué no decirle
a ella que saben si no les importa una mierda que lo esté haciendo para empezar?

Andino ni siquiera pareció molesto cuando dijo:

—Porque esa chica me hace un montón de dinero, Cross.

—¿Qué?

—Catherine. —Andino se enderezó y cruzó los brazos sobre el pecho—.


Trae más que cualquier otro distribuidor que suministre. A veces triplica la
cantidad. Y puede hacerlo en un par de semanas si tiene la ambición y el deseo
de trabajar.

—Dinero —Cross, confundido—. ¿Qué diablos tiene eso que ver con
decírselo? Ella todavía estaría ganando dinero, maldito idiota.

—No me insultes. Claramente no sabes tanto de mi prima como crees.

—Oh, ¿en serio? Cuéntame, entonces. Sorpréndeme.

—Sé exactamente lo que pasaría si le dijera a Catherine la verdad sobre sus


padres. Si se entera de que ellos sabían que estaba traficando, al menos,
renunciaría por completo. Ella está constantemente en algún tipo de estado en el
que cree que ellos lo desaprobarán. Si incluso tiene la sensación de que lo
desaprueban mientras sabe que ellos saben lo que está haciendo, lo dejará en un
segundo. No puedo permitir que haga eso cuando me gana el setenta por ciento
de cada dólar y gana cien mil dólares o más al mes. Y siendo eso un mes de
mierda, ¿de acuerdo?

La voz de Cross se sintió demasiado tranquila cuando dijo:

—Al menos, Andino. Dijiste al menos. Qué es lo máximo que podría pasar,
¿eh?

Andino sonrió.

—Trabajaría para su madre. Ya sabes, la jodida Queen Pin de la familia. Lo


que de nuevo me costaría dinero. Conociendo a mi tía como lo hago, Catrina
tendría a Catherine de su lado con unas pocas palabras simples y nada más. Este
mundo, la Cosa Nostra, no es como el mundo de Catrina. Catherine no solo
puede ir y venir cuando quiera. No hay mojado ni seco con la mafia, Cross. Ella
no puede simplemente sumergir sus pies conmigo y luego saltar con su madre.

—Andino…

—Hice de esa chica lo que es. No la voy a entregar para que otra persona la
ordeñe.

l
Cross se apoyó en el capó de su Porsche y miró a la larga fila de personas
que esperaban entrar a uno de los clubes nocturnos más elitistas de Nueva York.
El lugar era popular entre las celebridades y los miembros de la alta sociedad,
por lo que la cola se extendía toda la cuadra.

Cross revisó su teléfono y se desplazó hasta el último mensaje de texto de


Catherine.

Saldré en veinte, había dicho.

Cross había salido del almacén de Andino e inmediatamente le envió un


mensaje de texto a Catherine. Por lo general, dejaba que ella decidiera si quería o
no estar cerca de él, pero esta vez no. Andino lo había dejado con una clara
advertencia de que mantuviera la boca cerrada sobre lo que sabía.

La cuestión era que Cross no podía hacer eso.

No de nuevo.

Años atrás, se había mantenido callado sobre esto mismo. Había elegido no
decirle a Catherine la verdad sobre el conocimiento de sus padres sobre su trabajo
con Andino porque su familia tomó esa decisión. Cross dio un paso atrás en
consecuencia.

Ahora pensaba que ese era uno de sus mayores errores.

Tal vez… si Catherine hubiera sabido en ese entonces que tenía más
personas a las que acudir en lugar de solo a él después de que un segundo asalto
la dejara mentalmente maltratada, podría haber salido bien. Quizás podría haber
manejado mejor sus emociones. Quizás la depresión podría no haberla
paralizado hasta el punto de abusar de las drogas y el alcohol.

Así que no, Cross no podría volver a hacer eso.


No cuando el riesgo era demasiado alto para Catherine.

Cross no le había dicho nada a su chica en los mensajes que le envió después
de dejar Andino. Simplemente le preguntó dónde estaba y si quería pasar el rato
con él. Al parecer, estaba suministrando a un par de miembros de la alta sociedad
dentro del club y su amiga estrella de cine. Por lo que él entendía, el trabajo de
Catherine para estas personas era su presencia. Les gustaba su atención y su
estatus en Nueva York, por lo que se alimentaba de esas tonterías porque le hacía
ganar dinero.

Cross metió las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero, mantuvo la


mirada en la entrada del club y esperó. Pasaron otros diez minutos antes de que
una figura familiar saliera. Una gabardina negra abierta, desatada en la cintura,
mostraba el vestido plateado corto y ceñido que llevaba Catherine. Ella tenía un
bolso de mano a juego debajo de su brazo. Las botas hasta los tobillos hicieron
clic en el pavimento cuando rápidamente lo vio y se movió en su dirección.

Cross se empujó del Porsche y abrió los brazos. Sin dudarlo, Catherine lo
abrazó con una sonrisa.

—Sales hasta tarde cuando tienes clases mañana, ¿verdad?

Catherine rio levemente.

—No soy muy buen estudiante.

—Supongo que no. Hola, por cierto.

—Hola —murmuró ella en su pecho—. ¿Me extrañaste o qué?

Cross se rio entre dientes y besó la parte superior de su cabeza.

—Siempre, nena.

Catherine se echó hacia atrás y lo miró con curiosidad.

—¿Por qué escucho un pero en alguna parte?

Cross miró a su alrededor.

—¿Trajiste tu Lexus o...?

—No. Tomo taxis cuando estoy trabajando. Es más fácil cuando tengo que
correr de un lugar a otro y no tengo tiempo para encontrar lugares de
estacionamiento en todos lados.

—Sí, lo entiendo. ¿Te importaría dar un paseo conmigo?

Catherine sonrió.
—¿A dónde vamos?

—Solo... un paseo.

Al instante, la sonrisa de Catherine se desvaneció.

—¿Hay algo mal?

Cross no sabía muy bien cómo responder a eso.

—Pues, sí y no. ¿Podemos hablar de ello en el auto?

—Está bien.

Ella le dejó abrir la puerta del lado del pasajero del Porsche. Una vez que
estuvo a salvo dentro, la cerró de golpe y se dirigió hacia la parte delantera del
coche. El ruido del club, bajos graves y profundos, resonó cuando las puertas se
abrieron al otro lado de la calle para dejar salir a un grupo de personas.

Cross se deslizó hacia el lado del conductor y encendió el motor. Catherine,


ligeramente volteada en su asiento, lo miró con esa manera silenciosa y
preocupada de ella. Conocía esa expresión demasiado bien. La había visto usarla
demasiadas veces.

No pasó mucho tiempo antes de que condujeran por las concurridas calles
de la ciudad. Las luces de la ciudad ayudaron a iluminar la cabina del auto.

Finalmente, Catherine habló.

—¿Vas a decirme qué pasa, o seguirás poniéndome ansiosa por aquí?

—No es mi intención ponerte ansiosa —dijo Cross—, pero tampoco sé cómo


decir esto.

—Eres tú, Cross.

—Bueno sí.

Catherine le dio una dulce sonrisa.

—Así que sé tú y dilo.

Correcto.

Ser él.

Directo. Dolorosamente honesto. Sin filtro.

—Estuve con Andino antes —dijo Cross.

Catherine se puso rígida.


—¿Por qué estabas con mi primo?

—Trabajo. No es importante.

—Trabajo —dijo ella, arrastrando la palabra lentamente—. Trabajo con mi


familia. La familia de mi padre. ¿Cuándo pasó eso?

—Bueno, técnicamente tu padre no lo sabe.

Catherine se encogió.

—Jesús.

—Preferiríamos que no se enterara —agregó Cross.

—Bueno.

—Pero ese no es el punto.

—Está bien, ve al punto, Cross.

Él suspiró y le lanzó una mirada de reojo.

—De todos modos, estaba con Andino y empezamos a hablar de algunas


cosas.

—¿Cómo qué?

—De ti, por ejemplo.

La frente de Catherine se hundió.

—Uh...

—Tú traficando para él —agregó Cross.

—Sabes que no me gusta que la gente se entrometa en mis asuntos, Cross,


incluso tú.

—Lo sé —murmuró—, y no estaba fisgoneando, Catty. Lo juro.

—Entonces, ¿qué estabas haciendo?

—Hablamos de ti después de que él mencionara tu cena familiar el domingo


pasado.

Catherine puso los ojos en blanco y gimió.

—Oh, ese espectáculo de mierda. Sí, eso fue divertido.

—Me imagino —dijo Cross débilmente—. Pero luego pasamos a tu padre y


a tu trabajo con Andino por la forma en que tu padre es contigo.
—No entiendo.

—No, supongo que no —respondió Cross—. Supongo que has hecho un


gran esfuerzo para mantener esta parte de tu vida tan oculta de tus padres que
probablemente creas que no tienen idea de lo que estás haciendo. Probablemente
pienses que has sido tan cuidadosa, tan inteligente con eso, que ellos no tienen ni
la más mínima idea de que eres uno de los distribuidores más rentables de
Andino en su equipo.

La mirada de Catherine se entrecerró.

—¿De qué estás hablando?

—Ellos lo saben, nena. Tus padres, quiero decir. Ellos lo saben todo.

—No, ellos... no —dijo rápidamente—. Hubieran dicho algo, Cross. No


saben nada de esto en absoluto.

—Catherine, lo saben desde hace mucho tiempo.

—Cross, estás siendo ridículo. Mis padres no saben que trafico drogas para
Andino.

Él podía escuchar el miedo en su voz. No estaba de acuerdo con la decisión


de Andino de seguir mintiéndole a Catherine, mucho menos dejar que ella
mintiera, pero podía ver lo fácil que sería para el hombre hacerlo. Podía entender
cómo se le ocurrió a Andino la idea de que Catherine dejaría su negocio con él
por algo como esto.

Sin embargo, a Cross todavía no le gustaba.

—Ellos lo saben —aseguró él—. Andino lo dejó perfectamente claro, entre


otras cosas. Lo han sabido desde que comenzaste.

—No —repitió Catherine—. No lo hacen.

—Nena…

—Cross, ¿sabes el ataque que tendrían mi madre y mi padre si supieran lo


que hago? Siempre han sido bastante sencillos cuando se trataba de empujarme
hacia el lado legal de los negocios, sin mencionar dejar de hablar cada vez que
preguntaba por el trabajo de mi madre. Si lo supieran, habrían hablado. En voz
alta y repetidamente.

—Estás equivocada —dijo Cross en voz baja.

—No conoces a mis padres.


—Lo supe hace años, cuando le pedí a Andino que te hiciera bajar la
velocidad después de que te atacaran en las carreras callejeras, me lo contó. En
ese entonces, dejó en claro que tus padres querían que hicieras lo que quisieras
hacer, y cuando estuvieras lista irías a ellos y les contarías tu secreto. Me dijeron
que me mantuviera callado en ese entonces porque era su familia y su elección,
así que lo hice.

—¿Qué?

Un temblor llenó la voz de Catherine.

Cross asintió y le lanzó una mirada.

—Sí, nena. Sigo pensando que si tomaba la decisión de no decírtelo ahora,


como lo hice en ese entonces, algo podría volver a suceder. Algo te puede pasar
por lo que estás haciendo. Es la naturaleza de este negocio. Mierda, si sientes que
ni siquiera puedes hablar con los que te rodean sobre las cosas con las que estás
lidiando, eso no puede ser bueno para tu salud. ¿Correcto? Entonces, no, no
podría simplemente… mantenerlo en secreto. No estoy preparado para eso de
nuevo. Mira lo que pasó la última vez.

Catherine se sentó en el asiento del pasajero, inmóvil como una piedra.


Apretó los puños en su regazo hasta que sus nudillos se pusieron blancos por la
presión.

—Ellos lo saben —dijo ella en voz baja.

—Desde hace mucho tiempo —confirmó él.

—Y tú sabías que ellos sabían de mí.

La traición se aferró a sus palabras.

Cross no se lo perdió.

—En ese entonces pensé que no era mi lugar intervenir, Catherine.

—¿Así que tampoco pensaste en decírmelo ahora?

—Ahora, pensé que ya lo sabías, o que lo hablaste con sus padres a lo largo
de los años —explicó Cross encogiéndose de hombros—. No hablamos de tu
trabajo para Andino en profundidad. Eso es asunto tuyo. Lo dejaste claro. Nunca
pensé en preguntar hasta que esta conversación surgió hoy.

—¿Por qué Andino no me lo dijo?

Cross se aclaró la garganta.


—Bueno, sobre eso, deberías hablar con…

—Creo que me has ocultado lo suficiente —intervino Catherine fríamente—


. Solo dime.

Bien.

—Dinero.

La mandíbula de Catherine se tensó y su mirada se endureció. Se giró en su


asiento para mirar por el parabrisas y no a Cross.

—Dinero.

—Sí —confirmó—. Él pensó que renunciarías o tal vez trabajarías para


Catrina en lugar de para él. Obtienes una gran cantidad de efectivo por tu cuenta,
y él sintió que decirte arriesgaría sus ingresos.

—¿Sí?

—Catherine…

Ella miró su reloj con incrustaciones de diamantes.

—¿Sabes dónde vive Andino?

—Lo hago.

—Me gustaría que me llevaras allí.

—¿Estás segura de que está en casa? Hace un par de horas, estaba en un


almacén con él y él estaba trabajando.

—Está en casa. Son las doce y Snaps come a las doce todas las noches antes
de que Andino lo saque a caminar por la cuadra. Ese perro tiene un horario
preciso. Por favor, llévame a su casa. Ahora.

—Seguro, nena. Si tú…

—Deberías habérmelo dicho —dijo Catherine, interrumpiendo las palabras


de Cross—. En ese entonces, quiero decir. Eras el único que sabía, o tenía una
idea, de que yo estaba luchando con las mentiras con las que estaba haciendo
malabarismos y el acto que presentaba. Debiste decírmelo.

—Quizás deberías haber intentado ser honesta también.

Catherine no lo negó.

—Aun así deberías habérmelo dicho, Cross.


l
Cross abrió la boca para decir algo, quizás para preguntar si otro día sería
un mejor momento para hacer esto, pero la mirada de Catherine lo silenció
instantáneamente. Ella tocó la puerta de la casa de piedra rojiza de Andino en
Brooklyn. Tomó otros treinta segundos de golpearla antes de que Andino
finalmente llegara a la puerta.

Lo abrió con un:

—¿Qué mierda, no puedes llamar o algo así?

Catherine empujó a su primo, abrió la puerta de par en par e hizo que


Andino diera un paso atrás. Le dio a Andino un empujón en el pecho desnudo y
le señaló la cara con el dedo.

—Tú... jodido imbécil.

—Oye, no vengas aquí a mi casa a insultarme, Catty.

Cross entró al pasillo de la casa y cerró la puerta detrás de él. Andino le


lanzó una mirada y la mirada del hombre se entrecerró.

—¿Le dijiste?

Cross se encogió de hombros.

—Supongo que sí.

Catherine se paró frente a Cross y volvió a la línea de visión de su primo.

—Ni siquiera le prestes atención. Es conmigo con quien debes hablar,


Andino.

»¿Cómo te atreves? —chilló Catherine.

Cross se encogió. Catherine solo era ruidosa cuando estaba en su límite.

—¿Disculpa? —preguntó Andino.

—Sabes por qué estoy aquí. Sabes lo que hiciste... ¡lo que has estado
haciendo!

—Catherine, ni siquiera es gran cosa. Y qué si tus padres saben que has
estado traficando para mí, lo que sea. ¿A quién le importa una mierda?
Claramente a ellos no. Se quedaron callados porque querían que tú les dijeras.
Les seguí el juego, de acuerdo. Eso es todo.

—No, eso no es todo —murmuró Catherine, acercándose de nuevo a su


primo—. No está ni cerca de ser todo, imbécil.

Ella enterró su dedo en el pecho de Andino lo suficientemente fuerte como


para hacer que el chico se estremeciera. Tan grande como un apoyador, Andino
fácilmente superaba a Catherine en altura. Él también tenía unos cuarenta kilos
de músculo por encima los esbeltos cincuenta kilos de ella. Sin embargo, ante su
ira, él dio un paso atrás vacilante. Cross no lo culpaba.

—Me has escuchado decir una y otra vez lo ansiosa que me ponía al siquiera
pensar que mis padres descubrirían que estaba traficando drogas —siseó
Catherine—. Seguiste ese juego, Andino, bromeaste conmigo sobre eso, y
alimentaste esos miedos para hacerme enojar. O eso es lo que pensé. Porque
somos familia, ¿verdad? Así que no querías hacerme daño. No podías, pero lo
hiciste. Hiciste esa mierda no porque sabías lo que yo sentía, sino por lo que tú
querías.

—Yo…

—Dinero —intervino Catherine con otro fuerte golpe de su dedo en el pecho


de Andino—. De eso se trataba esto para ti. No es el hecho de que contármelo
podría haberme ahorrado muchas preocupaciones innecesarias y el trabajo de
ocultar lo que estaba haciendo todos estos años. No, no me lo dijiste porque te
gustaba el dinero que estaba ganando.

—Exactamente eso —dijo Andino simplemente.

Catherine se enderezó como si alguien le hubiera metido una varilla por la


espalda. Ella dejó caer su mano.

—Ni siquiera te avergüenzas de eso.

Andino levantó un solo hombro como si no importara.

—Nop. Eres jodidamente predecible, Catherine. Todo lo que necesitabas era


la más mínima idea de que a tu papi no le gustaba lo que estabas haciendo y te
irías a la mierda a otro lado. O mejor aún, correrías a tu madre y te meterías en
su mierda. Aquí está la cosa, no iba a permitir que eso sucediera. Así que sí, seguí
el juego. Sí, trabajé un poco en tus miedos para asegurarme de que mantuvieras
tus asuntos conmigo separados lejos de tus padres. Y joder, sí, lo volvería a hacer
en un santiamén.

Andino sonrió y agregó:


—Este es mi equipo, Catherine, y es mi dinero de lo que estamos hablando.
Es negocio. Yo te proporciono. Te hago seguir adelante. Me haces ganar dinero.
Así es como funciona y quiero que siga funcionando. No hay nada más que decir
al respecto.

Catherine asintió y dio un paso atrás.

—Bueno, vete a la mierda, Andino. Tengo noticias para ti, nunca volveré a
traficar para ti. No después de esto. Te lo prometo.

—Catty, no lo entiendes. No es así como funciona en este negocio. No


puedes simplemente dejar caer a la persona que te mantuvo a flote y te ayudó a
hacerte un nombre. Me debes una por llevarte a donde estás, cariño. Puedes
enojarte todo lo que quieras. Aun así, cuando llegue el próximo mes, asegúrate
de tener mi dinero y de recoger tu próximo paquete para distribuir.

—Oye —dijo Cross, interviniendo entre los dos. Su mirada se clavó en la de


Andino—. Si ha terminado, hombre, entonces ese es el jodido final. Que ella
termine si eso es lo que quiere.

—No es así como funciona, Cross, y lo sabes.

—Va a funcionar de esa manera esta vez.

Cross se aseguraría de ello.

—No, no lo…

—Andino, ¿pasa algo?

La nueva y tranquila voz hizo que Cross echara un vistazo al pasillo. Una
rubia esbelta de piel pálida se inclinó sobre la barandilla de la escalera al final del
pasillo. Rayas verde azulado y violeta teñían su cabello platino. Nada más que
una sábana que apretada contra su pecho la mantenía cubierta. Algunos tatuajes
cubrían su clavícula.

—¿Quién eres tú? —preguntó Catherine.

La chica miró entre Andino y Catherine.

—Um…

—No es asunto tuyo —murmuró Andino a Catherine. Luego, miró a la


chica—. Haven, sube las escaleras, ¿de acuerdo?

Haven no parecía complacida, pero pasó una mano por encima de su


hombro antes de hacer lo que Andino le pidió. Coloridos tatuajes le subían por
los hombros y el brazo.
—¿Quién era esa? —preguntó Catherine.

—Te lo dije…

—Sí, sí, no es asunto mío. ¿Quién es ella?

—Una mujer —espetó Andino.

Catherine arqueó una ceja en desafío.

—¿Y simplemente aparece en tu casa envuelta en una sábana o algo así?


¿Desde cuándo empezaste a ver a alguien?

—Mi vida personal no está en discusión. Hay suficientes jodidas personas


en esta familia que parecen pensar que lo es. —Andino se hizo a un lado y abrió
de un tirón la puerta principal—. Ahora, lárgate jodidamente de aquí. La próxima
vez que vengas a mi casa, asegúrate de llamar primero.

—Vete a la mierda —escupió Catherine por encima del hombro.

—Recuerda lo que dije. Esto es un negocio, Catherine. No puedes alejarte


del negocio solo porque quieres.

Catherine movió el dedo medio por encima del hombro mientras Cross la
seguía.

—Y tú me escuchaste, nunca volveré a traficar para ti, primo.

Andino cerró la puerta detrás de ellos con un golpe fuerte.

—Te llevaré a casa —dijo Cross mientras Catherine rebuscaba en su bolso.

Ella lo miró en la calle fría y vacía.

—De hecho, creo que voy a llamar a un taxi.

Él frunció el ceño.

—¿Por qué? Estoy aquí. Puedo llevarte.

—Solo... se suponía que eras diferente, Cross. Especialmente en ese


entonces, ¿de acuerdo?

—No entiendo lo que estás tratando de decir.

—Me mentiste entonces sobre esto. Igual que Andino. Igual que mi mamá
y mi papá. Se suponía que tú eras diferente para mí.

—Catty, vamos. Eso fue hace mucho tiempo.

Catherine resopló.
—¿Verdad que sí? Sin embargo, todavía se siente como ayer.

Esas palabras dolieron.

Cross tuvo que dejarlas que lo hicieran.

—Te llamaré —dijo Catherine por encima del hombro mientras se dirigía
calle abajo—. Lo haré, Cross. Dame algo de tiempo.

¿Qué opción tenía?


Capítulo 12
Catherine estacionó el Lexus en la entrada de la casa de sus padres y
tamborileó con sus uñas cuidadas en el volante. Todo el viaje a Amityville la
había dejado ansiosa, pero ahora, su ira estaba regresando rápidamente.

No había dormido nada la noche anterior. No podía dormir cuando tenía


demasiadas preguntas dando vueltas en su mente y la misma rabia llenando su
corazón.

Catherine podía lidiar con la tristeza y la ansiedad. Había aprendido las


mejores herramientas para manejar ese tipo de emociones a través de su trabajo
con Cara. ¿Pero ira? No tanto.

No ayudaba que, por razones que Catherine no podía explicar, un profundo


sentimiento de traición se había hundido en su corazón. Como si todos a su
alrededor hubieran mentido, mentido y mentido más.

Antes de que pudiera convencerse a sí misma de lo contrario, Catherine


salió del Lexus y se dirigió a la casa. En el interior, la risa llenó el pasillo principal.
Siguió el sonido hasta la cocina, donde encontró a su madre y a su padre.

Por un momento, ella simplemente los miró a los dos. Ellos no parecieron
notar su presencia en la puerta.

Catrina estaba sentada en el regazo de Dante en la cabecera de la mesa.


Inclinó a su esposa hacia atrás y la sujetó con fuerza antes de besarla dos veces
en rápida sucesión.

—¿En qué estás trabajando, bello? —preguntó Catrina.

—Nada —murmuró—. ¿No puedo amar a mi esposa?

—Sí puedes.

Fue una escena linda y dulce. Cualquier otro día, en cualquier otro
momento, y Catherine no habría interrumpido. Probablemente se habría dado la
vuelta y se habría alejado de puntillas de su presencia para que no supieran que
estaba allí. En su mayor parte, sus padres eran muy reservados sobre su amor y
cómo se lo expresaban el uno al otro.

Claro, vio muchos momentos entre ellos a lo largo de los años, pero no
porque ellos le permitieran verlo.

Dante y Catrina Marcello no eran el tipo de personas que permitían que


otros, incluso su familia, fueran testigos de sus momentos privados. Algo tan
simple como agarrarse de la mano podría ser increíblemente íntimo para ellos,
por lo que lo trataban de esa manera.

No era para el consumo de otros.

Así que sí, en cualquier otro momento, y Catherine no habría intervenido


en su momento. En ese momento, sin embargo, estaba demasiado enojada y
confundida para que realmente le importara.

—¿Cuándo iban a decirme que sabían que estaba trabajando para Andino?

Al instante, Catrina se levantó del regazo de su esposo. Su madre se arregló


el vestido mientras la cabeza de su padre giraba en dirección a Catherine.

—Catherine —dijo Dante, levantándose de la silla.

Se suponía que vendría a visitarnos esta semana. Eso es lo que le había


prometido a su padre.

Él probablemente esperaba eso.

No esto.

—Hice una pregunta —señaló Catherine.

Catrina se aclaró la garganta y miró a Dante.

—Bueno, ¿no podríamos preguntarte lo mismo?

—Excepto que yo pregunté primero.

—No actúes como una niña, Catty —dijo Dante—. Sé respetuosa.

—Una vez que obtenga una respuesta, seguro.

—Catherine.

Ignoró la segunda advertencia de su padre.

—Aparentemente, han sabido que estaba traficando desde... bueno, desde


que empecé —dijo Catherine, abriendo los brazos de par en par—. Estúpida yo,
que pensé que ustedes no tenían ni idea porque nadie pensó que debían hablar.
¿No pensaste ni por un segundo que tal vez deberías decirme que sabías lo que
yo estaba haciendo?

—Tú no pensaste que debías decírnoslo —respondió su padre.

El temperamento Catherine se alzó.

Ella mordió el anzuelo.

—Todo este tiempo lo han sabido. Así que supongo que estaban, ¿qué?,
¿riéndose de todo esto? Pequeña tonta de mí con la cabeza en la arena, ¿verdad?

—No —dijo Catrina—, por supuesto que no, Catherine. Nosotros solo…

—Siempre que les preguntaba sobre el negocio de Ma, ambos se cerraban.


Siempre que la escuela surgía en una conversación, me empujaban en esa
dirección. Mantuve esto en silencio porque sentí que no tenía otra opción. Sin
embargo, sí tenía otra elección. Ambos sabían lo que estaba haciendo, pero
mierda, tal vez querían que hiciera otra cosa, así que optaron por no decir nada.
¿Qué? ¿Jodidamente esperaban que eventualmente lo dejaría si no hablaba?

Dante frunció el ceño.

—Ahora…

—¿No puedes simplemente responder una pregunta?

Su grito resonó en la casa silenciosa.

Ninguno de sus padres dijo nada.

La ira de Catherine burbujeó más.

—Sabes qué, esto es ridículo. Ambos son ridículos.

Se volvió para irse ya harta de una conversación que sus padres parecían
no poder tener con ella. No perdería el tiempo más de lo que ya lo había hecho.

—¡Catherine!

—Vete al infierno —gritó ella por encima del hombro.

—Catty, espera —llamó su madre.

—Supongo que eso es lo nuestro, ¿verdad? —preguntó Catherine desde la


puerta principal mientras se ponía sus botas con tacón—. Todos somos unos
malditos mentirosos aquí. Yo miento, ustedes mienten, y todos mentimos sobre
lo que estamos mintiendo.
—Catherine, ¿te estás escuchando a ti misma? —Dante levantó una mano
para evitar que Catrina avanzara por el pasillo—. Has venido aquí para pelear
con nosotros por algo que ni siquiera necesita ser una pelea. Dime cuál es el
verdadero problema, por favor.

Que se joda.

Él ni siquiera lo entendía.

—Es una maldita lástima, papá. Si hubiera sabido hace años que podría
haber venido a ti cuando más te necesitaba sin temor a tu enojo o juicio, podría
haberme salvado de todo. Si me hubieras dado a alguien a quien acudir, como
necesitaba, no habría tratado de ocultar lo jodida que estaba. ¿No entiendes eso?
¡No me lo dijiste, así que no pensé que podría decírtelo!

—No entiendo.

—Por supuesto que no —escupió Catherine, más frustrada que nunca—.


¡No sabes nada de mí en absoluto! ¡Nunca sentí que pudiera decírtelo!

—¿De quién es la culpa, Catherine?

l
—¿Cuándo irás a casa?

Catherine levantó la vista del libro que tenía en las manos. Cara estaba al
otro lado de la sala de estar con las manos en las caderas. A pesar de su postura,
Cara tenía una pequeña sonrisa.

—Pronto —dijo Catherine—. Pero necesito un descanso, eso es todo.

Cara asintió.

—Todo el mundo lo necesita de vez en cuando. Al principio, estaba bien y


feliz de aceptar esa excusa tuya cuando no querías hablar. Ahora, no tanto.

Catherine frunció el ceño.

—¿Y por qué es eso?

—Has estado aquí, oh... —Cara hizo un gesto con la mano y finalmente
dijo—: Van cinco días.
—¿Y?

—No has hablado ni una vez sobre por qué.

—Porque eres un lugar seguro para mí —dijo Catherine en voz baja.

La postura de Cara se suavizó.

—Lo sé, Catherine, y siempre seré eso para ti. Si lo necesitas, por supuesto.
Esta vez, sin embargo, no creo que realmente lo necesites.

—¿Cómo puedes saber eso si no sabes por qué estoy aquí?

—Tu padre se puso en contacto conmigo esta mañana.

Joder.

Catherine arrojó su libro a un lado con un suspiro. Ella se fue de Nueva


York la noche en que enfrentó a sus padres. Tampoco se molestó en llamarlos
antes de irse. Asumió que alguien lo resolvería, y claramente, lo habían hecho.

—No puedes simplemente correr cuando las cosas no van como quieres —
dijo Cara—. Tienes veinticinco, no diez.

—Auch —murmuró Catherine.

—Las tácticas infantiles merecen respuestas apropiadas, Catherine.

—Yo no... corrí.

—Oh, sí lo hiciste. —Cara caminó por la gran sala de estar y tomó asiento
frente a Catherine—. Parece que, por lo que tengo entendido, surgió algo que no
te gustó y que no sabías cómo lidiar con ello apropiadamente. Tu primera opción
fue no lidiar con eso, así que aquí estás. Eso, Catherine, se llama correr.

—Cuando lo pones de esa manera, claro, pero…

—¿Cuánto tiempo te he estado diciendo que seas sincera con tus padres
sobre el tráfico de drogas?

Catherine no quería mirar a Cara a los ojos.

—Un tiempo.

—Todo el tiempo que he sido parte de tu vida, en realidad.

—Dije un tiempo.

—¿Por qué sentiste la necesidad de confrontar a tus padres de la forma en


que lo hiciste?
—No lo sé —admitió Catherine.

—O tú, de nuevo, no quieres lidiar con eso.

—Nunca me diste un respiro, Cara.

—Ese no es mi trabajo. Mi trabajo es hacer que te mires bien en el espejo y


seas dueña del reflejo que te devuelve la mirada. Yo te doy las herramientas para
manejar situaciones en la vida que alteran tu delicado equilibrio, para que puedas
enderezarte una vez más. Te enseño cómo manejar tu vida en un mundo lleno de
factores desencadenantes que podrían hacerte retroceder. Así que no, no estoy
aquí para tomarte de la mano y dejarte escapar de los problemas que surgen.

Cara sonrió y cruzó las piernas antes de decir:

—Y por eso creo que viniste a mí. Por eso viniste aquí para tu descanso.
Todos los demás en tu vida están demasiado ocupados tomándote de la mano y
caminando sobre cáscaras de huevo. Ninguno de ellos te dirá lo que necesitas
escuchar, cuando necesites escucharlo. Les preocupa que vayan a alterar tu
equilibrio. Yo, por otro lado, soy bastante consciente de lo fuerte que eres en
realidad.

—Cross probablemente lo haría —dijo Catherine después de un


momento—. Decirme la verdad, quiero decir. Hacerme entender. Reconocer mi
mierda.

—¿Todavía lo estás viendo?

—Intentando. Es complicado. Quería culparlos a ellos.

—¿Tus padres?

Catherine asintió.

—Por la mierda que pasó hace mucho tiempo, ¿sabes a qué me refiero?
Cuando me di cuenta de que sabían lo que había estado haciendo, me enojé
porque pensé que si lo hubiera sabido, no habría necesitado esconderme y mentir
sobre la depresión por los asaltos y todo eso.

—¿Pero?

—Ellos no tienen la culpa. No puedo culparlos porque tomé la decisión de


no hablar y fui yo quien no pidió ayuda. ¿Cómo podían saber que me estaba
ahogando cuando no estaba pidiendo ayuda a gritos?

—Los llamaste mentirosos —dijo Cara.


Catherine deseaba que su padre pudiera haber ocultado un poco de
información cuando habló con Cara, pero aparentemente no pudo.

—¿No lo son? —preguntó ella.

—¿No lo eres tú? —replicó su terapeuta.

—No sé por qué no me lo dijeron.

—No preguntaste, Catherine. No les preguntaste nada. Acusaste y culpaste.


Gritaste y te fuiste. Los niños que hacen berrinches podrían haberse comportado
mejor, para ser honesta.

—Está bien, ya es suficiente con los comentarios de niños.

—Tengo más —dijo Cara mientras se levantaba—. Pero me abstendré.

—Gracias.

—Puedes quedarte más tiempo, si quieres, pero no creo que debas. Tienes
que ir a casa, Catherine, y aprender a manejar las cosas que te incomodan.
Aprender a lidiar con eso por tu cuenta. Has pasado toda tu vida actuando como
la hija ideal. Has evitado la confrontación. Mentiste a tu manera a través de las
relaciones con personas que te aman. Has hecho estas cosas simplemente para
poder fingir ser feliz mientras mantienes felices a todos los que te rodean.

—Sí —concordó Catherine—. Lo he hecho.

—Ir a casa y lidiar con eso tampoco tiene por qué significar ir a ellos. No
tienes que hablar con ellos hasta que estés lista. En realidad, creo que deberías
esperar hasta que estés racional y no arremetas ni corras cuando te digan algo
que podría no gustarte. Está bien necesitar espacio.

—Por supuesto.

—Sin embargo, cuando hables con tus padres...

—¿Sí?

Cara sonrió.

—Discúlpate por ser hipócrita. No puedes llamar mentiroso a alguien


cuando has construido todo tu mundo sobre mentiras, Catherine.

Maldición...

Sin embargo, Cara tenía razón.

Esta fue exactamente la razón por la que Catherine vino aquí.


l
Catherine arrojó al aire un trozo de palomitas de maíz rociado con
chocolate. Volvió a caer en su boca esperando.

—¿Estás en casa entonces? —preguntó su madre—. Cara llamó para


informarnos que te habías ido, pero no estaba segura de cuándo volverías.

Ni siquiera miró hacia el teléfono en el suelo cuando respondió:

—Llegué a casa esta mañana, en realidad.

—¿Puedo ir?

—Preferiría que no lo hicieras, Ma.

—Está bien —dijo Catrina en voz baja.

Catherine se sintió como una mierda por rechazar a su madre, pero en ese
momento, no sabía qué más hacer. Después de todo, estaba tratando de seguir el
consejo de Cara.

—Necesito algo de tiempo, y luego iré —explicó Catherine—. Podemos


hablar.

Catrina se aclaró la garganta y los altavoces crepitaron por el volumen de


estar en el altavoz.

—¿Nosotros dos, o...?

—Papá también.

—Bueno.

—¿Está muy enojado conmigo? —Catherine se atrevió a preguntar.

—¿Por qué te fuiste sin decir una palabra?

—Pues sí.

—No, no está enojado —dijo Catrina con un suspiro—. Pero estaba muy
preocupado.

—Lo siento.
—Michel mencionó que pasaría por allá y checaría si ibas a estar en casa.
No lo dijo con certeza, o lo que sea.

—Está bien.

—Todos hemos cometido muchos errores, ¿no es así? —preguntó su madre.

La mano de Catherine se congeló cuando estaba a punto de lanzar otro trozo


de palomitas de maíz.

—Yo mentí mucho, Ma. El resto de ustedes simplemente lo siguió, creo.


Todavía me estoy conformando con el hecho de que no puedo estar enojada con
los demás por hacer exactamente lo que yo les hago.

—Si quieres quedar para encontrarnos o algo...

—Te llamaré, Ma —prometió Catherine.

—Está bien, mia reginella. Te extraño, Catherine. No te quedes lejos por


mucho tiempo.

—Intentaré no hacerlo.

Con un rápido adiós, su madre terminó la llamada. Catherine ni siquiera se


molestó en acercarse y apagar la pantalla de su teléfono. Ella lo dejó en blanco.
De espaldas, miró hacia el techo de su apartamento y arrojó otra palomita de
maíz al aire.

El golpe en la puerta del apartamento hizo que se perdiera la palomita que


volvía a caer.

Le dio en el ojo.

—Auch —murmuró, frotando el lugar.

Pensó que era solo su hermano, su madre dijo que, después de todo, él
podría pasarse por su casa.

—La puerta está abierta —gritó Catherine.

Ella todavía no se levantó del suelo.

A ella le gustaba bastante estar ahí abajo.

Como meditar, le era relajante y familiar. Podía pensar sin caos. Podía
escuchar a través de su propio ruido.

No fue Michel quien entró a su apartamento.


Catherine giró la cabeza hacia un lado para ver a Cross cerrando la puerta.
Ella sabía que él conocía su dirección solo porque él le había dicho. Sin embargo,
no le preguntó cómo lo sabía.

—¿Cómo entraste a mi edificio?

—Presioné un montón de botones. Alguien me dejó entrar.

—Mmm.

Al verla en el suelo, frunció el ceño e inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó él.

Catherine arrojó otra palomita de maíz, la atrapó, masticó y tragó antes de


responder.

—Pensando.

—En el piso.

—Sí.

—Con... palomitas de maíz.

—Tienen chocolate rociado —se defendió.

—Oh, bueno, eso lo hace bien, y nada extraño.

—No me juzgues. Todos tenemos nuestras cosas. Esto es lo mío.

Cross tarareó entre dientes y dio un paso adelante.

—¿Es como cuando salí por la mañana y te encontré sentada en la mesa de


billar meditando?

—Más o menos.

—Ya veo.

Él dio otro paso más para acercarse.

Catherine lo señaló.

—Quédate donde estás. Te lo dije, estoy pensando.

Dudó en su siguiente paso.

—¿Qué tiene eso que ver con que me acerque?

—Cuando estás cerca, no puedo pensar en absoluto. No pienso. Me vuelves


estúpida.
Al ver su ceño fruncido, rápidamente agregó:

—Pero está bien, porque no me importa. La mayor parte del tiempo. Ahora
mismo, necesito pensar. Trabajar en cosas. Enfrentar los problemas que he
creado.

Cross hizo una mueca y dijo:

—Eso no suena como algo que dirías en absoluto.

—No lo es. Cara me lo dijo. Ella tiene razón, así que estoy... haciendo lo que
dijo.

—¿Quién es Cara?

Oh.

Sí.

Catherine no le había explicado eso a Cross.

—Bueno, es una amiga —dijo Catherine, mirando a Cross con ojos


cautelosos mientras él se sentaba en el suelo. Al otro lado de la habitación. No se
movió una vez que se sentó, excepto para quitarse la chaqueta y tirarla a un
lado—. Ahora es una amiga, me refiero. Ella solía ser mi terapeuta. Un par de
meses después de mi intento de suicidio, mi padre la llamó por mí. Me sentí
mejor hablando con ella, más seguro, supongo, porque ella viene de la misma
vida que nosotros.

Cross se pasó una mano por la mandíbula.

—Cara... ¿cómo en, Cara Rossi?

—¿La conoces?

—Conocí a su esposo cuando era adolescente y viajaba con Wolf. He corrido


con sus armas cuando compraron algunos envíos desde Chicago.

—Eh —reflexionó Catherine—. Mundo pequeño.

—No realmente. Todas estas familias criminales simplemente están


interconectadas en más formas de las que la mayoría de la gente sabe.

Ella lo miró de nuevo.

Se veía malditamente bien, relajado, fresco y despreocupado, con jeans


oscuros y una camiseta descolorida. Él le sonrió cuando la sorprendió mirando,
pero Catherine no apartó la mirada.
—Estoy bastante segura de que dije que te llamaría cuando estuviera lista,
Cross —señaló ella.

—Han pasado casi dos semanas. Estoy cansado de esperar, nena.

—¿Eh?

—Alguien me hizo saber que tu auto también apareció aquí. Te habías ido.

La mirada de Catherine se entrecerró.

—¿Estás haciendo que me vigilen?

—No, alguien solo se reporta de vez en cuando. Tienes un ejecutor de tu


padre que te vigila.

—Eso no es lo que quise decir.

—Eso es lo que estoy ofreciendo —respondió Cross.

—Idiota.

—Ya lo sabes. —Cross estiró sus piernas y enganchó sus Doc Martens una
sobre la otra—. Supongo que si estabas hablando con Cara, debiste haber hecho
un viaje a su lado de la frontera.

—A veces solo necesito escucharlo de ella, incluso cuando ya sé lo que va a


decir. Ella me dice las cosas como son.

—¿Lo hace?

—Bien podría haberme dicho que dejara de actuar como una niña —
murmuró Catherine.

—¿Lo hiciste?

—Probablemente. Hago eso, o mejor dicho, usó tácticas infantiles para


evitar la confrontación. Todos los que me rodean simplemente evitan crear
conflictos conmigo porque tienen miedo de lo que pueda pasarme si lo hacen.

—Como si fueras a caer de nuevo —murmuró él.

Catherine se mordió las uñas cuidadas.

—Sí, así. Sin embargo, no lo entienden.

—¿Qué cosa?

—Se me permite estar enojada, triste… o cualquier otra cosa que quiera
sentir. No todo lo que siento va a estar en el lado bueno del espectro, y eso está
bien. Si evito sentir algún tipo de malestar emocional, entonces nunca aprenderé
a manejar cómo reacciono. Eso, más que cualquier otra cosa, es lo que podría ser
un detonante.

Catherine apoyó los brazos detrás de la cabeza como una almohada.

»Además, sí tengo episodios. Tengo días en los que no quiero levantarme


de la cama, en los que estoy cansada sin motivo y en los que me siento como…
con oscuridad en el corazón. Viene y se va. Pero me ocupo de ello. Cuando
sucede.

—Antes no te ocupabas de eso en lo absoluto.

—Nop.

—¿Cara fue buena para ti entonces? —preguntó Cross.

—La mejor.

—Puedo irme, ya sabes, si no quieres que esté aquí.

Catherine lo miró con una sonrisa.

—Pensé que estabas cansado de esperar a que te llamara.

—Es tu vida, Catty. No necesito forzarme a estar cuando no me quieres


aquí.

—Te quiero —susurró ella—. Y a veces quiero correr lejos de ti.

—Si corres, ¿puedo perseguirte?

Cross hizo la pregunta con tanta ligereza que casi hizo reír a Catherine. Aun
así, podía ver lo serio que pretendía que fuera, a pesar de su tono ligero.

—Sí, puedes perseguirme, Cross.

—Es bueno saberlo.

—Y… quédate —agregó ella.

—Seguro, nena.

—Oye, ¿recuerdas esa vez que tuvimos una pelea con harina y te pateé el
trasero?

Cross frunció el ceño.

—No fue así como recuerdo que sucedió.

—Sí, bueno, déjame tener mi momento.


Él la señaló con su mano.

—Sí, princesa, ten tu momento.

—Entonces, después de patear tu trasero con harina, apareció mi tío.

Cross hizo un ruido entre dientes.

—Me encerré en una despensa como un idiota.

—Y él sabía totalmente que estabas allí.

—¿Qué? —Cross le sonrió—. ¿De verdad?

—Había huellas en la harina.

Cross se rio, largo y fuerte.

—Apuesto a que sí.

—Éramos tan estúpidos en ese entonces.

—Nah, Catty, estábamos… enamorados, asombrados, locos y llenos de


vida, nena. Éramos todo lo que era real, bueno y verdadero.

—Sí —concordó ella—. Y todo eso también.

—Todavía lo estamos, ya sabes. O podríamos estarlo.

—¿Podríamos?

—Estoy aquí, ¿no?

Lo estaba.

No tenía por qué estarlo.

Sin embargo, allí estaba Cross, sentado al otro lado de la habitación.


Dándole espacio simplemente porque ella le pidió que no se acercara, y no por
otra razón. Su mirada estaba solo en ella, a pesar de que era la primera vez que
estaba dentro de su casa.

A pesar de su mierda. A pesar de las barreras que ella había levantado, su


comportamiento y sus defectos. A pesar de ella, él todavía estaba allí.

Esperándola.

Queriéndola.

Todos tenían una mejor mitad.

Cross era definitivamente la suya.


Catherine no se merecía a este hombre.

No como estaba.

—¿Cross?

—¿Sí, nena?

—No lo he dicho, pero te amo.

—Lo sé —murmuró él—. Y no necesito que lo digas.

—Lamento ser un poco horrible.

—No eres horrible, Catherine.

—Lo soy, a veces. Especialmente con las personas que me aman. A veces no
sé por qué, y otras veces, es solo un hábito. Sin embargo, estoy tratando de ser
mejor. Lo soy.

Cross tragó saliva con dificultad.

—Lo sé, Catty.

—Así que sí, te amo.

—¿Lo prometes?

Ella se rio. Se suponía que esa era la línea de ella. No le importó el cambio.

—Siempre, Cross.
Capítulo 13
Uno de los recuerdos favoritos de Cross con Catherine era el fin de semana
que se había colado en su casa cuando solo tenían quince y diecisiete años. Pasó
dos días en nada más que calzoncillos, escuchando a Catherine leer Romeo y
Julieta en ropa interior.

Podrían haber estado haciendo un recuerdo similar, excepto que...

—Santa mierda, esta es la mierda más aburrida que he escuchado —gruñó


Cross, frotándose la cara con una mano.

Catherine instantáneamente dejó de leer su libro de texto de derecho.

—¿Verdad que sí?

—¿Qué estás haciendo con esa basura?

Sus ojos verdes bailaron con alegría junto a él en su cama. Podía encontrar
una docena de mejores formas de pasar la noche juntos además de leer el texto
de ese terrible libro. Como el hecho de que ella ya estaba medio desnuda, y él
también.

—Bueno —dijo ella—, pensé que tal vez si me convertía en abogada


defensora, eso sumaría cuatro a la familia. ¿No todas las familias del crimen
necesitan buenos abogados defensores de su lado?

Cross la miró y se rio entre dientes.

—Nena, para eso contratamos gente cuando no tenemos uno a la mano.


Buenos abogados que realmente saben lo que hacen y disfrutan de su trabajo.

—Sí, lo sé.

—Catherine, has puesto los ojos en blanco tres veces en un párrafo. Te miré.

Ella apretó los labios en un esfuerzo por ocultar su sonrisa.

—¿Y?
—Ni siquiera te gusta lo que estás haciendo.

—De nuevo, ¿y?

—Serás una abogada terrible, nena.

—¡Cross! —Ella estiró su brazo y lo golpeó con fuerza en el hombro.

—¡Oye!

—No puedes decirme que sería terrible en alguna cosa. No cuando ni


siquiera lo he intentado. Muchas gracias, idiota.

Cross suspiró mientras se pasaba los dedos por el cabello.

—No puedo evitar que sea verdad, Catty. Sí, serías increíble en casi
cualquier cosa que disfrutes y realmente quieras hacer. Parece que esta no es
ninguna de esas.

Ella frunció el ceño y luego lo golpeó de nuevo.

—Cállate.

—Está bien, esas son dos veces, así que ahora me debes.

—Vale la pena —dijo ella en voz baja.

Sabelotodo.

Cross le arrebató el gran libro de texto de la mano a Catherine y tiró el


pedazo de mierda por la habitación antes de que ella pudiera protestar. Era tan
pesado que sintió el impacto del libro golpeando el piso desde tres metros de
distancia en la cama.

Catherine lo miró fijamente.

—Tengo una cosa pendiente la semana que viene, ya sabes. Se supone que
debo estar leyendo así que sé que... ni siquiera lo sé.

—¿Oh? ¿Qué cosa?

—No estoy segura en este momento.

—Tampoco eres una buena estudiante de derecho.

Catherine se encogió de hombros.

—Lo odio.

Cross asintió.

—Sí, me lo imaginé.
Ella se acercó y echó hacia atrás los mechones de cabello más largos que
habían caído sobre los ojos de él. Luego, su palma descansó cálida y suave contra
su mejilla.

—Ni siquiera sé lo que quiero hacer —admitió ella en voz baja.

—Tienes tiempo para averiguarlo.

—¿En serio lo tengo? Tengo veinticinco. He estado en la universidad desde


que tenía dieciocho años. Básicamente la odio y todo lo relacionado con ello. Así
que ¿viviré de mi fondo fiduciario por el resto de mi vida porque no puedo
encontrar una dirección?

—Tienes tiempo —repitió Cross—, y como tienes más suerte que algunos,
tienes los fondos para mantenerte hasta que lo averigües, Catherine. No debes
sentirte culpable por tener dinero. ¿Qué vas a hacer con él, dejar que se pudra?

—Bueno…

—No puedes llevarte dinero cuando mueras, ¿de acuerdo? Claro, puedes
revestir tu tumba en oro y descansar en la seda más costosa, rodeada de mármol
italiano, pero ¿de qué sirve eso?

Catherine puso los ojos en blanco.

—No, sé eso.

—Entonces, ¿qué planeas hacer exactamente con todo esto?

—Gasto dinero.

—En serio, ¿dónde? —preguntó él—. Porque vives en un barrio decente en


un apartamento bastante básico, aunque es mejor que la mayoría, y supongo que
tienes un auto nuevo. No estoy seguro de dónde más estás viviendo, nena.

La mirada de Catherine se entrecerró hacia él un segundo antes de


levantarse de la cama. Cross se apoyó en los codos y la observó mientras
desaparecía en un armario. Sin previo aviso, empezaron a salir cosas del armario
y aterrizaron a los pies de la cama.

La mirada de Cross pasó rápido por los artículos: bolsos de diseñador, ropa,
zapatos y más. Gucci. Dolce & Gabbana. Prada. Louboutin. Marc Jacobs.
Valentino.

Catherine salió del armario con un montón de tacones de suela roja.


Brillantes. Negros. Blancos. De cuero. Puntiagudos. De punta abierta. Dejó los
tacones Louboutin en el suelo, luego se dio la vuelta y volvió directamente al
armario.

—Catherine, ¿qué estás haciendo?

En lugar de responder, regresó con una gran caja de madera brillante que
tenía al menos unos treinta y cinco centímetros de ancho y treinta y cinco
centímetros de profundidad. Adivinando por las puertas de los lados y los
pequeños cajones, pensó que era un joyero. Sin decir palabra, dio vuelta la caja y
dejó que el contenido cayera sobre la cama donde había estado descansando
junto a él antes.

Diamantes. Perlas. Piedras preciosas.

Collares. Brazaletes. Pendientes.

Tantas joyas que hizo una pequeña montaña.

—Puedo ir a buscar mi colección de gafas de sol —agregó Catherine—, pero


me gustan mucho y prefiero no rayar los lentes.

Cross recogió un anillo en particular de la pila que tenía una piedra de


esmeralda y una banda de oro blanco. La gema verde descansaba sobre una
corona de diamantes. Tenía al menos dos quilates de tamaño.

—¿Cuántos tienes?

—¿Gafas o anillos? —preguntó Catherine.

—Uh... ¿ambos?

—Trescientos pares de gafas. Tal vez como cincuenta o más anillos.

Cross se quedó mirando los artículos, inseguro.

—Ajá.

—Gasto dinero.

—¿Tu dinero, o...?

Catherine le lanzó una mirada.

—Sí, mi dinero. Antes de que supiera cómo esconder y blanquear el dinero


que ganaba a través de Andino, lo único que sabía hacer era comprar. Además,
tengo un lugar de almacenaje con más.

Cross se aclaró la garganta.

—¿Más qué?
—Bueno, pinturas, sobre todo. Pinturas costosas. No podría colgarlas en mi
apartamento cuando algunas valen más que los autos estacionados afuera.
Además, ¿qué pasa si mis padres preguntan por ellas? ¿Qué habría dicho
entonces?

Santa mierda.

—Quiero decir, yo colecciono armas —dijo Cross—, pero no... esto.

—Alguien me dijo una vez que la mejor manera de ocultar una gran riqueza
era en cosas materiales —dijo Catherine.

—¿Quién?

—El esposo de mi terapeuta.

Cross rio secamente.

—Sí, Gian Guzzi puede gastar dinero. Su mansión bien podría estar
revestida de oro.

—Estaba ganando un millón de dólares al año. Durante mucho tiempo,


simplemente metía dinero en efectivo en cajas de zapatos y las escondía debajo
de mi cama cuando no donaba de forma anónima a refugios o bancos de
alimentos. Sé que no puedo llevarme dinero cuando muera. También sé que soy
muy buena haciendo algo que me gusta. Si pudiera, sería lo único que haría.

—Vendiendo, quieres decir —dijo Cross.

Catherine cruzó los brazos sobre el pecho y desvió la mirada. Con nada más
que encaje negro y piel oliva, era todo un espectáculo entre su riqueza y sus
cosas. Sin embargo, ninguna de esas cosas hermosas se comparaba con ella.

—Sí, vendiendo, pero no para Andino.

—Tal vez con el tiempo, te olvidarás…

—Nop.

—Bueno, está bien entonces —murmuró Cross, rodando hacia su espalda.

Catherine hizo un gesto con la mano hacia los artículos esparcidos por la
cama y el suelo.

—Esto no es ni una cuarta parte. El clóset todavía está lleno. ¿El dormitorio
de invitados al final del pasillo? Lleno. No me hagas empezar con los vestidos,
sombreros, chaquetas… cosas, Cross. Gasto mi dinero a medida que gano mi
dinero. No planeo ser enterrada con dinero. Yo solo…
—¿Qué? Dime.

—Pensé que necesitaba ser algo más que una traficante para demostrar mi
valía. ¿Sabes? Que yo era digna de estas cosas o de mi dinero.

—Pero te ganaste el dinero, Catherine. Entiendes eso, ¿no? A la gente le


gusta separarnos de eso: dinero bueno y dinero sucio. No hay tal cosa. Se gasta
de igual manera. Todo el mundo lo toma igual. El dinero es jodido dinero.

—Sí, lo entiendo ahora.

—Y hay otras opciones, nena. Especialmente para vender, si eso es lo que


quieres hacer.

—¿Eso crees? —Catherine sonrió con suficiencia—. No estoy segura de que


haya opción después de lo que dijo Andino.

—Podría haberla. Como tu madre, para empezar.

—No estoy segura…

—Oye —dijo Cross, empujándose para descansar sobre sus rodillas—,


tienes tiempo. Nada de esto necesita ser decidido en este momento.

Catherine sonrió.

—¿No?

—No.

Se inclinó y buscó debajo de la cama antes de sacar una caja de zapatos.


Abrió la tapa y tiró una caja llena de dinero en efectivo sobre la cama.

—Pero me queda una caja de zapatos. Quiero decir, aprendí a esconder el


dinero o hacerlo… limpiamente. Entonces, eso es algo bueno, ¿verdad?

Cross negó con la cabeza mientras pasaba una mano por el dinero en
efectivo y lo enviaba volando sobre la cama y el suelo.

—¿Qué harías si entraran a robar en este lugar?

Catherine se encogió de hombros.

—¿Comenzar de nuevo?

—Oh, Dios mío.

¿Qué más podía decir él?

—¡Bueno, no lo sé!
Riendo, Cross agarró la muñeca de Catherine en su mano y la arrastró a la
cama con él para que ambos estuvieran de rodillas y uno frente al otro. Él sostuvo
su rostro entre las palmas de sus manos mientras ella cerraba la distancia entre
ellos. Su beso rápidamente pasó de dulce a caliente en un instante. Sus dientes
mordieron su labio inferior mientras sus suaves manos empujaban debajo de sus
bóxers. Cross estaba más que feliz de empujar la ropa interior el resto del camino
y quitársela, mientras Catherine seguía masturbándolo.

Todo lo que se necesitó fueron unos pocos golpes firmes y apretados de sus
manos por su eje, y su polla estaba dura. Aun así, ella no rompió su beso. Cada
roce de sus labios era familiar. Cada caricia. Cada aliento. Todo.

De alguna manera, sin embargo, nunca se sentía viejo.

No se volvía agotador.

Cross no podía imaginar un momento en el que se cansara de esta mujer, o


de tenerla, provocarla y sentirla. Si pudiera pasar el resto de su vida encerrado
sin nada más que Catherine Marcello, sería un hombre feliz.

Catherine empujó a Cross hacia la cama desordenada con ella. Él escuchó


su mierda caer al suelo y sintió la frialdad del dinero deslizándose por sus piernas
mientras se colocaba entre los muslos abiertos de Catherine. No podía bajarle las
bragas por las piernas lo suficientemente rápido. Ni siquiera consideró sus
pantalones en el suelo, el condón en el bolsillo trasero. Él simplemente... no lo
hizo.

Su mente estaba en otra parte. Pegado firmemente a la hermosa mujer


debajo de él, y cómo su cuerpo se amoldaba al suyo. Cómo su espalda se curvaba
en un arco perfecto mientras él besaba un camino desde su cuello hasta su
ombligo, y luego volvía a subir.

Dejó escapar un fuerte suspiro cuando él le mordió la clavícula con tanta


fuerza que dejó marcas de dientes. Las uñas de ella se clavaron en su trasero
cuando él enredó sus puños en su cabello y la atrajo hacia otro beso doloroso.

—¿No me vas a follar?

Sus palabras saltaron sobre su piel como el susurro más dulce.

Como una brisa fresca en un mes caluroso.

Como gotas de lluvia en el desierto.

Como el amor a su vida.


La mano de Catherine se apretó alrededor de la base de su polla mientras
lo ajustaba a su sexo. Ya podía sentir lo caliente que estaba. La humedad se
encontró con la cabeza de su polla mientras ella lo deslizaba de arriba abajo por
su hendidura, untando sus jugos y mirándolo con ojos malvados.

Toda ella era así, pensó él.

Malvada.

Pecaminosa.

Perfecta.

Desde la forma de unos labios rojos que prometían y suplicaban, hasta las
puntas de unas bonitas uñas que aruñaban y acariciaban.

Sus uñas marcaron líneas calientes sobre su espalda cuando empujó dentro
la primera vez. Añadió otra fila cuando él se retiró hasta la punta de su polla y
volvió a golpearla.

—Mierda, mierda, mierda —respiró Catherine en su oído.

Cross empujó más abiertos sus muslos. Sabía que tenía que arder. Tenía que
doler.

Catherine solo echó la cabeza hacia atrás y pidió más.

—Por favor, por favor, por favor.

Cross quería follar. Le gustaba tomar duro a Catherine porque ella también
lo disfrutaba. Ella podía tomarlo. A ella le gustaba tener las manos de él en su
garganta o tirando de su cabello. A ella le gustaba más cuando él la provocaba en
su oído, o exigía más de su cuerpo.

No podía hacer nada de eso en ese momento. Por mucho que quisiera, se
encontró haciendo otra cosa.

Caricias lentas y besos profundos. Las puntas de los dedos suaves y manos
exploradoras. Cuerpos que se movían perfectamente sincronizados, pero nunca
demasiado rápido ni demasiado duro.

Amoroso, pensó él.

Ellos eran amorosos.

Era extraño cómo eso lo hizo correrse más fuerte que nunca.

Sin embargo, él no se sorprendió en absoluto.


l
—Cross…

Él murmuró en voz baja y se acercó a Catherine para acercarla y callar lo


que fuera que estaba diciendo.

—Cross, contesta tu teléfono.

—Mmm. No.

—Cross.

Sus ojos se abrieron de golpe a la oscuridad, y le tomó unos segundos más


para registrar el molesto sonido en el fondo.

—Alguien ha llamado dos veces ya —murmuró Catherine en su pecho.

Mierda.

Se dio la vuelta lo suficiente para tocar la mesa de noche. Una vez que tuvo
su teléfono en la mano, respondió la llamada con un gruñido. Ni siquiera podía
manejar más que eso.

—¿Cross?

La voz cansada pero preocupada de Wolf despertó instantáneamente a


Cross.

—¿Qué pasa?

—Es Cal... otra vez —murmuró su antiguo mentor—. Está en otro episodio.
Es malo esta vez.

Cross ya se había levantado de la cama antes de que Wolf hubiera


terminado de hablar. Se puso los jeans que había desechado antes.

—Estoy en la ciudad ahora mismo.

—Estoy aquí con ellos.

—Estaré allí —dijo Cross.

—Está bien.

Wolf colgó el teléfono.


Cross se puso la camisa y agarró su pistola enfundada en la mesa de
noche. Catherine se levantó de la cama, desnuda y preocupada.

—¿A dónde vas?

Rápidamente, le dio un beso en la frente.

—Tengo que salir. Surgió algo.

—¿Como qué?

Se dirigió a la puerta del dormitorio.

—Solo... te llamaré por la mañana, ¿de acuerdo?

—¿Puedo ir contigo? —preguntó ella suavemente.

Cross vaciló.

No sabía si debería llevar a Catherine. Uno, no sabía en qué tipo de estado


podría estar Calisto. Dos, los más cercanos a él habían mantenido en secreto la
enfermedad de Calisto. Y tres, el secreto de su paternidad todavía era
desconocido para Catherine, y básicamente para todos los que los rodeaban.

—Cross, por favor déjame ir contigo —dijo ella detrás de él—. Estás molesto
y no sé por qué, pero tal vez yo pueda ayudar.

—¿Puedes vestirte rápido?

—Por supuesto.

—Está bien.

l
La mirada cautelosa de Emma saltó sobre Catherine en el pasillo. Con la
misma rapidez, su madre miró a Cross.

—Lo pusimos a dormir.

—¿Cuánto tiempo tomó?

—Unas pocas horas.


Cross podía sentir los ojos de Catherine fijos en él, asimilando la confusa
escena, pero todavía no podía contarle los detalles de sus secretos. Tenía otros
asuntos más urgentes que tratar.

—¿Unas horas, Ma?

Emma se encogió de hombros.

—Eso es lo que dije. ¿Por qué?

—Entonces, ¿por qué recibí una llamada hace solo dos horas? Y de Wolf, no
de ti. De él.

—Pensé que podría manejarlo, o podríamos hacerlo una vez que Wolf
viniera.

—¿Pero?

—Se puso peor —admitió Emma—. Wolf decidió llamarte.

Cross quería estar enojado con su madre por tratar de manejar los episodios
de su padre sin algún tipo de ayuda. Sospechaba que no era la primera vez que
hacía eso. A decir verdad, pensó que él había provocado eso, en realidad. Su
madre probablemente pensó que él no quería estar allí después de todo.

—¿Está durmiendo, dijiste?

Su madre asintió.

—¿Por qué no te preparas un café con Catherine o algo así? Relájate un


poco. ¿Hay algo que limpiar?

Emma se estremeció.

—Su oficina. El dormitorio. El baño. Esta vez se puso muy mal. Wolf acaba
de irse a casa a limpiarse. Dijo que volvería en un rato.

—Yo lo haré, Ma.

—Gracias.

Cross se volvió hacia Catherine.

—¿Estarás bien por un tiempo?

—Sí, por supuesto.

—Bueno.
Cross dejó atrás a su madre y Catherine para ir en busca de su padre. No le
tomó mucho tiempo encontrar a Calisto durmiendo irregularmente en la cama
del dormitorio principal. Hizo una revisión rápida del espacio, notando la
cómoda volcada y los artículos esparcidos. El baño era una zona horrorosa de
vómitos.

—¿Cross?

Desde su posición en la puerta del baño, se giró al oír la voz que lo llamaba.
Calisto lo miró desde la cama.

—Hola, Papà —murmuró él.

Confundido. Agotado. Triste.

Todo eso en Calisto le devolvió con la mirada.

Cross se movió hacia el lado de la cama donde Calisto podía verlo mejor.

—¿Cómo te sientes?

—Extraño.

—¿Como nublado en tu cabeza?

Calisto le había dicho eso algunas veces antes. A veces, cuando salía de sus
episodios, se sentía como si estuviera en las nubes. Su cabeza no estaba clara y
sus pensamientos estaban embarrados.

—No —dijo Calisto—. Solo extraño, hijo.

—Está bien. ¿Quieres levantarte o tomar un trago de agua? Tal vez…

—Lo siento, mi niño —susurró Calisto—. Siento haberte lastimado, Cross.

Cross dejó escapar un suspiro tembloroso e ignoró el escozor detrás de sus


ojos.

—Esta noche no, ¿de acuerdo? No importa esta noche.

—¿Estabas en casa?

—No, yo estaba... bueno, con Catherine.

Calisto sonrió un poco.

—¿Oh?

—Ella vino conmigo esta noche, en realidad. Está abajo con Ma.

—Apuesto a que a Emma le encanta eso.


Cross se rio.

—Probablemente.

—Voy a…

Las palabras de Calisto se apagaron y luego sus ojos se pusieron en blanco.


Sus manos se cerraron en puños apretados cuando comenzó el temblor. El
temblor de la convulsión fue lo suficientemente violento como para sacudir la
jodida cama. Cross puso a su padre de lado y empezó a contar.

Al minuto, llamó a su madre.

A los dos minutos, llamaron a una ambulancia.

l
—Hola, hombre.

Cross no levantó la vista del cuerpo dormido de Catherine. Ella había usado
sus piernas como almohada en las duras sillas del hospital. Le había arrojado la
chaqueta de cuero sobre el torso a modo de manta. El lugar estaba frío como el
infierno por alguna razón.

—Hola, Zeke.

Su amigo tomó asiento al otro lado de él.

—¿Cómo está tu papá?

—Mejor esta mañana. Despierto. Lúcido. Comiendo. Todas esas cosas son
buenas. Mientras sus pruebas sean relativamente buenas, saldrá antes de que
termine el día. Y mañana, será como si ni siquiera hubiera sucedido.

De nuevo.

Cross ya no podía pasar por alto la salud de su padre. Era egoísta al hacerlo.

—Papá dijo algo sobre una convulsión.

—Cuatro —dijo Cross—. Seguidas.

—Mierda.

Cross suspiró.
—Estaba lúcido un poco antes de que comenzara.

—¿Oh?

—Se disculpó por mentir sobre mi paternidad. Solo quiero… decirle que
está bien, que lo entiendo, aunque no estoy de acuerdo con eso. Por lo menos lo
perdono por mentirme todos estos años acerca de que Affonso era mi padre
cuando en realidad era él.

—Entonces haz eso, Cross.

—Sin embargo, no quiero hacerlo todavía sintiéndome amargado. Sé que


quiere explicar las cosas que sucedieron en ese entonces entre él y Ma, pero no
estoy listo para escuchar eso. ¿Sabes?

Zeke se reclinó en la silla.

—Sí, lo entiendo. No todo es blanco y negro.

—Siempre he vivido en tonos grises.

—¿Entonces esta vez fue bastante malo?

Cross asintió y dejó que sus dedos recorrieran el cabello de Catherine.

—Su médico dijo que probablemente seguirá empeorando en este


momento. Realmente estamos jugando con fuego ahora. Necesita cirugía; la
lesión y el aneurisma deben corregirse. Está llegando a un punto en el que el daño
podría ser irreversible.

—Lo siento, Cross.

—No lo hagas. —Dejó escapar una larga y lenta exhalación—. Sé lo que


tengo que hacer por él.

—¿Incluso si no estás listo para dar ese paso?

—Incluso entonces —repitió Cross—. Solo tengo que terminar unos asuntos
en otra parte. Este contrabando de armas para Andino, y un viaje a Chicago para
hacerles saber que he terminado.

—¿Cuándo es el negocio para Andino?

—En unos pocos días.

—¿Lo tienes todo resuelto?

—Sí, serán un par de semanas. Se están realizando algunos simulacros en el


Golfo por la Armada de México. Solo... tonterías habituales que evitar. Pasaré un
poco de tiempo en Cancún esperando antes de poder llevar las armas al
embarcadero de un yate.

—¿Eso es todo?

—¿Hmm?

—Un último contrabando de armas —aclaró Zeke.

Cross sonrió, pero vaciló.

—Sí, un último contrabando de armas.

—¿Quieres un café o algo?

—¿Hazlo fuerte?

—Claro, hombre.

Zeke le dio una palmada en la espalda antes de irse.

Cross siguió acariciando el cabello de Catherine con la mirada fija por la


ventana mientras la luz del sol de finales de octubre se filtraba a través del cristal.

—¿Calisto es tu verdadero papá?

La tranquila pregunta ni siquiera sorprendió a Cross. Ni siquiera miró a


Catherine cuando dijo:

—Aparentemente. Los esqueletos se esconden en los armarios de todos,


supongo.

—Ajá.

—Fui el producto de su aventura —murmuró.

—O un producto de su amor —respondió ella.

—Eso también.

—Entonces... vas a ir a Cancún, ¿eh?

Cross miró a Catherine y esbozó una sonrisa.

—En un barco bastante bonito también.

Ella sonrió.

—¿Oh?

—En realidad, dedicaré mi vigésimo séptimo cumpleaños en eso.

—¿Solo?
Cross se encogió de hombros.

—Principalmente.

Catherine se dio la vuelta para mirarlo completamente.

—¿Puedo ir?

—Pues…

—Sé que es… negocios, ¿verdad?

—Un contrabando, sí.

—Pero la mayoría de ese tiempo no lo será. Escuché lo que dijiste. Dos


semanas, la mayor parte evitando zonas específicas. ¿No podría ir y permanecer
fuera de vista cuando el negocio esté sucediendo?

—Catty.

—No pases tu cumpleaños solo, Cross.

—Estás haciendo que sea muy difícil decir que no.

—Entonces no lo hagas.

—Qué le dirás a tu padre, ¿eh?

Catherine arrugó la nariz.

—Pues nada.

—No nada. No puedes no decirle nada.

—Está bien, le haré saber que me voy fuera del país por un tiempo contigo.

—Así como así… conmigo.

Catherine asintió una vez.

—Así como así, Cross.

—Realmente no puedo decir que no, ¿verdad?

—Nop.
Capítulo 14
Catherine chilló y bailó un poco en el yate que aparentemente había sido
nombrado Corazón del Paraíso. Hacía mucho frío, ya que era dos de noviembre,
pero sabía que no sería así por mucho tiempo. En un par de días, estaría
descansando en la proa del barco en nada más que un bikini mientras el sol
ardiente le quemaba la piel.

Cross se echó a reír mientras subía al bote.

—Mírate, nena.

—Quiero explorar.

—Adelante.

—¡Bueno!

Catherine se alejó rápidamente, pero la voz de Cross la detuvo


rápidamente.

—Solo… hay habitaciones debajo del barco que han sido limpiadas de cosas
y están cargando cajas. Déjalas en paz, ¿de acuerdo?

Catherine hizo un gesto con la mano por encima de su cabeza mientras


bajaba los grandes escalones que conducían debajo del barco.

—¡Entendido!

El yate no era demasiado grande. Tal vez doce metros de largo con un
bonito acabado gris en el exterior. Alfombras de felpa, pisos de madera y muebles
de cuero blanco conformaban la mayor parte del diseño. Los acentos de acero
inoxidable colorean todo. Una cocina, una barra con fregadero y una sala de
entretenimiento cubrían la mayor parte del lugar debajo.

La habitación del capitán se encontraba prácticamente debajo de la proa del


barco, y una escalera conducía a la sección privada donde el hombre dirigiría el
barco. Otra pequeña habitación tenía literas y un pequeño armario con perchas
vacías en el interior. Probablemente para el personal.
Otra más pequeña, pero más bonita, era probablemente para invitados. Otra
habitación estaba cerrada con llave, y Catherine pensó que probablemente era
uno de los lugares que Cross había mencionado. También encontró una gran
escotilla que probablemente conducía al casco, pero Catherine no la abrió.

Los dos baños, uno para la sección principal y otro para el dormitorio de la
habitación principal, eran más bonitos que el de su apartamento.

Catherine arrojó su pequeña bolsa de lona sobre la cama del dormitorio


principal. Sábanas grises y paredes blancas la miraban fijamente.

¿Dos semanas en un yate con Cross?

Sin problemas.

Sin preocupaciones.

¿Sin Dante?

Perfecto.

—¿Señorita?

Catherine se giró al oír la nueva voz y encontró a un hombre con chaqueta


blanca y gorra a juego de pie en la puerta. Era un poco grueso alrededor de su
cintura, pero también bastante alto. Gris salpicaba el cabello detrás de sus orejas,
pero sus ojos marrones eran cálidos.

—Hola.

—Usted debe ser el pasajero adicional que mencionaron esta mañana.

—Debo ser —dijo Catherine.

—Bueno, yo soy Van. Soy el capitán del dueño del barco. Espero que
disfrute su viaje.

—No tengo ninguna duda de que lo haré.

El hombre rio entre dientes.

—Que tenga un buen día, señorita.

Catherine exploró durante un rato más hasta que su búsqueda la llevó de


regreso a la cubierta principal. Se inclinó sobre la barandilla solo para encontrar
que Cross estaba hablando con alguien en el muelle.

Andino, en realidad.

La mirada de su primo se cruzó con la de ella.


—Catherine —llamó Andino con un gesto.

Ella le dio el dedo medio.

Cross se rio.

—Bueno, ahí está.

—¿Estás seguro de que llevarla es una buena idea?

—Estoy seguro de que no es de tu incumbencia siempre y cuando estas


armas se entreguen a tiempo y sin problemas.

Andino asintió.

—Ten un viaje seguro.

Eso fue todo.

l
—Aquí, nena.

Catherine tomó la botella de agua que le ofreció Cross. Retirando la


cubierta, miró hacia el cielo claro y brillante mientras bebía un sorbo de agua fría.

—Sabes, por mucho que me guste tu cocina, me sorprende que no haya


personal en este barco. Quiero decir, dado el tamaño y todo eso.

Cross se sentó a su lado en la manta que había extendido sobre la cubierta.

—Por lo general, creo. Estamos trabajando en algo que es mejor con menos
gente.

—Menos testigos, quieres decir.

—Lo sabes, nena.

Usó sus codos para mantenerla apoyada mientras el sol ardiente se ponía.
Su bikini blanco contrastaba brillantemente con el tono oliva de su piel. Las gafas
de sol de Chanel evitaron que el sol brillara demasiado en sus ojos.

Cross llevaba un par de pantalones cortos y gafas de sol de aviador.


Casi una semana en el barco los había llevado a casi su primera parada.
Aparentemente, estarían en Cancún por un corto tiempo antes de que Cross
tomara el barco solo en el Golfo sin el capitán para la entrega.

—¿Cuándo aprendiste a conducir un barco?

Cross le sonrió.

—Ese no es el término correcto.

—¿No?

—Navega por un barco. Capitanear un barco. Dirigir o timonear, a falta de


un término mejor cuando solo se habla de mecánica, supongo.

—¿Pero no es capitanear para capitanes?

—Generalmente.

—Está bien, entonces dirigir un barco. No eres el capitán de ningún barco,


¿verdad? —Cross se acercó y le hizo cosquillas en la parte interior del muslo de
Catherine. Ella se rio y apartó la mano—. Detente.

—Aprendí cuando tenía unos veinte años. Es una buena habilidad tener en
esta profesión.

—Ser un traficante de armas, quieres decir.

Cross le guiñó un ojo.

—Lo sabes.

—Sin embargo, ¿es eso lo que siempre vas a ser?

Su diversión se desvaneció rápidamente.

—No, no por mucho tiempo.

—Vas a reemplazar a tu padre, ¿verdad?

—Ese es el plan.

—No suenas seguro —murmuró ella.

—Estoy seguro —respondió Cross—, pero nunca estuve realmente


decidido a hacerlo hasta que no tuve muchas opciones. De todos modos, no
importa.

—¿Por qué no?

—Porque en este momento, nada de eso es importante.


Cross rodó rápidamente sobre Catherine y la obligó a volver a la manta. La
besó en la boca una, dos y luego una tercera, demorando más tiempo. A ella no
le importaba en absoluto, aunque...

—El capitán está como a seis metros de distancia en su...

—Está muy distraído en este momento —prometió Cross, besando su


garganta—. Preparándonos para llevarnos al puerto de Cancún.

—¿Oh?

Catherine tragó saliva cuando sus dedos rozaron por debajo de la parte
inferior de su bikini.

—Muy distraído, nena.

—Jesús.

Sus dedos rozaron su sexo, rodearon su clítoris y acariciaron sus nervios


para despertarla. Todo lo que pudo hacer fue inclinar la cabeza hacia atrás y
suspirar. Sus talentosos dedos hicieron el resto, trabajando entre follar su coño y
jugar con su clítoris. Continuó provocándola hasta que ella se convirtió en un
desastre tembloroso, gritando su nombre.

Cross besó sus labios laxos mientras el primer orgasmo comenzaba a


desvanecerse.

—Ahí tienes, mi niña.

—Eres malo.

—Es un don.

Catherine lo miró a los ojos y sonrió.

—Feliz cumpleaños, Cross.

—Ni siquiera dije...

—Siempre lo recuerdo —prometió ella—. Incluso cuando no quieras.

—Eres demasiado buena conmigo.

No.

Él era perfecto.

Ella era... algo completamente diferente.


—¿Qué quieres para tu cumpleaños? —preguntó ella—. Si pudieras tener
cualquier cosa en el mundo, Cross, ¿qué sería?

—Tú —dijo él sin vacilar.

Catherine se quedó inmóvil debajo de él.

—¿Solo yo?

—Solo tú, conmigo, siempre. De la forma en que estamos destinados a ser,


nena. Eso es lo que querría. Estás en casa conmigo. Cómo pertenecemos. Donde
perteneces.

—Oh.

—Nada más me importó mucho, Catherine.

—¿Siempre? —preguntó ella.

—Sólo tu.

—¿Eso es lo que pedirías, Cross?

Cross se puso de rodillas y se inclinó sobre Catherine para que sus labios
estuvieran separados por un suspiro. Su oscura mirada se clavó en la de ella y se
mantuvo firme.

—No es una posibilidad. Lo estoy pidiendo. Tu y yo. Quédate conmigo. La


forma en que pertenecemos.

—Siempre —susurró ella.

—Siempre.

l
—¿Qué estás haciendo por allá?

Cross se apoyó en una silla de mimbre inclinada y observó a Catherine


columpiarse en la hamaca.

—Disfrutando de la vista.

—¿Es una buena vista?

—La mejor —respondió él con un guiño.


Él solo la estaba mirando a ella.

Dejó caer su brazo de la hamaca y dejó que su mano se arrastrara por la


arena mientras se balanceaba hacia adelante y hacia atrás. La playa estaba
tranquila y silenciosa. Los árboles grandes la mantenían a la sombra y
relativamente fresca. Cross la mantenía sin aliento y feliz.

—Entonces, mañana…

Catherine movió para mirar a Cross.

—¿Qué pasa con eso?

—Puedes quedarte aquí en la playa, si quieres. Podría conseguirte una


habitación o lo que sea.

—Pensé que habías dicho que podía salir contigo para dejarlas.

—Puedes —aseguró él—. Solo quería asegurarme de que eso sigue siendo
lo que quieres hacer, nena.

—Estar aquí sería aburrido sin ti.

Cross sonrió.

—¿Oh?

—Muy aburrido.

Él cruzó el pequeño espacio entre ellos y sus pies descalzos dejaron huellas
en la arena. Tan pronto como estuvo lo suficientemente cerca para que ella lo
alcanzara, lo agarró por los brazos y tiró con fuerza. Apenas se contuvo antes de
caer en la hamaca con ella.

La hamaca se balanceó peligrosamente por la acción. De alguna manera,


Cross logró evitar que se volcara y los tirara.

Cross se deslizó junto a Catherine y ella se dio la vuelta para descansar los
brazos sobre el pecho desnudo de él. Usando sus brazos como almohada. La
sensación de los dedos de él arrastrándose por los mechones de su cabello fue
suficiente para ponerla a dormir.

—Esto fue bueno para ti, ¿verdad? —preguntó él.

—¿Qué quieres decir?

—Tomarte un descanso de la vida. Estar aquí y en el barco. Solo… lejos.

—Seguro.
—Esa no es una muy buena respuesta, Catty.

Ella suspiró y apoyó la barbilla en sus brazos para poder mirarlo. Su


hermoso rostro se había oscurecido levemente bajo el sol en los últimos días. Ella
imaginó que el suyo también.

—Todo está bien —prometió ella—, pero es mejor porque estoy aquí
contigo.

—¿Pensé que todavía estabas resolviendo mierda?

—No hay mucho que resolver con nosotros.

—¿No?

—No cuando es realmente bastante simple.

Él la amaba.

Ella lo amaba.

El resto no eran más que detalles.

—Mañana —dijo él—, quiero que te asegures de permanecer fuera de vista.


La entrega será justo en el borde exterior del Golfo. Se encontrarán conmigo en
otro barco. Me dijeron que debería ser aproximadamente del mismo tamaño que
el yate en el que entramos.

—¿Alguna vez has traficado armas para esta persona?

—Un par de veces, pero desde otra fuente.

—¿Chicago?

Cross se rio entre dientes.

—Sí, Chicago.

—Entonces, ¿conoces a la gente?

—Bueno, generalmente han sido los mismos hombres con un cambio


ocasional de uno o dos, pero sí. Básicamente, el mismo grupo de hombres paga
la entrega por el comprador.

—Podría quedarme en el dormitorio principal del yate, ¿verdad?

Cross asintió.
—Seguro. No tienen ninguna razón para estar allí una vez que se limpie la
habitación. El resto de las armas se dejaron en el casco, por lo que tomará un
tiempo para sacarlas todas y todo.

—¿Cuánto tiempo?

—Unas pocas horas.

—Mmm.

—Todavía puedes quedarte aquí... en la playa, lo que sea.

Catherine negó con la cabeza.

—Vine aquí contigo. Me quedo contigo.

—Está bien —murmuró él.

—¿Cross?

—¿Sí, nena?

—Mentí sobre algo.

Él se puso rígido debajo de ella.

—¿Sobre qué?

Catherine miró por encima de la playa.

—En realidad, no le dije a mi papá que me iba fuera del país o que me iba
en lo absoluto.

Cross aspiró aire entre dientes.

—Entonces, definitivamente no le dijiste que ibas a ir conmigo, ¿eh?

—Nop.

—Jesucristo.

—No quería pelear con él —admitió ella.

—Dar otra razón para pelear no es una buena manera de evitar una pelea,
Catherine.

—Solo quería pasar tiempo contigo sin... todo lo demás.

—Bueno, lo tienes.

—Sí.

Cross frunció el ceño.


—¿Por qué me dijiste esto ahora?

—Encendí mi teléfono hoy.

—¿Y?

—Escuché mis mensajes.

—¿Y?

Catherine hizo una mueca.

—Se ha dado cuenta de que me he ido.

—Obviamente. ¿Por qué apagar el teléfono?

—No quería tener que mentir.

—Catherine.

—Me ocuparé de todo cuando regrese —dijo ella con un suspiro—. Lo haré.
Todo. Lo prometo.

—¿Los mensajes decían algo más?

—Él sabe que estoy contigo.

—Excelente.

—Y creo que él sabe que estás trabajando.

Cross apretó la mandíbula.

—Perfecto.

—¿Podríamos quedarnos aquí en lugar de volver?

—Catty.

—Estoy bromeando —murmuró ella.

—Lo sé, pero esto no es para siempre y la vida real está esperando.

—Sí, bueno, la vida real apesta.

—A veces —concordó él—. No me vuelvas a mentir nunca más.

La mirada de Catherine se dirigió a Cross.

—Yo no...

—Lo hiciste. Y no lo hagas. Ni siquiera por omisión, Catherine.

—A veces es más fácil.


—No pedí nada fácil. Te pedí a ti.

l
Catherine miró por la puerta de la cabina del dormitorio principal. Había
escuchado durante lo que le parecieron horas mientras la gente trabajaba fuera
del dormitorio. Escuchó a Cross hablar con los hombres, y varias voces
respondieron. Incluso escuchó a los hombres desconocidos hablar en un idioma
que ella no entendía.

Cross había advertido que llevaría mucho tiempo mover las armas de un
barco a otro, y tenía razón. Sin embargo, no se dio cuenta de cuánto tiempo.

Finalmente, el ruido se calmó y los pasos dejaron de resonar fuera de su


puerta. Una vez que estuvo en silencio por un tiempo, decidió mirar por la puerta
y revisar el pasillo que conducía a la sección inferior del barco.

Allí no había nada.

Nadie se quedó esperando.

Catherine podía oír pasos por encima de su cabeza, más de un par, por lo
que rápidamente cerró la puerta y regresó a la cama. Sacando su iPod de su bolso,
se reclinó y se colocó los auriculares.

Cross vendría a buscarla una vez que estuvieran libres. Eso es lo que él dijo.

Subiendo la melodía un poco más fuerte, Catherine cerró los ojos y trató de
relajarse. Odiaba estar aburrida; siempre la conducía a malas situaciones.

No estaba segura de cuánto tiempo se quedó así. El tiempo suficiente para


que su lista de reproducción recorra las canciones una vez y luego comenzara de
nuevo.

Cuando una mano tocó su brazo, la mirada de Catherine se abrió


instantáneamente. No había reaccionado con miedo solo porque asumió que la
persona que la tocaría sería Cross que vendría para hacerle saber que había
terminado.

Ella estaba equivocada.


Un hombre de ojos azules y cabello oscuro estaba encima de ella. Su piel
pálida estaba enrojecida por el sol, y su boca se dibujó en una sonrisa al ver la
mirada de Catherine cada vez más amplia.

No sabía qué diablos estaba haciendo este hombre, quién era o por qué
estaba en su habitación. No debería estar allí en absoluto. Por razones de
seguridad, las puertas de los dormitorios no se pueden cerrar. Sin embargo,
Catherine había oído claramente a Cross explicar dónde estaban escondidas las
armas cuando los hombres entraron en la sección inferior del yate.

Este hombre no debería estar aquí.

Catherine ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. En el segundo que abrió la


boca para gritar, la mano del hombre de ojos azules cubrió su boca. Al instante,
él estaba en la cama con ella, una mano yendo a su garganta mientras ella
pataleaba y se retorcía contra su peso cayendo sobre el de ella.

Sus auriculares salieron de sus oídos en la lucha, y escuchó su voz con


acento advirtiéndola.

—Deja de pelear, niña —siseó él—. Tu amigo está en nuestro barco. Nadie
vendrá a ayudar.

—Vete a la mierda —murmuró Catherine bajo su mano—. ¡Suéltame!

Era difícil hablar con una mano en la boca y otra apretando su garganta. Él
solo soltó su garganta el tiempo suficiente para separar sus piernas y levantar su
vestido.

Los recuerdos de Catherine brillaron con cosas que nunca había podido
olvidar: asaltos de hombres que no escuchaban cuando ella decía no. Una vez,
ella no había podido defenderse en absoluto. En otra ocasión, se congeló porque
su conmoción y sus recuerdos habían sido demasiado para soportar.

No esta vez.

Pateó, arañó y trató de gritar a pesar de la mano en su boca. Ella derramó


sangre en su esfuerzo por defenderse, aunque el hombre no parecía demasiado
molesto por su lucha. De hecho, se rio de ella.

Juraba que todos los violadores eran iguales.

Malditos monstruos.

No había zona gris.


—Bonita, bonita —dijo él burlonamente—. No tenemos muchas chicas
bonitas cuando trabajamos para el jefe. Tu amigo debería haberlo sabido mejor
antes de traer un pedazo de culo al barco con él. Solo una pequeña probada...

Le arrancó las bragas mientras trataba de quitárselas del cuerpo. La tela le


mordió la piel y le escoció como el infierno por la fuerza. Sus dedos se clavaron
en la parte interna de su muslo probablemente dejaron moretones mientras los
mantenía separados.

Catherine mordió la mano del gilipollas que aún cubría su boca. El tipo se
apartó con un grito, pero rápidamente la abofeteó con la misma mano. Aun así,
su agarre se había aflojado.

Ella usó eso a su favor. El pequeño margen de maniobra que le permitía era
suficiente. La mano de Catherine se escabulló hacia un lado cuando el chico
comenzó a bajar sus pantalones cortos lo suficiente como para tener su polla en
su mano. Sus dedos se deslizaron en su bolso cuando lo sintió presionar entre sus
muslos. Él no vio venir el cuchillo.

Catherine metió la hoja de su cuchillo favorito tan profundamente en el


costado de la garganta del hombre como pudo. Con la misma rapidez, sacó la
hoja. La sangre se arqueó a través de la habitación en el rocío que creó. Salpicó la
pared, la cama y ella.

—Jódete —repitió Catherine, mirando a los ojos muy abiertos y


aterrorizados.

Ella apostaba que así era exactamente cómo lució momentos antes.

A él le quedaba mucho mejor.

Instantáneamente, su agarre sobre ella se liberó, y ella sintió que su mano y


polla entre sus muslos desaparecían mientras él agarraba la herida en su cuello.
Cayendo de costado en la cama, la puñalada sangraba a través de sus dedos,
bombeando cintas rojas en líneas gruesas y pesadas. Al menos se había dado la
vuelta en la cama de modo que su sangre se derramaba sobre las sábanas y los
colchones. Abrió la boca para hablar, pero en su lugar salieron gorgoteos y
sangre.

Catherine se bajó de la cama con la hoja ensangrentada todavía en la mano.


Vio cómo sus ojos enloquecidos la seguían mientras se dirigía hacia la puerta. Era
un espectáculo extraño, sangrando y su respiración gorgoteando con burbujas de
sangre y falta de aire.

Era mórbido, incluso.


Aun así, ella no sintió nada.

Incluso las yemas de sus dedos estaban entumecidas.

Caminó hacia atrás lentamente, sin perder de vista al hijo de puta que tenía
enfrente. Una mano que le tocaba la espalda hizo que Catherine se volviera
rápidamente con su cuchillo listo para matar.

Cross al instante dio un gran paso atrás y alzó las manos en el aire.

—Oye, está bien, nena. Soy yo. Está bien.

Catherine se dio cuenta entonces de que le temblaban las manos y de que


las lágrimas corrían por sus mejillas.

—Yo... yo…

¿Por qué no podía hablar?

¿Por qué no se formaban sus palabras?

Cross se acercó y le secó las mejillas con los pulgares. Sintió la sangre
mancharse de sus acciones mientras la miraba.

—No tenemos mucho tiempo, ¿de acuerdo?

Catherine asintió.

—Dime lo que pasó.

—Estaba escuchando música. Él entró.

Cross miró por encima del hombro cuando un último y fuerte suspiro salió
de la habitación seguido de un gorgoteo perversamente fuerte. Catherine sujetó
las muñecas de Cross y la sangre de su cuchillo le manchó el brazo. Ella sabía lo
que estaba viendo. Sábanas desordenadas. Sus bragas arruinadas en la cama. La
mitad inferior del tipo al descubierto debido a que sus pantalones cortos fueron
empujados hacia abajo.

—Él te…

—Lo detuve antes de que pudiera —intervino ella rápidamente.

—Está bien, ahora mismo, tenemos que movernos rápido —murmuró


Cross.

—¿Por qué?
—Porque sus amigos están en la cubierta superior ahora mismo. O al menos
uno lo está. Los otros dos estaban en el otro barco. Alguien va a empezar a
buscarlo y eso va a ser muy malo para nosotros.

—No sé qué hacer. Lo siento. Me equivoqué, ¿no?

—No hiciste nada, nena. Lo prometo.

—¿Que necesitas que haga?

—Esconderte —susurró Cross.

Catherine lo miró.

—¿Qué?

—Necesito que te escondas.


Capítulo 15
Cross le quitó el seguro a su arma mientras Catherine desparecía detrás de
la puerta que llevaba a los cuartos privados reservados para el capitán. Con el
imbécil muerto en la otra habitación, se dirigió a las escaleras. Solo le quedaba
una bala en su arma antes de que los hombres de Rhys Craine empezaran a
reaccionar.

No era una buena situación.

Cross debería estar asustado.

En realidad, solo estaba enfurecido.

Rhys había enviado un nuevo grupo de hombres para recoger el encargo.


Desde que llegaron, Cross notó la diferencia de estos hombres con el último
grupo que trabajo con Rhys. Estos eran groseros, demandantes y difíciles. Uno
agarró una botella de Vodka del bar del yate, y otro había orinado sobre la
barandilla.

Su comportamiento fue inquietante.

Aun así, Cross los llevó a la habitación dentro del fuselaje del barco en
donde estaban las armas de contrabando. Hizo lo que tenía que hacer lo más
rápido posible, porque entre más rápido terminara, más pronto tendría a
Catherine en suelo seguro.

Aparentemente, debió forzarla a quedarse en la playa.

Jodidos bastardos.

Cross subió hasta la cubierta y mantuvo su arma escondida detrás de su


espalda. Tres hombres. Al otro lado, a unos tres metros de los botes anclados, un
hombre se fue de la vista de Cross cuando se movió por debajo de la cubierta. No
sabía dónde estaba el tipo que había estado en el otro barco cuando fue en busca
del imbécil número cuatro que desapareció sin que sus amigos se dieran cuenta.
El hombre en el yate estaba trabajando en desamarrar las placas que unían
las dos naves. Estaban hechas de tablas y cuerda. La rampa improvisada se había
colocado en las escaleras para caminar fácilmente de un lado a otro mientras las
armas eran trasladadas entre los barcos.

Uno menos, pensó Cross.

Al menos, las armas estaban en el otro barco. Eso haría las cosas más…
fáciles. Menos limpieza, de todas formas.

Sacó el arma de la parte de atrás de su espalda cuando notó al hombre que


no había podido ver en el otro bote, estaba regresando de la proa. Él vio el arma
de Cross. Ya era demasiado tarde para cambiar de planes.

—Oye.

El tipo trabajando en la rampa volteó a mirar a Cross.

Y él solo tiro del jodido gatillo.

Sangre y otras sustancias rociadas mientras sonaba otro disparo. Al


instante, Cross saltó a la cubierta y alcanzó el arma en el cinturón del hombre
muerto. Pateó la rampa fuera de los dos barcos para mantener a los otros
imbéciles fuera de su yate, y rodó sobre su espalda.

—¡Eres hombre muerto!

Lo que sea.

Cross ignoró las amenazas.

Para ese momento él estaba apuntando las armas hacia el hombre que sabía
era el único que quedaba en la cubierta. El hombre le disparó a Cross justo
cuando apuntaba. La bala golpeó la cubierta al lado de la pierna de Cross. Él ni
siquiera parpadeó.

—Eres un tirador de mierda —dijo Cross.

Sin embargo, él definitivamente no lo era.

El tipo trató de esconderse detrás de una barandilla en la cubierta del otro


barco, pero Cross vio venir eso. Ajustó su puntería al mismo tiempo y disparó.

La bala atravesó el hombro del hombre, y el impacto lo envió hacia adelante.


Cross disparó por segunda vez sin dudarlo, y ya tenía su otro brazo con el arma
extendida apuntando en otra dirección.
Una vez que vio que había golpeado a su objetivo, justo en la cabeza del
tipo, miró hacia donde debía realizar su siguiente disparo. Por la esquina de su
ojo, ya había visto un flash de ropa negra.

—Suelta la jodida arma —ordenó el hombre.

La frente de Cross se frunció por un segundo. Mirando a tres metros donde


un hombre estaba de pie y le apuntaba con un rifle de asalto.

—Dispara —grito Cross

El hombre no se movió, y su dedo estaba en el gatillo.

—Vamos —provocó Cross

Nada.

Cross se rio del ridículo del jodido tonto que lo estaba mirando. Él sabía
exactamente lo que pasaba con el arma, probablemente sacó uno de los pocos
rifles de asalto que estaban debajo de la cubierta y habían sido completamente
desmontados. Andino lo quería de esa manera para que los idiotas pudieran ver
algunas de las armas, o por cualquier otra razón.

—Esa es una de las armas que contrabandeé, imbécil. Está vacía. Qué,
¿olvidaste tu arma?

Ni siquiera le dio la oportunidad de responder al hombre antes de tirar del


gatillo de la pequeña nueve milímetros que tomó del primer hombre que mató.
La bala golpeó en la cara del hombre. El rifle en sus manos cayó hacia un lado y
él hacia el otro.

Cross estuvo de pie en un segundo. Empujando por la borda al hombre


muerto para sacarlo de su yate. No tenía tiempo para estar jodiendo, y no podía
regresar al puerto con sangre y cuerpos en su bote.

—Joder —dijo para sí mismo.

Regresando a la parte de abajo de la cubierta, llamó a Catherine. Ella salió


de la habitación del capitán mientras él desaparecía en los cuartos.

—¿Cross?

—Abre alguna de las botellas con licor —gritó él en respuesta.

Rápidamente, envolvió el cadáver en las mantas grises como un burrito.


Probablemente pesaba unos buenos setenta y algo de kilos sin las sabanas
empapadas. Cargando el peso muerto en sus hombros, gruñó por el esfuerzo que
requirió cargar al hombre por la maldita puerta.
Los ojos de Catherine se abrieron mientras el salía al pasillo. Se congeló a
mitad de camino de abrir botellas de licor.

—¿Qué estás haciendo?

—Sacándolo del jodido barco.

—¿Y los demás?

—¿Escuchaste los disparos?

Ella asintió.

—Sí, bueno… permanece debajo de la cubierta —murmuró él.

Ella no necesitaba ver ese desastre sangriento al otro lado de la puerta.

—Agarra algunas de esas toallas, y córtalas en tiras —dijo Cross—. Mételas


en las botellas de licor, asegúrate que un extremo quede sumergido en el licor y
un extremo seco cuelgue del cuello de la botella.

Catherine mira las botellas frente a ella.

—¿Cómo un coctel Molotov?

Cross sonríe.

—Tal cual, nena.

—¿Qué vas a hacer con ellas?

—Voy a usarlas para hundir un barco.

—¿Y luego?

Cross se ríe.

¿Qué más podía hacer?

—Tenemos que abordar un avión en la mañana, así que tenemos que


regresar al puerto después de limpiar este desastre. No puedo entregarle un
barco sangriento al capitán cuando volvamos.

Catherine tragó duro.

—¿Quieres que empiece a limpiar la habitación?

—¿Puedes encargarte de eso?

Ella ni siquiera se estremeció.

—Puedo hacer lo que sea.


Él no dudaba de ella.

—Sí, empieza con la habitación, nena. —Cross se movió a las escaleras que
conducían hacia la cubierta superior, pero vaciló en el primer escalón—. Catty.

—¿Sí?

—¿Estas bien?

Se encontró a sí mismo mirándola fijamente.

Ella asintió.

—Lo estoy.

—¿Estás segura?

—Lo prometo, Cross.

l
—Quiero regresar a Cancún —dijo Catherine—. Ya sabes, sin la gente
disparándose entre sí, barcos quemándose y todo ese desastre.

Cross se rio.

—Sí, esperemos que todas nuestras vacaciones no se conviertan en eso.

—Aunque podríamos habernos quedado en la isla por un tiempo.

—No podía ser para siempre. Te dije eso antes de irnos, nena. Solo fue una
misión. Además, después de lo que pasó, no estoy seguro de que quiera que
vayas a otra solo por si acaso.

—Fue un buen pensamiento.

Lo era, pero no es así como funcionaba. Nada bueno vendría de Cross


llevándose a Catherine, incluso si es fue por dos semanas, dado lo delicadas que
habían sido las cosas con la familia de ella. Seguro, Catherine era adulta y recibía
más libertad que la mayoría, pero sabía que eso no sería un factor relevante para
la ira de Dante.

Solo sería un poco sobre Catty, después de todo. Todo era porque Dante
odiaba a Cross.
El jet comenzó a dirigirse al hangar privado y Cross vio los autos esperando.
Reconoció algunos; pero la mayoría eran desconocidos. Él le había dicho a su
padre que iba a regresar, después de que falló la misión, y le dio a Calisto la fecha
y la hora en que aterrizaría el avión.

Sin embargo, había demasiados vehículos para ser solo Calisto.

—Oh —dijo Catherine en voz baja.

Al parecer, ella también vio los autos.

—Probablemente están un poco enojados porque se te olvidó llamar por dos


semanas —bromeó Cross.

Su intento de humor ayudó para que Catherine se sacudiera un poco de sus


nervios.

—Va a estar bien —dijo Cross.

Catherine solo suspiró en respuesta, sosteniendo su mano contra su mejilla


antes de besarle la palma.

—Él va a estar enojado conmigo, mentí de nuevo. Solo porque no quise


pelear sobre que iba a estar contigo. Estoy cansada de pelear.

—Dante te ama, mi niña.

Solo que en una forma diferente a como la amaba Cross.

La cosa era que Dante nunca iba a admitir que Cross amaba a Catherine; que
le importa lo suficiente para protegerla, proveer para ella y adorarla en la forma
en que su padre lo hizo todos estos años. Según Dante, Cross no es lo
suficientemente bueno; y nunca lo será.

¿Pero que podía hacer?

—Solo haz lo que él quiera —dijo Cross a Catherine—. Llámame cuando


tengas tiempo. O dame lo que yo quiera, lo que tú quieres, y ven a casa. Donde
perteneces, Catherine.

—Cross…

—Sabes lo que quiero, Catty. A ti. Conmigo. Siempre.

Catherine asintió.

—Quieres decir, si puedo salir de la casa.

—Él nunca te ha encerrado; te ama demasiado como para hacer eso.


Catherine frunce el ceño.

—Me encerró una vez.

—De nuevo, porque te ama.

—Por ahora.

—Detente.

—Bueno…

—Detente, Catty. Tu padre reacciona a tus mentiras o a las cosas que


escondes de él. Y no tendría que reaccionar si no le mintieras o escondieras cosas
en primer lugar.

Ella no respondió.

Y Cross no necesitaba que lo hiciera.

Lo único que se negaba a hacer en lo que concernía a Catherine era mentirle,


o endulzar su opinión.

Catherine era más dura de lo que aparentaba. Mucho más fuerte de lo que
admitía. Su chica no necesitaba ser mimada. Sus opiniones seguían creciendo y
eso era lo que preocupaba a sus padres, y tenía la sensación de que iba a crecer
mucho más jodidamente rápido.

Mierda, incluso Dante, fuertemente herido, y tan severo como un hombre


puede ser, aprecia la belleza de amar a una mujer difícil. Después de todo se casó
con una, incluso cuando Catrina Marcello usa una buena mascara para la
multitud. Sus hazañas eran bien conocidas en varios círculos, y su esposo no
podía fingir que no sabía de ellas.

Catherine no es muy diferente.

Demasiado pronto, el jet se detuvo, y las azafatas y piloto salieron para


acompañar a Catherine y Cross fuera del avión. Él ayudó a Catherine con su
maleta de mano, y con la misma mano tomó su propio equipaje. Fue incómodo,
pero necesitaba una mano libre para ayudar a su chica.

Él siempre sentía la necesidad de tener algún contacto con ella, aunque


fuera su palma en su espalda baja. Lo hacía sentir… anclado.

Firme.

La puerta del Jet se abrió cuando la escalera en la parte exterior del avión se
extendió por completo. A través de la ventana, él pudo observar el número de
personas esperando en la salida contra los vehículos, incluidos los padres de
Catherine, y Calisto en otro sedán negro.

Nadie lucía particularmente complacido.

—Mierda —murmuró Catherine, observando lo mismo que él.

Cross presionó su mano en la parte baja de su espalda de manera más firme.

—Sonríe. Todo siempre es mucho mejor cuando sonríes, Catherine.

—Tu encanto es genial en la cama, pero no tan bueno cuando hay gente
enojada a menos de treinta metros de distancia.

Él sonrió, sin poder evitarlo.

—Bueno, podemos hacer esas cosas de encanto en la cama más tarde, si


quieres. Ven a casa, mi niña, y puedo hacer que suceda.

Catherine lo golpeó en el estómago cuando la puerta del jet se abrió directo


a las escaleras. La luz entró por la abertura, cegándolo por un momento. Eso no
importó, ya que la atención de Cross estaba en Catherine como si las personas
afuera dejaran de existir en ese momento.

Él deslizó su mano en la parte de atrás del cuello de ella, hundiendo sus


dedos en su cabello, empujándola hacia él, besó su frente, alargándolo todo lo
que pudo.

—Te amo, Catherine.

Catherine suspiró, curvando sus labios en una sonrisa.

—Todos vieron eso, Cross. Y no es de mucha ayuda para nuestro caso.

Como si a él jodidamente le importara. Regresaron vivos, y en una sola


pieza. Besar a Catherine después de todo eso era lo mínimo que él quería hacer
con ella una vez que tuviera la oportunidad.

—Ellos no importan.

Ella sí.

Solo ella importaba.

—Pueden salir del avión —dijo la mujer detrás de ellos.

Cross asintió una vez, y empujó a Catherine por su espalda baja para que
avanzara. Ella lo hizo sin discutir, afortunadamente, quedándose a su lado
mientras bajaban las escaleras. Él le entregó su equipaje mientras el padre de ella
y el de él se acercaron para escuchar lo que se dijeron al despedirse.

—El mercedes negro al final del camino te va a llevar a casa —le dijo Dante
sin darle siquiera una mirada a Cross mientras hablaba—. Tú madre va a ir
contigo.

Catherine asintió.

—De acuerdo.

—Ve, Catty.

Ella le dio una mirada a Cross, y él le guiñó un ojo.

—Todo está bien.

O lo estaría.

Catherine le apretó la mano, y ella se fue de su lado. Cross no se molestó en


hablar hasta que no vio a su chica entrar al auto, seguida de su madre, y el auto
salió de su vista.

—Dante…

El hombre levantó una sola mano, evitando que el padre de Cross dijera
algo más.

—Yo hablaré. Tú escucharás.

Calisto frunció el ceño.

—Siempre y cuando hablar sea todo lo que hagamos.

Dante se rio secamente.

—Ya veremos.

Cross puso su equipaje en la pista.

—Ella no me dijo que no lo sabías hasta hace poco.

Los enojados, ojos verdes se giraron hacia Cross en un pestañeo. Juró que si
Dante era capaz, lo habría matado solo con mirarlo.

—¿De verdad crees que permitiría que mi única hija viaje afuera del país
con un traficante de armas por dos semanas mientras él estaba en una jodida
entrega?

Cross miró hacia su padre.


—No sabía que tú sabías que estaba sucediendo.

—Él preguntó por qué estabas en Cancún —dijo Calisto—, y también le dije
porque Andino tenía una mano en toda la cosa.

—Sí, así que es mejor que no mientas —dijo Dante lentamente—. Parece que
ha habido demasiadas mentiras entre Andino, tú, y mi hija.

—Yo no sabía que sabías acerca del acuerdo.

Esa era la verdad.

Tampoco había planeado en ofrecer la información.

Claramente, Calisto tenía planes diferentes.

—¿Eso se supone que lo haga mejor? —rugió Dante.

—Todo fue manejado —dijo Cross, rehusándose a ser afectado por la ira de
Dante—. Ella estaba bien.

Sin embargo, él no iba a ofrecer más detalles en ese sentido.

—Tú… tú eres… —Dante se giró, tocándose el puente de la nariz mientras


se gruñía para sí mismo—. Ella no es uno de tus juguetes, Cross. ¡Ella es mi hija!

—Tal vez deberías preguntarle a Catherine si la uso como un niño usaría


uno de sus juguetes, y ver cómo se siente acerca de eso, ¿eh? Además, tiendo a
pensar que a ella le gusta la forma en que la uso.

Es no fue la cosa correcta para decir.

La mirada de Calisto se amplió, girando hacia su hijo con una advertencia


en su lengua que ya era demasiado tarde. Cross lo supo cuando las palabras
salieron de su boca porque Dante tenía un arma en la mano, quitó el seguro, y el
cañón a un par de centímetros del rostro de Cross antes de que terminara de
hablar.

Mierda.

—¿Por qué no simplemente te pregunto? —preguntó Dante.

Varias voces hablaron alrededor de ellos, Cross reconoció algunas como las
de los demás hermanos Marcello, e incluso un hombre de la Cosa Nostra de su
padre. Sin embargo, ninguna de las voces protestando contra la escena pareció
hacer efecto en el Don Marcello.

Cross no pestañeó, mirando hacia el cañón de la Beretta luego directamente


a los ojos de Dante.
—Bueno, esa es una vista familiar, Dante. ¿Ya cuántas veces hemos hecho
esto?

—Veo que aún no has aprendido a respetarme apropiadamente cuando el


mejor hombre está exigiéndolo, y no tienes nada más que tu jodida arrogancia y
orgullo para ofrecer de regreso, Cross.

Todo era verdad.

Cada palabra.

—Sin embargo, aquí estoy, todavía vivo.

Su padre siempre decía que su arrogancia sería lo que lo mataría al final.


Era una posibilidad bastante real.

Dante sonrió.

—Dependiendo de las siguientes palabras que salgan de tu boca, sí, por


ahora.

—Ven, vamos —dijo Calisto en voz baja—. Esto no es necesario. Él la cagó,


pero no es como…

La mirada de Dante cambió hacia Calisto.

—¿No es como qué, viejo amigo? ¿Que no lo hará de nuevo? ¿Que ha


aprendido su lección? ¿Que no le importa una mierda las reglas y el lugar que se
le ha dado? Dime cuál de esas, Calisto.

La mandíbula de Calisto se apretó.

—Como que es ninguna de esas porque es un pequeño bastardo cuando


quiere serlo, pero tú tienes uno de esos, ¿no es así? Un hijo bocón con poco
respeto a nadie más que a sí mismo, que sobrepasa los límites a cada oportunidad
que puede y no ofrece ninguna disculpa por hacerlo. Él encontró a esa chica
irlandesa y se rio en la cara de su padre cuando se rehusó a casarla con el hijo de
un italiano. Y ambos sabemos que hay más para contar.

Dante se mantuvo en silencio.

»Si hubiera puesto un arma en tu chico, Michel, me habrías golpeado hasta


la muerte en el lugar, Dante —añadió Calisto rápidamente—. Ni siquiera te
atrevas a negarlo. Ella es tu única hija, sí, pero él es mi único hijo.

—¿Crees que un sobrino vale lo mismo que una hija o un hijo? —preguntó
Dante.
Cross apenas se las arregló para esconder su estremecimiento porque eran
solo dos personas, bueno, tres, si lo que pensaba de Giovanni Marcello era
verdad, las que sabían la verdad acerca de su paternidad. Su padre ocultó su
dolor sin siquiera intentarlo, ofreciendo a Dante un encogimiento de hombro y
una pequeña sonrisa.

—Yo soy el único padre que alguna vez ha conocido, y él es el único chico
que he criado como mío —dijo Calisto simplemente.

—Has hecho un trabajo de mierda entonces.

—Que así sea, pero él es mío. Y mientras vale una guerra para mí, considera
si vale lo mismo para ti.

Dante tomó una profunda respiración, su mirada balanceándose de regreso


a Cross.

—Dame una razón de por qué no debería pintar esta pista con tu jodido
cerebro por lo que hiciste.

Cross ni siquiera tuvo que pensarlo.

—No tiene que importarte. Ni siquiera tienes que creerme, pero ella es el
amor de mi vida. Jala el gatillo, pero tendrás a dos en una tumba, Dante. Estoy
literalmente apostando mi vida en este momento.

Un segundo pasó, luego algunos más.

El arma de Dante nuca vaciló, y en todo caso, Cross estaba bastante seguro
de que había visto el dedo del hombre moverse un poco en el gatillo. Mierda,
esperaba que el gatillo de la Beretta tuviera un gatillo delicado. La mayoría no lo
tenían, pero algunas…

No podía decir con certeza si Dante finalmente tiraría del gatillo, y


terminaría este juego que había estado sucediendo por décadas o más entre ellos.

Simplemente no lo sabía.

Finalmente, el brazo de Dante bajó solo una fracción de centímetro.

—No digas cosas como esas cuando no puedes posiblemente entender a lo


que te refieres, Cross.

Qué poca fe tenía este hombre en él.

Cross no culpaba a Dante.

No realmente.
—Como dije —respondió Cross—, no tienes que creerme.

—Tienes veintiséis, ¿qué sabes siquiera acerca de algo como el amor? —


espetó. Dante

—Incorrecto, veintisiete desde la semana pasada.

—Simplemente no puedes controlar tu mierda, ¿verdad? Lanzas esa


palabra, amor, como si significara algo para ti, pero también podría ser mierda
por todo lo que me importa. Si amaras a mi hija, como dices que haces, no
estaríamos aquí teniendo esta conversación de nuevo.

—¿Qué conversación? Nunca me has preguntado eso, Dante. Me has


pedido un infierno a lo largo de los años. Me golpeaste hasta sacarme la mierda,
pero nunca ni una sola vez me preguntaste si la amaba. No te importaba porque
para ti ella no era mía. Era tuya, y eso está bien, pero no vayas allí. Nunca hemos
ido allí.

El arma de Dante bajó un poco más.

—Yo…

—Sabes —interrumpió Cross en un tono seco—, a decir verdad, ciertamente


no creo que alguna vez te diría algo de eso. Quiero decir, ella sabe que la amo. Le
digo eso todo el jodido tiempo porque debería serle dicho, pero nunca debería
decírtelo a ti. Le puedo decir a cualquiera que la amo, pero nadie excepto ella
tiene que saber el resto.

—Te refieres a cuánto la amas —murmuró Dante pesadamente.

Cross se encogió de hombros.

—Ahí lo tienes. No mereces saberlo porque ciertamente no te importa,


Dante, pero ahí está. Ella nunca está lo suficientemente callada como para
dejarme decírselo ahora, no como antes. Una parte de mí piensa que tiene miedo
de dejarme decirle cuánto porque está aterrorizada de que voy a romperle el
corazón de nuevo.

»La cosa es que no tengo que ser lo suficientemente bueno para ti porque tú
no importas. Solo ella lo hace. Tienes razón. Tengo veintisiete años y soy un
hombre hecho bajo un jefe de la Cosa Nostra que no eres tú —continuó Cross—.
No necesito tu permiso para salir del país, o llevarme a Catherine conmigo si ella
me pide ir es porque ya es una adulta. No necesito que tú estés de acuerdo con
que ella descanse en una playa, nade en el océano o pase algunos días
bronceándose. Pero te habría preguntado, lo habría hecho, si ella no me hubiese
mentido al decir que sabías, porque puedo ser arrogante, pero no estúpido.
Dante finalmente baja su arma, dejándola colgar a su costado.

—Ya veo.

—No, no creo que lo hagas. Hice negocios, y ella estaba ahí, claro, pero
estuvo perfectamente bien todo el tiempo. Ni una sola vez ella estuvo en
verdadero riesgo, hasta que surgió algo de lo me encargué de inmediato. No
tienes el dinero, el comprador no tiene las armas. Jodí una ruta segura, y
probablemente también arruiné una asociación por mantenerla a salvo en este
trato. Pero para ti no importa porque ella es ella, y yo soy yo.

Cross soltó una risa, añadiendo:

—El problema es, Dante, que tú no sabes una jodida cosa sobre mí. Nunca
te importó saber.

—Cross —dijo su padre.

Cross había terminado. Terminado con este espectáculo, con el padre de


Catherine y con todo el maldito día. Agarró su equipaje, y comenzó a caminar
hacia su auto que estaba estacionado donde lo dejó hace dos semanas antes de
que se fueran al barco.

—Cross —llamó Calisto.

Él levantó su dedo medio, y no miró atrás ni sobre su hombro a los hombres


de los que se alejó e irrespetó al mismo tiempo.

Todos tenían decisiones que tomar. Todos tenían que tomarlas cuando no
querían. Todos enfrentaban diferentes consecuencias por ello.

Esta fue solo una de esas veces.

A Cross seguía sin importarle.

Ni un poco.

l
Cross abrió la puerta del pent-house, y no esperó a que su invitado entrara
antes de caminar hacia la sala y servirse un muy necesario vaso de whiskey. Wolf
lo siguió en silencio.
Él se tomó su tiempo sirviendo el whiskey, observando el líquido ámbar
caer en los cubos de hielo mientras llenaba el vaso casi hasta el borde. Después
de su día, necesitaba una buena bebida.

—Tú padre me envió —dijo Wolf.

Cross inclinó su vaso para tomar un sorbo, mientras observaba los


ventanales que daban a la parte más concurrida de Manhattan.

—Genial.

Él lo esperaba, en realidad.

Calisto era bueno, y le daba espacio a Cross cuando lo necesitaba. Su padre


era incluso más cuidadoso en no forzar su presencia u opinión de una forma que
podría molestar a su hijo. Cross apreciaba eso.

Cross también extrañaba a su padre a menudo. Sus conversaciones, los


consejos, y las largas noche en que su padre solo estaba ahí porque Cross lo
necesitaba. Extrañaba esas cosas, pero fue él quien pidió espacio. Calisto se lo dio
sin hacer preguntas.

—Quiere una actualización más completa sobre lo que pasó en Cancún, y


qué esperar —continuó Wolf—. No pidió nada más.

Cross pasó al lado del hombre mirándolo sobre su hombro, dándose cuenta
de que Wolf mantuvo su mirada en las ventanas y no en él.

—¿Te contó sobre la mierda que pasó hoy en la pista privada de aterrizaje?

Wolf sonrió.

—No tuvo que hacerlo; la palabra está corriendo. Pero me lo confirmó.

—De hecho, me sorprende que no estuvieras allí.

—El recital de mi nieta fue hoy, el primero. Tomé una decisión y Calisto no
discutió.

Ah.

Wolf miró a Cross.

—La entrega, dame información.

Cross asintió, y colocó su vaso en la mesa. Dobló las mangas de su camisa


hasta sus codos, mostrándose cansado y desinteresado en la conversación. Sabía
lo que estaba haciendo Calisto al enviar a Wolf a obtener información, y no todo
era por la entrega de las armas que había salido mal.
Su padre quería revisarlo sin forzar su presencia, era obvio. Wolf estaba ahí
para asegurarse de que Cross no estuviera actuando como un tonto de alguna
manera, solo eso. A Cross no le importaba seguir fingiendo por el momento.

La verdad era que Cross sabía exactamente lo que tenía que hacer por su
padre. Calisto estaba enfermo; necesitaba su cirugía. Sin importar que los asuntos
con su padre siguieran inconclusos, Cross le daría a su padre una oportunidad
para vivir sin la preocupación de tener otro episodio, o peor aún, morir.

Pronto.

—La mierda pasó. Las armas ya estaban en el otro barco, luego hundí el
barco del comprador al quemarlo, despareciendo la carga —dijo Cross,
saltándose los detalles—. Dejamos el yate que estábamos usando donde había
que dejarlo, luego tomamos el jet que estaba esperando. Por lo tanto, la ruta está
comprometida porque el barco es lo suficientemente nuevo como para enviar
alertas automáticas cuando sucede algo abordo. Las armas van a ser encontradas,
y la ruta será vigilada.

—El comprador, Rhys, le he entregado armas antes pero no en ese lugar,


envió nuevos intermediarios en esta ocasión, y uno de ellos se interesó demasiado
en Catherine, lo cual no fue bueno para su propio bien. Mierda pasó, y hundí a
los hombres de Rhys junto con el barco, así que no me volverá a comprar armas.
Adicional a eso, la mitad de la entrega era de los Marcello. Un cuarto de millón.

Wolf silbó por lo bajo.

—Cazzo merda5.

—Pero todo fue necesario, así que como dije, mierda pasó.

—Puede que Andino Marcello no piense de la misma manera cuando se dé


cuenta de cuánto dinero perdió porque botaste sus armas —dice Wolf.

Cross se pasó una mano por el rostro.

—Él lo va a entender.

Por Catherine, Andino entenderá completamente. Aunque Cross no


compartirá esos detalles. O, esperaba que Andino entendiera.

—Está bien —dijo Wolf, girándose para salir por donde entró—. Le dejaré
saber a Calisto.

5 Cazzo merda: jodida mierda en italiano.


—Dile que iré mañana, para almorzar o algo. Sé que solo te envió para
checarme. No le importa una mierda esas armas o el trato.

Wolf se detuvo y lo miró sobre su hombro con una sonrisa triste.

—Lo preocupaste, Cross.

—Necesitaba tiempo.

—Todo lo que hizo, incluso en ese entonces, fue amar y protegerte a ti y a


tu madre.

Cross asintió.

—Lo sé, pero aun así me mintió.

—Por omisión, tal vez, pero no con sus acciones. Él nunca ha sido más que
tu padre, incluso cuando tu certificado de nacimiento tenía otro nombre. Mierda,
le has dicho papá toda tu vida, y, de todas formas, él te adoptó tan pronto como
pudo. Para todo propósito, ese hombre siempre ha sido tu padre, Cross. Ahora
sabes que no fueron solo sus acciones mientras creciste, también tu ADN.

—Sí, entendido.

—¿Estás bien o necesitas algo?

Sacó su celular del bolsillo, revisando su pantalla en busca de mensajes.

—Solo estoy esperando una llamada, por lo demás, todo bien.

—También le voy a dejar saber eso.

Cross giró su cabeza para mirar por la ventana.

—Hazlo, Wolf.

Él tenía otras cosas que esperar, como una morena de ojos verdes en algún
lugar al otro lado de la ciudad, haciendo sus propias cosas lejos de él.

Ella necesita regresar a casa.

Cross esperaría por ella.


Capítulo 16
—Qué se supone que debo hacer, ¿eh? Dime.

—Bueno, relajarse sería una excelente manera de comenzar, Dante.

—¡Entonces dime cómo se supone que debo hacer eso!

—Gritar no ayuda a nadie —dijo el abuelo de Catherine.

—Ciertamente no a ti —agregó Catrina.

El padre de Catherine maldijo en voz baja, y luego algo chocó y se hizo


pedazos contra una pared. Escondida en su lugar dentro del pasillo oscuro,
Catherine saltó ante el repentino ruido, pero aun así no se movió. Antony, su
abuelo, refunfuñó algo que ella no pudo oír en voz baja.

—Me gustaba ese jarrón —murmuró su madre.

—Te compraré uno nuevo.

—Era único en su clase, Dante, no puedes reemplazarlo.

Un suspiro se hizo eco.

—Mi dispiace6, Catrina.

Un chirrido de cuero llenó el aire y luego Catrina dijo:

—No quiero tus disculpas. Quiero que te calmes, Dante.

—Lo estoy intentando.

—Realmente no lo estás haciendo, hijo —dijo Antony, su voz envejecida y


ronca—. Y aunque entiendo, de alguna manera, no creo que debas estar tan
sorprendido o... digamos, molesto, como lo estás ahora.

—¿Y por qué diablos no, Papa?

6 Mi dispiace: lo siento o mis disculpas en italiano.


—Porque tú has hecho esto en lo que respecta a Catherine. Tú y tu esposa,
por supuesto.

Catrina resopló.

—No tengo idea de…

—Menos tú —interrumpió Antony—, y más él.

—No te pedí que vinieras esta noche para darme una conferencia —dijo
Dante con veneno—. Te pedí que vinieras, así tendría alguien con quien hablar
en confianza.

—Tenías a tu esposa.

—Ya lo hablamos todo.

—Poniéndolo suavemente —dijo Catrina.

—Me llamaste porque soy tu padre —dijo Antony—, y porque yo también


tuve un hijo difícil de criar. Aunque a la edad de ella, Giovanni finalmente
comenzaba a asentarse. Quieres que te aconseje. Quieres que te diga algo que
finalmente funcione. No puedo hacer eso, Dante, no son iguales y tú la has criado
de esta manera.

—¿De qué manera?

—A ser como es. Disimulada y astuta. Ella les oculta cosas a todos, incluso
cuando no necesita esconderlas. Oculta su infelicidad o desilusiones, lo que la ha
llevado a una espiral tras otra de mal comportamiento y momentos aún peores.

—Creo que gran parte de eso también fue causado por cierta persona en su
vida.

—Cross, quieres decir. El hombre Donati —dijo Antony—. Te equivocas.


Deja de culpar a un objetivo fácil porque no quieres culparla a ella, o incluso
mirarte en el espejo algunos días.

—No hice que mi hija hiciera…

—No, no hiciste. Permitiste, Dante. Le has permitido continuar con cosas en


las que alguien más habría intervenido o se habría puesto firme.

—Quiero que ella sea feliz, Papa.

—Entonces tienes que permitirle que se dé cuenta de eso, hijo. Sin tu


opinión. Ahora tiene veinticinco años. Es un poco tarde para que finalmente te
pongas firme en algo, especialmente en algo como el amor. Toda su vida has
hecho un esfuerzo consciente por dar un paso atrás y permitirle que decida por
sí misma. No importaba si era en la escuela, traficando con sus primos o con
chicos. Bueno, mira ahora, Dante, porque es una mujer adulta.

—¿Y?

—Y, ella es una mujer adulta que ahora está acostumbrada a tomar sus
propias decisiones. No, tú no vas a tener nada que decir con respecto a su vida, o
lo que hace con ella. No, ella no va a permitir que la encierres en esta casa como
hiciste cuando tenía dieciocho años. No, no va a permitir que tu disgusto con la
elección de su pareja influya en cómo se siente. ¿Pero sabes lo que sí hará, hijo?

Dante exhaló pesadamente.

—¿Qué?

—Ella te mentirá al respecto. Te lo ocultará. Cubrirá cosas, ocultará cosas,


fingirá cosas y hará cualquier otra cosa que tenga que hacer para que ella pueda
ser feliz y tú puedas ser feliz al mismo tiempo. Es un juego que ambos juegan
entre sí: ella piensa que ha escondido lo que te disgusta lo suficientemente bien,
y tú finges que no sabes lo que está pasando porque ella es feliz. Sin embargo,
todavía estás esperando que pase lo que tenga pasar. Eso es lo que ella siempre
ha hecho porque tú le permitiste hacerlo.

Antony se aclaró la garganta antes de agregar:

—Este es tu problema, Dante; has ayudado a crearlo. Y ahora tienes que


lidiar con eso. Eso es todo. Nada más y nada menos.

Catrina tarareó un sonido de acuerdo en voz baja.

—Ni siquiera lo hagas, Cat — murmuró Dante.

—Te lo he dicho durante años, bello.

—Dije que ni una palabra.

—Él está en lo correcto.

—¡Ya lo sé!

—Jesús, relájate —dijo Catrina.

—Sé que tiene razón, Catrina. —Los pasos de Dante siguieron el largo
espacio de la oficina, desde la puerta y luego de regreso a la pared del fondo. Una
vez, luego dos y finalmente una tercera vez. Catherine nunca había sabido de su
padre caminando de un lado a otro, pero eso es lo que estaba haciendo—. Sé que
él tiene razón y tú tienes razón, pero ¿qué se supone que debo hacer ahora? No
quiero que vuelva a suceder, esa noche en que la encontré como estaba, Cat, y
como estuvo durante los meses siguientes.

—Cara la ayudó mucho, bello.

—¿Lo hizo?

—Sabes que sí.

—Entonces, ¿por qué no hemos hablado ni una sola vez con Catherine sobre
sus sesiones con la mujer? ¿Por qué no nos habla de las cosas que la llevaron a
todo eso? ¿Por qué?

—Porque Cara nos dijo que no preguntáramos a menos que Catherine lo


ofreciera, Dante. Esa fue su petición, por el bien de Catherine, y la cumplimos. La
salud mental es algo frágil; algo que aprendimos muy bien con Johnathan a lo
largo de los años. Catherine no es diferente. Es por eso.

—Bien, pero eso fue entonces, y esto es ahora. Con la misma facilidad
podría caer en otro agujero. ¿Y si esta vez no puedo sacarla? ¿Y si esta vez nadie
está lo suficientemente cerca como para escucharla gritar pidiendo ayuda,
Catrina?

—¿Qué pasa si ya no es tu trabajo preocuparte por esas cosas? —preguntó


Antony.

—Siempre será mi trabajo, ¡soy su padre!

—Dante, ella está mucho mejor —dijo Catrina en voz baja—, y ha estado así
durante mucho tiempo. Ella es más fuerte y más feliz. Con la vida, con ella
misma. No es la misma chica que era hace siete años. Este tiempo le ha hecho
maravillas, de verdad que sí.

—Estoy aterrorizado de que vuelva a suceder. —Escuchó a su padre decir


en voz baja—. Que de alguna manera esos dos se encuentren en la misma
situación que la última vez, pero Catherine está mucho más elevada esta
vez. Tendrá una caída mucho más larga antes de tocar el suelo. Todos sabemos
cómo dice el refrán, ¿no? Cuanto más alto estés, más duro caerás. ¿Y entonces
qué? ¿Qué pasará entonces, Catrina?

La madre de Catherine no respondió.

—¿Qué pasará entonces Papa? —preguntó Dante a Antony cuando solo


obtuvo silencio de su esposa.

Aun así, no recibió respuesta.


—Entonces eso es todo, ¿verdad? Esperan que me siente y espere. Que
espera la próxima caída. Que espere a que suceda lo que vaya a suceder. Que
espere la próxima vez que yo esté fuera de un baño, suplicándole que me deje
entrar porque está saliendo agua con sangre por debajo de la puerta. Debería
esperar a eso, supongo.

—Dante…

—No te molestes, Papa. Estaba equivocado; no puedes posiblemente


entender. Esta no fue tu realidad con ninguno de nosotros, pero es mi culpa por
pensar que podrías entender por qué estoy donde estoy.

—Sí lo entiendo, pero también creo que la cultura que han creado entre
ustedes dos a través de su crianza es lo que los ha traído a este punto. Y a menos
que te ocupes de eso, esto nunca se solucionará.

—Entonces yo lo hice —dijo Dante—. Eso es lo que estás intentando


decirme. Fui yo quien empujó a mi hija a intentar quitarse la vida. Gracias por
eso, de verdad. Mi culpa ya está por las nubes; añadirle más hace maravillas,
créelo.

—No dije eso... Jesús, Dante.

Catherine finalmente decidió en ese momento que era suficiente de


esconderse en el pasillo. Por muchas razones, pero sobre todo por su padre. Él
sentía dolor y ella podía oírlo con claridad. Él estaba sufriendo y ella se lo estaba
permitiendo.

Su abuelo tenía razón.

Su madre tenía razón.

Pero Catherine sabía que no importaba cuántas veces su padre lo escuchara


de otras personas, él realmente no lo escucharía. No lo registraría como un hecho
o una verdad. No necesitaba que otras personas le dijeran cosas que él ya sabía,
pero que no quería creer. Necesitaba que Catherine lo hiciera.

Él también necesitaba que ella estuviera bien.

Que dijera que ella estaba bien.

Que lo estaría.

Desde el momento en que se subió al auto que la esperaba y la llevaron a la


mansión de sus padres, Catherine no había dicho ni una sola palabra. Ni una sola
vez. Ni a su madre en el camino, ni a su padre cuando finalmente llegó a casa. No
creía que tuviera mucho que decir, por lo que evitó hablar con ellos o explicarles
por qué había mentido acerca de salir del país con Cross cuando le exigieron
respuestas. Se quedó en su habitación, cerró la puerta detrás de ella y no salió
cuando se le pidió.

Como una niña.

Ella ya no era una niña. Y necesitaba dejar de usar tácticas infantiles para
evitar cosas con las que no quería lidiar.

Catherine se acercó a la puerta para dar a conocer su presencia. Las miradas


de su familia se volvieron hacia ella parada allí, pero ninguno de ellos parecía
demasiado sorprendido de que lo estuviera.

—Reaccionas a las cosas que escondo, o a las mentiras que digo —dijo
Catherine en voz baja—. Eso es lo que me dijo él hoy.

—¿Qué, quién? —preguntó Dante.

—Cross. Y tiene razón, porque lo haces. El problema es que sabes que estoy
mintiendo la mayor parte del tiempo, pero en lugar de decírmelo a la cara, eliges
esperar. Como si estuvieras esperando a que me tropezara con mis propias
mentiras, y que luego partamos de ahí.

La mirada de su madre se movió entre Catherine en la entrada y Dante cerca


de la ventana grande. Antony no se movió de su posición junto al gran escritorio
de su padre, pero tomó una de las sillas de cuero con respaldo alto para sentarse.

—Quizá sí —respondió finalmente Dante—, pero no siempre es mi


intención que suceda de esa manera. Quiero que vengas a mí y me digas la
verdad. Mientras espero que eso suceda, a veces tú... tropiezas, como dices.

—Ya no vamos a hacer eso, papi.

—¿Y qué significa eso, Catherine?

Un montón de cosas.

Significaba un montón de cosas.

Catherine ignoró los nervios que se abrían camino por su vientre e


intentaban trepar por su garganta. Si permitía que su ansiedad tomara el control,
no podría hablar en absoluto. Realmente necesitaba hablar ahora mismo. Era más
importante que nunca.

Se acarició el interior de la muñeca, dejando que su pulgar se moviera hacia


adelante y hacia atrás sobre el tatuaje de la cruz negra. La acción familiar calmó
su ansiedad, y la cicatriz escondida debajo de la tinta le recordó lo lejos que había
ir desde ese día.

—No es culpa de Cross —dijo Catherine—. No por dejarme atrás cuando


tenía dieciocho años, no por mi depresión, y no por un montón de otras cosas
que ni siquiera sabes. Tampoco hizo que sacara mi navaja esa noche y me abriera
la muñeca.

Dante abrió la boca para hablar, pero Catherine ya se le estaba adelantando.

—Y tampoco es tu culpa, papi —añadió ella, todavía con voz tranquila pero
firme—. La única persona que me hizo hacer eso, fui yo. Tomé la decisión de
hacer eso porque sentí que no tenía otra opción. Porque era muy infeliz y había
estado así durante mucho tiempo. Simplemente me volvería más feliz, y parecía
que porque lo estaba haciendo bien, mi mente tenía que intervenir y recordarme
por qué no podía quedarme así por mucho tiempo.

—Catherine.

—Me saboteé a mí misma, una y otra vez. De formas que ni siquiera


sabes. Pero él lo hacía; lo sabía todo el tiempo. Te he mentido a ti y a Ma… a
todos. Sin embargo, nunca le mentí a Cross hasta el final. ¿Y sabes lo que hizo
cuando me sorprendió mintiéndole?

—No —admitió Dante.

—Sí, sí sabes. Simplemente no sabías por qué, papá. —Catherine se miró la


muñeca y pasó el pulgar por el tatuaje por última vez—. Me hizo irme la última
vez. Él supo en ese entonces que nada de lo que pudiera hacer me iba a ayudar. Él
no podía seguir siendo lo único que me hacía feliz porque con el tiempo yo
también iba a empezar a sabotearnos. Ya había empezado a hacerlo, en realidad,
y él lo vio antes que yo.

Catherine dejó escapar un suspiro tembloroso y dijo:

»Así que nos dio la oportunidad de hacerlo bien más adelante. Me rompió
el corazón para mejorarme porque nunca hubiera podido hacerlo por mi
cuenta. No cuando era más fácil para mí esperar que él lo hiciera como siempre
lo había hecho. Todas las veces que mintió por mí, escondió cosas por mí, me
cubrió… todo, él se detuvo.

—¿Cómo qué cosas? —preguntó Dante—. Dime qué cosas, Catherine.

Ahora o nunca…
—¿Por qué nunca me dijiste que sabías que estaba negociando para John y
Andino?

Dante se puso rígido en su lugar.

—Quiero decir, sé que hablamos de…

—Viniste aquí y nos gritaste, pero no nos dejaste hablar —corrigió su


madre.

—Es cierto, pero mi pregunta sigue siendo la misma.

Catrina tosió desde su lugar en el sofá.

—¿Y bien? —preguntó Catherine cuando todos se quedaron callados.

—Porque no quería influenciarte —admitió Dante—. No quería que


sintieras que el camino que recorrimos tu madre y yo era el que esperábamos que
tú también recorrieras. Quería que tomaras esa decisión por tu cuenta, sin la
opinión de alguien como yo.

—¿Estabas feliz de que lo estuviera haciendo?

—Me alegra que hayas encontrado algo en lo que eras buena, algo que
disfrutaras. Me habría gustado de igual manera si hubieras encontrado el mismo
talento cocinando pizza en un restaurante, Catty.

—¿Por qué siento que estás dejando algo por fuera?

—Porque no estaba feliz de que continuaras tratando de ocultar lo que


estabas haciendo, y que te haya tomado todo este tiempo para finalmente
decirme que lo estabas haciendo.

—Entonces, ¿por qué no hablaste, papá?

—Te lo dije…

—Sí, porque no querías influenciarme. Tenía dieciséis cuando comencé;


ahora tengo veinticinco. Eso es mucho tiempo. ¿No crees que si no me hubiera
gustado me habría detenido? ¿No crees que tu influencia en mis elecciones habría
sido inútil a estas alturas?

—Creo que si lo hubiera sacado a colación, sin importar el momento, es


posible que hayas sentido como si lo desaprobara. No quería que lo que yo sentía,
sobre lo que fuera, influyera en la forma en que elegías manejar tu negocio. Hago
lo mismo por tu madre.
—Excepto que sabes lo que Ma hace… o hacía —dijo Catherine,
encogiéndose de hombros.

—Hace —corrigió Catrina—, solo de lejos ahora.

Catherine no estaba interesada en la semántica con sus padres.

—Me permitiste seguir ocultándolo, y así lo hice, sin saber que realmente lo
sabías. Eso es lo que el abuelo quiere decir cuando dice que tú y yo hemos hecho
este lío en el que estamos. Tiene razón. Y Cross también. Él tenía razón cuando
dijo que reaccionas a las cosas que sobre las que te miento u oculto. Ya no quiero
hacer eso.

—Entonces no lo hagas —dijo su padre.

—Mientras no vayas a atacar al objetivo fácil, papá. Cross es el objetivo fácil


para ti. Cuando suceden cosas, lo culpas a él. Cuando no puedo manejar mi
propia mierda, lo culpas a él. Cuando no estás contento cuando tomo malas
decisiones, o cualquier cosa con la que no estés de acuerdo, siempre que él esté
cerca de mí, lo culpas. No es él. Soy yo.

»Sé que no soy el blanco fácil —dijo Catherine con un suspiro—, pero no es
él. Soy yo. También sé que lo has hecho, que lo has culpado de cosas, porque no
te he permitido que lo hagas de otra manera. He escondido cosas y mentido
porque me aterrorizaba decepcionarte de alguna manera y, por defecto, todo lo
que veías era a él en tu camino. Todo lo que pensabas era que él era el catalizador
de mi comportamiento y mis malas decisiones.

La mirada de Dante se apartó de ella.

—No siempre, Catherine.

—Sí, siempre.

—Catty.

Acarició su tatuaje una vez más.

Los nervios aumentaron.

Ella eligió hablar a través de ellos.

—Cuando tenía catorce años y me escapé a la playa ese verano cuando se


suponía que John debía cuidarme, yo hice eso. Cross no tenía idea de que no lo
aprobabas; nunca le dije lo contrario. Rompí con él después de eso porque pensé
que te haría feliz. Solo me hizo peor.

Catherine se mordió la mejilla interior antes de agregar:


—Esa vez con el Lexus, en la escuela…

Dante se aclaró la garganta, luciendo más incómodo a cada segundo.

—Sexo en el auto, sí. Lo recuerdo.

—Te dejé pensar que fue culpa suya. Asumiste que había sido su idea, que
fue algo que seguí y nunca me molesté en decirte lo contrario. No quería que me
miraras de otra manera. Ya lo odiabas por eso, no quería que también me odiaras
a mí.

—Catherine…

—Fui violada en una fiesta por un chico mayor cuando tenía dieciséis años,
y Cross le dio una paliza en la escuela cuando fui a pedirle ayuda.

—¿Qué?

El dolor saturó la voz de su padre.

Catherine siguió hablando.

—La escuela pensó que era una pelea entre los chicos por mí; le rogué a
Cross que no dijera la verdad, así que les dejó pensar lo que quisieran. Te dijeron
lo que pensaron que sucedió, nunca te dejé pensar nada diferente porque no
quería que supieras la verdad. Tenía miedo de que alguien pudiera mirarme y
pensar que era mi culpa; que me dejé violar. Todo lo que viste fue a Cross
haciendo una escena, y yo en el centro de ella.

Catherine se miró las manos.

»De todo, eso es lo que más lamento. Si hubiera hablado entonces, si hubiera
pedido ayuda, el resto podría no haber sucedido. Esa única cosa tomó a mi yo
feliz y la convirtió en alguien que no conocía, alguien que no me gustaba. Ni
siquiera podía mirar mi reflejo porque me sentía mal por dentro. Lo único que se
sintió bien y correcto después de eso fue Cross.

Catrina parecía como si fuera a levantarse del sofá, pero Catherine levantó
la mano para detener a su madre.

—Por favor, no —dijo ella con suavidad.

—Reginella —murmuró Catrina.

—Estoy bien. De verdad. Lo mejor que tú y papá hicieron por mí fue forzar
la presencia de Cara en esta casa y hacer que hablara con ella. Ella me ayudó más
de lo que puedo explicar; me hizo mirarme al espejo y responsabilizarme de mí
misma. He tratado de hacer eso desde entonces, pero todavía hay cosas por las
que no he hecho eso. Estoy tratando de hacer eso ahora, para poder hacerlo bien
esta vez. Por favor, déjame hacer eso. Déjame estar sola; déjame mantenerme
unida. Puedo manejarlo, Ma. Ya lo he hecho antes.

—Está bien.

Dante todavía no se había movido.

Tampoco su abuelo.

—¿Quién era el chico? —preguntó Dante, inquietantemente tranquilo.

—Él no importa.

—Oh, lo hace, cariño.

—No importa porque está muerto. —Catherine movió una mano como para
desestimar su declaración cuando agregó—: Y supongo que también puedes
agradecer a Cross por eso.

—Ese año de la escuela secundaria… cuando salías de fiesta y te quedabas


fuera durante días, te ibas a la mierda todo el tiempo… terminabas y volvías con
Cross —dijo su padre.

Catherine asintió una vez.

—Quería sentirme mejor, pero parecía que no podía arreglar cómo me


sentía por dentro. Cross ayudaba, pero solo lo suficiente para mantenerme
relativamente a salvo. Me dio a alguien a quien acudir. Un lugar seguro para
caer. Yo la cagaría, lo llamaría y él lo arreglaría. O escondería cosas por mí. Sin
embargo, siempre se aseguraba de que llegara a casa sana y sobria, pero todo lo
que tú veías era a él y a mí peleando, o estando fuera toda la noche, infelices. No
lo sabías, así que no es tu culpa, en realidad.

—¿Qué más?

No era fácil.

Supuso que no estaba destinado a serlo.

—¿Esa vez que Cross estuvo en el hospital después de graduarme?

—Algo pasó en una fiesta —dijo Dante.

Catherine negó con la cabeza.

—Estaba traficando en algunas carreras callejeras, y alguien que sintió que


los estafé intentó agredirme. Cross salvó el día de nuevo, mentí para cubrirme el
trasero después. Sin embargo, ya era demasiado tarde porque yo estaba
volviendo a caer en la misma espiral de siempre.

»No tenía dieciséis años esa vez —dijo Catherine, sintiendo que un nudo
comenzaba a formarse en su garganta—. No hacía el mismo tipo de cosas que
hacía cuando tenía dieciséis años. En lugar de eso, fui al médico, me dieron
pastillas para que me sintiera mejor y abusé de ellas porque el entumecimiento
era más fácil. Le estaba comprando a una chica en la escuela que también tenía
medicación, así que también estaba usando los medicamentos de otra persona.
Bebía una botella de vino al día para bajarlos. No podía levantarme por la
mañana sin que me temblaran las manos. Cross no lo supo hasta que se lo dije.

Antony se reclinó en su silla y se frotó las sienes.

—Esto es mucho para asimilar, Catherine.

—Lo sé.

—¿Qué paso después de eso? —preguntó Dante, ignorando el intercambio


por completo.

—Él, eh, me limpió de las drogas, me cubrió el trasero y les mintió a todos
sobre lo que estaba pasando, y me puso de pie nuevamente por última vez.
Quería que dejara de traficar con Andino porque pensaba que sería un
catalizador para otra ronda de mi depresión, pero yo no quería detenerme. Fui a
sus espaldas, le mentí como le mentí a todos los demás.

—Así que hizo que te fueras —asumió Dante.

—Sí, lo hizo, y fue lo mejor que pudo haber hecho por mí. La cosa es, papá…
ustedes dos me aman, y quieren hacerme feliz y mantenerme a salvo. De
diferentes formas, claro, pero el objetivo es el mismo. ¿No te das cuenta de eso?
Cross y tú están trabajando para lograr lo mismo, pero ambos creen que pueden
hacerlo mejor. Ahora ya no soy yo quien sabotea las cosas, así que por favor
tampoco interfieras esta vez.

—Quiero que seas feliz —dijo Dante.

—Y lo soy —insistió Catherine—. Más feliz de lo que era hace años. De una
manera diferente a como lo era cuando tenía trece años y me enamoré de él por
primera vez. Tengo esto resuelto, papá. Estoy bien y quiero seguir estando
bien. Necesito estar donde soy feliz, así que voy a ir allí. Él siempre me ha hecho
feliz, siempre y cuando yo sea feliz conmigo misma. Durante mucho tiempo, ni
siquiera me di cuenta de que no estaba contenta conmigo.

—Ya veo.
—Él siempre me salvaba. Yo siempre mentía. No me importó aprender a
salvarme esta vez, y necesito que me dejes descubrir la otra mitad también. No
más mentiras. No más fingir. Voy a ser feliz, y eso significa hacer lo que sea
necesario para llegar allí y seguir así. No he sido muy buena con Cross, no como
él lo ha sido conmigo, pero todavía me quiere. Siempre me ha querido. Me
gustaría ser lo que se merece esta vez. Quiero hacerlo feliz; quiero ser feliz.

Dante asintió y acortó la distancia entre ellos para poder pararse frente a
ella.

—Cross te hace feliz.

—Muy feliz.

—Me preocupa que no haya nadie que te atrape si caes, Catherine. Puede
que yo no pueda atraparte.

—Aprendí a atraparme a mí misma porque él no me dio otra opción.


Déjame hacer eso ahora.

—Está bien, daré un paso atrás y te dejaré hacer eso —murmuró Dante.

Catherine se quedó inmóvil cuando su padre le dio un rápido beso en la


frente. Su madre se levantó del sofá de cuero, cruzó el pequeño espacio entre ellos
y enjugó una lágrima que se había escapado de los ojos de Catherine con una
suave sonrisa.

—Pase lo que pase, estamos orgullosos de ti —dijo Catrina—. Te amamos.

Catherine tomó el beso de su madre.

—Sí, ahora lo sé, Ma.

—Deberíamos haberlo dicho más fuerte.

—Y más a menudo —concordó Dante.

—Lo hicieron —aseguró Catherine—, pero todavía tenía que resolverlo a


mi propio tiempo.

—Bien hecho. Sin embargo, creo que se necesita algo de tiempo para digerir
todo esto. —Antony levantó su cuerpo de la silla y le dio una palmada en el
hombro a su hijo—. Ahora, alguien necesita llevarme a casa. A Cecelia no le gusta
estar sola en esa mansión por la noche.

Dante se rio entre dientes.

—Sí, Papa.
—Yo lo llevaré —ofreció Catherine, encogiéndose de hombros—. De todos
modos, voy por ese camino. No está tan lejos de mi destino.

—¿Manhattan? —preguntó Dante.

—Cross.

—Me lo imaginé.

Catherine simplemente había estado esperando su momento.

Siete años era mucho tiempo de espera.

Ella estaba lista para ir a casa.


Capítulo 17
Cross escuchó la puerta del pent-house cerrarse, pero no se movió de su
posición en el piano. Le gustaba sentarse allí y tocar cuando su mente estaba
demasiado llena con todo lo demás. Ayudaba a aclarar el espacio, mientras
miraba por las ventanas.

Catherine le había escrito a Cross para dejarle saber que vendría. Su


respuesta solo había sido que la puerta estaría desbloqueada.

Su espalda la enfrentó mientras ella cerraba la puerta. Él escuchó el sonido


del pestillo cuando ella colocó el seguro. No mantuvo silencio en su entrada, y
sus zapatos sonaron a lo largo del piso de madera hasta que estuvo sentada en el
banco con él. Dejó caer su bolsa y chaqueta a lo largo de la pata del piano.

La sonrisa bonita de Catherine iluminó su rostro.

—Hola.

—Estoy sorprendido que tu padre te dejara ir después de hoy.

—Él no tiene ninguna razón para mantenerme encerrada, honestamente.

Su mirada oscura la observó, y le dio una rápida y sexy sonrisa antes de


regresar a la música.

—¿Estás segura de eso? Porque tu padre siempre parece tener una razón
para mantenerte lejos de mí, Catty.

—¿Fue realmente su culpa, o la mía?

Cross tragó duro.

—Amo incluso tus fallas, nena. Siempre lo he hecho.

—Lo sé.

—Sin embargo, aquí estas.

Los dientes de Catherine mordieron su labio inferior.


—Aquí estoy.

—¿Cómo manejaste eso?

—Dije la verdad por una vez.

—Por una vez, ¿eh?

—Sobre todo —añadió ella.

Cross levantó una ceja.

—Esas son muchas cosas para contar.

—Todos necesitábamos escucharlo. Yo incluida. Probablemente más que


ellos, en realidad.

—Y sin embargo aquí estás —repitió él.

Catherine rio ligeramente.

—Sí, aquí estoy. Contigo.

—Donde perteneces.

Ella no lo negó.

—Sabes, nunca has tocado para mí antes —reflexionó Catherine.

Cuando vivieron juntos antes, él ni siquiera tenía un piano en el pent-house.

Los dedos de Cross se ralentizaron en las teclas momentáneamente.

—No, supongo que no lo he hecho.

—Lástima. Eres bastante bueno.

—Gracias a mi madre por eso.

—El piano es un poco raro para alguien como tú, ¿no es así?

—Mi padre toca también. Mi madre siempre decía que sentarme en el piano
era la única cosa que me mantenía calmado por más de cinco minutos. Lo usaba
para su ventaja.

—¿Te acuerdas de aprender a cómo tocar?

Cross sacudió la cabeza.

—No, pero sí recuerdo la primera vez aprendí a tocar la guitarra con un


instructor, tenía seis. Ya había estado recibiendo clases de piano durante bastante
tiempo antes. Estaba empezando a leer música para entonces, y no solo copiar lo
que mi mamá hacía, o tocar un poco al oído.

—Entonces… ¿básicamente has estado tocando piano por más tiempo del
que recuerdas?

—Sí, básicamente.

—¿Tocas a menudo? —preguntó Catherine.

Cross levantó un solo hombro.

—Por el último año, seguro. Especialmente porque Calisto me arrastró a la


tienda de antigüedades después que descubrió este piano, y luego me forzó a
comprarlo.

—Porque en serio luces como alguien que puede ser forzado a hacer algo,
Cross.

Su sonrisa se profundizó.

—Esa es mi historia.

—Desearía que hubieras tocado para mí hace años.

—No toqué por un periodo de tiempo. Más cuando era un adolescente.


Tenía mejores cosas que hacer, ¿sabes?

—Creo que una vez me dijiste que yo era la mejor cosa que estabas haciendo.

Él se río roncamente.

Ella sonrió.

Cross pensó que le podría gustar que esa bonita boca de ella hiciera algo
más.

—Tú fuiste definitivamente eras una de las mejores cosas que estaba
haciendo, Catherine.

Catherine estiró la mano para peinar algunos mechones de cabello que


habían caído en los ojos de Cross. Él la miró todo el rato; sus manos nunca se
detuvieron a lo largo de las teclas. La melodía que creaba lo relajó casi tanto como
el toque de ella lo hacía.

—¿Qué es lo que estás tocando, exactamente?

—Es una pieza del sexto volumen de Canciones Sin Palabras —él dijo.

—¿El sexto volumen?


—Son ocho en total.

—Eh —susurró ella—. Bueno, esto es bastante injusto, Cross.

Sus manos se detuvieron, y las últimas notas que tocó hicieron eco a través
del pent-house antes de que el silencio tomara lugar.

—¿Qué es injusto? —preguntó él.

—Tú.

—¿Yo?

—Tú —repitió Catherine con un asentimiento.

—Explica, Catty.

Catherine empezó a marcar cosas con sus dedos.

—Guitarra. Piano. Armas. Estilo. Cocina. Conducción, y autos. Dinero. Eres


atractivo. Oh, no nos olvidemos del sexo también.

—Sí, no nos olvidemos —concordó Cross—. Esa es una habilidad


importante para tener, nena. Creo que estarías de acuerdo.

—Sí, y es por eso que lo pongo en la lista. Estas son solo algunas cosas en
las que eres bueno, sobresales, o tienes, Cross. Algunas. Podría seguir. Es un poco
injusto, eso es todo.

—¿Cómo?

—No creo que mi lista coincidiría con la tuya, para ser honesta. Además,
nadie tiene una oportunidad contra ti. Nadie nunca ha sido tan cercano a mí
comparado contigo. No estaba preparado para eso, para ti. Necesitas venir con
una advertencia, Cross.

—Catherine, vamos.

Ella marcó cosas acerca de sí misma también.

—Soy rica, bonita, y puedo farolear como nadie en los negocios. Eso es todo.

—Eso es ridículo—él dijo.

—No. Esa es la verdad.

¿Ella no sabía lo increíble que era?

Cross tenía noticias para ella.


—Catherine, también eres lista, fuerte, amas, eres sobreviviente, y puedes
seguir adelante. Has hecho esas cosas, o has sido esas cosas, por tu propia cuenta.
Pero sí te saltaste algo en tu lista.

—¿Qué? —preguntó.

—Eres mía, mi niña.

Catherine pestañeó.

Cross sonrió.

Luego, se inclinó y la besó lo suficientemente duro para hacer su corazón


acelerarse. Su lengua se introdujo entre sus labios abiertos, y él obtuvo una
probada de su calor chocando contra él. Amaba cómo ella lo besaba de regreso,
y nunca se alejaba; cómo lo dejaba poseerla. Su mano acunó la garganta de ella
mientras su brazo se deslizó alrededor de su cintura. La quería más cerca, así que
la atrajo a través del banquillo hasta que estuvo a horcajadas en su regazo.

—Eres mía—Cross dijo de nuevo. Su pulgar acarició la columna de su


garganta, y sus labios rozaron los de ella—. Eso significa que todo lo que soy ya
es tuyo, Catherine. Siempre ha sido tuyo.

—Regresé a casa —susurró ella.

Él la besó de nuevo hasta que sus pulmones quemaron con la necesidad de


aire. Sus manos rozaron sus hombros porque él quería sentirla en sus palmas.

—Lo hiciste. Eso te da miedo, ¿verdad? El pensamiento de que podría


romperte el corazón de nuevo.

—Un poco.

—¿Un poco?

—Mucho —admitió ella.

—Sin embargo, no lo haré —prometió él.

—Te tomaré la palabra en eso.

—Más te vale.

Ella inclinó la cabeza atrás, y las ondas de su cabello cayeron sobre sus
hombros. Él disfrutó de la vista de su mano deslizándose por su garganta, y la
sensación de la punta de sus dedos sobre su pulso. Su pulgar encajaba
perfectamente en el pequeño hueco de su garganta. Cuando ella tarareó, vibró
contra su dedo como una nota musical lo haría en la tecla de su piano.
Catherine abrió los tres últimos botones de la camisa de vestir de Cross. Él
ya se había abierto los tres primeros, y doblado sus mangas hacia arriba más
temprano cuando se sentó en el piano. Las manos cálidas de ella acariciaron su
pecho. Usó la punta de su dedo para rozar el estilo de escritura deletreando el
tatuaje en su caja torácica.

—Es como si el amor fuera tu religión.

—No.

La mirada de Catherine saltó a la de él.

—¿No?

—No cualquier amor. No amor por amor. Tú, Catherine. Tu fuiste la única
cosa en mi vida en la que alguna vez creí, que esperé, que me importó, y que
veneré como mi propio Dios personal que me concedería mi salvación. Siempre
has sido solo tú.

Él se pondría de rodillas por esta mujer.

Él tenía cada pedazo de su fe en ella.

Él rezaría por esta mujer.

Él amaría por siempre a esta mujer.

Siempre solo a ella.

Él la adoraba, todo de ella. Sus errores, sus fallas, y sus imperfecciones


simplemente han sido cosas que la moldearon.

Catherine no sería su Catherine sin cada una de las cosas que la hacían ser
ella misma. Cross se dio cuenta de que estaba orgulloso, feliz, de que ella
finalmente se diera cuenta.

Ella sacó su camisa de vestir por sus hombros hasta que se cayó. Sus suaves
labios marcaron un camino caliente por su mandíbula, y la columna de su
garganta, y siguió bajando. Solo cuando sus rodillas golpearon el suelo y empezó
a liberar su dureza de los confines de sus pantalones hablo nuevamente.

—Estaba pensando que podía quedarme esta noche —dijo ella suavemente,
mirándolo.

Cross se quedó quieto el tiempo suficiente para que ella pudiera sacar sus
pantalones y sus bóxers el resto del camino, y hacerlos a un lado.
—Debería decir que no. No puedes pensar que te dejaría chuparme la polla
y luego dejarte ir, Catty.

—Bueno… no.

—Es malditamente correcto.

—También estaba pensando que podría quedarme para siempre.

Cross humedece sus labios.

—Me gusta el sonido de eso, ahora coloca mi polla en tu boca antes de que
jodidamente me mates.

Catherine guiñó un ojo; sus labios curvándose malvadamente.

Una promesa, pensó él.

Ella podía prometer pecado sin siquiera decir una palabra.

Cross tomo un respiro, luego dos, y de repente no pudo respirar más. No


cuando Catherine tomó su polla desde la punta hasta la base sin dudarlo. Ella lo
sostuvo allí, con los labios apretándolo en la base y la lengua moviéndose por su
longitud. Él sintió cómo contraía su garganta cada vez que tragaba. Y sus ojos se
aguaron cuando lo miró.

—Jodidamente hermosa, nena. Dios, eres tan hermosa.

Sus dientes provocaron su eje lo suficiente para que él pudiera sentirlos


cuando ella empezó a sacarlo de su boca, una probada. Sus dedos se enredaron en
su cabello, un gruñido de aprobación salió desde su pecho mientras ella se
mantenía en su lugar.

—Siempre sabes lo que quiero, ¿eh? —preguntó él.

Catherine no se movió ni un centímetro, pero siguió mirándolo, y


esperando. Él se levantó del banco nuevamente, y ella se movió con él. Ella colocó
sus manos en el banco para sostenerse mientras él follaba su boca en serio.

—Aquí vamos —murmuró Cross, su garganta hecha nudos por la


satisfacción—. Toma mi jodida polla Catherine. Jesús, amo tu boca.

Él vio sus manos ir debajo de su falda después de soltar el banco, él no podía


ver lo que estaba haciendo, pero podía jodidamente escucharlo. Eso fue más que
suficiente. Ella debía estar hundiendo sus dedos en su húmedo coño porque el
familiar sonido inundó el aire. El sonido mezclándose con la forma en que su
polla desaparecía en sus dulces labios una y otra vez. Los músculos de su
garganta saltaron y un gemido vibró alrededor de su polla.
Joder.

Joder, joder, joder.

—Por qué siquiera me estás provocando cuando estás de rodillas, ¿eh? ¿No
sabes que eso significa que te follaré más duro, Catherine, cuando finalmente lo
consiga?

Ella solo le guiñó un ojo.

Guiñó un ojo.

El control de Cross se rompió. Por más que él amara follar su boca,


realmente iba a disfrutar follarla hasta dejarla tonta mientras le dejaba marcas de
dedos en el trasero.

Oh, sí.

Él se liberó de su pecaminosa boca, y la levantó del piso. Los dientes de


Catherine se hundieron en su labio y sus ojos se ampliaron. Sus manos no salieron
de debajo de su vestido.

Cross la empujó contra el piano hasta que sus cuerpos estuvieron


presionados juntos. Él podía sentir las manos de ella se moverse debajo de su
vestido, de manera rápida y rítmica. Su respiración se hizo más rápida, sus
pupilas se dilataron y comenzó a temblar.

—¿Te vas a correr? —preguntó él.

Catherine asintió.

—Sí.

Tenía en mente sacar sus manos de entre sus muslos, pero decidió no
hacerlo. Solo la quería mojada y apretada cuando hundiera su polla en ella.
Siempre estaba mojada y apretada después de correrte.

Cross estaba de rodillas en un parpadeo, y empujando la falda del vestido


de Catherine hasta su cintura. Él fue atrapado como un venado por los faros ante
la vista de su mano dentro de sus bragas de encaje. Un dedo frotando su clítoris,
otros dos llenando su coño y mojando sus bragas.

También podía olerla.

Toda agria y caliente.

Cross gruñó.
—Cristo, vamos. Quiero una probada, Catherine. Córrete, para poder
limpiarte los dedos.

—Oh, Dios mío —respiró ella.

Su orgasmo llego más rápido de lo que él esperaba, pero todavía fue una
vista hermosa verlo recorrer por su piel. Ella sacó su mano temblorosa de sus
bragas y la estiró hacia él como un regalo. Él laminó y chupó sus dedos como dijo
que haría, y se tomó el tiempo suficiente para asegurarse en limpiar todo su
orgasmo antes de ponerse de pie.

—Sera mejor que me folles muy bien después de eso, Cross —dijo
Catherine.

—Ya lo sabes, desnúdate. —Él pateó ese maldito banco fuera del camino del
piano, y tuvo espacio para moverse—. Luego quiero que te inclines sobre ese
banco, Catty, y me muestres lo que siempre ha sido mío. Ahora.

Catherine no dudó, su vestido golpeó el piso de manera sonora, y su ropa


interior le siguió. Aunque dejo sus tacones negros. Él amaba follarla en tacones,
y ella lo sabía. Él palmeó su trasero cuando ella se movió por su lado de camino
al banco, y dejó salir un sonido feliz cuando su mano nalgueó el mismo lugar.

—Sigue así —susurró ella.

Tan en lo alto.

Tan sin aire.

Él también amaba eso.

—Muéstrame lo que es mío —declaró él.

Catherine se inclinó sobre el banco con una risa suave. Ella abrió las piernas
cuando él se acercó por detrás y colocó sus manos en la parte interna de sus
muslos y espetó un más abiertos, nena.

Su trasero estaba elevado, rosado por su mano, y un vistazo de su húmedo


coño le devolvió la mirada a él. Jodido infierno, era una vista hermosa. No pudo
evitar acariciar su polla mientras la miraba, haciéndola esperar, y deslizó sus
dedos en su hendidura.

Mojada.

Caliente.

Perfecta.
Sus dedos se curvan en su punto G, y ella gimió en una súplica.

—Cross, por favor…

—Sigue diciendo eso —demandó él.

—Entonces comienza a follarme.

Lo que ella quisiera.

Sus dedos fueron reemplazados rápidamente por su polla. Ni siquiera le


dio tiempo a Catherine de procesar lo que estaba pasando antes de tomarla contra
su polla. Sus veintidós centímetros hundiéndose en su coño, y luego estaba
saliendo nuevamente. Volvió a empujarse en ella sin pausar y con la fuerza
suficiente para hacer que Catherine enterrara sus dedos en el cuero del banco
para sostenerse.

—Mierda —soltó Catherine.

—Jodidamente tómalo, nena. Es lo que querías.

—Cross.

Ahí estaban; esos fuertes y dulces gritos que él amaba.

Su ritmo fue brutal y sin restricciones.

Catherine solo rogaba por más.

Él encontró el cielo y su hogar con las bolas enterradas en Catherine.


Encontró que la mejor música era la que salía de sus labios cuando gritaba su
nombre y hacía su camino a través de otro orgasmo. Él se dio cuenta de que el
arte más hermoso era el de la marca de sus palmas en el trasero de ella y la de
sus dedos en sus caderas mientras la tomaba con cada estocada.

Ella era vida para él.

Ella era su vida.

l
—Estoy sorprendido de que vinieras esta la mañana —dijo Calisto.

Cross lo miró por encima de la revista Armas y Munición que tenía en sus
manos.
—¿Por qué?

—Porque te he llamado tres veces esta semana, y anoche, e ignoraste mis


llamadas.

—Si necesitabas algo, podías pedirle a Wolf que me llamara. Eso es lo que
haces.

—Parece que no tengo otra opción en este momento, hijo.

Cross se encogió de hombros.

—No tenía nada que decir, así que, no contesté el teléfono.

—Sin embargo, aquí estas.

—Gracias a Catherine.

Calisto levantó su ceja.

—¿Disculpa?

—Estoy aquí por Catherine.

—De nuevo…

—Estaba en la cama con ella cuando me llamaste anoche. Me dijo que dejara
de ignorarte, que eres mi padre y estoy actuando como un niño.

Calisto despeja su garganta.

—Bueno, está bien.

—A veces ella dice la mierda correcta —murmura Cross—. Incluso cuando


no me gusta.

—Las mujeres suelen tener ventaja sobre nosotros.

—Así parece. Y aquí estoy.

—¿Cuánto tiempo lleva ella en tu casa?

—Una semana —respondió Cross—. Y antes de que preguntes, sí, Dante lo


sabe. No, no lo he visto. No me importa hacerlo por ahora, pero estoy seguro de
que se acerca el momento.

—No iba a preguntar, pero gracias por dejarme saber, entonces. ¿Le dijiste?

Cross pasó una página, admirando el rifle de francotirador teñido de rosa


en la hoja. Sin duda era un arma personalizada, se preguntó cuánto costaría tener
una.
—¿Decirle qué?

—Acerca de nosotros. Nuestro… bueno, mierda, decir secreto suena


juvenil, ¿cierto?

—Eso es lo que es, un secreto que me ocultaste toda mi jodida vida. Llámalo
por lo que es. —Cross no se molestó en mirarlo desde su revista mientras
hablaba—. Sí, le dije. No soy el que dice mentiras en esta familia, Papa.

—No mentí, Cross.

—Lo hiciste. Durante años.

—Porque no tenía otra opción.

—Mmm.

—Cross, dame la decencia de tu atención cuando hablemos. No como un


jefe y su hombre, sino como un padre y su hijo. Mírame.

Lo hizo.

A Cross no le gustó lo que vio cuando lo hizo.

Dolor.

Calisto sentía dolor, y eso también lastimaba a Cross.

Era más fácil para él estar enojado y amargado cuando no tenía que
enfrentar la realidad de que estos años de secretos y mentiras habían sido igual
de duros para su padre.

No su primo.

No su tío.

No su padrastro.

No, su padre.

Hecho de su sangre, corazón y alma. Calisto y él eran los mismos, Cross


solo deseaba haber conocido ese detalle.

—No tenía otra opción —repitió Calisto—, porque quería proteger a Emma
primero. Éramos un jodido desastre en ese entonces, ella y yo cometimos un
montón de errores, y jugamos un juego muy peligroso durante años. En realidad,
pensé que no importaría.

—¿No era importante que me dijeras que eras mi verdadero padre, que yo
soy un producto de su aventura?
—No, no lo hacía. Te amaba de todas formas; iba a amarte a pesar de todo,
y lo hice. Durante toda tu vida, Cross, siempre has sido tratado como un niño
nacido de mi sangre porque lo eres. El resto eran detalles. Pensé que, si te amaba
lo suficiente, si sentías que eras mío, la verdad no causaría mucho impacto.

—Sin embargo, lo hizo. —Cross suspiró, y apartó la revista—. Miéntele a


todos los demás, pero no a mi ¿Por qué a mí también?

—¿Cuándo iba a decírtelo, Cross? —preguntó Calisto, abriendo sus


brazos—. ¿Cuándo eras solo un niño, y no lo ibas a entender? ¿O qué tal cuando
eras un adolescente, y no podías oír lo suficiente para realmente escuchar lo que
se te decía? ¿Debía haberte dicho en tus años más difíciles, para colocar tensión
entre tu y yo? ¿Cuando todo lo que podía controlar era la confianza que tenías en
mí? ¿Cuándo debía decirte?

Cross se quedó callado.

»Dime —demandó su padre.

—Odié a un hombre que ni siquiera conocía durante años simplemente


porque pensé que nos había abandonado a mi madre y a mí —dijo Cross—.
Odiaba a Affonso porque me lo dijiste.

—Deberías odiar a ese hombre, era un maldito monstruo.

—¿Debería?

—Yo lo hacía —murmuró Calisto—. Todavía lo hago.

—¿Por qué?

—Porque él me hizo.

Cross se congeló en el sofá.

—¿Qué?

—Él me hizo. Es mi padre. El violador de mi madre; él me hizo de manera


violenta. Verás, crecí como tú, pensando que un hombre, aunque uno muerto, era
mi padre, hasta que aprendí la verdad. Culpé a mi madre sin saber toda la
verdad, por mentirme. La cosa es, Affonso quería algo, y lo tomó de ella; cuando
ella dio a luz al producto de lo que él le hizo, también me tomó de ella. Me llevó
años averiguarlo, y fue demasiado tarde para disculparme con mi madre por lo
que yo había hecho. Así que sí, lo odio porque me hizo.

—Yo…
—Pero tú no debes odiarlo por eso —dijo Calisto cuando Cross no pudo
formular palabras—. Debes odiarlo porque él tomó a tu madre, y la hizo una
esposa muy joven cuando ella quería cualquier cosa menos casarse con él.
Deberías odiarlo porque la lastimó, la usó. Él quería una cosa de ella. Cuando ella
no pudo darle lo que él quería, la tiró como basura.

Cross miró hacia otro lado, procesando esas palabras.

—Lamento que estés lastimado por mis elecciones, pero no lamento haber
amado a Emma —dijo Calisto suavemente.

—Sé que amas a Ma.

Él siempre ha sabido eso.

Nunca se lo cuestionó ni una vez.

Calisto, ante todo, siempre le había dado a Emma todo lo que tenía para dar
que era bueno, maravilloso y honesto. Cross solo conocía lo sano y lo real que
lucía el amor gracias a su madre y padre. Nadie a su alrededor mientras crecía
mostró ese tipo de amor y respeto por su pareja.

Él simplemente pensó que era algo que sus padres aprendieron con el
tiempo. Asumió por lo que le dijeron que el matrimonio había sido por
conveniencia porque Emma y Cross habían sido dejados para defenderse por sí
mismos cuando Affonso se fue.

—No me arrepiento de haberla amado cuando no se me tenía permitido,


Cross —añadió Calisto después de un momento—. Porque si no la hubiera
amado en ese entonces, tú no estarías aquí. Tú y tu hermana son de lo que más
orgulloso he estado en toda mi vida. Elegí proteger la imagen y reputación de tu
madre, el respeto de nuestra familia por todos estos años, para que pudiéramos
sentarnos aquí y tener esta jodida conversación. Si lo hubiera hecho de otra
manera, estarías hablando con una lápida donde tu madre y yo estaríamos
enterrados, y sin poder darte respuestas.

—Entiendo eso —dijo Cross.

—Bien. Necesito que eso esté claro entre nosotros.

—Sí, lo está.

—Affonso no huyó, Cross —dice Calisto con voz ronca—. Y no los dejó a
Emma y a ti. Él te tomó una noche después de golpearla, y yo lo maté. Lo haría
de nuevo, te volvería a mentir, siempre y cuando en treinta años, todavía estés
sentado frente a mí, y pueda mirarte.
—¿Me habrías dicho la verdad?

—Algún día.

—¿Cuándo?

—No lo sé, Cross. Este era mi mayor temor, que un día me vieras como lo
vi a él. Un monstruo me hizo, y tomó de mí. Lo odiaba porque me hizo amarlo
con mentiras. Lo odiaba tanto, y nunca quise que también me odiaras, no de esa
manera.

—No puedo odiarte —admitió Cross.

Calisto lo miró fijamente.

—¿No?

—¿Cómo podría odiarte si siempre te he amado? —Cross sonrió


débilmente—. Y no eres mi monstruo. Nunca tuve de esos. Tú eres el hombre que
se los alejaba cuando era pequeño, ¿recuerdas?

—Lo hago.

Cross se rascó la parte inferior de la mandíbula, y murmuró:

—Lo siento, soy una mierda.

—Sí, pero no lamento haberte hecho de esta manera, hijo.

Más tarde, Cross encontró a Catherine amasando masa de pan junto a su


madre en la cocina. Él se inclinó en la isla y las observó trabajar. Se rieron de una
broma privada, pero a él no le importó.

Su madre lo miró por encima de su hombro.

—Será mejor que dejes de pararte ahí como si te pagaran por lucir bonito,
Cross. No te quedas quieto en mi cocina; limpia o cocina, elige uno.

Catherine se rio, pero mantuvo su mirada en la masa.

Listilla.

—Cross, dije que eligieras una—advirtió su madre.

Él decidió mover su trasero.

Mientras tanto, su chica continuaba burlándose.

—Sí, sí. Sigue burlándote—dijo él.

Catherine hizo un sonido de látigo bajo su aliento.


Cross le hizo cosquillas cuando pasó por su lado.

Emma le rodó los ojos, pero sonrió cuando él se detuvo a su lado. Él amaba
a su madre simplemente porque ella siempre lo había amado. Él besó la corona
de su cabeza, y la abrazó con un brazo.

Se quedó quieta junto a él.

—¿Por qué fue eso?

—Por nada.

Catherine miró a Cross con una suave sonrisa, pero se quedó en silencio.

—¿Nada? —presionó Emma.

—Solo te amo, Ma. Lo sabes, ¿verdad?

—Por supuesto que lo sé. Ahora cocina o limpia. Elige.

l
—Parece que tenemos un invitado.

Cross levantó su mirada del menú ante las palabras de su padre solo para
ver a Dante Marcello caminar por la puerta del restaurante. En realidad, Calisto
no se veía muy sorprendido por la llegada de Dante, a pesar de sus palabras.

—Así parece —dijo Cross, regresando al menú.

—Calisto —saludó Dante cuando se acercó a la mesa—. ¿Puedo sentarme?

Calisto señaló la mesa con una mano.

—Justo a tiempo, Dante.

—Ya veo por qué querías tres sillas en la mesa —murmuró Cross por lo
bajo—. Gracias por invitarme a desayunar, solo para hacer esto, Cal. En serio.

Dante se rio mientras se sentaba.

—¿Ni siquiera vas a fingir ser amable conmigo, Cross?

—No en el territorio de mi familia, en el restaurante de mi jefe, Dante. No


lo necesito. No nos agradamos mutuamente.
—Nunca te agradé ni fuiste amable.

—Tú tampoco —respondió Cross con una sonrisa.

Dante asintió.

—Es verdad, ese también fue mi error.

Calisto se aclaró la garganta, y se levantó de la mesa.

—Voy a decirle al cocinero que deje por fuera la pimienta en esta ocasión.

—Dile a la mesera que le dé el mensaje —dice Cross

—Prefiero hacerlo cara a cara.

Cross sacudió la cabeza mientras su padre se dirigía a la cocina.

—Catherine va para tu casa hoy, ¿verdad, Dante?

—Sí, a un almuerzo con su madre, su hermano y la esposa él.

—¿Sin ti?

Dante agitó su mano

—Veremos cómo va esto.

—¿Qué significa eso?

—Significa que mi esposa quiere que acompañes a Catherine, y yo también.


Por otro lado, no voy a entrometerme si prefieres que no esté allí dado que… no
somos amigos. O, no lo hemos sido, supongo.

—Es tu casa —señaló Cross—. No me voy a involucrar solo para crear algún
tipo de conflicto, Dante. Soy un hombre arrogante, no uno estúpido.

—¿Podemos empezar de nuevo?

Cross se quedó quieto.

—¿Disculpa?

—Tú y yo, Cross, ¿podemos empezar de nuevo?

—Depende de si te refieres a esta reunión, o…

—Me refiero a todo —interrumpió Dante—. Creo que te debo una disculpa,
jovencito.

—¿Crees?

—Por lo menos, te debo una disculpa.


—¿Podríamos fingir que lo hiciste, pero en realidad no hacerlo? —preguntó
Cross.

—¿Eso lo haría más fácil?

—¿Hacer qué?

—Seguir odiándome desde la distancia —murmuró Dante—. Para ser


justos, entiendo por qué me odias, me lo gané después de las cosas que hice.

—Para ser justos —dijo Cross de vuelta—, si hubiera sido mi hija, yo habría
hecho las mismas cosas.

Dante sonrió débilmente.

—¿Oh?

—Probablemente. Aunque a diferencia de ti, yo habría continuado y lo


habría terminado.

—¿No es bueno que no lo haya terminado?

—No lo sé, Dante, dime tú.

—Por Catherine, lo es. Ella dice que… eres todo lo que es bueno con y para
ella. No escuché cuando me dijo esas cosas hace años, tal vez debí hacerlo. Mi
arrogancia. Mis errores. Como dije, entiendo por qué me odias, y por qué siquiera
considerarías sentarte y compartir una comida conmigo.

Cross miró al hombre.

—Me diste a Catherine, en cierto modo. No te odio, ciertamente no me


agradas mucho, pero para ser honesto, no me has dado muchas razones para que
me agrades, Dante.

—Es verdad. Sin embargo, guardas rencor como un hijo de puta.

—Sí, lo hago.

—Lo siento, Cross, por todos estos años. Por esa noche en tu pent-house.
Me sobrepasé de la raya haciendo eso. Como hombre hecho, y como humano. Mi
hermano, Lucian, no me deja olvidar que crucé una línea esa noche que no debí
haber cruzado. Así que sí, lo siento por las cosas que sabía, y las que no sabía.

—Dije que no hiciéramos lo de la disculpa, y que fingiéramos que lo hiciste


en su lugar.

—Y por las cosas que pasé por alto —continuó Dante, sin perder el ritmo.
—Entonces, estamos haciendo esto, ¿eh?

—No me di cuenta de la frecuencia con la que protegías a mi hija y la


cuidabas, especialmente cuando yo no podía. Pensé que tus razones para
perseguir a Catherine estaban envueltas en… otras cosas. Aparentemente, no
eres el hombre que pensé que eras, en varias formas.

—Aparentemente —contestó Cross secamente.

—Sí lo siento.

Cross se enderezó un poco su silla, y miró a través de la ventana del


restaurante de Brooklyn. Ligeros copos de nieve cayeron, haciendo de la calle
una vista agradable.

—Aprecio la disculpa, Dante.

—¿Puedes mirarme cuando lo dices?

—¿Necesito hacerlo? —respondió Cross—. Pienso que he mirado directo a


tu cara cuando has estado a pasos de matarme. No necesito mirarte ahora para
saber cómo te sientes con las cosas que estás diciendo.

—Es cierto. —Dante rio—. Siempre pensé que eras un imbécil arrogante
cuando eras niño. Estaba convencido de que un día te colocaría en una tumba, o
tú me matarías.

Cross sonrió un poco.

—Debes saber que sigo siendo el imbécil arrogante que pensaste que era.
La única diferencia es que soy mayor, y tengo una mecha más corta en lo que
respecta a la mierda de las personas. Sin embargo, lo manejo diferente. No soy
tan propenso a explotar y reaccionar. Soy otra cosa.

—Paz violenta. Una dicotomía. La calma dentro de la tormenta.

—Como el ojo del huracán. Todo el mundo ve que las cosas se calman, y
piensan que es seguro aventurarse de nuevo.

—Están lejos de estar a salvo.

—Exactamente.

—Todos fuimos así de difíciles y arrogantes como todos los principes.


Incluso tu padre… e incluso yo. Eventualmente, esa arrogancia y naturaleza se
transforma en otra cosa, algo más autoritario. Probablemente ni siquiera te des
cuenta Cross, pero te cambia para convertirte en el hombre que se sienta en el
asiento más alto. Ya no serás solo un príncipe a la espera, sino un rey que ha
llegado. Ese cambio puede llegar antes de que sepas que está pasando. Te lo
garantizo.

—En realidad, lo veo venir —admitió Cross—. Y no estoy seguro de como


sentirme acerca de eso en ocasiones.

—Dicen que los jefes nacen en nuestro mundo, Cross, como si solo nos
sentáramos donde lo hacemos porque nos lo dieron como un derecho de
nacimiento. Ese es su error. Demasiados olvidan que todos nosotros seguimos
siendo hombres hechos.

Cross soltó un suspiro.

—Esa es una manera interesante de verlo.

—Llevo décadas en mi asiento; tú estás llegando al tuyo. Calisto debe estar


orgulloso de ti, después de todo.

—Tendrías que preguntarle

—En realidad, no creo que lo necesite. —Dante se quitó la chaqueta de su


traje lo que le dejó saber a Cross que se quedaría para desayunar—. Sabes, por
un largo tiempo, pensé que no podías amar a mi hija de la manera correcta. No
de la manera en que ella merece ser amada.

La mirada de Cross se encontró con la de Dante, y la sostuvo firmemente.

—Te equivocas.

—Ahora lo sé.

—De todo lo que has asumido de mí, ese es tu mayor error. Ella es, y siempre
será, mi vida.

La boca de Dante se curvó en una sonrisa amarga.

—Solía llamarla así cuando era pequeña. Vita mia. Mi vida, vida preciosa. Se
suponía que yo nunca tendría hijos, y adopté al hijo de mi esposa después de
casarnos. Entonces cuando Catherine llego a nuestro mundo, mi vida entera se
sacudió. Todo lo que me dijeron que no podía ser, de repente lo era.

—Sé que la amas —dijo Cross

—Tú también —respondió Dante—. En una forma diferente a como yo la


amo, por supuesto, pero lo haces.

—Entonces, ¿me vas a dejar hacerlo?

Dante asintió.
—Sí, eso es lo que voy a hacer de aquí en adelante, Cross.

—Bien. —Cross notó que su padre venía de regreso—. Supongo que


podemos empezar de nuevo, Dante.

—¿Podemos?

—Por ella, seguro.

—Por ella —repitió Dante.

Calisto reclama su asiento y dice:

—Espero que todo esté resuelto.

Dante se inclinó hacia adelante para colocar sus manos entrelazadas sobre
la mesa.

—Casi.

—¿Qué falta? —preguntó Cross.

—Las armas que estabas moviendo para mi familia, y el hecho de que no


hemos hablado apropiadamente de eso.

—¿Por qué no hablas con Andino?

—Planeo hacerlo, pero contigo ahí. El punto es —continuó Dante—, que nos
costó mucho dinero que tiraras esas armas. Por lo menos, merece una
conversación.

—Seguro —concordó Cross—. Pero voy a traer a Catherine.

—¿Por qué?

—Porque quiero algunas cosas claras en lo que respecta a Catherine y


Andino, especialmente después de todo lo que pasó.

Dante presiona sus labios en una línea.

—No estoy seguro de qué ha pasado entre los dos como dices, pero está
bien, yo… confiaré en tu juicio.

Eso fue todo.


Capítulo 18
Catherine aceptó la mano de Cross para ayudarla a bajar del lado del
pasajero del Range Rover en sus tacones.

—Aquí no es donde esperaba que tuviera lugar una reunión.

Ella inspeccionó la vieja bodega, observando el techo de metal oxidado y las


paredes monótonas. Muchas de las ventanas estaban cubiertas con láminas de
madera, mientras que algunas otras se habían roto por completo, pero aún
estaban cubiertas. Era un espectáculo extraño con todos los vehículos nuevos y
de lujo estacionados fuera de un edificio abandonado.

—No es inusual —dijo Cross—. Las reuniones ocurren en lugares como


estos la mayoría de las veces, y más si se trata de una reunión entre miembros de
diferentes familias.

Catherine dejó que Cross entrelazara sus dedos y la acercara a él mientras


se dirigían hacia las oxidadas y abolladas puertas de la bodega.

—¿Por qué?

—Algunas razones.

—Entonces deja de ser una mierda y dime un poco.

Cross se rio entre dientes.

—Bueno, porque estos lugares son… seguros, supongo. Nunca se sabe


realmente si han puesto micrófonos en tu casa o en tu auto. No puedes estar
seguro de que alguien no sea una rata. Cuando tienes que hablar de temas
delicados de manera extensa, lo mejor es reunirse en un lugar que
definitivamente no sea tocado por policías.

—Está bien, pero esa es una de las razones, Cross. Dijiste algunas.

—No soy un Marcello. Soy un hombre Donati. No me siento cómodo


ocupando espacio en el territorio Marcello para discutir mis asuntos, y los
hombres Marcello no están del todo interesados en estar en territorio Donati. Se
nos ocurrió una especie de solución.

—¿La cuál es?

Cross hizo un gesto a la bodega.

—Este lugar de mierda es propiedad de un hombre de mi padre. Así que


tengo el encuentro en mi territorio, y la familia Marcello puede traer al número
de personas que desee. El tema con la Cosa Nostra es que todos los hombres
hechos son…

—Honorables —murmuró Catherine.

Él le dio una mirada.

Ella se encogió de hombros.

—Lo he oído decir mucho a lo largo de los años. Honor. Integridad. Sigue
las reglas. Sé un buen hombre hecho.

Cross asintió una vez.

—Bueno, sí.

—Entonces, mi familia no faltará el respeto a la tuya causando un problema


en el territorio de tu familia.

—Y los hemos respetado al permitirles reunirse en un número tan grande


en nuestro territorio. Así es como funciona a veces.

—Entonces... por eso la bodega.

—Por eso la bodega —concordó él.

Cross no soltó la mano de Catherine mientras se inclinaba para agarrar la


puerta del lugar y levantarla para abrirla. Solo la levantó lo suficiente para que
Catherine se inclinara y se deslizara por debajo sin mucho problema. Él la siguió
y dejó que la puerta se cerrara con un estruendo.

Catherine se giró con Cross para enfrentarse a un gran espacio abierto,


techos altos que goteaban por la última lluvia y un piso de cemento agrietado y
desgastado.

Además, hombres.

Un montón de hombres.

Hombres Marcello.
Su padre, sus tíos y sus primos, Andino y John. También había muchos
rostros que reconoció alrededor del lugar, algunos reunidos en grupos y otros
apoyados contra las paredes. Hombres que habían ido y venido de su casa a lo
largo de los años. Capos, como su padre siempre los llamaba. Algunos otros eran
simplemente ejecutores que la habían cuidado, o a alguien más en su familia
cuando era necesario. Eso ni siquiera incluía las caras que no reconoció.

Catherine hizo un conteo rápido.

Treinta.

Treinta hombres.

Además, una sola mujer además de ella.

La madre de Catherine estaba al lado de su esposo, pero parecía


completamente desinteresada en la escena a su alrededor. Catrina jugaba con un
pequeño cuchillo de plata mientras Dante le decía algo que era demasiado bajo
para que nadie más lo escuchara. Su madre asintió, pero su expresión aburrida
nunca cambió.

Cross señaló con la cabeza hacia la pared este de la bodega y dijo:

—Ve a pararte allí y déjame hablar un poco. ¿Bueno?

A Catherine no le gustó del todo la idea, pero como no entendía por qué
estaba allí para empezar, hizo lo que él le dijo. Fue solo una vez que estuvo a un
lado, y no directamente en la línea de fuego, que comenzó la conversación entre
los hombres.

—¿Sentados o de pie? —preguntó Dante.

—Preferiría estar de pie —dijo Cross.

—Esto podría tomar un rato.

—Lo dudo, pero estoy bien de cualquier manera.

—Andino, ponte de pie con Cross —exigió Dante.

Andino suspiró, pero se apartó de la pared donde estaba junto a John e hizo
lo que le dijo el padre de Catherine. Estaba al lado de Cross, aunque los dos
hombres ni siquiera se miraron.

—Me gustaría saber qué sucedió, desde el principio, hasta el momento en


que entraste en la pista de aterrizaje —dijo Dante—, y con ustedes dos aquí,
planeo obtener la misma historia, sin espacios en blanco que necesiten ser
completados.
A Catherine le resultó interesante cómo todos los hombres de la bodega no
parecían tan molestos de que ella, o su madre, estuvieran viendo un encuentro
entre hombres hechos. Eso, y cómo todos se quedaron callados cuando su padre
habló.

No podía recordar ni una sola vez en que treinta hombres italianos


permanecieran callados al mismo tiempo y dejaran hablar a un solo hombre.

—Andino, empieza a hablar —dijo Dante.

—El negocio ya estaba hecho —dijo Andino—, las armas estaban casi a
babor. Nuestro chico fue detenido dos semanas antes por un cargo de tráfico de
drogas y no iba a salir. Tenía que llegar a tiempo o íbamos a perder el otro cuarto
de millón en el trato con Rhys.

Dante aspiró aire a través de los dientes, luciendo completamente


disgustado.

—Así que acudiste a Cross Donati.

—Es un traficante de armas.

—Claro, pero estoy bastante seguro de que te prohibí explícitamente a ti y


al resto de mis hombres trabajar con Cross, ¿no es así?

Catherine vio que Cross se ponía rígido, pero se quedó callado.

—Nuestro traficante de armas estaba fuera —respondió Andino con


cansancio—, y va a seguir estando fuera, considerando que todavía no está
libre. El treinta por ciento de nuestro negocio es el tráfico de armas. Cuanto más
tiempo permanezcan las armas entre los envíos, más dinero perdemos. A
raudales, en realidad. Este trato era enorme, y si lo perdíamos, perderíamos a
Rhys como cliente de todos modos. Así que no, realmente no me importaba que
tuvieras una opinión sobre con quién decidí manejar esas armas. Todo lo que me
importaba era que las armas se pusieran en movimiento después de que llegaran
al puerto y llegaran a tiempo.

—Andino.

—Cross es el mejor traficante de armas de este continente en este


momento. Pregúntale a Las Vegas. Pregúntale a Chicago. Trabajó con los mejores
y ahora es el único que maneja exclusivamente sus armas. Ha estado haciendo
esto durante casi diez años y hace entregas limpias cada vez.

—Excepto esta —murmuró Dante mientras su mirada se volvía hacia


Cross—. Era un gran negocio como para empezar jodiéndola, déjame decirte.
Aun así, Cross guardó silencio.

—Entonces, ¿qué ganabas exactamente aquí, Andino? —preguntó Dante


bruscamente—. Me costaste el trato. Definitivamente hemos perdido a Rhys como
cliente para el futuro, y me has hecho enojar gravemente. Entonces, ¿qué
ganaste?

Andino se encogió de hombros.

—Esos son detalles.

—¡Detalles importantes!

—No estás ayudando —le dijo Cross a Andino.

—Y tú —dijo Dante—, empieza a hablar, Cross.

—Todo está dicho, creo —respondió Cross.

—¿Qué pasó en ese barco?

La mirada de Cross se deslizó hacia Catherine, y luego rápidamente regresó


a Dante.

—Rhys envió a hombres que no eran habituales, ya que le he llevado armas


antes. Yo estaba bajo la cubierta con los que necesitaban transferir las armas del
yate que teníamos al de ellos, y mierda sucedió.

—¿Como qué?

—No es realmente…

—Uno de los tipos me encontró en una parte del barco donde se suponía
que no debía estar —intervino Catherine antes de que Cross pudiera negarse a
contarle a Dante lo sucedido—. Yo estaba fuera de vista, como Cross me dijo que
estuviera para estar a salvo, pero el tipo estaba donde no debería haber estado. Él
me atacó, así que lo maté.

La oscura mirada de Cross se posó en Catherine. A pesar de su


comportamiento tranquilo, ella pudo ver que todavía se sentía culpable por lo
sucedido. No fue culpa suya; tampoco de ella. Simplemente sucedió, había poca
o ninguna moral en la mayoría de los criminales, y no le sorprendió que surgiera
una situación como esa. Después de todo, había una razón por la que Cross
quería que ella permaneciera escondida fuera de vista.

Dante dejó escapar un fuerte suspiro.

—Supongo que los demás reaccionaron cuando encontraron a su hombre.


—No podía volver con las armas. Ya habíamos arreglado con los
funcionarios del puerto que registraran el barco al regresar, pero no al salir. Esas
armas no podían estar allí. El resto es historia. Tomé una decisión y la volvería a
tomar si significara el mismo resultado.

—Entiendo eso, Cross.

Su padre la miró, pero rápidamente volvió con los dos hombres.

—Sin embargo, esto también es un negocio, por lo que también tenemos que
resolver eso —terminó Dante en voz baja—. Tengo un hombre que parece no
entender que cuando pongo restricciones sobre con quién puede y con quién no
puede trabajar, debe seguirla. Y tengo un traficante de armas que ahora me debe
un cuarto de millón por una carrera que decidió fracasar. Sin mencionar arruinar
la conexión con un cliente que podría habernos hecho millones con el tiempo.

—Aunque fue por mí —dijo Catherine—, y por mi culpa.

Dante levantó una mano hacia su hija, y ella reconoció esa acción de cuando
él la hacía callar sin decir una palabra. Su atención se mantuvo en los dos
hombres a seis metros de él.

—Entiendo por qué, pero eso no niega lo sucedido.

—Por supuesto que no —coincidió Cross.

—Hablemos de negocios, entonces, y cómo planeas corregir lo que fue


hecho.

—No puedo corregirlo; lo hecho está hecho, Dante.

—Jefe o Don, Cross.

—No eres el mío —respondió Cross. Aunque, lo dijo con más respeto en su
tono de lo que Catherine lo había escuchado hablar con su padre.

—Ves —le dijo Dante a Andino—, por eso te dije que no trabajaras con él.

—Y por Catherine —respondió Andino—. No olvidemos esa información


también.

—Sí, bueno…

—Tienes al mejor traficante de armas de este país ahora mismo a tu


voluntad —intervino Andino secamente—, y quieres perder el tiempo
repitiéndome la misma vieja y cansada retórica que literalmente no significa nada.
Así que hice lo que me dijiste que no hiciera, ¿a quién mierda le importa? Puede
que no haya funcionado de una manera, pero veo una ganancia completamente
diferente en este momento en lo que a Cross se refiere. Átalo a nosotros; él es el
mejor, así que asegúrate de que solo trabaje para ti. ¿No lo ves? Esto no es malo.

—¿Disculpa, qué mierda? —preguntó Cross, mirando duramente a Andino.

El primo de Catherine ni siquiera se inmutó.

—Quieres que yo ocupe tu asiento cuando decidas que es hora de que lo


haga —dijo Andino, con indiferencia—. Entonces vas a tener que lidiar con la
forma en que trabajo por el puesto. Tendrás que lidiar con quién elijo trabajar.
Quiero lo mejor, así que asegúrate de que yo lo tenga a él.

La mirada de Dante se dirigió de nuevo a Cross y luego a Andino. Su padre


no parecía tener una respuesta adecuada para dar. Catherine no estaba del todo
segura de lo que acababa de suceder, excepto que de alguna manera, su primo
estaba manipulándolos de nuevo. No se había dado cuenta de lo bueno que era
Andino como manipulador.

Era horrible.

Sin embargo, su padre parecía… orgulloso.

—Cross, parece que tú decides —dijo Dante.

Cross frunció el ceño.

—Te pagaré el cuarto de millón. Simple.

—Sabes que es el punto del asunto, no otra cosa.

—No estoy ofreciendo nada…

—Inténtalo de nuevo —interrumpió Dante suavemente.

Catherine podía ver exactamente a dónde los llevaba todo esto, y Cross no
parecía feliz por eso. Aun así, dijo:

—Entonces traficaré tus armas.

—Exclusivamente.

—Si es lo que quieres.

—Indefinidamente.

Cross suspiró.

—Hasta que ya no pueda, seguro.

—Me gusta ese acuerdo —dijo Dante, sonriendo.


—Con condiciones —agregó Cross.

Dante arqueó una ceja.

—¿Cuáles serían esas?

—No te pago cuotas, no eres mi jefe.

—Si trabajas para mí, eso implicaría que soy tu jefe, Cross.

—Pero no lo serás. Estoy haciendo un trabajo para ti, por el cuál seré
compensado mientras no maneje armas en otro lugar. Eso es todo. Nada más.

Los labios de su padre se apretaron en una línea sombría.

—Eres un hombre muy difícil.

—Y aun así me ha hecho maravillas

—¿Tus otras condiciones?

—Solo una. —Cross cruzó los brazos sobre el pecho—. Catherine ya no


venderá para Andino.

Catherine se puso rígida contra la pared e intentó ignorar las muchas


miradas que se volvían hacia ella.

—Ya hablamos de eso —murmuró Andino a Cross.

—Y Catherine te dijo lo que quería.

—No estoy de acuerdo, Cross. Es mi decisión para tomar.

—No lo será después de hoy —respondió él con frialdad.

—Ya es suficiente —murmuró Dante, dando un par de pasos hacia


adelante—. ¿De qué me perdí aquí?

—Catherine me aporta mucho dinero —dijo Andino—. Como cualquier


otra cosa con este negocio, alguien no viene y se va cuando quiere. No puedo
evitar cómo funcionan estas cosas.

—Esa es mi condición, tómala o déjala —dijo Cross.

—¿Ella quiere seguir vendiendo? —preguntó Dante.

—No para Andino.

—¿Qué hay de mí?

La pregunta planteada en voz baja hizo que todos se volvieran hacia la


única otra mujer en la bodega.
Catrina.

Miró a Dante y luego a Catherine antes de volver a preguntar:

—¿Qué hay de mí? ¿Podría trabajar para mí si así ella quisiera?

Dante se aclaró la garganta.

—Regina, en otro momento, ¿tal vez?

Catrina levantó una mano.

—Ahora es tan bueno como siempre. Si ella quiere continuar, pero no con
él, ¿por qué no para mí, Dante? No siempre querré hacer lo que hago ahora. Tienes
la oportunidad de jubilarte, y yo también debería hacerlo eventualmente. Por qué
no ella, ¿mmm?

Cross miró a Catherine.

Ella solo asintió.

Toda su vida había sido un esfuerzo por no ser su madre. Sobre todo porque
eso era todo lo que todos habían asumido de Catherine. Que ella era la pequeña
reina de Catrina. Que ella era la hija de su madre. Había luchado contra eso,
incluso bajo su propio detrimento. La verdad era más sencilla.

Catherine sabía… se parecía mucho más a Catrina, con lo suficiente de su


padre para colorearla, de lo que nadie podría imaginar.

Su madre era autodidacta, creadora de su propio éxito y una maldita reina.

Catherine no era diferente.

—¿Y bien? —preguntó Dante—. ¿Qué hay de eso?

—Mientras no sea Andino —dijo Cross—, entonces el resto depende de


Catherine.

Dante sonrió.

—Creo que tenemos un trato, entonces.

l
—¿Por qué vas a ir a Chicago de nuevo? —preguntó Catherine desde el
borde de la cama.

Resistió el impulso de tirar a Cross a la cama con ella. Especialmente dado


lo malditamente bien que se veía con el traje que usaba. Cross trataba de salirse
con la suya vistiendo sus habituales jeans oscuros, camisetas y chaquetas de
cuero con mucha más frecuencia de lo que se molestaba en usar trajes, o incluso
un blazer. Ella disfrutaba bastante de verlo en un atuendo más elegante cuando
lo usaba.

Como ahora…

Cross metió la ropa en una pequeña bolsa de lona y luego deslizó los dedos
debajo de su barbilla para hacer que ella echara la cabeza hacia atrás. Una vez
que pareció estar complacido de cómo estaba ella, le dio un dulce beso en los
labios.

—Porque le debo explicaciones a la gente de allí, eso es todo. Negocios son


negocios, y es mejor terminar todo esto en buenos términos.

Catherine se pellizcó la manicura.

—¿Vas a extrañar trabajar para ellos?

—¿Chicago y Las Vegas? —Cross se encogió de hombros—. Mientras pueda


traficar armas de vez en cuando, realmente no me importa una mierda lo que
haga en entremedio o para quién lo haga. Armas son armas, Catty. No me
importa el hombre que suministre o compre. Solo quiero ser el hombre que haga
el negocio porque soy bueno en eso y me gusta.

—Preguntaba porque has trabajado para ellos durante mucho tiempo.

—Quiero decir, no espero que estén realmente contentos con lo que estoy
haciendo y con lo que tengo que decir, pero no hay mucho que puedan hacer. Es
como le dije a tu padre. Nadie es mi jefe. Solo estoy ahí para hacer un trabajo. Con
Chicago, voy y vengo cuando me plazca. Cuando digo que he terminado, he
terminado.

—Excepto que ayer accediste a traficar armas indefinidamente para la


familia de mi padre. Eso significa que no puedes simplemente levantarte y decir
que no lo harás más, Cross.

No parecía que le importara especialmente.

—Es lo que es.

—Hablando de jefes…
Cross la miró.

—¿Qué pasa con eso?

—¿Por qué no llamas a mi padre por ese título?

—Bueno... por un par de razones.

—¿Es una de ellas porque no lo respetas?

Cross soltó una carcajada.

—Ni de cerca. Respeto a cualquier hombre con este estilo de vida que se las
ha arreglado para ponerse en la posición en la que se encuentra tu padre. Sin
mencionar mantenerse con vida tanto tiempo mientras él ha estado sentado allí.

—¿Entonces por qué?

—Porque tengo un jefe, mi padre. Calisto es el único hombre al que le he


dado ese título, y de buena gana. Porque mi padre ha sido lo suficientemente
respetuoso conmigo y nunca me ha visto como inferior a él. Me ve como un
igual. Espera que me siente algún día donde él lo hace. Siento que usar ese título
con otro hombre es una falta de respeto a mi padre. No me importa seguir las
órdenes de otros hombres de rango superior. Hago lo que hay que hacer como
hombre hecho, pero solo tengo un jefe. Por ahora, ese es Calisto. Cuando él
termine, entonces seré yo. ¿Está bien?

Catherine asintió.

—Está bien.

Catherine estiró la mano para tirar del cuello de su camisa y tiró de él para
darle un beso más largo del que él le había dado. Él sonrió contra su boca,
malvado y pecaminoso.

—¿Cuánto tiempo crees que estarás fuera?

—Un par de días como máximo. Tengo un apartamento ahí del que quiero
sacar algo de mierda y algunas otras cosas que terminar. Sin cabos sueltos,
¿verdad?

—Verdad.

Él volvió a besar su boca, pero su lengua jugueteó con la comisura de sus


labios.

—Ábrete para mí.

Catherine sonrió y se apartó.


—Nop, sé a qué hora es tu vuelo. Vas a llegar tarde.

Cross frunció el ceño.

—Provocadora.

—Te da algo por lo que regresar, ¿no?

Él consideró eso.

—Es cierto —murmuró él—. Así que oye, otra cosa.

—¿Qué es?

—Dante y yo hablamos…

—¿Educadamente?

Cross puso los ojos en blanco y tiró juguetonamente de un mechón de su


cabello.

—Silencio, Catty.

—Bien, pero a veces lo haces fácil. Como un objetivo inmóvil.

—Silencio. —Él la miró antes de continuar con—: Hablamos, y solo para


estar seguro, vas a notar que tu ejecutor estará un poco más cerca de lo normal
durante el próximo tiempo.

Catherine frunció el ceño.

—¿Por qué?

Claro, siempre tenía un ejecutor siguiéndola si estaba sola. No cuando


estaba con Cross, o con un hombre de su familia, pero definitivamente cuando
estaba sola. Nunca se acercaba lo suficiente para hacer una escena o ser una
distracción para ella.

—Hemos tratado de ponernos en contacto con Rhys sobre la mierda que


pasó.

—El tipo que quería las armas en primer lugar, ¿verdad?

Cross asintió.

—Sí, y él no responde de ninguna forma. Solo para estar seguros, tu ejecutor


se mantendrá más cerca hasta que lo tengamos todo resuelto. No es más que una
precaución, pero quería que supieras el por qué podrías notarlo.

Catherine frunció el ceño.


—Más problemas, ¿eh?

—Hiciste lo que hiciste, y yo también. El resto son detalles, y esos no


importan.

—A veces lo hacen —susurró ella.

Cross se inclinó y le dio un último y duro beso a los labios de Catherine.

—Los detalles no importan mientras sigamos respirando, nena.

—Mmhmm. A veces importan.

—El único detalle del que quiero que te preocupes ahora es de lo que
quieres para Navidad.

Catherine ni siquiera tuvo que pensar en eso.

—A ti. Te quiero a ti.

l
Catherine estacionó el Lexus en el camino de entrada de sus padres
mientras verificaba el identificador de llamadas en el celular que sonaba, antes
de contestar la llamada.

—Cross, hola.

—Hola, nena. ¿Estás ocupada?

—No, estoy en casa de mis padres. Ma quería que pasara por aquí.

Cross silbó entre dientes.

—La regina ha exigido tu presencia, Catty. Cuidado.

Catherine se rio.

—Sigue siendo mi mamá.

—Mmhmm.

—¿Qué?

—No sé, supongo que solo escuchas cosas en este negocio.

—¿Como qué?
—Sabes que tu mamá es una especie de jefa perra, ¿verdad?

Catherine deseó que Cross estuviera lo suficientemente cerca para


golpearlo.

—No llames perra a mi mamá.

—No, mierda… está bien, algunas mujeres son como mi madre. Dulces,
amas de casa, nunca pestañean ante jodidamente nada. Y luego están las mujeres
como tu madre, Catherine. Una mujer que triunfó en un mundo de hombres y no
deja que nadie lo olvide porque probablemente sea diez veces más peligrosa que
cualquiera de ellos en un mal día.

—Punto tomado —dijo Catherine en voz baja—. Sin embargo, ella sigue
siendo solo mi mamá.

—Para la que has aceptado trabajar.

—Sí.

—¿Aún no te arrepientes de eso?

Catherine suspiró.

—Ni siquiera he empezado a trabajar para ella. No puedo arrepentirme de


algo que no he intentado.

—Definitivamente no va a ser como fue con Andino. En cierto modo, te


permitió tener el control de tu negocio; cuándo y dónde lo suministrabas, a quién
y cualquier otra cosa. Creo que Catrina tiene una configuración un poco
diferente, eso es todo.

—Supongo que tengo que averiguarlo, ¿eh?

—Supongo que sí —murmuró Cross—. Independientemente, si sigues así,


o decides dejarlo, no me importa cuál sea. Lo sabes, ¿cierto?

—Sí, lo sé, Cross.

—Lo que quieras; eso es lo importante.

Ella lo amaba por eso.

Lo amaba por mucho, pero especialmente por eso.

—¿Cómo estuvo tu vuelo ayer? —preguntó ella.


—Lleno. Sin embargo, me encargué de mi mierda en el apartamento, y hoy
tengo una reunión con el jefe del Outfit. Debería estar de regreso mañana si todo
va bien.

—Lo hará.

Lo dijo más para ella misma para por él.

—Te dejaré ir. Nunca hagas esperar a una reina, Catty.

—Deja de intentar psicosearme, Cross.

Él tarareó en voz baja, diciendo:

—Te amo, nena.

—Te amo.

Catherine colgó el teléfono y miró la gran casa de sus padres. Cross no se


dio cuenta, y ella no había ofrecido libremente la información, pero estaba
nerviosa por tener siquiera una conversación con su madre sobre trabajar
juntas. O mejor dicho, trabajar para Catrina.

La mayor parte de su vida la había pasado con su madre ocultando a


Catherine todo lo que podía de su negocio. Catrina rara vez respondía preguntas
sobre lo que hacía o cómo funcionaba todo. No les hablaba a sus hijos de ser una
Queen Pin. La continua curiosidad de Catherine solo hizo que su madre cerrara
aún más el tema.

Como si le preocupara que Catherine pudiera seguir esos pasos.

Ahora, aquí estaban.

Haciendo exactamente eso.

Es curioso cómo funcionaba la vida.

Antes de que pudiera pensarlo mucho más, Catherine salió de su auto y se


dirigió a la casa. Encontró a su madre donde Catrina dijo que estaría: trabajando
en la oficina de arriba. Catrina apenas levantó la mirada de las carpetas que
estaba hojeando cuando Catherine se sentó en una de las dos sillas de cuero con
respaldo alto frente al escritorio.

—Sabes —dijo Catrina—, cuando eras una adolescente, sabía que te gustaba
husmear en nuestra oficina solo para ver qué podías encontrar.

—¿En serio? —preguntó Catherine.

Catrina levantó la mirada y su diversión fue clara.


—Las cosas no suelen moverse solas, Catty.

—Me parece justo. Quiero decir, tampoco traté de ocultarlo.

—No, tu interés por este negocio siempre fue bastante obvio.

—No por el negocio —dijo Catherine rápidamente—. Por ti, Ma.

Catrina se quedó muy quieta.

—¿Perdón?

—El negocio era solo una parte muy pequeña. Lo que más me interesaba
eras tú. Las cosas que hacías y por qué. Cómo las hacías y por qué decidiste
hacerlas. Me preguntaba de dónde venías y cómo llegaste a dónde estás porque
esas eran cosas que no compartías. Estas partes de ti: la reina, tu negocio y todo
lo demás, estaban bien encerradas. Cuanto más preguntaba, más te hacías la que
no escuchaba. Quería saber quién era ella porque todavía era mi madre.

—Solo quería ser tu madre y nada más —admitió Catrina—. Se suponía que
nunca sería madre, Catherine. No es que no pueda serlo, sino porque las mujeres
como yo normalmente eligen un camino de vida diferente, y los hijos casi nunca
son parte de la ecuación.

—Lo entiendo.

—Cuando tuve la oportunidad de tomar ese camino y seguir siendo Reina,


decidí hacerlo de una manera que los mantuviera separados tanto como fuera
posible. O lo intenté.

—Pero siempre eres ella, Ma.

Catrina sonrió.

—Siempre.

—Y ahora aquí estamos —dijo Catherine en voz baja.

—Es como una especie de círculo, ¿no?

—Siempre que todo salga bien.

Catrina se rio levemente.

—No tengo ninguna duda de que así será. Eres mi hija, después de
todo. Realmente no esperaba nada diferente, incluso si trataba de convencerme
de lo contrario. Tu padre solía decirme todo el tiempo que eras como yo: “Ella es
como tú en todos los aspectos, Cat”. Le gustaba señalarlo solo para meterse con
un miedo mío, creo. Uno de los pocos que tenía.
—¿Y qué miedo era ese?

—Supongo que serías como yo, lo cual me aterrorizaba hasta la muerte y él


lo sabía. Simplemente no sabía por qué. No podría protegerte de las partes más
oscuras de ser esta persona. Claro, somos hermosas por fuera. Es bonito vernos
trabajar, ¿no? Aun así, somos objetivos y, a veces, no podemos evitar que nos
alcancen.

Catherine frunció el ceño.

—Nunca lo había pensado de esa manera.

—Lamento no haberte complacido más, o permitirte entrar en esa parte de


mi mundo, aunque solo sea porque puedo haberte ahorrado la angustia de ser
herida.

—Estoy bien ahora, Ma.

Catrina asintió.

—Ahora, sí, pero una vez no lo estuviste.

—El ahora es lo que importa.

—El ahora es definitivamente lo que importa —repitió su madre con una


leve sonrisa—. ¿Qué planeas hacer con el resto de tu vida?

La mirada de Catherine se amplió.

—Uh…

—Esa no es una respuesta. Universidad, ¿qué pasa con eso? Deberías


graduarte este año, pero sabemos que será al menos uno más. ¿Dónde está tu
enfoque, la escuela o suministrar? ¿O ambos?

—Eran ambos —dijo Catherine.

—Excepto que en realidad no lo está porque claramente te enfocas en uno


mucho más que en el otro. El mayor problema es que creo que tú y yo sabemos
cuál disfrutas más y en cuál sobresales.

Sí, Catherine también lo hacía.

Lo supo cuando tenía dieciséis años y vendió por primera vez. Simplemente
había hecho lo mismo que su madre al intentar ser dos personas, solo para darse
cuenta de que lo estaba haciendo para los demás y no para ella misma.
—Y no hay nada de malo en ser buena en esto y querer hacer algo de ello
—agregó Catrina en voz baja—, pero da todo de ti a una cosa, Catherine, y
tendrás éxito. Intenta hacer demasiadas cosas a la vez y…

—Fallaré —intervino Catherine.

Catrina se inclinó hacia delante y entrelazó los dedos.

—Controlo a treinta mujeres en Estados Unidos. Las he entrenado, les


proporciono y solo responden a mí. Me gustaría que fueras una de ellas.

—¿Eso es todo?

—Por ahora. Tienes mucho que aprender, y yo soy la única persona que es
capaz de enseñártelo de una manera que resuene y se quede, reginella.

—Todos me van a llamar así, ¿no?

Catrina sonrió.

—Cuenta con eso. ¿Estás interesada?

Catherine ni siquiera tuvo que pensar en eso.

—Bastante.
Capítulo 19
—Grazie7 por recibirme hoy —dijo Cross.

—Por supuesto, Cross. —Tommas Rossi apenas levantó la vista de la tarea


que estaba examinando sobre la mesa. El hombre tenía un hijo y dos hijas.
Tommaso, su hijo, era el único que no asistía a la escuela, estaba bien metido en
el negocio familiar y estaba casado con la hermana de Cross—. Esto se ve bien,
Rebeka. Ahora, ve a buscar a tu madre y dile que llegaré unos minutos tarde a la
cena, por favor.

La adolescente se pavoneó frente a su padre.

—Sí, papi.

Una vez que estuvo fuera de vista, Tommas se giró y agitó una mano para
exigir silenciosamente que Cross lo siguiera. La vieja mansión de los Trentini,
aunque Cross sabía que el jefe de Outfit solo permitía que la gente siguiera
llamándola así por su esposa, una Trentini nacida, era un monstruo de dos alas
y tres niveles. Una persona podría perderse en su interior. Cross solo había estado
ahí unas cuantas veces, ya que normalmente sus negocios se hacían mejor en los
almacenes cuando estaba en Chicago.

Tommas, sin embargo, navegó por la gran mansión como si pudiera hacerlo
con los ojos cerrados. No pasó mucho tiempo antes de que Cross se encontrara
sentado en una gran biblioteca privada, mientras Tommas se servía una copa de
brandy.

—¿Bebida? —preguntó Tommas, inclinando el vaso en dirección a Cross.

—Hoy no, pero gracias.

Buscó en su teléfono, tratando de verificar si había algún vuelo que tuviera


asientos libres por alguna cancelación. Había estado comprobando todo el

7 Grazie: gracias en italiano.


maldito día, y, aun así, nada. Tenía razón cuando le dijo a Catherine que no
volvería hasta mañana, al parecer.

Cross se metió el teléfono en el bolsillo cuando Tommas se sentó frente a él


en la biblioteca.

—No esperaba que regresaras hasta al menos el próximo mes —dijo


Tommas—. Es la fecha del próximo viaje, ¿no?

—Hasta donde sé, sí.

—¿Por qué la visita, entonces?

—Algo surgió hace unos meses —dijo Cross, decidiendo entrar en el meollo
del asunto—. En realidad, le debía un favor a un Marcello.

El rostro de Tommas se puso en blanco.

—A esa familia le gusta coleccionar.

Cross asintió.

—Me pidieron que llevara un barco de armas a lo largo de Cancún hasta


entregarlas en el Golfo. Los detalles de lo que sucedió no son importantes, pero
terminé arruinando el viaje y tirando las armas.

—¿El valor?

—El viaje fue un total de medio millón. La mitad ya estaba pagada. Dejé
caer toda la carga, están abajo con ese otro cuarto de millón.

Tommas silbó bajo.

—Te habría cortado los dedos por eso, Cross.

Él rio en voz baja.

—Estoy seguro de que ellos también lo consideraron.

—Sin embargo, tus manos están bastante bien.

—Supongo que las necesitan para que siga manejando sus armas de forma
exclusiva.

Tommas se puso rígido.

Cross se aclaró la garganta y agregó:

—Mira, ese fue el trato que hice con mi elección. Estuve de acuerdo. Quería
avisarte para que entiendas por qué me retiraré de Chicago.
—Estoy bastante seguro de que Theo dejó muy claro que no ibas a ofrecer
tu habilidad a ninguna familia que no fuera la nuestra.

—No estaba ganando dinero con este viaje, fue para devolver un favor.

—Te estás perdiendo el punto.

—No lo estoy, pero soy un hombre de palabra. Hice lo que tenía que hacer,
Tommas.

El jefe mayor se pasó una mano por la mandíbula.

—¿Entiendes que esto se siente como... una traición, para mí?

Cross levantó un solo hombro.

—Estoy seguro de que lo haría.

—Esperaba que contigo trabajando para nuestro lado, y Tommaso


casándose con Camilla, no tendríamos problemas entre nuestras familias. Nueva
York siempre parece encontrar una manera de cagarla apropiadamente.

Cross no sabía muy bien qué decir, por lo que decidió no decir nada en
absoluto.

»¿Y qué debería hacer ahora por la situación de las armas? —preguntó
Tommas con una agudeza que afinaba su tono—. De mi lado de las cosas aquí.
¿Qué debo hacer?

—Creo que finalmente podrías permitirle a Tommaso la oportunidad de


manejar armas como ha estado tratando de hacer durante años —ofreció Cross.

La frente de Tommas se hundió en ira.

—¿Disculpa?

—Tu hijo, quiere manejar armas. Es bueno en eso. Lo mantienes muy


ocupado para distraerlo en su posición actual. Entiendo por qué. Quieres que se
concentre en ser un subjefe adecuado para el Outfit. Tal vez debas dejar de hacer
eso y dejarlo descubrir lo que puede o no puede manejar. Tienes un gran
traficante de armas aquí mismo en Chicago, y apuesto a que él nunca te haría lo
que yo he hecho.

—Creo que esta reunión ha terminado —dijo Tommas con brusquedad.

Bien por Cross.

—De nuevo, gracias por recibirme —murmuró mientras se levantaba.


Tommas frunció el ceño.

—Recuerda, Cross, que no querré verte poner un pie en Chicago durante


un largo tiempo.

—Entendido.

Así era como funcionaban estas cosas.

Desafortunadamente.

l
Cross arrojó las llaves del auto de alquiler sobre la mesa de café y cayó de
espaldas en el sofá de un solo golpe. Su pequeño apartamento de Melrose no era
nada particularmente agradable de ver. No se había molestado en decorarlo a lo
largo de los años, pero había funcionado cuando necesitaba un lugar para
dormir. Usó su brazo para cubrirse los ojos y consideró llamar a Catherine, solo
para cerrar los ojos un segundo y quedarse dormido al siguiente.

No sabía cuánto tiempo había estado durmiendo antes de que su teléfono


comenzara a sonar. Casi ignoró la maldita cosa, pero inconscientemente la buscó
por costumbre. Antes de saber lo que sucedía, se puso el teléfono en la oreja y
murmuró:

—Sí, ¿qué?

—¿Cross?

La voz de pánico de Catherine lo hizo volar hasta sentarse en el sofá.

—¿Catty?

—Algo está mal —susurró Catherine.

Cross ya se estaba de pie y tomando las llaves de la mesa.

—¿Qué está mal, nena?

—No creo tener mucho tiempo.

—Catherine, necesito que me hables.

Él salió del apartamento y corrió por el pasillo antes incluso de terminar su


oración.
Catherine dejó escapar un suspiro tembloroso que crujió sobre la línea.

—Entré en el estacionamiento subterráneo del pent-house cuando llegué a


casa, como siempre, pero mi ejecutor no me siguió.

—Cath...

—Tres autos negros, nueve hombres, y no reconozco a ninguno de ellos.

Lo que siguió a su declaración hizo que Cross cayera de rodillas.

Cristales rompiéndose.

Gritos penetrantes.

Gruñidos.

Los gritos de Catherine resonaron mucho más fuerte que cualquiera de los
otros ruidos, pero él también escuchó las amenazas de los hombres de los que
ella le habló.

No pelees, y cálmate, chica.

Los sonidos de repente se volvieron más silenciosos cuando se escucharon


golpes a través del altavoz del teléfono. Amortiguado, incluso. Entonces, el aire
silbó por el altavoz.

—Hazle saber a Dante Marcello que le debe armas a Rhys Crain. No dinero,
armas. Esperamos tenerlas antes de que termine la semana, o recibirá a su hija de
nuevo en pedazos.

La llamada se cortó.

También el corazón de Cross.

l
Cross apenas registró los numerosos vehículos estacionados en el camino
de entrada de los Marcello. Simplemente aparcó el auto de alquiler detrás del
Hummer rojo de alguien y dejó el motor en marcha al salir del vehículo. Dentro
de la casa Marcello, encontró a todos reunidos entre el comedor y la cocina.

Incluso personas que no esperaba que estuvieran allí.

Su padre.
Wolf.

Zeke.

Gente de él.

Sin embargo, había más de la familia de Catherine por mucho. Por mucho.

—¿Qué mierda te tomó demasiado tiempo? —espetó Dante desde el otro


lado de la habitación.

Cross miró a Dante, y encontró caos devolviéndole la mirada. Seguro, Dante


era bueno en esconderlo, como muchos hombres, pero aún estaba allí. Cross
pensó que podría probablemente verlo escondido en el hombre mejor que en
cualquier otro, porque entendía el dolor de Dante.

Ellos amaban a Catherine de diferente manera, pero aun así la amaban.

Eso era lo mismo.

—En estos momentos estuviera abordando un vuelo fuera de Chicago si


hubiera esperado —dijo Cros—. Decidí manejar.

Calisto miró fijamente a su hijo.

—¿Toda la noche?

Cross se encogió de hombros.

Él no había dormido.

No lo haría hasta que tuviera a Catherine.

Zeke, siempre su mejor amigo sin importar la situación, dio un paso a su


lado. Su mano aterrizó fuerte en el hombro de Cross, y le dio un asentimiento.
Fue suficiente. No ayudó, pero resonó. Eso también estaba bien.

—¿Estás bien? —preguntó Zeke.

—No —admitió Cross.

—Resolveremos esta mierda, hombre.

El jefe Marcello se acercó y presionó un botón en un teléfono. Al instante,


un mensaje empezó a sonar. Nadie más parecía sorprendido con lo que estaba
siendo dicho en el mensaje, y Cross sospechó que ya lo habían escuchado una
docena de veces.

—Dante, han pasado unos años desde que nos enfrentamos cara a cara,
¿verdad? —Resonó la voz de Rhys Crain a través del altavoz en la habitación
silenciosa—. Siempre que el negocio sea bueno entre nosotros, nunca hemos
necesitado encontrarnos, supongo. La naturaleza de la bestia, mi hombre.

Un sonido de arrastre lo siguió, y luego una risa hueca.

—Tu hija, es una cosa bastante hermosa —murmuró Rhys—. Me dijeron


que se parece bastante a su madre. Catrina, creo que es el nombre de tu esposa.
Una pequeña y cruel Queen Pin. Qué tierno.

La mirada de Cross encontró a la mujer en cuestión de pie al otro lado de la


isla de la cocina. Había estado sorbiendo una copa de vino. Con la mención de su
nombre, la madre de Catherine se tensó, y sus nudillos se volvieron blancos
alrededor de la copa.

La voz de Rhys trajo a Cross de regreso al mensaje.

—Escucha, Marcello, tu hija realmente no tiene nada que necesite o quiera.


Podría ciertamente usarla para algo, pero es un poco demasiado italiana para mi
gusto. Lo que quiero son las armas que me prometieron. Verás, esas armas tienen
un lugar en donde estar, y manos en las que estar. Van a hacerme ganar mucho
dinero cuando estén en el piso siendo usadas. Hice algo de investigación y parece
que el hombre que usaste para correr las armas también tiene ataduras con tu
hija. Cross, me dijeron. Imagínate, el traficante que usan para entregarme mis
armas. ¿Cuáles eran las posibilidades? Necesitaba hacer un buen jodido punto
aquí, ¿no es así? Dame mis armas.

Rhys espetó la fecha y añadió:

»Sabes dónde por lo general puedes encontrarme, Dante. Asegúrate que


mis armas sean entregadas.

Entonces, la llamada se cortó. Todos en la habitación se mantuvieron en


silencio, esperando que alguien más hablara. Cross no planeó ser el primero en
hacerlo. Hasta el momento, no tenía nada que decir.

Los flameantes ojos verdes de Dante se centraron en Cross.

—¿Adivina qué no tengo a la mano en este momento?

Cross arrastró una mano a través de su cabello.

—¿Las armas que él quiere?

—Oh, tengo un montón de jodidas armas almacenadas por toda la ciudad,


pero no del tipo que tu botaste. Tengo esas armas de asalto para el próximo mes
en almacén, pero eso no es cuando él las quiere.
Sí, eso era malo.

—Qué terrible manera de pasar las festividades de Navidad —murmuró el


abuelo de Catherine.

Todos se giraron para mirar hacia el hombre.

Incluyendo Cross.

Era la primera vez que se daba cuenta de lo cerca que en realidad estaba
Navidad. Así no era como quería pasarla este año. No cuando tenía finalmente a
Catherine de regreso. Excepto que… ella no estaba de regreso ahora.

—¿Quién es este hombre? —preguntó Calisto, trayendo la atención de todos


a la conversación en mano.

Dante suspiró pesadamente.

—Nadie.

—Alguien, claramente.

—Un asociado —replicó Dante—. Todos los tenemos, ¿no es así?

Calisto aún no lucía como que le creyera.

Lucian, el subjefe de los Marcello, habló.

—Por lo que sabemos, Rhys Crain es esencialmente un proveedor de armas


para países en guerra. Provee a cualquiera, desde terroristas hasta guerrillas.
También le gusta antagonizar problemas en esas áreas. Como es de esperarse, él
tiene algún tipo de ganancia en los países a los que provee. Inversiones en
gobiernos corruptos, o cualquier poder mantiene los disturbios a un nivel
peligroso. Es bastante rico, y muy peligroso.

—Nosotros también —dijo Catrina en voz baja.

—¿Disculpa? —preguntó Lucian.

—Dije, nosotros también.

—Él quiere algunas armas —murmuró Wolf, mirando entre los miembros
de la familia Marcello—. Entonces vamos a conseguirle sus jodidas armas.

Dante soltó una risa amarga.

—¿No escuchaste lo que dije? No tengo las jodidas armas que él quiere. No
puedo conseguirlas en el tiempo que las quiere. Estamos…
—Yo puedo conseguir esas armas —interrumpió Cross—, o al menos la
mitad de la cantidad que quiere. Quiero decir, es algo. Podemos lidiar con lo que
sea que venga después, siempre y cuando tengamos las AK y las AR para que las
mire. Jodidamente desmanteladas, así no sabrá la maldita diferencia acerca de
cuántas hay.

—¿Y después? —preguntó Dante bruscamente—. ¿Cuando se dé cuenta de


que le jodimos cargamento esta vez?

Giovanni, el consigliere de los Marcello, se aclaró la garganta. Todos los ojos


se movieron hacia él.

—¿Y si nos aseguramos de que nunca tenga la oportunidad de saber que lo


jodimos? Permanentemente.

Dante frotó una mano sobre la boca.

—Dime cómo vamos a hacer eso, Gio.

—Dame algo de tiempo para resolverlo y lo haré

—Todos podemos trabajar en eso —dijo Calisto, mirando a su hijo—,


siempre y cuando tengas algunas armas para llevarle mientras tanto, ¿correcto?

Cross asintió.

Dante negó con la cabeza.

—Ni siquiera lo pienses. No vas a ser el que lleve las armas esta vez, Cross.
Tú jodiste esto una vez, y ahora estamos aquí. No tenemos la opción de que la
jodas de nuevo.

—Sabes por qué lo hice, Dante.

—El hecho permanece…

—Eres un jodido idiota si piensas que solo me voy a sentar y esperar que
traigas a Catherine de regreso en una pieza —dijo Cross calmadamente—. Nunca
había sabido que fueras un hombre estúpido, Dante.

Dante lo fulminó con la mirada.

Cross se mantuvo firme.

—Ella es mi hija —dijo Dante finalmente.

Cross asintió.
—Lo sé, pero ella es mi corazón. Obtendré las jodidas armas, las llevaré. Tú
solo dime dónde, y asegúrate de que ese hombre nunca venga a nosotros una vez
que todo haya sido dicho y hecho.

—Yo…

—Podemos hacer eso —interrumpió Catrina a su esposo.

Una mirada pasó entre Dante y Catrina.

Luego, el jefe Marcello se giró hacia él.

—Veinticuatro horas. Lleva esas armas al puerto.

Cross ya estaba saliendo de la habitación antes de que Dante finalizara su


orden. Necesitaba mover su trasero porque el reloj había empezado a contar, y el
tiempo ya estaba corriendo. Sus uñas se enterraron en las palmas de sus manos
mientras las voces detrás de él disminuían a medida que se acercaba al frente de
la mansión de los Marcello.

Una persona lo había seguido.

Zeke.

Su amigo gritó detrás de él, pero Cross estaba demasiado ocupado


corriendo escenarios de mierda a través de su cabeza. Ni siquiera escuchó a Zeke
detrás suyo hasta que su amigo lo empujó de espaldas hacia la pared.

Zeke agarró la cara de Cross, y lo forzó a mirarlo.

—Relájate, ¿sí? Ni siquiera estás escuchando, Cross. No funcionas bien


cuando estás siendo estúpido.

Estaba tan entumecido.

Tan frío.

Tan enojado.

—Como que ahora mismo no puedo. —Cross se las arregló para decir.

Los dedos de su amigo se enterraron en su piel.

—Todo va a estar bien.

—No sabes eso.

—Oye, vamos a hacer lo que tengamos que hacer, y traficaremos unas


malditas armas. De todas formas, eso es lo que haces, ¿verdad? Esta vez,
consigues un lindo obsequio cuando termines. Resuélvelo. Voy a hacer cualquier
mierda que necesites que haga mientras tanto; te cubro la espalda. Tú solo hazlo.

Sí...

Cross podía hacer eso.

Tal vez.

—Tengo que regresar a Chicago —dijo Cross—. Solo que me dijeron que no
pusiera un pie en esa ciudad de nuevo, en un largo tiempo.

El ceño de Zeke se frunció.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Cagué en ellos.

—Mierda.

No importaba.

—Chicago tiene armas, y sé cómo conseguirlas. Es allí donde necesitamos


ir.

Zeke hizo una mueca.

—Intentemos no ser asesinados antes de recuperar a Catherine, ¿de


acuerdo?

—Necesito esas armas. Voy a conseguir esas malditas armas.

l
—Santa mierda —murmuró Zeke mientras sus ojos se ampliaban—. ¿Estás
seguro de que hay suficientes armas en estos contenedores?

Cross se encogió de hombros, contemplando la parte trasera del camión y


los tres contenedores llenos con rifles de asalto desarmados.

—Probablemente no, pero solo necesitamos entregar armas y salir de allí


como el demonio, ¿de acuerdo? Se suponía que esta fuera una entrega para el
siguiente mes. La llevaríamos cerca de la frontera de México y luego
empacaríamos algunas en aviones. Algunas también estaban dirigiéndose a los
túneles ocultos bajo la frontera, para viajar. Esto es dos por uno. Estarían
esperando en el otro lado antes de que salgamos con ello.

—¿A dónde van desde el avión?

—No lo sé. Mi trabajo era conseguir meterlas en el avión. Solo me enfoco en


lo que me dijeron que haga, nada más.

—De acuerdo, entonces, ¿ahora qué?

Cross juntó sus manos.

—Ahora, sacamos este camión de aquí y lo ponemos en marcha. No


tenemos una mierda de tiempo, así que intentemos hacer que no nos detengan
por exceso de velocidad.

—Porque eso sería malo —murmuró Zeke.

—Realmente malo.

Para todos.

—¿Cómo vas a explicar esto en Chicago, hombre?

Cross realmente no había pensado en eso. Él simplemente sabía dónde el


Outfit ocultaba sus armas, cómo meterse en el almacén y varios detalles más
sobre esta entrega en particular que lo beneficiaría.

—Creo que podría dejar que Dante maneje eso —admitió Cross.

—Una guerra entre Nueva York y Chicago. Eso suena divertido.

—No nos adelantemos.

Excepto que... sabía que era condenadamente posible.

Catherine lo valía.

—De acuerdo, solo estamos perdiendo tiempo —dijo Cross.

Cuanto más tiempo se quedaban allí, más oportunidades tenían de ser


atrapados por alguien del Outfit. No estuvo del todo sorprendido al descubrir
que el almacén no estaba siendo vigilado, pero eso solo fue porque Theo DeLuca,
el hombre que traficaba armas para la organización, tenía sus reglas.

Una era mantener la ubicación de las armas tan en secreto como fuera
posible. Solo un puñado de personas apenas sabían lo que pasaba con las armas
durante las entregas, y dónde podrían ser retenidas hasta que comenzaran a
moverse de nuevo. Las armas no necesitaban un cuidador constante, no si nadie
sabía dónde estaban para robarlas. Por otro lado, Cross siempre lo sabía, porque
Theo confiaba en él.

Le envió una disculpa silenciosa al hombre. Así era la vida. Tenía que hacer
lo que tenía que hacer.

Cross volteó y saltó fuera de la parte trasera del camión, aterrizando en el


piso de cemento casi sin hacer ruido. Zeke lo siguió rápidamente. Cross señaló
hacia el otro lado del almacén, a una pequeña oficina que estaba bloqueada por
varias cajas de cartón.

—Allí es dónde están las llaves para el camión. En el escritorio, lado


izquierdo, cajón superior.

—Quiero decir, al menos sabemos que el Outfit no va a reportar esta maldita


cosa como desaparecida dentro de una hora o algo así —dijo Zeke para sí mismo,
mientras se dirigía a la oficina—. Probablemente ya esté caliente como el infierno.

Cross no negó las suposiciones de su amigo.

Zeke tenía razón.

Mientras Zeke buscaba las llaves, Cross se dirigió a la parte trasera del
almacén, para desbloquear y abrir las puertas de la plataforma. Jaló de las
cadenas para levantar las pesadas puertas, y se congeló en su sitio.

Tommaso Rossi estaba de pie al otro lado, con sus brazos cruzados sobre su
pecho y su mortal mirada llena de acusación.

—Cross.

Mierda.

—Tommaso.

—Camilla manda saludos —dijo su cuñado.

Cross rascó el lado inferior de su mentón.

—Quería venir y cenar el otro día, pero pasaron algunas mierdas.

—¿Mierdas como que mi padre te dijera que sacaras tu culo de esta ciudad?

—Algo así.

—Aun así, aquí estás —dijo Tommaso.

—Tom, déjame ex...


—No creo que necesites hacerlo. Para mí, luce como si estuvieras a punto
de robar nuestras armas.

Cross inclinó su cabeza a un lado.

—Bueno, ¿sí?

Después de todo, se suponía que la verdad liberara al hombre.

Tommaso no lucía impresionado.

—Theo tiene a un tipo que viene a vigilar el almacén una o dos veces por la
noche, pero el tipo me pidió que lo hiciera por él esta noche, ya que tenía una
cosa que arreglar. No creí que te encontraría aquí.

—No tenía opción.

—Lo dudo. —Tommaso dejó salir un fuerte suspiro—. ¿Qué, no fue


suficiente para ti cagarnos con el tráfico de armas? Pensaste, ¿por qué no
escabullirme y robar sus mierdas también? Jesús, no creí que fueras de este tipo,
Cross.

—Sabes que no lo soy, hombre.

Tommaso tenía que saber eso de Cross, si no más. Los dos hombres jóvenes
habían trabajado juntos desde antes que Tommaso consiguiera su maldita
licencia de conducir. Fue Cross quien defendió a Tommaso con Camilla, cuando
su hermana dudó al sentar cabeza o al huir aterrada de sus sentimientos. Se
conocían desde hace una década.

Tom era una de las pocas personas que Cross consideraba un amigo. No
tenía muchos. Eran más problemas de los que valían la pena.

—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó Tommaso.

Cross se encogió de hombros.

—Necesito armas, y ustedes las tienen.

—Cross...

—Tom, no tengo mucho tiempo. Necesito que apartes la mirada y finjas que
no me viste aquí. Sólo déjame llevar las malditas armas, y podemos resolver el
resto en otro momento.

—Estás loco.

—¿Ahora mismo? Sí, un poco.


Tommaso frunció el ceño.

—¿Qué te parece esto? Sacas tu culo de nuestro almacén y no le diré al jefe


lo que te encontré haciendo. Así no tendré que explicarle a mi esposa cómo hice
que mataran a su hermano mayor. Eso suena como un intercambio justo para mí.

—Lo siento, no puedo hacer eso.

—Cross, ¿estamos bien, o...? —gritó Zeke desde la oficina.

La fría mirada de Tommaso regresó a Cross.

—¿Trajiste a alguien más aquí?

—Sí, un amigo. Metete en tus jodidos asuntos. Te dije que apartaras la


mirada.

—Y yo te dije que no puedo...

—Tom, tienen a Catherine —interrumpió Cross tranquilamente—. Sé que


no sabes mucho de mi vida personal porque no comparto esa mierda, pero aquí
va. Catherine Marcello es mi vida. Todo sobre ella lo es. Personal. Pública. Amor.
Odio. Cada pequeña cosa sobre mí es esa mujer. Ha sido mi vida completa desde
que tenía catorce años. Desde siempre. Y ellos la tienen. Necesito armas; ustedes
las tienen. Así que, ahora mismo, necesito que me dejes llevarlas, y podemos
lidiar con el resto después.

Tommaso se detuvo en su sitio.

Cross decidió seguir hablando.

—La cosa es que realmente me agradas. Me agradas mucho. De otra forma,


no hubieras tenido oportunidad de casarte con mi hermanita. ¿Sabes lo que no
haría porque no me agradas lo suficiente? Sacrificar a Catherine. Así que, aquí
está la cosa, hombre. Podrías no querer explicarle a mi hermana cómo
conseguiste que me mataran, y eso está bien. Pero, yo absolutamente le explicaré
por qué te maté esta noche. Lo haré con una sonrisa. Me odiará por ello, claro,
pero está bien.

—Cross...

—No tengo tiempo para explicar más —espetó Cross—, así que aparta la
mirada de esto. Sí fueras yo y Catherine fuera Camilla, esperaría que hicieras
exactamente lo que estoy haciendo ahora, y nada más. ¿No harías eso?

Tommaso apretó sus dientes, y alejó la mirada.

—Jesucristo.
—Porque lo harías.

—Estás matándome aquí, Cross.

—Tom, por favor.

Tommaso maldijo en voz baja, y agitó un brazo hacia el camión de dieciocho


ruedas detrás de Cross.

—Tienes dos horas y luego haré una llamada.

—Gracias. —Cross sonrió, añadiendo—: Sin embargo, haz que tu padre


llame a Dante Marcello y no a mí. No limpiaré esto. Tú y yo no somos jefes,
¿verdad? Así que dejemos que los jefes peleen.

—Eres una mierda. Asegúrate de estar fuera de la ciudad cuando haga esa
llamada, Cross.

Oh, definitivamente lo estaría.

l
—Lindo bote —dijo Cross.

El yate de lujo de veinte metros, acertadamente llamado Belleza haría el


trabajo.

Giovanni Marcello sonrió.

—Le dejaré saber a mi padre que lo apruebas.

Encima, Cross observó a Andino y John Marcello trabajar con los otros tipos
que cargaban armas desmanteladas. Las armas serían movidas bajo cubierta, y
luego todo estaría bien, si podían salir del puerto primero.

Cross se dirigió de regreso a la mesa que había sido puesta para él, y
comenzó a trabajar en la ruta para la entrega. Era un trabajo delicado; traficar
armas siempre lo era. El traficante debía tener un Plan A, un Plan B, y si todo lo
demás fallaba, un Plan C. Usualmente, cada plan tenía una ruta de entrega
diferente, un método de escape y más.

Simplemente, no tenía tiempo para todo eso, y eso lo dejaba con más nervios
de lo normal. Sus entregas eran limpias y exitosas debido a que se tomaba el
tiempo para planear todo. Cada metro, tormenta, gasolinera y más. Mucho más.
Eso no podía ser hecho aquí.

Sin hablar, el otro tío de Catherine, Lucian, deslizó papeles a través de la


mesa, hacia Cross.

—La información de guardacostas de esta noche; horas aproximadas y


locaciones probables. Estamos un poco cortos de tiempo para un soborno
adecuado y todo eso.

Cross revisó la información.

—Esto tendrá que servir.

Regresó al mapa.

Calisto y Wolf llegaron a la mesa. Su padre dijo:

—¿Cuántos hombres van a estar en el bote contigo?

—No quiero contrariar a Rhys cuando lleguemos allí —dijo Cross—, o hacer
que se sienta amenazado. El capitán y yo. Eso es todo.

—Eso parece... peligroso.

—Bastante —concordó Cross.

¿Qué elección tenía?

—Está bien —le dijo Giovanni a Calisto—, de cualquier forma, vamos a


tener un bote en el agua al otro lado de México. Volaremos bajo, estaremos allí
antes de que siquiera lleguen a esa área. De todas formas tenemos un contacto
con alguna de las mierdas que necesitamos. Los teléfonos satelitales nos
mantendrán en contacto con su bote; siempre y cuando lleguemos al agua y nos
quedemos a varios kilómetros de distancia de él, todo debería ir bien.

Cross realmente no estaba escuchando. Estaba más concentrado con su ruta,


y el intercambio que haría, que en lo que sea que planeara el resto. Después de
todo, no podía sacar adelante los planes de los demás, solo el suyo.

—¿Robaste armas del Outfit de Chicago?

El rugido de Dante se sintió como tambores resonando en lo profundo del


cráneo de Cross. Su jodida visión se nadaba con las cosas frente a sus ojos,
comenzando a derretirse. Estaba muerto por dentro, y lo último que necesitaba
en ese momento era que alguien le gritara.

—¡Dime por qué robarías armas de Chicago!


Cross frotó sus ojos, parpadeó varias veces y estudió el mapa extendido
sobre la mesa de metal. Tenía una ruta que planear, y aparentemente, la pequeña
isla privada resaltada en el mapa era donde necesitaba ir. O eso fue lo que explicó
Lucian cuando finalmente llevaron el camión al puerto.

Hombres se movían a su alrededor, charlando y trabajando. Cajas de armas


eran cargadas en el bote. Zeke se quedó cerca del lado de Cross todo el tiempo,
manteniendo un ojo sobre él, pero sin hablar. Cross estaba agradecido. No quería
hablar; necesitaba planear.

—Cross, deberías hablar con él —dijo su padre, desde el otro lado de la


mesa.

—Estoy algo ocupado.

—Hiciste un gran desastre en Chicago.

—Aún sigo algo ocupado —dijo Cross a Calisto.

—Lo juro por el maldito Dios, Cross...

Cross giró sobre sus talones e ignoró la forma en que el piso se meció debajo
de él. Se encontró cara a cara con un Dante furioso, pero ni siquiera se estremeció
con la visión de la ira del hombre.

—Necesito que te calles en este momento.

El silencio cubrió el puerto entero, y a todos los hombres trabajando en el


área.

La mirada de Dante se entrecerró.

—¿Jodidamente disculpa?

—Escuchaste lo que dije, y necesito que lo hagas.

—¿Sí sabes lo que acabas de hacer? —preguntó Dante, de repente calmado


en una manera aterradora—. Me las he arreglado para evitar darle a Chicago ni
una pizca de espacio para moverse en lo que respecta a Nueva York, donde están
nuestras familias y nuestros negocios, por mi reino entero como un Don de la
Cosa Nostra. Has arruinado eso efectivamente al obligarme estar en una clase de
acuerdo pacificador con Tommas Rossi. Podría matarte en este momento.

—Excepto que tengo armas para traficar, así que vete a cualquier otro jodido
lugar y déjame hacer eso.

—Eres...
—He estado despierto por más de cuarenta y ocho horas y contando. Lo
último que necesito o quiero es que ladres sobre mi maldito cuello, Dante. Me
diste un trabajo que hacer, ahora, déjame jodidamente hacerlo.

Cross se giró de nuevo, y le dio toda su atención al mapa sobre la mesa.


Arrastró su dedo desde su puerto actual y continuó hasta donde, él sabía, estaban
las aguas internacionales.

—Solo necesito llegar aquí y luego nos aseguramos de quedarnos en aguas


internacionales hasta llegar al Golfo. No noté que su isla estaba tan cerca de la
última entrega, pero supongo que ahora sé por qué pidió que le llevaran las
armas allí. Es fácil para él.

—No terminamos esta conversación —dijo Dante.

Cross no se giró.

—Oh, yo sí terminé, completamente. Hice lo que necesitaba hacer, y ahora


puedes usar tu poder, como todos sabemos.

—¿Disculpa?

—Todos saben que diriges la Comisión entre todos los sindicatos de Norte
América —murmuró Cross—, y ahora es el momento perfecto para que
comiences a usar tu título. De nuevo, ¿cuál es?

—No sabes nada, Cross.

—Creo que sí.

—Capo di tutti capi —dijo Calisto, mirando a su hijo—. El jefe de jefes.

Cross asintió.

—Sí, verás, toda mi vida han sido hombres repitiéndome que


necesito respetar a los Marcello. Darles su espacio. Entender sus rangos. Conocer
mi lugar, especialmente contra ellos. ¿Qué era lo que siempre solías decirme,
Wolf?

El segundo al mando de su padre tosió.

—Uh.

—Es el respeto del asunto, ¿verdad?

Wolf asintió una vez.

—Siempre lo es cuando los Marcello están involucrados.


—Porque —dijo Cross, girándose para enfrentar a un Dante muy callado,
pero aún molesto—, tú eres el capo di tutti capi. Úsalo por una vez en tu vida. De
otra forma, vete a la mierda y déjame traficar unas malditas armas. Es lo que hago
mejor.

Eso, y amar a Catherine.

Cross regresó al mapa.

—Veinte minutos y quiero estar en el agua.

—Podemos hacer que eso suceda —dijo Lucian Marcello rápidamente.

—¿Qué pasará una vez que lleguemos, y el intercambio suceda? —preguntó


Cross—. ¿Se supone que solo hay que asumir que Rhys no nos atacará cuando
nos estemos yendo?

Calisto se encogió de hombros.

—Tú lleva las armas allí, hijo, y deja que nos preocupemos del resto.

Podía intentarlo.

Cross nunca había sido bueno confiando en los demás para hacer sus
mierdas.

Catherine, Catherine, Catherine.

Su corazón estaba palpitando con su mantra.

Suponía que no tenía ninguna otra opción.


Capítulo 20
—Niña —dijo el hombre, su acento áspero coloreaba fuertemente su mal
inglés—, o sales del auto o te obligaré.

Catherine lo fulminó con la mirada.

—Jódete.

—Palabras desagradables para una chica con las manos atadas —dijo.

—Jó. De. Te.

Los otros dos hombres que habían estado conduciendo en el vehículo con
ellos se rieron entre dientes mientras salían por el frente. Ninguno de ellos,
incluido el hombre que estaba hablando con ella ahora, le prestó mucha atención
durante todo el viaje. Ni siquiera estaba segura de dónde estaban.

Una pista de aterrizaje privada, por lo que parecía.

Un jet estaba esperando a quince metros de distancia.

—Una vez más, niña —advirtió el hombre—, o te obligaré.

—Supongo que eso es lo que vas a tener que hacer entonces, imbécil.

Él suspiró como si ella fuera una niña pequeña que necesitara una nalgada.
Sus helados ojos marrones no mostraban ningún indicio de emoción y su rostro
estaba tan en blanco como una piedra. Todos los hombres habían sido así, incluso
cuando rompieron las ventanillas de su auto, la sacaron peleando y gritando, y
la hicieron cortarse con el cristal. Su brazo todavía goteaba un poco de sangre por
el corte en su codo.

Bastardos.

Catherine fue arrastrada por el cabello desde la parte trasera de un


todoterreno negro. Debería haberlo sabido mejor que luchar contra el hombre, ya
que no le había servido de nada cuando la agarraron por primera vez, ni cuando
la metieron dentro de su vehículo. Simplemente la miraron como si fuera un
insecto que los molestara, le ataron las manos al frente y la tiraron en el asiento
trasero.

Sus maldiciones, insultos y gritos no habían hecho nada. No a ellos, de


todos modos. Charlaron en un idioma que no entendía y no podía ubicar
mientras el más alto de los tres conducía la camioneta.

Tres horas más tarde, a Catherine le dolía el cuero cabelludo por ser
arrastrada por la pista.

—Chica estúpida —dijo el hombre con el puño en su pelo—. Escuchar, no


lastimar.

La puso de pie y Catherine ignoró la forma en que su piel había sido raspada
por el asfalto negro. Los dolores y molestias eran parte de este juego, y no iba a
darles a estos hombres ni un jodido centímetro de ella para que la usaran en su
beneficio.

No su dolor, miedo o cualquier otra cosa.

Era casi como si pudiera escuchar a su madre y a su padre en su cabeza,


diciéndole qué hacer o qué no. ¿Pelearían? Absolutamente. ¿Se doblegarían a la
voluntad de alguien? Absolutamente no.

Ella era su hija, después de todo.

También podía oír a Cross, diferente de sus padres, pero igual en muchos
sentidos. Fuerte, desafiante y luchador.

Así que a la mierda estos hombres.

Les daría su rabia.

Catherine escupió al hombre cuando la miró a la cara. Ni siquiera parpadeó


al ver que la saliva le caía sobre la nariz, ni siquiera una pizca de rabia de
disgusto. Simplemente siguió mirándola.

¿Qué mierda eran estas personas?

¿Máquinas?

—Escucha, no te lastimes. Hieres al jefe, te hieres. ¿Entiendes?

—Obtén una maldita lección de inglés —le espetó Catherine.

—Obtén buenos modales. —Los labios del hombre se aplanaron en una


delgada línea—. Niña mimada.

—La niña tiene un nombre; Catherine.


—No importa —murmuró, y luego la arrastró el resto del camino hasta las
escaleras que conducían al avión—. El nombre es poco importante.

—¿A dónde me llevas?

—Cállate ahora.

—¿Qué?

En lo alto de las escaleras, de pie frente a la puerta abierta del avión, él se


giró y la miró fijamente. Sus dedos subieron y apretó los labios de ella.

—Cállate ahora, niña.

La rabia se derramó por las venas de Catherine. En el mismo segundo en


que soltó sus dedos de sus labios, ella se echó hacia adelante, con la intención de
clavar sus manos atadas en su rostro. Si nada más, al menos podría decir que hizo
eso.

Catherine ni siquiera consiguió que sus puños atados llegaran más arriba
de su esternón. El tipo le agarró las manos, las retorció dolorosamente y la puso
de rodillas sin pestañear. Ella dejó escapar un grito, a pesar de lo mucho que trató
de contenerlo, cuando sus muñecas crujieron por cómo las había torcido de lado.

—Niña, estoy enojado, ahora. Para.

Él no se molestó en darle la oportunidad de responder. Catherine fue


arrastrada al interior del avión, pasando por delante de un piloto y un asistente
de vuelo, y más adentro del jet privado. Todo sucedió tan rápido que todo lo que
pudo asimilar fue el cuero blanco de los asientos y las ventanas estilo babor antes
de ser arrojada como una muñeca de trapo inútil al suelo frente a su captor.

Catherine parpadeó rápidamente, tratando de orientarse.

Una risa baja sobre ella la hizo mirar hacia arriba. Fríos ojos azules la
miraron fijamente. El hombre era alto, más de un metro noventa y ocho. Su pecho
era tan ancho como un jodido barril, y sus brazos se abultaban contra el ajuste
ceñido de su traje Armani. Un reloj de oro con incrustaciones de diamantes
reflejaba la luz del techo de la cabina y brillaba intensamente.

La punta de su brillante zapato negro se movió hacia la barbilla de


Catherine para forzar su cabeza aún más arriba.

—Vaya, eres una cosa bonita, ¿no es así? Bonito culo, bonita boca y bastante
jodida en este momento.
Catherine dejó escapar un suspiro tembloroso y logró ocultar el escalofrío
de disgusto que recorrió su cuerpo. No le gustó la forma en que este hombre la
miraba, sin importar cómo hablaba de ella.

—¿El gato te comió la lengua? —preguntó él.

—¿A dónde me llevas?

—¿Esa es tu pregunta?

Catherine asintió.

—De todo lo que podrías preguntar —murmuró—, ¿esa es tu pregunta?

—¿Por qué no?

—Creo que preguntarme quién soy podría ser un buen comienzo.

—Es un poco vanidoso de tu parte pensar que me importa quién eres, ¿no?

Sus ojos se entrecerraron.

—Soy una pieza importante del rompecabezas, Catherine.

—Bueno. Sabes mi nombre —dijo Catherine burlonamente—. Mientras


sepas quién soy y de dónde vengo, me importa una mierda quién eres tú.

El hombre sonrió.

—Lástima.

Su zapato golpeó bajo su mandíbula y la envió al suelo mientras la sangre


florecía en su boca. Catherine trató de escupir, pero solo se atragantó cuando su
zapato pisó su garganta con suficiente fuerza para quitarle todo el aire y doler
como una perra.

Ella arañó su pierna y su zapato, tratando desesperadamente de respirar.

Él simplemente se rio por encima de ella.

—Ensucia mis zapatos, niña bonita, y te haré lamerlos para limpiarlos antes
de pulirlos.

—Vete al infierno —siseó Catherine.

No le quedaba aire. El hombre chasqueó la lengua en tono de reproche y


negó con la cabeza. Su zapato presionó más fuerte. Catherine vio estrellas.

Pronto, no vio nada en absoluto.


l
—Despiértala o llévala al barco. No me importa cuál elijas, Rami.

—Niña.

Catherine escuchó las voces resonando en la parte posterior de su palpitante


cráneo, y luego sintió un golpe en su mejilla. Parpadeó y trató de enfocarse, pero
no fue fácil. El segundo golpe en su mejilla fue más fuerte que el primero.

—Arriba ahora —dijo el hombre.

Catherine descubrió que era el mismo hombre que la había subido al avión.

—Rami, ¿ese es tu nombre?

Le dolía la garganta con cada palabra que decía y tenía la voz ronca. Supuso
que era de esperarse cuando quedabas inconsciente una y otra vez. Parecía que
su captor disfrutaba mucho tratando de hacerla conversar, solo para ahogarla en
un negro olvido cuando no respondía, o peor aún, cuando actuaba en su contra.

Él alzó una ceja.

—El nombre no importa, niña. Arriba ahora.

Rami tiró de ella para levantarla del asiento del avión por la cuerda que le
mantenía las muñecas atadas. Catherine se humedeció los labios y sintió el sabor
de la sangre seca en la comisura de la boca. Estaba dolorida en más de un lugar,
probablemente por haber sido arrastrada y arrojada, sin mencionar ser pateada
y la estrangulada.

—Vamos de avión a barco, niña —dijo Rami—. Te mareas por el costado,


no en cubierta.

Catherine fulminó con la mirada la brillante luz del sol mientras la bajaban
por las escaleras del jet privado. Delante de ellos, podía ver a los otros ocho
hombres que la habían secuestrado y el hombre grande que seguía enfrentándose
a ella en el avión.

Al que simplemente llamaron su jefe.

El aire caliente y húmedo empapó los pulmones de Catherine, al igual que


el sabor a sal del océano. La pista de aterrizaje privada parecía estar justo al lado
de la maldita agua. Dos lanchas negras y rojas esperaban en un muelle, y como
si fuera un perro con una correa, Catherine siguió a Rami cuando él la arrastró.

Su pelea no se había ido.

Simplemente necesitaba una recarga.

—Rhys, señor, su bebida —dijo un hombre en una de las lanchas cuando el


hombre grande subió a la primera lancha.

Rhys.

Catherine archivó eso para más tarde.

El hombre que le entregó una bebida a Rhys no se parecía a los demás que
se la habían llevado. Era más delgado, mayor y vestía un sencillo traje negro.
Como un maldito mayordomo o algo así.

¿Pero en una lancha?

—Gracias, Curtis —dijo Rhys.

Catherine fue arrastrada del primer bote al segundo. Prácticamente la


arrojaron de la cubierta al bote con poco cuidado, y sus muñecas ya doloridas
palpitaron cuando se agarró a un asiento. Rami subió tras ella.

—Absolutamente espero que lleguen a tiempo. —Escuchó decir a Rhys


desde el otro bote—. Ella es bastante preciosa para su padre, también para el otro
hombre. El traficante de armas. Lo lograrán.

—¿Y cuándo lo hagan? —preguntó uno de los hombres de Rhys.

—Cuando lo hagan, tendré mis armas. ¿Qué más?

—Ellos, jefe. ¿Qué hay de ellos?

—No deberían haber jugado conmigo —dijo Rhys antes de tomar un sorbo
de su copa—. Y así, me aseguraré de que nunca jueguen otro juego con nadie
después de la entrega.

l
Catherine no estaba segura de cuánto tiempo llevaban los botes en el agua.
Una hora, pero probablemente dos. Fue solo cuando la vista de una isla se asomó
en la distancia que finalmente levantó la cabeza para ver lo que la esperaba.

Todavía no tenía idea de dónde estaba.

Sabía que era mejor no preguntar ahora.

Cuando las lanchas se detuvieron, Catherine observó sus alrededores


mientras la llevaban a un muelle.

La isla tenía unos cuatrocientos metros de largo, pero no podía estar segura
de cuán ancha. Para ser un lugar tan apartado, estaba bien cuidado con árboles y
arbustos. Una gran casa estilo victoriano de tres niveles descansaba muy cerca
del centro de la isla, con un ancho camino empedrado que conducía a los
escalones de la entrada. Una casa más pequeña, aunque no por mucho, se
encontraba en el extremo izquierdo de la isla. Dos pequeños edificios se
asentaban al lado de ambas casas, y Catherine pudo escuchar ruidos
provenientes del interior de la más cercana.

¿Generadores, tal vez?

El lugar tenía que ser alimentado con energía de alguna manera.

No era la extraña isla o la hermosa casa apartada del resto del mundo lo que
ponía nerviosa a Catherine. No, suponía que cualquiera lo suficientemente rico e
introvertido podría tener algo como esto.

¿Lo que más le molestaba?

Los hombres de guardia a lo largo de la playa. Veinte, al menos. Catherine


trató de hacer un conteo rápido, pero fue difícil cuando la estaban moviendo.
Todos los hombres iban vestidos de negro, vestían equipo de combate completo
y cada uno llevaba un rifle de asalto con una banda en el pecho llena de balas.
Cuchillos descansaban en vainas en sus piernas derechas y brazos izquierdos.
Nadie la miró mientras ella pasaba arrastrando los pies, ni prestaron atención a
Rhys ni a sus hombres.

—Camina —espetó Rami detrás de ella.

Catherine tropezó con los pies cansados en el muelle y miró a Rami con el
ceño fruncido cuando la levantó por el cuello del vestido.

—Me estoy jodidamente moviendo, idiota.

—Sé amable —dijo Rhys mientras pasaba—. Rami es tu nuevo mejor amigo
durante los próximos días.
Genial.

Catherine pensó en salir corriendo hacia el océano.

Rhys se rio entre dientes mientras la miraba por encima del hombro, como
si pudiera leer su mente.

—Niña bonita; eres una cosita tonta, ¿no?

A Catherine le molestó ese comentario, pero decidió quedarse callada. Se


las había arreglado para enojarlo lo suficiente y ella no estaba de humor para ser
ahorcada hasta quedarse inconsciente de nuevo.

»No seas estúpida, Catherine Marcello —dijo Rhys con un brillo malicioso
en los ojos—. Estás en una isla privada en el Golfo de México. ¿A dónde
posiblemente vas a ir? Ten en cuenta que, si corres, mis hombres tienen órdenes
de ahogarte... pero no lo suficiente para matarte.

Catherine se estremeció.

¿Quién era este hombre?

Rhys sonrió con frialdad.

—Sé una buena invitada, cariño. No los tenemos a menudo cuando estamos
aquí, y si tiendes a irritarme demasiado, puedo dejar que los hombres se diviertan
un poco contigo.

A ella no le gustó lo que insinuó.

La parte desafiante de su cerebro se acercó al plato de nuevo.

—Vete a la mierda —murmuró Catherine.

Tal vez era estúpida, pero maldita sea, caería dando golpes.

Era el lado Marcello en ella.

Rhys suspiró y movió la mano hacia Rami.

—Niña malcriada —le dijo Rami—. Calla tu boca.

De repente, Catherine se vio arrastrada por el camino por el que habían


venido; hacia el agua. Cada centímetro de ella quería pelear, y su parte de
autoconservación casi comenzó a suplicar. El terror la llenó hasta el borde y le
dolía el pecho por lo apretado que estaba.
Tomó una buena bocanada de aire antes de que la obligaran a arrodillarse
en el borde mismo de la playa. Rami agarró un puñado de su cabello, empujó
hacia adelante sin cuidado, y su cara cayó al agua.

Un segundo... dos.

Un latido... dos.

El viejo y relajante mantra que había usado durante los ataques de pánico
llenó su mente. Le ardían los pulmones al negarse a ceder a la necesidad de
respirar.

Incluso si sobreviviera a este lugar, ¿realmente escaparían?

l
Catherine miró por encima de las rodillas cuando abrieron la puerta de su
prisión. En realidad, no era una prisión, sino más bien un dormitorio grande y
elegante con un baño adjunto. Aun así, estaba encerrada, las ventanas estaban
cerradas con clavos y no se le permitía salir. Su puerta sólo se abría cuando
llegaba Rami para traerle comida y agua, o una vez, para cambiarse de ropa que
se negaba a usar. Después de todo, era ropa de hombre y no iba a usar la mierda
de un hombre.

No le dieron nada para distraerse. Nada de libros, juegos, televisión u otras


cosas. No tenía nada más que sus pensamientos para hacerle compañía.

Eso, y sus miedos.

A Catherine le pareció extraño que a pesar de la cantidad de hombres que


había presenciado cuando llegó por primera vez a la isla, el lugar estaba
extrañamente tranquilo. Era realmente inquietante. De vez en cuando, miraba
por la ventana para ver la parte trasera de la isla. Parecía que los hombres que
custodiaban el lugar giraban. La mitad de ellos en la parte delantera, la otra mitad
en la parte posterior.

—Comida —dijo Rami desde la puerta—. Muévete, ahora.

Catherine lo miró fijamente.

—No tengo hambre.


Decía eso cada vez que Rami le traía algo de comer, aunque no parecía tener
comida en la mano esta vez. Ella bebía agua embotellada, pero solo si la tapa no
había sido manipulada.

Él se encogió de hombros.

—El jefe dice si no comes aquí, comes con él. Levántate.

Catherine consideró negarse, pero tenía la clara sensación de que Rami


simplemente la arrastraría fuera de la habitación. Se empujó para pararse con
piernas cansadas y siguió a Rami fuera del dormitorio. Se frotó las muñecas,
agradecida de que al menos le hubieran cortado las ataduras la primera noche.

No prestó mucha atención a la decoración de la casa, ni a los cuadros de las


paredes. No le importaban las intrincadas baldosas del suelo ni los muebles de
las habitaciones por las que pasaba. Nada de eso importaba, solo quería salir.

—Aquí, jefe —dijo Rami.

Catherine fue arrastrada a la entrada del comedor. Rhys estaba sentado a


una larga mesa de roble de cerezo, con una servilleta metida en el cuello, y un
tenedor y cuchillo de carne en las manos. Apuntó con su cuchillo hacia el asiento
al final de la mesa, frente a él.

—Siéntate, Catherine —exigió.

Ella rápidamente se trasladó al asiento y se sentó, mirando el plato que le


habían preparado. Bistec y verduras, perfectamente todo cocinado, por lo que
parecía.

Su estómago gruñó, pero su mente se negó.

No comería por este hombre.

—Hoy es veintitrés de diciembre —señaló Rhys.

Catherine solo lo miró fijamente.

»¿Qué esperabas hacer para tus vacaciones, jovencita?

Amar a Cross.

Comer buena comida.

Iglesia, iglesia y más iglesia.

Regalos.

Familia.
Felicidad.

—Cualquier cosa menos esto. —Se decidió por decir.

—¿No tienes hambre? —preguntó Rhys mientras cortaba un trozo de su


propio bistec.

—No.

—No has comido en... tres días, ahora.

—¿Y? —preguntó Catherine.

—¿Eres una de esas chicas que equiparan su valor al tamaño de su cintura?

La mirada de Catherine se entrecerró.

—No.

—¿Entonces qué es?

—Soy el tipo de chica que no come de la pata de un lobo.

—Ah, ya veo. —Rhys sonrió y le dio un mordisco al bistec. Masticó y


tragó—. Entonces muere de hambre.

—Haré precisamente eso, gracias.

—Rami dice que no estás durmiendo cuando te revisa —señaló Rhys.

—Rami debería preocuparse menos por mis hábitos si todo lo que planeas
hacer es matarme una vez que obtengas tus armas.

Rhys inclinó una mano hacia un lado, con indiferencia.

—Podrías disfrutar de tus últimos días, ¿no?

Catherine se negó a responder.

A él no pareció importarle.

—Dime cómo fue crecer con un jefe de la mafia como padre —murmuró
Rhys.

Catherine evitó su mirada.

—No lo creo.

—Qué hay de tu novio, Cross, ¿verdad? Donati, dijeron que era su apellido.
Otro niño de la mafia. O como dirían ustedes, un principe della mafia.

—De nuevo, no —dijo Catherine.


—¿Ni siquiera me complacerás con conversación?

—No.

—¿Y por qué no, niña?

Catherine lo miró a los ojos sin miedo.

—Porque no mereces conocer a esas personas, nuestras vidas o quiénes son


ellos para mí. Comería mierda antes de decirte una sola cosa sobre las personas
que amo o por qué las amo. ¿Bien?

Rhys dejó escapar un suspiro.

—Debería haberme llevado a tu madre, su esposa, y no a ti. Eres demasiado


difícil, niña. Haces de todo un dolor. No puedo soportarlo.

Catherine resopló.

—Si crees que soy mala, realmente no quieres conocer a mi madre. Ella me
pondría en vergüenza y lo haría con una sonrisa.

—¿Sí?

—Claro, si no te arranca la garganta primero.

l
Catherine se estremeció en el borde del muelle. La marea comenzaba a subir
y el sol se estaba poniendo. Dejaba un escalofrío en el aire como ningún otro. No
tuvo más remedio que sentarse allí y lidiar con eso, considerando que sus
muñecas y tobillos estaban atados.

Al menos no estaban atados juntos.

Intentó obligarse a dejar de temblar, pero parecía imposible. Echando un


vistazo por encima del hombro, vio que todos los hombres del arsenal de Rhys
habían salido a la playa con sus armas a la mano.

Excepto un par…

Un par de hombres estaban cargando lo que parecían ser unos malditos


lanzagranadas. Las armas grandes y aterradoras hicieron que a Catherine le
doliera el estómago.
Rami la miró.

—Recuerda, niña, callada.

Catherine asintió.

Honestamente, no veía qué opción tenía.

Rhys charlaba con un par de hombres cerca del final del muelle y, en su
mayor parte, estaba de buen humor. En su mayor parte.

—No me gusta la hora en que está haciendo la entrega, jefe —dijo uno de
los hombres.

—Está bien —respondió Rhys, ignorando la declaración—. Solo saca mis


armas del barco y nosotros nos encargaremos de lo demás. ¿Hubo alguna otra
noticia del barco mexicano sobre algo más que pudiéramos necesitar saber?

—Según nuestro contacto, el yate está solo en el Golfo, y así llegó de Estados
Unidos. Desde el puesto que le dieron en ese momento, debería llegar aquí en
cualquier momento.

—Bien, bien. —Rhys juntó las manos—. ¿Cuántas personas hay en el barco?

—El tipo dijo que la termografía solo pudo encontrar dos.

—El jefe Marcello escuchó entonces.

—Supongo que sí —respondió el hombre.

—Lástima que no importe —dijo Rhys riendo.

Catherine miró hacia el agua.

Su corazón se estaba rompiendo.

Seguramente este no era el final.

Después de todo, no podría ser así.

Sin embargo, Cross estaba acercándose.

Así que Catherine esperó.

l
El yate familiar echó anclas a unos treinta metros del muelle en el que
Catherine todavía estaba sentada. Recordó haber pasado varios días de verano
en el yate de sus abuelos, pero verlo con la oscuridad acechando a su alrededor
no le dio la sensación de comodidad que podría tener en cualquier otro momento.

Varios de los botes rojos y negros de Rhys ya se dirigían al agua. Catherine


no se molestó en mirarlos; una mejor vista estaba cerca.

Cross estaba de pie en la proa. Sus brazos se cruzaron sobre su pecho y la


miró fijamente, inmóvil. Encontró un impulso desesperado en su pecho de
gritarle; para advertirle del plan que sabía que se estaba desarrollando sin su
conocimiento. Un plan que los dejaría a ambos muertos.

Rami, de pie por encima de ella con una pistola apuntando a su cabeza, la
mantuvo callada.

Rhys se acercó al borde del muelle con un megáfono en la mano. Lo


encendió y se lo acercó a la cara para hablar.

—Armas primero, joven, y luego la chica.

Incluso desde la distancia, Catherine pudo ver a Cross asentir una vez.

Luego se dio la vuelta y desapareció en otro lugar del bote. El corazón de


Catherine se hundió cuando de repente se dio cuenta de que su única
oportunidad de advertirle podría haberse perdido por completo en ese segundo.
Era muy posible que uno de los hombres de Rhys matara a Cross en el mismo
momento en que estuvieran en el barco con él.

Catherine no lo sabía con certeza, pero fue suficiente para que se le


revolviera el estómago. Tanto es así, que sintió que el poco de agua que había
bebido ese día se le subiera por la garganta sin ningún tipo de advertencia.
Apenas tuvo tiempo de girarse hacia un lado antes de que el vómito y la bilis
salieran de su boca, por el costado del muelle. Aun así, algunas gotas mancharon
sus mejillas y manos.

Rami gruñó disgustado por encima de ella. Sin decir palabra y sin el
permiso de Rhys, se inclinó y desató la cuerda de alrededor de sus muñecas.
Señaló el agua donde su vómito ya estaba desapareciendo.

—Limpia, ahora.

Catherine miró al hombre.

Tenía buena intención de preguntarle si él podía decir más que un par o


unas pocas palabras a la vez.
En lugar de eso, permaneció callada.

Lentamente, lavó la enfermedad de su rostro y manos usando el agua salada


para esconder su inestabilidad. Se tomó su tiempo porque estaba preocupada que
en el momento en que terminara, Rami podría atarle las muñecas de nuevo. Se
preguntó por cuanto tiempo podría joder por ahí con las sogas desatadas.

Tal vez entonces…

Catherine miró hacia el yate de nuevo, solo para ver que Cross había
regresado a la proa. Rhys estaba gritando órdenes a través del megáfono mientras
las lanchas rojo y negro atracaban a lo largo de la popa baja del Belleza.

Cross no se movió ni un centímetro, en su lugar de pie justo donde estaba


mantuvo su mirada firmemente en la de ella. Como si estuviera pensando en
algo, una señal, tal vez.

Cualquier cosa.

Catherine se preguntaba… si esta era su oportunidad de advertirle, y si lo


hacía, ¿qué bien podría hacer eso a ellos? No había nadie más allí que ellos. Su
bote a la flota de Rhys. Su único a bordo hombre, contra el ejército de Rhys.

Demonios, si iban a morir de todas formas, Catherine como que esperaba


asegurarse de que ella al menos fuera con él. Tocándolo. Sosteniéndolo. Estando
cerca suyo.

Cualquier cosa excepto esto.

La cabeza de Cross se giró hacia el costado solo un poco, como si pudiera


escuchar algo desde atrás suyo. La mirada de Catherine se lanzó hacia el hombre
aún en los botes en la popa del yate, solo para ver sus cabezas también giradas
hacia el costado, y mirando hacia algún lugar en la distancia.

Ella levantó la vista.

Rhys estaba ladrando a alguien a través del megáfono.

El arma de Rami estaba apuntando lejos de ella, y su mirada estaba en el


yate.

Catherine tomó su oportunidad.

Estuvo de pie y tropezó los últimos dos metros al final del muelle antes de
que pudiera pensar en ello. A pesar de sus tobillos estando atados, se las arregló
sin que nadie tirara de ella. Saltó justo cuando sintió a Rami viniendo tras ella. Su
lengua materna saliendo de sus labios.
Catherine gritó justo antes de golpear el agua.

—¡Es una trampa, Cross!

Y todo lo que sintió fue hielo.

El agua estaba fría; tan jodidamente fría. Se llevó su aliento, y picó su piel.
Extendió los brazos abiertos, viendo la oscuridad alrededor por el cielo nocturno.
Trató de patear con las piernas, y olvidó que todavía estaban atadas en ese
momento.

Aun así, Catherine llegó a la superficie.

Aspiró aire, y fue de nuevo abajo.

Todo lo que sabía era la dirección a la que quería ir, y eso hizo. Catherine
movió sus piernas atadas como una sirena podría voltear una aleta, y nadó.
Permaneció bajo la superficie hasta que sus pulmones estaban jodidamente
quemando y no pudo esperar a tener más aire.

Salió con un jadeo para romper en la superficie.

—¡Nada, nena!

Catherine pestañeó.

La voz de Cross hizo eco sobre el agua.

—¡Nada!

Juró que la palabra la transportó las olas del agua que seguían tratando de
empujarla hacia abajo con la corriente. No podía ver con las olas golpeando su
rostro y la oscuridad, pero pensó que él también estaba en el agua.

Tal vez.

Tal vez, tal vez, tal vez.

Catherine nadó.

Escuchó botes venir, y motores ronronear. Levantó la mirada solo para ver
la proa del yate de su abuelo en llamas, y luego un segundo después, algo estalló
al costado del bote, meciéndolo y desgarrándolo con otro ardiente agujero
directamente a través de él.

Catherine recordó esas granadas que los hombres tenían.

Su estómago revolvió de nuevo.

Ella siguió nadando.


No podía respirar.

El agua salada la ahogaba.

Su visión no se aclaraba.

Ella siguió nadando.

Catherine sintió una dura ola venir cuando el motor del bote de repente se
volvió muy ruidoso. Vio el bote azul claro, un rápido bote del mismo color del
océano en la luz del día, un segundo antes de que brazos estuvieran alcanzando
su costado. Estaba siendo sacada del agua y hacia el bote en un latido, y de
repente pudo respirar de nuevo.

Su espalda golpeó la cubierta.

Aspiró aire y escupió agua.

Su mirada se encerró en Zeke.

Y luego en su padre.

—¡Sáquenlo! —rugió Zeke—. ¡Sáquenlo de la jodida agua! ¡Sáquenlo ahora!

—Catty… dolcezza, mírame —murmuró Dante.

Ella se encontró con la mirada de su padre.

—Cross.

—Preocúpate por ti ahora, ¿sí?

Un fuerte sonido de golpeteo llegó desde un costado del bote, haciendo que
cada persona en la cubierta cayera de rodillas. Tiroteo, ella se dio cuenta.

—Jesucristo, que alguien lo saque del agua. —Ella escuchó a Zeke sisear.

Catherine miró al cielo, todo negro y punteado con estrellas.

Había algo más allá arriba.

Una salpicadura blanca contra la profunda oscuridad.

Un avión, ¿tal vez?

Ella trató de enfocarse, de absorber los detalles. El avión estaba más cerca
del agua de lo que debería. Tal vez a unos quince metros pies, o un poco más alto.
Una Cessna8, probablemente. Solo pensó que eso era lo que el avión era por la

8 Cessna: marca de avioneta.


gran puerta abierta en su costado, como de esos aviones que usaban para
paracaidismo.

—El avión de Calisto está viniendo del este. —Escuchó a su tío Lucian
decir—. El de Giovanni del oeste.

Catherine se enfocó en el avión de nuevo justo a tiempo para ver los


enormes barriles ser empujados uno después de otro del costado del avión. ¿Qué
en el infierno eran esas cosas? ¿Por qué había un humo blanco arrastrándose por
detrás de ellos mientras caían?

—Jesús, dije que…

—Lo sacarán —interrumpió Dante a Zeke—. No seas estúpido y saltes fuera


del bote en este momento. Te convertirán en cebo para tiburones con todas esas
balas volando.

Catherine se dio la vuelta de rodillas y miró hacia el costado del bote. Otra
lancha, azul como las otras, estaba circulando a cuatro metros de distancia. Miró
de regreso a la isla justo a tiempo para ver los barriles golpear el piso.

Uno en la casa.

Uno cerca de la playa.

Uno más allá de lado oeste de la isla.

Todo explotó en un impacto.

Amarillo y rojo brillante.

Sacudieron la jodida tierra.

El aire de Catherine se falló en su pecho.

—¡Abajo! —gritó Dante.

Catherine fue arrastrada bajo la cubierta del bote, e inmovilizada bajo el


cuerpo de su padre. Escuchó algo salpicar el costado del bote, pero no pensó que
fueran balas esta vez.

—El fertilizante y el diesel hicieron el truco —murmuró Lucian desde el


frente del bote.

—Mierda, no puedo decidir en este momento si los clavos de metralleta


fueron una buena idea o no —respondió su padre.

—¿En dónde está Cross? —preguntó Catherine.


—Aún en el agua, cariño.

—¿Dónde?

No obtuvo una respuesta.

Se preguntaba si ellos sabían.

—Allí está el avión de Gio —murmuró Lucian.

Catherine alzó la vista para ver otro avión viniendo desde la dirección
opuesta. De nuevo, demasiado cerca del agua. De nuevo, con la puerta bien
abierta.

—¡Cross! —rugió Zeke.

—¡Abajo! —gritó Dante de regreso.

Zeke saltó sobre el costado del bote cuando el segundo montón de barriles
fueron empujados fuera del costado del avión. Catherine cerró los ojos, se los
cubrió, y rezó.

Se suponía que ella era la diosa de Cross, ¿no era así?

Eso es lo que él dijo.

Ella era la cosa que él más veneraba.

Así que ella rezó.

Esperaba que Dios respondiera.

Catherine descubrió que aún estaba rezándole a Cross. Él también era la


única cosa que conocía a la cual venerar.
Capítulo 21
Cross intentó tomar aire, pero solo aspiró agua. Los disparos resonaban a
su alrededor, y los colores del fuego iluminaban el cielo mientras las explosiones
hacían que las olas lo golpearan más fuerte. El caos y la confusión lo rodeaban.

Cada vez que pensaba que estaba ganando, otra ola de agua llegaba, y él
era empujado más abajo. La corriente era demasiado fuerte. Las olas demasiado
altas. El agua era demasiado negra.

No podía respirar.

No podía ver.

No podía nadar.

No ayudaba que su hombro estuviera doliendo por una razón que no


conocía, y joder, no podía encontrar a Catherine. Ni siquiera podía llamarla.

Cross intentó salir a la superficie una vez más mientras otra ola chocaba
contra él, pero solo tragó más agua de mar.

El agotamiento envolvió su cuerpo igual que el agua que lo succionaba más


profundo. Los días sin dormir finalmente lo estaban alcanzando. Entre más
trataba de subir, más sentía que se hundía.

Estaba seguro, aunque su visión estaba fallando y sus pulmones estaban


llenos de agua, que la tierra a su alrededor finalmente se calmó. No podía estar
completamente seguro, pero pensó que todo estaba en silencio otra vez.

Aun así, él solo pensaba en Catherine.

l
—Vamos, vamos… joder, vamos Cross.

El sonido a su alrededor sonaba amortiguado, como si alguien hubiera


colocado orejeras en sus oídos. A Cross no le gustó en lo absoluto.

—Entra en este jodido bote, Dante —gritó una mujer.

—Ya voy, Cat. Toma más de tres segundos moverse quince metros, ¿está
bien?

Cross podía probar sal en su garganta, y quemaba. Quería vomitar, pero el


reflejo nauseoso no venía. Trató de inhalar, pero sintió somo si algo tuviera algo
atrancado en su esófago, bloqueando la entrada de aire.

—Cross, Cross, ¡por favor!

¿Por qué ella estaba llorando de esa manera?

¿Por qué Catherine estaba llorando?

—Muévete —dijo una voz familiar.

—No sé lo que estoy haciendo —murmuró Zeke.

—Ese es el jodido problema. Muévete.

Unas manos en su pecho empujaron fuerte.

Lo suficientemente fuerte para que él lo sintiera.

Lo suficientemente fuerte para que doliera.

—Si fracturo una de tus costillas, lo siento —dijo Dante.

Tres empujones más.

Luego otro.

Cross no estaba completamente seguro de lo que estaba pasando, y sus ojos


no estaban cooperando para abrirse, y el resto de su cuerpo parecía ser inútil.
Aun así seguía sin poder respirar, y cuando el aire fue empujado en su boca,
encontró el mismo bloqueo.

—Maldita sea, su pulso está muy débil —dijo otro hombre—. Puedes dañar
su corazón con RCP si hay pulso.

—No en este punto —respondió Dante—. Esta azul alrededor de su boca,


no respira, y su corazón se va a detener pronto. En este momento vale la pena el
riesgo, no quiero explicarle a su padre o a Catherine que no lo intenté, o peor aún,
escogí esperar a que estuviera completamente muerto para hacer algo.
Las fuertes compresiones en su pecho continuaron, y Cross estaba seguro
que una de sus costillas estaba fracturada. No le importó, porque mierda, ese
bloqueo en su garganta y pulmones salió disparado.

No era un bloqueo.

Era agua.

Sus pulmones estaban llenos de agua.

Cross se sintió ser empujado de costado y mientras se ahogaba y vomitaba


mucha agua salada. Manos golpearon su espalda, y las voces sonaban más fuerte
en sus oídos mientras uno era drenado de agua. Cada centímetro de él dolía. Su
garganta se sentía como si alguien le hubiera lanzado fuego. Cada aliento que
aspiraba dolía como nada más, pero mierda, continúo succionando aire como si
fuera la mejor maldita cosa en su vida.

Junto a Catherine, lo era.

—Bien hecho, Dante.

—Solo déjale saber que está bien, Lucian.

Cross se tumbó de espaldas, y su mirada se abrió de par en par. No le tomó


mucho tiempo darse cuenta de que estaba centrándose en un cielo oscuro, y
después Dante llenó su visión.

—Estás bien —dijo Dante

Cross escupió más agua.

Dante sonrió.

—De nada.

Bueno, mierda.

—Creo que estoy muerto —dijo Cross.

Risa secas y roncas llenaron el aire. De alguien más que Dante.

—Eres demasiado jodidamente terco como para morir —dice Dante.

Tal vez.

—Catherine.

Dante se hizo a un lado mientras el suelo se movió debajo de él, un bote,


pensó Cross. Él tomo la muñeca de Cross, colocó una mano en su espalda y lo
forzó a ponerse una posición de sentado.
—Acomódate donde estás —dijo un hombre desconocido—. Nos estamos
quedando sin gasolina y debemos regresar. Será un largo viaje.

Cross no estaba escuchando.

Algo mejor estaba allí.

Catherine.

Ella cayó de rodillas frente a él, sus ojos llorosos verdes mirándolo y
luciendo como una rata ahogada. Joder, probablemente él también.

A Cross no le importaba.

Él la alcanzó, la atrajo y casi no sintió las mantas pesadas que colocaron


sobre ambos.

Nada de eso importaba.

Solo ellos.

l
Calisto tomó la tasa de café de su esposa, y se recostó nuevamente en la silla
de la esquina, luciendo más relajado de lo que lo había hecho en días. Emma se
dirigió en dirección a su hijo con su pequeño terrier bajo un brazo como si fuera
un balón de fútbol, el perro solo se quedaba callado cuando su madre lo sostenía,
pero ella lo amaba así que nadie se quejaba.

Cross sabía que decirle a su madre que no se preocupara no iría bien, así
que le permitió ajustar los cojines en su espalda, y la besó en la mejilla.

—¿Quieres algo de comer o beber? —preguntó ella.

—Un whiskey estaría genial, Ma.

Emma le frunció el ceño.

—No, y puedes dejar de pedir eso cada mañana porque no te lo voy a traer.

—Bien, supongo que café.

—Tráele una de sus revistas también, Emmy —dijo Calisto—. Una de armas
de mi oficina. Va a quejarse menos si tiene algo que mirar.
—Puedo hacer eso.

Cross le dio una mirada a su padre cuando Emma tocó la cima de su cabeza
como un perro enfermo. Luego salió de su antigua habitación.

Él suspiró y se pasó una mano por la cara.

—La neumonía está prácticamente fuera de mis pulmones. Será mejor que
la hagas aceptar que me iré a mi casa dentro de poco.

Calisto se rio desde el borde de su tasa.

—En realidad, creo que voy a dejar que tú te encargues de eso.

Imbécil.

Sin embargo, Cross todavía amaba a su padre hasta la muerte.

Recuperarse en la casa de los Donati fue el compromiso que hizo con su


padre y madre. Tragar toda esa agua salada y luego el largo viaje a casa, hizo que
la neumonía entrara a sus pulmones cuando estuvo de vuelta en el gran estado
de Nueva York. También fue tiempo suficiente para darle paso a una
desagradable infección.

Ellos querían que fuera al hospital.

Cross no quería estar en un hospital.

Entonces sería la casa de ellos.

Compromiso.

Llevaba una semana allí.

Cross tomó una de las fotografías que Calisto le había entregado justo antes
de que su madre entrara a la habitación. Pasó rápidamente a través de las
imágenes. Dos barcos azul claro llenos de agujeros de bala y llenos de clavos. Una
isla con una gran casa hecha pedazos, cuerpos y trozos de cuerpos, una vista
espantosa, esparcidos por la playa y la costa. Un yate en llamas hundiéndose, y
dos lachas rojo y negro volcadas.

—Pudieron haberme dicho lo que estaban planeando —dijo Cross más para
sí mismo que a su padre.

Calisto se rio.

—Cross, ni siquiera nosotros sabíamos lo que estábamos planeando hasta


que llegamos a Cancún y empezamos a buscar contactos. Dante fue capaz de
conseguir algunos botes y armas; conozco a un tipo que hacía paracaidismo y
tenía aviones. Catrina tiene un viejo amigo en el área que es hábil con bombas
caseras.

Cross miró nuevamente las fotos, específicamente las de la explosión y los


cuerpos.

—Esos barriles hicieron un gran trabajo.

—¿Verdad que sí? —Calisto sonrió, pero se desvaneció igual de rápido—.


Nunca voy a volar de nuevo.

—No es lo mismo. Estabas en una Cessna con una puerta abierta, no en tú


típico avión privado o de dos asientos.

—Aun así, no volaré de nuevo.

Cross rodó sus ojos hacia el techo.

—Bueno, supongo que tienes al menos dos vuelos más por hacer.

—¿Por qué es eso?

Él miró a su padre y se encogió de hombros.

—Es tiempo de que tengas tu cirugía, corrijas la lesión y el aneurisma.


Ahora, antes de que se ponga peor. Se supone que el doctor en Escocia es el mejor
en lo que hace, ¿verdad? Vas a necesitar viajar de ida y vuelta, Papa.

Calisto se aclaró la garganta.

—Sabes que no puedo hacer eso, Cross. Ir al hospital para una cirugía de
cerebro, sin mencionar el tiempo de recuperación, luciría bastante malo en mi
famiglia. Me pondría en una posición para ser visto como muy débil y un blanco
fácil. No puedo…

—Estoy listo —Cross murmuró.

Su padre congeló en su lugar.

—¿O piensas que lo estás por todo lo que ha sucedido, hijo?

—Estoy listo para tomar el asiento.

Él no iba a explicarse.

No necesitaba hacerlo.

Calisto asintió una vez.

—Está bien.
Ruidos hicieron eco afuera de la habitación. Pisadas siguieron por el pasillo.
Varios pares. Cross reconoció a todos los hombres charlando y riendo juntos, y
de repente, su habitación fue un infierno de más ruidosa y llena de lo que había
estado hace unos segundos.

Dante, Zeke, Wolf, un doctor que Calisto había contratado, y luego


Catherine entraron también.

Cross no la había escuchado en lo absoluto.

No le prestó atención al hombre mientras ella atravesaba la habitación, y


subía a la cama. Metió las piernas debajo de los cobertores, y besó la parte baja
de su mandíbula con un suave toque. Todo era mucho mejor cuando ella estaba
cerca. Todo era perfecto con ella. Respiró su esencia familiar, sintió su suavidad y
curvas, y su mundo detuvo por un momento.

Fue más que suficiente.

—Te extrañé —murmuró él.

Sintió la sonrisa de ella contra su cuello.

—Me fui dos horas.

—Dos largas horas.

—Conseguí todas las cosas que querías excepto la manta. Estaba en medio
limpia antes de que todo sucediera. Traté de limpiarla de nuevo. Está arruinada.

Cross se encogió de hombros.

—Lo que sea. Regresaste. Estoy bien.

—Fuera de la cama, jovencita —ordenó el doctor Ulises—. Déjame revisar


al niño.

Cross lo fulminó con la mirada.

—Hombre.

El doctor ignoró a Cross, y esperó a que Catherine se moviera de donde le


habían dicho. Luego, fue a verificar la intravenosa que estaba pegada a la mano
izquierda de Cross, y la bolsa de fluidos con mezcla de antibióticos en el poste.

—Cross, ¿recuerdas cuando te rompiste la muñeca de niño? —preguntó el


doctor.

—¿No tenía cinco años cuando eso sucedió?


Calisto suspiró.

—Trepabas por el costado de la casa como si fueras el jodido Hombre


Araña.

—Tuve que reajustar tu muñeca, y me dijiste bastardo —dijo el doctor—.


Fuiste el primer niño que alguna vez me maldijo. Era un doctor nuevo en ese
entonces.

Las cejas de Cross se fruncieron.

Risas llenaron la habitación.

—Sí hiciste eso, Cross —confirmó Calisto.

—Y —dijo el doctor—, es por eso que continuaré llamándote niño hasta el


día que mueras. Pero hoy no será día. Tu neumonía se ha despejado bien. La
herida en tu hombro por la metralla está sanando bien. Tus suturas lucen bien.
Una vez que esta bolsa de fluidos termine, y obtengas otro suero de medicación,
estarás bien para irte.

Catherine le sonrió desde el costado de su padre.

Ella también lo quería en casa.

—¿Algo que te preocupe? —preguntó el doctor.

—Mis costillas aún duelen un poco —admitió Cross.

—Eso puede suceder algunas veces cuando la RCP es desarrollado


correctamente. Agradece al señor Marcello tan seguido y tan en voz alta como lo
permita.

—Sí, Cross. Agradéceme a menudo, y en voz alta. —Dante no se molestó en


esconder su sonrisa—. Es divertido. Aprendí RCP porque teníamos una piscina,
y niños pequeños. Mantuve la práctica a lo largo de los años solo porque sí.
Ciertamente no pensé que la primera vez que tendría que usarlo sería contigo,
Cross.

Dios, lo mató hacer eso.

Dante lo había salvado.

Así que supuso que ya no lo quería matar.

—Gracias —dijo Cross.

De nuevo.
—Y a mí —dijo Zeke—, por sacar tu trasero del agua.

Cross asintió, y clavó la mirada en su mejor amigo.

Todo o nada.

Zeke siempre protegía su espalda.

—¿No podrías haber nadado un poco más rápido? —bromeó Cross.

Zeke le dio su dedo del medio.

—Agradece que salté en todo ese desastre. Tomé dos pedazos de


ametralladora en mi hombro, imbécil.

—Sí, lo sé. Yo solo estoy…

—Siendo una mierda —intercedió Catherine.

—Exactamente eso.

Zeke extendió su puño, y Cross lo golpeó con el suyo.

Calisto sonrió débilmente hacia Wolf cuando el hombre se vino a parar al


lado de su amigo y jefe. Cross siempre había pensado que era raro cómo había
encontrado a su más leal amigo en el hijo del hombre que nunca traicionó a su
padre durante todos esos años.

O, tal vez no era para nada extraño.

Cross estaría bien.

Especialmente como un jefe de la Cosa Nostra.

¿Con una mujer como Catherine, una familia como la que él tenía, amigos
como Zeke, y hombres como los que lo rodeaban?

Cross nació para esto.

No conocía nada diferente.

No quería.

Una vez el doctor se fue de la habitación, Dante se aclaró la garganta.

—Me imaginaba que debía parar y dejarte saber lo que está sucediendo con
Chicago.

—Estoy bastante seguro de que aún es tu desastre para limpiar.

Dante arqueó una ceja.


—No, no realmente, pero lo hice de todas formas.

Cross se encogió de hombros.

—¿Entonces qué está sucediendo?

—Nada, esencialmente. —Dante dejó salir un aliento pesado, y cruzó los


brazos sobre su pecho—. O mejor dicho, nada por lo que tengas que preocuparte.
Tommas Rossi y yo hemos llegado a un acuerdo, o algo así, para mantener la paz
con todo este asunto. Ciertamente él entiende por qué hicimos lo que hicimos,
pero…

—Lo negocios son los negocios —dijo Calisto en voz baja.

Dante asintió.

—Aun así, nos hicimos cargo de eso.

—¿Qué tuviste que entregar para llegar a eso? —preguntó Cross.

—Un puerto libre de deudas. Un cargamento de armas en reemplazo de las


que tú robaste. Un voz más fuerte y controladora en la Comisión. —Dante miró
a Catherine quien estaba jugueteando con el reloj de la mesa de Cross—. Nada
que no valiera la pena, de todas formas.

Cross entendió eso.

Imaginaba que cualquier hombre lo haría.

l
Un mes después…
—Mierda, mueve ese trasero para mí, nena.

Catherine guiñó por encima del hombro, toda vestida en un apretado


vestido rojo Versace con unos zapatos de tacón de quince centímetros a juego.
Cross se mantuvo firmemente sentado en el banco en el área de la sección VIP
del club de Zeke, pero se inclinó hacia adelante solo lo suficiente para atrapar la
falda del vestido de Catherine con un dedo. Las caderas de ella se movieron al
ritmo, y él obtuvo un vistazo de la tanga roja debajo de su vestido.
Cross silbó bajo, pero la mano de Catherine rápidamente lo alejó.

—Oye, estaba obteniendo una buena vista de algo allí, Catty.

—Puedes esperar.

Él frunció el ceño.

—Eso es una cuestión de opinión.

Ella siguió bailando. Él amaba verla.

Los clubes podían ser lugares peligrosos para alguien como Catherine, con
una historia como la de ella donde las drogas y el alcohol estaban involucrados.
Ella nunca bateaba una pestaña ante el whiskey en su mano, o el licor fluyendo
por todo el maldito lugar. Por otro parte, ella traficaba drogas como una
profesional, y nunca las tocaba.

Cross no estaba muy sorprendido.

Mierda, a ella sí le gustaba bailar.

—Ven aquí conmigo —dijo Catherine, extendiendo sus manos hacia él.

Cross sacudió la cabeza.

—Nah, me gusta mirarte.

—Puedes bailar.

—Sí, pero estoy teniendo un espectáculo gratis en este momento, así que
gira, y sacude tu jodido trasero para mí, nena.

Ella hizo puchero.

Cross se inclinó atrás en su asiento, y movió un dedo hacia Catherine para


exigir que se acercara más sin decir una palabra. Rápidamente, ella se inclinó,
poniendo las manos en los muslos de él, y dándole una sonrisa sexy cuando sus
labios estaban a solo centímetros de los suyos.

—Deja de hacer pucheros —dijo él.

—Entonces baila conmigo, Cross.

—No puedo, ya vienen los negocios.

Catherine levantó una sola ceja con esa declaración.

—¿Por qué traerme a un club esta noche si eso iba a suceder?

—¿Por qué no te traería?


—No es realmente para mujeres.

—No estoy seguro de que realmente me importe —respondió Cross.

—Aun así…

Él cerró la distancia entre sus bocas antes de que Catherine pudiera decir
otra palabra. Una vez que la besó, el mundo se inclinó en su eje lentamente, y
todo estuvo bien. Su lengua juguetona se lanzó hacia la de él, y se movió con
fuerza. El whiskey que había estado tomando no era nada comparado al sabor de
ella. No quería separarse, pero captó la vista de su amigo por la esquina del ojo.

Catherine hizo un puchero cuando Cross le mordió el labio y asintió en


dirección a Zeke.

—Negocios, nena.

—Pero…

—Sigue haciendo pucheros, y voy a darle a tu boca una razón para hacerlos
cuando la tenga completamente llena.

Catherine entrecerró sus ojos hacia él.

—¿Lo prometes?

—Mi error. Sigue así, y veremos si llegamos a casa antes de que este Versace
esté en el suelo.

—Este vestido te costó mucho dinero, Cross. Vi la etiqueta dentro de la caja


cuando me lo diste esta mañana.

—¿Y?

Catherine sonrió.

—Sigue haciendo esas promesas.

—Sabes que lo haré. Por qué no vas a bailar un rato, ¿eh?

Ella le guiñó un ojo, y se separó de él para irse. Él le golpeó el trasero antes


de que estuviera fuera de alcance. Sus dedos ondearon sobre su hombro, y luego
ella se había ido de la sección VIP.

Zeke tomó asiento a su lado en el banco.

—Papá está en camino.

—Bien —dijo Cross antes de beber su whiskey.


—Aquí.

Zeke sacó un objeto que hizo que Cross se sentará más derecho. Era el anillo
de Calisto. No podía recordar haber visto a su padre quitárselo. Revivió
memorias de su padre haciendo que sus hombres besaran el anillo, aunque su
padre nunca se lo exigió a él.

Cross siempre pensó que era porque su padre veía a su hijo como un igual.

No un hombre por debajo de él.

—Supongo que Calisto se lo entregó hoy a mi padre antes de subir al avión


—dijo Zeke.

—Ma no lo menciono cuando llamó para decir que estaban a bordo.

—¿Tu madre menciona en alguna ocasión cosas sobre la famiglia?

—Buen punto —dice Cross.

—De todas formas, papá me lo dejó porque sabía que te vería primero. Vas
a necesitarlo esta noche una vez que empiece la reunión con los hombres.

Cross se colocó el anillo en su dedo medio.

Ajustó perfectamente.

—Vas a necesitar añadir un segundo anillo dentro de poco, ¿no? —pregunto


Zeke.

—¿Por qué?

Zeke le dio una mirada.

—Un jefe necesita una esposa, Cross.

Ah.

Sí, eso.

Cross se encoge de hombros.

—Déjame a mí preocuparme por eso.

—Conozco las reglas.

—Estoy trabajando en ello, Zeke.

—Mmm —murmuró su amigo—. Vi en lo que estabas trabajando aquí.

Cross sonrió.
—También trabajo en eso, sí.

—Imbécil.

—En fin, ¿cuándo vas a sentar cabeza y casarte? —preguntó Cross.

Zeke casi se volvió tan blanco como un papel.

—No gires esto hacia mí.

—Tal vez quiero que mi subjefe asentado en la vida familiar. Hijos, minivan,
y todo el…

—Jódete, Cross —espetó Zeke.

Cross se carcajeó.

—Yo no lo haría.

—Oh, gracias a Dios, ahí está papá.

Cross todavía se estaba riendo mientras Wolf se acercaba a la zona VIP.


Tomó asiento junto a Cross con una sonrisa en el rostro, y miró entre los dos
hombres.

—¿Qué está mal con mi hijo? Luce como si fuera a vomitar.

—Matrimonios, hijos y minivans —explicó Cross.

Wolf asintió.

—Ah, ya veo.

—Él no puede hacerme eso ¿Verdad? —preguntó Zeke—. No puede


hacerme hacer eso, ¿verdad?

—Pues, como jefe, él puede…

—Cross, lo juro por Dios. No ayudé a salvar tu trasero para que me metieras
a ese infierno.

Wolf se río.

—Dije que no lo haría —respondió Cross—. Deja de ser un cafone.

—¿Estás listo para esta noche? —preguntó Wolf.

—Sí —murmuró Cross, mirando su vaso vacío—. Ha venido pasando hace


un tiempo, ¿cierto?

—Lo ha hecho —respondió su antiguo mentor—. Va a estar bien, Cross. Tu


padre decidió llevar la famiglia Donati en una dirección que te iba a beneficiar,
incluso si no te diste cuenta de lo que estaba haciendo. Es por eso que, con el paso
de los años, la generación vieja de hombres fue lentamente reemplazada por
hombres como Zeke, y otros que te respetaban tanto a ti como a tu padre.
Hombres con los que creciste como… amigos, o algo así. O a lo que tú podrías
considerar usar la palabra amigo. Ellos sabían que esto vendría. Han estado
esperando.

—Sin embargo, lo estamos lanzando sobre ellos sin previo aviso.

Wolf lo desestimó con un gesto.

—Sólo hombres ignorantes ven esto con sorpresa. Ya está hecho. Estuvo
básicamente hecho cuando tu padre te hizo su subjefe hace unos años. Todo lo
que quedaba era que tú…

—Me decidiera —dijo Cross.

—Exacto. El anillo ajusta bien, por lo que veo.

Cross sonrió.

—Igual que el asiento del jefe.

Wolf palmeó su hombro.

—Disfruta la vista.

l
Cross no llevó a Catherine a casa antes de que su vestido estuviera por
encima de su trasero, y los pantalones de él bajaran hasta sus caderas. Él llegó a
mitad de camino en un pasillo oscuro del club que llevaba a la oficina y cuarto
de almacenamiento.

Ni siquiera se molestó en quitarle su tanga roja. No, él solo la hizo a un lado,


levantó a Catherine, y metió su polla donde debía estar. Todo lo que los mantenía
separados de los visitantes del club y la pista de baile era una cuerda de terciopelo
rojo, y unos metros de oscuridad.

—Santa mierda, santa mierda —murmuró Catherine en su cuello.


Sus tacones se enterraron en la parte posterior de sus muslos mientras él la
sostenía contra la pared y la follaba duro. Cada embestida era el cielo. Cada
apretón de sus músculos internos alrededor de su polla se sentía como si sus
nervios estuvieran siendo arrastrados a través de oro líquido.

Él tenía un puñado de su cabello, y una mano apretando su garganta. Las


uñas de ella se enterraron en la parte de atrás de su cuello mientras su otra mano
tiraba de su cabello.

Sus gritos se hicieron más fuertes a medida que su coño lo apretaba.

—No hagas que jodidamente nos atrapen ahora —le dijo él a ella.

Catherine se rio sin aliento.

—Me voy a correr.

—Joder, más te vale.

Ella inclinó la cabeza hacia atrás, y todo lo que él pudo ver eran sus labios
hinchados por sus besos y mordiscos, la marca que dejó a un lado de su cuello
con su boca, y sus pupilas dilatas lo reflejaban. Apretó los dientes y tomó una
respiración aguda, estaba tan jodidamente enamorado de esta mujer que era
ridículo.

Pero siempre había sido así con ella.

Desde siempre y un día.

—Cristo, mírate, Catty.

—Amo tu polla —respiró ella.

Jesús.

Sus palabras lo enviaron a una espiral de oscura lujuria y puro amor. Como
un tornado listo para desgarrar y destruir, pero a él no le importaba estar en el
centro.

En especial si estaba con ella.

La mano de Cross se deslizo de su garganta, metió dos dedos en su pequeña


boca burlona, y permitió que sus siguientes embestidas fueran más duras y
profundas. Catherine gimió su camino a través del orgasmo, y sus dientes
cortaron sus nudillos.

—Joder, sí, mi niña. Eso es.


Cross sacó su pulsante polla del coño caliente de Catherine, y la bajó. Ella
todavía estaba recuperando el aliento y dejando de temblar como una bonita hoja
cuando él la giró, y la empujó contra la pared. Subió su vestido sobre su trasero,
le dio una nalgada lo suficientemente fuerte como para dejar su piel rosada, y
luego estaba empujando dentro de ella de nuevo.

Todo al desnudo porque él se dio cuenta que a ella le gustaba más de esa
manera. Había dejado de molestarse en usar condones, a pesar de que eso no
había sido muy serio entre ellos por un tiempo. Aun así, él ni siquiera se molestó
en considerarlos ahora. Ella usaba la inyección de todos modos, así que él no veía
el maldito punto. También le gustaba follarla de esta manera. Así él sentía todo.

—Oh, Dios mío —susurró Catherine suavemente.

Cada maldito centímetro de ella lo ajustaba como un guante.

Ella estaba tan jodidamente húmeda.

Suave, caliente, y malditamente apretada.

Lo amaba.

—Mi turno —gruñó él en su oído.

Catherine asintió feliz.

—Por favor.

—Córrete, Cross. Por favor córrete.

—Un poco más fuerte, nena.

—Córrete dentro de mí, Cross. Por favor córrete dentro de mí. Joder, lo
quiero. Por favor.

Sí, eso era todo lo que necesitaba escuchar.

Él provocó su clítoris con los dedos hasta que ella tembló de nuevo. Con su
segundo orgasmo corriendo, el vacío su pene profundo dentro de su coño. Él
pudo sentir su semen llenarla con cada pulso, y lo volvió jodidamente loco.

—Siempre vamos a ser así cuando estemos juntos, ¿verdad? —preguntó


Catherine.

Cross besó su mejilla, sosteniéndola contra su polla.

—¿Así cómo?

—Estúpidos. Salvajes. Astutos. Enamorados.


—Ya lo sabes.

Él se aseguraría de eso.

l
Tres meses después…
—¿Cómo estás? —preguntó Cross mientras Calisto se hundía en la silla de
la mesa.

A su alrededor, la conversación de las personas y cubiertos sonó. El


restaurante, uno de los favoritos de su padre, estaba ocupado esa mañana.

—Odio el jodido sol —murmuró Calisto.

—¿Qué? ¿Por qué?

Calisto miró la luz del sol que entraba por las ventanas.

—He estado encerrado por mucho tiempo. Lastima mis ojos.

—Dale un tiempo; vas a estar bien.

—Y mi hombro duele.

—¿Por qué?

—Lluvia —dijo Calisto quejándose.

Una mesera se acercó a su mesa, lleno sus tasas de café, y los dejó con sus
menús antes de ir hacia otro grupo de clientes.

Cross observó a su padre beber su café en silencio, y envió una oración


silenciosa de agradecimiento a quien estuviera cuidando su familia. Calisto pasó
dos meses recuperándose en Escocia en una clínica de rehabilitación
especialmente diseñada para quienes tenían heridas en la columna y en el
cerebro. Cross solo pudo viajar una vez para ver a su padre, poco después de la
cirugía, y había sido duro.
Calisto estaba irritado por cada pequeña cosa, impaciente con quienes
estaban a su alrededor, y constantemente cansado. Algunas de sus funciones
motoras se retrasaron después de la cirugía, lo que quiso decir que tuvo que
volver a aprender cosas que había hecho perfectamente por su cuenta toda su
vida.

Cosas como abotonar su camisa, o amarrar sus zapatos.

Sus habilidades verbales también fueron impactadas. Luchaba para formar


oraciones completas, y cuando lo hacía, sus palabras se mezclaban a menudo, o
estaban fuera de lugar.

Le tomó dos meses en Escocia, y un mes de vuelta en casa en New York


para volver a la normalidad. Cross contrató a alguien para que fuera a casa de
sus padres cada día durante un mes para trabajar con Calisto, incluso cuando su
padre solo quería decir a la mierda. Cross no podía permitir que su padre se diera
por vencido cuando lo estaba haciendo tan bien, e iba tan adelantado con
respecto a otros en la misma situación. El terapista de Calisto todavía venia todos
los días para trabajar en cosas como fuerza y resistencia.

A veces, Calisto todavía se cansaba después de hacer algo pequeño. Pero


podía tocar el piano nuevamente, no había tenido otro episodio, y su cerebro no
estaba teniendo hemorragias menores.

Le quedaban muchos años más de vida.

Cross estaba agradecido por eso.

—Vas a ir a Las Vegas la próxima semana, ¿verdad? —preguntó Calisto.

Cross asintió, y tomo un trago de café.

—Una gran lucha MMA. Tengo entradas para cerca de las jaulas. Catherine
las consiguió para mí como un regalo.

—¿Ella también va a ir?

—¿A quién más llevaría?

Calisto sacudió su cabeza.

—No lo sé, Zeke, ¿Tal vez?

—Zeke puede comprar sus jodidas entradas.

—Lo juro, si pudieras esconderte el algún lugar con esa chica por el resto de
tu vida, serías un hombre feliz, Cross.
—Sé eso desde que tenía catorce. Llegas tarde al juego, Papa.

Calisto sonrió.

El sonido de una campana atrajo la atención de Cross a la puerta del


restaurante. Su tercer y cuarto invitado para el desayuno entraron con sonrisas
en sus rostros.

Dante se quitó su chaqueta mojada, y tomo asiento junto a Calisto. Abril les
estaba dando un infierno de lluvia ese año, aunque el sol seguía brillando a través
de la lluvia. Catherine dejó un beso en la cien de Cross antes de colgar su
chaqueta húmeda en el respaldo de su silla.

—Tengo que ir a lavarme —dijo ella.

—Aquí estaré.

Dante se giró hacia Calisto mientras Catherine se dirigió a los baños.

—Veo que finalmente saliste de casa.

—El sol está tratando de matarme —se quejó Calisto—. Y la lluvia está
lastimando mi hombro.

Cross rodó sus ojos.

—El sol no está tratando de matarte, Papa. Llevará algo de tiempo.

—Él no lo entiende. —Calisto señalo a Cross con una mano—. En lo


absoluto.

—Creo que él lo entiende bastante bien. Fue él quien se aseguró de que estés
aquí para quejarte, ¿verdad?

—Vaffanculo9 —maldijo Calisto.

Dante se río.

—Sé amable, viejo amigo.

Cross revisó su reloj, y se preguntó dónde estaban el resto de sus invitados.


Zeke, su novia del mes, y Wolf.

—Cross, tengo una pregunta —dijo Dante.

—Seguro.

—Vas a ir a Las Vegas con mi hija la próxima semana, ¿cierto?

9 Vaffanculo: vete a la mierda en italiano.


—Así es.

—Dime que no se van a casar allí.

Calisto tosió su café.

La mirada de Cross se dirigió a un atónito Dante.

—¿Disculpa?

—Solo… quería estar seguro.

—¿Por qué? —pregunto Cross.

—Porque tomaste el control de tu familia hace unos meses, y todos sabemos


cómo funcionan las cosas, ¿verdad? Todos hemos estado en tu posición antes, y
el paso lógico a seguir es casarse con una mujer apropiada. Sin embargo, no te
has acercado a mí para pedir su mano. Sé que probablemente es por nuestra
historia…

—No tiene nada que ver con eso —dijo Cross.

—Entonces, ¿por qué no lo has hecho?

—Porque no se lo he dicho a ella.

Dante miró a un lado, como si estuviera considerando las palabras de Cross.

—Eres consciente de cómo funciona, ¿verdad? Me preguntas a mí primero.

Cross encogió uno de sus hombros.

—Digo, así es como todo el mundo lo hace. Pero me importa más la opinión
de ella, para ser honesto. No puedo saltar en algo en lo que ella podría no estar
lista.

—Ella está lista —dijo Calisto.

Dante y Cross miraron a Calisto.

—¿Eso crees? —pregunto Cross

Calisto asintió.

—Ella es como tú, hijo; te ha amado básicamente toda su vida. ¿Por qué no
querría ser tu esposa? Además, Catherine cumplió veintiséis hace unas semanas,
Cross. Y tú vas a cumplir veintiocho en noviembre. Es hora de hacer lo adulto en
lo que a ustedes dos concierne y casarse. Ella sabe eso.

—Estoy de acuerdo —dijo Dante—. Entonces, acerca de Las Vegas.


—¿Estás realmente preocupado por eso? —murmuró Cross.

Dante hizo un ruido bajo su aliento.

—Mi hijo se fugó para casarse. Entiendo el por qué, y no voy a compartir su
historia personal, pero fue difícil para mi esposa y para mí. Es un miedo real en
lo que concierne a Catherine.

—Fugarse requeriría mucho menos jodido trabajo —reflexionó Cross.

Calisto le dio a su hijo una mirada sucia.

—No seas una mierda, Cross.

—No se fuguen —murmuró Dante—. Déjame entregarla.

—Siempre y cuando hagas eso.

—No lo hagas más difícil de lo que tiene que ser.

—Es una preocupación seria.

—Cross, ella es mi única hija. Dame la posibilidad de entregarla en el altar.

Cross asintió.

—No puedo creer que pienses que haría eso.

—En realidad no lo hago, pero pensé que debería asegurarme. Catrina se


asustó cuando Catherine le mencionó que iría a La Vegas contigo la próxima
semana. Fue todo un ataque de chillidos por teléfono del cual ni siquiera quiero
entrar en detalles, pero mi oreja todavía duele.

—Bueno…

—Cross —dijo Dante

—Hay una palabra mágica que te estás perdiendo.

Calisto rodó sus ojos hacia el cielo.

—¿Ves? Esto es lo que lo va a hacer que lo maten. Cuando era joven, era su
boca. Ahora que ha crecido, es su terquedad.

—Se llama arrogancia —dijo Cross con una sonrisa—. Y es lo mismo que
siempre fue.

Su mirada atrapó a Catherine viniendo de los baños.

Cross miró a Dante.

—Entonces, ¿tu bendición?


—¿No habrá fuga?

—Será la boda más grande que ha visto esta ciudad —prometió Cross.

—Entonces tienes mi bendición.

—Trato hecho.

Catherine se sentó en la mesa justo cuando la conversación terminó.

—¿De qué me perdí?

—Nada, mi niña. —Cross tiró su brazo alrededor de sus hombros y la


empujó lo suficientemente cerca como para besar su cien—. Nada.

—¿En serio? Porque todos están muy callados. No están discutiendo de


nuevo, ¿verdad?

Ella estaba acostumbrada a la tensión entre Cross y su padre así que él no


pudo sorprenderse por su preocupación. Francamente, él ni siquiera pensó que
invitaría a Dante Marcello a desayunar tan regularmente, y mucho menos ser
amable y estar cómodo con el hombre.

Sin embargo, ahí estaban.

Todo por una belleza de ojos verdes y cabello oscuro.

Su belleza.

—Sin discutir —dijo Dante con una sonrisa—. Ya no más.

Catherine alcanzó la tasa de café de Cross, y tomo un sorbo.

—Entonces, ¿estamos bien?

—Perfectos —dijo Cross.

Catherine estaba radiante.

Con ella, todo siempre era perfecto.


Capítulo 22
—Algo surgió con otra chica en Los Ángeles —dijo su madre al otro lado de
la llamada—, así que necesito hacer una carrera rápida allí. No me reuniré
contigo en Maine; tendrás que hacer este intercambio por tu cuenta.

Catherine cambió de postura y disfrutó de la cálida brisa de agosto que


soplaba alrededor de sus piernas.

—Eso está bien, Ma. Puedo manejarlo.

Llevaba meses trabajando para su madre. Ocho meses, para ser exactos.
Catrina le dio un poco de tiempo para relajarse después de todo lo que había
sucedido en el Golfo, pero eso fue todo. Una mañana, su madre llamó, le exigió
que empacara una bolsa con cosas hermosas y Catherine hizo su primer viaje a
Los Ángeles.

El imperio de su madre no se parecía en nada a lo que Catherine había hecho


antes. Al principio, había sido impactante para ella darse cuenta de que había
hombres y mujeres que pagaban una gran cantidad de dinero por las chicas de
Catrina, y muy pocos hombres, para satisfacer sus necesidades de sustancia.

Catherine simplemente se había presentado a eventos y lugares en los que


su rostro sería reconocido, y se repartía a aquellos que tenían demasiado dinero
y tiempo en sus manos.

A las chicas de Catrina se les pagaba para que simplemente aparecieran con
la droga preferida de un cliente a la mano. Jets privados, autos de lujo y cualquier
otra cosa que pudiera ser necesaria para llevar a una de las mujeres de su lugar
al lugar del cliente.

Y eso era todo.

Nada más.

Los clientes pagaban por mujeres hermosas e ingeniosas para que


proporcionaran su sustancia del momento. Ellos no esperaban, al menos
Catherine no lo había visto suceder, nada más de la chica una vez que se
presentaba y cumplía con su trabajo. Ella era su hermoso fantasma; allí cuando
la necesitaban, complaciendo su estilo de vida y atendiendo específicamente a
sus necesidades con respecto a las drogas, y luego se iban. Nunca se inmiscuían
en sus vidas, solo cuando eran llamadas a hacerlo.

—Asegúrate de que Miguel vaya contigo —dijo Catrina—. Es una


propiedad privada, no hay fiesta. Confío menos cuando llaman a una chica
durante sus horas privadas, y peor cuando no es un lugar público.

—Estaré a salvo —prometió Catherine.

—Lo sé, mi chica inteligente. Desafortunadamente, tu historia te hace


confiar en ellos incluso menos que yo.

—Miguel acaba de bajar del avión, así que tengo que irme.

—Te veré cuando regreses, reginella.

Catherine colgó la llamada de su madre y se alejó del Rolls Royce alquilado


que su cliente le había proporcionado para llevarla desde la pista de aterrizaje
privada de Maine a su propiedad a una hora y media de distancia. Al autor
multimillonario parecía gustarle el LSD y la cocaína para ayudar a su musa. El
hombre era un introvertido extremo, sin esposa ni hijos. Al menos, ninguno que
Catherine había encontrado cuando buscó información sobre él en línea. Rara vez
salía de su casa.

Miguel se acercó a Catherine con una cálida sonrisa. Ella lo prefería por
encima de los otros hombres que su madre había rotado para trabajar con ella.
Todos los demás parecían demasiado interesados y trataban de acercarse
demasiado. Miguel, en cambio, estaba casado con su esposa y tenían un niño. Era
amistoso y protector con Catherine, pero como un hermano mayor.

Eso le gustaba más.

—¿Hablaste con tu madre, reginella? —preguntó Miguel.

—Lo hice. Es bueno saber que ella no vendría contigo cuando el avión
aterrizara. Un pequeño aviso hubiera sido bueno, pero no importa.

—En realidad no suenas como si te importara.

Catherine se encogió de hombros.

—Es un hermoso día de verano. Solo he visto a Cross cuatro días en todo
este mes, y estoy así de cerca de volver a casa durante una semana entera sin
interrupciones con él.
Ella estaba ansiosa por eso.

Miguel se rio.

—Terminemos con esto, entonces.

—Sí, hagamos eso.

Miguel hizo el viaje de hora y media hasta la propiedad privada del cliente
en poco más de una hora. Casi le dijo que se quedara en el auto, pero su madre
tenía razón en lo que dijo. Además, esta era la primera vez que Catherine
suministraba para este cliente después de que él solicitara que le entregara una
nueva chica.

Catherine se metió el bolso Gucci bajo el brazo mientras Miguel la ayudaba


a salir del auto. La casa de tres niveles se elevaba a lo alto y ancho.

—¿Cómo puede un hombre vivir solo en un lugar tan grande? —se


preguntó Catherine.

Miguel se rio entre dientes.

—Los ricos a veces hacen cosas extrañas cuando tienen todo el dinero del
mundo. Creo que todos los humanos a veces quieren estar solos, reginella.
Imagínese tener una carrera y los fondos para aislarse literalmente del resto del
mundo durante el tiempo que desees o necesites. Podrías recibir tu comida,
ordenar tu sexo y recibir medicamentos en tu horario y necesidades.

Catherine lo miró.

—Sexo también, ¿eh?

—No es diferente a brindar cualquier otro servicio. Siempre que los adultos
den su consentimiento y sea una situación saludable en la que ambos
comprendan y estén de acuerdo con lo que sucederá antes, durante y después,
entonces no puedo ver el problema. Como la necesidad de comida, autos o
incluso vendedores de flores al costado de una calle de la ciudad... hay una
demanda en lo que respecta al sexo, para los que tienen las capacidades y para
los que no. Cuando hay demanda, siempre hay alguien que abastecerá. Es
cuando la sociedad obliga a esas personas a hacer negocios en situaciones que
podrían causarles daño para mantenerse a salvo de los funcionarios que se
vuelve peligroso para ellos.

Bueno, cuando lo ponía de esa manera...

—Supongo que tienes razón —dijo ella.


Miguel sonrió.

—Normalmente la tengo. Sin embargo, no le digas eso a la Reina, ya que a


ella le gusta decirme que tengo una cabeza grande para igualar mi ego.

Su madre, quiso decir. Todos simplemente llamaban a Catrina por el título


de Reina, a excepción de Catherine. Catrina seguía siendo solo su madre.

Catherine empujó a Miguel en su brazo al pasar.

—Tal vez tengas una cabeza grande para igualar tu ego.

—Ser inteligente no es igual a un ego.

Ella siguió caminando, riéndose de Miguel todo el tiempo. Subió de dos en


dos los escalones de mármol de la entrada de la casa, y sus tacones repiquetearon
contra la piedra blanca. En la puerta, ni siquiera necesitó llamar.

Un hombre lo abrió.

Principios de los cincuenta, la mirada de ella perdida en su mirada azul,


gris en las sienes y, sin embargo, bastante atractivo. Llevaba una camisa de vestir
arrugada con las mangas arremangadas hasta los codos y pantalones cortos de
color caqui. Catherine no estaba segura de lo que esperaba de su nuevo cliente,
pero no podía decir que fuera algo como esto.

Por otra parte, el hombre era un introvertido y aislado cincuenta veces autor
número uno en ventas del New York Times. ¿Qué diablos sabía ella? Su madre
dejó en claro que lo que importaba era que un cliente se sintiera conectado a los
pocos momentos que pasaban con el hermoso fantasma en sus vidas antes de que
ella se fuera de nuevo, nada más. No debía juzgarlos, ni fisgonear demasiado
profundamente como para hacerles sentir que estaba buscando más de lo que
estaba allí para proporcionar.

—¿Señor Gordana? —preguntó Catherine.

El hombre asintió.

—Ese soy yo, querida.

—Hola, soy Catherine. Tengo algo que le alegrará el día.

l
—¿Dónde está Cross? —preguntó Catherine mientras salía a la pista de
aterrizaje privada.

Andino levantó un hombro en respuesta, pero no dijo nada. Catherine trató


de no mostrar su decepción, pero tenía muchas ganas de ver a Cross tan pronto
como regresara a Nueva York. Se suponía que él sería quien la recogía.

En cuanto a su primo... bueno, ella y Andino no habían estado en los


mejores términos desde esa noche en su casa. Claro, hablaban de vez en cuando
y se llevaban bien por el bien de la familia, pero ella todavía estaba un poco
enojada con él por cómo le había mentido todos esos años simplemente por
dinero. No por otra razón que él creía que ella dejaría de traficar si supiera que
sus padres estaban al tanto de sus negocios con Andino.

—Entonces, ¿él te envió? —preguntó Catherine.

Andino mantuvo abierta la puerta del lado del pasajero de su auto.

—No, Dante me envió. Primero iremos a casa de tus padres.

—Quiero ir a Manhattan y ver a Cross.

—Bueno, solo estoy siguiendo órdenes, Catty.

Catherine suspiró.

—¿Cross está ocupado o algo así?

—O algo así —dijo vagamente su primo.

—Eres un idiota, Andino.

Él sonrió ampliamente.

—Lo sé.

Catherine se deslizó en el asiento del pasajero y Andino cerró la puerta. Una


vez que estuvo en el asiento del conductor y estaban haciendo el largo viaje a
Amityville, él encendió la radio. Probablemente para llenar el silencio ya que
Catherine no estaba ofreciendo mucha conversación.

Finalmente, él preguntó:

—¿Alguna vez me vas a perdonar?

—¿Te molesta que no lo haya hecho?

Andino se aclaró la garganta.


—Quiero decir, la familia es la familia, Catherine. Y luego estamos
nosotros… los Marcello. Es un tipo de familia completamente diferente.

—Esa no fue una respuesta a mi pregunta.

Ella continuó mirando por la ventana, negándose incluso a prestarle


atención a Andino mientras conversaban. Era más fácil permanecer enojada y
amargada con él de esa manera. A decir verdad, ella amaba a su primo. Amaba
a todos sus primos porque habían sido criados más como hermanos que como
cualquier otra cosa.

—Sí, me molesta —dijo Andino.

Catherine se volvió para mirarlo entonces, pero la mirada de él estaba


firmemente clavada en el camino.

—Me usaste. Así es como me sentí y como todavía me siento. La familia


definitivamente es familia, pero ni una vez consideraste a la familia cuando me
mentiste y me usaste.

—Los negocios son los negocios, Catty. —Andino sonrió levemente—. En


los negocios, la familia se convierte en algo completamente diferente. Supuse que
lo sabías.

—Ese no es el tipo de negocio del que quiero formar parte.

—Sin embargo, mírate.

Catherine se encogió de hombros.

—Sí, por mi elección. No tuya. Un negocio en el que entré conociendo todos


los detalles; con honestos. Sin embargo, ciertamente me enseñaste a vender, así
que supongo que debería agradecerte por eso.

—¿Oh?

—Y también te perdono —agregó Catherine.

La mirada de Andino se posó en la de ella y luego rápidamente volvió a la


carretera.

—Eres como tu madre, de todos modos, Catherine.

—¿Cómo es eso?

—Demasiado jodidamente peligrosa para nuestro tipo de hombres, y


demasiado tercas y buenas para la Cosa Nostra. Cortamos alas y mantenemos a
una persona enjaulada; personas como tú no pueden ser confinadas cuando
brillas libremente. Realmente no puedes volar demasiado alto en este negocio, no
cuando la famiglia te encadena a un juramento.

—Sin embargo, mírate —dijo Catherine, repitiendo su declaración anterior.

Ella conocía los cambios que estaban ocurriendo en la Cosa Nostra de su


padre, o había escuchado lo suficiente para saberlo. Cosas como Andino
convirtiéndose en un subjefe y preparándose para tomar el puesto de su padre
como jefe cuando sea el momento adecuado. Cuán alto había subido. Cuán
diferente era él también ahora.

Andino asintió.

—Esa es la diferencia entre tú y yo. No puedes hacer lo mío. Yo no puedo


hacer lo tuyo. Pero a los dos nos gusta lo que hacemos y somos buenos en eso.

—Entonces, ¿estamos bien?

—Estamos bien —dijo su primo.

Porque la familia amaba.

Incluso cuando odiaban.

l
—¿Por qué están todos parados afuera? —preguntó Catherine, notando los
autos que pasaban y la multitud de personas que se encontraban en la gran casa
de sus padres—. ¿Y por qué están todos aquí?

Andino estacionó su auto a unos metros de las dos personas al frente de la


multitud: sus padres.

—Ma dijo que tenía que ir a Los Ángeles —dijo Catherine.

Andino se rio entre dientes.

—Todos dijimos algunas mentiras piadosas para esto.

—¿Qué?

No le explicaron.
Catherine solo estaba más confundida.

—Aquí —dijo Andino, metiendo la mano en el asiento trasero para agarrar


lo que parecía ser una caja de sombras. Tenía un gran agujero en la parte superior
y tenía al menos ocho centímetros de grosor y unos buenos treinta de largo. El
panel de la ventana frontal de la caja estaba hecho de vidrio con dos pequeñas C
interconectadas grabadas en el vidrio—. Vas a necesitar esto.

—¿Por qué?

—Creo que es hora de averiguarlo, Catty.

Catherine salió del auto y arregló la falda de su vestido mientras se acercaba


a sus padres. Parecía que casi todos los miembros de su familia y amigos estaban
allí, sin mencionar a las personas de la familia de Cross.

—¿Qué está pasando? —preguntó Catherine.

Su padre sonrió.

—Todos tenemos algo para ti, dolcezza.

Su madre igualó la sonrisa.

—Bueno, la mayoría de nosotros.

La mano de Dante se metió en el bolsillo de la chaqueta de su traje y sacó


una sola fotografía. Catherine miró fijamente el artículo, sorprendida de que su
padre incluso tuviera algo así. Era una foto de Cross y Catherine cuando ella tenía
tal vez trece y él quince. Una foto que se había tomado en la escuela con su
teléfono y en la que nunca volvió a pensar una vez que cambió de celular.

—¿De dónde sacaste eso? —preguntó ella.

—No tiro nuestros dispositivos sin vaciar el contenido en las unidades —


dijo su padre—. Viejo hábito, eso es todo.

Él dejó la foto en la caja de sombras sin más explicaciones.

Catrina extendió la mano y abrió la palma, mostrando una pequeña bolsa


con arena adentro.

—Playa Jacob Riis, me dijeron.

Catherine frunció el ceño cuando su madre también dejó caer la pequeña


bolsa de arena en la caja de sombras.

—Hay más —dijo su padre en voz baja—. Tienes que seguir caminando,
Catty.
Su madre y su padre se separaron lo suficiente para dejarla pasar a las
siguientes personas esperando. Su hermano, Gabbie, y su hijo de tres meses y
medio, Antony Dante. Michel sostenía un pequeño parche con el número trece y
el logo de su vieja escuela. Gabbie sostenía un pequeño emblema de la marca
Range Rover.

Alguien más tenía una copia en rústica en miniatura de Romeo y Julieta. Otra
persona sostenía sus nudillos personalizados. Uno de sus primos arrojó
caracolas. Entradas de cine. Otra fotografía. Una margarita. Un Sharpie negro.

Tantos recuerdos.

Tantas cosas.

Cosas que la componían a ella, a Cross y a ellos.

El padre de Cross y su madre fueron los dos últimos que realmente tenían
artículos, aunque aparentemente no estaban el final de la línea de personas frente
a las que Catherine tenía que pasar.

Calisto desdobló un papel amarillento y lo giró para que Catherine viera el


boceto que le había dado a Cross por su decimoquinto cumpleaños. Lo volvió a
doblar sin decir una palabra y lo metió en la ranura en la parte superior de la caja
de sombras.

Emma Donati sonrió suavemente mientras sostenía una pequeña bolsa de


polvo blanco que estaba atada con una pequeña cinta roja. Catherine se rio al
instante.

—¿Eso es harina? —preguntó ella.

—Lo es. Sin embargo, no tengo idea de por qué —dijo la madre de Cross.

—Yo sí.

Aunque ella no lo diría.

Era parte de su historia.

De nadie más.

Emma dejó caer la pequeña bolsa en la caja y luego ella y Calisto se hicieron
a un lado. Poco a poco, el resto de las personas que estaban detrás de ellos
siguieron la misma idea. Se separaron hasta que Catherine pudo ver quién la
esperaba al final del camino.

Sobre una rodilla, vestido de negro Armani, su mirada oscura sobre ella y
esperando.
Supuso que Cross la había estado esperando toda su vida.

No se había dado cuenta hasta entonces, pero al parpadear, el agua que se


acumulaba en sus ojos cayó. Las lágrimas dejaron huellas por sus mejillas cuando
su siguiente aliento quedó atrapado en su garganta.

—Adelante. —Escuchó decir a alguien.

Ni siquiera estaba segura de quién.

Catherine abrazó la caja de sombras con fuerza contra su pecho cuando


finalmente encontró suficiente orientación para hacer que sus piernas se
movieran. Cuando se detuvo frente a Cross, él abrió la parte superior de una caja
de terciopelo negro que tenía en la mano.

El anillo en la caja hizo que su corazón se detuviera.

Pertenecía a su abuela, Cecelia. Una reliquia familiar que siempre estaba


escondida de forma segura en una caja fuerte con otras cosas preciosas. Su abuela
solo lo usaba en ocasiones muy especiales, y cuando se le preguntaba por ello,
nunca dijo a quién se lo daría. También se había utilizado como anillo de
compromiso para su madre y su padre, pero se volvió a guardar una vez que se
casaron y Catrina nunca volvió a usarlo.

—Catherine —murmuró Cross—. ¿Me mirarías?

Su mirada se posó en la de él.

Él sonrió.

Ella tomó otro aliento tembloroso y dejó caer más lágrimas.

—Oh, Dios mío —dijo entre lágrimas—. Me estás haciendo llorar, Cross.

—Te amo tanto, mi niña.

—Demasiado, aparentemente.

—Nunca —respondió él—. ¿Estás lista?

—¿Para llorar más?

—Probablemente.

Ella se rio débilmente.

—Quiero decir, gracias por el aviso.

Se humedeció los labios y respiró hondo.


—Catherine Cecelia Marcello, amor de mi vida, guardiana de mi corazón,
dueña de mi alma, niña de mis sueños y susurradora de mi verdad. Eres el aliento
a mi sangre, el mar de mi cielo, el para siempre de mi hoy, y la reina de mi rey.
La única mujer a la que he amado, la única con un corazón que he codiciado y la
única vida que he tejido con la mía tan completamente. No soy yo sin ti. Te he
amado todos los días que te he conocido, y necesito que me dejes prometerte el
resto de mis días también.

Catherine se secó la humedad de las mejillas con manos temblorosas.


Realmente deseaba poder recuperar el aliento, pero no podía dejar de llorar.

—¿Me harías el mayor honor y te casarías conmigo? —preguntó él.

Podría haberle preguntado en la carretera. Él podría haberle preguntado en


la cama. Podría haberle preguntado por una maldita llamada telefónica.
Catherine todavía habría dicho que sí.

—Por supuesto que lo haré —susurró ella.

Cross se levantó del suelo antes de que ella pudiera pronunciar otra palabra.
Le quitó la caja de sombras de la mano y la dejó con cuidado en el suelo un
segundo antes de que sus labios se cerraran sobre los de ella. Su fuerte beso la
dejó sin aliento, pero era tan familiar que la hizo sentir a tres metros de altura y
cálida al tacto. Le deslizó el anillo por el dedo y le dio un rápido beso en los
nudillos. Catherine ni siquiera había escuchado los aplausos y vítores hasta ese
momento.

Su abrazo la envolvió en casa y amor. Enterró su rostro surcado de lágrimas


en su cuello y dejó que sus brazos alejaran el resto del mundo.

Solo por un segundo.

Solo para él.

—Te amo —murmuró él en su oído.

—¿Lo prometes?

Oh, tan familiar.

Oh, tan perfecto.

—Siempre, Catherine.
l
Tres meses después..
—¿Estás lista? —preguntó Dante.

Catherine asintió y pasó las manos por la gasa de su vestido de novia.


Hombros afuera, mangas largas de encaje y con una cola de tres metros que
sostenía pequeños botones de perlas desde la parte inferior hasta la parte
superior de los hombros, se sentía como una princesa de la cabeza a los pies.

—Déjame verte una vez más —dijo Dante.

Su padre la tomó de las manos y la alejó lo suficiente para admirar el


vestido. Él arregló una de sus ondas de cabello sueltas detrás de su velo de tres
metros con ribete de encaje. También revisó la parte inferior de su vestido para
asegurarse de que la falda no se hubiera ensuciado.

—Dios mío, estás hermosa, Catherine.

—¿Sí?

Supuso que el vestido de novia de veinte mil dólares la ayudaría mucho.

Su padre no estuvo de acuerdo.

—Haces brillar ese vestido, dolcezza. ¿Nerviosa?

—En lo absoluto.

—¿Ni siquiera un poquito?

—Estoy tan lista para esto —admitió. Veintinueve de noviembre. Un sábado a


media tarde, fresco por fuera y cálido por dentro. El día de su boda finalmente
había llegado. Ella había estado contando los días antes de eso. Aunque no
necesitaba este gran día en absoluto porque...—. Me habría casado con él en el
juzgado el mismo día que me lo pidió, papá.

Dante se rio entre dientes.


—Sí, bueno, afortunadamente Cross y yo llegamos a un acuerdo antes de
que pudieras intentar convencerlo de algo así.

Miró a su padre enarcando una ceja.

—¿Y ahora qué?

—Quería que mi principessa tuviera una boda adecuada. Piensa, Catty.

Ella lo hizo.

Su recepción era en el hotel Waldorf Astoria en Manhattan. Su boda, en la


Catedral de San Patricio. La lista de invitados fácilmente superaba los seiscientos.
Catherine dejó de preguntar el costo de las cosas porque sus padres estaban
decididos a gastar mucho, y los padres de Cross estaban más que felices de
ayudarlos.

Ella simplemente tuvo que aparecerse y estar de acuerdo con las cosas.

Su luna de miel era una estancia de dos semanas en una mansión privada
en una finca de playa en Sicilia.

Era demasiado.

Seguía siendo perfecto.

—¿Todavía estás decidida a que este vestido sea revelado antes de la


ceremonia? —preguntó su padre mientras caminaban por el piso inferior del
Waldorf—. Siempre podemos enviar a alguien para hacerle saber que has
cambiado de opinión.

Catherine negó con la cabeza.

—Creo que esto es mejor.

—¿De verdad? Tu madre hizo todo lo que pudo para ocultarme su vestido
hasta que se abrieron esas puertas. No entendí por qué, pero ahora estoy muy
agradecido por ello. Es uno de mis mejores recuerdos del día de nuestra boda,
considerando que todo estaba destinado a ser solo negocios y nada más.

—No somos como tú y Ma.

Ella y Cross eran ellos.

Y esto había tardado mucho en llegar.

Muchísimo tiempo.

Ella pensó... tal vez...


—Él ha intentado mucho ver mi vestido —dijo Catherine—, y no entiendo
por qué.

Dante la miró.

—¿Curiosidad, tal vez?

—No lo creo.

—Estoy seguro de que ese hombre no tiene los pies fríos, Catherine.

Ella se rio.

—Definitivamente no, pero todo el mundo ha hecho un gran escándalo por


el vestido y por verme por primera vez. Creo que lo afectó y entró en pánico o
algo así.

—¿Por?

Catherine apretó los labios.

Ella no sabía cómo explicarlo.

Hombres como Cross no tenían arrebatos emocionales en entornos


públicos. Ese mes acababa de cumplir veintiocho; era un hombre adulto que no
compartía abiertamente sus sentimientos con casi nadie. Ella nunca lo había visto
llorar. Ella pensó que él estaba preocupado de que pudiera sentirse abrumado
frente a seiscientos invitados; muchos estarían compuestos por hombres como él.
Ella no quería hacerle eso.

Esto era mejor.

Una revelación privada entre ellos dos, donde nadie podía ver o saber lo
decían o lo que sucedía. Para que él pudiera ser auténtico, y ella también. Su boda
era todo un espectáculo, un hermoso día para ellos, claro, pero aun así era un
espectáculo para las personas que volaron desde todo el mundo para ser parte
de ella como invitados.

Este momento no era parte de ese espectáculo.

Eran Cross y Catherine.

Solo ellos.

Únicamente ellos.

—Solo... quiero hacerlo de esta manera por él, papi.

Dante suspiró.
—Bueno. Aquí estamos.

Con el Waldorf despejado por el día de personas y los empleados ocupados


preparando el comedor y el salón de baile para más tarde, la entrada y la escalera
de caracol estaban vacías. Excepto Catherine y su padre en la parte inferior, y
Cross de espaldas en la parte superior. Solo les habían dado un momento y le
habían dicho dónde y cómo pararse. Nada más.

—No tardes mucho —le dijo Dante—. Te vas a casar en una hora y no es
bueno hacer esperar tu futuro.

—Pensé…

—¿Qué?

—Puede que hoy estés triste —admitió ella.

Dante sonrió gentilmente.

—Catherine, lo estoy. Estoy triste, pero feliz. Estoy feliz porque sé que
finalmente has encontrado tu equilibrio y has dado tus propios pasos. Feliz
porque has encontrado un hombre que te adora y te ama mucho más de lo que
nadie entiende. Así que hoy te doy a él, y tu apellido cambiará, y sí, eso me pone
triste. Como debería, creo, pero estoy demasiado feliz para que siquiera puedas
sentirlo, vita mia.

—Te amo, papi.

Él acarició su mejilla con una mano cuidadosa, asegurándose de no dañar


su maquillaje perfectamente hecho.

—Mi imposibilidad, ¿recuerdas?

—Tu nunca-destinado-a-ser.

—Sigue demostrando que estoy equivocado, Catherine. —Dante señaló con


la cabeza la escalera de caracol—. Ve, él está esperando.

Ella besó la mejilla de su padre, respiró para tranquilizarse y subió las


escaleras. Sus tacones repiquetearon bajo el peso del vestido, pero cuanto más se
acercaba a Cross, más tranquila se sentía. De espaldas a ella, todo lo que podía
ver era el negro de su esmoquin y los diamantes en sus gemelos. A sus costados,
sus dedos se abrían y cerraban rítmicamente.

Ella sabía que era por los nervios.

Él solo hacía eso cuando estaba nervioso. Era tan inusual para él porque
siempre era tranquilidad en el caos. Aguas calmadas en un huracán.
Catherine se detuvo a unos pasos de la parte superior de las escaleras.

—¿Cross?

Loa hombros de él se tensaron como si su voz lo hubiera sorprendido, pero


sabía que ese no podía ser el caso. Tenía que haber oído sus tacones, ya que no
había sido silenciosa en lo absoluto. Ella escuchó su inhalación y vio la forma en
que su brillante zapato de cuero italiano golpeaba contra las baldosas.

—Puedes darte la vuelta ahora —dijo en voz baja.

Cross lo hizo, girando lentamente sobre sus talones hasta que se detuvo
frente a ella. Su mirada seguía en el suelo, pero ella podía ver la tensión en su
mandíbula como si estuviera tratando de mantenerse firme. Levantó la mirada,
partiendo del suelo y subiendo lentamente, como si ella fuera agua, y él estuviera
tomando un trago largo.

En el medio, Catherine juntó sus propias manos temblorosas y sonrió


cuando sus ojos finalmente se encontraron con los de ella.

Tan oscuros.

Tan familiares.

Ella encontró agua allí, lágrimas no derramadas vidriando la mirada


profunda del alma que tanto amaba. Encontró las emociones y los nervios que él
estaba tratando de ocultar corriendo salvajemente en sus ojos. Respiró de nuevo,
una inhalación más temblorosa que la anterior, y la tensión en su mandíbula se
relajó un poco.

Aun así, no dijo nada.

—No querías hacer esto delante de la gente —murmuró ella—, y yo lo sabía.

Él asintió una vez.

—Sí, nena.

—¿Esto está bien?

—Esto es perfecto, Catherine. —Cross dio un paso y luego otro. Su mirada


viajó sobre ella de nuevo mientras extendía la mano para acariciar sus pómulos
con los pulgares—. Eres tan hermosa, mi niña.

La humedad de sus pestañas comenzó a caer, pero Catherine las atrapó lo


suficientemente rápido y las secó. Él sonrió y soltó una breve carcajada.
—Jesús, solo… —Cross se sentó en las escaleras y enterró su rostro entre sus
manos. Catherine se dejó caer con él igual de rápido—. Nos vamos a casar.

—Bueno, sí.

—¿Cuánto tiempo hemos esperado por esto?

—Demasiado tiempo —respondió ella.

Cross dejó caer las manos, se inclinó hacia adelante y atrapó su boca con la
suya. El beso, tan suave y gentil, todavía la iluminaba como fuegos artificiales.
Su olor, su sabor y solo él.

Su susurro acarició sus labios.

—El para siempre está esperando.

—Catherine, ¿no lo sabes? Mi para siempre siempre ha sido contigo.

l
Una sombra oscureció la vista del sol de Catherine, y miró con ceño la forma
que le quitaba los rayos. Él era demasiado hermoso para que ella se enojara con
su piel bronceada, ya besada por el sol por estar al sol con ella durante días, y su
cuerpo en exhibición.

—Cross, estás arruinando mi bronceado.

—Ya estás bronceada —respondió él.

Ella le sacó la lengua.

—¿Y dónde está tu top, Catherine?

Ella miró sus pechos desnudos.

—No quiero líneas de bronceado. Es nuestra playa privada durante las


próximas dos semanas.

En lugar de pasar su luna de miel en la fría Nueva York, la estaban pasando


en la cálida Sicilia.

Cross miró por encima del hombro con los ojos entrecerrados.
—Vas a hacer que me presenten unos malditos cargos aquí si alguien se
acerca demasiado, Catty.

Su risa iluminó la playa.

—Cállate y ven aquí conmigo.

Él lo hizo, dejando caer la canasta sobre la manta mientras avanzaba. La


colocó en una posición sentada, se subió detrás de ella y ella acomodó su espalda
contra su pecho mientras usaba sus rodillas para descansar sus brazos.

Cross la besó en la nuca.

—Estabas despierta antes que yo. Eso no es normal.

Ella se encogió de hombros.

—Todavía tengo un poco de jetlag.

—Yo podría hacerte dormir. Agotarte un poco.

—Hazlo de todos modos —dijo ella.

Él la besó en la mejilla y le mordió la oreja.

—Está tranquilo aquí. No estoy acostumbrado a tanto silencio.

—Me gusta.

—A mí también.

Su boda había sido tan ruidosa. Todo el día. Toda la noche. Ruidosa.

Una fiesta sin parar. Bailaron, solo para ser interrumpidos y presentados a
más invitados. Sus regalos casi habían llegado al techo. La cuenta de la barra libre
era un número en el que Catherine ni siquiera quería pensar. La ceremonia
católica tradicional de dos horas había sido casi suficiente para que se durmiera
en el altar, pero salir de esa iglesia casada había valido la pena.

Los dientes de Cross juguetearon con el pulso de Catherine en su cuello.

—Cross Nazio…

—Bueno, si vamos a estar desnudos en una playa, hagamos cosas divertidas


mientras estamos desnudos en una playa —murmuró él, lamiendo su piel.

El placer bailó a lo largo de su piel cuando su mano se deslizó entre sus


muslos y debajo de la tanga del bikini que llevaba. Las yemas de esos dedos
talentosos rodearon su clítoris, haciéndola temblar y tararear.
—Joder, no puedo tener suficiente de ti —dijo él.

—¿Nunca?

—Nunca, Catty. Mierda.

Él siguió tocándola, acariciándola y provocándola como loco.

Ella lo disfrutó demasiado.

—¿Que hacemos ahora? —preguntó ella.

—¿Hmm?

—Estamos casados, entonces, ¿qué hacemos ahora?

—Lo que queramos, nena. —Cross sonrió contra su hombro—. Realmente


me gustaría que te subas a mi regazo ahora mismo, pero bueno.

—Puedo sentir cuánto le gustaría que me sentara en su regazo, gracias.

—Te pone caliente. Estás jodidamente empapada.

Lo estaba. Su respiración tembló al inhalar. Ella estaba luchando contra ese


orgasmo porque sería mejor cuando finalmente se abriera paso.

—Eso no es lo que quise decir. —Catherine movió sus caderas al ritmo de


las manos de Cross—. Quiero decir, ¿cuál es el siguiente paso?

—Lo que queramos.

—¿Cena en la mesa día tras día? ¿Hijos? ¿Iglesia todos los domingos?

Cross le mordió el hombro y luego la besó en el mismo lugar.

—Esas no son cosas malas, nena.

—No, lo sé. —Ella suspiró—. En la recepción, de hecho, tuve gente


preguntando cuándo vendría el primer niño. Simplemente preguntando, Cross.
Bien podrían haber preguntado si iba a estar debajo o encima de ti.

—Ambos, preferiblemente —murmuró. Ella le dio un codazo y él se rio sin


aliento—. Ow, joder, vamos.

—¡Bien!

—La gente es entrometida, nena. Además, eso es lo que hace la mayoría de


la gente. Casarse. Relajarse. Tener niños. Envejecer.

—Pero no ahora mismo. Simplemente asumen. ¿No podemos ser nosotros


por un tiempo sin todo eso?
—Eso es exactamente lo que estamos haciendo. Todas esas otras cosas son
solo ruido de fondo con el que aún no estamos lidiando. —La mano de Cross se
aceleró entre sus muslos, y ella sabía que él no iba a permitir que ella reprimiera
ese orgasmo esta vez—. Además, ahora mismo estamos demasiado ocupados el
uno con el otro para preocuparnos por todo eso. Vendrá cuando llegue. Como tú
te correrás.

Mierda, que si no se corrió.

Duro.

Tembloroso.

Jadeante.

Drogada.

Tan mareada.

Antes de que Catherine supiera lo que estaba sucediendo, Cross la tenía de


espaldas sobre la manta, y estaba trepando entre sus muslos con su sonrisa
presumida firmemente en su lugar. La dura cresta de su polla moliéndose contra
su núcleo mientras la besaba hasta que ella estaba pidiendo aire.

—Cross, Dios —dijo Catherine con un suspiro.

—Así es —murmuró, besando su estómago—, reza por mí, nena.


Arrodíllate ante mí. Venera a tu Rey.

—Tu ego está fuera de control.

—En parte te culpo.

Ella también.

Su boca caliente era malditamente pecaminosa.

Como el resto de él.

Él le bajó la tanga del bikini por los muslos y le guiñó un ojo. Estaba de
rodillas y lucía bastante jodidamente hambriento mientras sus pulgares
acariciaban la costura de su coño. Ella deslizó su mano entre sus muslos para
jugar mientras él miraba con un brillo perverso en sus ojos. A Catherine no le
importó abrir los muslos y darle algo de comer. Su sonrisa era malditamente
sucia. Él se inclinó más y besó la alianza en su dedo.

—¿Quién está arrodillado ahora, Cross?

—Larga vida a mi Reina, Catherine.


Sigue leyendo…
Las armas
Nota de la autora: Los lectores pidieron algo de Chicago después de todo el
asunto de Cancún y Cross robando esas armas.

—¿Él siquiera sabe…?

—No —interrumpió Dante suavemente—. Tommas no lo sabe.

Zeke miró a Cross y lo miró con lástima.

—Bueno, fue muy agradable conocerte y todo, pero realmente debería...

Cross agarró a su mejor amigo y nuevo subjefe por el cuello de su chaqueta


y tiró de él a su lado mientras caminaban.

—No vas a ir a ningún jodido lado, gracias.

Catherine ocultó su sonrisa mirando a otro lado.

—Vamos, no será tan malo.

—Oh, estoy seguro de que lo será —dijo Dante.

—Tiempos divertidos —coincidió Andino.

—Exactamente eso —coincidió Giovanni Marcello.

—No quiero morir —refunfuñó Zeke—. Ni siquiera he vivido.

—Deberías callarlo antes de que se propague —le dijo Andino a Cross.

—Lo considero seriamente una o dos veces al día.


Zeke frunció el ceño, pero se apartó de Cross y se enderezó una vez
más. Luego, caminó junto a su jefe sin la ayuda adicional.

Gracias a Dios.

—Solo recuerda quién te ha salvado el culo más de una vez —dijo Zeke.

Cross asintió.

—Eso es lo único que tienes a tu favor la mayor parte del tiempo.

—Mentiras.

—Está bien —dijo Catherine—. Eso es suficiente de ustedes dos.

—Son como niños —murmuró Dante.

—Vive con uno —le dijo Catherine a su padre—, y luego haz que el otro
venga con regularidad. Luego me cuentas.

—Punto tomado.

El grupo salió del aeropuerto solo para encontrar una fila de autos negros
esperándolos. Ninguno era de alquiler, todos eran propiedad de los hombres del
Outfit de Chicago. Todos los vehículos habían sido enviados por Tommas Rossi
para que ellos los tomaran.

Un hombre estaba junto a cada auto.

—Parece que tenemos chóferes —dijo Andino—. ¿Nadie pensó en


mencionar eso, o qué?

—Genial —murmuró Zeke—, para que me puedan llevar a la muerte como


un verdadero hombre.

—Cállate —dijo Cross.

—Sabes lo que te dijeron.

Sí, lo sabía.

No era bienvenido en Chicago.

Sin embargo, aquí estaba.

—Los negocios son negocios —dijo Dante, saliendo de la fila y dirigiéndose


hacia uno de los autos—. Cross se ha hecho cargo de la familia Donati y, por lo
tanto, debe asistir a estas reuniones cuando surjan. A Tommas no le tiene que
gustar, por supuesto.
—Dijiste que no lo sabía —dijo Cross.

Dante sonrió levemente por encima del hombro.

—No lo hace.

Mierda.

l
—¿Qué está haciendo él aquí?

La voz de Tommas Rossi llegó por el pasillo y atravesó las paredes.


Aparentemente, cuando el hombre estaba enojado, no hacía ningún esfuerzo por
ocultarlo.

En lo absoluto.

Catherine se sentó en el sofá y se puso a limarse las uñas. Miró a Cross y


enarcó una ceja.

—No suena feliz —dijo ella.

—Eso es decirlo amablemente.

—Papá podría haber venido para esto, y no yo —intervino Zeke.

Cross miró a su amigo.

—No, tú tenías que venir. Los cambios en la posición de poder deben


aclararse a otras organizaciones. Por eso estás aquí. Deja de intentar salir de eso.

Andino se aclaró la garganta cerca de la puerta.

—Siento que todo esto podría haberse hecho mejor en Nueva York.

—Otra vez, ¿por qué no lo fue? —preguntó Catherine.

—Porque tu padre sintió que era mejor dejar que Tommas se sintiera…
como si no estuviera acorralado —dijo Cross.

—¡Fue un mal movimiento, Dante! ¡Lo trajiste aquí y ni siquiera pensaste


en decirme que ese era tu plan!

El siguiente grito de Tommas casi resonó.


»¡Esta es mi ciudad, no tuya, Marcello!

Catherine asintió con la cabeza a Cross.

—Sí, bueno, eso funcionó, ¿eh?

—Algo así.

Los gritos continuaron.

Cross esperó.

Así era su vida ahora.

Nadie dijo nunca que ser jefe fuera fácil.

l
—En sí —dijo Dante—, fue una buena reunión.

Cross miró al hombre de reojo.

—Una reunión a la que no me invitaron.

—Sí, bueno, Tommas todavía está amargado por el hecho de que le robaste
sus armas.

—Le pagaron por eso.

—Es lo que es.

—Le dieron lo que quería por todo eso —agregó Cross.

Dante se encogió de hombros y tomó un sorbo de whiskey.

—¿Qué puedes hacer? Todavía estás vivo, has pasado mucho tiempo en la
ciudad sin que nadie te degollara, Cross. Creo que deberías considerar eso como
una victoria.

—Papá —advirtió Catherine.

Su padre apenas reaccionó.

—Él tiene razón —se quejó Cross.


Zeke y Andino habían decidido ir a ver un poco de la ciudad, dejando a
Cross solo con Dante y Catherine hasta que regresaran. No es que le importara,
en realidad.

—Bueno, si no va a verme a mí, ni a Zeke —dijo Cross—, entonces bien


podría irme a casa mañana.

Catherine cruzó las piernas.

—¿Puedes hacer eso?

—Puede —dijo Dante—. Si quiere. Tommas ya ha dejado bastante claro su


posición, por lo que el resto depende realmente de Cross siempre que sea
respetuoso al respecto.

Catherine hizo un sonido de disgusto con el fondo de la garganta.

—¿Qué? —preguntó Cross.

—Todas estas reglas.

Dijo la palabra como si fuera tierra en su boca que necesitaba ser escupida
de inmediato y desaparecer. La forma en que su nariz se arrugó decía que no
estaba impresionada por todo esto; el espectáculo que los hombres hechos ponían
no era para ella.

Cross la entendió.

A él tampoco le gustaba la política de este negocio.

Ser amigos.

Hacer amigos.

Matar amigos.

Era como un círculo que nunca terminaba realmente.

Ya no tenía otra opción cuando se trataba de eso; la política era lo que hacía
que la mafia fuera lo que era al final del día. Él también tenía que seguir el juego.

Incluso si pensaba que una buena pelea a puñetazos resolvería las cosas la
mayor parte del tiempo.

—Reglas —murmuró Catherine de nuevo—, es en todo lo que ustedes


piensan. No ofendas a esta persona, compórtate así o no te comportes así. Incluso
la forma en que todos ustedes se presentan a los hombres está dictada por la Cosa
Nostra.
Cross se rio entre dientes.

Ella tenía razón.

Dante sonrió un poco.

—¿Y cómo manejarías esta situación, si fueras tú, mia vita?

Catherine se encogió de hombros.

—Si él no quiere jugar amigablemente, que se joda. Vine aquí para hacer lo
que vine a hacer aquí, y aún lo haría.

—Y eso te mataría —murmuró Dante.

Catherine se puso rígida en el sofá.

—Vamos, papi.

—No, lo haría. En la ciudad de otra persona, se maneja de acuerdo a sus


reglas y expectativas. Dejas espacio para los hombres que dirigen el espectáculo
aquí. Mi estatus, a pesar de ser un poco más alto que el de Tommas en lo que
respecta a la Comisión, todavía está muy por debajo de él cuando pongo un pie
en Chicago. Y aunque definitivamente causaría problemas el matarme a mí o a
Cross, aún estaría justificado.

—Por las reglas —dijo Catherine.

Dante asintió una vez.

—Pero hemos elegido estas reglas.

—Lo hemos hecho —concordó Cross.

Algunos días, él se preguntaba por qué.

l
—Mi padre te verá ahora —dijo Tommaso.

—Gracias, hombre.

Tom asintió, pero Cross pudo ver que los ojos de su amigo estaban
cautelosos. Así también era su forma de vida. Solo una vez que Tommas
perdonara a Cross por todo, Tommaso también perdonaría a su amigo.
Realmente no lo culpaba.

Era lo que era.

Tom dirigió a Cross a la oficina dentro de la gran mansión Trentini.


Encontró que Tommas estaba sentado solo en el área de asientos frente a las
ventanas, en lugar de detrás de su escritorio.

—Papá —dijo Tom desde la puerta.

Tommas levantó una mano y agitó un dedo.

—Déjalo entrar, y puedes esperar afuera, hijo.

—Está bien.

Cross entró en la oficina y Tom cerró la puerta detrás de él. No se movió


más, simplemente se quedó donde estaba y permitió que Tommas dictara cómo
quería que fuera esta reunión. El hombre debió haberse enterado de alguna
manera de que Cross estaba considerando dejar la ciudad, porque había recibido
la llamada esa mañana pidiéndole que viniera.

Sin nadie más.

Esa fue la demanda de Tommas.

Cross cedió.

—¿Dónde está tu padre?

Tommas formuló la pregunta en voz baja, sin volverse nunca para mirar a
Cross.

—Está enfermo —dijo Cross—. Actualmente, está en Irlanda.

Tommas miró por encima del hombro.

—¿Por qué allí?

—Hay un cirujano especializado en lesiones cerebrales antiguas y sentí que


era su mejor oportunidad.

—Enfermo, dijiste.

—Lesiones cerebrales de hace décadas.

—¿Por qué nadie pensó en contar…?

—¿Por qué lo haríamos? —Cross sonrió un poco y dijo:


»No teníamos intención de hacer públicos nuestros problemas para que
otros los consumieran. No invitamos a que problemas vengan, si entiendes lo que
quiero decir.

—Y así, tomaste su lugar.

—Era hora.

Tommas asintió.

—Me gustaría una disculpa de tu parte, Cross Donati.

—¿Ayudará?

—De ningún modo.

Cross asintió.

—Eso pensé, sin embargo, lo lamento. No por hacer lo que hice, porque lo
haría mil veces si eso significara que todavía estaría aquí hoy para decirte esto.
Verás, si hubiera fallado en algo en ese entonces, habría perdido a Catherine. No
tengo intenciones de vivir sin ella. Toma eso como quieras.

—¿Qué es lo que lamentas, entonces?

Bueno, eso no era tan fácil de explicar.

Eso era mucho más difícil.

—Lamento haberte lastimado, Tommas.

El jefe de Chicago se aclaró la garganta y desvió la mirada.

—Descubriste eso, ¿verdad?

Cross rio secamente.

—Los hombres como nosotros no suelen decir cosas así, así que me tomó
un poco de tiempo. Si esto solo se tratara de estar enojado u ofendido, entonces
lo habrías dejado pasar cuando te devolvieron las armas y te dieron las otras
cosas que pediste.

—Es difícil dejarlo pasar. Ser engañado y decepcionado, quiero decir.


Especialmente por alguien que de alguna manera te importa.

Sí, lo sabía.

—Lo siento.
—Pasarás muchos años diciéndome eso —murmuró Tommas—. Por otro
lado, podría haberlo mejorado todo al simplemente matarte, pero he vivido una
guerra y no estoy interesado en enfrentarme a otra.

—Entendido.

Tommas señaló una silla.

—Siéntate.

—¿Debería?

—No, puedes quedarte de pie. Todavía estoy un poco amargado.

Eso pensaba Cross.


El viaje
Nota de la autora: los lectores pidieron algo con Calisto en Irlanda, ya que
Cross aludió a haber ido a visitar a su padre una vez.

Cross apenas había pasado por la puerta de llegada antes de que su madre
lo derribara en un abrazo que estuvo a punto de romperle una costilla.

O tres...

Para ser una mujer tan pequeña y delicada, Emma Donati tenía la fuerza de
seis hombres cuando estaba preocupada, cansada y extrañaba a sus hijos.

Cross dejó que su madre lo envolviera en sus brazos. Le escuchó una


respiración temblorosa, y eso era todo lo que necesitaba saber. Sin preocuparse
por los que estaban viendo su reunión en el aeropuerto, envolvió a su madre con
fuerza en su abrazo y la escondió del resto del mundo.

Eso es lo que ella necesitaba.

Solo un momento…

Solo un minuto.

Cross besó la parte superior de la cabeza de Emma.

—Hola, Ma.

Ella echó la cabeza hacia atrás y lo miró. Esos ojos brillantes de ella, por lo
general llenos de risa y amor, estaban un poco apagados y rojos. Como si tal vez
hubiera estado llorando o algo así. O tal vez no había dormido lo suficiente. Si
Cross fuera de apostar, diría que probablemente eran ambos.

—Pensé que nunca llegarías aquí —dijo Emma.

Cross se rio entre dientes mientras le acariciaba la mejilla.


—Es un vuelo largo de Estados Unidos a Irlanda, Ma. No puedo hacer que
vaya más rápido, ¿sabes?

—Aun así…

—Cam dijo que vendrá la semana que viene —dijo Cross.

Los ojos de su madre se iluminaron un poco más.

—¿Sí?

—Tiene un poco de tiempo libre.

Cross se olvidó de mencionar que, en realidad, su hermana le dijo a su jefe


que se fuera a la mierda cuando el tipo se negó a darle tiempo libre para que
pudiera ir a visitar a su padre. La recuperación de Calisto de la cirugía cerebral
se hacía más difícil porque estaba muy lejos de casa. Echaba de menos caras
conocidas y cosas que reconocía. Estaba en un país que no era el suyo, rodeado
de gente que no sonaba como él.

Para un hombre todavía confundido y tratando de volver a aprender ciertas


habilidades motoras, era una transición difícil.

—Ella también estará aquí pronto —aseguró Cross.

Los brazos de Emma lo apretaron aún más.

—Bien. Él pregunta mucho por ella; a veces me preocupa que esté


preguntando por su madre, pero…

—¿Pero qué?

Porque si su padre estaba preguntando por alguien muerto de su pasado


como si la mujer todavía estuviera viva, eso no podría significar nada
bueno. Todo esto estaba destinado a arreglar el cerebro de su padre y detener los
episodios que continuamente arrojaban a Calisto a su pasado. Debería detener
las convulsiones y todo lo demás que había estado atormentando a su padre.

¿Pero lo había hecho?

¿Todo se había detenido?

—¿Y bien? —preguntó Cross.

—Confunde mucho las palabras, pero siempre pregunta por su hija —


aseguró Emma—. A veces se necesita un poco para llegar al punto en el que
entendemos por quién está preguntando debido a los tropiezos, la tartamudez y
cualquier otra cosa.
—Bueno.

Cross podía lidiar con tropezar, tartamudear y confundir las palabras. Eso
era todo lo que habían esperado y para que supieron prepararse. Llevaría tiempo
y una terapia extensa, pero su padre volvería a su estado habitual en muy poco
tiempo.

O en unos meses...

Todo dependía de Calisto y de otros factores.

—Pero no ha tenido un episodio, y según todos los escáneres, su cerebro


está sanando bien.

—¿Sí?

—Sí —repitió Emma—. Lo hace bien durante muchos días, pero luego
lucha, y esos días son los más difíciles para él. Trato de no hacer demasiado por
él porque se frustra más cuando se da cuenta de que no puede hacer algo.

—Está bien.

—Solo el verte lo hará feliz también.

—Catherine hizo un video para saludarlo —dijo Cross—. Se lo mostraré.

—Eso le gustará, estoy segura.

—Ella quería venir, pero...

Trabajo.

Familia.

Tanto.

Emma asintió.

—Lo sé, pero está bien.

—¿Cómo está hoy?

—Le dije esta mañana que vendrías —dijo Emma.

Cross sonrió.

—¿Oh?

—Hizo que todo su día fuera mucho mejor.

—Sí, por eso estoy aquí, Ma.


Y por ella.

También estaba aquí por su madre.

l
—Cross, mi niño.

La tranquila declaración de Calisto hizo callar a las enfermeras que se


movían en su habitación privada. Todas las cabezas se volvieron en dirección a
Calisto, y luego a Cross de pie en la puerta con su madre. La cabeza de Calisto ya
no estaba envuelta en vendas; Cross había visto esas fotos y eso fue bastante
difícil. Ahora, el cabello de Calisto comenzaba a crecer de nuevo donde lo habían
afeitado para la cirugía.

Aun así, ojos lúcidos y oscuros lo miraron desde la cama. Ojos Donati;
Calisto sabía exactamente a quién estaba mirando y sonrió.

Una pequeña sonrisa, seguro.

Pero una sonrisa.

—Hola, Papa —dijo Cross.

La sonrisa de Calisto se ensanchó y levantó una mano. Trató de saludar con


la mano, pero el movimiento salió forzado y, en cierto modo, incorrecto. Con la
misma rapidez, Calisto se irritó porque su mano no hizo lo que él quería que
hiciera. Refunfuñó y murmuró a una de las enfermeras, y luego a su esposa
cuando Emma se acercó a la cama.

Cross simplemente lo ignoró y se acercó a su padre. Al lado de Calisto, tomó


la mano de su padre en la suya y entrelazó sus dedos con fuerza. Podía sentir a
Calisto tratando de apretar de vuelta, pero estaba débil o sus dedos simplemente
no respondían a su cerebro.

—Todo está bien.

Calisto lo miró hacia arriba, triste y confundido.

—Está bien. No.

—Cal —murmuró Emma.


La mirada de su padre se movió entre su esposa y su hijo. Cross pudo ver
claramente que, a pesar del hecho de que Calisto entendía que ellos no se sentían
desanimados por su habla confusa y sus fallidas habilidades motoras, él sí lo
estaba.

Le molestaba.

Rápidamente, las enfermeras salieron de la habitación cuando Emma las


ahuyentó. Lo dejaron solo con sus padres y estaba agradecido.

Calisto finalmente logró devolverle la mano a Cross. No sabía si eso era una
reacción tardía de su padre, o algo más.

Miró a Calisto con una sonrisa.

—Te extraño, Papa.

Calisto sonrió y muy lenta y cuidadosamente dijo:

—Te… amo...

Emma se rio un poco.

—Ha estado practicando eso.

Cross no tenía ninguna duda, pero también conocía a su padre. Sabía lo que
sentían los hombres como ellos cuando estaban en una posición de debilidad. Era
difícil de manejar y más difícil dejar que otros lo vieran.

—Yo también te amo —le dijo a su padre—. Tuve que volar a través del
maldito mundo para decirte eso, ¿eh? No me contestabas el maldito teléfono, ni
nada por el estilo.

Calisto asintió una vez y luego apretó la mano de Cross una vez más.

—Pequeña mierda.

—¡Cal!

Cross solo se rio.

Sí, su padre iba a estar bien.

Solo iba a tomar tiempo.


La conversación
Nota de la autora: Los lectores solicitaron una escena de Gian y Catherine, ya
que se aludió a que los dos tenían discusiones

—Entonces, dentro de todo, ¿cómo se sintió el cruzar la frontera para esta


sesión? —preguntó Cara.

Catherine inclinó la cabeza de un lado a otro, considerando...

—Pues… fue un poco bastante de conducción.

Cara se rio.

—El mismo viaje que he estado haciendo para ir a ti durante meses.

—Oye, también has podido volar.

—Cierto.

Catherine se encogió de hombros.

—Honestamente, no me importa. Me gustó salir de Nueva York, y el viaje


no es tan malo.

Un par de horas era realizable. Además, Cara había bajado sus sesiones a
una por semana, y solo si Catherine sentía que necesitaba más, agregaban otro
día al horario. A ella le gustaba eso, la verdad. La hacía sentir como si tuviera
cierto control sobre sus terapias y cómo quería que fueran.

Probablemente por eso, al principio, Catherine había hecho todo lo posible


por rechazar la idea de la terapia y su terapeuta. Sus padres simplemente habían
arrojado a Cara frente a ella, y a pesar de lo mucho que necesitaba a la mujer y
hablar, se sentía como algo que la estaban obligando a hacer sin pedir su opinión
en absoluto.
Por supuesto, ahora ella no se sentía así.

Y adoraba a Cara.

—¿Y qué piensas de Canadá? —preguntó Cara.

Catherine sonrió.

—Bueno…

—¿Hmm?

—Hay muchos árboles.

Cara se rio más fuerte de eso.

—¿Incluso para alguien que creció en Amityville?

—Quiero decir, siempre preferí la ciudad, así que…

—Sí, tenemos muchos árboles.

—Pero —dijo Catherine, alargando la palabra—, es una hermosa vista para


un viaje tan largo. Quiero decir, sí, hay muchos árboles, pero al menos ninguno
de ellos se ve exactamente igual.

—Tienes algunas bromas hoy.

—Lo intento —dijo Catherine con una sonrisa.

—Me alegra verte sonreír.

Catherine se calló por un segundo y se miró las manos. Descansando en su


regazo, sus dedos le dieron algo más para mirar cuando dijo:

—Sé que no he hecho todo lo que quieres que haga, Cara, pero lo estoy
intentando y estoy agradecida.

—Lo sé.

—Gracias.

Catherine miró hacia arriba y descubrió que Cara le sonreía desde el diván.

—De nada. —Cara se puso de pie e hizo un gesto por la habitación—. Eres
más que bienvenida a quedarte a cenar. A Gian le encanta presumir nuestra
casa. Podrías conocer a algunos de mis chicos. Marcus es solo un año menor que
tú, pero los gemelos más pequeños, Bene y Beni, están con sus padrinos hoy.

—Tu mansión es más grande que la de mis abuelos.

Cara se rio entre dientes.


—Sí, bueno, alguien en esta casa realmente sabe cómo gastar el dinero.

—Me gustaría quedarme.

—Bueno. Siéntete libre de caminar y no seas tímida. ¿Está bien?

Catherine asintió.

—Lo haré.

Después de todo, tenía tiempo.

Todo el tiempo del mundo, aparentemente.

Eso es lo que todo el mundo le decía.

l
¿La primera palabra, y probablemente la más apropiada, que le viene a la
mente a Catherine sobre la mansión Guzzi?

Excesiva.

Como ella había crecido en una familia adinerada y había nacido millonaria
simplemente por el fondo fiduciario que sus padres le habían hecho, entendía las
riquezas. Podía ver un vestido de diseñador a una cuadra de distancia y sabía
qué nombres había en el interior de los zapatos de alguien solo por el tono del
rojo. Después de todo, no había dos diseñadores que usaran el mismo color.

Ella distinguía lo real de lo falso.

Sabía cuándo alguien era caro o cuando solo lucía caro.

Algunos podrían considerarla arrogante, considerando todo, pero era lo


que era. Toda su vida no había sido más que riqueza. Ella era la proverbial niña
rica que había nacido con su propia cuchara de plata.

Entonces, cuando miró alrededor de la mansión Guzzi, todo lo que veía


eran etiquetas de precios y etiquetas de diseñador. Una tina de cristal de cuarenta
mil dólares en el baño de visitas. Grifería chapada en oro y candelabros de cristal
Swarovski genuino. Alfombras que fácilmente podrían costar el precio del nuevo
auto Toyota de alguien, y cuadros que llenaban todo un pasillo con olor a dinero
heredado.
Catherine se detuvo para mirar una pintura en particular, divertida de
cómo había sido colgada a mano para ser vista al máximo por la gente que
cruzaba el pasillo. Sabía simplemente por la imagen en sí que no lo había hecha
un pintor costoso que vendiera su obra a un millón o más.

El pasillo estaba lleno de ese tipo de pinturas.

¿Pero esta?

Esta era solo la esposa Guzzi, su esposo y sus hijos.

—¿Te gusta esa?

Catherine se giró al escuchar la voz masculina que venía detrás de ella. Allí,
encontró al esposo de Cara, Gian, mirándola con una cálida sonrisa. El hombre
era guapo, y su edad solo se mostraba en las pocas arrugas alrededor de sus ojos
y en el ligero blanco que salpicaba su cabello oscuro. Sin embargo, el hoyuelo en
su mejilla y los ojos divertidos le daban una apariencia juvenil.

—Ese es un gran acento —respondió Catherine.

Como varios idiomas mezclados en uno que simplemente salían de la


lengua del hombre.

El hombre rio entre dientes.

—Francés, italiano e inglés. Una mezcla de los tres. Me ha funcionado bien


a lo largo de los años.

Por alguna razón, ella no tenía ninguna duda.

—Trilingüe —dijo.

Gian asintió.

—Estoy trabajando en un cuarto: irlandés gaélico.

—¿Por qué es eso?

—Negocios. Es bueno tener una ventaja a veces.

Ah.

Ella no preguntó más.

—La pintura —dijo Catherine, mirando hacia atrás—, me gusta.

—Se la encargué a Cara como regalo. Además, ayuda a recordar a todos los
hombres y mujeres que visitan esta casa que solo hay una reina dirigiendo este
espectáculo.
Catherine sonrió mientras miraba a Gian.

—Mi madre lo apreciaría y se burlaría de eso. Ella es la única reina en su


mundo, supongo.

Gian señaló a Catherine con el dedo.

—Mi espectáculo, quise decir. Cada hombre tiene su propia reina.

—Ah.

—Sí. Es la pintura más barata de esta casa y, sin embargo…

—Le das el mejor lugar para ser vista —dijo Catherine.

Gian sonrió con más suavidad.

—Lo hago.

Catherine podía ver claramente cuánto amaba este hombre a su esposa y su


vida. También parecía tener muy pocos reparos en mostrar su riqueza excesiva
de la forma que quisiera. Ya sea en cosas materiales o de otra manera.

—Espero que no te ofenda —dijo Gian—, pero mi esposa me dijo algo sobre
ti.

Catherine se puso un poco rígida.

—¿Y qué fue eso?

—Parece que tienes un pequeño negocio.

—No estoy seguro de querer hablar de eso, Gian.

—¿Por qué no?

—Con cuantas más personas hablo, es más probable que vaya a oídos de
mis padres.

Y no tenía ninguna intención de revelar el hecho de que era una de los


mejores traficantes de drogas de Nueva York. No todavía, de todos modos.

Gian asintió una vez.

—Confundes mi interés con el deseo de hacer de terapeuta con tu cabeza


como lo hace mi esposa. No me importa el lado personal de las cosas,
simplemente me gusta el dinero.

Catherine arqueó una ceja e hizo un gesto obvio para mirar a su alrededor.

—Eso es obvio.
La risa oscura del hombre coloreó el pasillo.

—¿Verdad que sí? Me rodeo de riqueza y, sin embargo, intenta comprobar


cuánto dinero tengo en el banco.

—Me imagino que mucho.

—Define mucho. ¿Millones, miles de millones? ¿Qué es mucho para ti,


Catherine?

Tuvo que pensar en eso.

—Todo lo que supere los diez millones sería una buena red de seguridad,
creo.

Gian asintió.

—Siempre que esos diez millones sean seguros y limpios.

—¿Como negocios legales?

—Exactamente eso. Si no puedes limpiar, cocinar y luego esconder dinero


sucio por medio de negocios legales, entonces nunca debes ponerlo donde
alguien pueda verlo. No... de una manera obvia, de todos modos.

Gian agitó una mano alrededor de ellos y sonrió, y agregó:

—Si entiendes lo que estoy diciendo, Catherine.

Ella pensó que sí...

—¿Compras cosas para ocultarlo?

—Sí —dijo Gian, encogiéndose de hombros—. La mejor forma de ocultar


una gran riqueza es en las cosas materiales, Catherine. ¿Y sabes por qué es eso?

—Tengo una idea, pero probablemente esté equivocada.

—Probablemente —repitió—, pero dame el gusto.

—Es una forma rápida de deshacerse de él.

—Lo es, pero no —Gian sonrió—. Mira, las cosas materiales son fáciles de
liquidar y destruir. No puedes destruir rastros de papel, extractos bancarios,
cuentas en el extranjero y cosas parecidas con tanta facilidad. El objetivo de todos
en esta vida es no ver el interior de una celda durante veinte años o cadena
perpetua. Adivina de qué delitos se acusa con más frecuencia a los criminales
como nosotros, Catherine.

—Asesinato. Tráfico. ¿Cierto?


Gian sonrió con suficiencia.

—Incorrecto: detalles. Los detalles son por los que atrapan a personas como
nosotros. Cómo hacemos negocios y cómo escondemos nuestros negocios. Esos
son los cargos que enfrentamos con mayor frecuencia.

—Ajá.

—Supongo que todavía estás aprendiendo las cosas con tu dinero, ¿eh?

Catherine dijo meh bajo su aliento y luego:

—Estoy llegando ahí.

—¿Pero?

—Todavía tengo mucho que aprender.

Gian sonrió.

—Parece que tendrás más sesiones con mi esposa aquí, ¿no?

—Sí.

—¿Estarías dispuesta a dedicar algo de tiempo extra para aprender a


manejar tu negocio y tu dinero?

Catherine ni siquiera tuvo que pensar en eso. Los millones de dólares que
había escondido debajo de su cama en cajas de zapatos seguían creciendo mes a
mes. Se estaba saliendo de control. Necesitaba hacer algo al respecto y rápido.

—Creo que podría dedicarle algo de tiempo —dijo Catherine—. ¿Cuál será
mi primera lección?

—Invertir —dijo Gian—. Siempre, siempre invierte. En negocios, en cosas y


en personas. Invierte, Catherine.
El susto
Nota de la autora: Los lectores solicitaron la escena de Catrina y Dante sobre la
mención de Las Vegas/Fuga.

Dante
«Era de Revere»

—Adelante —instó Dante, empujando la caja de regalo del tamaño de un


zapato sobre la mesa—. Ábrelo.

Lucian miró la sencilla caja blanca.

—¿Algo me va a saltar a la cara?

Gio se rio entre dientes en su asiento en un extremo de la mesa. Antony se


rio del otro lado. Su ruido llamó la atención de otros clientes a su alrededor, pero
ignoraron a los comensales.

—No, no te va a saltar nada, Lucian.

El hermano mayor de Dante no parecía particularmente creerle.

—¿Estás seguro? —preguntó Lucian.

—Sí, estoy seguro.

—¿Por qué no lo abres tú entonces?

Dante negó con la cabeza.

—Sabes qué, sí, hombre. Algo te saltará, ¡y será mi maldito puño en tu cara
si no abres esa jodida caja!
—Dante —regañó Antony.

Gio resopló ante los regaños de su padre.

Hombres adultos con hijos adultos, y su padre todavía los estaba


reprendiendo.

Dante le dio a Lucian una mirada.

—Abre la caja, Lucian.

—No creo que realmente quiera abrirla ahora —dijo Lucian.

—¡Abre la caja, Lucian!

Una vez más, su grito llamó la atención de los demás comensales


cercanos. Ni Dante ni Lucian rompieron su competencia de miradas.

Esta era una batalla de voluntades silenciosas entre ellos que había estado
ocurriendo durante meses. Desde el incidente en el restaurante con Cross. Todo
eso había terminado hacía mucho tiempo, seguro, y se habían hecho las
correcciones necesarias.

Las cosas iban bien.

Excepto por Lucian y Dante.

Culpa al hecho de que ambos eran unos imbéciles obstinados y demasiado


parecidos para su propio bien. Hacía que cosas como esta, pedir perdón, fueran
particularmente difíciles. O tal vez ninguno de los dos quería ser el que se
disculpara y dijera que era un idiota.

Fuera lo que fuese, oficialmente había durado bastante.

—Sabes —dijo Gio—, extraño cuando éramos más jóvenes y solíamos


golpearnos hasta la mierda el uno al otro cuando teníamos un problema. Era una
solución mucho más sencilla.

—Cierto —dijo Lucian, pasándole una mirada a Dante—. Esto se habría


hecho hace meses.

—Porque yo te habría pateado el trasero —dijo Dante.

Lucian sonrió con frialdad.

—Sigue pensando eso.

—En primer lugar —dijo Antony, una vez más interviniendo verbalmente
entre sus hijos en batalla—. Nadie más que ustedes tres extrañan cuando solían
golpearse hasta el infierno el uno al otro para resolver los problemas. En serio,
¿qué les pasa? La gente pensaría que criamos una jauría de malditos perros, y no
caballeros.

Dante sabía lo que vendría antes de que Gio lo hiciera. Después de todo, su
padre lo había abierto con esa última declaración.

—Wuff, wuff —dijo Gio, sonriendo.

Antony miró hacia el techo y dijo:

—Dios, sálvame. Lucian, será mejor que abras esa caja.

La advertencia fue tan clara como un día de verano en la voz vieja y grave
de Antony. Su voz había cambiado un poco a lo largo de los años para mostrar
su edad y, sin embargo, el tono seguía siendo el mismo. La amenaza de un buen
padre si alguna vez escucharon una.

Era reconfortante en cierto modo.

Casi.

A pesar de los problemas que los hermanos Marcello a veces tenían entre
sí, aún sabían que era mejor no presionar a su padre. Demasiado estrés en
Antony, y nunca escucharían el final de eso por parte de su madre.

Ninguno de ellos quería eso.

En lo absoluto.

—Bien —dijo Lucian mientras le daba a Dante otra mirada—. Más vale que
valga la pena, hombre.

Dante se encogió de hombros.

No tenía nada más que decir ya que el artículo dentro de la caja lo diría todo
por él.

Lucian acercó la caja de regalo, abrió la tapa y metió la mano dentro para
sacar el papel de seda que mantenía escondido su regalo. Todo el tiempo,
mantuvo su mirada fija en Dante como si no confiara ni un centímetro en su
hermano.

Dante esperaba seriamente que esto arreglara la mierda entre ellos.

Una ofrenda de paz, de algún tipo.

Sin, por supuesto, que ninguno de los dos tuviera que disculparse con el
otro. Era lo que era y ellos eran quienes eran.
Marcello.

Ninguno de ellos cambiaría jamás.

Finalmente, Lucian sacó el regalo que Dante había mandado a hacer


especialmente para él. Una Eagle teñida de oro rosa, el arma favorita de su
hermano. Grande, pesada como el infierno, costosa y muy peligrosa.

Su hermano tenía solo dos debilidades. Solo dos cosas para que Dante las
usara para debilitar y ablandar un poco a Lucian.

Su familia.

Y su amor por las armas personalizadas.

Lucian soltó un silbido mientras sacaba el arma con cuidado. Miró la pieza
con los ojos de un hombre que realmente amaba las armas y que comprendía el
trabajo que debía haberse realizado en esta obra en particular.

—Lucky —dijo Lucian, leyendo claramente en voz alta la inscripción en el


cañón de la pistola.

—Pensé que era apropiado —dijo Dante—, incluso si nunca usaste ese
apodo con nosotros.

Lucian se aclaró la garganta, pero no dijo nada.

Lucky era el apodo que su padre biológico le había puesto.

—¿Cuántas de estas se hicieron? —preguntó Lucian.

—Dos.

La frente de Lucian se elevó.

—¿De verdad?

—Sí, hombre. Una para ti y otra para el hombre que la diseñó.

—Maldición.

Tanto Antony como Gio sonrieron. Lucian todavía jugaba y miraba la


pistola en sus manos. Probablemente no la soltaría durante horas.

Dante supo entonces que había atrapado a su hermano mayor. Todo entre
ellos estaría bien después de hoy.

—¿Cuándo hiciste esto? —preguntó Lucian.

—Hace un tiempo.
Poco después de que comenzara su pelea.

Realmente odiaba pelear con sus hermanos.

Lucian sonrió y levantó la mirada para encontrarse con la de Dante una vez
más.

—Estás perdonado.

Dante sonrió.

—Lo había imaginado.

—Pero sigues siendo un imbécil.

—Eso no es nuevo —intervino Gio.

Antony le lanzó a su hijo menor una mirada que lo detuvo de decir más.

—Bueno…

El teléfono sonando de Dante impidió que Lucian dijera más. Levantó un


dedo para pedir un segundo antes de contestar la llamada.

—Sí, aquí Dante.

—¡Se van a Las Vegas, Dante!

El chillido de su esposa estuvo malditamente a punto de reventarle los


tímpanos. Casi se toca la oreja después de quitar el teléfono solo para ver si estaba
sangrando o algo así. El volumen de las palabras de ella hizo que los altavoces
crepitasen.

Todos los hombres de la mesa lo miraron con recelo y preocupación.


Probablemente habían escuchado a Catrina alto y claro si las miradas en sus caras
eran alguna indicación.

—Jesucristo, Cat —dijo Dante mientras se volvía a poner el teléfono en la


oreja—. ¿Qué diablos está mal contigo para que me grites así?

—Tú... tú... —balbuceó su esposa antes de finalmente decidirse a decir—:


¡Tú la llamas, Dante, o a él! No me importa. ¡Llama a uno de ellos y asegúrate de
que no vayan a Las Vegas a hacer lo que creo que van a hacer! ¡Ahora mismo,
Dante!

El volumen de su tono no disminuyó ni un poco. En todo caso, podría ser


más fuerte.

—Cat…
—Absolutamente moriré, Dante —siseó—. ¿Entiendes eso? Moriré si ella
me hace esto. Ya tuve un hijo que se fugó para casarse. No puedo soportar que
otro de mis hijos me rompa el corazón de esa manera. ¡Llámalos ahora!

Dante parpadeó.

—¿Estás hablando de Catherine y...?

—¡Sí!

—Cat, estoy seguro de que no se van a fugar para casarse.

En realidad, no estaba seguro, pero pensó que calmar a su esposa era más
importante en este momento. Catrina sonaba como si estuviera a dos segundos
de romperse por completo. Bueno, si ya no se hubiera caído por ese maldito
agujero de conejo.

Parecía que lo había hecho.

—¡No lo sabes!

—Catrina, ahora…

—Recuerda mis palabras, Dante, si se fugan porque no los detuviste, ¡nunca


te perdonaré!

—Está bien, ahora estás empezando a sonar un poco psicótica, donna.

—Nunca te perdonaré —repitió ella, ahora mortalmente tranquila—. Será


mejor que te asegures de que eso no sea lo que están haciendo.

Catrina colgó la llamada.

Silencio pasó alrededor de los hombres en la mesa por un segundo… o tres.

Finalmente, Lucian habló primero.

—Bueno, eso fue interesante.

Gio se aclaró la garganta y se levantó de su asiento.

—Creo que voy a ir a casa con mi esposa no violenta y felizmente agradable,


y agradecerle que nunca me grite lo suficientemente fuerte como para que mis
bolas suban y bajen por mi cuerpo.

Dante miró a su padre.

—¿Puedo quedarme contigo y con Ma por un par de días?


Debido a que, dado el arrebato que parecía tener su esposa por algo tan
simple como un viaje a Las Vegas, parecía que podría necesitar un lugar diferente
para dormir. Catrina, a pesar de que ella trataba de decir lo contrario, no se
calmaría con una llamada telefónica de Dante a su hija o su novio.

Antony se rió entre dientes.

—Nop.

Maldita sea.

Eso era todo.


Siguiente libro
El jefe del crimen.

La reina alborotadora.

Cross y Catherine Donati llevan cinco años


casados, pero la vida que han elegido todavía tiene
cosas que enseñarles. Uno nunca puede sentirse
demasiado cómodo en sus negocios. Los
problemas pronto llegan.

El principe y principessa son adultos...

Es difícil estar en la cima. Cuando todo lo que


Cross quiere es detener el mundo, la realidad tiene
una forma de acelerarlo. Justo cuando Catherine
piensa que ha aprendido todo lo que su madre tiene para enseñar, le llegan más
lecciones.

Un rey y una reina deben proteger sus tronos...

Esta es su vida.

Este es su amor.

Siempre.

Venerados.

Y rebeldes.

Cross + Catherine #3
Commission World

0.5. Antony 1. Deathless & Divided

1. Lucian 2. Reckless & Ruined

2. Gio 3. Scarless & Sacred

3. Dante 4. Breathless & Bloodstained

3.5. A Very Marcello Christmas 4.5. Maldives & Mistletoe

3.6. Legacy (Segunda Generación)

1. Thin Lies 1. Waste of Worth

2. Thin Lines 2. Worth of Waste

3. Thin Lives

3.5. Behind The Bloodlines

1. Unraveled

2. Entangled
Inflict
1. Always 1. Loyalty

2. Revere 2. Disgrace

3. Unruly 3. John + Siena: Extendido

4. Naz & Roz (Tercera Generación)

1. Duty 1. Privilege

2. Vow 2. Harbor

2.5. One Last Time 3. Contempt

4. Forever

1. Corrado 1. Before Pink

2. Alessio 2. Pink

3. Chris

4. Beni

5. Bene

6. Marcus

Effortless Dirty Pool

Captivated Pretty Lies


1. Naz & Roz

2. The Naz & Roz Chronicles

1. One Step After Another

2. One Breath After Another

3. One Second After Another


Sobre la autora
Bethany-Kris es una autora canadiense, amante
de mucho, y madre de cuatro hijos pequeños, un gato
y tres perros. Una pequeña ciudad en el este de
Canadá, donde nació y se crio, es lo que siempre ha
llamado hogar. Con sus chicos a sus pies, el gato
acurrucado, los perros ladrando y un esposo al cual
llama por encima del hombro, casi siempre está
escribiendo algo... cuando puede encontrar la hora.

PUEDES ENCONTRAR A BETHANY EN:

Su sitio web: www.bethanykris.com

En Facebook: www.facebook.com/bethanykriswrites

En su blog: www.bethanykris.blogspot.ca

O en Twitter: @BethanyKris

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