Freud Sigmund - Lo Inconsciente

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La conceptualización freudiana del psiquismo humano incluye dos modelos

complementarios o dos «tópicas»: la primera: consciente, preconsciente e


inconsciente (1900 a 1922); y la segunda: yo, ello y superó (1923 a 1939). En estas
páginas el fundador del Psicoanálisis desarrolla el concepto de «inconsciente» de la
primera tópica, en tanto instancia psíquica que permanece —en mayor o menor
medida— fuera del alcance de la conciencia pero que, latente, influye de forma
decisiva en nuestros modos de percibir, pensar y actuar. Sumando a ello la noción
de «represión», Freud traza aquí una base explicativa de las patologías mentales.
Éste, sin lugar a dudas, constituye uno de los aportes esenciales de su trabajo.
Sigmund Freud

Lo inconsciente
Título original: Das Unbewusste

Sigmund Freud, 1915

Traducción: Luis López Ballesteros y de Torres

Diseño de cubierta: marcelo77

Editor digital: marcelo77

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LO INCONSCIENTE
PRÓLOGO

EL PSICOANÁLISIS NOS HA REVELADO que la esencia del proceso de la


represión no consiste en suprimir y destruir una idea que representa al instinto,
sino en impedirle hacerse consciente. Decimos entonces que dicha idea está en un
estado de ser «inconsciente» y tenemos pruebas de que, aun siéndolo, puede
producir determinados efectos, que acaban por llegar a la conciencia. Todo lo
reprimido tiene que permanecer inconsciente; pero queremos dejar sentado desde
un principio que no forma por sí solo todo el contenido de lo inconsciente. Lo
inconsciente tiene un alcance más amplio, lo reprimido es, por tanto, una parte de
lo inconsciente.
¿Cómo llegar al conocimiento de lo inconsciente? Sólo lo conocemos como
consciente; esto es, después que ha experimentado una transformación o
traducción a lo consciente. La labor psicoanalítica nos muestra cotidianamente la
posibilidad de tal traducción. Para llevarla a cabo es necesario que el analizado
venza determinadas resistencias, las mismas que, a su tiempo, reprimieron el
material de que se trate, rechazándolo de lo consciente.
I

JUSTIFICACIÓN DE LO INCONSCIENTE

DESDE MUY DIVERSOS SECTORES SE NOS HA DISCUTIDO el derecho


de aceptar la existencia de un psiquismo inconsciente y de laborar científicamente
con esta hipótesis. Contra esta opinión podemos argüir, que la hipótesis de la
existencia de lo inconsciente es necesaria y legítima, y además, que poseemos múltiples
pruebas de su exactitud. Es necesaria, porque los datos de la conciencia son
altamente incompletos. Tanto en los sanos como en los enfermos, surgen con
frecuencia, actos psíquicos, cuya explicación presupone otros de los que la
conciencia no nos ofrece testimonio alguno. Actos de este género son, no sólo los
fallos y los sueños de los individuos sanos, sino también todos aquellos que
calificamos de síntomas y de fenómenos obsesivos en los enfermos. Nuestra
cotidiana experiencia personal nos muestra ocurrencias, cuyo origen
desconocemos, y resultados de procesos mentales, cuya elaboración ignoramos.
Todos estos actos conscientes resultarán faltos de sentido y coherencia si
mantenemos la teoría de que la totalidad de nuestros actos psíquicos ha de sernos
dada a conocer por nuestra conciencia y, en cambio, quedarán ordenados dentro
de un conjunto coherente e inteligible si interpolamos entre ellos los actos
inconscientes, deducidos. Esta adquisición de sentido y coherencia constituye, de
por sí, motivo justificado para traspasar los límites de la experiencia directa. Y si
luego comprobamos, que tomando como base la existencia de un psiquismo
inconsciente podemos estructurar una actividad eficacísima, por medio de la cual
influimos adecuadamente sobre el curso de los procesos conscientes, tendremos
una prueba irrebatible de la exactitud de nuestra hipótesis. Habremos de situarnos,
entonces, en el punto de vista de que no es sino una pretensión insostenible el
exigir que todo lo que sucede en lo psíquico haya de ser conocido a la conciencia.
También podemos aducir, en apoyo de la existencia de un estado psíquico
inconsciente, el hecho de que la conciencia sólo integra en un momento dado, un
limitado contenido, de manera que la mayor parte de aquello que denominamos
conocimiento consciente tiene que hallarse, de todos modos, durante extensos
períodos, en estado de latencia, vale decir, en un estado de inconsciencia psíquica.
La negación de lo inconsciente resulta incomprensible en cuanto volvemos la vista
a todos nuestros recuerdos latentes. Se nos opondrá aquí la objeción de que estos
recuerdos latentes no pueden ser considerados como psíquicos, sino que
corresponden a restos de procesos somáticos, de los cuales puede volver a surgir lo
psíquico. No es difícil argüir a esta objeción, que el recuerdo latente es, por lo
contrario, un indudable residuo de un proceso psíquico. Pero es aún más
importante darse cuenta de que la objeción discutida reposa en una asimilación de
lo consciente a lo psíquico. Y esta asimilación es, o una petitio principii, que no deja
lugar a la interrogación de si todo lo psíquico tiene también que ser consciente, o
una pura convención. En este último caso resulta, como toda convención,
irrebatible, y sólo nos preguntamos si resulta en realidad tan útil y adecuada, que
hayamos de agregarnos a ella. Pero podemos afirmar, que la equiparación de lo
psíquico con lo consciente es por completo inadecuada. Destruye las continuidades
psíquicas, nos sume en las insolubles dificultades del paralelismo psicofísico,
sucumbe al reproche de exagerar sin fundamento alguno la misión de la
conciencia, y nos obliga a abandonar prematuramente el terreno de la
investigación psicológica, sin ofrecernos compensación ninguna en otros sectores.
Por otra parte, es evidente que la discusión de si hemos de considerar como
estados anímicos inconscientes o como estados físicos los estados latentes de la
vida anímica, amenaza convertirse en una mera cuestión de palabras. Así, pues, es
aconsejable situar en primer término aquello que de la naturaleza de tales estados
nos es seguramente conocido. Ahora bien los caracteres físicos de estos estados nos
son totalmente inaccesibles; ninguna representación fisiológica ni ningún proceso
químico pueden darnos una idea de su esencia. En cambio, es indudable que
representan amplio contacto con los procesos anímicos conscientes. Una cierta
elaboración permite incluso transformarnos en tales procesos o sustituirlos por
ellos y pueden ser descritos por medio de todas las categorías que aplicamos a los
actos psíquicos conscientes tales como representaciones, tendencias, decisiones,
etc. De muchos de estos estados podemos incluso decir, que sólo la ausencia de la
conciencia los distingue de los conscientes. No vacilaremos, pues, en considerarlos
como objetos de la investigación psicológica, íntimamente relacionados con los
actos psíquicos conscientes.
La tenaz negativa a admitir el carácter psíquico de los actos anímicos
latentes se explica por el hecho de que la mayoría de los fenómenos de referencia
no han sido objeto de estudio fuera del psicoanálisis. Aquellos que desconociendo
los hechos patológicos, consideran como casualidad los actos fallidos y se agregan
a la antigua opinión de que «los sueños son vana espuma», no necesitan ya sino
pasar por alto algunos enigmas de la psicología de la conciencia, para poder
ahorrarse el reconocimiento de una actividad psíquica inconsciente. Además, los
experimentos hipnóticos, y especialmente la sugestión posthipnótica, demostraron
ya, antes del nacimiento del psicoanálisis, la existencia y la actuación de lo anímico
inconsciente.
La aceptación de lo inconsciente es además perfectamente legítima, en tanto
en cuanto al establecerla no nos hemos separado un ápice de nuestro método
deductivo, que consideramos correcto. La conciencia no ofrece al individuo más
que el conocimiento de sus propios estados anímicos. La afirmación de que
también los demás hombres poseen una conciencia es una conclusión que
deducimos «per analogiam», basándonos en sus actos y manifestaciones
perceptibles y con el fin de hacernos comprensible su conducta. (Más exacto,
psicológicamente, será decir que atribuimos a los demás, sin necesidad de una
reflexión especial, nuestra propia constitución, y, por lo tanto, también nuestra
conciencia, y que esta identificación es un sine qua non de nuestra comprensión).
Esta conclusión —o esta identificación— hubo de extenderse antiguamente por el
yo, no sólo a los demás hombres, sino también a los animales, plantas, objetos
inanimados y al mundo en general, y resultó utilizable mientras la analogía con el
yo individual fue suficientemente amplia, dejando luego de ser adecuada conforme
«los demás» fue separándose del yo. Nuestro juicio crítico actual duda en lo que
respecta a la conciencia de los animales, la niega a las plantas y relega al
misticismo la hipótesis de una conciencia de lo inanimado. Pero también allí donde
la tendencia originaria a la identificación ha resistido el examen crítico, esto es,
cuando «los demás» son nuestros semejantes, la aceptación de una conciencia
reposa en una deducción y no en una irrebatible experiencia directa como la de
nuestra propia conciencia.
El psicoanálisis no exige sino que apliquemos también este procedimiento
deductivo a nuestra propia persona, labor en cuya realización no nos auxilia,
ciertamente, tendencia constitucional alguna. Procediendo así, hemos de convenir
en que todos los actos y manifestaciones que en nosotros advertimos, sin que
sepamos enlazarlos con el resto de nuestra vida activa, han de ser considerados
como si pertenecieran a otra persona y deben ser explicados por una vida anímica
a ella atribuida. La experiencia muestra también que, cuando se trata de otras
personas, sabemos interpretar muy bien, esto es, incluir en la coherencia anímica,
aquellos mismos actos a los que negamos el reconocimiento psíquico cuando se
trata de nosotros mismos. La investigación es desviada, pues, de la propia persona,
por un obstáculo especial, que impide su exacto conocimiento.
Este procedimiento deductivo aplicado, no sin cierta resistencia interna, a
nuestra propia persona, no nos lleva al descubrimiento de un psiquismo
inconsciente sino a la hipótesis de una segunda conciencia reunida en nosotros, a la
que nos es conocida. Pero contra esta hipótesis hallamos en seguida
justificadísimas objeciones. En primer lugar, una conciencia de la que nada sabe el
propio sujeto, es algo muy distinto de una conciencia ajena, y ni siquiera parece
indicado entrar a discutirla, ya que carece del principal carácter de tal. Aquellos
que se han resistido a aceptar la existencia de un psiquismo inconsciente, menos
podrán admitir la de una conciencia inconsciente. Pero además, nos indica el análisis,
que los procesos anímicos latentes deducidos, gozan entre sí de una gran
independencia, pareciendo no hallarse relacionados ni saber nada unos de otros.
Así, pues, habríamos de aceptar no sólo una segunda conciencia, sino toda una
serie ilimitada de estados de conciencia, ocultos a nuestra percatación e ignorados
unos a otros. Por último, ha de tenerse en cuenta —y éste es el argumento de más
peso— que según nos revela la investigación psicoanalítica, una parte de tales
procesos latentes posee caracteres y particularidades que nos parecen extraños,
increíbles y totalmente opuestos a las cualidades por nosotros conocidas, de la
conciencia. Todo esto nos hace modificar la conclusión del procedimiento
deductivo que hemos aplicado a nuestra propia persona, en el sentido de no
admitir ya en nosotros la existencia de una segunda conciencia, sino la de actos
carentes de conciencia. Asimismo, habremos de rechazar, por ser incorrecto y muy
susceptible de inducir en error, el término «subconciencia». Los casos conocidos de
«double conscience» (disociación de la conciencia) no prueban nada contrario a
nuestra teoría, pudiendo ser considerados como casos de disociación de las
actividades psíquicas en dos grupos, hacia los cuales se orienta alternativamente la
conciencia.
El psicoanálisis nos obliga, pues, a afirmar, que los procesos psíquicos son
inconscientes y a comparar su percepción por la conciencia con la del mundo
exterior por los órganos sensoriales. Esta comparación nos ayudará, además, a
ampliar nuestros conocimientos. La hipótesis psicoanalítica de la actividad
psíquica inconsciente, constituye, en un sentido, una continuación del animismo,
que nos mostraba por doquiera, fieles imágenes de nuestra conciencia, y en otro, la
de la rectificación llevada a cabo por Kant, de la teoría de la percepción externa.
Del mismo modo que Kant nos invitó a no desatender la condicionalidad subjetiva
de nuestra percepción y a no considerar nuestra percepción idéntica a lo percibido
incognoscible, nos invita el psicoanálisis a no confundir la percepción de la
conciencia con el proceso psíquico inconsciente, objeto de la misma. Tampoco lo
psíquico necesita ser en realidad tal como lo percibimos. Pero hemos de esperar
que la rectificación de la percepción interna no oponga tan grandes dificultades
como la de la externa y que el objeto interior sea menos incognoscible que el
mundo exterior.
II

LA MULTIPLICIDAD DE SENTIDO DE LO INCONSCIENTE Y EL PUNTO DE


VISTA TÓPICO

ANTES DE CONTINUAR, QUEREMOS DEJAR ESTABLECIDO el hecho,


tan importante como espinoso, de que la inconsciencia no es sino uno de los
múltiples caracteres de lo psíquico, no bastando, pues, por sí solo, para formar su
característica. Existen actos psíquicos de muy diversa categoría, que, sin embargo,
coinciden en el hecho de ser inconscientes. Lo inconsciente comprende, por un
lado actos latentes y temporalmente inconscientes, que fuera de esto, en nada se
diferencian de los conscientes, y por otro, procesos tales como los reprimidos, que
si llegaran a ser conscientes presentarían notables diferencias con los demás de este
género.
Si en la descripción de los diversos actos psíquicos pudiéramos prescindir
por completo de su carácter consciente o inconsciente, y clasificarlos atendiendo
únicamente a su relación con los diversos instintos y fines, a su composición y a su
pertenencia a los distintos sistemas psíquicos subordinados unos a otros,
lograríamos evitar todo error de interpretación. Pero no siéndonos posible
proceder en esta forma, por oponerse a ello varias e importantes razones,
habremos de resignarnos al equívoco que ha de representar el emplear los
términos «consciente» e «inconsciente» en sentido descriptivo unas veces, y otras,
cuando sean expresión de la pertenencia a determinados sistemas y de la posesión
de ciertas cualidades, en sentido sistemático. También podríamos intentar evitar la
confusión, designando los sistemas psíquicos reconocidos, con nombres arbitrarios
que no aludiesen para nada a la conciencia. Pero antes de hacerlo así, habríamos de
explicar en qué fundamos la diferenciación de los sistemas, y en esta explicación
nos sería imposible eludir el conocimiento, que constituye el punto de partida de
todas nuestras investigaciones. Nos limitaremos, pues, a emplear un sencillo
medio auxiliar consistente en sustituir, respectivamente, los términos «conciencia»
e «inconsciente», por las fórmulas Cc. e Inc., siempre que usemos estos términos en
sentido sistemático.
Pasando ahora a la exposición positiva, afirmaremos que según nos
demuestra el psicoanálisis, un acto psíquico pasa generalmente por dos estados o
fases, entre los cuales se halla intercalada una especie de examen (censura). En la
primera fase, es inconsciente y pertenece al sistema Inc. Si al ser examinado por la
censura es rechazado, le será negado el paso a la segunda fase, lo calificaremos de
«reprimido» y tendrá que permanecer inconsciente. Pero si sale triunfante del
examen, pasará a la segunda fase y a pertenecer al segundo sistema, o sea al que
hemos convenido en llamar sistema Cc. Sin embargo, su relación con la conciencia
no quedará fijamente determinada por tal pertenencia. No es todavía consciente,
pero sí capaz de conciencia (según la expresión de J. Breuer). Quiere esto decir, que
bajo determinadas condiciones, puede llegar a ser sin que a ello se oponga
resistencia especial alguna, objeto de la conciencia. Atendiendo a esta capacidad de
conciencia, damos también al sistema Cc. el nombre de «preconciente». Si más
adelante resulta que también el acceso de lo preconciente a la conciencia se halla
codeterminado por una cierta censura, diferenciaremos más precisamente entre sí
los Prec. y Cc. Mas por lo pronto, nos bastará retener que el sistema Prec. comparte
las cualidades del sistema Cc. y que la severa censura ejerce sus funciones en el
paso desde el Inc. al Prec. (o Cc.).
Con la aceptación de estos dos —o tres— sistemas psíquicos, se ha separado
el psicoanálisis un paso más de la psicología descriptiva de la conciencia,
planteándose un nuevo acervo de problemas y adquiriendo un nuevo contenido.
Hasta aquí se distinguía principalmente de la psicología por su concepción
dinámica de los procesos anímicos, a la cual viene a agregarse ahora su aspiración a
atender también a la tópica psíquica y a indicar dentro de qué sistema o entre qué
sistemas se desarrolla un acto psíquico cualquiera. Esta aspiración ha valido al
psicoanálisis el calificativo de psicología de las profundidades (Tiefenpsychologie). Más
adelante hemos de ver cómo todavía integra otro interesantísimo punto de vista.
Si queremos establecer seriamente una tópica de los actos anímicos,
habremos de comenzar por resolver una duda que en seguida se nos plantea.
Cuando un acto psíquico (limitándonos aquí a aquellos de la naturaleza de una
representación), pasa del sistema Inc. al sistema Cc. ¿hemos de suponer que con
este paso se halla enlazada una nueva fijación, o como pudiéramos decir, una
segunda inscripción de la representación de que se trate, inscripción que de este
modo podrá resultar integrada en una nueva localidad psíquica, y junto a la cual
continúa existiendo la primitiva inscripción inconsciente? ¿O será más exacto
admitir que el paso de un sistema a otro consiste en un cambio de estado, que tiene
efecto en el mismo material y en la misma localidad? Esta pregunta puede parecer
abstrusa, pero es obligado plantearla si queremos formarnos una idea determinada
de la tópica psíquica, esto es, de la tercera dimensión psíquica. Resulta difícil de
contestar, porque va más allá de lo puramente psicológico y entra en las relaciones
del aparato anímico con la anatomía. La investigación científica ha demostrado
irrebatiblemente la existencia de tales relaciones, mostrando que la actividad
anímica se halla enlazada a la función del cerebro como a ningún otro órgano. Más
allá todavía —y aún no sabemos cuánto—, nos lleva al descubrimiento del valor
desigual de las diversas partes del cerebro y sus particulares relaciones con partes
del cuerpo y actividades espirituales determinadas. Pero todas las tentativas
realizadas para fijar, partiendo del descubrimiento antes citado, una localización
de los procesos anímicos, y todos los esfuerzos encaminados a imaginar
almacenadas las representaciones en células nerviosas, y trasmitidos los estímulos
a lo largo de fibras nerviosas, han fracasado totalmente. Igual suerte correría una
teoría que fijase el lugar anatómico del sistema Cc., o sea de la actividad anímica
consciente en la corteza cerebral, y transfiriese a las partes subcorticales del cerebro
los procesos inconscientes. Existe aquí una solución de continuidad, cuya
supresión no es posible llevar a cabo, por ahora, ni entra tampoco en los dominios
de la psicología. Nuestra tópica psíquica no tiene, de momento, nada que ver con la
Anatomía, refiriéndose a regiones del aparato anímico, cualquiera que sea el lugar
que ocupen en el cuerpo, y no a localidades anatómicas.
Nuestra labor, en este aspecto es de completa libertad y puede proceder
conforme vayan marcándoselo sus necesidades. De todos modos, no deberemos
olvidar que nuestras hipótesis no tienen, en un principio, otro valor que el de
simples esquemas aclaratorios. La primera de las dos posibilidades que antes
expusimos, o sea la de que la fase consciente de la representación significa una
nueva inscripción de la misma en un lugar diferente, es, desde luego, la más
grosera, pero también la más cómoda. La segunda hipótesis, o sea la de un cambio
de estado meramente funcional, es a priori más verosímil, pero menos plástica y
manejable. Con la primera hipótesis —tópica— aparecen enlazadas la de una
separación tópica de los sistemas Inc. y Cc., y la posibilidad de que una
representación exista simultáneamente en dos lugares del aparato psíquico, e
incluso pase regularmente del uno al otro, sin perder, eventualmente, su primera
residencia o inscripción.
Esto parece extraño, pero podemos alegar en su apoyo determinadas
impresiones que recibimos durante la práctica psicoanalítica. Cuando
comunicamos a un paciente una representación por él reprimida en su día y
adivinada por nosotros, esta revelación no modifica en nada, al principio, su
estado psíquico. Sobre todo, no levanta la represión ni anula sus efectos, como
pudiera esperarse, dado que la representación antes inconsciente ha devenido
consciente. Por el contrario, sólo se consigue al principio una nueva repulsa de la
representación reprimida. Pero el paciente posee ya, efectivamente, en dos
distintos lugares de su aparato anímico y bajo dos formas diferentes, la misma
representación. Primeramente posee el recuerdo consciente de la huella auditiva de
la representación tal y como se la hemos comunicado, y además tenemos la
seguridad de que lleva en sí, bajo su forma primitiva, el recuerdo inconsciente del
suceso de que se trate. El levantamiento de la represión no tiene efecto, en realidad,
hasta que la representación consciente entra en contacto con la huella mnémica
inconsciente después de haber vencido las resistencias. Sólo el acceso a la
conciencia de dicha huella mnémica inconsciente puede acabar con la represión. A
primera vista parece esto demostrar que la representación consciente y la
inconsciente son diversas inscripciones, tópicamente separadas, del mismo
contenido. Pero una reflexión más detenida nos prueba que la identidad de la
comunicación con el recuerdo reprimido del sujeto es tan sólo aparente. El haber
oído algo y el haberlo vivido, son dos cosas de naturaleza psicológica totalmente
distinta, aunque posean igual contenido.
No nos es factible, de momento, decidir entre las dos posibilidades
indicadas. Quizá más adelante hallemos factores que nos permitan tal decisión, o
descubramos que nuestro planteamiento de la cuestión ha sido insuficiente y que
la diferenciación de las representaciones consciente e inconsciente ha de ser
determinada en una forma completamente distinta.
III

SENTIMIENTOS INCONSCIENTES

HABIENDO LIMITADO NUESTRA DISCUSIÓN a las representaciones,


podemos plantear ahora una nueva interrogación, cuya respuesta ha de contribuir
al esclarecimiento de nuestras opiniones teóricas. Dijimos que había
representaciones conscientes e inconscientes. ¿Existirán también impulsos
instintivos, sentimientos y sensaciones inconscientes, o carecerá de todo sentido
aplicar a tales elementos dichos calificativos?
A mi juicio, la antítesis de «consciente» e «inconsciente» carece de aplicación
al instinto. Un instinto no puede devenir nunca objeto de la conciencia.
Únicamente puede serlo la idea que lo representa. Pero tampoco en lo consciente
puede hallarse representado más que por una idea. Si el instinto no se enlazara a
una idea ni se manifestase como un estado afectivo, nada podríamos saber de él.
Así, pues, cuando empleando una expresión inexacta, hablamos de impulsos
instintivos, inconscientes o reprimidos no nos referimos sino a impulsos
instintivos, cuya representación ideológica es inconsciente.
Pudiera creerse igualmente fácil, dar respuesta a la pregunta de si, en efecto,
existen sensaciones, sentimientos y afectos inconscientes. En la propia naturaleza
de un sentimiento, está el ser percibido, o sea, conocido por la conciencia. Así,
pues, los sentimientos, sensaciones y afectos, carecerían de toda posibilidad de
inconsciencia. Sin embargo, en la práctica psicoanalítica, acostumbramos a hablar
de amor, odio y cólera inconscientes, e incluso empleamos la extraña expresión de
«conciencia inconsciente de la culpa», o la paradójica de «angustia inconsciente».
Habremos, pues, de preguntarnos, si con estas expresiones no cometemos una
inexactitud mucho más importante que la de hablar de «instintos inconscientes».
Pero la situación es, aquí, completamente distinta. Puede suceder, en primer
lugar, que un afecto o sentimiento sea percibido, pero erróneamente interpretado.
Por la represión de su verdadera representación, se ha visto obligado a enlazarse a
otra idea, y es considerado, entonces, por la conciencia, como una manifestación de
esta última. Cuando reconstituimos el verdadero enlace, calificamos de
«inconsciente» el impulso afectivo primitivo, aunque su afecto no fue nunca
inconsciente y sólo su representación sucumbió al proceso represivo. El uso de las
expresiones «afecto inconsciente» y «emoción inconsciente», se refiere, en general,
a los destinos que la represión impone al factor cuantitativo del impulso instintivo.
(Véase nuestro estudio de la represión). Sabemos que tales testimonios son en
número de tres: el afecto puede perdurar total o fragmentariamente como tal;
puede experimentar una transformación en otro montante de afecto,
cualitativamente distinto, sobre todo en angustia, o puede ser reprimido, esto es,
coartado en su desarrollo. (Estas posibilidades pueden estudiarse más fácilmente
quizá, en la elaboración onírica, que en las neurosis). Sabemos también, que la
coerción del desarrollo de afecto es el verdadero fin de la represión, y que su labor
queda incompleta cuando dicho fin no es alcanzado. Siempre que la represión
consigue impedir el desarrollo de afecto, llamamos inconscientes a todos aquellos
afectos que reintegramos a su lugar al deshacer la labor represiva. Así, pues, no
puede acusársenos de inconsecuentes en nuestro modo de expresarnos. De todas
maneras, al establecer un paralelo con las ideas inconscientes surge la importante
diferencia de que dichas ideas perduran después de la represión en calidad de
producto real en el sistema Inc., mientras que todo aquello que corresponde en este
sistema (Inc.) a afectos inconscientes es un comienzo potencial cuyo desarrollo está
impedido. Así, pues, aunque nuestra forma de expresión sea irreprochable, no hay,
estrictamente hablando, afectos inconscientes como hay representaciones
inconscientes. En cambio, puede haber muy bien en el sistema Inc. productos
afectivos que, como otros, llegan a ser conscientes. La diferencia procede, en su
totalidad, de que las representaciones son cargas psíquicas y en el fondo cargas de
huellas mientras que los afectos y los sentimientos corresponden a procesos de
descarga cuyas últimas manifestaciones son percibidas como sentimientos. En el
estado actual de nuestro conocimiento de los afectos y emociones no podemos
expresar más claramente esta diferencia.
La comprobación de que la represión puede llegar a coartar la
transformación del impulso instintivo en una manifestación afectiva, presenta para
nosotros un particular interés. Nos revela, en efecto, que el sistema Cc. regula
normalmente la afectividad y el acceso a la motilidad, y eleva el valor de la
represión, mostrándonos, que no sólo excluye de la conciencia a lo reprimido, sino
que le impide también provocar el desarrollo de afecto y estimular la actividad
muscular. Invirtiendo nuestra exposición, podemos decir que mientras el sistema
Cc. regula la afectividad y la motilidad, calificamos de normal el estado psíquico de
un individuo. Sin embargo, no puede ocultársenos una cierta diferencia entre las
relaciones del sistema dominante con cada uno de los dos actos afines de descarga.
[1]
En efecto, el dominio de la motilidad voluntaria por el sistema Cc. se halla
firmemente enraizado, resiste los embates de la neurosis y sólo sucumbe ante la
psicosis. En cambio, el dominio que dicho sistema ejerce sobre el desarrollo de
afecto, es mucho menos firme. Incluso en la vida normal, puede observarse una
constante lucha de los sistemas Cc. e Inc., por el dominio de la afectividad,
delimitándose determinadas esferas de influencia y mezclándose las energías
actuantes.
La significación del sistema Cc. (Prec.) con respecto al desarrollo de afecto y a
la acción, nos permite comprender el rol jugado por las ideas sustitutivas en la
formación de la enfermedad. El desarrollo de afecto puede emanar directamente
del sistema Inc., y en este caso, tendrá siempre el carácter de angustia, la cual es la
sustitución regular de los afectos reprimidos. Pero con frecuencia, el impulso
instintivo tiene que esperar a hallar en el sistema Cc. una representación
sustitutiva, y entonces se hace posible el desarrollo de afecto, partiendo de dicha
sustitución consciente cuya naturaleza marcará al afecto su carácter cualitativo.
Hemos afirmado que en la represión queda separado el afecto, de su
representación, después de lo cual, sigue cada uno de estos elementos su destino
particular. Esto es indiscutible desde el punto de vista descriptivo, pero, en
realidad, el afecto no surge nunca hasta después de conseguida una nueva
representación en el sistema Cc.
IV

TÓPICA Y DINÁMICA DE LA REPRESIÓN

HEMOS LLEGADO A LA CONCLUSIÓN de que la represión es un proceso


que recae sobre representaciones y se desarrolla en la frontera entre los sistemas
Inc. y Cc. (Prec.). Vamos ahora a intentar describirlo más minuciosamente. Tiene
que efectuarse en él una sustracción de carga psíquica, pero hemos de preguntarnos
en qué sistema se lleva a cabo esta sustracción y a qué sistema pertenece la carga
substraída. La idea reprimida conserva en el sistema Inc., su capacidad de acción;
debe, pues, conservar también su carga. Por lo tanto, lo substraído habrá de ser
algo distinto. Tomemos el caso de la represión propiamente dicha, tal y como se
desarrolla en una representación preconciente o incluso consciente. En este caso, la
represión no puede consistir sino en que la carga (pre)consciente, perteneciente al
sistema Prec., es substraída a la representación. Esta idea queda entonces
descargada, recibe una carga emanada del sistema Inc., o conserva la carga Inc. que
antes poseía. Así, pues, hallamos, aquí, una sustracción de la carga preconciente,
una conservación de la inconsciente, o una sustitución de la preconsciente por una
inconsciente. Vemos, además, que hemos basado, sin intención aparente, esta
observación, en la hipótesis de que el paso desde el sistema Inc. a otro inmediato
no sucede por una nueva inscripción, sino por un cambio de estado, o sea, en este
caso, por una transformación de la carga. La hipótesis funcional ha derrotado aquí,
sin esfuerzo, a la tópica.
Este proceso de la sustracción de la libido no es, sin embargo, suficiente para
explicarnos otro de los caracteres de la represión. No comprendemos por qué la
representación que conserva su carga o recibe otra nueva, emanada del sistema
Inc., no habría de renovar la tentativa de penetrar en el sistema Prec., valiéndose de
su carga. Habría, pues, de repetirse en ella, la sustracción de libido, y este juego
continuaría indefinidamente, pero sin que su resultado fuese el de la represión.
Este mecanismo de la sustracción de la carga preconciente fallaría también si se
tratase de la represión primitiva, pues en ella nos encontramos ante una
representación inconsciente, que no ha recibido aún carga ninguna del sistema
Prec. y a la que, por lo tanto, no puede serle substraída una tal carga.
Necesitaríamos, pues, aquí de otro proceso que en el primer caso
mantuviese la represión, y en el segundo, cuidase de constituirla y conservarla,
proceso que no podemos hallar sino admitiendo una contracarga por medio de la
cual se protege el sistema Prec. contra la presión de la representación inconsciente.
En diversos ejemplos clínicos, veremos cómo se manifiesta esta contracarga, que se
desarrolla en el sistema Prec. y constituye, no sólo la representación del continuado
esfuerzo de una represión primitiva, sino también la garantía de su duración. La
contracarga es el único mecanismo de la represión primaria. En la represión
propiamente dicha se agrega a él la sustracción de la carga Prec. Es muy posible,
que precisamente la carga substraída a la representación sea la empleada para la
contracarga.
Poco a poco, hemos llegado a introducir, en la exposición de los fenómenos
psíquicos, un tercer punto de vista, agregando, así, al dinámico y al tópico, el
económico, el cual aspira a perseguir los destinos de las magnitudes de excitación y
a establecer una estimación, por lo menos relativa, de los mismos. Considerando
conveniente distinguir con un nombre especial, este último sector de la
investigación psicoanalítica, denominaremos metapsicológica a aquella exposición
en la que consigamos describir un proceso psíquico conforme a sus aspectos
dinámicos, tópicos y económicos. Anticiparemos, que dado el estado actual de
nuestros conocimientos, sólo en algunos lugares aislados, conseguiremos
desarrollar una tal exposición.
Comenzaremos por una tímida tentativa de llevar a cabo una descripción
metapsicológica del proceso de la represión en las tres neurosis de transferencia
conocidas. En ella, podemos sustituir el término «carga psíquica» por el de
«libido», pues sabemos ya, que dichas neurosis dependen de los destinos de los
instintos sexuales.
En la histeria de angustia se desatiende con frecuencia una primera fase del
proceso, perfectamente visible, sin embargo, para una observación cuidadosa.
Consiste esta fase en que la angustia surge sin que el sujeto sepa qué es lo que le
causa miedo. Hemos de suponer, pues, que en el sistema Inc. existía un
sentimiento erótico que aspiraba a pasar al sistema Prec., pero la carga lanzada por
este sistema en contra de tal impulso lo rechazaba —como en una tentativa de fuga
— y la carga inconsciente de libido de la idea rechazada deriva en forma de
angustia.
Al repetirse, eventualmente, el proceso, se da un primer paso hacia el
vencimiento del penoso desarrollo de angustia. La carga en fuga se adhiere a una
idea sustitutiva, asociativamente enlazada a la idea rechazada, pero que por su
alejamiento de ella, se sustrae a la representación. Esta sustitución por
desplazamiento permite una racionalización del desarrollo de angustia, aún
incoercible. La idea sustitutiva desempeña entonces, para el sistema Cc., (Prec.), el
papel de una contracarga, asegurándolo contra la emergencia de la idea reprimida,
en el sistema Cc., y constituye, por otro lado, el punto de partida de un desarrollo
de angustia, incoercible ya. La observación clínica nos muestra, por ejemplo, que el
niño enfermo de zoofobia siente angustia en dos distintas condiciones:
primeramente, cuando el impulso erótico reprimido experimenta una
intensificación, y en segundo lugar, cuando es percibido el animal productor de
angustia. La idea sustitutiva se conduce en el primer caso, como un lugar de
transición desde el sistema Inc. al sistema Cc., y en el otro, como una fuente
independiente de la génesis de angustia. El poder del dominio del sistema Cc.
suele manifestarse en que la primera forma de excitación de la idea sustitutiva deja
su lugar, cada vez más ampliamente, a la segunda. El niño acaba, a veces, por
conducirse como si no entrañara inclinación ninguna hacia su padre, se hubiese
libertado de él en absoluto, y tuviera realmente miedo al animal. Pero este miedo,
alimentado por la fuente instintiva inconsciente, se muestra superior a todas las
influencias emanadas del sistema Cc. y delata, de este modo, tener su origen en el
sistema Inc.
La contracarga emanada del sistema Cc. lleva, pues, en la segunda fase de la
histeria de angustia, a la formación de un sustitutivo.
Este mismo mecanismo encuentra poco después una distinta aplicación.
Como ya sabemos, el proceso represivo no termina aquí, y encuentra un segundo
fin en la coerción del desarrollo de angustia emanado de la sustitución. Esto sucede
en la siguiente forma: todos los elementos que rodean a la idea sustitutiva y se
hallan asociados con ella, reciben una carga psíquica de extraordinaria intensidad,
que les confiere una especial sensibilidad. De este modo, la excitación de cualquier
punto de la muralla defensiva formada en torno de la idea sustitutiva, por tales
elementos, provoca, por el enlace asociativo de los mismos con dicha idea, un
pequeño desarrollo de angustia, que da la señal para coartar, por medio de una
nueva fuga, la continuación de dicho desarrollo. Cuanto más lejos de la sustitución
temida se hallan situadas las contracargas sensibles y vigilantes, más precisamente
puede funcionar el mecanismo que ha de aislar a la idea sustitutiva y protegerla
contra nuevas excitaciones. Estas precauciones no protegen, naturalmente, más
que contra aquellas excitaciones que llegan desde el exterior y por el conducto de
la percepción a la idea sustitutiva, pero no contra la excitación instintiva, que
partiendo de la conexión con la idea reprimida, llega a la idea sustitutiva.
Comienzan, pues, a actuar cuando la sustitución se ha arrogado por completo la
representación de lo reprimido, sin constituir nunca una plena garantía. A cada
intensificación de la excitación instintiva, tiene que avanzar un tanto la muralla
protectora que rodea a la idea sustitutiva. Esta construcción, queda establecida
también, de un modo análogo, en las demás neurosis, y la designamos con el
nombre de fobia. Las precauciones, prohibiciones y privaciones, características de la
histeria de angustia, son la expresión de la fuga ante la carga consciente de la idea
sustitutiva.
Considerando el proceso en su totalidad, podemos decir, que la tercera fase
repite con mayor amplitud la labor de la segunda. El sistema Cc. se protege ahora,
contra la actividad de la idea sustitutiva, por medio de la contracarga de los
elementos que le rodean, como antes se protegía, por medio de la carga de la idea
sustitutiva, contra la emergencia de la idea reprimida. La formación de sustitutivos
por desplazamiento queda continuada en esta forma. Al principio, el sistema Cc.
no ofrecía sino un único punto por donde pudiera abrirse paso el impulso
instintivo reprimido: la idea sustitutiva; en cambio, luego, toda la construcción
fóbica constituye un campo abierto de «encave» a las influencias inconscientes. Por
último, hemos de hacer resaltar el interesantísimo punto de vista de que por medio
de todo el mecanismo de defensa puesto en actividad, queda proyectado al exterior
el peligro instintivo. El yo se conduce como si la amenaza del desarrollo de
angustia no procediese de un impulso instintivo sino de una percepción y puede,
por lo tanto, reaccionar contra esta amenaza exterior, por medio de las tentativas
de fuga que suponen las precauciones de la fobia. En este proceso represivo, se
consigue poner un dique a la génesis de angustia, pero sólo a costa de graves
sacrificios de la libertad personal. Ahora bien, el intento de fuga ante una
aspiración instintiva, es en general, inútil, y el resultado de la fuga fóbica es
siempre insatisfactorio.
Gran parte de las circunstancias observadas en la histeria de angustia se
repite en las otras dos neurosis. Podemos, pues, limitarnos a señalar las diferencias
y a examinar la misión de la contracarga. En la histeria de conversión, es
transformada la carga instintiva de la representación reprimida en una inervación
del síntoma. Hasta qué punto y bajo qué condiciones queda avenada la
representación inconsciente por esta descarga, siéndole ya posible cesar en su
aspiración hacia el sistema Cc., son cuestiones que habremos de reservar para una
investigación especial de la histeria. La función de la contracarga que parte del
sistema Cc. (Prec.) resalta claramente en la histeria de conversión y se nos revela en
la formación de síntomas. La contracarga es la que elige el elemento de la
representación del instinto en el que ha de ser concentrada toda la carga del
mismo. Este fragmento elegido para síntoma cumple la condición de dar expresión
tanto al fin deseado del impulso instintivo como al esfuerzo defensivo o punitivo
del sistema Cc. Por lo tanto, es hipercatectizado y mantenido hacia ambas
direcciones como en la idea sustitutiva de la histeria de angustia. De esta
circunstancia podemos deducir que el esfuerzo represivo del sistema Cc. no
necesita ser tan grande como la energía de carga del síntoma, pues la intensidad de
la representación se mide por la contracarga empleada, y el síntoma no se apoya
solamente en la contracarga sino también en la carga instintiva condensada en él y
emanada del sistema Inc.
Con respecto a la neurosis obsesiva, bastará añadir una sola observación a
las ya expuestas. En ella se nos muestra más visiblemente que en las otras neurosis
la contracarga del sistema Cc. Esta contracarga, organizada como una formación
reactiva, es que lleva a cabo la primera represión y en la que tiene efecto después la
emergencia de la idea reprimida. Del predominio de la contracarga y de la falta de
derivación depende, a nuestro juicio, que la obra de la represión aparezca menos
conseguida en la histeria de angustia y en la neurosis obsesiva que en la histeria de
conversión.
V

CUALIDADES ESPECIALES DEL SISTEMA INC.

LA DIFERENCIACIÓN DE LOS DOS SISTEMAS PSÍQUICOS adquiere una


nueva significación cuando nos damos cuenta de que los procesos del sistema Inc.
muestran cualidades que no volvemos a hallar en el sistema superior inmediato.
El nódulo del sistema Inc. está constituido por representaciones de instintos
que aspiran a derivar su carga, o sea por impulsos de deseos. Estos impulsos
instintivos se hallan coordinados entre sí y coexisten sin influir unos sobre otros ni
tampoco contradecirse. Cuando dos impulsos de deseos cuyos fines nos parecen
inconciliables son activados al mismo tiempo, no se anulan recíprocamente sino
que se unen para formar un fin intermedio, o sea una transacción.
En este sistema no hay negación ni duda alguna, ni tampoco grado ninguno
de seguridad. Todo esto es aportado luego por la labor de la censura que actúa
entre los sistemas Inc. y Prec. La negación es una sustitución —a un nivel más
elevado— de la represión. En el sistema Inc. no hay sino contenidos más o menos
enérgicamente catectizados. Reina en él una mayor movilidad de las intensidades
de carga. Por medio del proceso del desplazamiento, puede una idea transmitir a
otra todo el montante de su carga, y por el de la condensación, acoger en sí toda la
carga de varias otras ideas. A mi juicio, deben considerarse estos dos procesos
como caracteres del llamado proceso psíquico primario. En el sistema Prec. domina el
proceso secundario.[2] Cuando un tal proceso primario recae sobre elementos del
sistema Prec., lo juzgamos «cómico» y despierta la risa.
Los procesos del sistema Inc. se hallan fuera de tiempo, esto es, no aparecen
ordenados cronológicamente, no sufren modificación ninguna por el transcurso del
tiempo y carecen de toda relación con él. También la relación temporal se halla
ligada a la labor del sistema Cc.
Los procesos del sistema Inc. carecen de toda relación con la realidad. Se hallan
sometidos al principio del placer y su destino depende exclusivamente de su
fuerza y de la medida en que satisfacen las aspiraciones de la regulación del placer
y el displacer.
Resumiendo, diremos que los caracteres que esperamos encontrar en los
procesos pertenecientes al sistema Inc. son la falta de contradicción, el proceso primario
(movilidad de las cargas), la independencia del tiempo y la sustitución de la realidad
exterior por la psíquica.[3]
Los procesos inconscientes no se nos muestran sino bajo las condiciones del
fenómeno onírico y de las neurosis, o sea cuando los procesos del sistema Prec.,
superior al Inc. son retrocedidos por una regresión a una fase anterior. De por sí
son incognoscibles e incapaces de existencia, pues el sistema Inc. es cubierto en
cada momento por el Prec., que se apodera del acceso a la conciencia y a la
motilidad. La descarga del sistema Inc. tiene lugar por medio de la inervación
somática que lleva al desarrollo de afecto, pero también estos medios de descarga
le son disputados, como ya sabemos, por el sistema Prec. Por sí solo no podría el
sistema Inc. provocar en condiciones normales ninguna acción muscular adecuada,
con excepción de aquellas organizadas ya como reflejos.
La completa significación de los caracteres antes descritos del sistema Inc., se
nos revelaría en cuanto los comparásemos con las cualidades del sistema Prec.;
pero esto nos llevaría tan lejos, que preferimos aplazar dicha comparación hasta
ocuparnos del sistema superior. Así, pues, sólo expondremos ahora lo más
indispensable.
Los procesos del sistema Prec. muestran ya, sean conscientes o sólo capaces
de conciencia, una coerción de la tendencia a la descarga de las ideas catectizadas.
Cuando el proceso pasa de una idea a otra, conserva la primera una parte de su
carga, y sólo queda desplazado un pequeño montante de la misma. Los
desplazamientos y condensaciones quedan excluidos o muy limitados. Esta
circunstancia ha impulsado a J. Breuer a admitir dos diversos estados de la energía
de carga en la vida anímica. Un estado tensamente «ligado» y otro libremente
móvil que presiona por la descarga. A mi juicio, representa esta diferenciación
nuestro más profundo conocimiento de la esencia de la energía nerviosa, y no veo
cómo podría prescindir de él. Sería una urgente necesidad de la exposición
metapsicológica, aunque quizá todavía una empresa demasiado atrevida proseguir
la discusión partiendo de este punto.
Al sistema Prec. le corresponden, además, la constitución de una capacidad
de relación entre los contenidos de las ideas, de manera que puedan influirse entre
sí, la ordenación temporal de dichos contenidos, y la introducción de una o varias
censuras del examen de la realidad y del principio de la realidad. También la
memoria consciente parece depender por completo del sistema Prec. y debe
distinguirse de las huellas mnémicas en las que se fijan los sucesos del sistema Inc.,
pues corresponden verosímilmente a una inscripción especial, semejante a la que
admitimos al principio y rechazamos después, para la relación de la represión
consciente con la inconsciente. Encontraremos también aquí el medio de poner fin
a nuestra vacilación en la calificación del sistema superior, al cual llamamos ahora
tan pronto sistema Prec. como sistema Cc.
No debemos apresurarnos, sin embargo, a generalizar lo que hasta aquí
hemos descubierto sobre la distribución de las funciones anímicas entre los dos
sistemas. Describimos las circunstancias tal y como se nos muestran en sujetos
adultos, en los cuales el sistema Inc. no funciona, estrictamente considerado, sino
como una fase preliminar de la organización superior. El contenido y las relaciones
de este sistema durante el desarrollo individual y su significación en los animales
no pueden ser deducidos de nuestra descripción, sino de una investigación
especial.
Asimismo, debemos hallarnos preparados a encontrar en el hombre
condiciones patológicas, en las cuales los dos sistemas modifican o aún
intercambian tanto sus contenidos como sus características.
VI

RELACIONES ENTRE AMBOS SISTEMAS

SERÍA ERRÓNEO REPRESENTARSE que el sistema Inc. permanece inactivo


y que toda la labor psíquica es efectuada por el sistema Prec., dejando al sistema
Inc. como algo muerto, un órgano rudimentario, residuo del desarrollo. Igualmente
sería equivocado suponer que la relación de ambos sistemas se limite al acto de la
represión, en el cual el sistema Prec. arrojaría a los abismos del sistema Inc. todo
aquello que le pareciese perturbador. Por el contrario, el sistema Inc. posee una
gran vitalidad, es susceptible de un amplio desarrollo y mantiene una serie de
otras relaciones con el Prec., entre ellas la de cooperación. Podemos, pues, decir,
sintetizando, que el sistema Inc. continúa en ramificaciones —o derivados—,
siendo accesible a las impresiones de la vida, influyendo constantemente sobre el
Prec. y hallándose, por su parte, sometido a las influencias de éste.
El estudio de las ramificaciones del sistema Inc. defraudará nuestra
esperanza de una separación esquemáticamente precisa entre los dos sistemas
psíquicos. Esta decepción hará considerar insatisfactorios nuestros resultados y
será probablemente utilizada para poner en duda el valor de nuestra
diferenciación de los procesos psíquicos. Pero hemos de alegar, que nuestra labor
no es sino la de transformar en una teoría los resultados de la observación y que
nunca nos hemos obligado a construir, de buenas a primeras, una teoría
absolutamente clara y sencilla. Así, pues, defenderemos sus complicaciones
mientras demuestren corresponder a la observación, y continuaremos esperando
llegar con ella a un conocimiento final de la cuestión, que siendo sencillo en sí,
refleje, sin embargo, las complicaciones de la realidad.
Entre las ramificaciones de los impulsos inconscientes, cuyos caracteres
hemos descrito, existen algunas que reúnen en sí las determinaciones más
expuestas. Por un lado, presentan un alto grado de organización, se hallan exentas
de contradicciones, han utilizado todas las adquisiciones del sistema Cc. y apenas
se diferencian de los productos de este sistema, pero en cambio, son inconscientes
e incapaces de conciencia. Pertenecen, pues, cualitativamente, al sistema Prec.; pero
efectivamente, al Inc. Su destino depende totalmente de su origen, y podemos
compararlas con aquellos mestizos, semejantes en general, a los individuos de la
raza blanca, pero que delatan su origen mixto, por diversos rasgos visibles, y
quedan así excluidos de la sociedad y del goce de las prerrogativas de los blancos.
Aquellos productos de la fantasía de los normales y de los neuróticos, que
reconocimos como fases preliminares de la formación de sueños y de síntomas,
productos que a pesar de su alto grado de organización permanecen reprimidos y
no pueden, por lo tanto, llegar a la conciencia, son formaciones de este género. Se
aproximan a la conciencia y permanecen cercanos a ella, sin que nada se lo estorbe,
mientras su carga es poco intensa, pero en cuanto ésta alcanza una cierta
intensidad, quedan rechazados. Ramificaciones de lo inconsciente, igualmente
organizadas, son también las formaciones sustitutivas, pero éstas consiguen el
acceso a la conciencia merced a una relación favorable, por ejemplo, si sucede que
unan sus fuerzas con una contracarga del sistema Prec.
Investigando más detenidamente, en otro lugar, las condiciones del acceso a
la conciencia, lograremos resolver muchas de las dificultades que aquí se nos
oponen. Para ello, creemos conveniente invertir el sentido de nuestro examen, y si
hasta ahora hemos seguido una dirección ascendente, partiendo del sistema Inc. y
elevándonos hacia el sistema Cc., tomaremos ahora a este último, como punto de
partida. Frente a la conciencia, hallamos la suma total de los procesos psíquicos,
que constituyen el reino de lo preconciente. Una gran parte de lo preconciente
procede de lo inconsciente, constituye una ramificación de tal sistema y sucumbe a
una censura antes de poder hacerse consciente. En cambio, otra parte de dicho
sistema Prec. es capaz de conciencia sin previo examen por la censura. Queda aquí,
contradicha, una de nuestras hipótesis anteriores. En nuestro estudio de la
represión, nos vimos forzados a situar entre los sistemas Inc. y Prec. la censura, que
decide el acceso a la conciencia, y ahora encontramos una censura entre el sistema
Prec. y el Cc. Pero no deberemos ver en esta complicación, una dificultad, sino
aceptar que a todo paso desde un sistema al inmediatamente superior, esto es, a
todo progreso hacia una fase más elevada de la organización psíquica, corresponde
una nueva censura. La hipótesis de una continua renovación de las inscripciones,
queda de este modo anulada.
La causa de todas estas dificultades, es que la conciencia, único carácter de
los procesos psíquicos que nos es directamente dado, no se presta, en absoluto, a la
distinción de sistemas. La observación nos ha mostrado que lo consciente no es
siempre consciente, sino latente también durante largos espacios de tiempo, y
además, que muchos de los elementos que comparten las cualidades del sistema
Prec. no llegan a ser conscientes. Más adelante, hemos de ver asimismo, que el
acceso a la conciencia queda limitado por determinadas orientaciones de su
atención. La conciencia presenta de este modo, con los sistemas y con la represión,
relaciones nada sencillas.
En realidad, sucede que no sólo permanece ajeno a la conciencia lo psíquico
reprimido, sino también una parte de los sentimientos que dominan a nuestro yo, o
sea la más enérgica antítesis funcional de lo reprimido. Por lo tanto, si queremos
llegar a una consideración metapsicológica de la vida psíquica, habremos de
aprender a emanciparnos de la significación del síntoma «conciencia».
Mientras no llegamos a emanciparnos en esta forma, queda interrumpida
nuestra generalización, por continuas excepciones. Vemos, en efecto, que ciertas
ramificaciones del sistema Inc. devienen conscientes, como formaciones
sustitutivas y como síntomas, generalmente después de grandes deformaciones,
pero muchas veces, conservando gran cantidad de los caracteres que provocan la
represión, y encontramos que muchas formaciones preconcientes permanecen
inconscientes, a pesar de que por su naturaleza, podrían devenir conscientes.
Habremos, pues, de admitir, que vence en ellas la atracción del sistema Inc.,
resultando así, que la diferencia más importante, no debe buscarse entre lo
consciente y lo preconciente, sino entre lo preconciente y lo inconsciente. Lo
inconsciente es rechazado por la censura al llegar a los límites de lo preconciente,
pero sus ramificaciones pueden eludir esta censura, organizarse en alto grado y
llegar en lo preconciente hasta una cierta intensidad de la carga, traspasada la cual
intentan imponerse a la conciencia, siendo reconocidas como ramificaciones del
sistema Inc. y rechazadas hasta la nueva frontera de la censura entre el sistema
Prec. y el Cc. La primera censura funciona, así, contra el sistema Inc., y la última
contra las ramificaciones preconcientes del mismo. Parece como si la censura
hubiera avanzado un cierto estadio en el curso del desarrollo individual.
En el tratamiento psicoanalítico, se nos ofrece la prueba irrebatible de la
existencia de la segunda censura, o sea de la situada entre los sistemas Prec. y Cc.
Invitamos al enfermo a formar numerosas ramificaciones del sistema Inc., le
obligamos a dominar las objeciones de la censura contra el acceso a la conciencia,
de estas formaciones preconcientes, y nos abrimos, por medio del vencimiento de
esta censura, el camino que ha de conducirnos al levantamiento de la represión,
obra de la censura anterior. Añadiremos aún la observación de que la existencia de
la censura entre el sistema Prec. y el Cc. nos advierte que el acceso a la conciencia
no es un simple acto de percepción sino, probablemente, también una sobrecarga —
hipercatexis—, o sea un nuevo progreso de la organización psíquica.
Volviéndonos hacia la relación del sistema Inc. con los demás sistemas, y
menos para establecer nuevas afirmaciones, que para no dejar de consignar
determinadas circunstancias evidentes, vemos que en las raíces de la actividad
instintiva, comunican ampliamente los sistemas. Una parte de los procesos aquí
estimulados pasa por el sistema Inc. como por una fase preparatoria y alcanza en el
sistema Cc. el más alto desarrollo psíquico, mientras que la otra queda retenida
como Inc. Lo Inc. es también herido por los estímulos procedentes de la percepción.
Todos los caminos que van desde la percepción al sistema Inc. permanecen
regularmente libres y sólo los que parten del sistema Inc., y conducen más allá del
mismo son los que quedan cerrados por la represión.
Es muy singular y digno de atención, el hecho de que el sistema Inc. de un
individuo pueda reaccionar al de otro, eludiendo absolutamente el sistema Cc. Este
hecho merece ser objeto de una penetrante investigación, encaminada
principalmente a comprobar si la actividad preconciente queda también excluida
en tal proceso; pero de todos modos, descriptivamente el hecho es irrebatible.
El contenido del sistema Prec. (o Cc.) procede, en parte, de la vida instintiva
(por mediación del sistema Inc.), y, en parte, de la percepción. No puede
determinarse hasta qué punto los procesos de este sistema son capaces de ejercer,
sobre el sistema Inc., una influencia directa. La investigación de casos patológicos
muestra con frecuencia una independencia casi increíble del sistema Inc. La
condición de la enfermedad es, en general, una completa divergencia de las
tendencias y una separación absoluta de ambos sistemas. Ahora bien: el
tratamiento psicoanalítico se halla fundado en influenciar al sistema Inc. desde el
sistema Cc y muestra, de todos modos, que tal influencia no es imposible, aunque
sí difícil. Las ramificaciones del sistema Inc., que establecen una medición entre
ambos sistemas, abren, como ya hemos indicado, el camino que conduce a este
resultado. Podemos, sin embargo, admitir, que la modificación espontánea del
sistema Inc. por parte del sistema Cc. es un proceso penoso y lento.
La cooperación entre un sentimiento preconciente y otro inconsciente o
incluso intensamente reprimido, puede surgir cuando el sentimiento inconsciente
es capaz de actuar en el mismo sentido que una de las tendencias dominantes. En
este caso, queda levantada la represión y permitida la actividad reprimida, a título
de intensificación de la que el yo se propone. Lo inconsciente se hace ego-sintónico
únicamente en esta constelación, pero sin que su represión sufra modificación
alguna. La obra que el sistema Inc. lleva a cabo en esta cooperación, resulta
claramente visible: las tendencias reforzadas se conducen, en efecto, de un modo
diferente al de las normales, capacitadas para funciones especialmente perfectas y
muestran ante la contradicción una resistencia análoga a la de los síntomas
obsesivos.
El contenido del sistema Inc. puede ser comparado a una población aborigen
psíquica. Si en el hombre existe un acervo de formaciones psíquicas heredadas, o
sea algo análogo al instinto animal, ello será lo que constituya el nódulo del
sistema Inc. A esto se añaden después los elementos rechazados por inútiles
durante el desarrollo infantil, elementos que pueden ser de naturaleza idéntica a la
heredada. Hasta la pubertad no se establece una precisa y definitiva separación del
contenido de ambos sistemas.
VII

EL RECONOCIMIENTO DE LO INCONSCIENTE

TODO LO QUE HASTA AQUÍ HEMOS EXPUESTO sobre el sistema Inc.


puede extraerse del conocimiento de la vida onírica y de la neurosis de
transferencia. No es, ciertamente, mucho; nos parece en ocasiones oscuro y
confuso, y no nos ofrece la posibilidad de incluir o subordinar al sistema Inc. en un
contexto conocido. Pero el análisis de una de aquellas afecciones, a las que damos
el nombre de «psiconeurosis narcisistas», nos promete proporcionarnos datos, por
medio de los cuales podremos aproximarnos al misterioso sistema Inc. y llegar a su
inteligencia.
Desde un trabajo de Abraham (1908), que este concienzudo autor llevó a
cabo por indicación mía, intentamos caracterizar la dementia praecox de Kraepelin
(la esquizofrenia de Bleuler), por su conducta con respecto a la antítesis del yo y el
objeto. En las neurosis de transferencia (histerias de angustia y de conversión y
neurosis obsesiva) no había nada que situase en primer término esta antítesis.
Comprobamos que la falta de objeto traía consigo la eclosión de la neurosis; que
ésta integraba la renuncia al objeto real, y que la libido sustraída al objeto real
retrocedía hasta un objeto fantástico y desde él hasta un objeto reprimido
(introversión). Pero la carga de objeto queda tenazmente conservada en estas
neurosis, y una sutil investigación del proceso represivo, nos ha forzado a admitir
que dicha carga perdura en el sistema Inc., a pesar de la represión, o más bien, a
consecuencia de la misma. La capacidad de transferencia, que utilizamos
terapéuticamente en estas afecciones, presupone una carga de objeto no estorbada.
A su vez, el estudio de la esquizofrenia nos ha impuesto la hipótesis de que
después del proceso represivo, no busca la libido sustraída ningún nuevo objeto,
sino que se retrae al yo, quedando así suprimida la carga de objeto y reconstituido
un primitivo estado narcisista, carente de objeto. La incapacidad de transferencia
de estos pacientes, dentro de la esfera de acción del proceso patológico, su
consiguiente inaccesibilidad terapéutica, su singular repulsa del mundo exterior, la
aparición de indicios de una sobrecarga del propio yo y, como final, la más
completa apatía, todos estos caracteres clínicos parecen corresponder, a maravilla,
a nuestra hipótesis de la cesación de la carga de objeto. Por lo que respecta a la
relación con los dos sistemas psíquicos, han comprobado todos los investigadores
que muchos de aquellos elementos que en las neurosis de transferencia nos vemos
obligados a buscar en lo inconsciente por medio del psicoanálisis, son
conscientemente exteriorizados en la esquizofrenia. Pero al principio, no fue
posible establecer una conexión inteligible entre la relación del yo con el objeto y
las relaciones de la conciencia.
Esta conexión se nos reveló después, de un modo inesperado. Se observa en
los esquizofrénicos, sobre todo durante los interesantísimos estadios iniciales, una
serie de modificaciones del lenguaje, muchas de las cuales merecen ser
consideradas desde un determinado punto de vista. La expresión verbal es objeto
de un especial cuidado, resultando «pomposa» y «altiva». Las frases experimentan
una particular desorganización de su estructura, que nos las hace ininteligibles,
llevándonos a creer faltas de todo sentido las manifestaciones del enfermo. En
éstas, aparece con frecuencia, en primer término, una alusión a órganos somáticos
o a sus inervaciones. Observamos, además, que en estos síntomas de la
esquizofrenia, semejantes a las formaciones sustitutivas histéricas o de la neurosis
obsesiva, muestra, sin embargo, la relación entre la sustitución y lo reprimido,
peculiaridades que en las dos neurosis mencionadas nos desorientarían.
El doctor V. Tausk (Viena), ha puesto a mi disposición algunas de sus
observaciones de una paciente con esquizofrenia en su estadio inicial,
observaciones que presentan la ventaja de que la enferma misma proporcionaba
aún la explicación de sus palabras. Exponiendo dos de estos ejemplos, indicaremos
cuál es nuestra opinión sobre este punto concreto, para cuyo esclarecimiento puede
cualquier observador acoplar, sin dificultad alguna, material suficiente.
Uno de los enfermos de Tausk, una muchacha que acudió a su consulta poco
después de haber regañado con su novio, se queja: «Los ojos no están bien, están
torcidos», y explica luego, por sí misma, esta frase, añadiendo en lenguaje
ordenado, una serie de reproches contra el novio: «Nunca he podido
comprenderle. Cada vez se le muestra distinto. Es un hipócrita, “un ojo torcido”, le
ha torcido sus ojos, ahora ella tiene sus ojos torcidos, ya no son sus ojos nunca más,
ahora ella ve al mundo con ojos diferentes».
Estas manifestaciones, añadidas por la enferma a su primera frase
ininteligible, tienen todo el valor de un análisis, pues contienen una equivalencia
de la misma en lenguaje perfectamente comprensible, y proporcionan, además, el
esclarecimiento de la génesis y la significación de la formación verbal
esquizofrénica. Coincidiendo con Tausk, haremos resaltar, en este ejemplo, el
hecho de que la relación del contenido con un órgano del soma (en este caso con el
de la visión) llega a arrogarse la representación de dicho contenido en su totalidad.
La frase esquizofrénica presenta así un carácter hipocondríaco, constituyéndose en
lenguaje de órgano.
Otra expresión de la misma enferma: «Está en la iglesia y siente, de pronto,
un impulso a cambiar de posición, como si alguien la colocara en una posición, como si ella
fuese puesta en cierta posición».
A continuación de esta frase, desarrolla la paciente su análisis, por medio de
una serie de reproches contra el novio: «Es muy ordinario y la ha hecho ordinaria a
ella, que es de familia fina. La ha hecho igual a él, haciéndola creer que él le era
superior, y ahora ha llegado a ser ella como él, porque creía que llegaría a ser mejor
si conseguía igualarse a él. Él se ha colocado en una posición que no le correspondía, y
ella es ahora como él (por identificación), pues él la ha colocado en una posición que no
le corresponde».
El movimiento de «posición», observa Tausk, es una representación de la
palabra «fingir» (sich stellen: colocarse; verstellen: fingir) y de la identificación con el
novio. Hemos de hacer resaltar aquí, nuevamente, que la serie entera de
pensamientos está dominada por aquel elemento del proceso mental, cuyo
contenido es una inervación somática (o más bien, su sensación). Además, una
histérica hubiera torcido en realidad convulsivamente los ojos en el primer caso, y
en el segundo habría realizado el movimiento indicado, en lugar de sentir el
impulso a realizarlo o la sensación de llevarlo a cabo, y sin poseer, en ninguno de los
dos casos, pensamiento consciente alguno enlazado con el movimiento ejecutado
ni de ser capaz de exteriorizar después ninguno de tales pensamientos.
Estas dos observaciones testimonian de aquello que hemos denominado
lenguaje hipocondríaco o de órgano, pero, además, atraen nuestra atención sobre un
hecho que puede ser comprobado a voluntad, por ejemplo, en los casos reunidos
en la monografía de Bleuler, y concretado en una fórmula. En la esquizofrenia,
quedan sometidas las palabras al mismo proceso que forma las imágenes oníricas
partiendo de las ideas latentes del sueño, o sea al proceso psíquico primario. Las
palabras quedan condensadas y se transfieren sus cargas unas a otras, por medio
del desplazamiento. Este proceso puede llegar hasta conferir a una palabra,
apropiada para ello, por sus múltiples relaciones, la representación de toda la serie
de ideas. Los trabajos de Breuler, Jung y sus discípulos ofrecen material más que
suficiente para comprobar esta afirmación.[4]
Antes de deducir una conclusión de estas impresiones examinaremos la
extraña y sutil diferencia existente entre las formaciones sustitutivas de la
esquizofrenia por un lado y las de la histeria y la neurosis obsesiva por el otro. Un
enfermo, al que actualmente tengo en tratamiento, se hace la vida imposible,
absorbido por la preocupación que le ocasiona el supuesto mal estado de la piel de
su cara, pues afirma tener en el rostro multitud de profundos agujeros producidos
por granitos o «espinillas» que todos perciben. El análisis demuestra que hace
desarrollarse en la piel de su rostro un complejo de castración. Al principio no le
preocupaban nada tales espinillas y se las quitaba apretándolas entre las uñas,
operación en la que, según sus propias palabras, le proporcionaba gran contento
«ver cómo brotaba algo» de ellos. Pero después empezó a creer que en el punto en
que había tenido una de estas «espinillas» le quedaba un profundo agujero y se
reprochaba duramente haberse estropeado la piel con su manía de «andarse
siempre tocando con su mano». Es evidente que el acto de reventarse las espinillas
de la cara, haciendo surgir al exterior su contenido, es en este caso una sustitución
del onanismo. El agujero resultante de este manejo, correspondía al órgano genital
femenino, o sea al cumplimiento de la amenaza de castración provocada por el
onanismo (o la fantasía correspondiente). Esta formación sustitutiva presenta, a
pesar de su carácter hipocondríaco, grandes analogías con una conversión histérica
y, sin embargo, experimentamos la sensación de que en este caso debe
desarrollarse algo distinto aun antes de poder decir en qué consiste la diferencia, y
que una histeria de conversión no podría presentar jamás tales productos
sustitutivos. Un histérico no convertirá nunca un agujero tan pequeño como el
dejado por la extracción de una «espinilla» en símbolo de la vagina, a la que
comparará, en cambio, con cualquier objeto que circunscriba una cavidad.
Creemos también que la multiplicidad de los agujeros le impediría igualmente
tomarlos como símbolo del genital femenino. Lo mismo podríamos decir de un
joven paciente cuya historia clínica relató el doctor Tausk hace ya años ante la
Sociedad Psicoanalítica de Viena. Este paciente se conducía en general como un
neurótico obsesivo, necesitaba largas horas para asearse y vestirse, etc. Pero
presentaba el singularísimo rasgo de explicar espontáneamente, sin resistencia
alguna, la significación de sus inhibiciones. Así, al ponerse los calcetines, le
perturbaba la idea de tener que estirar las mallas del tejido, produciendo en él
pequeños orificios, cada uno de los cuales constituía para él el símbolo del genital
femenino. Tampoco este simbolismo es propio de un neurótico obsesivo. Uno de
estos neuróticos observado por Reitler que padecía de igual lentitud al ponerse los
calcetines, halló, una vez vencidas sus resistencias, la explicación de que el pie era
un símbolo del pene y el acto de ponerse sobre él el calcetín, una representación
del onanismo, viéndose obligado a ponerse y quitarse una y otra vez el calcetín, en
parte para completar la imagen de la masturbación y en parte para anularla.
Estos extraños caracteres de la formación sustitutiva y del síntoma en la
esquizofrenia, nos llevan a afirmar finalmente el predominio de lo que debe
hacerse con las palabras sobre lo que debe hacerse con las cosas. Entre el hecho de
extraerse una «espinilla» de la piel y una eyaculación existe muy escasa analogía, y
menos aún entre los infinitos poros de la piel y la vagina. Pero en el primer caso
«brota» en ambos actos algo, y al segundo puede aplicarse la cínica frase de que
«un agujero es siempre un agujero». La semejanza de la expresión verbal, y no la
analogía de las cosas expresadas, es lo que ha decidido la sustitución. Así, pues,
cuando ambos elementos —la palabra y el objeto— no coinciden, se nos muestra la
formación sustitutiva esquizofrénica distinta de la que surge en las neurosis de
transferencia.
Esta conclusión nos obliga a modificar nuestra hipótesis de que la carga de
objetos queda interrumpida en la esquizofrenia y a reconocer que continúa siendo
mantenida la carga de las imágenes verbales de los objetos. La imagen consciente
del objeto queda así descompuesta en dos elementos: la imagen verbal y la de la cosa,
consistente esta última en la carga, si no ya de huellas mnémicas de la cosa al
menos de huellas mnémicas lejanas, derivadas de las primeras. Creemos descubrir
aquí cuál es la diferencia existente entre una representación consciente y una
representación inconsciente. No son, como supusimos, distintas inscripciones del
mismo contenido en diferentes lugares psíquicos, ni tampoco diversos estados
funcionales de la carga, en el mismo lugar. Lo que sucede es que la representación
consciente integra la imagen de la cosa más la correspondiente representación
verbal, mientras que la imagen inconsciente es la representación de la cosa sola. El
sistema Inc. contiene las «cargas de cosa» de los objetos, o sea las primeras y
verdaderas cargas de objeto. El sistema Prec. nace a consecuencia de la sobrecarga
de la «imagen de cosa» por su conexión con las representaciones verbales a ella
correspondientes. Habremos de suponer, que estas sobrecargas son las que traen
consigo una más elevada organización psíquica y hacen posible la sustitución del
proceso primario por el proceso secundario, dominante en el sistema Prec.
Podemos ahora expresar más precisamente qué es lo que la represión niega a las
representaciones rechazadas en la neurosis de transferencia. Les niega la
traducción en palabras, las cuales permanecen enlazadas al objeto. Una
representación no concretada en palabras o en un acto psíquico no sobrecargado,
permanecen entonces en estado de represión en el sistema Inc.
He de hacer resaltar, que este conocimiento, que hoy nos hace inteligible uno
de los más singulares caracteres de la esquizofrenia, lo poseíamos hace ya mucho
tiempo. En las últimas páginas de nuestra Interpretación de los sueños, publicada en
1900, exponíamos ya que los procesos de pensamiento, esto es, actos de carga más
alejados de las percepciones, carecen en sí de cualidad y de consciencia, y sólo por
la conexión con los restos de las percepciones verbales alcanzan su capacidad de
devenir conscientes. Las representaciones verbales nacen, por su parte, de la
percepción sensorial en la misma forma que las «imágenes de cosa», de manera
que podemos preguntarnos por qué las representaciones de objetos no pueden
devenir conscientes por medio de sus propios restos de percepción. Pero
probablemente el pensamiento se desarrolla en sistemas tan alejados de los restos
de percepción primitivos, que no han retenido ninguna de las cualidades de estos
residuos y precisan para devenir conscientes de una intensificación por medio de
nuevas cualidades. Asimismo las cargas pueden ser provistas de cualidades por su
conexión con palabras, aun cuando ellas representen simplemente a relaciones entre
las representaciones de objetos y no sean capaces de derivar cualidad alguna de las
percepciones. Estas relaciones, comprensibles únicamente a través de las palabras,
constituyen un elemento principalísimo de nuestros procesos de pensamiento.
Comprendemos que la conexión con presentaciones verbales no coincide aun con
el acceso a la conciencia, sino que se limita a hacerlo posible, no caracterizando, por
lo tanto, más que al sistema Prec. Pero observamos, que con estas especulaciones,
hemos abandonado nuestro verdadero tema, entrando de lleno en los problemas
de lo preconciente y lo consciente, que será más adecuado reservar para una
investigación especial.
En la esquizofrenia, que solamente rozamos aquí en cuanto nos parece
indispensable para el conocimiento de lo inconsciente, surge la duda de si el
proceso que aquí denominamos represión tiene realmente algún punto de contacto
con la represión que tiene lugar en la neurosis de transferencia. La fórmula de que
la represión es un proceso que se desarrolla entre los sistemas Inc. y Prec. (o Cc.) y
cuyo resultado es la distanciación de la conciencia, precisa ser modificada si ha de
comprender también los casos de demencia precoz y otras afecciones narcisísticas.
Pero la tentativa de fuga del yo, que se exterioriza en la sustracción de la carga
consciente, sigue siendo un elemento común a ambos tipos de neurosis. La
observación más superficial nos enseña, por otro lado, que esta fuga del yo es
fundamental en las neurosis narcisistas.
Si en la esquizofrenia consiste esta fuga en la sustracción de la carga
instintiva de aquellos elementos que representan a la presentación inconsciente del
objeto, puede parecernos extraño que la parte de dicha representación
correspondiente al sistema Prec. —las representaciones verbales a ella
correspondientes— haya de experimentar una carga más intensa. Sería más bien de
esperar que la representación verbal hubiera de experimentar, por constituir la
parte preconciente, el primer impacto de la represión, resultando incapaz de carga
una vez llegada la represión a las «presentaciones de cosa» inconscientes. Esto
parece difícilmente comprensible, pero se explica en cuanto reflexionamos que la
carga de la representación verbal no pertenece a la labor represiva, sino que
constituye la primera de aquellas tentativas de restablecimiento o de curación que
dominan tan singularmente el cuadro clínico de la esquizofrenia. Estos esfuerzos
aspiran a recobrar el objeto perdido y es muy probable que con este propósito
tomen el camino hacia el objeto pasando por la parte verbal del mismo. Pero al
obrar así tienen que contentarse con las palabras en lugar de las cosas. Nuestra
actividad anímica se mueve generalmente en dos direcciones opuestas: partiendo
de los instintos a través del sistema Inc., hasta la actividad del pensamiento
consciente, o por un estímulo externo, a través de los sistemas Cc. y Prec., hasta las
cargas Inc. del yo y de los objetos. Este segundo camino tiene que permanecer
transitable, a pesar de la represión, y se halla abierto, hasta un cierto punto, a los
esfuerzos de la neurosis por recobrar sus objetos. Cuando pensamos
abstractamente, corremos el peligro de desatender las relaciones de las palabras
con las «presentaciones de cosa» inconscientes, y no puede negarse que nuestro
filosofar alcanza entonces una indeseada analogía de expresión y de contenido con
la labor mental de los esquizofrénicos. Por otro lado, podemos decir que la manera
de pensar de los esquizofrénicos se caracteriza por el hecho de manejar cosas
concretas como abstractas.
Si con las consideraciones que preceden hemos llegado a una exacta tasación
del sistema Inc. y a determinar concretamente la diferencia entre las presentaciones
conscientes y las inconscientes, nuestras sucesivas investigaciones habrán de
conducirnos de nuevo, y por muchas razones a este pequeño trozo de
conocimiento.
SIGMUND FREUD (Príbor, Imperio austríaco, 1856 - Londres, Inglaterra,
1939). Creador del Psicoanálisis; es considerado como uno de los más grandes
pensadores contemporáneos. Poco tiempo después de su nacimiento en la región
de Moravia se trasladó con su familia a Viena, donde cursaría posteriormente
estudios de medicina y fijaría su lugar de residencia. De origen judío, la invasión
de Austria por las tropas de Hitler le obligó a exiliarse en Londres, donde moriría
en 1939.
Freud ideó el método psicoanalítico en el curso de sus investigaciones sobre
pacientes «histéricas», a quienes había intentado tratar en un principio mediante la
hipnosis. Tras el rechazo inicial con el que fue acogido por la comunidad científica,
el psicoanálisis empezó a cosechar más y más adeptos, y en 1909, a raíz de una
serie de conferencias que Freud dictó en los EE. UU., consiguió dar inicio una
expansión internacional.
Fue un autor prolífico; entre sus obras destacan: Estudios sobre la histeria
(1895), La interpretación de los sueños (1900), Psicopatología de la vida cotidiana (1901),
Tres ensayos para una teoría sexual (1905), Introducción del narcisismo (1914), El
yo y el ello (1925).
Notas

[1]
La afectividad se manifiesta, esencialmente, en la descarga motora
(secretora y vasomotora) encamina da a la modificación del propio cuerpo sin
relación al mundo externo; y la motilidad, en actos destinados a la modificación del
mundo exterior.
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[2]
Cf. El análisis sobre esto en el capítulo VII de La interpretación de los sueños,
basado en ideas desarrolladas con Breuer en Estudios sobre la histeria.
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[3]
Más adelante indicaremos aún otra prerrogativa más del sistema Inc. [Que
no fue aclarada (N. del T.).].
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[4]
En ocasiones maneja la elaboración onírica las palabras como si fuesen
objetos, y crea entonces frases o neologismos muy análogos a los de la
esquizofrenia.
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