La Sagrada Escritura Alma de La Teologia
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La Sagrada Escritura Alma de La Teologia
LA SAGRADA ESCRITURA,
ALMA DE LA TEOLOGÍA
1
R. FISICHELLA, «Dei Verbum», en Diccionario de Teología Fundamental, Madrid
1992, 272.
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Cf. Ibid., 273-277. Fisichella, contó para este artículo, además de con las fuentes
(Acta et documenta y de las Acta Synodalia), con el precioso testimonio del padre
Umberto Betti, que vivió todo el periplo de primera mano y cuyas primeras publi-
caciones dieron a conocer la génesis y la reconstrucción de las fases fundamen-
tales de la constitución.
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La subcomisión estaba compuesta por siete padres conciliares (Charue, Florit,
Barbado, Pelletier, van Dodewaard, Heuschen y Butler) y 19 peritos (Betti, Caste-
llino, Cerfauz, Colombo, Congar, Gagnebet, Garofalo, Grillmeier, Derrigan, Moel-
ller, Prignon, Rahner, Ramírez, Rigaux, Shauf, Semmelroth, Smulders, Turrado;
luego se añadieron Ratzinger y van den Eynde). La presidencia se le confió a
Charue y el secretario fue U. Betti. (Cf. Ibid., 275).
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I. De ipsa revelatione.
II. De divinae revelationis transmissione.
I. De ipsa revelatione.
II. De divinae revelationis transmissione.
III. De sacrae Scripturae divina inspiratione et de ejus interpretationes.
IV. De Vetere Testamento.
V. De Sacra Scriptura in vita Ecclesiae.
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R. LATOURELLE, Teología de la Revelación, Salamanca 1969, 352.
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R. FISICHELLA, a.c., 277.
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R. LATOURELLE, o.c., 354.
7
Cf. L. ALONSO SCHÖCKEL, «La Dei Verbum en el momento actual», en Id., Her-
menéutica de la Palabra, vol. 1, Madrid 1986, 231-238.
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A. VANHOYE, a.c., 45. Las mismas ideas se encuentran también expresadas en
otro artículo del mismo autor de fecha más reciente: «La réception de la Consti-
tution dogmatique Dei Verbum. Du Concile Vatican II à aujourd’hui», Esprit et vie
107 (2004) 3-13.
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S. LYONNET, «Elaboración de los capítulos IV y VI de la Dei Verbum», en R. LA-
TOURELLE, (ed.), Vaticano II: balance y perspectivas. Veinticinco años después
(1962-1987, Salamanca 1989, 130.
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Cf. A. MAYER-G. BALDANZA, Il rinnovamento degli studi ecclesiastici, en G. BAL-
DANZA, Il decreto sulla formazione sacerdotale, Torino-Leumann 1967, 441.
11
Es necesario recordar que el término «Magisterio» entró en uso a partir del siglo
XVIII, aunque es evidente que en la Iglesia hubo una conciencia magisterial de-
sde un principio. Es en el siglo XIX cuando se elabora una doctrina consciente
del Magisterio, que se expresa en la eclesiología del Concilio Vaticano I y culmi-
nará con la eclesiología del Vaticano II. Cf. B. SESBOÜE, El magisterio a examen.
Autoridad, verdad y libertad en la Iglesia, Bilbao 2004. El capítulo primero de
esta obra tiene un apéndice sobre el «papel del Dezinger» en la teología del siglo
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Cf. X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de teología bíblica, Barcelona 2001, 68-71.
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Cf. E. JACOB, «yuch,», GLNT, vol. 15, 1161.
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Platón, Aristóteles y otros autores clásicos, estructuran el ser humano en dos
planos: el racional, relacionado con las ideas y el irracional, relacionado con el
cuerpo. El alma la conciben como el motor del cuerpo. El término anima llega al
latín por su relación con el griego ànemos, equivalente también a alma (psykhe).
San Agustín y santo Tomás contribuyeron a estructurar la idea del alma como
una realidad inmaterial, individual y eterna. En la doctrina cristiana, el alma es
un principio del ser, no algo independiente, que existe con una valiosa significa-
ción propia que no deja de existir jamás. Algunos teólogos medievales mantenían
que la mujer no tenía alma. Para Descartes, dentro ya del humanismo renacen-
tista, todo se centraba en el mundo de las ideas, de ahí la afirmación «pienso,
luego existo», por lo que la esencia del alma sería ser «algo pensante». Baruch
Spinoza (1632-1677) habla del alma como atributo y modo de la sustancia divina,
ya que las cosas no son sino partes inmanentes de un todo.
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E. HAMEL, «L’Écriture, âme de la théologie», Gregorianum 52 (1971) 524.
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G. ODASSO, «Percorsi dell’esegesi e della teologia biblica», en A. LANGELLA, (ed.),
Prospettive attuali di mariologia, Roma 2001, 35.
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J. M. SÁNCHEZ CARO, «Hermenéutica bíblica y teología. Reflexiones metodoló-
gicas.», Scripta Theologica 29 (1997/3) 846. Las dificultades preconciliares si-
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Concilio expresó que la Sagrada Escritura debe ser como «el alma
de la teología».
Expuesto así podría parecer que la labor del teólogo dogmático y del
bíblico están perfectamente delimitadas, pero en la práctica no es así,
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Cf. G. SEGALLA, «Teologia Biblica: necessità e difficoltà. Per una teoria olistica
della Rivelazione attestata nella Bibbia», en M. TABET (ed.), La Sacra Scrittura
anima della teologia. Atti del IV Simposio Internazionale della Facoltà dei Teologia,
Città del Vaticano 1999, 36-68.
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V. MANNUCI, La Biblia como Palabra de Dios, Bilbao 1988, 293.
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Para la historicidad de los evangelios, la moderna crítica histórica aplica por lo gene-
ral, tres clases de criterios: el criterio de la múltiple atestación (un dato sobre el que
coinciden fuentes diversas e independientes entre sí; el criterio de la discontinuidad
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(algo único y original, irreductible a las concepciones del judaísmo o a las de la Iglesia
primitiva); el criterio de conformidad o continuidad (lo que concuerda con el ambiente
palestino y judaico del tiempo de Jesús tal como lo conocemos por la historia, ar-
queología y literatura). La llamada «segunda ola» en la búsqueda del Jesús histórico,
insistió en los dos primeros; la «tercera», sin negarlos, subraya el tercero, pues Jesús
vivió en una cultura concreta. La «originalidad» de Jesús sólo se puede explicar en
continuidad con una cultura concreta. Esta tercera surgió a partir de los años se-
tenta, se consolidó pasados los ochenta y sigue viva todavía, estando protagonizada
especialmente por autores norteamericanos. Los descubrimientos del entorno judío,
los textos de Flavio Josefo y del rabinismo antiguo, los nuevos métodos literarios y el
estudio más preciso de la historia y la antropología cultural permiten situar y enten-
der mejor la vida de Jesús, suscitando un consenso básico, como han mostrado R.
AGUIRRE, Aproximación actual al Jesús histórico, Cuadernos de Deusto, Bilbao 1996;
M. BORG, Jesus in Contemporary Scholarship, Valley Forge PENN 1994 y B. WITHE-
RINGTON, Jesus Quest. The Third search for the Jew of Nazaret, Carlisle 1995.
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La audiencia, conmemorativa de los 100 años de la Encíclica Providentissimus
Deus de León XIII y de los cincuenta años de la Encíclica Divino Afflante Spiritu
de Pío Xll, tuvo lugar en la sala Clementina del Vaticano, participaron en ella los
miembros del Colegio cardenalicio, del Cuerpo Diplomático acreditado ante la
Santa Sede, los de la Pontificia Comisión Bíblica y el profesorado del Pontificio
Instituto Bíblico.
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Palabras de J. RATZINGER en el prefacio al documento de la PONTIFICIA COMISIÓN
BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, città del Vaticano 1993, 23.
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Acercamiento contextual:
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El documento de la PCB indica que las que se usan más a menudo en los evange-
lios y cartas son las dos primeras: 1) el qal wa-homer y 2) la gezerah shawah, que
corresponden, grosso modo, al argumento a fortiori y al argumento por analogía.
(Cf. n.14). Podemos recordar aquí las otras que siguen a estas dos para completar
las siete. Son: 3) Binyan ‘ab mi-katub ehad (formación de una familia a partir de
un texto). Cuando el principio establecido a partir de un verso se aplica después
a muchos. 4) Binyan ‘ab mi-shene ketubim (formación de una familia partiendo
de dos textos). Cuando el principio establecido a partir de dos versos se aplica
posteriormente a muchos. 5) Kelal u-perat (lo general y lo particular). Hacer de
una regla general una aplicación a caso particular en otro verso o hacer de una
regla particular un principio general. 6) Ka-yose bô be-maqom aher (como está
en otro lugar). Solucionar una dificultad de un texto por comparación con otro
versículo similar. 7) Dabar ha-lamed me-‘inyanô (sentido de un texto fijado por
su contexto). (Cf. A. DEL AGUA PÉREZ, El método midrásico y la exégesis del NT,
Valencia 1985, 57-58).
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A. DEL AGUA PÉREZ, o.c., 32.
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Cf. D. MUÑOZ LEÓN, Derás. Los caminos y sentidos de la Palabra Divina en la
Escritura, Madrid 1987, 46-49.
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cristiana primitiva sigue esta misma práctica, así: «Los libros del
AT incorporados a la predicación evangélica, alcanzan y muestran
su plenitud de sentido en el NT y a su vez lo iluminan y lo explican»
(DV 16). Para el cristiano, el centro y la fuente es el misterio de
Cristo muerto y resucitado: en Él se contiene todo y desde Él debe
ser iluminado todo. El «escriba cristiano» debe ser experto en sacar
de sus arcas cosas nuevas y antiguas (cf. Mt 13, 51) releyendo la
Escritura y su Tradición viva a la luz de Jesucristo, para iluminar
la situación del presente (cf. Lc 24, 13-25), de ahí la aparición de
las tradiciones catequéticas cristianas primitivas y más tarde de
los diversos escritos del NT. El único e intocable misterio es a la vez
fuente de nuevas formulaciones que enuncian las diversas formas
de comprensión. Un ejemplo típico son las relecturas mesiánicas:
se descubren sentidos mesiánicos en textos antiguos como los Sal-
mos que primitivamente se referían al rey de Israel.
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Cf. P. WILLIAMSON, «Catholics principles for interpreting scripture», CBQ 65 (2003)
327-349, traducido y condensado: «Principios católicos para la interpretación de
la Escritura», Selecciones de Teología 43 (2004) 39-53. El punto de partida de este
trabajo es intentar buscar una respuesta a la cuestión: ¿qué hay de católico en la
investigación bíblica católica?, lanzada por L.T. Johnson y R. Murphy en sus pre-
sentaciones en la Comisión Bíblica Americana (CBA). Tópico que tiene como primer
aspecto ¿cuál es el constitutivo de la exégesis católica? Los principios sacados por
Williamson estudiando el documento de 1993 de la PCB ofrecen una respuesta y
presenta veinte principios católicos para la interpretación de la Escritura.
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Cf. J.M. SÁNCHEZ CARO, «Criterios de interpretación de la Biblia en la Iglesia»,
en GARCÍA LÓPEZ, F – GALINDO GARCÍA, A., (ed.), Biblia, literatura e Iglesia, Sa-
lamanca 1995, 133-154. Este autor distingue entre principios y criterios. Como
principios señala dos: el de la encarnación (la Escritura es palabra de Dios y pa-
labra humana) y el de la iluminación del Espíritu (es obra del Espíritu y sólo pue-
de ser interpretada adecuadamente en el mismo Espíritu, que actúa en la Iglesia;
sólo en la Iglesia tenemos la garantía de una verdadera lectura de la Biblia en el
Espíritu). Como criterios señala unos derivados del principio de la encarnación:
precomprensión básica, la palabra humana de la Biblia, la intención del autor y
sobre el uso de los métodos bíblicos científicos. Y otros, derivados de la lectura
en el Espíritu: el contenido y la unidad de la Escritura, la Tradición viva de toda
la Iglesia, la analogía de la fe y la actualización de la Escritura. Como puede
observarse por el anterior elenco, el marco general esta ahí y es coincidente. La
cuestión de distinción y clasificación de principios y criterios no es fácil y cada
autor llega a su propia elaboración.
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«Omnis Sacra Scriptura unus liber est, et ille unus liber Christus» Frase de autor
desconocido del siglo XII.
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«El sensus plenior desde que se propuso ha constituido un problema aún por
resolver: ¿se puede atribuir sólo al Antiguo Testamento (Benoit)? ¿O se extiende
también al nuevo, donde indicaría el sentido más profuso que los textos bíblicos
adquieren en la vida de la Iglesia (Grelot)? Cf. para toda la problemática relativa,
las observaciones todavía actuales y estimulantes de R.E. Brown, “The Proble-
ms of Sensus Plenior”, Ephemerides Theologicae Lovanienses 43 (1967) 460-
469». (U. VANNI, «Exégesis y actualización», en R. LATOURELLE, (ed.), Vaticano
II. Balance y perspectivas. Veinticinco años después (1962-1987), Salamanca
1989, 239, nota 12).
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Para que la comunicación sea efectiva hay que tener presente dos cosas impor-
tantes. Primero, que la verdadera comunicación es un servicio gratuito y no debe
pretender dominar al otro. Segundo, que en el proceso comunicativo pueden in-
terferir los ruidos y trastocarse los códigos de entendimiento. Las voces distintas,
confusas, divergentes bloquean el proceso de comunicación. Se hace necesario
también detectar el origen de esos ruidos que interfieren y que generalmente
provienen de factores internos o de los desafíos externos. La misma Iglesia mu-
chas veces la acomodamos al aprendizaje de unas doctrinas y a unas normas de
liturgia o de moral. Siendo lo primero el encuentro amistoso de personas que se
comunican (cf. Jn 1,38-39).
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Cf. M. MORFINO, Leggere la Bibbia con la vita, Magnano 1990, 87-137. El autor
muestra en esta obra cómo los rabinos y los Padres concuerdan en considerar
la exégesis privada de una implicación vital, un inútil esfuerzo hermenéutico no
exento de peligrosidad. Los Padres tuvieron la capacidad de despedazar el pan de
la palabra in Ecclesia y pro Ecclesia. Han recogido la tradición evangélica primiti-
va, profundizándola y actualizándola. Los actos «buenos» como premisa para una
correcta metodología hermenéutica de la Palabra. La escucha de la Palabra debe
conducir a la praxis. El mundo patrístico está enteramente persuadido de que la
Biblia no es un libro para leer, sino una historia para vivir y que «no es la lectura
la que permite coger el sentido, sino la experiencia adquirida».
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Cf. Insegnamenti IV, 1966, 417.
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