20 Razones para Amar La Ingeniería 1st Edition Miguel Abril Martí Patricia Martínez Lope Full Chapter Free

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20 razones para amar la ingeniería 1st

Edition Miguel Abril Martí Patricia


Martínez Lope
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20 razones para amar
la ingeniería
y 21 para ser ingeniera

Miguel Abril Martí


y Patricia Martínez Lope

Prólogo de Eduardo Sáenz de Cabezón


Primera edición en esta colección: abril de 2023

© Miguel Abril Martí y Patricia Martínez Lope, 2023


© del prólogo, Eduardo Sáenz de Cabezón, 2023
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2023

Plataforma Editorial
c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona
Tel.: (+34) 93 494 79 99
www.plataformaeditorial.com
[email protected]

ISBN: 978-84-19271-25-9

Diseño de cubierta:
Pablo Nanclares

Fotocomposición:
Grafime Digital S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización


escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la
reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,
comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de
ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o
reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO
(www.cedro.org).
Índice

1. Prólogo de Eduardo Sáenz de Cabezón


2. Introducción

3. RAZÓN 1. Un ingeniero puede hacerlo TODO

4. RAZÓN 2. No tendrás que trabajar nunca

5. RAZÓN 3. Conocerás gente, conocerás mundo

6. RAZÓN 4. Simplificarás tu vida

7. RAZÓN 5. Podrás organizar la boda de tu primo

8. RAZÓN 6. Podrás salvar el mundo

9. RAZÓN 7. Podrás destruir el mundo

10. RAZÓN 8. Podrás volar y entender por qué no te caes

11. RAZÓN 9. Podrás navegar sin Internet

12. RAZÓN 10. Podrás visitar otros mundos

13. RAZÓN 11. Podrás conocer otros mundos sin poner un pie en
ellos

14. RAZÓN 12. Podrás ganar un Premio Nobel

15. RAZÓN 13. Podrás hacer grandes cosas


16. RAZÓN 14. Podrás hacer pequeñas cosas

17. RAZÓN 15. Podrás crear superhéroes

18. RAZÓN 16. Transformarás las telecomunicaciones

19. RAZÓN 17. Nunca te quedarás sin energía

20. RAZÓN 18. Decidirás cómo serán las nuevas tecnologías

21. RAZÓN 19. Podrás expandir los límites de la ingeniería

22. RAZÓN 20. Podrás hacer cosas increíbles


1. Barcos
2. Grandes estructuras
3. Nanotecnología
4. Aviación
5. Exploración
6. Sostenibilidad y nuevas energías

23. RAZÓN 21. Y una más para ser ingeniera


La ciencia puede divertirnos y
fascinarnos, pero es la ingeniería la
que cambia el mundo.

ISAAC ASIMOV
Escritor y científico
Prólogo

Ingeniería viene de ingenio. El ingenio es la intuición y la capacidad de


inventar y discurrir. Ingenio es también una máquina, un aparato
oportuno que cumple su función de forma adecuada. Las personas que se
dedican a la ingeniería inventan las máquinas que dan forma a nuestra
vida y la hacen más fácil de vivir en este mundo que habitamos. Tienen
alas en la imaginación y técnica en las manos; han aprendido a poner las
ideas en práctica y trabajan con precisión haciendo concreto lo que
sueñan.
Demasiado a menudo se confunde la ingeniería con la técnica, con la
minuciosidad de los cálculos, con las herramientas, con la soldadura, la
electrónica y el engranaje. Demasiado a menudo se olvida el ingenio.
Ingenieros fueron Arquímedes, el que gritó eureka, y Leonardo Da Vinci,
que además fue pintor. Ingeniera fue Hedy Lamarr, que además
deslumbró al mundo como actriz de cine. Los ingenieros son personas
que se concentran en vencer las dificultades del mundo y en hacer lo que
parecía imposible.
Un ingeniero, una ingeniera es una persona que domina muchas
técnicas y las pone al servicio de las fuerzas de su imaginación. De niños,
todos pasamos por diversas fases de la ingeniería: hacemos pequeñas
construcciones, inventitos inocentes, carreteras y puentes, castillos de
arena. De la infinita variedad de talentos que atesoramos en la infancia,
relegamos algunos y otros los potenciamos según por donde nos lleve
nuestra curiosidad insaciable. Hay quien se aficiona sobre todo al sonido
de la lengua y tal vez se dedique a escribir o a enseñar, hay quien prefiere
dedicarse a los deportes y mantiene activo durante toda la vida al
gimnasta de columpio que fue de pequeño. Está quien descarta todo eso
y dedica sus esfuerzos a pintar o esculpir, o a estudiar la vida con la
misma pasión con la que estudiaba a los insectos y lagartijas que caían en
sus manos. Y hay también quien no renuncia jamás a inventar y a
construir, quien hace de eso su vida e incluso su profesión. Hay quien se
dedica al ingenio.
En este libro, Patricia y Miguel nos muestran a qué se dedican esos
profesionales del ingenio. Nos enseñan la variedad de situaciones en la
que la ingeniería está presente y contribuye a nuestra comodidad, a
nuestra supervivencia o a nuestra ambición por explorar el mundo. Veinte
o veintiuna razones para amar la ingeniería son seguramente pocas, pero
suficientes para satisfacer nuestra curiosidad y aun para animarla.
Patricia es una ingeniera de lo grande, de las obras que mueven
montañas y ríos, que unen continentes y vencen abismos. Tiene
experiencia en proyectos monumentales y ha trabajado con equipos
numerosos de capacidades diversas. Miguel tiene intimidad con lo
pequeño, lo preciso, lo diminuto, lo exacto. Sabe de los aparatos que nos
permiten ver lo minúsculo y a la vez alcanzar las estrellas. Entre ambos
han escrito un libro divertido y riguroso, emocionante a ratos e
impresionante casi todo el tiempo: una invitación a asomarse al mundo
del ingenio y a la vez una declaración de amor a este conjunto de
disciplinas que llamamos ingeniería.
Resulta tal vez extraño o pretencioso unir en una misma frase amor e
ingeniería. No obstante, tras leer este libro, uno se da cuenta de que la
pasión no está lejos de la técnica, sino que es su motor. Estas veintiuna
razones para amar la ingeniería hacen revivir con una sonrisa al pequeño
inventor que fuimos en nuestra infancia.
EDUARDO SÁENZ DE CABEZÓN
Doctor en Matemáticas y divulgador
científico
Introducción

En el año 1605, William Shakespeare se recluyó en su casa de Londres,


siguiendo las recomendaciones de las autoridades para luchar contra la
peste. El resultado de ese confinamiento fueron dos de los libros más
importantes de la historia de la literatura.
Sesenta años más tarde, Isaac Newton se recluyó en su casa cerca de
Cambridge, siguiendo las recomendaciones de las autoridades para luchar
contra otro brote de peste. El resultado de ese confinamiento fue uno de
los libros más importantes de la historia de la ciencia.
Trescientos cincuenta y cinco años, dos meses y seis días más tarde,
Patricia Martínez-Lope y Miguel Abril se recluyeron en sus respectivas
casas de Madrid y Granada, siguiendo las recomendaciones de las
autoridades para luchar contra el coronavirus. El resultado de ese
confinamiento fue el libro que tenéis en las manos. Extrapolando, este
debería ser uno de los libros más importantes de la historia de la
ingeniería.
Cuando oímos hablar de «la profesión más antigua del mundo» todos
pensamos en la prostitución. Es posible que sea cierto, porque mucho
antes de que existiera la moneda, seguro que se había inventado el
trueque usando como mercancía de cambio la que teníamos más a mano
–de hecho, viene de serie–: el propio cuerpo. Pero hay otros candidatos a
oficio más antiguo del mundo. Por ejemplo, corredor de fondo, para huir
de los osos cavernarios. O corredor de velocidad, para huir de los tigres
de dientes de sable. O marchador atlético, para encontrar un pozo de
agua cuando se secaba el que tenía uno cerca de la cueva. El atletismo en
varias de sus modalidades se postula como un buen candidato (el
lanzamiento de jabalina está también en la lista), pero hay otros: médico
naturista, para intentar curar a los miembros del grupo utilizando lo que la
naturaleza nos ofrecía. O astrólogo, para intentar entender por qué los
seres superiores que habitaban esos puntos luminosos nos enviaban
castigos en forma de enfermedades, sequías y bichos con colmillos como
cuchillos. Hay muchas actividades que podrían optar al premio a la
profesión más antigua y no cabe duda de que la ingeniería ocupa un lugar
preferente en esa lista. Porque desde que los humanos habitan la Tierra
nos hemos servido de ella para crear una vida mejor, con título de
ingeniero o sin él (no hace falta tener título para irradiar espíritu
ingenieril). Incluso en la prehistoria había homínidos ejerciendo. Pensadlo
un momento: el primer ingeniero de materiales que manipuló las piedras
y los metales para crear instrumentos. El primer ingeniero agrónomo que
fomentó la agricultura. El primer ingeniero civil que construyó viviendas y
poblados. El primer ingeniero de caminos que, con puentes rudimentarios,
conectó territorios separados.
Pero, en realidad, importa poco cuál sea la profesión más antigua del
mundo, porque los ingenieros miramos hacia delante. La ingeniería es
civilización. Es progreso. Es futuro. La ingeniería prehistórica evolucionó
junto con los homínidos. Aprendimos más y compartimos la sabiduría.
Primero entre las tribus, después entre los continentes. Cuanto más
sabíamos, más teníamos que estudiar. Creamos universidades y surgieron
nuevas ramas de la ingeniería para resolver retos cada vez más
desafiantes: iluminar nuestras casas, comunicarnos a kilómetros de
distancia, volar… Pasamos de creer en la magia a crear la magia.
Cerrad los ojos un momento e imaginad el futuro. Un buen futuro, un
futuro guapísimo. Puestos a imaginar, pintadlo como os gustaría vivirlo,
como la mejor película de ciencia ficción que recordéis. ¿Qué habéis visto?
¿Vehículos voladores? ¿Casas domóticas? ¿Robots que hacen las tareas
más ingratas de vuestro trabajo? Todo eso es casi el presente, y la
tecnología sigue avanzando para que la rueda no se detenga, para que el
futuro que pintamos en nuestra mente se convierta en el presente de
nuestros hijos y en el pasado de nuestros nietos. Especialmente, allí
donde las personas no avanzamos tan rápido: ordenadores que calculan y
procesan más ágilmente que nuestro cerebro, inteligencia artificial que
aprende mucho más rápido que la nuestra, nanodispositivos que permiten
llegar donde nosotros no podemos. La tecnología evoluciona
vertiginosamente, y para que siga haciéndolo se necesitan más ingenieros
cada día. Y, sin embargo, también cada día son menos los jóvenes que se
matriculan en ingeniería. Los universitarios se esfuman, pero las
vocaciones no. La vocación es algo que se lleva muy dentro, y por mucho
que la intentes acallar, siempre resurge de un modo u otro. Por eso
nosotros, Miguel y Patricia, hemos querido compartir con vosotros 20
razones para ser ingenieros e ingenieras.
En el siglo XVII, durante su cuarentena por la plaga de la peste,
Shakespeare escribió Macbeth y El rey Lear. Ambas obras, a través de
argumentos distintos, indagaban en lo más profundo de la condición
humana. En la primera, el genial dramaturgo inglés reflexionaba sobre la
ambición y los dañinos efectos físicos y psicológicos que produce cuando
la única meta es el poder mismo. En la segunda, las relaciones
antinaturales familiares entre padres, hijos y hermanos representaban la
alteración de la armonía del universo y el orden cósmico. En definitiva,
dos de las grandes obras de Shakespeare, que por ende lo son de la
literatura universal.
Newton, por su parte, revolucionó la física y las matemáticas con 23
añitos. Encerrado, mirando a la pared, observó cómo aparecían colores
cuando la luz atravesaba un prisma y concluyó que la luz blanca era una
mezcla de todos los colores del arcoíris.
Toda la óptica moderna se basa en su descubrimiento. Aún le sobró el
tiempo para inventar el cálculo diferencial, sin el cual hoy no serían
posibles las matemáticas y la ingeniería modernas. Y, como colofón,
descubrió la importantísima ley de la gravitación universal, que, en
palabras del propio Newton «permite explicar el sistema del mundo».
¡Toma ya! Su libro Philosophiæ naturalis principia mathematica es
considerado por muchos como la obra más importante en la historia de la
ciencia y, aunque no fue publicado hasta dos décadas después, se basa
en gran parte en los descubrimientos de aquellos años en que estuvo
confinado en su mansión por la plaga de la peste.
Y ya que estamos hablando de obras trascendentales en la historia…
Vale, igual nos hemos venido arriba al compararnos con Shakespeare y
Newton. Por mucho que nos guste a los ingenieros extrapolar, está feo
hacerlo con solo dos puntos. Así que, tal vez, este que tenéis en vuestras
manos no sea el mejor libro de ingeniería que se haya escrito. Entre otras
cosas, porque no es exactamente un libro de ingeniería. Aquí no
encontraréis fórmulas para construir puentes o fabricar cohetes, pero sí
historias de descubridores, de inventoras, de barcos, de aviones, de naves
que exploran el espacio, de puentes y presas, de grandes proezas y de
fallos catastróficos. De estructuras tan grandes que se ven desde el
espacio y tan pequeñas que parecen más un acto de fe que una realidad.
De premios Nobel y superhéroes, de rayos de la muerte y de inventos que
salvan vidas. Os haremos pensar como los ingenieros, os mostraremos
por qué nos gusta tanto nuestro trabajo, intentaremos que reflexionéis
sobre las ventajas de estudiar una ingeniería. Es posible incluso que os
hagamos plantearos si vosotros no podríais ser uno de nosotros, en el
caso de que seáis unos ilusionados jovenzuelos en ese momento crítico de
decidir qué hacer con vuestras vidas. Y si no lo sois, al menos os
contaremos historias que, esperamos, os dibujarán una sonrisa en el
rostro. Está claro que no nos podemos comparar con Shakespeare o
Newton, ni siquiera extrapolando, pero tampoco lo pretendemos. Nos
basta con que paséis un buen rato leyéndonos y que nuestras
#20RazonesParaAmarLaIngeniería os inspiren infinitas más.
¡Allá vamos!
RAZÓN 1.
Un ingeniero puede hacerlo TODO

«Los científicos estudian el mundo tal como es; los ingenieros crean el mundo que nunca ha sido»

THEODORE VON KÁRMÁN


(ingeniero y físico húngaro-estadounidense)

Si lo que estáis buscando en este libro es una serie de razones que os


animen a empezar una ingeniería, ya podéis dejar de leer. Porque la razón
que da título a este primer capítulo es ya, por sí sola, un motivo de
suficiente peso, ¿no? Un ingeniero puede hacer cualquier cosa, sí. Y para
explicarlo permitidme que empecemos por una breve reflexión: ¿os habéis
planteado alguna vez cuánto tiempo conseguiría sobrevivir una persona si
se quedara abandonada en Marte con los recursos mínimos de oxígeno,
agua y comida? Dependería de su formación e iniciativa, claro, pero en la
mayoría de los casos, no más de unas horas. Un poeta dejaría de respirar
cuando se le agotara el oxígeno, pero lo haría apreciando la oscura
belleza del cielo infinito y preguntándose si las estrellas son astros o
gemas de un tesoro distante. Un bombero aplicaría los recursos que
aprendió durante sus largos años de experiencia apagando incendios y
salvando gente y, tal vez, aguantaría unos cuantos días. Un astrofísico
duraría todavía más, aprovechando los conocimientos adquiridos a lo
largo de toda una vida de estudios, y al morir sus ojos se iluminarían al
comprobar que la atmósfera del planeta rojo es tan tenue como predecían
sus modelos. Bueno, vale, a quién queremos engañar: un bombero
duraría bastante más que un astrofísico. ¿Y un ingeniero? ¿Cuánto duraría
un ingeniero? Un ingeniero duraría LO QUE HICIERA FALTA. Y no es una forma
de hablar, es una realidad que ya demostró en su día el gran Mark
Watney. Si no conocéis a Mark Watney, muy mal: todo el mundo debería
conocer a Mark Watney. Pero por si acaso sois uno de esos pocos
despistados que no lo conocen (muy mal, repito), os lo presento: Mark
Watney es el protagonista del libro El marciano, de Andy Weir, que cuenta
la historia basada en hechos reales de cómo el gran Mark Watney
consiguió sobrevivir durante EL TIEMPO QUE HICIERA FALTA cuando sus
compañeros de misión lo dejaron abandonado en el planeta rojo tras
darlo por muerto a consecuencia de un accidente causado por una
tormenta de arena. Hala, libro destripado. La historia fue posteriormente
llevada al cine con Matt Damon como protagonista, pero, aunque Matt
Damon también sobrevivió y es un tío simpático, es mucho mejor el libro
que la película. Por cierto, cuidadito con esta frase, «es mucho mejor el
libro que la película», no conviene abusar de ella. Vosotros pensáis que
quedáis como reyes cuando la decís, pero la realidad es que quedáis
como cuñaos. Así que no la vamos a decir mucho, pero en este caso era
necesario: mucho mejor el libro que la película, porque en el libro se
describe la increíble capacidad de planificación del protagonista, su
habilidad para reparar averías sin apenas medios, su frialdad mental para
improvisar cambios ante la adversidad, su talento para conseguir comida
con la que alimentarse durante meses a partir de un puñado de tierra y
unas cuantas patatas, sus asombrosos intentos de ponerse en contacto
con la base en la Tierra, sus desarrollos ingenieriles e incluso los cálculos
en los que se basan estos para conseguir informar de su situación sin
contar con ningún tipo de transmisor y luego sobrevivir hasta la llegada
de una misión de rescate, más de un año después. El gran Mark Watney
sobrevivió EL TIEMPO QUE HIZO FALTA, y lo pudo hacer porque era ingeniero.1
Vale, es cierto, nos hemos venido arriba: El marciano es un libro de
ciencia ficción y Mark Watney no es una persona real, solo un personaje.
Sin embargo, sí que hay una película sobre ingeniería basada en hechos
reales. Nunca la proyectarán en los cines ni estará disponible en ninguna
plataforma de streaming, a pesar de lo cual la estáis viendo ahora mismo,
si es que estáis leyendo este libro en un e-book, una tablet o un
ordenador. Y si no, da igual: levantad la vista, mirad por la ventana, abrid
un cajón. Casi todo lo que se mueve, hace algún sonido o tiene luces –y
muchas de las cosas que no hacen nada de eso– pasaron, antes de estar
donde las veis ahora mismo, por la mente de un ingeniero.
Hay que reconocer, no obstante, que el título del capítulo es engañoso.
Lo hemos puesto así para llamar la atención, pero la realidad es que no
hay un ingeniero que sepa hacerlo todo (salvo, quizás, el gran Mark
Watney). Sin embargo, lo que sí es verdad es que casi cualquier cosa que
se os ocurra pensar necesita de un ingeniero para diseñarla, desarrollarla,
fabricarla, sintetizarla, mantenerla, repararla o, tal vez, para todo eso
junto. Así, hay ingenieros que crean vehículos y medios de transporte,
como los ingenieros aeronáuticos o los navales. Otros que diseñan
grandes estructuras, como los ingenieros de caminos, canales y puertos.
En el extremo opuesto, hay otros que crean cosas muy pequeñas, en
disciplinas como la nanotecnología y la ingeniería genética. Hay incluso
ingenieros que hacen cosas que ya están hechas, los ingenieros de
montes.
Pero vayamos por partes, como la integral de un producto de
funciones.2 Primero, un poco de historia. Aunque, como hemos visto en la
introducción, la ingeniería es uno de los candidatos a oficio más antiguo
del mundo, oficialmente tiene sus orígenes en el siglo XVIII, con la
creación en París de la École Nationale des Ponts et Chaussées en 1747. A
partir de entonces comenzaron a surgir instituciones parecidas por
Europa, y la última década del siglo XVIII vio la creación de las primeras
escuelas dedicadas específicamente a la ingeniería en los territorios de
ultramar.3 En Estados Unidos hubo que esperar hasta 1849 para ver la
primera Escuela Politécnica (Nueva York), si bien antes ya se había
otorgado el título de ingenieros a los técnicos responsables de la
construcción de los canales de uno de los Grandes Lagos (Erie), en 1830.
En China igual tenían ya escuelas desde el año 1000, yo qué sé… Ya
sabéis que van un poco por libre. Ahora bien, esto en lo que respecta a la
creación de instituciones de enseñanza de la ingeniería, pero está claro
que la disciplina es mucho más antigua. En España ya con Carlos I y su
hijo y sucesor Felipe II, allá por el siglo XVI, parece que apareció por
primera vez el término engeñeros, que se otorgaba a los técnicos
relojeros y constructores de ingenios. Es de suponer que les haría ilusión,
a pesar de que en aquellos tiempos las artes industriales eran
menospreciadas y más bien propias de villanos, debido a su base empírica
y casi de superstición. ¿Y quién no visualiza, al oír el término «ingeniero»,
a uno de los personajes más importantes de la historia, el gran Leonardo
da Vinci, paradigma del hombre renacentista y cuya imagen nos resulta
tan cercana que prácticamente lo vemos como a alguien de la familia?
Volveremos con el tío Leonardo varias veces a lo largo de este libro. Pero,
yendo aún más lejos, no cabe duda de que las grandes obras de la
Antigüedad, las impresionantes catedrales, las construcciones griegas y
romanas, las pirámides de Egipto y el resto de maravillas del mundo ya
desaparecidas precisaban no solo de arquitectos con cabeza y de mano
de obra con músculo, sino también de maquinaria y herramientas para
optimizar los esfuerzos y permitir la construcción de grandes estructuras.
Y ahí es donde entraban los ingenieros, aún no llamados así, cuyos
conocimientos eran más fruto de la experiencia que del aprendizaje
académico.
Los orígenes de la ingeniería son básicamente bélicos. Como veremos
más adelante, las guerras son uno de los hobbies más antiguos de la
humanidad, y hasta nuestros días, en los que atravesamos una etapa de
sospechosa paz (al menos en lo que se considera actualmente el mundo
civilizado),4 esto ha sido un no parar. Si bien las guerras representan las
etapas más oscuras en lo que respecta al entendimiento entre semejantes
y respeto a los valores humanos, no cabe duda de que también son
periodos muy brillantes en lo relativo al desarrollo tecnológico. Es normal,
por tanto, que los mayores avances en ingeniería estuvieran orientados
casi siempre a desarrollar armamento, estructuras o tecnologías que
permitieran obtener una ventaja sobre el enemigo, y solo en los ratos
libres entre conflictos se aplicaran también al bien común de la sociedad.
Antes de la oficialización de los estudios de ingeniería, esta era un
compendio global sobre las tecnologías de la época, y no fue hasta la
fundación de las primeras escuelas cuando se especializó en distintas
ramas, todas agrupadas bajo el epígrafe «civil» en contraposición al
origen militar de esta disciplina. La civil es, por tanto, la decana de todas
las ingenierías. En la actualidad asociamos este término a los ingenieros
de caminos, canales y puertos, pero dependiendo de los países hay
muchas otras especialidades y campos de desarrollo: ingeniería en
estructuras, en hidráulica, en geotecnia, ambiental, sanitaria… Atendiendo
a su origen etimológico, a veces se incluyen dentro de la civil todas las
ingenierías no relacionadas con el desarrollo de la instrumentación, los
equipos o las estructuras militares, pero a día de hoy no es lo normal. Así,
serían diferentes de la civil las ingenierías basadas directamente en
alguna rama de la ciencia, como la ingeniería química o física, y otras más
especializadas como ingeniería en bioquímica, geofísica, materiales o
genética. La de transportes sería una rama relacionada con la ingeniería
mecánica que englobaría entre otras la ingeniería en automoción, la
naval, la ferroviaria, la aeronáutica o la espacial, integradas actualmente
las dos últimas en una única ingeniería aeroespacial. Claro que dentro de
la de transportes también estaría la ingeniería de caminos, con lo que
cerraríamos el círculo y volveríamos a la ingeniería civil. Asimismo, se
podrían agrupar las que se centran en tecnologías para la gestión de la
energía y los recursos, como la ingeniería nuclear, la de minas, la del
petróleo o la medioambiental. O las creadas para el desarrollo de grandes
entornos de producción, como las ingenierías industrial, eléctrica, de
control o de calidad. Y todo esto atendiendo tan solo al papel más
tradicional del ingeniero: alguien que, a partir de una idea –suya o de
otros–, seguía un proceso de diseño y desarrollo hasta conseguir un
producto final que se podía tocar, ya fuera una máquina, una estructura o
un dispositivo electromecánico. Pero luego llegaron los informáticos. Los
informáticos fueron «informáticos» hasta que decidieron que querían ser
«ingenieros informáticos». Los demás ingenieros los dejamos pasar
porque nos dan mucha pena: siempre están solos, trabajan en los sótanos
y nadie los entiende cuando hablan. Es verdad que todos los ingenieros
hablamos raro, pero más o menos nos entendemos entre nosotros.5 A los
informáticos, no. Flota en el aire la sensación de que lo que hacen no es
tan difícil como lo pintan, pero que lo llenan de siglas y de nombres raros
para hacerse los imprescindibles. Algún día, todos los ingenieros de
verdad tendremos una reunión sin que ellos se enteren (no es difícil,
porque siempre están en su sótano y no levantan la cabeza del
ordenador) y elegiremos a un representante para que les diga dos cosas.
La primera: «Ingenieros informáticos, os queremos». Y la segunda:
«Ingenieros informáticos, no tenéis que inventaros palabras para que no
os echen del trabajo, lo que hacéis es muy difícil y no podríamos vivir sin
vosotros». Y es cierto. Todos los ingenieros sabemos programar, más o
menos. Te coges un libro de programación de un lenguaje con un nombre
chulo como Python o C++ y empiezas a leerte el primer capítulo, el de
tipos de datos. Cuando te quedas dormido un par de veces te lo saltas y
te vas a estructuras de control (el IF THEN, el WHILE, el CASE y todo eso). Y
así empiezas un programita que saca por la pantalla el mensaje «Hello
World!», que te hace muchísima ilusión, y lo vas complicando y, al final,
después de dos semanas poniendo parches consigues un chorizo de cinco
mil líneas de código, todo en el mismo fichero, que hace más o menos lo
que quieres. Con ese programa puedes hacer dos cosas: callarte y
utilizarlo en silencio o, mucho más divertido, enseñárselo a un ingeniero
informático. Si optas por esto último, debes tener cuidado, porque un
gran poder conlleva una gran responsabilidad. Cuando el ingeniero
informático abra el único fichero de cinco mil líneas empezará a sudar y te
dirá: «No tienes librerías», y tú, con orgullo, le mirarás a los ojos y le
dirás: «No». Y él te preguntará: «¿Y qué haces si tienes que usar las
funciones en otro programa?». Y tú le dirás: «Las copio y las pego». En
este punto, en el que se estará echando las manos a la cabeza y jurando
en código binario, puedes rizar el rizo y hacer avanzar el fichero hasta que
aparezca el GOTO6 que has reservado para la ocasión. Pero ten en cuenta
que, si lo haces, debes asumir las consecuencias de tus actos, porque
estás jugando con un ser vivo. Sí, un programita para hacer más o menos
lo que queremos lo podemos hacer todos, pero probablemente se colgará
sin que sepamos muy bien por qué o nos representará los datos como a
él le parezca. En nuestro caso bastaría con reiniciar la aplicación o
aguantarnos con las gráficas que nos saca, pero… ¿Qué pasa si lo que
hay que programar es el software de vuelo de una sonda que va a Marte,
que no solo tiene que leer distintos tipos de sensores y hacer un
preprocesamiento de los datos para reducir el ancho de banda de las
comunicaciones, sino que también debe tener una fiabilidad total –no se
puede pulsar el botón de reset a distancia– y permitir realizar
modificaciones a trescientos millones de kilómetros? Entonces, hay que
dejar hacer a los profesionales. La ingeniería informática es, de hecho,
una de las profesiones más demandadas hoy en día, lo cual resulta lógico
teniendo en cuenta que prácticamente todas las nuevas tecnologías
necesitan el respaldo de un software. Si decidís convertiros en ingeniero
en electrónica, o en robótica, o en nanotecnología, o en biotecnología, o
en biónica, o en alguna de las nuevas disciplinas cuyo nombre puede que
ni siquiera esté inventado aún, tendréis el futuro asegurado, porque ellas
mismas son el futuro y en los próximos años crearán el nuevo mundo que
nos espera. Pero si decidís convertiros en ingenieros informáticos, podréis
trabajar en cualquiera de ellas.
¿Hemos terminado? No, ni mucho menos. Todavía quedarían un
montón de ingenierías de campo, de las que hacen cosas que se ven o se
tocan, como la ingeniería de los alimentos, la pesquera, la de sonido, la
metalúrgica… Otras en las que no solemos pensar cuando oímos el
término «ingeniería», como la económica, la comercial o la logística. Y,
por supuesto, falta la ingeniería que las domina a todas, como el anillo
único. Porque para construir una carretera, o una nave espacial, o una
presa, no solo hacen falta un montón de ingenieros de distintas áreas,
sino que también es necesario que estos trabajen de manera ordenada y
sincronizada. Y eso no lo conseguirían hacer solos ni aunque fueran
ingenieros alemanes, por lo que resulta fundamental una nueva disciplina
dentro de la ingeniería dedicada a la gestión de proyectos, sobre la que
hablaremos más adelante, aplicando las técnicas que utiliza a un caso
práctico: la organización de la boda de tu primo.
Es posible que en este capítulo esperarais un listado exhaustivo de
todas las ramas de la ingeniería y qué hace cada una de ellas. De hecho,
es lo que habíamos pensado hacer inicialmente, pero la lista sería tan
larga y difusa que resultaría abrumadoramente aburrida. En realidad,
importa poco la clasificación, así que finalmente hemos decidido dar tan
solo unas pinceladas generales y una buena noticia: si sois de los que
tienen el gen ingeniero, lo sabréis. Porque si alguna vez habéis cogido un
aparato que vuestros padres habían tirado a la basura y lo habéis abierto
para ver cómo es, lleváis un ingeniero dentro, incluso si no conseguisteis
arreglarlo. Probablemente uno electrónico, eléctrico o de teleco. Si cuando
organizáis un viaje en avión buscáis el que más dure y os pedís la
ventanilla, pero no para ver el paisaje, sino para ver cómo suben y bajan
los flaps, los alerones y los aerofrenos durante el vuelo, sois ingenieros
aeronáuticos en potencia. Si os veis inevitablemente atraídos por la
gigantesca mole de una presa y, cuando está soltando agua no podéis
apartar vuestra vista del colosal chorro, la hidráulica es la vuestra. Y, si
cuando os asomáis al sobrecogedor vacío de la misma presa sentís la
necesidad imperiosa de escupir y seguir con la mirada vuestro salivazo
hasta perderlo de vista…, eso no es una pista: le pasa a todo el mundo.
RAZÓN 2.
No tendrás que trabajar nunca

«El placer más noble es el júbilo de comprender»

LEONARDO DA VINCI
(ingeniero y todo lo que le dio tiempo a ser en una vida)

Vale, otro título trampa. Eso quisierais vosotros, no tener que trabajar.
Pues no es cierto, lo siento, tendréis que hacerlo. Mucho. Primero para
sacar la carrera, que es difícil. Y luego, cuando os coloquéis,
probablemente empezaréis como becarios echando más horas que un
reloj y poco a poco conseguiréis un horario más normal, pero siempre a
un ritmo bastante intenso. Entonces, ¿a qué viene el título de este
capítulo? Pues se refiere a eso que dijo Confucio una tarde mientras
tomaba el té: «Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni
un solo día en tu vida». Y es que, si tenéis vocación de ingenieros y
conseguís dedicaros a algo acorde a ella, el trabajo os parecerá
apasionante. Para ilustrarlo os voy a hablar de mi (MA)7 experiencia
personal que, en el plano laboral, se ha dividido en dos grandes capítulos.
Recién terminada la carrera, empecé a trabajar en el Instituto Andaluz de
Geofísica (instituto de investigación especializado en el estudio de
terremotos y volcanes). Allí me dedicaba, en pocas palabras, al diseño y
desarrollo de sistemas de adquisición de datos sísmicos sincronizados
mediante los pulsos de precisión generados por un receptor GPS.
Cacharros para detectar terremotos, vamos. La instrumentación que
desarrollábamos se utilizaba para monitorizar la actividad sísmica que se
producía en el sur de España y para llevar a cabo intervenciones rápidas
en caso de crisis sísmicas. Y, lo mejor de todo, también se usaba para
estudiar la sismicidad en volcanes activos, lo cual me permitió conocer
sitios tan misteriosos, sobrecogedores y fascinantes como los principales
volcanes italianos (Strómboli, Etna y Vesubio), las islas Azores, el Teide o
la isla Decepción, en la Antártida. Luego, por circunstancias de la vida,
pasé al Instituto de Astrofísica de Andalucía,8 del CSIC (IAA-CSIC, para
abreviar). He dejado de mirar al suelo para mirar al cielo, y ahora en lugar
de trabajar en el diseño de instrumentos para estudiar las ondas sísmicas
lo hago en otros que intentan entender lo que nos dicen las estrellas. En
realidad, las tecnologías y los métodos que se aplican son parecidos,
siempre que te acuerdes de que no hay que enterrar los telescopios.
Durante los años que llevo en el IAA-CSIC he tenido la oportunidad de
trabajar en proyectos espaciales, en los que se diseñan instrumentos que
se lanzan en cohetes para estudiar objetos de nuestro sistema solar, y en
otros instrumentos basados en telescopios terrestres. Entre estos últimos
destaca CARMENES, del que hablaremos más adelante, cuyo objetivo es
descubrir y caracterizar a los planetas parecidos a la Tierra fuera de
nuestro sistema solar para, en último término, buscar indicios de vida
extraterrestre. Así que… ¿Mola o no mola ser ingeniero? A ver, tampoco
es cuestión de que os creáis que todo va a ser maravilloso. Hay
actividades, como escribir documentación, que pueden resultar más
aburridas que un cantautor tocando el violonchelo, pero incluso a eso hay
gente que le encuentra el interés. Y, cuando se aproxima una fecha de
entrega, el estrés de todo el grupo de trabajo aumenta peligrosamente,
igual que las horas que tiene uno que quedarse en el laboratorio. Pero
estos episodios de intensidad máxima suelen concentrarse en periodos
cortos. En boca de Confucio igual no llegaría al «no tendrás que trabajar
ni un día en tu vida», pero podría quedarse en «trabajarás una semana al
mes y solo a media jornada».
No obstante, la prueba definitiva de que este trabajo puede ser
apasionante es que muchos ingenieros, al terminar su jornada laboral, se
marchan a casa y se dedican a hacer… lo mismo. No es exactamente que
en su tiempo libre sigan trabajando para sus proyectos, sino que una gran
proporción de ingenieros tienen aficiones muy parecidas a lo que hacen
en sus laboratorios. Voy a usar mi entorno laboral como banco de pruebas
para demostrar esta teoría. Como he dicho antes, trabajo en un
departamento que se dedica al diseño y desarrollo de instrumentación
astronómica, por lo que el equipo está formado principalmente por
ingenieros mecánicos, ingenieros electrónicos, ingenieros informáticos y
algún óptico despistado. Varios de los ingenieros mecánicos son
aficionados a la mecánica del automóvil, y están enganchados a
programas de restauración de coches clásicos como Wheeler Dealers con
la secreta ilusión de poder, algún día, poner en marcha una vieja joya
rescatada de un granero de Wisconsin. Un miembro del equipo, de hecho,
ha restaurado una moto BMW R45 del año 1976, aunque curiosamente en
este caso no es ingeniero mecánico. Entre los electrónicos e informáticos
es muy común programar microcontroladores tipo Arduino, Raspberry Pi o
cualquier otro de los muchos que existen actualmente en el mercado. Así,
hay quien se ha dedicado a montar en casa un sistema de elaboración de
cerveza artesanal a pequeña escala. Sabemos que le gusta la cerveza,
pero también sabemos que sabe que en el supermercado de abajo tienen
una selección de nacionales y extranjeras a medio euro la lata, así que
está claro que ha montado todo ese tinglado para poder incorporar
automatismos al proceso usando aplicaciones programadas por él mismo.
Este individuo ha diseñado también un sistema de vigilancia y control
automático de temperatura y otros parámetros para una pecera tropical.
En este caso ni siquiera estamos seguros de que le gusten los peces. Hay
quien tiene un pequeño taller electrónico en casa y se dedica a diseñar
todo tipo de aplicaciones de domótica e IoT,9 incluyendo no solo la
programación de los microcontroladores, sino también el diseño y el
montaje de las tarjetas de circuito impreso. Yo veo Netflix. Pero, incluso
siendo menos proactivo que muchos de mis colegas, siempre tengo en
mente alguna aplicación que luego no suelo llevar a cabo. La más
inmediata es el búho electrónico, que precisa de una puesta en contexto
previa: en mi balcón las palomas se cagan.10 No quiero ir de especial, sé
que no soy el único al que le pasa eso. Pero la diferencia es que en mi
caso van a dejar de hacerlo. El primer intento para lograrlo fue colocar un
búho de plástico en una esquina del balcón, ya que me aseguraron que
eso las asustaba y las alejaría, sobre todo si soplaba el viento, que
provocaría que la cabeza del búho falso girara imitando el movimiento de
uno de verdad. El efecto sorpresa funcionó durante unos días, hasta que
las palomas se acostumbraron a ver al búho y se dieron cuenta de que se
movía menos que un gamer en vacaciones, entre otras cosas porque no
ha soplado ni un poquito de viento desde que lo coloqué. Así que la
solución está clara: el búho versión 2.0, que mediante un
microcontrolador y un pequeño servomotor girará la cabeza con
movimientos pseudoaleatorios, como los búhos de carne y pluma. Se van
a cagar. Bueno, no. También sería posible iluminarle los ojos y dotarlo del
sonido de un búho real, pero tengo que conseguir un equilibrio entre
despertar el terror en las palomas y la ira de mis vecinos.
Otro de los proyectos que tengo en mente es el ukelele automático.
Resumiendo mucho, es un dispositivo electromecánico programable que
se coloca en el mástil de un ukelele. Mediante una aplicación instalada en
el móvil, uno descarga al dispositivo la secuencia de acordes de cualquier
canción, después de lo cual para tocarla tan solo hay que ir presionando
un botón, que irá cambiando de acorde secuencialmente. Espero que esto
quede entre nosotros, porque va a ser un bombazo. Y cuando venda un
millón de unidades es posible que lo adapte a la guitarra, lo cual sin
ninguna duda cambiará el futuro de la música.11
Hasta aquí, gracias a Confucio, hemos pasado del «si eres ingeniero no
tendrás que trabajar nunca» del título a «si eres ingeniero trabajarás,
pero te va a gustar». Para cerrar el capítulo, vamos a dar otra vuelta de
tuerca (nótese el doble sentido) para ir un poco más allá: si eres
ingeniero trabajarás SEGURO, porque las ingenierías en general y algunas
en particular se cuentan entre las carreras con mejores perspectivas
laborales. La mejor prueba de ello es consultar las estadísticas de paro
por especialidades.
Una simple búsqueda en Google de «tasa de paro carreras
universitarias» o similar dará un montón de resultados concluyentes. Así,
según LinkedIn (en la actualidad la plataforma profesional más relevante
a nivel mundial), entre los 15 trabajos más demandados en el año 2021
se cuentan aquellos relacionados con disciplinas como la ciencia de datos,
la inteligencia artificial y las ingenierías especializadas. En estas últimas,
en concreto, «la demanda ha crecido un 63 % en los últimos meses, con
Microsoft e IBM como mayores contratantes». A pesar de la explosión de la
demanda de trabajos relacionados con la salud pública originada por la
pandemia del COVID –y que bajará probablemente una vez que la situación
sanitaria se normalice–, los puestos de trabajo relacionados con la
tecnología siguen estando entre los más solicitados. Especialmente los
relativos al campo de la ingeniería del software en sus distintas vertientes,
que parece, por tanto, una apuesta segura para incorporarse al mercado
laboral, siempre que uno esté dispuesto a pasar su vida en un sótano y a
no relacionarse con nadie.
Un aspecto que muchas veces no se tiene en cuenta cuando se
consultan las tasas de ocupación por especialidades es la relación entre la
formación y la labor profesional que se desempeña. El primer puesto de
todas las carreras lo ocupa en este listado la de medicina, porque si eso
es lo que estudias terminarás siendo médico. Y bien que se lo tienen
ganado los pobres, después de pasar seis años de carrera, más la
preparación del MIR, más el examen, más la residencia… Sin embargo, las
ingenierías también están muy bien posicionadas en este aspecto.
Algunas especialidades, como la aeronáutica o la naval, están por encima
del 90 % de afinidad. Otras ingenierías de espectro más amplio ocupan
puestos menores en este listado, pero con valores siempre por encima del
50 %. Y, lo más importante, casi siempre que un ingeniero ocupa un
puesto diferente al de su especialidad, se trata de labores de tipo técnico
y relacionadas al menos indirectamente con su formación.
En realidad, este parámetro –la afinidad entre la formación recibida y el
puesto de trabajo que se ocupa– puede ser engañoso si se interpreta por
sí solo, ya que hay carreras como la filología gallega que también se
sitúan en los primeros lugares, lo cual indica que son estudios muy
especializados, pero sin embargo tienen altas tasas de paro. No obstante,
si el dato está combinado con la baja tasa de paro de las ingenierías,
incluso un valor en torno al 50 % de afinidad se convierte en una buena
noticia, ya que da una idea de la flexibilidad que proporcionan estos
estudios.
Ya que estamos con el tema de las carreras y de las salidas laborales,
terminamos el capítulo con una reflexión sobre la ingeniería y las mujeres.
Lamentablemente, la sociedad en la que vivimos todavía educa a las
chicas para que se comporten con el rol que les hemos asignado. Antes
de que nazcan, ya tenemos expectativas diferentes para los niños y las
niñas. «Qué niña más guapa» vs. «qué niño más listo». «No seas
mandona» vs. «el niño tiene dotes de líder». «No seas revoltosa que te
ensucias» vs.«los niños son más movidos». Los premios y las penalidades
también son diferentes. ¿El resultado? Menos de uno de cada cuatro
alumnos matriculados en la actualidad en alguna carrera STEM12 es mujer.
Y cuando llegan a la mitad de su carrera, muchas de ellas abandonan. El
techo de cristal o la maternidad las acaban por agotar. La aproximación
correcta al problema debería ser más parecida a lo que propone el
holandés Alexander den Heijer: «Cuando una flor no florece, cambias el
ambiente en el que crece, no la flor».
Chicas que nos estéis leyendo: no hay nada de insuficiente en vosotras,
estudiad lo que queráis. Si estáis leyendo este libro es que tenéis
curiosidad por la ingeniería. Cada vez más, y de forma inexorable, la
economía, la sociedad, el ocio, estarán dominados por actividades de tipo
científico o tecnológico. Es una buena oportunidad laboral. Pero, más allá
de eso, lo más importante no es lo que pueda perder la sociedad sin
vuestra participación, sino lo que os perderéis vosotras. Porque la realidad
es que la ciencia, la tecnología y la ingeniería ya están muy presentes en
el mundo de hoy, pero sobre todo van a ser los pilares principales en los
que se sustentará el futuro a corto, medio y largo plazo. Y perdonadme
por el spoiler, pero el futuro va a ser ALUCINANTE. ¿De verdad no queréis
participar en su creación? A lo largo de este libro, y especialmente en su
último capítulo, seguiremos dándoos argumentos para que elijáis subiros
a este tren.
RAZÓN 3.
Conocerás gente, conocerás mundo

«La ingeniería es como los viajes: se pueden disfrutar a solas, aunque compartidos son más
entretenidos»

SRTA. KENNIS
(simpática ingeniera que busca amiguis para viajar)

Estadio de Anfield (Liverpool) un domingo cualquiera. Cincuenta mil


gargantas entonan el You’ll never walk alone mientras once aguerridos
gladiadores, ataviados con sus uniformes color rojo sangre, saltan al
campo de batalla desbordantes de energía y ávidos de victoria. Si sois
aficionados al fútbol, seguro que habéis sentido alguna vez un escalofrío
recorriéndoos la espalda al oír ese cántico, que arropa a sus jugadores,
atemoriza a los rivales y emociona a ambos por igual. Si no sois
demasiado aficionados al fútbol (que es lo más probable, ya que estáis
leyendo un libro de ingeniería), no tendréis ni idea de lo que os estoy
hablando, pero os recomiendo que lo miréis en YouTube. Pues bien, un
ingeniero es como un jugador del Liverpool, porque, igual que ellos,
nunca camina solo. En nuestro campo no hay estrellas, como en
arquitectura, hay constelaciones de ingenieros. Y es que los grandes
proyectos actuales son, sobre todo, eso: grandes. Y por eso necesitan
mucha gente que se encargue de distintas tareas de muy diversa índole.
Así, en las empresas privadas o instituciones públicas de ingeniería civil,
entran en juego distintos departamentos que cobran mayor o menor
protagonismo a lo largo de las distintas fases del proyecto. En proyectos
científicos con carga tecnológica no solo colaboran diversos
departamentos, sino que lo habitual es que estén implicadas numerosas
instituciones de distintos países. Uno de los motivos es que los grandes
proyectos son muy caros, y en general no pueden ser abordados por una
sola institución ni un solo país, como sucedía en los tiempos gloriosos de
los inicios de la exploración espacial. Pero la razón principal no es esa,
sino que los proyectos son multidisciplinares y requieren de la
colaboración de grupos de profesionales especializados en distintos
campos, que en general pertenecen a instituciones distintas. Tomemos
como ejemplo un proyecto para lanzar un satélite de la Agencia Espacial
Europea (ESA). Escogemos una misión de tipo medio, porque todo el
mundo sabe que en el término medio está la virtud: Solar Orbiter, que en
el momento de escribir estas líneas acababa de ser lanzada al espacio.
Solar Orbiter es un satélite científico desarrollado por la ESA con apoyo de
la NASA, que durante los próximos años estudiará distintos aspectos del Sol
con una precisión como nunca se había visto antes. A pesar de ser una
misión de tipo M,13 consta de diez instrumentos distintos, cada uno de los
cuales está desarrollado por uno o, lo más habitual, varios grupos de
trabajo de distintas instituciones. En total participan nada menos que 18
países (17 europeos más Estados Unidos) con un total de ¡89! institutos,
grupos de investigación o empresas. Algo más modestos, tanto en
presupuesto como en personal, suelen ser los proyectos que no necesitan
lanzar cacharros al espacio. Aun así, en el que ya debería ser vuestro
proyecto favorito (CARMENES) colaboraron un total de once instituciones
que, por eso de mantener la paridad entre los dos países participantes,
eran la mitad españolas y la mitad alemanas. Sí, la mitad de once, listos:
cinco españolas, cinco alemanas y una mixta con doble de queso: el
observatorio donde se instalaría el instrumento, que estaba gestionado al
50 % por cada país.
Total, que si colaboráis en un proyecto de este tipo, como es lo más
habitual que ocurra en la ingeniería actual, conoceréis gente sí o sí,
incluso si nos restringimos a nuestro ámbito más cercano de trabajo. En
Solar Orbiter, por ejemplo, el principal instrumento es el sensor de
imágenes polarimétrico y heliosísmico (PHI). En su diseño, desarrollo,
fabricación y explotación científica participan siete grupos de investigación
o empresas españoles, uno francés y uno alemán, así que sería con ellos
con los que tendríais una interacción directa si estuvierais metidos en el
proyecto de este instrumento en particular. Pero eso sigue siendo mucha
gente, especialmente para individuos como nosotros. Para otros colectivos
sería algo puramente anecdótico, pero para los ingenieros es una noticia
más grande que la Presa de las Tres Gargantas, que es grande de narices,
ya que si no nos viéramos forzados por nuestro trabajo a relacionarnos
con otros seres humanos, nuestra ineptitud social nos llevaría a dejar de
hablar y olvidar la forma de comunicarnos con el resto del mundo.
Y como los proyectos suelen estar gestionados, como hemos dicho, por
consorcios formados por múltiples instituciones de países distintos, no
solo tendréis la oportunidad de conocer gente, sino también de conocer
mundo. Durante el desarrollo de un proyecto es necesario establecer una
continua interacción con otros grupos y realizar múltiples viajes y
reuniones de progreso, en las que los responsables de cada área informan
del estado de cada paquete de trabajo y del proyecto a nivel global. Esas
reuniones se suelen ir alternando en las ciudades sede de las distintas
instituciones, por lo que viajar, vais a viajar. Ahora, tampoco os imaginéis
tumbados en la playa tomando un daiquiri, a no ser que os lo montéis
muy bien y consigáis apuntaros a un proyecto coordinado por la
prestigiosa Universidad de las Islas Seychelles. Esto puede ser más o
menos complicado según el contexto. Así, aprovechando que muchos
volcanes tienen la curiosa costumbre de emerger justo en el centro de
islas paradisíacas (en realidad es el volcán el que forma la isla, pero no
nos pondremos técnicos con esto), durante mi (MA) etapa con los
geofísicos las conversaciones de desayuno siempre giraban en torno a
futuras campañas en lugares como la isla Reunión14 o el Kilimanjaro
(Kenia), que no es una isla pero también mola mucho. Lamentablemente,
al final se quedó todo en eso, conversaciones de desayuno. Si no os
movéis en el campo de la instrumentación sísmica o del cultivo de
papayas, estos destinos se antojan más complicados. Pero en astrofísica
podéis aspirar a las islas Canarias, donde se encuentran algunos de los
telescopios más importantes del hemisferio norte, o a Hawái, que es
como Canarias pero mucho más lejos. En cualquier caso, siempre
conoceréis países de nuestro entorno, como Francia, Italia o Alemania,
que tienen su gracia y puede uno comer queso, pizza y salchichas,
respectivamente. Ahora bien, tampoco vayáis a pensaros que los viajes
van a ser un jijijajá continuo. Las reuniones de progreso tienen siempre
un calendario exigente en el que los distintos grupos deben presentar sus
avances ante un comité evaluador externo, así que la mayor parte del día
se la pasa uno en una sala de reuniones viendo presentaciones de
PowerPoint y con los nervios de que te va a tocar. Pero hay cierto margen
para el asueto: saldréis a tomar el aire, podréis beberos una Fanta, veréis
catedrales, cenaréis queso, pizza o salchicha, hablaréis con vuestros
nuevos amigos… A ver, tampoco serán la alegría de la huerta: son
ingenieros. Pero mejor eso que quedaros en casa viendo la tele y
acariciando a vuestro gato, ¿no?
Sí, la ingeniería actual es el paradigma del trabajo en equipo. El hecho
de que se haya logrado establecer consorcios tan grandes de entidades y
países distintos y llegar a buen puerto en proyectos tan complejos es, en
nuestra opinión, uno de los hitos más admirables y emocionantes de la
ciencia y la tecnología actuales, un logro que devuelve la fe en la especie
humana y en su capacidad para trabajar por el bien común.15 Y es que la
coordinación de tiempos, presupuestos y equipos es al menos tan
delicada como el desarrollo desde el punto de vista tecnológico de cada
uno de los subsistemas que conforman un proyecto global. Un caso
peculiar que ilustra este problema sucedió en la misión Mars Polar Lander
de la NASA, que se lanzó en 1999 con el objetivo de estudiar in situ
distintos aspectos del suelo y el clima marcianos, entre ellos la posibilidad
de encontrar trazas de vida en épocas pasadas. Sin embargo, para
decepción de todos los involucrados en la misión, en la fase de amartizaje
se perdió la comunicación con la sonda y nunca más se volvió a saber de
ella. Como durante la etapa de entrada en la atmósfera marciana no había
telemetría, probablemente nunca se llegará a saber con seguridad lo que
sucedió. No obstante, después de una intensa investigación y
simulaciones posteriores en la Tierra, se tiene una idea bastante
aproximada de dónde pudo surgir el problema y al menos un par de
teorías de cómo fue la secuencia del desastre. Resulta que, a una
determinada altura sobre la superficie del planeta rojo, los retrocohetes
debían activarse y las patas de la sonda debían abrirse para facilitar un
aterrizaje suave. Las patas tenían unos sensores que detectaban cuándo
se había tocado la superficie del planeta, lo cual servía de señal a los
retrocohetes para que se apagaran. Aparentemente la causa del accidente
fue que las patas, al abrirse, producían unas vibraciones que hacían saltar
los sensores de contacto, con lo que la sonda interpretó, cuando aún se
encontraba a mucha altura, que ya había llegado a la superficie. Así que
apagó los retrocohetes, como era su deber. Por tanto, la nave
probablemente se precipitó en caída libre sin que se hubiera producido un
malfuncionamiento de los retrocohetes, ni de las patas, ni ningún otro
problema de los sistema críticos. La pregunta que surge inmediatamente
es: pero ¿es que eso no había sido probado? Y la respuesta es que,
lógicamente, sí. Se habían hecho infinidad de pruebas, en las que
(simplificando mucho) el subsistema «patas» activaba un bit de estado
determinado cuando detectaba que estas tocaban el suelo. El equipo del
subsistema «retrocohetes», por su parte, iniciaba sus pruebas partiendo
de todos los bits de estado a cero, y no desactivaba los retrocohetes
hasta que el bit de «patas» se ponía a uno. Pero durante el descenso real
la situación fue otra, ya que el bit «patas» estaba a uno desde el mismo
momento en que estas se abrieron. En definitiva, todos los sistemas
funcionaron como debían, pero una nave de cientos de millones de
dólares se estrelló por falta de coordinación entre los equipos de trabajo.
No era la primera vez que a la NASA le pasaba eso (de hecho, tan solo un
par de meses antes algo parecido había sucedido con la sonda Mars
Climate Orbiter, que formaba parte de la misma misión), lo que les llevó a
un replanteamiento de la política de recortes, que probablemente fue la
culpable de la reducción de los protocolos de verificación y coordinación
técnica de los proyectos espaciales. Otros desastres son mucho más
conocidos, como el del transbordador Challenger en 1986, en el que
fallecieron los siete componentes de su tripulación. En este caso el fallo se
debió a una pequeña junta tórica de goma de uno de sus cohetes
impulsores, que se endureció debido a las bajas temperaturas de la
mañana del despegue, lo cual provocó su rotura y el consiguiente escape
de gases calientes que causó la tragedia. Para que os hagáis una idea de
la cantidad de cosas que pueden fallar en una misión espacial.
Hay varios ejemplos más de desastres de este tipo, en algunos de los
cuales están implicados distintos sistemas de unidades: tú escribes en
metros, yo leo en yardas, y ya la hemos liado. Sin embargo, no vamos a
hurgar en la herida para que no os quedéis con la impresión de que
somos un desastre. De hecho, estas monumentales meteduras de pata
han sido muy pocas en comparación con los logros espectaculares que se
han conseguido, no solo en el campo de las misiones espaciales, sino en
todas las áreas de la ingeniería. Los casos de proyectos-fiasco son
meramente anecdóticos, aunque darían para escribir un capítulo entero
de los largos, que además sabemos que sería el primero que os leeríais,
cabrones.16 Sin embargo, estos pocos casos anecdóticos costaron miles
de millones de dólares, o euros, o yuanes, que a los chinos seguro que
también les pasa, pero no nos lo cuentan, y de horas de trabajo, y de
frustraciones… De ahí la importancia de la gestión y coordinación de
proyectos, de la que hablaremos en otro capítulo.
RAZÓN 4.
Simplificarás tu vida

«La simplicidad es la máxima sofisticación»

LEONARDO DA VINCI
(ingeniero y pluriempleado)

Mi (MA) principio científico favorito es el de la navaja de Ockham, que reza


así: «En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la
más probable». Lo de «reza» viene que ni pintado, porque parece que al
que se le ocurrió esto por primera vez fue a un fraile franciscano
(Guillermo de Ockham). En realidad no es un principio científico, porque
no expresa una certeza sino una regla empírica, así que sería más bien un
principio filosófico-metodológico, o algo así. Y en realidad tampoco es mi
principio favorito, porque está por detrás del de Hanlon: «Nunca atribuyas
a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez». Así que, como
estamos en un libro de ingeniería y por tanto tenemos que ser precisos,
empezamos de nuevo:
Uno de mis principios filosóficos-metodológicos favoritos es el de la
navaja de Ockham, que reza así: «En igualdad de condiciones, la
explicación más sencilla suele ser la más probable». En ciencia este
principio se usa de modo orientativo, en el sentido de que ante dos
teorías que producen resultados similares, tiene más probabilidad de ser
cierta la más simple. No es, ni mucho menos, la única sentencia de este
tipo que aboga por la simplicidad: el tío Leonardo ya dijo eso de «la
simplicidad es la máxima sofisticación». Shakespeare, «la brevedad es el
alma del ingenio». Mies van Der Rohe, «menos es más». Antoine de
Saint-Exupéry, «la perfección se consigue, no cuando no haya más que
añadir, sino cuando no hay nada más que quitar». Y, por supuesto, todos
hemos utilizado alguna vez nuestro aforismo pro-simplicidad patrio,
firmado por la pluma de Baltasar Gracián, que allá por 1647 escribió
aquello de «lo bueno, si breve, dos veces bueno». Pues bien, en
ingeniería también tenemos nuestra propia navaja de Ockham, pero con
un nombre mucho más romántico y sensual, porque nosotros somos así,
gente encantadora y atractiva que va despertando miradas lujuriosas y
derrochando feromonas allá por donde pasa. Por eso nuestra navaja de
Ockham se conoce como «The KISS principle»17, nombre que se debe a
las siglas KEEP IT SIMPLE, STUPID. Otras versiones atribuyen las SS a SWEET &
SIMPLE, SHORT & SIMPLE, SIMPLE & SMART, SUPER SIMPLE… En cualquier caso, la idea
que subyace en este principio es clara: la simplicidad debe ser uno de los
objetivos clave de cualquier diseño, y debe evitarse toda complejidad
innecesaria.
Parece ser que este principio fue acuñado por Kelly Johnson, el
ingeniero jefe de Lockheed Skunk Works, responsable del desarrollo de
algunas de las aeronaves más alucinantes de la historia. A pesar de que
una de ellas, el SR-71 Blackbird, es uno de los aviones más complejos que
han surcado los cielos, durante su diseño Johnson siempre tuvo la
simplicidad en mente. Esto quedó claro cuando un buen día se presentó
en una reunión de diseño con una pequeña bolsa que contenía unos
cuantos destornilladores, llaves inglesas y otras pocas herramientas
básicas. Dirigiéndose a su equipo les dijo que el SR-71 tenía que diseñarse
de modo que un mecánico normalito en situación de estrés durante una
guerra pudiera arreglarlo utilizando tan solo ese pequeño conjunto de
herramientas. Y para enfatizar esta filosofía de diseño terminó su discurso
con la frase que repetía a menudo: «keep it simple stupid!». Hay que
remarcar que, al parecer, Johnson usaba esta frase sin el vocativo, lo cual
cambia drásticamente el sentido: no estaba llamando estúpidos a sus
ingenieros, sino que pedía no perder de vista el objetivo de lograr un
diseño estúpidamente simple. Se agradece, Sr. Johnson, los ingenieros ya
tenemos bastante con lo nuestro.
Quizás la historia más conocida sobre el KISS principle es una que se
cuenta con frecuencia, ambientada en la década de los sesenta del siglo
XX, en plena carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Entre la interminable lista de desafíos técnicos a los que nadie se había
enfrentado antes, ambas potencias se toparon con uno muy curioso:
¿cómo escribir en el espacio? Los bolígrafos convencionales no escriben
en microgravedad, y mucho menos si el papel está en posiciones distintas
a la horizontal, así que la NASA invirtió miles de dólares en un proyecto de
investigación que se prolongó durante muchos meses, hasta que dieron
con una brillante solución: el bolígrafo espacial. Su fundamento era un
cartucho de gas a presión, que empujaba la tinta en cualquier situación y
permitía no solo escribir en el espacio, sino también bajo el agua (si
tienes papel adecuado, claro) y en posición invertida. Y mientras los
americanos llegaban a esta elegante solución, ¿qué idearon los rusos?
Bueno, los rusos usaron… Lápices. Esta historia, que se usa
frecuentemente para ridiculizar a los americanos y ensalzar el
pragmatismo de los rusos, sería también el paradigma del KISS principle, si
no fuera por un pequeño detalle: es falsa. Al menos, no es del todo cierta.
En primer lugar, no fue la NASA la que desarrolló el bolígrafo, sino una
empresa llamada Fisher que, por cierto, aún los fabrica. Se pueden
comprar en e-bay.18 En segundo lugar, la gente de la NASA no es
(KIS)Stupida: ellos también usaron lápices al principio, pero estos
presentaban varios problemas. Por una parte, las minas de los lápices
pueden partirse y terminar dentro de un circuito electrónico o algún otro
elemento crítico. O incluso en el ojo de un astronauta, y llorar en
microgravedad no es una experiencia agradable, porque las lágrimas no
caen.19 Por otra parte, la NASA empleaba atmósferas de oxígeno puro en
sus primeras misiones, así que tenían que evitar cualquier tipo de material
inflamable como la madera de los lápices y el grafito de las minas. Más
aún después de la tragedia del Apolo 1, en la que los tres ocupantes de la
nave fallecieron en un incendio durante una prueba rutinaria en tierra. Así
que parece que la famosa historia del bolígrafo espacial y el lápiz es una
mezcla de leyenda urbana y hechos reales que no nos sirve exactamente
para ilustrar el KISS principle… ¿O sí? Mejor dejemos que sean los expertos
los que arrojen un poco de luz sobre todo esto. El mismísimo Pedro
Duque, nuestro exministro astronauta, escribió una vez sobre su
experiencia en el espacio:
«En mi primer vuelo, como todos los astronautas del Shuttle, yo llevé
un bolígrafo muy caro de esos que tienen el cartucho de tinta a presión.
Sin embargo, el otro día estaba con mi instructor de Soyuz y vi que
estaba preparando los libros para el vuelo, y estaba poniéndonos un
bolígrafo con un cordel para escribir una vez en órbita. Ante mi asombro,
me dijo que los rusos siempre han usado bolígrafos en el espacio. Yo
también metí uno nuestro, de propaganda de la Agencia Europea del
Espacio (no vaya a ser que los bolígrafos rusos sean especiales) y aquí
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Propontis, 179.
Proto-Alpines, 135;
language of, 235;
physical characters of, 135.
Proto-Aryan language, 67, 233, 242;
and Alpines, 237;
Nordic origin of, 61.
Proto-Mediterranean Race, 132;
descended from the Neolithic, 149–150.
Proto-Nordics, 224, 233;
in Russia, 64, 170.
Proto-Slavic language, Aryan character of, 143.
Proto-Teutonic race, 169.
Provençal, 244;
Provençal language, 244.
Provençals, 156.
Provence, 23;
Mediterraneans in, 156.
Prussia, Spartan culture of, 161.
Prussian, Old (Borussian), language, 212, 242.
Prussians, ethnic origin of, 72.
Punic Wars, 217.
Punjab, the, 257;
entrance of Aryans into, 258;
decline of Nordics in, 261.
Puritans, 55.
Pyrenees, caverns of, 115.

Quebec Frenchmen, 81.


Race, 3, 4;
Aryan, 3;
Caucasian, 3;
Celtic, 3;
Indo-Germanic, 3;
Latin, 3;
adjustment to habitat of, 93;
characters, 13 et seq.;
consciousness, 4, 57, 60, 90;
in Germany, 57;
in Sweden, 57;
in the United States, 86;
degeneration, 39–43, 109;
determination, 15, 19, 24, 28;
disharmonic combinations of, 14, 28, 35, 110;
distinguished from language and nationality, 34;
effect of democracy on, 5;
feeling, 222;
importance of, 98–100;
physical basis of, 13–16;
positions of the three main races in Roman times, 131;
resistance to foreign invasion, 71;
selection, 46, 50, 54, 55, 215;
versus species and subspecies, 22.
Race mixture, 18, 34, 60, 77, 85, 116, 262;
among the Gauls, 145;
among the Normans, 208;
among the Turks, 237;
among the Umbrians, 145;
and civilization, 214–216;
in North Africa, 151;
in South Africa, 80;
in the Argentine, 78;
in Brazil, 78;
in Britain, 248;
in Canada, 81;
in Europe, 261–262;
in Germany, 135;
in Greece, 161;
in Jamaica, 76;
in large cities, 92;
in Macedon, 161;
in Mexico, 76;
in the Roman Empire, 71;
in Rome, 154, 220;
in Russia, 174;
in Spain, 192;
in Switzerland, 135;
in the United States, 77, 82–94;
in Venezuela, 76;
in Tunis, 158;
of Alpines and Celts, 177;
of Alpines and Nordics, 151;
of Alpines and Mediterraneans, 151;
of Ainus and Mongols, 225;
of Belgæ and Teutonic tribes, 248;
of Celts and Mediterraneans, 177;
of Goidels and Mediterraneans, 248;
of Mediterraneans and Dravidians and Negroids, 150;
of Nordics and Negroes, 82;
of late Nordics and Paleoliths, 149;
of Slavs and Illyrians, 153, 190.
Race supplanting, 77, 46–48, 110.
Races, European distribution of during the Neolithic, 123;
in Europe, 131;
laws of distribution of, 37;
evolution of through selection, 37 et seq.
Racial, aptitudes, 226–232;
of Alpines, 138–139, 146;
of Negroes, 77, 109;
of Normans, 207–208;
elements of the Great War, 187;
resistance of acclimated populations, 71;
types, intellectual and moral differences of, 206.
Raphael, 215.
Ravenna, surrender of, 189.
Recapitulation of development in infants, 30.
Reformation, the, 191, 210, 228;
in England, 10.
Regiments, German, composition of, 142.
Religion, 64;
nationalities founded on, 57, 58.
Renaissance, 215, 231.
Republic, a true, 7, 8.
Resurgence of types, 15;
of Alpines in Europe, 146–147, 184, 190–191, 196, 210;
of Iberians in Scotland, 249;
of Mediterraneans, 190, 196;
in England, 83, 208.
Revolution, 6;
French, 6, 16, 191, 196, 197;
German, 87.
Revolutionary Wars, 197.
Riss glaciation, 105, 133.
Riss-Würm, 105;
interglacial, 133.
Robenhausian culture, 132;
Period, 121;
Upper, 122, 265.
Rollo, 263.
Romaic language, origin of, 243.
Roman, abandonment of Britain, 200;
aristocracy, 217;
busts, 154;
church, 53, 85;
Empire, 10, 71–72, 142, 176, 179–182, 187, 217–222;
component states of, 183;
fall of, 221;
Eastern Empire, 165–166;
population of, 216, 220;
slaves in, 216;
Western Empire, re-established, 182;
ideals, 153;
occupation of Britain, effect of, ethnically, 200;
provinces, Teutonized, 191;
Republic, 71, 154, 217, 219;
State, ancient civilization of, 153, 216;
stature, 154;
stock, extinction of, 51.
Romance tongues, 61, 238, 244.
Romans, 68, 156, 174–176, 193, 194, 216–221, 246;
decline of, 217–222;
features of, 154;
in Britain, 200, 250;
in France, 63;
in Spain, 156;
a modified race in Gaul, 69;
stature of, 154.
Romansch language, 244.
Rome, 11, 52, 61, 70, 92, 130, 154, 157, 158, 165, 179, 180, 191, 195,
215–221, 245, 251;
Alpines, Nordics and Mediterraneans in, 130, 153, 154;
change of race in, 218–220;
change of religion in, 219;
early struggles in, 154;
in Dacia, 245;
language of, 61, 70;
Northern qualities of, 153–154;
race mixture in, 154, 220;
slaves in, 71, 100, 216, 218–220;
stormed by Brennus, 157.
Rough Stone Age, see Paleolithic.
Round Barrows, 137–138, 163, 247, 267;
brachycephalic survivals of, 163–164.
Round skulls, absence of in Britain, 249.
See also physical characters of the Alpines, Armenoids, etc.
Rumania, 59, 245;
Alpines in, 65;
Mediterraneans in, 153.
Rumanian language, 244–246;
origin of, 244–245;
distribution of, 245.
Rumanians, 21, 145;
and Christianity, 65;
descent of, 244–246;
Latin language of, 244–246.
Russia, 38, 143, 253;
Alans and Goths in, 66;
Alpines in, 44, 131, 136, 142–144, 147;
Anaryan survivals in, 235, 243;
Asiatic types in, 144;
Baltic provinces of, Nordic, 212;
blondness in, 190;
Bulgars from, 145;
burial mounds or kurgans in, 172;
changes in racial predominance in, 142–144, 147;
dolichocephaly in, 190;
early Nordics in, 124, 131, 142;
Esthonians in, 236;
Finns in, 236;
Gauls in, 174;
grasslands and steppes of, 240, 253–254, 257;
language in, 235–236, 243;
Livs in, 236;
Mongols in, 65, 142;
Muscovite expansion in, 65;
Nordic substratum in, 64, 142;
Nordics in, 170, 188, 213–214, 231;
organized by Sweden, 180;
race mixture in, 174;
races in, 142;
Saxons in, 201;
Slavs or Alpines in, 64, 131, 142;
Slavic dialects in, 143;
Slavic future of, 147;
stature in, 190;
Swedes in, 211;
Varangians in, 177;
water connections across, 170.
Russian brachycephaly, 136–137;
settlements of Siberia, 78.
Russians and Christianity, 65.
Ruthenia, 245;
Slavs in, 143.

Sacæ, 173, 214, 216, 254 (see Massagetæ);


date of separation from Persia, 258;
evidence of conquests of, 261;
identified with the Wu-Suns, 260;
in India, 257–258;
language of, 259;
physical characters of, 259, 261.
Sahara, the, 33, 44;
Mediterraneans in, 151–152.
St. Bartholomew, Massacre of, 196.
Sakai, 149.
Sangre Azul, derivation of the term, 192.
Sanskrit, 148, 243, 255, 257–258, 261;
introduction of into India, 173, 216.
See Old Sanskrit.
Santa Fé Trail, 40.
Sardinia, 29;
Mediterraneans in, 152;
Mycenæan culture of, 164.
Sardinian, the, 28;
stature of, 28.
Sarmatians, 143, 245, 269, 272.
Satem group of Aryan languages, 256.
Saviour, the, blondness of, 230.
Savoy, Alpines in, 146.
Savoyard, 21, 23.
Saxon blood of American settlers, 83;
in Normandy and Scotland, 208;
Saxon type, 40.
Saxons, 69, 73, 141–142, 145, 177, 180, 195, 206;
in Britain, 248–249;
in Brittany, 251–252;
in England, 200–201;
in France, 201;
in Hungary, 201;
in Italy, 201;
in Russia, 201;
invaders, 201;
invasions of, 200–201, 252, 270;
origin of, 200;
ravage Normandy, 251–252.
Saxony, 73, 200–201.
Scandinavia, brunets in, 151;
centre of radiation of the Teutons, 168;
character of the population of, 169;
first Nordics in, 117, 124, 169;
first occupation of by human beings, 169;
introduction of bronze into, 128;
megaliths in, 155;
Mediterraneans never in, 150–151;
Neolithic culture in, 117, 122;
Nordics in, 117, 124, 188, 210.
Scandinavian blood in Normandy and Scotland, 208;
place names in Scotland, 249;
states, 4, 20, 60.
Scandinavians, 61, 68;
hairiness of, 224.
Schleswig, 58, 73.
Sclaveni, 141.
Scotch, 29;
brunet type of, 150;
red hair of, 175;
stature of, 28, 29.
Scotch borders, 40;
Highlanders, 62.
Scotch-Irish in America, 84.
Scotland, 40, 69;
Angles in, 203;
blond elements in, 63;
blonds mixed with brunets in, 202;
brunetness in, 153, 204;
Brythonic elements in, 203;
Gaelic area in, 249;
Goidelic element in, 201, 203;
Goidelic speech in, 200;
Goidels invade from Ireland, 250;
Iberian substratum in, 201;
language in, 204, 249–250;
Mediterraneans in, 153, 203;
Neanderthal type in, 107;
Nordic type in, 249;
Nordics in, 188;
Norse pirates in, 200, 203;
racial elements in, 203–204, 208;
resurgence of types in, especially the Iberian, 249;
Scandinavian place names in, 249.
Scots, 28.
Scottish Highlands, language of, 247.
Scythians, 66, 214, 257.
Selection, 37, 46–55, 215, 225;
by elimination of the unfit, 50–54;
in Colonial times, 92;
in colonies, 93;
in tenements and factories, 92;
practical measures in, 46–55;
through alcoholism, 55;
through disease, 54–55;
through social environment, 46.
Seljukian Turks, 237.
Semitic language, 239;
race, 147.
Senegambian regions, Mediterraneans in, 151.
Senlac Hill, 120.
Serbian national revival, 58.
Serbs, 53, 143;
and Christianity, 65;
in Bulgaria, 145.
Serfs and serfdom, 10.
Servile wars in Rome, 217.
Ship-building, 165, 199.
Siberia, Russian settlements of, 78.
Siberian tundras, 65.
Sicily, Alpines in, 128, 140;
Mediterraneans in, 158;
Normans in, 207.
Sidon, 126, 165.
Sikhs, 261.
Silesia, 72, 260.
Sinai Peninsula, mines of, 125.
Singalese, 258.
Siwalik Hills, fossil deposits of, 101.
Skin color and quality, 27–28.
Skull shape, 13, 15, 17, 19, 139, 226;
among immigrants, 17;
antiquity of distinction between long and round, 23, 24;
as a race character, 151;
of the Ainus, 224;
African, 23;
American Indian, 23;
Asiatic, 22;
Cro-Magnon, 110;
European, 19–21;
Neanderthal, 107;
best method of determining race, 19–24;
see also Brachycephaly, Dolichocephaly, Mesaticephaly, and the
physical characters of the various races.
Slave trade, 79.
Slavery, 8–11, 42, 86.
Slaves, 9–11, 16;
in Italy, 218;
in Rome, 71, 100, 216, 218, 220;
source of, 82, 200.
Slavic Alpines in Germany, 72;
homeland, 245;
languages, 141–145, 238–237, 244–245;
Proto-Slavic, 143;
race, 64, 72;
as an Alpine race, 64, 131.
Slavs, 63, 64, 124, 172, 190;
of Alpine race, 64, 131;
area of distribution of, 143;
expansion of, 272;
in Austria, 141;
in the Balkans, 153;
eastern Europe, 65;
eastern Germany, 141–142;
Greece, 65;
Middle Ages, 65;
Poland, 142;
Russia, 214;
mixed with Illyrians, 153, 190;
northern and southern, 143.
Slovaks, 91, 143.
Social environment, 46.
Social wars in Rome, 217.
Socialism, 12, 79.
Socrates, 227.
Sogdiana, 254.
Solutrean Period, 105, 111–113;
culture of and the Brünn-Předmost race, 114, 132;
and the Cro-Magnon race, 132.
Sorb, 142.
South Africa, 79, 80;
Dutch and English in, 80.
South America, 61, 73, 75, 76, 78.
Southern States of America, 71, 99;
brunets in, 84;
Mediterranean element in, 44, 45;
Nordic type in, 83, 84;
“poor whites” of, 39, 40;
race consciousness in, 86.
Southerners, effect of climate on, 39–43.
Spain, 115, 149, 176, 202;
Alpines in, 140;
Arabic spoken in, 156;
Arabs in, 156;
aristocracy of, 192;
Basques in, 140;
blondness in, 192;
bow and arrow of the Azilians in, 115;
cause of the collapse of, 193;
caverns in, 112;
Celtic language in, 155, 234;
decline of the Nordic element in, 193;
elimination of genius producing classes in, 53;
Gauls in, 174, 192;
Gothic language in, 156;
Goths in, 192;
Latin language in, 156;
Mediterraneans in, 123, 149, 152, 155–156;
megaliths in, 155;
Moorish conquest of, 181;
Moors in, 156;
Nordics in, 155–156, 174, 192–193, 269;
Phœnician language in, 156;
Phœnicians in, 126, 156;
racial change in, 192;
Romans in, 156;
Teutons in, 180;
tin mines in, 126;
types in, 156;
Vandals in, 192;
Visigoths in, 180, 192.
Spaniards or Spanish (modern), 53, 68;
(ancient), 68;
in Mexico, 17;
and Nordics, 73;
in the Philippines, 78;
related to the Berbers, 152.
Spanish conquistadores, 76, 193;
infantry, 193;
Inquisition in selection, 53;
Spanish Main, 44;
islands and coasts of, 76;
Spanish-American War, 74.
Sparta, 160, 162.
Spartans, 160, 164;
and Dinaric race, 164;
physical character of, 164.
Specializations, racial, recent, 27, 18, 24.
Species, significance of the term, 21, 22.
Stature, 13, 28–30, 35;
affected by war, 197–198;
of the Romans, 154;
in Albania, 190;
in France, 198;
in Illyria and the Tyrol, 190;
in the Scottish Highlands, 28–29, 203;
in Sardinia, 28–29.
Sterilization of the unfit, 51, 52.
Stoicism, 221.
Stone weapons in England, 120–121.
For Stone Ages see Neolithic and Paleolithic.
Styria, 183;
Alpines in, 210;
Nordics in, 210.
Suevi, 156, 177, 181, 270;
in Portugal, 180, 192.
Sumer, 119, 147;
language of, 239.
Susa, 147;
language of, 239.
Swabians, 141.
Sweden, 52, 59, 176, 194, 211;
centre of Nordic purity, 168, 170;
colonizes Finland, 211;
colonizes Russia, 211;
cradle of Teutonic branch of the Nordics, 124, 177;
bronze introduced into, 137;
first Nordics in, 117;
intellectual anæmia of, 210;
Kitchen Middens in, 123;
Nordic race in, 117, 124, 135–136, 168–170, 210–211;
race consciousness in, 57;
saves Protestantism, 210;
unity of race in, 169.
Swedes, 23;
organization of Russia by, 180;
Russification of, 58.
Swiss, 135;
blondness of, 136;
Swiss Lake Dwellers, 121, 127.
Switzerland, 121, 127, 183;
Alpines in, 44, 135, 141;
Lake Dwellings in, 139;
mercenaries in, 135;
Nordics in, 135;
race mixture in, 135.
Sylla, 217.
Synthetic languages, 165, 216, 233, 237, 239–240, 243.
Syr Darya, 119.
Syria, hellenized, 220;
round skull invasion of, 140.
Syrians, 16, 91.

Taal dialect, 80.


Tamahu, blondness of, 223.
Tardenoisian Period, 115, 117, 132.
Tatars, 139, 144.
Tchouds, language of, 236.
Tennessee, 39, 40.
Terramara Period, 122, 127, 266.
Terramara settlements, bronze in, 127;
copper in, 122;
human remains in, 122.
Teutoburgiana forest, 154.
Teutonic, as a term, 231–232;
branch of the Nordic race, 20, 61, 62, 72, 124, 131, 139, 146, 168–
170, 210, 211, 231, 232, 248;
expansion of, 270, 271;
invaders of Gaul, 69;
invasions, 63, 69, 179–184, 189, 194–196;
languages of, 61, 139, 249–251;
duration of Teutonic language in Gaul, 182;
Teutonic tribes mixed with the Belgæ, 248;
speech in the British Isles, 249–250;
Proto-Teutonics, 169.
Teutons, 72, 141–142, 144, 173–174, 176–177, 189, 194–196;
division of in the Great War, 184;
physical characters of, 175;
route of expansion of, 174.
Thebes, 162.
Thessaly, 245.
Thibet, 22, 134.
Thirty Years’ War, 184–187, 198.
Thrace, Nordics in, 214;
early inhabitants of, 246;
Gauls in, 225.
Thracian language, 130, 256;
origin of, 243.
Tin, 126–127.
Tin Isles of Ultima Thule, 127.
Titian, 215.
Tokharian language, 260–261.
Tools, 102–104, 112, 120–121, 123, 126, 129, 155.
Tours, battle of, 181.
Trade routes, 119, 123–125.
Trajan, 244.
Transylvania, Rumanian language in, 245;
Vlachs in, 246.
Trapping, 122.
Trinitarian faith of the Franks, 181.
Tripoli, round skull invasion of, 140.
Trojans, 159.
Troy, siege of, 159.
Tunis, Alpines in, 128, 140, 158;
bronze in, 128;
race mixture in, 158.
Turcomans, 238;
or Turkomans, 21.
Turkestan, 254, 257;
Nomads of, 259;
Tokharian language in, 261.
Turki or Turks, 100, 144–145, 166, 237, 238, 254;
language of, 237–238;
race mixture among, 237.
Tuscan language, 244.
Tyre, 126, 165.
Tyrol, the, 30, 36, 129;
Alpines in, 141, 210;
Dinaric race in, 138;
Nordics in, 200;
stature in, 190.
Tyrolese, 135;
physical character of, 190.
Tyrrhenians, 157.

Ugrian language, 243.


Ukraine, 213.
Ultima Thule, 126.
Umbrian language, 130, 234, 244.
Umbrians, 145, 157, 160, 173, 244, 269.
Unit characters, 13, 14, 30, 31;
intermixture of, 14;
unchanging, 15–18, 139.
Unitarian faith of the barbarians, 181.
United States of America, affected by immigration, 89 et seq.;
as a European colony, racially, 83, 84;
German and Irish immigrants in, 84, 86;
Indian element in, 87;
Negroes of, 16, 40, 65, 76, 82, 85, 87, 99;
Nordic blood in the colonies, 83–85;
race consciousness in, 86;
Nordics in, 81;
in the world war, 187;
see also America.
Upper Neolithic, 121.
Upper Paleolithic, 100, 105, 108, 113, 132;
close of, 115.
Upper Robenhausian, 122.
Ural mountains, 65, 213.
Ural-Altaic speech, 236.
Urmia, Lake, 253.
Ussher, Archbishop, 4.

Vagrancy, 10.
Valais, 178.
Vandal kingdom, destruction of, 181;
conquests, 223.
Vandals, 73, 142, 145, 156, 176–177, 181, 195, 223, 270;
in Africa, 180;
in Spain, 176–177, 192.
Varangians, 177, 189.
Varus, 154.
Vassalage, 9.
Vedas, 257–259.
Veddahs, 149.
Venethi, 141, 143, 245.
Veneto, 183.
Venezuela, population of, 76.
Venice, Nordic aristocracy of, 189.
Vikings, 129, 177, 206–207, 210, 211, 249, 271;
in America, 211, 249;
see also Norse pirates.
Villein, 10.
Virginia, 84.
Visigoths, 156, 176, 195, 270;
in Gaul, 180;
in Spain, 180, 192;
kingdom of destroyed, 181.
Vlachs, 178, 245–246.
Volga river, 145.
Voluntary childlessness, 217.
Volunteer armies, 198.

Wahlstatt, battle of, 260.


Wales, Celtic language in, 63;
Cymric language in, 205, 248;
derivation of the name, 178;
Goidelic language in, 205;
Mediterraneans in, 63, 153, 203;
Nordics in, 203;
racial elements and survivals in, 204–205.
Wallachia, Little and Great, 246.
Wallachian, 178.
Walloons, 57, 140, 178, 195;
language of, 244.
War and racial elements, 91;
effect of on populations, 183–187, 191–193, 196–198, 216, 231;
Great World War, 73, 74, 168, 186, 187, 191, 230–232.
Wars, European, 56, 191, 198, 230–232;
losses from, 185, 196–198;
Nordic element in, 73, 74, 231;
of the Roses, 191;
Punic, 217;
Servile, 217;
Social, 217.
Wealth, privilege of, 6.
Weapons, 103, 113–115, 120–121, 126–130, 155, 159, 200.
Welsh, 62, 63, 177–178;
in Britain, 248;
Round Barrow survivals among, 164.
Wends, 72, 141–143, 236, 269, 272;
increase of in east Germany, 184.

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