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Estadío Del Espejo

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4.

El estadio del espejo


Lacan basa su teoría del estadio del espejo[11] en la siguiente observación: la
cría de hombre, a una edad en que se encuentra por poco tiempo, pero todavía un
tiempo, superado en inteligencia instrumental por el chimpancé, reconoce ya sin
embargo su imagen en el espejo como tal. La edad en cuestión va desde los seis a
los dieciocho meses, y Lacan observa que el reconocimiento va acompañado siempre de
una expresión jubilosa en el niño. A los seis meses, el niño puede ser todavía un
lactante, y desde luego no coordina su cuerpo lo suficiente como para dominar su
postura; sin embargo, si tiene un espejo cerca puede sentir interés como para
gatear o arrastrarse hasta encontrar una posición que le permita obtener del espejo
lo que Lacan llama una imagen instantánea de si mismo.

Lacan analiza el contraste entre la impotencia motriz y la dependencia de la


lactancia, por una parte, y el hecho de que su imagen especular sea asumida
jubilosamente, por otra. Analiza la prematuración biológica del niño, esto es, el
hecho de que la cría del hombre nace prematura, en el sentido de que muchos de sus
rasgos son al nacer y durante un cierto tiempo todavía fetales, y sus consecuencias
en cuanto a la duración de la situación de desvalimiento en que el niño se
encuentra, mucho mayor que en cualquier otra especie, para introducir la noción de
cuerpo fragmentado, que viene a describir la impotencia de coordinación motriz del
niño. Basta observar el pataleo descoordinado de cualquier bebé y pensarlo en
relación con el deseo que lo anima para encontrar feliz el termino lacaniano.

Tenemos pues un niño sumido en la descoordinación motriz, en el cuerpo fragmentado.


Cuando se mira en el espejo, sin embargo, se mira con sus ojos, que resultan no
estar afectados por la prematuración, y, observa Lacan, su expresión es jubilosa. Y
es que se reconoce; o mejor: reconoce su imagen como tal en el espejo. Y aquí viene
el punto clave de la argumentación: aquel que el niño mira y reconoce, ese que le
imita tan bien, y que tarde o temprano descubrirá que es él mismo, o su imagen,
para hablar propiamente, ese no descoordina, no tiene cuerpo fragmentado, eso — es
para él: su imagen se le aparece entera, dotada de una unidad que él no puede
atribuir a la percepción de su propio cuerpo. De aquí se deriva el contento del
niño y toda una serie de otras consecuencias.

En efecto: ese otro que le mira tras el espejo y que le cautiva, pronto aprenderá
que es él, incluso se le dirá: «Mira, ese eres tú» señalándole la imagen. Imagen
entera de un cuerpo que no se percibe como siendo entero, imagen que anticipa una
maduración del dominio motriz que por el momento no se tiene. «Eres tu»: imagen
pues de mí, imagen de mi yo, imagen del yo. La primera identificación, dice Lacan,
imaginaria. Ahora bien, en Freud el yo es justamente eso: una superposición de
identificaciones imaginarias. De donde Lacan deduce: esa primera identificación
ante el espejo es clave para la formación del yo, es literalmente originaria y
fundadora de la serie de identificaciones que le seguirán luego e irán
constituyendo el yo del ser humano.

Sin embargo, a la vez que originaria, esa primera identificación es en sí


profundamente alienante: para empezar, el niño se reconoce en lo que sin duda
alguna no es él mismo sino otro; en segundo lugar, ese otro, aun si fuese él mismo,
está afectado por la simetría especular, condición que luego se reproducirá en los
sueños; en tercer lugar, aquel que se reconoce como yo no está afectado de mis
limitaciones, él no tiene los problemas que yo tengo para moverme. Aquí Lacan dirá:
esa es la matriz del yo ideal; y: eso jamás se alcanza, a ese lugar tras el espejo
en el que todo va bien solo podrá tenderse, a lo sumo, asintóticamente.

El nudo borromeo
Figura 3. La curva representada por la línea gruesa es asintótica respecto del eje
horizontal: cada vez se acerca más, pero nunca llega a alcanzarlo. Se dice que lo
alcanza en el infinito; para nosotros: en la muerte.
Punto ideal, pues. Y matriz de todas las identificaciones que vendrán luego:
cualquier otro a quien yo ame en algo, aquel a quien vea con buenos ojos,
narcisismo ya desde Freud, estará para mi en el lugar de esa imagen alienante en la
que confluyen mi ideal del yo y mi cuerpo sin fragmentar. Es por eso que Lacan
puede decir en La agresividad en Psicoanálisis[12] que en el momento en que al otro
ya no lo amo sino que deseo agredirlo lo que está en la base de mi agresión es el
retorno a mi cuerpo fragmentado: en el momento en que ya no se sostiene la
identificación con el otro, la imagen falla.

Este es, a grandes rasgos, el estadio del espejo. Haberlo introducido nos permitirá
ahora realizar una discusión breve del mismo y mencionar su relación con la
concepción lacaniana del otro.

!!al estar más cerca el otro de nuestro yó ideal, lo odiamos

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