La Caricia Esencial Rescata Nuestra Humanidad Leonardo Boff

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La caricia esencial rescata nuestra

humanidad
2014-02-21

Por: Leonardo Boff.


Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=621

La caricia es una de las expresiones supremas de la ternura sobre la


cual hemos tratado en el artículo anterior. ¿Por qué decimos caricia
esencial? Porque queremos distinguirla de la caricia como pura moción
psicológica, en función de un querer fugaz y sin historia. La caricia-moción
no envuelve a toda la persona. La caricia es esencial cuando se transforma
en una actitud, en un modo-de-ser que califica a la persona en su totalidad,
en su psique, en su pensamiento, en su voluntad, en la interioridad, en las
relaciones.

El órgano de la caricia es, fundamentalmente, la mano: la mano que


toca, la mano que acaricia, la mano que establece relación, la mano que da
calor, la mano que trae quietud. Toda la persona a través de la mano y por
la mano revela un modo de ser cariñoso. La caricia toca lo profundo del ser
humano, allí donde se sitúa su Centro personal. Para que la caricia sea
verdaderamente esencial necesitamos cultivar el Yo profundo, que busca lo
más íntimo y verdadero en nosotros, y no solo el ego superficial de la
conciencia, siempre llena de preocupaciones.

La caricia que emerge del Centro produce reposo, integración y


confianza. De ahí su sentido. Al acariciar al niño, la madre le comunica la
experiencia más orientadora que existe: la confianza fundamental en la
bondad de la vida; la confianza de que, en el fondo, a pesar de tantas
distorsiones, todo tiene sentido; la confianza de que la paz no es un sueño,
es la realidad más verdadera; la confianza de la acogida en el gran Útero.

Al igual que la ternura, la caricia exige total altruismo, respeto del otro
y renuncia a cualquier otra intención que no sea la de querer bien y amar.
No es un roce de pieles, sino una entrega de cariño y de amor a través de
la mano y de la piel, piel que es nuestro yo concreto.

El afecto no existe sin la caricia, la ternura y el cuidado. Así como la


estrella tiene que tener un aura para brillar, de igual manera el afecto
necesita la caricia para sobrevivir. La caricia de la piel, del pelo, de las
manos, de la cara, de los hombros, de la intimidad sexual hace concreto el
afecto y el amor. La calidad de la caricia impide que el afecto sea mentiroso,
falso o dudoso. La caricia esencial es leve como el entreabrir suave de una
puerta. Jamás hay caricia en la violencia de azotar puertas y ventanas, es
decir, en la invasión de la intimidad de la persona.

El psiquiatra colombiano Luis Carlos Restrepo en su bello libro


sobre El derecho a la ternura (Arango editores 2004) dice: «La mano, órgano
humano por excelencia, sirve tanto para acariciar como para agarrar. La
mano que agarra y la mano que acaricia son dos facetas extremas de las
posibilidades de encuentro inter-humano».

En una reflexión cultural más amplia, la mano que agarra corporifica


el modo-de-ser de los últimos cuatro siglos, de la llamada modernidad. El
eje articulador del paradigma moderno es la voluntad de agarrar todo para
poseer y dominar. Todo el Continente latinoamericano fue agarrado y
prácticamente diezmado por la invasión militar y religiosa de los ibéricos.
Y vino a África, a China, a todo el mundo que se puede agarrar, hasta a la
Luna.

Los modernos agarraron la naturaleza dominándola, explotando sus


bienes y servicios sin ninguna consideración ni respeto a sus límites y sin
darle tiempo de reposo para que pudiera reproducirse. Hoy recogemos los
frutos envenenados de esta práctica sin ningún tipo de cuidado y ausente
de todo sentimiento de caricia hacia lo que vive y es vulnerable.

Agarrar es expresión de poder sobre, de manipulación, de


encuadramiento del otro o de las cosas a mi modo de ser. Si miramos bien,
no ha ocurrido una mundialización respetando las culturas en su rica
diversidad. Lo que ha ocurrido ha sido la occidentalización del mundo. Y
en su forma más pedestre: una hamburguerización del estilo de vida
norteamericano impuesto en todos los rincones del planeta.

La mano que acaricia representa la alternativa necesaria: el modo-de-


ser-cuidado, pues «la caricia es una mano revestida de paciencia que toca
sin herir y suelta, para permitir la movilidad del ser con el que entramos en
contacto» (Restrepo).

En los días actuales es urgente rescatar en los seres humanos la


dimensión de la caricia esencial. Ella está dentro de todos nosotros, aunque
encubierta por una gruesa capa de ceniza de materialismo, de consumismo
y de futilidades. La caricia esencial nos devuelve nuestra humanidad
perdida. En su mejor sentido refuerza también el precepto ético más
universal: tratar humanamente a cada ser humano, es decir, con
comprensión, con acogida, con cuidado y con la caricia esencial.

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