Fuentes Belgrano
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Hemos dicho que uno de los objetos de la política es formar las buenas costumbres en el
Estado; y en efecto son esencialísimas para la felicidad moral y física de una nación: en
vano la buscaremos, si aquellas no existen, y a más de existir, si no son generales y
uniformes desde el primer representante de la soberanía, hasta el último ciudadano. Pero
¿cómo formar las buenas costumbres, y generalizarlas con uniformidad? ¡Qué pronto
hallaríamos la contestación si la enseñanza de ambos sexos estuviera en el pie debido!
Mas por desgracia el sexo que principalmente debe estar dedicado a sembrar las
primeras semillas lo tenemos condenado al imperio de las bagatelas y de la ignorancia:
el otro, adormecido, deja correr el torrente de la edad y abandona a las circunstancias un
cargo tan importante. Todos estamos convencidos de estas verdades: ellas nos son
sumamente dolorosas a pesar de lo mucho que suple a esta terrible falta el talento
privilegiado que distingue a nuestro bello sexo, y que tanto más es acreedor a la
admiración cuanto más privado se halla de medios de ilustrarse. La naturaleza nos
anuncia una mujer: muy pronto va a ser madre, y presentarnos conciudadanos en
quienes debe inspirar las primeras ideas, ¿y qué ha de enseñarles, si a ella nada le han
enseñado? ¿Cómo ha de desarrollar las virtudes morales y sociales, las cuales son las
costumbres que están situadas en el fondo de los corazones de sus hijos? ¿Quién le ha
dicho que esas virtudes son la justicia, la verdad, la buena fe, la decencia, la
beneficencia, el espíritu, y que estas cualidades son tan necesarias al hombre como la
razón de que proceden? Ruboricémonos, pero digámoslo: nadie; y es tiempo ya de que
se arbitren los medios de desviar un tan grave daño si se quiere que las buenas
costumbres sean generales y uniformes. Nuestros lectores tal vez se fastidiarán con que
les hablemos tanto de escuelas; pero que se convenzan de que existen en un país nuevo
que necesita echar los fundamentos de su prosperidad perpetua, y que aquellos para ser
sólidos y permanentes es preciso que se compongan de las virtudes morales y sociales,
que solo pueden imprimirse bien presentando a la juventud buenos ejemplos,
iluminados con la antorcha sagrada de nuestra santa religión. El bello sexo no tiene más
escuela pública en esta capital que la que se llama de San Miguel, y corresponde al
colegio de huérfanas, de que es maestra una de ellas; todas las demás que hay subsisten
a merced de lo que pagan las niñas a las maestras que se dedican a enseñar, sin que
nadie averigüe quiénes son, y qué es lo que saben. Si por desgracia una sola de estas hay
que sea de malas costumbres, ¿es dable hacer el cálculo de los males que pueden
resultar a la sociedad? Porque desengañémonos, el ejemplo… sí, el ejemplo es el
maestro más sabio para la formación de las buenas costumbres. Nada valen las teorías,
en vano las maestras explicarán y harán comprender a sus discípulas lo que es justicia,
verdad, buena fe, etc., y todas las virtudes, si en la práctica las desmienten, esta arrollará
todo lo bueno, y será la conducta en los días ulteriores de la depravación: ¡Desgraciada
sociedad, desgraciada nación, desgraciado gobierno! Séanos lícito aventurar la
proposición de que es más necesaria la atención de todas las autoridades, de todos los
magistrados, y todos los ciudadanos para los establecimientos de enseñanza para niñas,
que para fundar una universidad en esta capital, porque tanto se ha trabajado y tanto se
ha instado ante nuestro gobierno en muchas y diferentes épocas. Con la universidad,
habría aprendido algo de verdad nuestra juventud en medio de la jerga escolástica, y se
habría aumentado el número de nuestros doctores, pero ¿equivale esto a lo que importa
la enseñanza de las que mañana han de ser madres? ¿Las buenas costumbres podrían de
aquel modo generalizarse y uniformarse? Es indudable que no, y para prueba, no hay
más que trasladarse a donde hay universidades, y no hay quien enseñe al bello sexo. La
amiga de la suscriptora incógnita, cuya carta dimos en el nº 9, propone medios que,
ejecutados, no tiene duda que se haría mucho para propagar la enseñanza y desterrar la
ociosidad, y ojalá que hubiere quien moviese a las hermandades, a que se refiere, para
que se ampararan de aquellas ideas, y las hicieran suyas. CORREO DE COMERCIO 95
Pero18 tenemos ya fondos destinados a esta empresa, pues se nos asegura que hay
mandas de algunos ciudadanos beneméritos para establecer escuelas para niñas, y que
después de haber fallecido aquellos tiempo ha, aún no se han puesto en ejecución. No
dudamos que los encargados habrán tenido sus inconvenientes para darles existencia;
porque de otro modo, ¿cómo es creíble que haya hombres tan insensibles a los males
que padece la patria por esta falta? No, no es posible que exista entre nosotros quien
pueda pensar con tanta malignidad; ni que aquellos a quienes corresponde velar sobre
esto lo miren con indiferencia. Sin embargo, este asunto llama la atención pública, y
sería muy conveniente satisfacer los deseos del pueblo dándole una noticia del estado de
una disposición que tanto le interesa y que puede, sin duda, llevada a efecto bajo la alta
protección del gobierno, ser el vivero de las buenas madres, buenas hijas de familia,
buenas maestras para las escuelas propuestas por la señora ya citada. En consecuencia,
se habría dado un paso sólido para abrir el camino a las buenas costumbres, y
generalizarlas de un modo uniforme, tal vez incitando a otros muchos ciudadanos
honrados que aman la patria, con la presencia de este objeto, a recordarlo en aquellos
momentos que el alma se dedica a pensar en el bien de los prójimos, y en que muchas
veces toma sendas extraviadas para la felicidad general, por carecer de ejemplares que
la llamen, si es posible decirlo así, físicamente. Ciudadanos, por nacimiento o elección,
de toda la España americana, fijad vuestra vista, y considerad la terrible falta en que
estamos de buenas costumbres, muy pronto os arrebatará vuestro espíritu generoso a
remediarlas: discurrid, proponed arbitrios a nuestro gobierno, que como sean asequibles,
los adoptará inmediatamente, puesto que estas ideas son suyas, y no se separan un
instante solo de su atención, como del interés universal.