Intocable
3.5/5
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Una conmovedora y divertida historia verídica sobre dos hombres que no se habrían conocido en circunstancias normales: un aristócrata tetrapléjico tras un accidente de parapente y un joven argelino de los suburbios, de carácter difícil y orgulloso, que se convierte en su cuidador. En otras palabras, la historia de dos «intocables»: uno por su discapacidad y el otro por su condición social. Un libro de excelente factura literaria, que trata de historias trágicas y conmovedoras, con gran elegancia e incluso sentido del humor, y sin un atisbo de autocompasión. La novela ha inspirado la película Intocable de Eric Tolédano y Olivier Nakache, que ha alcanzado una cifra extraordinaria de espectadores en las salas francesas y que se estrenará en España en marzo de 2012. «Un relato desgarrador» (Éric Lamon, Télé Loisirs). «Intocable conmociona.?(Jean-Marc Raffaelli, Nice Matin). «La historia de Philippe Pozzo di Borgo te hace polvo. Su libro te sobrecoge. La combinación de los dos personajes te ilumina» (Anne-Flore Hervé, Ouest-France).
Philippe Pozzo di Borgo
Philippe Pozzo di Borgo, hijo de dos distinguidas familias francesas, fue director de Champagne Pommery. En 1993 sufrió un terrible accidente de parapente que lo dejó tetrapléjico. En 2001, la editorial francesa Bayard publicó el asombroso testimonio de su nueva vida, Le second souffle, que tuvo una excelente acogida crítica. Después, con motivo de la película, se reeditó con un texto adicional, "Diable gardien") y se convirtió rápidamente en un imparable bestseller tanto en Francia, con más de 200.000 ejemplares vendidos en los dos primeros meses, como en las traducciones que ya han aparecido. El libro que reúne ambos textos, Intocable, ha inspirado la película del mismo título, estrenada en Francia en otoño de 2011, con un éxito extraordinario tanto de crítica como de público.
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Philippe Pozzo die Borgos ist erfolgreicher Geschäftsführer einer großen Firma, als er mit dem Gleitschirm abstürzt und querschnittsgelähmt bleibt. Er braucht einen Intensivpfleger. Der arbeitslose Ex- Sträfling bekommt den Job und gibt Philippe seine Lebensfreude zurück.Phillipes Umfeld kann es nicht nachvollziehen, was er von dem Ex-Sträfling hält und verurteilt diesen aufgrund seiner Vergangenheit, doch Phillipe steht zu seiner Entscheidung und ist der Meinung einen authentischen Pfleger zu benötigen, der ihm nicht ständig sein Mitleid ausdrückt.Von O. Nakache und E. Toledano verfilmt, ist diese Geschichte einer Freundschaft, die auf Respekt und Toleranz gründet, zu einem der erfolgreichsten französischen Filme aller Zeiten geworden.Als erstes habe ich den Film gesehen.Philippe Pozzo die Borgos hat mich so sehr als Person fasziniert, dass ich mir ein Beispiel an ihm nahm und mehr über ihn und seine Geschichte erfahren wollte.Ich bin niemand, der Filme oder Bücher mehrfach sieht oder liest, doch diese Geschichte war die erste die mich dazu verleitet hat Film und Buch zu kaufen.Empfehlenswert ist dieses Buch für Leute wie mich, die nach dem gesehenen Film mehr über Phillip oder/und seine Geschichte erfahren möchten oder für die, die das Lesen bevorzugen.Mir persönlich sagt die Mischung aus bewegenden Einblicken in sein Leben und herzhaften Lachern sehr zu.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Ich kenne weder Buch noch Film und bin überrascht, dass diese Geschichte so ein Riesen-Erfolg ist. Ich nehme an, dass das Hörbuch extrem gekürzt ist und außerdem sind die Zeitsprünge sehr anstrengend, vielleicht sind sie im Buch etwas zusammenhängender.Um die beiden "Freunde" geht es auf den ersten drei CDs eigentlich nicht. Man erfährt von Phillipes schlimmem Unfall und dem bald danach folgenden Krebstod seiner Frau. Dann erfährt man viel über das Leben als Tetraplegiker, Schmerzen, Spasmen usw.Der Pfleger Abel kommt nur am Rande vor. Erst die letzte CD befasst sich mehr mit ihm, seiner Vergangenheit, seinen Macken, aber in dem Hörbuch gehts schon eher darum, wie man damit fertig wird, ein so schweres Schucksal zu haben. geld hilft da sicher- der Autor ist ja steinreich. Vieles, was mich interessiert hätte (wie gehen die Kinder mit all dem um, wie funktioniert es, eine neue Familie zu Gründen, wenn man so eingeschränkt ist, ...) kommt kaum vor. Ich möchte nicht bestreiten, dass das Hörbuch Mut macht und Dinge in die richtige Wertigkeit rückt. da gibt es großartige Szenen. Dennoch ist es eigentlich kein Hörgenuß, denn es ist zu sprunghaft und teilweise uninteressant. Allerdings ist die eingespielte Musik wunderbar.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5A Second Wind is the true story of Philippe Pozzo di Borgo, paralyzed at the age of 42 in a paragliding accident, and looked after by his carer, Abdel. The book begins a memory of the accident and the loss of the author's wife, Beatrice.Much of the story focuses on loss - of his wife and the use of his body, and on di Borgo's sexual longing for women. Elements of humor are woven into the book, although the overall sense of the story is that of the author's internal pain. It is well-written, with beautiful word structure in places, though not an uplifting read.A lot of the book focuses on di Borgo's earlier life, before the accident, and his family lineage. The relationship between di Borgo and his carer, Abdel, was not as well developed in the book as in the movie, which left it somewhat dry to read. The book is quite possibly more true to life than the movie - which has likely been adapted to entertain a cinema audience - and therefore it is harder to connect with the author and his emotions.A well-written account of di Borgo's life, though it failed to create an emotional reaction in me as a reader.
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Intocable - Jaime Zulaika
Índice
PORTADA
PRÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN
LIBRO PRIMERO EL NUEVO ALIENTO
MEMORIAS LIBERADAS
MIS SENTIDOS
EL CULO DEL ÁNGEL
PRIMERA PARTE
NACÍ CON...
UNA FLOR EN...
MADRE «DE LAS MIL SONRISAS»
SEGUNDA PARTE
RENACIMIENTO
«KISS MACHINE»
BÉATRICE
¡CHERUBINO!
OPERACIÓN CORAZÓN
LA PITANCE
TERCERA PARTE
LAS ALAS ROTAS
VUELOS ALOCADOS
KERPAPE
ASOCIADO CON ABDEL
CUARTA PARTE
TESTIGOS
CIPRESES DE BÉATRICE
ALMA CORSA
LAS SANGUINARIAS
SABRYA
TURNO DE PREGUNTAS
HORIZONTE
CANTOS DE BUENA FORTUNA
LIBRO SEGUNDO EL DIABLO DE LA GUARDA
PATER NOSTER
EL MAL CHICO
LAS CAPUCHINAS1 DE RIVIÈRE-DU-LOUP
LA NIÑA ESPERANZA
LAS CONSOLADORAS
FRENTES DE ACULTURACIÓN1
¡NO VA MÁS!
UN MUNDO DE PARTO1
JUEGOS DE ROL
EL PADRINO GENEROSO
UN COLOCÓN LOCUAZ
LOS MARROQUÍES CÁLIDOS
LA CIUDAD EN ROSAS
LALLA KHADIJA
LA ODISEA
NOTAS
CRÉDITOS
A mis hijos,
«para que la obra continúe»
PRÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN
Olivier Nakache y Éric Toledano, los realizadores de la película Intocable, se ponen en contacto conmigo un día de enero de 2010. Hace ya algunos años habían visto un documental de una hora, realizado por Jean-Pierre Devillers para Mireille Dumas. À la vie, à la mort , 2002, narraba el encuentro inverosímil del tetrapléjico rico que soy yo con el joven magrebí de arrabal Abdel. Contra todo pronóstico, los dos van a prestarse ayuda mutua durante años. Esta historia interesa a los dos cineastas.
Mi mujer, Khadija, y yo les recibimos en nuestra residencia de Esauira, junto con los actores previstos: Omar Sy y François Cluzet.
Nos vimos en numerosas ocasiones y yo seguí con fruición la elaboración de su guión.
Mi primer libro, Le second souffle (Bayard Éditions, 2001), hoy día agotado, había obtenido cierto éxito de crítica. Frédéric Boyer, el director editorial de Éditions Bayard, me propone reeditarlo con motivo del estreno de la película Intocable, actualizado por un nuevo prólogo, y completarlo con un texto inédito.
El demonio de la guarda prolonga, pues, la historia de Le second souffle (que concluye en 1998) hasta mi encuentro con Khadija en Marruecos, en 2004; este período se corresponde con el guión de Intocable. Las exigencias del largometraje y la imaginación de sus realizadores les indujeron a simplificar, modificar, podar o inventar gran número de situaciones.
Los dos somos «intocables» por varias razones. Abdel, de origen magrebí, se sintió marginado en Francia; al igual que a la casta de los intocables en la India, no se le puede «tocar», so pena de recibir un golpe, y corre tan rápido que los «maderos» –por utilizar su expresión– sólo una vez consiguieron acorralarle en su larga carrera de mal chico.
En cuanto a mí, detrás de los altos muros que rodean mi mansión de París –mi prisión dorada, como dice Abdel–, al abrigo de la necesidad por mi fortuna, formo parte de los «extraterrestres»; nada puede alcanzarme. Mi parálisis total y la falta de sensibilidad me impiden tocar cualquier cosa; hasta tal punto les espanta mi estado que la gente procura no rozarme, y basta con tocarme el hombro para desencadenar terribles dolores.
Así pues, «intocables».
Y ahora me enfrento a un desafío insensato: rememorar ese pasado.
Se impone una evidencia: ¡no me acuerdo de él! Muy al principio atribuí esto a la ausencia de Abdel, mi cuidador. Si reflexiono, es algo más grave. Aparte de algunos episodios mal situados en el tiempo, mi memoria se niega a recordar. El recuerdo es un lujo de los pudientes saludables. La memoria de un menesteroso o un enfermo se detiene en el presente, en la dificultad de procurarse su alimento o su supervivencia. La magdalena de Proust sólo puede ser una fijación de un dandy de la buena sociedad.
Desde 1998 hasta 2001, cuando redactaba El nuevo aliento, atenazado por la congoja de la muerte reciente de Béatrice y los dolores neurológicos,¹ experimento ya la dificultad de ensamblar los instantes de mi pasado. El sufrimiento aniquila la memoria. Las personas sanas envejecen acumulando las historias y los remordimientos; yo estoy privado de todo recuerdo.
Una autobiografía está ya constelada de olvidos y mentiras, deliberadas o por omisión; contar la historia de otro –en este caso Abdel– sólo puede dar «una impresión del otro», un punteado con numerosos blancos.
¿Cómo pretender que el aristócrata bien educado que se supone que soy, respetuoso de ciertos principios, pueda expresarse en lugar de un Abdel, en la época insurrecta y hostil a toda norma? Lo único a mi alcance es referir los acontecimientos, intentar analizarlos. Una parte de su verdad se me escapa; Omar Sy –que le interpreta en la pantalla– se acerca más a ella con mayor soltura.
Quería escribir un libro que no fuese un simple entretenimiento.
No quería hacer un retrato «realista» de la desventura, con su dosis de resentimientos y de buenos sentimientos que rayan en la condescendencia. Y tampoco de optimismo obligatorio, mentira irrisoria.
Estos veinte años de proximidad con el mundo de los excluidos han agudizado mi visión de la sociedad y sus males, y me incitan a compartir algunos remedios que se han vuelto evidentes para mí.
Gracias al demonio de la guarda –alias Abdel– recupero el humor que poseía antes de los dramas. La película Intocable se desarrolla con un tempo de ligereza y carcajadas; conservo cierta gravedad irreductible. La actuación de François Cluzet la tornará perceptible.
Éric y Olivier, los realizadores, Nicolas Duval Adassovsky, su productor, y Frédéric Boyer, mi editor, cedieron generosos derechos de autor a la asociación Simon de Cyrène,¹ que yo presidí durante mucho tiempo, cuya finalidad es crear lugares de vida en común para adultos discapacitados y amigos. Vaya mi gratitud para ellos.
Agradezco asimismo a Émeline Gabaut, Manel Halib y a nuestra hija Sabah, que me han permitido «volver a empuñar» la pluma y sin cuya ayuda este libro no hubiera existido. Gracias también a Soune Wade, Michel Orcel, Michel-Henri Bocara, Yves y Chantal Ballu, Max y Marie-Odile Lechevalier y Thierry Verley, por su pertinente relectura.
Libro primero
El nuevo aliento
MEMORIAS LIBERADAS
¿Hay que partir de hoy, triste día, rememorar el pasado con nostalgia, lamentarse de un porvenir sin esperanza? No puedo apreciar el pasado ni proyectarme en el futuro. Todo está en el instante.
La línea de fractura de mis huesos, de mi respiración, podría ser el día del accidente. El 23 de junio de 1993 entré en la parálisis.
El 3 de mayo de 1996, día de San Felipe, murió Béatrice.
Ya no tengo pasado, no tengo futuro, soy un dolor presente. Béatrice tampoco tiene ya pasado ni futuro, es una pesadumbre presente. Sin embargo, hay un futuro, el de nuestros dos hijos, Laetitia y Robert-Jean.
Hasta el accidente yo era un hombre en el mundo, afanoso de crear, de estampar mi marca en el curso de las cosas.
Después del accidente me asaltan los pensamientos. Después de la muerte de Béatrice, los dolores.
Estos escombros me devolvieron a la memoria recuerdos de una negra opacidad. En mis noches de café, quemaduras de la invalidez y del duelo han empañado esas imágenes.
En el fondo de mí mismo he recobrado el reflejo de los ausentes. Mis silencios hicieron resurgir momentos de dicha olvidados. Mi vida se desarrolla por sí misma en una sucesión de imágenes.
Los primeros meses, una traqueotomía me dejaba mudo. Un amigo me había instalado una pantalla informática y la había conectado con un mando colocado debajo de mi cabeza. El alfabeto desfilaba por la pantalla; si detenía el cursor, aparecía una letra. Poco a poco, esas letras formaban una palabra, una frase, media página. La elección de las palabras y este esfuerzo extenuante fueron deliciosos; no tenía derecho a cometer errores. El peso de cada letra anclaba más profundamente la frase; yo saboreaba la exactitud.
Hubo aquel camarada de combate cuyos guiños fueron la pluma y que murió en el punto final.¹
Me estrangulan las palabras cuando pienso en los que han muerto sin hablar, sin testimoniar, sin esperar, en su soledad.
Por la noche, tendido en mi cama, duermo mal. Estoy paralítico. Más tarde me colocaron un magnetófono encima del vientre. Se detiene cuando ya no oye nada –o cuando quiere– y sólo vuelve a ponerse en marcha después de la primera palabra. Nunca sé si me ha grabado. Y a menudo estoy parado.
Es arduo decir sin una página blanca, sin lápiz para tachar, no estar sentado a una mesa, delante de una hoja, con la frente apoyada en la mano izquierda, no poder desfogarse sobre esta hoja ennegrecida, arrugada. Sólo una voz casi desaparecida se graba en una cinta magnética, sin retorno, sin tachadura. Instantánea de una memoria vacilante.
He perdido el hilo, es de noche y sufro. Mi cabeza se hunde entre mis hombros. La parte superior del hombro derecho me da punzadas como una puñalada. Estoy obligado a frenarme. El gato, Fa Sostenido, se divierte moviéndose por mi cuerpo que vibra, se arquea como si implorase al cielo. Me desplomo, temblando a causa de las contracturas. El gato se burla de este cuerpo, pasa en él toda la noche: necesita que mis sobresaltos le hagan sentirse vivo.
Desde lo alto de mis hombros hasta la extremidad de mis miembros arde un fuego continuo que con excesiva frecuencia se amplifica. Puedo decir si mañana hará bueno o si, por el contrario, tendremos lluvia, como presagia la quemazón de mi cuerpo. Siento intensamente una mordedura en las manos, las nalgas, a lo largo de los muslos, alrededor de las rodillas, en la parte baja de las pantorrillas.
Me despedazan, con ánimo de aliviarme. Pero el dolor persiste. Le llaman «dolor fantasma». Fantasma de... ¡mis cojones! Lloro, no de tristeza sino de dolor. Espero que las lágrimas me apacigüen. Aguardo el aturdimiento.
Por la noche, a la luz de las velas, nos amábamos entre cuchicheos. Ella se dormía tarde en el hueco de mi cuello. Le sigo hablando aún, sin eco.
A veces, enfermo de soledad, recurro a Flavia, una estudiante de cine. Tiene una gran sonrisa, una boca suntuosa, interrogante la ceja izquierda.
A contraluz, con un vestido azul largo y ligero, ignora que está descubierta, que las curvas de sus veintisiete años todavía pueden emocionar a un fantasma. Se lo dicto todo, no tengo pudor, ella es transparente.
El gato reconquista su lugar sobre mi vientre. Cuando se vuelve mi cuerpo se atiesa, como sublevado por la presencia de este animal, la ausencia de Béatrice y este sufrimiento incesante.
Debo, sin embargo, hablar de los buenos momentos, debo sin embargo olvidar que sufro.
Me gustaría empezar por los últimos instantes, final previsible y a veces deseado, que me reunirían con Béatrice. Dejo a quienes amo para reencontrar a la que tanto amé. Aunque su paraíso no exista ya, sé que está allí porque creía en él y porque lo quiero. Aquí estamos, aliviados de nuestros sufrimientos, enlazados en un impulso amortiguado, con los ojos cerrados para toda la eternidad; los cabellos rubios de Béatrice tiemblan con un susurro de alas sedosas.
Béatrice que estás en los cielos, sálvame.
MIS SENTIDOS
He sido alguien. Actualmente estoy paralítico; una parte de mis sentidos me han abandonado. Sin embargo, con las atroces mordeduras de la parálisis se mezclan los recuerdos deliciosos de mis sentidos evaporados.
Rememorar, centímetro a centímetro, recuerdo tras recuerdo, las percepciones de un cuerpo atomizado, es ya sobrevivir.
Partiendo de mi inmovilidad actual, reconstruir una cronología en un caos de sensaciones difuntas es recuperar mi pasado, empalmar dos vidas hasta entonces disociadas.
*
El cuerpo se abrasa lleno de confusas manchas rojas. Incluso recordarlo me entumece. Ya no hay alma; únicamente me invaden las sensaciones lejanas. Bajo el sol radiante de Casablanca, tengo siete, quizá ocho años. Mis hermanos y yo frecuentamos la escuela religiosa Charlesde-Foucauld. En el recreo, algunos niños juegan a la pelota en el centro del patio, levantando un polvo que se les pega a las piernas y a los brazos y tiñe de un color lechoso los pantalones cortos y las camisas azul marino. Otros niños forman grupos de comerciantes y de jugadores a lo largo de los muros. Yo soy comerciante; Alain, mi hermano gemelo, que apunta muy bien, es jugador. A él le corresponde tocar con un hueso de albaricoque el hueso colocado entre las piernas del comerciante. Ocupo un lugar a lo largo de la tapia, de cara al sol de la mañana. Me gusta que me bañe el sol. Aguardo el tiro, con los ojos amusgados fijos en mi hueso. Cuento hasta tres. Escalofrío de placer. Cierro los ojos, embotado por el polvo tibio del patio. Cuando vuelvo en mí, mi clase se ha ido; los alumnos que juegan son nuevos. Me levanto, despavorido, guardo mi reserva de huesos dentro de un pañuelo. Corro cada vez más rápido, con el cuerpo en llamas. Por primera vez, siento un calor extraño entre las piernas. ¿Es la frotación o el miedo a la maestra malvada? Lo cierto es que está sucediendo algo ahí abajo. Llamo a la puerta, enloquecido, la maestra ladra y yo me quedo plantado en el resquicio de la puerta.
*
Me sigo ruborizando, solo en mi cama, al evocar aquellas primeras emociones.
*
Un poco más tarde estamos en Holanda. Mi padre trabaja para un grupo petrolero anglo-holandés. Mis hermanos, nuestra hermanita Valérie, Christina, la institutriz, y yo vivimos en el primer piso. Christina es muy guapa, con sus cabellos pelirrojos, sus ojos verdes y las pecas que descubro a lo largo de su cuerpo desnudo. Es la