La Prueba en El Proceso Constitucional Gaceta Juridica
La Prueba en El Proceso Constitucional Gaceta Juridica
La Prueba en El Proceso Constitucional Gaceta Juridica
LA PRUEBA EN
EL PROCESO CONStitUCiONAL
PriMera edición
octubre 2010
8550 ejemplares
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d.leg. nº 822
isbn: 978-612-4081-16-3
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Capítulo
La prueba en el proceso
constitucional de hábeas corpus
Una mirada a la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional
Christian DONAYRE MONTESINOS(*)
(1)
(*) Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Máster en Administración
Pública por el Instituto Universitario Ortega y Gasset, adscrito a la Universidad Compluten-
se de Madrid. Estudios de Maestría en Derecho Constitucional por la PUCP. Diplomado en
Docencia Universitaria por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Profesor Titular de
Derecho Constitucional en la PUCP y en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Pro-
fesor Asociado de la Academia de la Magistratura. Miembro de la Asociación Peruana de
Derecho Constitucional y de la Asociación Iberoamericana de Derecho Militar.
(1) Para Rubén Hernández Valle estas circunstancias serían aquellos casos en los cuales la pre-
sunta inconstitucionalidad se sustenta en la violación del principio de igualdad (pues corres-
ponde demostrar, con prueba idónea, la existencia de un tratamiento discriminatorio ya sea
por equiparación o por diferenciación), del principio de razonabilidad (y es que, a su juicio,
“(…) no es posible hacer un análisis de ‘razonabilidad’ sin la existencia de una línea argu-
mentativa coherente que se encuentre probatoriamente respaldada”), de una costumbre
constitucional (para demostrar aquella práctica reiterada que se considera precisamente
puesta en entredicho con el dispositivo que es objeto de cuestión) y, finalmente, si se diri-
ge contra lo que el autor denomina “interpretaciones erróneas”, esto es, cuando la cues-
tión no es la oposición de una norma subconstitucional y el parámetro de constitucionalidad,
sino más bien porque la interpretación dada por el operador jurídico a la primera no es con-
forme con el segundo. A mayor abundamiento: HERNÁNDEZ VALLE, Rubén. “La prueba en
los procesos constitucionales”. En: Revista Iberoamericana de Derecho Procesal Constitu-
cional. N° 5. Porrúa e Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal Constitucional, México
DF, enero-junio 2006, pp. 188-191.
(2) Así, por ejemplo, el Código Procesal Constitucional en el caso de los procesos de acción
popular e inconstitucionalidad exige que se adjunte a la demanda copia simple de la norma
objeto del proceso precisándose el día, mes y año de publicación. Puede revisarse para la
acción popular el inciso 5 del artículo 86 y para el proceso de inconstitucionalidad el inciso
6 del artículo 101 del Código Procesal Constitucional.
(3) No olvidemos que en el caso del proceso de cumplimiento, si bien es cierto se discute su
naturaleza de proceso constitucional en razón de que de conformidad con el inciso 6 del ar-
tículo 200, en rigor, busca atender las exigencias del principio de legalidad y la ejecución de
actos administrativos. El Tribunal Constitucional a pesar de identificarlo como un proceso
“constitucionalizado” ha intentado justificar su carácter de proceso constitucional de la li-
bertad aduciendo la protección de un derecho a la eficacia de las leyes y los actos adminis-
trativos. Véase sobre el particular, la sentencia del colegiado recaída en el caso Maximiliano
Villanueva Valverde (Expediente N° 0168-2005-PC/TC).
(4) Sentencia de fecha 22 de setiembre de 2008 y publicada el 10 de octubre del mismo año.
(5) Sentencia de fecha 17 de octubre de 2005 y publicada el 20 de enero de 2006.
(7) AA. VV. Código Procesal Constitucional. Palestra, Lima, agosto de 2004, p. 7.
(8) Sentencia de fecha 7 de marzo de 2006 y publicada el 23 de agosto del mismo año.
por el juez en cualquier estado del proceso (inciso 6 del artículo 33 del
Código Procesal Constitucional).
que está muy próxima a concretarse y, por último, que si esto ocurre,
se producirá una afectación arbitraria de la libertad personal(10).
(10) Este tipo de hábeas corpus tiene como antecedente lo resuelto por la Corte Suprema de
Justicia de la República en el célebre caso Alberto Borea Odría (Expediente HC Nº 14-94),
en sentencia de fecha 24 de febrero de 1994 y publicada en el diario oficial El Peruano el 4
de mayo del mismo año.
A tenor de dicha sentencia:
“(...) según lo preceptuado en el numeral ochenta de la tantas veces citada ley, en estos
casos el Fiscal Provincial solo tiene dos alternativas: o formaliza la denuncia o abre investi-
gación policial, lo que no hizo en el caso de autos, sino que inició por su cuenta una inves-
tigación que no tenía cuándo concluir, que, como consecuencia de esta investigación ilegal
la puesta en peligro de la libertad del accionante se pone de manifiesto cuando no se quie-
re dar por concluida una investigación mientras no se presente el investigado a prestar su
declaración indagatoria a sabiendas de que se encontraba fuera del Perú, dando a entender
que la investigación tenía que prolongarse mientras dure la ausencia, como si no hubieran
otros elementos de juicio en los actuados, que no solo permitían sino que la obligaban a un
pronunciamiento definitivo, como lo había hecho respecto a otros implicados, prolongan-
do una situación de indefensión procesal y la consiguiente estigmatización que conlleva el
simple hecho de estar investigado por presunto delito; que evidentemente esta actitud no
tiene justificación ninguna, tanto más, si se tiene en cuenta que los hechos ya habían sido
materia de una sentencia en el fuero respectivo, por lo que tenemos que admitir que exis-
te, pues, amenaza de violación a la libertad personal del actor (...)”.
Sobre este caso en particular y demás implicancias véase: VALLE-RIESTRA, Javier. “Borea,
el leading case”. En: Ius et veritas. Revista editada por estudiantes de la Facultad de Dere-
cho de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Nº 8. Lima, junio de 1994, pp. 184-191.
(11) Sentencia con fecha 23 de marzo de 2004 y publicada el 12 de abril del mismo año.
(15) Sentencia de fecha 26 de marzo de 2010 y publicada el 13 de abril del mismo año.
(16) Sentencia de fecha 11 de noviembre de 2002 y publicada el 28 del mismo mes y año.
(17) Sentencia con fecha 23 de marzo de 2004 y publicada el 12 de abril del mismo año.
(18) Sentencia de fecha 27 de junio de 2005 y publicada el 25 de octubre del mismo año.
(19) Véase la sentencia con fecha 21 de agosto de 2002 y publicada el 25 de abril de 2003.
(20) Sentencia de fecha 25 de marzo de 2010 y publicada el 30 del mismo mes y año.
(21) Véase la sentencia del Tribunal Constitucional recaída en el caso Fidel Diego Mamani Teja-
da (Expediente N° 0481-2000-AA), de fecha 6 de diciembre de 2001 y publicada el 19 de ju-
lio de 2002.
(22) A este respecto hay un amplio número de sentencias como son las recaídas en los casos
Compañía Inmobiliaria y Constructora Quisqueya S.A. (Expediente N° 0311-2002-HC/TC);
Renzo Lercari Carbone (Expediente N° 2961-2002-HC/TC); Inversiones M y S S.A.C. (Expe-
diente N° 2881-2003-HC/TC); entre otros.
(23) Sentencia de fecha 7 de abril de 2010 y publicada el 15 del mismo mes y año.
(24) Sentencia de fecha 17 de marzo de 2010 y publicada el 14 de abril del mismo año.
(25) Sentencia de fecha 4 de febrero de 2010 y publicada el 25 de marzo del mismo año.
(26) Estamos, desde luego, ante una decisión que tiene asidero en pronunciamientos previos
del mismo Tribunal Constitucional como son los recaídos en los casos Paulo Bauer Cotrina
(Expediente N° 0801-2002-PHC/TC); Hugo Santiago Chocano Rodríguez (Expediente
N° 02439-AA/TC); Hugo Thomás Pando Reyna (Expediente N° 02548-2002-AA/TC); Coope-
rativa de Vivienda 14 de Febrero Sagitario (Expediente N° 1301-2007-PHC/TC); entre otros.
(28) La prisión constituye la situación en la cual se encuentra el sujeto que fue condenado por
una sentencia emanada de un órgano judicial, luego de que se le siguiera un proceso penal.
Como tendremos ocasión de ver con posterioridad, y para no confundir al lector, va a ser el
hábeas corpus traslativo el que se podrá interponer cuando el sujeto en prisión haya cum-
plido su condena o cuando el plazo de la detención haya vencido y aún se encuentre priva-
do de su libertad.
(29) La figura del arresto constituye una forma de privación de la libertad personal ordenada por
la autoridad competente como medida de apremio, esto es, para obligar a que el sujeto
adopte una determinada conducta en un supuesto específico o como medida sancionadora.
(30) La aprehensión, por su parte, constituye en sentido estricto un acto de colaboración con
la justicia por parte de los particulares, en virtud del cual detienen a una persona en una si-
tuación de flagrancia delictiva. Producida la aprehensión, bien pueden retener al delincuen-
te en el lugar de los hechos hasta que las autoridades policiales se constituyan allí o, caso
contrario, trasladar al sujeto ante la dependencia policial más cercana. EGUIGUREN PRAE-
LI, Francisco. “Libertad personal, detención arbitraria y hábeas corpus: las novedades en la
Constitución de 1993”. En: AA. VV. La Constitución de 1993. Análisis y Comentarios. Serie:
Lecturas sobre Temas Constitucionales. Nº 11. Comisión Andina de Juristas, Lima, 1995,
p. 17.
Las notas distintivas de la aprehensión son a saber las siguientes: en primer lugar, se trata
de una autorización y no de una potestad, propia de la autoridad pública. De allí que los par-
ticulares no están obligados a detener a una persona que vean que está cometiendo un de-
lito o lo ha cometido momentos antes. No estamos ante una obligación legal que les sea
exigible como sí ocurre con las autoridades policiales. En segundo término, es necesario
que estemos ante una situación de flagrancia delictiva y, finalmente, lo que busca esta for-
ma de detención es que el sujeto aprehendido sea puesto a disposición de las autoridades
policiales, no rigiendo para este caso los plazos de veinticuatro horas o quince días consa-
grados constitucionalmente. En este sentido: SAN MARTÍN CASTRO, César. Derecho Pro-
cesal Penal. Volumen II. Grijley, Lima, 2000, p. 815.
Si bien la Constitución de 1993 no recoge expresamente la figura de la aprehensión, se ad-
mite como legítima en tanto que se trata de una medida necesaria y socialmente útil de co-
laboración con la justicia.
(31) Que puede definirse como el acto de privación de la libertad personal llevado a cabo por par-
ticulares y que dependiendo de las circunstancias puede llegar a configurarse en una con-
ducta delictiva. En este supuesto encajan, por ejemplo, aquellas prácticas de algunos hos-
pitales y clínicas de impedir la salida del paciente hasta que se hayan cubierto todos los
gastos incurridos. Véase a este respecto la sentencia del Tribunal Constitucional peruano
recaída en el caso Lorgia Olivares de Cabezas (Expediente N° 1411-2001-HC/TC), con sen-
tencia de fecha 1 de abril de 2002 y publicada el 22 de setiembre del mismo año.
(32) Sentencia con fecha 23 de marzo de 2004 y publicada el 12 de abril del mismo año.
(33) Sentencia de fecha 29 de octubre de 2009 y publicada el 26 de marzo de 2010.
(34) Sentencia de fecha 31 de marzo de 2010 y publicada el 9 de abril del mismo año.
(35) Sentencia de fecha 31 de marzo de 2010 y publicada el 14 de abril del mismo año.
(36) Sentencia de fecha 7 de abril de 2010 y publicada el 15 del mismo mes y año.
(37) Sentencia de fecha 24 de marzo de 2010 y publicada el 13 de abril del mismo año.
(41) Sentencia de fecha 18 de enero de 2001 y publicada el 19 del mismo mes y año.
(42) Sentencia de fecha 18 de enero de 2001 y publicada el 19 del mismo mes y año.
(43) Sentencia de fecha 15 de diciembre de 2000 y publicada el 19 de enero de 2001.
(44) Sentencia de fecha 19 de enero de 2001 y publicada el 20 del mismo mes y año.
(45) Sentencia de fecha 9 de diciembre de 2004 y publicada el 18 de febrero de 2005.
(46) Sentencia de fecha 21 de enero de 2005 y publicada el 4 de abril del mismo año.
(47) Sentencia de fecha 12 de noviembre de 1997.
(48) Sentencia con fecha 23 de marzo de 2004 y publicada el 12 de abril del mismo año.
(49) Sentencia con fecha 21 de junio de 2002 y publicada el 29 de agosto del mismo año.
(52) Sentencia de fecha 4 de marzo de 2010 y publicada el 31 del mismo mes y año.
(53) Sentencia de fecha 18 de marzo de 2010 y publicada el 16 de abril del mismo año.
(54) Sentencia de fecha 12 de marzo de 2010 y publicada el 16 de abril del mismo año.
que dé cuenta de las lesiones de las cuales se dice ser objeto, sin per-
juicio de adicionar fotografías en el caso de afectación de la integridad
física. Desde luego, como del certificado médico no necesariamente
derivará la responsabilidad del presunto agresor, en ocasiones será ne-
cesario recabar otras instrumentales como declaraciones testimonia-
les, copias de denuncias policiales, las cuales, sumadas a otros me-
dios probatorios que pueda recabar el juez al momento de apersonarse
al lugar de los hechos, le permitirán mejor resolver.
(55) GARCÍA BELAUNDE, Domingo. Constitución y Política. Eddili, Lima, 1991, p. 148.
(56) Sentencia de fecha 20 de abril de 2001 y publicada el 3 de agosto del mismo año.
(57) Sentencia con fecha 23 de marzo de 2004 y publicada el 12 de abril del mismo año.
(58) Sentencia de fecha 14 de junio de 2001 y publicada el 30 de abril de 2002.
(59) Sentencia de fecha 7 de agosto de 1995 y publicada el 28 de agosto de 1996.
(60) Sentencia con fecha 18 de marzo de 2004 y publicada el 22 de marzo del mismo año.
(61) Sentencia con fecha 23 de marzo de 2004 y publicada el 12 de abril del mismo año.
(62) Sentencia de fecha 23 de marzo de 2004 y publicada el 12 de abril del mismo año.
(63) Sentencia de fecha 5 de abril de 2010 y publicada el 16 del mismo mes y año.
(64) Sentencia de fecha 30 de marzo de 2010 y publicada el 16 de abril del mismo año.
(65) Sentencia de fecha 24 de marzo de 2010 y publicada el 7 de abril del mismo año.
(66) Sentencia de fecha 24 de marzo de 2010 y publicada el 31 de ese mismo mes y año.
(67) Sentencia de fecha 6 de abril de 2010 y publicada el 12 del mismo mes y año.
(68) Sentencia de fecha 24 de marzo de 2010 y publicada el 16 de abril del mismo año.
(69) Sentencia de fecha 25 de marzo de 2010 y publicada el 13 de abril del mismo año.
(70) Véase en sentido similar los casos Fernando Melciades Zevallos Gonzáles (Expediente
N° 4052-2007-PHC/TC); Miguel Ángel Mendez Maurtua (Expediente N° 04121-2007-PHC/
TC); Yrma Vargas Cachique (Expediente N° 0195-2008-PHC/TC); entre otros.
(71) Recordemos que el Tribunal Constitucional en el caso Leonel Richi Villa de la Cruz (Expe-
diente N° 4107-2004-HC/TC) estableció ciertas circunstancias que permitirían exceptuarse
de la naturaleza firme de la resolución judicial para efectos de ser posible cuestionarla a tra-
vés del hábeas corpus. En ese sentido, aplicando análogamente las excepciones que res-
pecto al agotamiento de los recursos internos contiene la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, así como la jurisprudencia que sobre este tema ha emitido la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, señaló que no es exigible la existencia de una reso-
lución firme en los siguientes casos:
a) Que no se haya permitido al justiciable el acceso a los recursos que depara el proceso
judicial de la materia;
b) Que haya retardo injustificado en la decisión sobre el mencionado recurso;
c) Que por el agotamiento de los recursos pudiera convertirse en irreparable la agresión;
d) Que no se resuelvan los recursos en los plazos fijados para su resolución.
(72) Sentencia de fecha 31 de marzo de 2010 y publicada el 16 de abril del mismo año.
(73) Sentencia de fecha 24 de marzo de 2010 y publicada el 16 de abril del mismo año.
(74) Sentencia de fecha 24 de marzo de 2010 y publicada el 16 de abril del mismo año.
(75) Sentencia de fecha 17 de diciembre de 2009 y publicada el 7 de abril de 2010.
(76) Sentencia de fecha 4 de marzo de 2010 y publicada el 6 de abril de 2010.
Capítulo
Sobre la prueba en el
proceso de amparo
(1)
Felipe Johan LEÓN FLORIÁN(*)
I. DELIMITACIÓN METODOLÓGICA
El tema que corresponde a este ensayo carece aún de un trata-
miento, al mismo tiempo, detallado y global. Y ello, como veremos, re-
presenta un importante déficit en una teoría procesal constitucional-
mente adecuada del amparo. No obstante, existe un renovado interés
en la doctrina por la determinación de los hechos en el proceso judi-
cial, interés que viene de la mano, entre otras cosas, del fecundo terre-
no de la argumentación; y no empiece a existir cada vez más concien-
cia de la importancia de una evaluación empírica de las premisas que
sustentan la argumentación constitucional, el estudio y examen críti-
co acerca de la producción y valoración de la prueba en los procesos
(1) Estos principios han sido enunciados en RAWLS, John. Teoría de la justicia. Traducción de
María Dolores González. Segunda edición. Fondo de Cultura Económica, México, 2003,
pp. 67-72.
(2) Una exposición de dichas discusiones puede verse en GARGARELLA, Roberto. Las teorías
de la justicia después de Rawls. Un breve manual de filosofía política. Paidós, Barcelona,
1999; también en AMOR, Claudio (Compilador). Rawls post Rawls. Universidad Nacional de
Quilmes - Prometeo, Buenos Aires, 2006.
(3) El enfoque de Sen sobre la libertad es ampliamente conocido como el enfoque de la capa-
cidad, o de la libertad como libertad de agencia. Sobre la exposición de este punto y los de-
más materiales de la justicia vide SEN, Amartya. Idea de la justicia. Traducción de Hernan-
do Valencia Villa. Taurus, Madrid, 2010, pp. 255-347.
tan insoportable, dicha ley debía ceder como “Derecho injusto” ante
la justicia”(4).
(4) Vide al respecto ALEXY, Robert. “Una defensa de la fórmula de Radbruch”. En: Anuario da
Facultade de Dereito da Universidade da Coruña. Nº 5, 2001, pp. 75-76. También puede ver-
se de este mismo autor ALEXY, Robert. “Derecho injusto, retroactividad y principio de lega-
lidad penal. La doctrina del Tribunal Constitucional Federal alemán sobre los homicidios co-
metidos por los centinelas del Muro de Berlín”. En: Doxa. Publicaciones periódicas. Nº 23,
2000, pp. 197-230.
(5) Sobre la pretensión de corrección en el Derecho es ampliamente conocida la tesis de Alexy.
Vide ALEXY, Robert. Teoría de la argumentación jurídica. La teoría del discurso racional
como teoría de la fundamentación jurídica. Traducción de Manuel Atienza e Isabel Espejo,
Prólogo de Manuel Atienza. Palestra, Lima, 2007, p. 297 y ss.
(6) TARUFFO, Michele. “Ideas para una teoría de la decisión justa”. En: Sobre las fronteras. Es-
critos sobre la justicia civil. Traducción de Beatriz Quintero. Temis, Bogotá, 2006, p. 199.
(7) Es conocida, en este punto, la línea jurisprudencial del Tribunal Constitucional peruano, se-
gún la cual “no hay zonas exentas del control constitucional”. Vide dicho desarrollo en la
STC Exp. Nº 5854-2005-PA/TC, caso Lizana Puelles.
(8) TARUFFO, Michele. Ob. cit., p. 199 y ss.
(9) TARUFFO, Michele. “Determinación de los hechos y contradictorio en la tutela sumaria”.
En: Páginas sobre justicia civil. Traducción de Maximiliano Aramburu Calle. Marcial Pons,
Madrid, 2009, pp. 269-271.
(10) TARUFFO, Michele. “Ideas para una teoría de la decisión justa”. Ob. cit., pp. 201-203.
(20) Marina Gascón recoge aquí una ilustrativa cita de Montesquieu: “[L]a acusación de ambos
delitos (magia y herejía) puede lesionar la libertad y dar origen a una infinidad de tiranías, si
el legislador no sabe restringirla, pues como no recae directamente sobre las acciones de
un ciudadano, sino más bien sobre la idea que se tiene de su carácter, es tanto más peli-
grosa cuanto mayor sea la ignorancia del pueblo” (cfr. GASCÓN ABELLÁN, Marina. Ob. cit.,
p. 12). Lo mismo sucede hoy, según Ferrajoli, cuando algunos ordenamientos recogen ti-
pos no referidos a hechos, sino a cierta clase de personas como “vagabundos”, “proclives
a delinquir”, “dedicados a tráficos ilícitos” o “socialmente peligrosos”. De allí al “Derecho
Penal del enemigo” hay un paso (cfr. FERRAJOLI, Luigi. Derecho y razón. Teoría del garan-
tismo penal. Prólogo de Norberto Bobbio. Traducción de Perfecto Andrés Ibáñez, Alfonso
Ruiz Miguel, Juan Carlos Bayón Mohino, Juan Terradillos Basoco y Rocío Cantarero Ban-
drés. Quinta edición. Trotta, Madrid, 2001, p. 35).
(21) De esta opinión es FERRAJOLI, Luigi. Ob. cit., pp. 135 y 136.
(22) GASCÓN ABELLÁN, Marina. Ob. cit., pp. 10 y 11.
(23) GASCÓN ABELLÁN, Marina. Ob. cit., p. 31.
(24) Aquí Marina Gascón cita oportunamente la obra de Beccaria De los delitos y de las penas:
“[La tortura] ese infame crisol de la verdad es un monumento todavía subsistente de la an-
tigua y salvaje legislación, cuando eran llamadas juicios de Dios las pruebas de fuego y del
agua hirviente y la incierta suerte de las armas (…). La única diferencia que hay entre la tor-
tura y las pruebas del fuego y del agua hirviente es que el resultado de la primera parece
depender de la voluntad del reo y el de las segundas de un hecho puramente físico y ex-
trínseco, pero esta diferencia es solo aparente y no real” (cfr. GASCÓN ABELLÁN, Marina.
Ob. cit., p. 10).
(25) En este punto la cita es de Furno. “[En dicho momento] el proceso alcanzó un formalismo
rígido y obtuso, desarrollándose bajo la atenta mirada de un juez sin ciencia y sin concien-
cia, pero bajo la apariencia de que la forma protege, defiende, tutela” (cfr. GASCÓN ABE-
LLÁN, Marina. Ob. cit., p. 11).
(26) CASSIRER, Ernst. La filosofía de la Ilustración. Traducción de Eugenio Ímaz. Tercera edi-
ción. Fondo de Cultura Económica, México, 1997, pp. 9-15 y pp. 17-53.
(27) Ferrajoli ha reseñado cómo, a través del Decreto de 16-19 de setiembre de 1791 (que dero-
gó la Ordonnance criminelle de 1670), hace su aparición en el Derecho moderno, el principio
de libre valoración de la prueba. El profesor italiano cita significativamente aquí la fórmula de
juramento que pronunciaban los jurados antes del juicio: “Juráis decidir conforme a los car-
gos y a los medios de defensa y siguiendo vuestra conciencia y vuestra íntima convicción,
con la imparcialidad y la firmeza que convienen a un hombre libre” (cfr. FERRAJOLI, Luigi.
Ob. cit., pp. 136 y 137).
(28) La referencia a las vicisitudes del empirismo en la epistemología moderna puede verse en
GASCÓN ABELLÁN, Marina. Ob. cit., pp. 13-27.
(29) Ibídem, p. 32.
(30) Ferrajoli ha relatado este tránsito negativo del siguiente modo: “El abandono de las prue-
bas legales a favor de la libre convicción del juez, sin embargo, por el modo en que se con-
cibió y practicó por la cultura jurídica posilustrada, se corresponde con una de las páginas
políticamente más amargas e intelectualmente más deprimentes de la historia de las insti-
tuciones penales. La fórmula de la libre convicción, que por sí misma expresa solo un trivial
principio negativo que debe ser integrado con la indicación de las condiciones no legales,
sino epistemológicas de la prueba, en realidad fue acríticamente entendida como un criterio
discrecional de valoración sustitutivo de las pruebas legales. Recibida en tal sentido por la
doctrina y la jurisprudencia, permitió eludir ambas, en el plano teórico y en el práctico, el
enorme problema de la justificación de la inducción, sobre el que, de Hume en adelante,
se ha esforzado la reflexión epistemológica. Y ha terminado por transformarse en un tosco
principio potestativo idóneo para legitimar el arbitrio de los jueces” (cfr. FERRAJOLI, Luigi.
Ob. cit., p. 139).
(31) GASCÓN ABELLÁN, Marina. Ob. cit., p. 7.
(32) Estas epistemologías también en GASCÓN ABELLÁN, Marina. Ob. cit., pp. 13-27.
(33) Habría que recordar aquí que los diversos modelos antiformalistas o antipositivistas sur-
gidas en Europa en el siglo XIX, respecto a la interpretación del Derecho, fueron los que
desembocaron en estos modelos subjetivistas y antirracionalistas, como la Escuela Libre
del Derecho o el realismo americano, que finalmente también terminaron poniendo en tela
de juicio la bondad de la razón empírica en el proceso. La referencia a esta evolución antifor-
malista puede verse en LARENZ, Karl. Metodología de la Ciencia del Derecho. Traducción
de M. Rodríguez Molinero, 2ª edición en español, Ariel, Barcelona, 2001, pp. 31 y ss.
del proceso presente durante todo el siglo XIX(34), surgió una concep-
ción de la verdad judicial, como un producto de la mera actuación o
acuerdo de las partes(35). Dicha concepción, plasmada claramente en el
sistema adversarial estadounidense, no se preocupa de la averiguación
de la verdad real de los hechos, sino que construye y constituye dicha
verdad solo a partir de la confrontación de los argumentos fácticos de
las partes(36). En la misma línea, puede ubicarse aquella concepción de
la verdad judicial como un mero producto del procedimiento formal or-
denado en la ley para la averiguación de la verdad(37). Estas tesis, por
lo demás, se sustentan de algún modo, en aquella concepción “humil-
de” de la verdad judicial defendida por Montero Aroca(38), según la cual,
dado que no se puede descubrir la verdad en el proceso, solo habre-
mos de conformarnos con aquella que resulte de la intervención de las
partes y la correcta aplicación de las reglas procesales. Esta postura,
sin embargo, renuncia al ideal regulativo de justicia, pues ya no se pre-
ocupa por determinar hechos verdaderos, correspondientes con la rea-
lidad, sino solo hechos formales, institucionalmente definidos.
c. Síntesis
Aun cuando, como dice Marina Gascón, podamos compartir
una epistemología no absolutista de la verdad(39), no creemos que
deba efectuarse una renuncia completa a la idea de verdad como
(34) Vide brevemente sobre ello MARINONI, Luiz Guilherme. Derecho fundamental a la tutela
jurisdiccional efectiva. Del proceso civil clásico a la noción de Derecho a la tutela jurisdiccio-
nal efectiva. Traducción de Aldo Zela Villegas, Palestra, Lima, 2007, pp. 41-50.
(35) Sobre la concepción de la verdad judicial como “negocio procesal”, ver TARUFFO, Miche-
le. “¿Verdad negociada?”. En: La prueba. Traducción de Laura Manríquez y Jordi Ferrer Bel-
trán, Marcial Pons, Madrid, 2008, pp. 229 y ss.
(36) Esta postura se condice básicamente con quienes definen al proceso solo como un instru-
mento de resolución de conflictos entre particulares, pero es desdecida por quienes con-
sideran al proceso más como un public values (bien público). Sobre el sistema adversarial
estadounidense, ver TARUFFO, Michele. El proceso civil adversarial en la experiencia ame-
ricana. El modelo americano del proceso de connotación dispositiva. Traducción de Beatriz
Quintero Prieto, Temis, Bogotá, 2008.
(37) GASCÓN ABELLÁN, Marina. Ob. cit., p. 41.
(38) Del libro de MONTERO AROCA, Juan. Los principios políticos de la nueva Ley de Enjuicia-
miento Civil. Los poderes del juez y la oralidad. Tirant lo Blanch, Valencia, 2001, p. 109;
citado en TARUFFO, Michele: “Poderes probatorios de las partes y del juez en Europa”.
En: La prueba, Ob. cit., p. 175.
(39) Esta autora opta por una epistemología moderadamente realista, en la que por un lado ten-
ga sentido la aspiración a conocer los hechos realmente acaecidos y, por otro, no se ignore
la relatividad de la verdad alcanzada (cfr. GASCÓN ABELLÁN, Marina. Ob. cit., pp. 42-45).
(40) Sobre la noción de verdad como correspondencia, en tanto concepto adecuado a la fina-
lidad de un proceso justo, han hablado GASCÓN ABELLÁN, Marina. Ob. cit., p. 53 y ss.;
TARUFFO, Michele. La prueba. Ob. cit., p. 23 y ss.; GUZMÁN, Nicolás. Ob. cit., p. 39 y ss.
(41) Ello, como ha aclarado Marina Gascón, no significa que la verdad es aquella que se estable-
ció con la mayor compatibilidad racional de la premisa empírica, sino solo que la justicia de
la decisión se halla mejor lograda cuando es más probable, de acuerdo a las pruebas apor-
tadas, que se haya alcanzado dicha verdad. Por lo demás, la verdad siempre es el objeto del
proceso, mas no enunciados lo más racionalmente probables, pues solo esta postura “per-
mite sostener la hipótesis de que un imputado podría ser inocente (o culpable) aunque tal
hipótesis haya sido rechazada en todas las instancias del proceso y esté en contraste con
todas las pruebas disponibles” (cfr. GASCÓN ABELLÁN, Marina. Ob. cit., p. 68).
(42) Vide al respecto GASCÓN ABELLÁN, Marina. “Sobre la posibilidad de formular estándares
de prueba objetivos”. En: Proceso, prueba y estándar. Santiago Ortega Gomero (editor).
Ara, Lima, 2009, p. 17 y ss.
(43) Sobre la institucionalización jurídica del conocimiento de los hechos, GASCÓN ABELLÁN,
Marina. Los hechos en el Derecho. Ob. cit., p. 125 y ss.
(44) Sobre los poderes instructorios del juez, con relación a la prueba, RAMÍREZ, Diana. La prue-
ba de oficio. Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2009.
d) Por último, el juez también debe remover, sin subvertir otros dere-
chos al interior del proceso, los obstáculos que se presenten para
arribar a una decisión justa sobre los hechos, lo que incluye también
en algunos casos la actuación de las facultades probatorias que la
ley le asigne.
(45) Así lo ha expresado el TC peruano: “De ahí que este remedio procesal, en buena cuenta,
constituya un proceso al acto, en el que el juez no tiene tanto que actuar pruebas, sino juz-
gar en esencia sobre su legitimidad o ilegitimidad constitucional. (…). Por ello, si en el am-
paro no hay conflicto de derechos e intereses “subjetivos” contrapuestos entre partes, ello
es porque los términos de la controversia giran fundamentalmente en torno a una cuestión
de interpretación constitucional” (STC Exp. Nº 0976-2001-PA/TC, f. j. 3).
(46) Esto sucede en múltiples casos donde el Tribunal ingresa a examinar el fondo del asunto,
aun cuando se encuentra ante un caso de rechazo liminar, y ello porque presupone, entre
otras cosas, que el acto lesivo se encuentra suficientemente probado con los actuados de
la demanda (Vide entre otras, la STC Exp. Nº 5951-2005-PA/TC, f. j. 2).
(47) Ello sucede actualmente con un gran número de demandas de amparo en materia previsio-
nal, donde merced a la existencia de más de un certificado médico de incapacidad de con-
tenido distinto, se declara la improcedencia por tratarse de una materia controvertida que
debe ser vista en otra vía que cuente con estación probatoria (Así, las STC Exp. Nº 1316-
2010-PA/TC, STC Exp. Nº 3643-2009-PA/TC, STC Exp. Nº 0256-2009-PA/TC, entre otras).
(48) Ello sucede a menudo con los casos donde se resuelve materia pensionaria y existe la
necesidad de acreditar aportes al sistema previsional (Por todas puede verse la STC Exp.
Nº 4672-2007-PA/TC, caso Tarazona Valverde, donde incluso se fijan las reglas para acredi-
tar los años de aportación al régimen previsional). Del mismo modo, este supuesto se pre-
senta en los casos de acreditación de la enfermedad profesional de hipoacusia, donde se
exige que el actor demuestre el nexo causal entre dicha enfermedad y su ocupación profe-
sional, a través de una serie de pruebas sobre las condiciones en que se desempeñó el tra-
bajo (vide la regla j) contenida en la STC Exp. Nº 2513-2007-PA/TC, con carácter de prece-
dente vinculante, caso Casimiro Hernández).
(49) Referencias claras de este supuesto se encuentra en el caso de la píldora del día siguiente
(STC 2005-2009-PA/TC) y en los casos sobre derecho a la salud mental (STC Exp. Nº 3081-
2007-PA/TC, STC Exp. Nº 2480-2008-PA/TC y STC Exp. Nº 5842-2006-PHC/TC).
(50) Tal y como reza el artículo 200, inciso 2 de la Constitución, el artículo 25 de la Convención
Americana de Derechos Humanos y el artículo II del Título Preliminar del Código Proce-
sal Constitucional. En dicha tesitura, el propio Tribunal, enfáticamente, ha sostenido que:
“Desde esta perspectiva, lo que existe en realidad es solo una limitación de la actuación
probatoria, pues en la práctica es indispensable la presentación de pruebas que acrediten la
violación o amenaza de un derecho constitucional. La excepción a la regla tiene como fun-
damento lo previsto en el artículo 1 del Código, en el sentido de que la finalidad de todos los
procesos de derechos humanos es “(…) proteger los derechos constitucionales reponien-
do las cosas al estado anterior a la violación o amenaza de un derecho constitucional”. Par-
tiendo de esta premisa, este Tribunal tiene el deber inexcusable de realizar cualquier actua-
ción probatoria que considere necesario siempre que con ello no se afecte la duración del
proceso” (STC Exp. Nº 3081-2007-PA/TC, f. j. 4).
(51) Marinoni ha explicado cómo la doctrina procesal clásica trató de construir, sobre la base de
una ideología liberal, un sistema unitario del proceso, donde el proceso era estructurado
con base en reglas uniformes, pero que sin embargo desatendían las necesidades de tute-
la procesal propia de cada derecho sustantivo en juego (vide MARINONI, Luiz Guilherme.
Ob. cit., p. 49 y ss). Este autor brasileño, y con él una escuela procesal cada vez más asen-
tada (desde los primeros desarrollos de Proto Pisani y otros autores italianos de la “tutela
diferenciada”), con sustento en el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva, han desarrolla-
do la doctrina de la instrumentalidad del proceso, como una forma de reaccionar contra esta
pretensión de uniformidad y neutralidad del proceso, propugnando una visión más sustan-
cialista, que intenta enseñar que el proceso debe ser estructurado y diseñado mirando las
peculiaridades propias del derecho sustantivo de que se trata (entre estos autores puede
citarse a MARINONI, Luiz Guilherme. Tutela específica de los derechos. Necesidades del
Derecho material, tutela de los derechos y técnica procesal. Traducción de Aldo Zela Ville-
gas. Palestra, Lima, 2008; DINAMARCO, Cândido Rangel. La instrumentalidad del proceso.
Traducción de Juan José Monroy Palacios. Comunitas, Lima, 2009; en nuestro país han he-
cho eco de esta doctrina ZELA VILLEGAS, Aldo. La tutela preventiva de los derechos (Como
una amplia definición de los elementos de hecho del caso, los cuales
solo pueden ser obtenidos por medio de una suficiente actuación pro-
batoria(55). En estos supuestos, por tanto, debe descartarse, en primer
lugar, la regla que impide la actuación probatoria en el amparo, y de
acuerdo al modelo de proceso justo que hemos reseñado líneas arriba,
el juez debe llevar adelante toda la actuación probatoria necesaria para
definir los supuestos de hecho, con base en los cuales otorgar o no tu-
tela eficaz a los derechos fundamentales reclamados.
Las recetas de la justicia constitucional y el rol de la política”. En: Revista Jurídica del Perú.
Tomo 111. Gaceta Jurídica, Lima, mayo de 2010, pp. 29-44. Vide también la importante in-
vestigación de RODRÍGUEZ GARAVITO, César y RODRÍGUEZ FRANCO, Diana. “Un giro en
los estudios sobre derechos sociales: el impacto de los fallos judiciales y el caso del despla-
zamiento forzado en Colombia”. En: La protección judicial de los derechos sociales. Chris-
tian Courtis y Ramiro Ávila Santamaría (editores), Ministerio de Justicia y Derechos Huma-
nos, Quito, p. 321 y ss.
(55) Las peculiaridades y retos que presenta la protección de los derechos sociales, también en
lo atinente a la prueba, la hemos tratado en LEÓN FLORIÁN, Felipe Johan y ROJAS BER-
NAL, José Miguel. “Posibilidades y peculiaridades de la protección procesal de los dere-
chos sociales”, texto inédito de pronta aparición en Horizontes contemporáneos del De-
recho Procesal Constitucional. Liber amicorum Néstor Pedro Sagüés. Centro de Estudios
Constitucionales del Tribunal Constitucional-Adrus, Lima, 2010.
(56) LOPERA MESA, Gloria Patricia. Ob. cit., pp. 525-530.
(57) Ibídem, pp. 581-584.
(58) Por ejemplo, Patricia Lopera ha defendido que en el ámbito de la definición sobre la idonei-
dad y necesidad de las medidas penales es necesario utilizar las oportunidades probatorias
que demuestren, más allá de referencias al sentido común, que dichas medidas son real-
mente justificables. Así ha citado en su respaldo a Massimo Donini, quien considera que es
preciso conferir a la Corte “el poder de llevar a cabo investigaciones empíricas, o bien de
valorar la presentación ante la propia Corte de investigaciones empíricas sobre la efectivi-
dad y la eficacia de las sanciones alternativas a la penal” (“Un Derecho Penal fundado en la
Carta Constitucional: razones y límites. La experiencia italiana”, citado en LOPERA MESA,
Gloria Patricia. Ob. cit., p. 600).
En lo que sigue, vistas las distintas razones por las se hace necesa-
ria una determinación adecuada de los hechos en el amparo y teniendo
en cuenta los cánones de decisión justa reseñados y las exigencias de
los derechos fundamentales, procederemos a examinar algunos ele-
mentos del diseño procesal e institucional sobre la prueba en el am-
paro, vigentes en nuestro ordenamiento jurídico; así como la prácti-
ca jurisprudencial de nuestro Tribunal Constitucional sobre la actividad
probatoria en el seno de este proceso constitucional. Todo ello con la
finalidad de evaluar su adecuación al modelo de decisión justa sobre
los hechos aquí expuestos y la naturaleza iusfundamental de los dere-
chos involucrados, amén de efectuar las sugerencias más pertinentes
sobre los puntos clave a mejorar en ambos casos.
(59) Hay que dejar de lado aquí, la aceptada postura de Juventino Castro, según la cual en el
amparo solo hay dos cosas a probar: la existencia del acto reclamado, que es una cuestión
de hecho, y su constitucionalidad o inconstitucionalidad, que es un acto de mero derecho
(vide CASTRO, Juventino. El sistema del derecho de amparo. Porrúa, México, 1992, p. 169).
Pues bien, que la evaluación de la constitucionalidad de la medida impugnada sea un acto
de mero derecho, que no requiere consideraciones fácticas, es un aserto que es fácilmen-
te rebatible con una mirada apenas atenta de algunas resoluciones del TC. Por ejemplo, en
el caso de la píldora del día siguiente (STC Exp. Nº 2005-2009-PA/TC), la probanza fáctica no
estuvo referida solamente a la existencia de la política estatal de distribución gratuita de la
píldora (que era el acto impugnado, pero que por lo demás fue considerado como un hecho
evidente), sino principalmente a la determinación de si la píldora causaba algún efecto ne-
gativo sobre el endometrio, cuestión evidentemente fáctica que iba a determinar el resulta-
do de la solución jurídica y que mereció un amplio acopio de material probatorio. Del mismo
modo, en el caso Ramón Medina Villafuerte (STC Exp. Nº 2480-2008-PA/TC), no solo fue su-
ficiente acreditar que se había extendido el Alta Médica que establecía el régimen de “Hos-
pital de Día” (acto lesivo), sino que sería necesario también establecer si el paciente psi-
quiátrico requería el suministro controlado de medicamentos para proteger adecuadamente
su salud mental, para lo que se solicitó el dictamen de un especialista. Solo dicha definición
fáctica previa podía dilucidar si se había vulnerado o no el derecho a la salud del paciente.
(60) Así sucede, por ejemplo, en el caso de la determinación de la confiscatoriedad de un im-
puesto, cuya definición –ha dicho el Tribunal–, debe verse caso por caso, según la capacidad
contributiva del contribuyente, y donde este debe probar dicha capacidad con referencia a la
situación económica de la empresa (Así puede verse en la STC Exp. Nº 4227-2005-PA/TC,
ff. jj. 23-30, caso Royal Gaming S.A.C.).
(66) ZELA VILLEGAS, Aldo. La tutela preventiva de los derechos. Ob. cit.
(67) Así, cuando afirma que: “La inexistencia de la estación de pruebas, por tanto, no se deri-
va de la naturaleza sumaria y breve del amparo, sino de la finalidad y el objeto del proceso”
(STC Exp. Nº 0976-2001-PA/TC, f. j. 3).
(68) Este supuesto se apreciaba claramente en el caso de la PUCP con el representante del
Arzobispado de Lima (STC Exp. Nº 3347-2009-PA/TC). Allí la discusión se centraba en la in-
terpretación de los varios testamentos de don José de la Riva Agüero y Osma, respecto a
quién correspondía la administración de los bienes de la herencia. No se encontraban clara-
mente definidos, pues, las potestades de administración sobre la propiedad de la herencia,
por lo que su dilucidación no era un asunto de la jurisdicción constitucional, sino ordinaria.
Se discutía y pretendía pues la definición de un derecho, en base a una interpretación tes-
tamentaria, y no la reposición de un derecho que haya sido afectado. El yerro del Tribunal
en resolver esta causa se aprecia, por lo demás, en la ingente cantidad de documentos
probatorios que requirió para “decir” a quién correspondía el derecho a la administración, lo
cual finalmente “estableció” en los fundamentos finales.
(69) RTC Exp. Nº 1217-2010-PA/TC.
y los derechos colectivos) requiere una ampliación del término del pro-
ceso, ella debe efectuarse irremediablemente, no pudiendo alegarse
–creemos– la falta de estación probatoria para evadir la protección del
derecho. Por lo demás, la sumariedad del proceso no se concreta solo
en la reducción de estaciones procesales, como pudiera creerse, sino
en otros detalles que se encuentran presentes en el amparo. Así, la
preferencia en la tramitación(70), el impulso procesal de oficio(71), la in-
formalidad(72), los poderes probatorios del juez(73) e incluso sus poderes
coercitivos(74), pueden ser armas tan efectivas en la tramitación urgen-
te del amparo, como la ausencia de una etapa probatoria.
(79) El caso más conocido es el de la píldora del día siguiente (STC Exp. Nº 2005-2009-PA/TC),
donde el Tribunal ante la duda de si se encontraba acreditada o no, por el demandante, el
efecto abortivo que tenía la píldora, el TC resuelve declarar fundada la demanda, aplicando
el principio pro homine. Del mismo modo, el TC ha hecho una declaración de principio en el
caso Andrea Dongo Coronado (STC Exp. Nº 2034-2009-PA/TC), con relación a las atencio-
nes sanitarias de emergencia: “En el supuesto de existir alguna duda sobre si brindar o no
un servicio asistencial, siempre ha de estarse a privilegiar la atención correspondiente, evi-
tándose con ello eventuales casos de irreparabilidad” (f. j. 18). Resoluciones, en sentido si-
milar, puede encontrarse en la Corte Constitucional de Colombia, donde, por ejemplo, ante
la duda sobre la capacidad económica de la demandante para costear un examen médico
para su esposo, la Corte dictaminó: “Tratándose de un caso límite, en el cual existe duda
acerca de la protección de un derecho fundamental, resulta pertinente la aplicación del prin-
cipio pro homine que ordena la adopción de la decisión que mejor se compadece con la ga-
rantía de los derechos fundamentales en juego, que en este caso se materializa en la orden
del examen prescrito por el médico tratante. Lo anterior teniendo en cuenta los argumentos
expuestos arriba relacionados con la protección especial de las personas de la tercera edad
y la gravedad de la afección” (Sentencia de la Corte Constitucional colombiana T-499/07, M.
P. Manuel José Cepeda Espinosa, f. j. 8).
(80) ROJAS BERNAL, José Miguel. “Tutela en caso de duda sobre la titularidad del derecho”.
En: Gaceta Constitucional. Análisis multidisciplinario de la jurisprudencia del Tribunal Cons-
titucional. Tomo 27. Gaceta Jurídica, Lima, marzo de 2010, p. 48 y ss.
los procesos penales(81). Así deben definirse, por ejemplo, los supues-
tos de amparo contra resoluciones judiciales o contra órganos consti-
tucionales, contra decisiones de la Administración Pública, entre otros,
merced a la presunción de legitimidad de la que gozan las actuaciones
de estos organismos públicos(82).
(81) Sobre los grados de confirmación de los enunciados fácticos vide GASCÓN ABELLÁN, Ma-
rina. Ob. cit., pp. 178-187 y 218-223.
(82) LOPERA MESA, Gloria Patricia. Ob. cit., pp. 578 y 579.
(desde un punto de vista fáctico), es atendible, ello es, sobre todo, por-
que dicha consideración no toma en cuenta o desatiende la especial
naturaleza y estructura de los derechos fundamentales de carácter so-
cial, los cuales, sin embargo y como es harto conocido, son tutelables,
también, a través del proceso de amparo(83). En efecto, como han des-
tacado, con agudeza, Víctor Abramovich y Christian Courtis:
“Las violaciones de los derechos económicos, sociales y culturales
requieren al mismo tiempo satisfacción urgente y amplitud de prue-
ba, pero estas dos cuestiones son excluyentes para la elección de
los mecanismos tradicionales de tutela. Acciones tales como el am-
paro u otros similares requieren un derecho líquido, y las medidas
cautelares un derecho verosímil, y en ambos tipos de procedimien-
tos el ordenamiento procesal y la jurisprudencia restringen al míni-
mo el marco probatorio del proceso”(84).
(83) Así lo definió tempranamente para nuestro país el TC peruano en el caso Azanca Alhelí
Meza García (STC Exp. Nº 2945-2003-AA/TC).
(84) ABRAMOVICH, Víctor y COURTIS, Christian. Los derechos sociales como derechos exigi-
bles. Prólogo de Luigi Ferrajoli. Trotta, Madrid, 2002, pp. 129-130.
(85) CRUZ PARCERO, Juan Antonio. El lenguaje de los derechos. Ensayo para una teoría estruc-
tural de los derechos. Prólogo de Francisco Laporta. Trotta, Madrid, 2007, p. 99. Sobre el
uso de estándares cuantitativos e indicadores de proceso y resultado en la determinación
de violación de un derecho social ha efectuado una excelente investigación FELNER, Eitan.
“¿Una nueva frontera para la defensa de los derechos económicos y sociales? Convirtien-
do los datos cuantitativos en una herramienta para la rendición de cuentas en derechos hu-
manos”. En: Sur. Revista Internacional de Derechos Humanos. Edición en español, Año 5,
Nº 9, Sao Paulo, diciembre de 2008, p. 117 y ss.
(86) CLÉRICO, Laura. “El examen de proporcionalidad: entre el exceso por acción y la insuficien-
cia por omisión o defecto”. En: El principio de proporcionalidad en el Derecho contemporá-
neo. Miguel Carbonell y Pedro P. Grández Castro (coordinadores). Cuadernos de análisis y
crítica a la jurisprudencia constitucional Nº 8. Palestra, Lima, 2010, p. 155.
(87) Sentencia de la Corte Constitucional de Colombia T-025/2004, MP. Manuel José Cepeda
Espinosa.
(88) Estos datos en GARGARELLA, Roberto. “Primeros apuntes para un estudio de la legitima-
ción (standing)”. En: Teoría y crítica del Derecho Constitucional. Tomo I. Democracia, Ro-
berto Gargarella (Coordinador). Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2008, pp. 317 y 318.
(89) Sobre esta crítica ha respondido Taruffo, afirmando que mientras se encuentren garanti-
zadas las reglas del contradictorio en el proceso y el principio de la motivación de las deci-
siones, incluida la motivación sobre los hechos, dichos riesgos serán infundados. Vid. TA-
RUFFO, Michele. “Poderes probatorios de las partes y del juez en Europa”. En: La prueba.
Ob. cit., pp. 181-183. El profesor Néstor Pedro Sagüés, por su parte, y comentando el ar-
tículo 32 de la Ley argentina General del Ambiente 25.675 que confiere al juez el poder para
ordenar, conducir o probar los hechos dañosos en el proceso, considera que si bien dichas
provisiones probatorias pueden ser necesarias de cara a brindar garantías al más débil en el
proceso, una mejor solución sería, en aras de proteger la imparcialidad del juez, potenciar
las capacidades de las asociaciones de derechos humanos o brindar dichos poderes proba-
torios al Ministerio Público. Vid. SAGÜÉS, Néstor Pedro. “Activismo versus garantismo. A
propósito de la producción de pruebas y medidas precautorias de oficio en la acción de am-
paro ambiental”. En: El juez constitucional en el siglo XXI. Tomo I. Eduardo Ferrer Mac-Gre-
gor y César de Jesús Molina Suárez (coordinadores). UNAM-Suprema Corte de Justicia de
la Nación, México, 2009, pp. 130-132.
(90) CLÉRICO, Laura. Ob. cit. p. 127.
d. La carga de la prueba
Por último, es necesario resaltar cómo en el amparo, aquella regla
del discurso práctico general según la cual corresponde a quien afir-
ma algo (en este caso en el proceso) demostrar la veracidad de su afir-
mación(94), puede ser relativizada, debido no solo a la exigencia gene-
ral de justificación que pesa sobre los poderes públicos al momento de
intervenir en los derechos fundamentales, sino también a la situación
de desventaja material a que hacíamos alusión líneas arriba que puede
existir entre las partes en el proceso de amparo y que exige obligar al
demandado (por lo general el Estado) entregar la información que se en-
cuentra en su poder para una correcta determinación de los hechos(95).
(91) Artículo III, primer párrafo, del Título Preliminar del Código Procesal Constitucional.
(92) Sobre la tesis del amparo como instrumento fundamental de control del poder político, re-
forzado en el Estado Constitucional por la eliminación de las political questions y la impo-
sición de justificaciones al poder, principalmente desde corrientes neoconstitucionalistas,
ha tratado FIX-ZAMUDIO, Héctor. “Reflexiones sobre la naturaleza procesal del amparo”.
En: Ensayos sobre el derecho de amparo. Segunda edición, UNAM-Porrúa, México, 1999,
p. 111 y ss.
(93) Esta función ha sido destacada por HÄBERLE, Peter. El Tribunal Constitucional como Tribu-
nal Ciudadano. El recurso constitucional de Amparo. Traducción de Joaquín Brage Camaza-
no. Fundap, Querétaro, 2005.
(94) Esta regla, como aplicable para el amparo, ha sido recogida, aunque sin mayor abundamien-
to, en SÁNCHEZ GIL, Rubén: “Notas sobre la argumentación en el proceso constitucional
mexicano”. En: Revista Iberoamericana de Derecho Procesal Constitucional. Nº 6. Instituto
Iberoamericano de Derecho Procesal Constitucional-Porrúa, México, 2006, pp. 305 y 306.
(95) Así, lo ha entendido también el TC peruano, cuando ha establecido la inversión de la carga
de la prueba en los siguientes casos: a) La presentación del expediente administrativo a car-
go de la ONP, en los supuestos de denegación de pensión de jubilación, por falta de años
de aportación (STC Exp. Nº 4762-2007-PA/TC, f. j. 26, caso Tarazona Valverde); y b) La pre-
sentación de los exámenes médicos de control anual y de retiro, así como los contratos de
pasado un tiempo (que puede superar los tres años en el trámite del
amparo) quizás la afectación se haya corregido, en el propio caso o
en otros similares(96).
Del mismo modo, debe procederse –en nuestra opinión– en los ca-
sos que supongan una desatención estructural y permanente o un tra-
to discriminatorio a algún grupo especialmente desfavorecido de la so-
ciedad. Aquí, –creemos– es tarea del juez escrutar intensamente las
razones que han llevado al ente estatal a intervenir o desatender a este
grupo, solicitándole las pruebas que sean necesarias para que logre
demostrar la bondad de las razones que justifican dicha intervención
u omisión. En dicha línea, deberá finalmente condenar al demandado
por la violación del derecho fundamental, si este no ha logrado justifi-
car su actuación; tutelando, por consiguiente, el derecho fundamental
vulnerado y ordenando las medidas que sean necesarias para superar
el estado de cosas inconstitucional en el que se encuentra el deman-
dante, individualmente considerado, o como colectivo especialmente
desfavorecido. Se convierte pues, en estos casos, el juez, a través del
proceso de amparo, como señalábamos líneas arriba, en el verdadero
contralor del poder político, y en el guardián en el que descansa, en úl-
tima instancia, la tarea de resguardar los fines en los que se sostiene
el Estado Constitucional.
Siendo ello así, corresponde ahora a este Tribunal añadir que, cuan-
do la discriminación indirecta se funda en un criterio sospechoso o po-
tencialmente discriminatorio, el acto u omisión que la genera debe re-
putarse, en principio, inconstitucional.
Siendo ello así, este Tribunal ha de concluir que cuando una deter-
minada forma de discriminación, sea esta directa o indirecta, afecta el
derecho a no ser discriminado por alguno de los motivos expresamen-
te prohibidos por la Constitución, el juez constitucional habrá de suje-
tarse a las siguientes reglas: i) en primer lugar, será deber del deman-
dado, y no del demandante, probar que dicha discriminación no se ha
producido; ii) en segundo lugar, dicha demostración habrá de ser en-
juiciada a través de un control estricto, con lo cual no basta con que el
agresor demuestre la legitimidad del fin y la racionalidad de la medi-
da, sino que debe justificar la imperiosa necesidad de la misma; y final-
mente iii) en caso de duda, el juez habrá de inclinarse por la inconstitu-
cionalidad de la medida adoptada.
(*) Abogado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Asociado de Miranda & Ama-
do Abogados S.C.R.L.
que debe seguir es mantenerse fiel al derecho material que debe ha-
cer efectivo. Es necesario, para que esa función sea atendida, que en-
tre los procedimientos y las respectivas acciones (de derecho mate-
rial), que le dotan de contenido, se mantenga una constante relación
proporcional, según la cual los procedimientos crezcan en la medida
que se reduzca la evidencia de las respectivas pretensiones de dere-
cho material, cuya realización se busca a través de la acción (igualmen-
te de derecho material). Debe, o por lo menos debería, en un sistema
ideal de tutela jurisdiccional, cada procedimiento crecer en razón inver-
sa al grado de evidencia del derecho sometido a apreciación judicial”.
(3) El primero de los factores tiene que ver con los sujetos que intervendrán en el proceso, lo
que en algunos casos justifica la construcción de procesos donde la legitimidad para obrar
activamente sea abierta para toda persona (p. e. hábeas corpus, acción popular, tutela de in-
tereses difusos) o cerrada (p. e., todos los procesos en donde solo los titulares del derecho
invocado o sus representantes pueden demandar); o donde la legitimidad para obrar pasiva
altera las reglas generales de competencias (p. e., la necesidad de acudir a la vía contencio-
so-administrativa cuando el demandado sea el Estado).
La adecuación objetiva se da respecto de la disponibilidad o indisponilidad del bien jurídico
material que se busca proteger. En otras palabras, se justifican construcciones procesales
especiales allí donde se buscan tutelar bienes indisponibles (p.e. procesos laborales, de ali-
mentos, constitucionales, etc.). Tal situación repercute sobre asuntos como el impulso pro-
cesal que tendrá el proceso, la extensión de los poderes del juez y de los derechos, debe-
res y cargas de las partes, los efectos de su aquiescencia, la disponibilidad en cuanto a las
pruebas, entre otros.
Finalmente, la adecuación teleológica del procedimiento se relaciona con la finalidad última
que se busca a través de él, con el valor último al que quiere dar prevalencia. Así, los pro-
cedimientos sumarios responden a la necesidad de una rápida composición del conflicto (p.
e., el proceso de amparo). La urgencia es el valor prevalente en ellos. Ahora, cómo acercar-
se a esa finalidad es harina de otro costal. Tiene que ver, entre otras cosas, principalmente,
con la sumarización formal y material del procedimiento (sobre esto último Cfr. Watanabe,
2000: 111)
Explica Ferrer (2005: 61) que tales limitaciones generaban dos alter-
nativas excluyentes y exhaustivas: o bien se abandonaba la definición
de prueba en términos de verdad, o bien se sostenía que donde se
declaró probado un enunciado falso, en realidad, no estaba probado.
Para escapar de ese dilema la doctrina alemana (seguida por la mayor-
ía de la doctrina europea) postuló una distinción entre verdad materi-
al u objetiva y verdad formal o judicial. La primera se genera fuera del
proceso, de modo que la verdad material de un enunciado dependerá
de su correspondencia con el mundo: de la ocurrencia de los hechos
cuya existencia se afirma; esta es, precisamente la verdad que se cree
inalcanzable, al menos en muchas ocasiones, en el proceso judicial.
En cambio, la verdad formal es la obtenida en el proceso como resul-
tado de la actividad probatoria. Si bien puede coincidir o no con la ver-
dad material, será aquélla la que gozará de autoridad jurídica, de mane-
ra que la declaración de hechos probados que hace el juez deviene en
verdadera (en sentido formal).
(4) Con respecto al marco limitador que imponen el derecho y el proceso a la prueba Ferrer
(2005: 57) sostiene que aquel está constituido por tres elementos. El primero tiene que ver
con los límites que impone el propio proceso judicial en cuanto tal, dado que la actividad
probatoria está circunscrita a un lapso temporal determinado. El segundo atañe a la institu-
ción de la cosa juzgada, la que –en términos rudimentarios– delimita la discusión jurídica y
con ello la prueba. Finalmente, el tercero tiene que ver con las limitaciones impuestas por
las reglas sobre la prueba, las cuales pueden a su vez distinguirse en las reglas que versan
sobre la actividad probatoria (inicio/final de la fase de prueba, formas para el ofrecimiento
de la prueba, iniciativa probatoria, etc.), las que se refieren a los medios de prueba (tipo de
material probatorio que puede ofrecerse, forma en que se actúa, etc.) y las reglas que ver-
san sobre el resultado probatorio (sistemas de libre valoración o de prueba legal).
(5) De modo referencial citamos la síntesis que hace el profesor Ramos Mendez (2008: 590)
sobre la posición que esgrimió uno de los principales opositores a esa tesis: “Como ya puso
de relieve Carnelutti, la prueba no va encaminada a demostrar la verdad de unos hechos, su
realidad. Dicha meta excede de las limitaciones del propio juicio. No es que la verdad haya
de ser pura como el agua o, si no, no es verdad. También el agua impura es agua. Tampo-
co se ha de construir por ello un concepto de verdad material (la realidad), distinto del de
verdad formal (la que resulta del juicio). El dilema lo ha resuelto acertadamente el propio
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Carnelutti: La pregunta quid est veritas? hay que contestarla con otra: quid est iudicium? La
prueba en cuanto actividad procesal, revierte sobre las afirmaciones de las partes para co-
rroborarlas con nuevas afirmaciones instrumentales. El resultado de la prueba es el único
que se puede conseguir en el juicio. Pero, todavía más allá del estricto resultado probato-
rio, está el resultado del juicio; la creación de la realidad jurídica. La única verdad jurídica es
esa, la que resulta del juicio. La prueba es un eslabón más de la cadena de juicios que con-
ducen al juicio definitivo. Todos fenecen en ese momento. La realidad jurídica no resulta de
la prueba, sino del juicio jurisdiccional”.
(6) Cabe recordar que en atención a los fines de los distintos procesos constitucionales, el TC
solía tomar como referencia la clásica distinción de Cappelletti entre procesos constitucio-
nales de la libertad y procesos constitucionales orgánicos. Por un lado, los procesos cons-
titucionales de la libertad se entienden destinados a la tutela de derechos fundamentales
frente a las agresiones o amenazas que se generen (amparo, cumplimiento, habeas corpus,
habeas data). La idea de estos procesos es la resolución del conflicto generado, si se quie-
re, a través de un control concreto de la constitucionalidad o no en el comportamiento de las
partes del proceso. Por lo pronto, puede notarse que al menos por la materia a ser resuelta
(cumplimiento o no de las normas constitucionales), la resolución del caso, en principio, no
interesa solo a las partes, de modo que estas no tendrían entera disponibilidad de la contro-
versia y, por ende, mucho menos del proceso, tal como ocurriría con procesos civiles don-
de la materia controvertida puede ser enteramente disponible por las partes. De otro lado,
se entiende como procesos constitucionales orgánicos a los destinados a la realización del
principio de supremacía constitucional y de legalidad (el proceso de inconstitucionalidad y el
de acción popular). Aquí la tutela está dirigida a la protección directa y consecuente eficacia
de las disposiciones constitucionales, a asegurar la supremacía constitucional, efectuando
para ello un control abstracto entre la disposición normativa cuestionada y la Constitución.
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(7) Con respecto a algunos supuestos donde el TC verifica la existencia de conductas mani-
fiestamente temerarias, son ilustrativos los casos contenidos en la STC Nº 05976-2007-PA,
STC Nº 06269-2006-PA y STC Nº 05169-2007-PHC. De otro lado, el profesor César Landa
en un voto singular hace un acercamiento genérico sobre la ‘manifiesta temeridad’:
“A nuestro juicio, ‘temeridad’, siguiendo la literalidad del término, supone la acción arries-
gada, a la que no precede un examen meditado sobre los peligros que puede acarrear o los
medios de sortearlos; esto implica, que en un proceso judicial, el mismo sea accionado sin
fundamento y mala fe.
Asimismo, complementando la definición precedente; consideramos pertinente para eva-
luar la temeridad o mala fe en la actuación de las partes, invocar los artículos 109 al 112 del
mencionado Código Procesal Civil, aplicable supletoriamente en función del artículo IX del
Titulo Preliminar del Código Procesal Constitucional. En dichos artículos, se establece que
son deberes de las partes, entre otros, proceder con veracidad, probidad, lealtad y buena fe
en todos sus actos e intervenciones en el proceso (inc. 1); ergo, no actuar temerariamente
en el ejercicio de sus derechos procesales (inc. 2).
Siendo tales los principios rectores de la actuación de las partes, es decir, proceder con ve-
racidad, probidad, lealtad y buena fe; el artículo 112 del mismo texto, establece que ha exis-
tido temeridad o mala fe, en los siguientes casos: a) cuando sea manifiestamente la caren-
cia de fundamento jurídico de la demanda contestación o medio impugnatorio, b) cuando a
sabiendas se aleguen hechos contrarios a la realidad, c) cuando se sustrae, mutile o inuti-
lice alguna parte del expediente, d) cuando se utilice el proceso o acto procesal para fines
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LA PRUEBA EN EL PROCESO CONStitUCiONAL
10§. Ahora bien, si, como hemos visto, son las partes y no el juez
quienes introducen los enunciados hipotéticos al proceso, entonces
la prueba es un medio para verificar esos enunciados. Couture (1964:
217) precisa que “la prueba civil no es averiguación (…) el juez civil no
conoce, por regla general, otra prueba que la que le suministran los li-
tigantes. En el sistema vigente no le está confiada normalmente una
misión de averiguación, ni de investigación jurídica. En esto estriba la
diferencia que tiene con el juez de orden penal: este sí es un averigua-
dor de la verdad de las circunstancias en que se produjeron determi-
nados hechos”.
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este último es el iter que conduce a tener por verdaderas ciertas afir-
maciones; la prueba se refiere al descubrimiento de los hechos que
hacen verdaderas a esas afirmaciones. Mientras que en el contexto
de justificación la prueba se refiere a las razones que permiten aceptar
esas afirmaciones como verdaderas.
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Para Sentis Melendo (1979: 151) “la fuente existirá con indepen-
dencia de que se siga o no el proceso, aunque mientras no se llegué
a él su existencia carezca de repercusiones jurídicas; el medio nacerá
y se formará en el proceso. Buscamos las fuentes; y, cuando las tene-
mos, proponemos los medios para incorporarlas al proceso”. Por su
lado, nuestro Tribunal Constitucional (TC) sigue la misma distinción se-
ñalando que la fuente de prueba es una realidad independiente al pro-
ceso, mientras que el medio de prueba es una realidad interna al pro-
ceso por medio del cual se ingresa la fuente al proceso. A partir de allí,
el TC sostuvo que la declaración de nulidad de un proceso judicial úni-
camente acarrea la invalidez de los medios de prueba inherentes a él,
pero no de las fuentes de prueba (STC Exp. Nº 0003-2005-AI, fd. 128;
STC Exp. Nº 0010-2002-2002-AI, fd. 160;…).
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(8) Nos dice Framarino (1973: 218): “La gran mayoría de los acontecimientos sucede fuera de
la esfera de nuestras observaciones directas y por consiguiente, son muy pocos los hechos
que podemos conocer por percepción directa de nuestros ojos (…). Nos preguntamos si el
hombre deberá renunciar por eso al conocimiento de tales hechos y permanecer en la os-
curidad y contestamos que no, por fortuna. Entre una cosa y otra existen hilos secretos e
invisibles para los ojos corporales, pero cognoscibles para los ojos de la mente, tenues hi-
los que constituyen el medio providencial que nos sirve para llegar a la conquista de lo des-
conocido y con ayuda de los cuales la inteligencia humana, partiendo de lo que conoce di-
rectamente, llega a lo que no puede conocer de modo directo. Por esos caminos, invisibles
a los ojos del cuerpo, es por donde, el espíritu humano, al encontrarse ante las causas, nos
lleva a pensar en sus efectos y encontrándose frente a los efectos, nos induce a pensar en
sus causas”.
(9) “Las pruebas directas informan al juez la idea objetiva del hecho probando: el testimonio na-
rra el hecho conforme vio o vivió; el perito describe los accidentes del terreno; o el estado
de ruina del predio; el deudor confiesa la deuda; el documento representa el acto que por él
se constituyó. En todos esos casos el juez, que es el destinatario de la prueba, tiene la idea
de los hechos sin necesidad de cualquier deducción, pues le son presentados objetivamen-
te. Muchas veces, sin embargo, los sujetos de la prueba, esto es, la persona que afirma, o
el documento o la cosa que acreditan, no se refieren al hecho probando, sino a otro hecho
que se relaciona con aquel, y de cuyo conocimiento se puede, a través del raciocinio, llegar
al conocimiento del primero. En ese caso el juez conocerá el hecho probando indirectamen-
te. Teniendo como punto de partida un hecho conocido (hecho auxiliar, hecho, factum pro-
batum), camina el juez, por vía del raciocinio y guiado por la experiencia, al hecho por probar
(hecho principal, factum probandum) (Amaral Santos, 1988: 495).
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el hecho ‘X’ para derivar sus conclusiones sobre el hecho ‘Y’. El re-
sultado de ese raciocinio es lo que configura, propiamente, la presun-
ción judicial: el juez presume que ocurrió el hecho ‘Y’ porque sabe que
ocurrió el hecho ‘X’, y sabe también que la ocurrencia de uno implica,
necesariamente o normalmente, la ocurrencia de otro”.
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(12) Una explicación igual de esclarecedora es la de Döhring (1996: 323): “El saber experiencial
es importante para el manejo de todo tipo de medios probatorios. Pero para la prueba in-
diciaria su significación es central (…). La regla de experiencia parte de vivencias iguales o
similares, habidas, no en ocasión del caso investigado, sino anteriormente (…). El operan-
te utiliza lo aprendido en sucesos anteriores para sacar deducciones sobre la configuración
fáctica del caso en estudio, aún no esclarecido. Pero de ahí se desprende también que la re-
gla de experiencia no es una simple conexión de acontecimientos vivenciados. Estos cons-
tituyen solo el material del cual se deriva, por abstracción, una regla. El averiguador saca el
resultado (facti) haciendo una síntesis de eventos anteriores y así llega a formar una aser-
ción que pretende ser válida en casos posteriores similares y de la cual pueden extraerse
puntos de apoyo sobre cómo sucedió el hecho que se investiga. La fuerza de la convicción
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(13) Taruffo (2007: 170) precisa que una regla general válida es aquella que encuentra funda-
mento en conocimientos científicos o naturales comprobados (el agua hierve a 100 ºC a ni-
vel del mar; y a 85 ºC a 4,000 metros de altura); mientras que una regla cuasi-general se
refiere a sucesos confirmados en el campo científico con un alto grado de probabilidad (el
examen de sangre para definir la paternidad o no de un menor).
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Explica Calamandrei (1961: 116) que “el juez aun cuando los resul-
tados de las pruebas no hayan sido tan exhaustivos y decisivos para
eliminar de su conciencia toda duda, no puede salir del compromiso
con un non liquet, y debe siempre emitir un juicio de certeza, positivo
o negativo, sobre los hechos controvertidos. Después de haber agota-
do todas las investigaciones e intentado todas las hipótesis en torno a
uno de aquellos enigmas del pasado, que por falta de fuentes seguras
están acaso destinados a permanecer sin solución, el historiador cau-
to y concienzudo podrá llegar a la conclusión de que el problema es in-
soluble, y confesar honestamente que él no ha conseguido formarse
al respecto una opinión segura; y este estado de duda no solo dismi-
nuirá sino que hará apreciar más su seriedad de estudioso. Pero el juez
no podría, sin faltar a su deber, permanecer en suspenso entre el sí y
el no, y emitir una decisión al solo objeto de declarar que no sabe deci-
dirse. El juez, en aquellos casos en que el historiador permanecería en
la incertidumbre, debe a toda costa llegar a una certeza oficial; y a tal
objeto la ley le proporciona, para ayudarlo a salir del piélago de dudas,
ciertos recursos un poco ordinarios, pero expeditivos que sirven para
transformar la perplejidad psicológica en certeza jurídica; tales son en
el proceso civil, las reglas sobre la distribución de las cargas de la prue-
ba, que establecen sobre cuál de las partes debe recaer la falta de cer-
teza del juez acerca de alguno de los hechos controvertidos (…) en el
proceso penal, el principio in dubio pro reo, en virtud del cual el juez
está obligado a proclamar oficialmente inocencia a aquel respecto de
quien, como historiador, se limitaría a decir, que entre su inocencia y
su culpabilidad, no podía decidirse a tomar partido”.
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Así, el artículo 196 del Código Procesal Civil(15) estatuye qué parte
tiene la carga de probar tal o cual hecho, resaltando el aspecto subjeti-
vo del instituto. Un proceso equitativo exige que se distribuya la cargas
entre las partes, de modo que no sea solo una quien tenga que sopor-
tar la acreditación de todos los hechos de la controversia.
(14) La señalada distinción es objeto de sendos cuestionamientos. Barbosa Moreira (1998: 75)
señala que “el órgano jurisdiccional solo tiene que preocuparse, en rigor, en el aspecto ob-
jetivo de la carga de la prueba, no en su aspecto subjetivo. Ahora, semejante preocupación,
como se comprende con facilidad, no ha de asaltar el espíritu del jueza durante la instruc-
ción de la causa, sino solo cuando, después de cerrada la recolección de las pruebas, haya
llegado el instante de valorarlas para decidir”. Por su parte, Didier, Sarno y Olivera (2010: 82)
señalan que “no interesa un análisis subjetivo de la prueba, de cuál sujeto sea el que la ori-
ginó. El juez debe estar atento, al final de la instrucción, sobre las pruebas que fueron efec-
tivamente producidas –independientemente de quien las produjo- y aquellas otras que no
lo fueron, para atribuir las consecuencias debidas a aquella que no se desembarazó de su
carga”.
(15) “Artículo 196 del Código Procesal Civil.- Salvo disposición legal diferente, la carga de pro-
bar corresponde a quien afirma hechos que configuran su pretensión, o a quien los contra-
dice alegando nuevos hechos”.
Tal vez lo que menos llame la atención sea el hecho que el TC se re-
fiera en realidad a la llamada carga de la prueba subjetiva, la que como
hemos visto solo tiene sentido cuando se aplica la carga de la prueba
objetiva, situación que ni siquiera se menciona en el caso antes cita-
do. Una manera correcta de expresarse hubiera sido: si los elementos
de prueba existentes no permiten al juez tener por demostrado la exis-
tencia o no de los actos lesivos denunciados, esa incertidumbre perju-
dicará al demandado.
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(16) Ahora bien, del estudio del caso de autos se advierte que el recurrente no acredita suficien-
temente su afirmación de que al haber sido internado en el Pabellón Nº 3 del Centro Peni-
tenciario de Régimen Cerrado de Lurigancho, su derecho a la seguridad (…) e integridad físi-
ca y psicológica (…) se hayan vulnerado o estén amenazados de serlo, al no adjuntar ningún
medio idóneo para sustentarlo (…). En consecuencia, no se aprecia que los derechos fun-
damentales alegados se hayan vulnerado” (STC Exp. Nº 8508-2005-HC, fd. 4).
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24§. Ahora bien, como hemos visto al citar a Serra Domínguez (su-
pra 2§), solo Dios no tiene necesidad de un proceso, bastándole la ex-
posición de las afirmaciones de las partes para que pueda pronunciar
una sentencia justa; en cambio, siendo los hombres falibles y men-
daces(17), se les exige acreditar con ciertos elementos la exactitud de
las afirmaciones, a fin de que prevalezca su posición. En términos de
Kisch (1950: 205) esta “necesidad de probar, para vencer, se llama
carga de la prueba”. En la misma línea, Pescartore (citado por Micheli,
1989: 3) señalaba que la lógica del derecho impone a quien hace afir-
maciones la carga de probar, pues no basta con alegar ante un juez
para que este acepte tales hechos. De ahí que encuentre sentido el
artículo 196 del Código Procesal Civil. Sin embargo, precisa Micheli
(1989: 3) que nuestros perjuicios iusnaturalistas no nos deben llevar a
dar un valor universal o absoluto a dicha regla.
(17) Sobre la relación entre verdad y abogado, explica Cipriano (2003: 178) que el proceso no ad-
mite que las partes y sus defensores tengan derecho a decir falsedades, pues “una cosa es
poder decir y hacer todo lo posible (dentro de los límites de la legalidad para proteger los in-
tereses del cliente, otra es poder evitar decir la verdad (quedando rebeldes o no compare-
ciendo o callando); y otra es tener el derecho a mentir (…). La habilidad del defensor, pues,
no está en contar cuentos sino en plantear tesis objetivamente o al menos aparentemen-
te sostenibles, basándose en la lógica formal, en la doctrina, en la jurisprudencia y en cual-
quier otro argumento que pueda ser útil para poner en dificultad a la contraparte y conven-
cer al juez del buen derecho de su asistido (…). Excluido, pues, que los abogados tengan
el derecho de mentir, la ocasión es propicia para advertir que no parece que los abogados
puedan ser deplorados (…) porque se esfuerzan en encontrar ‘sutilezas’ [‘cavilli’]. La ‘suti-
leza’ no es una mentira, ni mucho menos algo ilícito, sino que es el fruto de la habilidad del
defensor por encontrar en los pliegues del código o en los repertorios la norma o el prece-
dente jurisprudencial que le permite vencer la causa”.
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Dicho ello, podemos pasar a señalar que se suele decir que la llama-
da inversión de la carga de la prueba se puede dar por dos razones, ya
sea porque media un mandato legal que dispone que, en determina-
das circunstancias, operará una distribución de carga de la prueba dis-
tinta a la regla general (inversión ope pegis); o, porque media un man-
dato judicial que, en virtud de las circunstancias del caso concreto,
justifica invertir la citada regla general (inversión ope iudicis).
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Cabe añadir que como bien acepta Peyrano (1997: 419), citando
doctrina argentina, “el desplazamiento de la onus probandi será acep-
table, solo si, respecto de tales hechos [controvertidos], el demandado
se encontrara, a su vez en reales posibilidades de acreditarlos, pues en
caso contrario, cuando las dificultades probatorias afecten tanto al ac-
tor cuando al demandado, la inversión de la carga procesal respectiva
no halla justificativo alguno atento a que constituiría, también, un que-
brantamiento a los (…) principios fundantes de la distribución del es-
fuerzo probatorio”.
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29§. Hace mucho Carnelutti (1952: 98) sostenía que, ante el riesgo
que las partes escondan u omitan ofrecer medios de prueba relevan-
tes para la resolución de la causa, la ley procesal debe imponer sobre
la parte la carga de mostrar todos los medios de prueba de que dis-
pone, de modo que si retiene u oculta algunos de ellos, podrá el juez
construir una presunción resolviendo como si la prueba le fuera con-
traria. En estricto, en este supuesto no operaría un traslado de la carga
de la prueba, dado que ni siquiera se daría un supuesto de incertidum-
bre sobre los hechos que habilita aplicar la regla de carga de la prueba,
sino que el juez estaría habilitado para construir una presunción a partir
de la actitud renuente de una de las partes de mostrar todos los me-
dios de prueba de que dispone. De modo que tomaría por verdaderos,
aceptaría, ciertos hechos, eliminándose la situación de incertidumbre.
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Por lo tanto, antes que se generen tales daños, antes que se hagan
efectivas las concesiones otorgadas y las que estaban pendientes de
ser otorgadas, el TC estableció que en aplicación del principio de pre-
vención, el Inrena debía realizar un Estudio de Impacto Ambiental de
toda la “Zona A” a fin de definir o paliar los daños que una futura acti-
vidad maderera podía ocasionar en la flora y fauna hidrobiológica.
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33§. No es este el lugar para hacer una mención sobre los oríge-
nes, la normativa (nacional e internacional) y, en general, la actual tras-
cendencia que ha tenido el principio precautorio a nivel mundial, lo que
por sí solo justificaría un estudio aparte. Para nuestros fines interesa
establecer cuál es la justificación o la lógica que subyace tras dicho
principio y para ello estimamos pertinentes recurrir a algunos pronun-
ciamientos de los órganos jurisdiccionales de las Comunidades Euro-
peas nos referimos tanto a su Tribunal de Primera Instancia (TPI) como
al superior jerárquico, el Tribunal de Justicia de las Comunidades Eu-
ropeas (TJCE).
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Asimismo, se debe aceptar también que (b) solo los riesgos que
pueden generar daños inadmisibles justifican la aplicación del principio
precautorio; este criterio solo se aplicará si se ha superado de manera
exitosa el supuesto (a). En efecto, no todos los riesgos deben ser pasi-
bles de tutela a través de meras conjeturas, se requiere que estas den
algunas luces sobre riesgos de significativa magnitud.
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35§. Bibliografía
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Capítulo
La “prueba” (acreditación de
requisitos) en el proceso de
cumplimiento
Juan Manuel SOSA SACIO(*)
(1)
PRELIMINARES
Este trabajo, que forma parte de una obra colectiva dedicada a la
prueba en los procesos constitucionales, debería abordar los princi-
pales asuntos probatorios vinculados al proceso de cumplimiento.
No obstante, sucede que en este proceso no es necesario presentar
(*) Graduado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos con estudios de Maestría en
Derecho Constitucional en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Jefe del Área de De-
recho Constitucional de Gaceta Jurídica y coordinador general de la revista especializada
Gaceta Constitucional.
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LA PRUEBA EN EL PROCESO CONStitUCiONAL
(2) SOSA SACIO, Juan Manuel. “El proceso de cumplimiento”. En: Estudios y jurisprudencia
del Código Procesal Constitucional. Luis Castillo Córdova (coordinador). Gaceta Jurídica,
Lima, 2009, pp. 247-300; Ídem, “Proceso ‘constitucional’ de cumplimiento y tutela indirec-
ta de los derechos fundamentales”. En: Diálogo con la Jurisprudencia. Año 14, tomo 124,
Gaceta Jurídica, Lima, enero de 2009, pp. 69-81; Ídem, “Precisiones sobre el proceso de
cumplimiento”. En: Diálogo con la jurisprudencia. Año 14, N° 131, Gaceta Jurídica, Lima,
agosto de 2009, pp. 43-53.
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(3) Cfr. CARPIO MARCOS, Edgar. “El proceso de cumplimiento en el Código Procesal Cons-
titucional” En: AA. VV. Introducción a los procesos constitucionales. Jurista, Lima, 2005,
p. 195. Ahora bien, consideramos conveniente mencionarlo, la finalidad de este proceso
puede ser de rango constitucional y referirse a “la eficacia de las leyes y los actos adminis-
trativos” al que alude un sector relevante de la doctrina y de la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional. Nos hemos referido a ello particularmente en SOSA SACIO, Juan Manuel.
“Precisiones sobre el proceso de cumplimiento”. Ob. cit., pp. 45-47, y 49-50; e ídem. “El
proceso de cumplimiento”. Ob. cit., pp. 259-264.
(4) Cfr. HUAPAYA TAPIA, Ramón. “Las nuevas relaciones entre el proceso constitucional de
cumplimiento y el proceso contencioso-administrativo: la sentencia recaída en el expedien-
te N° 0168-2005-PC/TC, caso ‘Maximiliano Villanueva Valverde’”. En: Derecho Administra-
tivo contemporáneo. Ponencias del II Congreso de Derecho Administrativo. Jorge Danós
Ordóñez, Eloy Espinosa-Saldaña, Diego Zegarra Valdivia (coordinadores). Palestra, Lima,
2007, pp. 468-470; con distinto énfasis, SOSA SACIO, Juan Manuel. “El proceso de cum-
plimiento”. Ob. cit., pp. 295-296.
(5) SOSA SACIO, Juan Manuel. “Contenido constitucionalmente protegido y sustento cons-
titucional directo de los derechos protegidos a través de los procesos constitucionales”.
En: Gaceta Constitucional. Tomo 12, Gaceta Jurídica, Lima, diciembre de 2008, pp. 28-30.
(6) Cfr. TITO PUCA, Yolanda Soledad. “La protección ‘indirecta’ del derecho a la salud a través
del proceso de cumplimiento”. En: Gaceta Constitucional. Tomo 8, Gaceta Jurídica, agos-
to de 2008, Lima, pp. 491-497; SOSA SACIO, Juan Manuel. “Proceso ‘constitucional’ de
cumplimiento y tutela indirecta de los derechos fundamentales”. Ob. cit., pp. 79-81. El Tri-
bunal Constitucional ha protegido “indirectamente” a través del proceso de cumplimiento
derechos constitucionales como a la salud; a la paz, a la tranquilidad, al disfrute del tiempo
libre y al descanso; a gozar de un ambiente equilibrado y adecuado para el desarrollo de la
vida, a la participación política y a la pensión.
(7) Debemos mencionar que el Tribunal ha considerado, a partir del precedente vinculante es-
tablecido por la STC Exp. N° 00168-2005-PC/TC, que el objeto del proceso de cumplimien-
to es la tutela del derecho constitucional no enumerado al cumplimiento de las normas le-
gales y los actos administrativos. Sin embargo, esta perspectiva confunde la finalidad y el
objeto del proceso de cumplimiento, como hemos explicado en nuestros textos citados en
la nota 2 de este trabajo.
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(12) LÓPEZ FLORES, Berly Javier F. “Del mito de la inexistencia de etapa probatoria en los pro-
cesos constitucionales de amparo. El misterio en materia laboral de despidos”. En: Gace-
ta Constitucional. Tomo 11, Gaceta Jurídica, Lima, noviembre de 2008, pp. 567 y 571.
(13) Código Procesal Constitucional
“Artículo 5.- Causales de improcedencia
No proceden los procesos constitucionales cuando:
(…) 2. Existan vías procedimentales específicas, igualmente satisfactorias, para la protec-
ción del derecho constitucional amenazado o vulnerado, salvo cuando se trate del proceso
de hábeas corpus; (…)”.
(14) STC Exp. N° 2682-2005-PA/TC, f. j. 6, 7 y 9: “Si bien los procesos constitucionales de tute-
la de derechos y entre ellos el de amparo carecen de etapa probatoria (…), esta disposición
debe ser interpretada desde la Constitución (…). La consecuencia de esta interpretación es
que, aun cuando determinadas controversias (…) presentan aspectos que requieren una
acentuada actividad probatoria, ello no es motivo para concluir en la inidoneidad del proce-
so de amparo y la consiguiente declaración de improcedencia de la demanda. Cuando el
derecho presuntamente amenazado o lesionado detenta un especial valor material en el
sistema de derechos constitucionales dada su condición de presupuesto para el ejerci-
cio de los otros derechos (…) la declaración de improcedencia que, prima facie, deriva de
la ausencia de una etapa probatoria en el proceso de amparo, debe ser morigerada (…)
[S]iempre que el derecho cuya protección se solicita detente un especial valor material y
los hechos controvertidos no estén plenamente esclarecidos, el juez, al admitir la deman-
da, debe acopiar toda la información relevante que contribuya a formar plena convicción
respecto a cada uno de los extremos del hecho controvertido (…), valiéndose, al efecto, de
todas las instrumentales que pueda solicitarse de los órganos competentes e, incluso, de
exigirlo así las características del caso, de efectuar una inspección ocular en el lugar de la
presunta amenaza o lesión de un derecho constitucional”.
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LA PRUEBA EN EL PROCESO CONStitUCiONAL
Por último, debe tenerse en cuenta que la prueba tiene relación con
dos derechos fundamentales, que forman parte del derecho al debido
proceso. De una parte, tenemos que la probanza en sí misma es un de-
recho constitucional, que permite “producir la prueba necesaria para
acreditar o verificar la existencia o inexistencia de aquellos hechos [ale-
gados] que configuran una pretensión o una defensa (…) o que han
sido incorporados por el juzgador para la correcta solución del caso
concreto”(28). Asimismo, debe tenerse en cuenta que la valoración y el
adecuado uso de la prueba están intrínsecamente relacionados con la
debida motivación, de modo que si el juez no explica la relevancia de las
pruebas que invocó al resolver, incurrirá en un vicio de deficiencia en la
motivación externa o justificación de las premisas(29), al ser necesario
de la fijación de los hechos implica que el juez tiene que proporcionar argumentos raciona-
les sobre cómo valoró las pruebas y acerca de las inferencias lógicas por medio de las cua-
les llegó a determinadas conclusiones sobre los hechos de la causa”. TARUFFO, Michelle.
“Consideraciones sobre prueba y motivación”. En: Consideraciones sobre la prueba judi-
cial. Fundación Coloquio Jurídico Europeo, Madrid, 2009, pp. 39-40. Asimismo, cfr. la STC
Exp. N° 0728-2008-HC/TC, ff. jj. 7c y 23 y ss.
(30) Cfr. GASCÓN ABELLÁN, Marina y GARCÍA FIGUEROA, Alfonso. La argumentación en el
Derecho. Palestra, Lima, 2003, p. 350.
(31) Cfr. TARUFFO, Michele. La prueba de los hechos. Trotta. Madrid, 2005, pássim.
(32) Cfr. MONTERO AROCA, Juan. La prueba en el proceso civil. Segunda edición, Civitas, Ma-
drid, 1998, p. 34-38. Asimismo, la STC Exp. N° 04762-2007-PA/TC, f. j. 6: “La prueba en los
procesos constitucionales, como en cualquier otra clase de proceso o de procedimiento,
se orienta a acreditar o a determinar la existencia o inexistencia de hechos controvertidos o
litigiosos que son relevantes para adoptar la decisión. La prueba debe estar orientada hacia
la búsqueda de decisiones que, para ser justas, deban fundarse sobre una determinación
verdadera de los hechos afirmados por las partes en el proceso, que, después de los actos
postulatorios (demanda y contestación), resulten controvertidos y relevantes para adoptar
la decisión”. No obstante ello, peliagudo asunto es el de determinar y delimitar qué es un
hecho y cuáles son los hechos relevantes en un caso; vide TARUFFO, Michele. La prueba
de los hechos. Trotta. Madrid, 2005, p. 89 y ss.
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LA PRUEBA EN EL PROCESO CONStitUCiONAL
Anotado ello, lo que hay que acreditar (probar) en los procesos cons-
titucionales de tutela de derechos es, cuando menos, la titularidad del
derecho invocado y la existencia de una afectación o amenaza cierta o
inminente de este(34). En ese sentido, ha explicado el Colegiado Cons-
titucional que “en los procesos constitucionales la prueba tiene como
función demostrar o acreditar que la amenaza de vulneración alegada
por el demandante es cierta y de inminente realización, o que la vulne-
ración del derecho fundamental alegado ha sido producida de manera
real y efectiva, o que se ha convertido en irreparable”(35).
(33) Ello no obsta en algunos procesos corresponda “probar” (con matices), ya no el Derecho
vigente, sino el Derecho histórico o no vigente, la costumbre o Derecho consuetudinario,
el Derecho extranjero, el Derecho estatutario o particular, etc. Cfr. MONTERO AROCA,
Juan. Ob. cit., pp. 48-50.
(34) Vide especialmente la STC Exp. N° 00665-2007-AA/TC, f. j. 5.
(35) STC Exp. N° 04762-2007-PA/TC, f. j. 7.
Ahora bien, también hay que acreditar que existe una lesión al de-
recho (o que se le amenaza). Desde luego, no basta con demostrar
la existencia de hechos u omisiones que se atribuyan al demandado,
sino que estos estén efectivamente referidos al caso y hayan genera-
do la lesión o amenaza invocada(39). En similar sentido, el Tribunal ha
precisado respecto del amparo que “hay dos hechos a probar esen-
cialmente: la existencia del acto reclamado, que en ocasiones es una
cuestión de hecho, y su constitucionalidad o inconstitucionalidad, que
generalmente es una cuestión de Derecho, valorable finalmente por el
juzgador”(40).
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Sobre este tema, explica con claridad Montero Aroca: “En el proce-
so de declaración la causa de pedir de la pretensión son siempre he-
chos, es decir, acontecimientos concretos que son el supuesto fácti-
co de la norma jurídica cuya consecuencia se pide (…), la pretensión
del actor solo podrá estimarse si la causa de pedir se declara proba-
da”. “Por el contrario, en un proceso de ejecución las cosas se pre-
sentan de modo muy distinto. En este proceso la causa de pedir de la
pretensión no son hechos, sino que es siempre un título ejecutivo (…)
El ejecutante no precisa alegar nada distinto del título y, por lo mismo,
no precisará realizar actuación probatoria”(45). En otras palabras, “[p]ara
declarar el Derecho (…) es preciso que el juzgador establezca ante
todo que concurre el supuesto de hecho previsto en la norma material
cuya aplicación pide el actor. Para ejecutar el derecho, partiendo de la
presentación de un título ejecutivo que, por sí mismo, da por existen-
te el derecho, el juez ejecutor lo único que tiene que hacer es controlar
que el título aportado tiene realmente la condición de ejecutivo, pero
ese control no supone actividad probatoria, sino simple constatación
de la concurrencia de requisitos procesales”(46).
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(47) Como indicamos supra. Vide sobre esta tesis: STC Exp. N° 00168-2005-PC/TC, f. j. 10;
LEÓN VÁSQUEZ, Jorge. “El proceso constitucional de cumplimiento y su incidencia posi-
tiva en la protección del Estado Democrático de Derecho”. En: Foro jurídico. Año 5, N° 9,
2009, pp. 188-196 y NAUPARI WONG, José. “El proceso de cumplimiento como proceso
de tutela de derechos fundamentales predominantemente objetivo. A propósito de la STC
Exp. N° 2695-2006-PC/TC”. En: Gaceta Constitucional. Tomo 19, Gaceta Jurídica, julio de
2009, pp. 132-142.
(48) STC Exp. N° 02576-2008-PC/TC, f. j. 10: “[E]l proceso de cumplimiento, como todos los
procesos constitucionales, ostenta una doble naturaleza, es decir, tiene una naturaleza ob-
jetiva, en tanto mecanismo de protección de principios y valores que informan todo el or-
denamiento jurídico, y una naturaleza subjetiva, en tanto es un medio de tutela para la
afectación de derechos fundamentales. En consecuencia, el proceso de cumplimiento no
solamente debe procurar que se logre la eficacia del ordenamiento jurídico, asegurando
que tanto las normas legales como los actos administrativos surtan plenos efectos, sino,
además, la tutela de aquellos derechos fundamentales vinculados a aquella norma legal o
acto administrativo cuyo cumplimiento se pretende”.
(49) Considerando que lo alegado y probado es suficiente para resolver la materia iusfunda-
mental. Vide STC Exp. N° 05161-2008-PC/TC; STC Exp. N° 4080-2004-AC/TC; STC Exp.
N° 2763-2003-AC/TC; STC Exp. N° 07873-2006-PC/TC y STC Exp. N° 4941-2007-PC/TC.
(50) STC Exp. N° 3149-2004-AC/TC, ff. jj. 12 y 13.
(51) STC Exp. N° 2544-2009-PC/TC, f. j. 7 y ss. En esta sentencia se desarrollan diversos aspec-
tos de la medida cautelar en el proceso de cumplimiento.
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2. Legitimación pública
El artículo 67 indica asimismo que “[c]ualquier persona podrá iniciar
el proceso de cumplimiento frente a normas con rango de ley y regla-
mentos”. Al tratarse de un asunto de relevancia general, el Código ha-
bilita a toda persona para que inicie una demanda de cumplimiento (le-
gitimatio actio populis).
(57) Cfr. BOROWSKI, Martin. La estructura de los derechos fundamentales. Universidad Exter-
nado de Colombia, Bogotá, 2003, p. 40-46.
(58) STC Exp. N° 4549-2004-PC/TC, f. j. 3.
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Sobre estos criterios que debe tener un mandamus para ser exigi-
ble mediante el proceso de cumplimiento, así como diversas precisio-
nes que se desprenden de los pronunciamientos del Tribunal tratare-
mos a continuación.
e) Ser incondicional.
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(69) Sobre todas estas consideraciones, cfr. los “criterios” o “principios” “que realizan la cohe-
rencia del sistema jurídico” señalados en la STC Exp. N° 00047-2004-AI/TC, f. j. 49 y ss.
(70) El colegiado constitucional ha reiterado que estamos ante mandatos vigentes si las resolu-
ciones que los contienen “no han sido declaradas nulas ni derogadas”. Entre varias, vide
STC Exp. N° 03954-2007-PC/TC, f. j. 8.
(71) Cfr. STC Exps. N° 0025-2005-PI/TC y 0026-2005-PI/TC, f. j. 9 y ss.; STC Exp. N° 0004-2004-
AI/TC y otros, f. j. 2.
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En otro caso, si bien fue notoria la ausencia del mandato cierto y cla-
ro exigido por el demandante, el Tribunal encontró otro mandato que
(76) Ha precisado el colegiado que el mandato es cierto y claro cuando “no solo existe como tal
(i.e es real en los hechos y en derecho), sino que es directo o evidente, no admitiendo otra
interpretación que no sea la postulada desde su propio contenido textual”. Vide STC Exp.
N° 02695-2006-PC/TC, f. j. 8.
(77) STC Exp. N° 7974-2005-PC/TC, ff. jj. 6-9.
(78) Ley N° 27444, artículo 45.1.
(79) Ley N° 27444, artículo 154.1.
(80) Ley N° 28015, artículo 38, y Decreto Supremo N° 009-2003-TR, Reglamento de la Ley de
Promoción y Formalización de la Micro y Pequeña Empresa, artículo 35.
(81) En similar sentido, el Tribunal ha señalado (RTC Exp. N° 03958-2009-PC/TC, ff. jj. 1 y 4) que
el mandato reglamentario que dispone que “el profesor suspendido en el ejercicio de sus
funciones o separado temporalmente del servicio tiene derecho a reincorporarse automá-
ticamente, a término de sanción a otra plaza distinta a la que ocupaba y que determine la
administración, la autoridad educativa inmediata comunicará al órgano correspondiente la
reincorporación a dicha plaza”. “No es cierto y claro es decir, la norma legal no reconoce
de manera cierta, indubitable e incondicional, el derecho que se solicita cumplir”, lo cual es
bastante discutible.
(82) RTC Exp. N° 01234-2008-PC/TC, f. j. 6. Aunque el Colegiado señala que el mandato “no
cumple con el requisito de ser de ineludible y obligatorio cumplimiento”, luego se ve que
sí habría un mandato obligatorio e inexcusable, solo que este no se refiere específicamen-
te al demandante, por lo que consideramos se trata más de un asunto de falta de certeza
y claridad.
(83) RTC Exp. N° 01234-2008-PC/TC, f. j. 8.
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LA PRUEBA EN EL PROCESO CONStitUCiONAL
(89) Así, por ejemplo, el Tribunal ha establecido como doctrina jurisprudencial que debe decla-
rarse improcedente la demanda de cumplimiento por existir controversia compleja o inter-
pretación dispar cuando paralelamente a la demanda de cumplimiento existe una deman-
da contencioso-administrativa en la que se solicita la nulidad del acto cuyo cumplimiento
se exige en la vía constitucional. Vide RTC Exp. N° 02839-2009-PC/TC, ff. jj. 6-9.
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(107) Aunque la Administración nunca pierde la potestad de variar su decisión, incluso si se tra-
te de un acto administrativo firme. Ello puede producirse, por ejemplo, a partir de los me-
canismos de nulidad de oficio, revocación o del ejercicio del derecho de petición. Vide MO-
RÓN URBINA, Juan Carlos. Ob. cit., p. 577.
(108) STC Exp. N° 00102-2007-PC/TC, f. j. 6.
(109) Ídem.
(110) STC Exp. N° 0168-2005-PC/TC, f. j. 17.
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LA PRUEBA EN EL PROCESO CONStitUCiONAL
CONSIDERACIONES CONCLUSIVAS
Siendo la finalidad de esta obra colectiva el estudio de la prueba
en los procesos constitucionales, el presente artículo debía desarrollar
los principales asuntos probatorios vinculados al proceso de cumpli-
miento. Ahora bien, hemos explicado en este trabajo que en el proce-
so de cumplimiento no es necesario presentar “pruebas” en senti-
do estricto, ya que estas implican constatar la verdad o falsedad de
(117) La improcedencia del cumplimiento frente a particulares ha sido ratificada por el Tribunal
Constitucional; cfr. RTC Exp. N° 5682-2006-PC/TC, f. j. 2, RTC Exp. N° 06915-2006-PC/TC
ff. jj. 2 y 3.
(118) Artículo 15, inciso 7 del Decreto Supremo N° 013-2008-JUS, Texto Único Ordenado de la
Ley N° 27584, Ley que Regula el Proceso Contencioso Administrativo, modificado por el
D. Leg. N° 1067.
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Capítulo
Más sobre la existencia “material”
de una etapa probatoria en los
procesos constitucionales
Una comprobación jurisprudencial
(1) (2)
Berly Javier Fernando LÓPEZ FLORES(∗)(∗∗)
INTRODUCCIÓN
En anterior oportunidad(1) cuestioné seriamente la regla referida a
(3)
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LA PRUEBA EN EL PROCESO CONStitUCiONAL
(3) BEATRIZ SBDAR, Claudia. Amparo de derechos fundamentales. Ciudad Argentina, Buenos
Aires, 2003. p. 113.
(4) Ibídem, p. 114.
(5) Ibídem, pp. 133-134.
(6) CASTILLO CÓRDOVA, Luis. Comentarios al Código Procesal Constitucional. Segunda edi-
ción. Tomo I. Palestra, Lima, 2006, p. 288. En el mismo sentido, Cfr. RODRÍGUEZ SAN-
TANDER, Roger. “Amparo y residualidad. Las interpretaciones (subjetiva y objetiva) del ar-
tículo 5.2 del Código Procesal Constitucional peruano”. En: Justicia Constitucional. Nº 2.
Año I. Palestra, Lima, agosto-diciembre de 2005, p. 115.
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(7) Cfr. LÓPEZ FLORES, Berly. “Del mito de la inexistencia de etapa probatoria en los proce-
sos constitucionales de amparo: El misterio en materia laboral de despidos”. En: Gaceta
Constitucional. Tomo 11. Gaceta Jurídica, Lima, noviembre de 2008, p. 556.
(8) Ídem.
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establecida por el juez con la finalidad de esclarecer los hechos que re-
dundarán en la protección efectiva de los derechos fundamentales. Y
si ello sucede a nivel del Poder Judicial, lo justo y lo conveniente, de
cara a la protección de los derechos fundamentales de la persona, es
que dicha libertad probatoria se extienda también al trámite del ampa-
ro ante el Tribunal Constitucional(9).
Veamos ahora cómo viene interpretando el Tribunal Constitucional
el artículo 9 del Código Procesal Constitucional.
Al respecto, con relación a este dispositivo ha establecido que “(...)
en los procesos constitucionales no existe etapa probatoria (...). Sin em-
bargo, ello no significa que las partes en los procesos constitucionales
también estén exentas de la carga de adjuntar las pruebas documenta-
das que sustenten sus afirmaciones. Por ello, este Tribunal ha sosteni-
do (STC Exp. Nº 3484-2005-PHC/TC) que, el artículo 9, (...) implica una
responsabilidad implícita que entraña la carga de probar a las partes que
acuden a la vía constitucional de adjuntar medios probatorios idóneos
que sean suficientes para crear en el juzgador un criterio respecto del
derecho alegado” (Cfr. STC Exp. Nº 9878-2005-PHC/TC, f. j. 1).
Asimismo, el Tribunal ha sincerado y revelado que en muchas oca-
siones realiza actividad probatoria compleja, toda vez que “la actuación
de los medios probatorios no se realiza en los procesos constituciona-
les como en los procesos judiciales ordinarios, lo que no quiere decir
que en los primeros dicha actuación sea inexistente. No obstante, los
procesos constitucionales exigen también a los pretensores que acu-
den a la vía constitucional adjuntar los medios probatorios idóneos que
sean suficientes para crear en el juzgador un criterio respecto de la vul-
neración del derecho que se alega (…)” (Cfr. STC Exp. Nº 9878-2005-
PHC/TC, f. j. 2).
De otro lado, ha establecido deberes probatorios a las partes del
proceso, pues ha reconocido “que aunque la carga de la prueba en los
procesos constitucionales le corresponde a la parte emplazada, para
que ello ocurra, la parte demandante debe acreditar, mínimamente,
que los hechos que le causan agravio son actuales, permanentes y
que se encuentran relacionados con la parte emplazada, lo que en el
caso de autos no se advierte. De lo contrario, el órgano jurisdiccional
(9) Ídem.
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a) Proceso de amparo
1. Caso HV S.A. Contratistas vs. Vocales integrantes de la
Sala Civil de la Corte Superior de Justicia de Cañete (STC
Exp. N° 0917-2007-PA/TC)
Se trata de un caso de amparo contra amparo en el cual el Tribu-
nal Constitucional, si bien es cierto no actúa directamente medios pro-
batorios complejos –inspección judicial e informe técnico emitido por
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4. Caso Máximo Medardo Mass López vs. Nextel del Perú S.A.
(STC Exp. N° 04223-2006-PA/TC)
Este es un caso de amparo ambiental en el cual el Tribunal Cons-
titucional determina que no se ha acreditado la vulneración del dere-
cho a la paz, a la tranquilidad, y a gozar de un ambiente equilibrado y
adecuado como consecuencia de la instalación de una antena de tele-
comunicaciones, pues los informes técnicos solicitados a la Dirección
General de Gestión de Telecomunicaciones del Ministerio de Trans-
portes y Comunicaciones y a la Dirección Regional de Defensa Civil de
Áncash determinaron que no existe riesgo de exposición radioeléctri-
ca; aspecto este último que constituye un asunto eminentemente téc-
nico y científico, y pese a ello fue evaluado y merituado por el Tribunal
Constitucional. En este caso se señaló que:
“De ahí que en ejercicio de la potestad que le reconoce el artículo
119 del Código Procesal Constitucional solicitó información a la Di-
rección General de Gestión de Telecomunicaciones del Ministerio
de Transportes y Comunicaciones, y a la Dirección Regional de De-
fensa Civil de Áncash, en el presente caso, con la finalidad de que
lo que va a resolverse responda a un adecuado razonamiento sus-
tentado en suficientes elementos objetivos” (f. j. 30).
“(…) Ahora bien, ya se ha señalado (STC Exp. N° 0921-2003-AA/TC,
f. j. 5) que ‘cuando una dependencia del Estado emite una opinión
técnica acerca de un asunto propio de su competencia, no vulnera
ni amenaza per se derechos constitucionales, a menos que con la
“Por [lo] tanto, los informes de parte presentados por los deman-
dantes, que cuestionan el Estudio de Impacto Ambiental del Termi-
nal de Depósitos Químicos Mineros S.A., así como los informes de
la codemandada que, a su vez, ponen en tela de juicio los informes
de los demandantes, no son determinantes para poner objeciones
a la licencia de funcionamiento otorgada por la Municipalidad Pro-
vincial del Callao, puesto que este Tribunal ya se pronunció subra-
yando que el Estudio de Impacto Ambiental fue emitido conforme
a ley. De otro lado, de existir algún cuestionamiento técnico poste-
rior a la aprobación del Estudio de Impacto Ambiental por parte de
las autoridades públicas, en el que deberá demandarse a todas las
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b) Proceso competencial
1. Caso Municipalidad Distrital de San Martín de Porres vs. Mu-
nicipalidad Distrital de Independencia (STC Exp. N° 0003-
2008-PCC/TC)
Es un caso de conflicto competencial en el cual el Tribunal Consti-
tucional desestima la demanda, pues el informe técnico solicitado al
Instituto Metropolitano de Planificación (IMP) de la Municipalidad Me-
tropolitana de Lima determina la existencia de una situación de inde-
terminación y/o imprecisión territorial en los límites de los distritos de
San Martín de Porres e Independencia; aspecto que también constitu-
ye un asunto eminentemente técnico vinculado a estudios cartográfi-
cos y de ingeniería, y pese a ello fue evaluado y merituado por el Tribu-
nal Constitucional. En este caso se señaló que:
“(…) En el marco de sus atribuciones y competencias, el IMP, emi-
tió el Informe Nº 03-06-MML-IMP-DE-DGE-OTDT (con Resolución
de fecha 13 de abril de 2009 el Tribunal Constitucional, atendiendo
a la facultad conferida por el artículo 119 del Código Procesal Cons-
titucional, dispuso oficiar a la Municipalidad Metropolitana de Lima
a efectos [de] que le informe sobre la existencia actual de conflic-
tos limítrofes entre los distritos de San Martín de Porres e Indepen-
dencia; pedido que fue absuelto por la citada Municipalidad con Ofi-
cio Nº 840-2009-MMML/SGC de fecha 30 de abril de 2009, al cual
se adjuntó el Informe Nº 03-06-MML-IMP-DE-DGE-OTDT, señalán-
dose que dicho Informe por sí solo se explica), en el que aborda el
caso demarcatorio entre los distritos de Comas, San Martín e Inde-
pendencia” (f. j. 19).
c) Proceso de cumplimiento
1. Caso Pablo Miguel Fabián Martínez y otros vs. Ministerio
de Salud y Dirección General de Salud Ambiental (Digesa)
(STC Exp. N° 02002-2006-PC/TC)
Se trata de un caso en el cual el Tribunal Constitucional establece
la necesidad de que se implemente una estrategia de salud pública de
emergencia para la ciudad de La Oroya, pues el informe técnico emitido
por la Dirección General de Salud Ambiental (Digesa), determina la exis-
tencia de exceso de contaminación en el aire de la ciudad de La Oroya
y la contaminación por plomo en la sangre de los niños de esta ciudad;
aspecto que también constituye un asunto eminentemente científico
relacionado con la medicina y con la química, y aun así fue evaluado y
merituado por el Tribunal Constitucional. En este caso se señaló que:
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LA PRUEBA EN EL PROCESO CONStitUCiONAL
CONCLUSIONES
La reiterada jurisprudencia del Tribunal Constitucional, muchas de
ellas reproducidas en este texto, dan cuenta de la nueva posición que
estaría asumiendo el máximo órgano contralor de la constitucionali-
dad, la cual se ve reflejada en la opción judicial tuitiva por la actuación
probatoria compleja, similar a la que ocurre en los procesos ordina-
rios, con fines de tutelar de manera oportuna los derechos fundamen-
tales de la personas; evidenciándose con ello la existencia “material”
de etapa probatoria en los procesos constitucionales y el apartamiento
–sino inaplicación– de la regla procesal establecida en el Código Proce-
sal Constitucional que veta tal posibilidad.
CAPÍTULO I
La prueba en el proceso
de hábeas corpus
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LA PRUEBA EN EL PROCESO CONStitUCiONAL
CAPÍTULO 2
La prueba en el proceso
de amparo
CAPÍTULO 3
La prueba en el proceso de
cumplimiento
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LA PRUEBA EN EL PROCESO CONStitUCiONAL
CAPÍTULO 4
Etapa probatoria en
los procesos constitucionales
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