La Naturaleza Esencial Del Hombre La Cocinera de Matrix VK
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Las siguientes palabras de Goethe indican admirablemente el punto de partida de una de las vías por las cuales la entidad humana
puede ser conocida: «Apenas el hombre se apercibe de los objetos que lo rodean, los examina con relación a sí mismo; y con razón,
porque para él, todo depende del hecho de que le agraden o le disgusten, lo atraigan o le repelan, que le sean útiles o nocivos. Esta
manera tan natural de mirar o juzgar las cosas, parece tan fácil como necesaria; no obstante, se expone a innumerables errores que a
menudo le humillan y le amargan la vida. Tarea mucho más difícil se preparan aquellos que, por vivo deseo de saber, tienden a
observar las cosas de la Naturaleza en sí mismas y en sus relaciones recíprocas, desde que tienen que prescindir de las normas que
como hombres les hacían considerar las cosas en relación a sí mismos, esto es, dejan de guiarse por el agrado, el desagrado, la
atracción o la repulsión, la utilidad o el daño; deben renunciar a sus propias impresiones y, como hombres indiferentes y casi
divinos, estudiar e investigar lo que existe y no lo que les agrada. Así, el botánico ha de ser indiferente a la belleza o utilidad de las
plantas: debe estudiar su estructura y sus relaciones con el resto del reino vegetal, y como el Sol a todo da vida y lo ilumina, así
también el investigador debe dirigir su mirada serena a todo, indistintamente. La norma para juzgar las cosas y alcanzar
conocimientos de las mismas, la debe hallar no en sí mismo, sino en las manifestaciones de los objetos que observa».
Este pensamiento de Goethe dirige nuestra atención sobre tres puntos diferentes: el primero nos lo dan los objetos, de los cuales
obtenemos informe continuado por la intervención de nuestros sentidos, a través de los que podemos palpar, oler, gustar, oír y ver; el
segundo consiste en las impresiones que recibimos de los objetos, y que se manifiestan en nosotros como agrado y desagrado, deseo
o repulsión, cuando los juzgamos con simpatía a unos y con antipatía a otros, útiles a unos y nocivos a otros; finalmente, el tercero, es
el conocimiento que adquirimos «como seres casi divinos», con respecto a esos objetos: es el secreto que se nos revela sobre su
existencia y actividad.
Estos tres campos se distinguen netamente en la vida humana; por esto el hombre se hace consciente de estar vinculado con el
mundo de modo triple. El primer modo está representado por lo que nos rodea, y se acepta como un simple hecho; por el segundo,
consideramos al mundo como cosa propia —como algo que tiene importancia para nosotros—. El tercero lo consideramos como una
meta a la que debemos aspirar incesantemente.
¿Por qué razón el mundo se le aparece al hombre bajo este triple aspecto? Nos lo enseñará una sencilla reflexión: Si atravesamos un
prado, las flores manifestarán sus colores a nuestros ojos: éste es el hecho que aceptamos como tal. Nos alegramos de lo esplendoroso
de aquellos colores; con esto transformamos ese hecho en un asunto personal. Por medio de nuestros sentimientos relacionamos a las
flores con nuestra existencia. Supongamos que después de un año pasamos nuevamente por aquel prado: habrá nuevas flores y
experimentaremos alegría otra vez. El placer experimentado el año anterior reaparecerá en forma de recuerdo: estaba dentro de
nosotros, mientras los objetos que eran la causa han desaparecido. Pero las flores que vemos ahora, son de la misma especie de las del
año pasado, y han crecido obedeciendo a las mismas leyes. Si nosotros hubiéramos adquirido algunas nociones sobre aquellas
especies, y sobre aquellas leyes, volveríamos a encontrarlas en las flores de este año como las conocimos en las del año pasado, y
podremos entonces razonar de esta manera: «Desaparecieron las flores del año pasado, la alegría que nos causaron ha permanecido
sólo en nuestra memoria; está vinculada únicamente con nuestra propia existencia. En cambio, los conocimientos que hemos
adquirido de aquellas flores el año pasado, y que volvemos a encontrar ahora, permanecerán mientras semejantes flores se
produzcan. Esto es algo que se nos ha revelado, pero que no depende de nuestra existencia, como de ella depende nuestra alegría».
Nuestras sensaciones de placer están en nosotros, pero las leyes y la característica de aquellas flores están fuera de nosotros, en el
mundo.
Así el hombre se relaciona continuamente de tres modos con las cosas del mundo. Ahora bien, sin agregar interpretación alguna, y
tomando este hecho sencillamente como se nos presenta, resulta que el hombre tiene tres aspectos en su ser, que podemos relacionar
con tres palabras: cuerpo, alma y espíritu. Con estas tres palabras queremos indicar sólo estos tres aspectos de la naturaleza humana,
y nada más por ahora: quien las relacionara con alguna idea preconcebida o alguna hipótesis, arriesgaría comprender mal lo que
expondremos en seguida. Por cuerpo entendemos aquí aquello por medio del cual se manifiestan al hombre los objetos que le rodean
—como en nuestro ejemplo, las flores del prado—. Con la palabra alma, queremos indicar aquello por medio de lo cual el hombre
relaciona los objetos con su propia existencia, y experimenta por ello agrado y desagrado, placer y disgusto, alegría y dolor. Por
espíritu, entendemos lo que se revela en el nombre, cuando contempla los objetos, según la expresión empleada por Goethe, «como
un ser casi divino». En este sentido el hombre está constituido por: cuerpo, alma y espíritu.
Mediante el cuerpo, el hombre puede ponerse en relación momentánea con los objetos; mediante el alma, conserva las impresiones
que éstos le han causado, y mediante el espíritu, se le revela el íntimo contenido de los mismos objetos. Sólo considerando al hombre
bajo estos tres aspectos, se puede tener la esperanza de llegar al conocimiento de su ser, porque estos tres aspectos, lo presentan
emparentado con el resto del mundo de una manera triple.
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16/5/23, 12:04 La naturaleza esencial del hombre « La Cocinera de Matrix VK
Mediante el cuerpo, el hombre tiene afinidad con los objetos que se evidencian desde afuera a sus sentidos. Su cuerpo se compone de
los elementos del mundo externo, y las fuerzas externas obran también en él. Como observa los objetos exteriores con sus sentidos,
así también puede contemplar su propia existencia física, pero le es imposible contemplar del mismo modo la existencia del alma.
Con los sentidos físicos podemos percibir todo lo que hay en nosotros de procesos físicos, mientras que tales sentidos no nos dan la
capacidad de percibir las sensaciones de agrado y desagrado, de alegría y de dolor ni en nosotros ni en los demás. Mientras la
existencia física del hombre se manifiesta a la vista de todos, la vida del alma es un campo inaccesible a la percepción física; el
hombre la lleva en su interior como en un mundo suyo propio. A través del espíritu, en cambio, el mundo externo se manifiesta al
hombre de una manera superior. Es verdad que en su interioridad se le revela lo oculto del mundo externo, pero él, en espíritu, por
así decirlo, sale de sí y deja que los objetos le hablen de ellos mismos; de lo que tiene importancia, no para él, sino para ellos. Así,
cuando un hombre contempla la bóveda estrellada a él pertenecen la admiración y la alegría que siente en el alma, pero las leyes
eternas de las estrellas, que él comprende con su mente, con el espíritu, no le pertenecen a él sino a las estrellas.
Por lo que antecede se ve que el hombre es habitante de tres mundos. Mediante su cuerpo pertenece al mundo que percibe por medio
de ese mismo cuerpo; mediante el alma se construye su propio mundo, y por medio del espíritu se le manifiesta un mundo superior a
los otros dos. Es evidente que sólo se puede adquirir una clara comprensión de dichos tres mundos y de la forma como el hombre
participa en ellos, examinándolos de tres modos diferentes, puesto que son esencialmente diversos.
Esta entrada fue publicada en Planetas, Rudolf Steiner, Teosofia.
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