5 La Interacción Padres Hijos y Sus Consecuencias Psicopatológicas y Psicoterapéuticas

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LA INTERACCIÓN PADRES-lllJOS Y

SUS CONSECUENCIAS PSICOPATOLÓGICAS


Y PSICOTERAPÉUTICAS

por EDELMIRA DoMÉNECH LLABERIA

Universidad Autónoma de Barcelona

Introducción

Las relaciones entre padres e hijos son muy importantes para el


normal desarrollo psicológico, la formación de una personalidad sana y la
adaptación social. Los cambios de la sociedad actual han sido tan rápidos e
intensos que la distancia entre generaciones se ha agrandado, dificultando
la comunicación y el diálogo entre la generación de los padres y la de los
hijos. Por otro lado, la influencia de los medios de comunicación ha sido
enorme. Actualmente los adolescentes, e incluso los niños antes de la
pubertad, están más influidos por los «mass media» que por sus propios
progenitores.
Sin embargo, la relación paterno-filial es insustituible para conseguir
que la personalidad evolucione de una forma armoniosa y bien estructurada.
Por esta razón eB imprescindible que los padres asuman su función de
educadores y dispongan de un buen clima para la formación de los más
pequeños de la sociedad.
Todos los niños esperan recibir de sus padres un amor incondicional
que les proteja y les proporcione seguridad. Esto supone por parte de los
padres, una gran tolerancia respecto del temperamento del niño, cualquie­
ra que éste sea, y una cierta capacidad para valorar los aspectos positivos
de cada hijo, aceptando sin reservas sus limitaciones y siempre tratando al
niño real, sin nostalgia del hijo «perfecto», por otra parte inexistente, en el
que muchos padres sueñan.

revista eapallola de pedagogía


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Este amor incondicional de los padres y la aceptación del niño tal y


como es, hacen que éste se sienta por sí mismo querido y que se establezcan
entre padres e hijos unas relaciones que hacen sentirse más seguros a unos
y a otros. Cuando se ama a un hijo con reservas («le quiero mucho, pero si
sacara mejores notas . », o «si se comportara de otra manera ...», o «Si fuera
. .

menos introvertido», o «menos celoso», etc.), el niño va perdiendo la con­


fianza que terúa en sus padres, empieza a ocultar cosas, quizás a mentir y
a sentirse culpable de no ser como sus padres querrían que fuese. Así se va
fraguando una desconfianza mutua entre los padres y el hijo que puede
acabar destruyendo completamente la relación entre ambos.

Pero este amor hacia el hijo no siempre es suficiente. Es imprescindible


además conocer cómo es el hijo, cuáles son sus necesidades, sus competen­
cias y sus posibilidades de forma que la relación con él se establezca desde
un principio siguiendo unas normas y unos objetivos concretos. Para ello es
necesario tener un conocimiento de los factores que con.figuran la interacción
materno y paternofilial.

De otra parte, la relación padres-hijos debe poder evolucionar adaptán­


dose a las diferentes etapas por las que atraviesa un muchacho antes de
llegar a ser una persona adulta. Cuando el niño llega a la pubertad, esta
relación experimenta una profunda transformación de forma que pueda
satisfacer las necesidades del adolescente y no sucumbir ante las múltiples
influencias externas que con tanta frecuencia provocan roturas en su
interacción con la familia.

1. Vínculo, apego e interacción

Disponemos de dos términos muy similares para referirnos a lo mismo:


el vínculo o «honding» y el apego o «attachment». Algunos autores los usan
como sinónimos. Los que no los consideran sinónimos suelen atribuir al
concepto de apego un sentido más restrictivo, limitándolo al lazo filial del
niño con su madre.

En 1959 Bowlby empleó el término «attachmenb> para denominar el


lazo afectivo del niño con la madre. Desde entonces se han dado muchas
definiciones de la palabra apego, que varían de acuerdo al modelo teórico
que subyace a la definición.

En todos ellos el término apego indica siempre una relación afectuosa


que perdura en el tiempo y que se manifiesta en forma de unas determina­
das pautas de conducta. Más tarde, el propio Bowlby amplió el término
aplicándolo a otras figuras que no eran la madre, como la relación entre el
niño y el padre o el lazo que une a los esposos.

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Aquí me referiré exclusivamente al lazo entre el niño y la madre y lo


consideraré desde una perspectiva bidireccional que es la que va implícita
en el término interacción. Ello significa que tanto se considera el apego del
niño a la madre o filiomaterno como el apego de la madre hacia el niño o
maternofilial. Creo que la conducta de apego forma parte de un sistema
interacciona! complejo en el que el temperamento, las competencias y la
conducta del bebé influyen en la madre y a su vez el comportamiento
materno modifica la conducta del bebé, instaurándose un diálogo entre
ambos. Las características de este diálogo son más que la suma de sus
elementos (Cramer, 1982). A partir de aquí se puede hablar de estilos
interactivos, de distorsiones interactivas, y de interacciones de riesgo. Para
su estudio conviene observar las secuencias en el tiempo de las conductas
de la diada formada por el niño y la madre.

Los conceptos de apego, vínculo e interacción son constructos hipotéti­


cos que son útiles para entender los fenómenos que ocurren en el inicio del
desarrollo humano y también para interpretar comportamientos patológi­
cos ulteriores.

2. La interacción de /,a madre con su hijo recién nacido

Los modelos de interacción entre los padres y los hijos han despertado
el interés de antropólogos, psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas. Dentro
de estas relaciones paternofiliales la interacción de la madre con el niño en
las primeras etapas del desarrollo ha sido probablemente lo que ha suscita­
do más dedicación y controversia por la importancia que puede tener en la
formación de la personalidad futura.

Hasta llegar a la década de los años sesenta, el recién nacido había sido
considerado casi siempre a lo largo de este siglo como un ser pasivo con una
vida casi exclusivamente fisiológica. Se llegó a pensar que los recién
nacidos no oían ni veían ni podían iniciar ningún tipo de relación.

El interés por los aspectos psicológicos de los niños muy pequeños se


inició en los años veinte, a raíz de los trabajos de Freud y de Watson,
quienes, partiendo de dos puntos de vista muy distintos, no obstante,
coincidieron en remarcar la importancia de las primeras etapas del desa­
rrollo para la futura salud mental del individuo. El niño seguía considerán­
dose un ser pasivo y era la madre la única responsable del despertar
psicológico de su hijo. En la relación madre-hijo, éste no hacía nada; todo
dependía de su madre. Cuando las cosas marchaban mal, la madre tenía
toda la culpa; así fue como a las pobres y sufridas madres se las culpó,
muchas veces sin motivo, no sólo de la deprivación afectiva sino también

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-lo que es del todo injustcr- del autismo infantil y de las psicopatías. Esta
atribución decisiva a la madre en el primer desarrollo infantil se mantuvo
sin modificaciones sustanciales durante medio siglo y en gran manera
marcó la forma de criar a los pequeños durante tres generaciones.
Llegó un momento, ya entrando en los años setenta, en que varió el
concepto de niño recién nacido. Empezó entonces a descubrirse que el
neonato era un ser activo, dotado de unas aptitudes a las que se denominó
«competencias». El niño era capaz de reaccionar a la estimulación sensorial
externa; podía oír, mirar y reconocer muy precozmente a la madre por el
olfato. Podía además iniciar aprendizajes y jugar un papel activo en la
relación que establecía con la madre. Margaret Mead denominó metafóri­
camente este fenómeno «psychological birth of the human infant» (1975).
Hoy se considera que el recién nacido es un «partenaire» (Brazelton, 1983b)
en esa interacción, y que no es sólo la madre quien influye sobre el neonato,
sino también el recién nacido influye sobre la conducta materna. Esta
bidireccionalidad de los intercambios es fundamental para entender la
comunicación entre una madre y un recién nacido.
Hacia la misma época, aparecieron los trabajos de Klaus y Kennell
sobre el vínculo madre-hijo en el neonato, comunicaciones que culminaron
en una conocida e influyente publicación en 1976. A partir de entonces el
tema de la interacción materno-filial en esta etapa precoz ha originado un
considerable número de trabajos. La etapa actual en la investigación de la
interacción entre el neonato y su madre puede considerarse que arranca de
las formulaciones de Klaus y Kennell, si bien desde entonces las ideas han
experimentado un giro significativo. Por este motivo partiré de la hipótesis
de Klaus y Kennell.

a) El contacto físico entre el niño y la madre en /,a.e; primeras horas:


la aportacwn de Klaus y Kennell

Varios autores (Klaus y Kennell, 1976; de Chateau, 1976, etc.) formula­


ron la hipótesis de que los acontecimientos que ocurrían inmediatamente
después de nacer ejercían una influencia primordial sobre la conducta de la
madre y, por consiguiente, sobre el ulterior comportamiento del niño.
Dentro de estos acontecimientos, que se sitúan en una etapa inmedia­
tamente posterior al parto, Klaus y Kennell hicieron especial hincapié en el
contacto físico madre-hijo durante las primeras horas después del naci­
miento. Este tiempo de contacto inicial constituiría un elemento muy
importante que afectaría a las características de la futura conducta mater­
na con su hijo. El incremento del tiempo de contacto intensificaría las
conductas maternas positivas y disminuiría los problemas de las madres
en relación al cuidado y desarrollo del niño.

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Según esto, en las primeras horas de vida, habría un período sensible,


durante el cual la madre establecería unos lazos afectivos con el niño, que
serían más intensos que en cualquier otro momento. La interrupción de
este proceso desencadenaría, a corto y largo plazo, comportamientos nega­
tivos, de índole diversa, tales como conductas de rechazo o incluso de
maltrato.

Para explicar esta hipótesis sus autores apelaron a la existencia de una


base hormonal. Lús cambios hormonales durante el embarazo y el parto
capacitarían biológicamente a la madre para vincularse afectivamente con
el recién nacido. Esta hipótesis se vio apoyada por algunos estudios de
psicología aplicada en roedores y ungulados.

La hipótesis de Klaus y Kennell apareció en un momento en que l a


sociedad americana ya estaba sensibilizada frente a la forma deshumanizada
de atender el embarazo y el parto. El niño nacía mediante una intervención
fisica, en una clínica aséptica, como culminación de una enfermed&d de
nueve meses y el pequeño era arrancado de la madre e inmediatamente
colocado en un lugar separado. Este tipo de actuación pondría a la madre
en una situación de riesgo en tanto que madre y educadora de su hijo.

¿Qué hay de cierto en todo ello? ¿Por qué el contacto durante las
primeras horas y días modifica la conducta de la madre? ¿A qué se debe
este hecho? ¿Es el contacto durante la primera hora de vida tan significati­
vo o más que un período de contacto mayor durante el segundo y el tercer
día? No disponemos para esto de explicaciones concretas. Pero debe tener­
se en cuenta que de ser cierta la hipótesis de Klaus y Kennell el actual
sistema de atención al parto en los grandes hospitales de las ciudades
modernas podría ser perjudicial para la interacción del niño con la madre y
su desarrollo ulterior.

b) Después de la aportación de K!,aus y Kennell

Han transcurrido más de quince años desde la publicación de la obra de


Klaus y Kennell. Sus autores han matizado su postura inicial, después de
la lluvia de trabajos publicados en pro y en contra de aquella teoría. En
1983 ya señalaban que la conducta materna postnatal está determinada
por factores muy diversos y que había muchas dificultades para determi­
nar si se daba o no un período sensible en la madre, durante las primeras
horas y días después del nacimiento, que pudiera ser de especial importan­
cia para el establecimiento del vínculo. Ese mismo año Lourie (1983) y
Lamb (1983) publicaron excelentes revisiones de la teoría de Klaus y
Kennell. Pero, de cualquier forma, la psicología clínica infantil y la pedago­
gía tienen una deuda contraída con Klaus y Kennell por haber insistido en

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la importancia de las primeras relaciones y de la continuada interacción


entre madre e hijo.

De la teoría de Klaus y Kennell se deriva un tipo de intervención que


consiste en incrementar el tiempo de contacto fisico entre la madre y el
neonato en el postparto. Se realizaron diversos estudios comparando los
niños que recibían un contacto suplementario con los que no lo habían
recibido. Las intervenciones variaban según el momento inicial del contac­
to y el tiempo total del contacto suplementario que podía oscilar de quince
minutos a dieciséis horas, la situación en la que se realizaba la interven­
ción (amamantamiento, manipulación táctil del niño, etc.), el lugar físico
en el que se llevaba a cabo (sala de partos, habitación individual ... ), etc.

El resultado de las intervenciones con contacto suplementario fueron


evaluadas a través de la observación directa del recién nacido con la madre
en distintas situaciones y con cuestionarios que debían contestar las
madres. La mayoría de los estudios realizados han apoyado la hipótesis de
que el contacto suplementario influyó positivamente tanto sobre el niño
como sobre la madre. Lo que más se increment.ó con el contacto suplemen­
tario fue la conducta materna de afecto y la duración de la lactancia
materna.

Para terminar con la aportación y el impacto de la teoría de Klaus y


Kennell, me referiré a un comentario crítico a esta cuestión de Stella Chess
y Alexander Thomas (1982), quienes subrayan los beneficios de los traba­
jos de Klaus y Kennell para humanizar los nacimientos en los grandes
hospitales. Sobre la validez de esta teoría concluyeron lo siguiente:

l. Cualquier procedimiento hospitalario que ayude a las madres a


sentirse mejor y más capacitadas para cuidar de su bebé ejerce una
influencia beneficiosa sobre el vínculo materno-filial.

Afirmar que la falta de suficiente contacto ocasiona forzosamente


2.
un fallo en la interacción no hace ningún favor a millones de madres y
niños que han establecido una buena relación, a pesar de haber sido
sometidos al régimen hospitalario de separación después del parto.

Cuando el vínculo entre padres e hijos se rompe como en los casos


3.
de maltrato o de rechazo, deben buscarse muy diversas causas y no
atribuirlo únicamente a un fallo en la interacción precoz.

e) La situación actual de /,as investigaci.ones sobre el tema

La investigación de los últimos años respalda la idea de que la cualidad


de la interacción tiene poderosos efectos sobre el desarrollo cognitivo y del
lenguaje del niño (Bromwich, 1981; Bee et al., 1982; Bromwich, 1990).

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Los mecanismos que intervienen en la interacción se ponen en marcha


muy pronto. El niño, y no sólo la madre, juega un papel muy importante en
el establecimiento de las primeras pautas de interacción (Brazelton et al.,
1974; Stem, 1977). Goldberg (1977) señaló que la «competencia social» del
neonato contribuye a optimizar la interacción del niño con la persona que
lo cuida. El niño de riesgo no suele tener estas aptitudes sociales porque su
conducta es más imprevisible, se irrita con facilidad, rechaza l a comida o
no responde a lo que las madres esperan. En estos casos hay que enseñar a
los padres la forma de tratar a estos niños y explicarles que no tienen la
culpa de que el niño sea dificil de llevar.

Otro factor que juega un relevante papel en el establecimiento de las


primeras relaciones es el temperamento del niño. El «New York Longitudinal
Study» (Thomas y Chess, 1977) puso de manifiesto como las características
temperamentales (adaptabilidad, respuesta a nuevos estímulos, humor,
etc.) influían mucho en la forma en que el adulto reaccionaba con el niño.
Los resultados del estudio apoyan la teoría de que la participación de los
dos miembros de la diada madre-hijo en los intercambios interactivos
constituye un factor relevante en el desarrollo del niño.

En los últimos años se han hecho bastantes progresos en la evaluación


de las interacciones con el recién nacido. En 1984 Brazelton publicó la
revisión de su escala comportamental para la evaluación del recién nacido
(NBAS). Esta nueva versión permite evaluar el comportamiento del recién
nacido dentro del contexto dinámico de la interacción entre el niño y la
madre o el examinador. Con esta técnica se pueden explorar algunos
aspectos del comportamiento interactivo del neonato. Costas et. al. (1987)
realizó una reagrupación de ítems de la escala. La agrupación denominada
«interacción» ha demostrado tener un valor predictivo de la conducta del
niño al primer año de vida.

El método que más se utiliza actualmente para el estudio de la relación


temprana entre la madre y el hijo es el procedimiento observacional. Se ha
llegado a una gran sofisticación en la observación directa del funciona­
miento en la diada madre-neonato. Gracias a estas técnicas se han podido
analizar secuencias interactivas cuya repetición o redundancia acaban
configurando ciertos modelos de funcionamiento (Missió, 1993).

Los avances en la metodología observacional y el conocimiento cada día


mayor de las competencias del neonato normal y patológico han abierto el
horizonte de la detección precoz y de la intervención temprana en las
formas de interacción distorsionada.

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d) Detección precoz de las distorsiones en /,a interacción

La observación de recién nacidos por parte del clínico entrenado permi­


te detectar perturbaciones muy precoces en la interacción madre-hijo. Por
la forma de adaptarse el recién nacido al regazo materno, por el contacto a
través de la mirada ya se puede sospechar la existencia de una alteración
(Doménech, 1982). Para interpretar correctamente las reacciones del
neonato al entorno humano es básico valorar el nivel de conciencia o
«estado» en que se encuentra el niño. Prechtl y Beintena (1968) distinguie­
ron seis estados de conciencia en el recién nacido que son los que se siguen
empleando actualmente en la valoración comportamental del neonato.
Durante el «estado 4» también denominado de «alerta», es cuando el
pequeño proporciona respuestas de mayor cualidad. En este «estado», un
niño de tres días mira a su interlocutor cuando le habla y le brillan los ojos
cuando se le estimula.
Un signo de interacción patológica, que nos debe alertar, es la conducta
del recién nacido que no consigue en ningún estado responder a los
estímulos humanos ni establecer un contacto a través de la mirada. Otros
signos serían la pasividad e indiferencia a las relaciones interpersonales, la
adaptación tónico-postural deficitaria y la falta de disposición para dejarse
consolar por las caricias de las madres. Otro grupo de signos que debe
ponemos en guardia son los que detectamos en el comportamiento de las
madres con el niño, cuando, por ejemplo, en la situación de amamantar al
bebé una madre no consigue adaptar las maniobras de estimulación al
ritmo de succión del niño. En este caso concreto hemos podido observar
cómo el pequeño acaba rechazando el pecho, ,rompiendo a llorar y cortando
bruscamente el intercambio con la madre. Esta y otras conductas altera­
das han podido detectarse observando a madres amamantando a sus bebés
de pocos días (Missió et al., 1992). Este ejemplo demuestra cómo la obser­
vación directa de un a situación natural constituye un procedimiento opor­
tuno para examinar la influencia que cada miembro de la diada madre­
neonato ejerce sobre el otro.
La detección temprana de las dificultades relacionales puede hacerse
por observación del funcionamiento de la diada desde los primeros momen­
tos después de nacer el niño. Las pautas de interacción se instauran muy
pronto. Molénat (1984) habla de un código relacional entre los padres y los
hijos que se pondría en marcha en el momento del nacimiento. Esto pone
de manifiesto la capacidad de respuesta de las madres a las necesidades
expresadas por los bebés. La precocidad en la aparición de estas dificulta­
des de interacción hace de las clínicas maternales un lugar idóneo para su
detección y para las primeras actuaciones terapéuticas.

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e) Intervención temprana en las alteracwnes de la interacción


padres-niño

La detección temprana de estas dificultades permite intervenir muy


pronto y prevenir de esta forma ciertas dificultades en las futuras relacio­
nes. La intervención precoz tiene interés porque, cuando se produce una
alteración al principio de la interacción, el niño adopta pautas de compor­
tamiento que pueden resultar muy incómodas para la madre. El efecto
negativo de estas conductas en el niño puede generar a su vez comporta­
mientos inadecuados en la madre, los cuales a menudo favorecen los
comportamientos no deseados en los niños. De esta forma se inicia una
situación repetitiva que puede acabar siendo patológica.
Hay diversas formas de intervenir en las distorsiones de la interacción
con el recién nacido. Una que ha sido empleada es la demostración de las
habilidades del niño en presencia de las madres. Los padres suelen quedar
muy sorprendidos cuando descubren todo lo que es capaz de hacer su
recién nacido. Es muy frecuente que el padre, más que la madre, nos diga
que todos los neonatos le parecen iguales. Sin embargo, cada niño desde un
principio tiene unas características diferenciales que le hacen ser distinto a
cualquier otro. Brazelton (1983) ha señalado lo útil que es su escala para
hacer descubrir a los padres las capacidades de su neonato y optimizar así
la interacción precoz.
Jeliu (1991) considera que esta intervención debería realizarse en todos
los niños con riesgo, especialmente con los de bajo peso, los prematuros, los
hijos de madres adolescentes o los que tienen riesgo de padecer algún
trastorno orgánico. Para ello ha elaborado una forma de intervención que
sirviéndose de un vídeo trata de informar a la madre sobre las capacidades
del niño, al que presenta como un «partenaire» social.

Se han estudiado los efectos positivos de este tipo de intervenciones


sobre la interacción a largo plazo y se ha podido observar que su efecto era
superior al obtenido con técnicas de consejo sin demostración (Belsky,
1985).
De otra parte, Kaye (1986) ha propuesto un modelo de intervención
para aplicarlo en el contexto hospitalario con los niños de alto riesgo. Se
trata de un programa individualizado que, además de prolongar la estan­
cia hospitalaria, evalúa las competencias de las interacciones, proporciona
información a las madres y adapta a cada caso las estrategias para la
manipulación que son oportunas. La aplicación de este programa requiere
un adiestramiento previo de los profesionales del centro.

Es aconsejable añadir a este tipo de intervención la práctica del «rooming


in», que facilita el estrecho contacto de la madre con el bebé y puede

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potenciar en la mujer la necesidad de sentirse madre. Este efecto es


especialmente importante en las madres muy jóvenes.

3. La interaccwn entre el lactante y su madre

a) La vincuwcwn afectiva del /,actante

Los representantes del modelo estructuralista evolutivo (Lourie, 1983;


Greenspan y Porges, 1984, etc.), describieron un estadío que va de los dos a
los siete meses, al que denominaron con el término de «attachment» que
corresponde a la etapa en la que el niño normal establece un particular
vínculo emocional con la madre o substituta. Esta vinculación se acompa­
ña de un interés por esa persona en concreto, que adquiere una importan­
cia primordial en la vida del niño. El niño la mira, le sonríe, pide que le coja
en brazos y responde al contacto con esta persona a través de diversas
modalidades sensoriales. Una vez que se ha establecido el vínculo afectivo
con la madre, si ésta se marcha y le deja en un lugar que le es desconocido,
el niño se altera. Esto sucede especialmente con niños entre uno y tres años
de edad.

Entre los seis y los ocho meses el lactante debe discriminar claramente
entre la madre y los extraños. El miedo a las personas no conocidas
disminuye en presencia de la madre. La vinculación afectiva con la madre
es la que proporciona seguridad al niño, permitiéndole explorar situacio­
nes nuevas. Se demostró hace unos años que, cuando las madres eran más
sensibles a las necesidades de sus hijos, el vínculo del niño con la madre era
de mejor calidad y que estos niños lloraban menos cuando las madres
tenían que dejarles algunas horas. Cuando un hijo se separa de su madre
durante dos o tres semanas, el niño puede formar nuevos vínculos con las
personas que le cuidan; pero la calidad del nuevo vínculo no es la misma. El
concepto de vínculo va unido al de una cierta selectividad. Puede hablarse
también de unajerarquía en los vínculos afectivos y de una figura principal
en la vinculación afectiva.

De otra parte, a partir de los tres meses de edad, el lactante es capaz de


interactuar intencionadamente, respondiendo a la sonrisa y a la voz huma­
na. Y no solamente responde, sino que también es capaz de tomar la
iniciativa de comunicarse cuando, por ejemplo, coge un objeto para jugar
con otra persona. Estas conductas de toma de iniciativas se incrementan
mucho a partir de los nueve meses. Precisamente, esta etapa entre los
nueve y los dieciocho meses ha sido catalogada como la etapa de la
organización de las conductas y de capacidad de iniciativa, según el modelo
estructuralista evolutivo en psicopatología.

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b) Una comunicación verbal madre-lactante

Entre los diecisiete y los treinta meses los niños adquieren la capacidad
de representación simbólica y hacen grandes progresos en la adquisición
del lenguaje. A partir de entonces el niño comienza a disponer del lenguaje
oral para relacionarse. El retraso en la evolución del lenguaje es una
importante manifestación de ciertos trastornos en la interacción con los
demás.
El lenguaje preverbal del lactante es también un vehículo de comunica­
ción. Hacia el final del primer año los niños disponen de repertorio muy
amplio de señales para expresar sus estados emocionales de alegría,
sorpresa, interés, tristeza, enfado, malestar ..., etc. En esta etapa también
son capaces de interpretar y utilizar los estados emocionales de los demás.
Pero aunque sea posible la comunicación emocional sin lenguaje, antes
de su adquisición, la comunicación preverbal está limitada a sólo situacio­
nes momentáneas. La adquisición del lenguaje oral permite a los niños
hablar de sus estados emocionales, como se ha demostrado en un estudio
longitusllnal realizado en niños, a partir de los 18 meses (Dunn et al.,
1987). Este y otros estudios han puesto de manifiesto que a los dos años de
edad la mayoría de los niños comunican a sus madres los estados emocio­
nales que ellos mismos han experimentado o que han captado en otras
personas. A los 24 meses, las niñas, que suelen tener un mayor desarrollo
verbal, referían con mayor frecuencia sus estados emocionales que los
niños (Dunn et al., 1987).

e) Consecuencias de las alteracwnes en l,a interacción entre


el lactante y la madre

En casi todas las escasas clasificaciones de que disponemos, en la


psicopatología del lactante se incluye como categoría diagnóstica a las
alteraciones del apego y de la interacción. Me referiré a continuación a la
que me parece más completa (Kreisler, 1984) por ser una clasificación
mulbiaxial que emplea cuatro ejes. El eje dos de esta clasificación se ocupa,
precisamente, de los trastornos de la interacción.
Kreisler considera que el funcionamiento interactivo es el preludio del
funcionamiento mental, ya que antes de los seis meses la inmadurez del
psiquismo y el desconocimiento de sus estructuras mentales, hacen que no
dispongamos de otro medio para el abordaje de la mente infantil.
Las tres principales categorías en la patología de la interacción, según
Kreisler, son la insuficiencia, la sobrecarga y la incoherencia. La insufi­
ciencia corresponde a la carencia afectiva y a la falta de estimulación y

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acontece cuando se da un vacío relacional. Estas carencias fueron estudia­


das muy bien por Spitz (1957). Otras formas no tan graves como la
depresión anaclítica de Spitz las encontramos hoy en algunos niños hospi­
talizados, en bebés que varían mucho de cuidadores y en una forma más
ambigua a la que se ha denominado «hospitalismo intrafamiliar>>. Esta
insuficiencia relacional puede deberse también a ·deficiencias interactivas
por parte del niño.
No es normal que un lactante rechace el contacto humano o muestre
desinterés por su madre permaneciendo con la mirada ausente o con una
cierta rigidez en el contacto físico.
Tampoco son normales las excesivas manifestaciones comporta.mentales
de signo contrario, es decir, la del niño que exige estar siempre en brazos,
incluso para dormirse, o que está siempre peg á do a una persona mayor.
Este comportamiento puede ser indicio de una carencia afectiva o bien de
un estado de ansiedad.
Debe considerarse patológico el niño que a pesar de demostrar mucho
interés por las personas no hace ninguna diferenciación entre su madre y
las personas extrañas. Un caso extremo de ausencia de ansiedad ante los
extraños es el cuadro clínico descrito por Kreisler (1984,b) como «comporta­
miento vacío», en niños entre 18 meses y tres años de edad. Estos niños no
tienen capacidad para expresar sus emociones y son indiferentes al dolor.
Su comportamiento recuerda más al muñeco de cera que al niño de verdad.
Tampoco es normal que las respuestas a las señales del adulto sean
intermitentes. Tal es el caso del niño que responde, por ejemplo, a la
sonrisa y no a la voz de su madre, o al contrario. Sería más grave que el
niño no respondiera ni a la sonrisa ni a la voz de su madre e ignorara
totalmente a la persona que le cuida.
Dentro de la patología por exceso de excitación se encuentra el caso del
lactante que constantemente reclama atención, no para de iniciar conduc­
tas comunicativas, no quiere estar solo ni un momento y hace pataletas
siempre que la madre no responde de inmediato a sus constantes deman­
das de que le hagan caso. Este niño desespera a los padres, lo que provoca
que éstos reaccionen de forma inadecuada. Se trata de lactantes intranqui­
los que se mueven mucho, reclaman una constante atención, no soportan
que se les lleve la contraria y cuando son algo más mayores acostumbran a
ser insensibles al castigo. Tienen también frecuentes trastornos del sueño,
llegando a crearse un círculo vicioso entre las conductas inadecuadas del
niño y de la madre.
Este círculo vicioso de conductas inadecuadas puede generar a largo
plazo consecuencias negativas como dificultades en las futuras relaciones,

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trastornos de personalidad, alteraciones emocionales, conflictos neuróticos


y un deficiente desarrollo moral. Una revisión más amplia de este tema
puede encontrarse en la obra de Sameroffy Emde (1989).

4. La interacción entre el niño y la madre en la etapa anterior


a la pubertad

a) El mode/,o interactivo de Bromwich (1981)

Este modelo forma parte del «UCLA infant studies project» (Bromwich,
1981), un proyecto elaborado para obtener el óptimo desarrollo y bienestar
de los niños. Me refiero a él porque presta mucha atención a la cualidad de
la interacción del niño con la madre. Uno de sus objetivos consiste en
conseguir que las interacciones entre los niños y sus madres sean satisfac­
torios y agradables para ambos.

Siempre he considerado esencial que una madre lo pase muy bien


cuando está con su hijo y se lo haga pasar también bien a su hijo. No
importa tanto el tiempo que una madre pueda estar al lado de su hijo o hija,
como lo gratificante que este tiempo resulte para los dos. Es casi imposible
que dos personas se sientan bien, una al lado de la otra, y que no exista
comunicación entre ellas.

La primera condición para que la interacción sea gratificante es que el


encuentro sea relajado y sin prisas. No se puede estar con un niño y tener
la cabeza en lo que hay que hacer un momento después o en cien cosas más.
Hay que saber encontrar una actividad que guste a los dos. No es conve­
niente jugar con el niño sólo por obligación. Hay muchas actividades que se
pueden hacer con los niños en casa, en la calle, en el campo, y que son
además placenteras. Es preocupante observar el número de madres que
están tensas y lo pasan mal cuando ayudan a sus hijos a hacer los deberes
o tratan de conseguir que se aseen antes de acostarse. En esas condiciones
lo más probable es que únicamente consigan que el niño rechace cada vez
más esas actividades.

El hecho de que una relación sea gratificante no significa que no se


tenga que exigir al niño. Pero cualquier cosa que se exija al niño debe
hacerse dentro de una buena relación afectiva entre el niño y la persona
que le pide ese esfuerzo. Se puede exigir mucho a un niño en el ámbito de
un buen clima afectivo y de una interacción positiva. Cuando con un niño
se adopta una actitud de excesiva tolerancia es porque la madre ignora
cómo debe educarle, porque no se ha propuesto hacer tal cosa, porque no se
atreve o porque es mala la relación con el niño.

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544 EDELMIRA DOMÉNECH LLABERIA

Otra importante condición es conocer muy bien al hijo y valorar todo lo


que tiene de positivo. E l conocimiento de las personas que están a nuestro
lado hace más fácil que las queramos. La experiencia clínica nos demues­
tra que muchos padres son grandes desconocedores de lo que piensan,.
sienten y son capaces sus propios hijos. Con mucha frecuencia los padres
tienen en sus mentes falsas imágenes de sus hijos, hechas a su medida,
muchas de las cuales son resultado de las frustraciones y desilusiones de la
idea que se habían formado sobre su hijo.

Además de valorar mejor al hijo, la madre debe valorarse a sí misma y


tener confianza en sus cualidades personales como madre y educadora. De
lo contrario, estará tensa y angustiada en sus relaciones con el niño y no
podrá conseguir una interacción relajada 1 gratificante. U na sana
autoestima permite una mejor percepción de sí mismo y de los demás y
suele ir a.compañada de conductas mejor adaptadas y más flexibles.

Saber �scuchar es muy importante. Es necesario escuchar y compren­


der, sin agobiar al interlocutor con lo que uno tiene en aquel momento en la
cabeza. Y no sólo escuchar, sino también saber intuir lo que el otro necesita
o le preocupa. Las madres, y también las educadoras, que son más sensi­
bles para captar lo que el niño necesita son las que protegen mejor a los
niños respecto de las situaciones estresantes del entorno. De todos modos,
la cualidad de la interacción depende tanto de la madre como del niño. No
todo aquí es responsabilidad de los padres. Hay madres que entienden
mejor a un hijo que a otro. Es más, pienso que la interacción madre-hijo es
diferente cualitativamente en cada hijo.

La experiencia como psiquiatra infantil me ha demostrado que cuanto


más están los niños con sus padres, más fácil resulta el trato entre ellos. No
me refiero aquí a las horas diarias de permanencia -no somos contrarios
a l trabajo de la madre fuera del hogar-, sino al hecho de ir con los niños de
vacaciones, de excursión, al restaurante o, siempre que sea posible, comer
juntos en casa al mediodía. Cuanto menos conviven los niños con los
padres, más dificil es soportarlos el rato que están juntos. En esas condicio­
nes llega un momento en que unos son casi unos desconocidos para los
otros y entre ellos el diálogo deja de existir. Cuando se rompe este diálogo
entre padres e hijos antes de la pubertad, la relación con el adolescente
resulta imposible y es muy dificil entender su forma de evolucionar.

b) Obstácu/,os a /,a interacción madre-hijo

Comentaré en las líneas que siguen dos formas casi diametralmente


opuestas, pero igualmente perturbadoras de una buena interacción: la
sobreprotección y la indiferencia.

rev. esp. ped. LI, 196, 1993


LA INTERACCIÓN PADRES-HIJOS Y... 545

La sobreprotección suele ir unida a la ansiedad ma�rna. La madre


sobreprotege para disminuir su propia ansiedad y sentirse tranquila. A
veces la sobreprotección se acompaña de sentimientos de ambivalencia y
de culpabilidad.

La conducta excesivamente controladora está relacionada con la


sobreprotección. Ésta ahoga al niño y dificulta el que adquiera la necesaria
autonomía. La sobreprotección y el riguroso control pueden derivar de las
expectativas excesivas puestas en el hijo. La madre se esfuerza por cam­
biar a su hijo para que responda a lo que de él se espera, haciéndose menos
receptiva a las necesidades del muchacho. Cuando el niño se da cuenta de
que no puede responder a las expectativas de sus padres, se desanima y se
siente fracasado e incómodo en la interacción con ellos.

El extremo contrario es la madre fría o indiferente que no se implica


emocionalmente con el hijo. Esta falta de implicación puede deberse a
varios motivos, como una excesiva preocupación por otros problemas de su
vida, la inmadurez afectiva, la incapacidad para expresar las emociones
como consecuencia de otras situaciones vividas en el pasado o a un fuerte
egocentrismo. Las madres frías e indiferentes no intentan interaccionar
con sus hijos y no se enteran de sus necesidades. Un caso más extremo es el
del abandono del niño.

c) Algunas estrategins de intervención psicoterapéutica para optimizar


la interacción entre la madre y su hijo

La intervención para mejorar la interacción entre la madre y el niño


puede dirigirse directamente a la relación que hay entre ambos, intentan­
do optimizar la cualidad de esos intercambios interactivos, o bien a los
apoyos y redes sociales del entorno.

c).1 Intervenciones dirigú:las a mejorar la cualidad de la interacción

Dentro de este grupo señalaré las sugeridas por Bromwich (1990), que
fue quien propuso el modelo interactivo antes referido y que son las
siguientes:

l. Favorecer la confianza de la madre en sí misma. Esta intervención


es fundamental en las madres de niños dificiles o deficientes.
2.Concienciar a los padres de la percepción que tienen de sí mismos y
de sus hijos. Esta intervención facilita la comprensión del proceso interactivo.

Agudizar las capacidades de observación de los padres y enseñarles


3.
cómo y qué conductas deben observar.

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546 EDELMIRA DOMÉNECH LLABERIA

4. Fomentar el juego de la madre con el niño.

5. Enseñar a los padres a tener un diálogo con el niño y ayudarles a


que lo consigan. Es conveniente enseñarles, por ejemplo, a mirar al niño a
la cara, hacer pausas cuando le hablan, evitar la sobreestimulación, estar
muy atentos a los primeros signos vocales que el niño pronuncia, etc.

Aconsejar el uso de técnicas de resolución de problemas y comentar


6.
con ellos cómo las han utilizado.

c).2 El manejo de 'las fuentes de apoyo y estrés en el ámhito de 'la famiUa

Dentro de este grupo de intervenciones conviene hacer lo siguiente:

l. Identificar todo lo que pueden ser fuentes de estrés y de apoyo.

2.
Establecer una buena relación con el padre y con la madre (o bien
con la madre y otra persona que viva con el niño), evitando tensiones en la
pareja, lo que también favorece la interacción de la madre con el niño.

3. Favorecer, cuando los hay, la buena relación con los hermanos.

En todas estas intervenciones hay que evitar culpabilizar a la madre,


ya que de ello no se desprende ningún beneficio ni para la madre ni para el
niño. Es conveniente evitar también responsabilizar a la madre del progre­
so que haga el niño. Esto debe tenerse muy en cuenta cuando el niño es un
deficiente o un autista, puesto que la madre podría desanimarse y la
situación empeorarla. En estos casos vale más dar a la madre todo el apoyo
humano que se pueda y decirle que también es muy difícil para nosotros, a
pesar de ser especialistas en el tema, tratar de conseguir un cambio
positivo en estos niños. En estos casos la madre debe saber que estamos de
su parte y que no abandonaremos el trabajo.

Cuando la madre es ella misma un factor de riesgo para la interacción,


como en el caso de las madres muy deprimidas, de las madres deficientes,
de las que son incapaces de demostrar afecto o de las que rechazan
abiertamente al niño, hay que conseguir cambiar su actitud, y modificar su
comportamiento. En algunos casos esto es muy difícil y las técnicas de
intervención tienen un alto porcentaje de fracasos.

Pero siempre hay que intentar resolver las dificultades de la interacción


madre-hijo lo más precozmente posible y, en cualquier caso, no esperar a la
pubertad, pues en esa etapa no se va a solucionar nada y si no se ha
comenzado antes tendremos el efecto contrario.

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LA INTERACCIÓN PADRES-HIJOS Y . . . 547

5. La interaccwn de los adokscentes con sus madres

Insistimos una vez más que la interacción del hijo con sus padres debe
ir transformándose con la evolución del niño.

Los cambios psicológicos de la infancia a la adolescencia son muy


grandes. La adolescencia es la última etapa por la que pasa el ser humano
antes de convertirse plenamente en adulto y constituye una dificil etapa
para todos, hijos y padres. Al mismo tiempo que evoluciona el niño a
adolescente, los padres siguen también su andadura por las etapas de la
vida y deben ser conscientes de su psicología y de sus propios problemas, si
quieren hacer frente a los que van a plantear sus hijos durante la nueva
etapa. Muchas inseguridades que habían quedado atrás cuando los niños
eran pequeños van a reaparecer ahora y tal vez les susciten ansiedad.

La etapa de la adolescencia suele ir acompañada de inestabilidad y de


labilidad emocional. Es como si el adolescente dudara entre seguir siendo
el niño, que todavía es en parte, y el adulto que quiere llegar a ser. De un
lado, necesita todavía de sus padres pero, de otro, quiere librarse de su
autoridad, control y protección. Esta situación puede provocar conductas
de remordimiento y oposición.

Es importante que los padres evolucionen y cambien las actitudes


relacionales que tenían con el hijo, cuando era niño. Deben renunciar a las
pautas de interacción que habían establecido con el hijo para dar paso a
otras nuevas formas de relacionarse con él. Estas nuevas formas han de
ayudar al hijo a responsabilizarse y a liberarse de la tutela de los padres,
para de verdad ser personas autónomas. Los padres que saben evolucionar
liberan al hijo de sus sentimientos de culpabilidad y disminuyen su insegu­
ridad. En cambio, los que mantienen una actitud controladora y absorben­
te provocan rechazo, distanciamiento y una mayor inestabilidad.

La madre del adolescente debería colaborar a la formación de la perso­


nalidad adulta de su hijo. Pero éste debe vivir sus propias experiencias y
aprender de sus propios errores. La experiencia de los padres no le sirve en
este caso y hasta puede que la rechace. Los padres no debieran imponerse
y ahogar la naciente personalidad. La personalidad del hijo es muy frágil y
debe ser respetada. La madre durante esta etapa debe estar muy atenta y
tratar de comprender, sin adelantarse ni imponer sus propios criterios e
ideas. Pero, al mismo tiempo, debe seguir muy de cerca la evolución de su
hijo, evitando por todos los medios posibles que entre ellos se rompa la
comunicación.

Los adolescentes suelen discutir mucho, pues al entrar en la etapa del


pensamiento abstracto, piensan y se plantean muchas cuestiones. Hay que

rev. esp. ped. LI, 196. 1993


548 EDELMIRA DOMÉNECH LLABERIA

estar dispuestos a dialogar muchas horas, si fuera necesario, y a discutir


sobre temas teóricos y existenciales. Ésta es una forma apropiada de
interacción con el adolescente.

Cambiar la actitud relacional no significa abdicar de la función de


madre. No es cuestión de sentirse superado y ceder a todo lo que pide el
adolescente. De actuar así, no se le haría ningún favor, porque se le dejaría
completamente solo para hacer frente a sus dificultades y fantasías. La
ausencia del testimonio materno y paterno, sólo produce inseguridad.
Finalmente, querría referirme a la percepción del adolescente por parte
de la madre. Es muy importante para el hijo sentirse valorado y saber que
su madre está satisfecha con su conducta y actitud. Son muchos los
adolescentes que en la clínica diaria nos dicen que han sido una decepción
para sus padres. No dudan del amor de sus padres hacia ellos, pero sí que
se sienten muy poco valorados. La generación que hoy se encuentra en la
madurez no acostumbra a estar satisfecha de lo que hacen los jóvenes que
son sus hijos. Sin embargo, éstos necesitan sentir que personalmente valen
y quieren demostrarlo, aunque no siempre lo consigan porque no es fácil
encontrar el lugar que les corresponde en la sociedad. Muchos se desani­
man antes de conseguirlo. Probablemente, una mayor valoración de los
jóvenes, por parte de los adultos, disminuiría la distancia que actualmente
existe entre generaciones y facilitaría la interacción entre padres e hijos.

Dirección de la autora: Edelmira Doménech, Dep artamento de Psicología de la Salud Universitat


,

Autonoma de Barcelona, 08193 Bcllatcrra, Bar


celona.

Fecha de recepción de la versión definitiva de este artículo: 10.VI.1993.

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SUMMARY: CHILDREN INTERACTION AND THEIR PSYCOPATHOLOGICAL AND


PSYCOTHERAPEUTICAL CONSEQUENCES.

This paper underlines the importance of the relationships between parents and
offspring i n the development of a healthy and well-adjusted personality . l. This paper
explores the change s in the relationship between mother and son throughout the latter's
development (newborn , infant, preschooler, schooler and adolescent). There is an ernphasis
rnade in the need of a progressive evolution in this relationship. 2. This paper analyzes
sorne ofthe requirernents needed to achieve a healthy interaction, such as good acceptance
of the child, listening capacity . . . and makes a reference to Brornwich's interactive model.
3. This paper points out the main obstad es in the relationship mother-son to be: maternal
overprotecti on, affective indifference and incapacity to express emotions. 4. This paper
studies relationship distorsions between parents and offspring, as well as the consequences
of these on the individual. 5. This paper al so suggests severa} intervention techniques to
improve the quality ofthe interactions, underlining the diversity ofmethods, according to
the different stages of development.

KEY WORDS: Mother-chil d interaction. Brornwich interactive model. Relationship


distorsions.

rev. esp. ped. LI. 196. 1993

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