7 - Benveniste - Semiología de La Lengua

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 10

Semiología de la lengua1

Émile Benveniste
Problemas de lingüística general II, capítulo 3, Buenos Aires, Siglo
XXI, 1999, (fragmentos)
“La semiología tendrá mucho que hacer sólo para ver dónde acaba
su dominio”.
Ferdinand de Saussure 2
Desde que aquellos dos genios antitéticos que fueron Peirce y Saussure
concibieron, desconociéndose por completo y más o menos al mismo tiempo, 3 la
posibilidad de una ciencia de los signos, y laboraron para instaurarla, surgió un gran
problema, que aún no ha recibido forma precisa y ni siquiera ha sido planteado con
claridad, en la confusión que impera en este campo: ¿cuál es el puesto de la lengua entre
los sistemas de signos?
Peirce, volviendo con la forma semeiotic a la denominación σημειωτική que John
Locke aplicaba a una ciencia de los signos y de las significaciones a partir de la lógica
concebida, por su parte, como ciencia del lenguaje, se dedicó toda la vida a la elaboración
de este concepto. Una masa enorme de notas atestigua su esfuerzo obstinado de analizar
en el marco semiótico las nociones lógicas, matemáticas, físicas, y hasta psicológicas y
religiosas. Llevada adelante durante una vida entera, esta reflexión se construyó un
aparato cada vez más completo de definiciones destinadas a distribuir la totalidad de lo
real, de lo concebido y de lo vivido en los diferentes órdenes de signos. Para construir
esta “álgebra universal de las relaciones”, Peirce estableció una división triple de los
signos en íconos, indicios y símbolos, que es punto más o menos lo que se conserva
hoy en día de la inmensa arquitectura lógica que subtiende.
Por lo que concierne a la lengua, Peirce no formula nada preciso ni especifico.
Para él la lengua está en todas partes y en ninguna. Jamás se interesó en el
funcionamiento de la lengua, si es que llegó a prestarle atención. Para él la lengua se
reduce a las palabras, que son por cierto signos, pero no participan de una categoría
distinta o siquiera de una especie constante. Las palabras pertenecen, en su mayoría, a
los “símbolos”; algunas son “indicios”, por ejemplo los pronombres demostrativos, y a
este título son clasificadas con los gestos correspondientes, así el gesto de señalar. Así
que Peirce no tiene para nada en cuenta el hecho de que semejante gesto sea
universalmente comprendido, en tanto que el demostrativo forma parte de un sistema
particular de signos orales, la lengua, y de un sistema particular de lengua, el idioma.
Además, la misma palabra puede aparecer en distintas variedades de “signo”: como
qualisign, como sinsign, como legisign. No se ve, pues, cuál sería la utilidad operativa
de semejantes distinciones ni en qué ayudarían al lingüista a construir la semiología de
la lengua como sistema. La dificultad que impide toda aplicación particular de los
conceptos peircianos, fuera de la tripartición bien conocida, pero que no deja de ser un
marco demasiado general, es que en definitiva el signo es puesto en la base del universo
entero, y que funciona a la vez como principio de definición para cada elemento y como
principio de explicación para todo conjunto, abstracto o concreto. El hombre entero es
un signo, su pensamiento es un signo, su emoción es un signo. Pero a fin de cuentas estos
signos, ¿de qué podrían ser signos que no fuera signo? ¿Daremos con el punto fijo

1
Semiótica, La Haya, Mouton & Co., I (1969), 1, pp. 1-12, y 2, pp. 127-135. Hemos suprimido algunas notas
al pie de la versión original.
2 Nota manuscrita publicada en los Cahiers Ferdinand de Saussure, 15 (1957), p. 19
3 Charles S. Peirce (1839-1914); Ferdinand de Saussure (1857-1913)
donde amarrar la primera relación de signo? El edificio semiótico que construye
Peirce no puede incluirse a sí mismo en su definición. Para que la noción de signo no
quede abolida en esta multiplicación al infinito, es preciso que en algún sitio admita el
universo una diferencia entre el signo y lo significado. Hace falta, pues, que todo signo
sea tomado y comprendido en un sistema de signos. Ahí está la condición de la
significancia. Se seguirá, contra Peirce, que todos los signos no pueden funcionar
idénticamente ni participar de un sistema único. Habrá que constituir varios sistemas de
signos, y entre esos sistemas explicitar una relación de diferencia y de analogía.
Es aquí donde Saussure se presenta, de plano, tanto en la metodología como en
la práctica, en el polo opuesto de Peirce. En Saussure la reflexión procede a partir de la
lengua y la toma como objeto exclusivo. La lengua es considerada en sí misma, a la
lingüística se le asigna una triple tarea: 1) describir en sincronía y diacronía todas las
lenguas conocidas; 2) deslindar las leyes generales que actúan en las lenguas; 3)
delimitarse y definirse a sí misma.4 […]
[En la última tarea] reside la condición previa a todo otro itinerario activo y
cognitivo de la lingüística, y lejos de estar en el mismo plano que las otras dos y de
suponerlas cumplidas, esta tercera tarea –“delimitarse y definirse a sí misma”–, da a la
lingüística la misión de trascenderlas hasta el punto de suspender su consumación por
mor de su consumación propia. Ahí está la gran novedad del programa saussuriano. La
lectura del Cours confirma fácilmente que para Saussure una lingüística sólo es posible
con esta condición: conocerse al fin descubriendo su objeto.
Todo procede entonces de esta pregunta: “¿Cuál es el objeto a la vez íntegro y
concreto de la lingüística?”,5 y la primera misión aspira a echar por tierra todas las
respuestas anteriores: “de cualquier lado que se mire la cuestión, en ninguna parte se nos
ofrece entero el objeto de la lingüística”.6 Desbrozado así el terreno, Saussure plantea la
primera exigencia metódica: hay que separar la lengua del lenguaje. ¿Por qué?
Meditemos las pocas líneas en donde se deslizan, furtivos, los conceptos esenciales:
Tomado en su conjunto, el lenguaje es multiforme y heteróclito; a caballo en
diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico, pertenece además al dominio
individual y al dominio social, no se deja clasificar en ninguna de las categorías de los
hechos humanos, porque no se sabe cómo desembrollar su unidad.
La lengua, por el contrario, es una totalidad en sí y un principio de clasificación.
En cuanto le damos el primer lugar entre los hechos de lenguaje, introducimos un orden
natural en un conjunto que no se presta a ninguna otra clasificación.7
La preocupación de Saussure es descubrir el principio de unidad que domina la
multiplicidad de los aspectos con que nos aparece el lenguaje. Sólo este principio
permitirá clasificar los hechos de lenguaje entre los hechos humanos. La reducción del
lenguaje a la lengua satisface esta doble condición: permite plantear la lengua como
principio de unidad y, a la vez, encontrar el lugar de la lengua entre los hechos humanos.
Principio de la unidad, principio de clasificación –aquí están introducidos los dos
conceptos que por su parte introducirán la semiología.
Uno y otro son necesarios para fundar la lingüística como ciencia: no se
concebiría una ciencia incierta acerca de su objeto, indecisa sobre su pertenencia. Pero
mucho más allá de este cuidado de rigor está en juego el estatuto propio del conjunto de
los hechos humanos.
Tampoco aquí se ha notado bastante la novedad del camino saussuriano. No es
cosa de decidir si la lingüística está más cerca de la psicología o de la sociología, ni de

4 F. de Saussure, Cours de linguistique générale (abreviado C. L .G.), 4ª ed., p. 216


5 C. L. G., p. 23 (trad. de A. Alonso).
6 C. L. G., p. 24
7 C. L. G., p. 25
hallarle un lugar en el seno de las disciplinas existentes. El problema es planteado en otro
nivel, y en términos que crean sus propios conceptos.
La lingüística forma parte de una ciencia que no existe todavía, que se ocupará de
los demás sistemas del mismo orden en el conjunto de los hechos humanos, la
semiología. Hay que citar la página que enuncia y sitúa esta relación:

La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso comparable a la


escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de cortesía,
a las señales militares, etc. Sólo que es el más importante de todos esos sistemas.
Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno
de la vida social. Tal ciencia seria parte de la psicología social, y por consiguiente de la
psicología general. Nosotros la llamaremos semiología (del griego sēmeîon ‘signo'). Ella
nos enseñará en qué consisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan. Puesto
que todavía no existe, no se puede decir qué es lo que ella será; pero tiene derecho a la
exigencia, y su lugar está determinado de antemano. La lingüística no es más que una
parte de esta ciencia general. Las leyes que la semiología descubra serán aplicables a la
lingüística, y así es como la lingüística se encontrará ligada a un dominio
bien definido en el conjunto de los hechos humanos.
Al psicólogo toca determinar el puesto exacto de la semiología;8 es tarea del
lingüista definir qué es lo que hace de la lengua un sistema especial en el conjunto de los
hechos semiológicos. Más adelante volveremos sobre la cuestión; aquí sólo nos fijamos
en esto: si por vez primera hemos podido asignar a la lingüística un puesto entre las
ciencias es por haberla incluido en la semiología.9

Del largo comentario que pediría esta página, lo principal quedará implicado en
la discusión que emprendemos más adelante. Nos quedaremos nada más, a fin de
realzarlos, con los caracteres primordiales de la semiología, tal como Saussure la concibe,
tal, por lo demás, como la había reconocido mucho antes de traerla a cuento en su
enseñanza.10
La lengua se presenta en todos sus aspectos como una dualidad: institución
social, es puesta a funcionar por el individuo; discurso continuo, se compone de unidades
fijas. ¿Es la lengua su unidad y el principio de su funcionamiento? Su carácter consiste
en “un sistema de signos en el que sólo es esencial la unión del sentido y la imagen
acústica, y donde las dos partes del signo son igualmente psíquicas”.11 ¿Dónde halla la
lengua su unidad y el principio de su funcionamiento? En su carácter semiótico. Por él
se define su naturaleza, por él también se integra a un conjunto de sistemas del mismo
carácter.
Para Saussure, a diferencia de Peirce, el signo es ante todo una noción lingüística,
que más ampliamente se extiende a ciertos órdenes de hechos humanos y sociales. A eso
se circunscribe su dominio. Pero este dominio comprende, a más de la lengua, sistemas
homólogos al de ella. Saussure cita algunos. Todos tienen la característica de ser sistemas
de signos. La lengua es sólo el más importante de esos sistemas. ¿El más importante
vistas las cosas desde dónde? ¿Sencillamente por ocupar más lugar en la vida social que
no importa cuál otro sistema? Nada permite decidir.
El pensamiento de Saussure, muy afirmativo a propósito de la relación entre la
lengua y los sistemas de signos, es menos claro acerca de la relación entre la lingüística y
la semiología, ciencia de los sistemas de signos. El destino de la lingüística será vincularse

8
Aquí Saussure remite a Ad. Naville, Classification des sciences, 2ª ed., p. 104
9 C. L. G., pp. 33-34.
10 La noción y el término estaban ya en una nota manuscrita de Saussure publicada por R. Godel, Sources

manuscrites, p. 46, y que data de 1894 (cf. p. 37).


11 C. L. G., p. 32.
a la semiología, que a su vez formará una parte de la psicología social y, por consiguiente,
de la psicología general. Pero hay que esperar que la semiología, ciencia que estudia “la
vida de los signos en el seno de la vida social”, esté constituida para que averigüemos “en
qué consisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan”. Saussure encomienda
pues a la ciencia futura la tarea de definir el signo mismo. Con todo, elabora para la
lingüística el instrumento de su semiología propia, el signo lingüístico: “Para nosotros...
el problema lingüístico es primordialmente semiológico, y en este hecho importante
cobran significación nuestros razonamientos.”12
Lo que vincula la lingüística a la semiología es el principio, puesto en el centro de
la lingüística, de que el signo lingüístico es “arbitrario”. De manera general, el objeto
principal de la semiología será “el conjunto de sistemas fundados en lo arbitrario del
signo”.13 En consecuencia, en el conjunto de los sistemas de expresión, la superioridad
toca a la lingüística:

Se puede, pues, decir, que los signos enteramente arbitrarios son los que mejor
realizan el ideal del procedimiento semiológico; por eso la lengua, el más complejo y el
más extendido de los sistemas de expresión, es también el más característico de todos;
en este sentido la lingüística, puede erigirse en el modelo general de toda semiología,
aunque la lengua no sea más que un sistema particular.14
Así, sin dejar de formular netamente la idea de que la lingüística tiene una
relación necesaria con la semiología, Saussure se abstiene de definir la naturaleza de esta
relación, de no ser a través del principio de la “arbitrariedad del signo” que gobernaría el
conjunto de los sistemas de expresión y ante todo de la lengua. La semiología como
ciencia de los signos no pasa de ser en Saussure una visión prospectiva, que en sus rasgos
más precisos es modelada según la lingüística.
En cuanto a los sistemas que, con la lengua, participan de la semiología, Saussure
se limita a citar de pasada algunos, sin siquiera agotar la lista, ya que no adelanta ningún
criterio delimitativo: la escritura, el alfabeto de los sordomudos, los ritos simbólicos, las
formas de cortesía, las señales militares, etc.15
Por otro lado, habla de considerar los ritos, las costumbres, etc., como signos.16
Volviendo a este gran problema en el punto en que Saussure lo dejó, desearíamos insistir
ante todo en la necesidad de un esfuerzo previo de clasificación, si se quiere promover el
análisis y afianzar los fundamentos de la semiología.
Nada diremos aquí de la escritura; reservamos para un examen particular ese
problema difícil. Los ritos simbólicos, las formas de cortesía, ¿son sistemas autónomos?
¿De veras es posible ponerlos en el mismo plano que la lengua? Sólo mantienen una
relación semiológica por mediación de un discurso el “mito” que acompaña al “rito”; el
“protocolo” que rige las formas de cortesía. Estos signos, para nacer y establecerse como
sistema, suponen la lengua, que los produce e interpreta. De modo que son de un orden
distinto, en una jerarquía por definir. Se entrevé ya que, no menos que los sistemas de
signos, las relaciones entre dichos sistemas constituirán el objeto de la semiología.
Es tiempo de abandonar las generalidades y de abordar por fin el problema
central de la semiología, el estatuto de la lengua entre los sistemas de signos. Nada podrá
ser asegurado en teoría mientras no se haya aclarado la noción y el valor del signo en los
conjuntos donde ya se le puede estudiar. Opinamos que este examen debe comenzar por
los sistemas no lingüísticos.

12 C. L. G., pp. 34-35.


13 C. L. G., p. 100.
14
C. L. G., p. 101.
15
Antes, p. 51.
16
C. L. G., p. 35.
II

El papel del signo es representar, ocupar el puesto de otra cosa, evocándola a


título de sustituto. Toda definición más precisa, que distinguiría en particular diversas
variedades de signos, supone una reflexión sobre el principio de una ciencia de los signos,
de una semiología, y un esfuerzo de elaborarla. La más mínima atención a nuestro
comportamiento, a las condiciones de la vida intelectual y social, de la vida de relación,
de los nexos de producción y de intercambio, nos muestra que utilizamos a la vez y a cada
instante varios sistemas de signos: primero los signos del lenguaje, que son aquellos cuya
adquisición empieza antes, al iniciarse la vida consciente; los signos de la escritura; los
“signos de cortesía”, de reconocimiento, de adhesión, en todas sus variedades y
jerarquías; los signos reguladores de los movimientos de vehículos; los “signos
exteriores” que indican condiciones sociales; los “signos monetarios”, valores e índices
de la vida económica; los signos de los cultos, ritos, creencias; los signos del arte en sus
variedades (música, imágenes; reproducciones plásticas) –en una palabra, y sin ir más
allá de la verificación empírica, está claro que nuestra vida entera está presa en redes de
signos que nos condicionan al punto de que no podría suprimirse una sola sin poner en
peligro el equilibrio de la sociedad y del individuo. Estos signos parecen engendrarse y
multiplicarse en virtud de una necesidad interna, que en apariencia responde también a
una necesidad de nuestra organización mental. Entre tantas y tan diversas maneras que
tienen de configurarse los signos, ¿qué principio introducir que ordene las relaciones y
delimite los conjuntos?
El carácter común a todos los sistemas y el criterio de su pertenencia a la
semiología es su propiedad de significar o significancia, y su composición en unidades
de significancia o signos. Es cosa ahora de describir sus caracteres distintivos.
[…]
Dos sistemas pueden tener un mismo signo en común sin que resulte sinonimia
ni redundancia, o sea que la identidad sustancial de un signo no cuenta, sólo su diferencia
funcional. El rojo del sistema binario de señales de tránsito no tiene nada en común con
el rojo de la bandera tricolor, ni el blanco de ésta con el blanco del luto en China. El valor
de un signo se define solamente en el sistema que lo integra. No hay signo
transistemático.
Los sistemas de signos ¿son entonces otros tantos mundos cerrados, sin que haya
entre ellos más que un nexo de coexistencia acaso fortuito? Formularemos una exigencia
metódica más. Es preciso que la relación planteada entre sistemas semióticos sea por su
parte de naturaleza semiótica. Será determinada ante todo por la acción de un mismo
medio cultural, que de una manera o de otra produce y nutre todos los sistemas que le
son propios. He aquí otro nexo externo, que no implica necesariamente una relación de
coherencia entre los sistemas particulares. Hay otra condición: se trata de determinar si
un sistema semiótico dado puede ser interpretado por sí mismo o si necesita recibir su
interpretación de otro sistema. La relación semiótica entre sistema interpretante y
sistema interpretado. Es la que poseemos en gran escala entre los signos de la lengua
y los de la sociedad: los signos de la sociedad pueden ser íntegramente interpretados por
los de la lengua, no a la inversa. De suerte que la lengua será el interpretante de la
sociedad.17 En pequeña escala podrá considerarse el alfabeto gráfico como el
interpretante del Morse o el Braille, en virtud de la mayor extensión de su dominio de
validez, y pese al hecho de que todos sean mutuamente convertibles.
[…]

17 Este punto será desarrollado en otra parte.


Es tiempo de enunciar las condiciones mínimas de una comparación entre
sistemas de órdenes diferentes. Todo sistema semiótico que descanse en signos tiene por
fuerza que incluir: 1) un repertorio finito de signos, 2) reglas de disposición que
gobiernan sus figuras, 3) independientemente de la naturaleza y del número de los
discursos que el sistema permita producir. Ninguna de las artes plásticas consideradas
en su conjunto parece reproducir semejante modelo. Cuando mucho pudiera encontrarse
alguna aproximación en la obra de tal o cual artista; entonces no se trataría de
condiciones generales y constantes, sino de una característica individual, lo cual una vez
más nos alejaría de la lengua.
Se diría que la noción de unidad reside en el centro de la problemática que nos
ocupa y que ninguna teoría seria pudiera constituirse olvidando o esquivando la cuestión
de la unidad, pues todo sistema significante debe definirse por su modo de significación.
De modo que un sistema así debe designar las unidades que hace intervenir para
producir el “sentido” y especificar la naturaleza del “sentido” producido.
Se plantean entonces dos cuestiones:
1) ¿Pueden reducirse a unidades todos los sistemas semióticos?
2) Estas unidades, en los sistemas donde existen, ¿son signos? La unidad y el
signo deben ser tenidos por características distintas. El signo es necesariamente una
unidad, pero la unidad puede no ser un signo. Cuando menos de esto estamos seguros:
la lengua está hecha de unidades y esas unidades son signos. ¿Qué pasa con los demás
sistemas semiológicos?
Consideramos primero el funcionamiento de los sistemas llamados artísticos, los
de la imagen y del sonido, prescindiendo deliberadamente de su función estética. La
“lengua” musical consiste en combinaciones y sucesiones de sonidos, diversamente
articulados; la unidad elemental, el sonido, no es un signo; cada sonido es identificable
en la estructura escalar de la que depende, ninguno está provisto de significancia. He
aquí el ejemplo típico de unidades que no son signos, que no designan, por ser solamente
los grados de una escala cuya extensión es fijada arbitrariamente. Estamos ante un
principio discriminador: los sistemas fundados en unidades se reparten entre sistemas
de unidades significantes y sistemas de unidades no significantes. En la primera
categoría pondremos la lengua; en la segunda, la música.
En las artes de la figuración (pintura, dibujo, escultura) de imágenes fijas o
móviles, es la existencia misma de unidades lo que se torna tema de discusión. ¿De qué
naturaleza serían? Si se trata de colores, se reconoce que componen también una escala
cuyos peldaños principales están identificados por sus nombres. Son designados, no
designan; no remiten a nada, no sugieren nada de manera unívoca. El artista los escoge,
los amalgama, los dispone a su gusto en el lienzo, y es sólo en la composición donde se
organizan y adquieren, técnicamente hablando, una “significación”, por la selección y la
disposición. El artista crea así su propia semiótica: instituye sus oposiciones en rasgos
que él mismo hace significantes en su orden. De suerte que no recibe un repertorio de
signos, reconocidos tales, y tampoco establece ninguno. El color, un material, trae
consigo una variedad ilimitada de matices que pasan uno a otro y ninguno de los cuales
hallará equivalencia con el “signo” lingüístico.
En cuanto a las artes de la figura, ya participan de otro nivel, el de la
representación, donde rasgo, color, movimiento, se combinan y entran en conjuntos
gobernados por necesidades propias. Son sistemas distintos, de gran complejidad, donde
la definición del signo no se precisará sino con el desenvolvimiento de una semiología
todavía indecisa.
Las relaciones significantes del “lenguaje” artístico hay que descubrirlas dentro
de una composición. El arte no es nunca aquí más que una obra de arte particular, donde
el artista instaura libremente oposiciones y valores con los que juega con plena
soberanía, sin tener “respuesta” que esperar, ni contradicción que eliminar, sino
solamente una visión que expresar, según criterios, conscientes o no, de los que la
composición entera da testimonio y se convierte en manifestación.
O sea que se pueden distinguir los sistemas en que la significancia está impresa
por el autor en la obra y los sistemas donde la significancia es expresada por los
elementos primeros en estado aislado, independientemente de los enlaces que puedan
contraer. En los primeros, la significancia se desprende de las relaciones que organizan
un mundo cerrado, en los segundos, es inherente a los signos mismos. La significancia
del arte no remite nunca, pues, a una convención idénticamente heredada entre
copartícipes.18 Cada vez hay que descubrir sus términos, que son ilimitados en número,
imprevisibles en naturaleza, y así por reinventar en cada obra –en una palabra, ineptos
para fijarse en una institución. La significancia de la lengua, por el contrario, es la
significancia misma, que funda la posibilidad de todo intercambio y de toda
comunicación, y desde ahí de toda cultura.
No deja de ser válido, pues, con algunas metáforas de por medio, asimilar la
ejecución de una composición musical a la producción de un enunciado de lengua; podrá
hablarse de un “discurso” musical, que se analiza en “frases” separadas por “pausas” o
“silencios”, señaladas por “motivos” reconocibles. También se podrá, en las artes de la
figuración, buscar los principios de una morfología y de una sintaxis.19 Cuando menos,
una cosa es segura: ninguna semiología del sonido, del color, de la imagen, se formulará
en sonidos, en colores, en imágenes. Toda semiología de un sistema lingüístico tiene que
recurrir a la mediación de la lengua, y así no puede existir más que por la semiología de
la lengua y en ella. El que la lengua sea aquí instrumento y no objeto de análisis, no altera
nada de la situación, que gobierna todas las relaciones semióticas; la lengua es el
interpretante de todos los demás sistemas, lingüísticos y no lingüísticos.
[…]
La lengua nos ofrece el único modelo de un sistema que sea semiótico a la vez en
su estructura formal y en su funcionamiento:
1) Se manifiesta por la enunciación, que alude a una situación dada; hablar es
siempre hablar de.
2) Consiste formalmente en unidades distintas, cada una de las cuales es un signo.

18 Mieczyslaw Wallis, “Mediaeval Art as a Language”, Actes du 5e Congrés International d’Esthétique


(Amsterdam, 1964), p. 427, n.: “La notion de champ sémantique et son application a la théorie de l’Art”,
Sciences de l'art, núm. especial (1966), pp. 3 ss., hace útiles observaciones acerca de los signos icónicos,
especialmente en el arte medieval: discierne en él un “vocabulario” y reglas de “sintaxis”. Es verdad que
puede reconocerse en la escultura medieval cierto repertorio icónico que corresponde a ciertos temas
religiosos, a ciertas enseñanzas teológicas o morales. Pero son mensajes convencionales, producidos en una
topología igualmente, convencional donde las figuras ocupan puestos simbólicos, conformes a
representaciones familiares. Por lo demás, las escenas figuradas son la trasposición icónica de relatos o
parábolas; reproducen una verbalización inicial. El verdadero problema semiológico, que no ha sido
planteado, que sepamos, sería el buscar cómo se efectúa esta trasposición de una enunciación verbal a una
representación icónica, cuáles son las correspondencias posibles entre un sistema y otro y en qué medida
esta confrontación podría ser perseguida hasta la determinación de correspondencias entre signos distintos.
19 Mieczyslaw Wallis, “Mediaeval Art as a Language”, Actes du 5e Congrés International d’Esthétique

(Amsterdam, 1964), p. 427, n.: “La notion de champ sémantique et son application a la théorie de l’Art”,
Sciences de l'art, núm. especial (1966), pp. 3 ss., hace útiles observaciones acerca de los signos icónicos,
especialmente en el arte medieval: discierne en él un “vocabulario” y reglas de “sintaxis”. Es verdad que
puede reconocerse en la escultura medieval cierto repertorio icónico que corresponde a ciertos temas
religiosos, a ciertas enseñanzas teológicas o morales. Pero son mensajes convencionales, producidos en una
topología igualmente, convencional donde las figuras ocupan puestos simbólicos, conformes a
representaciones familiares. Por lo demás, las escenas figuradas son la trasposición icónica de relatos o
parábolas; reproducen una verbalización inicial. El verdadero problema semiológico, que no ha sido
planteado, que sepamos, sería el buscar cómo se efectúa esta trasposición de una enunciación verbal a una
representación icónica, cuáles son las correspondencias posibles entre un sistema y otro y en qué medida
esta confrontación podría ser perseguida hasta la determinación de correspondencias entre signos distintos.
3) Es producida y recibida en los mismos valores de referencia entre todos los
miembros de una comunidad.
4) Es la única actualización de la comunicación intersubjetiva.
Por estar razones, la lengua es la organización semiótica por excelencia. Da la idea
de lo que es una función de signo, y es la única que ofrece la fórmula ejemplar de ello. De
ahí procede que ella sola pueda conferir –y lo hace en efecto– a otros conjuntos la calidad
de sistemas significantes informándolos de la relación de signo. Hay pues un modelado
semiótico que la lengua ejerce y del que no se concibe que su principio resida en otra
pacte que no sea la lengua. La naturaleza de la lengua, su función representativa, su poder
dinámico, su papel en la vida de relación, hacen de ella la gran matriz semiótica, la
estructura, modeladora de la que las otras estructuras reproducen los rasgos y el modo
de acción.
¿A qué se debe esta propiedad? ¿Puede discernirse por qué la lengua es el
interpretante de todo sistema significante? ¿Es sencillamente por ser el sistema más
común, el que tiene el campo más vasto, la mayor frecuencia de empleo y –en la práctica–
la mayor eficacia? Muy a la inversa: esta situación privilegiada de la lengua en el orden
pragmático es una consecuencia, no una causa, de su preeminencia como sistema
significante, y de esta preeminencia puede dar razón un principio semiológico sólo. Lo
descubriremos adquiriendo conciencia del hecho de que la lengua significa de una
manera específica y que no es sino suya, de una manera que no reproduce ningún otro
sistema. Esta investida de una doble significancia. He aquí propiamente un modelo
sin análogo. La lengua combina dos modos distintos de significancia, que llamamos el
modo semiótico por una parte, el modo semántico por otra.
Lo semiótico designa el modo de significancia que es propio del signo lingüístico
y que lo constituye como unidad. Por mor del análisis pueden ser consideradas por
separado las dos caras del signo, pero por lo que hace a la significancia, unidad es y
unidad queda. La única cuestión que suscita un signo para ser reconocido es la de su
existencia, y ésta se decide con un sí o un no: árbol - canción - lavar - nervio - amarillo -
sobre, y no *ármol - *panción - *bavar - *nertio - *amafillo - *sibre. Más allá, es
comparado para delimitarlo, sea con significantes parcialmente parecidos: casa : masa,
o casa : cosa, o casa : cara, sea con significados vecinos: casa : choza, o casa : vivienda.
Todo el estudio semiótico, en sentido estricto, consistirá en identificar las unidades, en
describir las marcar distintivas y en descubrir criterios cada vez más sutiles de la
distintividad. De esta suerte cada signo afirmará con creciente claridad su significancia
propia en el seno de una constelación o entre el conjunto de los signos. Tomado en sí
mismo, el signo es pura identidad para sí, pura alteridad para todo lo demás, base
significante de la lengua, material necesario de la enunciación. Existe cuando es
reconocido como significante por el conjunto de los miembros de la comunidad
lingüística, y evoca para cada quien, a grandes rasgos, las mismas asociaciones y las
mismas oposiciones. Tal es el dominio y el criterio de la semiótica.
Con lo semántico entramos en el modo específico de significancia que es
engendrado por el discurso. Los problemas que se plantean aquí son función de la
lengua como productora de mensajes. Ahora, el mensaje no se reduce a una sucesión de
unidades por identificar separadamente; no es una suma de signos la que produce el
sentido, es, por el contrario, el sentido, concebido globalmente, el que se realiza y se
divide en “signos” particulares, que son las palabras. En segundo lugar, lo semántico
carga por necesidad con el conjunto de los referentes, en tanto que lo
semiótico está, por principio, separado y es independiente de toda
deferencia. El orden semántico se identifica con el mundo de la enunciación y el
universo del discurso.
El hecho de que se trata, por cierto, de dos órdenes distintos de nociones y de dos
universos conceptuales, es algo que se puede mostrar también mediante la diferencia en
el criterio de validez que requieren el uno y el otro. Lo semiótico (el signo) debe ser
reconocido; lo semántico (el discurso) debe ser comprendido. La diferencia entre
reconocer y comprender remite a dos facultades mentales distintas: la de percibir la
identidad entre lo anterior y lo actual, por una parte, y la de percibir la significación de
un enunciado nuevo, por otra. En las formas patológicas del lenguaje, es frecuente la
disociación de las dos facultades.
La lengua es el único sistema cuya significancia se articula, así, en dos
dimensiones. Los demás sistemas tienen una significancia unidimensional: o semiótica
(gestos de cortesía; mudrās), sin semántica; o semántica (expresiones artísticas), sin
semiótica. El privilegio de la lengua es portar al mismo tiempo la significancia de los
signos y la significancia de la enunciación. De ahí proviene su poder mayor, el de crear
un nuevo nivel de enunciación, donde se vuelve posible decir cosas significantes acerca
de la significancia. Es en esta facultad metalingüística donde encontramos el origen de
la relación de interpretancia merced a la cual la lengua engloba los otros sistemas.
Cuando Saussure definió la lengua como sistema de signos, echó el fundamento
de la semiología lingüística. Pero vemos ahora que si el signo corresponde en efecto a las
unidades significantes de la lengua, no puede erigírselo en principio único de la lengua
en su funcionamiento discursivo. Saussure no ignoró la frase, pero es patente que le
creaba una grave dificultad y la remitió al “habla”,20 lo cual no resuelve nada; es cosa
precisamente de saber si es posible pasar del signo al “habla”, y cómo. En realidad el
mundo del signo es cerrado. Del signo a la frase no hay transición ni por sintagmación ni
de otra manera. Los separa un hiato. Hay pues que admitir que la lengua comprende dos
dominios distintos, cada uno de los cuales requiere su propio aparato conceptual. Para
el que llamamos semiótico la teoría saussureana del signo lingüístico servirá de base para
la investigación. El dominio semántico, en cambio, debe ser reconocido como separado.
Tendrá necesidad de un aparato nuevo de conceptos y definiciones.
La semiología de la lengua ha sido atascada, paradójicamente, por el instrumento
mismo que la creó: el signo. No podía apartarse la idea del signo lingüístico sin suprimir
el carácter más importante de la lengua; tampoco se podía extenderla al discurso entero
sin contradecir su definición como unidad mínima.
En conclusión, hay que superar la noción saussureana del signo como principio
único, del que dependerían a la vez la estructura y el funcionamiento de la lengua. Dicha
superación se lograra por dos caminos:
En el análisis intralingüístico, abriendo una nueva dimensión de significancia, la
del discurso, que llamamos semántica, en adelante distinta de la que está ligada al signo,
y que será semiótica.
En el análisis translingüístico de los textos, de las obras, merced a la elaboración
de una metasemántica que será construida sobre la semántica de la enunciación.
Sera una semiología de “segunda generación”, cuyos instrumentos y método
podrán concurrir asimismo al desenvolvimiento de las otras ramas de la semiología
general.

20
Cf. C. L. G., pp. 148, 172, y las observaciones dc R. Godel, Current Trends in Linguistics, III, Theoretícal
Foundatíons, 1966, pp. 490ss.

También podría gustarte