Lopez Rodriguez J R 2012 Museos y Desamo

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Museos y desamortización en la España


del siglo XIX
José Ramón López Rodríguez
Conjunto Arqueológico de Itálica (Santiponce, Sevilla)

Resumen: El siglo XIX tendrá ocasión de llevar a la práctica la aplicación de las ideas generadas
por los ilustrados del siglo anterior, el XVIII, respecto a una nueva distribución de los bienes raíces
como requisito ineludible para conseguir la prosperidad del país. Las desamortizaciones que se
fueron sucediendo a lo largo de ese siglo XIX afectaron en gran medida a bienes propiedad de
órdenes religiosas, en cuyas manos se hallaba también una parte significativa del patrimonio ar-
tístico mueble. El desamparo en que se halló de la noche a la mañana este importante patrimonio
artístico tendrá que ser remediado con la creación de museos en los que se recojan los restos
salvados del naufragio patrimonial. Nacía así una nueva modalidad de museo, no surgida del
desarrollo natural del coleccionismo del momento precedente, sino como una consecuencia co-
lateral de las medidas hacendísticas y, por lo tanto, ajena a planteamientos vinculados a la mu-
seología. Este nuevo modelo tendrá unas características respecto a contenidos y funcionamiento
que serán de larga trascendencia, destacando entre todas ellas quizá la aparición del museo
como institución pública, al amparo del Estado, el cual aportará el suficiente entramado institu-
cional, normativo y de personal para su gobierno y adecuado funcionamiento.

Palabras clave: Desamortización. Museos. José I rey de España. Cortes de Cádiz. Mendizábal.
Juntas de Intervención de Objetos Aplicables a Ciencias y Artes. Comisiones Científicas y Ar-
tísticas. Comisiones de Monumentos Históricos y Artísticos. Cuerpo Facultativo de Archiveros,
Bibliotecarios y Anticuarios.

Abstract: The 19th century was given the opportunity to carry into practice the application
of ideas generated by the enlightened men of the previous century with respect to a new
distribution of the real estate as an unavoidable requisite for achieving a country’s prosperity.
The disentailments that occurred throughout the 19th century notably affected the real estate
holdings of the religious orders, in whose hands was also concentrated significant artistic
heritage property. The sudden lack of protection that this important cultural heritage suffered
was alleviated with the creation of museums that collected the remains saved from the cultural
shipwreck. This was how the new category of museum was born; it was not as a natural de-
velopment of collectors from a time immediately prior but, instead, it was the collateral con-
sequence of the taxation measures and, therefore, foreign to concepts identified by
museology. With respect to contents and operation, this new model developed some char-
acteristics with long-term transcendence, the most important among these being the appear-
ance of the museum as a public institution with the protection from the State that would

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ultimately provide a sufficient institutional network, regulations, and personnel for its gover-
nance and adequate operation.

Key words: Disentailment. Museums. Joseph I king of Spain. The Courts of Cadiz.

Asistimos a finales del siglo XVIII y durante todo el XIX a un proceso histórico, económico y
social que va a conseguir que infinidad de bienes, raíces y muebles, cambien de mano, entren
en el mercado. El sumatorio fue una auténtica revolución cuyo beneficio lo recibirá una clase
social, la burguesía, la cual está demandando ya jugar un papel más destacado, casi de prota-
gonista, en la Historia.

Los bienes que estarán en juego serán los expropiados a las «manos muertas», enten-
diendo por tales bienes los que en virtud de las condiciones del legado hereditario o por las
reglas de la institución poseedora, no se podían vender ni enajenar de modo alguno, estando
por lo general exentos de todo impuesto o gravamen. Tal es el caso principalmente de los
bienes de la Iglesia Católica, incluidos hospitales, beateríos y casas de misericordia bajo su ór-
bita. A todos ellos hay que añadir los de la realeza, los de la nobleza y los de los ayuntamientos.

El primer episodio importante de este proceso ocurre en Francia. Los violentos sucesos
de la Revolución Francesa son un referente obligado para la historia que nos ocupa. El 4 de
agosto de 1789 la Asamblea Nacional Constituyente declaró la igualdad de todos ante la ley
y abolió el feudalismo, eliminando las prebendas que recibía el clero y los derechos seño-
riales de los nobles, como el de no pagar impuestos. El año siguiente se eliminaron los pri-
vilegios del clero y se confiscaron sus bienes, iniciándose así la primera gran desamortización
de la historia. A ello había que sumar los bienes de la monarquía, también abolida en 1792.

Todo este ingente patrimonio (que incluye multitud de obras de arte) procedente de
los estamentos suprimidos –antes poderosos y ahora odiados–, fue declarado propiedad de
la Nación, convirtiéndose así este cambio de manos en un símbolo palpable del desmante-
lamiento el Antiguo Régimen.

Los bienes nacionalizados serán el sustrato sobre el que se edifiquen los museos fran-
ceses del momento, cuya existencia quedaba justificada por su utilidad pública, concepto
querido y reclamado por los ilustrados del siglo XVIII. Especial valor simbólico tuvo la creación
del Museo del Palacio del Louvre (Museo Central de las Artes) con obras de la colección real,
que se inauguró el 10 de agosto de 1793, aniversario del asalto a las Tullerías, acontecimiento
que representaba el inicio de la caída de la monarquía.

Iniciado en Francia el proceso, la idea de crear museos de utilidad pública con bienes
confiscados se extenderá por toda Europa durante los primeros años del siglo XIX, en un
movimiento imparable.

El Louvre pasó a ser pronto el modelo del resto de los museos europeos y el ejemplo
de lo realizado en Francia se extenderá por toda Europa, gracias en parte a la ocupación en
los años inmediatamente posteriores de diversos países por gobiernos franceses. Dentro de

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las peculiares circunstancias de cada uno de estos países, las nacionalizaciones y seculariza-
ciones se repetirán con cierta periodicidad a lo largo del siglo, convirtiéndose el patrimonio
artístico resultante en depósitos de los que surgirían sin estorbos museos de pintura, los cuales
son ya propiedad del Estado. Con su apertura y difusión se alcanzaba además la democrati-
zación de las artes, una de las más queridas aspiraciones de la Ilustración.

En España no hubo una revolución como la francesa, pero sí que hubo posteriormente
un proceso de liquidación del Antiguo Régimen, con importantes cambios en el reparto de
propiedades por medio de las desamortizaciones.

Aunque existe algún precedente al final del reinado de Carlos IV, se puede considerar
la llegada al trono español de José I Napoleón como el momento del inicio a gran escala del
fenómeno desamortizador. Será su actuación, además, la que aúne desamortización y museo,
al destinar las obras de arte requisadas de los conventos suprimidos a la formación de un
gran museo en el que se reuniera lo más selecto de la producción artística española, museo
que recibió en su honor el nombre de «Josefino».

Las medidas desamortizadores de José I y la creación de los primeros museos

La llegada de un ejército francés, al poco de comenzar la centuria, y la inmediata entronización


de José I Bonaparte, son los episodios claves de la primera década del siglo. La oposición del
clero a los cambios políticos que traían los «descreídos» franceses era uno de los grandes obstáculos
con los que tuvo que enfrentarse el nuevo rey, pues por medio del púlpito y del confesionario
propagaban curas y frailes el rechazo al invasor, siendo además una perfecta red de apoyo a los
opositores. Por este motivo, Napoleón Bonaparte en su estancia en España suprimió las dos ter-
ceras partes de los conventos existentes1, medidas que serían continuadas por su hermano José.

El reinado de este último estuvo lleno de todo tipo de dificultades con un país en suble-
vación civil primero y franca guerra después. Aún así, pronto comenzó a tomar medidas para la
«modernización del país», es decir para la liquidación de las viejas estructuras, tales como la su-
presión de los derechos feudales, de la grandeza2, de los vestigios de la vieja administración, y
la exclaustración total y supresión de las comunidades religiosas, eliminado finalmente el tercio
que había dejado en funcionamiento Napoleón3.

Como una más de tales medidas habría que entender los deseos de la creación de un
museo nacional, al modo de lo que había ocurrido en Francia. La creación en la corte de
este museo de pinturas se materializó en un decreto publicado en la Gaceta de Madrid con
fecha de 21 de diciembre de 18094. Era también este museo casi consecuencia de la enorme

1
Decreto firmado por Napoleón de 4 de diciembre de 1808. Gaceta de Madrid n.º 151 de 11 de diciembre.
2
«Real decreto disponiendo que no se reconozcan más grandezas ni títulos en todos nuestros reinos que aquellos que dis-
pensemos por un decreto especial», Gaceta de Madrid núm. 232, de 19 de agosto de 1809.
3
«Real decreto disponiendo que todas las órdenes regulares, monacales, mendicantes y clericales existentes en los dominios
de España queden suprimidas, según se expresa», Gaceta de Madrid núm. 234, de 21 de agosto de 1809.
4
«Real decreto fundando en Madrid un museo de pintura, que contendrá las colecciones de las diversas escuelas, y á este
efecto se tomarán de todos los establecimientos públicos, y aun de nuestros palacios, los cuadros que sean necesarios
para completar la reunión que hemos decretado, y también se formará una colección general de los pintores célebres de
la escuela española». El Real Decreto lleva de fecha el día 20 de diciembre de ese año.

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Fig. 1. Depósito de piezas arqueológicas en el claustro mayor del exconvento de la Merced, sede del Museo de Pinturas
de Sevilla, según López Rodríguez, 2008: 56.

acumulación de cuadros fruto de la supresión de comunidades religiosas. Solamente de los


18 conventos suprimidos de Madrid se sacaron 1.500 cuadros (Fernández Pardo, 2007 (I):
236). Esta abundancia de obras de arte se tradujo en el articulado del decreto, pues no so-
lamente se mandaba se hiciese una colección para el nuevo museo, tomada de «todos los
establecimientos públicos, y aún de nuestros palacios», sino también que se formase una co-
lección de los pintores célebres de la escuela española para ofrecérsela como regalo a su
hermano el Emperador «manifestándole al propio tiempo nuestros deseos de verla colocada
en una de las salas del museo Napoleón». También se formarían otras dos colecciones para
adornar las sedes del Congreso y del Senado respectivamente.

Desgraciadamente hay que decir que la operación de formación de este Museo Josefino
fue todo un desastre patrimonial. Sin ningún orden se comenzaron a requisar obras de arte de
los conventos, de los palacios reales y del Escorial, las cuales fueron llevadas a diferentes de-
pósitos en la ciudad de Madrid. La falta de control hizo que desde un primer momento co-
menzasen a faltar cuadros, unos extraviados en los almacenes y otros desviados a manos de
particulares.

Además hay que considerar un número importante de piezas que se fueron estrope-
ando y destruyendo por las malas condiciones de almacenamiento, ya que los lugares en los
que se establecieron los depósitos de los cuadros requisados estaban en un estado de aban-
dono lamentable. La sede elegida para museo, el Palacio de Buenavista, también estaba en
estado ruinoso. La suma de todos estos ingredientes y el desarrollo de los hechos bélicos hi-
cieron que el museo deseado por el rey José I en Madrid no llegara a materializarse.

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En el desarrollo de la Guerra de la Independencia iniciada contra el llamado «gobierno


intruso», se había formado en 1808 una Junta Suprema Central con sede en Aranjuez, la cual
asumía en ausencia de Fernando VII los poderes ejecutivo y legislativo y tenía como misión
organizar al país y dirigir la guerra. Con la llegada de Napoleón en noviembre de 1808 y la
capitulación de Madrid, la Junta Superior Central tuvo que desplazarse primero a Extrema-
dura, luego a Sevilla y finalmente a Cádiz. En estas circunstancias, el control del tercio sur
de la Península se convirtió en algo capital para el gobierno francés. De este modo se iniciaba
en enero de 1810 la campaña de Andalucía, con el objetivo del sometimiento de esta región.

El avance hacia el sur comenzó tras la victoria en Ocaña del ejército francés el 19 de
noviembre de 1809, batalla en la que participaron los generales Sebastiani y Perrin, y el ma-
riscal Soult. A continuación los mariscales Victor y Mortier ocupan primero Córdoba y luego
Sevilla, donde se les unen el mariscal Soult y el rey José, quien entra en la ciudad el 1 de fe-
brero de 1810.

En Sevilla José I se alojó en los Alcázares y desde allí, en el que sería seguramente un
momento feliz en su breve reinado, comenzó a gobernar como un monarca ilustrado, dando
disposiciones para el progreso del país. De este modo, por ejemplo, el día 8 de ese mes de-
cretaba5 que a la ciudad romana de Italica se le devolviera su glorioso nombre antiguo y se
realizasen excavaciones (Rodríguez Hidalgo, 1991: 93); y el día 11 daba a la luz otro decreto
de mayores consecuencias pues mandaba reunir en el Alcázar de Sevilla todos los bienes
confiscados a los conventos: «De las salas de nuestro real alcázar se tomarán quantas sean
necesarias para que se coloquen los monumentos de arquitectura, las medallas y las pinturas,
y su escuela, que ha de ser la conocida por la sevillana»6.

Así fue como se reunieron en el Alcázar 999 pinturas de lo mejor que había en Sevilla,
las cuales se distribuyeron en 39 salas, ocupando la práctica totalidad del edificio7. Era la in-
auguración de un autentico museo sevillano dedicado a la pintura barroca de esta ciudad.
En la segunda estancia de José Bonaparte en Sevilla en el mes de abril de aquel año, el rey
pudo ver con satisfacción cómo sus proyectos a favor de las artes se iban cumpliendo y éste
era uno de los que podía considerar como más beneficiosos, pues sacaba a la luz obras
maestras que antes habían estado ocultas tras los muros de los conventos. La colección de
pinturas del Alcázar se abría al público los domingos y festivos (Moreno Alonso, 1995: 63).

Pero este museo de Sevilla no fue un caso aislado. José I siguió su viaje de Andalucía ca-
mino de Granada, ciudad que había capitulado en enero ante el general Sebastiani. En Granada
da órdenes también de formar un museo, «en que el público tenga para su curiosidad e instruc-
ción los mejores modelos de las bellas artes»8. En Granada la oposición del clero a las requisas,
especialmente del cabildo, fue grande y se intentó con todo tipo de artimañas que los cuadros
no fueran retirados. Aún así se formó un considerable depósito en el Monasterio de la Cartuja.

5
Gaceta de Madrid n.º 51 de 20 de febrero de 1810.
6
Gaceta de Madrid n.º 55 de 24 de febrero de 1810.
7
Con ellas se hizo inventario, publicado con el significativo título de «Inventario de las Pinturas del Palacio y Salones del Al-
cázar de Sevilla pertenecientes a S.M.C. el Señor D. José Napoleón (q.D.g.)», de fecha 2 de junio de 1810 (Gómez Imaz, 1917:
96 y ss) y en él podemos reconocer muchos cuadros de prestigio que se encuentran ahora en diferentes museos. Ver tam-
bién: Ferrín Paramio, 2009.
8
Gaceta de Madrid, n.º 116 de 26 de abril de 1810, p. 486.

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Fuera de Andalucía tenemos noticias del caso de Barcelona, donde el general Du-
hesme logra montar un museo en los locales de la Escuela de Nobles Artes de la Junta de
Comercio; y en Valencia, donde el mariscal Suchet organiza también durante algunos meses
un Museo de Bellas Artes (Gaya Nuño, 1955: 23).

El desarrollo posterior de la Guerra de la Independencia, que concluyó con la salida


de los franceses de la Península, llevándose multitud de obras de arte en su retirada, supuso
el fracaso definitivo de este conato de Museo Josefino y de los respectivos museos provin-
ciales cuyo nacimiento quedó apenas esbozado, tal como hemos mencionado. Sin embargo
la coyuntura proporcionó ocasión de testar el modelo (crear museos con bienes requisados
a órdenes religiosas extinguidas), modelo que se desarrollará a lo largo del siglo, estable-
ciéndose una estrecha vinculación entre institución museo y desamortización.

Las desamortizaciones liberales del siglo XIX

Las medidas desamortizadoras de José I tienen su paralelismo y contrapunto en las adoptadas


por el Gobierno sublevado establecido en Cádiz, cuyas disposiciones sentarían las bases del
posterior desarrollo político de la España contemporánea. Seguramente la más importante
de ellas para el tema que nos ocupa esté en el Decreto de 13 de septiembre de 1813 sobre
el pago de la deuda nacional, que ha sido calificado como origen de todos los demás decre-
tos desamortizadores del resto del siglo (Martín Martín, 1973: 27). En él se destinaban a la
amortización de la deuda pública, entre otras cosas, los bienes de la suprimida Inquisición,
las temporalidades de los Jesuitas, los predios rústicos y urbanos de las órdenes militares,
los que pertenezcan a conventos y monasterios arruinados o suprimidos en virtud de la re-
forma que se prevé llevar a cabo, y las fincas pertenecientes a la Corona y Sitios Reales, «se-
parando con arreglo a la Constitución los palacios y demás que se destinen para el servicio
y recreo del rey y su real familia»9.

Sin embargo muchas de las medidas tomadas en Cádiz no pudieron ponerse en prác-
tica hasta años más tarde, durante el llamado «trienio liberal» que se inició el uno de enero
de 1820 con la proclamación de la Constitución de 1812 por el teniente coronel Rafael de
Riego. Era la oportunidad de llevar a la práctica lo planeado en el Cádiz de las Cortes, ini-
ciando un periodo de avances en la modernización del Estado, durante el cual por ejemplo
se hizo el primer Código Penal, se estableció el reclutamiento obligatorio, se inició la división
administrativa en 52 provincias, y se dio el Reglamento General de Instrucción Pública que
establecía por primera vez el carácter gratuito y público de la enseñanza. También se ensa-
yaría una desamortización eclesiástica, la cual tomaría forma por la ley de 1 de octubre de
1820 sobre monasterios y conventos, que suprimía los monasterios de las ordenes monacales,
los de canónigos regulares, los de ordenes militares y en general todos los hospitalarios,
aplicando todos los bienes al crédito de la nación.

9
Colección de los decretos y órdenes que han expedido las Cortes Generales y Extraordinarias. Vol. 3. De 24 de mayo de
1812 hasta 24 de febrero de 1813, Madrid, Imprenta Nacional, 1820, p. 257-259. Gaceta del Gobierno, 29 oct. 1820, suple-
mento, p. 544.

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El único caso documentado en España de la formación de un museo consecuencia


de esta desamortización es el de Sevilla. Con los bienes artísticos acumulados se formó el
Museo de San Buenaventura, llamado así por haber servido el colegio franciscano de ese
nombre de receptáculo a los cuadros procedentes de los suprimidos monasterios de enton-
ces. El colegio había sido un anexo educativo del desaparecido convento Casa Grande de
San Francisco, un enorme edificio en el centro de la ciudad que se hallaba en mal estado y
que sería derribado décadas después dando origen a la actual Plaza Nueva. El colegio quedó
casi arruinado tras la ocupación francesa de la ciudad y fue restaurado en 1820. El museo se
formó en la iglesia de este colegio y su contenido eran pinturas y esculturas, citándose obras
de Zurbarán, Murillo, Valdés Leal, Ribera, y la célebre escultura en barro cocido represen-
tando a San Jerónimo, de Pedro Torrigiano.

Del contenido de este museo se conserva una referencia muy interesante titulada «Visit
to the Museums of Seville in 1822», aparecida en un periódico londinense en septiembre de
1823 y citada por Nicholas Tromans, quien aventura la posibilidad de que el autor del mismo
sea Blanco White. Desde luego alguien preocupado por los asuntos de España tenía que
ser, puesto que el objetivo de la nota es, ante la nueva invasión de las tropas francesas –los
«Cien Mil Hijos de San Luis» enviados en abril de 1823 para restaurar el absolutismo y liquidar
el trienio liberal–, hacer referencia a los cuadros más notables que se hallan en la ciudad,
pues «esta sencilla lista puede permitir a aquellos de nuestros lectores que visiten Sevilla en
1824 denunciar el robo», haciendo alusión al expolio ocurrido en época napoleónica (Tro-
mans, 2001: 158).

Una vez restablecido en el trono gracias a esta intervención francesa, Fernando VII
anuló todas las ventas consecuencia de la desamortización del trienio liberal.

Por ello la gran desamortización, la que dejó más huellas en la sociedad del momento
y tuvo consecuencias más duraderas para el patrimonio artístico fue la que se desarrolló en
la década de los años treinta, siendo José Álvarez Mendizábal primero ministro de Hacienda
y luego jefe del Gobierno.

El 29 de septiembre de 1933 había muerto Fernando VII, siendo heredera del trono su
hija Isabel. Pero las pretensiones al trono del infante Carlos, hermano de Fernando VII, desen-
cadenaron una nueva guerra en nuestro país, la primera Guerra Carlista (1833-1840). Dicha
guerra supuso una continua sangría para las arcas del Estado, lo que provocará en los años si-
guientes una serie de medidas para sanear el erario público, entre las que se encuentran las
desamortizadoras. Una de las primeras medidas desamortizadoras de este periodo se promulga
durante el gabinete de Martínez de la Rosa (15 de enero de 1834 a 7 de junio de 1835) y está
muy vinculada a la situación de guerra, pues el 26 de marzo de 1834 se ordenó la supresión
de todos los conventos en los que al menos una sexta parte de la comunidad hubiera aban-
donado el convento para unirse al bando enemigo, o los que se encuentren armas o munición,
y los que hubieran albergado juntas subversivas10.

10
Real Decreto de 26 de marzo de 1834, Gaceta n.º 38 de 27 de marzo.

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Siendo primer ministro el conde de Toreno (7 de junio a 14 de septiembre de 1835),


Mendizábal fue llamado al ministerio de Hacienda, y comenzó su mandato suprimiendo a la
Compañía de Jesús11, y dedicando sus bienes a la extinción de la deuda pública. Días más
tarde por Real Decreto de 25 de julio de 183512 se suprimían los conventos de menos de 12
profesos, los cuales pasaban a integrarse en otros conventos de su orden.

En septiembre de ese año, tras la dimisión del conde de Toreno, Mendizábal se hacía
cargo de formar Gobierno, y el corto periodo de su mandato (14 de septiembre de 1835 a
15 de mayo de 1836), que no llegó al año de duración, fue decisivo, pues se dieron los de-
cretos esenciales para la desamortización eclesiástica que cuyas consecuencias en forma de
ventas se desarrollarían en años posteriores.

En esencia la medida principal que tomó fue simplemente la de volver a poner en


vigor la ley desamortizadora de 1820 que antes mencionamos, por la que se suprimían todos
los monasterios de órdenes monacales y militares. Esto se hizo por el Real Decreto de 11 de
octubre de 183513. Los decretos que se dicten a continuación serán ya tan solo de desarrollo
del de 11 de octubre, como el Real Decreto de 19 de febrero de 183614, sobre la venta de los
bienes raíces de estos monasterios, o el Real Decreto de 8 de marzo de 183615, que amplía
la supresión a todos los monasterios y congregaciones de varones, y el Reglamento de 24
de marzo de 183616 en el que se especifican todos los cometidos de las Juntas Diocesanas
encargadas de cerrar los conventos y monasterios, y en general de aplicar lo dispuesto en
ese Decreto de 8 de marzo.

La venta de bienes continuó durante varios años hasta que en 1844, años después de
terminada la guerra, los moderados se hagan cargo del gobierno, produciéndose a conti-
nuación una paralización de las ventas y devolución al clero de los bienes no subastados17.

A partir de mitad de siglo (Ley Madoz de 1 de mayo de 1855) la desamortización se vol-


cará en los bienes de entidades civiles, especialmente ayuntamientos, superando en volumen
de ventas esta desamortización a la de Mendizábal. Finalmente, entre 1868 y 1873 durante la
Primera República se produjeron nuevas incautaciones y otra desamortización eclesiástica pro-
veyó de piezas a los museos provinciales.

Organización de la protección del patrimonio

El principal objeto de las desamortizaciones fue el patrimonio inmueble, los bienes raíces,
tanto urbanos como rústicos. Sin embargo, como es obvio, en muchos de los edificios ecle-
siásticos existían inestimables obras de arte, además de importantes bibliotecas y valiosos
archivos, que quedaban expuestos en este proceso a un gran peligro de expolio o desapa-

11
Real Decreto de 4 de julio de 1835.
12
Gaceta de Madrid n.º 211, de 29 de julio.
13
Gaceta de Madrid n.º 292, de 14 de octubre.
14
Gaceta de Madrid n.º 426, de 21 de febrero.
15
Gaceta de Madrid n.º 444, de 10 de marzo.
16
Gaceta de Madrid n.º 460, de 26 de marzo.
17
Real Decreto de 3 de abril de 1845.

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rición, como de hecho ocurrió. Parece que el legislador no tiene muy claro qué destino les
va a dar, al menos en el Decreto de 1 de octubre de 1820 que citamos más arriba, pues en
él se dispone que se envíen a las Cortes inventarios de todo lo que se halle en monasterios
y conventos suprimidos para que dichas Cortes seleccionen lo que interese, y que con lo
que no sea seleccionado se formen bibliotecas y museos en provincias.

Años más tarde, en el siguiente periodo desamortizador (el de Toreno y Mendizábal)


se prescinde ya del trámite de las Cortes y directamente –en el Decreto de 25 de julio de
1835 y en los posteriores–, se exceptúan de la venta en pública subasta a los «archivos, bi-
bliotecas, pinturas y demás enseres que pudieran ser útiles a los institutos de ciencias y
artes», los cuales son asumidos por el Ministerio del Interior18, el cual encomienda a los Go-
bernadores Civiles de cada provincia que tengan la tutela de los mismos. A este objeto los
Gobernadores Civiles nombrarían una comisión de hombres entendidos y competentes en
la materia que se hicieran cargo de los objetos de esta clase que estuvieran en los conventos
y monasterios suprimidos (López Rodríguez, 2010: 160-161).

Estas Comisiones, que recibieron generalmente el nombre de «Juntas de Intervención


de Objetos Aplicables a Ciencias y Artes», tenían como principal objetivo inventariar los objetos
artísticos existentes en los conventos suprimidos y recibir de los contadores y comisionados
de desamortización los bienes que se fueran recogiendo, organizando su almacenamiento en
unos depósitos. Con ellos se formarían en el futuro los museos.

Aunque estas Juntas estuvieron formadas por hombres cultos, incluso académicos,
que trabajaron con ahínco en la misión encomendada, no se pudo evitar la pérdida de nu-
merosas obras de arte en todos los rincones del país. La sensación que se tiene cuando uno
se aproxima a este momento es la de una gran desorganización, algo que se explica parcial-
mente por las circunstancias de guerra que vivía el país, en pleno conflicto carlista, lo que
se traduce en enfrentamientos armados, comunicaciones cortadas, sitio a las ciudades y
acuartelamiento permanente de tropas dentro de las mismas.

Lo que se había hecho evidente era que estos objetos artísticos, bibliográficos o ar-
chivísticos no deberían recibir el mismo trato que los otros bienes inmuebles. También parece
que se tenía claro, aunque nunca está suficientemente especificado, que con estos bienes se
deberían formar archivos, bibliotecas y museos, los cuales serían públicos pues eran bienes
que pertenecían a la nación.

Un ejemplo claro de lo que ocurrió en muchas de las provincias lo tenemos en la de


Sevilla. Por las actas que se conservan de este momento sabemos que el Gobernador Civil re-
cibió el 29 de julio de 1835 un Oficio del Ministerio del Interior en el que se le trasladaba el
Real Decreto de 25 de julio del que nos hemos ocupado más arriba. También en este Oficio
se le autorizaba para que tras consulta e informe de las Academias de Bellas Artes y Buenas
Letras y Sociedades Económicas, procediese al nombramiento de una comisión «compuesta
de cinco o más individuos de actividad e inteligencia», «cuyos individuos reúnan además de

18
Según una Real Orden de 6 de agosto de 1835, citada en la «Circular de 18 agosto 1835 de la Dirección General de rentas
y arbitrios de amortización» que se remitió a las provincias y donde se especifican los procedimientos para hacer efectivo
el Real Decreto de 25 julio de 1835.

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aquellas circunstancias, las de ilustra-


ción y gusto acreditado, por cuyo pú-
blico concepto merezcan su confianza».
El Gobernador Civil de Sevilla, a la
sazón D. José Musso y Valiente19, nom-
bró dicha Comisión, entre cuyos miem-
bros figuraban profesores de pintura de
la Real Escuela de Nobles Artes, como
José Becquer, o miembros de la Real
Sociedad Económica de Amigos del
País, como Vicente Mamerto Casajús.

Se da la circunstancia de que
Musso y Valiente, al poco de haberse
hecho cargo del gobierno de la provincia
y ajeno a lo que habría de ocurrir algu-
nos meses después, había propuesto a la
Reina Gobernadora la fundación de un
museo en Sevilla20, el cual se nutriría de
fondos por el procedimiento de compra
de cuadros a los conventos21. Los acon-
tecimientos se precipitaron y no fue ne-
cesaria esta compra ya que se contó con
lo intervenido en los conventos suprimi-
dos. Por Real Orden de 16 de septiembre Fig. 2. Córdoba. Vista de la «sala de arte antiguo» con la colección
de 1835 se recibió la aprobación del pro- de arqueología, en el Museo de Bellas Artes. (Revista Bética, 1915).
yecto de museo sevillano, procediéndose
a continuación a nombrar el equipo directivo, nombramiento que recayó en el canónigo Francisco
Pereira, Manuel López Cepero, también canónico, y Jose Huet, decano de la Real Audiencia22.
Como secretario se nombró a Vicente Mamerto Casajús.

La primera preocupación de estas Comisiones fue la de encontrar un edificio donde


poder guardar lo que fuese recogido de monasterios y conventos suprimidos y son constantes
las solicitudes que se hacen a los poderes políticos de un edificio de entre los desamortiza-
dos, para utilizarlo como almacén de obras de arte o en su caso como naciente museo, el
cual nace como una medida de protección.

De hecho, el futuro uso de los edificios incautados había sido una de las preocupa-
ciones de las autoridades desde los primeros momentos. Piénsese que fuera de los conventos
propiamente dichos, la Iglesia poseía un caserío numeroso, que en algún caso como en Cór-
doba alcanzaba el 40% del total (Anguita González, 1984: 25), en Toledo el 56%, en Burgos

19
Fue Gobernador Civil de Sevilla entre abril y septiembre de 1835.
20
La propuesta de José Musso y Valiente fue algo inusual y como tal se destaca en la prensa del momento.
21
La referencia la tomamos de la revista El Artista, Madrid, año II, 1835, pp. 92-93.
22
La confirmación de estos nombramientos vendría por Real Orden de 9 de octubre de dicho año de 1835. Lorenzo Morilla,
1992: 144.

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173

las dos terceras partes de la ciudad y en


Palencia casi el 75% (Rueda Hernanz,
1986: 66-75). El primer paso del gobierno
fue procurar su oferta en alquiler, hasta
que no encontrando respuesta adecuada,
como manifiesta Mendizábal en el pró-
logo al Real Decreto de 19 de febrero de
1836, se decidió declarar estos inmuebles
en venta.

Al paso de la desamortización la
ciudad española se va a modernizar,
pues estos edificios van a proporcionar
la posibilidad de dotarla de unos servi-
cios de que antes carecía, aportando los
conventos la superficie urbana adecuada
para ello, al igual que para afrontar las
imperantes necesidades cuartelarias de
un país en guerra. Un Real Decreto de 25
de enero de 183623 afrontaba abierta-
mente la necesidad de buscar un uso
adecuado a estos edificios de conventos
y monasterios suprimidos, poniendo a
disposición de una Junta creada al efecto
Fig. 3. Barcelona. Museo Arqueológico en el momento de su en la corte todos los edificios enajenados
inauguración en 1880 en la antigua iglesia de Santa Águeda en Madrid. El artículo 2º de este Decreto
(La Ilustración Española y Americana, 30 de agosto de 1880).
apunta ya una solución en sintonía con
los nuevos tiempos: La Junta tendrá
como misión proponer las obras necesarias para tener cuarteles «cómodos y ventilados», hos-
pitales y cárceles, nuevas calles y ensanche de las actuales, junto a plazas y mercados de
nueva planta. La aplicación a las demás provincias de esta voluntad de dar utilidad pública
a los conventos parte de una real orden dada al día siguiente, 26 de enero, por la que se
pide al Sr. Intendente de cada capital que, oyendo a la Diputación y demás autoridades, pro-
ponga el uso de los conventos suprimidos.

Aunque las Comisiones de guerra intentaban quedarse con los mejores edificios para
ocuparlos como cuarteles, algunos fueron cedidos para uso cultural, especialmente para sede
de academias y demás sociedades. Las posibilidades abiertas con ello a este tipo de agrupa-
ciones supusieron para las mismas un gran aliciente. Todo el mundo deseaba disponer de
un local para sus actividades y pugnaba abiertamente por él. Esta competencia desatada por
conseguir un edificio es el motivo por el que en los primeros momentos se barajen muchas
sedes para los futuros museos, los cuales, cuando comiencen a formarse, se ubicarán en el
edificio que alberga academias, institutos, sociedades económicas e incluso Comisiones de
Monumentos cuando años más tarde se creen. El peregrinar de las obras de arte en busca

23
Gaceta de Madrid n.º 397 de 26 de enero.

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174 José Ramón López Rodríguez

de un edificio tuvo lugar en muchas de las ciudades, donde fueron encontrando acomodo
provisional en diferentes locales en los que se encontraban almacenados en pésimas condi-
ciones y de los que a veces tenían que ser evacuados por haber sido destinado el local a
otro uso. Esto no fue bueno sin duda para las obras de arte, ya que el descontrol existente
fue ocasión para que fueran desapareciendo numerosos cuadros.

El caso de Sevilla es el mejor conocido. La primera propuesta fue ocupar el convento


de San Pablo, aunque éste terminó siendo oficinas de la delegación de Hacienda. Se piensa
luego en el Hospital del Espíritu Santo, a la par que el director del colegio de San Telmo
ofrece su edificio para museo (Lorenzo Morilla, 1992: 140). La Junta propone más tarde que
se le asigne el convento de la Merced pero se lo deniegan por ser ya sede de la Sociedad
Económica de Amigos del País; obtienen el convento de Montesión, pero terminan perdién-
dolo porque el arzobispo tenía ya otros fines para él. Luego el convento de San Buenaventura,
que ya había sido ocupado por el Segundo Batallón de Guardias Nacionales; y el de San Al-
berto, cedido a la Academia Sevillana de Buenas Letras (Bilbao Martínez, 1935: 12). Finalmente
será el ex convento de la Merced el que se designe por la Junta de Enajenación de Conventos
Suprimidos para sede del museo, edificio que sigue ocupando en la actualidad.

En 1837, pasados ya dos años de aquel Decreto de 25 de julio de 1835, el balance del
trabajo realizado por las primeras juntas es bastante negativo. Los cuadros están en muy
malas condiciones, no se sabe los que hay, muchos están destrozados y otros han sido ven-
didos o sustraídos. Desde el Gobierno central se va a intentar recuperar el tiempo perdido
por medio de una reforma. La pieza clave será la creación de una Comisión Científica y Ar-
tística en cada capital de provincia24, la cual sustituirá a las Juntas formadas con antelación.
Estas nuevas Comisiones, seguramente aprovechando la experiencia del momento anterior,
serán las que encuentren edificio adecuado, hagan los inventarios y abran por fin algunos
de los museos de pinturas característicos de este periodo. Tenemos noticias de que se trabajó
rápida y eficazmente y antes de finalizar el año ya estaban constituidas y en funcionamiento
las Comisiones de muchas de las provincias españolas25.

Tras su trabajo, comenzarán poco a poco a abrirse los museos. El de Granada, tal vez
el primero en inaugurarse, lo hizo el 11 de agosto de 1839. A continuación, dos o tres años
más tarde, lo fueron haciendo otros: el de Sevilla el 8 de mayo de 1842, el de Valladolid el
4 de octubre de 1842 (Wattenberg García, 1997: 15), etc.

Perfilado el panorama museístico con algunos museos ya inaugurados y otros en pre-


paración, se requiere una estructura rectora que los sostenga y administre. En muchos casos

24
El artículo 2.º de la Real Orden de 27 de mayo de 1837 (Gaceta de Madrid n.º 907 del 28 de mayo) que las constituía reza
de esta manera: «En cada capital de provincia se formará una comisión científica y artística, presidida por un individuo de
la diputación provincial o ayuntamiento, compuesta por 5 personas nombradas por el gefe político e inteligentes en literatura,
ciencias y artes. Esta comisión, reuniendo los inventarios particulares, formará uno general, en el cual se designarán las
obras que merezcan, según su juicio, ser conservadas, y las hará trasladar inmediatamente a la capital». Y el artículo 4º
añadía: «Las obras desechadas por la comisión científica y artística se venderán a pública subasta, y su producto se aplicará
a los gastos de formación de inventarios, traslación de efectos y establecimiento de bibliotecas». Hoy sería de gran utilidad
conocer qué obras fueron desechadas y por lo tanto vendidas.
25
Una excepción nos la proporciona Cádiz, donde en 1843 se forma por Real Orden una «junta para formación de museo y
biblioteca de Cádiz», que sustituye a la comisión científica y artística, lo que nos indica quizá que esta segunda había fra-
casado en su misión. Gaceta de Madrid, n.º 3.156 de 29 de mayo de 1843.

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las Juntas creadas en 1837 han dado todo lo que pueden y con la apertura del museo con-
sideran terminada su misión, como ocurrió en Granada, donde se disolvió. En otros casos
las Juntas siguen ejerciendo su cometido rutinario sin mucho entusiasmo.

Sin embargo, a partir de 1840, año en que ha terminado la guerra carlista y se ha entrado
en un periodo de reorganización institucional, se van a producir cambios en la gestión de este
patrimonio. La reactivación de la actividad vendrá de parte del Estado, que interviene de nuevo
pues se tiene una clara conciencia de los desmanes sufridos durante el periodo de guerra y el
peligro en que se encontraba una buena parte del patrimonio histórico y artístico, a lo cual se
quiere poner remedio. La intervención estatal se plasma en la creación de una institución que
será clave para la protección del patrimonio histórico a la par que aspirará a ser una estructura
estable para la gestión del patrimonio en general y de los museos en particular. Serán las Co-
misiones de Monumentos Históricos y Artísticos, creadas por una Real Orden de 13 de junio de
184426, las cuales sustituirán a las anteriores Comisiones Científicas y Artísticas.

Entre los cometidos de estas Comisiones estaban los de adquirir noticias de todos los
monumentos y antigüedades de cada provincia; reunir los libros, códices, documentos, cua-
dros, estatuas y medallas pertenecientes al Estado, incluso reclamando los que hubieran sido
sustraídos y pudieran descubrirse; formar catálogos, descripciones y dibujos de los monu-
mentos y antigüedades que no pudieran trasladarse; crear archivos con manuscritos y códices,
y también «cuidar de los museos y bibliotecas provinciales, aumentar estos establecimientos,
ordenarlos y formar catálogos metódicos de los objetos que encierran».

En cuanto a su composición, estaban formadas por cinco personas «inteligentes y ce-


losas por la conservación de nuestras antigüedades», y las presidirían los jefes políticos de
cada provincia. La estructura provincial de protección del patrimonio que se consolidaba
con las comisiones tenía su cabecera en Madrid, donde se establecía una Comisión Central
presidida por el Ministro de Gobernación y cuyos miembros se nombraban más adelante en
ese mismo ejemplar de la Gaceta, aunque esta Comisión Central no tenía autoridad sobre
las provinciales salvo para su coordinación.

Un mes más tarde se publicaba por Real Orden de 24 de julio de 184427 el Reglamento
para la organización de estas Comisiones Provinciales, las cuales quedaban divididas en tres
secciones: la primera entendía de bibliotecas y archivos, la segunda de esculturas y pinturas
y la tercera de arqueología y arquitectura.

La sección segunda era la encargada de los museos, teniendo como uno de sus más
importantes deberes «el evitar que se prolongue por más tiempo el abandono en que ha estado
este género de preciosidades artísticas por espacio de algunos años». Para ello deberán pedir
a los encargados de amortización todos los inventarios existentes, reuniendo cuanta noticia les
sea posible, incluso recurriendo a los tribunales cuando algún poseedor de objeto usurpado
oponga resistencia a sus requerimientos. Y se añade: «En los puntos en donde no hubiere
museo reunirán las comisiones en un local seguro cuantos lienzos, estatuas, relieves y demás
obras de talla recojan, hasta que el Gobierno de S. M. disponga lo más conveniente».

26
Gaceta de Madrid n.º 3.568 del 21.
27
Gaceta de Madrid n.º 3605 de 28 de julio.

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Fig. 4. Mérida. Instalación del Museo Arqueológico en la iglesia del exconvento de Santa Clara a final del siglo XIX, según
Álvarez Martínez y Nogales Basarrate, 1988: 24.

La intención de que no volvieran a ocurrir las pérdidas de patrimonio de épocas ante-


riores era firme y las Comisiones se constituyeron en todas las capitales de provincia casi inme-
diatamente. Aunque su amplia tarea, que abarcaba desde la arqueología al urbanismo, está aún
por estudiar en su conjunto, está claro que su papel ha sido de notoria e indudable impor-
tancia pues vinieron a culminar el proceso iniciado por la desamortización eclesiástica en
los bienes artísticos, poniendo orden, haciéndose cargo de los museos provinciales que ahora
pasaban a depender de ellas, y asumiendo la tarea de reunir las obras de arte pertenecientes
al Estado en aquellas capitales donde aún no hubiera museo.

Otras desamortizaciones se sucedieron en años posteriores, como la realizada por el


Ministro de Hacienda Pascual Madoz en 185528 o la promulgada durante el «sexenio demo-
crático» (1868-1873)29. Sin embargo la primera, que afectó mayormente a propiedades rústicas,
no tuvo consecuencias en la formación de los museos. La segunda sólo sirvió para acrecentar
en patrimonio que se conservaba en los museos ya existentes. Fue la última vez que entraron
en los museos objetos procedentes de un proceso desamortizador.

Los museos formados como consecuencia colateral de la desamortización, tanto la de


Mendizábal como las anteriores, fueron esencialmente museos de Bellas Artes, pues reunie-
ron el grueso de los cuadros procedentes de los institutos eclesiásticos suprimidos. En algu-
nos de ellos se fueron formando pequeños depósitos de piezas arqueológicas recogidas por
las mismas Comisiones de Monumentos Históricos y Artísticos, ya que también tenían en su

28
Ley de 1 de mayo de 1855 declarando en estado de venta los predios rústicos y urbanos, censos y foros pertenecientes al
Estado, al clero, a las órdenes militares, etc., Gaceta de Madrid de 3 de mayo.
29
El Decreto de 18 de octubre de 1868 declaraba la extinción de conventos, monasterios, congregaciones y demás casas de
religiosos establecidas desde el 29 julio de 1837, determinando la nacionalización de sus bienes (Gaceta de Madrid de 19
de octubre de 1868). Un Decreto de 1 de enero de 1869 autorizaba al ministro de Fomento para que se incautase de todos
los archivos, bibliotecas, gabinetes y demás colecciones de ciencia, arte ó literatura á cargo de las catedrales, cabildos,
monasterios u órdenes militares (Gaceta de Madrid n.º 26, de 26 de enero de 1869).

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sección tercera la encomienda de la protección del patrimonio arqueológico y monumental30.


En otros lugares en los que no había museo de pinturas, simplemente se habilitó un espacio
donde acumular los restos arqueológicos, especialmente los pétreos.

Sin embargo, y a pesar de que en alguna provincia fueron creciendo a tenor de hallazgos
o excavaciones, estos depósitos arqueológicos no tuvieron personalidad institucional, ni siquiera
como sección del museo en el que se hallaban depositados, y no se podrá hablar de museos
arqueológicos hasta que, muchos años más tarde, el Reglamento que reorganice las Comisiones
de Monumentos de 24 de noviembre de 186531 se refiera a dichos Museos de Antigüedades, y
muy especialmente hasta que el Real Decreto de 20 de marzo de 186732, por el que se creaba
el Museo Arqueológico Nacional, cree los museos provinciales de antigüedades, los cuales ya
se declaran públicos y servidos por funcionarios del Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios.

Esto nos dice que la creación de los Museos de Antigüedades en España fue muy tar-
día, tal vez con alguna excepción33, y que en la mayoría de los casos los museos no tomarán
forma efectiva hasta casi la década de los ochenta34. Para estos Museos Arqueológicos (y no
para los de pintura) el Estado creará en ese mismo año 186735 un nuevo tipo de funcionario
al añadir la sección de Anticuarios al ya existente Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios36.

30
Están documentados en muchos lugares, como en Sevilla desde la década de 1840, o en Granada o Córdoba para los mis-
mos años (López Rodríguez, 2010: 197-202).
31
Gaceta de Madrid de 11 de diciembre. Se encargaba a las comisiones provinciales de monumentos el gobierno de estos
museos. El individuo de la comisión que esté al frente del museo «se distinguirá con el título de Conservador».
32
Gaceta de Madrid de 21 de marzo.
33
Así pudiera ser en el caso de Mérida, pues se dice que por Real Orden de 26 de marzo de 1838 se creaba el museo y que
por otra Real Orden de 10 de junio de ese año se cedía la iglesia de Santa Clara de Mérida para depósito de antigüedades
(Álvarez Martínez y Nogales Basarrate, 1988: 20). No hemos podido consultar dichas Reales Órdenes ni se cita el lugar
donde se han publicado, pero por las características de lo dicho y el contexto del momento suponemos que más bien se
trata de otro caso más de esos depósitos arqueológicos mencionados más arriba, pues realmente el Museo Arqueológico
de Mérida tardó muchos años en constituirse, estando durante todo el siglo XIX ocupada la iglesia de Santa Clara para otros
usos (escuela de niñas, almacén de harinas, un teatro…), por lo que no se puede tener constancia de la presencia del museo
hasta los últimos años del siglo XIX. Esto no está en contradicción con el deseo real de crear un museo en Mérida, y prueba
de ello es el encargo que recibe en 1838 un personaje tan interesante como Ivo de la Cortina, funcionario del Gobierno
Civil de Badajoz, de organizar dicho museo emeritense (Luzón Nogué, 1999: 74-81). Desgraciadamente su dedicación al
tema fue muy corta, pues en 1839 lo encontramos destinado en el Gobierno Civil de Sevilla, donde emprendería la tarea
de realizar excavaciones en la ciudad romana de Italica (Canto y de Gregorio, 2001). El intento de crear un museo emeritense
se ve confirmado además por una noticia que con fecha 20 de marzo de 1838 publica D. Eusebio Ruiz de la Escalera en el
Boletín Oficial de la provincia de Badajoz, según la cual con la intención de organizar dicho museo, el intendente de la pro-
vincia proporcionaría el local y el jefe político el apoyo del gobierno. No se menciona a don Ivo sin embargo, sino que para
la instalación del museo se contaría con «los conocimientos y patriotismo de D. Luis Mendoza, oficial de la armada nacional
retirado en dicha ciudad, y de otros buenos emeritanos, que a su tiempo se harán conocer, cuyo oficial dirigirá además sin
ningún interés la academia de dibujo auxiliar del museo; y yo me atrevo a proponer otra literaria para que explique las an-
tigüedades que se hallen». (Boletín Oficial de la Provincia de Badajoz, n.os 45 y 46 de 14 de abril y 17 de abril de 1838).
34
1868: Creación del Museo Arqueológico de Córdoba, tal vez el más antiguo; 1871: creación del Museo Arqueológico de
Burgos; 1879: creación de los museos arqueológicos de Barcelona, Granada, Valladolid, Sevilla; 1887: creación del Museo
Arqueológico de Cádiz, etc.
35
Real Decreto de 10 de junio de 1867 por el que se reorganizan las Bibliotecas, los Archivos y los Museos Arqueológicos,
Gaceta de Madrid n.º 166 de 15 de junio. Era la plasmación de la «sección especial del escalafón general del cuerpo de Ar-
chiveros y Bibliotecarios», anunciada en el mencionado más arriba real decreto de 20 de marzo de 1867 por el que se
creaba el Museo Arqueológico Nacional.
36
En 1901 el Reglamento para el régimen de los museos arqueológicos del Estado servidos por el Cuerpo Facultativo de Ar-
chiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos cambiará la denominación de anticuario por la de arqueólogo (Real Decreto de 29
de noviembre de 1901). Los museos de Bellas Artes no fueron atendidos por funcionarios del Estado hasta casi cien años
más tarde, cuando en 1973 se cree el Cuerpo Superior Facultativo de Conservadores de Museos por la ley 7/1973 de 17 de
marzo (BOE n.º 69 de 21 de marzo).

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178 José Ramón López Rodríguez

Hasta aquí hemos realizado un sucinto recorrido por los hechos que en el siglo XIX vin-
cularon desamortización y museología, y que dieron como resultado una nueva manifestación
del fenómeno museo.
Como conclusiones podemos recordar alguna de las ideas mencionadas más arriba:

El siglo XIX materializa un nuevo tipo de museo que surge debido a un efecto colateral
de las medidas, tanto las de carácter político a causa de las guerras como las tomadas por la
hacienda pública para sanear las arcas del Estado, las cuales se centran en la incautación de
los bienes de las comunidades religiosas.

Estas medidas, que son las desamortizadoras, supusieron una gran pérdida del patri-
monio histórico y artístico español. Los bienes artísticos procedentes de los conventos supri-
midos fueron recogidos en unos museos, iniciándose por primera vez un gran movimiento
de protección del patrimonio con una organización provincial.

Por este motivo el nuevo museo que trae el siglo es un Museo de Pinturas, que son
las sacadas de los conventos. Esto significa que son colecciones en esencia «de aluvión», fal-
tando el criterio de formación con el que por ejemplo un coleccionista reúne su colección.

Como si la fuerza del giro histórico que ha propiciado el nacimiento de los museos
relacionados con la desamortización hubiera sido tan violenta que la museología se hubiese
quedado sin aliento, durante varias décadas parece que no se concibe otro tipo de museo
que el de pintura. Los Museos Arqueológicos serán un fenómeno tardío del último cuarto
del siglo XIX.

En el museo del siglo XIX encuentra cabida la idea de «bien público» elaborada por
los ambientes ilustrados del siglo XVIII. Los bienes incautados ahora son de la Nación, son
bien público, que está –directa o indirectamente– a cargo del Estado.

Esto comporta que por primera vez el Estado interviene en un campo que hasta ahora
había sido de particulares, asumiendo un papel de protector del patrimonio. Poco a poco se
irán tomando medidas tendentes a la ordenación del sector y con el apoyo de academias o
comisiones se organiza una mínima estructura provincial. De gran importancia fue por un
lado la creación de las Comisiones Provinciales de Monumentos Históricos y Artísticos, que
se encargarán de la gestión del patrimonio arquitectónico, arqueológico y del que se halla
en los museos, y por otro la creación más adelante de un Cuerpo de funcionarios para la
gestión de los Museos Provinciales de Antigüedades.

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