El Cine Latinoamericano y Sus Retratos de La Vecindad y El Barrio

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El cine latinoamericano y sus retratos de la vecindad y

el barrio
Olga Toledo Cruz

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Olga Toledo Cruz. El cine latinoamericano y sus retratos de la vecindad y el barrio. Razón y Palabra,
2015, 90. �hal-01302727�

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RAZÓN Y PALABRA
Primera Revista Electrónica en Iberoamérica Especializada en Comunicación
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El cine latinoamericano y sus retratos de la vecindad y el barrio.


Olga Toledo Cruz (Venezuela).1

Resumen.

El cine de México y Argentina dejaron su huella en las producciones venezolanas de hoy


que revelan el perfil del joven de condición humilde y sus representaciones. Mediante el
análisis documental y con un trabajo de campo enfocado en cuatro producciones
venezolanas, se muestra la construcción de la realidad creada por el cine sobre esos jóvenes
provenientes de hogares matricentrados y donde el padre está ausente, mientras que otros
son hijos de la calle; sin embargo, todos ellos pueden ser vulnerables al ambiente de
violencia urbano.

Palabras clave.

Construcción de la realidad, cine, estereotipo, representaciones sociales, pobreza, joven.

Abstract.

Mexican and Argentinean films have left their mark in the Venezuelan cinematographic
works of the present, which reveal the profiles of the young poor people and their
representations. Through a documentary analysis, with a fieldwork focused on four
Venezuelan productions, a Social Constructionism reveals the reality of the boys that come
from matricentric homes, with an absent father role, while others are simply homeless;
however, all of them are vulnerable to the violent urban environment.

Keywords.

Social Constructionism, film, stereotypes, social representations, poverty, youth.

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Budú, uno de los protagonistas de la película venezolana “Secuestro express” (Jakubowicz,


2005), es un joven de origen humilde, un padre de familia amoroso y un artista popular,
pintos y cantante de rap. También, es parte de una banda de secuestradores y traficantes
drogas. Ante sus víctimas es un hombre cínico, agresivo, que las apunta con su pistola. Se
dirige a ellas con desprecio, ironía, insultos. Su actitud amenazadora intimida, al punto de
generar una atmósfera de fuerte tensión. Por su parte, Julio, del film “Hermano” (Rasquin,
2010), es un chico de un barrio marginal de Caracas, en cuyo hogar el padre está ausente.
Hijo y hermano afectuoso. Para las chicas es un galán, el capitán del equipo de fútbol. En
otra faceta, Julio es un pandillero, un delincuente rudo, que porta un arma de fuego.
También, se muestra como un justiciero, que busca vengar el asesinato de su madre. Hasta
que finalmente logra apartarse de la delincuencia y convertirse en futbolista profesional.

Estas dos descripciones son tan solo ejemplos de los personajes observados dentro de un
estudio que permitió describir, a través del establecimiento de categorías, a los estereotipos
del joven marginal en los países latinoamericanos y en Venezuela, presentados en
largometrajes de ficción. Para ello se realizó un recorrido por la filmografía que trata la
temática de la pobreza, con el objetivo de investigar los antecedentes del cine venezolano
actual en referentes fílmicos de países de la región y del propio país suramericano; con
miras a alcanzar una primera aproximación descriptiva,. La perspectiva del estudio fue
cualitativa-etnográfico y se recurrió a la búsqueda de información en fuentes documentales;
mientras que la observación de las películas implicó un trabajo de campo, en parte
realizado en salas de cine, pero en su mayoría utilizando copias de las películas en formato
DVD.

El foco de este análisis fueron los personajes masculinos de cuatro producciones


venezolanas del período 2002-2012, consideradas casos-tipo dentro de la filmografía de
esos 10 años: “El rumor de las piedras” (Bellame, 2011), “Hermano” (Rasquin, 2010), “La

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hora cero” (Velasco, 2010) y “Secuestro express” (Jakubowicz, 2005). Estos personajes se
analizaron de cara a una serie de categorías establecidas sobre la base del análisis
documental que sirvió de sustento teórico al trabajo.

En cuanto a su abordaje, este trabajo busca abrir paso a una línea de investigación no
tradicional en Venezuela, que contribuiría a comprender las “metáforas” o “grandes
relatos” a los que se refiere Roberto Aparici (2010) en su libro “La construcción de la
realidad en los medios de comunicación”, y que han sido representados por el cine de la
región; pero también abonaría el camino para entender los mitos y caricaturas que
menciona el psicólogo venezolano Axel Capriles en sus estudios sobre los estereotipos del
venezolano (2008 y 2011). En cuanto a la metodología de análisis de los personajes, se
siguió el modelo propuesto por los australianos Quin y McMahon, en su libro “Historias y
estereotipos” (1997), que considera a los personajes y acontecimientos como parte del
argumento o qué de la historia.

Según los autores australianos, un estereotipo es “una imagen convencional que se ha


acuñado para un grupo de gente, es decir, la forma habitual en que se suele presentar a un
grupo de gente. Esto convierte el estereotipo en una forma simple de pensar sobre la gente,
ya que podemos considerarla en términos de imágenes acuñadas” (1997, p. 137).

Por su parte, el psicólogo Axel Capriles (2008) utiliza el vocablo arquetipo para explicar
cómo las imágenes arquetípicas calan en la sociedad cuando una situación actual opera
como “disparador” o detonante (p. 172). En este caso, se podría decir que ese disparador es
la configuración social venezolana, con sectores que viven en situación de pobreza. Entre
ellos y sus opuestos existe una disparidad tal que ha dado lugar a la actual polarización que
caracteriza a la sociedad venezolana actual.

En esas zonas marginales puede verse al delincuente del barrio, el cabecilla de las bandas,
como un salvador que ofrece a los jóvenes la ilusión de una vida diferente uniéndose a la

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delincuencia. También, es el que lleva al barrio los beneficios y bienes suntuarios que
disfrutan otras clases sociales, como las antenas de televisión satelital. Es así como esta
figura se ha convertido en un modelo a seguir para algunos jóvenes de las barriadas
populares. Resulta oportuno referir los estudios de Capriles (2008), que explican como en
el continente americano la personalidad del pícaro y la del justiciero son muy cercanas y en
el delincuente popular venezolano hay rasgos de ellos, “…es una de las principales figuras
del modelaje en el proceso de socialización de los sectores populares del país. Considerado
muchas veces como una especie de héroe y hasta como un Robin Hood tropical,…” (p.
166), que curiosamente llega a contar con la aceptación popular.

No pareciera un hecho aislado el que los realizadores del cine de Venezuela hayan insistido
por décadas en resaltar la situación de marginalidad en la que viven sectores de la sociedad
del país y vean con preocupación la situación de esta juventud confundida entre esta suerte
de modelos o antimodelos; de ahí que en el cine actual se haya retomado este tema de
manera recurrente. De los 81 largometrajes de ficción estrenados en Venezuela durante el
período 2002-2012 (Asoinci, 2012) dos películas con este tipo de temas encabezan los
primeros lugares de preferencia por la audiencia: “Secuestro express”, film visto por más de
930 mil espectadores; y “La hora cero”, con más de 926 mil. Entre los criterios de selección
de las producciones consideradas como casos-tipo está el haber llamado la atención del
público venezolano, a lo que se sumó su aceptación por parte de la crítica de cine.

Una sociedad pobre y joven (intertítulo).

La pobreza en Venezuela, lejos de ser un tema de moda propuesto en las agendas de los
gobiernos y de los organismos multilaterales es un rasgo que ha caracterizado al país por
años. Las estadísticas retratan a una sociedad pobre y joven.

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Al examinar la relevancia social del tema en estudio, fue necesario explorar los indicadores
sobre la pobreza en Venezuela, tema que ha generado algunos debates, por la marcada
distinción existentes entre clases sociales altas, media y baja. Para el primer semestre del
año 2011, año cuando se realizó el más reciente censo en Venezuela, el Instituto Nacional
de Estadística (2011) halló que un 32,2% de personas viven en condición de pobreza y un
8,9%, en pobreza extrema. Mientras que los estudios del sociólogo Luis Pedro España
(2009) revelaron que para el cierre de 2007 la pobreza extrema y la pobreza no extrema
totalizaban el 47,8% de la población, y a partir del año 2008 se vislumbraba una tendencia
creciente en estos indicadores. Mientras la discusión sigue abierta en la palestra pública, es
innegable que una importante porción de venezolanos son víctimas de la pobreza.

Por otra parte, según el INE (agosto 2011), la edad promedio del venezolano es de 27 años.
El instituto estima que un 53% de la población femenina tiene de 0 a 29 años y un 56% de
la masculina se encuentra dentro de ese mismo grupo etario. Por lo que Venezuela puede
considerarse un país con una marcada población de jóvenes.

Antes de establecer el perfil de esa juventud de los estratos sociales menos favorecidos en
categorías, resultó indispensable observar la composición de la familia venezolana. Luego
de 12 años conviviendo con gente de un barrio marginal de Caracas, el investigador
Alejandro Moreno (2007) desarrolló una caracterización de la familia popular venezolana,
cuyo modelo “estructural, real y funcionante” (p. 5) lo componen la madre y los hijos,
mientras que el padre es una figura ausente que abandona el hogar. Así se conforma lo que
el investigador llama la familia “matricentrada”. Según Moreno (2007) este modelo no es
exclusivo de Venezuela. “Se extiende por todo el Caribe, incluso anglosajón, y tiene
orígenes históricos, culturales y étnicos” (p. 6).

En estas familias los hijos están a cargo de la madre, “…cuando pase a adulto seguirá
siendo hijo, inserto en una filiación cualitativamente idéntica en lo sustancial a su filiación
infantil” (Moreno, 2007, pp. 11-14). En particular, los varones no llegan a asumir su rol de

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hombre independiente; y por tanto, mantienen un grado de madurez infantil, de chicos muy
ligados afectivamente a la madre. Al crecer, suelen reproducir el modelo paterno, de
relacionarse repetidamente con mujeres, tener hijos, para luego abandonarlos, en una suerte
de paternidad “fugaz” (p. 18). Entre una y otra relación este hijo varón mantiene el vínculo
afectivo con la madre, de quien también recibe los valores que lo hacen volver al hogar
materno después de cada ruptura con sus parejas. Por otra parte, en el contexto comunitario
del barrio popular, para ese hombre “las cosas son menos importantes que las personas…”
(Moreno, 2007, p. 31).

En el estudio “Y salimos a matar gente. Investigación sobre el delincuente venezolano


violento de origen popular”, Moreno y un equipo de investigadores analizaron (2009) las
historias de vida de delincuentes venezolanos provenientes de sectores marginales. Entre
los resultados destacan: estos muchachos comienzan a delinquir desde edades muy
tempranas, en vez de perseguir la satisfacción de necesidades al cometer sus delitos buscan
apropiarse de bienes suntuarios; además, en su manera de operar prevalece un marcado
matiz de violencia. La investigación distinguió dos tipos de delincuentes: los que provienen
de una familia, posiblemente matricentrada, y han mostrado posibilidades de recuperación;
y los que no tuvieron hogar que difícilmente logran reinsertarse en la vida social y resultan
ser irrecuperables.

Capriles (2008) retoma algunas características extraídas de las investigaciones de Moreno


propias del delincuente venezolano, también llamado “malandro”, y las asocia con las del
pícaro de los personajes de la literatura hispana:
… la rebelión frente a la autoridad, la existencia fuera de toda norma, la
incapacidad para asumir responsabilidad o la evasión de compromisos, la
inmediatez, la concepción del tiempo como sucesión de presentes, la
dificultad para concebir la vida como proyecto o la intención de gozar la
vida sin ningún límite (p. 167).

En suma, Venezuela hay una acentuada presencia de jóvenes de los sectores marginados,
entre quienes se encuentran los que han crecido sin hogar, realidad que los coloca en
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situación de riesgo. Sin duda, los estudios sobre la construcción de la realidad en los
medios de comunicación y sobre los estereotipos contribuyen a que los distintos grupos
sociales pueden verse unos a otros, y de alguna manera comenzar a estrechar esas brechas
que han dado lugar al desencuentro y a la polarización entre los miembros de una misma
sociedad.

Por otra parte, algunos modelos y personajes que han incidido en la construcción de la
realidad del cine latinoamericano y el venezolano tienen como referentes a las producciones
de la industria norteamericana, como se recuenta a continuación.

De Hollywood al cine latinoamericano (intertítulo).

Desde los años de la depresión económica que vivió Estados Unidos en la década de los
‘20, Hollywood venía realizando esfuerzos por fortalecer su presencia en el cine de
América Latina. Luego de la etapa de estancamiento económico, la industria
norteamericana experimentó un repunte que le permitió realizar nuevos esfuerzos para
penetrar en otros países de América. Según exponen Becerra y Sáenz, en su trabajo de
grado “Las nuevas narrativas del cine latinoamericano: una pregunta abierta” (2010), la
política del buen vecino del Presidente Roosevelt utilizó el cine como instrumento para
incidir en los gustos del público de América Latina, con personajes opuestos a ciertos
modelos que estaban surgiendo en estas sociedades. En la década de los años ‘40, el
Presidente Rockefeller crea una oficina de Asuntos Interamericanos, que entre otros
propósitos de índole cultural, propiciaría un mejor entendimiento entre naciones, lo que
pasaba por respetar los estereotipos latinoamericanos y sus estilos de vida (Becerra y Sáenz,
2010).

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Mientras, las compañías cinematográficas latinoamericanas crecieron a la sombra de


Hollywood, tanto de las distribuidoras vinculadas a sus grandes productoras, las mayors,
como de las independientes.
El cine latinoamericano, industrialmente hablando limitado a México o
Argentina, se desarrolla a imagen de un modelo creado por las mayors
norteamericanas. Sin embargo son industriales en algunos aspectos, como la
producción en serie o los géneros, y artesanales en cuanto a los recursos y la
estructura empresarial de producción (Becerra y Sáenz, 2010, p. 38).

En los años ‘50, este modelo da muestras de agotamiento y surgen movimientos culturales
disidentes en la región latinoamericana. Ya en los años ‘60, se genera un nuevo lenguaje
cinematográfico regional que busca una mayor autenticidad a través de un cine de autor.
Los países líderes fueron Brasil, Cuba y Argentina, “…donde el autor a través del medio
cinematográfico expresa una mirada sobre el mundo” (Becerra y Sáenz, 2010, p. 51). Así,
se gestan movimientos como el del cinema novo en Brasil, cuyas producciones muestran la
realidad de la pobreza a través de la denuncia; y el cine cubano de la etapa que siguió a la
revolución, que nace como un producto cultural del Estado al servicio de la revolución, con
propósitos propagandistas.

Aunque en Venezuela la historia del cine se inicia de manera temprana, en 1896, con la
primera proyección en la ciudad de Maracaibo del “Vitascopio de Edison”, algunos
estudiosos le dan el crédito a la casa productora Bolívar Film al referirse a un mayor
desarrollo del séptimo arte en el país, ya que dio origen a un cine de factura industrial.
Inclusive, el talento nacional tuvo la oportunidad de medirse con artistas y técnicos
mexicanos y argentinos. En 1950, la productora filmó “La balandra Isabel llegó esta tarde”,
dirigida por el argentino Carlos Hugo Christensen, una coproducción venezolano-argentina
que contó con el reconocido actor mexicano Arturo de Córdova en el rol protagónico y el
guión se basaba en el cuento del escritor Guillermo Meneses. Se trata de una narrativa con
elementos del estilo costumbrista venezolano, que mezcla el erotismo con la magia. La
trama lleva al personaje protagónico de Segundo, un capitán de barco casado y padre de un
hijo, a enamorarse de otra mujer que conoce en el Puerto de la Guaira, Esperanza. Ella trata
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de retenerlo utilizando brujerías, mientras que el hombre se debate entre la pasión y la


razón.

Bolívar Film se aventuró a realizar otros films con el mismo esquema de la coproducción
en compañía de artistas de Argentina y México. Las películas rivalizaron en taquilla con la
numerosa y abrumadora producción estadounidense, que desde finales de la década de los
años ‘40 hasta mediados de los años ‘60 tuvo un crecimiento importante en Venezuela, al
pasar de 66% a 90% del total de producciones exhibidas en el país. La lucha con este
competidor era desproporcional y la empresa cinematográfica venezolana pronto se vio en
la urgencia de cambiar su modelo de negocio y pasar a producir noticiarios de cine. “Las
películas de Bolívar Films no encontraron anclaje en el contexto venezolano puesto que
todos los elementos que representan corresponden a órdenes de otros ámbitos nacionales y
culturales” (Aguilar y Ortiz, 2012, p. 7). Caso aparte fue “La balandra Isabel llegó esta
tarde”, que tuvo una mejor acogida quizá por haber conquistado a los críticos del Festival
de Cannes. El caso de la compañía venezolana es apenas un ejemplo más de lo ocurrido con
otras empresas de la región latinoamericana. En los años ‘60, las alianzas para mantener a
la industria cinematográfica de la región se constituyen en un mecanismo de supervivencia.

Valga decir que estas experiencias evidencian la indiscutible vinculación entre las historias
del cine mexicano y argentino con el de Venezuela.

La marginalidad en el temario de los cineastas de la región (intertítulo).

Para introducir este punto acerca de las representaciones de la marginalidad en el cine de


Latinoamérica y de Venezuela, resulta pertinente hacer mención del trabajo de la
investigadora mexicana Siboney Obscura (septiembre 2011), “La construcción del
imaginario sobre la pobreza en el cine mexicano”, donde se define a las representaciones
sociales citando a Gilberto Giménez, como “el producto y el proceso de una actividad

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mental por medio de la cual un individuo o un grupo reconstituye la realidad a la que se


enfrenta atribuyéndole un significado específico” (p. 161).

Tomando el ejemplo del cine mexicano, ya desde la década de los años ‘30 se muestran las
primeras imágenes de la pobreza, “…la vecindad se convirtió en el espacio privilegiado
para la recreación de la marginalidad urbana, asimilando las convenciones del cine de
gánsters y el cine negro, géneros de crítica social puestos de moda por la industria
hollywoodense…” (Obscura, septiembre 2011, p. 163).

Siguiendo con el ejemplo de México, los años ‘40 representan una etapa que puso de
relieve el cine de este país visto como industria, a lo que algunos expertos denominaron
como la época de oro, que logró un crecimiento de su producción fílmica, llegando a
realizar un centenar de films en 1950, cifra que destaca frente a las 27 que se hicieron 1941
(Obscura, septiembre 2011). Como rasgos característicos de la cinematografía mexicana de
la década de los ‘40 destacan el protagonismo de realizaciones hechas por directores
provenientes de grupos populares, la presentación de locaciones urbanas y de personajes de
la clase media e inmigrantes. Para entonces, en ese país se acentuaban los contrastes
sociales en las urbes, donde quienes tenían mayores recursos comenzaban a vivir en nuevas
y elegantes urbanizaciones de viviendas y los menos favorecidos en espacios hechos de
manera improvisada, sin los mínimos servicios básicos o hacinados en las llamadas
vecindades. Uno de los personajes inolvidables que se dio a conocer en esa etapa de oro fue
el memorable Cantinflas.

Obscura (septiembre 2011) explica que el tema de la marginalidad no resultaba oportuno en


el contexto histórico y recuerda que para entonces se veía al cine más como una industria –
y menos como un producto cultural–, que debía competir con un Hollywood. Al cine
mexicano le correspondió seguir las fórmulas que le habían ayudado a crear su fama, como
las películas rancheras, los dramas, “además del cine de cabareteras y de arrabal, que
constituyeron una mistificación sui generis de la realidad urbana, evidenciando la marcada

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desigualdad social generada por el desarrollismo” (p. 165). Y en estos dos últimos géneros,
del arrabal y cabaret, comienzan a representarse personajes de los sectores marginales del
barrio y de la vecindad, aunque reducidos a unos cuantos estereotipos sintetizados en tres
tipologías del cine mexicano de la época: el maniqueísmo sentimental, el costumbrismo
populista y la desmitificación subversiva. En la primera se ofrecía una perspectiva subjetiva
de la compleja realidad social mexicana, en la que se trataba de mostrar la división entre
ricos y pobres, “mediante truculentos melodramas narrados de manera irreverente e
ingeniosa, protagonizados por estereotipos populares reconocibles” (Obscura, septiembre
2011, p. 166). Entre los ejemplos de este cine se menciona a las comedias protagonizadas
por Tin Tan y Resortes, que caracterizaban a hombres humildes, ingenuos y pícaros a la
vez. En la segunda tipología, la del costumbrismo populista, se acudía a la narración de
historias urbanas cotidianas, vividas por personajes populares comunes, que empleaban la
jerga propia de la calle, pero sin drama ni sentimentalismos. Mientras que en la tercera
categoría, de desmitificación subversiva, se asumía la descripción de la realidad urbana del
momento de una manera crítica. La película más representativa es “Los olvidados”, de
1950, del director Luis Buñuel.

En ella se observaba por vez primera en el cine mexicano, un intento desmitificador de la


miseria y de sus efectos,… Los olvidados evitaba explicar la pobreza en términos de
buenos y malos, o simplemente denunciarla. Su intención era explorar la conducta humana
en situaciones de pobreza, mostrando ese mundo cerrado de supervivencia y orfandad sin
juzgar ni moralizar,… (Obscura, septiembre 2011, p. 166).

La investigadora enfatiza que para comprender esta etapa del cine es necesario verla
inmersa en el contexto socio-político que vivía su país para entonces, con gobiernos que se
plegaban a las políticas intervencionistas estadounidenses, mientras que el abrupto
modernismo de la urbe contrastaba con el descuido de las localidades rurales, proceso que
se repitió en otras naciones de la región, como Venezuela. No obstante, desde el gobierno
mexicano de la época se impulsó un desarrollo del cine como industria. Las producciones

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de entonces constituyen hoy un referente importante tanto para el país e, incluso, cabría
agregar para otros de la región, al llevar por primera vez a la pantalla grande el tema de la
marginalidad en las ciudades latinoamericanas.

En otras latitudes, se produce un cierto paralelismo con la experiencia mexicana de estas


décadas. El largometraje de ficción argentino “Pobre pero honrado” (Gómez, 14 de marzo
de 2013), de 1955, recuerda la temática de los sectores populares de la sociedad,
sobreviviendo de manera modesta en las grandes ciudades que se abrían a la ilusión de
modernidad. El film, dirigido por Carlos Rinaldi, cuenta la historia de un joven de la clase
trabajadora, Perfecto López, que es contratado por un multimillonario, el señor Cruz, para
que se case con su hija Rosalía. El protagonista se había hecho famoso en un programa de
televisión en el que contó haberse encontrado en la calle una importante suma de dinero
que devolvió a sus dueños, en un gesto de honradez. Durante la trama, se le presenta como
un oficinista muy responsable, apreciado por sus compañeros y jefes, vestido de traje y
corbata, que sueña con reunir el dinero suficiente para casarse con su novia del campo;
mientras que otros personajes lo describen como “un pibe macanudo, optimista”, “que
ayuda a quienes están en problemas”, “honrado a carta cabal” y respetuoso. Sin embargo,
este estereotipo del trabajador de la clase popular, sucumbe ante la propuesta tentadora del
multimillonario. La trama evoca la comedia de enredos estadounidense y la pareja de recién
casados pareciera vivir el llamado sueño americano. Sin embargo, al final la película hace
una sátira de este tema propio del cine de Hollywood (Gómez, 14 de marzo de 2013).

De alguna manera, el proceso que vivió el cine latinoamericano entre los ‘40 y ‘60 refleja
una suerte de despertar a la realidad de estos países. Esta última década puso de relieve la
fragilidad de muchos de los gobiernos democráticos y de sus erradas políticas económicas,
lo que en algunos países dio paso al resurgimiento de las dictaduras militares, así como a la
aparición de focos guerrilleros, al abandono del campo y a los procesos de migración hacia
las urbes de sus habitantes para vivir en la marginalidad y formar los llamados cordones de

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miseria. En síntesis, un panorama como este llamó la atención de cineastas que intentaron
retratarlo en sus creaciones.

El tratamiento de las películas argentinas “Tire Dié” y “La Hora de hornos” contrasta con el
tratamiento del tema de las distinciones sociales en las producciones latinoamericanas de
otros tiempos. La representación de la disparidad social pasó a formar parte del temario de
los realizadores latinoamericanos desde los años cincuenta en adelante. En Argentina, en
1960, Fernando Birri presenta su documental “Tire Dié” (Oubiña, 30 de septiembre de
2010), que retrata el drama de los chicos de Santa Fe al exponer sus vidas para conseguir
las limosnas que le arrojaban los pasajeros de los trenes que pasaban a velocidad por el
puente de su ciudad. Más avanzada esta década, en 1968, los directores argentinos Octavio
Getino y Fernando Solanas (Solanas, 16 de mayo de 2012), integrantes del movimiento
cinematográfico Liberación, dirigieron el documental “La hora de los hornos”, una
denuncia sobre la pérdida de soberanía de los países de la región latinoamericana. Esta
película da lugar a múltiples lecturas. Al tocar el ámbito de la violencia política, los
directores de este film resaltan la pérdida de la humanidad de los pueblos de la región
latinoamericana mostrando la imagen de un chico humilde que juega en una calle solitaria
con su balón de fútbol. Más adelante, el film trata el tema de la desidia en la que viven los
pequeños en las barriadas marginales de estos países, a quienes la falta de escuelas les niega
cualquier posibilidad de educación y los condena al analfabetismo, entre otros riesgos.

Esa tradición latinoamericana de la denuncia social fue heredada por la cinematografía


venezolana. En la década de los ‘70, en el contexto internacional se comenzaron a exhibir
obras colectivas, realizadas por un grupo de cineastas que en sus películas cuestionaban los
valores de la nueva sociedad moderna y donde, según Ricardo Tirado (1988), se presentaba
a los jóvenes envueltos en una nueva cultura o contracultura, que reflejaba su desencanto
por la mediatización de la educación, la participación de Estados Unidos en la guerra de
Vietnam; entre otros factores que los hacían sentir dependientes y alienados. Mientras en el

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contexto regional los realizadores buscaban hacer un cine con identidad propia, con la
conciencia clara sobre las razones del estancamiento de sus países.

“El tema de la marginación social tuvo un relativo auge en estos años, influido por las
expectativas de cambio social inspiradas por regímenes socialistas como el de Cuba, y por
cierta legitimación intelectual de la cuestión de la pobreza…” (Obscura, septiembre 2011,
p. 170). En Venezuela, en 1973, se estrena en el país la versión cinematográfica del director
argentino Mauricio Wallerstein sobre la novela del escritor venezolano Miguel Otero Silva
“Cuando quiero llorar no lloro”. Si bien Julio Miranda (1994) duda si los jóvenes
venezolanos de la época se vieron reflejados en las caracterizaciones de los tres chicos
protagonistas llamados Victorino, “…el patotero rico, el revolucionario de clase media y el
delincuente pobre…” (p. 11), reconoce que este film intentó representar los problemas
sociales del país vistos a través de las historias de los tres jóvenes y que la película inició el
llamado “boom” del cine nacional. Así, nace en el país la propuesta de un nuevo cine
netamente venezolano, que acuñaron cineastas como Román Chalbaud, entre otros (Ruiz,
2002).

Las producciones comenzaron a ofrecer una visión crítica de los problemas sociales que
aquejaban a Venezuela, como la violencia, la política y la corrupción. De la filmografía de
la época fueron memorables obras como “La quema de Judas”, de Chalbaud, estrenada en
1974; “Crónicas de un subversivo Latinoamericano”, Mauricio Wallerstein, 1975; “Sagrado
y obsceno”, Chalbaud, 1975; “Soy un delincuente”, De la Cerda, 1976; “El pez que fuma”,
Chalbaud, 1977; “País Portátil”, Iván Feo y Antonio Llerandi, 1978. Más adelante, en la
década de los ‘80, cabe mencionar los films: “Cangrejo” dirigido por Chalbaud, de 1982;
“Homicidio culposo”, César Bolívar, 1984; “Cangrejo II”, Chalbaud, de ese mismo año;
“Macu, la mujer del policía”, Solveig Hoogesteijn, 1987; “El escándalo”, Carlos Azpúrua y
“La Oveja negra”, Chalbaud, del mismo año (Miranda, 1994; Ruiz, 2002). En este listado
de films y directores resalta el nombre de Chalbaud, cuyo aporte al cine nacional suma casi
una veintena de trabajos. Los temas abordados por este realizador revelan su visión

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particular de la sociedad venezolana y entre sus personajes muestra a delincuentes, algunos


de ellos jóvenes, víctimas de la sociedad y también sus victimarios, pero que según la visón
de este realizador carecen de maldad y que forman parte de lo que él llamó “la pandilla de
Dios” (Ruiz, 2002, p. 81).

La investigadora Carmen Ruiz distingue tres períodos que marcaron al cine venezolano y
que denominó así: “gran epopeya”, “antihéroes” y “decadencia” (2002, p. 83). El primero
de éstos caracterizó a muchas de las cintas de los ‘70, en las que se trataba el tema de la
guerrilla urbana, “Se ensalzada la imagen del guerrillero como héroe sobreviviente ante la
adversidad, y se profundiza la crítica ante una nueva burguesía generada a partir del boom
petrolero” (Ruiz, 2002, p. 83). Ejemplo de esta etapa es la película “País portátil”. El
segundo período, el de los antihéroes, que se inicia a mediados de los años ‘70 y se
profundiza en los ’80, representa a un cine en el que los personajes del “malandro”, la
prostituta, el pícaro criollo de la barriada marginal caraqueña, están en el centro de la
historia. Películas como “Soy un delincuente” y “El pez que fuma” ilustran ese momento.
Mientras que el tercero de los tres períodos, el de la decadencia, se extiende desde finales
de los ‘80 hasta los ’90 y los trabajos cinematográficos comienzan a reflejar el agotamiento
de la democracia venezolana en lo político, económico y social, que según la investigadora
especialmente se evidencia en el deterioro de la calidad de vida de la clase media y de las
instituciones. Entre otros ejemplos se puede citar a los films “Cangrejo” y “Macu, la mujer
del policía”.

Personajes construidos desde su interioridad (intertítulo).

Una vez finalizado este recorrido por las investigaciones y materiales documentales sobre
cine Latinoamericano y venezolano que ha representado al joven proveniente de los
sectores humildes, surgió la necesidad de aislar ciertos calificativos extraídos de esta fase
de la investigación y que se atribuyen a estos personajes: Rebelde, rechazado, marginado,

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honrado, optimista, “macanudo”, pícaro, galán, justiciero, vengador, revolucionario, héroe,


antihéroe, huérfano, hombre-infante, ingenuo, sobreviviente, humilde, limosnero,
analfabeta, condenado, delincuente, “malandro”, víctima, victimario, “pandillero de Dios”.

Con referencia a los cuatro films venezolanos estudiados, todos los temas centrales se
pasearon por historias que involucraban a muchachos que cayeron en la tentación de la
delincuencia, o criminales de barrios marginales que se iniciaron desde muy jóvenes en ese
mundo. También, resalta el tema del amor, especialmente en la familia, como uno de los
valores fundamentales de estos jóvenes y que llega a tomar un rol protagónico en los
relatos.

En “El rumor de las piedras” y “Hermano” el escenario de la violencia y la delincuencia en


un barrio pobre, terminaron por arrastrar a algunos de los protagonistas miembros de
familias matricentadas, como es el caso de Julio, personaje descrito al inicio. Mientras que
a William, el chico menor de edad protagonista de “El rumor de las piedras”, se le observó
cometiendo un delito que lo lleva a pagar condena en una prisión. Por su parte, en
“Secuestro Express” y “La Hora Cero” los relatos se centraban en hechos criminales
cometidos por jóvenes: un secuestro de una pareja de chicos ricos y la toma armada de una
clínica privada por una banda de sicarios, que convirtió en rehenes a pacientes, doctores,
etc.. En el caso de la primera película, los protagonistas secuestradores en su mayoría eran
representantes de sectores pobres, como es el caso de Budú, también presentado en la
introducción. Igualmente, en la segunda producción todos los sicarios eran de origen
humilde.

Cabe destacar que en todas las historias hay un trabajo de construcción de los personajes a
partir de su interioridad, puede decirse que desde su psicología. En lo que respecta a los
roles observados, algunos eran niños y adolescentes que al inicio de la historia se
mostraban inocentes, sin malicia, pero que en el desarrollo sufrieron transformaciones.
Santiago, en “El rumor de las piedras”, aparecía como un pequeño amoroso, estudioso y

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trabajador, que añoraba a su padre ausente; pero, al avanzar el relato entró en rebeldía y se
convirtió en un muchacho resentido y que aspiraba parecerse a su hermano delincuente,
William. En cuanto a Tito, en “La hora cero”, al inicio de la historia era un jovencito
soñador y enamorado; a quien pronto se le vio huir de casa e involucrarse con una banda de
delincuentes. En la primera secuencia de la película “Hermano” se presentaba a Daniel, que
siendo apenas un bebé fue abandonado por su madre en el basurero de un barrio. Luego, de
joven, era un estudiante de bachillerato y jugador de fútbol, que soñaba con entrar a la liga
profesional. Estos personajes se debatían entre perseguir sus aspiraciones o sucumbir a la
presión de la violencia y de las pandillas de criminales del entorno donde vivían. Según
apuntan los estudios sobre el perfil del delincuente violento venezolano realizados por
Moreno et al. (2009) esta evolución de los personajes coincide con la realidad de los chicos
humildes, que se inician en ese mundo cometiendo robos, luego atracos a mano armada,
hasta llegar a formar grupos delictivos que operan de manera más estructurada. En
“Secuestro express”, los integrantes de la banda de secuestradores y traficantes, entre
quienes se cuenta Budú, ejemplifican ese tipo de crimen organizado.

En general, las historias contadas en las cuatro películas y la construcción de los personajes
juveniles varones concordaron con el resultado de las investigaciones realizadas en el país
sobre la familia matricentrada y la conducta del joven criminal violento referidos
anteriormente. A continuación, en las tablas 1 y 2, se sintetizan las categorías de personajes
establecidas en el presente estudio de manera preliminar, así como las que se introdujeron
posteriormente al avanzar en el desarrollo del análisis.

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Tabla 1. Personajes asociados a las primeras categorías establecidas en el estudio.

• Trabajador emprendedor con hogar: • Transgresor de la ley violento: Julio y


Santiago de “El rumor de las piedras”. Daniel de “Hermano”; William, “El rumor
• Estudiante con hogar: Santiago de “El de las piedras”; Tito-La Parca, “La hora
rumor de las piedras” y Daniel, “Hermano”. cero”; Trece y Budú, “Secuestro express”.
• Niño abandonado: Daniel de “Hermano”. • Pandillero: Julio de “Hermano”; William,
Niño de la calle: Tito-La Parca de “La hora “El rumor de las piedras”; Tito-La Parca
cero”. “La hora cero”; Trece y Budú “Secuestro
• Justiciero: Daniel y Julio de “Hermano” y express”.
Tito-La Parca, “La hora cero”. • Líder de pandilla: La Parca de “La hora
• Recién iniciado en la delincuencia: cero”.
William de “El rumor de las piedras”; Julio, • Traficante: Trece y Budú de “Secuestro
“Hermano” y Tito-La Parca, “La hora express”.
cero”. • Adicto a las drogas: los piedreros de
“Hermano”.
Fuente: Elaboración propia.

Tabla 2. Personajes asociados a nuevas categorías incluidas en el desarrollo del estudio.

• Joven que sufrió la pérdida de un ser querido a causa de la violencia: Julio y Daniel de
“Hermano” y Santiago de “El rumor de las piedras”
• Desertor del sistema educativo: William de “El rumor de las piedras”.
• Padre de familia: Budú de “Secuestro express”.
• Artista popular: Budú de “Secuestro express”.
• Joven promesa del deporte: Daniel y Julio de “Hermano”.
• Joven delincuente que paga condena en prisión: William de “El rumor de las piedras”.
Fuente: Elaboración propia.

Finalmente, se puede afirmar que tanto la cinematografía Latinoamérica como la de


Venezuela se han encargado de representar al joven de los sectores marginados de la
sociedad, construyendo personajes e historias fieles a las distintas corrientes del cine que
estuvieron en boga.

Para Venezuela, la cinematografía de México y de Argentina constituye un legado que


permeó a la caracterización de estos personajes. Cabe mencionar las historias mexicanas
sobre chicos de las vecindades de la gran urbe, con personajes extraídos de estereotipos
populares, entre quienes merece una mención especial el inolvidable Cantinflas, así como
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otros personajes de origen muy humilde, ingenuos y pícaros a la vez, rasgos que comparten
con el venezolano de los sectores populares. Es digno de destacar que también en México
surgió una narrativa más cruda y desmitificadora de la pobreza en los jóvenes, como la
mostrada en el icónico film “Los olvidados”, de Luis Buñuel. Igualmente, entre los legados
de Argentina resalta el haber elevado el tema a la denuncia, mediante un tratamiento
documental de esa realidad que despertó la sensibilidad de las audiencias.

En cuanto a las cuatro películas venezolanas estudiadas, en todas se reflejan visos de este
cine latinoamericano, que perseguía atraer la atención de sus públicos con temas arraigados
en la realidad de los países de la región y que afectan directamente a los jóvenes. Aunque,
siguiendo las corrientes cinematográficas más actuales, en la construcción de los personajes
de los cuatro films se evidencia la necesidad de reflejar la interioridad de los chicos que
viven en la pobreza, develando su psicología, sin perder de vista la relación con el entorno
de la marginalidad.

Así, se encontró una variedad de personajes que enriqueció las categorías de perfiles
originalmente establecidas para el estudio y que dan cuenta de unos chicos comprometidos
con su familia y otros niños de la calle, pero todos vulnerables a las tentaciones del
ambiente del barrio marginal urbano. En su interpretación de la realidad, la muestra de
películas presenta a ese barrio como lugar donde convive gente sencilla y trabajadora,
familias entre las que prevalece la estructura centrada en la madre u “hogar matricentrado”,
y en las que la figura paterna suele estar ausente. En ese mismo entorno coinciden
muchachos sin hogar, drogadictos, traficantes y grupos de delincuentes violentos
organizados en pandillas armadas. Estos últimos se podría decir que son principalmente
retratados por los personajes del grupo de sicarios de “La hora cero” y de los algunos de los
secuestradores de “Secuestro express”. Mientras que de ese hogar matricentrado de las
barriadas populares son muestra los relatos de “El rumor de las piedras” y “Hermano”,
donde hay armonía en las relaciones madre-hijo y hermano-hermano, así como
manifestaciones de afecto, respeto y momentos de felicidad. Sobre este discurso de la

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narración se superpone el de la tragedia de la miseria y la situación de permanente zozobra


producto del ambiente violento. Los jóvenes de estos hogares terminan sucumbiendo ante
el poder de las pandillas armadas y en su mayoría se unen a ellas. Unos se dejan arrastrar
por esa vida y otros, finalmente logran apartarse de ella.

De tal manera que estas historias y personajes coinciden con el resultado de los estudios
sobre la delincuencia en los sectores populares de Venezuela, al reflejar una realidad de la
que sólo unos pocos chicos logran escapar.

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Egresada del Máster Comunicación y Educación en la Red, de la Universidad Nacional de Educación a
Distancia de España, UNED (2014); magíster en Marketing Promocional de la Universidad Complutense de
Madrid (2006); y Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela. Profesora de
la Universidad Metropolitana (Caracas). e-mail: [email protected]

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